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La dimensión espiritual de la pobreza

Todos en la actualidad nos sentimos como destinatarios del Evangelio. Y eso está bien,
sin embargo, cuando lo leemos descubrimos que son los pobres los destinatarios
predilectos del anuncio de la Buena Noticia (Lc 4, 18). Y nosotros ¿Somos pobres?
¿Debemos serlo para ser los destinatarios de la Buena Noticia? ¿A qué nos está
llamando el Señor?

A partir de estas preguntas vamos a guiar nuestra reflexión con otra cuestión ¿Quiénes
son considerados como pobres en el Evangelio? Lo primero que debemos observar es
que el NT apenas si utiliza la expresión pobreza, sino que habla de los pobres. Como
intento de personalizar a los olvidados por la sociedad y darles un rostro específico
como a Lázaro. Luego nos cuestionaremos sobre el significado de la bienaventuranza
que nos plantean tanto Lucas como Mateo. “Felices los pobres” … “Felices los pobres
con espíritu” … finalmente, haremos un último paso meditando sobre la utilización
única de un verbo que aparece en la Carta de Pablo a los Corintios: “hacerse pobre”.
(2Cor 8, 9).

Pero antes una pequeña historia… «Un grupo de legión de María visitaba las casas en
“La Piñonada”, Portoviejo, cuando llegaron donde la sra. Tulmira que había tenido
trillizos. Ella apenas tenía tres días que había regresado del hospital. Vivía en una casita
de caña con el piso de tierra. Los recibió acostada en la cama y cuando empezaron las
conversaciones una legionaria le preguntó: ¿Qué necesita señora? Y ella mirando a sus
hijitos respondió: “Nada… soy feliz, así como estoy”».

La respuesta de Tulmira resuena en nuestra mente como una de las contradicciones


más grandes. ¿Cómo es posible que sea feliz ante la carencia material? Quizá porque
en su corazón ha decidido ser rica en el amor a sus hijos…

Para comprender lo que la Palabra de Dios considera como “los pobres” partiremos
desde el AT. Según el AT, el pobre se halla bajo la especial protección de la Deidad. El
pobre (dal, ’ebyôn) es aquel que se ha visto privado de sus derechos hereditarios (¡de
la tierra!). Puesto que la tierra es propiedad de Yahvé y ha sido dada por él al pueblo
entero, no tiene que existir en Israel la pobreza permanente (Código de la Alianza). El
Deuteronomio, según el cual no tendría que haber pobres en Israel, contiene extensas
disposiciones de protección en favor de los pobres. Sobre todo en los salmos el
concepto del pobre (‘ãnt, 'ebyôn), el cual con su clamor pide al mismo tiempo la
intervención de Dios en favor de su causa, se convierte en el concepto con que el
orante se identifica a sí mismo; este componente religioso domina el concepto de los
anãwim, que designa a los «piadosos humildes». Las calamidades del destierro hacen
que el pueblo aparezca colectivamente como los pobres (‘ãníyim, ‘“nãwim, 'ebyóním),
a quienes va dirigida la promesa de Dios de que ha de socorrerles en su desgracia. Con
esta orientación escatológica, el concepto -en el judaísmo antiguo sirve sobre todo a
los grupos de oposición (idea del «resto») para que formulen la comprensión que ellos
tienen de sí mismos como colectivo escogido.
En el fondo de Lc 6, 20 hay una palabra de Jesús: «Bienaventurados los pobres, porque
de ellos es el reino de Dios». Según el contexto en Lc 6, 21, se piensa en pobres de
verdad. La bienaventuranza se halla en la misma línea que el pensamiento
veterotestamentario y judío, según el cual el pobre se halla bajo la especial protección
de Dios, pero difícilmente tratará de continuar de manera directa la crítica social de los
profetas. La bienaventuranza tiene carácter de proclamación y quiere realzar la
insignificancia del orden de los valores terrenos, en vista de la salvación escatológica
que ahora comienza.

En Lucas la bienaventuranza de los pobres en 6, 20 se dirige luego directamente (en


segunda persona) a los discípulos o a la comunidad, a la que se promete consuelo
escatológico en la situación de tribulación. Sin embargo, no se trata de una simple
consolación; sino que la salvación existe ya de manera histórica y visible con sólo
volver la mirada al tiempo de Jesús, que prometió la buena nueva a los pobres.

Mateo, en cambio, interpreta a los pobres de la primera bienaventuranza como


«pobres en el Espíritu»; 5, 3. La expresión podría estar influida por Is 61, 1; 66, 2. Se
piensa en aquellos que tienen conciencia de depender enteramente de la misericordia
de Dios. Por tanto, Mateo quitó su filo paradójico a la bienaventuranza pronunciada
por Jesús, pero al mismo tiempo la protegió contra la interpretación errónea de que la
pobreza exterior bastaría por sí sola para garantizar la salvación.

Nos falta un último paso. Tal vez el más importante porque intentaremos comprender
una llamada que resuena en la vida del cristiano: “Hacerse pobre”. En 2Cor 8 Pablo
solicita la participación generosa en la colecta y se refiere para ello a la conducta
ejemplar de las comunidades macedónicas, teniendo en cuenta la profunda pobreza
en que se hallaban esas comunidades (v. 2). Está determinada por este contexto la
antítesis con la que se desarrolla en el v. 9 la renuncia que Cristo hace de sí: Él, que era
rico, se hizo pobre (eptwceusen) por ustedes para que se enriquecieran con su pobreza.
De hecho, la existencia misma Pablo está caracterizada también por una antítesis
semejante, ya que él, siendo pobre, hace ricos a muchos; 2Cor 6, 10.

Si comprendemos a Jesús pobre, desde la misma experiencia del pesebre, podemos


concluir que sus discípulos están llamados a hacer el camino del maestro, hacerse
pobres. La cuestión necesitaría de mayor profundización y sobre todo de mucho
encuentro con el Señor en la oración. A pesar de esto podríamos afirmar que nos
acercaríamos más a la comprensión de la pobreza, si superando nuestros prejuicios,
podremos aceptar que nos estamos haciendo pobres para tener espacio en el corazón
a aquello que realmente vale, amar a los hermanos.

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