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Módulo 19 - Manteniendo una vigorosa relación con Dios

Toda la clase analizará en forma personal y en silencio el pasaje de Apocalipsis 2: 1-7.


Luego de cinco minutos se compartirán y anotarán en la pizarra los elementos positivos que la
Iglesia de Éfeso tenía, así como las quejas de Jesús sobre ella (Apocalipsis 2: 2 al 4).
¿Podemos, nosotros también cometer ese error hoy? Se buscarán ejemplos prácticos y actuales.
¿Qué elemento de previsión, que antídoto tenemos contra ese mal? Cita pasajes bíblicos y
ejemplos prácticos actuales.

Nuestro propio peligro


Tal vez uno de los errores más comunes a los que nos exponemos quienes servimos a Dios es
el de buscarlo porque debemos ministrar a otros, muchas veces la necesidad de los demás
nos mueve a orar, o buscar un texto para exhortar. En el servir en las urgencias de la obra,
podemos olvidarnos del Autor de la Obra y de nuestra relación de amor personal con El. Es
muy fácil trabajar mucho, esforzadamente, ocuparnos tanto de la gente, que nuestro
tiempo con Dios, el amor que le tributamos, y la comunión que gozamos con El, se vayan
debilitando. Nuestro ser interior percibe una sequía, una falta de frescura, de intimidad con
Dios; pero estamos demasiado ocupados haciendo Su obra para detenernos. Este es un
peligro muy sutil y muy real para los obreros cristianos. Sin embargo, debemos recordar
que, si bien para Dios el servicio que le profesamos es importante, igual o más lo es la
motivación por la que lo servimos, y la relación que mantenemos con El. Dice Don Whitney:
“asegúrese de estar cerca de Él, tener su mirada fija en Él, crecer en el conocimiento de Él.
Asegúrese de que nada, ni siquiera el ministerio, pueda alejarle de su relación personal con
Jesús. Usted estará pensando, "¿Cómo puede ocurrir esto? Mi vida entera está edificada
alrededor de Cristo. No solo vivo para Él en general, sino que me he entregado a estudiar
Su Palabra y ministro a Su pueblo. ¿Cómo podría el ministerio alejarme de Cristo? Recuerde
este mandamiento, "Cuida de ti mismo...", fue escrito a un ministro (...)

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Así, el apóstol Pablo instruyó a su joven protegido en el ministerio para que pusiera especial
atención en sí mismo precisamente porque es fácil para un ministro no poner atención a sí
mismo y arruinar su vida espiritual por causa del ministerio”
Dios ha mostrado su amor para con nosotros ofreciéndose en Cristo, y espera un nivel de
reciprocidad digno de su entrega. Su pedido continúa siendo de amar a Dios con todo
nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas (Mateo 22: 36-
40). Mantener encendida la llama de nuestro amor por el Señor es un antídoto, que nos
protege de la costumbre, de la rutina, del profesionalismo en el ministerio.

Algunas señales de alarma


Los síntomas son útiles porque ayudan a diagnosticar la enfermedad que los causa. Del
mismo modo, los síntomas espirituales, nos permiten descubrir lo que sucede en nuestro
corazón. Algunas señales de un amor que se va deteriorando son:
 Disminución del deseo de estar con la persona amada, Dios en este caso, ya sea,
buscando su presencia en oración, o en la lectura de la Biblia.
 Falta de gozo o alabanza en el corazón, o palabras de queja o carnalidad (ya que de
la abundancia del corazón habla la boca).
 Disminución del deseo de estar con los hermanos en la fe, de tener verdadera
comunión.
 No sentir dolor al pecar, que muestra una conciencia que se va insensibilizando.
 Apatía, aburrimiento, falta de pasión en nuestra vida espiritual.
Si te ves reflejado en alguno de estos puntos, ¡atención! Es muy sencillo deslizarnos, y
cuando queremos acordar, nos encontramos lejos de Dios. El remedio es sencillo.

Protegiéndonos del peligro: una vida de adoración


En Juan 4: 23-24 Jesús dijo que la verdadera adoración es “en espíritu y en verdad”,
afirmando por contraposición que puede darse una adoración “en la carne y mentirosa o
engañosa”. Es deseo ardiente de Dios tener ese nivel de amor y relación con las personas. Al
decir que el Padre “busca adoradores”, indica no una acción humana esporádica, sino
continua. Jesús no tiene amantes ocasionales sino una Esposa comprometida con Él. El
adorador ha practicado tanto la adoración que ésta se ha convertido en una característica
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intrínseca de su persona. Que Dios “busque” a quien adora verdaderamente evidencia que la
adoración como estilo de vida no es la actitud común para el ser humano. El sentido excede
abundantemente al concepto actual de relacionar la adoración con algún estilo de música, o
con un culto.
La adoración bíblica es un modo de vivir, un estilo de vida. Es la actitud interna del
corazón del hombre de amor extremo por Dios, que implica la sumisión total a Él. La
palabra más frecuentemente usada para “adoración” en el Antiguo Testamento es “sacha”,
que significa “inclinarse, hacer reverencia”, conlleva la idea de una actitud de obediencia y
servicio. En el encuentro de adoración, el que adora se postra simbólicamente o físicamente,
ante la presencia de la majestad y santidad de Dios, reconociendo su deidad y mérito. La
palabra hebrea “kabod” se traduce “gloria” y significa el “honor” o el “peso de Dios”,
cuando hablamos de alguien importante, decimos que es una persona “de peso” y no
hablamos de kilos sino de calidad. El adorador al percibir el “peso” de Dios en la adoración
se inclina ante El. Así, el que adora está en completo sometimiento delante de Dios, por lo
cual Él puede actuar en el corazón del creyente.
En 2 Corintios 3: 18 Pablo dice que mirando a cara descubierta la gloria del Señor somos
“transformados”, somos hechos conforme a la imagen del Dios que adoramos, tomamos su
forma. La verdadera adoración es aquella que “transforma al adorador” a la imagen del Dios
de su adoración.

La verdadera adoración debe “indefectiblemente” modificar la vida del adorador


Un ejemplo muy claro de adoración y sus consecuencias se encuentra en Isaías 6: 1-8.
Cuando el profeta percibió la presencia de Dios llena de gloria, cuando contempló la grandeza
de Aquel a quien adoraba, también percibió su propia situación de pecaminosidad. En la
Biblia notamos repetidamente este patrón: un verdadero, auténtico encuentro con Dios
produce en los hombres la comprensión de su absoluta indignidad y pecaminosidad. El
adorador transita un proceso en el cual identifica su condición, se duele de ella y confiesa
sus faltas, humillándose delante de Quien es verdaderamente grande. En Isaías 6: 6-7 Dios
“interrumpe” a un serafín en su adoración y lo manda con un carbón ardiente a tocar la
boca del profeta para limpiarlo del pecado confesado y librarlo de culpas. Una vez perdonado

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el profeta escucha la “necesidad” de Dios de tener un vocero, y se ofrece a serlo. La
adoración se transformó en servicio, porque la obediencia es la expresión tangible del amor
profesado: Juan 14: 21. Una de las cosas que nos permitirán comprender si la adoración es
carnal y falsa o espiritual y verdadera es el fruto que dará en el comportamiento del
adorador con el paso del tiempo.
El ejemplo de Isaías demuestra que la percepción de la santidad de Dios nos lleva a
individualizar el propio pecado (Ver Lucas 5: 8 y Mateo 26: 22) y es un síntoma, el
resultado de una adoración genuina, de verdadera comunión con Dios y es así como podemos
recibir el perdón y disponernos al servicio. La verdadera adoración, impulsa a la acción.

Ser siervos de Dios no implica tener diariamente un encuentro con El como el de Isaías.
Pero sí implica practicar la adoración, amándole por sobre todas las cosas, sometiéndonos a
Él en cada asunto del ministerio, reservando tiempo y deseo para cultivar una relación de
amor ferviente. No caigamos en el error de la iglesia de Éfeso. Mantengamos vivo el primer
amor, santifiquémonos y sirvamos por causa de ese amor, no porque es nuestro trabajo.

Ten cuidado de tí mismo (1 Timoteo 4:16 a)


En forma individual y con toda honestidad evalúa tu relación con El.
¿Notas una laxitud en la práctica de los medios de gracia en tu vida?
¿Tienes algunos síntomas que pueden convertirse en peligrosos?
¿Qué medidas tomarás al respecto? Escribe una declaración personal de compromiso.

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