Está en la página 1de 90

Luciano Monari

La libertad cristiana,
don y tarea

NARCEA, S.A. DE EDICIONES


1RWDGHO(GLWRU(QODSUHVHQWHSXEOLFDFLóQGLJLWDOVHFRQVHUYDODPLVPDSDJLQDFLóQ
TXHHQODHGLFLóQLPSUHVDSDUDIDFLOLWDUODODERUGHFLWD\ODVUHIHUHQFLDVLQWHUQDVGHO
WH[WR6HKDQVXSULPLGRODVSáJLQDV HQ EODQFR SDUD IDFLOLWDU VX OHFWXUD

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES


Paseo Imperial, 53-55. 28005 Madrid. España
narcea@narceaediciones.es
www.narceaediciones.es
© Editrice MORCELLIANA, Brescia. Italia
Título original: La libertà cristiana.Una meditazione
Traducción: Tomás Pría
Cubierta: Armando Bayer
3ULPHUDHGLFLóQHQH%RRN 3GI 
,6%1 H%RRN 
,6%1 3DSHO 

,PSUHVRHQ(VSDñD3ULQWHGLQ6SDLQ

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de
reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de
esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad inte-
lectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva
de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal).
El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el
respeto de los citados derechos.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN
La libertad, don y tarea ........................... 9

LA LIBERTAD CRISTIANA
¿Quién me librará? ................................. 15
Redimidos gracias a Dios ........................ 21
Justificados por la gracia ........................ 43
Justificados por el amor .......................... 49
El don del Espíritu y la ascesis ............... 55

TEXTOS ..................................................... 63
Buda, San Agustín, Jean-Paul Sartre, Karl Rahner,
Gaudium et spes, Santa Teresa de Jesús, Victor
Frankl, Erich Fromm, Jean Jacques Rosseau, Thomas
Merton, Martin Luther King, Gandhi, Fray
Antonio de Guevara, Juan Pablo II, Papa Francisco

© narcea, s. a. de ediciones 5
INTRODUCCIÓN
LA LIBERTAD, DON Y TAREA

La libertad, como la vida, es un don y una


tarea. No es posible llegar a ser libres si pri-
mero no lo somos nosotros; paralelamente,
no es posible ser libre si no es haciéndonos
cada vez más plenamente con nuestras pro-
pias elecciones libres. Está más allá de toda
duda que, en este proceso, la libertad huma-
na debe medirse con distintos condiciona-
mientos y fuera de cualquier duda. Existe la
libertad encarnada que florece en el terreno
del cuerpo y de él conoce sus límites y opa-
cidad. Existe también la libertad en el
mundo que recibe de él nutrición e impulso,

© narcea, s. a. de ediciones 9
La libertad cristiana, don y tarea

pero también presiones y condicionamien-


tos. Podemos, por tanto, hacernos estas pre-
guntas:

• ¿Cómo se hace libre el hombre?


• ¿Qué obstáculos debe superar y qué
objetivos alcanzar?

El mensaje cristiano se presenta como


fuente de libertad:

¡Cristo nos ha liberado para vivir en liber-


tad! No os dejéis atad otra vez al yugo de la
esclavitud (Gal 5,1).

Algo debe haber salido mal cuando hoy,


a los ojos de muchos, la experiencia cristia-
na parece una renuncia a la libertad —en
el pensamiento, en las decisiones y en las
acciones—. Puede ser que para medirla
se use un metro equivocado, un metro
mundano, pero también puede ser que,
dentro de nosotros, las fuentes de la liber-
tad estén resecas y necesitemos agua, sales,
luz para nutrir y hacer florecer la vida en
toda su belleza. Podemos hacernos otra
pregunta:

10 © narcea, s. a. de ediciones
Introducción

• ¿Cuáles son esas raíces de la libertad


cristiana que Pablo anuncia, y a la que
ningún cristiano puede renunciar?

La palabra de Dios es como el rocío o


como la lluvia que mantiene el césped y
hace brotar las semillas:

Prestad oídos, cielos, que hablo yo,


escuche la tierra las palabras de mi boca.
Que como lluvia se derrame mi doctrina,
caiga como rocío mi palabra,
como blanda lluvia sobre la hierba verde,
como aguacero sobre el césped (Dt 32,1-2).

© narcea, s. a. de ediciones 11
LA LIBERTAD CRISTIANA
¿QUIÉN ME LIBRARÁ?

El capítulo octavo de la Carta a los Roma-


nos comienza con una síntesis magnífica de
la teología paulina:
Por consiguiente, ninguna condenación
pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús.
Porque la ley del espíritu que da la vida en
Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y
de la muerte. Pues lo que era imposible a
la ley, reducida a la impotencia por la
carne, Dios, habiendo enviado a su propio
Hijo en una carne semejante a la del peca-
do, y en orden al pecado, condenó el peca-
do en la carne, a fin de que la justicia de la

© narcea, s. a. de ediciones 15
La libertad cristiana, don y tarea

ley se cumpliera en nosotros que seguimos


una conducta, no según la carne, sino
según el espíritu (Rm 8,1-4).

Este texto solo se puede entender unién-


dolo estrechamente al capítulo séptimo que
le precede, porque son como dos tablas de
un díptico, contrapuestas pero conectadas.
Pablo, de hecho, comienza diciendo: «Por
consiguiente, ninguna condenación pesa ya
sobre los que están en Cristo Jesús». Procla-
ma así un nuevo comienzo, un «ahora» en el
que una condición precedente de condena,
se cancela y se supera mediante una posibili-
dad de justicia ofrecida al hombre, la de
existir «en Cristo Jesús».
Pero ¿cuál es la condena de la que Cristo
nos libera? Es precisamente la que Pablo
describe en el capítulo anterior: el hombre,
pensado fuera de Cristo, experimenta su
existencia como una herida dolorosa y como
un destino de muerte inevitable. Por un
lado, conoce el bien y lo distingue del mal,
sabe que el bien genera vida mientras que el
mal produce la muerte; sabe que tiene que
huir del mal con horror y adherirse al bien
con deseo. Pero este conocimiento no se

16 © narcea, s. a. de ediciones
¿Quién me librará?

puede traducir en una acción constante y


coherente:

Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es


decir, en mi carne; en efecto, querer el bien
lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo,
puesto que no hago el bien que quiero, sino
que obro el mal que no quiero. Descubro,
pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien,
es el mal el que se me presenta. Me com-
plazco en la ley de Dios según el hombre
interior, pero advierto otra ley en mis
miembros que lucha contra la ley de mi
razón y me esclaviza a la ley del pecado que
está en mis miembros (Rm 7,18-19.21-23).

El pensamiento y la acción, la evaluación


moral y la práctica se contradicen y se con-
denan entre sí. De este modo, el hombre ter-
mina por destruirse a sí mismo, se da cuenta
de ello y lanza una exclamación desespera-
da: «¡Ay de mí! ¿Quién me librará de este
cuerpo de muerte?».
Se asemeja a alguien que, según va cami-
nando, ve claramente enfrente un precipi-
cio, se da cuenta de que terminará cayendo
en él, pero no se arriesga a detenerse o a
cambiar la dirección de la marcha.

© narcea, s. a. de ediciones 17
La libertad cristiana, don y tarea

De hecho, esta observación no es exclusi-


va de Pablo. De un pagano es la afirmación:
Video meliora proboque, deteriora sequor, es
decir: «Veo lo mejor y lo apruebo, pero elijo
lo peor». Y el cristiano Petrarca, en Canción
en la vida de Madonna Laura, dice: «Veo lo
mejor y me aferro a lo peor». La experiencia
parece bien atestiguada, pero ¿por qué? ¿De
dónde viene esta especie de herida destruc-
tiva?
Pablo lo atribuye principalmente a una
impotencia radical de la ley que no puede
realizar aquello para lo que se nos dio. No
cabe duda: la ley es santa, el mandamiento
de la ley es santo, justo y bueno; viene de
Dios y Dios ciertamente quiere el bien y no
el mal, desea la vida del hombre y no disfru-
ta con su muerte, por eso le ha dado los
mandamientos de la ley, para que viva. Sin
embargo, a pesar de su claridad y su verdad,
la ley no puede conseguir del hombre ese
comportamiento responsable y bueno que
daría lugar a su salvación, es decir a la
correcta realización de su humanidad.
El hecho es, dice el Apóstol, que la
«carne» reduce a la impotencia la ley (Rm
8,3). Es decir, que el egoísmo que habita en

18 © narcea, s. a. de ediciones
¿Quién me librará?

el corazón humano, que determina los dese-


os y altera los juicios de la inteligencia y el
orgullo que hincha el corazón y lo impulsa a
buscar su propia gloria como fin supremo,
bloquean y hacen ineficaces el dinamismo
original de la ley hacia el bien y hacia la vida.
Llamado a mirar a lo alto, el hombre, car-
gado con el peso de la «carne», se vuelve
sobre sí mismo y, de esta manera, queda
preso en la experiencia de la debilidad y de
la muerte.
El amor efectivo al bien es una forma de
vida, porque eleva al hombre por encima de
sí mismo y lo coloca en el camino de una
vida auténtica; pero el temor que acompaña
al riesgo inherente al amor, la seducción que
ata el corazón a la satisfacción inmediata, se
sueldan y encierran al hombre como con
una mordaza, bloqueando su impulso. En
lugar de empeñarse responsablemente en el
bien, termina contentándose con lo que es
agradable, cómodo e inmediatamente utili-
zable, sin intentar ir más allá del éxito mun-
dano; de esta manera, se pierde en sus remo-
linos y termina por apagar en sí mismo esa
libertad que podría y tendría que llevarlo
más allá de sí mismo.

© narcea, s. a. de ediciones 19
La libertad cristiana, don y tarea

La impotencia de la ley reside en su capa-


cidad para mostrar al hombre el bien y, al
mismo tiempo, en su incapacidad para sanar
el corazón humano y hacerlo capaz de amar
el bien sin reservas, de perseguirlo sin timi-
dez, de hacerlo sin orgullo. No es que la ley
sea inútil, sino que su función efectiva se
convierte en desenmascarar la incoherencia
humana y por tanto en inquietar a la perso-
na y no dejar tranquila su conciencia. Solo el
Espíritu, que es el don gratuito del amor
Dios, es capaz de hacer brillar en el corazón
la belleza del bien, de hacerlo amar y de
aceptar con alegría y libremente el esfuerzo
del aprendizaje y el coste de su ejecución.
Este parece ser el hilo del pensamiento
paulino; vale la pena tratar de desarrollarlo
con el fin de comprenderlo, al menos en
cierta medida.

20 © narcea, s. a. de ediciones
REDIMIDOS
GRACIAS A DIOS

Al comienzo de la primera Carta a los


Corintios, san Pablo afronta un problema
eclesiológico. Dentro de la comunidad han
aparecido diferentes grupos: unos son pre-
dicadores y apóstoles; otros se consideran
de Pablo, de Pedro o de Apolo (que tam-
bién era un hábil predicador del Evan-
gelio). Con estas referencias, los cristianos
de Corinto veían razones para creerse supe-
riores a los demás («nuestro grupo es más
noble, más culto, más fuerte que el vues-
tro», «nuestro apóstol, más famoso, más
importante, más capaz que el vuestro») y

© narcea, s. a. de ediciones 21
La libertad cristiana, don y tarea

tener más motivos para estar seguros («en


nuestro grupo, el conocimiento de las cosas
de Dios que compartimos es absolutamente
superior a otros y garantiza mejor nuestra
perfección personal»).
Para contrarrestar esta actitud que ponía
en riesgo la división de la comunidad, Pablo
desarrolla una serie de reflexiones sobre
la unidad de Cristo y su redención, sobre la
locura de la predicación, sobre la sabiduría
de Dios contrapuesta a la sabiduría del
mundo y sobre los predicadores como sim-
ples «ministros» de la palabra. La reflexión
de Pablo culmina en un breve y precioso
himno a la libertad cristiana que dice así.
Así que ninguno se gloríe en los hombres,
porque todo es vuestro: ya sea Pablo,
Apolo, o Cefas, el mundo, la vida, la muer-
te, el presente, el futuro. Todo es vuestro,
pero vosotros sois de Cristo y Cristo de
Dios (1Cor 3,22-23).

La primera afirmación es sencilla: Pablo,


Apolo, Pedro son simples siervos del Evange-
lio y por tanto siervos de aquellos a quienes
se anuncia el Evangelio. Y así deben conside-
rarlos los creyentes sin someterse a ninguno

22 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

como si de esta sumisión pudiese venir su


salvación. Los apóstoles no son salvadores
sino solo testigos de la salvación, no son los
creadores del Evangelio sino solo sus minis-
tros, no son dueños de la fe de los creyentes,
sino solo servidores. Se les pide eso y ellos
solo quieren anunciar fielmente el Evange-
lio de manera que la fe de quien los escucha
esté fundada en una base sólida —Cristo y su
Evangelio— y no en un fundamento traicio-
nero —el predicador y sus ideas—. Pero,
tomando impulso de esta afirmación clarísi-
ma de libertad en contra de los predicado-
res, Pablo continúa evocando el mundo, la
vida, la muerte, el presente, el futuro y afir-
mando que también ante estas realidades el
cristiano es patrón, no siervo y, por lo tanto,
libre.
Cuando Pablo dice que el mundo perte-
nece al cristiano y no el cristiano al mundo,
usa este término —mundo— no para desig-
nar el conjunto de las criaturas con su belle-
za y variedad de formas y también con sus
límites inevitables, sino que piensa en el
mundo como un sistema cerrado, que se
quiere autosuficiente, compuesto por todas
las cosas que se ven, que se sienten, que se

© narcea, s. a. de ediciones 23
La libertad cristiana, don y tarea

tocan, por las instituciones de las que se


habla, se escucha, se decide y se hace, por
los objetivos que mueven los deseos, las
esperanzas y las expectativas.
Todo esto, sin embargo, no considerado
como una criatura que viene de Dios, y ni
siquiera como un símbolo que se refiere a
Dios, sino más bien como un conjunto con-
solidado y cerrado en sí mismo, más allá del
cual no hay nada que pensar o desear. El
mundo así pensado y experimentado consti-
tuye un poder, es decir, una fuerza que se
impone al hombre, que condiciona y deter-
mina sus opciones, un poder al que hay que
obedecer servilmente, un horizonte que
pretende encerrar y condicionar la concien-
cia que el hombre tiene de sí mismo y de su
propia existencia.
Voy a explicarme. Hace setenta años yo
no existía, pero existía el mundo en el que
entré con mi nacimiento. Dentro de unos
treinta años como máximo, yo me habré ido,
pero continuará existiendo el mundo del
que saldré con mi muerte. He entrado solo
hace unos momentos en este mundo y me
iré en cualquier instante mientras el mundo
seguirá existiendo sin mí, más allá de mí.

24 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

¿Puede resultar extraño, quizás, que el


mundo me parezca genial, terrible, inven-
cible? Por supuesto que es mucho más
grande que yo; ciertamente nunca seré
capaz de controlarlo del todo, para some-
terlo totalmente al servicio de mis deseos o
de mis proyectos.
Vivir humanamente significa —por lo
menos así parece— vivir en este mundo y este
mundo en el que vivo define el valor positivo
o negativo de mi existencia a través de dos
resultados diferentes: el éxito o el fracaso. Si
el mundo me es propicio, si yo soy tan sabio
como para adaptarme al mundo, el resultado
será un éxito, y si el mundo me es hostil, si
me obstino en luchar contra el mundo y con-
tra su fuerza abrumadora, el mundo me
aplastará, el resultado será un fracaso.
Para aclarar esto, Pablo pone junto al
vocablo «mundo» otros dos términos corre-
lativos: la vida y la muerte. Son dos extremos
que abarcan todas las posibles acciones del
mundo sobre mí. De una parte, la vida con
sus riquezas, sus posibilidades infinitas, sus
promesas tentadoras.
¿Cómo podría un hombre, nacido de una
mujer, que tiene una vida tan breve y llena

© narcea, s. a. de ediciones 25
La libertad cristiana, don y tarea

de inquietudes, no dejarse seducir por la


cantidad y calidad de las promesas de la
vida?
El placer, la posesión, el éxito, el poder
en todas sus formas son lo que el mundo
hace brillar ante el hombre como objeti-
vos que seducen el corazón, atraen el
deseo, subyugan los pensamientos, exaltan
las fuerzas:

Canta la inmensa alegría de la vida,


de ser fuerte, de ser joven,
de morder los frutos de la tierra
con blancos dientes voraces.
G. D’ANNUNZIO, Canta la alegría

En el otro extremo está la muerte, destino


inevitable de todo hombre, final no deseado
en cualquier deseo. Y junto a la muerte, todo
lo que es anticipo y figura de ella; no solo la
enfermedad, la vejez, el deterioro, sino tam-
bién el fracaso, la pobreza, la soledad. Son
infinitas las formas que amenazan el mundo
a las que el hombre no puede oponer nada
tranquilizador, nada que pueda engañarlas y
hacerlas inofensivas.

26 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

He detestado la vida,
porque me repugna
cuanto se hace bajo el sol,
pues todo es vanidad y atrapar vientos
(Qo 2,17).

En resumen, el hombre vive en este


mundo en tensión entre la vida y la muerte,
entre las seducciones de la vida y las amena-
zas de muerte. Es más que comprensible que
esté condicionado, que su libertad tenga
problemas para expresarse.
Vale la pena señalar que esta figura del
mundo seductor y amenazante no pertenece
al mundo en cuanto tal, en cuanto criatura
salida de las manos de Dios, sino más bien en
cuanto experimentado por el hombre. El
deseo del hombre de defenderse y afirmarse
a sí mismo es lo que convierte al mundo en
seductor o amenazante. Cuanto más se plie-
ga el hombre sobre sí mismo, cuanto más
egoísta es, cuanto más quiere afirmarse,
tanto más adquirirá el mundo a sus ojos la
figura de un poder que puede satisfacer sus
sueños o que se los puede romper estrepi-
tosamente. Y, por supuesto, cuanto más el
mundo tome esta figura, tanto más se some-

© narcea, s. a. de ediciones 27
La libertad cristiana, don y tarea

terá el hombre a él y actuará con el fin de


aferrar sus promesas y escapar de sus ame-
nazas.
Dicho en el vocabulario paulino es la
carne, es decir, el impulso egocéntrico del
hombre, que transforma el mundo.
Junto al mundo, la vida y la muerte, Pablo
añade otros dos términos que quieren com-
pletar el fresco de la condición humana: el
presente y el futuro. Estos dos términos se
refieren a la dimensión en el tiempo en el
que se desarrolla la existencia humana. El
presente se puede experimentar como grati-
ficante y hace que podamos decir a ese fugaz
momento: «¡Párate! ¡Qué felicidad!» o
puede ser experimentado como sufrimiento
y entonces nos saldrán del corazón las que-
jas de Job:
Al acostarme, digo: «¿Cuándo llegará el
día?». Al levantarme: «¿Cuándo será de
noche?», y hasta el crepúsculo estoy ahíto
de sobresaltos (Jb 7,4).

A su vez, el futuro puede presentarse


como promesa de una ganancia dando lugar
así al deseo, o como amenaza de una pérdi-
da, generando entonces miedo.

28 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

En resumen, el hombre vive en el mundo


una experiencia de pequeñez y de debili-
dad. Debido a esta condición, el mundo apa-
rece como seductor o amenazante, deseable
o detestable. En cualquiera de los casos, los
deseos y las decisiones del hombre acaban
por estar condicionadas por la seducción o
por las amenazas del mundo; entonces
toman una forma no verdadera, no auténti-
ca, convirtiéndose en expresiones de miedo
o de codicia, en lugar de verdad y amor.

• ¿Le es posible al hombre liberarse del


mundo y de su presión, y conquistar
una auténtica libertad?
• ¿Es posible desmitificar el mundo y
romper así la figura de poder que le
confiere nuestro egoísmo, nuestro
miedo a perder la vida, nuestra ansie-
dad por apropiarse del placer?

El budismo ha buscado un camino de


liberación del mundo y lo ha encontrado en
la supresión del deseo. De hecho, el deseo
es el que hace aparecer como seductor al
mundo. Eliminado el deseo, el mundo ya no
puede ejercer ninguna fascinación sobre

© narcea, s. a. de ediciones 29
La libertad cristiana, don y tarea

nosotros; sigue existiendo pero no puede


penetrar en nuestro interior, las puertas de
nuestro espíritu están bloqueadas.
También el estoicismo ha buscado un
camino de liberación basado en el control y
eliminación de las pasiones. El estoico se
ejercita todos los días en llevar con coraje el
peso y las tribulaciones de la vida hasta que
el mundo, con sus amenazas, no pueda darle
miedo.
San Pablo nos presenta otro camino que
corresponde a la fe de Israel y que se funda
en la existencia de un Dios bueno, que quie-
re la vida del hombre: «El mundo es vues-
tro... vosotros de Dios». No son dos declara-
ciones coordinadas; lo que Pablo quiere
decir es que todo es nuestro porque noso-
tros somos (a condición de que lo seamos)
de Dios.
¿Por qué es liberadora la fe en Dios?

• En primer lugar, la existencia de Dios


dice que el mundo no es todo. Es antes
que yo, existirá incluso después de mí, es
más grande que yo; pero esto no es todo.
Si me comparo con el mundo, no puedo
más que ser aplastado por esta mole

30 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

amenazante. Pero si me comparo con


estos tres: yo, el mundo y Dios, entonces
la relación cambia. Dios es mayor que
todo, y ante Él también el mundo se rela-
tiviza. Mantiene su belleza, por supuesto,
y de hecho, se hace aún más hermoso,
como un signo de su amor creativo. Pero
pierde su calidad de absoluto y por lo
tanto no seduce del todo, no asusta del
todo. La referencia a Dios, la relación
con Él, se convierte en una reserva de
libertad.
• En segundo lugar, si Dios es Dios, puedo y
debo amarlo con todo mi corazón, con
toda mi alma y con todas mis fuerzas. No
puedo amar al mundo según esta medida
porque en el mundo hay un límite y sobre
todo existe el mal; mi amor por el mundo,
si quiere ser correcto, debe ser crítico,
debe distinguir lo que es bueno para
amarlo y lo que está mal para rechazarlo.
Pero si amamos a Dios con todo el cora-
zón, este amor fluye inevitablemente
sobre el mundo y sobre mi propia vida
porque puedo (y debo) amar a Dios en
todo lugar y en todo tiempo, en toda
experiencia y en todo evento.

© narcea, s. a. de ediciones 31
La libertad cristiana, don y tarea

El mundo es una mezcla de bien y de mal,


la vida es una mezcla de alegría y dolor; sin
embargo, en cada momento de la vida, en
cada rincón del mundo, puedo amar a Dios
con todo el corazón. Y cuando hago esto,
cada momento de la vida, cada rincón del
mundo es «redimido». El mundo nunca vol-
verá a ser un agujero negro que atrae y des-
truye todas mis energías, que reajusta todas
mis esperanzas; la vida nunca aparecerá
como un país lleno de juguetes que embota
mi conciencia y me priva de mi libertad.
Abraham vivió como peregrino en la tie-
rra de Caná, débil en un país extranjero.
Pero con noventa y nueve años, el Señor se
le apareció y le dijo: «Yo soy El Shadday
—Dios Todopoderoso— camina en mi pre-
sencia y sé perfecto» (Gn 17,1). El significa-
do es: «Si quieres caminar en mi presencia,
debes tener un comportamiento íntegro», y
también: «Si quieres ser íntegro, debes cami-
nar en mi presencia». La relación con Dios,
la comunión con Él abre un camino de inte-
gridad; si Abraham acepta la alianza con
Dios, podrá vivir en la tierra de Caná sin
hacer un pacto con los cananeos y con sus
ídolos; podrá vivir en el mundo sin someter-

32 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

se al mundo y sin adorar a los dioses del


mundo que son el dinero, el sexo, el poder,
el éxito... Podrá ser libre con la condición de
que se una a Dios.
Este modo de expresión supone, por
supuesto, que existe una diferencia esencial
entre Dios y el mundo, tanto que pertenecer
al mundo implica una forma de esclavitud;
pertenecer a Dios es, sin embargo, fuente de
libertad. Se puede tratar de explicar esta
diferencia partiendo de la expresión miste-
riosa de san Agustín que dice de Dios: Inti-
mior meo íntima es decir, que Dios no es un
extraño a la conciencia humana, que la pre-
sencia de Dios en el hombre no le pone en
contacto con algo externo que lo limita y lo
redimensiona, sino que, por el contrario,
Dios está presente en el hombre más que el
mismo hombre en su autoconsciencia pueda
estar presente a sí mismo. Él está presente en
el hombre tan íntimamente que su presencia
no coarta en nada su libertad, sino que, por
el contrario, le da fundamento y la realza.
Dios está presente en la conciencia del hom-
bre como la verdad que el hombre no
posee, pero que dirige, ilumina y mueve en
él una búsqueda incesante. Dios está pre-

© narcea, s. a. de ediciones 33
La libertad cristiana, don y tarea

sente como el bien que el hombre no tiene


y nunca produce del todo, pero que atrae
sus deseos y le permite distinguir entre las
opciones buenas (las que lo dirigen al bien)
y las opciones malas (las que le alejan del
bien).
Tal vez la única manera convincente de
verificar la verdad de esta afirmación, sea la
experiencia tal y como surge en la concien-
cia: tratar de vivir de verdad en la presencia
de Dios y ver en uno mismo si esta presencia
coarta o libera, si nos hace menos o más
humanos (es decir, más responsables, más
buenos).
A los diez años, Sartre sintió que los ojos
de Dios lo escrutaban. Este hecho le hizo
percibirle como una ley que le impedía
hacer lo que le gustaba y decidió rechazarlo
para ser libre.
A los treinta años, Agustín leyó la Carta a
los Romanos y encontró la fuerza para rom-
per con unas largas relaciones de lascivia.

• ¿Dónde reconocer al hombre auténti-


co? ¿En la arbitrariedad sin restriccio-
nes de Sartre o en la capacidad de ele-
gir el bien de Agustín?

34 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

Sartre decidió hacer definitivo el egoís-


mo infantil que elige lo que le es agradable
al gusto o al tacto, pero también al deseo o
a la imagen de sí mismo. Con el tiempo, el
egoísmo se hace más refinado, aunque no
menos narcisista. San Agustín se decidió,
sin embargo, por truncar lo que, aunque
agradable, pensaba que era deshonesto.
El bien apresó la libertad y guió sus deci-
siones.
En el texto que estamos comentando, sin
embargo, Pablo no solo dice: «Todo es vues-
tro… y vosotros de Dios», sino que entre los
dos extremos, inserta una mediación: «Todo
es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cris-
to de Dios». La referencia a Cristo es crucial
para nosotros. De una parte, Jesús revela el
rostro del Padre y le confiere así una concre-
ción única al misterio trascendente de Dios;
por otra, Jesús se convierte en la referencia
concreta del discípulo que da una forma
definitiva a su estilo de vida. Jesús pertenece
a nuestro mundo; nos pertenece con su
cuerpo, con su cultura, con sus acciones. Sin
embargo, la forma de su existencia no está
determinada por el mundo, sino por la rela-
ción con Dios: Jesús es la palabra de Dios, es

© narcea, s. a. de ediciones 35
La libertad cristiana, don y tarea

obediente a Él, a Él se entrega en todo


momento y sobre todo en el momento
supremo de su Pasión. Por esta razón, la
existencia de Jesús en el mundo tiene una
forma trascendente; esto no significa una
forma mágica dotada de alguna cualidad
misteriosa. La magia de la vida de Jesús resi-
de en la radicalidad de su obediencia a Dios
y de su amor por los hombres; está en llevar
a su cumplimiento el impulso hacia la supe-
ración de sí mismo, elemento característico
y decisivo de la conciencia humana.
Jesús vino a este mundo no para ser servi-
do, sino para servir, no para apropiarse de
las cosas del mundo, sino para expropiarse
de sí mismo y de lo que le pertenecía. Podía
hacer esto porque «remitía su causa al que
juzga justamente» (1Pe 2,23), es decir, no
exigió que el mundo le hiciese plena justi-
cia y por tanto no pudo responder al mal
con el mal. Era capaz de hacer bien el bien
porque no tuvo necesidad de obtener una
recompensa mundana; se entregó a Dios y
esa entrega le hizo libre para darse en el
mundo.
Según Pablo, nosotros podemos seguir
este movimiento propio de la experiencia de

36 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

Jesús de Nazaret, siguiéndole como discípu-


los, aceptando su soberanía sobre nuestra
vida, o mejor dicho, aceptando la soberanía
de Dios a través de la mediación concreta,
humana, de Jesús. La muerte de Jesús relati-
viza nuestro miedo a la muerte porque para
el creyente, la muerte, al ser «con Jesús»,
pierde lo que tiene de negatividad y caren-
cia de esperanza. Paralelamente, la amis-
tad con Jesús relativiza la seducción de la
vida, porque los bienes que la vida puede
ofrecer se convierten en accesorios respecto
al bien de la amistad con Él. Esta es la liber-
tad que Jesús ofreció al joven rico cuando le
dijo:

Una cosa te falta. Ve, vende lo que tie-


nes, dáselo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo; después, ven y sígueme
(Mc 10,21).

Las dos afirmaciones van unidas: la posi-


bilidad de desprenderse de los bienes se pro-
duce cuando la posibilidad de seguir a Jesús
es tan importante, tan valiosa y deseable que
compensa ampliamente cualquier riesgo o
pérdida. Pablo dice a los Gálatas:

© narcea, s. a. de ediciones 37
La libertad cristiana, don y tarea

En cuanto a mí, no quiero gloriarme sino


en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
el cual yo estoy crucificado para el mundo
y el mundo para mí (Gal 6,14).

Cuya paráfrasis podrá ser: no quiero ni


necesito ningún argumento sobre el cual
basar mi propia seguridad más que el amor
de Dios que se me dio en la cruz de Jesús
con su muerte. Desde que conocí en la cruz
la revelación del amor de Dios, el mundo no
tiene la capacidad de seducirme o de asus-
tarme; puedo vivir en el mundo libre, libre
para vivir y libre para morir, libre para reci-
bir y libre para dar, libre ante mis límites y
libre también ante mis logros y mis éxitos.
Podemos volver ahora sobre el texto de
Romanos 8. Para los que, por la fe, viven en
la comunión de Cristo, no tiene valor un jui-
cio de condenación. Ese camino trágico de
incoherencia que, determinado por el egoís-
mo, conducía irremediablemente a la muer-
te, ha sido sustituido por un estilo de vida
nuevo, creado dentro de nosotros por el don
del amor de Dios, por la presencia de su
Espíritu. Desde el origen de nuestros pensa-
mientos y de nuestros deseos no existe ya el

38 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

dinamismo de la carne —es decir, el egoís-


mo individual o del grupo— sino el dinamis-
mo del Espíritu —es decir, el amor de Dios,
que ha sido derramado en nuestros corazo-
nes—; entonces esa forma de conducta que
la ley quería suscitar se cumple realmente en
nosotros, no por la fuerza de la ley, sino por
la del Espíritu, no por una capacidad de la
que podamos estar orgullosos, sino por un
don al que debemos estar agradecidos.
Vamos a explicar esto mejor, citando otro
versículo de la Carta a los Romanos:

El amor de Dios ha sido derramado en


nuestros corazones por el Espíritu Santo
que se nos ha dado (Rm 5,5).

El amor a Dios es ante todo el amor que


Dios nos tiene, un amor creativo y gratuito
que, como dice el Apóstol, no depende de
nuestra virtud ni de nuestros méritos —de
nuestra parte de amabilidad— sino de la
bondad generosa y gratuita de Dios. Este
amor, derramado en nuestros corazones, se
convierte en una fuente de vida nueva, no
definida solo por la pertenencia al mundo,
sino sobre todo por la apertura a Dios.

© narcea, s. a. de ediciones 39
La libertad cristiana, don y tarea

Afortunadamente, ocurre que el hombre


se enamora; «estar enamorado» define la
experiencia de quien, en sus decisiones y en
sus comportamientos, se mueve y se orienta
al amor que hay dentro de él. Hay un amor
de intimidad que une al marido y a la
mujer, a los padres y a los hijos, a los ami-
gos; hay un amor que se dirige a la sociedad
y que es el que mueve a los voluntarios y a
las diferentes organizaciones que intentan
mejorar el mundo en el que vivimos. Y hay,
por último, un amor dirigido a Dios que
responde a su amor primero y creativo,
«con todo tu corazón y con toda tu alma y
con todas tus fuerzas». Cuando este amor
invade la intimidad del hombre, se abre en
su interior el camino hacia una benevolen-
cia o amor universal que, por ejemplo, reco-
nocemos en la figura de san Francisco de
Asís: la alegría y la alabanza de Dios ante la
naturaleza, el amor a todas las criaturas,
incluso hasta al lobo de Gubbio, el beso al
leproso que es digno de ser amado a pesar
de la repugnancia que despierte; la sumi-
sión libre y alegre a todas las criaturas,
como Francisco pide a sus hermanos lla-
mándoles «menores».

40 © narcea, s. a. de ediciones
Redimidos gracias a Dios

Cuando el amor que viene de Dios se


implanta en el corazón del hombre, nacen
pensamientos nuevos, deseos nuevos, un
valor nuevo, una nueva capacidad de arries-
garse, una esperanza nueva. Es un complejo
de nuevas dimensiones que definen la exis-
tencia cristiana:

El amor de Cristo nos apremia al pensar


que, si uno murió por todos, todos por
tanto murieron. Y murió por todos, para
que ya no vivan para sí los que viven, sino
para aquel que murió y resucitó por ellos.
Así que, en adelante, ya no conocemos a
nadie según la carne. Y si conocimos a
Cristo según la carne, ya no le conocemos
así. Por tanto, el que está en Cristo, es una
nueva criatura; pasó lo viejo, todo es nuevo
(2Cor 5,14-17).

© narcea, s. a. de ediciones 41
JUSTIFICADOS
POR LA GRACIA

Pablo desarrolla una segunda línea de


pensamiento en la Carta a los Romanos para
explicar la impotencia de la ley. Es la que se
refiere a famoso tema de la justificación por
la fe:
Ahora, independientemente de la ley, la
justicia de Dios se ha manifestado, atesti-
guada por la ley y los profetas, justicia de
Dios por la fe en Jesucristo, para todos los
que creen —pues no hay diferencia algu-
na; todos pecaron y están privados de la
gloria de Dios— y son justificados por el
don de su gracia, en virtud de la redención

© narcea, s. a. de ediciones 43
La libertad cristiana, don y tarea

realizada en Cristo Jesús… Porque pensa-


mos que el hombre es justificado por la fe,
sin las obras de la ley… Entonces ¿por la fe
privamos a la ley de su valor? ¡De ningún
modo! Más bien, la consolidamos (Rm
3,21-24.28.31).

El término «justificación» indica la acción


que nos hace justos, que produce en noso-
tros la transición de la condición de pecado-
res a la de hombres justos ante Dios. Este
paso, dice Pablo, no se produce a través de la
ejecución de una serie de obras, las obras de
la ley, sino más bien a través de la fe que
acoge con gratitud el perdón de Dios, la
reconciliación con Dios.
Descrito en sus términos esenciales, el
proceso es más o menos el siguiente: el hom-
bre, al haber optado por la desobediencia
—la original de Adán, la de cada hombre y
la de todos los hombres— está ante Dios
como pecador, pero Dios, en vez de dejar
caer sobre él, el merecido juicio de condena,
le concede libremente la reconciliación, lo
declara (y por tanto lo hace) justo. Con el
acto de fe, el hombre «se deja reconciliar
por Dios, con Dios», reconciliado por Dios y

44 © narcea, s. a. de ediciones
Justificados por la gracia

con Dios, vive su nueva condición de hom-


bre justificado cumpliendo libremente la
voluntad de Dios. Cumpliendo la voluntad
de Dios, el hombre es llevado a la perfección
en la salvación que es precisamente comu-
nión con Dios y con toda la realidad en Dios.
La fe y las obras tienen cada una su pro-
pio lugar en este proceso: la fe como origen
y fundamento permanente, las obras como
fruto y por lo tanto expresión de la novedad
realizada por Dios en nosotros y acogida por
nosotros con la fe. En pocas palabras, la
Carta a los Efesios dice:

Dios, rico en misericordia, por el gran


amor con que nos amó, estando muertos a
causa de nuestros delitos, nos vivificó jun-
tamente con Cristo —por gracia habéis
sido salvados—; y esto no viene de voso-
tros, sino que es un don de Dios; tampoco
viene de las obras, para que nadie se glo-
ríe. En efecto, hechura suya somos: crea-
dos en Cristo Jesús, en orden a las buenas
obras que de antemano dispuso Dios que
practicáramos (Ef 2,4-5.8-10).

Remontar de la justificación al amor gra-


tuito y creador de Dios nos da una seguri-

© narcea, s. a. de ediciones 45
La libertad cristiana, don y tarea

dad que las obras nunca podrían alcanzar ni


garantizar.

• ¿Cuántas y qué obras serían necesarias y


suficientes para llegar a ser realmente
justo, para «expiar» cualquier pecado
(es decir, para producir un bien que
equipare o supere el mal producido
por el pecado)?

La respuesta parece imposible. Incluso


empeñándose con todo el corazón, parece
imposible al hombre superar la duda de que
sería necesario algún otro acto bueno, un
mayor compromiso o una virtud más since-
ra. En efecto, ¿le es realmente posible al
hombre expiar? El bien que haga, aunque
sea grande, nunca podrá borrar el mal
hecho; es inalcanzable borrar lo malo del
pasado que, por lo tanto, resulta no rescata-
ble por completo. Imposible, por lo tanto,
de esta manera, lograr la paz. El camino de
las obras resulta ser un callejón sin salida,
que no conduce a la justificación de la pro-
pia vida.
Sin embargo, Pablo dice que no tenemos
necesidad de marcarnos este objetivo, por-

46 © narcea, s. a. de ediciones
Justificados por la gracia

que Dios mismo ha tomado la iniciativa y ha


hecho libremente un gesto de amor gratui-
to, un gesto que reconcilia al mundo entero
con Dios:
Todo... proviene de Dios, que nos reconci-
lió consigo por Cristo y nos confió el mis-
terio de la reconciliación. Porque en Cris-
to estaba Dios reconciliando al mundo
consigo, no tomando en cuenta las trans-
gresiones de los hombres, sino poniendo
en nosotros la palabra de la reconciliación
(2Cor 5,18-19).

El mensaje liberador de Pablo tiene como


fondo el retrato del mundo pagano y judío
que esbozó en los tres primeros capítulos de
la Carta a los Romanos, un retrato oscuro: el
mundo pagano, sin ley, no solo hace el mal
cegado por su pasión, sino que quiere justi-
ficar su propio comportamiento y por eso
pronuncia un juicio hipócrita de aprobación
sobre el propio mal. A su vez el mundo judío
condena claramente el mal moral a partir de
la ley que tiene, pero al mismo tiempo no
logra evitar por completo la transgresión y
acaba encontrándose en una situación de
pecado no muy diferente de la del mundo

© narcea, s. a. de ediciones 47
La libertad cristiana, don y tarea

pagano. Pablo puede hacer este diagnóstico


de la condición humana a partir de la reve-
lación divina que afirma claramente la con-
dición de pecado del hombre. En Rm 3,10-
18 el apóstol recoge varios versículos, sobre
todo del libro de los Salmos, para funda-
mentar una afirmación radical: «No hay un
justo, ni siquiera uno» (Rm 3,10).
Garganta, lengua, labios, boca, pies,
ojos... todo es instrumento de un pecado
que distorsiona y pervierte el camino del
hombre: «No hay temor de Dios ante sus
ojos. No hay quien entienda, no hay quien
busque a Dios» (Rm 3,18;3,11).

48 © narcea, s. a. de ediciones
JUSTIFICADOS
POR EL AMOR

Pero aún podemos dar un paso más. Tal


vez es posible ver en la justificación divina
no solo el perdón de una multitud de peca-
dos particulares, sino también la curación de
una profunda herida espiritual que el hom-
bre, separado de Dios, lleva en su interior.
Trataré de explicarme. Yo nací y, como en
el caso de cualquier otro humano, este
hecho comportó unos riesgos para mi
madre, primero, en los nueve meses de
embarazo y después, en el momento del
parto. Una vez nacido, mi presencia ha
requerido de mis progenitores y de mi fami-

© narcea, s. a. de ediciones 49
La libertad cristiana, don y tarea

lia una serie de sacrificios tanto desde el


punto de vista económico como existencial.
La sociedad me ha tenido que proporcionar
y garantizar una educación y continúa asis-
tiéndome desde el punto de vista sanitario,
de seguridad social, etc. Aún más: para vivir
debo consumir alimentos y por lo tanto des-
truir plantas o carne de animales sacrifica-
dos; mi vida exige, por lo tanto, la muerte de
otros seres vivos; al mismo tiempo, al respi-
rar y vivir, inevitablemente produzco CO2 y
residuos que deben ser eliminados. Todavía
más: como vivo en sociedad, los demás
deben respetar mi vida por lo que de alguna
manera les obligo a tratar conmigo; a algu-
nos les resulto simpático, lo que no les supo-
ne demasiados problemas, pero los que me
encuentran antipático, se ven obligados a
soportarme. Podría extenderme en estas
reflexiones, pero creo que se entiende lo
que quiero decir: nuestra existencia tiene un
costo; produce necesariamente un impacto
en el ambiente y sobre los demás, obliga a
los otros y a la sociedad a pagar un precio. Ya
que somos conscientes de nosotros mismos,
no podemos pretender nada. No podemos
existir a la ligera, teniendo la existencia sim-

50 © narcea, s. a. de ediciones
Justificados por el amor

plemente como un hecho, desde el momen-


to en que nuestra existencia pesa de alguna
manera sobre los demás. Nos vemos obliga-
dos a preguntarnos por qué existimos y si es
justo que existamos y en qué condiciones
sería justo que lo hiciéramos.
En el origen de muchos de nuestros com-
portamientos está la necesidad de «justifi-
car» nuestra existencia y de llenarla con una
especie de éxito que la haga parecer justifi-
cada, que la haga valer. La riqueza, por ejem-
plo, parece deseable no solo por las expe-
riencias agradables que permite —de hecho,
muchos ricos no gozan en realidad de todas
sus riquezas— sino también porque la rique-
za es la medida del éxito y el éxito justifica
en cierto aspecto, la vida. Algo similar puede
decirse sobre la búsqueda ansiosa de éxito,
de poder, de cualquier forma de conquista.
Son muchas las acciones con las que el hom-
bre trata de justificarse ante sus propios ojos
y los de los demás, según la fórmula: «Yo
valgo, por lo tanto es justo que yo viva». Yo
valgo, porque he sido capaz de acumular
riqueza, porque he aparecido en la televi-
sión y todos me han podido admirar, porque
nadie puede resistir mi fuerza de seducción,

© narcea, s. a. de ediciones 51
La libertad cristiana, don y tarea

porque visto de firma, porque... porque... Ya


lo decía el Salmo 49:
Nadie puede rescatarse a sí mismo
ni pagar a Dios el precio de su liberación,
(el precio de su rescate es demasiado caro,
y nunca tendrá suficiente)
para poder seguir viviendo eternamente
sin llegar a ver el sepulcro (Sal 49,8-10).

También la multiplicación de obras bue-


nas o de gestos religiosos puede nacer de un
impulso similar, de la necesidad de justificar
la propia vida. Este impulso se reconoce
bien cuando esta necesidad se convierte en
obsesión; cuando hay necesidad de multipli-
car las oraciones y los actos de penitencia
hasta el infinito, de añadir algo más a lo que
ya está prescrito. Estamos pensando en for-
mulaciones del tipo: «Si rezas esta oración
tres veces al día durante catorce jueves sin
olvidar ninguno, te salvarás». En esta bús-
queda de una ejecución precisa es muy evi-
dente la necesidad de lograr una seguridad
absoluta a partir del propio comportamien-
to. Pero incluso para estas buenas obras
hace falta reconocer que el hombre nunca
será capaz de llegar victoriosamente a la

52 © narcea, s. a. de ediciones
Justificados por el amor

meta, y así justificarse a sí mismo a partir de


sí mismo. No logrará jamás tantas buenas
obras como serían necesarias y no las cum-
plirá nunca tan bien como para poderse
asignar la palma de la justicia.
El aspecto más paradójico de este meca-
nismo es que, a veces, el mismo suicidio se
presenta como la última y suprema posibili-
dad de justificar la propia vida: una obra
que, debido a su alto precio (el más alto que
un hombre puede pagar) puede redimirlo
todo. Quien tiene un agudo sentido de su
propia honra y encuentra que tiene que
afrontar una derrota o una vergüenza inso-
portable (un fracaso afectivo, económico o
social) puede pensar en el suicidio como
una forma suprema de expiar, de mostrarse
a sí mismo y al mundo que él era una perso-
na digna, que, a pesar de las apariencias, su
vida se justifica porque antepuso la virtud y
el honor a la vida misma.
Pues bien, el Evangelio es el anuncio de
que el hombre no tiene necesidad de justifi-
carse a sí mismo. Su vida está justificada ante
todo por sus actos y por el amor gratuito que
Dios le tiene. Es justo que viva no porque ha
conquistado una u otra meta, ha mostrado

© narcea, s. a. de ediciones 53
La libertad cristiana, don y tarea

una u otra capacidad, ha demostrado que es


mejor que otro, sino porque su vida siempre
ha seguido el diseño del amor eterno y libre
de Dios. Al sentido de culpa, que busca la
liberación a través de la multiplicación de
«obras» (religiosas o profanas), lo sustituye
la gratitud que desea responder con alegría
y generosidad al don recibido. Y no porque
haya ninguna duda sobre la total gratuidad
del don, sino porque solo una respuesta
agradecida permite al dinamismo del don
llegar a ser operante en lo vivido por el
donante. En suma, la justificación buscada a
través de la ejecución de las obras de la ley
fue sustituida por una justificación dada gra-
tuitamente por Dios mediante el don (y la
revelación) de su amor al cual el hombre
está llamado a responder con sus obras,
como necesariamente ocurre según la lógica
del don.

54 © narcea, s. a. de ediciones
EL DON DEL ESPÍRITU
Y LA ASCESIS

Por supuesto que esto debe entenderse


correctamente porque no se trata de imagi-
nar una transformación mágica. En la
magia, la ejecución de un determinado
ritual —decir algunas palabras o ejecutar
algunos gestos— produce necesaria e inme-
diatamente el efecto deseado: la puerta se
abre, el vil metal se vuelve oro, la rana se
convierte en un hermoso príncipe. Sería
ingenuo pensar que algo similar ocurre en
la existencia cristiana. Es verdad que el bau-
tismo nos inserta en Cristo ontológicamente
—como se debe decir— pero esto no signifi-

© narcea, s. a. de ediciones 55
La libertad cristiana, don y tarea

ca que el bautismo, por sí mismo, nos haga


inmediatamente capaces de una vida santa y
perfecta ante Dios. El bautismo es un nuevo
nacimiento en Cristo, pero nacemos bebés y
solo lenta y progresivamente nos converti-
mos en adultos, a través de un ejercicio pro-
gresivo de conocimiento, responsabilidad y
amor. Yo puedo conocer muy bien las notas
musicales y ser capaz de nombrar exacta-
mente las teclas de un piano, pero eso no
quiere decir que pueda interpretar a Cho-
pin. Puedo tener todos los conocimientos
necesarios, pero me falta el ejercicio. Tendré
que practicar muchas horas al día, durante
semanas, meses y años, si quiero tocar el
piano y tocarlo bien.
El Espíritu Santo que se nos da en la fe y
en el bautismo es la fuente de vida nueva,
pero se requiere un ejercicio constante y
prolongado para que esta vida nueva tome
forma y se organice en una serie de compor-
tamientos constantes y coherentes. No basta
con saber lo que debo hacer, ni es suficiente
creer en el amor de Dios, sino que es nece-
sario que los pensamientos se purifiquen
progresivamente, que los deseos se despren-
dan de todo lo que haya en ellos de negativo

56 © narcea, s. a. de ediciones
El don del Espíritu y la ascesis

y superfluo para que estén dirigidos hacia lo


mejor. Sería ingenuo pensar que la fe elimi-
na automáticamente de nuestro corazón los
deseos de orgullo o que tale las raíces del
egoísmo; sin embargo, hasta que estas raíces
no se supriman y hasta que nuestro corazón
no se deje atraer por nuevos deseos, será
difícil que se manifieste la vida cristiana.
Trahit sua quemque voluptas, escribió Virgi-
lio: «Cada cual se siente atraído por lo que le
gusta». De esta declaración de un poeta
pagano, san Agustín hizo una de las piedras
angulares de su espiritualidad. Solo cuando
el deseo del bien es más fuerte que el deseo
del éxito, solo cuando los pensamientos se
organizan en torno a la Palabra de Dios y sus
promesas, solo cuando los impulsos espontá-
neos del corazón han asimilado la fuerza del
perdón, solo entonces un cristiano puede
decir que es maduro. Recordaba Pablo a los
Corintios:

Yo, hermanos, no pude hablaros como a


espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Os di a beber leche y no
alimento sólido, pues todavía no lo podíais
soportar. Ni aún lo soportáis al presente;

© narcea, s. a. de ediciones 57
La libertad cristiana, don y tarea

pues todavía sois carnales. Porque, mien-


tras haya entre vosotros envidia y discordia
¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo
humano? Cuando dice uno: «Yo soy de
Pablo», y otro: «Yo soy de Apolo», ¿no pro-
cedéis al modo humano? (1Cor 3,1-4).

Es interesante ver que Pablo se refiere a


los cristianos de Corinto como personas
«carnales» (o, mejor dicho, como «carne»).
De hecho, ya han recibido el Espíritu Santo
y por lo tanto deberían ser «espirituales», no
carnales. Pero el Espíritu, aunque está pre-
sente en ellos, aún no ha tomado posesión
de los movimientos de sus corazones y por
eso parecen bebés, simples aprendices nova-
tos, en los que la envidia y la discordia toda-
vía son capaces de dominar sus pensamien-
tos y determinar sus comportamientos. Sin
embargo, el cambio se ha producido y debe-
rá dar frutos en el transcurso de su vida. Los
corintios deben tomar conciencia de su rea-
lidad y emprender el camino de la ascesis,
del ejercicio espiritual.
El don del Espíritu no hace superflua la
ascesis, sino que más bien la hace posible y
deseable, la sostiene en los momentos de

58 © narcea, s. a. de ediciones
El don del Espíritu y la ascesis

fatiga y de lucha. A su vez, la ascesis no sus-


tituye al don del Espíritu, de hecho puede
fundarse solo en este don porque es su efec-
to encarnado. No se trata de cumplir algu-
nos gestos externos heroicos con un gran
esfuerzo de voluntad, aprovechando todas
las energías psíquicas, sino de trabajar con
decisión y delicadeza sobre los sentimientos,
discerniendo los que vienen de Dios de los
que vienen de nosotros mismos o del demo-
nio, de establecer un camino de purifica-
ción lento y profundo que solo la escucha
afectuosa de la palabra de Dios y la acción
interior del Espíritu pueden ayudarnos a
cumplir.
Al final de su tratado sobre la teología de
san Pablo, Bultmann escribe una famosa
página que dice, en pocas palabras, lo que
yo he tratado de decir con muchas. Las hago
mías como conclusión de esta reflexión:

El hombre de fe vive libre de las preocupa-


ciones que tiene quien pone su confianza
en sí mismo; tiene (al menos eso parece)
el mundo a su disposición pero, sin embar-
go, no es su víctima. Tiene una única preo-
cupación «cómo agradar al Señor» (1Cor

© narcea, s. a. de ediciones 59
La libertad cristiana, don y tarea

7,32) y una sola ambición: «complacer al


Señor» (2Cor 5,9).
Libre de las preocupaciones del mundo
vinculadas a las cosas que perecen, libre de
«la tristeza del mundo» que produce
muerte (2Cor 7,10), se presenta ante el
mundo libre, como quien se alegra con los
que se alegran y llora con los que lloran
(Rm 12,15), como quien participa en el
tumulto del mundo, pero internamente
vive solo, «como si no fuese del mundo».
«Por tanto, los que tienen mujer, vivan
como si no la tuviesen. Los que lloran,
como si no llorasen. Los que están alegres,
como si no lo estuviesen. Los que com-
pran, como si no poseyesen. Los que dis-
frutan del mundo, como si no disfrutasen»
(1Cor 7,29-31).

En otras palabras, como un hombre libre.


Así, Pablo puede presumir:

No lo digo movido por la necesidad, pues


he aprendido a contentarme con lo que
tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy
avezado a todo y en todo: a la saciedad y al
hambre; a la abundancia y a la privación.
Todo lo puedo en Aquel que me conforta
(Flp 4,11-13).

60 © narcea, s. a. de ediciones
El don del Espíritu y la ascesis

Porque «ni muerte, ni vida nos pueden


separar del amor de Dios en Cristo» (Rm 8,38),
ya que «en la muerte como en la vida somos de
Cristo» (Rm 14,7-9). Entonces vida y muerte
tal y como las conocemos nosotros, hombres
«en la carne», han perdido respectivamente su
encanto y su terror (cf. 2Cor 5,9). Quien per-
tenece a Cristo, y a través de Él a Dios, se ha
convertido en maestro de todas las cosas:
Todo es vuestro… el mundo, la vida, la
muerte, lo presente, el futuro, todo es
vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios
(1Cor 3,21-23).
Libertad, justicia y vida tienen su origen en
Dios y es en ellas donde encuentra su sentido
la gloria de Dios como el fin último de todo.
Cristo es confesado como Señor para gloria de
Dios (Fil 2,11). En la asamblea deben resonar
oraciones de alabanza y acción de gracias para
gloria de Dios (Rm 15,6; 2Cor 1,20; 9,12-15).
«Ya comamos o bebamos hagámoslo todo para
gloria de Dios» (1Cor 10,31) así como los tra-
bajos apostólicos (2Cor 4,15). Cristo ha dado
cumplimiento a su obra para gloria de Dios
(Rm 15,7), y a Él entregará su reino «para que
Dios sea todo en todos» (1Cor 15,28).

© narcea, s. a. de ediciones 61
TEXTOS
La selección de los textos que sigue ha sido hecha
por Luciano Monari, Felisa Elizondo y Antonia
Martín.
La noble verdad del sufrimiento

Monjes,
esta es la noble verdad del sufrimiento:
el nacimiento es sufrimiento,
la vejez es sufrimiento,
la enfermedad es sufrimiento,
la muerte es sufrimiento,
asociarse con lo indeseable es sufrimiento,
separarse de lo deseable es sufrimiento,
no obtener lo que se desea es sufrimiento.
En resumen, los cinco objetos del apego
humano son sufrimiento.

© narcea, s. a. de ediciones 65
La libertad cristiana, don y tarea

Monjes, esta es la noble verdad del origen


del sufrimiento:
es el deseo que produce nuevos renacimientos,
que acompañado con placer y pasión
encuentra siempre nuevo deleite.
Es decir, el deseo por los placeres sensuales,
el deseo por la existencia
y el deseo por la no existencia.
Monjes, esta es la noble verdad del cese del
sufrimiento:
es la total extinción de ese mismo deseo,
su abandono, su descarte, liberarse del
mismo, su no dependencia.
Monjes, esta es la noble verdad del
sendero que conduce
al cese del sufrimiento.
Solamente este óctuple noble sendero:
recto entendimiento,
recto pensamiento,
recto lenguaje,
recta acción,
recta vida,
recto esfuerzo,
recta atención y
recta concentración.

BUDA SHAKYAMUNI, Discurso de Benarés

66 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

Muéstrame un hombre feliz


Déjame ver un estoico, si tienes uno. ¿Dónde
y cómo? Cierto, puedes mostrarme miles
que pronuncian bellos discursos sobre el
estoicismo...
¿Quién es, pues, estoico? Como decimos
una estatua de Fidias hecha según el arte
de Fidias, de la misma manera muéstrame
un hombre formado según los juicios que
expresa.
Muéstrame un hombre
que esté enfermo y sea feliz,
que esté en peligro y sea feliz,
que se esté muriendo y sea feliz,
que esté en el exilio y sea feliz,
difamado y feliz.
Mostrádmelo. Deseo, por todos los dioses,
ver un estoico.
Pero no podrás mostrarme al hombre
formado así, al hombre que se inclina
hacia estos ideales.
Concédeme este favor; no le niegues a un
viejo disfrutar de un espectáculo nunca
visto hasta ahora.

EPICTETO, Diatribas II,19,21-25

© narcea, s. a. de ediciones 67
La libertad cristiana, don y tarea

El querer y el poder

Mas yo, infeliz joven, y en sumo grado


infeliz, desde el principio mismo de mi
juventud os había pedido castidad, diciendo:
Dadme, Señor, castidad y continencia, pero
no ahora. Porque yo temía que despachaseis
luego al punto mi petición, y luego al punto
que sanaseis de la enfermedad de mi concu-
piscencia, la cual más quería verla saciada
que extinguida…
Me había parecido que el motivo que me
hacía diferir de día en día el seguiros a Vos
únicamente, despreciando la esperanza del
siglo, era porque no se me descubría alguna
cosa cierta hacia donde pudiese yo enderezar
los pasos de mi vida. Pero al fin llegó el día en
que mi corazón se me manifestase desnudo y
sin rebozo, y mi conciencia me reprendiese…
¿Qué cosas no dije contra mí? ¿Con qué
aspereza de sentenciosas palabras no castigué
y estimulé a mi alma, para que ella ayudase los
esfuerzos que yo hacía para irme tras de Vos?
Ella lo rehusaba y resistía, pero no se excusa-
ba. Todos los argumentos y pretextos que
hasta entonces había alegado estaban ya refu-
tados y deshechos, y le había quedado sola-

68 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

mente un temor mudo que no explicaba, y


consistía en que temía como el morir el apar-
tarse de la corriente de su costumbre, que la
consumía y llevaba a la perdición eterna… no
hacía lo que me agradaba mucho más que
todo aquello sin comparación alguna, siendo
así que luego que hubiera querido, hubiera
podido también ejecutarlo, porque era impo-
sible que no quisiese lo que efectivamente
quería y respecto de los actos de la voluntad,
lo mismo es el querer que el poder…
¿De dónde nace este monstruoso desor-
den?, ¿y cuál es la causa o principio de que
suceda una cosa tan extraña? Manda el alma
al cuerpo, y al instante es obedecida; mándase
el alma a sí misma, y halla resistencia… Pero
el caso es que eso mismo que ella quiere, no
acaba de quererlo entera y perfectamente,
conque tampoco entera y perfectamente lo
manda. Porque en tanto lo manda, en cuanto
lo quiere; y en tanto deja de hacerse lo que
manda, en cuanto ella no lo quiere…
Las cosas más frívolas y de menor importan-
cia, que solamente son vanidad de vanidades,
esto es, mis amistades antiguas, esas eran las
que me detenían, y como tirándome de la
ropa parece me decían en voz baja: pues qué,

© narcea, s. a. de ediciones 69
La libertad cristiana, don y tarea

¿nos dejas y nos abandonas? ¿Desde este


mismo instante no hemos de estar contigo
jamás? ¿Desde este punto nunca te será permi-
tido esto ni aquello? Pero ¡qué cosas eran las
que me sugerían!, ¡qué cosas me sugerían,
Dios mío!...
Luego que por medio de estas profundas
reflexiones se conmovió hasta lo más oculto y
escondido que había en el fondo de mi cora-
zón, y junta y condensada toda mi miseria se
elevó cual densa nube y se presentó a los ojos
de mi alma, se formó en mi interior una tem-
pestad muy grande, que venía cargada de una
copiosa lluvia de lágrimas… mas soltando las
riendas a mi llanto, brotaron de mis ojos dos
ríos de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis
como sacrificio que es de vuestro agrado.
También hablando con Vos decía muchas
cosas entonces, no sé con qué palabras, que si
bien eran diferentes de éstas, el sentido y con-
cepto era lo mismo que si dijera: Y Vos, Señor,
¿hasta cuándo habéis de mostraros enojado?
No os acordéis ya jamás de mis maldades anti-
guas… volví al lugar donde estaba sentado Ali-
pio, porque allí había dejado el libro del Após-
tol cuando me levanté de aquel sitio. Tomé el
libro, lo abrí y leí para mí aquel capítulo que

70 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

primero se presentó a mis ojos, y eran estas


palabras: No en banquetes ni embriagueces,
no en vicios y deshonestidades, no en contien-
das y emulaciones, sino revestíos de Nuestro
Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuida-
do en satisfacer los apetitos del cuerpo.
No quise leer más adelante, ni tampoco
era menester, porque luego que acabé de
leer esta sentencia, como si se me hubiera
infundido en el corazón un rayo de luz cla-
rísima, se disiparon enteramente todas las
tinieblas de mis dudas.

SAN AGUSTÍN,
Confesiones VIII, VII, 17-XII, 29

El Dios que nos mira

Durante varios años, todavía tuve relacio-


nes públicas con el Todopoderoso; en priva-
do, dejé de frecuentarlo. En una sola oca-
sión tuve la sensación de que Él existía.
Había jugado con cerillas y había quemado
un tapetito; y estaba poniendo maquillaje a
mi delito, cuando de improviso Dios me vio,
sentí su mirada dentro de mi cabeza y sobre

© narcea, s. a. de ediciones 71
La libertad cristiana, don y tarea

mis manos; busqué una escapatoria en el


baño.
La ira me salvó: me puse furioso ante una
indiscreción tan patente, blasfemé, susurré
como mi abuelo: «¡Por el amor de Dios! ¡Por
el amor de Dios!». No me miró nunca más.

JEAN PAUL SARTRE, Las palabras

Tus leyes no son cadenas

Se dice de ti, Dios mío, que eres espíritu.


Y de tu Santo Espíritu se dice que es el Dios
de la libertad: “El Señor es espíritu y donde
está el espíritu del Señor está la libertad”
(2Cor 3,17). Esta palabra no se dijo de ti en
cuanto dominas libremente las latitudes ili-
mitadas de tu propia vida, sino en cuanto
eres espíritu y vida nuestra. ¡Dios de la liber-
tad, Dios nuestro! Algunas veces casi podría
parecerme que creemos esta palabra acerca
de ti porque sabemos que estamos atados por
tu ley sobre la fe, que te reconocemos como
nuestro Dios de la libertad porque debemos
hacerlo, pero no tanto porque la amplia y
libre abundancia de tu vida llene nuestro

72 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

corazón y tu efervescente espíritu que sopla


donde quiere, nos haya hecho libres.
¿Eres tú en mi vida el espíritu de la liber-
tad o el Dios de las leyes? ¿O eres ambas
cosas? ¿O eres el Dios de la libertad a través
de la ley? Las leyes que tú mismo nos diste
no son cadenas.
Es cierto que tus propios mandamientos
son mandamientos de la libertad. En su aus-
tera sobriedad e inapelabilidad me libran del
torpe sumergirme en mi propia estrechez
con su pobre y cobarde concupiscencia.
Despiertan la libertad del amor hacia ti. Son
verdad porque ordenan poner arriba lo que
está arriba y no levantar sobre el altar de la
vida propia lo bajo.
Y porque son verdad, libertan estas leyes
que tú mismo diste en la nueva alianza —o
has dejado expresamente, puesto que abro-
gaste la ley vieja cuando Cristo “nos ha hecho
libres” (Gal 5,1)—, y así no nos quedó otra
cosa que “la ley de la libertad (Sant 2,12).
Tus propios mandamientos podrán ser
pesados, pero liberan.

KARL RAHNER,
Palabras al silencio. Ed. Dinor 1971

© narcea, s. a. de ediciones 73
La libertad cristiana, don y tarea

Grandeza de la libertad

La orientación del hombre hacia el bien


solo se logra con el uso de la libertad, la cual
posee un valor que nuestros contemporá-
neos ensalzan con entusiasmo. Y con toda
razón. Con frecuencia, sin embargo, la
fomentan de forma depravada, como si
fuera pura licencia para hacer cualquier
cosa, con tal que deleite, aunque sea mala.
La verdadera libertad es signo eminente de
la imagen divina en el hombre. Dios ha que-
rido dejar al hombre en manos de su propia
decisión para que así busque espontánea-
mente a su Creador y, adhiriéndose libre-
mente a este, alcance la plena y bienaventu-
rada perfección. La dignidad humana
requiere, por tanto, que el hombre actúe
según su conciencia y libre elección, es
decir, movido e inducido por convicción
interna personal y no bajo la presión de un
ciego impulso interior o de la mera coacción
externa. El hombre logra esta dignidad
cuando, liberado totalmente de la cautivi-
dad de las pasiones, tiende a su fin con la
libre elección del bien y se procura medios
adecuados para ello con eficacia y esfuerzo

74 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

crecientes. La libertad humana, herida por


el pecado, para dar la máxima eficacia a esta
ordenación a Dios, ha de apoyarse necesaria-
mente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá
que dar cuenta de su vida ante el tribunal de
Dios según la conducta buena o mala que
haya observado.

Gaudium et spes, nº 17

Libertad de espíritu

Ya sabéis que no hay peor ladrón que el


de casa, pues quedamos nosotras mismas,
que si no se anda con gran cuidado, y cada
una, como en negocio más importante que
todos, no se mira mucho en andar contradi-
ciendo su voluntad, hay muchas cosas para
quitar esta santa libertad de espíritu que bus-
camos, que pueda volar a su Hacedor, sin ir
cargadas de tierra y plomo. Gran remedio es
para esto traer muy continuo en el pensa-
miento la vanidad que es todo, y cuán pres-
to se acaba, para quitar la afición de las cosas
que son tan baladíes, y ponerla en lo que
nunca se acaba (que aunque parece flaco

© narcea, s. a. de ediciones 75
La libertad cristiana, don y tarea

medio, viene a fortalecer mucho el alma), y


en las muy pequeñas cosas traer gran cuida-
do; en aficionándonos a alguna, procurar
apartar el pensamiento della, y volverle a
Dios, y su Majestad ayuda.

SANTA TERESA DE JESÚS,


Camino de perfección 10, 1 y 2

La libertad de cambiar

El hombre no está totalmente condiciona-


do y determinado; él es quien determina si
ha de entregarse a las situaciones o hacer
frente a ellas. En otras palabras, el hombre
en última instancia se determina a sí mismo.
El hombre no se limita a existir, sino que
siempre decide cuál será su existencia y lo
que será al minuto siguiente. Análogamente,
todo ser humano tiene la libertad de cam-
biar en cada instante. Las bases de toda
predicción vendrán representadas por las
condiciones biológicas, psicológicas o socio-
lógicas. No obstante, uno de los rasgos prin-
cipales de la existencia humana es la capaci-
dad para elevarse por encima de estas

76 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

condiciones y trascenderlas. Análogamente,


y en último término, el hombre se trascien-
de a sí mismo; el ser humano es un ser auto-
trascendente...
La libertad, no obstante, no es la última
palabra. La libertad solo es una parte de la
historia y la mitad de la verdad. La libertad
no es más que el aspecto negativo de cual-
quier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la
responsabilidad. De hecho, la libertad corre
el peligro de degenerar en nueva arbitrarie-
dad a no ser que se viva con responsabilidad.
Por eso recomiendo que la estatua de la
Libertad en la costa este de EE. UU. se com-
plemente con la estatua de la Responsabili-
dad en la costa oeste.

VICTOR FRANKL,
El hombre en busca de sentido

Condición de todo crecimiento

No solamente existen ciertas necesidades


fisiológicas que piden satisfacción de mane-
ra imperiosa, sino que también hay ciertas
cualidades psicológicas inherentes al hom-

© narcea, s. a. de ediciones 77
La libertad cristiana, don y tarea

bre que deben necesariamente ser satisfe-


chas y que originan determinadas reaccio-
nes si se ven frustradas.
¿Cuáles son estas cualidades? La más
importante parece ser la tendencia a crecer,
a ensanchar y a realizar las potencialidades
que el hombre ha desarrollado en el curso
de la historia, tal, por ejemplo, el pensa-
miento creador y crítico, la facultad de tener
experiencias emocionales y sensibles dife-
renciadas... Parece que esta tendencia gene-
ral al crecimiento —equivalente psicológico
de una tendencia biológica— origina impul-
sos específicos, como el deseo de libertad y
el odio a la opresión, dado que la libertad
constituye la condición fundamental de
todo crecimiento.
Análogamente, el deseo de libertad puede
ser reprimido y desaparecer así de la concien-
cia del individuo, pero no por ello dejará de
existir como potencialidad, revelando su exis-
tencia por medio de aquel odio consciente o
inconsciente que siempre acompaña a tal
represión.

ERICH FROMM, El miedo a la libertad

78 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

El bien más preciado

Si se busca en qué consiste el bien más pre-


ciado de todos y cuál es el objetivo de cual-
quier legislación, encontramos que todo se
reduce a dos cuestiones principales: la liber-
tad y la igualdad, y sin esta última, la libertad
no puede existir. Renunciar a la libertad es
renunciar a ser hombre, a los derechos y a los
deberes de la humanidad... La verdadera
igualdad no se encuentra en que la riqueza
sea la misma para todo el mundo, sino en que
ningún ciudadano sea tan rico que pueda
comprar a otro ciudadano, ni que sea tan
pobre que se vea obligado a venderse.

JEAN JACQUES ROUSSEAU, El contrato social

Una libertad misteriosa y divina

El don del libre albedrío es como un


talento que Dios nos concede y, como los sir-
vientes de la parábola, debemos hacer uso
de él, no sepultarlo en la tierra. Implica que
lo invirtamos en buenas acciones, acciones
que correspondan a nuestra realidad y a

© narcea, s. a. de ediciones 79
La libertad cristiana, don y tarea

nuestra vocación, que nos hagan al mismo


tiempo más reales y más libres, a fin de que
con nuestra libertad nos aproximemos más a
Dios.
Pero somos libres para destruir nuestra
libertad apartándonos de la fuente de la
vida, de la verdad, del camino hacia Dios.
Una libertad que se entrega a la ilusión es
responsable de su propia ceguera y de su
propia esclavización. Pero mientras preserva
la capacidad de elección, da testimonio del
hecho de que es capaz de hallar perfecta
libertad en el amor de Dios.
Jesús dice que el hombre que vive por la
vida divina, que nace de nuevo del Espíritu y
no de la carne, vive una libertad misteriosa
y divina. “El viento sopla donde quiere, y
oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni
a dónde va. Así es todo lo que nace del Espí-
ritu” (Jn 3,8). San Pablo se hace eco de la
enseñanza del Maestro: “Donde está el Espí-
ritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor
3,17) Y Jesús también dice: “La verdad os
hará libres” (Jn 8,32).

THOMAS MERTON, El hombre nuevo

80 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

El sueño de la libertad

¡Yo tengo un sueño hoy! Yo tengo un sueño


que un día todo valle será elevado, toda coli-
na y montaña será bajada, los sitios escarpa-
dos serán aplanados y los sitios sinuosos serán
enderezados, y que la gloria del Señor será
revelada, y toda la carne la verá al unísono.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con
la que regresaré al sur. Con esta fe seremos
capaces de esculpir de la montaña de la
desesperación una piedra de esperanza.
Con esta fe seremos capaces de transfor-
mar las discordancias de nuestra nación en
una hermosa sinfonía de hermandad. Con
esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de
rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión
juntos, de luchar por nuestra libertad juntos,
con la certeza de que un día seremos libres.
Este será el día en que todos los niños de
Dios serán capaces de cantar con un nuevo
significado: “Mi país, dulce tierra de libertad,
sobre ti canto. Tierra donde mis padres
murieron, tierra del orgullo del peregrino,
desde cada ladera, dejen resonar la libertad”.
Entonces dejen resonar la libertad... Y
cuando esto ocurra, cuando dejemos reso-

© narcea, s. a. de ediciones 81
La libertad cristiana, don y tarea

nar la libertad desde cada pueblo, desde


cada estado y cada ciudad, seremos capaces
de apresurar la llegada del día en que todos
los hijos de Dios, hombres negros y hombres
blancos, judíos y gentiles, protestantes y
católicos, serán capaces de unir sus manos
y cantar las palabras de un viejo spiritual
negro: “¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos
libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin
somos libres!”

MARTIN LUTHER KING,


Discurso del 28 de agosto de 1963

Libertad interior

No tendremos la libertad externa más


que en la medida exacta en que hayamos
sabido, en un momento determinado, desa-
rrollar nuestra libertad interna.
La causa de la libertad se convierte en
una burla si el precio a pagar es la destruc-
ción de quienes deberían disfrutar la liber-
tad. Los medios violentos nos darán una
libertad violenta.
GANDHI

82 © narcea, s. a. de ediciones
Textos

La condición de la libertad

La condición de la libertad es ser de


muchos deseada y en pocos empleada. El
divino Platón decía muchas veces a los ate-
nienses: “Mirad, atenienses, por vosotros, y
no perdáis por viciosos lo que ganasteis por
esforzados; porque os hago saber que la
libertad, no menos necesidad tiene de cor-
dura para conservarse, que de esfuerzo para
ganarse”.

FRAY ANTONIO DE GUEVARA

La libertad y la verdad

La libertad de buscar y decir la verdad es un


elemento esencial de la comunicación huma-
na, no solo en relación con los hechos y la
información, sino también y especialmente
sobre la naturaleza y destino de la persona
humana, respecto a la sociedad y el bien
común, respecto a nuestra relación con Dios...
La paz exige cuatro condiciones esencia-
les: verdad, justicia, amor y libertad... Sola-
mente la libertad que se somete a la verdad

© narcea, s. a. de ediciones 83
La libertad cristiana, don y tarea

conduce a la persona humana a su verdade-


ro bien. El bien de la persona consiste en
estar en la verdad y en realizar la verdad.
JUAN PABLO II

La libertad es docilidad

La libertad cristiana y la obediencia cristia-


na son docilidad a la Palabra de Dios, es tener
el coraje de convertirse en odres nuevos, para
este vino nuevo que viene continuamente.
Este valor de discernir siempre: discernir, no
relativizar. Discernir siempre qué cosa hace el
Espíritu en mi corazón, qué cosa quiere el Es-
píritu en mi corazón, a dónde me lleva el Espí-
ritu en mi corazón. Y obedecer. Discernir y
obedecer.
Pidamos la gracia de la docilidad a la Pala-
bra de Dios, a esta Palabra que es viva y eficaz,
que discierne los sentimientos y los pensa-
mientos del corazón.
PAPA FRANCISCO

84 © narcea, s. a. de ediciones
COLECCIÓN “ESPIRITUALIDAD”
libros publicados
AGUADO, A.: La gracia de hoy. Intro- FERNÁNDEZ-PANIAGUA, J.: Las
ducción y selección de Mª J. Sego- Bienaventuranzas, una brújula para
via. encontrar el norte.
ALBAR, L.: Descenso a las profundida- — El lenguaje del amor.
des de Dios. FORTE, B.: La vida como vocación.
ALEGRE, J.: La luz del silencio, camino Alimentar las raíces de la fe.
de tu paz.
ÁLVAREZ, E. y P.: Te ruego que me GAGO, J.L.: Gracias, la última palabra.
dispenses. Los ausentes del banquete GÓMEZ, C. (ed.): El compromiso que
eucarístico. nace de la fe.
AMEZCUA, C. y GARCÍA, S.: Oír el GÓMEZ MOLLEDA, D.: Amigos
silencio. Lo que buscas fuera lo tienes fuertes de Dios.
dentro. — Pedro Poveda, hombre de Dios.
ANGELINI, G.: Los frutos del Espíritu. — Cristianos en una sociedad laica.
ASI, E.: El rostro humano de Dios. La GRÜN, A.: Buscar a Jesús en lo coti-
espiritualidad de Nazaret. diano.
AVENDAÑO, J. M.ª: La Hermosura de — Evangelio y psicología profunda.
lo pequeño. — La mitad de la vida como tarea es-
— Dios viene a nuestro encuentro. piritual.
— La oración como encuentro.
BALLESTER, M.: Hijos del viento. — La salud como tarea espiritual.
BEA, E.: Maria Skobtsov. Madre espiri- — Nuestras propias sombras.
tual y víctima del holocausto. — Nuestro Dios cercano.
BEESING, M.ª y otros: El eneagrama. — Si aceptas perdonarte, perdonarás.
Un camino hacia el autodescubri- — Su amor sobre nosotros.
miento. — Una espiritualidad desde abajo.
BIANCHI, G.: Otra forma de vivir. GUTIÉRREZ, A.: Citados para un en-
BOADA, J.: Fijos los ojos en Jesús. cuentro.
— Mi única nostalgia.
— Peregrino del silencio. HANNAN, P.: Tú me sondeas.
BOHIGUES, R.: Una forma de estar en
el mundo: Contemplación. IZUZQUIZA, D.: Rincones de la ciu-
BOSCIONE, F.: Los gestos de Jesús. La dad. Orar en el camino fe-justicia.
comunicación no verbal en los Evan-
gelios. JÄGER, W.: En busca del sentido de la
BOYER, M. G.: Mi casa, el primer lu- vida.
gar de oración. — Contemplación. Un camino espiri-
tual.
CANOPI, A. M.: ¿Has dicho esto por JOHN DE TAIZÉ: El Padrenuestro...
nosotros? un itinerario bíblico.
CHENU, B.: Los discípulos de Emaús. — La novedad y el Espíritu. Reflexiones
CLÉMENT, O.: Dios es simpatía. Brú- bíblicas.
jula espiritual en un tiempo compli- JOSSUA, J. P.: La condición del testigo.
cado.
LAFRANCE, J.: Cuando oréis decid:
DANIEL-ANGE: La plenitud de todo: Padre...
el amor. — El poder de la oración.
DOMEK, J.: Respuestas que liberan. — El Rosario. Un camino hacia la ora-
ción incesante.
EIZAGUIRRE, J.: Una vida sobria, — La oración del corazón.
honrada y religiosa. — El Rosario. Un camino hacia la ora-
ESTRADE, M.: Shalom Miriam. ción incesante.
— La oración del corazón.
FERDER, F.: Palabras hechas amistad. — Ora a tu Padre.
LAMBERTENGHI, G.: La oración, MOROSI, E.: ¿Cuánto falta para que
medicina del alma y del cuerpo. amanezca? La “noche” en nuestra
LOEW, J.: En la escuela de los grandes vida.
orantes.
LÓPEZ BAEZA, A.: La oración, aven- OSORO, C.: Cartas desde la fe.
tura apasionante. Solo se escucha — Siguiendo las huellas de Pedro Poveda.
desde el silencio.
LÓPEZ VILLANUEVA, M.: La voz, PACOT, S.: Evangelizar lo profundo del
el amigo y el fuego. corazón.
LOUF, A.: El Espíritu ora en nosotros. — ¡Vuelve a la vida!
— A merced de su gracia. PAGLIA, V.: De la compasión al com-
— Mi vida en tus manos. promiso. La parábola del buen sama-
— Escuela de contemplación. ritano.
LUTHE, H. y HICKEY, M.: Dios nos PÉREZ PRIETO, V.: Con cuerdas de
quiere alegres. ternura.
POVEDA, P.: Amigos fuertes de Dios.
MANCINI, C.: Escuchar entre las vo- — Vivir como los primeros cristianos.
ces una.
MARIO DE CRISTO, S.: Dios habla RAGUIN, Y.: Plenitud y vacío. El cami-
en la soledad. Diálogos sobre la vida no zen y Cristo.
espiritual. RECONDO, J. M.: La esperanza es un
MARTÍN, F.: Rezar hoy. camino.
MARTÍN VELASCO, J.: Testigos de la RIDRUEJO, B. M.ª: La llevaré al si-
experiencia de la fe. lencio.
— Vivir la fe a la intemperie. RODENAS, E.: Thomas Merton, el
MARTÍNEZ LOZANO, E.: El gozo de hombre y su vida interior.
ser persona. RUPP, J.; Dios compañero en la danza
— ¿Dios hoy? Creyentes y no creyentes de la vida.
ante un nuevo paradigma.
— Donde están las raíces. SAINT-ARNAUD, J.-G.: ¿Dónde me
— Nuestra cara oculta. Integración de la quieres llevar, Señor?
sombra y unificación personal.
MARTÍNEZ MORENO, I.: Guía para SAMMARTANO, N.: Nosotros somos
el camino espiritual. Textos de Ángel testigos.
Moreno de Buenafuente. SEGOVIA, M.ª J.: La gracia de hoy.
MARTÍNEZ OCAÑA, E.: Cuando la SEQUERI, P .A.: Sacramentos, signos
Palabra se hace cuerpo… en cuerpo de gracia.
de mujer. SOLER, J. M.: Kyrie. El rostro de Dios
— Cuerpo espiritual. amor.
— Buscadores de felicidad. STUTZ, P.: Las raíces de mi vida. Admi-
— Te llevo en mis entrañas dibujada. ración, libertad, reconciliación.
MARTINI, C. M.: Cambiar el corazón.
— La llamada de Jesús. TEPEDINO, A. M.ª: Las discípulas de
MATTA EL
MATTA ELMESKIN:
MESKIN: Consejos
Consejos para la
para Jesús.
oración. Introducción
la oración. de Jaume
Introducción de Boada.
Jaume TOLIN, A.: De la montaña al llano.
Boada. D.: Un camino hacia Dios.
MAURIN, Claves para el encuentro con Jesús.
MERLOTTI,
MAURIN, El aroma
Un camino
D.: G.: haciadeDios.
Dios. TRIVIÑO, M.ª V.: La oración de inter-
Meditaciones
MERLOTTI, G.:sobre la creación.
El aroma de Dios. sección.
Meditaciones
MONJE DE LA sobre IGLESIA
la creación. DE
ORIENTE,
MONJE DE UN: LA Amor sin límites.
IGLESIA DE URBIETA, J. R.: Treinta gotas de
MONARI,
ORIENTE,L.: LaUN:
libertad,
Amor donsinylímites.
tarea. Evangelio.
MORENO DE BUENAFUENTE, A.:
A la mesa del Maestro. Adoración. VAL, M.ª T.: Orantes desde el amanecer.
— Buscando mis amores. VEGA, M.: Contemplación y Psicolo-
— Eucaristía. Plenitud de vida. gía.
— Desiertos. Travesía de la existencia. VILAR, E.: La oración de contempla-
— Habitados por la palabra. ción en la vida normal de un cristiano.
— Palabras entrañables
— Voy contigo. Acompañamiento. ZUERCHER, S.: La espiritualidad del
— Voz arrodillada. Relación esencial. eneagrama.

También podría gustarte