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Índice

Portadilla
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Nota de la autora
Este es tu regalo
La espada del pasado

Un apasionante viaje a través


del tiempo en las Tierras
Altas de Escocia

S. K. Wallace
Sinopsis

La espada del pasado

Un apasionante viaje a través


del tiempo en las Tierras
Altas de Escocia

Sophie Davidson, una espadachina del presente, se ve envuelta


en una aventura sin precedentes cuando descubre una espada
antigua y es transportada al siglo XVII.
Allí, en medio de un conflicto ancestral, conoce a Ian
MacLeod, líder del clan MacLeod, y entre ellos nace un amor
profundo y prohibido.

Enfrentando desafíos que ponen a prueba su coraje y amor,


Sophie e Ian luchan por el futuro de su clan.

La Espada del Pasado es una narrativa fascinante que


combina hábilmente la historia y el romance, mostrando el
poder del amor para trascender barreras de tiempo y espacio.
Una obra que captura la esencia del espíritu humano, escrita
con la elegante pluma de S. K. Wallace.
Prólogo

El amanecer en las Tierras Altas de Escocia era un espectáculo


de sobrecogedora belleza, incluso en tiempos de guerra.
Mientras el cielo comenzaba a clarear, revelando lentamente
las ondulantes colinas y los profundos valles, una batalla
desgarradora tenía lugar en el corazón de estas tierras
ancestrales. El aire, impregnado de la humedad del rocío y el
frío cortante del norte, vibraba con el sonido del metal
chocando contra el metal, los gritos de hombres luchando por
sus vidas y el eco distante de las gaitas que aún resonaba en
los oídos de los guerreros.

En medio de este caos, Callum, un guerrero highlander de


renombre, luchaba con una destreza y ferocidad que lo hacían
destacar incluso entre los más valientes. Alto y robusto, con el
cabello oscuro empapado por la lluvia y la sangre de sus
enemigos, se movía con una gracia que contradecía su tamaño.
Su espada, una extensión de su brazo, era una tormenta de
acero, arrasando con todo a su paso.

A su alrededor, el combate se recrudecía. Los highlanders,


conocidos por su valentía y habilidad en el combate,
enfrentaban a sus adversarios con una determinación
inquebrantable. Callum, como líder, inspiraba a sus hombres
con su presencia imponente y su lucha incansable. Los gritos
de ánimo y las órdenes resonaban sobre el fragor de la batalla,
creando una sinfonía caótica y visceral.
—¡Por la libertad! ¡Por nuestras familias! —gritaba Callum,
elevando su espada para impulsar a sus hombres hacia
adelante.

Sin embargo, en el arte de la guerra, ni el más valiente está a


salvo de la fatalidad. Una flecha envenenada, disparada desde
la sombra, encontró su objetivo en Callum. El impacto lo
derribó, hiriéndolo de gravedad. A pesar del dolor que lo
consumía, se arrastró hasta una gran roca, su espalda contra el
frío granito, mientras su visión comenzaba a nublarse.

Consciente de que sus últimos momentos estaban cerca,


Callum reflexionó sobre su vida y su legado. Recordó las risas
de su gente, las promesas hechas, y las esperanzas de un futuro
pacífico para su clan. Con cada aliento que se le escapaba, una
determinación férrea se apoderaba de él. No permitiría que su
muerte fuera en vano.

Con un esfuerzo sobrehumano, se puso en pie, apoyándose en


su espada. A su alrededor, la batalla parecía desvanecerse,
como si el tiempo se hubiera detenido. Con una voz que
resonó más allá del campo de batalla, pronunció una maldición
que sería recordada por generaciones:

—Que solo un corazón valiente y puro, digno de la sangre de


los highlanders, pueda liberar esta espada. Y con ella, que se
libere el destino de nuestro clan.

Las palabras de Callum se elevaron sobre el clamor de la


batalla, cargadas de un poder antiguo y misterioso. Los
guerreros, tanto amigos como enemigos, se detuvieron por un
instante, sintiendo el peso de ese momento histórico.

Agotado y herido, Callum clavó su espada en la piedra. La


hoja se hundió en el granito como si fuera mantequilla, un
testimonio de su fuerza y su voluntad. Callum cayó de rodillas,
su mirada perdida en el horizonte lejano, donde el cielo
comenzaba a teñirse con los primeros destellos del amanecer.

Sus compañeros de batalla se acercaron, formando un círculo


alrededor de su líder caído. La tristeza y el respeto se
reflejaban en sus ojos. Callum, con una última mirada a su
amada tierra, cerró los ojos y se dejó llevar por la paz eterna.
La espada, ahora parte de la piedra, brillaba bajo los primeros
rayos del sol, marcando el final de una era y el comienzo de
una leyenda.

Los años pasaron, y la historia del valiente Callum y su espada


maldita se transmitió de generación en generación. La espada,
incrustada en la roca en aquel campo de batalla, se convirtió en
un lugar de peregrinación y respeto, un recordatorio constante
del sacrificio y la valentía del guerrero highlander.

Las Tierras Altas, con sus valles y montañas, continuaron


siendo testigo de la historia y los cambios, pero la leyenda de
Callum y su espada permaneció inmutable, aguardando el
momento en que un nuevo héroe, o heroína, surgiera para
liberarla y cumplir con el destino que él había sellado con su
último aliento.
Capítulo 1

Sophie Davidson, con sus ojos llenos de expectación y un


ligero temblor de emoción en sus manos, bajó del tren en la
estación de Edimburgo. Escocia, con su aire fresco y sus
paisajes verdes, se extendía ante ella como una promesa de
aventura y competición. Era una espadachina moderna, una de
las mejores en su categoría, y había viajado desde Londres
para competir en un torneo de esgrima internacional.

Vestida con una chaqueta de cuero y jeans ajustados, Sophie


arrastró su maleta, en la que llevaba cuidadosamente guardada
su espada de competición, hacia la salida de la estación. A su
alrededor, el bullicio de la ciudad se mezclaba con el sonido de
las gaitas a lo lejos, creando una melodía que le hacía latir el
corazón con más fuerza.

—Es increíble estar aquí —murmuró para sí misma, mientras


sus ojos recorrían la arquitectura antigua que se mezclaba con
la modernidad de la capital escocesa.

Al salir de la estación, un taxi la esperaba. El conductor, un


hombre de mediana edad con un acento marcado, la saludó
con una sonrisa amistosa.

—¿Al hotel Highland Queen, señorita? —preguntó, mientras


cargaba su equipaje.
—Sí, por favor —respondió Sophie, subiendo al vehículo.

Durante el trayecto, no pudo evitar quedar fascinada por las


calles empedradas, las casas de piedra y los jardines
cuidadosamente mantenidos que desfilaban ante sus ojos.
Edimburgo era una ciudad que parecía sacada de un cuento de
hadas, con su Castillo imponente vigilando desde lo alto.

—¿Primera vez en Escocia? —preguntó el taxista, mirándola a


través del espejo retrovisor.

—Sí, y estoy emocionada. Vine por el torneo de esgrima, pero


espero poder explorar un poco la ciudad también —respondió
Sophie, su voz delatando su entusiasmo.

—¡Ah, la esgrima! Un arte noble. Seguro que le va muy bien


—dijo el conductor con una sonrisa—. Y si tiene tiempo, no
deje de visitar las Tierras Altas. Hay mucha historia en esos
montes.

Sophie asintió, intrigada por la sugerencia. Las Tierras Altas,


con sus leyendas y paisajes, definitivamente estaban en su lista
de lugares a explorar.

El hotel Highland Queen era un edificio elegante, con un aire


de antigüedad y lujo. Sophie se registró y subió a su
habitación, donde se detuvo un momento para admirar la vista
de la ciudad desde su ventana.

—Mañana comienza el torneo —se dijo a sí misma, sintiendo


un cosquilleo de anticipación—. Es hora de demostrar de qué
estoy hecha.

La mañana siguiente, Sophie se encontró en el centro de


esgrima, un lugar moderno y bien equipado. Se puso su traje
de esgrima, ajustando la máscara y el florete con manos
expertas. Alrededor, otros competidores de todo el mundo se
preparaban, cada uno inmerso en su propio ritual
precompetitivo.

El torneo comenzó con una ronda de saludos y presentaciones,


donde Sophie se encontró con viejos conocidos y rivales de
competiciones anteriores. Había una atmósfera de
camaradería, pero también de competencia feroz.

—Sophie Davidson, del Reino Unido —anunciaron, y ella se


adelantó, saludando al público y a los jueces con una sonrisa
confiada.

Sus primeros enfrentamientos fueron un éxito rotundo. Sophie


demostró su habilidad y técnica refinada, ganando cada asalto
con una mezcla de gracia y precisión. Entre combates, se
permitió observar a sus competidores, analizando sus estilos y
estrategias.

—Estás imparable hoy —comentó uno de sus compañeros de


equipo, dándole una palmada en el hombro.

—Gracias, pero aún queda mucho torneo por delante —


respondió Sophie, manteniendo su concentración.

Al final del primer día, Sophie se encontraba entre los


primeros puestos, un resultado que la llenaba de satisfacción y
determinación. Esa noche, decidió dar un paseo por la ciudad
para relajarse y despejar su mente.

Caminando por las calles empedradas, Sophie se dejó llevar


por la belleza de Edimburgo bajo la luz de las estrellas. La
ciudad tenía una magia especial, una mezcla de historia y
misterio que la cautivaba.
—Mañana es otro día de competición —se recordó a sí misma
—. Pero después, me tomaré un tiempo para explorar más de
Escocia.

Sophie regresó al hotel con una sensación de paz y emoción.


En su corazón, sabía que esta viaje sería más que una simple
competición de esgrima. Escocia tenía algo especial
esperándola, algo que aún no podía entender completamente.

Mientras se dormía, imágenes de valles verdes, castillos


antiguos y leyendas de guerreros highlanders llenaban sus
sueños, preludiando las aventuras que aún estaban por venir en
las tierras místicas de Escocia.
Capítulo 2

Después de su exitosa participación en el torneo de esgrima,


donde había conseguido un meritorio segundo puesto, Sophie
Davidson decidió tomarse un día para explorar las famosas
Tierras Altas de Escocia. Llevaba una mochila ligera, una
chaqueta impermeable y su cámara fotográfica, ansiosa por
capturar la belleza del paisaje escocés que tantas veces había
visto en libros y películas.

El tren la llevó a un pequeño pueblo en el corazón de las


Tierras Altas, un lugar donde el tiempo parecía haberse
detenido. Casas de piedra con techos de paja se alineaban a lo
largo de calles estrechas, y en cada esquina, flores silvestres
añadían color al gris de las rocas.

—Este lugar es increíble —susurró Sophie para sí misma,


maravillada por la atmósfera del pueblo.

Comenzó su caminata por un sendero que serpenteaba a través


de las colinas, disfrutando del aire fresco y la tranquilidad del
entorno. Las verdes praderas se extendían hasta donde
alcanzaba la vista, interrumpidas solo por grupos de ovejas que
pastaban plácidamente.

Tras varias horas de caminata, Sophie llegó a un claro en el


bosque. En el centro, una gran piedra llamó su atención. Sobre
ella, una espada antigua y oxidada estaba clavada, como si
alguien la hubiera dejado allí hace siglos. La escena era tan
inusual que Sophie no pudo evitar acercarse, fascinada.

—¿Qué historia esconderás tú? —murmuró, observando la


espada con curiosidad.

En ese momento, un anciano que parecía aparecer de la nada,


se acercó a ella. Tenía el cabello blanco y una barba larga y
desordenada, y sus ojos brillaban con una mezcla de sabiduría
y picardía.

—Esa espada, joven dama, pertenece a la leyenda de Callum,


el guerrero highlander —dijo con una voz que sonaba como el
murmullo de un arroyo.

—¿Callum? —preguntó Sophie, intrigada—. ¿Quién era?

—Callum fue un valiente guerrero de estas tierras, hace


muchos siglos —comenzó el anciano, sentándose en una roca
cercana—. En una batalla decisiva por la libertad de su clan,
fue herido de muerte. Con sus últimas fuerzas, clavó su espada
en esa piedra y lanzó una maldición.

Sophie se sentó frente al anciano, completamente absorta en la


historia.

—¿Una maldición? —preguntó, su interés creciendo por


momentos.

—Sí —asintió el anciano—. Dijo que solo alguien con un


corazón valiente y puro, digno de la sangre de los highlanders,
podría liberar la espada y con ella, el destino de su clan.
Sophie miró la espada con nuevos ojos, maravillada por la
historia que acababa de escuchar. Era una mezcla perfecta de
historia y leyenda, de valentía y misterio.

—¿Y alguien ha intentado sacarla? —preguntó, su mente de


espadachina moderna analizando la posibilidad.

—Muchos lo han intentado a lo largo de los años, pero la


espada permanece inmóvil, como si estuviera esperando al
elegido —explicó el anciano con una sonrisa enigmática.

Sophie se levantó y se acercó a la espada. La contempló


durante unos momentos, pensando en la historia del guerrero y
en la maldición. Luego, impulsada por una mezcla de
curiosidad y desafío, extendió su mano y agarró el mango de la
espada.

—¿Qué haces, joven dama? —preguntó el anciano,


sorprendido.

—Voy a intentarlo —respondió Sophie, su voz firme y


decidida.

Con un esfuerzo, tiró de la espada, pero esta no se movió ni un


milímetro. Sophie frunció el ceño y volvió a intentarlo,
poniendo toda su fuerza en el acto. Sin embargo, la espada
seguía tan inmóvil como antes.

—Parece que no soy la elegida —dijo Sophie con una sonrisa,


soltando la espada.

—No te desanimes, joven dama. La leyenda de Callum ha


resistido el paso del tiempo, y quizás aún no sea el momento
de que se cumpla —dijo el anciano, poniéndose de pie.
Sophie asintió, aceptando la sabiduría de sus palabras.
Después de agradecer al anciano por la historia, se despidió y
continuó su caminata por las Tierras Altas, reflexionando
sobre la leyenda y lo que podría significar.

Mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte, Sophie


se sintió agradecida por haber tenido la oportunidad de
conocer una parte tan fascinante de la historia y la cultura
escocesas. Sabía que esta experiencia sería un recuerdo que
atesoraría por siempre.

Esa noche, de vuelta en su hotel, Sophie no podía dejar de


pensar en la espada y en el guerrero Callum. Algo dentro de
ella sentía una conexión inexplicable con la leyenda, como si
de alguna manera, su destino estuviera entrelazado con el del
antiguo guerrero highlander.

—Quizás haya algo más en esa leyenda —murmuró para sí


misma antes de quedarse dormida, soñando con batallas épicas
y destinos entrelazados bajo el cielo estrellado de las Tierras
Altas.
Capítulo 3

Sophie Davidson se quedó mirando la espada, su mente


llenándose de preguntas y curiosidad. El anciano la observaba,
una expresión de interés mezclada con sorpresa en su rostro. A
pesar de su intento anterior, algo en su interior le decía que
debía intentarlo nuevamente. Era un impulso inexplicable, casi
mágico, que la impulsaba hacia la espada.

—Voy a probar otra vez —anunció, su voz resonando con una


determinación que ni ella misma entendía.

El anciano asintió, un brillo de anticipación en sus ojos.


Sophie se acercó a la piedra y tomó el mango de la espada con
ambas manos. Esta vez, en lugar de tirar con fuerza, cerró los
ojos y se concentró. Sentía la textura fría y áspera del metal
bajo sus dedos, y una energía extraña parecía fluir entre ella y
la espada.

Con un movimiento suave y firme, Sophie tiró de la espada.


Para su asombro, y el del anciano, la espada se deslizó fuera de
la piedra con una facilidad sorprendente, como si hubiera
estado esperando ser liberada por ella.

En ese instante, el cielo sobre ellos pareció oscurecerse y un


torbellino de viento y luz comenzó a formarse alrededor de
Sophie. Ella, incapaz de soltar la espada, se vio envuelta en un
remolino de energía que la elevó del suelo.
—¿Qué está pasando? —gritó, su voz casi ahogada por el
rugido del viento.

El anciano, con una mezcla de asombro y respeto, observaba la


escena, consciente de que estaba presenciando algo
extraordinario.

El torbellino de luz y viento giraba cada vez más rápido,


envolviendo a Sophie en un capullo de energía pura. A su
alrededor, el paisaje comenzó a desvanecerse, reemplazado por
imágenes borrosas y sonidos distantes.

Sophie, aferrada a la espada, cerró los ojos con fuerza,


sintiendo que su cuerpo era arrastrado a través del tiempo y el
espacio. Una sensación de vértigo la invadió, y por un
momento, pensó que perdería el conocimiento.

Cuando el torbellino finalmente se disipó, Sophie cayó al


suelo con un golpe sordo. Desorientada y temblorosa, abrió los
ojos lentamente. Lo que vio la dejó sin aliento.

Ya no estaba en el claro de las Tierras Altas. En su lugar, se


encontraba en medio de un bosque denso, con árboles altos y
un cielo que parecía de otro tiempo. La espada, aún en su
mano, brillaba con una luz tenue.

—¿Dónde estoy? —murmuró, poniéndose de pie con


dificultad.

Mirando a su alrededor, Sophie se dio cuenta de que algo


increíble había ocurrido. La ropa que llevaba había cambiado;
ahora vestía un atuendo que parecía sacado de un cuento de
hadas, con un corpiño ajustado y una falda larga. En su
cintura, la espada de Callum colgaba de un cinturón de cuero.
Confundida y asustada, comenzó a caminar, buscando algún
indicio de dónde se encontraba. El bosque parecía
interminable, pero finalmente, llegó a un claro donde pudo ver
un valle extenso, con campos de cultivo y al fondo, un castillo
imponente.

Sophie se detuvo, intentando procesar lo que veía. Era como si


hubiera sido transportada a otro tiempo, a otra época. La idea
era absurda, pero todo a su alrededor parecía confirmarlo.

De repente, escuchó voces y el sonido de cascos de caballos


acercándose. Escondiéndose detrás de un árbol, vio a un grupo
de hombres armados, vestidos con kilts y armaduras,
montados en caballos robustos. Llevaban las insignias de un
clan, aunque Sophie no podía identificar cuál.

—Debo estar soñando —se dijo a sí misma, su corazón


latiendo con fuerza—. Esto no puede ser real.

Pero cuando los hombres pasaron cerca de su escondite, uno


de ellos se detuvo. Tenía el cabello rojizo y una barba espesa,
y sus ojos grises la miraban con curiosidad.

—¿Quién eres y qué haces aquí, lass? —preguntó con una voz
profunda y un acento escocés marcado.

Sophie salió de su escondite, sosteniendo la espada con


firmeza. No sabía dónde estaba ni en qué momento, pero algo
dentro de ella le decía que debía ser fuerte.

—Me llamo Sophie Davidson —respondió, su voz temblorosa


pero decidida—. Y honestamente, no tengo idea de cómo
llegué aquí.
El hombre la miró con sorpresa y desconfianza, pero también
con una pizca de admiración. Sophie, sosteniendo la espada
del guerrero Callum, estaba a punto de descubrir que su vida
estaba a punto de cambiar para siempre.
Capítulo 4

Sophie Davidson, aún sosteniendo firmemente la espada de


Callum, observó con cautela al hombre que se había detenido
frente a ella. Era alto, con hombros anchos y una mirada
penetrante que emanaba autoridad. Vestía un kilt con los
colores de un clan que Sophie no reconocía, y su armadura
relucía bajo el sol tenue del atardecer.

—¿Quién eres, y cómo llegaste a estas tierras con la espada de


Callum? —preguntó el hombre, su voz un tono más bajo,
cargada de sospecha.

Sophie tragó saliva, intentando encontrar las palabras


adecuadas. ¿Cómo explicar que había venido del futuro, de un
tiempo y un lugar que este hombre no podría ni empezar a
comprender?

—Mi nombre es Sophie Davidson —comenzó, su voz más


firme de lo que se sentía—. Vine a Escocia para un torneo de
esgrima y… me encontré con esta espada. No sé cómo llegué
aquí.

El hombre la miró con incredulidad, luego su mirada se


suavizó ligeramente.

—Soy Ewan MacGregor, líder del clan MacGregor —se


presentó, desmontando de su caballo—. Esta espada pertenece
a una leyenda antigua en nuestras tierras. Si de verdad la has
liberado, debe haber una razón poderosa detrás.

Sophie asintió, aún confundida por la situación en la que se


encontraba. Alrededor, los demás hombres del clan observaban
la escena con curiosidad y cautela.

—Necesitamos llevarla con nosotros —dijo Ewan,


dirigiéndose a sus hombres—. Es posible que su llegada tenga
un significado importante para nuestro clan.

Sin más, Ewan ayudó a Sophie a montar en su caballo y


comenzaron a avanzar por el bosque. Sophie se sentía
completamente desorientada, tratando de asimilar que, de
alguna manera, había viajado en el tiempo hasta el siglo XVII.

A medida que cabalgaban, el paisaje cambiaba. Los campos


abiertos daban paso a colinas ondulantes y bosques densos.
Finalmente, llegaron a un asentamiento fortificado: el hogar
del clan MacGregor.

—Bienvenida a nuestro hogar —dijo Ewan, desmontando y


ayudando a Sophie a hacer lo mismo.

Sophie miró a su alrededor, asombrada por la vista del castillo


y las viviendas que lo rodeaban. Todo parecía sacado de un
libro de historia, desde las estructuras de piedra hasta la gente
que se movía por el lugar, vistiendo ropas de otra época.

Fueron recibidos por varios miembros del clan, quienes


miraban a Sophie con curiosidad y algo de recelo. Ewan les
explicó brevemente la situación, enfatizando el misterioso
modo en que Sophie había aparecido con la espada.
—Debemos hablar con el consejo del clan —dijo Ewan,
dirigiéndose a Sophie—. Ven, te llevaré a un lugar donde
puedas descansar y luego discutiremos qué hacer.

Sophie siguió a Ewan hacia el interior del castillo, sus pasos


resonando en los pasillos de piedra. Le asignaron una pequeña
habitación con una cama de madera y un pequeño ventanal que
daba a los campos.

Una vez sola, Sophie se sentó en el borde de la cama, tratando


de procesar todo lo que había ocurrido. ¿Había viajado
realmente en el tiempo? ¿Y qué significaba liberar la espada
de Callum? Su mente daba vueltas con preguntas sin
respuesta.

Después de un rato, una joven entró en la habitación. Vestía un


sencillo vestido de lana y llevaba una bandeja con comida.

—Soy Moira, sirvo al clan MacGregor —se presentó, dejando


la bandeja sobre una pequeña mesa—. Si necesitas algo, solo
tienes que pedirlo.

—Gracias, Moira —dijo Sophie, agradecida por la amabilidad


de la joven.

—¿De dónde vienes? Nunca había visto a nadie vestido como


tú —preguntó Moira, con una curiosidad inocente.

Sophie suspiró, preguntándose cómo explicar su origen sin


sonar como una loca.

—Vengo de muy lejos —respondió final

mente—. Un lugar diferente, con costumbres distintas.


Moira asintió, aunque claramente no entendía del todo.

—Ewan MacGregor es un buen líder, justo y valiente —dijo


Moira—. Si él te ha traído aquí, debe creer que es por una
buena razón.

Sophie asintió, comiendo algo de la comida que Moira había


traído. A pesar de la situación extraordinaria en la que se
encontraba, no podía negar que la comida era deliciosa.

Una vez que Moira se fue, Sophie se quedó pensando en su


situación. Estaba en medio de un conflicto entre clanes, en una
época que solo conocía por los libros de historia. Y, por alguna
razón, la espada de Callum parecía ser la clave de todo.

—Necesito respuestas —murmuró para sí misma, decidida a


descubrir el significado detrás de su presencia en ese tiempo y
lugar.

Esa noche, en la reunión con el consejo del clan, Sophie


intentó explicar su situación lo mejor que pudo. Los miembros
del consejo escucharon con escepticismo, pero la presencia de
la espada y la manera en que Sophie había aparecido les hizo
considerar que había algo de verdad en sus palabras.

—No sabemos por qué has llegado a nuestro tiempo, ni cuál es


tu propósito aquí —dijo Ewan, mirándola con seriedad—.
Pero si has sido capaz de liberar la espada de Callum, debes
tener un destino importante en nuestro clan.

Sophie asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus


hombros. No tenía respuestas, pero estaba decidida a
encontrarlas.
—Haré lo que pueda para ayudar —dijo, su voz resonando con
determinación en la sala del consejo.

Esa noche, Sophie se acostó en su cama, la espada de Callum


apoyada contra la pared cerca de ella. El destino había tejido
una red compleja en la que ahora estaba atrapada, y solo el
tiempo revelaría el papel que debía desempeñar en la historia
del clan MacGregor.
Capítulo 5

La luz del alba apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas


de la habitación de Sophie cuando fue bruscamente
despertada. Un grupo de hombres armados, vestidos con los
colores del clan MacLeod, irrumpieron en la habitación. La
sorpresa y la confusión se apoderaron de ella mientras era
arrastrada fuera de la cama.

—¿Qué está sucediendo? —exclamó Sophie, intentando


liberarse.

—Eres prisionera del clan MacLeod —anunció uno de los


hombres, un gigante con una barba espesa y ojos duros como
el acero—. Se te acusa de espionaje.

Sophie, aún en pijama y descalza, fue llevada fuera del castillo


MacGregor y forzada a montar un caballo. La llevaron a través
de las Tierras Altas, atravesando colinas y valles, hasta llegar a
un castillo imponente, rodeado por un muro de piedra.

Una vez allí, fue escoltada a una celda en las mazmorras del
castillo. La habitación era fría y húmeda, con una pequeña
ventana que dejaba entrar un débil rayo de luz. Sophie se sentó
en el suelo de piedra, abrazándose a sí misma para mantener el
calor.
—¿Cómo he llegado a esto? —murmuró, temblando
ligeramente.

No pasó mucho tiempo antes de que la llevaran ante el líder


del clan MacLeod, un hombre llamado Ian MacLeod. Alto,
con el cabello oscuro y una mirada intensa, Ian examinó a
Sophie con curiosidad.

—Me han dicho que te encontraron con la espada de Callum,


una reliquia de gran importancia para nuestro pueblo —dijo
Ian, su voz profunda y autoritaria—. ¿Cómo una mujer como
tú, vestida de manera tan extraña, llegó a poseer tal objeto?

Sophie, de pie frente a Ian, sintió una mezcla de miedo y


desafío.

—Soy Sophie Davidson, y vine aquí por accidente —explicó,


su voz firme a pesar de la situación—. No sé cómo llegué a
este tiempo, pero no soy una espía.

Ian la miró detenidamente, como si tratara de discernir la


verdad en sus palabras.

—Tus ropas, tus modales, todo en ti es extraño. Incluso tu


forma de hablar es diferente —dijo Ian, caminando alrededor
de Sophie—. Eres un enigma, Sophie Davidson.

Sophie levantó la barbilla, enfrentando la mirada escrutadora


de Ian.

—Puedo demostrar que sé manejar la espada —ofreció,


recordando las habilidades que la habían llevado al torneo de
esgrima en su propio tiempo.
Ian sonrió ligeramente, intrigado por su propuesta.

—Muy bien, te daré la oportunidad de demostrarlo —dijo,


haciendo una señal a uno de sus hombres.

Fueron llevados a un patio amplio, donde Ian ordenó que le


dieran una espada a Sophie. A pesar de estar descalza y vestida
inapropiadamente, Sophie tomó la espada con confianza,
adoptando una postura de combate que había perfeccionado
durante años de entrenamiento.

Ian, armado con su propia espada, se enfrentó a ella.


Comenzaron un duelo que rápidamente atrajo la atención de
los miembros del clan, quienes se reunieron alrededor para
observar.

Sophie se movía con agilidad, parando y atacando con una


destreza que sorprendía a los espectadores. Ian, por su parte,
era un espadachín experimentado y no tardó en adaptarse al
estilo de lucha de Sophie.

—Eres buena con la espada —admitió Ian, después de varios


intercambios de golpes.

—Aprendí desde pequeña —respondió Sophie, sin dejar de


concentrarse en el combate.

El duelo continuó durante varios minutos más, hasta que Ian


finalmente bajó su espada, señal de que el combate había
terminado.

—Acepto que tus habilidades con la espada son


impresionantes —dijo Ian, mirando a Sophie con una mezcla
de respeto y curiosidad—. Pero eso no explica cómo llegaste
aquí ni por qué.
Sophie bajó su espada, sintiendo un cansancio repentino.
Había demostrado

su habilidad, pero aún quedaban muchas preguntas sin


respuesta.

—No tengo todas las respuestas —admitió—. Pero puedo


asegurarle que no soy una amenaza para su clan.

Ian asintió lentamente, aún sin estar completamente


convencido.

—Te mantendremos bajo vigilancia —decidió—. Hasta que


podamos determinar quién eres realmente y cuál es tu
propósito aquí.

Sophie fue llevada de vuelta a su celda, donde se sentó en el


suelo, reflexionando sobre su situación. Había impresionado al
clan MacLeod con sus habilidades, pero aún estaba lejos de
entender cómo había llegado a ese tiempo y qué se esperaba de
ella.

Mientras la luz del día se desvanecía en la celda, Sophie se


prometió a sí misma que encontraría las respuestas. No
importaba cuánto tiempo o esfuerzo le llevara, estaba decidida
a descubrir la verdad detrás de su inesperado viaje en el
tiempo y la misteriosa espada de Callum.
Capítulo 6

La luz del día apenas se filtraba por las rendijas de la celda de


Sophie cuando la puerta se abrió. Ian MacLeod, el líder del
clan, entró, su presencia llenando la pequeña habitación.
Sophie se levantó rápidamente, enfrentándolo con una mirada
desafiante.

—Buenos días, Sophie Davidson —saludó Ian, con un tono


que mezclaba formalidad y curiosidad—. He venido a hablar
contigo.

Sophie, cruzando los brazos, lo miró con cautela.

—¿Sobre qué? —preguntó, su voz firme.

Ian se sentó en el único taburete de la celda, su postura


relajada pero autoritaria.

—Ayer demostraste ser una espadachina hábil, algo inusual en


una mujer de tu… procedencia —comenzó Ian—. Quiero
saber más sobre ti, sobre cómo llegaste aquí y qué sabes de la
espada de Callum.

Sophie se sentó en el suelo, consciente de que esta podría ser


su oportunidad para ganar algo de confianza y, tal vez, su
libertad.
—Ya te dije que no sé cómo llegué aquí —explicó Sophie—.
Vine a Escocia en mi tiempo para un torneo de esgrima y
encontré la espada en un claro. La siguiente cosa que supe es
que estaba aquí, en tu tiempo.

Ian la observó atentamente, como si tratara de descifrar un


enigma.

—¿Tu tiempo? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Qué


quieres decir con eso?

Sophie suspiró. Sabía lo loco que sonaba, pero decidió decir la


verdad.

—Vengo del futuro, Ian. Del siglo XXI —dijo, esperando su


reacción.

Ian se quedó en silencio por un momento, procesando sus


palabras. Luego, con una mirada pensativa, asintió lentamente.

—Es una afirmación difícil de creer, pero hay algo en ti que


me dice que no mientes —admitió—. Y tu habilidad con la
espada… no es algo común en las mujeres de esta época.

Sophie asintió, aliviada por su aparente aceptación.

—En mi tiempo, las mujeres pueden ser lo que quieran.


Esgrimistas, líderes, lo que sea —explicó—. No estoy aquí
para causar problemas, Ian. Solo quiero entender por qué estoy
aquí y cómo puedo volver.

Ian se levantó, caminando hacia la puerta de la celda.


—Te creeré, por ahora —dijo, dándole una última mirada—.
Pero debes quedarte bajo nuestra vigilancia. No podemos
correr riesgos.

—Entendido —respondió Sophie, un atisbo de esperanza


brillando en sus ojos.

A lo largo de los días siguientes, Sophie fue permitida


moverse dentro del castillo bajo supervisión. Su presencia era
objeto de curiosidad y susurros entre los miembros del clan,
muchos de los cuales nunca habían visto a una mujer como
ella.

Ian, por su parte, se encontraba cada vez más fascinado por


Sophie. Su carácter fuerte, su inteligencia y su habilidad con la
espada lo impresionaban y confundían a partes iguales. En sus
momentos a solas, no podía evitar pensar en ella,
preguntándose sobre su verdadera historia y el misterio que la
rodeaba.

Una tarde, Ian la invitó a caminar por los jardines del castillo.
A pesar de la tensión inicial, pronto se encontraron hablando
con facilidad.

—¿Cómo es tu mundo, Sophie? —preguntó Ian, genuinamente


interesado.

Sophie le habló de los avances tecnológicos, de los cambios en


la sociedad, y de su vida como esgrimista. Ian escuchaba con
asombro, su mente luchando por imaginar un mundo tan
diferente al suyo.

—Es difícil imaginar todo lo que me cuentas —confesó Ian—.


Pero hay algo en tus ojos que me dice que dices la verdad.
Sophie sonrió, agradecida por su disposición a escuchar.

—También es difícil para mí estar aquí, en una época tan


distinta a la mía —dijo—. Pero estoy aprendiendo mucho
sobre tu gente y tus costumbres.

Ian la miró, sus ojos reflejando una mezcla de admiración y


algo más, algo que él mismo no podía definir.

—Eres una mujer extraordinaria, Sophie Davidson —dijo, su


voz baja—. No sé qué destino te ha traído aquí, pero creo que
es por una razón importante.

Sophie lo miró, sintiendo una conexión inesperada con este


hombre de otro tiempo. Había algo en Ian, en su fuerza y su
liderazgo, que la atraía de una manera que no podía explicar.

—Quizás ambos estamos aquí para descubrir esa razón —


sugirió Sophie, su corazón latiendo un poco más rápido.

Ian asintió, su mirada fija en la de ella. En ese momento,


ambos sintieron que, a pesar de las diferencias de tiempo y
lugar, había algo que los unía. Un destino compartido que aún
estaba por descubrirse.
Capítulo 7

Los días en el castillo MacLeod transcurrieron con una mezcla


de rutina y asombro para Sophie Davidson. A pesar de estar
bajo vigilancia constante, había logrado ganarse cierta libertad
dentro del castillo y un grado de respeto entre algunos
miembros del clan. Ian MacLeod, en particular, mostraba un
interés creciente por su presencia, un interés que Sophie no
podía evitar encontrar intrigante y, en cierta medida,
halagador.

Una tarde, mientras caminaba por los vastos jardines del


castillo, Sophie se encontró con el anciano que le había
contado la historia de la espada de Callum en su propio
tiempo. Su corazón dio un vuelco al verlo. Era imposible,
pensó, pero ahí estaba él, con su barba blanca y sus ojos
sabios, mirándola como si no hubiera pasado un día desde su
último encuentro.

—¿Cómo es posible que estés aquí? —preguntó Sophie,


incrédula.

—La maldición de la espada de Callum es más compleja de lo


que imaginas —respondió el anciano, su voz tranquila y serena
—. Yo soy su guardián, atado a ella a través de los siglos.

Sophie escuchó, fascinada, mientras el anciano le explicaba la


verdadera naturaleza de la maldición. Callum había sido un
líder valiente, pero también un hombre de gran sabiduría y
visión. Al pronunciar la maldición, había unido su destino y el
de su clan a la espada, asegurando que solo alguien digno y
con un corazón puro podría liberarla y, con ello, cambiar el
curso del futuro de su pueblo.

—¿Y qué tiene que ver todo eso conmigo? —preguntó Sophie,
sintiendo que su corazón latía con fuerza.

—Eres la elegida, Sophie —dijo el anciano con solemnidad—.


La única capaz de liberar la espada y, con ella, alterar el
destino del clan MacLeod.

Sophie se quedó sin palabras. La idea de que su llegada a ese


tiempo y su encuentro con la espada no fueran meras
coincidencias la abrumaba.

—Pero ¿por qué yo? No tengo nada que ver con este lugar ni
con su gente —insistió, tratando de procesar la información.

—El destino no elige según el linaje o la procedencia —


respondió el anciano—. Elige según el corazón y el valor. Y
tú, Sophie Davidson, tienes ambos.

Sophie se sentó en un banco de piedra, tratando de asimilar lo


que acababa de escuchar. La responsabilidad que recaía sobre
sus hombros era enorme, y no estaba segura de estar a la
altura.

—¿Y qué se supone que debo hacer? —preguntó, mirando al


anciano con ojos suplicantes.

—Debes ayudar al clan MacLeod en su momento de mayor


necesidad —explicó el anciano—. Tu presencia aquí no es un
error, es una oportunidad para cambiar el curso de la historia.
Sophie asintió, sintiendo una determinación creciente en su
interior. Si el destino la había traído hasta aquí, haría todo lo
posible por cumplir con su papel.

En los días siguientes, Sophie se dedicó a aprender todo lo que


pudo sobre el clan MacLeod y sus conflictos con los clanes
vecinos. Ian se convirtió en su guía y confidente,
compartiendo con ella los desafíos a los que se enfrentaba su
gente.

La conexión entre Sophie e Ian se fortaleció con cada


conversación y cada momento compartido. Había una
comprensión mutua y un respeto que iba más allá de las
diferencias de tiempo y cultura.

Una noche, mientras caminaban juntos por los pasillos del


castillo, Sophie se detuvo y miró a Ian a los ojos.

—No sé qué pasará ni cómo acabará todo esto —dijo—, pero


quiero que sepas que haré todo lo que esté en mi mano para
ayudar a tu clan.

Ian la miró, la intensidad de su mirada revelando la


profundidad de sus propios sentimientos.

—Lo sé, Sophie —respondió, su voz baja y emocionada—. Y


no importa lo que suceda, siempre estaré agradecido por tu
llegada a nuestras vidas.

Sophie asintió, sintiendo una conexión emocional con Ian que


nunca había experimentado. Juntos, enfrentarían lo que el
destino les tenía reservado, unidos por una maldición antigua y
un lazo que trascendía el tiempo y el espacio.
Capítulo 8

Los días en el castillo MacLeod se deslizaban entre las


sombras del amanecer y el crepúsculo, tejiendo una rutina que
Sophie Davidson empezaba a considerar familiar. A su lado,
Ian MacLeod, líder del clan y figura que imponía tanto respeto
como misterio, se había convertido en una constante en su
vida. Entre ellos, un vínculo inesperado había comenzado a
florecer, uno que trascendía las barreras del tiempo y el
espacio.

Sophie pasaba sus días aprendiendo sobre la cultura y las


tradiciones del clan. Ian, a menudo, era su guía, compartiendo
historias y leyendas que hacían que el pasado cobrara vida ante
sus ojos. Durante estas sesiones, los momentos de silencio
compartido eran tan elocuentes como las palabras. Había una
conexión profunda que crecía entre ellos, un entendimiento
mutuo que ninguno de los dos podía negar.

—Eres una mujer sorprendente, Sophie —confesó Ian un día


mientras caminaban por el bosque cercano al castillo. Las
hojas crujían bajo sus pies, y el aroma fresco del musgo
llenaba el aire.

—¿Sorprendente? —preguntó Sophie, una sonrisa juguetona


en sus labios—. ¿En qué sentido?
Ian la miró, sus ojos reflejando una mezcla de admiración y
algo más profundo, algo que no se atrevía a explorar
completamente.

—En todos los sentidos —respondió, su voz baja y sincera—.


Tu fuerza, tu inteligencia, tu habilidad con la espada… y tu
corazón.

Sophie bajó la mirada, sintiendo cómo sus mejillas se teñían


de rojo. La intensidad de la mirada de Ian la hacía sentir
vulnerable, pero también profundamente conectada a él.

—Gracias, Ian —dijo, su voz apenas un susurro—. Tú también


eres… bastante sorprendente.

El aire entre ellos vibraba con una tensión no dicha, una


atracción que ambos sentían pero que luchaban por mantener
bajo control. Eran conscientes de las diferencias que los
separaban, no solo en términos de tiempo y cultura, sino
también en responsabilidades y deberes.

Sophie era una mujer del siglo XXI, arrastrada a un tiempo


que no era el suyo, y Ian era el líder de un clan, atado a las
tradiciones y obligaciones de su gente. Ambos sabían que
cualquier relación entre ellos estaba plagada de
complicaciones.

En las semanas siguientes, sus encuentros se hicieron más


frecuentes. Compartían comidas, paseos y largas
conversaciones bajo las estrellas. La atracción mutua crecía
día a día, pero también lo hacía la conciencia de las barreras
que los separaban.

Una noche, mientras observaban el cielo estrellado desde las


almenas del castillo, Ian se atrevió a romper el silencio que se
había instalado entre ellos.
—Sophie, hay algo que debo decirte —comenzó, su voz tensa
por la emoción contenida.

Sophie lo miró, su corazón latiendo con fuerza ante la seriedad


de su tono.

—¿Qué sucede, Ian?

—Desde que llegaste, todo en mi mundo ha cambiado —dijo


Ian, sus ojos buscando los de ella—. No puedo negar lo que
siento por ti, pero también soy consciente de las
complicaciones que ello conlleva.

Sophie se mordió el labio, luchando contra las emociones que


amenazaban con desbordarla.

—Yo también siento algo por ti, Ian —confesó—. Pero sé que
no puede haber nada entre nosotros. Vengo de otro tiempo, y
tarde o temprano, tendré que encontrar la manera de regresar.

Ian asintió, la tristeza reflejada en su mirada.

—Lo sé, y eso es lo que hace esto aún más difícil —admitió
—. Pero no puedo ignorar lo que hay en mi corazón, Sophie.
No cuando cada día que pasa, me haces sentir cosas que nunca
antes había experimentado.

Sophie se acercó a él, sus manos temblorosas buscando las


suyas. El contacto de sus dedos fue eléctrico, enviando un
escalofrío por todo su cuerpo.

—Ian, no sé qué nos depara el futuro —dijo, su voz cargada de


emoción—. Pero mientras esté aquí, quiero vivir cada
momento lo mejor que pueda, incluso si eso significa
enfrentarme a lo imposible.

Ian la atrajo hacia él, envolviéndola en un abrazo que


transmitía tanto la fuerza de sus emociones como la
desesperación de su situación. Juntos, bajo el manto de las
estrellas, se permitieron un momento de debilidad, un
momento en el que solo existían ellos dos y el sentimiento que
compartían.

Pero la realidad era implacable, y ambos sabían que debían


enfrentarse a sus respectivos destinos, por mucho que desearan
lo contrario. Sophie e Ian estaban unidos por algo más grande
que ellos mismos, y eso era algo que ninguno de los dos podía
ignorar.
Capítulo 9

En las profundidades de las Tierras Altas, una tensión palpable


se había apoderado del castillo MacLeod. Mensajes urgentes
habían llegado durante la noche, llevando noticias que
presagiaban un conflicto inminente. Los Campbell, un clan
rival conocido por su ferocidad y sed de poder, habían
desafiado a los MacLeod. La amenaza de una batalla se cernía
sobre ellos, una batalla que podría decidir el destino de ambos
clanes.

Sophie Davidson se encontraba en la sala principal del castillo


cuando Ian MacLeod entró, su expresión sombría. Los
miembros del clan se habían reunido, la ansiedad y la
preocupación reflejadas en sus rostros. Ian subió a la
plataforma elevada, dirigiéndose a su gente con una voz que, a
pesar de su calma, no podía ocultar la gravedad de la situación.

—Los Campbell han cruzado nuestras tierras y amenazan con


atacarnos —anunció Ian, sus palabras resonando en la sala—.
Debemos prepararnos para la batalla, defender nuestro hogar y
nuestro honor.

Un murmullo de determinación se extendió entre los presentes.


Los hombres y mujeres del clan MacLeod eran guerreros
valientes, dispuestos a luchar hasta el final por su tierra y su
gente.
Sophie, de pie entre la multitud, sintió un nudo en el
estómago. La perspectiva de una batalla real era aterradora,
muy distinta de cualquier cosa que hubiera experimentado en
su propio tiempo.

Después de la reunión, Ian se acercó a Sophie, su mirada


encontrándose con la de ella.

—Debes permanecer a salvo, Sophie —dijo, su voz teñida de


preocupación—. No puedo permitir que te pongas en peligro.

Sophie asintió, entendiendo su preocupación, pero una parte de


ella deseaba poder hacer más, ayudar de alguna manera.

—Entiendo, Ian —respondió—. Pero si hay algo que pueda


hacer, no dudes en decírmelo.

Ian la miró, la intensidad de sus ojos revelando la tormenta de


emociones que lo habitaba.

—Lo haré —prometió, antes de alejarse para atender los


preparativos para la batalla.

Los días siguientes estuvieron marcados por una actividad


frenética en el castillo. Los guerreros del clan se entrenaban,
afilaban sus espadas y reparaban sus armaduras. Las mujeres
preparaban vendajes y remedios, y se aseguraban de que
hubiera suficientes provisiones.

Sophie se ofreció a ayudar en lo que pudiera, utilizando sus


conocimientos de primeros auxilios aprendidos en su tiempo.
Aunque no podía luchar en la batalla, se sentía determinada a
contribuir de alguna manera a la defensa del clan.
Una noche, mientras ayudaba a preparar vendajes en la sala de
curas, Ian entró, su rostro reflejando el peso de su
responsabilidad como líder.

—¿Cómo estás, Sophie? —preguntó, acercándose a ella.

Sophie levantó la vista, sus manos deteniéndose en su tarea.

—Estoy bien —respondió—. Preocupada, pero bien.

Ian asintió, su mirada recorriendo la sala llena de suministros


médicos y mujeres trabajando.

—Eres valiente —dijo—. A pesar de todo lo que ha sucedido,


te mantienes fuerte.

Sophie sonrió débilmente, agradecida por sus palabras.

—Estoy aquí para ayudar, Ian. Este es ahora mi clan también


—dijo, su voz firme.

Ian se quedó un momento en silencio, luego extendió su mano


y tocó la de Sophie, un gesto sencillo pero lleno de
significado.

—Gracias, Sophie —murmuró—. Por todo.

En los ojos de Ian, Sophie vio la mezcla de fortaleza y


vulnerabilidad de un hombre que estaba a punto de liderar a su
pueblo en una batalla que podría cambiar sus vidas para
siempre. Por un momento, todo lo demás pareció desaparecer,
y solo quedaron ellos dos, unidos por un lazo que iba más allá
de la lógica y el tiempo.
La mañana de la batalla amaneció gris y sombría. Las nubes
bajas prometían lluvia, y un viento frío soplaba desde el norte.
Los guerreros del clan MacLeod se reunieron en el patio del
castillo, preparados para marchar hacia el encuentro con su
destino.

Sophie, de pie junto a las otras mujeres, observó a Ian mientras


se dirigía a sus hombres. En su armadura, con la espada en la
mano, era la imagen misma de un líder guerrero, imponente y
decidido.

—Hoy luchamos por nuestro hogar, por nuestra familia y por


nuestro futuro —proclamó Ian, su voz resonando con fuerza y
convicción—. ¡Por el clan MacLeod!

El grito de batalla se elevó en el aire, un sonido poderoso que


llevaba consigo la determinación y la valentía de un pueblo
dispuesto a defender lo suyo hasta el final.

Sophie observó cómo Ian y sus guerreros partían hacia la


batalla, sintiendo un vacío en el pecho. Sabía que lo que
sucediera en las próximas horas determinaría el futuro del clan
MacLeod, y quizás, el suyo propio. En su corazón, una sola
oración resonaba: que Ian y su gente regresaran a salvo.
Capítulo 10

En los días previos a la batalla, la atmósfera en el castillo


MacLeod se cargó de una tensión palpable. Los guerreros se
preparaban para el enfrentamiento, puliendo armaduras y
afilando espadas con una mezcla de determinación y ansiedad.
Sophie Davidson, a pesar de no poder luchar directamente en
el campo de batalla, se encontró en una posición única para
contribuir a la causa del clan.

Observando a los guerreros durante sus entrenamientos,


Sophie se dio cuenta de que, aunque eran hábiles y fuertes,
carecían de ciertas técnicas y estrategias que eran comunes en
la esgrima moderna. Tras discutirlo con Ian, tomó la iniciativa
de ofrecer sus conocimientos a los guerreros del clan.

—Mis técnicas son diferentes, pero pueden ser útiles —


explicó Sophie a un grupo de hombres escépticos que la
rodeaban en el patio de armas.

Ian, que había apoyado la idea desde el principio, intervino


para darle peso a sus palabras.

—Sophie es una espadachina excepcional, y aunque su estilo


es distinto al nuestro, tenemos mucho que aprender de ella —
dijo, mirando a sus hombres con seriedad—. Os insto a
escuchar y aprender.
Con el respaldo de Ian, los guerreros del clan empezaron a
tomar en serio las enseñanzas de Sophie. Ella comenzó
mostrándoles técnicas básicas de esgrima, como la posición de
guardia, el manejo del peso y el equilibrio. Los hombres,
aunque inicialmente reacios, pronto empezaron a ver el valor
de sus enseñanzas.

Sophie se movía entre ellos, corrigiendo posturas y


demostrando movimientos. Su habilidad con la espada era
innegable, y su enfoque fresco y táctico abrió los ojos de los
guerreros a nuevas posibilidades en combate.

—Así es como mantienes el equilibrio y te preparas para un


ataque rápido —explicaba Sophie, demostrando una estocada
precisa.

Uno de los guerreros, un hombre joven llamado Callum,


nombrado en honor al legendario guerrero del clan, se mostró
particularmente interesado en las técnicas de Sophie.

—Nunca había pensado en la esgrima de esa manera —


comentó Callum, practicando un movimiento que Sophie
acababa de enseñar—. Es como un baile, pero cada paso
podría ser la diferencia entre la vida y la muerte.

—Exactamente —respondió Sophie, satisfecha por su


progreso—. Cada movimiento tiene un propósito.

A medida que pasaban los días, Sophie organizó pequeñas


competiciones y ejercicios para poner a prueba lo aprendido.
Los guerreros, motivados por el desafío y el respeto creciente
hacia Sophie, se esforzaban por dominar las técnicas. Incluso
algunos de los guerreros más veteranos, inicialmente reacios,
comenzaron a reconocer el valor de su enseñanza.
La noche antes de la batalla, el castillo estaba lleno de una
energía nerviosa. Los guerreros revisaban sus armas y
armaduras, y se reunían en grupos, repasando las estrategias y
técnicas que Sophie les había enseñado. Ella misma, incapaz
de contener su propia ansiedad por el inminente conflicto, se
encontraba caminando por los pasillos del castillo, intentando
calmar su mente.

Fue entonces cuando Ian la encontró, su expresión seria y


pensativa.

—Has hecho mucho por mis hombres, Sophie —dijo,


deteniéndose frente a ella—. No importa lo que suceda
mañana, has cambiado la forma en que enfrentamos la batalla.

Sophie lo miró, encontrando en sus ojos un reflejo de sus


propios temores y esperanzas.

—Solo espero que haya sido suficiente —respondió, su voz


llena de emoción—. Que los ayude a volver a salvo.

Ian se acercó, tomando sus manos entre las suyas.

—Tu llegada ha sido un regalo, Sophie —confesó, su voz baja


—. No solo para mis hombres, sino para mí. No importa lo que
nos depare el futuro, siempre estarás en mi corazón.

Sophie sintió cómo las palabras de Ian la envolvían,


ofreciéndole un consuelo que no sabía que necesitaba. En sus
ojos, vio la promesa de algo más, algo que tal vez nunca
podrían explorar.

—Y tú en el mío, Ian —dijo, su voz temblorosa—. Siempre.


Se quedaron en silencio, sosteniendo sus manos, compartiendo
un momento de paz y conexión profunda en medio de la
incertidumbre que los rodeaba. Mañana enfrentarían una
prueba que pondría a prueba todo lo que habían construido
juntos. Pero esa noche, en los pasillos del castillo MacLeod,
solo importaban ellos dos y el vínculo inquebrantable que los
unía.
Capítulo 11

La mañana en el castillo MacLeod amaneció con una noticia


que cayó como un trueno sobre su gente. La espada mágica de
Callum, símbolo de su fuerza y esperanza, había desaparecido.
La alarma se extendió rápidamente, y la acusación recaía sobre
una única posibilidad: los Campbell.

Sophie Davidson sintió un frío helado recorrer su espina dorsal


al enterarse de la noticia. La espada, que había sido parte
central de su llegada a este tiempo y lugar, era ahora un
instrumento en manos de sus enemigos.

Ian MacLeod, con el ceño fruncido y una ira contenida,


convocó a sus hombres más confiables a una reunión urgente.
Sophie, por su parte, insistió en estar presente, consciente de
su conexión con la espada y su papel en los eventos actuales.

—Los Campbell han cruzado una línea que no podemos


permitir —declaró Ian, su voz resonando en la sala—. La
espada de Callum no es solo un símbolo; es una parte de
nuestra historia y nuestro futuro. Debemos recuperarla.

Los hombres asintieron, la determinación marcada en sus


rostros. La traición de los Campbell había encendido un fuego
en sus corazones, un deseo de justicia y venganza.
—¿Cómo planean hacerlo? —preguntó Sophie, su mente
analizando rápidamente las posibles estrategias.

Ian se giró hacia ella, sus ojos reflejando la seriedad de la


situación.

—Organizaremos un pequeño grupo para infiltrarnos en el


territorio Campbell y recuperar la espada —explicó—. Será
una misión peligrosa y requerirá de sigilo y astucia.

Sophie asintió, su mente trabajando a toda velocidad.

—Quiero ir —declaró, sorprendiendo a algunos de los


presentes—. Tengo habilidades que pueden ser útiles, y siento
que debo ser parte de esto.

Ian la miró, la preocupación evidente en su expresión.

—Es demasiado peligroso, Sophie —respondió—. No puedo


arriesgarme a perderte.

—Pero Ian, yo… —Sophie intentó protestar, pero él la


interrumpió.

—Lo sé, pero no es negociable —dijo Ian, firme en su


decisión—. Debes quedarte aquí, donde es seguro.

A pesar de su frustración, Sophie sabía que discutir no


cambiaría la decisión de Ian. Asintió, aunque su corazón le
decía que debía estar allí, en medio de la acción, luchando por
recuperar la espada.

El grupo de rescate partió esa misma noche, moviéndose con


la rapidez y el silencio de sombras bajo la luz de la luna.
Sophie, mientras tanto, se quedó en el castillo, su mente
inquieta y su corazón lleno de temor por lo que pudiera
suceder.

Los días siguientes fueron un torbellino de ansiedad y espera.


Sophie ayudaba en el castillo como podía, pero su mente
estaba constantemente con Ian y los hombres en su misión.
Cada amanecer que llegaba sin noticias se convertía en una
tortura.

Finalmente, después de lo que parecieron ser años en lugar de


días, un mensajero llegó con noticias. El grupo había sido
descubierto y se había desatado un enfrentamiento. Ian y
algunos de sus hombres habían sido capturados.

El mundo de Sophie se detuvo. El aire pareció abandonar sus


pulmones, y por un momento, todo lo que pudo sentir fue un
vacío abrumador. Ian, el hombre que se había convertido en
una parte esencial de su vida en este extraño y antiguo mundo,
estaba en manos de sus enemigos.

Sin pensarlo dos veces, Sophie tomó una decisión. No podía


quedarse de brazos cruzados mientras Ian y los demás corrían
peligro. A pesar de las advertencias y los riesgos, sabía que
tenía que actuar.

Reuniendo a un pequeño grupo de mujeres y hombres


dispuestos a ayudar, Sophie organizó un plan de rescate. Sabía
que era una misión casi suicida, pero la determinación y el
amor que sentía por Ian le dieron el coraje que necesitaba.

Disfrazados y armados, el grupo de Sophie partió hacia el


territorio Campbell bajo la oscuridad de la noche.

Cada paso que daban era un paso hacia lo desconocido, hacia


un peligro que no podían prever. Pero para Sophie, era un paso
necesario, un paso hacia la persona que había cambiado su
vida para siempre.

En las sombras de la noche, con el corazón latiendo fuerte en


su pecho, Sophie Davidson se dirigió hacia su destino,
decidida a enfrentar lo que viniera con valentía y
determinación. El futuro del clan MacLeod y el hombre que
amaba estaban en juego, y ella haría todo lo posible para
salvarlos.
Capítulo 12

La luna llena bañaba el castillo MacLeod con una luz pálida y


etérea, proporcionando una atmósfera casi mística para la
reunión secreta que se llevaba a cabo en una de las torres más
alejadas. Sophie Davidson y Ian MacLeod estaban sentados
uno frente al otro, sus rostros iluminados por el tenue
resplandor de las velas, mientras delineaban un plan audaz
para recuperar la espada mágica de Callum.

—Debe ser una operación rápida y silenciosa —dijo Ian, su


voz baja y seria—. Los Campbell no deben saber que estamos
allí hasta que sea demasiado tarde.

Sophie asintió, su mente trabajando a toda velocidad. A pesar


de la peligrosidad del plan, sentía una chispa de emoción ante
el desafío que tenían por delante.

—Podemos usar el elemento sorpresa a nuestro favor —


sugirió Sophie—. Necesitaremos un pequeño grupo, cada uno
con habilidades específicas.

Ian se inclinó hacia adelante, escuchando atentamente. A pesar


de la situación, no podía evitar admirar la valentía y el ingenio
de Sophie. Ella había demostrado ser mucho más que una
espadachina habilidosa; era una estratega nata.

—Tengo algunos hombres en mente que podrían formar parte


del equipo —dijo Ian—. Guerreros en los que confío
plenamente.

Sophie extendió un mapa sobre la mesa, señalando varias rutas


hacia el territorio de los Campbell.

—Una distracción podría darnos la ventaja que necesitamos


para infiltrarnos en su castillo —propuso—. Algo que atraiga
su atención mientras nosotros recuperamos la espada.

Ian asintió, su mirada fija en el mapa.

—Una táctica arriesgada, pero podría funcionar —admitió—.


¿Y qué hay de la espada? ¿Dónde crees que la tendrán?

Sophie se mordió el labio, pensativa.

—En algún lugar seguro, posiblemente en su sala de armas o


en las habitaciones privadas del líder de los Campbell —
respondió—. Tendremos que buscar en ambos lugares.

El plan comenzaba a tomar forma, un esquema audaz que


requería precisión y valentía. Ian y Sophie pasaron horas
discutiendo cada detalle, cada posible contratiempo y cada
estrategia alternativa.

Finalmente, con el plan establecido, Ian se levantó,


extendiendo su mano para ayudar a Sophie a ponerse de pie.

—Es un plan atrevido, Sophie —dijo, mirándola directamente


a los ojos—. Pero si alguien puede hacerlo realidad, somos
nosotros.

Sophie tomó su mano, sintiendo una ola de determinación


inundarla.
—Juntos, Ian —respondió, su voz firme—. Juntos lo haremos.

En los días siguientes, prepararon todo para la misión. Ian


seleccionó a los mejores guerreros para formar el equipo de
asalto, mientras Sophie se centraba en afinar los detalles del
plan. A pesar del peligro que enfrentaban, había un aire de
camaradería y esperanza entre ellos.

La noche antes de la misión, Sophie e Ian se encontraron una


vez más en la torre. El silencio que los rodeaba era un
contraste marcado con la tormenta de emociones que sentían
ambos.

—Ian —dijo Sophie, su voz apenas un susurro—, no sé qué


nos depara el mañana, pero quiero que sepas…

Ian se acercó, poniendo un dedo en sus labios para silenciarla.

—Lo sé, Sophie —susurró—. Y siento lo mismo. Pero ahora


debemos concentrarnos en la misión. Nuestro futuro depende
de ello.

Sophie asintió, sabiendo que tenía razón. Pero en lo más


profundo de su corazón, sabía que lo que sentía por Ian iba
más allá de cualquier misión o desafío. Era algo que
permanecería con ella, sin importar el resultado de su audaz
plan.

Al amanecer, el equipo de rescate estaba listo. Armados y


decididos, se deslizaron fuera del castillo bajo la cobertura de
la oscuridad, cada paso llevándolos más cerca del destino que
habían elegido enfrentar juntos. Sophie e Ian, unidos por una
causa común y un sentimiento inquebrantable, se adentraron
en la noche, dispuestos a hacer todo lo necesario para
recuperar la espada y proteger el futuro del clan MacLeod.
Capítulo 13

La noche envolvía el campamento Campbell en una oscuridad


casi tangible, interrumpida únicamente por la débil luz de las
antorchas que marcaban el perímetro. Sophie Davidson, Ian
MacLeod y su selecto grupo de guerreros MacLeod se
deslizaban entre las sombras, cada uno moviéndose con la
precisión y el silencio de un cazador.

Sophie, cuya vida en el siglo XXI nunca la había preparado


para un desafío como este, sentía su corazón latir con fuerza
contra su pecho. A su lado, Ian se movía con una confianza
que transmitía seguridad, aunque sus ojos revelaban la tensión
de la situación.

—Debemos dividirnos —susurró Ian, señalando dos


edificaciones en el campamento—. Sophie, tú y Callum irán a
la sala de armas. El resto vendrá conmigo a las habitaciones
privadas.

Sophie asintió, mirando a Callum, el joven guerrero que había


mostrado tanto interés en sus técnicas de esgrima. Aunque
joven, su mirada era seria y decidida.

Sigilosamente, se dirigieron hacia la sala de armas, evitando


patrullas y manteniéndose fuera del alcance de la luz de las
antorchas. A medida que se acercaban, Sophie podía sentir la
tensión creciendo dentro de ella. Cada paso era un riesgo, cada
sombra una posible amenaza.

Al llegar a la sala de armas, se encontraron con la primera


sorpresa de la noche: dos guardias Campbell inesperados
custodiaban la entrada. Sophie y Callum se ocultaron detrás de
un barril, intercambiando una mirada que transmitía un
entendimiento mutuo.

—Puedo encargarme del de la izquierda —susurró Callum, su


mano ya en la empuñadura de su espada.

—Yo tomaré el otro —respondió Sophie en el mismo tono


bajo.

Con una sincronización perfecta, atacaron. Sophie, utilizando


un movimiento de esgrima que desarmó y neutralizó a su
oponente, y Callum con una técnica más tradicional pero
igualmente efectiva. En cuestión de segundos, los guardias
yacían inconscientes en el suelo.

Entraron en la sala de armas, sus ojos buscando rápidamente


entre las filas de espadas y escudos. La espada de Callum no
estaba a simple vista, lo que significaba que tendrían que
buscar más a fondo.

Mientras tanto, Ian y su grupo enfrentaban sus propios


desafíos. Habían llegado a las habitaciones privadas, solo para
descubrir que estaban más custodiadas de lo que habían
anticipado. Ian, consciente de que cada minuto que pasaban
allí aumentaba el riesgo de ser descubiertos, tomó una decisión
rápida.

—Debemos actuar ahora —dijo en voz baja, preparándose


para un asalto sorpresa.
Lo que siguió fue un torbellino de acción. Los MacLeod, con
Ian a la cabeza, lucharon con una ferocidad y una habilidad
que sorprendieron a los guardias Campbell. En medio del caos,
Ian buscaba con la mirada la espada de Callum, sabiendo que
era la clave para cambiar el rumbo de la inminente batalla
entre los clanes.

De vuelta en la sala de armas, Sophie y Callum finalmente


encontraron lo que buscaban. Oculta en un cofre al final de la
sala, la espada de Callum brillaba con una luz propia, como si
estuviera llamando a Sophie.

—La tenemos —exclamó Callum, una mezcla de alivio y


triunfo en su voz.

Sophie tomó la espada, sintiendo una oleada de energía


recorrer su cuerpo. Era como si la espada reconociera su toque,
como si de alguna manera supiera que ella era la clave para su
liberación.

Con la espada asegurada, comenzaron el peligroso viaje de


regreso al punto de encuentro acordado. Cada sombra, cada
ruido, hacía que su corazón saltara, conscientes de que el más
mínimo error podría ser fatal.

Ian y su grupo, habiendo logrado su objetivo, también se


dirigían al punto de encuentro. La tensión de la misión se
reflejaba en los rostros de todos, una mezcla de adrenalina

y el temor de no saber qué encontrarían al regresar.

Finalmente, en las sombras de la noche, los dos grupos se


reunieron. La vista de Sophie sosteniendo la espada de Callum
trajo una oleada de alivio y esperanza a Ian.
—Lo lograste —dijo Ian, su voz llena de admiración y algo
más, algo que Sophie podía sentir pero no definir
completamente.

Sophie sonrió, aunque la gravedad de la situación no se había


disipado.

—Juntos lo logramos —respondió, mirando a los hombres y


mujeres que habían arriesgado todo en la misión—. Juntos.

Mientras se alejaban del campamento Campbell, con la espada


de Callum a salvo, Sophie sabía que la batalla que se
avecinaba sería una prueba como ninguna otra. Pero también
sabía que, con Ian a su lado y la espada en su poder, tenían una
oportunidad. Una oportunidad de cambiar el destino de los
MacLeod y forjar un futuro que, hasta hace poco, parecía
imposible.
Capítulo 14

La recuperación de la espada de Callum había dejado una


atmósfera de triunfo y alivio en el aire del castillo MacLeod.
Sin embargo, para Sophie Davidson e Ian MacLeod, esa noche
se convirtió en un momento de revelación emocional que
cambiaría su relación para siempre.

Exhaustos pero exultantes, se encontraron en la sala privada de


Ian después de asegurarse de que la espada estaba a salvo. La
habitación estaba iluminada por la suave luz de las velas,
proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra.
Ambos estaban conscientes de la batalla que se avecinaba,
pero en ese instante, el mundo exterior parecía desvanecerse,
dejándolos solos en un refugio de tranquilidad.

Ian se acercó a Sophie, su mirada reflejando una mezcla de


admiración, gratitud y un sentimiento más profundo que había
estado creciendo en su interior.

—Sophie, esta noche has demostrado un coraje y una fuerza


increíbles —comenzó Ian, su voz baja y emotiva—. No sé
cómo agradecerte por todo lo que has hecho.

Sophie, aún sintiendo el latido acelerado de su corazón por la


adrenalina de la misión, lo miró a los ojos, viendo en ellos el
reflejo de sus propios sentimientos.
—Ian, desde que llegué a este tiempo, todo ha sido un desafío
constante —respondió, su voz temblorosa—. Pero conocer a
alguien como tú… ha sido lo mejor que me ha pasado.

En ese instante, la tensión emocional que había estado


burbujeando bajo la superficie entre ellos se hizo evidente. Ian
dio un paso hacia Sophie, cerrando la distancia entre ellos. Sus
manos encontraron las de ella, y en ese contacto, una corriente
eléctrica pareció fluir entre los dos.

—Sophie, no puedo negar lo que siento por ti —confesó Ian,


su voz apenas un susurro—. A pesar de todo lo que nos separa,
mi corazón te pertenece.

Sophie alzó la vista hacia él, sus ojos brillando con lágrimas
no derramadas. La sinceridad en la voz de Ian la tocó
profundamente, desatando emociones que había intentado
contener.

—Ian, yo también… —empezó a decir, pero las palabras se


disolvieron cuando Ian la atrajo hacia él en un abrazo
apasionado.

En ese abrazo, todos los miedos, las dudas y las barreras se


desmoronaron. Se entregaron a un beso que selló su conexión,
un beso que hablaba de promesas no pronunciadas y sueños
compartidos. En ese momento, en los brazos del otro,
encontraron un refugio seguro contra las incertidumbres de sus
vidas.

La pasión que habían estado reprimiendo se desató,


llevándolos a explorar la profundidad de sus sentimientos en
una intimidad que era tanto una afirmación de vida como un
acto de desafío ante los desafíos que enfrentaban. Se
entregaron el uno al otro con una urgencia que era tanto una
celebración del momento como un reconocimiento de que el
futuro era incierto.

Más tarde, acurrucados en los brazos del otro, Ian y Sophie


compartieron sus miedos y esperanzas. Hablaron de lo que
significaba su unión en un mundo que estaba al borde del caos
y la guerra. Ian escuchó con atención mientras Sophie
compartía sus sueños y anhelos de su vida en el siglo XXI, una
vida que ahora parecía tan lejana.

—No importa lo que pase mañana, siempre estarás en mi


corazón, Sophie —dijo Ian, su voz cargada de emoción.

Sophie se acurrucó más cerca de él, sintiendo una paz que solo
había encontrado en su presencia.

—Y tú en el mío, Ian, no importa dónde me lleve el destino —


respondió, su voz suave pero firme.

En la seguridad de sus brazos, Sophie se permitió creer que, a


pesar de las circunstancias imposibles que los rodeaban, su
amor por Ian era una luz que brillaría, sin importar la
oscuridad que los amenazara.

A medida que la noche se desvanecía y el alba comenzaba a


asomar en el horizonte, ambos sabían que enfrentarían juntos
lo que viniera. Su amor, forjado en circunstancias
extraordinarias y sellado en un momento de vulnerabilidad
compartida, era ahora una fuerza que les daba coraje y
esperanza para los desafíos que tenían por delante.
Capítulo 15

La mañana se cernía sobre las Tierras Altas con un manto de


niebla, preludiando el día que definiría el destino del clan
MacLeod. Sophie Davidson, con la espada mágica de Callum
en su poder, se encontraba junto a Ian MacLeod y sus
guerreros en el límite del territorio Campbell, preparándose
para el enfrentamiento final.

El campo de batalla estaba marcado por la tensión y la


expectativa. Los guerreros de ambos clanes se enfrentaban, sus
miradas llenas de determinación y un atisbo de miedo. Sophie,
a pesar de ser una espadachina moderna, sentía la historia y el
peso de ese momento resonando en su interior.

Ian, que se había convertido no solo en su aliado sino en su


amante, estaba a su lado, su expresión seria y concentrada. La
batalla que se avecinaba no sería fácil, pero juntos habían
decidido enfrentarla, unidos por un amor que había
trascendido las barreras del tiempo.

—Recuerda, la clave es recuperar la espada mágica —susurró


Ian a Sophie, su voz apenas audible sobre el murmullo de los
hombres a su alrededor—. Sin ella, los Campbell perderán
gran parte de su poder.

Sophie asintió, sintiendo el peso de la espada en sus manos.


Era más que un arma; era un símbolo de esperanza y un legado
que había cruzado siglos para llegar a ella.

La batalla comenzó con un estruendo ensordecedor, los gritos


de los guerreros mezclándose con el choque del metal. Sophie
e Ian luchaban hombro con hombro, la habilidad de ella con la
espada combinándose perfectamente con la fuerza y
experiencia de él.

Mientras la batalla se intensificaba, una figura imponente


emergió de las filas enemigas. Era el líder de los Campbell, un
hombre de estatura imponente y mirada cruel. En su mano,
sostenía una réplica de la espada de Callum, un símbolo de su
usurpación y deseo de poder.

Ian intercambió una mirada con Sophie, una que hablaba de


entendimiento y confianza mutua. Con un gesto de
asentimiento, se abrieron paso a través del caos hacia el líder
Campbell.

El duelo que siguió fue tenso y decisivo. Ian enfrentó al líder


Campbell con una furia controlada, cada movimiento
calculado y mortal. Sophie, por su parte, utilizaba su agilidad y
técnica para mantener a raya a los guerreros que intentaban
intervenir.

El líder Campbell era un adversario formidable, su fuerza


bruta y habilidad con la espada haciéndole un oponente digno.
Sin embargo, lo que no tenía era el corazón y la pasión que
impulsaba a Ian y Sophie.

En un momento crítico, cuando el líder Campbell parecía


ganar ventaja, Sophie vio una apertura. Con una rápida
sucesión de movimientos, desarmó a uno de los guerreros que
la atacaban y lanzó su espada hacia Ian.
Con la precisión de un halcón, Ian atrapó la espada en el aire y,
en un giro fluido, asestó un golpe que desarmó al líder
Campbell. La espada de Callum cayó al suelo, y Sophie se
apresuró a recuperarla.

El líder Campbell, ahora desarmado y sorprendido, miró a los


dos amantes con una mezcla de ira y miedo. Ian, con la espada
de Sophie en mano, enfrentó al líder enemigo.

—Tu reinado de terror termina hoy, Campbell —declaró Ian,


su voz resonando en el campo de batalla.

En un último intento desesperado, el líder Campbell se


abalanzó hacia Ian con una daga oculta, pero Ian estaba
preparado. Con un movimiento rápido y certero, desvió el
ataque y, con un golpe definitivo, puso fin a la amenaza del
líder Campbell.

La caída de su líder desmoralizó a los guerreros Campbell, que


pronto se vieron superados por los MacLeod. La batalla, que
había comenzado con tanta incertidumbre, terminó con una
victoria decisiva para el clan MacLeod.

Mientras los guerreros celebraban, Ian y Sophie se encontraron


en medio del campo de batalla, la espada de Callum seg

ura en sus manos. Se miraron a los ojos, sabiendo que habían


cambiado el curso de la historia de su clan y, en el proceso,
habían fortalecido su unión de una manera que nunca hubieran
imaginado.

La batalla había terminado, pero para Sophie e Ian, su historia


juntos apenas comenzaba. Unidos por el amor y el destino,
estaban listos para enfrentar cualquier desafío que el futuro les
deparara, juntos como uno solo.
Capítulo 16

La aurora iluminaba el cielo con destellos carmesí cuando


Sophie Davidson e Ian MacLeod, armados y resueltos, se
preparaban para liderar al clan MacLeod en lo que sería una de
las batallas más épicas de su historia. La espada mágica de
Callum, símbolo de su legado y poder, estaba nuevamente en
manos de los justos, y con ella, la esperanza de una victoria
decisiva.

El campo de batalla elegido era una vasta llanura al pie de las


Tierras Altas, donde la hierba verde oscuro se extendía como
un tapiz bajo el cielo matutino. Los guerreros MacLeod, con
sus kilts y armaduras, se alineaban en formación, sus rostros
marcados por la determinación y la anticipación de la lucha
que se avecinaba.

Sophie, vestida con una armadura ligera adaptada a su figura y


habilidades, se sentía como una guerrera de otro mundo. A su
lado, Ian, imponente en su armadura de líder, exhibía una
mezcla de orgullo y preocupación. Juntos, compartían una
mirada de entendimiento, sabiendo que cada decisión, cada
movimiento en el campo de batalla, podría ser la diferencia
entre la victoria y la derrota.

—Hoy luchamos no solo por nuestro clan, sino por nuestro


futuro —proclamó Ian, dirigiéndose a sus hombres con voz
firme y clara—. ¡Con la espada de Callum en nuestras manos,
no hay enemigo que no podamos vencer!
Un rugido de aprobación se elevó de las filas de los MacLeod,
sus espadas brillando bajo el sol naciente. Sophie, sosteniendo
la espada mágica, sentía su poder y su historia vibrando en sus
manos. Era más que un arma; era un legado de valor y
resistencia.

El enemigo, el clan Campbell, se alineaba a lo lejos, una masa


de hombres y caballos que parecía extenderse hasta el
horizonte. Su líder, un guerrero formidable conocido por su
brutalidad, miraba hacia los MacLeod, subestimando la
determinación y el coraje que los impulsaba.

Con un grito de guerra, Ian lideró la carga, y los MacLeod se


lanzaron al encuentro con su destino. Sophie, con la espada de
Callum en alto, se unió a la batalla con una destreza y una
ferocidad que sorprendió a amigos y enemigos por igual.

La batalla se convirtió en un torbellino de acero y sangre, cada


choque de espadas resonando como un trueno a través del
campo. Sophie se movía con agilidad, cada estocada y parada
una danza mortal que dejaba a sus oponentes caídos a su paso.
A su lado, Ian luchaba como un verdadero líder, su espada una
extensión de su voluntad, protegiendo a sus hombres y
cortando la línea enemiga.

En un momento crucial, el líder Campbell, viendo la marea de


la batalla inclinarse en contra de su clan, buscó enfrentar a Ian
en un duelo final. La confrontación era inevitable, y los dos
líderes se encontraron en medio del campo de batalla, sus
espadas chocando con una fuerza que parecía sacudir la tierra
misma.

Sophie, luchando cerca, se abrió paso entre los combatientes


para apoyar a Ian. Juntos, enfrentaron al líder Campbell, su
combinación de habilidad y coordinación superando la
brutalidad del enemigo.
Con un movimiento final, una combinación de fuerza y
técnica, Ian logró desarmar al líder Campbell, dejándolo
vulnerable. En ese instante, el líder del clan enemigo supo que
había sido derrotado, no solo en fuerza sino en espíritu.

La caída de su líder desmoralizó a los Campbell, que pronto


comenzaron a retroceder, superados por el ímpetu y la valentía
de los MacLeod. La batalla, que había comenzado con la
incertidumbre de un amanecer teñido de sangre, terminó con el
sol alto en el cielo, brillando sobre un campo que ahora
pertenecía a los MacLeod.

Mientras los últimos de los Campbell huían, los guerreros


MacLeod se reunieron alrededor de Ian y Sophie,
aclamándolos como los héroes de la batalla. La espada de
Callum, sostenida por Sophie, brillaba bajo el sol, un
recordatorio de que la justicia y el coraje habían prevalecido.

Sophie e Ian se encontraron entre la multitud de sus guerreros,


sus miradas encontrándose en un momento de triunfo y alivio.
Habían liderado a su clan a una victoria épica, y en ese
proceso, habían forjado una unión que iba más allá de la
batalla y la estrategia. En los ojos del otro, encontraron no solo
el reflejo de un amor forjado en el crisol de la guerra, sino
también la promesa de un futuro que construirían juntos,
hombro con hombro, corazón con corazón.
Capítulo 17

El campo de batalla se había transformado en un mosaico de


valor y sacrificio, donde cada guerrero MacLeod luchó con la
fuerza de los antiguos highlanders. Al caer la tarde, el clan
MacLeod, liderado por Ian y Sophie, emergió victorioso,
asegurando no solo su lugar en las Tierras Altas, sino también
su futuro como un clan formidable y respetado.

Ian, con la espada de Callum en su mano y su armadura


manchada de batalla, se paró ante sus guerreros, su mirada
recorriendo las filas de hombres y mujeres que habían luchado
valientemente. A su lado, Sophie, igualmente agotada pero
radiante con la fuerza de una guerrera verdadera, sostenía la
espada que había sido crucial en su victoria.

—¡Hermanos y hermanas de MacLeod! —exclamó Ian, su voz


resonando con fuerza y orgullo—. Hoy hemos luchado no solo
por nuestras tierras, sino por nuestro honor y nuestro futuro.
Cada uno de ustedes ha demostrado la valentía y el coraje que
define a nuestro clan.

Un rugido de aprobación se elevó de los guerreros, sus armas


elevadas en un gesto de triunfo y unidad. Sophie, mirando a
los rostros cansados pero exultantes a su alrededor, sintió una
oleada de orgullo y pertenencia. A pesar de venir de otro
tiempo, ahora era parte de esta historia, tejida en el tapiz de la
vida de los MacLeod.
La celebración en el castillo esa noche fue una de alegría
desbordante y camaradería. Los salones resonaban con risas, el
chocar de las copas y las historias de valentía en el campo de
batalla. Sophie, sentada junto a Ian en la mesa principal, no
podía evitar sentirse abrumada por la calidez y el afecto que le
mostraban los MacLeod.

Ian, levantando su copa, propuso un brindis.

—Por los valientes guerreros de MacLeod, por los caídos y


por aquellos que lucharon hoy para asegurar nuestro futuro.
¡Por nuestro clan!

—¡Por MacLeod! —respondieron los presentes, sus voces


unidas en un coro poderoso.

Sophie, alzando su copa, se unió al brindis, sus ojos


encontrando los de Ian. En ellos vio no solo al líder de un clan,
sino al hombre que había capturado su corazón contra toda
lógica y razón.

Más tarde, alejados del bullicio de la celebración, Ian y Sophie


se encontraron en los jardines del castillo, bajo un cielo
estrellado. El aire fresco de la noche era un bálsamo para sus
almas cansadas.

—Hoy cambiamos la historia, Ian —dijo Sophie, su mano


buscando la de él.

Ian la miró, su rostro iluminado por la luz de la luna.

—Lo hicimos, Sophie. Y no podría haberlo hecho sin ti —


respondió, su voz cargada de emoción.
Sophie se acercó a él, sus labios encontrando los de Ian en un
beso que sellaba no solo su amor, sino también su destino
compartido. En ese beso, había una promesa de días futuros,
desafíos a enfrentar y sueños a realizar. Juntos.

En los días siguientes, el clan MacLeod comenzó la tarea de


reconstruir y fortalecer sus tierras. Bajo el liderazgo de Ian y
con Sophie a su lado, el clan se embarcó en una era de
prosperidad y paz, respetado por sus vecinos y temido por sus
enemigos.

Sophie, aunque a menudo añoraba su tiempo y el mundo que


había dejado atrás, había encontrado un nuevo propósito y una
nueva familia en las Tierras Altas. Junto a Ian, había
descubierto una fuerza y una pasión que nunca supo que
poseía. Su amor, forjado en la adversidad y sellado en la
batalla, era una llama que ardería a través de los siglos, una
leyenda que se contaría en las Tierras Altas por generaciones
venideras.

Así, los MacLeod, con Ian y Sophie a la cabeza, aseguraron su


lugar en la historia, no solo como guerreros valientes, sino
como guardianes de un legado que perduraría a través del
tiempo.
Capítulo 18

La batalla había terminado, y con ella, la inmediatez del


peligro que había unido a Sophie Davidson e Ian MacLeod.
Ahora, en la tranquilidad que seguía a la tormenta, Sophie se
enfrentaba a una elección que determinaría el curso de su vida:
regresar a su tiempo o quedarse en las Tierras Altas con Ian.

Sophie caminaba por los jardines del castillo, perdida en sus


pensamientos. La decisión pesaba sobre ella como una pesada
capa. El amor que había crecido entre ella e Ian era profundo y
verdadero, pero el mundo al que pertenecía estaba siglos en el
futuro, un lugar de tecnología y comodidades, tan diferente del
rústico y peligroso mundo en el que se encontraba.

Ian la encontró mirando al horizonte, su figura recortada


contra el cielo crepuscular. Se acercó silenciosamente, su
presencia un consuelo familiar.

—Sophie —dijo suavemente, su voz interrumpiendo el


silencio—. He visto la lucha en tus ojos. Sé que debes tomar
una decisión.

Sophie se volvió hacia él, sus ojos reflejando la tormenta de


emociones en su interior.

—Ian, nunca pensé que encontraría un amor como el nuestro,


especialmente aquí, en un tiempo y lugar tan lejanos al mío —
empezó, su voz temblorosa—. Pero ahora, la idea de dejar
todo esto, de dejarte a ti, me parte el corazón.

Ian tomó sus manos, su tacto cálido y firme.

—Te amo, Sophie. Eso nunca cambiará, no importa la decisión


que tomes —dijo con sinceridad—. Pero también sé que dejar
tu mundo, tu tiempo, es pedirte un sacrificio enorme.

Sophie miró a Ian, viendo en él no solo al líder del clan


MacLeod, sino al hombre que había capturado su corazón de
una manera que nunca había imaginado posible.

—Ian, mi vida en el futuro… tenía sus comodidades, sus


certezas. Pero desde que llegué aquí, he encontrado una pasión
y un propósito que nunca supe que faltaba en mi vida —
confesó, las lágrimas brillando en sus ojos—. Te he
encontrado a ti.

Ian la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza.

—Entonces, ¿te quedarás? —preguntó, su voz apenas audible.

Sophie asintió contra su pecho, las lágrimas corriendo


libremente por sus mejillas.

—Me quedaré —susurró—. Elijo el amor, elijo esta vida, elijo


estar contigo.

En ese momento, bajo el cielo crepuscular de las Tierras Altas,


Sophie y Ian sellaron su futuro juntos. No sería un camino
fácil; había desafíos y sacrificios por delante. Pero estaban
juntos, unidos por un amor que había trascendido el tiempo y
el espacio.
En los días siguientes, Sophie comenzó a adaptarse a su nueva
vida permanente en el pasado. Con la ayuda de Ian y el clan
MacLeod, aprendió a navegar las complejidades de vivir en
una época tan diferente a la suya. Su amor por Ian se convirtió
en el ancla que la mantenía centrada, una luz brillante en un
mundo que a menudo era oscuro y peligroso.

Ian, por su parte, se maravillaba cada día con la fortaleza y la


adaptabilidad de Sophie. Ella no solo había aceptado su nuevo
destino, sino que también había traído nuevas ideas y
perspectivas al clan. Juntos, se convirtieron en un equipo
formidable, liderando a los MacLeod hacia un futuro de
prosperidad y paz.

La elección de Sophie de quedarse con Ian en las Tierras Altas


fue más que una decisión por amor; fue una afirmación de
vida, un compromiso con un destino compartido que ambos
estaban dispuestos a forjar juntos. En los brazos de Ian, Sophie
encontró su hogar, un lugar donde su corazón podía descansar
y florecer.

Así, en la majestuosidad de las Tierras Altas, Sophie e Ian


vivieron su amor, un amor que se convirtió en una leyenda,
contada por generaciones en las noches junto al fuego, una
historia de valentía, sacrificio y un amor que desafió el tiempo.
Capítulo 19

El gran salón del castillo MacLeod estaba iluminado por


cientos de velas, lanzando un cálido resplandor sobre los
muros de piedra y los rostros jubilosos de los miembros del
clan. Esta noche, se celebraba un banquete en honor a la
valentía y el liderazgo de Sophie Davidson e Ian MacLeod,
quienes habían guiado al clan hacia una victoria memorable.
La sala resonaba con música, risas y el murmullo de
conversaciones animadas, creando una atmósfera de festividad
y orgullo compartido.

Sophie, vestida con un elegante vestido que combinaba los


colores del clan MacLeod, se encontraba al lado de Ian, quien
lucía un kilt tradicional y una túnica formal. Ambos eran el
centro de todas las miradas, recibiendo felicitaciones y
muestras de respeto de todos los presentes. Aunque Sophie
aún se adaptaba a las costumbres y modas de esta época, su
porte y elegancia eran innegables, y su amor por Ian brillaba
en sus ojos.

—Nunca imaginé ser parte de algo así —susurró Sophie a Ian,


su voz llena de asombro y gratitud.

Ian, mirándola con una mezcla de amor y admiración,


respondió en voz baja:

—Has cambiado nuestro clan para mejor, Sophie. Eres más


que una heroína; eres parte de nuestra alma.
El banquete comenzó con Ian levantando su copa para brindar.
Todos los presentes se pusieron de pie, sus copas en alto,
esperando sus palabras.

—Hoy celebramos no solo una victoria en el campo de batalla,


sino también el coraje, la determinación y el corazón que nos
llevaron a ella —anunció Ian, su voz resonando en el salón—.
Brindamos por Sophie, que llegó a nosotros desde un mundo y
un tiempo lejanos, y que ahora es parte esencial de nuestro
clan. ¡Por Sophie y por los MacLeod!

—¡Por Sophie y por los MacLeod! —repitió el clan al


unísono, y el sonido de las copas chocando se elevó como un
himno de unidad y fuerza.

Mientras la noche avanzaba, se sirvieron platos tradicionales


escoceses, acompañados de música y bailes. Sophie se dejó
llevar por la alegría y la celebración, bailando con Ian y otros
miembros del clan. Cada risa, cada mirada compartida,
fortalecía los lazos que la unían a esta tierra y a su gente.

En un momento de la noche, uno de los ancianos del clan, un


hombre sabio y respetado, se acercó a Sophie. Sus ojos, llenos
de años y de historias, brillaban con una luz especial.

—Sophie Davidson, has traído luz a nuestras vidas de maneras


que nunca imaginamos —dijo, su voz cargada de emoción—.
Has demostrado que el valor y el amor pueden trascender
cualquier barrera, incluso la del tiempo.

Sophie, conmovida por sus palabras, respondió:

—Gracias. Estar aquí, con Ian y todos ustedes, me ha


enseñado más sobre la vida y el amor de lo que jamás creí
posible. Ustedes son mi familia ahora, mi hogar.
El anciano asintió, una sonrisa sabia adornando su rostro.

—Y así será por muchas generaciones, Sophie. Tu historia y la


de Ian se contarán en las noches alrededor del fuego,
inspirando a futuros MacLeod a vivir con valentía y pasión.

La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, con Sophie e


Ian en el corazón de ella. Bailaron, rieron y compartieron
historias, fortaleciendo su unión no solo como pareja, sino
también como líderes del clan MacLeod.

Cuando finalmente se retiraron a sus aposentos, agotados pero


felices, Sophie se recostó en los brazos de Ian, sintiendo una
paz y un sentido de pertenencia que nunca había conocido
antes. En las Tierras Altas, en brazos de Ian, había encontrado
su lugar en el mundo, un lugar donde el amor y la valentía se
entrelazaban para crear una vida llena de significado y
aventura.

Así, la historia de Sophie e Ian, marcada por el coraje, el amor


y la unión, se convirtió en una leyenda en las Tierras Altas, un
testimonio del poder del amor para superar cualquier
obstáculo, incluso los del tiempo y la distancia.
Capítulo 20

La boda de Sophie Davidson e Ian MacLeod amaneció bajo un


cielo límpido y soleado, como si las propias Tierras Altas se
alinearan para bendecir su unión. Toda la comunidad del clan
MacLeod se había congregado para ser testigos del evento,
transformando el castillo y sus alrededores en un escenario
vibrante de festividad y alegría.

Las colinas estaban adornadas con banderas y estandartes del


clan, y el aire estaba impregnado de los aromas de comidas
preparándose y de flores silvestres dispuestas para la ocasión.
El sonido de las gaitas y tambores resonaba a través del valle,
creando una atmósfera de anticipación y celebración.

Sophie, ataviada con un traje tradicional highlander hecho


especialmente para ella, se miraba en el espejo. El vestido, de
un verde esmeralda con detalles dorados, realzaba su belleza y
reflejaba su nueva vida en las Tierras Altas. A su lado, Moira,
su amiga y confidente desde su llegada, la ayudaba a ajustar el
velo.

—Eres la imagen de una novia highlander —comentó Moira,


con lágrimas de felicidad en sus ojos.

Sophie sonrió, emocionada y ligeramente nerviosa.

—Gracias, Moira. No puedo creer que esto esté pasando.


—Ian es un hombre muy afortunado —replicó Moira,
asegurando el velo de Sophie.

Mientras tanto, Ian se preparaba en otra parte del castillo,


vistiendo un kilt tradicional del clan MacLeod. Callum, su
hermano, estaba con él, asegurándose de que cada detalle
estuviera perfecto.

—Hoy comienzas un nuevo capítulo en tu vida, hermano —


dijo Callum, colocándole el broche del clan en el tartán.

Ian asintió, su rostro reflejando la profundidad de sus


sentimientos.

—Sophie ha cambiado mi vida, Callum. Con ella me siento


completo.

La ceremonia se llevaría a cabo en un claro rodeado de


antiguos robles, un lugar sagrado para el clan MacLeod. Los
invitados comenzaron a reunirse, formando un círculo
alrededor del altar de piedra donde Ian ya estaba esperando a
Sophie.

Cuando Sophie apareció, guiada por Moira, un murmullo de


admiración recorrió la multitud. Ian, al verla, sintió que su
corazón se paralizaba por un momento. Jamás había visto a
alguien tan hermosa, pensó, mientras una sonrisa iluminaba su
rostro.

Sophie caminó hacia el altar, su mirada fija en Ian, el hombre


con quien compartiría su vida. A su alrededor, los colores del
clan, el sonido de las gaitas y los rostros sonrientes de los
MacLeod se mezclaban en un hermoso tapiz de amor y
comunidad.
Al llegar al altar, Ian tomó las manos de Sophie, y juntos se
enfrentaron al anciano del clan, que presidiría la ceremonia. La
tradición highlander impregnaba cada palabra y cada gesto,
uniendo a Sophie e Ian no solo en matrimonio sino también en
la historia y cultura de las Tierras Altas.

—Sophie Davidson, ¿aceptas a Ian MacLeod como tu esposo,


para compartir con él la vida, en la alegría y en la tristeza, en
la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud,
mientras ambos vivan? —preguntó el anciano, su voz
resonando en el claro.

—Sí, lo acepto —respondió Sophie, su voz firme y llena de


emoción.

—Ian MacLeod, ¿aceptas a Sophie Davidson como tu esposa,


para compartir con ella la vida, en la alegría y en la tristeza, en
la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud,
mientras ambos vivan? —preguntó el anciano, dirigiéndose
ahora a Ian.

—Sí, la acepto —respondió Ian, su voz profunda y segura.

En un gesto cargado de tradición, Ian y Sophie enlazaron sus


manos con un tartán, simbolizando la unión de sus vidas. El
anciano los proclamó marido y mujer, y al besarse, la multitud
estalló en vítores y aplausos.

Tras la ceremonia, se celebró un gran banquete en el salón del


castillo. Las mesas rebosaban de lo mejor de las Highlands:
venado, pan recién horneado, frutas y excelentes cervezas. Los
recién casados fueron homenajeados con discursos sinceros, y
el ambiente se llenó de risas y música.
Sophie e Ian bailaron bajo las vigas de madera del gran salón,
sus movimientos en perfecta armonía. Al mirarse a los ojos,
sabían que su viaje juntos apenas comenzaba. Habían unido no
solo sus corazones, sino también sus destinos, creando un
vínculo que se convertiría en una leyenda en las Tierras Altas.

Sophie había decidido quedarse en el pasado para abrazar una


vida tan diferente a todo lo que había conocido. En los brazos
de Ian, había encontrado un amor que trascendía el tiempo, un
amor que sería un faro para ambos en los años venideros.

Mientras la celebración continuaba en la noche, Sophie e Ian,


el nuevo corazón del clan MacLeod, se mantenían juntos,
listos para enfrentar lo que el futuro les deparara. Su amor,
forjado en el fuego de la batalla y sellado en las tradiciones de
las Highlands, era un testimonio del poder perdurable del amor
y los lazos inquebrantables de la familia y el clan.

Así, la historia de Sophie e Ian se convirtió en un relato


atemporal, susurrado alrededor de hogueras y transmitido de
generación en generación, una historia de valentía, sacrificio y
un amor que desafió los límites del tiempo.
Epílogo

En el presente, las Tierras Altas de Escocia seguían siendo un


lugar de misterio y belleza, un lienzo donde se pintaban
historias de héroes y leyendas antiguas. Los turistas venían de
todas partes del mundo para explorar sus paisajes y sumergirse
en su rica historia. Entre ellos, estaba Ethan, un joven
estadounidense con una pasión por la historia y lo
sobrenatural, quien había llegado a Escocia atraído por sus
cuentos de fantasmas y batallas épicas.

Una tarde, mientras exploraba un antiguo campo de batalla,


conocido por ser el escenario de feroces enfrentamientos entre
clanes en el pasado, Ethan se topó con algo inusual. En medio
de un claro, rodeado de hierba alta y flores silvestres, había
una piedra grande y antigua. Y en ella, clavada firmemente, se
encontraba una espada de aspecto antiguo y majestuoso.

Ethan se acercó, fascinado por el descubrimiento. La espada


parecía de otra época, su hoja corroída por el tiempo, pero aún
emanando una sensación de poder y misterio. Recordando las
leyendas que había leído sobre espadas mágicas y maldiciones
antiguas, Ethan sacó su cámara y comenzó a tomar fotos.

Mientras observaba la espada, un anciano se le acercó. Vestía


un traje tradicional escocés y su mirada era profunda, como si
escondiera secretos de tiempos inmemoriales.
—¿Ve esa espada, joven? —preguntó el anciano, su voz un
susurro arrastrado por el viento.

—Sí, es increíble. ¿Es parte de una exhibición o algo por el


estilo? —respondió Ethan, aún concentrado en su cámara.

—No, esa espada es mucho más que un simple objeto —dijo


el anciano, su mirada fija en la hoja brillante—. Es parte de
una leyenda, la leyenda de Sophie Davidson e Ian MacLeod.

Ethan bajó la cámara, intrigado por las palabras del anciano.

—¿Una leyenda? —preguntó, su interés despertado.

—Sí. Cuenta la historia de una mujer que vino de un tiempo


lejano para cambiar el destino de un clan highlander. Ella y su
amado, Ian MacLeod, lucharon juntos y forjaron un amor que
desafió las barreras del tiempo —explicó el anciano, su voz
tomando un tono de narrador.

—Eso suena como un cuento de hadas —comentó Ethan,


aunque una parte de él quería creer en esa mágica historia.

—Algunos cuentos tienen raíces en la verdad —replicó el


anciano, una sonrisa enigmática en sus labios—. Se dice que
cuando la espada sea retirada nuevamente, una nueva era de
héroes y leyendas renacerá en estas tierras.

Ethan miró la espada, sintiendo una mezcla de escepticismo y


asombro. Extendió su mano hacia la empuñadura, medio en
broma, medio con la esperanza de sentir algo extraordinario.

Pero antes de que pudiera tocarla, el anciano lo detuvo.


—Cuidado, joven. Algunas historias están destinadas a ser
contadas, no revividas —advirtió, su tono serio de repente.

Ethan retiró la mano, una sensación extraña recorriéndole la


espalda. Miró al anciano, queriendo preguntar más, pero en un
parpadeo, el viejo había desaparecido, como si se lo hubiera
tragado la neblina.

Mirando de nuevo la espada, Ethan se preguntó sobre las


historias y leyendas que escondían las Tierras Altas. En ese
momento, decidió que compartiría la foto y la historia de la
espada y la leyenda de Sophie e Ian, añadiendo su propio
capítulo a la misteriosa historia de Escocia.

Mientras se alejaba, la espada seguía inmóvil, clavada en la


piedra, esperando el momento en que una nueva historia
estuviera lista para ser escrita, un momento en que el pasado y
el presente se encontrarían una vez más en las místicas Tierras
Altas de Escocia.
Nota de la autora

Querida lectora:

Antes que nada, quiero agradecerte


sinceramente por haber tomado el tiempo de
adentrarte en las páginas de Susurros del
Pasado: Un Amor en las Highlands a
Través del Tiempo. Escribir esta historia ha
sido un viaje emocionante para mí, y saber
que ha llegado a tus manos y ha resonado en
tu corazón es el mayor regalo que cualquier
escritora podría desear.

Si disfrutaste del viaje de Lorena a través


del tiempo y de sus aventuras en las Tierras
Altas, te estaría eternamente agradecida si
pudieras compartir tu opinión en Amazon.
Cada comentario, ya sea breve o detallado,
significa el mundo para mí y ayuda a que
otros lectores descubran esta historia.
Además, si sientes el impulso de compartir
tus pensamientos o momentos favoritos de
la novela en las redes sociales, ¡me
encantaría verlo! Cada mención, cada
palabra y cada recomendación ayuda a dar
vida a esta historia para nuevos lectores.

Desde el fondo de mi corazón, gracias por


ser parte de este viaje literario. Tus palabras
y tu apoyo significan más de lo que las
palabras pueden expresar.

Con cariño y gratitud,


S. K. Wallace
Este es tu regalo

Si has disfrutado con esta historia, te animo a que empieces a


leer otro título de esta misma serie, que se titula: Promesas del
pasado ¡Feliz lectura!

Prólogo

El viento soplaba con furia a través de las Highlands


escocesas, llevando consigo el eco de antiguas leyendas y el
susurro de promesas no cumplidas. Entre esas colinas,
envuelto en la oscuridad de una noche sin luna, se encontraba
Clyde, un guerrero de mirada fiera y corazón indomable, de
pie ante un altar de piedras ancestrales.

—Esta noche, bajo el testigo de las estrellas y el eterno cielo,


hago una promesa —dijo Clyde, su voz resonando con una
mezcla de determinación y un atisbo de incertidumbre.

A su alrededor, los miembros de su clan observaban en


silencio, sus rostros iluminados por la tenue luz de las
antorchas. El ritual que estaban a punto de presenciar era
antiguo, tan antiguo como las mismas tierras en las que se
encontraban.

Clyde sostuvo entre sus manos un amuleto, una pieza


intrincadamente tallada que parecía absorber la luz de las
llamas. Era un objeto místico, heredado de generaciones de
guerreros, cada uno añadiendo su propia historia y poder a la
pieza.

—Por el honor de mi clan y el legado de mis ancestros —


continuó Clyde, cerrando los ojos y elevando el amuleto—, me
comprometo a encontrar a mi verdadero amor, sin importar las
barreras del tiempo y el espacio.

Una ráfaga de viento azotó el lugar, haciendo que las llamas


danzaran y las capas de los presentes ondearan como banderas
en una batalla invisible. Clyde abrió los ojos, su mirada fija en
el horizonte, donde las montañas se encontraban con el cielo.

—¿Y si tu amor verdadero no pertenece a esta época, Clyde?


—preguntó una voz desde la multitud. Era Alastair, su mejor
amigo y compañero de batallas.

Clyde se giró hacia él, una sonrisa desafiante en sus labios.

—Entonces el destino deberá tejer su magia —respondió—.


Porque ninguna barrera, ni siquiera el tiempo, puede detener
un corazón decidido.

El sacerdote del clan, un hombre de edad avanzada con ojos


que habían visto muchas lunas, se acercó al guerrero. En sus
manos llevaba un cuenco con un líquido oscuro, humeante.

—Con este brebaje, sellarás tu destino, Clyde —dijo el


sacerdote—. Pero debes saber que toda promesa tiene su
precio.

Clyde asintió, consciente del peso de sus palabras. Tomó el


cuenco entre sus manos y bebió el contenido de un solo trago.
El líquido era amargo y caliente, descendiendo por su garganta
como un río de fuego.
El mundo pareció girar a su alrededor, las estrellas danzando
en un cielo que de repente se sentía demasiado cercano. Sintió
como si cada parte de su ser estuviera siendo arrastrada hacia
algo desconocido, algo que esperaba por él en algún lugar más
allá de su comprensión.

—Que los antiguos te guíen, Clyde —dijo el sacerdote,


mientras el guerrero cerraba los ojos, entregándose a la magia
del momento.

La noche continuó su curso, las estrellas girando en su danza


celestial, y los miembros del clan se dispersaron, dejando a
Clyde solo ante el altar. El viento había cesado, dejando un
silencio profundo, roto solo por el latido constante del corazón
de un guerrero que había hecho una promesa más allá del
tiempo.

Capítulo 1

Las calles empedradas de la ciudad resonaban bajo los pasos


decididos de Lea, una joven moderna que se movía entre la
multitud con una facilidad que desmentía su mente a menudo
perdida en épocas pasadas. Rodeada de rascacielos y el
bullicio de la vida urbana, su corazón latía al ritmo de una era
diferente, una donde los caballeros y damas protagonizaban
historias que ella solo podía soñar.
—¡Lea! ¿Te has perdido en tus pensamientos otra vez? —la
voz de Clara, su amiga, interrumpió su ensimismamiento.

Lea sonrió y aceleró el paso para alcanzar a Clara, quien ya


estaba entrando en su café favorito.

—Estaba pensando en la exposición del museo. Hoy inauguran


una sobre la Escocia medieval —explicó Lea, sus ojos
iluminándose con anticipación.

—Siempre con la cabeza en los Highlanders, ¿eh? —bromeó


Clara, mientras ambas se acomodaban en una mesa.

El café, con su ambiente cálido y acogedor, era un refugio


contra el ajetreo de la ciudad. Clara, siempre conectada al
presente, revisaba su teléfono, mientras Lea se perdía en la
vista de las calles, imaginando cómo serían en otro tiempo.

—A veces, siento que pertenezco a otra época —confesó Lea,


mirando por la ventana.

—Tú y tus sueños de viajar en el tiempo. Yo prefiero el wifi y


el café moderno —respondió Clara, riendo.

Después de despedirse de Clara, Lea se dirigió al museo. Los


sonidos de la ciudad se mezclaban en su cabeza con ecos de un
pasado que siempre había sentido cercano. La historia, con sus
batallas y pasiones, era una llamada que no podía ignorar.

La exposición sobre la Escocia medieval era un laberinto de


artefactos y relatos. Cada pieza contaba una historia, y Lea se
sumergía en ellas, dejando que su imaginación volara. Pero
entre todas, una pieza captó su atención por completo: un
amuleto similar al que había encontrado en el ático de su
abuela.
—Es una réplica de un talismán del siglo XVIII —explicó el
curador del museo, acercándose a ella—. Se dice que estaba
destinado a unir a su portador con su amor verdadero, más allá
de las barreras del tiempo.

Las palabras del curador resonaron en Lea. La idea de un amor


capaz de trascender el tiempo era algo que tocaba una cuerda
profunda en su corazón.

De vuelta en su apartamento, Lea sacó el amuleto del ático. Lo


sostuvo, cerrando los ojos, y por un momento se permitió
soñar. ¿Y si pudiera encontrarse con ese guerrero escocés?

En ese instante, una luz cegadora llenó la habitación. Lea


sintió el mundo girar a su alrededor, y un torbellino de colores
la envolvió. Cuando la luz se disipó, se encontró en un lugar
desconocido, un paisaje de colinas verdes y un cielo de un azul
inmenso.

—¿Dónde estoy? —susurró, asombrada y confundida.

En la distancia, el sonido de cascos de caballo se acercaba. Lea


se volvió y vio a un guerrero a caballo, su figura recortándose
contra el cielo. Era un Highlander, imponente, con una mirada
que hablaba de batallas y leyendas. Era él, el guerrero del
amuleto, y estaba a punto de cambiar su vida para siempre.

El destino había tejido su magia, uniendo a dos corazones


separados por siglos, pero unidos por una promesa del pasado.
Capítulo 2

Lea se despertó esa mañana con una sensación de anticipación.


Había soñado con castillos y brumas, con sonidos de gaitas en
la distancia. Aquel día tenía un propósito especial: limpiar el
ático de la casa de su abuela, un lugar lleno de recuerdos y
tesoros olvidados.

—Hoy es el día, abuela —dijo Lea, mientras preparaba una


taza de té para ambas—. Voy a desempolvar tu ático.

—Ten cuidado, querida. Hay muchas cosas viejas allí arriba —


respondió su abuela, una mujer de mirada cálida y sonrisa
fácil.

Lea asintió, emocionada por la aventura que tenía por delante.


Siempre le había fascinado la historia de su familia, y aquel
ático era como una cápsula del tiempo esperando ser
explorada.

Subió las escaleras crujientes, abrió la pequeña puerta y se


adentró en el ático. El aire estaba cargado de polvo y
recuerdos. Cajas apiladas, muebles antiguos y libros
desgastados llenaban el espacio. Lea se puso manos a la obra,
abriendo cajas y examinando cada objeto con curiosidad.

Fue entonces cuando lo encontró. En una caja llena de viejas


cartas y fotografías, había un relicario. Era de plata, con
intrincados grabados celtas y una piedra verde en el centro.
Lea lo sostuvo en su mano, sintiendo una vibración extraña,
como si el objeto estuviera cargado de energía.
—¿Qué eres tú? —murmuró, examinando el relicario con
detenimiento.

Lea abrió el relicario con cuidado. Dentro, había una pequeña


inscripción que parecía una especie de hechizo o bendición en
un idioma antiguo. Intrigada, decidió llevar el relicario al
museo para saber más sobre él.

—Abuela, encontré algo increíble —dijo Lea, bajando las


escaleras con el relicario en la mano.

—Oh, déjame ver —pidió su abuela, extendiendo las manos.

Lea le mostró el relicario, y su abuela lo examinó con una


mezcla de sorpresa y nostalgia.

—Este era de tu bisabuela. Ella decía que tenía una historia


especial, pero nunca supe cuál era —explicó su abuela,
devolviéndoselo.

Con el relicario en su bolsillo, Lea se dirigió al museo.


Necesitaba respuestas, y sabía que el único lugar donde podría
encontrarlas era entre los muros de ese edificio lleno de
historia.

Al llegar, buscó al curador, un hombre mayor con un vasto


conocimiento de la historia escocesa.

—Buenas tardes, señor MacDougal. Encontré esto en el ático


de mi abuela y me preguntaba si podría decirme algo sobre él
—dijo Lea, mostrándole el relicario.

El señor MacDougal tomó el objeto con manos temblorosas,


sus ojos brillando con una mezcla de asombro y
reconocimiento.

—Es un relicario escocés del siglo XVIII. Los grabados son


típicos de la época, y esta piedra… —dijo, señalando la gema
verde— es una serpentina, muy valorada en aquel tiempo.

Lea escuchaba atentamente, fascinada.

—¿Y la inscripción? —preguntó.

El curador la examinó de cerca, frunciendo el ceño.

—Es un antiguo gaélico escocés. Habla de un viaje a través del


tiempo, un encuentro entre dos almas destinadas —tradujo.

Lea sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. ¿Un viaje a


través del tiempo? ¿Dos almas destinadas? Era como si el
relicario estuviera hablando directamente a su corazón, a sus
sueños más secretos.

—Gracias, señor MacDougal —dijo Lea, guardando el


relicario de nuevo en su bolsillo—. Esto significa mucho para
mí.

De regreso a casa, Lea no podía dejar de pensar en las palabras


del curador. Un encuentro entre dos almas destinadas. ¿Sería
posible que aquel relicario fuera una llave

a otro tiempo, a otra vida?

Esa noche, en la soledad de su habitación, Lea sacó el relicario


y lo sostuvo en sus manos. Cerró los ojos y deseó, con todo su
corazón, ser parte de esa historia, de ese viaje a través del
tiempo.
Y entonces, como si el destino estuviera escuchando, una luz
brillante la envolvió. El suelo bajo sus pies pareció
desaparecer, y un torbellino de colores y sonidos la rodeó.

Cuando la luz se disipó, Lea se encontró en un lugar


completamente diferente. Las colinas verdes se extendían ante
ella, el cielo era de un azul intenso, y el aire olía a libertad y
aventuras.

—No puede ser… —susurró Lea, mirando a su alrededor.

Había viajado en el tiempo, llevada por el poder del relicario.


Estaba en la Escocia del siglo XVIII, en un mundo de leyendas
y guerreros.

En la distancia, el sonido de cascos se acercaba. Lea se giró, su


corazón latiendo con fuerza. Un guerrero a caballo se
acercaba, su figura imponente recortándose contra el cielo.

Capítulo 3

La luz se disipó lentamente, dejando a Lea en medio de un


paisaje que parecía sacado de un cuento de hadas. Colinas
verdes, un cielo límpido y el aire puro de la naturaleza la
rodeaban. Por un momento, se quedó inmóvil, tratando de
asimilar lo que acababa de suceder. ¿Había viajado realmente
en el tiempo?
—Esto debe ser un sueño —murmuró, mirando a su alrededor.

Pero el sonido de los cascos de caballo se acercaba, haciéndola


volver a la realidad. Lea se giró y vio a un hombre montado en
un majestuoso caballo negro, acercándose a ella. Su presencia
era imponente, y en su mirada se leía la fuerza de un guerrero.
Era el hombre del amuleto, no había duda.

El guerrero se detuvo frente a ella, observándola con


curiosidad y cautela. Lea se quedó sin aliento ante su
presencia. Era como si todas las historias que había leído
cobraran vida ante sus ojos.

—¿Quién eres y qué haces en mis tierras? —preguntó el


guerrero con voz firme, su acento escocés marcando cada
palabra.

Lea tragó saliva, intentando encontrar su voz.

—Mi nombre es Lea. No sé cómo llegué aquí… —empezó a


explicar, pero su voz se apagó al ver la expresión de
incredulidad en el rostro del hombre.

—¿Lea? Ese no es un nombre de estas tierras. ¿Eres una espía?


—inquirió él, desmontando de su caballo con agilidad.

—No, no soy una espía. Vine de muy lejos… —Lea se detuvo,


dándose cuenta de lo absurdo que sonaría decir que venía del
futuro.

—Hablas de una manera extraña. Ven conmigo, necesitarás


explicar esto mejor —dijo él, extendiendo su mano.
Lea dudó por un instante, pero algo en su mirada le inspiró
confianza. Tomó su mano y subió al caballo detrás del
guerrero. Mientras cabalgaban, Lea observaba el paisaje,
maravillada por su belleza y autenticidad.

—¿Cómo te llamas? —preguntó finalmente, su voz apenas


audible por encima del sonido del viento.

—Clyde —respondió él, sin mirarla.

Clyde. El nombre resonó en la mente de Lea. Era el destino


entrelazando sus vidas de una manera que ella nunca habría
imaginado.

Llegaron a una aldea donde las casas de piedra y los techos de


paja parecían sacados de una página de historia. La gente se
detenía para mirarla, susurros y miradas curiosas acompañaban
su paso. Lea se sentía como una intrusa en un mundo que no le
pertenecía.

Clyde la llevó a una casa más grande que las demás, con un
aire de autoridad que no pasaba desapercibido.

—Espera aquí —dijo antes de entrar.

Lea se quedó de pie, nerviosa y expectante. No tardó en salir


una mujer de cabello rojo y ojos vivaces.

—¿Eres tú la joven que encontró Clyde? —preguntó la mujer,


examinándola de arriba abajo.

—Sí, mi nombre es Lea —respondió, intentando una sonrisa.


—Soy Moira, la hermana de Clyde. Ven, te prepararé algo de
comer —dijo Moira, llevándola al interior de la casa.

La casa era acogedora y cálida, con un fuego ardiendo en la


chimenea y muebles rústicos. Moira le sirvió un caldo
humeante y pan fresco, alimentos sencillos pero
reconfortantes.

—Gracias, esto es muy amable de tu parte —dijo Lea,


tomando el cuenco entre sus manos.

—Cuéntame, ¿de dónde vienes realmente? —preguntó Moira


con una mirada astuta.

Lea dudó, pero algo en la forma en que Moira la miraba le


hizo sentir que podía confiar en ella.

—Vengo del futuro —confesó final

mente, susurrando las palabras como si temiera que al decirlas


en voz alta, desaparecerían.

Moira la miró fijamente, su expresión pasando de la sorpresa a


una especie de comprensión.

—Siempre supe que había algo especial en mi hermano. Si él


te trajo aquí, debe ser por una razón —dijo Moira, más para sí
misma que para Lea.

En ese momento, Clyde entró en la habitación. Su mirada se


posó en Lea, llena de preguntas.

—Hemos de hablar, Lea del futuro —dijo, con un tono que


mezclaba la incredulidad con una curiosidad palpable.
Lea asintió, dejando su cuenco a un lado. Estaba a punto de
embarcarse en la historia más increíble de su vida, y todo
había comenzado con un antiguo relicario y un guerrero de las
Highlands llamado Clyde.

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