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favorecido la aparición del lenguaje. Por otra parte, nada que se asemeje al lenguaje articulado es
pues, un proceso estrechamente ligado a la hominización y a los mecanismos neuro-fisiológicos que
se desarrollan en el curso de ésta.
Dependiendo esencialmente de la liberación de la mano de toda función locomotriz y, correlativo con
ello, de la posición vertical, la “fabricación” de útiles es el fenómeno esencial de la hominización
cultural. Sin duda, ésta fue precedida de un estadio de simple utilización, estadio que no significaba
aun que había comenzado una hominización. Los procesos que permitieron la fabricación deben,
por el contrario, corresponder a una cerebralización ya avanzada, así como, tal vez, a un cierto uso
de la palabra. Tal fabricación supone, en efecto, la aparición de nuevos centros corticales y nuevas
conexiones senso-motrices; supone la idea de una transmisión de la técnica de un individuo a otro.

Igual que para los útiles, un estadio de simple uso del fuego debió proceder al de la producción de
éste, pero los documentos paleontológicos indican que tanto uno como otra fueron relativamente
tardíos y no parece que se remonten mas allá del segundo período interglaciar, es decir, una época
en que la hominización somática y psíquica, en sus grandes líneas, ya se había producido.
Solamente de forma indirecta, y en el último período de la evolución humana, el fuego pudo jugar un
papel sobre ciertas transformaciones recientes de nuestra especie.

El estudio de comunidades de primates no humanos muestra, en fin que la vida en reducidos grupos
afincados a un territorio definido para la búsqueda en común del alimento, tal como lo observamos
en muchos primitivos contemporáneos, es una herencia de los estadios prehumanos. Lo que
caracteriza la hominización de las sociedades es que el esfuerzo deviene comunitario y que se
instaura un nuevo tipo de relaciones sexuales. Es posible que el tránsito de un estatuto frugívoro a
una alimentación con gran parte carnívora haya sido la causa indirecta, por lo menos, en parte, esta
hominización social.

11.3 La Hominización y la Evolución

El comienzo de la hominización esta sellado por el momento en que la rama que debería llegar al
hombre se separó de los otros primates. Ha sido demostrado en este coloquio que esta separación
no se efectuó a partir de un tronco de los cinomorfos; todavía menos de los lemures o de los tarsios.
La separación se efectuó a partir de los antropomorfos, y antes de que estos hubieran alcanzado el
alto grado de especialización que los caracteriza actualmente. Sin embargo, es imposible, en el
estado actual de nuestros conocimientos, determinar si la separación tuvo lugar hacia el comienzo
mismo de los antropomorfos o cuando éstos habían ya empezado a convertirse en brachiateur. La
respuesta depende de la significación atribuida a determinados fósiles cuya interpretación es aún
muy discutida.

Desde un punto de vista general, la hominización no debe ser considerada como un orto-génesis en
el sentido finalista del término, únicamente se puede decir que corresponde al desarrollo progresivo
de un cierto número de tendencias cuya realización no había sido localizada obligadamente en una
misma línea. Solo así el tipo más dotado cerebralmente, es decir, el tipo sapiens, se conservó
finalmente.

Para terminar, se desprende de este coloquio con toda claridad que en la hominización no es posible
separar la evolución somática de la evolución psíquica, y esta última, a su vez, se relacionó poco a
poco con un conjunto de transformaciones de orden social y cultural que revolucionaron por completo
a la naturaleza. Mediante el pensamiento, el lenguaje y la vida social, el hombre se elevó por encima
del plano de la simple evolución orgánica. Sus posibilidades de este dominio están, sin embargo,
limitadas por su estructura; del mismo modo que ciertas modificaciones de nuestro cráneo parecen
haber llegado a un máximo, parece que la actual organización de nuestros centros nerviosos no
permiten un incremento de nuestra inteligencia. Una cuestión se plantea, a la cual muchos de los
participantes de este coloquio dudan en dar una respuesta afirmativa: ¿no sería la hominización un
fenómeno concluido?

12.- EL CONCEPTO DE CULTURA


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Joaquín Noval

La popular idea de identificar la cultura con las bellas artes y las humanidades resultaría estrecha
para nuestros propósitos. La definición que considera la cultura como la suma total de valores
materiales y espirituales creados por la humanidad a lo largo de su historia es excesivamente amplia
para utilizarla como instrumento de trabajo etnográfico. En la forma como el etnógrafo se sirve del
concepto, cultura es sencillamente el modo de vida de los miembros de cualquier sociedad humana
particular, como se manifiesta en sus hábitos de acción y de pensamiento aprendidos. Tales hábitos
son compartidos por muchos individuos en el seno de la sociedad, si forman parte de la vida diaria,
también forman parte de la cultura. Esta definición puede utilizarse con razonable seguridad para
conocer la vida actual de una tribu, una pequeña comunidad de poblado o municipio como las que
existen en Guatemala, un conjunto de tales comunidades, e incluso una nación, comprendiendo en
el estudio las relaciones que los componentes de cualquiera de estos tipos de agrupación puedan
tener con el mundo social.

Dicho en los términos más sencillos, una sociedad es una agrupación de personas de ambos sexos
que viven en asociación más o menos permanente o establece, que se han organizado para llevar a
cabo sus actividades y satisfacer sus necesidades cotidianas de orden material y espiritual, y que
tienen conciencia de su afiliación al grupo total. Aunque el trabajo no es la única preocupación de
los miembros de una sociedad, ni acapara todas sus ideas y acciones, no debe olvidarse que es
precisamente el trabajo el medio por el cual la sociedad mantiene su existencia física y la base de la
cual emergen las más importantes relaciones entre los individuos y los grupos.

La manera como se comportan los miembros de una sociedad, es decir, la cultura de la sociedad,
es un fenómeno que debe ser comprendido en términos totalmente ajenos al sobrenaturalísimo. Esta
es simplemente una exigencia sin la cual no puede trabajar la ciencia. La cultura no es un fenómeno
orgánico en si mismo, pero tampoco tiene carácter sobrenatural. La cultura es un fenómeno social,
porque no puede darse fuera de la sociedad. Pero los tipos de sociedad característicos de los seres
humanos del presente, y su concomitante ineludible, la cultura, tienen una contrapartida física
constituida por el sistema nervioso humano, que no es mas ni menos que un producto de la evolución
biológica y de la materia en general.

No llamaremos conducta cultural a toda la conducta que puede desplegar el miembro de una
sociedad en cualquier momento dado, sino solo a aquella parte de la conducta total cuyos
lineamientos básicos son transmitidos por unos miembros de la sociedad a otros, de una generación
a otra. La cultura viene del pasado, va hacia el futuro y generalmente es un proceso continuo a pesar
de los cambios que sufre. Es enseñada y aprendida.

El hecho de que el ser humano tenga que aprender su cultura no significa que no existan esos
impulsos básicos del organismo llamados a veces instintos. Tales impulsos existen y compelen al
individuo a la acción. Esta, si es adecuada, disminuye o elimina la tensión causada por el impulso y
generalmente satisface la necesidad orgánica asociada al mismo. La repetición satisfactoria de una
acción cada vez que se presenta el mismo impulso en las mismas condiciones forma un hábito. La
falta de satisfacción impide la formación del hábito, o tiende a borrarlo, si ya estaba formado. Desde
el punto de vista de la cultura, lo importante es que las acciones ejecutadas por el individuo por lo
general están implícitas en la formación de todos los hábitos individuales. Pero se aprende en una
situación social directa, en la cual, generalmente, aunque acaso no de manera necesaria, hay alguien
que ayuda al aprendiz. Y lo que se aprende no es una masa de ideas y acciones tomadas al azar,
sino una constelación de ellas que otos miembros de la sociedad considerada adecuada. Aparte de
los impulsos básicos, el individuo tiene una serie de motivaciones adquiridas, que no son inherentes
a su organismo animal, sino que derivan de su cultura. Estas también compelen a la acción y las
acciones originadas por ellas llegan a convertirse en habituales en tanto obtengan las respuestas o
recompensas deseadas.

La simbolización es una característica esencial de la cultura y acaso sea también un requisito previo
para la existencia de ella. Solo los seres humanos pueden simbolizar y solo ellos poseen culturas.
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Todos los seres humanos, sin más excepción que aquellos que padecen de limitaciones
extraordinarias en sus órganos mentales o sus sentidos, pueden simbolizar. De ahí que no existen
pueblos sin cultura en toda la tierra; Donde hay grupos de ser humanos, hay cultura.

Hay otras especies animales que viven en agrupaciones conocidas también como sociedades, como
las hormigas, por ejemplo, que tienen un alto grado de organización para llevar a cabo sus tareas
cotidianas. Pero la conducta “social” de estas especies no es cultural, sino instintiva, no es aprendida,
sino congénita, pues cada individuo la trae impresa en su organismo desde que nace. Los miembros
de estas especies nacen con modos de acción característicos que evocan la desarrollada
organización que los seres humanos, por entrenamiento, pueden alcanzar en el trabajo. Otros
animales de organización biológica superior como algunas especies de monos antropoides, son
capaces de servirse de utensilios, de tener procesos mentales que evocan rudimentariamente los
procesos de abstracción del hombre, y de inventar o descubrir mecanismos eficientes para ejecutar
alguna operación que sea deseable y necesaria o simplemente divertida. Pero no pueden socializar,
preservar ni acumular sus logros, porque carecen del poder de simbolización. La facultad de
simbolizar, ejercida por el hombre por medio del lenguaje y de los requisitos mentales implícitos en
el mismo, es un atributo distintivamente social y humano.

La conducta de todos los mamíferos deriva del instinto, del aprendizaje que surge de la experiencia
individual y del aprendizaje mediante el cual un individuo adquiere la experiencia o los conocimientos
de otro. Los seres humanos y los demás animales de su clase difieren cuantitativamente en estos
tres aspectos. Además difieren cualitativamente en un punto: Los humanos tienen la habilidad de
simbolizar, lo que les permite aprender en una forma extraordinariamente superior. Los restantes
animales sólo pueden aprender mediante el ejemplo y la experiencia, siempre que se den situaciones
concretas. Los humanos aprenden por medio del precepto, usando imágenes y símbolos de las
cosas y evocando mentalmente las situaciones, sin esperar que ocurran situaciones concretas se
presenten problemas que deban ser resueltos de inmediato. Para poder simbolizar, el hombre
cuenta con su capacidad de hacer abstracciones y generalizaciones y de tomas decisiones para
aplicar símbolos a las cosas. Además posee un completo aparato fonador y la habilidad de servirse
de un lenguaje, que es, en el aspecto social, un perfecto sistema de símbolos. Ninguna otra especie
posee esta serie de atributos. Son precisamente tales atributos los que al manifestarse en la
interacción social, han permitido la creación de las culturas y hacer posible su transmisión.

Los símbolos son cosas reales en el sentido de que son físicamente perceptibles. Las cosas
simbolizadas pueden no ser reales en absoluto, aunque si lo sean todas aquellas que, por estar
constituidas por materia, tienen existencia objetiva fuera de la mente humana. La palabra infierno,
por ejemplo, puede decirse de viva voz o por escrito y puede representarse gráficamente en formas
imaginarias, de manera socialmente comprensible. En cambio, la cosa simbolizada por la palabra
puede no ser real y podría no existir, no haber existido ni llegar a existir nunca. En todas las especies
de mamíferos, con excepción de la humana, el proceso e aprendizaje parece consistir principalmente
en la imitación. En los seres humanos el proceso de transmitir la conducta aprendida produce el
fenómeno que Ralph Linton ha designado con el nombre de herencia social. A esta herencia,
transmitida de generación en generación en la forma intensa que el uso de símbolos hace posible,
es a lo que nos referimos cuando hablamos de cultura.

Los hombres”, ha dicho Ralph Turner, hacen relativamente pocas cosas. Se ganan la vida, se casan,
cuidan a sus hijos, entierran a los muertos, premian a los buenos servidores, castigan a los
malhechores, matan enemigos, adoran a Dios y manipulan la naturaleza. Pero hacen estas cosas
de muchos modos diferentes”. En el todo, la humanidad tiene muchas similitudes. Pero los diferentes
pueblos hacen las cosas de modos distintos. Esto es porque así fueron enseñados, porque recibieron
como herencia social la particular cultura de su sociedad y en ella fueron educados. La cultura es
aprendida u y enseñada, dijimos anteriormente. Y ello explica las diferencias de comportamiento de
los miembros de sociedades diferentes. Casarse, por ejemplo, es un fenómeno social que ocurre
en todo el mundo. Pero las formas de casarse están sujetas a usos culturales variados.
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Para la enseñanza y el aprendizaje de la cultura, es decir, para su transmisión de generación en


generación, los humanos recurren a un proceso que los antropólogos suelen designar con el nombre
de enculturación o endoculturación. Por medio de este proceso se convierte en miembro efectivo de
la sociedad a cada niño que nace de ella, que por cierto nace sin ninguna cultura, y se le enseña
que hacer, como hacerlo y que no hacer, hasta que llega a ser una persona familiarizada con los
modos de pensar y actuar de su grupo. Por medio de un aspecto específico del proceso de
enculturación, llamado socialización, se le enseña además a comportarse en relación con otros
miembros de su sociedad y a compartir con ellos las premisas normativas (llamadas también valores)
de su grupo.

Los hábitos son los mecanismos de que nos valemos para resolver nuestros problemas cotidianos.
Cuando surge ante nosotros cualquier problema ordinario, no necesitamos inventar un medio para
resolverlo. Sencillamente ponemos en juego un hábito de acción o de pensamiento que
probablemente otros han practicado antes de nuestro nacimiento. La formación de esos hábitos de
tipo más o menos colectivo es la base del proceso de entrenar a un individuo para que se
desenvuelva con el mínimo necesario de eficiencia en la sociedad. Los hábitos compartidos por los
miembros de una sociedad, que por el hecho de ser compartidos reciben también el nombre de
costumbres (o según George Meter Murdock), de costumbres de hábitos de acción y de ideas
colectivas los hábitos compartidos por los miembros de una sociedad diferente. Ello explica porque
su enseñanza produce conductas culturales diferentes. Sin embargo, no explica porque las culturas
son diferentes.

Una de las características del proceso formativo y de desarrollo de las culturas es la selección. Todas
las sociedades se han organizado para asegurar su sobre vivencia, así como para efectuar sus
relaciones internas, sus relaciones con los miembros de otras sociedades, su creación y su ajuste al
dilatado campo de lo desconocido. Su cultura, como sistema organizado de normas comunes de
conducta, procura todas estas cosas. Pero cualquier cultura particular, para que pueda tener el grado
mínimo de coherencia que requiere para funcionar más o menos armónicamente, debe ser
necesariamente limitada. Los problemas generales inherentes a la vida social deben ser resueltos
si la sociedad ha de tener alguna permanencia. Pero pueden ser resueltos por distintos modos de
conducta. Y estos modos, si bien no pueden ser ilimitados, son bastante variados. Como ha dicho
Ruth Benedict, la suma total de todas las conductas humanas posibles es demasiado vasta y llena
de contradicciones para que cualquier cultura pueda hacer uso siquiera de una considerable parte
de ella, de manera que la selección se impone. Por otra parte, los aspectos de su contenido, que
una cultura escoge para elaborarlos más (o para refinarlos o complicarlos, si así se entiende mejor
la idea), no tiene que ser necesariamente los mismos que escogen otras culturas, lo cual también
tiende a aventurar la diferenciación entre unas y otras. Finalmente, debe recordarse que muchos
rasgos culturales nunca llegaron a muchas culturas particulares ni fueron inventados en ellas. De ahí
que cualquier cultura particular haya sufrido, además de una limitación debida a la selección, una
limitación adicional derivada de la imposibilidad de escoger entre los productos y usos que nunca
estuvieron a su alcance.

Nuestra enculturación en el seno de una sociedad particular, que es esencial para convertirnos en
personas entrenadas para la vida social, también desarrolla en nosotros cierta manera de sentir y
pensar conocida con el nombre de de etnocentrismo. Los miembros de una sociedad determinada
se muestran inclinados a sentir y pensar que la selección de modos de satisfacer las necesidades
humanas representadas por su cultura es la mejor que existe, y que la selección representada por
cualquier otra cultura es inferior e incluso tonta. Estas actitudes se originan porque en el proceso de
enculturación aprendemos generalmente sin análisis de nuestra parte, ha hacer ciertas cosas y
pensar que las mismas son buenas. Lo son, efectivamente, en la medida en que funcionen para
llevarnos adelante como individuos y miembros de un grupo determinado. Pero ello no significa que
las cosas que aprenden los miembros de otras sociedades no funcionen con la misma eficacia para
ellos. Los antropólogos, que tienen la tradición de aprender las distintas costumbres de los diferentes
pueblos para describirlas y analizarlas, pretenden escapar del etnocentrismo observado las
diferencias culturales con un criterio de relatividad: Una cosa puede ser buena para un pueblo, de
acuerdo con la historia de este, con el conjunto sociocultural que la contiene y con el medio natural
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con el cual se relaciona, sin que tenga que ser necesariamente buena o mala para otro pueblo, cuyas
circunstancias generales pueden ser distintas.

Hemos dicho que la cultura compartida. Ello es así por efectos del proceso de enculturación y porque
en todas las sociedades se busca un mínimo de conformidad social, de ajuste del individuo a las
normas dadas culturalmente para el comportamiento, y se reprimen las desviaciones que pudieran
resultar desquiciadoras. Cada sociedad tiene mecanismos compensatorios para el logro de la
conformidad, la cual constituye a que el conocimiento que cada individuo tiene de su propia cultura
le permita prever una parte considerable de la conducta de los demás. Sobre esta base de
conocimiento cultural recíproco y de expectativas razonables se llevan a cabo las relaciones
cotidianas de los miembros de la sosedad (Por supuesto, lo dicho no significa que no existan las
desviacionistas y, mucho menos, que las culturas y las estructuras sociales no cambien, pues
efectivamente cambian, a veces de manera radical, hasta el grado de desaparecer como entidades
para dar paso a formas completamente nuevas, todo ello dentro de un proceso histórico social sujeto
a sus propias leyes.)

El hecho de que una cultura sea compartida no significa que todos los miembros de una sociedad
se comporten en forma idéntica. En la conducta humana existen muchos rasgos de carácter
individual. Por otra parte, en todas las sociedades hay siempre distinciones, como las de la edad y
el sexo, que determinan diferencias de comportamiento. También puede haber ciertos grupos (como
los de la clase en las sociedades con clases) que pueden practicar subculturas, es decir, variantes
específicas de la cultura total. Finalmente, dentro de una cultura también pueden darse diferencias
socioculturales de carácter regional. A veces las culturas pueden perfilarse en forma muy marcada
en algunos de sus aspectos. Con todo, en casa sociedad, incluso en la más diferenciada y compleja,
hay siempre una serie de regularidades, de similitudes, de cosas comunes para la mayoría de los
miembros. Estas representan la llamada conducta cultural.

A las unidades más pequeñas que tienen algún sentido en el inventario de una cultura se les llama
convencionalmente rasgos o elementos culturales, de acuerdo con un término sugerido por Clark
Wissler. Un rasgo puede ser una botellita de refresco, una leyenda, una manera usual de saludad a
los conocidos, un delantal, un dictado moral, una norma cualquier de conducta, etc. Puede ser
cualquier cosa dentro de las especificaciones sugeridas por lo ejemplos dados. Téngase presente
que la cultura, como la ve el antropólogo no es exclusivista. En ella tiene cabida el implemento más
humilde, a la par del producto más excelso que los críticos autorizados pudieran señalar, siempre
que tengan algún sentido para más de un miembro de la sociedad. Para el antropólogo no hay ningún
grupo humano oculto. Todos los individuos corrientes que viven en sociedad (y virtualmente todos
viven) y todas las sociedades, incluso la que pudiéramos considerar mas primitiva, tienen su cultura.
La cultura no es más que el modo de vida ordinario y absolutamente universal del ser humano en la
sociedad.

De acuerdo con una formulación de Ralph Linton los rasgos culturales pueden quedar comprendidos
en una de tres categorías; Universales, alternativas y especialidades. (Para clasificar la conducta
total dentro de una sociedad se incluye un cuarto tipo de rasgos, que representa las individualidades.
Empero, técnicamente hablando, las individualidades solo pueden formar parte de la cultura, como
aquí la definimos, si dejan de ser patrimonio de un solo individuo y pasan a ser compartidos por
algunos más). Los rasgos y normas universales corresponden a todos los miembros normales (en el
sentido estándar) de la sociedad. Las alternativas son exactamente lo que su nombre indica, es decir,
son maneras alternativas de hacer las mismas cosas, o variantes elegibles dentro de un margen de
variación permitido socialmente. Las especialidades son rasgos y normas que corresponden a los
grupos de edad, los sexos, de los individuos que se especializan en algo y los grupos adicionales
que puedan distinguirse en el seno de una sociedad.

Las universales se hallan en mayor proporción en las sociedades pequeñas y homogéneas que viven
un poco apartadas, que en las grandes sociedades heterogéneas y cosmopolitas. No obstante, se
hallan en todas las sociedades y contribuyen a darles cohesión. Por diversa y compleja que pueda
ser la cultura de un área o una nación industrial moderna, y por muy marcadas que sus subculturas
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particulares (de grupo, de clase o región) pudieran ser, a lo largo de toda la complicada trama corre
un resistente hilo que enlaza en alguna forma a la sociedad entera. Enhebrada en ese hilo hay una
serie de cuentas. Estas son las Universales de la cultura.

Las especialidades existen en todas las culturas, pero se hallan en una proporción mayor en las
sociedades de gran desarrollo tecnológico. En una pequeña sociedad apartada de las grandes
corrientes de la civilización, los niños, los adultos, los hombres las mujeres, y acaso los ancianos,
cuando menos, tienen normas de conducta particulares. Tales normas pueden tener una base
fisiológica, pro también pueden ir mucho mas allá de tal base. Es decir, pueden ser puros
convencionalismos de carácter estrictamente psicosocial. En esa misma sociedad puede haber
distinciones de rango, que también pueden ir acompañadas de normas particulares de conducta. Y
puede haber diferencias basadas en una clara distinción social de las actividades de las personas
de la misma edad y del mismo sexo, como las que existen entre el hombre corriente y el sacerdote
en nuestra sociedad. En una sociedad de gran desarrollo tecnológico se hallan todos los tipos de
especialidades señalados, mas una larga lista adicional, derivada de la complejidad tecnológica y la
heterogeneidad sociocultural.

Las alternativas tienden a reflejar algo de la dinámica de la cultura. En el área indígena de Guatemala
un antropólogo ha señalado, en forma simplista, que calzar zapatos, calzar sandalias de hule y llevar
el pie descalzo son rasgos alternativos. El tipo europeo de calzado que hoy usan algunos individuos
no se conocía en las sociedades indígenas antes de la venida de los españoles. Ahora está entrando
en la cultura y está compitiendo (la competencia, por su puesto, se libra en la mente de la gente) con
sus formas alternativas.

Se dice que las universales y las especialidades se hallan en el núcleo o centro de la cultura, y que
las alternativas se hallan en una parte exterior, mas fluida, de la misma, lo cual puede reflejar el
hecho de que van entrando en o saliendo de ella. Cuando una de dos alternativas que están en
competencia termine de salir de la cultura, la otra posiblemente se convierta en una universal. En
realidad, cualquier grupo de alternativas puede considerarse como una serie de variantes elegibles
para el cumplimiento de una norma universal. (Debe advertirse que el ejemplo que asocia el núcleo
de la cultura con el calzado, refleja una gran simplificación, pues se supone que el núcleo de una
cultura está constituido por las premisas explicativas y normativas de la misma, y que las normas
externas observables de comportamiento constituyen su parte periférica o nuclear. Los productos
materiales de la cultura, como el calzado, no tienen que ser clasificados en términos de núcleo o
periferia, ya que derivan del comportamiento o están asociados a él en alguna forma).

Aunque los universales son los rasgos más constantes y fáciles de reconocer por los miembros de
una sociedad, las especialidades no necesariamente dejan de ser reconvidad por la mayoría de los
individuos en una sociedad homogénea y sencilla. No todas las personas las practican, porque no
son normas de conducta que les están asignadas o permitidas socialmente, pero muchas pueden
reconocer fácilmente el hecho de que las mismas son parte de la conducta de algunos miembros e
la sociedad, lo cual les confiere sentido y hace que constituyan una base para las relaciones. Un
ama de casa puede no dominar en detalle las técnicas agrícolas, pero tiene suficiente familiaridad
con el complejo agrícola total de su comunidad. Un agricultor corriente probablemente desconoce
las técnicas adivinatorias (y el adivino no estaría dispuesto a enseñárselas), pero las identifica y
confía en ellas cuando un especialista las pone en juego en su obsequio. En una sociedad de gran
complejidad y desarrollo tecnológico el número de especialidades es tan vasto, que cualquier
individuo corriente puede desconocer la mayoría de ellas, aunque las considere como parte de su
ambiente total al enterarse de su existencia e identifique y utilice con confianza muchos de los
productos.

La cultura es un sistema organizado de partes independientes, por lo cual no puede ser atomizado
en su propia realidad. Sin embargo, los antropólogos han considerado conveniente hablar de las
partes de la cultura, como recurso analítico para la comprensión del conjunto. Toda disciplina
científica emplea estos recursos. Hasta aquí hemos venido mencionando los rasgos culturales.
Implícitamente hemos dado a entender que los mismos comprenden los hábitos ideativos, los hábitos
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de acción los productos de las ideas y las acciones. Algunos antropólogos prefieren referirse a la
cultura haciendo hincapié en el comportamiento, que consiste en las normas e ideas que existen en
la mente la gente (cultura encubierta) y en la conducta que la gente realmente expresa en la acción,
los movimientos y el lenguaje (cultura manifiesta). No obstante, toda cosa hecha por los miembros
de la sociedad es un producto de sus ideas y acciones, y todo producto que esté en uso en la
sociedad (es decir, que no sea una reliquia arqueológica) esta asociado con el comportamiento. En
una comunidad indígena de Guatemala, por ejemplo los propósitos que la gente tiene para elaborar
tortillas, las técnicas físicas que se emplean y las ideas que dirigen esas técnicas no pueden estar
divorciadas de la piedra de moler, la cal, el fogón y otros artículos materiales.

Dando por cierto que todos los fenómenos que se dan en la sociedad están ligados entre ellos y
vinculados con objetos, para entender el comportamiento cultural los etnógrafos recurren a una
abstracción, como recurso de análisis. No hacen tanto hincapié en las cosas cuya forma puede
observarse directamente, sino en algo que signifique acción, como la que denotan los verbos; no
piensan tanto en cosas materiales (cultura material), cuando en ideas (hábitos de pensamiento o
cultura encubierta) y en actos (cultura manifiesta): en fin, prefieren pensar en gente comportándose
e interactuando recíprocamente. Y al pensar en gente interactuando tienen en cuenta que no está
comportándose a base de esfuerzos necesariamente conscientes y deliberados, sino a lo largo de
caminos hace tiempo establecidos y aprendidos por quienes lo transitan.

Prosigamos el análisis. A las partes más pequeñas, llamadas rasgos, que ya separamos
arbitrariamente, debemos agregar los complejos de rasgos. Los rasgos no se presentan aislados en
ninguna cultura, ni forman un simple inventario que pudiera ser puesto en una larga lista. Guardan
relaciones de interdependencia e interacción entre ellos (relaciones que algunos antropólogos
estudian con el nombre en función), para desempeñar el papel que deben desempeñar en la práctica
real de la cultura por la gente que vive dentro de ella. A las asociaciones funcionales de rasgos les
llamamos complejos. Pero los complejos tampoco aparecen separados. Se asocian unos a otros,
también funcionalmente, en la ejecución por la gente de todas las actividades necesarias para el
mantenimiento de una institución. Así, el complejo de la cocina y los de las restantes actividades de
la vida doméstica se asocian funcionalmente cuando todos los miembros del grupo doméstico se
comportan para mantener e n funciones sus deberes y derechos mutuos por medio de la serie de
pautas recíprocas de relaciones que conocemos con el nombre de institución “familia”. El grupo
familiar es un conjunto de individuos. La institución familiar es una red de relaciones pautadas o
prescritas cuyo conjunto hace posible la convivencia social. Y los complejos funcionalmente
interrelacionados de rasgos son los mecanismos que facilitan las tareas cuya realización ordenada
es necesaria para la ejecución de esa actividad.

Esta es una manera un tanto peculiar de ubicar los rasgos, los complejos y las instituciones, que se
adopta aquí por su sencillez. Otra manera podría ser la de equiparar los complejos a las instituciones,
pero ello no es cierto siempre. La forma más analítica es más fácil de comprender y puede coincidir
mejor con la realidad. En todo caso, los rasgos y complejos no son hechos sociológicos, como lo son
las instituciones, de manera que son categorías secundarias, con pocos sentidos explicativos en si
mismos.

Las actividades institucionales de una sociedad no están separadas entre ellas. También están
funcionalmente interrelacionadas, de manera que los rasgos de unas se asocian, en forma estrecha
o fluida, constante o esporádica, con los de otras. En una comunidad rural de Guatemala, por
ejemplo, el complejo agrícola del maíz, que es parte esencial de las instituciones económicas, no
puede estar divorciado de la institución familiar, de manera que está enlaza con aquellas. La relación
funcional que existe entre los diversos elementos que constituyen una cultura total es conocida por
los antropólogos con el nombre de integración de la cultura. Todas las culturas del mundo tienen
algún grado de integración. Este puede ser variable. Por lo general, las culturas de las pequeñas
sociedades que viven un poco apartadas de las grandes corrientes de civilización están mejor
integradas que las grandes culturas cosmopolitas. El grado de integración de una cultura puede ser
mayor o menor, de acuerdo, particularmente, con la velocidad y la intensidad de los cambios que la
misma este sufriendo, y de acuerdo con la adhesión que la mayoría de los miembros de la sociedad
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profese a los modos de la cultura, en especial a aquellos de sus aspectos que popularmente
relacionamos con la ideología. No obstante, en toda cultura hay un mínimo de integración, por debajo
de cuyo límite el funcionamiento de la misma deja de ser armónico y conduce a la desorganización
social, con la perspectiva de que en la sociedad y la cultura ocurran cambios de gran alcance.

Los aspectos ideológicos de una cultura también participan en el proceso de integración. Toda
sociedad tiene una conciencia social, constituida por una serie de principios, conocidos como ideas,
temas postulados o premisas fundamentales. Estos principios son de dos clases; De conocimiento
y normativos. Los principios de conocimiento se refieren a lo que los miembros de la sociedad creen
que es la naturaleza del hombre y del mundo que lo rodea. Forman parte del sistema de conocimiento
de la sociedad y comprenden la lógica de la misma, con sus premisas, sus razonamientos y sus
conclusiones científicamente incorrectas, surgidas de la aplicación del raciocinio a premisas que no
estaban correctamente fundadas. Por su puesto, un sistema de conocimiento no tiene que ser
necesariamente científico para exigir en la mente de la gente y para influir de manera poderosa en
su vida. Los antropólogos, sabiendo que el sistema de conocimiento de cualquier sociedad puede
contener simultáneamente postulados compatibles e incompatibles con el pensamiento científico,
cuando anotan lo que los miembros de una sociedad piensan de naturaleza, el individuo y la
sociedad, suelen clasificarlo en categorías que reflejan la neutralidad de la situación: Etnobotánica,
etnometereología, etnopsicología, etnoanatomía, atnosociología, etc. Así se distingue el saber
transmitido por cualquier cultura en cualquier campo del conocimiento del saber estrictamenente
científico.

Los principios normativos de una sociedad, también conocidos con el popular nombre de valores,
resumen de moral del grupo, dan forma a las actitudes y contribuyen a perfilar las metas de los
individuos. Las actitudes de los miembros de una sociedad en el campo de la religión, la estética y
la moral en general, forman parte del sistema de valores del grupo. La moral, como todos, o casi
todos los aspectos de una cultura, desempeña una función social importante para el mantenimiento
del grupo al cual corresponde. Pero la moral, como todos los demás factores culturales, tiene un
considerable margen de variación en los distintos pueblos. Su contacto con múltiples sociedades y
culturas diferentes ha llevado a los antropólogos a pensar que el hombre no es moral ni inmoral por
naturaleza. Cada grupo tiene su propio código de ética, y cada miembro del mismo es moral o inmoral
en la medida que cumple sus preceptos. La idea de relatividad que han predicado los antropólogos
se extiende a los dominios de la moral en el estudio de la cultura.

Por otra parte, hay que advertir que, además de los rasgos de conciencia social que pueden
compartir casi todos los miembros de una sociedad, están los rasgos particulares que pueden formar
la conciencia de los grupos específicos (las clases, por ejemplo) que pueda haber en el seno de
cualquier sociedad heterogénea.

Según algunos antropólogos, los aspectos ideológicos básicos de una sociedad incluidos sus valores
y actitudes dominantes, influyen constantemente en la conducta social, de manera que constituyen
el factor principal del proceso de integración y confieren a la cultura su forma peculiar, su redondez
o individualidad características, que en ultima instancia lo que distingue a una cultura de cualquier
otra, aun de aquellas cuyos inventarios de rasgos pudieren parecérsele estrechamente.

Quizás no haya objeción que hacer a esta idea si sólo tratamos de comprender una cultura como
existe y funciona en un momento dado. Sin embargo, cuando tratamos de ver una cultura a lo largo
del tiempo, inevitablemente surge la pregunta relativa a como llegó a formarse una ideología, una
conciencia social, una serie de principios fundamentales, un sistema de valores y actitudes, o como
queramos llamar a estos productos de la organización social. Aquí tal vez tenga alguna utilidad
conciliatoria (por estar expresada en términos antropológicos corrientes) una idea de Melvilla Jacobs
y Bernard J. Stem, relativa a que las premisas ideológicas básicas de una sociedad, sean explícitas,
o implícitas, ejercen en el proceso histórico social una influencia que solo cede en importancia a la
que ejercen los factores tecnológicos y materiales de carácter fundamental.
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Puede ser conveniente hacer hincapié en la importancia que los principios ideológicos básicos tienen
para dar a una cultura su configuración distintiva, en el proceso de integración de todas sus partes.
Sin embargo, no hay que olvidad que tales principios no surgen de la nada, sino del seno mismo de
la sociedad, cuya base de sustentación, en último análisis, es su capacidad física para producir
bienes materiales y su organización del trabajo productivo. Sobre esta base se establecen las
relaciones que garantizan la sobrevivencia material de todos los miembros de la sociedad. No tiene
nada de extraño que todas las restantes relaciones, así como todo el organismo social, con su
sistema jurídico y político y su ideología (o cualquier cosa que se les parezca en cualquier sociedad),
ocupen un lugar mediato en relación con los fenómenos de esa base, por muy frecuente que, al ser
afectados por ellos, los afecten a su vez. Digamos algo más sobre la base económica de la sociedad.

La organización de la sociedad puede estudiarse observando principalmente tres de sus aspectos,


en los cuales quedan comprendidas la mayoría de las relaciones sociales, las instituciones y las
modalidades de pensamiento, así como los compartimientos externos asociados a ellas. Los tres
aspectos mencionados son: La organización económica, de la cual no hemos dicho nada todavía; la
estructura social en general, cuyos principios mas visibles enumeramos en el capítulo anterior, y los
sistemas de conocimiento y de valores, a los cuales aludimos en los párrafos precedentes.

De la organización económica depende la producción de los bienes materiales que es imprescindible


para la sobrevivencia de los miembros de la sociedad. Ello porque los hombres no pueden actuar
sobre la naturaleza procediendo individual y aisladamente, por lo cual tiene que asociarse. Al
asociarse crean nexos y relaciones entre ellos y actúan unos sobre otros al mismo tiempo que actúan
sobre la naturaleza. El hecho de que los hombres asocien no significa, que su asociación sea
necesariamente cordial, pues también puede ser antagónica. Pero en todo caso la cooperación
existe. El carácter de la asociación de los hombres, es decir, de las relaciones que establecen para
producir bienes materiales, puede ser implícito o explicito, puede estar o no reconocido, pero siempre
es de una naturaleza o de la otra, de acuerdo con ciertos factores (la forma de propiedad sobre
medios de producción, esencialmente) que intervienen en el proceso. Dicho sea de paso, los factores
mas importantes de la organización económica son la forma de propiedad de los medios de
producción, que determina las relaciones de producción, y la división de las actividades (o división
social del trabajo), que hace que unos individuos dependan de otros para obtener los bienes y
servicios que necesitan y que, además, contribuye a establecer diferencias entre los miembros de la
sociedad. Así, pues, la sobrevivencia de todos los hombres depende de su asociación para producir
bienes materiales, lo cual hace que la producción de los mismos siempre tenga un carácter social.
De la organización económica depende, pues, la sobrevivencia de los miembros de la sociedad, y
sobre ella se erige todo el resto de la organización social.

Volvamos al tema de la integración. Los procesos de integración de una cultura no pueden ser
estudiados al margen de los procesos de cambio que ocurren en su seno. El cambio cultural es un
fenómeno inseparable de la cultura. Todas las culturas, incluso aquellas que pudieran dar al
observador superficial la impresión de hallarse en condiciones tranquilas e invariables, están siempre
sufriendo algún cambio. Por su puesto, la intensidad y extensión de los cambios que una cultura
pudiere estar sufriendo en un momento dado de su historia pueden ser grandes o pequeñas,
dependiendo de la naturaleza de la situación.

Los antropólogos históricos, al tratar de seguir el curso del desarrollo y cambio de las culturas
particulares o de los grupos de culturas que estudian, han observado que la invención y la difusión
de rasgos y complejos son los mecanismos principales del proceso. A veces han dejado de tener
como foco principal la neocultura o culturas, y han hecho hincapié en los rasgos y complejos
específicos cuya aparición y movimiento estudian. Han hecho estudios que indican que la
domesticación de plantas y animales, el concepto del cero, la escritura y unos cuantos rasgos y
complejos más, fueron inventados independientemente en una o dos partes del Viejo Mundo y en
alguna del Nuevo, para difundirse después desde sus centros creadores a otras regiones. Mediante
los estudios de difusión se ha seguido el rastro de muchos rasgos y complejos en su traslado de
unas culturas a otras. El caso de difusión de un rasgo aislado mas dramático que suele citarse es el
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del tabaco, que fue domesticado en la América aborigen, de donde se difundió por todo el mundo,
hasta volver a su punto de partida.

La difusión ha desempeñado un papel cuantitativamente mucho más importante que la invención en


el desarrollo histórico de las culturas. Aunque todos los pueblos tienen capacidad de inventar, y
efectivamente inventan, la lista total de rasgos creados por los miembros de cualquier pueblo
particular representa una parte muy reducida de su inventario cultural. Las invenciones, a pesar de
su aparente novedad, emergen del propio medio sociocultural donde ocurren, lo cual hace que
ciertas invenciones solo puedan darse en determinadas circunstancias. La invención de una
economía productora al principio del período de actividad cultural humana que conocemos con el
nombre de nueva edad de piedra o neolítico, hace alrededor de unos diez mil años, hizo posible una
nueva forma de utilización de la naturaleza, cuyo rasgo distintivo fue la producción de excedentes
sociales de víveres, y creó las condiciones necesarias para que la actividad especializada de algunos
miembros de la sociedad se intensificara. Los especialistas en general y los de campo tecnológico
en particular, liberados de la necesidad de conseguir sus alimentos directamente de la naturaleza,
tuvieron mas tiempo a su disposición para trabajar física y mentalmente en la tarea de combinar en
nuevas formas algunos de los viejos elementos presentes en sus propias culturas. Este es, en
esencia, el principio de la invención. Así se aceleró el proceso de enriquecimiento tecnológico de la
cultura en una forma extraordinaria. La invención de la agricultura había requerido más de medio
millón de años de actividad cultural, a lo largo de oda la vieja edad de piedra o paleolítico. En cambio,
la ganadería, la cerámica, el arado, la arquitectura, la vela, el tejido y la metalurgia fueron inventados
en el breve lapso que media entre la invención de la agricultura y la de la escritura. Actualmente, en
el seno de algunas culturas la invención sistemáticamente buscada por métodos altamente
desarrollados representa una nueva fase del proceso, hecha posible por el trasfondo cultural de las
grandes civilizaciones del presente.

Aunque la invención de una serie de rasgos y complejos aceleró el progreso tecnológico de la


humanidad vista como una unidad, debe recordarse que las invenciones más importantes del período
prehistórico ocurrieron en unos cuantos lugares restringidos del planeta. Si la cultura, como
abstracción que represente los logros de la humanidad en conjunto, debe mucho a la invención, las
culturas, como realidades que representan los logros de los pueblos particulares, deben la mayor
parte de contenido a la difusión.

Los rasgos y complejos inventados en una cultura tienen que sufrir un período de ajuste a la cultura
total, mientras son conocidos y aceptados en la misma. Pero tal ajuste es un proceso que opera en
dos direcciones. El rasgo debe adaptarse a la cultura y ésta sufre modificaciones para permitir la
adaptación. En el proceso de definición ocurre lo mismo, acaso con mayor intensidad. Todo elemento
difundido de una cultura a otra encuentra en la cultura receptora un ambiente distinto (aunque sólo
sea ligeramente distinto) del ambiente del cual procede. Los portadores de la cultura receptora
modifican y reinterpretan el nuevo rasgo para ajustarlo a los engranajes de su propia cultura, pero al
mismo tiempo, no pueden dejar de introducir otras modificaciones en ella. Tanto en el caso de la
invención como en el de la difusión, los ajustes sufridos por la cultura forman parte del proceso de
integración.

Los procesos de cambio e integración de la cultura, que en los párrafos anteriores hemos revisado
extrayendo ejemplos del período prehistórico, pueden verse mejor mediante un enfoque
contemporáneo. En este caso es conveniente hacer hincapié en la cultura, en vez de hacerlos en los
elementos particulares. Toda sociedad se ve afectada por presiones de diversa naturaleza: Cambios
demográficos, cambios en el ambiente natural, migraciones de la población a nuevos ambientes,
epidemias inundaciones o sequías, etc. Los cambios de la situación total que pueden resultar de las
presiones mencionadas pueden hacer que la vieja cultura pierda una parte de su eficiencia para
afrontar las nuevas condiciones. (En realidad, un cambio catastrófico del ambiente podría hacer que
gran parte de la cultura perdiera toda su efectividad). En tales circunstancias se impone un cambio
en la cultura y, por su puesto, en los hábitos colectivos de sus portadores. El mismo mecanismo de
invención, ya mencionado vuelve a entrar en funciones en ese caso, aunque aquí ya no produzca la
impresión dramática que producen los grandes logros prehistóricos revisados por los antropólogos.
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Aunque la invención del cultivo y del pastoralismo, del arado y de la metalurgia, etc., solo ocurrió
unas pocas veces en el período prehistórico de la humanidad y solo en unos cuantos puntos del
planeta, algunos rasgos de comportamiento e instituciones, y algunos elementos tecnológicos
materiales, pudieron haber sido inventados mas o menos simultáneamente en varias sociedades,
siempre que éstas tuvieran un trasfondo cultural similar o una misma cultura general. La invención
simultánea e independiente de un rasgo en más de un punto de área que cubre una misma cultura
no es realmente un fenómeno raro. Debe advertirse que la invención no es el único mecanismo
innovador de su tipo en una cultura. No obstante, los restantes mecanismos de su tipo generalmente
quedan comprendidos, con diferencias simplemente cuantitativas, dentro de la misma clase general
de la invención.

Del tipo diferente de la invención es el mecanismo de cambio que conocemos con el nombre de
préstamos. El préstamo cultural es un proceso idéntico al de difusión. La única diferencia entre
ambos, si alguna hay, es que solemos utilizar el término “préstamo” cuando estudiamos el proceso
total de adquisición de nuevos elementos y de cambio e integración que sufre una cultura poniendo
el acento en la cultura total y no en los elementos que se introducen. En cambio cuando hablamos
de difusión, generalmente hacemos hincapié en los rasgos y complejos que pasan de una cultura a
otra.

El préstamo cultural depende del contacto entre pueblos de distintas culturas. Sea cual fuere la
importancia de las invenciones en el seno de una cultura, el contacto cultural es y ha sido el principal
agente de cambio y de desarrollo de las culturas particulares. Ello ha sido particularmente cierto
durante los últimos siglos, a partir de la época de los grandes descubrimientos geográficos y de las
conquistas y la expansión europea, que pusieron frente a frente a pueblos hasta entonces
desconocidos y distantes.

El contacto cultural depende del contacto entre pueblos de distintas culturas. Sea cual fuere la
importancia de las invenciones en el seno de una cultura, el contacto cultural es u ha sido el principal
agente de cambio y de desarrollo de las culturas particulares. Ello ha sido particularmente cierto
durante los últimos siglos, a partir de la época de los grandes descubrimientos geográficos y de las
conquistas y la expansión europeas, que pusieron frente a frente a pueblos hasta entonces
desconocidos y distantes.

El contacto cultural puede ocurrir entre dos grupos de cultura disímil. También puede ocurrir entre
los miembros de un grupo e individuos aislados de otro, como en el caso de los exploradores y
misioneros solitarios. Incluso se conocen casos de pueblos que intercambiaban productos materiales
sin entrar en contacto personal directo, mediante un sistema conocido en la literatura etnográfica con
nombres como el de trueque silencioso. Se supone que este tipo de contacto cultural es real, aunque,
por su puesto, los rasgos de comportamiento no participarán directamente en la situación. En una
categoría parecida a la del trueque silencioso puede clasificarse el cambio que originan los productos
comerciales que se despachan de un punto a otro, sin que sus productores y usuarios intervengan
en persona. En el mundo moderno, la idea trasmitida por la radio y, en épocas todavía anteriores,
en cartas, libros, periódicos y revistas, también pueden considerarse factores de cambio cultural.
Con todo, la mayoría de los cambios culturales en la mayor parte de las culturas particulares puede
imputarse al contacto en el cual participan no solo los productos materiales, sino los individuos que
llegan consigo sus hábitos de acción y de pensamiento, así como sus formas de organización. El
contacto entre los pueblos conquistadores y los conquistados produjo cambios de gran alcance en
la cultura de éstos aunque, por supuesto, las culturas de los conquistadores nunca han sido inmunes
de los contactos prolongados. A veces las culturas de los pueblos conquistados terminaron por
desaparecer como culturas diferentes parece ser que por lo general, ha dado por resultado una
simbiosis, de la cual emerge una tercera cultura, distinta de sus componentes originales, aunque
muy parecida a la cultura dominante. Ello ha ocurrido o está ocurriendo en algunas partes de América
Hispana.

Un tipo de contacto diferente de los demás (aunque tiene estrechas analogías con el que ocurrió
entre los conquistadores y conquistados es el que en la actualidad se promueve en gran escala en
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muchos pueblos del mundo, por medio de los programas aplicados de bienestar social. Los
trabajadores de estos programas tienen la misión de cambiar algunos aspectos de la vida social y
cultural de los pueblos, por lo general aborígenes o rurales con tecnología pobre donde actúan. Su
trabajo tiende a afectar especialmente la esfera de la salud, la higiene, la dieta, la educación formal,
la tecnología agrícola, a veces las manualidades, la utilización de los recursos, etc. El trabajador de
estos programas no dicta medidas generales de gobierno, como el conquistador, sino trata de actuar
persuasiva y demostrativamente, en la forma suave del misionero. No obstante, su cargo consiste
en cambiar ciertos hábitos colectivos de acción y de pensamiento de los miembros de la sociedad
donde actúa, y en introducir en la cultura de la misma ciertos elementos materiales. Un trabajo
similar realiza el misionero religioso en la esfera de la ideología y de prácticas diversas.

Cuando la sociedad está sufriendo presiones de alguna naturaleza que la induzcan a introducir
cambios en su cultura, o aun sin que tales presiones se manifiesten en forma sensible, el préstamo
por medio del contacto es generalmente la principal fuente de innovación y cambio. El propio
contacto puede considerarse como una fuerza que presiona a la sociedad hacia el cambio. Puede
ocurrir también que los cambios culturales introducidos por el contacto ocasionen cambios de alguna
naturaleza en el seno de la sociedad (aumentos de población por medio de medidas de salubridad
pública, por ejemplo, que pueden hacer que la presión de la población sobre la tierra cultivable
aumente), que a su vez requieran nuevos cambios culturales. Sea como fuere, es necesario repetir
aquí que el contacto cultural y su concomitante, el préstamo cultural, representan los principales
factores del desarrollo y de cambio de cualquier cultura particular, según la vieja tradición
antropológica.

Por lo general, una cultura acepta fácilmente algunos rasgos, acepta con dificultad otros, y todavía
puede rehusar la adopción de otros más. Ello depende del carácter de los rasgos, así como de su
grado de compatibilidad con algunos de los hábitos ya existentes en la cultura receptora. Los objetos
materiales del tipo de las herramientas cuya ventaja sobre objetos similares ya existente en la cultura
pude ser demostrada, sin rasgos que pueden ser adoptados con facilidad. Un rasgo cuya necesidad
sea sentida en la sociedad puede introducirse con la misma facilidad. Un rasgo cuya necesidad no
haya sido sentida en la cultura podrá no ser aceptado durante mucho tiempo. Un rasgo cualquiera,
ya sea material, o de acción o ideativo como los de conducta, que este violentamente en pugna con
la configuración total de la cultura, es decir, con sus líneas de integración, difícilmente podría ser
admitido sin que ocurrieran cambios previos, de carácter facilitador.

Cuando un rasgo ingresa en una cultura, no es aceptado exactamente como existía en otra, sino
sufre alteraciones. De acuerdo con una formulación de Ralph Linton, cualquier rasgo tiene forma,
función y significado. (También puede tener usos específicos distintos de aquellos para lo cual
funciona en el engranaje cultural). Estas tres características del rasgo no son tomadas por la cultura
receptora en forma total o literal, sino con modificaciones, mediante una reinterpretación que la gente
hace del rasgo y de las ideas asociadas a él. A veces se toma la forma, pero se le asocia un
significado distinto. O se toma solo la idea básica de una cosa, y luego, en la nueva cultura, se le da
una nueva forma. En el proceso de adopción de rasgos prestados, una cultura pone en juego sus
restantes mecanismos de cambio y desarrollo (la invención y los otros mecanismos innovadores del
mismo tipo general), y así mantiene en marcha su proceso de integración, es decir de reajuste de
las cosas nuevas a las viejas y de todas aquellas entre si de acuerdo con los principios básicos y
dominantes que dan su orientación a la cultura total. A lo largo de esta mutua adaptación, otros
rasgos son variados o inventados, para facilitar los ajustes. Una cultura siempre está en proceso de
cambio, aún cuando, en muchos casos, éste pudiera pasar inadvertido ante el observador casual.
Por la misma razón de que el cambio siempre está ocurriendo, la integración puede ser alta o baja,
pero nunca total o perfecta. El equilibrio o balance perfecto puede ser una meta de cualquier cultura,
pero nunca una realidad. Cuando los rasgos que ingresaron en la cultura, por invención o préstamo,
en cualquier momento del pasado, están terminando de ajustarse al ambiente sociocultural donde
funcionan, otros rasgos han entrado y otros podrían estar entrando y empezando a sufrir el mismo
proceso. El simple hecho de que el préstamo cultural tienda a poner en juego los restantes
mecanismos innovadores de una cultura, hasta para dar una idea de cuan interminable puede ser el
proceso de reajuste de la misma.
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Al referirnos en términos actuales al proceso de cambio cultural debemos citar también lo que
Charles Erasmus designa con el término “dimensión social” (Al hablar de la difusión, o del cambio
en términos históricos, tendríamos que mencionar otras dimensiones de la cultura). Una sociedad
está integrada por individuos que mantienen ciertas relaciones. Tales individuos se comportan
culturalmente cuando ponen en juego una serie de hábitos de acción y de pensamiento que tienen
en común con otros miembros de la sociedad. Ahora bien ¿Cuántos individuos de una sociedad
profesan realmente una idea? ¿Cuántos manifiestan efectivamente un rasgo determinado de
conducta? No todos, obviamente. Llamamos cultural a un rasgo cuando es practicado por más de
un miembro de la sociedad; Cuando es practicado por un grupo, no por un solo individuo. Así, pues,
dimensión social es el grado de dispersión de un rasgo en el seno de una sociedad. En otras
palabras, la dimensión social de un rasgo está determinada por la proporción de individuos que lo
practican en el grupo social. Lo dicho es importante para observar la dinámica cultural. Cuando
hablamos del cambio de cultura, no debemos olvidar que el cambio se inicia por medio de los
individuos. Un individuo descubre un principio, o el principio ya era conocido y trata de utilizarlo
prácticamente, o introduce variaciones en un rasgo o un complejo, o combina en formas nuevas
algunos elementos viejos, o toma prestado un rasgo de otra cultura. Hasta ahí el nuevo elemento no
tiene carácter cultural. Ha entrado en el grupo, porque uno de sus componentes lo posee, pero
todavía no forma parte de las relaciones sociales; no ha entrado en la cultura. Ocasionalmente puede
ocurrir que la innovación sea hecha por varios individuos en estrecha asociación para hacerla, y
entonces el rasgo tiene carácter cultural con una reducida dimensión social, desde su ingreso. No
obstante, son los individuos, mas que los grupos, los verdaderos innovadores. En cualquier caso,
después de que el rasgo ingresa en la periferia de la cultura, se inicia un proceso de duración variable
(de acuerdo, otra vez, con la naturaleza de la situación), durante el cual logra aceptación social o es
rechazado. Al aceptar socialmente un rasgo, la gente lo evalúa en su mente. La evaluación puede
ser hecha frente a otro rasgo, con el cual el nuevo pudiera estar en competencia. A la aceptación
social y la evaluación sigue el proceso de integración del rasgo a la cultura, con la serie de ajustes
recíprocos a la cual ya nos hemos referido.

Las relaciones del individuo con su cultura van más allá de lo dicho. Toda sociedad tiene un sistema
de enculturación y socialización que forma en el niño hábitos socialmente aprobados. Todo niño y
todo adulto viven rodeados de personas dentro de un ambiente sociocultural. Parte del ambiente son
los mecanismos que inducen al individuo a la conformidad social. Hay recompensas (la aceptación
del individuo por los demás, los halagos, el prestigio) por inducir al individuo a la conformidad.
También hay castigos, que pueden ir desde las sanciones representadas por nuestros jueces hasta
el famoso “que dirán”. Todo ello tiende a ajustar al individuo a los ideales de su grupo. La cultura es
una fuerza poderosa que imprime su huella en la personalidad de todos los individuos normales que
la portan. Pero no elimina totalmente las tendencias individuales. Cada persona tiene rasgos que no
son absolutamente idénticos a los de los demás en su organismo total, en su sistema nervioso, en
las hormonas que lo excitan y en sus experiencias particulares a lo largo de su historia. Todos estos
factores también imprimen su huella en la formación de su personalidad, de manera que esta es una
resultante de los dos tipos de fuerzas señalados. Tal hecho repercute en el comportamiento. De ahí
que siempre existan diferencias entre las normas para la conducta dadas culturalmente, y la
conducta efectiva de los individuos que portan la cultura.

Los antropólogos hacen una distinción entre cultura ideal, y cultura real. La primera está constituida
por los ideales y las normas. La segunda por la forma como los individuos manifiestan realmente
esos ideales y esas normas. En otras palabras, no deja de haber diferencias entre lo que los
individuos dicen y creen que debieran hacer, y lo que realmente hacen cuando se comportan y se
relacionan. La cultura contiene las normas que supuestamente promueven el bienestar de todo el
grupo, pero ni ella ni sus mecanismos específicos pueden reprimir en su totalidad la expresión de
los impulsos estrictamente individuales. De ahí que en toda cultura existan contradicciones,
derivadas del hecho de que los individuos se las arreglan para crear mecanismos que les permitan
violar con regularidad, ciertas normas e ideales. Estos mecanismos, si tienen alguna dimensión
social, también forman parte de la cultura y coexisten con las normas que violan. Por lo general, las
inconsistencias rara vez llegan a ser de tal naturaleza que impidan el funcionamiento de la cultura.

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