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Hablábamos muy bajo cuándo entramos al cuarto, disponiéndonos a invocarlo de nuevo.

Encendimos unas velas para darle mayor solemnidad a la ocasión. La idea de poder acceder a
otro umbral era fascinante.

“Bueno, a lo que vinimos.” – dijo Ruíz. Colocando la tabla sobre la mesa improvisada.

Nos sentamos en círculo, nos concentramos luego colocamos nuestras manos en el triángulo a
excepción de Helena pues en esa ocasión quería estar solo como espectadora.

“¿Hay en éste lugar un espíritu que quiera comunicarse con nosotros?” Preguntó Diana.

Pasaron algunos segundos. Aún concentrados en absoluto silencio y en espera de que alguien
se contactara. El triángulo se empezó a mover hacia la palabra H O L A.

“¿Quién eres?”

El movimiento era lento y todos repetíamos letra por letra para formar la respuesta.

“J U A N”.

¿Se trataría del mismo Juan Fernández, con el que habíamos conversado anteriormente? Pensé
en ese momento.

Para salir de dudas pregunté a lo que él respondió: “S I“.

Diana continuó con el interrogatorio: “ Juan, ¿cómo es el lugar en dónde estás?”

Pero Juan respondió con otra pregunta: “¿D O N D E E S T Á H E L E N A?”.

Ella estaba sentada al lado de su novio Carlos.

Ya estaba formando otra palabra cuando Helena respondió con desconcierto: “Aquí estoy”.

Q U I E R O H A B L A R C O N E L L A.

Se quedó un momento quieto. Luego afirmó: “ C O L O C A L A M A N O E N L A T A B L A


P A R A P O D E R E S C U C H A R T E ”.

Nuestras miradas se posaron en Helena, cediéndole la vocería en la comunicación.

“¿Por qué quieres hablar conmigo?”

TU VOZ M E T RA N S M I T E ALGO INEXPLICABLE.

“Carlos ¿por qué no dibuja a Juan?” Dijo Ruíz.


Lo miramos buscando su aprobación. Sacó el carboncillo y el cuaderno de dibujo que siempre
carga, se hizo a un lado para comenzar a darle un rostro a nuestro interlocutor.

“¿Podrías describirte físicamente?”

Comenzó diciendo que tenía: cabello negro liso, piel blanca. Entre palabra y palabra iba formando
pequeños círculos. Nariz aguileña, ojos grandes, cejas pobladas.

Diana volvió a preguntar: “¿cómo es el lugar en dónde estás?”

Dijo que es un espacio inmenso, frío y oscuro. También que allí se siente una profunda tristeza
en el que nunca encuentra se encuentra consuelo. Que había muerto en 1914 cuando tenía 21
años, pero no nos quiso dar detalles sobre cómo había ocurrido. Carlos concentrado seguía en su
labor.

¿Moriste de alguna enfermedad?

¿Alguien te mató?

¿Moriste en un accidente?

Ante nuestra insistencia su amabilidad se convirtió en agresividad. Empezó a maldecir, decía


vulgaridades y colocaba letras sin ningún sentido.

Luego empezó a escribir: H E L E N A Y O T E C O N O Z C O. A H O R A Q U E T E E N C O N


TRÉ NO MEVO Y A S E P A R A R J A M A S D E T I.

Le exigió que se colocara la tabla sobre la cabeza. Ante su negativa la amenazó con violarla esa
misma noche y de ésta manera empezaría a consumar su venganza.

Ruiz con una risita nerviosa dijo: - Pare , hermano . Ya deje de mover eso. Éste juego ya no me
está divirtiendo. Mire cómo está la pelada.-

Helena estaba pálida, temblorosa y en algún momento me pareció escuchar que se iba a
desmayar.

Pero eso fue como echarle leña al fuego. Se enojó aún más. Atónitos frente a semejante
situación intentábamos desviar la conversación a otro tema pero el triángulo se movía
continuamente, en amenazas contra todos los asistentes.

Por otra parte Carlos hacía trazos rápidos pero precisos en los que descargaba todo el
resentimiento de este ser sobrenatural que parecía haberlo poseído. Sus ojos se inyectaron de
sangre, las venas de las sienes brotadas hacían surcos por donde el sudor iba cayendo.

Los demás, sin quitar las manos del triángulo intentábamos despedir a nuestro visitante, pero él se
reusaba a irse. Helena desesperada solo decía “déjame en paz”.
Ante lo que Juan respondió de modo radical: “ M A L V A D A P O R T I M E Q U I T E L A V I
DA N O P U D E S O P O R T A R T U T R A I C I O N A H O R A T E S E G U I R E H A S T A
T U M U E R T E. “

Empujábamos para que llegara hasta la palabra ADIOS, con todas nuestras fuerzas y por fin
deshacernos del desagradable visitante. Fue una lucha contra un enemigo invisible y teníamos
que llegar hasta el final. Cuando señaló la despedida soltamos la flecha exhaustos sin quitarle
siquiera la vista. Esperamos unos instantes. No se movió más. Lo ocurrido era inverosímil,
empezamos a hablar todos al tiempo como para asegurarnos de que había sido real. Diana fue a
consolar a Helena.

Carlos por su parte no decía nada mantenía los ojos clavados en su dibujo. Cuando me acerqué él
me extendió la hoja de papel. Se tapó la cara con las manos y empezó a llorar. Cuando vi el dibujo
mi impresión no pudo ser mayor al darme cuenta que lo que mi amigo había hecho era un auto
retrato.

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