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Reinas de Cristal:

las llamas blancas de la esperanza

Jaden Diamondknight
Un agradecimiento profundo:

A mi madre Cornelia,

a mi abuela Graciela,

a mis tíos Sonia y José Esteban,

a mis hermanas Lizeth y Lluvia.

A ellos, que han forjado a Gildardo de la actualidad,

por soñar mi sueño y guiar los instantes trascendentales de mi vida.

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Prólogo

Lo que tienes en tus manos es una novela que dialoga en diferentes niveles con la

estética del Manga, la animación y videojuegos japoneses, tanto en la apariencia de los

personajes, su lenguaje corporal y habilidades de combate, como en la descripción de los

paisajes urbanos y naturales, e inclusive en el sentido del humor.

Sin duda alguna la cultura pop japonesa está presente, pero también lo está la

literatura fantástica y de aventuras. El código de honor medieval y la búsqueda, que

irremediablemente, de concretarse, lleva a la inmortalidad que ofrece la gloria al héroe

victorioso, son la columna vertebral de la historia.

Los referentes y paralelismos que encontramos en esta novela con series, películas y

-como ya comentamos- videojuegos, se encuentran en cada capítulo, casi siempre como

simples guiños decodificables para el ojo experto y casi indetectables para el lector ajeno a

la cultura pop japonesa de los últimos -cuando menos- 30 años. Esto no implica que la

novela gráfica, el cómic y la ciencia ficción occidental no estén presentes en Reinas de

Cristal. De inicio la historia misma transcurre en un universo ficcional bajo la lente del

Steampunk, lo cual podemos reconocer en la descripción de las ciudades y reinos, así como

en las armas, maquinaria y tecnología, que aun cuando no se alejan del todo de la época

victoriana (he aquí el un giro de tuerca), se incluyen permanentemente características

sociales y éticas del medievo, como la idea de ciudades estado, la magia, el feudalismo

monárquico como sistema político, inclusive cuando los héroes enfrentan, literalmente, a

los demonios, cubriendo su cuerpo con armaduras utilizando espadas medievales

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hiperbólicas, escudos y lanzas mágicas, es difícil ignorar el referente de los caballeros

medievales combatiendo dragones ancestrales y sedientos de sangre.

Pero también hay historias de amor, aventuras, retos, enredos, confusión,

sentimientos encontrados, separación y reencuentro, elementos todos del romanticismo del

siglo XIX que continúan vigentes en la literatura actual y que ha ido mutando de

generación hasta ser parte inherente del argumento de los videojuegos.

Por todo esto y más, Reinas de Cristal tendrá diferentes lecturas como lectores. Esta

lectura atrapará al lector joven sin duda alguna, pero el lector adulto tendrá también la

oportunidad de disfrutar la lectura, porque aun con los guiños a la cultura pop

contemporánea, también está presente la tradición literaria.

Ángel Orozco

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Capítulo 1

Bienvenidos a la ciudad de Pralvea, el lugar donde las almas se enlazan

Una señorita de cabellera de lava y piel chocolate corría por la banqueta de las

calles de Pralvea, la capital del reino de Kartina. Desde lo alto de los edificios se veían

estatuas de ángeles y gárgolas hechas de piedra caliza y cubiertas por un manto de seda

helada. Un hedor a gasolina, proveniente de los coches, impregnaba las paredes de piedra

mientras se escuchaban las risas de los niños que jugaban a las guerras de nieve en el

parque. La damisela cargaba consigo una espada de madera detrás de su chaleco rojo,

mientras comía un pastelillo de frambuesa y evadía a la gente con la que se cruzaba. Los

ancianos le reclamaban enfurecidos ante esa audacia, pero la espadachina solo volteó a

verlos y les guiñó el ojo de manera burlesca.

Un rato después la joven esgrimista llegó a su casa. Una mansión en la cima de una

gran colina. Los vidrieros se encargaban de colocar los nuevos vitrales que los padres de la

señorita encargaron, mientras los pintores remodelaban los muros de sangre azul. Lo

primero por lo que la espadachina fue recibida fue el aroma de las rosas que crecían afuera

de la casa y el murmullo de la gente que pasaba por el edificio.

“Buenas tardes, señorita Victoria”, dijo un infante que se acercó a saludarla. La

señorita inclinó su cuerpo y le acarició la cabeza devolviendo una carcajada con una voz

grave y resonante, pero también gentil. Intercambiaron palabras por un rato y hablaron

sobre el entrenamiento más reciente. Pronto serían los combates en parejas. La doncella se

sentía lo suficientemente confiada como para alcanzar el triunfo, pero también cautelosa

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para no subestimar a sus contrincantes. Victoria terminó su conversación con el jovencito y

entró al vestíbulo de su casa. Su cuerpo se relajó un poco por la pintura y el tapizado

morado con azul y fue a sentarse junto al sofá carmesí frente a la chimenea donde solía

darse tiempo para leer libros de mitología y elegías heroicas. Antes de que pudiera llegar a

la repisa junto a las escaleras y el fogón, un adulto mayor llegó con la damisela. Él trapeaba

el piso con un perfume de lirios blancos. El caballero en traje de catrín se acicaló su

cabellera plateada por el tiempo, pero aún con cierto vigor adolescente a pesar de su cuerpo

delgado y desgastado.

— ¿Y mis papás, Rogelio? —preguntó la espadachina y subió sus piernas sobre el sofá.

—Salieron a atender las desapariciones en el Bosque de Alcani, señorita Victoria.

—Dos más y rompemos récord —Victoria respondió con un comentario sarcástico.

— ¿Va a ir a la fiesta de su alteza Fabiola, por cierto?

Al escucharlo la dama soltó un suspiro de molestia y cerró los ojos.

—Con que no me meta en problemas.

Al decir esto Victoria se levantó del asiento y fue a su cuarto para arreglarse.

Más tarde en la noche la familia Hosenfeld se ubicaba en la sala y se preparaba para

salir rumbo al castillo de la familia Leonhardt al norte de la ciudad de Pralvea. El chaleco y

pantalones carmín que portaba Victoria le daban una refinación digna de su clase social. De

reojo uno podría pensar que ella era un muchacho de belleza exuberante, especialmente con

su cabello recogido en una coleta y por el fuerte aroma de la colonia que portaba.

Su madre, la condesa Adelaida Redmont Hosenfeld, le jaló de las mejillas y le sonrió

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tiernamente. Su vestido, cual océano y rayos del sol, encajaba armoniosamente con su

cabello y su contorno grande pero delicado. La espadachina se incomodó un poco ante este

gesto y retiró las manos de la condesa de su cara.

—Es hora de irnos, mis bellas damas. La Princesa nos espera.

Su padre, el conde Homero Hosenfeld, abrió la puerta y cedió el paso. El caballero,

ya diezmado y fuera de forma por el paso del tiempo y los combates, tenía muy pocos

cabellos plateados en su cráneo. Su barba y bigote lo hacían ver más viejo de lo que

realmente era, así como esas cejas encrespadas que limitaban su vista. El traje, blanco como

la nieve, lo hacía resaltar del resto de la gente que andaba por la calle a esas horas. Cuando

la familia entró al coche, Rogelio encendió el motor y se marcharon hacia el castillo de la

familia real.

Al circular por las aglomeradas avenidas de la urbe, Victoria se encandiló un poco

por la cantidad de luz proveniente de las lámparas y veladoras en la acera y en las

viviendas. Se escuchaba el bullicio y las pisadas de la gente que se dirigía a sus hogares con

bolsas de comida, así como el aroma de cerveza que salía de las tabernas. Otros coches

recogían escoltas y algunos transeúntes entraban a los burdeles entre risas pícaras.

Mientras tanto, en un castillo a las afueras de la ciudad, una joven dama, de piel tan

blanca como la nieve, una cabellera larga y negra como el cielo nocturno, y unos ojos

esmeralda se arreglaba dentro de su recamara. La habitación era poco convencional para

una señorita de su edad. Las paredes y el techo daban la ilusión de un cielo nocturno. Las

cortinas y las sabanas de su cama eran de un rosa seductor. En otras repisas de abedul se

encontraban libros de repostería y una colección de perfumes.

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Al terminar de ajustarse su nuevo vestido, la joven dama se revisó en el espejo. De

ahí, dio una hojeada a una revista con imágenes de mujeres en exquisitos vestidos que

resaltarían un cuerpo curvilíneo Pese a su contorno más grande, el vestuario le quedó

bastante bien. Una sonrisa se dibujó en su rostro, al notar cómo es que se parecía, aunque

fuera un poco, a aquellas modelos de las revistas que coleccionaba.

—Señorita Katalina… sus padres les hablan—comentó una sirvienta, desde el otro lado de

la puerta. —Ya es hora de ir a la fiesta.

—En seguida, Nadia,

Al responder con esto, la dama guardó el libro en el cajón inferior de su gabinete,

donde tenía otras revistas de moda, así como libros sobre mujeres que, a través de la

historia, han sido reconocidas por su belleza y su manejo para encantar a las audiencias.

Katalina bajó al vestíbulo y se reunió con sus padres, dispuesta a ir a la fiesta de la princesa

Leonhardt, con la esperanza de, tan siquiera, conocer a alguien con quien fraternizar.

Mientras tanto, los Hosenfeld avanzaron por la avenida principal hasta que

finalmente llegaron al castillo. Había edificaciones que servían como cuartos de huéspedes

o albergue en caso de que pasara una catástrofe. Otros edificios servían como almacenes y

tiendas. Al oeste, la estructura principal del castillo tenía incrustaciones de piedras

preciosas. Estas resplandecían durante la noche cuando la iluminación nocturna se alzaba.

Una pequeña laguna se encontraba en el extenso jardín del castillo mientras que las torres

se encontraban resguardadas por guardias de la armada. Entonces, uno de los sirvientes

indicó dónde estacionar el carruaje.

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—Su Majestad se siente honrado con su presencia, señor Homero. Esperamos que disfruten

la fiesta de cumpleaños de la princesa Fabiola.

Al estacionarse la familia salió del carruaje y entró al recinto. Lo primero que los

Hosenfeld visualizaron fue una fuente con una estatua de la reina Istia, posada en el medio

con una vasija que derramaba agua. Había armaduras posicionadas en las paredes

relucientes mientras que estantes de ébano mostraban armas decorativas de la casa

Leonhardt, algunas de ellas mágicas. Rápidamente se toparon con otros miembros de la

realeza y la nobleza, así como con músicos, científicos, miembros del ejército, entre otros

ciudadanos de renombre. Los padres no dudaron en saludar a los invitados, pero la joven

Victoria se agitaba por el bullicio, así como por el fuerte aroma a vino y champaña.

— ¡Al fin muestras tu rostro, manzanita!

Justo antes de que pudieran ir a la oficina del rey, una voz atrapó por sorpresa a la

dama. Ella volteó hacia él rápidamente y se topó con un compañero de esgrima: el marqués

Saúl Giesler.

— ¡Soy Victoria para ti!

El joven noble era un poco más alto que ella y de un tono de piel más oscuro que la

del resto de los invitados, esto debido al intensivo entrenamiento. Debajo de ese traje de

seda y esa corbata azabache que acentuaban su sangre azul se ocultaba un cuerpo fuerte y

torneado, el cual presumía con orgullo.

—Joven Saúl, qué linda sorpresa verle por aquí. ¿Acaso vino solo o lo acompañaron sus

padres? —dijo Adelaida, a lo que Saúl respondió con una reverencia.

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—En un rato más llegarán. Me sorprende que Victoria viniera a la fiesta.

— ¡Fabiola me matará si no me ve aquí! —exclamó Victoria al golpear el suelo con su pie

derecho del enojo.

— ¿Y tus modales? —respondió Saúl con una mirada lacerante. La muchacha se cruzó de

brazos al escucharlo.

—La princesa Leonhardt me matará si es que me ausento a la fiesta, marqués Giesler.

El joven marqués se rio socarronamente.

—Mucho mejor.

—Vayamos a la oficina de sus majestades, muchachos.

El grupo se dirigió arriba para hablar con los reyes y la princesa. Durante el

transcurso los jóvenes espadachines intercambiaban comentarios sarcásticos y llamaron la

atención de los demás asistentes, quienes los miraron con soslayo e inclusive soltaron

algunos murmullos molestos. El conde detuvo la discusión y ambos jóvenes solo se

cruzaron de brazos hasta que llegaron a la puerta de la recámara.

—Las damas primero.

Homero abrió la puerta y les sonrió a las damas. Ya adentro se encontraron con

otros integrantes de la nobleza Kartiniana. Algunos conversaban, leían los libros que

estaban colocados en los gabinetes de serbal, tomaban vino y otros platicaban con su

majestad. Los reyes estaban sentados en un escritorio de roble. Una sensación de

tranquilidad se sintió en el interior debido al perfume de rosas silvestres que aromatizaba la

recámara y una tenue melodía de un arpa que una sirvienta tocaba.

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La familia y el marqués se toparon con el rey Fernando Alfonso Leonhardt, quien

era alto y muy fornido pese a su avanzada edad, tenía el cabello rojo como el fuego y unos

ojos grisáceos que aún ardían con la pasión de un bardo. El rey alguna vez usó una espada y

una armadura, pero ahora solo portaba un bastón dorado para caminar y un traje de gala que

cubría sus heridas de batalla mientras hablaba con los archiduques Federico y Belinda

Gallows Montesco. La señora era toda una belleza que presumía su melena que caía como

una cascada azabache y en sus ojos color esmeralda mostraba confianza y quizá un poco de

arrogancia. El archiduque estaba a unos pocos años de alcanzar la adultez mayor, algo que

se apreciaba por su cabellera dorada con algunos mechones platinados, con un rostro

robusto y tosco, pero con una mirada azul como los zafiros que expresaba una paz interior

inmutable.

Los Montesco discutían las desapariciones en la frontera sur de Kartina, la cual

colindaba con el país natal de Federico: el Reino de Ucilia. Los poblados cerca del Bosque

de Alcani entraron en alerta roja, pues los aldeanos temían por sus vidas.

—Buenas noches, su majestad…. ¿o prefieres que te llame Fernando?

Homero se acercó al rey y se inclinó un poco. Adelaida, Saúl y Victoria hicieron lo

mismo.

— ¡Homero, Adelaida! —Replicó su majestad— ¡Los estaba esperando desde hace horas!

Puedo ver que Victoria vino también. Tan sagaz como un zorro rojo.

Fernando le frotó la cabeza a Victoria como gesto de cariño. La doncella inclinó la

cabeza un poco de la molestia.

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—Buenas noches, caballeros. ¿Con quién tengo el placer? —dijo la archiduquesa y después

bebió un poco de vino.

—Somos la familia Hosenfeld. ¿Y ustedes? —respondió Adelaida.

—Somos los archiduques Montesco. Es un placer conocer a una familia de su índole,

madame.

El archiduque se inclinó ante la condesa y le besó la mano.

—Una belleza tan exótica como usted no es muy común por estos lares de Celes.

—Muy dulce halago, señor Montesco. Soy del reino de Grumore, al norte del continente de

Edenia. —respondió la dama.

El tono de piel de Adelaida y de Victoria era notoriamente más oscuro que el de los

Montesco. Una característica resaltante de los nativos de Grumore. Al escuchar el apellido

de Federico, Homero le preguntó al archiduque por su familia. Ahí fue cuando Federico

comentó que su difunto padre era Luis Felipe Montesco, el rey anterior de Ucilia. El

archiduque también les dijo que su hermano menor, Luis Enrique Montesco, fue coronado

y él le encargó a Federico el trabajo como embajador y duque de Kartina. Federico aceptó

inmediatamente: “me gusta la nieve, después de todo”, fue su respuesta. Saúl comenzó a

impacientarse por la conversación de los caballeros y balbuceó entre dientes:

—Mejor me voy de aquí.

Pero alguien se aproximó por la espalda del muchacho y le cubrió los ojos.

— ¡Adivina!

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Una dama de cabello castaño y ojos color miel (que irradiaban alegría y

despreocupación) fue quien le cubrió los ojos a Saúl, sonriendo siempre como una niña. El

marqués pudo sentir y reconocer esa piel de bronce, delicada como los pétalos de una rosa

y el aroma de violetas en el vestido de la señorita.

—No es el momento, Fabiola.

El noble retiró lentamente las manos de la señorita y se posó frente a ella.

— ¡Eres un aguafiestas!

Era la princesa Leonhardt. Fabiola se cruzó de brazos e infló las mejillas.

—Tan inquieta como siempre, ¿eh?

Cuando Victoria dijo esto, la joven princesa volteó su mirada y la abrazó

fuertemente. Fabiola apenas si llegaba a los hombros a Victoria.

— ¡Manzanita!

La joven solo rio un poco y le devolvió el abrazo.

—Diecisiete años y sigues actuando como de nueve…

La cumpleañera interrumpió de golpe a su amiga y le preguntó a su padre si podía

salir al balcón a conversar con ella. Victoria solo se cubrió la frente. El rey aceptó la

petición y dejó ir a las doncellas. Fabiola tomó de la mano a la chica y se fueron

apresuradamente de la oficina. El marqués las siguió a un paso más lento. Ya afuera, Saúl y

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la princesa tuvieron un breve intercambio de palabras con respecto a algo que el caballero

quería hacer más tarde en la velada. Al final de esta plática la dama solo dijo: “se puede

ver, pero no se puede tocar”. El joven asentó con la cabeza y se fue molesto de ahí, pero la

conversación dejó a la espadachina con la quijada abierta de la impresión. Antes de esa

noche ella pensaba que su la princesa jamás se enamoraría de alguien tan engreído.

Victoria le preguntó inmediatamente a su alteza sobre esa situación. Ella le respondió que

se habían comprometido y pensaban casarse. Esta noticia hizo que Victoria cayera sentada

al suelo de la sorpresa, mientras su amiga continuaba con el relato. Unos cuantos días atrás,

los Leonhardt buscaron a alguien con quien Fabiola se pudiera casar y ambos muchachos se

conocían desde hacía mucho tiempo. Cuando la princesa descubrió que el marqués estaba

enamorado, le pidió a su padre que arreglara el matrimonio: “Vaya manera de asegurar que

el chico que te gusta, eh”. Terminado el relato la princesa se rio a carcajadas llamando la

atención de los presentes. Después le preguntó a Victoria si estaba enamorada de alguien.

Victoria no supo cómo responderle a su amiga y balbuceó un rato. Antes de esa noche, a la

señorita jamás se le había cruzado esa pregunta por la cabeza. “Jamás había pensado en

eso”, fue su respuesta.

Las dos amigas llegaron al balcón del castillo y observaron el panorama. El

cielo se nubló por completo: copos de nieve danzantes caían sobre el jardín y el

estacionamiento del castillo. La nieve destellaba con fuerza por las lámparas de gas

de las aceras y paredes.

—Manzanita, en unos días más iré al Templo del Loto de Cuarzo Rosa en el Glaciar

de Olgany.

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Cuando Fabiola comentó esto Victoria se cruzó de brazos sin entender de lo

que hablaba.

— ¿De qué hablas? —preguntó y se rascó la nuca.

—Mis padres quieren hacerme una Ceremonia de Ascensión, para que me vuelva la

campeona de una Reina.

Fabiola agachó la cabeza y la espadachina retrocedió un poco al escuchar estas

palabras.

— ¿No planeas volverte una campeona de leyenda, como la princesa Illyana, verdad?

La princesa dio la espalda y levantó la mirada.

— ¡No quiero volverme una campeona!

La mirada de Fabiola se volvió más seria y con su puño golpeó el barandal del

balcón.

—No quiero volverme el blanco de demonios. No puedo hacerlo, Victoria. No quiero

morir.

Fabiola se encogió y se cubrió la cabeza expresando miedo. Victoria no supo cómo

apaciguar a su amiga, pero tampoco soportó verla tan nerviosa. Lo único que pudo hacer

fue tomarla de las manos y sonreírle un poco para animarla.

—Me tienes para lo que necesites, Fabiola.

La princesa abrazó fuertemente a su compañera y sollozó un poco sobre su hombro.

— ¿Vendrás conmigo a la ceremonia?

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Fabiola la abrazó más fuerte. Victoria simplemente asentó con la cabeza y le frotó la

cabellera. Al ver esta respuesta, la joven princesa se secó las lágrimas de su cara e intento

devolver una sonrisa.

—Vamos al vestíbulo, Manzanita. Tocaré algo especial para esta noche.

Terminada la conversación las dos chicas se retiraron del balcón y se dirigieron al

vestíbulo, cuando de pronto se toparon con otra dama; con la señorita Katalina, para ser

más precisos.

— Con permiso —dijo la señorita algo taciturna y pasando a un lado de Victoria.

— ¡Buenas noches! —respondió Fabiola.

Algo que cautivó la atención de la espadachina al cruzar la mirada con Katalina fueron sus

ojos verdes, que imploraban cariño. Sin que ella lo notara, los pies de Victoria se movieron

por sí solos con dirección hacia la damisela, hasta que de pronto se posó enfrente de ella.

— ¿Sucede algo?

La señorita levantó la mirada. Victoria comenzó a balbucear sin encontrar las

palabras necesarias para dirigirse a ella.

— ¿Qué pasa, Manzanita?

Fabiola siguió a su amiga y le chasqueó los dedos en su rostro. Al hacer esto la

espadachina recobró la noción del tiempo y se sonrojó fuertemente.

—Bue… buenas noches, señorita. ¿Cómo se llama? —preguntó Victoria.

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—Soy la duquesa Katalina Montesco. Un placer conocerles. ¿Con quién tengo el

placer de hablar?

La voz de la noble era baja pero suave y dulce. La espadachina se quedó

embobada por unos segundos al escuchar hablar a la damisela, cuando de pronto

agitó su cabeza y se acomodó la solapa desviando la mirada.

— ¿¡Es usted la duquesa Katalina!?

Fabiola se puso enfrente de las dos damas e interrumpió la conversación. Katalina

retrocedió un poco intimidada por la osadía de la princesa, pero justo después de ello asentó

con la mirada.

—Mi padre me otorgó el título nobiliario antes de irnos de Ucilia.

Al responder esto su sonrisa se transformó en un rostro de tristeza.

— ¿Qué sucede? —comentó Victoria ladeando su cabeza.

—Extraño Galecia. Es todo.

Se logró ver una pequeña lágrima recorrer su cara.

— ¿Podemos hacer algo para animarla? —dijo su alteza.

— ¿¡Hablan en serio!? Muchísimas gracias. ¿Y con quien tengo el honor de hablar?

Katalina se movió hacia adelante un poco y les sonrió de nueva cuenta.

— ¡Me llamo Fabiola, un placer conocerla!

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La princesa estrechó la mano y le sonrió juguetonamente. El rostro de Katalina

palideció.

— ¿¡Usted es la princesa Leonhardt!? ¡Un… un placer conocerla, su alteza! —Exclamó la

duquesa y se inclinó rápidamente.

—Pero… usted también es, técnicamente, una princesa. ¿O no? —Respondió la soberana—

¿Y a qué se dedica?

Katalina se levantó del piso después de la reverencia y sacudió su vestido.

—Estudio artes arcanas.

Antes que Katalina continuara con su explicación, un guardia se acercó a las

señoritas.

—Señorita Fabiola, su padre necesita verla ahora mismo. Es sobre el recital.

Al oír esto, Fabiola volteó a ver a las chicas y agachó la mirada.

—Apurémonos, Manzanita.

Victoria asentó la cabeza y ambas damas se prepararon para dirigirse al vestíbulo,

pero antes de marcharse, la joven espadachina observó melancolía en el rostro de Katalina,

entonces, algo dentro del pecho de Victoria se desprendió y no le permitió dejar a la joven

duquesa desamparada. Victoria tomó un respiro profundo y entrecerró los ojos para luego

decir:

—Me quedaré un rato con la duquesa Montesco, Fabiola.

La joven princesa afirmó con la cabeza y sonrió un poco.


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—No te tardes mucho.

Al comentar esto, Fabiola las miró de reojo y se retiró a la sala principal. Katalina se

sonrojó y dijo:

—Muchísimas gracias, señorita… ammm…

Katalina titubeó por un rato al darse cuenta que Victoria no se había presentado.

—Hosenfeld. Victoria Hosenfeld.

Victoria se inclinó ante ella como muestra de respeto.

—Platíqueme más sobre sus estudios, su excelencia.

Katalina entonces le sonrió a Victoria y la tomó de la mano.

—Vayamos al jardín. Ahí tendremos una bella vista del estanque.

Un minuto después las chicas llegaron a la entrada del jardín de la familia real. La

nieve cubría algunas de las rosas, lirios y orquídeas, pero aun así estas despedían un

exquisito aroma que relajaba a las nobles.

— ¡Qué hermoso! —dijo la duquesa justo antes de entrar.

—Permítame ayudarle, su excelencia.

Victoria le tomó la mano para ayudarle a caminar entre la nieve.

—Gracias, señorita Hosenfeld. Pero puedo hacer esto por mi cuenta.

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Entonces, Katalina empezó a cantar y apartó la nieve enfrente de ella, abriendo un

camino a una sección donde crecían lirios blancos. La espadachina saltó impresionada al

presenciar esta acción.

— ¡Eso fue increíble! ¿¡Cómo lo hizo, señorita Katalina!?

—Vayamos a sentarnos y te explicaré sobre ello a mayor detalle.

Victoria afirmó con la cabeza y se sentaron en el césped.

—La magia es el arte que se encarga de manipular el mundo que nos rodea usando la fuerza

de voluntad. El principio inicial de la magia es el de influenciar la conciencia del mundo

alrededor…

Justo cuando Katalina mencionaba las funciones principales de la magia comenzó a

titubear. Entonces el rostro de la duquesa se sonrojó como una fresa y se rio nerviosamente.

—Lo siento, señorita Hosenfeld. Pero se me olvidó. Hace mucho que no repaso las

primeras lecciones que mi tía Brenda me dio.

— ¿Desde cuándo ha estudiado magia, señorita Montesco? —Preguntó Victoria, mientras

ladeaba la cabeza y levantaba la ceja.

—Desde los nueve años he aprendido a hacer cosas como esto.

La hechicera entonces cerró los ojos y cantó otra vez. Un poco de agua del estanque

llegó hacia donde estaban las doncellas. Rápidamente se movió por el aire. La señorita

aceleró y disminuyó el ritmo de su sonata mientras el agua tomaba distintas formas hasta

que se congeló de golpe cuando recitó la estrofa final.

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— ¡Eso fue genial! ¿¡Puede enseñarme!? —exclamó Victoria.

—No… no… no me siento con suficiente experticia para enseñarle magia a alguien más.

Lo siento.

Katalina ladeó la cabeza y se sonrojó.

—Dígame, señorita Hosenfeld. ¿A qué se dedica? —preguntó Katalina cambiando de tema

inmediatamente.

—Practico esgrima. Me gustaría encontrar un trabajo en ello cuando me gradúe.

Victoria se rascó la nuca y le sonrió un poco.

— ¡Eso suena genial! ¡Le deseo suerte en ello!

Katalina agachó la mirada y su sonrisa luego se volvió una cara larga.

— ¿Que sucede, señorita Montesco? —comentó Victoria

—Desearía que mis padres no me forzaran a la alquimia. A veces me siento muy sola por

ello.

Victoria se detuvo al ver esta reacción de la duquesa. Esos mismos ojos que

suplicaban por un abrazo volvieron al rostro de la damisela.

—Señorita Montesco, ¿De pura casualidad, usted tiene amigos?

La dama no respondió. Una lágrima se vio recorrer el rostro de Katalina. Algo

dentro de la espadachina no le permitía verla de esa manera, pero no sabía exactamente el

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porqué. Sin darse cuenta, Victoria se acercó a ella y le secó la lágrima de su cara con la

mano teniendo cuidado de no arruinar el maquillaje de su acompañante.

—Por favor no llore, su excelencia.

La duquesa trató de devolver una sonrisa, pero su rostro aún se estremecía de

melancolía.

—Démonos prisa, señorita Montesco.

La doncella se levantó del césped y estiró su mano. Katalina terminó de secarse el

rostro y devolvió una sonrisa.

—Muchas gracias, señorita Victoria.

Al salir de la nieve ambas chicas tomaron rumbo a la sala principal.

Entraron al vestíbulo donde estaban los demás invitados. Fabiola estaba en medio de la sala

sentándose al lado del piano. El conglomerado formó un círculo alrededor de la recámara y

dirigió su mirada hacia su alteza, listos para escuchar la música.

—Queridos invitados, agradezco su presencia en mi fiesta de cumpleaños. Como muestra

de gratitud esta noche tocaré una canción para ustedes.

La princesa se sentó en frente del piano y empezó a tocar. Aun cuando por dentro

sentía nauseas por los nervios, Fabiola sabía que debía tranquilizarse y concentrarse en su

actuación. Los demás invitados tomaron a una pareja y empezaron a bailar el vals.

Victoria contempló brevemente la multitud danzando en el medio del cuarto sin darse

cuenta que su cabeza se mecía al ritmo de la canción, pero cuando volteó a ver a la duquesa

notó que se veía un poco desanimada. Aunque era una buena bailarina le daba un poco de

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vergüenza la idea de bailar con otra chica, pero Victoria sintió compasión por la damisela.

Estiró su mano y le ofreció pasar al centro del salón.

— ¿Le gustaría bailar, señorita Montesco? Es cortesía.

Victoria se sonrojó fuertemente al preguntar esto.

—E… está bien, señorita Hosenfeld. Es un lindo detalle, para alguien quien apenas conocí

hoy.

La duquesa sonrió de vuelta y ambas salieron a danzar. Victoria tomó de la cintura a

la duquesa y lentamente marcó el compás para su compañera. Katalina no era muy adepta

para bailar, pero con ayuda de la experiencia de su acompañante empezaron a mover sus

pies en sincronía con la música. La duquesa se sonrojó y sintió una corriente de energía

recorrer su espalda. Ambas percibieron una inmensa tranquilidad y sus cuerpos se movían

al unísono. Era como si las dos estuvieran en una pequeña dimensión ajena del resto del

mundo. La pieza musical aceleró su ritmo y las damas se movieron más rápido, llamando la

atención del resto de los invitados, impresionados ante la imagen de dos mujeres bailando

el vals. Algo que era visto como un amor prohibido se presenciaba en la pista de baile, pero

eso no les importaba. Ellas disfrutaban ese bello momento como para distraerse con las

miradas ajenas. Solo deseaban que el baile durara mucho más. Victoria pudo oler el aroma

del perfume de la duquesa. Una exquisita combinación de moras silvestres. Las favoritas de

la doncella después del aroma de chocolate. Katalina olfateó una fragancia de lirios de su

compañera y quedó hipnotizada por esa extraña mezcla entre fuerza y sutileza que, antes de

esa noche, jamás había presenciado. Sus cuerpos se sintieron cada vez más cálidos por la

melodía. Al terminar la balada la doncella acercó a la duquesa hacia ella y sus rostros

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quedaron muy cerca. Algo dentro de la guerrera deseó besarla, pero la ilusión se quebró

rápidamente cuando la gente en la sala aplaudió por la actuación musical de la princesa y la

danza de ambas damas.

—Eso fue divertido, señorita Mon… Katalina. ¿No… no te molesta si te llamo Katalina,

verdad? —dijo Victoria mientras se sonrojó fuertemente.

—Puede llamarme Katalina si lo desea, señorita Hosenfeld. O mejor dicho, Victoria. Yo

también me divertí mucho. No me esperaba que supiera bailar tan bien. Usted es tan amable

conmigo para apenas conocerme. ¿Por qué lo hace?

La doncella encogió los hombros.

—Le gustan las moras salvajes, ¿verdad?

La hechicera solo se rio nerviosamente al oír este comentario.

—Y puedo ver que le gustan los lirios. —recalcó la dama y Victoria rio también.

—Por supuesto. Son mis favoritos.

Entonces los padres de la espadachina llegaron con ellas y saludaron a la duquesa.

Los condes se mostraban encantados al hablar con la hechicera, cuando de pronto

amablemente ella les preguntó por sus padres. Homero y Adelaida le dijeron que se

encontraban conversando con el rey Fernando sobre las recientes desapariciones. La dama

asentó con la cabeza mostrando cierta decepción. La charla terminó de golpe, cuando

Fabiola llegó con el grupo.

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Fabiola les preguntó a los condes si es que Victoria podía acompañarla a su

recámara para conversar un rato. Los Hosenfeld aceptaron a la brevedad. Ante esto la joven

princesa sonrió y se llevó a Victoria y Katalina a su cuarto.

Al entrar se encontraron en una recámara retacada de muñecos de peluche y paredes

pintadas de color rosa pálido. Parecía un cuarto de juegos para niños y no el de una

princesa. Las tres fueron a sentarse en la cama matrimonial que estaba cubierta por sabanas

y cortinas de algodón lavanda, cuando de pronto su alteza tomó una bandeja con buñuelos y

chocolate y se les ofreció a sus acompañantes. Las chicas aceptaron sin chistar. Durante el

transcurso de la velada las muchachas probaron perfumes y vestidos del estante de roble,

pero también hablaron sobre una junta que la madre de Fabiola tuvo con un empresario de

la República de Astrid, al oeste del reino. Sin que se dieran cuenta los minutos pasaron

velozmente, pero no les importó en lo absoluto. Se divertían como nunca. Al final de la

noche las señoritas no paraban de reír de los chistes y hasta de sus puntos de vista.

— ¡Por las reinas! ¡Ustedes dos son lo máximo! —dijo Fabiola acostada en su cama

rodando de la risa. —Me encantaría que conviviéramos más, muchachas. ¿Qué les parece si

nos reunimos la siguiente semana?

La duquesa se rio delicadamente.

— ¡Por supuesto! ¡Las llevaré al bazar de Nizen!

Cuando la princesa terminó de exponer su propuesta alguien tocó la puerta de la

habitación.

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—Su alteza, los condes Hosenfeld están buscando a la señorita Victoria. —proclamó un

guardia desde el otro lado.

—Bueno, ya me tengo que ir, chicas. Las veré después. —dijo la espadachina y asentó con

la cabeza. Katalina entonces ayudó a Victoria a levantarse del suelo. Ese gesto de

amabilidad hizo que la guerrera se sonrojara un poco.

—Hasta luego, señorita Katalina.

Las tres damas se abrazaron mutuamente antes que Victoria se retirara. Unos

minutos después Victoria y su familia subieron a su coche y salieron del castillo.

— ¿Te divertiste esta noche, Victoria? —preguntó el conde. La espadachina afirmó con la

cabeza con una obvia sonrisa boba en su cara.

—Me alegra que conocieras a alguien quien te cayera bien, Victoria.

Adelaida le devolvió una sonrisa a Victoria y acarició su cabello.

—No puedo esperar por la próxima reunión.

Al decir esto el vehículo salió a la avenida principal y así terminó oficialmente la

velada.

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Capítulo 2: una princesa, una diosa; una responsabilidad divina.

El día de los combates en pareja había llegado. El poco tiempo que Victoria tuvo

libre lo dedicó exclusivamente a afinar sus habilidades en el sable. Llegó al punto de

desvelarse e inclusive saltarse comidas. Esto preocupó a sus padres, quienes tuvieron que

llevarse a la desfallecida dama a su cuarto para dormir. La derrota no era una opción.

Victoria conversaba con un compañero suyo a las afueras del barracón donde

entrenaba esgrima.

— ¡Y la moraleja es que jamás le des de comer a un caballo con una cuchara, si es que no

quieres que te muerdan! —dijo el muchacho. Su larga cabellera cobriza le cubrió sus ojos

chocolate y su rostro que parecía de algodón,

— ¿Cómo es que siempre te metes en estos problemas, Geraldo?

La doncella se cruzó de brazos.

— ¡Solo quería coquetearle a la linda sirvienta de la familia Straitz!

La chica solo respondió con su risa.

— ¿Y cómo te fue en la fiesta?

Geraldo se acomodó su cabellera.

—Conocí a la duquesa Montesco y conversé mucho con ella y con Fabiola. ¡Jamás pensé

que me divertiría tanto en una fiesta de nobles, en mi vida!

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Victoria sonrió radiante al mencionar esto.

— ¿La señorita Montesco?, ¿conociste a la duquesa Montesco?, ¿es tan linda como lo dicen

los rumores?

Geraldo se levantó del suelo y se acercó a Victoria. La señorita simplemente se

cruzó de brazos y frunció el ceño.

— ¿Podrías dejar de pensar con la entrepierna por un segundo?

Al escuchar este reclamo Geraldo bajó la cabeza y se rascó la nuca de la pena.

Victoria rodó los ojos y bufó molesta.

— ¿Y cómo ha estado tu familia, Geraldo?

—Pésimo, Victoria. Pésimo. Desde que mi padre nos dejó por otra mujer yo me encargo de

todo en mi casa. Lo único que quiero es convertirme en caballero e irme a trabajar para

alguien acaudalado y así darle dinero a mi familia.

Victoria no pudo evitar sentir compasión por las palabras de su compañero. Ella se

levantó del piso y colocó su mano en su hombro para animarlo.

—Cuenta conmigo.

El espadachín le devolvió una cálida sonrisa.

— ¡El entrenamiento va a comenzar! ¡Repórtense en el interior de las instalaciones!

Ambos escucharon la voz de un señor mayor desde adentro del edificio.

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—Es el maestro Álvaro.

Se retiraron de ahí para continuar con el entrenamiento. Los reclutas pasaron con

sus armaduras un poco desgastadas por los combates. Las pocas ventanas daban una luz

tenue y lúgubre que combinaba abrumadoramente con las repisas donde estaba el

armamento y las paredes de piedra chamuscada.

—Pasen al frente, señorita Victoria Hosenfeld y marqués Saúl Giesler. —Proclamó el

anciano maestro. A pesar de su edad, el tutor estaba fornido y eclipsaba por mucho a cada

uno de los jóvenes por al menos dos cabezas. Su armadura oscura como la obsidiana y ese

bigote enroscado lo hacían ver como un titán. Victoria inmediatamente pasó adelante donde

Saúl la esperaba.

—Me sorprende que Fabiola se fijara en un imbécil como tú.

Victoria colocó las manos en la cadera y entrecerró los ojos.

—A las damas le gustan los músculos —dijo el joven marqués para luego posar

defensivamente. —No vayas a quejarte con tu mamá si te rompo una uña.

La espadachina no se inmutó, solo se inclinó ante el caballero mostrándose lista

para el combate.

— ¡Que sus espadas choquen!

Al escuchar la exclamación del maestro ambos muchachos se prepararon para

luchar. Saúl se lanzó hacia Victoria y balanceó su espada horizontalmente, pero ella

retrocedía moviéndose hacia los lados, cuando de pronto la dama aprovechó un descuido

para atacarlo con una ráfaga de estocadas. El marqués las bloqueó firmemente y después

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sacudió rápido su mano derecha para recobrar la sensibilidad. Esos embistes lo

entumecieron. Fue ahí cuando aprendió que no debía de fiarse al ser más grande que su

compañera. Una mala movida y perdería el combate. Al reincorporarse él lanzó una

estocada rápida. Victoria se reincorporó y se protegió del ataque. El impacto la hizo

retroceder un poco. No la derribó, pero fue tan fuerte que Victoria casi soltaba la espada de

madera de los calambres que sintió. Entre más tiempo duraba el combate más agitada se

volvía la respiración de ambos. Dentro de su cabeza la doncella se sentía algo aterrada. Esa

fue la primera vez en mucho tiempo en la que se encontraba en una situación como esa.

Debía pensar rápido. Una ola de adrenalina transitó dentro de ella erizándole los vellos de

los brazos y acelerando su respiración y corazón. Unos segundos después la espadachina se

espabiló, se puso a la defensiva y lanzó estocadas diagonales. El caballero rápidamente se

hizo hacia adelante y trató de empujarla con su arma, pero ella retrocedió solo un poco,

después saltó hacia adelante y lanzó un tajo feroz golpeando su pecho. El marqués exclamó

un pequeño gemido de dolor y cayó al suelo.

— ¡Es suficiente!

El maestro se acercó al centro de la sala y detuvo el combate.

—La ganadora es la señorita Victoria.

Sus otros compañeros aplaudieron y ovacionaron a la triunfadora, quien se dirigió

hacia su compañero derribado para estrechar su mano y sonreírle socarronamente.

—Fuerte y linda. El sueño de todo hombre —comentó Saúl con una sonrisa en su cara.

Victoria solo apretó más fuerte su mano y le miró con soslayo.

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—No te atrevas a decirme eso otra vez.

Faltaban pocos días para la ceremonia. Entre más pasaba el tiempo más nerviosa se

ponía la joven princesa. Si había algo que no quería revelar a sus padres y a sus conocidos

era el hecho que mentía como bellaca respecto a sus intenciones de volverse una campeona.

Era de noche en el castillo real. Fabiola se encontraba en la oficina de los reyes platicando

con sus padres.

La joven sintió mariposas en el estómago todo el tiempo que duró la conversación. Ellos se

mostraron agradecidos por la “noble decisión” de su hija de hacer un pacto con una Reina,

pero la muchacha no estaba de humor para escuchar nada sobre el tema. La situación solo

se volvería más tensa cuando de pronto el rey le dijo que los monjes ya tenían listo el ritual

para la Ceremonia de Ascensión. El corazón de la damisela se desmoronó en pedazos al oír

esto, pero solo respondió con una sonrisa fingida disimulando su desagrado.

—Estamos muy orgullosos de ti, cariño. Esperemos que las reinas bendigan a este reino. —

dijo la monarca Leonhardt, mientras le tomaba de las mejillas. La señora era tan alta como

el mismo Fernando aunque de tez más oscura que su esposo; en ella resaltaba

delicadamente su melena como la brea. Su mirada ambarina, como la de su hija, se veía

desgastada por el tiempo, pero sin dejar de mostrar compasión y cariño.

—Gracias, mamá. ¿Puedo retirarme?

Fabiola cortó la conversación con esta pregunta. Sus padres simplemente asentaron

con sus cabezas y salió de la oficina dispuesta a dirigirse a su cuarto. Al entrar Fabiola se

derrumbó sobre la cama y comenzó a hiperventilarse. Un incendio se desató en su pecho.

Le faltaba el aire. Por un momento pensó que iba a morir.

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Llegó el día de la ceremonia en el Glaciar de Olgany. Los reyes Leonhardt y las dos

doncellas se encontraban en el Templo del Loto de Cuarzo Rosa, conversando con uno de

los monjes del recinto. El santuario se encontraba en una colina en medio de un frondoso

bosque de pinos. Este decoraba el paisaje con un vívido color verde. Las paredes de cedro

mantenían el interior del pequeño edificio lo suficientemente cálido para aguantar el frío y

expelía un aroma delicado que tranquilizaba a los que se aproximaran. Estatuillas de

ángeles hechas de ébano y runas inscritas en las ventanas protegían el local de cualquier

tipo de espíritu demoniaco que intentase atacar. El interior estaba tapizado por murales de

una época antigua, algunos de ellos con papiros de sortilegios de distintos tipos.

—Nos halaga mucho que vinieran para la Ceremonia de Ascensión, su alteza. —dijo uno de

los monjes del templo mientras prendía varias veladoras que daban una iluminación carmín

a la habitación.

Los sacerdotes vestían trajes ceremoniales negros como las plumas de un cuervo. En

sus espaldas se apreciaba un muy peculiar emblema: un loto rosa. Este resaltaba el

misticismo de sus atuendos.

—Antes de comenzar con el ritual hay algo que necesito decirle, princesa Leonhardt. Es

solo para que tenga un entendimiento más amplio, si es que se convierte en una campeona.

Fabiola afirmó con la cabeza y el monje se sentó en frente del grupo.

—Hace millones de años una guerra se desató en el Paraíso. Un bando compuesto por

dioses deseaba gobernar sobre nuestro mundo, mientras que el otro se opuso, demandando

que los humanos fueran libres de forjar sus destinos. El conflicto se llevó incontables vidas

y se prolongó por treinta años. El ejército de Irgellaan estaba a punto de alzarse victorioso

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cuando de pronto un grupo de diosas lo derrotó a él y a sus generales. Como castigo las

diosas exiliaron a los traidores a una dimensión de caos. Conforme pasó el tiempo la

energía de la dimensión los corrompió y transformó en criaturas llenas de rabia y odio.

Pasaron siglos de armonía desde el final de esa guerra, pero poco sabían las diosas sobre los

planes de Irgellaan y sus generales. Los exiliados aprendieron a manipular la energía

caótica de esa dimensión para usar magia poderosa. Solo tomó un día para que el ejército

de Irgellaan abriera un portal a esta dimensión y lanzaran un ataque a gran escala. Sin

dudarlo, las diosas bajaron de Paraíso y retuvieron el ataque. Aunque lograron repeler a los

exiliados el combate provocó más estragos de los esperados. Sus poderes mágicos casi

destruyeron Valzarios en su afán de salvarnos. Sabían bien que esos atacantes volverían

tarde o temprano, pero usar sus habilidades sin restricción produciría más daño del debido.

Las diosas buscaron una manera de auxiliarnos sin llegar a esos extremos. Ahí fue cuando

idearon un plan. La mejor opción era conceder sus poderes a unos cuantos capaces de

portarlos creando las exopiedras. Reliquias fabricadas con gemas preciosas que otorgan

parte de su poder a aquellos que consideren dignos de portarlas. Desde entonces, historias

de guerreros valerosos, quienes usaban aquellos poderes en tiempos oscuros, empezaron a

brotar. De ahí fue donde nació el término Reinas de Cristal, para referirse a este grupo de

diosas que crearon estas gemas.

Fabiola escuchó todo el relato y asentó la cabeza una y otra vez. El chamán era un

adulto cercano a la tercera edad. Su cráneo carecía de cabello y su barba parecía una

telaraña de lo descuidada que se encontraba. Unas cejas encrespadas le cubrían sus ojos

marrones como los cedros y su complexión se conservaba delgada por su entrenamiento y

su dieta rica en cereales y verduras.

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—Si usted desea volverse una campeona debe aceptar que se volverá el blanco de muchos

demonios que intentarán matarla. ¿Está segura que desea continuar?

Los invitados se quedaron callados por unos segundos, especialmente Fabiola. La

dama sacudió sus piernas un poco y quiso salir despavorida rumbo a su castillo, justo

después de escuchar que podría perecer. En el peor de los casos sería devorada por esos

“exiliados”, pero la señorita sabía que sus padres no le perdonarían si es que se detractaba

ahí mismo. Dentro de su cabeza la damisela solo deseaba que el ritual fallara, pero por más

que le desagradara la idea de poner su vida en juego la princesa se levantó y dijo:

—Estoy lista, señor Barkhorn.

Al escuchar estas palabras de su amiga, Victoria se levantó del piso, se acercó a ella,

le tomó la mano y le sonrió un poco.

—Vas a estar bien. Ya lo verás.

La señorita le devolvió la cortesía pero la soltó rápidamente. Un rato después

estaban en medio de la sala principal. Los monjes encendieron un dulce incienso reservado

para los conjuros de invocación. A Victoria le picó la nariz y soltó un estornudo. La

princesa regresó al salón después de ponerse la ropa ceremonial: un vestido largo y blanco

como la leche, especialmente usado por las sacerdotisas de Loto. Los monjes del lugar

dibujaron runas en el suelo y cantaron en un tono bajo y sombrío, sacaron tambores y

tocaron a un ritmo tranquilo. Fabiola caminó lentamente al estanque. Entre más se acercaba

ella a su sitio los monjes aceleraban el ritmo y oraban. Barkhorn encendió las veladoras a

los lados del templo y cerró ventanas y cortinas.

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—Reinas de Cristal, esta joven doncella está aquí para volverse la campeona de una de

ustedes. Si la princesa Fabiola Leonhardt es digna de su bendición, hagan presencia en este

templo ahora mismo.

Los cantos y los tambores aumentaron el volumen, las runas en el suelo se

iluminaron de una en una y envolvieron a la princesa en un halo de luz. Por más que

deseaba retirarse la damisela aceptó que era demasiado tarde para retractarse. Aunque no le

gustase del todo lo que pasaba, Fabiola permaneció serena y respiró profundamente.

Victoria se cubrió los ojos encandilada por el sortilegio. El destello se atenuaba poco a poco

cuando de pronto una gema de color aguamarina apareció justo en frente de su majestad.

La piedra se comunicó telepáticamente con Fabiola y dijo: “¿Deseas mi

poder?”. La princesa asentó con la cabeza y luego preguntó: “¿Quién es usted?”. La gema

respondió: “Soy Eridione, reina de las nubes”. La princesa estiró su brazo lentamente hacia

la gema cuando de repente esta emitió un brillo que abarcó todo el cuarto. Un grito

proveniente de Fabiola se escuchó en la habitación.

Al abrir sus ojos la damisela se vio a si misma flotando en el cielo muy arriba de las

nubes. Por un momento pensó que iba a caer. No pudo contener su pavor y gritó

horrorizada, pero luego se dio cuenta que no había peligro alguno. Fabiola permaneció

taciturna por un rato y observó el panorama debajo de ella, desde los frondosos valles que

se extendían como una marea esmeralda hasta las colosales montañas glaseadas por un

manto de crema batida y los riachuelos resplandecientes, luciendo una sangre tan azul como

la misma señorita. Todo parecía relativamente tranquilo, cuando de pronto las nubes se

tornaron oscuras y provocaron estruendosos relámpagos. Estos surcaban los cielos a una

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velocidad inverosímil. Aterrorizada por el repentino cambio de clima la muchacha se

acurrujó en posición fetal y gritó tan fuerte como le era posible temblando de miedo.

Entonces una dulce voz le dijo: “no tengas miedo, estos son nuestros dominios”. Al subir su

mirada la doncella se topó con una mujer de cabello rojo lacio, el cual caía como una

cascada de sangre, ojos amatista y un vestido color verde con rosa y con alas violeta

dándole un aire de nobleza y refinamiento, pero que también expresaba un amor por la

naturaleza.

—Tú que buscas servir a las Reinas, aquí te otorgo mi bendición.

La diosa entonces le entregó una diadema plateada con incrustaciones de

esmeraldas. La dama contempló ese artefacto místico por un momento maravillada por la

belleza de la reliquia. No sentía deseo alguno de comprometerse a una ardua tarea que

podría poner su vida en riesgo, pero sus ojos no pudieron despegar su vista de ese

accesorio.

—Recita esta oración, pequeña. —dijo la Reina, para luego continuar con: “Yo, Fabiola

Leonhardt, acepto ser su campeona. Usted, Eridione, es mi reina”.

Sin darse cuenta Fabiola recitó esta frase y colocó la diadema en su cabeza. De

pronto la princesa sintió un dolor punzante en su corazón. Por un instante pensó que iba a

morir. Una ola de energía transcurrió por su cuerpo. La dama se arrodilló y convulsionó

violentamente. Sintió que su cabeza iba a explotar. En eso la envolvió un rayo luminoso y

de las corrientes de viento se formó una armadura rosada con encajes de oro

amelocotonados. Esta le daba un aire de grandeza, delicadeza y fuerza. De su espalda brotó

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un par de alas plateadas de mariposa y brillantes como la luz de la luna; estas revoloteaban

rápidamente y despejaron el cielo tormentoso.

—Esta es tu verdadera forma, tu esencia. Cuando quieras volver a tu forma primordial

recuerda recitar las palabras que te otorgué. Ahora, ve con paz, y que el amor de las reinas

te proteja, mi pequeña Fabiola.

Aquel halo de luz duró unos segundos. Cuando se disipó, los reyes y Victoria

miraron hacia donde estaba la princesa, pero Fabiola se encontraba inconsciente en el

suelo.

— ¡Fabiola!

Fernando, asombrado ante lo ocurrido, corrió hacia donde estaba la princesa y la

tomó entre sus brazos. La damisela recobró lentamente la conciencia y lo miró con un

rostro de preocupación. Colocó su mano en la mejilla de él y le devolvió una cálida sonrisa.

—Papá, lo logré. Soy la campeona de la Reina de Eridione.

La señorita recitó el conjuro que su diosa le brindó y regresó a su forma “normal”.

—Fabiola, mi niña.

El rey Fernando abrazó fuertemente a su hija. La muchacha le devolvió el abrazo y

acarició su cabeza para reconfortarlo. Victoria permaneció muda por un segundo. Su cabeza

no lo podía creer. Su amiga se volvió una campeona de las reinas. La espadachina se

inclinó ante su amiga y le besó la mano diciendo: “Es un honor, su alteza. Le deseo suerte

en este viaje”.

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—No seas tan formal, Manzanita —respondió la princesa.

Terminada la ceremonia los reyes agradecieron entre sonrisas a los monjes por su

hospitalidad, extasiados por el hecho de que su hija fuera bendecida. Barkhorn entonces

mencionó que necesitaban ayuda de parte de Fabiola, con respecto a las desapariciones.

También hablaron sobre un misterioso grupo que podría estar vinculado con este problema.

El rostro de los reyes se tornó pálido cuando escucharon estas palabras. La princesa sintió

que su corazón se detuvo y casi se desmoronó en medio de la sala. Dentro de su cabeza ella

sabía que no estaba ni remotamente lista para una tarea de ese nivel. Sus ojos se vieron

vidriosos por un momento, pero sacudió su cabeza y asentó con su cabeza. Al finalizar la

conversación Victoria y la familia real salieron del templo y volvieron a la capital.

Después de recorrer un largo camino la espadachina llegó a su casa. Ya era la hora

de cenar. La familia se encontraba en el comedor degustando un filete de cerdo con

ensalada. La doncella comió de muy mala gana sin deseo alguno de saborear sus alimentos,

se lo tragó tan rápido como le fue posible y lo acompañó con un poco de agua para no

ahogarse.

La dama les platicó a sus padres sobre la ceremonia de Fabiola. Homero paró de

comer y golpeó la mesa de la impresión. Victoria rara vez hablaba de mitología, mucho

menos de las reinas. Adelaida tomó las manos de su esposo para tranquilizarlo. El conde

controló su respiración y retomó la postura. Fue entonces que el padre de la espadachina le

platicó una anécdota sobre un ancestro: sobre una maga guerrera que luchó en la Gran

Guerra Continental, en aquellos tiempos donde los gremios de mercenarios combatían por

los contratos más fructuosos, y cuando Kartina y los demás reinos de Celes eran naciones

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minúsculas. Los cuatro gremios más grandes del continente fueron, y aún son, la Legión del

Trono de la Rosa de Acero, la Academia de Artes Arcanas de Greenwitch, la Iglesia de las

Reyes de Metal y la Orden del Loto de Cuarzo Rosa. Jaden Hosenfeld fue la campeona de

Lumina, la reina de la luz. Los abuelos de Homero le contaron que ella obtuvo este favor al

haber salvado una villa de un nigromante. Desde ese entonces la familia ha venerado a las

reinas y ha buscado formar un pacto con una. Desde entonces nadie de la familia Hosenfeld

ha tenido ese privilegio. Victoria permaneció callada por un instante. Poco conocía sobre

los acontecimientos de la guerra de hace quinientos años antes de la fundación de Kartina,

salvo por los relatos de los libros de historia que leía en la escuela. Por mucho que le

dijeran sus familiares que su antepasada fue bendecida por las reinas, ella no lo creía. Solo

eran cuentos de hadas que no tenían peso alguno. Pero ahora que ha presenciado una

Ascensión lo mejor era reevaluar sus creencias.

Su padre le preguntó si deseaba volverse una campeona como lo trató de hacer el

resto de la familia. La joven balbuceó un poco y trató de encontrar las palabras correctas.

Eso le pareció muy repentino. Apenas si había presenciado una Ascensión y ahora su padre

le sugería que lo intentara. Victoria controló su respiración y bajó su cuchillo y tenedor.

Entonces agachó la mirada, se cubrió la cara y respondió: “me encantaría, padre, pero no

ahora mismo” y le ofreció una dulce sonrisa al descubrirse el rostro y continuaron

comiendo.

Mientras tanto, en el castillo Leonhardt, Fabiola conversaba con sus padres sobre

los eventos del día. Los reyes abrazaban y felicitaban a su retoño. La princesa se sintió

derrumbada y vacía por dentro, pero trató de disimular su disgusto a base de sonrisas falsas.

Lo que menos deseaba recién acababa de ocurrir: una responsabilidad con el Paraíso que ya

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no podía rechazar. Sin deseo alguno de escuchar más sobre el tema, la dama solicitó

marcharse a su cuarto. Sus padres le respondieron con un beso en las mejillas y la dejaron

irse. Su alteza salió de la oficina y fue a su habitación tan rápido como le fuera posible.

Algunos guardias le saludaron, pero ella los ignoró. Al llegar a su recámara entró y cerró la

puerta fuertemente y se tiró sobre la cama cubriéndose con una almohada el rostro y

diciéndose a sí misma: “¿por qué?”, una y otra vez.

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Capítulo 3: la bruja noble y la aprendiz de caballero: una amistad florece entre la

nieve

Estas últimas semanas todo fue un inusual ajetreó para la joven duquesa. Con lo que

pasó en la fiesta y sus estudios arcanos, ella tuvo muy poco tiempo para adaptarse. A pesar

de estar mentalmente drenada por este súbito cambio, Katalina no podría sentirse más

contenta. Han pasado dos años desde que llegó a Kartina. Sin contar a una de sus sirvientas,

Victoria y Fabiola fueron las primeras chicas con las que había fraternizado.

La damisela arreglaba su cuarto acomodando sus materiales de trabajo: tomos de

magia, piedras rúnicas, probetas con brebajes medicinales y cuadernos con observaciones y

notas importantes eran apenas la superficie de todo lo que tenía almacenado en su cuarto,

además de sus otras pertenencias.

—Señortia Katalina, sus padres desean hablar con usted.

La duquesa paró de arreglar su cuarto y salió en dirección al vestíbulo. A

comparación de su habitación el resto de su castillo se veía rústico, casi minimalista. Los

muros de piedra grisáceos y el aroma de los muebles de roble daban un aspecto más añejo

al edificio. Al llegar a la sala los padres de la joven conversaban enfrente de la chimenea de

la casa, sentados ambos en los sillones color chocolate.

— ¿Qué sucede?

El archiduque se levantó mostrándose un poco molesto.

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—Tenemos que hablar sobre tus clases de alquimia, cariño —dijo su padre, mirándola de

soslayo.

—Por favor, papá. No hablemos de esto. No quiero estudiar alquimia.

La damita se tornó taciturna y cruzó sus brazos.

—Cariño, por favor, escucha a tu padre. Él solo quiere lo mejor para ti —replicó Belinda

con una sonrisa en su rostro tratando de mejorar el ambiente.

—Pero…

Antes que Katalina dijera algo, Federico la interrumpió de golpe.

—Has cambiado mucho desde que te encariñaste con la princesa, la señorita Kournikova y

la joven Hosenfeld. ¿Qué acaso quieres manchar el nombre de nuestra casa?

Katalina se quedó callada por unos segundos.

“No otra vez con eso. ¿Por qué tiene que jugar siempre esa carta?”, pensó la

duquesa y colocó sus manos en el regazo, ya cabizbaja.

—Concéntrate en tus estudios desde hoy en adelante. ¿Quedó claro, señorita?

La duquesa solo asentó la cabeza, en ese momento.

—Cariño, tenemos que irnos. La reunión con nuestro cliente va a comenzar.

Cuando la archiduquesa dijo esto se encaminaron a la puerta.

—Y recuerda, Katalina, por favor regresa tan temprano como puedas de tu cita con la

princesa Fabiola. Solo es para que te pongas al corriente con las prácticas de alquimia.

43
Al terminar de decir esto ambos padres salieron de la casa y se dirigieron a su

reunión. Katalina se limpió su rostro lloroso y fue a su cuarto para prepararse para ir con la

princesa.

— ¿Señorita Katalina?

Expresó una voz femenina, algo más aguda que su propia voz, pero también dulce y

suave.

— ¿Nadia?

— ¿Puedo entrar?

—Adelante. Puedes entrar.

Al decir esto la joven sirvienta entró al cuarto. Nadia era una dama de cabellera que

caía como una cascada de sangre sobre su piel pecosa y ojos ambarinos como la miel

mostrando una dulzura empalagosa. Debajo de su habitual uniforme de sirvienta se

encontraba una figura delicada, casi de porcelana.

— ¿Problemas con los maestros, verdad?

Nadia se sentó a un lado de la duquesa.

—Estoy harta que mis padres no me apoyen en mis metas y que me obliguen a dedicarme a

algo que no me gusta. —expresó la duquesa mientras se colocaba un labial carmesí.

— ¿Y cuándo va a decirles sobre su investigación mágica, su excelencia? No puede

ocultarlo para siempre.

Katalina se quedó callada por un instante.


44
—No puedo hacerlo. Jamás me lo permitirían. Inclusive podrían destruir todo mi avance.

La sirvienta ayudó a su ama a ponerse sombra en los ojos, una sombra oscura como

las plumas de un cuervo.

—Sus avances podrían servir de ayuda para las futuras generaciones de magos, su

excelencia —respondió Nadia y le ayudó a colocarse algo de rubor devolviendo una

sonrisa. Katalina inclino su cabeza expresando cierta molestia.

—Desearía que mis padres entendieran eso.

Una hora después Katalina terminó de arreglarse y escuchó una voz familiar desde

afuera. Al asomar su cabeza por la ventana visualizó a Fabiola y a Saúl. La joven duquesa

se levantó de su tocador, extasiada, y salió a su encuentro tan rápido como sus tacones se lo

permitieron. La sirvienta la siguió sin chistar.

— ¡Hola, Katalina! —exclamó Fabiola.

— ¿Qué tus padres jamás te enseñaron a tocar la puerta, cariño? —comentó

sarcásticamente el marqués y se rascó la nuca. La duquesa entonces abrió la puerta,

viéndose un poco agitada.

—Buenas tardes, Fabiola, ¿le acompañó el marqués Saúl esta vez? —dijo Katalina mientras

recuperaba el aliento por la abrupta bajada.

—Buenas tardes, su excelencia Montesco. Me llamo Saúl Giesler. Un placer.

45
—Puede llamarme Katalina, si lo desea—respondió la duquesa y después volteó a mirar a

su criada. —Ven conmigo, Nadia, que necesito quien me diga cuando se acerque la hora

por si se nos olvida.

—Eh… está bien.

Nadia asentó con la cabeza sin dudarlo.

— ¡Perfecto! Vámonos ya.

Terminada la conversación los cuatro muchachos subieron al carruaje rumbo

camino al bazar, al norte de la capital. Nadia se sintió tremendamente cohibida por el hecho

que acompañaba a Katalina junto a dos nobles de alta notoriedad. La duquesa le acarició la

cabeza y le sonrió cálidamente para animarla. Y así los muchachos continuaron con su

camino al Glaciar de Nizen entre carcajadas y cantos.

Mientras tanto, Victoria y Geraldo salían también al mercado para reunirse con los

demás. Ambos espadachines caminaban a través de las tiendas del local. La nieve de la

taiga y las cabañas de madera le daban un aspecto rustico único. Los vendedores mostraban

sus pancartas y ofrecían su mercancía a los transeúntes entre risas y halagos. Al sur se

encontraba un estanque congelado. Este resplandecía con un brillo cristalino cautivador;

casi parecía estar hecho de diamantes mientras algunos niños jugaban con bolas de nieve

cuidando no caer al agua congelada.

Geraldo se sentía encantado por conocer en persona a Fabiola y Katalina. Saltó un

poco por el camino y tarareó entre dientes, mientras que Victoria solo se dedicó a

tranquilizarlo. Durante su conversación el espadachín comentó que la duquesa ha rechazado

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todas y cada una de las ofertas de matrimonio de no pocos nobles. O eso es lo que él había

escuchado. La doncella levantó la ceja derecha y le cuestionó sobre esa información de

origen dudoso: “¡me gusta saber acerca de las doncellas más hermosas del reino! Me topé

con esa información de la duquesa Montesco, cuando escuché las noticias que ella rechazó

a un marqués del reino de Ucilia. Nada ilegal ¡Lo juro!”, fue su respuesta. La dama se

cruzó de brazos y le miró de soslayo.

—Aún me pregunto cómo es que te volviste mi amigo.

Unos minutos después los muchachos se encontraron con el resto del grupo quienes

estaban sentados junto a la laguna.

—Por las reinas. ¡Son divinas!

Entonces Geraldo se arrodilló ante Katalina y Fabiola. Esta acción incomodó a las

damas, quienes retrocedieron un poco y le miraron con desagrado.

— ¡Tocas a mi prometida y te arranco los testículos, Kruger! —Exclamó el marqués y lo

sostuvo de las solapas con ambos brazos.

— ¿Y quién es él, Manzanita? —preguntó Fabiola con desdén.

—Es Geraldo Kruger. Un amigo de los cuarteles donde entreno.

Cuando Saúl soltó a su compañero la espadachina le jaló de la oreja al muchacho.

— ¡Te dije que te comportaras!

—Perdón, Victoria. Perdónenme, sus excelencias.

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El joven agachó su mirada de la pena.

—Su gesto de aprecio es bastante admirable, joven Kruger, pero le pido que lo mantenga en

lugar —Comentó Katalina retrocediendo un poco.

— ¿Y por qué lo invitaste? —preguntó Fabiola y se cruzó de brazos.

—Insistió en venir cuando le hablé sobre nuestra reunión.

Victoria se cruzó de brazos.

—Si quieren que me vaya, lo entenderé. Ya estoy acostumbrado a que me rechacen.

Geraldo se mostró cabizbajo en ese momento.

— ¡No es necesario! —exclamó la duquesa y el grupo volteó a mirarla. —Puede quedarse

con nosotros, joven Kruger. Solo prometa que esta situación no se repetirá.

—Muchísimas gracias, su excelencia.

Geraldo se inclinó moderadamente ante Katalina como muestra de gratitud.

— ¡Te estaré vigilando, Kruger! —dijo Saúl con algo de enojo.

—Muy bien, con este incomodo momento de lado, ¡vamos a divertirnos, chicos!

Cuando la princesa dijo esto el grupo asentó con la cabeza y se adentraron en el

bazar. Fabiola compró una colección de perfumes y unos cuantos muñecos de peluche para

su colección personal; Victoria, Katalina y Nadia comieron pastelillos hechos de galletas de

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mantequilla y crema de chocolate (la duquesa y su criada los habían preparado para la cita,

antes de irse al bazar).

— ¡Esto sabe muy bien, Kat! ¿Lo hiciste tú? —dijo Victoria.

—Junto con Nadia, pero los hice. Me tomó toda la mañana y se me pasó arreglar mi

recamara de lo entretenida que estaba.

— ¡Eres muy buena!

La doncella le devolvió una cálida sonrisa como gesto de amabilidad. Katalina se

sonrojó un poco y se cubrió la boca soltando una risita.

—Gracias, Victoria. Aún tengo mucho que aprender en cuanto a repostería.

Rato después los dos muchachos cargaban consigo unas cuantas cajas y bolsas con

las cosas que Fabiola compró. Los rostros de los caballeros se veían cansados y algo

enfadados. Inclusive Saúl refunfuñaba entre dientes. La joven princesa se detuvo en seco al

toparse con una cabaña que tenía un anuncio interesante: una estética que se dedicaba a

teñir el color de cabello. Su majestad volteó a mirar a sus amigos y les dijo que quería

hacerse unos mechones rosas, más su prometido objetó, pero la damisela insistió. Viendo

que no iba a ceder el marqués aceptó de mala gana. Fabiola preguntó a sus amigas si iban a

acompañarla en la acción de pintar su cabellera. Las tres muchachas se negaron

rotundamente. Katalina dijo que quería salir a caminar con Victoria por un rato, solo para

conocerla mejor. Victoria no comentó, pero la sonrisa de su cara habló por sí sola. Después

de unos segundos de silencio Fabiola afirmó con su cabeza. Terminada la conversación la

duquesa y la espadachina se retiraron, no sin antes acordar reencontrarlos en la plaza.

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Durante la caminata hablaron sobre el reino natal de Katalina: Ucilia. Galecia era

una ciudad que se regocijaba en colores que decoraban las colinas de los alrededores

contrastando con el mármol. Estas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El blanco y

verde de la región le daba una serenidad mística, una característica irresistiblemente

atractiva para los visitantes. Las calles de piedra simbolizaban la fortitud de una ciudad que

ha aguantado el paso del tiempo, mientras las estatuas resguardaban la villa como soldados

de antaño aún en servicio protegiéndola de todo mal.

La duquesa le comentó a Victoria sobre la belleza de las playas del noreste del

reino. Le platicó de cuán blanca era la arena durante Crimsonhigh, casi al punto de parecer

nieve. El extenso océano era una rareza en el continente, algo que atraía a turistas alrededor

del mundo. Se decía que sus aguas le otorgaban un poder mágico y curativo inigualable a

aquellos que nadaban en ellas, aguas que colindaban con la frontera de Kartina, al norte del

Bosque de Alcani. La duquesa también mencionó una celebración anual. Se daba cada

equinoccio de Crimsonhigh y duraba una semana. Centenares de cruceros llegan a la bahía

con millares de viajeros extasiados por las festividades. Los ciudadanos reciben a las

multitudes mientras decoran las calles con banderas y linternas. Abunda el dulce aroma del

chocolate y galletas de almendras, algo que siempre abre el apetito de los invitados.

La espadachina prometió que algún día iría con ella a nadar un poco en ese mar.

Ante esta promesa Katalina respondió con un abrazo. Victoria simplemente se sonrojó un

poco y continuaron con su plática. Un rato después se toparon con una tienda. La duquesa

se detuvo momentáneamente y contempló un collar de diamantes azules con runas grabadas

en las piedras preciosas.

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—Khur, Metherl, Opalsi, Barhtek.

Katalina leía los grabados cuando de pronto una venerable mujer, desgastada por el

tiempo y envuelta en una capucha azul, se acercó y se dirigió a ella.

—Tenga cuidado, jovencita, ¿o acaso quiere invocar una ventisca? —comentó la ancianita

sarcásticamente y rio un poco.

—Lo siento. Me llamó la atención el collar.

—Puedo ver que tienes buen ojo para la joyería, damita. Este collar proviene del norte del

imperio de Elbea. Unos excavadores de ruinas lo encontraron dentro de un cofre de piedra

en un templo que le pertenecía a la familia Asimov, esto después la Gran Guerra. Se dice

que este amuleto posee un potencial mágico increíble que solo un pequeño grupo de magos

podría usar… pero solo son rumores,

Algo de la explicación de la mujer no convenció del todo a la doncella.

— ¿Cómo lo consiguió? —preguntó Victoria y se cruzó de brazos.

—Mi esposo era uno de los excavadores que fue a ese templo. Él me trajo el collar como

regalo de bodas. Han pasado tres años desde que falleció en una tormenta de nieve. Atesoro

este collar como mi propia vida, pero necesito el dinero para alimentar a mis nietos ¿Me

comprendes, señorita?

—Mis condolencias, señora.

La espadachina agachó la mirada.

— ¿Y cuánto quiere por el collar? —preguntó Katalina.

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—Serán diez monedas de oro como mínimo, señorita.

La señora volteó a ver a Katalina y dijo esto.

—Permítame, por favor.

La joven empezó a buscar dinero dentro de su bolsa. Su rostro se entristeció y se

tornó taciturna.

—No tengo dinero. Olvidé traer un poco.

—Yo lo pagaré —comentó Victoria.

La duquesa se conmocionó al escuchar esto y miró a su amiga con fervor.

— ¿Lo harías por mí, Victoria?

—Sí somos amigas, ¿o no?

Katalina la abrazó fuertemente y la espadachina le acarició la nuca devolviendo el

gesto de cariño.

—Muchísimas gracias, Victoria. Te lo deberé de por vida.

—De nada, Kat.

Victoria pagó por el collar e hizo una reverencia a la ancianita. La señora les

devolvió una sonrisa.

—Muchísimas gracias, señorita. Me alegra haber conocido a alguien con tanta pasión la

joyería y que apreciara este collar tanto como mi esposo y yo lo hicimos.

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—Espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar, al menos una vez más.

Cuando la duquesa dijo esto, ella y Victoria se retiraron.

—Me encantaría pagarte este favor, Victoria.

En ese mismo instante Katalina tomó fuertemente la mano a su amiga.

— ¿Quieres ir a descansar al lago congelado? —Dijo Victoria mientras se rascaba la

cabeza.

—Adelante, Victoria.

Ambas damas se dirigieron al lago para continuar la conversación.

—Permíteme.

Victoria le ayudó a Katalina a andar entre la nieve.

—Gracias, Vic. Pero no es necesario.

Usando su magia la duquesa apartó la nieve del suelo.

—Olvidé que puedes hacer eso. ¿Y por qué me llamas Vic?

Se sentaron frente del lago y continuaron su conversación.

— ¿No le gusta? Es un diminutivo de Victoria como Fabio lo es de Fabiola.

—N…no, no me molesta en lo absoluto. No te preocupes.

La joven espadachina se rascó la nuca en ese justo momento.

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— ¿Y cómo fue que decidiste volverte una maga?

—Honestamente fue una corazonada. Recuerdo que cuando estaba en la Academia de

Galecia tomé un libro que tenía registros de acontecimientos arcanos, como la Gran Guerra.

Algo dentro de mí me impulsaba a saber más. Todos esos relatos fantásticos, todas esas

personas famosas. Fue algo que conectó conmigo de manera casi instantánea, pero mi padre

se negó rotundamente. Por suerte, mi tía Brenda, la esposa de mi tío Enrique, era una maga

muy habilidosa, por lo que le pedí que me instruyera a escondidas. ¿Muy interesante, no?

Al terminar de escuchar este relato Victoria pensativa levantó la mirada hacia el

cielo.

— ¡Algún día me convertiré en la maga más poderosa del mundo!, ¡la archimaga de Celes!

¿No te parece genial?

Victoria se rio un poco tras el comentario de la duquesa.

— ¿Me darías clases de magia si te lo pidiera?

— ¿Hablas en serio? Por… por supuesto. No… no pensé que querrías que te enseñe magia.

Si tengo la oportunidad de hacerlo, que así sea.

Katalina se rascó la nuca y le sonrió de vuelta.

—Muchas gracias por comprarme el collar, Victoria. Prometo que lo protegeré con mi

vida.

La doncella observó la mirada de la joven duquesa hipnotizada por esos ojos verdes

que imploraban cariño como en aquella noche en que se conocieron. Lo mismo pasaba con

Katalina, quien no separaba su mirada de la de ella.

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—Eres muy bonita, Kat.

—Tú también, Vic.

El trance de las dos doncellas acabó cuando un conejo blanco se posó en el regazo

de Victoria.

— ¡Oye, qué te pasa?

Victoria retrocedió un poco.

— ¡Conejo!

La duquesa tomó al conejo y lo abrazó fuertemente.

—Volvamos con los muchachos, Kat. Ya se está haciendo algo tarde.

—Adelante, Vic.

La duquesa bajó el conejo al suelo y se puso el collar. Estaba lista para volver con el

resto. Minutos después ambas llegaron a la estética. Afuera los chicos conversaban.

—Entonces pasé el resto del día en cama con dolor de cabeza y la boca reseca. Desde esa

ocasión tengo más cuidado con comer cosas que parezcan chocolate.

Geraldo platicaba con la joven sirvienta sobre algo que le pasó en el establo de su

abuela durante una competencia de equitación. Nadia reía al escuchar la anécdota.

La princesa y su prometido discutían la nueva imagen de ella. Fabiola se tiño unos

mechones rosados y se los mostró con soberbia a Saúl. El marqués no se mostró ni

remotamente impresionado y continuó con el regaño. Le dijo que los reyes los matarían a

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ambos en cuanto estos vieran a la princesa. La damisela lo ignoró completamente cuando

avistó a sus amigas y le preguntó a Katalina por su nuevo collar. Katalina le comentó que

Victoria se lo regaló. Al terminar de escuchar esto, la princesa les preguntó si les gustaba su

nueva melena mientras su prometido seguía quejándose. La duquesa celebró el nuevo

atuendo de su amiga con una sonrisa. Repentinamente un aldeano llegó a donde estaban los

muchachos y le dijo a la princesa que tenía un problema sobre un acuerdo de propiedad de

su casa buscando un consejo o resolución de parte de la princesa. Fabiola aceptó

inmediatamente y le pidió a Saúl que le acompañara. Antes de retirarse la soberana le dijo a

sus compañeros que continuaran sin ella. Los muchachos aceptaron y siguieron con su

paseo.

La hora límite de Katalina llegó. Estaba oscureciendo y empezó a nevar. Los

muchachos llegaron a resguardarse en una posada y hacer algo de tiempo para esperar a los

amantes.

Katalina subió por la escalinata junto con Victoria y Geraldo ayudó a Nadia a subir.

Ya frente de la posada la sirvienta abrió la puerta y el grupo se topó con una pila de

cadáveres mutilados. La mucama gritó horrorizada y se aferró a su ama al ver la grotesca

escena. Había sangre y órganos esparcidos por el suelo. Aún no olía a podrido. Al parecer

el ataque era reciente. Fuera quien fuera, no tuvo piedad ni a mujeres ni a niños. Katalina,

junto a Nadia, también gritó horrorizada ante la grotesca escena, cuando de pronto apareció

un grupo de encapuchados. Cargaban dagas y tomos mágicos. Eran siete en total y se

acercaban lentamente hacia los muchachos.

—Venimos aquí por la duquesa Montesco.

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Uno de ellos sacó un puñal de sus mangas.

— ¿¡Co… cómo saben mi nombre!?

Katalina retrocedió un poco pero tres encapuchados se colocaron detrás de los

jóvenes.

—Esa información es confidencial. Captúrenla y no dejen testigos. Esas fueron las órdenes.

Victoria se puso adelante del grupo y se preparó para luchar.

—Quiero verte intentándolo. ¡Con todo, muchachos!

Al escuchar esto los jóvenes asentaron con la mirada. La duquesa recitó un

sortilegio e invocó un considerable número bolas de hielo y las lanzó contra varios de los

encapuchados directo a sus rostros. Uno de los atacantes dibujó un circuito mágico en el

suelo y lanzó una ráfaga de energía hacia Victoria. La espadachina fue derribada y se

estampó contra uno de los muros. Antes que el encapuchado pudiera apuñalarla Katalina lo

congeló.

— ¡Victoria!

Otro atacante lanzó una onda de choque logrando impactarla contra la barra

mientras Geraldo noqueaba a uno de ellos dándole tiempo a Nadia para invocar una runa

mágica y formó un pilar de tierra. Este sortilegio golpeó a unos cuantos y destrozó el techo.

Los encapuchados que se encontraban debajo fueron enterrados por los escombros y

quedaron fuera de combate.

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Justo cuando parecía que la balanza estaba de su lado más asaltantes aparecieron de

entre la maleza.

— ¿Te encuentras bien?

Victoria fue a ayudar a Katalina.

—Un poco…

La espadachina tomó un puñal del suelo y atacó a uno de los agresores. La dama

aún no asimilaba del todo lo que acontecía. Lo que había empezado como un día cualquiera

dio un giro muy crudo. Esto ya no era un combate de práctica. Ahora peleaba por su vida y

la de sus seres amados. Una mala movida le costó un tajo en su pecho, pero inmediatamente

se reincorporó y clavó el cuchillo sobre el estómago del contrincante. En eso, una onda

eléctrica la golpeó por la espalda. Esto la hizo caer retorciéndose del dolor. Las piernas de

la doncella se paralizaron. Victoria, aterrada por lo que le pasaba, se arrastró por el suelo y

buscó algo con qué levantarse. Katalina estuvo a punto de ir en su ayuda, pero también una

onda eléctrica la detuvo. Si continuaba peleando podría morir y lo que menos deseaba

Katalina en ese momento era morir y abandonar sus sueños, pero tampoco quería

desamparar a sus amigos.

— ¡Volveré con ayuda!

Por más que le dolía, la duquesa decidió huir por auxilio, pero uno de los

encapuchados le obstruyó el paso y lanzó un relámpago. Katalina recibió el impacto de

lleno y gritó hasta que perdió la conciencia y cayó en el suelo.

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— ¡Maestra! —Exclamó Nadia para después dibujar una combinación de runas en el suelo,

con lo que logró lanzar una ráfaga de trozos de arcilla y golpeando a varios atacantes.

Sin que ella pudiera darse cuenta uno de los enemigos se lanzó sobre la sirvienta.

Geraldo se puso enfrente de ambos y fue apuñalado en el estómago. Con las últimas gotas

de energía que le quedaban el espadachín dio un cabezazo al encapuchado. La sirvienta fue

a auxiliarlo inmediatamente y formó una cúpula de arcilla para protegerlo tanto a él y como

a ella. Entonces aparecieron un par de siluetas: eran Saúl y Fabiola.

— ¿Qué está pasando?

Cuando la princesa exclamó esto el grupo volteó a verlos y el joven marqués se

puso en frente de ellos. Al presenciar la escaramuza Fabiola se transformó, estaba lista para

luchar. Saúl inmediatamente se lanzó contra varios de ellos y los noqueó de uno en uno con

solo su fuerza bruta. La princesa tomó un palo del suelo y se movió rápidamente derribando

a los atacantes. Con los demás encapuchados inmovilizados los muchachos se

reincorporaron y fueron a auxiliar a Katalina y a Geraldo.

— ¡Geraldo y maestra Katalina necesitan asistencia médica! —Exclamó Nadia llorando y

con una expresión de terror.

— ¡Quédense aquí! ¡Llamaremos a la armada!

Al decir esto, Saúl se llevó al espadachín al médico. Cuando la princesa asomó su

mirada adentro de la posada sintió una nausea punzante. Fabiola cayó de rodillas y vomitó

ante la desalentadora escena. Victoria recogió una extraña insignia del suelo: un ojo en

medio de tres triángulos mientras los soldados de la armada se llevaron a los atacantes y

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ayudaron a los jóvenes a volver a sus casas. Katalina se encontraba inconsciente, pero fuera

de ello su vida no peligraba, a diferencia de Geraldo.

Después de ese día los muchachos jamás olvidarían las capuchas rojas como las

llamas del sol que usaron sus atacantes. Pasaron dos semanas desde el ataque. No fue fácil

para los muchachos recuperarse de la tragedia. Atender sus heridas emocionales fue

necesario. Victoria y Saúl continuaron con sus clases de esgrima; Geraldo pasó los últimos

días en reposo para recuperarse de sus heridas; Katalina salió del hospital a la brevedad y

continuó secretamente con sus investigaciones al lado de Nadia; y Fabiola regresó a atender

asuntos reales con respecto a la nueva ruta comercial. Además, a la princesa le fue

encomendado, por la Orden del Loto, investigar sobre el paradero y origen de los

encapuchados.

Victoria no estaba muy cómoda con la situación. Fueran quienes fueran esos

asaltantes existía la probabilidad de que regresaran. Ponerse alerta era lo recomendable, por

lo que Victoria y Geraldo, ya recuperado, fueron a casa de Katalina para entrenarla en artes

marciales.

La joven duquesa ordenaba su cuarto con ayuda de Nadia, quien no dejaba de

observar la nueva adquisición de su maestra. La joven bruja le comentó que había sido un

regalo de Victoria y que lo encontró atractivo por las runas grabadas en los diamantes

azules y que, según su antigua dueña, tenía cierto potencial mágico, o al menos eso fue lo

que le habían relatado. Cuando tenga tiempo investigaré más sobre él, se dijo la dama.

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Desde el otro lado de la puerta la voz de Victoria se escuchó, quien solicitó entrar a

la recámara. Deseaba hablar sobre el asalto: “no podemos permitir que vuelva a pasar algo

similar. Tengo una propuesta, pero quiero hablar de ello, primero”.

Katalina le cedió el paso y la espadachina pasó junto con Geraldo. Al ver al

caballero la mucama se posó frente a él, lo abrazó y le agradeció por salvarle la vida. El

muchacho se sonrojó un poco y se rascó la nuca de lo avergonzado que se sentía.

El rostro de Victoria se tornó en uno de seriedad y le habló a la duquesa con un tono

frío y seco. La doncella comentó que la visita de su amigo y ella se debía a que buscaban

entrenarla en artes marciales: combate cuerpo a cuerpo, para ser más específicos. La

duquesa se mostró un poco renuente al escuchar esto. A ella no le gustaba en lo más

mínimo la idea de luchar con sus propios puños; le parecía algo de salvajes. Ni siquiera

trató de disimularlo. Su rostro mostró una mueca de desagrado profundo y su cuerpo se

inclinó hacia atrás. Pero le resultaba vergonzoso el haber abandonado a sus amigos.

—Perdónenme, chicos. Prometo que jamás volveré a huir de la misma manera que lo hice.

Katalina agachó la cabeza y sollozó un poco. Victoria posó su mano sobre su

hombro y le devolvió una sonrisa para animarla. Ante este gesto de cariño la duquesa

aceptó la invitación de sus amigos. El grupo salió entonces del castillo para comenzar las

clases.

Los muchachos se alejaron un poco de los suburbios y llegaron a una frondosa

colina tapizada por una gran variedad de flores. La tranquilidad de ese lugar se acentuaba

cada vez más debido al cantar a las cigarras y los grillos. Los frondosos árboles eran tan

altos que obstruían la vista hacia las calles. El viento soplaba con fuerza y movía los

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arbustos de los alrededores empujando a las hormigas que cargaban consigo fragmentos de

hojas. Ya en la cima, Geraldo le mostró una pose de combate y le pidió a Katalina que la

replicara. La dama hizo lo mismo, pero el caballero notó un fallo esencial. La posición de

los pies le daba un inestable centro de gravedad. Una barrida era todo lo que tomaría para

que la dama quedara fuera de combate. El espadachín la ayudó para corregir su postura. La

damisela sonrió un poco avergonzada y respondió con un “gracias”. Entonces el

entrenamiento formal comenzó.

Durante el transcurso de las clases, Victoria y Geraldo le enseñaron lo básico: puñetazos,

patadas, llaves y derribos. Todo esto le pareció tan ajeno para la duquesa. El tiempo que

invirtió en sus estudios arcanos, el escaso ejercicio y todas las golosinas que tanto adoraba

comer cobraron factura en el cuerpo de la damita. Le costaba seguir el ritmo de sus tutores.

Unas horas después y ya casi cayó rendida al suelo. Jadeaba por aire y sus finos ropajes

ahora estaban impregnados con sudor, pero Kat se rehusó a tirar la toalla.

—Muy bien, Katalina, es hora de repasar lo que aprendió. ¡En guardia!

— ¡Está bien, maestro Geraldo!

Ambos muchachos se colocaron en pose de combate.

— ¡Bloquea por arriba!

El espadachín lanzó un puñetazo y Katalina lo bloqueó inmediatamente.

— ¡Ataca!

La duquesa lanzó un puñetazo de vuelta e impactó contra el rostro del muchacho.

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— ¡Geraldo!

—Nada mal… pero no piense que tiene la ventaja solo porque acertó el primer ataque.

Entonces, Geraldo lanzó otro ataque, pero la duquesa lo esquivó velozmente.

— ¡Excelente! —Comentó el muchacho.

—Gracias.

Katalina le devolvió una sonrisa para luego caer sentada en el suelo por la fatiga.

—El entrenamiento apenas ha comenzado, Kat. A partir de este punto solo se volverá más

difícil. Pero si en alguien tengo fe en que aprenda artes marciales, esa eres tú — Expresó

Victoria y la ayudó a levantarse.

—Gracias, Victoria.

Ya de pie la joven duquesa la abrazó. Un nuevo sentimiento de confianza nació en

ese momento dentro del corazón de Katalina. Ese mismo sentimiento de alegría que tuvo la

primera vez que logró realizar un encantamiento se revivió en ese momento con la primera

sesión de combate. La dama no pudo contenerse más y sollozó de felicidad sobre el hombro

de la espadachina. Victoria simplemente le sonrió de vuelta y le acarició la cabeza.

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Capítulo 4: Una cena, una celebración. La maestría de la espada se ha completado

Han pasado cinco años desde que Victoria y Fabiola fraternizaron con la duquesa.

Durante este tiempo la espadachina continuó entrenando a Katalina, quien proseguía con

sus estudios arcanos. Fabiola también aprendió a controlar magia de su Reina. La

conmemoración de caballería estaba cerca. Después de tantos años, Victoria, Geraldo y

Saúl se volverían caballeros.

Victoria se encontraba acostada divagando: “aún no puedo creer que mañana sea el

día. No lo sentí venir. Además, aún no sé qué quiero hacer con mi vida. Fabiola y Saúl

pronto serán los reyes… algún día. Geraldo irá a enlistarse en el ejército… y Kat… no

parece que hayan pasado cinco años desde aquella fiesta de Fabiola. Antes de esa noche, no

recuerdo haber conocido a otra chica como Kat… tan inteligente, refinada, amable y

bonita”. Se levantó de golpe de la cama y sintió un ardor en el pecho, lo cual no detuvo sus

divagaciones: “momento… ¿en serio dije que ella era bonita? Yo…bueno… no es que ella

no sea bonita, pero jamás había visto a otra chica de esa manera en mi vida. Además, ella se

ha puesto muy linda desde que empezó con el entrenamiento. Nunca me he sentido tan feliz

al estar junto a alguien… no de esa manera. Me pregunto si ella siente lo mismo… ¿en qué

estoy pensando? Necesito algo de aire fresco”. Victoria salió al balcón. Durante el resto de

la noche no pudo sacarse a la duquesa de la cabeza y siguió confundida. Una fuerte llama se

encendía entre más pensaba en ella. Si no fuese porque ya estaba agotada por el último día

de entrenamiento… Victoria se hubiera desvelado gracias a sus conflictivos sentimientos.

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Para la suerte de Victoria, ella no era la única en vela, pensando en una persona

especial. Katalina se encontraba en su habitación, anotando algunas cuantas cosas en su

diario. “Ahora que pronto será la fiesta del papá de Fabiola, me muero de ganas de estrenar

ese exquisito vestido que me compré especialmente para la ocasión. Solo espero que a

Victoria le guste ese estilo, tanto como a mí. Ella ha sido tan amable y dulce conmigo.

Yo… solo espero que este sentimiento que tengo por ella sea recíproco. Le confesaría, pero

tengo tanto miedo… Solo puedo rezar porque sea ella quien dé el primer paso… Tranquila,

Katalina. Ten algo de fe. ¡Tengo una idea! Me le declararé la noche de mi graduación. Pero

me gustaría que estuviéramos a solas. Solo ella y yo… Mañana la invitaré a mi graduación.

Solo espero que acepte.” Al terminar de escribir estas reflexiones, Katalina fue a acostarse.

La conmemoración sería temprano. Estar descansada era lo más ideal.

Faltaba una hora para la conmemoración. El carruaje de la princesa se encontraba

estacionado afuera del castillo de los Montesco esperando a Katalina y a Nadia. Las dos

damas salieron de la casa, entraron a la carroza y saludaron a Fabiola, Victoria y Saúl. La

duquesa compartió en voz alta algunas observaciones con respecto a su tesis: “un poco más

y estaré por resolver el misterio de la Sinergia Arcana y los hechizos combinados”.

Entonces, la maga preguntó por los padres de la espadachina: “salieron a la frontera con

Ucilia. Los años pasan y las desapariciones solo empeoran”, fue su respuesta.

Nadia entonces preguntó si era probable que los asaltantes de hace cinco años

estuvieran involucrados con las desapariciones. Un silencio de ultratumba se dejó sentir

mientras los muchachos al recordar aquel fatídico día. Victoria golpeó su asiento de la rabia

al recordar ese momento. Katalina le tomó de la mano y la miró preocupada. La

espadachina volteó a verla y prometió que no permitirá que la lastimaran.

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En eso, el coche se topó con Geraldo. Fabiola detuvo al conductor y le dio permiso

al espadachín de subir. Cuando el vehículo retomó el camino el joven preguntó sobre lo que

sus amigos platicaban. Victoria fue breve y al punto, y directamente dijo que hablaban

sobre el atentado que vivieron cinco años atrás. Geraldo se cruzó de brazos y agachó la

mirada al escuchar esto. Aún tenía la cicatriz física y mental de ese acontecimiento. Lo que

más deseaba desde ese día era ver la sangre de los atacantes en sus manos. También

comentó que iba a unirse al ejército para ganar algo de dinero para su familia y de paso

investigar el suceso y las desapariciones. Fabiola le advirtió a su amigo que se mantuviera

lejos del asunto. Su tono de voz se sintió crudo y cortante y su mirada mostró una profunda

molestia.

Al mirar a la princesa repentinamente seria y meditabunda, los muchachos se

desconcertaron y permanecieron callados: “Perdónenme. He andado muy estresada con esta

situación de la ruta ferroviaria”. Algo de las palabras de su amiga no convenció plenamente

a Victoria, mas no sabía el porqué. “Hablaré a solas con ella después de la

conmemoración”, pensó la dama.

Unas horas después, en los barracones, la conmemoración se encontraba por

terminar. Solo faltaban Saúl, Geraldo y Victoria. Estaban con el resto de sus compañeros y

con sus armaduras puestas.

—Saúl Giesler, pase y escoja su arma, por favor —dio Fabiola la indicación al marqués

para pasar al frente de la sala.

—Está bien, su alteza.

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El joven pasó adelante para luego tomar lo que parecía ser un berdiche. Un hacha de

batalla cruzada con una lanza.

—Escojo el berdiche.

—Inclínese, por favor.

Fabiola desenvainó una espada.

—Sí, su alteza.

El joven pelirrojo entonces se arrodilló ante ella y agachó la mirada. Ni en sus

sueños Saúl pensó que su propia novia lo nombraría caballero. Sintió un cosquilleo en el

abdomen de la vergüenza que tenía.

—Fabiola.

—Yo, la princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Saúl Giesler.

—Gracias, su alteza.

El joven se levantó del suelo y volvió con el resto del grupo.

—Geraldo Kruger, es su turno de escoger su arma.

—En seguida, su alteza.

Al pasar el muchacho se quedó observando la variedad de sables, claymores,

zweihanders, estoques y demás. Continuó caminando por unos segundos, pero de pronto se

detuvo y posó su mirada sobre un escudo y una espada ancha.

—Escojo el escudo y espada, su alteza.

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—Que así sea. Pase enfrente, por favor.

El joven rápidamente se arrodilló ante ella y esperó la conmemoración.

—Yo, la princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Sir Geraldo Kruger.

—Gracias, su alteza.

Era el turno de Victoria. La doncella pasó adelante inmediatamente, pero algo

nerviosa. Aún no podía creer que iba a volverse una Dama. “Cálmate, Victoria. Puedes

hacerlo”, pensó en ese momento respirando profundamente.

—Escoge tu arma, Victoria Hosenfeld. El arma que escojas no solo define tu futuro estilo

de pelea, sino que también define tu propia personalidad.

La señorita observó el arsenal y buscó un arma de su gusto. De pronto su mirada se

detuvo sobre un estoque. La dama escuchó una voz en su cabeza: “escógeme a mí”, fue lo

que creyó escuchar. La doncella contempló el sable por un breve instante. Le fascinó la

sutileza y belleza que mostraba el arma, la cual por alguna razón le recordaba a una

mariposa combinada con la velocidad y letalidad de una avispa.

—Elijo el estoque, su alteza.

—Perfecto. Si esa es el arma que te acompañará por el resto de tu vida como espadachina,

que así sea. Ahora inclínate, por favor.

Cuando la princesa dijo esto, la joven Victoria se arrodilló ante ella.

—Yo, la princesa Fabiola Leonhardt, te nombro Lady Victoria Hosenfeld.

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A Katalina le pareció un poco encantadora la escena al ver que su maestra de

defensa personal se volvía una Dama. La duquesa se cubrió la boca y se sonrojó un poco

sin poder evitar reírse pícaramente. Victoria escuchó a su amiga y volteó a mirarla. “Has

crecido mucho desde que nos conocimos, mi Dama en armadura brillante”, susurró Kat.

—Gracias, su alteza.

Victoria enfocó su mirada hacia Fabiola, se inclinó y volvió con su grupo.

—Desde este momento ustedes ya no son mis alumnos. Con todo el orgullo del mundo, los

declaro espadachines oficiales. Que el camino de la espada los dirija al futuro que deseen.

El maestro Álvaro hizo una reverencia final y sus alumnos devolvieron la cortesía.

—Como princesa y campeona de la Reina Eridione, les doy una bendición y mi protección

en su camino de vida.

El grupo de nuevos espadachines reverenciaron a su alteza y exclamaron una

resonante ovación.

Cuando Fabiola fue con sus amigos los tres caballeros se quebraron en un llanto de

alegría y se dieron un abrazo grupal. Desde ese momento, Victoria, Geraldo y Saúl se

volvieron caballeros plenos.

Terminada la ceremonia el grupo discutía a las afueras de los barracones. Fabiola

quería hacer algo especial para su amante y sus amigos, como muestra de cariño por su

conmemoración. Algo que a ella le fascinaba eran las cenas extravagantes y lujosas. Lo más

que podía hacer era pagar una velada en el restaurant más fino de Pralvea. Al proponerles

esto a los muchachos aceptaron inmediatamente, pero la joven sirvienta se vio cohibida.

69
“Supongo que esto va a ser una fiesta solo para ellos. Alguien de mi status social no tiene

negocio alguno en esas celebraciones”, pensó. Al ver a su amiga taciturna, Katalina le frotó

la espalda y la invitó a la cena. Nadia se negó varias veces, pero Geraldo la persuadió con

un beso en la mejilla. Al final la mucama aceptó la invitación.

Victoria aún tenía la intención de preguntarle a Fabiola el por qué se encontraba tan

distraída en la mañana, pero deseaba hacer eso a solas. La dama le pidió a la princesa

conversar lejos del grupo. Fabiola vio con cautela ese rostro serio de su amiga. Algo no le

gustaba en esa mirada. Un escalofrío cruzó su nuca a la velocidad de un rayo. “Está bien”,

fue su respuesta. La espadachina le tomó de la mano y la llevó a un lugar donde nadie

pudiera escucharlos.

— ¿Qué pasa, Manzanita?

Victoria se cruzó de brazos y su mirada se tornó fría.

— ¿Qué tanto sabes de las desapariciones?

La princesa retrocedió un poco. Victoria tocó un tema del cual Fabiola no quería

hablar.

—No sé de qué hablas.

La princesa agachó su cara y encogió su cuerpo expresando un poco de miedo.

—No me mientas, Fabiola. Sé bien cuando alguien me oculta algo. ¿Por qué estuviste tan

insistente en que nos alejáramos del asunto de las desapariciones?, ¿qué tanto sabes?

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La princesa respiró profundamente y colocó sus manos en su regazo. Le dolía que

tener que afrontar a su amiga de esa manera, pero tampoco quería enfurecerla.

—Está bien. Te lo diré. Pero prométeme que no hablarás de esto con otra gente. No se lo

digas a tus padres o a los chicos.

La dama asentó con su cabeza.

—He estado ayudando al ejército y al comandante Luttenberg a investigar más sobre las

desapariciones. Unos meses atrás estuve recolectando información de los monjes del

Templo del Loto. Pero hace poco encontramos restos de cuerpos humanos a las afueras de

la zona residencial. Después de un arduo análisis encontramos marcas de mordidas y garras

que no pertenecían a nada antes visto.

El rostro de Victoria se tornó pálido al escuchar esto. La conversación tomó un giro

muy tétrico en menos de un minuto.

—Quieres decir que la gente desparecida…

La princesa la interrumpió de golpe.

—Es por esto por lo que no quiero involucrarlos, Victoria. Hay algo merodeando este reino,

devorando docenas de personas. Jamás me perdonaría el que ustedes terminasen así…

¿podemos volver con los demás, por favor? No quiero seguir hablando sobre esto.

La doncella se colocó enfrente de ella en ese momento.

—Qué seas una campeona no quiere decir que puedas con esto tu sola. ¿Lo sabes, verdad?

Victoria puso su mano sobre el hombro de la princesa.

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—Esta es mi responsabilidad como princesa, como campeona. Por favor mantente fuera de

la línea de fuego, amiga.

Fabiola tembló del miedo y comenzó a sollozar. Victoria frotó la melena bronceada

de su amiga y le sonrió gentilmente para animarla.

—No quieras hacerte la valiente si las cosas empeoran. Es todo lo que tengo que decir.

Fabiola respondió a este gesto de cariño con un abrazo.

—Gracias.

—Volvamos con los demás antes que la lluvia empeore.

Concluyendo con la conversación ambas chicas regresaron con el grupo.

—Vámonos ya, muchachos, que atraparemos un resfriado —dijo la princesa secándose la

cara.

—Adelante, Fabio.

Cuando Saúl dijo esto, Katalina, Nadia, Geraldo y Victoria subieron a la carroza

listos para marcharse. Un rato después el coche llegó a la casa de Victoria. La espadachina

se despidió de sus amigos, no sin antes susurrarle al oído a la princesa: “no hagas una

locura. Este reino te necesita viva”.

— ¿Puedo quedarme un rato contigo, Victoria? Hay tanto que quiero conversar —dijo

Katalina y luego rio pícaramente. “Es ahora o nunca. La invitaré a mi noche de

graduación”, fue lo que la duquesa pensó.

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Vic se sonrojó fuertemente y asentó con la cabeza. Katalina tomó de la mano a su

amiga y ambas bajaron del coche para dirigirse adentro de su mansión. Al entrar ambas se

toparon con Rogelio. Estaba barriendo el piso. Lo saludaron y Victoria preguntó por el

paradero de sus padres. El mayordomo dijo que habían salido con el comandante

Luttenberg para tratar algo relacionado con las desapariciones. También le preguntó sobre

la conmemoración y si deseaban algo de comer. La espadachina pidió té verde con unas

galletas de chocolate. “¿Qué más hay de comer, señor Rogelio?”, preguntó Katalina. El

sirviente dijo que había pastel de frambuesa y crema de chocolate. Al escuchar esto la

duquesa pidió amablemente que trajera un trozo y un café con crema. El mayordomo se

levantó del sillón y se fue a la cocina mientras las dos jóvenes se sentaban. Al estar tan

cerca de su amiga Victoria captó un dulce aroma familiar. “es extraño, Katalina se puso su

perfume de moras silvestres. Ella no suele usarlo a menos que sea para ocasiones

especiales. Aun así, huele bien. Y ese labial negro no se le ve mal. ¿En qué estoy

pensando? ¡No debería ver de esa manera a una amiga, a una chica!”, pensó la espadachina,

sacudiendo su cabeza abruptamente.

— ¿Pasa algo, Victoria?

Dijo Katalina al notarla contrariada y la tomó de la mano.

—Me duele la cabeza. Es todo.

El rostro de la dama se sonrojó fuertemente al decir esto.

—Puedo usar mi magia criogénica para que se te pase el dolor.

—No es necesario…

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Entonces Katalina colocó su mano en la cabeza de Victoria y la enfrió un poco. La

doncella balbuceó unas palabras sin sentido… no encontró las palabras justas para ese

momento. Esa frescura que sentía le fascinaba y tranquilizaba.

—Gracias.

Minutos después Rogelio regresó a la sala. Cargaba una bandeja con las órdenes de las

señoritas.

— ¿Interrumpo, señoritas?

Ambas nobles voltearon a verle y se reincorporaron.

—Victoria tiene jaqueca. Quise bajarla con mi magia, señor Rogelio. Es todo —replicó

Katalina.

Sin más qué decir, Rogelio soltó una sonrisa y se sentó con las chicas. Algo dentro

de la duquesa quería saber más sobre el pasado del mayordomo.

—Disculpe, señor Rogelio, ¿le molesta si le pregunto sobre cómo conoció a su primer

amor?

El sirviente les sonrió de nuevo a las damas y comenzó a relatar sus orígenes: “fue

hace cuarenta y un años, cuando Ernesto Leonhardt aún era el rey. La conocí cuando mi

familia vivía en el sur del reino, en Fellberg. Ella era una bella campesina. Cabello dorado

cual trigo, ojos azules como el cielo y una sonrisa de ángel que me dejó cautivado de por

vida”. Seguido de eso Rogelio comentó que su esposa murió dos años atrás. El rostro de la

bruja se sonrojó al escuchar esto. “Que horror, no debí preguntar eso”, pensó la dama.

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Como maniobra de defensa ella desvió el tema y le preguntó desde qué edad se dedicó a

servir a los Hosenfeld. “Tenía 22 años. Los abuelos de Victoria murieron y la leucemia de

mi padre empeoró. Los condes me ofrecieron trabajar para ellos cuando asistí al funeral de

Julius. Necesitaba el dinero para el tratamiento mágico de mi padre. Lamentablemente ya

era demasiado tarde. Él murió unos años después de sus abuelos”. La dama se sonrojó aún

más al escuchar esto. “¡Por las Reinas, justo cuando pensé que podía mejorar la

conversación!”, pensó la señorita e inmediatamente se disculpó ante el anciano. El

mayordomo se limpió su rostro lleno de lágrimas y le sonrió de vuelta. “No se preocupe,

señorita Montesco. Me alegra que pueda conversar esto con ustedes. Me sirve para

desahogarme”, respondió Rogelio. Aliviada por escuchar esto, Katalina sonrió y

continuaron con la charla.

Al terminar de hablar con el mayordomo ambas damas se dirigieron a la recámara

de la espadachina. El cuarto parecía estar quemado por el gris de los muros. No había

mucha decoración. Solo una cama cubierta con sábanas moradas y una estantería de abedul

donde reposaba una lámpara de oro. El gabinete estaba retacado con anotaciones de los

entrenamientos y algunos autógrafos de motociclistas famosos que ella conoció.

—Lo lamento, Victoria. Quedé como una inepta en frente del señor Rogelio. Debí

quedarme callada hasta que se terminara la merienda.

Katalina reposaba en el colchón, cubriendo su rostro de la pena.

—No te sientas mal, Kat —recalcó la dama— ¿qué ibas a decirme?

La duquesa se levantó de la cama de golpe.

— ¡Quiero invitarte a mi graduación de la escuela de magia!

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La duquesa se acercó a su amiga y le tomó de las manos, con una sonrisa de perlas.

— ¿Y por qué no lo dijiste en los barracones?

Katalina apretó las manos y agachó la cabeza. Era obvio que no quería decirle la

razón exacta.

—Quería invitarte solo a ti.

La espadachina no pudo evitar sonrojarse al oír esto. Una flama se encendió en su

pecho pero no entendía por qué exactamente.

— ¿Pero por qué solo yo?

Katalina se quedó callada por un momento. Viendo que Victoria no iba a quedarse

con la duda, la duquesa fue lo más vagamente posible con su respuesta.

—Porque quiero estar un rato a solas contigo.

La duquesa apretó las manos con más fuerza.

—Eres mi mejor amiga. Este evento significa demasiado para mí. Y quiero compartirlo con

la persona que más atesoro en este mundo.

Los ojos de Victoria se abrieron con intriga al escuchar estas palabras. Jamás pensó

que su amiga tuviera sentimientos tan intensos por ella.

—Está bien, Kat. Te acompañaré.

Katalina la abrazó en ese instante.

— ¡Muchísimas gracias, Victoria! ¡Eres la mejor!

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La espadachina rio un poco.

—De nada.

—Bueno, ya me tengo que ir, Victoria. Tengo que terminar mi tesis —comentó Katalina y

después abrazó a la doncella. Victoria sintió su cuerpo más cálido ante esta muestra de

cariño. La damisela titubeó un poco antes de devolver la cortesía y luego dijo: “hasta luego,

Kat”.

Unas horas después los condes llegaron a la casa, listos para cenar. Durante la cena

Adelaida platicó sobre su luna de miel en el Bosque de Alcani, y de cómo es que se

encontraron con un cachorro de oso, al cual casi le disparaban. La espadachina se rio un

poco mientras comía reaciamente su filete. Entonces, Homero le dijo a Victoria que

necesitaba ayuda en investigar una serie de desapariciones a las faldas del Glaciar de Nizen.

El rostro de Victoria se tornó pálido al escuchar esto. Solo apenas unas horas atrás Fabiola

le advirtió de que se alejara de ese caso y ahora su padre le pedía ayuda. No quería romper

la promesa de su amiga, más se rehusaba arriesgar la vida del conde. Victoria se cubrió el

rostro y respiró profundamente. “Está bien, papá”, fue su respuesta. La damisela se levantó

de la mesa y se retiró a su cuarto tan rápido como le fue posible. “¿Con qué cara le voy a

decir a Fabiola sobre esto?”, pensó una y otra vez durante el camino a su recámara. Ya

adentro se tiró a la cama, se cubrió el rostro con una almohada y refunfuñó entre dientes.

Una semana después de la conmemoración los chicos cenaban en el balcón de un

restaurante. Era de noche. Las lámparas de las carrozas y postes regalaban una iluminación

tenue a la avenida principal y a la Plaza Leonhardt. El clima estaba inusualmente despejado

para la época del año.

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—Muchachos, creo que no debería estar aquí —comentó Nadia, mientras jugaba con las

yemas de sus dedos.

—Eres nuestra amiga. No hay nada que temer.

La duquesa le devolvió una sonrisa y trató de animarla.

—No me siento digna de tener los mismos servicios que ustedes.

—Yo me sentía así cuando empecé a acoplarme con las chicas. Pero ya me acostumbre.

Geraldo la abrazó en ese instante.

—Ese es el problema. He vivido con la señorita Katalina por mucho tiempo, y aun así todo

este trato se me hace… no sé cómo decirlo…

—Tiene que ver con tus padres, ¿verdad? —preguntó Katalina.

—Mis abuelos necesitaban medicina. No tenía otra opción.

La sirvienta agachó su mirada y colocó las manos en su regazo.

— ¿De dónde es tu familia, Nadia? —preguntó Victoria.

—Mi familia es del sur de Elbea, en la frontera con el reino de Alduain. ¿Por qué

preguntas?

— ¡Vaya sorpresa! En unos cuantos meses saldré con mis padres al reino de Elbea para

explorar las ruinas Asimov. ¿Les gustaría venir?

Saúl le devolvió una sonrisa y respondió.

— ¿Lo… lo haría por mí, joven Giesler?

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—Por supuesto que sí, Nadia. Los amigos de mis amigos son mis amigos. ¿Era así como

iba la frase?

—Muchísimas gracias, joven Saúl. No sé cómo voy a pagárselo.

La joven se cubrió el rostro y sollozó un poco conmovida por el gesto de su

compañero.

—Yo lo hago con gusto, Nadia. ¿O quieres que te llamemos Kournikova?

El marqués se rascó la nuca.

—Puede llamarme como usted lo desee, joven Saúl.

Nadia le devolvió una gentil sonrisa al decir esto.

—A mí me gustaría ir, Saúl. Hay una dama a la cual quiero visitar.

Cuando Katalina recalcó esto la princesa la miro con curiosidad.

— ¿Y quién, Copito?

—La mujer a la cual Victoria le compró mi collar. Hay tantas cosas que quiero hablar con

ella —respondió la joven bruja.

— ¡Me encantaría conocerla, de ser así! —exclamó Fabiola con una sonrisa en su rostro.

Victoria permaneció callada y reflexionó sobre lo que su padre le había dicho días

atrás. Ella temía que su amistad se pusiera en peligro, más odiaba la idea de mentirle a su

mejor amiga. Aunque le desagradara la idea debía decírselo.

— ¿Me acompañas al baño, Fabiola?

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— ¡Por supuesto!

Ambas chicas se levantaron de la mesa.

—No te tardes mucho, Fabiola. El viaje a la frontera oeste es en la mañana —recalcó Saúl.

—Va a ser rápido, cariño. No te preocupes.

Cuando Victoria y Fabiola salieron del balcón, Katalina les miró un poco

preocupada.

— ¿Te gustó la cena, Manzanita?

La princesa sonrió a su amiga.

—Por supuesto, Fabio. ¿Y a dónde vas mañana? —preguntó Victoria.

—Tengo unos asuntos con el secretario Samuel Ford. Es sobre el proyecto de las nuevas

armas de fuego y vehículos mágicos.

La espadachina se rascó el mentón al escuchar esto.

—O sea que ustedes comisionan el proyecto.

—Saúl debe aprender a encargarse de situaciones políticas de este tipo. Él va a convertirse

en rey una vez que mi padre muera.

Ya en el baño de damas Victoria respiró profundamente para tranquilizarse y se

dispuso a hablarle sobre su situación actual.

—Fabiola, mi padre fue con el comandante…

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—Porque Luttenberg le asignó el caso de las desapariciones, ¿verdad?

La princesa interrumpió y la dama retrocedió un poco.

— ¿Co… cómo sabes eso?

El rostro de Victoria se tornó pálido al ver la reacción de la princesa.

—Luttenberg me avisó sobre ello hace unos días atrás. Me imagino que querías “pedirme”

permiso para ir, ¿verdad?

Victoria permaneció callada por un momento.

—Mi padre me pidió que fuera con él. No quiero que sea devorado por sea lo que sean esas

cosas, Fabiola.

— ¡Y tú mejor que nadie debería saber cuán asustada estoy por perderlos a ustedes! Te pido

esto, no como la princesa o la campeona de Eridione. Sino como tu amiga. Mantente fuera

del caso, por favor.

Fabiola recargó su cabeza sobre el pecho de Victoria y la abrazó fuertemente. La

dama sintió a la princesa temblar del miedo. Odiaba ver a su amiga en un estado tan

vulnerable como en el que estaba, más tampoco podía desamparar a su padre. Aunque le

doliera hacerlo, la espadachina se mordió la punta de la lengua y cruzó sus dedos detrás de

su espalda.

—Lo prometo.

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La princesa no la soltó. Victoria no quiso molestarla. Simplemente se quedaron así

por un rato hasta que Fabiola se apaciguó.

—Volvamos con los demás, que ya casi debo irme.

Al salir del baño se toparon con un caballero. Victoria se quedó contemplando esa

figura andrógina. Por un momento no podía descifrar si era un hombre o una mujer. Ese

cabello largo como oro, una piel de seda y ojos chocolates no parecían serle siquiera

humanos.

—Disculpe, señorita, ¿de pura casualidad, es usted la princesa Fabiola? —preguntó el

muchacho.

—Por supuesto que sí. ¿Podría decir quién es usted, señor?

—Me llamo Leonard Russbell. Un placer conocerla. ¿Y quién es su acompañante, su

alteza?

El joven les ofreció una sonrisa y se inclinó ante ellas.

—Mí… mi nombre es Victoria Hosenfeld. Un placer conocerlo, señor Russbell.

Victoria se quedó paralizada ante el atuendo de Leonard.

—Un placer, señorita Hosenfeld. He escuchado sobre los logros de su familia, así como los

de la familia real.

—Su nombre me suena familiar. ¿Conoce a los duques Montesco, de pura casualidad?

Al preguntar esto, Fabiola codeó el brazo de Fabiola.

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—Manzanita.

La princesa frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Por supuesto que sí, señorita Victoria. Ellos han ayudado mucho, con la ruta comercial

de Astrid —respondió Russell con una sonrisa.

— ¿Entonces usted trabaja para el señor Ford? —preguntó Fabiola

—Es amigo mío. ¿A qué se debe la pregunta?

—Tengo una reunión con él en la frontera de Astrid. ¿Qué lo trae por aquí, señor Russbell?

—Vine a reunirme con un cliente mío y a comer algo. Escuché que el filete miñón de este

restaurant es excepcionalmente bueno.

El semblante amigable del empresario cambió de golpe a uno de intriga.

—He escuchado también que usted es la campeona de una diosa, su alteza. ¿Es eso cierto?

—Soy la campeona de Eridione. ¿Por qué pregunta? —titubeó su alteza.

— ¿Y por qué se empujó a ese extremo, su alteza? Ser una vasija conlleva más

responsabilidades de las que se imagina.

Leonard colocó su mano en su pecho y la miró con un semblante de tristeza.

—Porque quiero ayudar a este reino con cuanto pueda. Y si puedo aspirar a algo mucho

más que solo ser una típica princesa, que así sea. Para mí es un honor servir como ejemplo

para las futuras generaciones de mi familia y de otras casas.

Russbell no parecía estar convencido de las palabras de la princesa.

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— ¿Está haciendo esto porque usted siente que es lo correcto?, ¿o solo lo hace porque

alguien más le dijo que era lo correcto?

Fabiola retrocedió un poco. Esa pregunta atacó un punto débil que la dama no

quería aceptar. Su fachada no iba a durar mucho tiempo. Todos sus esfuerzos por disimular

la gravedad de la situación le estaban cobrando factura, pero se rehusaba a mostrarlo. La

princesa tomó aire y respondió.

—No. No fui obligada a volverme una vasija, fue por el bien de Kartina. Esa fue la decisión

que tomé, porque dentro de mí sabía que era lo correcto.

El empresario se inclinó hacia atrás y entrecerró la mirada.

—Muy bien, me alegra saber que ese fue el camino que decidió seguir. Solo recuerde elegir

correctamente el lado que va a tomar cuando la hora de la verdad legue. La historia solo

favorece a los ganadores, después de todo. Ahora, si me disculpan, debo retirarme. Mi

cliente me espera.

Al decir esto Russbell hizo una reverencia y se alejó dejando solas a las damas.

Victoria no pudo evitar sentirse inquieta por esas últimas palabras del empresario, pero no

podía señalar exactamente qué era.

—Volvamos con los demás, Manzanita —dijo la princesa. La espadachina asentó y

regresaron al balcón donde se encontraban sus amigos conversando.

—Entonces, Nadia me sacó de la madriguera de esas condenadas marmotas. Estuvimos

como tres horas curándome las mordidas y cortadas.

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Geraldo relataba una anécdota a los demás, quienes respondieron con una carcajada.

— ¿Y qué te hizo pensar que podrías cazar una marmota con una espada? —preguntó

Katalina.

—Si puedo derrotar a una persona con una espada, por supuesto que puedo contra una

marmota. O eso pensaba.

El caballero se rascó la nuca. Nadia le frotó la espalda para animarlo y todos

continuaron con la celebración, listos para dar el siguiente paso en su vida adulta. La

infancia llegó a su fin y los días de paz estaban por concluir.

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Capítulo 5: Más que una amistad. La llama de la pasión arde.

Dos días después de la cena, Fabiola se encontraba en su reunión con Samuel Ford,

secretario de comercio, de la república de Astrid. En unos meses más se abriría la nueva

ruta ferroviaria. Ésta empezará desde la ciudad de Seger, en Astrid, se extenderá por las

ciudades de Fellberg y Pralvea, y desembocará en las islas cristalinas de Solesiya, en el

Reino de Zouffitis. “Estamos muy agradecidos por su ayuda”, comentó Ford. “Esperemos

que esto inaugure una nueva era de prosperidad entre nuestros países”.

Fabiola aún se sentía muy preocupada por la situación actual. Lo más que deseaba

era retirarse de ese sitio y volver a la capital, para continuar con su investigación. Fuera lo

que fuera que estaba raptando a toda esa gente, tenía que ser detenida, lo antes posible. Al

salir de la reunión, Fabiola conversó con su padre, para que la dejara volver a Pralvea “es

con respecto a las desapariciones”, fue su explicación. “Ten mucho cuidado”, fue la

respuesta del rey. Terminada la conversación, Fabiola se transformó y salió volando a

Pralvea, sin avisarle al resto. “Llegaré más rápido a la capital si voy volando”, fue lo que

pensó la princesa, en ese momento. “Mamá… Saúl… perdónenme por tener que irme así…

pero el deber me llama.”

Mientras tanto, Victoria, Homero y Rogelio se encontraban en el Glaciar de Nizen a

unos kilómetros del mercado investigando la serie de desapariciones que continuaban. El

ambiente se sentía muchísimo más frío y quieto que de costumbre, especialmente tomando

en cuenta la época del año. Aquel lago congelado donde los pescadores salían a trabajar

86
estaba desolado. Ni siquiera se veían o escuchaban animales pasar por la taiga al oeste. El

profundo silencio inquietaba a la familia completa hasta la médula.

— ¡Busquen más evidencia, muchachos! —dijo el conde mientras escarbaba la nieve.

— ¡Sí, señor! —Respondió Rogelio con un rifle en las manos— Ayúdeme con este tronco,

señorita Victoria.

— ¡Enseguida!

Al mover el tronco de su lugar ambos encontraron una camisa cubierta de sangre y

rasguños. Las marcas de garras en aquella camisa no parecían ser de cualquier animal

salvaje.

— ¡Ayúdenme, por favor!

Un aldeano llegó hacia donde estaban. Estaba cubierto por sangre con el rostro

pálido.

— ¿¡Que sucede!?

Homero se acercó a él y le sostuvo por un momento. El anciano jadeó por aire y se

sentó en el suelo temblando del miedo.

—Mi familia y yo recogíamos leña en el bosque cercano al glaciar. Fui a tomar un poco de

jugo. Solo fueron unos segundos… y escuché los gritos de mi padre y mi esposa. Cuando

volví ya no estaban. ¡Por favor, ayúdenme!

El aldeano se arrodilló ante el conde y lloró de la desesperación.

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—Está bien. Guíanos al lugar donde sucedió el ataque y nosotros nos encargaremos. Ya

estamos en el caso.

—Papá… — dijo Victoria muy preocupada mientras le daba la prenda a su padre.

—Por las Reinas. ¡Apresurémonos, muchachos! Quizás no tengamos mucho tiempo.

Sin dudar más, el grupo se dirigió al Bosque de Nizen al oeste del Glaciar. Minutos

después los cuatro llegaron a donde el aldeano dijo que ocurrió el ataque y plagio

— ¿Qué es ese hedor?

Victoria se tapó la nariz.

—Huele a campo de batalla —comentó Homero.

— ¿Un campo de batalla, señor?

El aldeano retrocedió al escuchar esto.

—Huele a cadáveres, a muerto, en otras palabras.

El viejo aldeano cayó sentado al suelo claramente aterrado ante los comentarios.

—No. No es cierto. Por favor, díganme que esto no está pasando.

—Tranquilícese, señor. Aún no sabemos la fuente de ese olor. Nos encargaremos en

encontrarla. ¿Queda entendido?

Rogelio apaciguó al aldeano y colocó su mano derecha en su hombro. Él se levantó

del suelo y secó las lágrimas de sus ojos.

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—Está bien, señor.

Victoria notó marcas rojizas en los lirios que crecían cerca de los árboles en los

alrededores y volteó a ver a los demás.

—Papá, señor Rogelio, miren esto.

Los tres vieron esa horripilante escena. Una pila de cadáveres humanos que se

descomponía en el bosque. A algunos de esos cuerpos les faltaban extremidades, a otros sus

cabezas… además de los que estaban con los intestinos y órganos expuestos y regados por

el suelo.

—Por las Reinas. ¿Quién pudo haber hecho…?

Entonces se escuchó al aldeano gritar de desesperación. Todos voltearon y vieron

una monstruosa silueta que velozmente se llevaba al hombre.

— ¿¡Qué fue eso!?

El mayordomo disparó hacia la bestia pero no acertó.

— ¡Sigámosle!

Siguieron inmediatamente al monstruo a través de la maleza. Segundos después

escucharon los gritos del aldeano atenuándose rápidamente en un posterior silencio mortal.

— ¡Maldita sea! ¡Llegamos tarde!

Cuando el conde gritó esto se toparon de nueva cuenta con esa silueta. Esta goteaba

sangre y unos cuantos órganos más de su boca.

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— ¡Cuidado!

Justo cuando la bestia iba a atacar a los Hosenfled la voz de Fabiola se dejó

escuchar. Ella bajó transformada rápidamente en frente del grupo y le cortó el paso al

agresor, cargando consigo un teclado de piano marmolado.

— ¿¡Fabiola!?

“¡Qué hace ella aquí!”, pensó Victoria en ese momento.

— ¡Cuidado, Victoria!

Antes de que la espadachina pudiera preguntarle algo el adefesio lanzó un zarpazo

hacia ella. La princesa empezó a tocar una melodía y una espesa neblina cubrió el área.

Fabiola tomó a su amiga de la mano y, justo cuando el ataque de la bestia iba a impactarlas,

ambas chicas se volvieron intangibles y salieron intactas.

— Qué… ¿¡qué pasó!? —exclamó Victoria.

—Mantente fuera del combate, Manzanita.

Al escuchar esto asentó con la cabeza y se dirigió a donde se encontraban Homero y

Rogelio.

— ¡Mi niña!, ¿te encuentras bien?

El conde abrazó fuertemente a la doncella pero victoria no respondió. Solo observó

el combate. Cuando se dio cuenta que no estaba a la altura de su amiga la espadachina dejó

pelear a Fabiola por sí sola.

90
— ¿Es esa su alteza Leonhardt? —preguntó Rogelio.

La princesa tomó la ofensiva, recitó palabras en un idioma incomprensible para

Victoria y materializó una lanza: su filo brillaba con la fuerza de mil estrellas y poseía un

mango cubierto con incrustaciones de runas, lo cual atrajo la atención de Victoria. Sin

perder la concentración Fabiola lanzó varios tajos con su lanza, pero de pronto recibió un

golpe en las costillas. El impacto fue tan fuerte que fue proyectada contra un árbol.

— ¡Fabiola! —gritó Victoria.

La soberana se levantó del suelo pero la bestia soltó un estruendoso rugido y se

retiró del lugar rápidamente. Al presenciar esto, Fabiola volteó a ver a los muchachos con

un rostro preocupado para luego irse de ahí. Antes de que Victoria le siguiera su padre la

detuvo.

— ¡No la sigas, Victoria, vayamos con el comandante Luttenberg e informémosle sobre la

situación actual!

—Pero papá… está bien, vámonos de aquí.

Terminada la desventura el grupo fue por sus caballos para dirigirse a la capital.

Unas horas después, ya en Pralvea, la familia se encontraba en los cuarteles de la Armada

Real hablando con el comandante. En las paredes de los pasillos estaba impregnado el

emblema del reino de Kartina. La situación había llegado a un estado crítico. No había

tiempo para vacilar.

—Y eso fue lo que pasó, comandante Luttenberg. Sea lo que sea esa cosa, si es eso lo que

ha causado las desapariciones en el reino, debe ser eliminada a la brevedad.

91
El conde le explicó esto al comandante. Luttenberg había perdido aquella figura de

mármol que lo caracterizaba de joven. Ahora solo era un adulto mayor algo pasado de peso

y con más barba que músculos y cabello. Un parche dorado cubría la cuenca del ojo

derecho que perdió décadas atrás y su armadura fue reemplazada por un traje militar color

sangre.

—Gracias por la información, conde Homero. Empezaré con la movilización de nuestros

pelotones en las próximas 36 horas. Pueden retirarse. Les avisaré cuando necesite sus

servicios.

Luttenberg anotó la información en su libreta. Minutos después los tres salieron los

cuarteles para volver a la mansión.

Más tarde, esa misma noche, Fabiola llegó a la ciudad fronteriza, donde Saúl y su

familia la esperaban. Saúl y la reina le regañaron por haberse ido tan súbitamente, más el

rey prefirió no comentar. Fernando quería comentar sobre por qué fue que Fabiola se fue

así. Pero este era un secreto entre ella y él. Era mejor evadir el pánico colectivo.

Faltaban dos días para el cumpleaños del rey Fernando. Victoria no dejó de tener

pesadillas relacionadas con lo que pasó. Constantemente soñaba que corría por los pasillos

del castillo Leonhardt y que esas bestias se comían a sus seres queridos. Dentro de su

cabeza aún escuchaba los gritos de horror y clemencia. Preocupada por lo que le había

pasado decidió visitar a Katalina para decirle lo que había pasado en el glaciar.

Al llegar a la entrada de la casa de Katalina los archiduques abrieron la puerta y se

toparon a la espadachina. Después de un breve saludo Belinda felicitó a Victoria por su

reciente título de Dama. Un “gracias” fue la respuesta de la doncella. Inmediatamente

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preguntó por el paradero de su amiga. Federico le dijo que Katalina se encontraba en su

cuarto. También comentó que iban apurados pues tenían cita con un empresario. Victoria

asentó y dejó pasar a los nobles. Los archiduques respondieron con una reverencia y se

marcharon. Sin más que hacer, la señorita subió al segundo piso y llegó a la habitación de

la duquesa.

— ¿Kat?

— ¡Un momento, Victoria!

La duquesa tardó unos segundos para abrir la puerta.

— ¡Hola, Victoria! Llegaste justo a tiempo. Acabo de desocuparme de mi tesis.

— ¿Y qué tal te fue?

La espadachina pasó al cuarto. El interior estaba más desordenado que de

costumbre. Hojas de papel y libretas tapizaban el piso. En estas había anotaciones y dibujos

relacionados con la tesis de la duquesa.

— ¿Dónde está Nadia?

—Ella salió con Geraldo. Volverá hasta la noche.

Katalina se sentó en la cama y Victoria se colocó a un lado de ella.

—Después de tantos años finalmente logré descifrarlo, Victoria. El comportamiento de la

Sinergia Arcana.

—Dime más.

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La duquesa sacó un diagrama y lo presentó a su amiga.

—La Sinergia Arcana se produce cuando dos magos tienen una alta afinación etérea. Por lo

común, esto se da entre dos o varias personas con un poderoso vínculo emocional.

— ¿Qué es afinación etérea? —preguntó Victoria.

— ¿Recuerdas que se usa éter para realizar hechizos? La afinación etérea es lo que

determina cuan dispuesta está una persona para aprender un tipo de magia. Hay personas

que pueden aprender más fácilmente que otras, dependiendo de su personalidad, pero

también tienen más complicaciones aprendiendo otros tipos.

— ¿Y qué tiene que ver esto con la Sinergia Arcana?

—La afinación etérea no solo sirve para interactuar con un tipo de magia en específico,

también se manifiesta en personas. Entre más fuerte es la afinación etérea entre dos o varias

personas, más probabilidad existe de realizar un hechizo combinado. Se dice que dos

magos con un alta afinación mágica son capaces de comunicarse entre sí sin siquiera

hablar.

— ¡Eso suena impresionante! ¿Pero cómo fue que quisiste investigar sobre ello?

Cuando la espadachina preguntó esto, Katalina se levantó del colchón y trajo

consigo un libro de registros mágicos.

—Fue cuando era niña. Recuerdo que en este libro leí que la reina, en ese entonces princesa

Illyana de Irvivea, salvó el planeta de una lluvia de meteoritos con ayuda del entonces

príncipe Hayden. Se dice que ellos hicieron un hechizo que destruyó los meteoritos y les

tomó al menos un día en completarlo.

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Victoria se quedó pensando un rato, con respecto a esa historia: “Debió haber sido

un sortilegio muy poderoso como para tomar tanto tiempo para canalizarse”.

—Me encantaría escuchar a más detalle tu tesis cuando lleguemos a tu graduación.

La espadachina ofreció una sonrisa a Katalina.

— ¡Gracias! Esto significa el mundo para mí.

La duquesa la abrazó. Entonces, el rostro de Victoria se entristeció justo cuando

sintió el calor de su amiga. Tenía miedo por lo que podría pasarle después de lo que

aconteció en el glaciar.

—Hay algo que necesito decirte

— ¿Qué pasa, Victoria?

Victoria terminó de relatar lo que le pasó.

—Katalina, estoy muy asustada. Sea lo que sea esa cosa… y si es que hay más de ellas,

todos nosotros corremos riesgo de ser devorados. Tengo miedo de perderlos.

La duquesa la interrumpió y le tomó la mano.

—Es como lo que pasó hace cinco años. No sé qué problema tendrían esos tipos conmigo,

pero creo saber cuáles fueron sus intenciones. Cuando eres la segunda en fila para

convertirse en princesa, sin importar la afiliación, te vuelves un objetivo. Cualquiera que

busque poder de manera fácil va a optar por ese camino moralmente borroso —comentó

Katalina.

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—Pero tus padres harían hasta lo imposible por rescatarte, ¿O no?

La maga guardó silencio por unos segundos antes de contestar.

—A veces pienso que mis padres ni siquiera notarían mi ausencia.

La joven duquesa recargó su cabeza sobre el hombro de la dama.

—Victoria, cuando nos asaltaron estaba muy aterrada por lo que podría pasar. No por lo

que podría pasarme a mí, sino por lo que les pasaría a ustedes. Tengo miedo de perderlos.

No quiero volver a esa horrenda oscuridad en la cual estaba antes de conocerles. No quiero

estar sola. Duele mucho.

Sin darse cuenta Victoria le tomó el rostro y secó sus lágrimas. Aquella mirada que

la espadachina presenció hacía cinco años se volvió a dar y ahora con más fuerza que

nunca. Esta vez no pudo separar sus ojos de los de su amiga.

—Juro por las Reinas que yo te protegeré con mi vida. Prometo que me volveré más fuerte,

para protegerte a ti y a los demás.

—Victoria.

La duquesa se acercó lentamente hacia ella cautivada por la mirada de la joven

duquesa. Katalina tomó el rostro de Victoria con ambas manos.

—Kat.

Ambas damas compartieron una sensación fresca en sus labios mientras se

abrazaban de la cintura. Una sensación vigorizante circuló por la espada de la espadachina,

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su cuerpo buscaba por más, pero al darse cuenta de lo que hacía separó sus labios

lentamente y se sonrojó.

—Kat… yo…

La duquesa no estaba satisfecha. Después de tanto tiempo de esperar ese momento,

el momento en que Victoria tuviera la osadía de dar el primer paso, no iba a dejar que se

esfumara tan abruptamente.

—No pedí que te detuvieras.

Deseando más de ese dulce néctar de Victoria la duquesa puso su mano en la nuca

de su compañera y la besó fuertemente, la jaló hacia la cama quedando abajo de ella

mientras sentía un agradable cosquilleo y repetía la sensación de frescura en su boca. Los

labios de la educada y amable Katalina se volvían amenazantes ante los de Victoria. Estos

dudaban y seguían débiles al vaivén de los de la bruja. La mente de la espadachina

simplemente no asimilaba la osadía de su amiga. Pero le gustaba tanto que la estremecía.

Luego de separar sus labios la hechicera le sonrió y después de una pequeña pausa la besó

de nuevo.

—Eres muy linda, Victoria.

—Tú también, Kat.

Victoria jugueteó un rato con la blusa del vestido de Katalina, quien hacía lo mismo

con la camisa de Victoria. De pronto un zumbido pasó por la mente de la doncella.

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Al darse cuenta de lo que hacía Victoria no pudo evitar sentirse avergonzada por

haber besado a Katalina. A otra dama.

—Tengo que irme, Kat.

Sin chistar, la espadachina salió del cuarto y se fue de la residencia, rumbo a

su casa.

— ¡Victoria!

Katalina cerró la puerta de su cuarto y cubrió su cabeza entre las sabanas

reflexionando sobre todo lo que había pasado, pero ambas damas solo tenían una cosa en su

cabeza: un sentimiento más profundo que una amistad había florecido.

El día de la fiesta del rey había llegado, pero Victoria y Katalina no se sentían

preparadas. Desde temprano en la tarde sus cabezas se llenaron de dudas y sus corazones de

miedo. Faltaba poco para que se fueran al castillo. Ambas damas, en sus respectivas casas,

divagaron en sus pensamientos mientras se preparaban para la celebración.

—Por las Reinas. No quiero ir a la fiesta. No sé con qué rostro voy a mostrarme ante

Fabiola después de lo que pasó en el glaciar. Jamás me perdonará por mentirle.

Mientras Victoria se ponía su traje de gala recordó el día pasado en la casa de la

duquesa: “no puedo creer que haya besado a Katalina. Ni siquiera lo pensé. Mi cuerpo me

incitó a hacerlo… pero se sintió tan bien…. no imaginé que sus labios supieran tan bien…

¿En qué estoy pensando? ¡Ella es mi amiga! Cuando me encuentre con ella en la fiesta le

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pediré disculpas por ese incidente”. La espadachina hiperventiló un poco mientras se ponía

su perfume de lirios.

“Por las Reinas, estuve esperando ese momento por muchísimo tiempo y Victoria se

acobardó de esa manera. Me pregunto si fue demasiado pronto el haberla besado así.

Supongo que no está lista para comprometerse de esa manera conmigo… o quizá

simplemente no le gusto… ¡No es tiempo para pensar así, Katalina! Si no le gustara ella no

hubiera devuelto el beso”. Reflexionaba la duquesa mientras se acomodaba el corsé para

después maquillarse.

“Aún si yo le gustara a ella, mis padres me matarían antes de aceptar que tenga una

relación amorosa con otra mujer. ¿Por qué sigo pensando en esto? Ese beso solo fue un

accidente. Suele pasar entre amigas, ¿Verdad? ¿¡Verdad!?”

Victoria se acomodó la solapa y después se puso su chaleco rojo. “Tranquilízate, Victoria.

Cuando te topes con Katalina le explicas que no fue tu intención besarla”.

Una lágrima se posó en la cara de la duquesa. “Pero… ¿y si no está enamorada de mí? No

creo que pueda seguir siendo su amiga… no quiero perderla. No quiero separarme de ella

después de haberle mostrado lo que en verdad siento… y entre más pasa el tiempo, más

pienso en ella”.

Victoria seguía también dándole vueltas al asunto: “si ella en verdad estuviera enamorada

de mí, ¿desde cuándo fue eso?, ¿debería preguntárselo?, ¿y sí ella no siente eso por mí?,

¿en verdad este será el final de nuestra amistad?”. Entonces, sin saberlo, ambas chicas

dijeron al mismo tiempo: “¡tengo que descubrir que siente ella por mí!”

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La fiesta había empezado. El castillo estaba hasta el tope de invitados. Todos ellos

se encontraban extasiados por la fiesta del rey Fernando. En la sala principal la princesa

Fabiola y un grupo de bardos famosos tocaban canciones con partituras mágicas. Unos

orbes de luz danzaban al ritmo de la melodía. La familia de Victoria llegaba a la entrada del

castillo y se bajaban de su carroza.

—Vayamos a felicitar al rey Fernando, chicas.

Ambas damas asentaron con la cabeza y entraron al salón.

— ¿Victoria? —La voz de Katalina se dejó escuchar. Ella se encontraba acompañada de

Geraldo, Nadia y Saúl.

— ¡Señorita Montesco! Qué placer encontrarla por aquí —comentó Adelaida.

—Kat, ¿Co… cómo estás? Me… me sorprende que Nadia y Geraldo te hayan acompañado.

El rostro de Victoria se sonrojó al recordar aquel beso.

—Los invité a la fiesta, Victoria. Son nuestros amigos después de todo.

El espadachín iba vestido con una armadura de gala. La joven sirvienta iba vestida

con un vestido verde y maquillaje en tonos rojos.

—Yo estoy sorprendido que su majestad me haya dejado entrar —intervino Geraldo.

—Mamá, papá, ¿Puedo quedarme con los muchachos?

Cuando Victoria dijo esto sus padres se miraron por unos segundos para luego

asentar con la cabeza.

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—Está bien, cariño. Cuando tengas la oportunidad de ir con el rey Fernando, adelante.

Esperaremos en la oficina.

Terminado de decir esto los condes se retiran a donde se encontraba el padre de

Fabiola.

— ¿Y cómo te fue en la reunión, Saúl? —preguntó Victoria cuando de pronto Katalina se

pegó a ella frotándole la palma de su mano. La espadachina se estremeció un poco pero lo

disimuló.

—El secretario Samuel y nosotros atendimos una nueva ruta ferroviaria. En unos meses,

cuando tengan el tren listo, se inaugurará en la capital.

—Me encantaría ver ese nuevo prototipo en marcha —comentó Geraldo. Victoria se quedó

callada por un momento perdiéndose en sus pensamientos.

—Victoria.

La voz de la joven duquesa se dejó escuchar.

— ¿Qué pasa, Kat?

— ¿Podemos hablar a solas un momento? —Victoria se quedó callada por unos segundos.

—Es… está bien, Kat.

—Volveremos en unos minutos, muchachos. No nos esperen.

Cuando Katalina dijo esto la joven sirvienta se conmocionó un poco.

—Señorita Katalina… por favor, cuídense.

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Ambas muchachas se retiraron con dirección al jardín.

— ¿A... dónde vamos, Kat?

Victoria hiperventiló un poco. No se sentía mentalmente preparada para hablar con ella en

privado.

—A un lugar donde nadie nos interrumpa.

Caminaron por un rato hasta que llegaron a la laguna del castillo donde no había

nadie alrededor.

— ¡Mira este lugar, Victoria! ¡Son muy bonitos! ¿No lo crees?

Entonces la duquesa tomó varios lirios del suelo y se los presentó a Victoria.

—En muchas culturas los lirios simbolizan belleza y elegancia, así como relaciones

amorosas duraderas. Dicen que también simbolizan erotismo.

Katalina abrió los ojos de la impresión al escuchar esto.

—No esperaba que supieras de ese tipo de cosas, Victoria.

—He estado leyendo libros de jardinería y coleccionando flores.

Victoria ladeó la mirada un poco y recordó de nueva cuenta lo que pasó en el

mercado hace años y en el glaciar.

—Aquel día que nos atacaron… y aquel día donde me topé con esa bestia, lo único que

podía pensar era en ti. Tenía miedo de perderte para siempre. Debía luchar si quería

continuar a tu lado.

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La espadachina tomó a su acompañante de la mano tan fuerte como pudo.

—Y pensar que han pasado cinco años desde ese entonces. ¿Sabes? antes de esa noche

jamás me había divertido tanto en mi vida.

—Pensé que tenías momentos igualmente divertidos con Fabiola antes de conocerme.

Katalina apretó su mano cuando sintió esta muestra de afecto.

—Por más que me agrade estar con ella, Fabiola me ha metido en más problemas que

situaciones genuinamente divertidas. Antes de conocerte no solía juntarme con otras chicas.

Y si te soy sincera, me sentía muy sola. Por mucho tiempo olvidé lo que se sentía actuar

como una chica sin miedo a expresar mis emociones.

—Victoria… yo… yo también añoro ese día en el que te conocí. Antes de eso Nadia era mi

única confidente, pero jamás la he visto más allá de como una compañera y alumna…

jamás pensé que conocería a una dama con la que pudiera conectarme. Pero ahora, después

de cinco años, me alegra saber que ya no estoy sola. Me alegra saber que le importo a

alguien.

Al decir esto, la joven duquesa sonrió tiernamente. A lo lejos, ambas pudieron

escuchar la melodía que Fabiola tocó aquella noche que se conocieron.

—Esa melodía…

Victoria se dejó cautivar por el aroma de fresas silvestres del perfume de la duquesa,

mientras sus manos trazaban líneas sobre la espalda de Katalina.

— ¿¡Victoria!?

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Katalina se estremeció al ver la osadía de su compañera.

—Disfrutemos de la melodía.

Victoria abrazó a su amiga meciéndose de un lado a otro. La dama se perdió por un

momento en su mirada moviéndose más y más rápido.

—Victoria, esto es tan repentino.

Katalina seguía impresionada por lo que acontecía. Si bien quería que sus

sentimientos por Victoria fueran recíprocos, jamás pensó que, esa misma noche, pudieran

llegar tan lejos. Pese a lo súbito que se dio ese cortejo, a Katalina le encantaba cada

segundo en que Victoria pasaba sus manos sobre su piel y como rosaban sus cuerpos. La

joven duquesa tomó la cintura de Victoria incrementando el ritmo de la danza. Una

corriente de energía fluyó por la espalda de la espadachina cuando la duquesa tomó su

mano y la deslizo sobre sus muslos. El rostro de Victoria se sonrojó inmediatamente.

—Kat, no tan deprisa.

Aunque la muestra de picardía la excitaba no podía dejar de pensar que era su

amiga. Su mente decía no, pero su corazón decía sí. En eso, la duquesa se dio la media

vuelta quedando de espaldas a Victoria entrelazando sus manos y alentando el ritmo.

—Vayamos más despacio, de ser así.

Katalina frotó la mejilla de Victoria y le sonrió sin dejar de mover sus caderas

lentamente. Al aumentar la cercanía corporal entre ambas, el rostro de Victoria se sonrojaba

aún más.

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“Si bien es mi amiga, es muy bonita… quiero sentir ese mismo fuego que ella siente

ahora mismo, quiero dejarme llevar por la melodía silenciosa que solo nosotras

escuchamos”. Estos pensamientos inundaron la cabeza de la espadachina. Después, con una

sonrisa pícara, le dio la media vuelta a su acompañante para verla directamente a la cara.

—Adelante, madame.

Continuó bailando con ella Abrazándola fuertemente y acelerando el ritmo de nuevo

cada vez más y más. Este fervor dentro de ambas muchachas las consumió rápidamente

provocando que sus mentes se nublaran. Para ese punto, solo movían sus cuerpos por mero

instinto. La manera en la que Victoria tocaba el cuerpo de Katalina y observaba su rostro

era el único combustible que necesitaba. El que sus padres, los de la duquesa o el resto del

mundo pensara de ellas ya no importaba. Ella solo quería deslizar sus manos sobre su

cuerpo para complacerla lanzando más leña sobre ese fuego que las carcomía. Entonces,

sus labios volvieron a encontrarse como aquella tarde.

—Victoria, no aguanto más.

—Dejemos que esta llama nos consuma por completo, Kat. No te contengas.

Después de decir esto ambas se encontraban bajo la luz de la luna añil y sintieron una

llamarada devorar sus cuerpos, sus mentes y, sobre todo, sus almas. El ritual fue tan intenso

que terminaron rendidas en el piso. Las dos damiselas se miraron directamente a los ojos

con complicidad y comenzaron a reírse. Para ese punto ya no les importaba lo que sus

padres, sus amigos y el mundo entero pensaran de ellas. Se tenían la una a la otra en un lazo

espiritual más potente que cualquier magia. No les importó el frío. Sus cuerpos desnudos

aun ardían por dentro.

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Capítulo 6

Sin tiempo que perder. Los preparativos del rescate comienzan.

Un rato después ambas se encontraron acostadas entre las flores de una solitaria

colina. La luna Astorias las bañaba con su luz de zafiros como única testigo. La sonata

había concluido. Un silencio acogedor se sintió en el sitio.

Cuando Victoria volteó a ver a Katalina, una ráfaga de recuerdos cruzó su cabeza

como una parvada de cuervos: veladas donde salían a tomar chocolate caliente con pasteles

de moras, las tardes de patinaje en la Laguna de Feperd y las escapadas al Bosque de Nizen,

lo que de pronto parecían de tiempos lejanos a pesar de haber ocurrido apenas unos años

atrás. Para ese punto, ni la espadachina ni mucho menos la hechicera, podían verse como

solo amigas. En sus mentes y sus corazones ya no había vuelta atrás.

—Eso fue extrañamente divertido, Victoria. Jamás me había sentido tan feliz en mi vida.

Katalina se regocijaba en una alegría interior. La persona que más amaba en todo el

mundo aceptó y consumó sus sentimientos por ella. Unas pocas lágrimas cristalinas

cruzaron el rostro de la bruja y su corazón latía con tanta fuerza que parecía que se le iba a

salir del pecho.

—Yo tampoco, Kat… fue tan vigorizante.

El tiempo se desvaneció para ellas, igual que se desvanecieron las dudas que tenían.

Solo había una cosa que era clara: ambas damas estaban perdidamente enamoradas.

—Kat, hay algo que quiero decirte, pero tengo un asunto que resolver con Fabiola.

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Victoria se levantó del suelo lista para vestirse.

—Volvamos con los demás.

La joven duquesa tomó del brazo a su acompañante y se recargó sobre su hombro

con una gentil sonrisa. Al regresar Nadia las recibió muy preocupada por su ausencia. La

sirvienta comentó que ambas damas se tardaron una hora en desocuparse de su “tango”.

Cuando Victoria notó que Fabiola se había retirado del vestíbulo le preguntó a Nadia a

dónde se había ido. La mucama le explicó que se encontraba hablando con un empresario

llamado Leonard. La espadachina abrió los ojos de la impresión y comentó que la princesa

y ella lo conocieron la noche de la cena. Victoria entonces propuso a las otras dos chicas ir

a la sala del trono. Katalina y Nadia asentaron con la cabeza y se dirigieron a donde se

encontraban los reyes y la princesa.

Las chicas entraron a la sala del trono, donde los reyes hablaban con Leonard, y los

muchachos se encontraban al lado de Fabiola.

—Me alegra que entienda cuánto significa este proyecto para mí y para Samuel, su

majestad.

El empresario anotó unos datos en una libreta que cargaba.

—Nuestro reino es quien debería estar agradecido por su ayuda, señor Russbell. Con la

nueva ruta ferroviaria nuestras naciones se encaminarán a una nueva época de prosperidad.

El rey le sonrió.

—Nosotros estamos más que contentos por ayudar a su reino a salir adelante después de su

guerra de independencia contra Astea —agregó la reina.

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—Sí, prosperidad es lo que todos buscamos en la vida, ¿No lo cree, su majestad Cornelia?

El empresario dio la media vuelta y topó con las tres damiselas.

—Señorita Victoria, que dulce sorpresa el encontrarla por acá.

—Buenas noches, señor Leonard. ¿Qué tal la fiesta?

Preguntó la espadachina al estrechar su mano con la del caballero.

—Muy bien. Muchísimas gracias por preguntar. Debo retirarme, sus majestades. Tengo que

salir temprano a la capital de Astrid. Ese tren no va a construirse solo.

Después de decir esto el caballero hizo una reverencia y se retiró de la sala. Victoria

volteó a mirar a Fabiola de soslayo. Desde lo que aconteció en el glaciar de Nizen la

espadachina se sentía incómoda y dudosa de las actividades extracurriculares de su amiga.

Sus brazos dudaron un poco cuando se acercó a la princesa y le preguntó por lo que había

pasado hacía días, cuando de repente se escucharon estruendosos gritos de horror y agonía.

Uno de los guardias de la armada entró por la puerta.

— ¡Sus majestades, es una emergencia! ¡El castillo está siendo atacado! ¡Criaturas

desconocidas se han infiltrado en la entrada!

— ¿¡Qué dice!?

La princesa corrió hacia donde estaba el soldado cuando de pronto su padre le tomó

del brazo.

—Permanezcan tranquilos, muchachos. Vayamos a desalojar a los invitados. Dejemos que

la armada se encargue de ellos.

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Los llantos y gritos se intensificaron y esto provocó que Fabiola se sacudiera la

mano de su padre corriendo al vestíbulo.

— ¡Fabiola!

Justo después que el rey exclamara esto, al abrir la puerta, el grupo se encontró con

una escena horrenda. Bestias grotescas asesinaban y devoraban a los invitados y a los

soldados. Los pocos sobrevivientes que escapaban de la sala tenían heridas muy graves.

Algunos de ellos les faltaban ojos, brazos y piernas.

—Por el amor de las Reinas… ¡Hosenfeld, encárguese de evacuar a los invitados al

albergue subterráneo! ¡Kruger, Saúl, vengan conmigo! ¡Necesito entregarles algo!

Al escuchar las órdenes de Cornelia, Victoria tomó de la mano a Katalina y a Nadia, listas

para rescatar a los demás. Pieles de cuero tan negro y pegajoso como el alquitrán, navajas

de plata oxidada como fauces y garras, cuernos que sobresalían como estalagmitas de

sangre y ojos que ardían con la furia de miles de estrellas, eran sus características

primordiales. En eso, uno de esos monstruos se colocó entre ellas y dejó ver sus enormes y

pútridas fauces retorciéndose rápidamente.

— ¡Ustedes váyanse! ¡Yo me encargo de él!

Katalina y Nadia se retiraron rápidamente y dejaron a la dama sola contra ese

monstruo.

Nadia escribió unas runas en el suelo y fabricó una muralla de granito para contener

a los agresores. Los otros soldados ayudaron a desalojar a los invitados, pero eran

asesinados y devorados rápidamente, manchando los muros y las paredes de la sala. La

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sangre lentamente impregnó a las damas, quienes se quedaron a auxiliar a los

sobrevivientes.

Se veía a Katalina tambalear al presenciar el horror de la masacre frente a ella. Aunque

deseaba salir despavorida de ahí había vidas que dependían de ella y no tenía intención de

que se repitiera el incidente de hace años.

Victoria tomó una espada del suelo y rápidamente lanzó su ataque hacia la bestia,

pensando que eso bastaría para distraerlo o confundirlo un poco, pero simplemente se

sacudió y le escupió en la cara. La saliva que hedía a podrido obstruyó la vista de Victoria y

bajó su guardia por unos segundos. Eso fue todo lo que ese adefesio necesitó para golpearla

fuertemente con una de sus patas lanzándola contra un pilar de la sala. Victoria quedó

paralizada y lloró del miedo. Desde su infancia fue entrenada para no mostrarle miedo a la

muerte, pero ella no quería perder a Katalina, no ahora que se dio cuenta que la amaba.

Contemplando lo que parecía ser su inevitable, muerte el monstruo se acercó dispuesto a

dar el golpe de gracia, cuando de pronto una púa de hielo golpeó el estómago del agresor.

La duquesa le había salvado la vida. Ella y Nadia se acercaron a Victoria y Nadia invocó

una cápsula de tierra para proteger a las tres.

— ¡No te muevas, Victoria! ¡Esto solo durará un segundo!

En eso Katalina cubrió con hielo a Victoria para detener la hemorragia. Una

sensación refrescante circuló por la espalda de Victoria y lentamente recobró las fuerzas

para levantarse.

— ¡Acabemos con él!

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Las dos chicas asentaron con la cabeza y la cúpula se rompió; la dama volvió a

tomar la espada preparada para darle muerte a ese monstruo; Nadia atrapó las patas del

adefesio con su magia; Katalina lanzó una ráfaga de púas de hielo y Victoria saltó por el

aire para apuñalar la cabeza de la bestia. Borbotones de sangre bañaron los cuerpos de las

chicas al dar el golpe final. El monstruo soltó un último rugido antes de caer inerte al suelo.

— ¡Vamos con los demás!

De pronto el muro de la puerta de entrada se derrumbó y un enorme monstruo entró

al edificio. Un fétido olor despedía de esa piel podrida. Por un momento las damas sintieron

ganas de vomitar. Parecía ser una mosca gigante, pero algo en la apariencia de esa bestia

era desconcertante. Garfios de carnicero como patas, un millar de ojos ensangrentados, alas

de mosca hechas de jade y una boca con un centenar de cuchillas oxidadas despertaron las

pesadillas más profundas en las damas.

— ¿¡Que es esa cosa!?

El monstruo devoró salvajemente los cadáveres esparcidos por el piso de un solo

bocado. La duquesa se posó adelante y lanzó un poderoso hechizo congelando lentamente

al agresor.

— ¡Ataquen ahora, chicos!

La princesa alzó el vuelo y sacó su pequeño piano dispuesta a canalizar su conjuro,

cuando de pronto la bestia rompió el hielo y atrapó a Fabiola con sus garras. El adefesio ni

siquiera se inmutó.

— ¡Fabiola!

111
El marqués entonces se lanzó sobre la bestia.

— ¡No interrumpan mi cena!

El agresor lanzó a Fabiola contra un muro para luego aplastar a Saúl con sus patas.

Al ver a su amado caballero en peligro, la princesa se levantó rápidamente del suelo y tocó

una melodía con su teclado, invocando la misma neblina de la otra ocasión. La damisela

tomó la mano del marqués para sacarlo de las garras del monstruo. Saúl no parecía estar en

buenas condiciones. Se podía ver una hendidura muy profunda en su armadura.

—Fa-Fabiola…

Al llegar con el resto el marqués perdió la conciencia. Al presenciar esto, Katalina

se apresuró para cerrar su herida.

— ¡Encárguense del monstruo! ¡Yo las cubro!

La princesa asentó con la cabeza y ambas amigas salieron a combatir ese monstruo.

— ¡Manténganse dentro de la neblina! ¡Mientras esta dure, ese demonio no podrá tocarnos!

¡No intenten atacarlo o el efecto de intangibilidad se desactivara!

Fabiola dio esta indicación y las dos chicas se dirigieron a atacar a la bestia.

Entonces Fabiola cambio de melodía y sacó su lanza mágica. Ambas atacaron las

extremidades de la bestia, pero las armas rebotaron sobre la piel. El monstruo entonces sacó

púas de huesos de sus costados y atizó a ambas. El golpe que había recibido Fabiola rompió

su piano y la cortina de niebla se desvaneció, exponiendo a Katalina y los demás. El

atacante lanzó otro zarpazo y penetró la armadura de Fabiola. La princesa trató de pararse

112
de vuelta, pero la herida que recibió la dejó fuera de combate. El monstruo entonces posó

su mirada sobre la duquesa. Geraldo se posó delante de ella dispuesto a protegerla.

— ¡Lárgate, bastardo!

Después de gritar esto el atacante golpeó al caballero y lo proyectó contra la estatua

de Istia.

— ¡Geraldo!

La sirvienta fue a donde cayó su amado y se cubrieron con una burbuja de tierra.

Victoria, con la poca fuerza que le quedaba, caminó hacia donde Katalina y se puso en

frente de ese adefesio y la mujer que amaba.

— ¡No permitiré que te la lleves!

La dama perdía mucha sangre, pero no le importaba. Lo único que quería era

proteger a la duquesa. El rostro de Katalina se llenó de lágrimas al ver la valentía de la

doncella. Ese monstruo atacó nuevamente y la lanzó contra una pared.

— ¡Victoria!

El adefesio tomó entre sus garras a Katalina y lanzó un rugido ensordecedor

mientras un agujero de color rojo escarlata se abría en frente de él.

— ¡Victoria!

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La duquesa continuó gritando de la desesperación y entró al mismo tiempo con la

bestia a aquel agujero.

—Kat…

Lo que Victoria más temía desde ese día en el glaciar había pasado: se llevaron a la

mujer que ella amaba. Lentamente la dama perdió la conciencia debido a la pérdida de

sangre.

Había pasado una semana desde el atentado en el castillo. El reino no fue el mismo

desde aquel día. Victoria se encontraba en el centro médico reposando en una cama. La

dama despertó de su coma lentamente encandilada por la luz del sol, cuando de pronto

Nadia se dirigió a ella. La sirvienta solicitó a la doncella que no se moviera. “Las heridas de

la última batalla no han cicatrizado aún”, agregó.

Al levantar la sábana, Victoria notó un vendaje que cubría todo su torso. Nadia

entonces le pidió que la dejara cambiar las gasas. La doncella asentó con la cabeza y la

sirvienta prosiguió.

— ¿Y por qué me atiendes? ¿No deberías de estar con los archiduques? —preguntó la

dama.

Nadia le explicó a Victoria que les pidió a los archiduques permiso para cuidar de

ella hasta que se despertara. “Era lo más que podía hacer por la mejor amiga de mi

maestra”, fue su explicación. Estas palabras punzaron el corazón de Victoria. Ahora que sus

sentimientos por Katalina se aclararon, la damisela se sintió devastada por lo que aconteció.

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De pronto recordó que Fabiola fue herida esa misma noche. Su rostro se tornó

pálido ante la idea de que su amiga estuviera muerta. La doncella chasqueó sus dientes por

un rato antes de preguntarle a Nadia sobre el paradero de la princesa.

“Las cosas no han mejorado desde el día del asedio. Esos monstruos se llevaron a su

majestad Fernando. Sus majestades Fabiola y Saúl se recuperaron de inmediato, pero se

vieron forzados a esposarse para tomar el trono”. Cuando la sirvienta terminó de decir esto

Victoria intentó inclinarse de la sorpresa, pero el dolor no la dejó. No solo se llevaron a

Katalina, sino también al rey. “Y todo por mi culpa. Me acobardé cuando mi maestra y

usted más me necesitaban”. Nadia dejó caer las gasas ensangrentadas en el suelo y

comenzó a llorar. El corazón de la dama se desmoronó. Lo peor era que Victoria no sabía

cómo animarla. El pequeño mundo de la señorita se derrumbaba en frente de sus ojos.

— ¿Qué pasa, Nadia?

Geraldo abrió la puerta y se topó con la sirvienta llorando sobre el regazo de

Victoria. El espadachín balbuceó un poco al notar que su amiga había despertado.

— ¡Victoria! ¡Gracias a las Reinas que estás bien! Los doctores nos dijeron que era muy

poco probable que sobrevivieras.

El muchacho se acercó a ella y la abrazó teniendo cuidado de no lastimarla. Victoria

quiso hacer lo mismo pero sus brazos no respondieron. “¡Mis padres! ¡Ni siquiera hablé

con ellos, antes del ataque!”, pensó la espadachina. Entonces, Victoria les preguntó a

ambos muchachos qué había pasado con sus progenitores. Nadia le ofreció ir a donde

estaban ellos. La señorita aceptó inmediatamente. Al escuchar esto, ambos amantes

ayudaron a su amiga a sentarse en una silla de ruedas dispuestos a ir a donde los condes.

115
Durante el camino a la recámara de sus padres, Victoria pensaba: “papá, mamá,

espero que estén bien. No quiero perderlos a ustedes, también”. El aroma a medicinas y los

nervios le agitaban el estómago a la dama. Quería vomitar, pero no debía. Un rato después

los muchachos llegaron a un cuarto y Nadia tocó la puerta. Del otro lado, la voz de Rogelio

dejó escucharse.

—Señor Rogelio, la señorita Victoria ya despertó. ¿Puede dejarnos pasar?

El mayordomo no tardó en abrir cuando escuchó estas palabras. Adelaida volteó a observar

a la espadachina y con lágrimas en los ojos abrazó a su hija tan fuerte como le fue posible.

La mirada de Victoria captó una escena que le desmoronó el corazón aún más: su padre

posaba en la cama con un parche en el ojo derecho, además de haber perdido su brazo

derecho y pierna izquierda.

— ¿¡Papá!?

El conde no volteó a ver a Victoria. Se veía cohibido, casi muerto.

—Victoria, no pensé que llegaría el día donde me vieras así. Perdónenme.

Adelaida no soportó ver a su amado en esa condición. La condesa se acercó a su

esposo y abrazó su nuca para besarle la frente. “Me defendiste hasta el final y es lo que más

me importa, cariño. No te entristezcas”, fueron sus palabras. Esa escena solo empeoraba la

frágil condición mental de Victoria, pero se negó a hablar.

—Mi trabajo aquí ha terminado, sus excelencias Hosenfeld. Debo retirarme con mis

maestros.

Entonces, Nadia sacó el collar de Katalina de una bolsa que cargaba consigo.

116
—La señorita Katalina perdió esto, antes de ser raptada por esos monstruos—comentó la

damisela—. Lo encontré después de que el resto de la armada los ahuyentara. Lo más que

puedo hacer, es dárselo a la persona quien se lo regaló.

La joven le dio el collar a Victoria, quien lo contempló un rato. Una llama de

esperanza se encendió dentro de ella. Nadia se inclinó ante la familia e intentó devolver una

sonrisa antes de volver al castillo de los archiduques. Al ver esto, Geraldo abrazó a la

espadachina y también se retiró.

Al tercer día de hospitalización Victoria fue dada de alta. Su herida no terminaba de

cicatrizar pero al menos ya podía caminar con muletas. Se sentía desbastada, pues sentarse

y esperar a que todo volviera a la normalidad no era para ella la mejor opción. Si quería que

Katalina volviera a su lado necesitaba hacer algo al respecto.

La dama se encontraba desayunando una ensalada de frutas en el comedor de su

casa, cuando de pronto su madre se dirigió a ella y la sacó de su trance. Victoria fue directo

al grano y sin vacilar le dijo a sus padres que iba a ir a rescatar a Katalina y al rey

Fernando. Homero objetó inmediatamente y señaló que sería demasiado riesgoso que ella

peleara en esas condiciones. La espadachina comentó que entendía que su cuerpo no estaba

en condiciones para combatir, pero comenzaría con los preparativos.

—Le diré sobre esto a Fabiola lo antes posible.

El conde fue con ella y le abrazó tan fuerte como le era posible.

—Victoria, si esta es tú decisión no te detendré.

117
Con un par de lágrimas en los ojos la espadachina abrazó de vuelta a su padre.

Homero le iba a avisar a Rogelio que Victoria saldría al castillo Leonhardt. La damisela

entonces les devolvió una sonrisa a sus padres y continuó con su comida. “¿Qué fue esa

cosa que nos atacó?, ¿qué está pasando con este reino?”, estos pensamientos atraparon a la

guerrera.

Mientras tanto, en el castillo real, Fabiola se encontraba tocando el piano, pero se le

veía derrotada y vacía. Su mirada alegre y despreocupada carecía del brillo que la

caracterizaba. Su rostro se encontraba marchito por las lágrimas. “Me pregunto si esto

hubiera pasado si no me hubiera vuelto una vasija. No quería que esto pasara. Lo único que

quería era que me dejaran en paz. Solo quiero una vida tranquila, que nadie me diga qué

tengo que hacer. No debí haber mentido tanto. Debí haber rechazado el pacto con Eridione

¿Pero eso hubiera cambiado lo que pasó en lo más mínimo? De no haber sido una

campeona, ¿Esos demonios me hubieran dejado tranquila?, ¿o es algo que estaba destinado

a pasar? Tantas mentiras, tantas sonrisas falsas, todo para nada”. La melodía

progresivamente se volvía más y más sombría, hasta que de pronto Fabiola tocó una tecla

errónea y rompió el teclado de un golpe. La mano derecha de la princesa se impregno en un

escarlata espeso, pero el dolor superficial poco le importaba.

Rogelio y Victoria llegaron al castillo. Un grupo de albañiles se encargaban de

reconstruir el edificio mientras que varios guardias servían de vigilancia. Un soldado

observó a la damisela y se acercó a ella con una mirada estupefacta.

— ¿Me permite entrar? Quiero hablar con Fabiola, por favor —expresó la espadachina y el

guardia la dejó pasar.

118
Victoria no pudo evitar tener un recuerdo del ataque. Para ella ese momento aún

estaba latente. Aún escuchaba los llantos de desesperación y ese olor de sangre coagulada

que impregnaba las pareces. Hasta la estatua de la Reina Istia tenía marcas escarlata en su

rostro. Vitoria le pidió a Rogelio que la dejara conversar a solas con la ahora reina. El

mayordomo dudo al principio, pero igualmente se retiró de ahí dejando a las dos señoritas.

— ¿Fabiola?

Victoria se acercó lentamente hacia su amiga. La reina volteó a ver a la dama con

una mirada vacía. El corazón de la damisela se paralizó por unos segundos al observar la

condición actual de la reina. La joven reina se levantó del piano y caminó hacia Victoria.

—Victoria… mi papá…

Fabiola se lanzó hacia los brazos de la espadachina y quebró en llanto. Victoria no

respondió. No supo cómo animarla. Toda la frustración y la tristeza que sentía por la

desaparición de Katalina llegó a un punto de quiebre. Existía la posibilidad de que jamás la

volviera a ver. Rápidamente la damisela la abrazó de vuelta y se desmoronó en llanto.

Minutos después la reina posaba su cabeza sobre el regazo de la dama y Victoria le

acicalaba el cabello.

—Fabiola, tenemos que hablar. Es respecto a lo que pasó en el glaciar… a esos monstruos.

Fabiola asentó con la cabeza.

— ¿Qué son esas cosas?, ¿qué hacías ese día en el glaciar?... ¿no se suponía que tenías una

reunión con el secretario Ford?

119
—Victoria… perdóname. Perdóname por haberte mentido todo este tiempo. Perdóname por

ser una horrible amiga. Tenía tanto miedo. Solo quería que nuestra vida continuara igual.

Solo Katalina, Saúl, Geraldo, Nadia, tú y yo, divirtiéndonos hasta el atardecer. Pero ya no

puedo ocultártelo. Es necesario que lo sepas, puesto que ya lo viste con tus propios ojos.

La joven reina se levantó del suelo y fue a sentarse junto al piano.

—Seis meses atrás recibí una carta de los monjes del Templo del Loto, solicitando que

fuera lo antes posible. Cuando llegué, ellos me dieron información sobre el estado de las

cosas. Un grupo de demonios estaban raptando y comiendo a los aldeanos. Los monjes

solicitaron mi ayuda para darle caza a esos adefesios. Soy la campeona del reino. No tenía

otra opción.

Victoria se levantó del suelo tan rápido como le fue posible y retrocedió un poco.

— ¿El ejército o tus padres sabían sobre la existencia de esos demonios?

—Quise mantener la situación en bajo perfil. Mi padre decidió resolver esto sin crear

pánico y decidió no informar al pueblo. Aun así, se lo llevaron.

La espadachina le acarició su mejilla derecha al escuchar estas palabras. “Por las

Reinas. ¿Demonios? No. No te asustes, Victoria. Puedes hacer esto. Todo lo que sea por

rescatar a Katalina”, fueron los pensamientos de la señorita. Después de unos segundos de

silencio Victoria tomó valor para dirigirse a la reina.

—No tienes por qué luchar esta batalla tú sola, ¿sabes?

— ¿Qué?

120
La dama le mostró el collar de Katalina.

—Tenemos que ir a rescatar a tu padre y a Katalina, aunque eso signifique tener que ir al

mismo infierno.

—No puedo dejarte ir conmigo. Esta es mi guerra. No la tuya.

Al oír esto Victoria se levantó del suelo.

— ¡Esta se volvió mi guerra desde el momento que esos bastardos se llevaron a Katalina de

mi lado!

Al escuchar estas palabras Fabiola pasó a sentarse de nueva cuenta.

—Por favor, llévame contigo. Déjame luchar a tu lado.

La joven reina se quedó muda por unos segundos analizando lo que ella dijo. Por

una parte, no quería poner a su amiga en la línea de fuego, pero por otra, esa terquedad fue

lo que la llevó a ese punto. Solo había una opción para que Victoria la ayudara.

—Hay una cosa que puedo hacer. Vayamos al Templo del Loto para que realicen una

Ceremonia de Ascensión para ti. Si logras volverte una campeona vendrás conmigo. Pero si

no lo logras, vas a quedarte aquí, hasta nuevo aviso.

La espadachina se quedó callada por un rato. Antes de ese día jamás pensó que

tendría que surcar el mismo camino que la reina. Las posibilidades de volverse una

campeona eran escasas, si no es que casi inexistentes, pero no perdía nada intentándolo, de

cualquier manera sería un desperdicio el acobardarse y esperar a que Katalina volviera de la

nada.

121
—Está bien, Fabiola.

Sin dudarlo más Victoria asentó la cabeza.

—De ser así… iré al templo.

La voz de Saúl pudo escucharse desde el segundo piso. El ahora joven rey y

Cornelia bajaron por las escaleras.

—Lo escuché todo, Fabiola. No tenías que ocultármelo, cariño. Somos esposos. Puedes

confiar en mí.

El joven rey llegó con ellas y le acarició la cara a su esposa.

—No me pongas esa cara larga, este reino no necesita una princesa mimada, sino una reina

osada.

Cuando Cornelia comentó esto, Fabiola los abrazó fuertemente y su madre le frotó

la cabeza.

—Gracias, Saúl. Gracias, mamá.

La joven reina se separó de su esposo y se reincorporó.

—Muy bien, iré a llamar a Geraldo y a Nadia para que nos acompañen al templo. Esta vez

no pelearemos solos. En tiempos de crisis la fuerza de voluntad nos otorgará la gloria.

Victoria se rio un poco al escuchar esto. La valentía de su amiga volvió por un breve

momento.

—Esa es la Fabiola que conozco. Tengo que irme, muchachos. Aún necesito reposar.

122
— ¡Espera!

Antes de que la doncella se fuera la joven reina la detuvo inmediatamente.

— ¿Qué pasa?

—Olvidé decirte sobre lo que pasó en el glaciar. Ese día, cuando terminó la reunión con el

secretario Ford, me fui hacia la capital para continuar con la cacería de demonios. Me

alegra que haya llegado a tiempo para salvar tu vida.

La reina abrazó a la espadachina. Ante el gesto de cariño ella devolvió el cumplido.

—Gracias, Fabiola. Te debo un favor.

—Nos vemos después, Victoria. La ceremonia será en tres días.

Concluida la conversación Victoria salió del castillo dispuesta a ir de vuelta a la

mansión.

El plazo se cumplió. El día de la ceremonia había llegado. Victoria se dirigió a la

recámara de sus padres, para despedirse de ellos.

— ¿Papá, mamá?

— ¿Victoria?, ¿ya te vas, hija?

—Sí, mamá. Vine a despedirme de ustedes.

—Victoria…

Homero, quien reposaba en su cama, se dirigió su hija.

—Mi pequeña semilla ha madurado en toda una rosa silvestre. Estoy tan orgulloso de ti.

123
Al escuchar estas palabras la doncella lo abrazó.

—Gracias, papá. Gracias, mamá. Los quiero tanto.

Adelaida se unió al abrazo grupal.

—Por favor, cuídate mucho, Victoria. Recuerda que por más duro que se vea el camino, no

estás sola.

—Prometo que volveré. Este no es el adiós.

Victoria se separó de sus padres y se dirigió a la sala cargando un bastón para

caminar. Entonces Rogelio llegó con un estuche de ébano.

— ¿Qué es eso, señor Rogelio?

—Su padre me encargó que le diera esto, señorita Victoria. Es la posesión más valiosa de la

familia,

El mayordomo abrió la caja y mostró su contenido. Era un estoque de diamante que

brillaba como el magma. Por un momento la damisela pensó que solo tocarlo le derretiría la

mano, si no es que el cuerpo completo.

— ¿Sabe lo que es, señor Rogelio?

—Es Fulgor; el estoque que su antepasada, Jaden Hosenfeld, usó en la Gran Guerra

Continental. Según sus antepasados este estoque fue bendecido por las Reinas y emana un

increíble poder.

124
— ¿¡Es para mí!?

Una onda de energía golpeó el pecho de la señorita. Para ese punto, jamás pensó que

usaría un arma legendaria.

—Tenga cuidado, señorita Victoria. El estoque es mágico y solo responde a una afinación

etérea similar a la de él.

Entonces la espadachina recordó la última conversación que tuvo con Katalina,

antes de la noche en el castillo.

— ¿Afinación etérea?

— ¿Sabe lo que significa, su excelencia?

—Por supuesto. Katalina me habló sobre ello, antes del ataque.

Victoria agachó la mirada por un momento, pero después volvió a observar al

mayordomo.

—Prometo que tendré cuidado con esto, señor Rogelio. No pensaba que también había

afinaciones etéreas para las armas. Pero eso ya viene en parte con forjar un arma diseñada

para solo un tipo de persona, ¿No? Solo unos pocos pueden usarla.

—Me alegra saber que ya sepa de esto, su grandeza. Solo espero que el estoque la acepte.

Pero antes de que se vaya, necesito darle un consejo que le puede salvar la vida, uno que su

antepasada tuvo que aprender a la fuerza durante la guerra, pero le ayudó a volverse una

heroína para el reino entero.

125
— ¿De qué se trata?

—Su antepasada fue asignado por el entonces rey de Dualian a una misión de escolta a un

poblado cercano. Cuando su pelotón llegó la villa ardía en llamas con todos sus habitantes

asesinados. El culpable fue un topo dentro de su grupo, Johan Drakengard. Cuando Jaden le

preguntó a Johan por qué lo había hecho… para este punto, el muchacho no era más que

una vasija para el general Og'thoch. Le fue fácil al demonio poseer el cuerpo del muchacho.

Ambos compartían los mismos ideales fatalistas que el demonio. La misma visión que el

mundo solo era una ilusión, y que, al final del día, nada de lo que hiciéramos tendría

consecuencias.

La espadachína sintió escalofríos al escuchar esto. Su antepasada luchó contra

demonios y ahora le tocaba a ella cargar con esa responsabilidad.

— ¿Qué trata de decirme con eso?

—Lo que quiero decir es que no se puede razonar con todos. A algunas personas solo les

importa un resultado ideal, aun cuando eso implique caminar sobre cualquiera que se

interponga en su meta. Si por alguna razón te topas con alguien así, cuando hayas

encontrado a la señorita Montesco, no quieras razonar con esa persona. Por más que duela,

debes pelear una buena batalla.

Rogelio se acercó hacia ella. Al sentir el calor de las viejas manos de su mayordomo

el corazón de la señorita se conmovió y le devolvió la cortesía.

—Prometo que volveré con vida, Rogelio. Un último favor, cuida bien de mis padres, ¿está

bien?

126
Victoria salió de la mansión y se reunió con Fabiola y los demás muchachos. De

entre las nubes un halo de luz se colocó por un momento sobre el grupo.

—Vámonos, muchachos. Hay un reino que salvar.

Al escuchar las órdenes de la joven reina el grupo asentó con la cabeza y subieron a la

carroza.

127
Capítulo 7

La Reina guerrera del fuego. Victoria emprende el vuelo.

El carruaje se acercaba al glaciar de Olgany. El grupo veía las colinas cubiertas por

nieve. Había demasiadas carrozas del ejército patrullando los alrededores. Con el ataque al

castillo la armada redobló su vigilancia. Estaban listos para un posible atentado.

—Perdimos el primer asalto, pero la guerra apenas ha comenzado. Perdónenme por no

decirles sobre esto, pero ahora que lo saben no hay vuelta atrás. El reino depende de todos

nosotros y la derrota no es una opción. ¿Quieren continuar?

Saúl le tomó la mano a Fabiola y le devolvió una sonrisa.

—Te seguiré hasta el fin del mundo, Fabiola.

—Puede contar conmigo, su majestad.

—Geraldo…

—Le ayudaré como pueda, su majestad.

La mirada de la joven reina se tornó vidriosa por unos segundos.

—Gracias. Son lo mejor.

La carroza se detuvo lentamente. Habían llegado al templo.

—Bajemos, muchachos.

Al escuchar las órdenes de la reina el grupo bajó del carruaje inmediatamente.

—Ayúdenme con el equipaje, Geraldo.

128
Saúl cargó unas cuantas maletas y las colocó en el suelo. El joven espadachín asentó

con la cabeza y tomó unas cuantas.

—Adelántense, chicas, tardaremos un poco.

Las damas asentaron y se dirigieron hacia la entrada. Al llegar, Fabiola tocó la

puerta y esperó una respuesta. Un monje abrió la puerta. Era Barkhorn.

—Su majestad Fabiola, ¿qué la trae por aquí?

—Vengo a realizar una Ceremonia de Ascensión para mi amiga.

Al decir esto Victoria dio un paso adelante y saludó al caballero.

—Un placer. Me llamo Victoria Hosenfeld. Pero puede llamarme Victoria.

La damisela se inclinó ante el sacerdote.

—Yo a usted sí la recuerdo, señorita Hosenfeld. ¿Y exactamente por qué es que usted desea

volverse una campeona?

La espadachina no quería decir que deseaba rescatar a Katalina.

—Estamos en tiempos de crisis, señor Barkhorn. Necesitamos guerreros que estén a la

altura de la situación.

El monje se quedó callado por un rato. A Victoria no le gustó ese silencio. Su labio

tembló un poco ante la idea de ser rechazada.

—Pasen, por favor.

129
Al escuchar esto Victoria sintió un gran alivio en su pecho y el grupo entró al templo.

—Primero que nada necesito hablar con la señorita Hosenfeld.

—Está bien.

— ¿Está consciente de las responsabilidades que conlleva ser una campeona?, ¿está

dispuesta a sacrificar su vida en esta batalla contra el Infierno?

Victoria solo asentó con la cabeza. “Con tal de rescatar a Katalina”, pensó en ese

momento.

—Muy bien, se aprecia su osadía, señorita Hosenfeld, pero hay una línea muy delgada entre

la valentía y la estupidez. Y entre más valiente se quiere aparentar menos uno se da cuenta

que ya cruzó esta línea.

Al terminar de decir esto el monje se retiró a una de las puertas del recinto.

—Prepararemos el ritual inmediatamente, su majestad. Mientras tanto vayan a instalarse.

El sacerdote salió de la recámara y el grupo fue a acomodar sus cosas en las

habitaciones del templo. Horas después la ceremonia estaba lista. Los monjes cantaban la

misma melodía sombría de aquella vez cuando Fabiola se convirtió en campeona. A la

espadachina se le acalambraron los brazos al escuchar la canción. Antes de ese día la dama

jamás pensó que iba a sacrificar su vida por el paraíso.

—Reinas de Cristal, esta joven doncella está aquí para volverse la campeona de una de

ustedes. Si Lady Victoria Hosenfeld es digna de portar su estandarte de amor, hagan

presencia en este templo ahora mismo.

130
Terminada la oración un rubí se posó enfrente de la espadachina y emanó un haz de

luz que casi la segó.

—Q… ¡Pero qué!

Cuando la dama abrió los ojos se encontró en lo que parecía ser el interior de un

volcán.

— ¿Dónde estoy?

Los ríos de lava teñían el suelo de un escarlata infernal. El cielo retumbaba en una

nube de alquitrán. Pilares de fuego brotaban del suelo como borbotones de sangre.

— ¿Deseas salvar a tu ser querido?

De pronto, una delicada voz de mujer se escuchó desde lo alto. Una mujer con alas

de fuego bajó del cielo: piel de roca volcánica, cabello de fuego, ropajes de oro y ojos

ámbar cubrían ese cuerpo torneado por el entrenamiento.

—Tú… ¿Tú sabes donde se encuentra Kat? No solo quiero rescatarla. Quiero volver a

caminar junto a ella. Quiero volver a reír junto a ella. ¡Quiero volver a estar junto a ella!

—Ya veo. Entonces te daré mi poder.

— ¿Q… quién… quien eres tú?

—Soy la Reina del Fuego. Yo soy Amydia

La diosa se volvió una flama blanca y entró al cuerpo de la dama. Entonces Victoria

explotó en una llamarada. La espadachina gritó del miedo hasta quedar casi afónica, pero

notó que el fuego no la lastimaba.

131
— ¿Qué está pasando?

—No te preocupes, pequeña. Esta es solo la primera etapa de la transformación. Ahora

recita junto a mí estas palabras: yo, Victoria Hosenfeld, acepto ser su campeona. Usted,

Amydia, es mi Reina.

Al repetir la frase el fuego se apaciguó lentamente. Victoria ahora portaba una

armadura como los diamantes, con encajes de coronas de estrellas. Su cabello también

brillaba con la misma intensidad que el resto de su nuevo atuendo.

—Lo… ¡Lo logré!

La señorita se arrodilló en el suelo y sollozó de la alegría. En ese momento ella

sintió un alivio inmenso por el hecho de que podrá ir a rescatar a su amada Katalina.

—Ahora ve con confianza, mi niña. Que te espera una ardua batalla.

En eso Victoria volvió a la sala principal.

— ¡Lo lograste, Victoria!

Cuando desapareció el rayo de luz, los sacerdotes, Geraldo y Saúl, se arrodillaron

ante ella.

—Es un placer ser su amigo, mi diosa.

Victoria rio un poco.

—Sigo siendo tu amiga, Geraldo.

— ¡Y quien es tu diosa, Vic!

132
La espadachina titubeó por un rato.

—Creo que su nombre era Amydia.

Respondió mientras se rascaba la barbilla.

—Ahora tenemos algo de ventaja contra esos desgraciados. Cuando termine esto voy a

llevarme sus cráneos como trofeo —comentó Saúl.

—No es necesario ser tan violento, su majestad.

Nadia entonces se sentó junto a Geraldo.

— ¡Esos tipos no dudarán en degollarnos! No hay lugar para la piedad en esta guerra.

—Vayamos a entrenar, Victoria. Te enseñaré lo más básico que necesitas saber sobre

magia.

Fabiola se levantó del suelo y salió del templo.

—Ya escucharon a mi reina. ¡Muévanse!

Terminada la conversación los caballeros salieron del edificio. Entonces Fabiola se

transformó e invocó su lanza y los muchachos sacaron sus nuevas armas. El joven

espadachín sacó un enorme escudo de carbón con bordes filosos y Saúl mostró un berdiche

rojo como la sangre.

—Este es Lykofos; un escudo que fue portado por el guardián del Oráculo de Heloshka.

¿Te gusta? —preguntó Geraldo.

—No pensaba que te iría tan bien el negro.

133
—Saluden a Seele Plündere: el arma de un legendario gladiador kartinés. Se dice que,

cuando su usuario muere, el berdiche absorbe su alma. Pero esos son solo rumores.

Al ver la nueva arma del joven rey Victoria sacó su nuevo estoque de su estuche.

—Este es Fulgor. Le perteneció a mí antepasada, Jaden Hosenfeld.

—Vayamos al glaciar y tengamos un duelo amistoso, Victoria. ¡A ponernos en forma!

El grupo asentó afirmativamente y se fueron al glaciar. Un rato después llegaron al

centro del glaciar donde llevarían a cabo la justa.

—Hace tiempo que no luchábamos.

La dama se puso en pose de ataque, lista para el combate.

— ¿Como en los viejos tiempos, Fabiola?

La princesa recitó unas palabras en un idioma extraño e invocó el teclado y la lanza

de la última ocasión.

—Solo que esta vez no habrá chocolate caliente para la ganadora.

Victoria respondió con una risita.

— ¿Y qué es esa lanza y piano? Te vi usarlos en el glaciar de Nizen cuando me salvaste el

pellejo.

— ¿Te gustan? Fue un regalo de mamá cuando me volví campeona. Me lo trajeron de

Astrid. Es un teclado mágico hecho por Industrias Armstrong. Especialmente diseñado para

conjurar encantamientos y demás. Lo uso para mis hechizos y para controlar esta lanza.

134
—Enfóquense en el combate, señoritas —comentó socarronamente Saúl.

—Muy bien, ¡En guardia!

Entonces la damisela escuchó la voz de Amydia en su cabeza: “Victoria, tengo unos

hechizos de Magia Fuego que te pueden servir”; “da la luz en mí, Amydia”, respondió la

espadachina en su cabeza. “Primero que nada te ayudaré a entrar a tu centro. Ahí te

explicaré con más detalle sobre lo más básico de las Artes Arcanas”. Sin que se lo esperara

Victoria la joven reina corrió hacia ella y lanzó varias estocadas. Al notar esto la doncella

esquivó sus ataques y se alejó de ella. “Lo primero que tienes que hacer es relajar tu cuerpo,

hasta que lo sientas ligero”; “¿estás loca? ¡Cómo me va a ayudar eso a usar magia!”

reclamó Victoria. “¡Confía en mí!”.

Victoria solo refunfuñó entre dientes y cerró los ojos al intentar relajar su cuerpo.

No le fue fácil. Victoria se alejó lo más posible de Fabiola y despejó su mente de cualquier

distracción. Conforme meditaba, la damisela sintió sus extremidades más ligeras, como si

ella fuera una muñeca de trapo. Segundos después Victoria se sintió completamente

relajada y su mente entró en trance. Su conciencia llegó al mismo valle volcánico dónde

realizó su pacto con Amydia. “¡Perfecto! ahora que conectaste con tu centro, te enseñaré

unos cuantos trucos que te ayudarán a realizar hechizos”; “apúrate, Amydia. Que me van a

hacer brochetas.”, respondió Victoria. “Primero que nada, ¿sabes algún tipo de arte?”,

Preguntó Amydia. “Sé bailar. ¿Pero cómo me ayudará eso?”, contestó Victoria. “Puedes

canalizar hechizos bailando. Es conocimiento básico de las Artes Arcanas”. “¡Entendido!”.

La joven reina aceleró el tempo y atacó a Victoria más rápido. La doncella solo se

dispuso a esquivar los ataques. Sus movimientos eran como las ondas en un río. Evadía los

135
tajos como si se tratara de una balada en lugar de un duelo, como una libélula cazando a su

presa. Entonces Amydia se comunicó con la dama una vez más: “¡El hechizo está listo,

dispara!”. “¡Hagámoslo!”.

De las manos de Victoria brotaron llamaradas como si se tratara de los pétalos de

una orquídea. El rostro de la joven reina palideció un poco al contemplar esto.

—Es eso…

—A bailar, su majestad.

Las llamas se convirtieron en látigos carmesí en un instante. Fabiola tragó un poco

de saliva y continuó con la justa. Ahora era el turno de Victoria. La doncella atizó a su

compañera un poco, pero Fabiola inmediatamente tocó la misma melodía del ataque en

Nizen e invocó una espesa neblina. Los golpes de la dama traspasaron por completo a la

joven reina, casi como si ni siquiera hubiera conectado. “Esa bruma la vuelve intangible,

¿Pero puede atacarme a la misma vez?”

Victoria detuvo sus movimientos y se puso a la defensiva nuevamente. Fabiola no

tardó mucho tiempo en darse cuenta que su amiga aprendió cómo es que su niebla

funcionaba.

“No. ¿Qué voy a hacer ahora que sabe lo que hace mi sortilegio?”. La joven reina

retrocedió con pavor en su rostro. Si la atacaba, su intangibilidad se desvanecería y

expondría a Victoria.

—Lo admito. Eres lista, Manzanita. Tú ganas por hoy.

136
Fabiola paró de tocar y se inclinó ante su amiga reconociendo su derrota. Antes que

Victoria pudiera devolver la cortesía un peso enorme se dejó sentir en sus hombros y cayó

en el suelo. Jadeó por aire, sintió hervir su cuerpo. No de la misma manera que ardía

cuando enlazó su alma con la de Katalina, sino como una fiebre que parecía no tener cura.

— ¡Victoria!

Geraldo corrió hacia la dama y la tomó entre sus brazos. Entonces él notó que las

manos de su amiga estaban chamuscadas. El caballero casi vomitaba de la repulsión al

presenciar esto.

— ¡Victoria necesita ayuda médica! ¡Detengamos el entrenamiento!

—No debí haberme excedido.

La damisela se sentía agotada. Apenas podía pararse. “No te preocupes. Te

acostumbrarás a ello cuanto más practiques”, comentó Amydia.

—Volvamos al templo a descansar y a atender a Victoria. Tenemos solo una semana para el

rescate.

Cuando Saúl dijo esto los demás asentaron la cabeza y se dirigieron de vuelta al

santuario. De pronto, Fabiola se acercó a su amiga y le tomó del brazo. Algo dentro del

corazón de la joven reina le punzó por un momento. Desde mucho tiempo ella sola había

combatido la amenaza demoniaca y pensó que sus amigas solo la estorbarían. Pero ahora

que Victoria ha demostrado cuan fuerte era su resolución, una espina venenosa fue

removida de su alma.

—Perdona por haber dudado de ti, Victoria.

137
Fabiola la abrazó fuertemente y sollozó un poco.

—Tengo alguien quien depende de mí, Fabiola. Y no puedo fallarle.

Victoria le mostró el collar de Katalina al decir esto. El estómago de la joven reina

gruñó fuertemente en ese momento.

—Vamos a desayunar —respondió Fabiola sonrojada de la pena.

Terminada la conversación ambas se retiraron del glaciar y regresaron al templo.

Una semana después la hora de la verdad estaba cerca. Los muchachos se

prepararon lo mejor posible para su viaje al infierno. Pero aún existía la incertidumbre de lo

que podría pasar. Antes del ataque en el castillo jamás pensaron que se iban a enfrentar a

fuerzas demoniacas, mucho más en territorio enemigo.

“Qué horror. Ni parece que pasaron dos semanas desde el ataque”. Esos fueron los

pensamientos de una incrédula Victoria, quien contemplaba el mar de nubes y recordaba los

gritos de dolor y lamentación de esa fatídica noche, así como el olor a azufre. “Momento,

cómo encontraremos a Kat y al papá de Fabiola”. Victoria se levantó de la nieve y se fue

con prisa con Fabiola.

La joven reina terminaba de desayunar en la sala principal cuando Victoria se

acercó a ella y la levantó del suelo.

— ¿¡Cómo encontraremos a Katalina y a tu padre!?

138
Fabiola soltó un grito y se cayó al suelo de la sorpresa.

— ¿Qué te pasa? ¡Ten más cuidado! —respondió Fabiola muy molesta y se levantó del

suelo. Victoria solo bajó los hombros y la ayudó.

—Tenemos un problema mayúsculo, pecas. ¿Cómo vamos a encontrar a tu papá y a Kat?

Victoria se cruzó de brazos en ese momento. Fabiola se quedó muda por un instante

cuando de pronto su cabeza fue golpeada por una onda eléctrica que le sacudió la melena.

—Aquí entre nos, no tengo la menor idea.

La joven reina soltó una carcajada del nerviosismo en ese instante. Victoria solo se

llevó la mano a la cabeza.

— ¿Y cómo íbamos a encontrar a Kat y a tu papá? —Comentó la espadachina—. No tienes

idea, ¿Verdad?

Fabiola golpeó el suelo con su pie y refunfuñó entre dientes.

— ¡Por supuesto que sí! Lo primero que haremos es…

Fabiola entonces balbuceó un poco y se sonrojó muchísimo.

—Está bien. Lo admito.

Barkhorn llegó con ellas cargando un bote con ropa sucia.

— ¿Problemas con la misión, su majestad?

Ambas señoritas voltearon a verle y asentaron con un semblante de preocupación.

139
— ¿Les doy una recomendación?

Victoria y Fabiola asentaron nuevamente.

—Andamos con prisa —dijo Victoria.

Barkhorn se sentó en el suelo y se cruzó de piernas listo para hablar.

—Hay una bola de cristal en la ciudad de Fellberg. Unos arqueólogos la encontraron en las

ruinas de Heloshka, y la donaron a la Iglesia de los Reyes.

Fabiola ladeó la cabeza de la curiosidad.

— ¿Heloshka? Eso queda al suroeste de Rivor, de donde mamá viene —dijo Fabiola.

—Les recomiendo que vayan a la iglesia de Fellberg y pidan el orbe —Barkhorn se levantó

del suelo y recogió el bote— quizá también le ayuden a llegar al Infierno.

Ambas se levantaron del suelo.

—Avisemos a los demás, pecas.

Al decir esto Victoria y Fabiola se reunieron a la hora de la cena en el comedor y

discutieron con sus amigos sobre el nuevo plan de acción. Al principio Saúl tuvo sus dudas

sobre el orbe, pero Fabiola le insistió que esta podría ser la única manera factible para

encontrar a su padre y a Katalina. “Es eso o deambular el Infierno por el resto de nuestras

vidas”, fueron las palabras de la joven reina. A pesar de sus inquietudes Saúl no objetó más,

pero Geraldo y Nadia no estaban seguros de quién usaría la bola de cristal. “¿Quién la va a

usar?”, fue la pregunta que ambos recalcaron.

140
El silencio se dejó presenciar por unos cuantos minutos. Justo cuando habían salido

de un dilema encontraron un nuevo problema. Fabiola y Victoria eran demasiado nuevas en

las Artes Arcanas. “Si ninguna de nosotras puede usar la bola de cristal buscaremos a

alguien”, comentó Fabiola. Los guerreros guardaron silencio por un rato hasta que Nadia lo

rompió.

—Si quieren puedo intentarlo. No sé si pueda, pero al menos quiero intentarlo.

Geraldo la abrazó, al escuchar esto.

—Muy bien. Saldremos mañana temprano. ¡El tiempo se nos agota!

Los muchachos asentaron justo después de que Saúl proclamara esto. Victoria solo

deseaba que su amada estuviera bien. Si no se apuraban, Katalina y Fernando morirían de

hambruna, si es que no de otra causa más grotesca.

Mientras tanto, en un calabozo húmedo y devastado, donde la luz del sol se ausentó

como en un eclipse y un hedor a sangre penetraba y carcomía los muros, desde los oscuros

corredores solo se escuchaba un estruendoso eco de gruñidos y gritos monstruosos. En lo

más profundo de la mazmorra, Katalina y Fernando se encontraban atrapados. La duquesa

estaba en pésima condición. Sus ojos se encontraban vacíos de vida, tenía heridas de golpes

y cortadas en los brazos y las piernas, perdió el sentido del gusto y del olfato después de

comer en escasa medida. Fernando se encontraba en una condición similar a la de la chica.

Le faltaba aire para respirar. Ambos estaban encadenados a unos grilletes que suprimían el

flujo de éter en sus cuerpos. Katalina fue arrebatada de sus Artes Arcanas.

141
El viejo rey observó que Katalina cabeceaba y sollozaba un poco. La joven duquesa

fue como una segunda hija para él desde que empezó a juntarse con Fabiola. No podía

permitirse el dejarla desamparada.

—Katalina, eres más fuerte de lo que yo jamás podré serlo.

Ella levantó el rostro y lo miró como un perro entristecido.

— ¿Lo cree así?

—Has aguantado esta tortura más que cualquier otra persona de tu edad que he conocido,

mi niña.

Fernando agachó la cabeza y la volvió a levantar. Entonces, el añejo señor recordó

sus tiempos de juventud cuando sirvió a la armada kartinesa.

—Cuando era joven y era parte de la armada, mi escuadrón fue capturado por un grupo de

mercenarios en Rivor. Fuimos sometidos a electrochoques, arrancamiento de uñas, metales

ardientes y demás formas de torturas. Muchos de mis amigos y camaradas no soportaron el

abuso. Algunos de ellos inclusive se suicidaron con tal de no sufrir más. Cuando el

escuadrón de rescate llegó por nosotros, de los trece que éramos, solo cuatro quedábamos.

Tan jóvenes, tan llenos de esperanza…

Fernando se detuvo de golpe y comenzó a llorar. Katalina se quedó callada por un

momento hasta que de pronto algo se quebró en su pecho.

—Su majestad, no quiero morir. ¡No quiero morir!

142
En eso, Katalina pensó en todas las cosas que iba a abandonar si es que moría ahí

mismo. Comenzó a imaginar su ceremonia de graduación, su conmemoración como

archimaga y su vida con Victoria como pareja. La joven duquesa golpeó y arañó el

suelo mientras gritaba de la melancolía, cuando de pronto un grupo de

encapuchados entró al calabozo. Los sujetos cargaban consigo la misma insignia de

aquel día cuando Katalina fue asaltada. Dos de ellos cargaban capuchas doradas.

Uno era más alto y delgado que el otro.

— ¿Aún se rehúsan a hacer esto de la manera civilizada?

El encapuchado alto se acercó a la jaula de Fernando y el veterano rey se levantó

inmediatamente. Como un animal salvaje, Fernando mostró sus dientes y empujó las barras

de hierro.

— ¿Quiénes se creen ustedes, después de la atrocidad que cometieron?

El hombre misterioso sacó una runa y una corriente eléctrica golpeó a Fernando. El

añejo rey gritó y se retorció del dolor, hasta que el encapuchado detuvo el sortilegio y lo

dejó convulsionado en el suelo.

—Le estamos dando la oportunidad de hacer esto por las buenas, pero no nos lo ponen muy

fácil, su majestad. Le aseguro que no lo lamentará. Cuando terminemos con ustedes le

prometemos que los enviaremos de vuelta a Kartina.

El otro encapuchado se acercó a la celda y le extendió la mano.

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—Hagan lo que quieran conmigo, pero si se atreven a ponerle una mano encima a Katalina

y a mi hija…

Otra descarga de electricidad golpeó a Fernando y lo envió contra la pared. El viejo

rey se retorció y gimió del dolor. Ya no sentía su rostro y su vista se nublaba.

— ¡Su majestad!

Katalina se pegó a los barrotes y le observó con horror. Casi vomitaba de lo que

había presenciado. Deseaba huir por su vida, pero tampoco quería abandonar al antiguo rey

a su suerte.

—Ya lo escucharon. ¡Llévenselo!

El encapuchado alto dio la orden a sus subordinados. Los plagiadores abrieron la

celda y se llevaron a Fernando. El anterior rey levantó la mirada e intentó ir a afrontar su

destino con todo el orgullo que le quedaba. Katalina solo observó la figura del rey

desvanecerse entre las puertas oxidadas y después volteó a mirar con desprecio al

encapuchado rechoncho.

—Si fuera tú, yo también me rendiría —comentó el encapuchado y se dio la media vuelta

dispuesto a irse— ¿qué ganas luchando contra nuestra voluntad? Nadie va a venir al

Infierno a salvarte.

Katalina le mostró los dientes como señal de agresión y empujó los barrotes con

cuanta fuerza le quedaba en su cuerpo.

— ¡Prometo a las Reinas que saldré de aquí, de una manera o de otra!

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El encapuchado agachó la mirada al escuchar esto.

—Las Reinas…

El caballero se rio un poco en tono de burla.

— ¿Qué te hace pensar que saldrás de aquí?

Katalina se abalanzó un poco más y gritó a todo pulmón:

— ¡No existen los imposibles!

El agresor guardó silencio por unos segundos y después negó con la cabeza.

—Lástima que no vivirás mucho tiempo para ver tu amada ideología derrumbarse en frente

de tus ojos.

Terminado de decir esto el caballero se retiró del local y dejó sola a Katalina. La

joven dama entonces tomó una piedra del suelo y golpeó las cadenas: “prometo que saldré

de aquí, aunque sea lo último que haga”, fue su última frase. A pesar de no tener su magia

su voluntad de vivir era el combustible que necesitaba.

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Capítulo 8

Un ojo vigilante en la tierra. El oráculo de Heloshka.

Al día siguiente, cerca del mediodía, la tropa llegó en una carroza a la ciudadela de

Fellberg. Aunque fuera más pequeña que la capital, la ciudad era tan colorida como las

plumas de un pavorreal, desde los colores celestes hasta los nocturnos. En las calles se

escuchaban a los comerciantes ofrecer sus productos y la risa de los niños que jugaban. Se

podía sentir el aroma a robles desde las montañas y las galletas de canela en los puestos.

Fabiola casi podía saborearlo.

La carroza circuló un rato más por las avenidas, hasta que de pronto se detuvo.

— ¡Hemos llegado, sus majestades!

Entonces, el grupo observó hacia la ventana izquierda y contemplaron el edificio. La

catedral irradiaba un aire a divinidad, con vitrales y estatuas de ángeles en la base de sus

pilares. A Victoria le picó la nariz el aroma a yerbabuena y menta que crecía afuera del

templo. Los muchachos bajaron del coche a la brevedad listos para entrar.

— ¡Llamen al escuadrón que nos acompañará al Infierno!, ¡prepárense lo antes posible!

Saúl dio esta orden al conductor, quien era un soldado de la armada.

— ¡Sí, madame!

El caballero saludó a Fabiola y se retiró de ahí con dirección a Pralvea. Sin más

chistar, el grupo se dirigió a la entrada y Saúl tocó la puerta de abedul. Se escuchó un eco

desde el otro lado de la puerta, casi como si el interior estuviera vacío. Por un momento los

146
muchachos pensaron que el templo estaba solo, cuando de pronto, una monja joven abrió.

Su vestuario y su hábito cubrían su cuerpo de mármol y su cabello de arcilla. Su rostro era

delicado y sus ojos café irradiaban juventud inocente.

— ¡Sus majestades!

La sacerdotisa se inclinó ante los jóvenes reyes.

—Es un divino placer recibirlos en estos tiempos oscuros. ¿Han venido por consuelo?

Los jóvenes reyes asentaron con la cabeza.

—Venimos por el orbe de cristal que les trajeron de Rivor —comentó Fabiola— ¿sabe

dónde está?

La monja se levantó del piso y asentó con la mirada.

—Pasen adelante, por favor.

La sacerdotisa los dejó pasar a la iglesia y el grupo entró a la brevedad. Una vez

adentro una onda eléctrica golpeó la espina de Victoria y Fabiola. El aroma de incienso de

vainilla y canela, así como de los muebles de cedro, era demasiado fuerte y casi las hizo

estornudar. Las pinturas y las estatuas de los reyes los observaban, como si se tratara de un

cazador acechando a su presa.

— ¿Alguna razón porque necesiten el orbe?

Fabiola y Saúl se miraron entre sí por un momento para después confirmar con la

cabeza.

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—Queremos ir al Infierno para rescatar a mi suegro y a la duquesa Montesco.

A la joven monja se le hizo un nudo en la garganta con tan solo escuchar eso.

—Y… ¿por qué necesitan de la esfera?

Fabiola comentó sobre lo que le dijeron en el Templo del Loto.

—Ya veo. De ser así, con gusto les ayudaremos. Tardaremos en encontrar el orbe entre

todos los objetos que están en la bodega.

Victoria ya se encontraba con poca, si no es que nula, paciencia. Su amada Katalina

podía morir en cualquier segundo. Sin darse cuenta la joven guerrera se posó delante de sus

reyes.

— ¡Las ayudaré de ser así!

— ¡Tus modales, Hosenfeld!

Saúl regañó a su compañera ante esa muestra de desobediencia. Fabiola tomó el

brazo de su amado rey y lo miró con tristeza para tranquilizarlo.

—Muchísimas gracias, señorita. Nos es grato su gesto de amabilidad.

La monja se inclinó, como muestra de gratitud. Saúl se cruzó de dientes y murmuró:

—Que gesto de amabilidad ni qué carajo.

Fabiola le jaló de la manga, al escuchar eso.

—Tu lenguaje, cariño.

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La joven reina se acomodó el cabello y le devolvió una sonrisa a la sacerdotisa.

—Nosotros ayudaremos, también.

A Saúl casi se le cayó la quijada al escuchar esto.

—Pero cariño…

— ¡Pero nada, Saúl! Entre más pronto la encontremos más pronto nos iremos al Infierno.

El joven rey se cruzó de brazos nuevamente y refunfuñó entre dientes.

—Está bien.

Terminada la conversación los chicos y la monja se dirigieron al desván para buscar

el orbe. Al bajar por las escaleras de un pasillo la monja prendió una veladora y abrió la

puerta del sótano. Un olor a humedad impregnaba las repisas y las paredes. Solo se

escuchaba las diminutas y veloces pisadas de las cucarachas. De entre las pinturas rupestres

de tiempos milenarios hasta las conmemoraciones de las anteriores dinastías nobles, iba a

ser difícil encontrar la bola de cristal.

— ¡Adelante, mis amigos!

Fabiola dio la orden al resto de la tropa y respondieron con un “¡sí, madame!”.

Horas después Victoria abrió una repisa y observó un brillo extraño desde el fondo. Cuando

estiró la mano para alcanzar esa cosa luminosa una sensación punzante se sintió en la

palma. La joven dama soltó un grito de horror y sacó la mano de ahí.

— ¡Qué fue eso!

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Cuando iluminó el interior de ese gabinete lo primero que vio fue una bola de color

magenta.

— ¡Encontré algo!

Fabiola y Nadia se acercaron primero con Victoria cuando escucharon el grito.

— ¡Qué pasa! ¿Te mordió algo? —respondió la joven reina y examinó la mano de Victoria.

En eso, Nadia escuchó una voz en su cabeza susurrando algo que la sirvienta no

comprendía del todo.

— ¿Alguien más escucha una voz, muchachos? —comentó Nadia y colocó la mano en su

pecho.

— ¿De qué hablas, Nadia?

Geraldo llegó con las chicas y posó su mano sobre el hombro de la joven sirvienta.

Nadia solo recitó un “Iliakó-fos” una y otra vez sin comprender lo que eso significaba.

— ¿Iliaó-fos? ¿Qué es eso?

Nadia asomó la cabeza por el gabinete y observó lo que había adentro.

— ¿Qué pasa, Nadia? —comentó Fabiola y retrocedió un poco.

Cuando la joven reina examinó la mano de Victoria lo primero que notó fue una

quemadura en la palma.

— ¿Usaste tu magia, Manzanita?

Victoria negó con la cabeza.

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—Solo metí la mano y algo me electrocutó.

Nadia no tomó esto en consideración. Simplemente estiró la mano y agarró lo que

estaba adentro de la vitrina.

— ¿Eres tú quien me habla?

—¡ Ten cuidado, cariño! —Advirtió Geraldo— Que te puede dar toques.

Nadia ignoró por completo a su amante y sacó un orbe de cristal rojo.

— ¡La encontramos!

Saúl retrocedió junto con los demás muchachos.

— ¿Eres tú Iliakó-fos? —dijo Nadia observando el orbe de cristal de sangre.

La joven sirvienta tuvo una breve conversación con la esfera hasta que de pronto

Nadia dijo: “¿quieres brindarme tu poder? ¡Muchísimas gracias, Iliakó-fos!” Terminada la

conversación Nadia derramó unas cuantas lágrimas de felicidad y abrazó al orbe.

—Avisemos a la sacerdotisa sobre esto

Cuando Fabiola exclamó esta orden los muchachos fueron a donde la monja y le

dijeron lo acontecido.

— ¡Perfecto! nos encargaremos de preparar el hechizo, lo antes posible.

La sacerdotisa se inclinó ante el grupo como señal de respeto.

—Lo tendremos listo más tardar mañana.

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—Muchísimas gracias por su ayuda, señorita… mmm…

Fabiola titubeó un poco sin saber el nombre de la monja.

—Verónica. Un placer servirles, sus majestades.

Los jóvenes guerreros también se inclinaron como muestra de gratitud.

—Volveremos mañana temprano —agregó Saúl.

Terminada la charla los muchachos salieron del templo y conversaron entre sí.

— ¿Ahora qué? —comentó Victoria y se cruzó de brazos. Fabiola agachó la cabeza y se

quedó meditabunda por un momento.

—Disfrutemos lo poco que nos queda de tranquilidad antes de ir al Infierno.

Fabiola tomó del brazo a Saúl y se pegó más a él.

—No es seguro que saldremos con vida de allá.

El grupo tomó un momento de breve silencio y asentaron con la cabeza.

— ¡Que no se diga más, entonces! ¡Salgamos a divertirnos!

Cuando Saúl proclamó esto el grupo exclamó con un sonoro: “¡Sí!” y se retiraron

del templo en dirección al mercado.

— ¿Señorita Fabiola?, ¿es usted?

Justo cuando pasaron por la plaza los muchachos escucharon la voz de un hombre mayor y

152
se toparon con un hombre muy alto, calvo y con un bigote muy espeso. Su traje carmín

expedía un aroma a colonia de chocolate y menta.

— ¡Secretario Samuel! Qué sorpresa verle por aquí.

Fabiola se inclinó inmediatamente cuando vio al caballero.

—Perdone por haberme ido tan rápidamente de la reunión. Tenía cosas que hacer.

La joven reina volteó a ver a Victoria y recordó el incidente en el glaciar. Victoria

solo desvió la mirada queriendo no comentar al respecto.

—No se preocupe, su alteza. Si tuvo otro asunto político que atender, entiendo —comentó

Samuel con una sonrisa en el rostro— ¿o debería decir “su majestad”? Escuché lo que pasó

en la capital. Lamento mucho lo que pasó con su padre.

— ¿Qué lo trae por aquí, señor Ford?

Saúl inmediatamente cambió de tema para que el ambiente no se sintiera tan

abrumador.

—Vengo a inspeccionar el progreso de la ruta y del tren, su majestad.

Samuel se acomodó los lentes, cuando dijo esto.

— ¿El tren?, ¿podemos acompañarlo, señor?—dijo Fabiola y dio un paso adelante un poco

exaltada colocándose frente a Samuel.

— ¡Con placer! Acompáñenme, por favor.

153
En eso, el grupo afirmó con la cabeza y Samuel los escoltó a la estación. Un rato

después llegaron a un edificio bastante amplio donde un grupo de arquitectos y albañiles

trabajaban. Los chicos fueron recibidos por un denso aroma a aceite y cemento, así como el

martilleo de los obreros. Samuel entonces se dirigió a la entrada e invitó a los muchachos a

pasar. No lo pensaron dos veces y pasaron a las instalaciones. Ya adentro, Samuel los llevó

a la cocina y les ofreció un bufet. Se les hizo agua la boca con tan solo ver los manjares. El

dulce aroma de las frutas provenientes del centro de Edenia, región conocida mejormente

como Mesodenia, el chasqueo de la carne que se cocinaba con salsa, lo suculento que se

veía los postres. “Provecho, jóvenes”, fue el único comentario que Samuel hizo y les

permitió comer a los jóvenes guerreros. Después de la merienda Samuel llevó al grupo a un

cuarto al ala oeste de la estación. El empresario prendió la iluminación de la recámara y los

chicos observaron algo que estaba cubierto por un manto negro. El rostro de Victoria se

tornó pálido de la emoción por un momento. Solo podía imaginarse a ella misma

conduciendo a toda velocidad.

—Damas y caballeros, cortesía de la mejor ingeniería de Astrid.

Samuel jaló el manto y mostró la locomotora. La cabina relucía como azabache. Por

un momento Victoria y Fabiola pensaron que estaba hecho de gemas de lo mucho que

brillaba.

—Adelante.

El secretario les encaminó al interior y lo primero que vieron fue un extraño

mecanismo al frente de la cabina.

— ¿Qué es eso?

154
Fabiola caminó hacia el dispositivo, pero antes que pudiera tocarlo Samuel la

detuvo tranquilamente.

—Este es el motor de arranque. Aquí es donde se enciende el tren. El vehículo funciona con

un engranaje diseñado a partir de la investigación del profesor de alquimia, George

Armstrong.

Samuel abrió un compartimiento y mostró varios cristales conectados a cables

azules.

—Armstrong nos dejó usar sus nuevas baterías de cristales que desarrolló en su última

investigación. Nos tomó mucho tiempo para fabricar uno que funcionara correctamente,

pero lo logramos.

— ¡Increíble, señor Ford! ¿Ya está lista? —comentó Fabiola, casi con la quijada en el suelo

del asombro.

—En cuanto esté lista la ruta completa, su majestad —respondió el secretario con una

sonrisa.

— ¡No puedo esperar por ver qué tan rápido es esta belleza!

Cuando Victoria dijo esto los demás voltearon a verle de soslayo, casi con rareza.

La espadachina solo soltó una risita nerviosa ante este gesto.

—Perdón. Me dejé llevar.

Saúl regresó su mirada hacia Samuel y se acomodó la solapa.

155
—Muchas gracias por mostrarnos esto, secretario Ford. Pero debemos retirarnos. Andamos

cortos de tiempo.

Samuel levantó una ceja al oír esto.

— ¿Sucede algo?

—Iremos al Infierno a rescatar a mi papá y a la duquesa Katalina.

Cuando Fabiola proclamó esto los muchachos le observaron con un semblante de

preocupación y seriedad. Como si se tratara de algo que no podían comentar.

— ¿Con que se trata de eso, eh?

Fabiola simplemente afirmó con la cabeza, taciturna.

—No es por desanimarlos, pero saben bien del riesgo al que se exponen, ¿verdad?

— ¡Pero tengo que rescatarlo!

La joven reina se exaltó por un momento cuando dijo esto. El secretario retrocedió

un poco al ver la reacción de la señorita.

—Aun si tienen una manera de localizar a su padre y a Montesco, ¿qué les garantiza que los

encontrarán con vida?... si los demonios no los han matado, el hambre seguro lo hará.

El rostro de Victoria palideció cuando escuchó estas palabras.

—Este reino la necesita con vida y aquí mismo, su majestad. No tire su vida a la basura. Se

lo pido como un amigo.

156
Samuel tomó las manos de Fabiola y le miró como un perrito abandonado. La joven

reina se conmovió un poco por las palabras del añejo caballero. Aún se sentía muy insegura

de ir al Infierno, pero le aterraba aún más la idea de perder a su padre. Fabiola tomó un

fuerte suspiro y bajó las ásperas manos del caballero.

—Tengo que hacerlo. Es mi responsabilidad.

“Estoy harta de huir. Estoy harta que las cosas me salgan mal”, fueron los únicos

pensamientos de Fabiola en ese momento. Samuel permaneció en silencio como si no le

hubiera gustado lo que escuchó. El secretario afirmó con la cabeza y devolvió una sonrisa.

—Lo entiendo. De ser así, les deseo mis más sinceras bendiciones.

—Fue un placer hablar con usted, señor Ford —replicó Saúl—; con su permiso, nos

tenemos que ir.

—Un placer, joven Saúl.

Al terminar la conversación los jóvenes se retiraron de la estación y continuaron con

su paseo. Sin darse cuenta las horas pasaron en un suspiro. El crepúsculo se encontraba en

su apogeo. Se veían los postes de luz iluminarse de uno en uno como una constelación. Ya

casi era hora de irse a dormir. Los muchachos se dirigieron a un hotel cerca del centro de la

ciudad para pasar la noche. Las paredes y los muebles rústicos despedían un aroma a cedros

y pinos. Desde lo lejos de los pasillos se escuchaban los carritos que cargaban comida e

inclusive toallas y jabones.

— ¡Sus majestades! ¡Un placer tenerlos aquí! —comentó el recepcionista al frente de la

entrada.

157
—Buenas tardes. ¿Cuánto cuesta la noche?

Saúl acomodó su chaleco y buscó dinero de sus bolsillos.

—Cien cobres por noche, su majestad.

El joven rey entonces sacó dos monedas de oro y las puso sobre la repisa. El

empleado respondió con una sonrisa.

—Quédese con el cambio.

— ¡Les asignaré habitaciones inmediatamente!

El recepcionista tomó un par de llaves de la vitrina de vidrio y se las dio a los

jóvenes. Los muchachos subieron al segundo piso y cada uno se estableció en una

habitación distinta. Una para los jóvenes reyes, otra para Geraldo y Nadia y una más para

Victoria.

—No pierdan su tiempo en tonterías. Nos levantaremos mañana lo más temprano posible.

Cuando Saúl dio esta orden los demás muchachos replicaron con una afirmación y

entraron a sus recámaras dispuestos a conseguir cuantas horas de sueño le fueran posibles.

Pasaron las horas, era casi la media noche y Victoria no podía dormir. Al ver al cielo solo

pensaba en aquellas noches donde ella y Katalina salieron a ver las estrellas en el

observatorio. Después de lo que el secretario Samuel dijo solo podía recordar los días de

antaño cuando salían al bazar a comer pasteles de chocolate, o aquella noche cuando

Victoria se entregó por completo a ella. La joven espadachina sollozó un poco con el miedo

en el pecho, pensando que jamás volvería a revivir esos momentos de paz y tranquilidad.

158
— ¿Victoria?

Fabiola tocó la puerta del cuarto y rompió con el trance melancólico de Victoria.

— ¡Fabiola!, ¿qué haces despierta?

Victoria se levantó de la cama para ponerse la ropa y abrirle la puerta a la joven

reina.

—No puedo dormir, Manzanita. ¿Me acompañas afuera?

Fabiola tenía la cara más larga que podía tener en ese momento. Era como si

hubiera revivido la tragedia del castillo. Al ver este semblante sombrío, Victoria

inmediatamente afirmó con la mirada.

— ¿A dónde iremos?

La joven reina no respondió. Simplemente la tomó de la mano y salieron al jardín

del hotel.

— ¿Fabiola?

Al llegar fueron recibidas por una fresca neblina que olía a violetas y lirios.

—Que bella noche, ¿no lo crees?

Fabiola se sentó en el suelo y levantó la mirada para observar las lunas en el cielo.

Un tinte lapislázuli se dejó ver con la luna Astorias en su apogeo. Victoria se sentó a un

lado de ella y contempló el firmamento junto a Fabiola.

159
—Manzanita, perdóname. Perdóname por haber sido una horrible amiga.

Victoria volteo a verla al oír esto.

— ¿De qué hablas? Jamás me has lastimado.

— ¡Fue por mi culpa que esto pasara!

Fabiola golpeó el suelo y comenzó a sollozar.

—Siempre los meto en problemas. Como lo que pasó con el oso.

—Pero yo fui quien lanzó la bola de nieve.

Victoria tenía una cicatriz muy pronunciada en sus piernas.

— ¡Pero yo fui quien empezó la guerra de nieves!

Fabiola entonces abrazó a la espadachina y su llanto se intensificó. Un clavó hendió

el pecho de Victoria en ese momento. Aunque no tenía las palabras adecuadas para decir lo

que sentía lo más que pudo hacer fue abrazarla y frotarle de la cabeza para consolarla.

—Eres mi mejor amiga, Fabiola. Y nada podrá quitar lo que siento por ti.

Fabiola levantó la mirada cuando escuchó esto.

— ¿Hablas en serio, Manzanita?

—Sé que quisiste lo mejor para nosotros, Fabiola; no puedes cargar con todo el peso de tu

cargo sola, ¿lo sabes?

160
Fabiola restregó su rostro un poco más en el hombro de Victoria.

—Te apoyaré hasta el final, pecas.

Al decir esto Victoria devolvió una sonrisa. Después ambas chicas disfrutaron un

último momento de paz antes de la hora de la verdad.

161
Capítulo 9

Torbellino de fuego, amigas de sangre y hermanas del alma

El alba se acercaba. El viaje al territorio enemigo estaba preparado. El grupo se

encontraba reunido en el interior de la catedral esperando a que el hechizo se realizara

acompañados por un escuadrón de la armada. Algunos soldados rezaban a las Reinas por su

propia seguridad. Otros preparaban sus armas. A Victoria se le revolvió el estómago de los

nervios que sentía ante la idea de que Katalina podría estar muerta. Geraldo y Saúl

reconfortaban a sus respectivas amantes antes de entrar al Infierno.

—En menos de diez minutos entraremos en territorio enemigo. Si necesitan preguntar algo

con respecto a la misión, háganlo ahora.

Saúl soltó a Fabiola y posó en frente del altar del templo. Victoria y sus amigos solo

negaron con la cabeza.

—El sortilegio está listo. Un favor y retírense del centro.

Cuando Verónica señaló esto el grupo se alejó un poco de la enorme runa de sangre

en el suelo.

—Muchas gracias.

Las otras clérigas comenzaron a cantar en un idioma incomprensible para los

reunidos. Victoria, Fabiola y Nadia sintieron una onda eléctrica transitar por su columna

cuando Verónica arrojó una mezcla que hedía a podrido. Entre más se prolongaba el canto

las jóvenes guerreras sentían una energía que les carcomía los brazos.

162
— ¿Soy la única que siente picazón? —comentó Victoria mientras se rascó los brazos.

—Pensé que era la única.

Fabiola volteó a mirarla en ese instante. Las monjas entonaban su canto cuando de

pronto un vendaval se soltó desde adentro de la runa y empujó un poco a los ahí reunidos.

Ni siquiera había ventanas abiertas y parecía que se encontraban en medio de una ventisca

polar. Entonces una esfera negra apareció en medio del pentagrama. La corriente de aire

que emanaba del orbe movía los asientos y los inciensos del recinto.

— ¡Solo tendrán unos pocos segundos para entrar al portal! ¡Cuando encuentren a los

desaparecidos usen este cristal de transporte! Esta piedra lleva consigo las coordenadas de

este templo, así podrán volver inmediatamente aquí. ¡Solo recita lo que está escrito en la

piedra para activarla!

Verónica le entregó una runa cristalina a Fabiola.

—Qué la sabiduría de los Reyes los guíe.

Estas fueron las últimas palabras de la joven clériga.

— ¡A romper cráneos demoniacos! ¡Por Kartina!

El portal se abrió completamente. Sin chistar el escuadrón cruzó rápidamente el

portal para al Infierno. Ya adentro vieron un panorama muy distinto al mundo humano. A

donde quiera que veían había cosas que no tenían sentido alguno: cascadas de sangre que

fluían hacia arriba, pedazos de tierra que palpitaban como un corazón, un viento que hedía

a chamuscado, arbustos de tendones, ramas de intestinos y ojos muertos en lugar de hojas.

163
Inclusive el suelo en el que estaban parados retumbaba estrepitosamente. Era como si

estuvieran en las entrañas de una bestia enorme.

—Por las Reinas, este lugar es espantoso.

El cuerpo de Nadia temblaba de horror y asco. Por un momento pareció que tendría

un ataque de pánico, cuando de pronto Geraldo le abrazó de la cintura para tranquilizarla.

—Permanece tranquila, amor. Concéntrate y solicita la localización de Kat y el rey

Fernando.

La joven sirvienta asentó con la cabeza y sacó Iliakó-fos.

—Por favor, muéstranos a la duquesa Katalina Montesco y a su Fernando Leonhardt.

El orbe entonces emitió un fuerte brillo y flotó en el aire.

— ¿¡Pero qué!?

Iliakó-fos mostró la imagen de la mazmorra donde Katalina y su excelencia se

encontraban encarcelados. Un grupo de encapuchados rojos llevaba a Fernando de vuelta a

su celda.

—Ya casi termina la fase tres.

Uno de los secuestradores lanzó al antiguo rey, quien estaba inconsciente, en su recámara y

cerró con candado.

—Vendremos por ustedes cuando el general y la mocosa estén listos.

164
Los encapuchados se retiraron de las jaulas y mostraron un emblema familiar para

los jóvenes guerreros.

— ¡Esa marca! ¡Es la de los tipos que nos atacaron! —Exclamó Victoria— ¡No perdamos

tiempo! ¡Obtén las coordenadas enseguida, Nadia!

La sirvienta se sacudió del nerviosismo ante la abrupta reacción de Victoria, pero

luego respiró hondo y se compuso.

— ¿Do… dónde se encuentra ese lugar?

Cuando preguntó esto la esfera dibujó una ilusión en el suelo y mostró un mapa de

la zona. El grupo se encontraba en el medio, mientras que la prisión en otro extremo.

—Están al sureste de aquí. El problema está en saber cuántos kilómetros.

Geraldo se frotó la barbilla al inspeccionar el mapa.

— ¡Yo me encargo!— dijo Fabiola y se transformó para emprender el vuelo.

— ¡Avancemos rápido, antes que se enteren de nuestra presencia!

Al escuchar las órdenes de Saúl el grupo asentó con la cabeza y se dirigieron al

sureste.

Mientras tanto, con Katalina, la duquesa posaba contra un muro de su celda. Las

yemas de sus dedos se encontraban callosas y ensangrentadas. Pese a todos sus esfuerzos

por romper sus cadenas, apenas si logró estropearlas. Cuando pensó que la situación no

empeoraría aún más, una sombra circuló los pasillos de la prisión. Solo se escuchaban

aleteos de mosca. Katalina levantó la mirada y olió un fétido aroma que le asqueaba.

165
— ¿Está aquí?

Una gran sombra se posó enfrente de las puertas que daban a las celdas. El

mastodonte se acercó lentamente hacia la celda de Katalina. La joven dama reconoció ese

repugnante aroma. Ese mismo hedor fétido que se dio la noche del asalto. Fue el mismo

demonio que la secuestró.

— ¡No!

El adefesio se colocó enfrente de la jaula y se relamió los labios, listo para su

banquete. Tres horas después el grupo colocó un campamento a unos pocos cientos de

metros lejos del calabozo.

—Es aquí.

Victoria observó con detalle la prisión. Desde donde estaban se podía escuchar los

rugidos de los demonios. Eran como clavos oxidados penetrantes para los oídos, como lo

fue aquella noche fatídica.

—Pecosa, ¿no se te hace extraño que no nos topáramos con un solo demonio desde que

entramos aquí? —comentó Victoria, justo cuando Fabiola entró a la tienda.

—Da gracias que tuvimos suerte. Pudimos haber muerto en cuanto pisamos tierra en este

chiquero.

Fabiola se cruzó de brazos.

—Más vale estar alerta por si nos tienden una trampa.

La joven reina asentó con la cabeza y se reunió con el pelotón.

166
—Nos dividiremos en grupos. Uno se encargará de atacar a los demonios y el segundo se

encargara de liberar y trasladar a los desaparecidos.

Saúl se encontraba en una de las tiendas de campaña explicando el plan de ataque a

sus soldados.

—Nadia, Victoria y Fabiola irán con el grupo de rescate; Geraldo y yo nos encargaremos de

comandar el equipo de ataque.

—Saúl… está bien.

Fabiola tomó un poco de aire, se dio la media vuelta y miró al resto del grupo.

— ¡A sus posiciones! ¡Por Kartina!

Sin dudarlo más, los pelotones corrieron hacia la mazmorra y derribaron la entrada,

Al entrar, el hedor a podrido y sangre coagulada se intensificó a tal punto que algunos

soldados se detuvieron y casi vomitaron.

—Por las Reinas—Victoria notó que los muros y las paredes agrietadas estaban decorados

con órganos humanos. Algunos de ellos ni siquiera tenían más de doce horas. De pronto,

una sombra pasó rápidamente en frente de ellos.

— ¡Lo sabía!

Saúl se colocó en pose de defensa y sacó su nueva arma. El pasillo se llenó de

gruñidos donde siluetas se movían a una tremenda velocidad.

— ¡Protege nuestras espaldas, Nadia!

167
Justo cuando el joven rey dio la orden Nadia formó una cúpula de arcilla y los

asaltantes chocaron contra la pared. Al caer al suelo los jóvenes lograron apreciar la

apariencia de sus atacantes. Los garfios en sus patas rastrillaron el suelo y provocaron un

chirrido filoso para los oídos humanos. Expedían un aroma a morgue, sus ojos brillaban

como una laguna de sangre, su boca chasqueaba como cuchillas afiladas y de su espalda

brotaban látigos de espinas.

— ¡Nos emboscaron!

Cuando Geraldo exclamó esto una manada de demonios entraron a la prisión y

arrinconó a las tropas.

— ¡Váyanse de aquí, Fabiola! ¡Nos encargaremos de ellos!

Al escuchar las órdenes de su marido, Fabiola se quedó muda por un rato, pero

luego asentó la cabeza. Sin dudarlo más las tres damas salieron con su grupo para rescatar a

Katalina y a su excelencia Fernando. Geraldo sacó su escudo y se preparó para luchar; Saúl

golpeó el suelo con su berdiche y el filo absorbió la sangre impregnada y disparó balas

escarlata hacia uno de los monstruos. La bestia retrocedió un poco y lanzó sus tentáculos

hacia los muchachos. El joven rey y Geraldo fueron derribados ante el impacto. El demonio

los levantó de las piernas y los jaló hacia sus fauces dispuesto a devorarlos.

— ¡Ni madres, cabrón!

Saúl entonces cortó los tentáculos con su arma y los muchachos se zafaron. Los dos

muchachos gimieron del dolor pero se reincorporaron rápidamente. El demonio retrocedió

para luego soltar un zarpazo empujándolos contra una pared. Inmediatamente el monstruo

168
atrapó a un grupo de soldados y se los comió de un golpe. Los gritos de horror y

desesperación se apaciguaron lúgubremente mientras Saúl y Geraldo se levantaban del

suelo, salpicados por la sangre e intestinos de los caídos.

— ¿Algún plan, Saúl?

Antes que pudieran hacer algo, el demonio emitió otro potente chirrido. Seguido de

esto, el monstruo se abalanzó sobre ambos cuando de pronto Geraldo sacó su escudo e

invocó una burbuja mágica protegiéndolos a ambos. Saúl notó un poco de piel flácida

debajo del cuello del demonio.

— ¡Ataca a mi señal!

Geraldo le dio el pulgar arriba y se preparó para tomar la iniciativa. El demonio se

alistó para soltar otro chirrido y Geraldo colocó una barrera mágica sobre él y el joven rey.

— ¡Ahora, Geraldo!

Entonces ambos golpearon el cuello de la bestia y lo hicieron retroceder. El joven

rey absorbió sangre con su arma y envió una onda cortante al estómago de la bestia

cortando a la criatura en dos.

— ¡Tenemos más compañía!

Cuando Geraldo dijo esto el grupo observó la entrada, mientras más demonios

similares entraban a las instalaciones.

— ¡Ataquen al cuello! ¡Que no quede uno vivo!

169
Con esta información el grupo de ataque continuó en la batalla. Saúl y Geraldo

siguieron con el enfrentamiento y rezaron por el bienestar de las señoritas.

Mientras tanto, las damas llegaron a las profundidades de la mazmorra. El hedor a

podrido se fortaleció y las chicas casi cayeron de rodillas del asco. El grupo llegó a un

conjunto de celdas alrededor de un círculo enorme.

— ¡Ahí está!

Victoria vio a la duquesa inconsciente dentro de una de las jaulas. Fernando se

encontraba en otra celda también desmayado. Los ojos de Victoria se vieron cristalinos por

un momento ante el prospecto de que rescató a su amada duquesa.

— ¡Papá!

Fabiola fue a auxiliar a su padre con lágrimas en los ojos. Victoria y Nadia fueron a

ayudar a Katalina.

— ¡Kat, por favor despierta!

Victoria revisó el pulso de la duquesa y la sacudió desesperadamente para

despertarla. Pasó un breve momento de silencio hasta que de pronto Katalina gimió y

recuperó la consciencia.

— ¿Victoria?

Cuando la visión de Katalina se aclaró la joven duquesa devolvió una sonrisa y le

frotó la mejilla a Victoria. El rostro de la espadachina se llenó de lágrimas de felicidad y

restregó su cabeza con el pecho de la dama.

170
— ¡Papá!

La joven reina corrió hacia su padre y lo abrazó fuertemente.

—Papá, perdóname por ser una terrible hija.

La joven sollozó un poco y su padre le frotó la cabeza para apaciguarla.

—Victoria, tengo mucha hambre.

Al escuchar esto Nadia sacó una pieza de pan para Katalina y para Fernando.

Cuando la joven duquesa tomó pieza entre sus manos la devoró como un animal salvaje. El

rostro de Victoria tambaleó un poco al ver esto.

—Victoria, aún tengo hambre.

Katalina frotó su cara sobre el brazo de la dama. Victoria simplemente la abrazó de

tan fuerte como pudo.

—Kat, déjame darte m…

Antes que Victoria pudiera terminar la frase la joven duquesa hendió sus dientes

sobre la piel de la joven espadachina. Victoria bufó del dolor e intentó apartar a Katalina

teniendo cuidado de no lastimarla.

— ¡Detente, Kat!

Al presenciar esto, Fabiola fue a ayudar y la apartó de Victoria. La mordedura fue

tan profunda que provocó una herida grave.

171
— ¿Qué te pasa?

Cuando Fabiola dijo esto su tono de piel pasó de una exquisitez de leche a un blanco

pútrido. Venas amarillentas brotaron del cuerpo de Katalina y sus ojos se tornaron dorados.

— ¡Tengo mucha hambre!

Una rabia de ultratumba se pintó en la cara de la joven duquesa al exclamar esto.

Katalina convulsionó fuertemente y retorció su cabeza de un lado al otro. Entre más bufaba,

más agua se le hacía la boca. Katalina lamió la sangre que tenía en su rostro y avanzó

lentamente hacia ellas.

— ¡La señorita Katalina fue poseída por uno de esos desgraciados! —Exclamó Fernando—

¡Matémosla y vámonos de aquí! ¡Es demasiado tarde para ella!

El rostro de las chicas palideció cuando escucharon esta orden.

— ¡Pero, papá!

De pronto un bloque de hielo golpeó a las tres y salieron disparadas contra una de

las paredes. La joven duquesa entonces lanzó una ráfaga de estalactitas. Nadia se

reincorporó rápidamente y protegió a Victoria y Fabiola con un escudo de arcilla. La joven

reina invocó su teclado mágico y canalizó su neblina.

— ¿Qué vamos a hacer?

El rostro de Fabiola tembló del horror al preguntar esto. Victoria recordó la

conversación que tuvo con Katalina antes del ataque al castillo: “se dice que dos magos con

un alta afinación mágica son capaces de comunicarse entre sí a través de la mente”.

172
— ¡Tengo una idea!

Fabiola y Nadia voltearon a verle.

— ¡Intentaré entrar a su cabeza usando magia!

— ¡Eso es una locura! —Comentó Fabiola.

— ¡No me iré de aquí sin Katalina! ¡Ustedes dos distráiganla hasta que pueda entrar en su

mente!

Las dos señoritas miraron a Victoria preocupadas por lo que podría pasar. Pero aun

así prosiguieron con el plan. Fabiola y Nadia salieron de la barrera de granito mientras

Victoria se quedó adentro y comenzó a meditar.

—Perdóneme, maestra.

Nadia dibujó varias runas en el suelo y pilares de tierra brotaron como raíces

afiladas. Katalina recibió repetidos golpes pero se reincorporó como si nada le hubiera

pasado. Fabiola cambió de melodía y sacó su lanza, lista para combatir a su amiga.

Mientras tanto, dentro de la mente de Victoria, una ilusión de Amydia apareció en frente de

ella.

— ¿Qué intentas hacer? —Preguntó Amydia.

— ¡Quiero entrar en Katalina y sacar ese demonio a patadas!

Victoria se descontroló un poco. Amydia no entendió completamente las palabras

de la espadachina sino hasta un rato después.

— ¿Intentas aterrizar?
173
Victoria levantó la ceja derecha y observó de reojo al escuchar esto.

— ¿Qué es eso?

—Aterrizar es conectarse con el centro de otra persona.

Victoria negó con la cabeza aún sin entender del todo lo que Amydia le dijo.

—Déjame ayudarte.

La Reina colocó la mano en la frente de Victoria.

— ¿Qué haces?

Posteriormente Amydia colocó su índice en la boca de la damisela.

—Concéntrate. Conéctate con tu centro y desde ahí te diré qué hacer.

Victoria no comprendió bien esta instrucción, pero igualmente continuó con su

meditación hasta que su conciencia fue transportada a su centro.

— ¿Y ahora qué? —Preguntó Victoria.

—Ten cuidado, Victoria. Al entrar al centro de una persona poseída corres el riesgo de ser

corrompida por el éter del demonio.

Amydia tomó a Victoria de los hombros en ese momento.

—Te ayudaré por esta vez.

Fabiola y Nadia continuaron con el combate. La joven sirvienta dibujó más runas en

el suelo para atrapar a Katalina en una cúpula de tierra. Fabiola continuó con su melodía y

174
esta protegía a ambas damas con su niebla. La joven reina le dio la orden a Nadia de

encerrar a Katalina y justo cuando la joven sirvienta terminó de canalizar el hechizo

apareció una esfera de granito.

— ¡Date prisa, Manzanita!

Fabiola paró de tocar y la bruma se disipó, pero justo cuando las chicas pensaron

que tenían a Katalina bajo control, el domo se congeló y se desmoronó lentamente.

— ¡Imposible!

Katalina convulsionó por un momento y después de eso lanzó un rayo de hielo de

las manos. Nadia trató de contener la ráfaga con un muro de tierra, pero no tuvo tiempo de

reaccionar y fue congelada de golpe. Fabiola tuvo un ataque de pánico en ese momento a

tal punto de dejar caer su piano. Jamás había visto un nivel de maestría arcana. Ella apenas

si podía mantener la neblina con su piano, mientras que Katalina realizaba sortilegios con

una destreza inhumana. “¿¡Qué voy a hacer!? ¡No puedo ganarle!”, fue lo único que

Fabiola pensó en ese instante.

De vuelta con Victoria, la joven espadachina se concentró aún más en entrar al

centro de Katalina. El centro de Victoria se distorsionó con recuerdos de antaño de aquellos

días tranquilos que pasó junto a su amada duquesa. El valle de lava lentamente se

transformó en un campo de nieve. Victoria ahora estaba sentada en medio de un puente de

piedra, pero se veía el cansancio en su rostro. Le dolía la cabeza y de su nariz brotó una

gota de sangre.

175
— ¡No te sobre esfuerces, Victoria!

La espadachina simplemente ignoró la orden de Amydia y continuó con el vínculo

etéreo.

— ¡Ya casi!

Entonces el panorama cambió por completo y enfrente del puente se formó un

castillo construido de diamantes. A lo lejos una luna de vino iluminaba el escenario con un

tinte rojizo.

—Lo logré.

Antes que pudiera celebrar, Victoria cayó al suelo del cansancio.

— ¡Victoria!

Amydia corrió hacia la espadachina y la levantó del suelo. Victoria jadeó por aire y

el sangrado empeoró, pero no tenía la más mínima intención de rendirse.

—Vamos por Katalina.

Amydia asentó con la cabeza y ambas caminaron lentamente hacia la entrada. Al

abrir las puertas del castillo el interior se encontraba cubierto por una sustancia pegajosa.

No parecía ser sangre, pero olía a ello.

—La posesión es reciente… unas cuantas horas —comentó la Reina.

Victoria visualizó la silueta de Katalina sentada en un trono rojo al fondo de la sala.

La duquesa se encontraba inconsciente atrapada en la misma baba escarlata.

176
— ¡Kat!

Al presenciar esto Victoria se quitó a Amydia de encima y corrió hacia Katalina con

lágrimas en el rostro.

— ¡Ten cuidado, Victoria! ¡Esa esencia demoniaca puede corromperte!

La espadachina se detuvo en seco al escuchar las palabras de la Reina. Una parte de

ella sintió miedo de no estar ahí para Katalina si es que terminaba pervertida por la energía

demoniaca, pero Victoria tomó un gran suspiro y respondió al comentario de Amydia con

un pulgar arriba. Al terminar esto, Victoria prosiguió adelante y llegó al trono.

—Kat, perdóname por demorarme tanto en entender lo que siento por ti. Pero ahora que te

tengo en frente de nuevo tengo que decirlo.

Victoria arrancó la materia viscosa del cuerpo de Katalina con sus propias manos.

El corazón de la joven espadachina estalló en una llamarada y su rostro se llenó de

lágrimas. Ya no le importaba lo que pasara con ella, todo con tal de salvar a su amada

duquesa.

— ¡Te amo Katalina Montesco! ¡Por favor, regresemos juntas a ver los lirios en el lago!,

¡bailemos una vez más!, ¡salgamos con los chicos a divertirnos como en los viejos tiempos!

¡Por favor, acepta ser mi novia!

Sin darse cuenta, el légamo subió por los brazos de Victoria cuando de pronto los

ojos de Katalina se abrieron lentamente

—Victoria…

177
Al recuperar la conciencia la joven duquesa observó a Victoria y notó cómo es que

ella la salvaba de su prisión. Ante esto, Katalina estiró su mano y le acarició la mejilla

sonriendo de alegría.

—Yo también a ti.

La baba entonces se sacudió fuertemente y se lanzó contra ambas amantes.

— ¡Victoria!

Antes que Amydia se moviera, una explosión gélida empujó y congeló el lodo rojo.

Katalina se veía muy furiosa y su ira no se iba a sosegar sino hasta que expulsara al

demonio.

— ¡Sal de mi cuerpo!

Katalina, todavía poseída, se acercó lentamente a Fabiola y sonrió como un animal

al acecho lista para matarla. La joven reina entró en pánico y se restregó a la pared. Pero

antes que pudiera hacer algo el cuerpo de Katalina cayó de rodillas y empezó a gritar y

convulsionar.

— ¿Copito?

Una espuma roja brotó de la boca de Katalina hasta que vomitó un líquido escarlata

y cayó inconsciente al suelo.

— ¿Qué… qué fue eso?

178
Fabiola fue con Katalina y la tomó entre sus brazos para despertarla. De vuelta en el

centro de la duquesa el lodo se disipó por completo y el castillo volvió a la normalidad.

—Gracias por rescatarme, Victoria.

Katalina abrazó a Victoria. La joven espadachina le frotó el rostro y besó su frente.

—Volvamos con los demás, Kat.

Katalina simplemente asentó con la cabeza y Victoria rompió con su trance. Al

regresar del centro de Katalina, Victoria sintió una punzada en su cráneo, pero aun así

sonrió triunfante ante lo acontecido.

—Lo logré.

“¡Excelente trabajo, Victoria! ¡Vámonos de aquí, antes que vengan más demonios!”,

ordenó Amydia telepáticamente. La joven espadachina se levantó del suelo y salió de su

refugio para dirigirse con las demás. Katalina se levantó lentamente y lo primero que

observó fue a Fabiola y a Victoria.

— ¡Kat!

La espadachina la levantó del suelo y la cargó entre sus brazos llorando de la

felicidad.

— ¡Lo lograste, Manzanita! ¡La salvamos!

La cara de Fabiola también se llenó de lágrimas y abrazó a ambas chicas.

—Gracias, muchachas. Gracias por estar a mi lado.


179
Katalina secó delicadamente los rostros de Victoria y Fabiola con una sonrisa gentil.

Fernando se acercó a las señoritas y contempló lo acontecido sin comprenderlo cabalmente.

— ¡Imposible! ¡En verdad expulsaste al demonio fuera de Katalina!

La joven duquesa volteó a mirar a Fernando cuando se bajó de los brazos de

Victoria y pisó el suelo.

— ¡Su majestad!, ¿se encuentra bien? ¡Hace días que no lo veo!

Fernando se cruzó de brazos y agachó la mirada en ese momento.

—Esos desgraciados intentaron poseer mi cuerpo, pero no lo lograron.

Victoria miró a Nadia, quien aún estaba congelada y fue a ayudarle.

—Estoy tan orgulloso de ustedes, mis niñas.

Expresó Fernando y abrazó a Katalina y a Fabiola. Victoria realizó un hechizo de fuego y

descongeló a Nadia con cuidado.

— ¿Señorita Katalina?

Cuando fue descongelada Nadia corrió hacia Katalina y la abrazó.

— ¡Me tenía muy preocupada!

La joven sirvienta sollozaba sobre el hombro de la duquesa mientras Katalina le

acariciaba la cabeza para reconfortarla.

—Vámonos de aquí, muchachos. Suficientes desventuras por hoy.

180
Antes que pudieran hacer cualquier cosa un gruñido estruendoso se escuchó en la

habitación y el grupo volteó hacia donde estaba el vómito rojo. La masa roja se sacudió de

un lado a otro y comenzó a tomar una forma familiar para las señoritas. Una silueta que

presenciaron en aquel ataque en el castillo.

— ¡Es Bragmomur!

Katalina retrocedió lentamente y se encogió del miedo.

— ¿Quién?

Victoria la tomó de la mano.

— ¡Uno de los Generales del Infierno! ¡Lacayo del Emperador Demonio Irgellaan!

El demonio rebotó en el suelo para reincorporarse rápidamente.

— ¿Cómo se atreven a entrar en mi casa e interrumpir mi cena?

Fabiola enfureció al escuchar estas palabras y se posó en frente del grupo. Grandes

alas de mosca y un centenar de ojos brotaron de la silueta escarlata.

— ¡Cómo te atreves tú a atacar mi reino, matar y devorar a nuestra gente! ¡Chicas!

Saúl y Geraldo llegaron con los sobrevivientes de su unidad.

— ¡Es el bastardo de la otra vez! —comentó Saúl y mostró la dentadura como un animal

rabioso. Bragmomur golpeó el suelo y bloqueó la entrada con un muro de huesos.

— ¡Geraldo, Saúl, ustedes protejan a papá, nosotras nos encargaremos de ese desgraciado!

Los muchachos asentaron con la cabeza al escuchar las órdenes de Fabiola.

181
— ¡Voy a comer campeonas de cena!

Bragmomur se relamió la boca y lanzó una ráfaga de espinas de ella. Ante esto,

Nadia dibujó un circuito mágico y detuvo el ataque con un muro de granito.

— ¡Necesitamos un plan! ¿Alguna idea?

Justo cuando Katalina comentó esto el demonio dio un zarpazo y derribó la muralla.

Las señoritas evadieron el ataque y se dispersaron por la recamara. Katalina lanzó una

ráfaga de dagas de hielo, pero el demonio ni siquiera los sintió. El demonio procedió a

soltar una andada de púas hacia la duquesa. Katalina logró fabricar una barrera de hielo,

pero varios ataques le alcanzaron. Fabiola creó su pantalla de niebla y rescató a Victoria de

entre los escombros. Nadia colocó un par de runas y formó un pilar de tierra para aplastar al

demonio. Bragmomur simplemente lo quebró de un zarpazo y lanzó sangre de su boca

estrellándolas contra la puerta esquelética. De la muralla unos brazos tomaron a las damas y

las retuvieron.

— ¡Es demasiado poderoso!

Los cráneos y garras del muro esquelético las mordieron y cortaron lentamente.

Entonces, la joven duquesa recitó un encantamiento y congeló el muro. Aprovechando esta

oportunidad, Victoria, Fabiola y Nadia golpearon la pared y la derribaron. La joven

sirvienta formó una cúpula de granito y ahí mismo las señoritas discutieron un plan de

ataque.

— ¿Cómo lo derrotaremos? ¡Está por muy encima de nosotras!

182
Bragmomur no era el único a quien se le agotaba la paciencia. Geraldo y Saúl se

encontraban igual de ansiosos pero por ayudar a sus amigas.

— ¡Cúbreme!

Cuando Saúl exclamó esto Fernando volteó a verlo con un rostro pálido del miedo.

— ¡Qué haces!

Saúl tomó la sangre que el demonio vomitó y le disparó a Bragmomur por la

espalda. “Condenado loco”, pensó Geraldo en ese momento y se puso delante de Saúl listo

para luchar.

— ¡Aléjate de mi esposa!

El demonio miró a Saúl y a Geraldo y se desplazó rápidamente. Justo cuando

Bragmomur iba a traspasar al joven rey con una lanza de huesos, Geraldo se colocó delante

de ellos y se protegieron con una barrera mágica.

— ¡Tenemos que quitarle esa armadura! —Comentó Fabiola dentro del domo de arcilla—

¿alguna idea?

— ¡Debe de tener un punto de quiebre!

Katalina se rascó la cabeza del nerviosismo.

— ¡Busquemos un punto vulnerable y destruyámosla! De ahí solo tendremos que acertar un

golpe letal.

183
Las damas asentaron con la cabeza y salieron de su refugio listas para continuar con

el combate. Entonces, fue ahí cuando las señoritas se toparon con Geraldo y Saúl luchando

contra Bragmomur.

— ¿Saúl?

Fabiola contempló a su amado abalanzarse contra el demonio.

— ¡Vas a caer, imbécil!

Saúl saltó tan alto como pudo y hendió su arma en la coraza de huesos de

Bragmomur. Ya encima del demonio disparó una ráfaga de balas de sangre y perforó la

armadura. Bragmomur rugió y se retorció para zafarse de Saúl. Justo cuando el rey atacó

lomo del demonio, este lanzó una cuchillada con una navaja de huesos. Un golpe fue todo

lo que tomó. Un golpe y el joven rey quedó fuera de combate.

— ¡Saúl!

El monarca y guerrero cayó justo en frente de Fabiola.

—Saúl, ¿por qué?, ¿por qué lo hiciste?

El brillo en los ojos de Saúl se apagaba lentamente mientras acariciaba la mejilla a

Fabiola. Saúl ya podía saborear la tristeza de su propia sangre.

—Fabiola, me hubiera encantado haber tenido una apropiada luna de miel, pero temo que

eso no pasará.

Ante la fatídica idea de que no volvería a ver a su amada reina, Saúl robó un último

beso de los labios de Fabiola con una sonrisa conmovedora.

184
—Perdóname, mi reina…

Expresando sus últimas palabras el brazo del joven rey cayó en el suelo. Saúl

Giesler había muerto. Fabiola no pudo contenerse más y quebró en llanto mientras abrazó

el cuerpo de su amado. El demonio se levantó y devoró la mitad inferior del difunto rey.

— ¡Siguen ustedes!

Al decir esto, el demonio se desplazó hacia ellas.

— ¡Cuidado!

Geraldo invocó su burbuja mágica y protegió a las señoritas. Pese a lo mucho que le

doliera despedirse de su amigo, pese a lo mucho que quería llorar en ese momento, Victoria

contuvo el llanto y colocó la mano en el hombro de Fabiola.

— ¡Me tienes a tu lado, hasta el final, Fabiola! ¡Por Saúl!

Katalina y Nadia sollozaron, pero se secaron las lágrimas e hicieron lo mismo que

Victoria. Fabiola levantó la mirada y vio el apoyo de sus amigas. Se veía en los ojos de las

damas la devastación del evento, mas no se rendirían. Fabiola se levantó del suelo y se secó

el rostro para después gritar:

— ¡Por Saúl! ¡Por Kartina!

Las cuatro damas entonces voltearon hacia Bragmomur, listas para continuar el

combate. Luego llorarían por la vida de su rey caído.

— ¡Cúbreme!

185
Cuando Victoria exclamó esta orden, Fabiola tomó su teclado y volvió a invocar la

neblina. La joven espadachina salió a inspeccionar al demonio buscando un punto de

quiebre en la armadura. Victoria avistó una grieta en el costado derecho donde Saúl había

atacado. “Condenado idiota. Te debemos una”, pensó al ver el punto vulnerable. Victoria le

dio una indicación visual a Katalina para atacar a Bragmomur, quien entendió

inmediatamente y canalizó un sortilegio antes de salir al combate.

— ¿Quieres bailar, imbécil?

Victoria se colocó en frente de Bragmomur y empezó a danzar.

— ¡No te andes con juegos!

El demonio cayó víctima de la mofa de Victoria e hizo brotar lanzas de huesos del

suelo. Bragmomur no se dio cuenta que Victoria canalizaba un hechizo. Cuando Katalina

terminó su encantamiento lanzó un rayo de hielo hacia el demonio. El sortilegio impactó

contra la armadura tal y como Victoria quería, pero esto dejó fuera de combate a Katalina,

quien cayó de rodillas ante el esfuerzo. Justo cuando Bragmomur se dio cuenta de lo

acontecido, Victoria terminó de canalizar su ataque.

— ¡Te tengo!

Victoria invocó una muralla de fuego debajo del demonio. Bragmomur no tuvo

tiempo de reaccionar y fue atrapado en el vórtice. El demonio se retorció y gritó del dolor.

Quería salir del pilar llameante pero ya era demasiado tarde.

— ¡Te toca, Nadia!

186
Al escuchar las órdenes de Fabiola, Nadia dibujó una runa en el suelo e invocó una

ráfaga de bloques de arcilla. El hielo debilitó la integridad del hueso y el fuego junto con

los bloques quebraron la armadura en pedazos

— ¡Ahora!

Cuando Victoria y Fabiola exclamaron esto, la coraza de Bragmomur se desmoronó

y ambas chicas se prepararon para el golpe final. Victoria y Fabiola hendieron sus armas en

el cuerpo del demonio y cortaron la piel de Bragmomur abriéndole el abdomen. El demonio

se retorció del dolor nuevamente e intentó golpearlas, mientras que de sus ojos y su boca

brotaba sangre a borbotones. Su aleteó paró en seco y su cuerpo inerte cayó en el suelo. Sus

entrañas decoraron el piso con un aire macabro y repulsivo. El combate había terminado.

— ¡Imposible, en verdad lo lograron, niñas!

Fernando entonces corrió hacia los muchachos y abrazó a Fabiola. La joven reina

abrazó de vuelta a su padre y sollozó un poco sobre su hombro. Mientras tanto, del rostro

de Victoria se vieron caer lágrimas al ver el cuerpo inerte de Saúl. Su compañero, su rey, su

amigo, había muerto. Cuando Katalina vio la ansiedad en el rostro de Victoria, ella la

abrazó para consolarla. El rescate fue un éxito pero el costo fue muy alto y doloroso.

187
Capítulo Final

Un lucero en la oscuridad: la aventura por el continente comienza.

Después del combate el grupo volvió al campamento y contaron las bajas totales.

Los muchachos se encontraban comiendo en la fogata recuperando las fuerzas, pero no era

el momento ni el lugar para celebrar el triunfo. Si se demoraban demasiado los

encapuchados o más demonios llegarían. Cada segundo contaba.

—Voy a ir a ver a Fabiola. Tenemos que irnos, lo antes posible.

Victoria bajó su plato y fue a la tienda de campaña donde estaba Fabiola. Los

muchachos respondieron con un rostro de preocupación. La joven reina se encontraba

arrodillada en la cama dónde posaban los restos del difunto rey. Fabiola volteó su mirada

hacia Victoria y lo único que la espadachina pudo observar en la cara de su amiga fue una

tristeza marchita en lágrimas. Fabiola se levantó del suelo y lloró aún más fuerte sobre el

pecho de Victoria.

—Déjalo salir, amiga.

Victoria le frotó la nuca a Fabiola para reconfortarla. Rato después la joven reina se

quedó dormida sobre el regazo de la espadachina. Repentinamente uno de los soldados de

la armada llegó a la tienda.

—Su majestad, el conteo de víctimas ha terminado. Perdimos al menos treinta hombres,

incluyendo al rey Saúl.

Fabiola se levantó del suelo al escuchar estas palabras.

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—Muy bien, vámonos ya, capitán.

El capitán se retiró de la tienda y Victoria tomó de la mano a Fabiola para salir con

los demás. Cuando llegaron con el resto de los sobrevivientes Fernando abrazó fuertemente

a su hija.

—Mi niña, te has convertido en toda una mujer. Estoy tan orgulloso de ti.

Fabiola trató de sonreír, pero la muerte de Saúl aún le dolía.

—Gracias, papá. Volvamos a casa, por favor. Suficientes desventuras por hoy.

Minutos más tarde el grupo levantó el campamento dispuesto a volver a Kartina.

Fabiola le dio la gema rúnica a Nadia y ella recitó la inscripción. Un halo de luz cubrió al

grupo entero en ese instante. En cuestión de segundos todos los presentes fueron

transportados a la catedral dónde Verónica barría el piso.

— ¡Su majestad Fabiola! Gracias a los Reyes que están bien.

Entonces, la joven clériga observó la cama donde yacían los restos de Saúl.

—Por los Reyes. Ese de ahí es…

Fue ahí cuando Fabiola cortó la frase de Verónica.

—Logramos rescatar a mi padre y a la duquesa Montesco… pero Saúl se sacrificó por

nosotros.

La joven reina se cruzó de brazos y desvió la cara a otra parte.

— ¿Y quién es la joven doncella, hija mía? —comentó Fernando.

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— ¡Lamento mi falta de educación, su alteza! Mi nombre es Verónica Watson. Soy solo

una humilde clériga del reino de Astea. Un placer conocerle.

La joven monja se inclinó ante su excelencia y tembló de los nervios.

— ¿Podemos irnos a descansar, Fabiola? Ando muy cansado —dijo Fernando mientras se

sentaba en una banca.

—Si lo desea… pueden enterrar al rey Saúl en el cementerio de la catedral.

Cuando la monja comentó esto la joven reina permaneció callada por unos

segundos.

—Muchas gracias, Verónica, pero nos tenemos que ir.

Fabiola hizo una señal con su cabeza y los guerreros salieron del monasterio. El

rescate fue un éxito, pero tuvo un alto costo. Ya en la noche, Katalina y Victoria

compartieron aposentos. Victoria se encontraba arropaba entre las sábanas de la cama en lo

que la joven duquesa se desvestía.

— ¿Pasa algo, Victoria?

—Nada… solo pensaba en el rescate.

La duquesa se sentó a un lado de ella y le acarició la cabeza.

—Saúl… nuestro amigo… nuestro rey… se nos fue y en cuestión de segundos…

Katalina se entristeció.

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—Perdóname. Perdóname por haberles hecho pasar por un literal infierno solo para

salvarme.

Victoria se quitó la sabana de encima y se inclinó hacia Katalina.

— Saúl ya sabía a lo que nos ateníamos… al igual que el resto del grupo. Aun así… yo

tenía tanto miedo de morir, de jamás volver a verte, de quedarme con un sentimiento

muerto dentro de mi corazón.

Al decir esto la cara de Victoria mostró una lágrima y abrazó a Katalina por la

espalda.

—Victoria… cuando estuve enjaulada, pensé que moriría ahí dentro. Jamás pensé que le

importaría tanto a alguien.

— ¡Por supuesto que me importas! ¡Eres la persona que más amo en este mundo!

Ante estas palabras el rostro de Katalina se descompuso y devolvió el abrazo.

—Tú también, Victoria.

Terminado este intercambio ambas damas pegaron sus frentes y sollozaron de

felicidad. Mientras tanto, la joven reina se encontraba acostada en su cama. Su mano quiso

buscar la calidez de su amante, pero solo sintió la frialdad de la soledad. Al día siguiente

los muchachos se reunieron en el cementerio para el funeral de Saúl. Vieron el ataúd del

difunto rey descender a su tumba mientras un grupo de soldados levantaron sus espadas.

Esto mientras la joven reina sollozaba un poco y temblaba de melancolía.

—Saúl, por favor, despierta, tontillo.

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—Fabiola…

Al escuchar esto, Victoria volteó a verle y la tomó de la mano. El rostro de Fabiola

se descompuso más y más justo en el momento donde la tierra caía en su tumba, Fabiola

soltó a su amiga e intentó irse con su difunto amante, cuando de pronto su padre la tomó de

la cintura.

— ¡Por favor, Saúl! ¡Despierta! ¡Por favor, dime que puedes escucharme!

—Déjenos solos, muchachos— dijo el rey.

Al escuchar esto, Kat, Geraldo, Nadia y Vic tomaron rumbo al hotel.

—Él era como un hermano, para mí.

El rostro del espadachín se llenó de lágrimas y Nadia las secó rápidamente. Victoria pensó

en la graduación de Katalina. Después de lo que pasó en el Infierno no había manera en que

excluyera a Fabiola de la celebración. Lo que Fabiola necesitaba más en ese momento era

el apoyo de la gente que la amaba. De repente Victoria tomó a Katalina del brazo y le

susurró: “¿te molesta si invito a Fabiola a tu graduación? Me preocupa un poco su estado

emocional”. La joven duquesa tragó saliva y asentó con la cabeza: “quería aprovechar la

velada para solo nosotras dos, pero ella nos necesita más que cualquier otra persona en este

mundo”.

Terminado con esto, Victoria y Katalina se retiraron de vuelta al hotel para empacar

las cosas y volver a Pralvea.

Pasaron varias semanas después del rescate. Con Fernando de vuelta, Fabiola cedió

el trono de vuelta a sus padres y optó por tomarse un tiempo para reflexionar y sanar las

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heridas emocionales que su abrupta separación provocaron. No pasó mucho tiempo antes

que Victoria, Fabiola, Nadia, Geraldo y Saúl fueran reconocidos como héroes nacionales

por ese mérito legendario. A Geraldo le llovieron las propuestas de trabajo que incluían a

propietarios de empresas adinerados y al mismo rey Fernando. El joven guerrero aceptó

inmediatamente volverse un guardia real, y con el dinero que obtuvo pagó una

remodelación para la casa de su familia, así como una para él y para Nadia. Victoria se

abstenía de aceptar peticiones de trabajo hasta que encontraba algo que le atrajera. Como

campeona, su familia celebró la ocasión. Después de tantos años los Hosenfeld fueron

bendecidos por las Reinas, una vez más.

Era el día de la graduación de Katalina. La conmemoración se dio lugar en el

auditorio de la capital, donde los magos y las brujas egresados iban a practicar sus mejores

hechizos para los espectadores.

— ¿Cuándo pasa, Copito? Ya casi van tres horas.

Fabiola se movía en su asiento ansiosa por el aburrimiento, cuando de pronto los

demás invitados la callaron con miradas lacerantes. Victoria solo se llevó la mano a la

frente y se sonrojó de la vergüenza. La celebración ya casi terminaba.

“¡Y para concluir la velada tenemos una presentación especial de nuestra duquesa, Katalina

Montesco!”: La presentadora entonces dejó pasar a Katalina al escenario, donde realizaría

su demostración de Artes Arcanas. La joven bruja se sintió con mucha confianza cuando

avistó a sus amigas en las filas superiores. La duquesa tomó un poco de aire y se preparó

para recitar su encantamiento. Katalina subió la mirada y comenzó a cantar. Una escarcha

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se formó en el escenario y bailó al compás de la voz de la joven bruja. Victoria se quedó

embobada por la sonata cuando de pronto su conciencia fue llevada de vuelta a su centro.

— ¡Pero qué! ¿Cómo llegué aquí?

La silueta de Katalina se manifestó frente de ella en el mismo valle volcánico.

—Con que es esto a lo que mi tesis se refería al hablar de “magos de alto nivel que pueden

comunicarse solo usando magia”, ¿Eh?

Al comentar esto, Katalina inspeccionó el centro de Victoria.

—Algo me decía que tu centro se vería así.

La joven bruja soltó una risa pícara y le guiñó el ojo a la espadachina. Victoria se

sonrojó un poco y desvió su cara.

— ¿Te gustaría bailar, Kat?

Victoria estiró su brazo y esperó por la respuesta de su amante. La noble bruja rio

un poco y la tomó de la mano para comenzar el baile. Entonces la sonata que Katalina

cantaba en el mundo carnal se dejó escuchar en ese valle de magma, mientras ambas

señoritas se movían al unísono. Sin que se dieran cuenta, el centro de Victoria lentamente

se mezclaba con el de Katalina. Los ríos de lava ahora recorrían montañas gélidas en lugar

de colinas chamuscadas. La tierra baldía que ambas chicas pisaban se transformó en un

puente de mármol y delante de las damas apareció el castillo de diamantes del centro de

Katalina. La canción de Katalina estaba por terminar en el mundo “real”. Antes que la

hechicera alcanzara la estrofa final las dos señoritas pegaron sus frentes y se sonrieron

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tiernamente antes de besarse. Justo cuando Katalina paró de cantar el público se levantó de

sus sillas con una ovación, ante la demostración.

La conciencia de Victoria y Katalina volvieron al auditorio y lo primero que la

joven bruja presenció fueron aplausos y rostros felices.

—Muchísimas gracias.

Katalina sollozó un poco y se inclinó ante la audiencia como muestra de respeto.

Fabiola se levantó de su silla y felicitó a Katalina cuando de pronto los demás invitados la

vieron con desdén. Ante esta muestra de repulsión Fabiola se sentó de vuelta y se cruzó de

brazos, refunfuñando entre dientes. Cuando Victoria volvió a su cuerpo se levantó de la

silla y aplaudió a su amante.

Minutos después de la presentación las tres damas se reunieron a las afueras del

edificio. Katalina tenía su certificado en su mano y cuando lo mostró a las damiselas,

Victoria y Fabiola la abrazaron tan fuerte como les fue posible. Katalina lloró de la

felicidad y abrazó de vuelta a sus amigas. Lo que había comenzado como una pesadilla en

el castillo Leonhardt, terminó como un dulce sueño. Después de ese momento alegre a las

chicas les esperaría una nueva vida.

Continuará…

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