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Hannah Howell

Highland Sinner
11. Murray

Escocia, 1478

Entre la pasión y el peligro.

Tormand Murray se había despertado innumerables veces al lado de una mujer,


pero nunca al lado de una que hubiese sido brutalmente asesinada. No sabe explicar lo
que le sucedió a su ex amante, ni tampoco su presencia al lado del cuerpo mutilado de la
mujer. Alguien está empeñado en seguir matando hasta que él sea apresado y
condenado a la horca. Y su única esperanza de encontrar al verdadero culpable es pedir
ayuda a Morainn Ross, una hermosa mujer que vive recluida que tiene el don de la
videncia…

Considerada una bruja, Morainn nunca conoció a un hombre que creyese en su


extraño don, y tampoco a uno que la hiciese apasionarse. No tiene como resistirse a la
belleza del musculoso y atractivo Tormand, ni como escapar de un enemigo que se hace
más osado y más peligroso cada día. Y aunque una unión entre ambos parezca ser
imposible, Morainn sabe que su destino está ligado para siempre a ese hombre que
conquistó su cuerpo y su corazón…
Capítulo I

Escocia, verano de 1478

¿Qué olor era ese? Tormand Murray quería librarse de ese olor que invadía su
nariz. Gimió cuando se puso de lado y su cabeza latió. Acostado, cuidadosamente pasó la
mano por su cabello y encontró la causa. Su cuero cabelludo estaba hinchado y húmedo
en el lugar que le dolía, indicando que había sangrado. Una prueba de que había estado
inconsciente durante un tiempo.

Intentando librarse de esa sensación que lo incomodaba, abrió los ojos. Sintió una
punzada todavía más aguda y maldijo. Algo además del golpe en la cabeza le había
hecho permanecer inconsciente.

De repente, recordó que había caído algo delante de él antes de que se hubiese
desmayado. Refregó los ojos suavemente y los abrió solamente lo suficiente para ver si
había agua cerca para lavarlos.

Si era él que olía de esa forma horrible, podría bañarse también. Para su
vergüenza, tenía que admitir que en algunas ocasiones, se había despertado apestando
tras la borrachera del día anterior y, también por causa de su estado, a las caídas sobre el
estiércol de las calles. Pero, nunca se había sentido tan sucio como en aquel instante, y el
hedor empezaba a revolverle el estómago.

De repente, todo su cuerpo se tensó cuando reconoció el olor de la muerte.


Además del olor desagradable a ropa sucia estaba el de la sangre, mucha sangre, que no
provenía de su herida.

En seguida, se dio cuenta de que estaba desnudo. Por un breve momento, el


pánico lo dominó. ¿Acaso se había caído en una tumba abierta? Rápidamente se olvidó
de esa idea. No era tierra ni carne humana fría lo que sentía debajo de él, sino una cama
blanda.

Con los ojos totalmente abiertos, percibió que la claridad hacía que lo doliese la
cabeza todavía más. Veía un poco borroso, pero notó que se encontraba en un cuarto
ricamente decorado y que le parecía familiar. Su sangre se heló, y luchó, para buscar la
fuente de ese olor. Con certeza no venía de una pelea, pues no había señales de lucha.
Si hay un cadáver en este cuarto, es mejor que lo averigües enseguida. Tal vez
tengas que correr.

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Escuchó una voz en su cabeza que se parecía a la de su escudero Walter, y él
estaba totalmente de acuerdo con la sugerencia. Miró a su alrededor y descubrió que la
muerte compartía la cama con él.

Se alejó tan rápido del cuerpo que casi se cayó al suelo. Luchando por calmarse,
salió de la cama y buscó agua para lavarse los ojos y poder ver mejor.

Tras lavarse la cara con el líquido refrescante, su visión borrosa mejoró. Una de las
primeras cosas que vio después de secarse fue su ropa, doblada sobre una silla, como si
lo hubiesen invitado a ocupar ese cuarto.

No perdió el tiempo y se vistió. Miró a su alrededor en busca de algo más que le


pudiese pertenecer, cogió las armas y la casaca.

Vencido por la curiosidad, se acercó a la cama. Sintió ganas de vomitar cuando vio
lo que un día había sido una hermosa mujer.

El cuerpo estaba tan mutilado que le costó darse cuenta de que aquello era lo que
había sobrado de lady Clara Sinclair. Los pocos mechones de cabello rubio y los enormes
ojos azules abiertos le indicaban que era ella, así como la marca de nacimiento en forma
de corazón que tenía encima, de la herida abierta, donde su pecho izquierdo había sido
arrancado. El rostro femenino estaba tan herido que hasta a su propia madre le resultaría
difícil reconocerla.

Tras calmares un poco, fue capaz de mirarla más de cerca. A pesar de la


mutilación, la expresión del rostro del Clara le indicaba que todavía estaba viva mientras
la habían torturado. Sus muñecas y talones anunciaban que había sido amarrada y que
había luchado, aumentando las sospechas de Tormand. Ella debía de tener alguna
información que alguien había intentado conseguir mediante la tortura o había sido
víctima de alguien que la odiaba mucho.

Igual que a él, concluyó, tenso.

Sabía que no había ido al cuarto de Clara para una simple noche de placer. Ella
había sido su amante, pero el romance ya se había terminado y él nunca volvía en busca
de una mujer a la que había dejado. Especialmente tras una que se había casado con un
hombre poderoso y celoso como sir Ranald Sinclair.

Eso significaba que alguien lo había llevado hasta allí. Alguien que quería que él
viese lo que le habían hecho a la mujer que se había llevado a la cama, o tal vez, para
que lo considerasen el culpable de ese crimen.

Ese pensamiento lo hizo salir del trance en el que se encontraba.

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— Pobre Clara — murmuró, apesadumbrado. — Espero que no hayas sufrido por
mi culpa. Puede que hayas sido una mujer frívola y sin juicio, pero aun así no merecías
una muerte tan terrible.

Se santiguó y rezó una oración por ella. Miró por la ventana y constató que estaba
a punto de amanecer y que tendría que partir en breve.

— Me gustaría poder ayudarte, pero no hay nada que pueda hacer para librarte de
la muerte. Aun así, te prometo que encontraré a quién te hizo eso y haré que lo pague
muy caro.

Tras comprobar que no quedaba ninguna evidencia de su presencia en el cuarto,


se marchó. Estaba agradecido porque el crimen hubiese sucedido en esa casa, donde
conocía todos los pasadizos secretos.

El romance con Clara había sido breve pero intenso y él había entrado y salido de
la casa muchas veces. Dudaba que incluso sir Ranald conociese todos los túneles que
llevaban al cuarto de su esposa.

Ya fuera, se movió en silencio por las sombras. A cierta altura, se apoyó en un


áspero muro de piedra que rodeaba la casa y pensó a donde ir. Quería irse a su casa en
Dubhlinn y olvidarse de todo, pero sabía que no lo conseguiría.

Aunque no sintiese verdadero afecto por Clara, una de las razones por la cual el
romance se había terminado tan rápido, no podía simplemente olvidarse de que ella había
sido brutalmente asesinada. Todavía más cuando sospechaba que alguien quería que lo
encontrasen al lado del cuerpo y lo acusasen de haberla matado.

Tal vez fuese solamente imaginación suya, pero necesitaba un baño y ropa limpia
para librarse de ese olor a muerte.

Decidido, concluyó que el primer punto de parada de esa misión de investigación


sería la casa de su familia en la cuidad y tomó el camino furtivo, pesando que sería una
pena que el baño no pudiese lavar también la imagen del cuerpo de la pobre Clara de su
mente.

— ¿Estás seguro de que debes contarle esa historia a alguien?

Tormand mordía un pedazo de queso, mientras observaba a su viejo amigo. Walter


Burns era su escudero desde hacía doce años y no deseaba ser más que eso, a pesar de
haber probado su valor, su coraje y su lealtad en innumerables ocasiones.

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— Tengo que descubrir quién cometió el asesinato. — dijo Tormand y tomó un
trago de cerveza. Bebía lentamente, pues su estómago todavía no estaba muy bien.

— ¿Por qué? — Walter se sentó a su derecha y se sirvió un poco de cerveza. —


Conseguiste escapar, ya estamos a medio día y no ha aparecido nadie para vengarse.
Siendo así, creo que has salido impune de esa historia. ¿Por qué dejar que alguien
descubra que has estado con esa mujer? ¿Acaso estás intentando poner una cuerda
alrededor de tu cuello? Si mal no recuerdo, no sueles alimentar ningún tipo de sentimiento
por una mujer después de que tu deseo por ella termina. Asique, ¿por qué está tan
empeñado en hacer justicia al alma de esa criatura?

— Es cierto que no la amaba, pero ella no se merecía una muerte tan cruel.

Walter hizo una mueca y perezosamente se rascó la cicatriz del lado izquierdo de
su rostro.

— Estoy de acuerdo, pero todavía pienso que contarle a alguien que has
despertado al lado de la víctima es buscar problemas.

— Me gustaría creer que muy pocas personas pensarían que yo pudiese matar a
una mujer, aunque me encontrasen acostado sobre su sangre, con una daga en la mano.

— Claro que no harías algo así, y muchos lo saben, pero no todos, ¿verdad? ¿No
se te ocurre nadie que desearía verte ahorcado? ¿Alguien que sienta celos de ti o de tu
familia y quiera perjudicaros? Recuerda el caso de tu hermano James, por ejemplo.
Cualquiera que lo conociese sabría que no sería capaz de matar a su esposa, y aun así
se pasó varios años acusado de haber cometido ese asesinato, ¿no es cierto?

— Sabía que te había contratado por algún motivo. ¿Quién más podría levantarme
la autoestima cuando estoy tan arrasado y llenarme de coraje y esperanza cuando más lo
necesito?

— ¡Cuánto! Sabes que tengo razón y no sería inteligente por tu parte ignórame.

Tormand asintió, moviendo la cabeza lentamente, por miedo a que el dolor


aumentase.

— No pretendía ignorarte. Por eso decidí hablar solamente con Simón.

Walter maldijo en voz baja y tomó un trago más de cerveza.

— Joder, ¡pero él es uno de los hombres del rey!

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— Si, y es mi amigo. Se esforzó por ayudar a James. Es una persona muy hábil
para resolver ese tipo de problemas. No se trata solamente de hacer justicia para Clara.
Alguien quería culparme de su muerte, Walter. Me pusieron al lado de su cuerpo para que
me encontrasen y me acusasen del crimen. Me habrían ahorcado. Eso significa que
alguien quiere verme muerto.

— Yo diría que no solamente muerto, creo también desean acabar con tu buen
nombre.

— Tienes razón. Le pediré a Simón que venga aquí, urgentemente.

Tormand parecía más confiado de su decisión de lo que realmente estaba. En


realidad, le llevó varias horas escribir un mensaje, pidiendo un encuentro con Simón. Una
débil voz en su cabeza le decía que se olvidase de aquella historia, igual que le había
aconsejado Walter. Pero, la sospecha de que el asesino de Clara tenía la intención de
molestarlo de dio fuerzas para silenciar esa cobarde voz.

Tenía la sensación de que el mal estar estomacal se debía al creciente miedo de


pasar por el mismo tipo de sufrimiento que había pasado su hermano.

A James le había costado tres largos años demostrar su inocencia y limpiar su


nombre. Tres solitarios años huyendo y escondiéndose del mundo. Tormand temía vivir la
misma pesadilla. Y todavía se preocupaba por como todo aquello había afectado a su
madre, que ya había sufrido mucho con la mala suerte de sus hijos.

Primero su hermana Sorcha había sido violada, después su hermana Gillyanne


había sido secuestrada dos veces, y después viniera el problema con James, que tuvo
que huir y esconderse en las montañas. Su madre no merecía tener que volver a
preocuparse otra vez porque otro de sus hijos estaba corriendo peligro.

— Si encontrases algún objeto que el asesino hubiese utilizado, podrías resolver el


problema más rápido. — dijo Walter.

Esas palabras interrumpieron los pensamientos oscuros de Tormand sobre la


posibilidad de que su familia estuviese maldita.

— ¿De qué estás hablando? — frunció el ceño.

— Bien, si tuvieses algo que el asesino hubiese tocado, podrías llevárselo a la


bruja Ross.

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Tormand ya había oído hablar de esa mujer. Vivía en una cabaña a algunos
quilómetros fuera de la ciudad. A pesar de haber sido expulsada de la comunidad local
hacía diez años, muchas personas todavía la buscaban para pedirle ayuda y conseguir
las pociones de hierbas que preparaba.

Algunos decían que tenía el don de la visión sobrenatural y que los había ayudado
a resolver problemas. A pesar de haber crecido rodeado por personas con dones
especiales con ese, dudaba de que esa mujer fuese todo lo que decían de ella.
Generalmente esas brujas eran solamente viejas señoras que conocían el poder de
curación de algunas hierbas y tenían la habilidad necesaria de convencer a las personas
de que tenían algún don misterioso.

— ¿Y por qué crees que ella me ayudaría si le llevase algo que el asesino ha
tocado? — preguntó.

— Porque tiene visiones cuando toca algún objeto. — Walter hizo la señal de la
cruz, por miedo a perder su alma simplemente al hablar de esa mujer. — El viejo George,
mayordomo de la casa de los Gillispie, dijo que a su señora le habían robado algunas
joyas y le llevó la caja donde las guardaba a la bruja Ross. En él momento en que tocó el
joyero, tuvo una visión de lo que había pasado.

— ¿Y qué vio?

— Qué el hijo más viejo de lady Gillispie había robado esas preciosidades. Había
entrado en el cuarto de su madre, aprovechando que ella estaba en la corte.

— No es necesario ser una bruja para saber eso. El hijo de lady Gillispie es
conocido por gastar mucho dinero en ropas finas, mujeres en jugar a los dados. Casi
todos en la cuidad saben eso. — Tormand bebió su cerveza para no reírse del rostro
contrariado de Walter. — Ahora sé por qué ese tonto fue enviado a casa de su abuelo
para que estuviese lejos de las tentaciones de la corte.

— No te costaría nada intentarlo. Alguien como tú debería creer en esas cosas.

— Ah, pero sí que creo. Lo suficiente para desear que no le llames bruja a esa
mujer. Es una palabra que puede traer demasiadas complicaciones a la gente bendecida
con un don divino, como la muerte, por ejemplo.

— Si, es cierto. Pero, ¿un don de Dios?

— ¿Sinceramente crees que el diablo le daría a una mujer el don de curar o de


tener visiones, sobrenaturales o de cualquier otro tipo que pudiese utilizar para ayudar a
la gente?

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— No, claro que no. Entonces, ¿por qué dudas de la bruja Ross?

— Porque hay muchas mujeres que, por tener algún conocimiento sobre hierbas,
afirman tener visiones y ser capaces de curar a alguien solamente con un simple toque,
con la finalidad de vaciar los bolsillos de los tontos que creen en ellas. Son charlatanas
que critican a aquellas que realmente tienen un don.

Walter se paró a pensar un momento antes de preguntar:

— ¿Me estás diciendo que no le pedirás ayuda a la bruja Ross?

— No estoy tan desesperado.

— Yo no rechazaría ninguna ayuda en este momento. — dijo una voz fría y dura,
que venía de la puerta de la sala.

Tormand se giró y sonrió brevemente a sir Simón Innes, uno de los hombres del
rey. En ese momento, su pálida cara no parecía nada amigable. Al contrario, exhibía una
expresión de furia. Tormand esperaba la visita de Simón, pero temía que su amigo
sospechase de su inocencia. Decidió mantener la calma y esperar a oír lo que Simón
tenía que decir. Después de todo, su amigo tenía un fuerte sentido de justicia y no
actuaría de modo precipitado.

Aun así, se alarmó cuando Simón fue hacia él. Cada parte del cuerpo de aquel
hombre algo y delgado demostraba rabia. Mirando hacia un lado, se dio cuenta de que no
era el único que presentía el peligro, pues Walter había puesto la mano sobre la
empuñadura de la espada, y estaba tenso. Cuando volvió a mirar a Simón, vio que
sujetaba algo.

En un abrir y cerrar de ojos, Simón lanzó algo sobre la mesa. Tormand vio un
pesado anillo de oro con piedras rojas. Incapaz de creer lo que veían sus ojos, miró sus
propias manos y después la joya. Su primer pensamiento fue como pudo haber dejado el
cuarto de Clara, sin darse cuenta de que no llevaba su anillo. El segundo tuvo que ver con
la punta de la espada de Simón, que estaba peligrosamente afilada y demasiado cerca de
su garganta.

— ¡No lo mates! ¡Es inocente!

Morainn Ross parpadeó, sorprendida, al mirar a su alrededor. Estaba en casa,


sentada en la cama, y no en un gran salón, viendo como un hombre era presionado por la
punta de una espada. Ignorando el maullido de los gatos que se sintieron perturbados por
su repentina explosión, se acostó nuevamente y se quedó mirando al techo. Había sido

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solamente un sueño.

— No fue un sueño. — murmuró un rato después de haberlo pensado. — Fue una


visión.

Pensando en ello, meneó la cabeza de forma afirmativa. Definitivamente había sido


una visión. El hombre que tenía la espada apuntando a su garganta no le era extraño. Lo
llevaba viendo en sueños y en visiones desde hacía algunos meses. Olía a muerte,
estaba rodeado de ella, aunque sus manos no estuviesen manchadas de sangre.

— ¿Morainn? ¿Estás bien?

Miró hacia la puerta del cuarto y le sonrió al niño que estaba allí parado. Walin
tenía solamente seis años, pero ya era de gran ayuda. También se preocupaba mucho
por ella. Desde que lo había encontrado, abandonado en la puerta de su casa, cuando
tenía solamente dos años, era la única familia que él conocía. Solamente deseaba poder
ofrecerle al niño una casa mejor que esa.

Walin ya era lo suficientemente grande para entender por qué le llamaban con
frecuencia bruja, así como el peligro que eso acarreaba. Desgraciadamente, con el
cabello negro y ojos azules, él se parecía a ella lo suficiente para que muchos creyesen
que era su hijo bastardo, lo que les causaba problemas a los dos.

— Sí, estoy bien, Walin — respondió ella, saliendo de la cama donde dormían los
gatos. — Debe ser muy tarde.

— Ya es medio día, pero necesitabas dormir. Volviste muy tarde a casa después
de ayudar en ese parto.

— Bien, pon algo sobre la mesa para que podamos comer, me encontraré contigo
en algunos minutos.

Después de cambiarse de ropa y de prender su cabello, Morainn se unió al niño en


la sala principal de la cabaña. Al ver el pan, el queso y las frutas sobre la mesa, sonrió,
reconociendo el trabajo inestimable de Walin. Sirvió un poco de zumo de manzana para
los dos y después de sentó en un pequeño banco, frente a él.

— ¿Has tenido una pesadilla? — preguntó el niño al pasarle una pera para que la
cortase.

— Al principio pensé que era un sueño, pero ahora tengo la certeza de que fue una
visión. En realidad, otra, con el hombre de ojos de diferentes colores. — puso la pero con
cuidado sobre un plato de madera y empezó a cortarla.

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— ¿Tienes muchas visiones con él, no?

— Si, mi querido. Es muy extraño. No sé quién es él, y nunca lo he visto antes. Y,


si la visión es cierta, creo que nunca lo conoceré.

— ¿Por qué? — Walin cogió el plato con la pera cortada que le ofrecía y empezó a
comer.

— Porque esta vez lo vi con una espada apuntando a su garganta.

— ¿Pero no dices que tus visiones son sobre cosas que todavía tienen que
suceder? Tal vez aun esté vivo. Tal vez deberías buscarlo y avisarlo del peligro que
corre…

Morainn consideró la posibilidad y después sacudió la cabeza negativamente.

— No, creo que no. Mi corazón y mi mente no me dicen que lo haga. Si fuese así,
sentiría la necesidad de salir ahora mismo a buscarlo. Y habría recibido alguna pista de
sobre donde podría encontrarlo.

— ¡Pues yo creo que pronto vamos a ver al hombre con los ojos de diferentes
colores!

— Puede ser...

— Va a ser interesante.
Ella sonrió y siguió comiendo. Si ese hombre apareciese en la puerta de su casa
sería muy curioso. También podría ser arriesgado. No podía olvidar que la muerte lo
acompañaba. Las visiones le decían que no era un asesino, pero su simple presencia
parecía desencadenar una agonía sangrienta. No quería formar parte de ese
derramamiento de sangre que siempre veía a sus pies.

Desgraciadamente, no tenía la certeza de si el destino le daría alguna oportunidad


de evitar el encuentro con ese hombre. Todo lo que podía hacer era rezar para que, si él
aparecía en su puerta, no estuviese acompañado de la muerte.

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Capítulo II

— ¿Vas a ser mi juez y mi verdugo, Simon?

Tormand noto que su amigo se esforzaba por recuperar la calma y el buen sentido
por los que era conocido. A pesar de que era doloroso pensar que Simón pudiese creer
que él sería capaz de cometer tamaña atrocidad con Clara o con cualquier otra mujer,
podía entender lo que le preocupaba a su amigo.

Cualquier hombre honrado estaría horrorizado por lo sucedido y desearía hacer


que el culpable pagase por el crimen. La breve locura que atacaba a un hombre después
de presenciar tanta brutalidad explicaría fácilmente por qué encontrar su anillo en la mano
de la víctima llevaría a Simón a buscarlo, ciego de rabia. Si Simón no lo había matado
nada más llegar, era porque aun tenía alguna duda.

— ¿Por qué ella tenía tu anillo en la mano? — preguntó Simón, secamente.

— Me temo que no tengo una respuesta para ti. — respondió Tormand. — Sin
duda, la joya fue puesta en la mano de Clara por la misma persona, o personas, que me
puso en la cama junto a ella.

Simon miró a Tormand por un momento antes de bajar la espada. Se sentó y se


sirvió una jarra de cerveza. Se la tomó de una vez. Su cuerpo alto y delgado se
estremeció, y volvió a llenar la jarra con bebida.

— ¿Estabas allí? — preguntó finalmente, más clamado.

— Si.

Tormand bebió un poco de cerveza, preparándose para contarle todo lo que sabía
a Simón. A penas había terminado de tragar cuando se dio cuenta de que sabía muy poco
sobre lo que había sucedido. Solamente podía asegurar que alguien había matado a
Clara y que ese alguien no era él. No sabía decir cómo había sido capturado y llevado
hasta el cuarto de ella. Ni podía imaginar cómo Simón había acabado enredado en esa
historia. Podía ser simplemente falta de suerte, pero sus instintos le decían que era
mucho más que eso.

— ¿Por qué fuiste a ver a Clara? — preguntó a Simon. — ¿Su marido llegó,
encontró el cuerpo y te mandó llamar?

— No. Recibí un recado que pensé que me había enviado Clara. — Simon se
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estremeció. — Me pedía que fuese a su casa con algunos de mis hombres, a una hora
determinada, lo más discretamente posible.

— ¿Y lo hiciste? ¿La conocías lo suficiente como para que ella te pidiese ese
favor?

— No la conocía tan bien como tú… — gruñó Simon. — Pero, era mi prima. —
sonrió suavemente al notar que Tormand se había sorprendido con la revelación. — No te
preocupes, no voy a exigirte un duelo de espadas para defender el honor de Clara. Mi
prima tenía muy poco que defender. Se levantaba las faldas para cualquiera que tuviese
un hermoso rostro desde que se hizo mujer. Nunca fue una criatura dulce ni honesta, y
creía que todo el mundo le pertenecía solamente porque era hermosa. Hice lo que me
pidió porque tenía la esperanza de que me diese pruebas de los crímenes que cometió su
marido, al que estoy investigando desde hace algunos meses. Se trataba de una falsa
esperanza, ya que ella también se beneficiaba de sus negocios, pero no podía ignorar esa
petición.

— ¿Crees que él la mató? — Tormand dudaba de esa posibilidad, pero aun así
tenía que preguntar.

— No. Le era de mucha utilidad y dudo que delatase al hombre del que adoraba
gastar cada centavo que ganaba con sus crímenes y mentiras. Aunque, al ver su cuerpo
masacrado, el nombre de él haya sido el primero que me vino a la cabeza.

— Asique, ¿fuiste tú quién encontró mi anillo en la mano de Clara?

— Si. — Simon pasó los dedos por su cabello negro. — No podía creer lo que
estaba viendo. ¿Qué hacía ese anillo allí? De repente me acordé de que tú habías sido su
amante. ¡Dios! Pensé que había enloquecido, que eras como un cachorro rabioso que
había que eliminar. Pensé que la locura me había tomado, por haber considerado por un
instante que pudiese ser capaz de semejante cobardía. Era como si el asesino de Clara
hubiese dejado su locura en ese cuarto y yo la hubiese absorbido.

— Sé lo que intentas decir. Cuando me di cuenta de que Clara podría estar viva
durante los horrores que le infringieron, pensé si la habrían torturado para conseguir algo
de información.

— Es una posibilidad, aunque no explique por qué tanto esfuerzo para que
pareciese que tú habías cometido el crimen. Hay algunos maridos traicionados a los que
les gustaría verte muerto, pero no puedo entender por qué harían algo así para acabar
contigo.

— No he engañado a ningún marido. Al menos que yo sepa. — Tormand odiaba el


tono defensivo estaba adquiriendo su voz. — Aun así, no puedo librarme de la sensación

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de que Clara fue asesinada por mi culpa, porque fue mi amante. Parece vanidad pensar
que…

— No. Te pusieron allí para que llevases la culpa. — Simon descansó los brazos
sobre la mesa y miró para su jarra de cerveza. — Su marido no es el autor del crimen y
habría sido un perfecto sospechoso. Pero, sé donde estaba él y sé que no fue a casa, a
matar a su mujer, y después volvió con su amante que vive a quince quilómetros de la
propiedad donde él vive con Clara. ¿En cuánto a torturarla para conseguir información?
Bien, el hombre seguramente tiene enemigos y muy competentes que tal vez pensasen
que su esposa sabía algo sobre los negocios de su marido, algo que pudiesen utilizar
contra él. Y dudo mucho que Clara se quedase callada después de la primera amenaza, y
tendría una muerte rápida, como una puñalada en el corazón o la garganta cortada. Y si
fuese así tú no estarías envuelto en todo esto. — miró a Tormand. — Creo que el
problema es contigo, amigo. Pero, ¿por qué?

— ¿Y quién lo ha hecho?

— Cuando sepamos el motivo, podremos empezar a buscar a alguien.

Tormand se sentía mal. Ninguna mujer merecía morir de esa forma simplemente
porque se había acostado con él. ¿Qué tipo de enemigo mataría a una inocente para
llegar hasta él? Si alguien lo quería muerto y era demasiado cobarde para hacerlo el
mismo, podría contratar a un matón para que lo hiciese por él. Si su plan era acabar con
su reputación, podría haberlo hecho sin que un ser humano fuese asesinado. Pero, el
enemigo quería que él sufriese y que fuese ahorcado por el crimen. Además de todo,
Clara había sido alcanzada por ese acto de locura que nadie conseguía explicarse.

— Los pecados que cometí han venido a ensombrecerme ahora. — murmuró.

— ¿Crees que has pecado? — preguntó Simon, manteniendo una débil sonrisa en
los labios.

— La gula es un pecado. — dijo su escudero.

— Gracias por recordármelo, Walter — Tormand agradeció arrastrando las


palabras. — Soy consciente de eso. Lo he escuchado de mi madre, mis hermanas, mis
tías y de casi todas las mujeres de mi clan.

— Sospecho que de algunos hombres también. — Simón sonrió más abiertamente


ante la expresión de incredulidad de Tormand. — Bueno, es cierto que has sido un
poco… goloso.

— Me gusta divertirme con una mujer bajo las mantas. ¿A qué hombre no le gusta?

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— La mayoría al menos intenta ser prudente. Exigente. Más reservado en cuanto a
sus elecciones.

— Todas las mujeres con las que me he acostado eran limpias y hermosas.

Casi todas, pensó.

— El problema es que siempre has tenido muchas opciones, y todas ellas se te


ofrecieron de buena voluntad.

— Es cierto. — concordó Walter. — Pensando solamente en la diversión, esas


mujeres se vuelven fáciles.

— Y, cuanto más fáciles, más rápido las descartas. — concluyó Simon.

— Pensé que eras mi amigo, Simon. — Tormand se sintió herido e insultado al


mismo tiempo.

— Y lo soy, pero eso no significa que deba aprobar ciegamente todo lo que haces.
A veces, admito que incluso he sentido un poco de envidia de ti. Pero, dime Tormand,
¿Querías a Clara?

— No, pero la lujuria me cegó durante un tiempo. Era muy talentosa.

— No me sorprende. Tan pronto cumplió trece años, empezó sus lecciones en ese
arte. Confieso que a veces no soy muy exigente, pero al menos intento conocer a la mujer
con la que me acuesto, así aprovecho más la compañía.

A Tormand se le ocurrió que él solía acostarse con mujeres muy por debajo del
prototipo de mujeres con las que se acostaba Simón. Él se negaba a pensar en eso que
su prima Marta le había dicho cierta vez, que era un semental demasiado estúpido para
cobrar por sus servicios. Después de todo, por lo que sabía, nunca había engendrado un
hijo, ¿y no era esa la finalidad de un reproductor?

Cuánto más pensaba en el asunto, más temía haber sido un estúpido


inconsecuente, como estaba afirmando Simón. En los últimos años, las mujeres que se
llevaba a la cama solamente debían ser atractivas, relativamente limpias y dispuestas. La
mayoría de las veces, se dejaba llevar más por la disposición. Era una conclusión
perturbadora, y pensó que era mejor volver al asunto de la muerte de Clara.

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— ¿No has encontrado nada que indicase que hay otro culpable además de mi?—
le preguntó a Simón, ignorando la sorpresa en los ojos de su amigo, por haber cambiado
el rumbo de la conversación tan repentinamente.

— No — respondió Simon. — No había nada además de tu anillo que indicase que


alguien había estado en el cuarto. Y, cuando los interrogamos, los criados dijeron que no
habían oído ni visto nada. Aun así, es obvio que Clara no se habría amarrado a la cama ni
se habría cortado su propio cuerpo.

— ¿Cómo es posible? Habría roto los cristales de las ventanas con sus gritos nada
más viese una daga.

— Es cierto, pero creo que la amordazaron. Había señales de amordazamiento en


su rostro.

— Puede ser que Clara fuese torturada en otro lugar. A juzgar por lo que le
hicieron, yo debería haber despertado en medio de un charco de sangre. Había mucha y
tengo la sensación de que murió en esa cama, pero no fue allí donde le hicieron todos
esos cortes.

Simon asintió con la cabeza.

— Yo pienso lo mismo. Aunque ella estuviese amordazada, alguien habría


escuchado algo. Por las marcas que había en su cuerpo, es evidente que luchó contra las
amarras que tenía en las muñecas y en los tobillos. La cama también habría hecho ruido
por esa agitación, pero los criados ni se dieron cuenta de que ella estaba en casa.

— Entonces, el asesino sabía entrar y salir de casa sin ser visto.

— Lo que significa que él la conocía bien. — Simón frunció el ceño. —


Considerando todos los amantes que tuvo Clara, dudo mucho que esos pasadizos fuesen
realmente secretos. Los empleados nunca prestaban atención a ruido que venía de su
cuarto. O sea, que no escucharon nada diferente. Volveré a su casa para ver si
encuentro alguna pista que indique que fue llevada hasta allí después de ser torturada. —
tomó otro trago de cerveza antes de continuar. — Pero yo preferiría no estar cerca
después de que Ranald haya visto lo que quedó de su esposa. No se amaban, pero él
apreciaba la belleza de Clara.

— Yo tampoco la amaba, pero al ver el estado en que se encontraba, lo pasé mal.

— Y Ranald no tiene la misma fuerza que tú. Cuando se recupere, va a


comportarse como un importante propietario de tierras y me exigirá que descubra al
culpable. También me dará mucha información inútil y me hará algunas amenazas sobre
lo que podría suceder conmigo si no encuentro al asesino. Siempre quise darle un repaso
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a su arrogancia, tal vez esta sea mi oportunidad.

Tormand sonrió brevemente, pero la seriedad de la situación acababa con


cualquier buen humor. Era bueno saber que Simón había aceptado tan rápidamente su
inocencia, a pesar de la rabia. Desgraciadamente su amigo no había encontrado ninguna
otra pista, lo que significaba que no tenían nada que los llevase hasta el asesino,
dejándole vía libre para actuar nuevamente.

Se sirvió un poco más de cerveza, pensando en emborracharse. Una tentación de


la que debería huir durante un tiempo. Necesitaba tener todos sus sentidos alerta, pues
los tiempos que corrían eran peligrosos. Alguien quería perjudicarlo. Y el recuerdo del
cuerpo descuartizado de Clara era más que suficiente para que no se olvidase lo que el
enemigo era capaz de hacer.

No tenía dudas de que no merecía la culpa que sentía, pero eso no la disminuía. Si
Simón no encontraba pronto al criminal, él sería capaz de declararse culpable solamente
para evitar más muertes.

— No creo que Clara vaya a ser la única víctima. — opinó Simon.

Dando un respingo al escuchar el eco de sus pensamientos, Tormand asintió.

— Yo tampoco lo creo. Si alguien ha hecho todo esto con la intención de llevarme


al cadalso y su plan falló, el maldito lo intentará de nuevo. Pero puedes estar seguro de
que no me cogerá desprevenido la próxima vez.

— Sería inteligente por tu parte no salir solo.

— En mi opinión, sería un problema.

— ¿Por qué?

— Bueno, hay lugares donde algo de compañía podría estorbar.

Tormand no necesitaba las miradas que su amigo le dirigía para saber que se
estaba comportando como un idiota. Era simplemente una cuestión de buen sentido que
no encontrasen solo de nuevo. La próxima vez, podría no tener la buena suerte de
despertarse y huir antes de que alguien lo viese acostado al lado de una mujer muerta.

Eso sonó insensible, una preocupación egoísta por su propia seguridad. Aun así,
tenía que ser frío, a pesar de la posible culpa por la muerte de Clara o de cualquier otra
mujer.

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Si lo condenasen por ese o por otro crimen que fuese a suceder, el verdadero
culpable saldría impune. Y él estaba determinado a hacer que el asesino pagase por lo
que había hecho antes de que atacase otra vez.

También quería saber el motivo, y eso se debía a la culpa de la que no conseguía


librarse. Podría acabar con ese sentimiento si descubriese por qué alguien lo odiaba
tanto. Ese había sido un ataque llevado a cabo con mucho odio. Era una pena, pero no
era capaz de pensar en nadie, amante o marido, que albergase un sentimiento tan
profundo que era capaz de causar una furia tan insana.

— Enfadarse no hará que yo cambie de idea. — argumentó Simon. — No eres


tonto, Tormand. Sabes muy bien que no podrás estar solo hasta que capturemos a ese
loco.

— Si, pero por eso no tiene que gustarme la idea.

— El celibato temporal no te matará, pero tu enemigo, sí.

— ¿Celibato? ¡Prefiero que me ahorquen!

— Idiota.

— Tal vez, pero necesitar un guardaespaldas no es lo que me enfadó tanto. De


repente, pensé en la forma en que murió Clara, con semejante furia y odio, y no fui capaz
de acordarme de nadie que sintiese algo tan fuerte por ella. Si el plan era incriminarme,
no era necesario hacer todo eso. — cuando Simón solamente lo observó, Tormand se
sintió incómodo. — Fue solamente un pensamiento.

— Un buen pensamiento. — murmuró Simon. — Descargaron todo esa furia y odio


contra las características que hacían a Clara hermosa y deseable.

— También pueden haberla torturado para conseguir algo de información. —


intervino Walter, aunque su expresión demostraba que tenía dudas al respecto.

— Pero creo que Clara habría dicho todo lo que sabe simplemente con que la
hubiesen amenazado con una daga. Antes mismo de que tocasen un solo mechón de su
cabello. Era muy vanidosa. La belleza era todo para ella. Y, como estaba amordazada,
imagino que el objetivo del asesino no era conseguir algo de información.

— Entonces todavía no tenemos nada. — Tormand miró a la jarra vacía y resistió


las ganas de llenarla de nuevo.

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— No, tenemos un asesino que estaba determinado a hacer que parecieses el
culpable. — respondió Simon. — Por lo tanto, debemos buscar al maldito entre tus
enemigos.

— ¿Y por qué no entre los enemigos de Ranald? ¿Qué sería más humillante para
un hombre que todos supiesen que su mujer se acostó con otro antes de encontrarla
muerta en la cama de matrimonio?

— Todos sabían que Clara era casi una prostituta para interesarse por una de sus
aventuras. Y la amante de Ranald también es muy conocida. Era de conocimiento público
que ninguno de ellos honraba los votos del matrimonio. — Simon se levantó. — ¿Quieres
venir conmigo a buscar alguna pista?

Reticente, Tormand se levantó. Volver a la escena del crimen era lo último que le
gustaría hacer, pero sabía que eso podría ayudarlo a encontrar algunas respuestas.
Solamente esperaba que Ranald no estuviese allí, pues el marido traicionado sabía que él
y Clara habían sido amantes y a penas conseguiría disimular su desagrado.

No entendía ese trato en relación a su persona específicamente, ya que la mayoría


de los hombres de la corte se habían acostado con ella. Y, para ser honesto, no le
importaba ver el desagrado en ese rostro en caso de que se viese obligado a encarar a
Ranald en su propia casa, mientras el cuerpo de Clara estaba siendo preparado para el
entierro.

— Bueno, fue divertido. — murmuró Tormand una hora más tarde, mientras seguía
a Simón por uno de los túneles que los amantes de Clara habían utilizado en muchas
ocasiones.

Ranald, por cierto, estaba tan mal como él. Era visible que el hombre estaba
nervioso, quizás incluso triste, y posiblemente vio en él el blanco perfecto para descargar
su rabia.

Si no fuese por la intervención de Simón, Tormand y Ranald estarían luchando con


sus espadas en ese momento.

— Por un instante, llegué a pensar que él había podio amar a Clara, pero en
realidad está triste por perder la influencia de su esposa. — dijo Simón, sujetando una
lámpara mientras observaba el suelo. — Puede haber sido prácticamente una prostituta,
pero tenía alguna influencia. Clara obtenía mucha información de los hombres con los que
se acostaba y, de esa forma, ayudaba mucho a Ranald. El también debe estar sufriendo
por la visión de lo que ha quedado de su hermosa esposa. Pero, no puedo descartar la
posibilidad de que él la haya matado. — dejó de andar de repente. — Mira aquí. —
murmuró al agacharse.

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Tormand se agachó a su lado y miró de cerca el lugar que Simón le indicaba.

— ¿Sangre?

Simon tocó la mancha y analizó la punta del dedo.

— Sin duda, es sangre. Estamos de suerte. El suelo de piedra no absorbió la


sangre y el lugar es lo suficientemente frío para conservarla. — se levantó. — Creo que
encontramos nuestra pista.

La esperanza de encontrar una rápida solución para ese misterio aumentaba,


mientras Tormand seguía a su amigo. Las marcas de sangre los llevó a fuera del
pasadizo, en dirección a un callejón cercano a la posada más popular de la ciudad, donde
había un constante movimiento de personas y caballos.

Tras casi una hora buscando más pistas, Simón fue buscar un perro. Tormand
todavía estaba tras el rastro, aunque sus esperanzas empezaban a disminuir.

Cuando el perro de Simón, Bonegnasher, consiguió rastrear algo, Tormand sintió


que no debería dejar de tener esperanza. La búsqueda terminó en una cabaña vacía
fuera de la ciudad. Podía sentir el olor de la sangre y no necesitaba las habilidades de
Simón para saber que habían encontrado el lugar donde Clara había sido torturada. El
asesino no se había molestado en limpiar la cabaña. Sintió ganas de vomitar, pero se
controló y permaneció al lado de su amigo, que investigaba el lugar con calma y cuidado.

No tenía los dones de las mujeres de su familia, pero poseía una sensibilidad
agudizada y era capaz de captar las emociones en el ambiente. Cerró los ojos e intentó
captar los sentimientos que habían dejado allí los que estuvieron antes que él. El miedo
no fue una sorpresa, pero, al insistir, percibió otras cosas. También había en el ambiente
rabia y odio, y sospechaba que esos sentimientos habían sido los factores responsables
de la mutilación de la víctima. Esas emociones estaban marcadas por la locura.

— ¿Has descubierto algo? — preguntó Simon.

Tormand abrió los ojos y llegó a la conclusión de que su amigo pensaba que él
tenía algún don.

— Miedo, rabia, odio, frialdad y… creo que… locura.

— Probablemente.

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— ¿Has encontrado alguna pista más? — Tormand quiso saber, siguiendo a Simon
a fuera de la cabaña y respirando hondo con la esperanza de librarse del olor de la
muerte que estaba impregnado en su nariz.

— Creo que cuando se llevaron a Clara de aquí, ya estaba muriendo. — Simon


levantó la mano. — Mira, he encontrado esto.

Tormand frunció el ceño ante la pequeña horquilla para el cabello que su amigo
agarraba.

— ¿Crees que era de Clara?

— No sé, lo encontré en el suelo. — Simón se metió la horquilla en el bolsillo. —


Puede haber pertenecido a la mujer que vivió aquí, pero aun así lo guardaré.

— Entonces, fallamos.

— Bueno, no encontramos al asesino, pero yo ya contaba con eso. Es algo que


llevará tiempo.

— Otra mujer podría morir.

— Me temo que sí, pero no hay nada que podamos hacer.

— ¿Debemos simplemente esperar a que suceda?

— No podemos vigilar a cada mujer de la ciudad, Tormand. Simplemente


seguiremos buscando, amigo mío. Hasta que encontremos y capturemos a ese bastardo.

Solamente espero que no me ahorquen antes, concluyó Tormand pensando.

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Capítulo III

Cuando entró en el comercio, Morainn vio al dueño del establecimiento hacer la


señal de la cruz. Pensó en marcharse, pero necesitaba los barriles de sidra e hidromiel
que solamente él vendía en la ciudad.

Podría ignorarlo de la misma forma que hacía con el resto de la gente de la región
que se alejaban cuando ella pasaba, se santiguaban y rezaban en voz baja, creyendo
que, de ese modo, alejarían el mal. Ese comportamiento la hería, pero ya estaba
acostumbrada a ese dolor e intentaba convencerse de eso.

De todas formas, no eran más que unos hipócritas, pensó mientras la tristeza se
transformaba en rabia.

Después de todo, era a ella a quien acudían cuando alguien se hacía daño o se
enfermaba y las sanguijuelas o la partera no los podía ayudar. También la buscaba
cuando necesitaban respuestas que nadie más les podía dar. Si era tan mala, ¿por qué
iban a llamar a su puerta para pedirle ayuda?

Respiró hondo para clamar la rabia que solamente le causaría dolor de cabeza. Por
el modo en que el dueño de la tienda la miraba, pálido, dedujo que el infeliz tal vez,
tuviese miedo de que lo transformase en una salamandra o en algo peor. Si tuviese ese
poder, no sería tan buena.

Ya estaba terminando de negociar con el hombre cuando sintió un extraño frío


recorrer su columna y sabía que no era a causa del clima. Olfateó el aire como si fuese un
perro de caza, agradeció al hombre por la reticente ayuda y dejó la tienda
apresuradamente. Le llevarían los barriles a su casa a la mañana siguiente. Lo que fuera
que estuviese en el aire no era su problema, pensó y empezó la larga caminata de vuelta
a casa.

Cuando alcanzó la salida de la cuidad, donde vivían aquellos que tenían el dinero
suficiente para tener grandes extensiones de tierra, un hombre salió de una de esas
grandes propiedades, cerca de donde ella pasaba. Se dio cuenta de que él estaba
temblando, tenía el rostro pálido y sudado y estaba gritando. Pensó en ayudarlo, pero el
buen juicio la hizo cambiar de idea. La gente no solía apreciar su gentileza.

Venidas de otras casas y del centro de la cuidad, la gente corría hacia él, atraídos
por los gritos. Mirando a su alrededor, Morainn buscó un lugar para esconderse de la
multitud. Se metió tras un árbol cercano.

Aunque sabía que podía seguir su camino por detrás de las casas, se quedó allí
por simple curiosidad. El escalofrío que había sentido en la tienda estaba todavía más
intenso y de repente supo que alguien había muerto violentamente. La intuición le decía

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que saliese de allí y huyese de esas personas que enseguida estarían buscando un
asesino.

— ¡Mi mujer está muerta! — exclamó el hombre. — ¡Muerta en nuestra cama! —


se inclinó y vació todo el contenido de su estómago.

Uno de los hombres que lo ayudaron entró en la casa para salir algunos minutos
después, como si fuese a vomitar también. Muchos querían invadir la residencia y ver lo
que los había afligido tanto. Morainn no conseguía entender ese tipo de curiosidad.

De repente, la multitud se quedó en silencio, y Morainn vio que la gente abría paso
para que otros dos hombres pasasen. Reconoció al más alto de cabellos negros, era sir
Simón Innes, uno de los hombres del rey, conocido por ser capaz de resolver cualquier
enigma. Cuando puso los ojos en el otro hombre que estaba al lado de él, casi dejó de
respirar.

Era el hombre de sus visiones. No conseguía ver si él tenía los ojos de colores
diferentes desde donde estaba, pero no tenía ninguna duda de que era él. Exactamente
como lo había soñado. Con largos cabellos pelirrojos y hombros anchos.

Bajo la sombra de los árboles, Morainn se acercó a la casa, con la esperanza de


descubrir el nombre del hombre que aparecía en sus sueños.

— Sir Simon — gritó el hombre, perturbado al agarrar el brazo de Innes. —


Necesito su ayuda. Isabella fue asesinada. Ella… ella. — empezó a llorar.

— Intente calmarse, sir William — pidió Simon. — Encontraré al culpable. Le doy


mi palabra. Ahora, por favor, déjeme ver lo que sucedió.

— Se trata de una escena muy desagradable. — murmuró el hombre que había


entrado en la casa después de sir William.

— Ni siquiera llegué a pisar el cuarto. Solamente una mirada fue suficiente.

— Lo mismo me sucedió a mí. — informó sir William.

— Y no tengo duda de que está muerta. Fue brutalmente asesinada. — De


repente, se dio cuenta del hombre que estaba parado al lado de Simon. — ¿Qué está
haciendo aquí ese salvaje?

— Sir Tormand Murray me ha ayudado a resolver otros casos antes. Quiero que
me ayude esta vez, para asegurarme de poner una cuerda alrededor del cuello correcto.

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— Cómo sabe que él...

— Cuidado, sir William — avisó Simón con voz tan fría que hasta Morainn tembló.
— No diga ningún insulto de que se pueda arrepentir. Es bueno haciendo cuentas, pero n
o es tan bueno con la espada. Y Tormand es muy bueno con las armas, igual que yo.

Sir William se puso pálido, demostrando que había entendido el recado. Mordió el
labio en señal de nerviosismo y respiró hondo algunas veces antes de pronunciarse de
nuevo:

— Él la conoció antes de que yo me casase con ella.

Simon sujetó a sir William por los hombros.

— Lo que importa aquí es quién estaba casado con ella.

Los hombres hablaban tan bajo que Morainn apenas podía oír lo que decían.

— El también conocía a lady Clara, y ella fue asesinada hace tres días. — la
acusación estaba implícita en la voz de sir William, revelando que ya se había olvidado de
las amenazas, pero sabiamente hablaba en voz baja.

— Desafortunadamente mi amigo conocía a muchas mujeres. — respondió Simon.


— Pero, eso solamente lo convierte en un mujeriego, no en un asesino. Si continua con
esas tonterías, acabará dificultándome el trabajo y desviando mi atención del verdadero
culpable, sir William.

El pobre hombre asintió, pero todavía seguía mirando mal a Tormand.

Morainn estudió las bellas facciones de Tormand Murray y constató que él no debía
tener la menor dificultad en conseguir que las mujeres que desease estuviesen a sus pies.
Incluso podía ser inocente de los crímenes, pero ella sospechaba que tenía otros
pecados. Y se sintió bastante decepcionada con ese pensamiento.

— Ahora, permítanos ver lo que ha sucedido. — pidió Simon. — Cuanto antes


cumplamos con nuestro deber, antes podrá cuidar de su Isabella. Tengo la certeza de que
desea prepararla para el funeral.

— No creo que eso sea posible. — opinó sir William con la voz ronca. — La
cortaron en pedazos. ¿Lady Clara también sufrió tamaña crueldad?

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El rostro de Simón le decía a Morainn que él no estaba nada satisfecho por la
rapidez con la que se extendía esa historia. Que las mujeres de la nobleza estuviesen
siendo asesinadas ya era suficiente motivo para provocar rabia y miedo en los habitantes
de la cuidad. La forma en que estaban siendo asesinadas solamente empeoraba la
situación. Si los demás pensaban de la misma forma que sir William, entonces Tormand
Murray estaba en peligro. Cuanto más tardasen en encontrar al asesino, más sospechas
recaerían sobre los hombros de su amigo.

Cuando los hombres entraron en la casa, Morainn dudó si debería quedarse, o


marcharse y olvidar ese asunto. Si la descubrían allí, tendría problemas. Alguien a quien
llamaban bruja no debería ser sorprendida cerca de donde una mujer había muerto de
forma tan horrible. Aunque estuviese allí solo por curiosidad. Suspirando, decidió esperar
hasta que los dos hombres volviesen, prometiéndose a sí misma que se marcharía si
alguien la viese.

Tormand miró a los restos mortales de Isabella Redmond y deseó salir corriendo
del cuarto. Los hermosos cabellos negros cortados cubrían el cuerpo armonioso. Aunque
sospechaba que los mechones no habían sido cortados en ese cuarto, sus instintos le
decían que ella había muerto en otro lugar y que esa escena había sido montada
cuidadosamente. Como en el caso de Clara, el rostro de Isabella había sido desfigurado.
Los grandes ojos verdes, con los que ella atraía a los hombres a su cama, estaban en un
pequeño cuenco sobre la mesita de noche. Sus hermosos pechos estaban separados del
cuerpo. Las horribles heridas eran numerosas. Tormand pensaba en cuanto había sufrido
la pobre mujer antes de morir.

— El cuerpo de Isabella está en peores condiciones que el de Clara. — opinó


Simon. — O el asesino odiaba a Isabella más que a Clara, o estaba todavía más irritado
por qué hubieses escapado de la trampa que te preparó para que te ahorcasen.

— Rezo para que todo esto haya sido hecho porque Isabella tardó en morir. — dijo
Tormand, observando a Simón empezar a buscar pistas por el cuarto.

— Estaba embarazada.

— ¡Por Dios, no puede ser!

— Creo que si. Espero que William no lo supiese. Se volvería loco de tanta rabia y
tristeza.

— Y descargaría todo eso en mí. No voy ni a preguntar como sabes eso.

— Es mejor. Ya te estás poniendo pálido.

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— ¿Crees que el asesino lo sabía y se puso más nervioso por eso?

— Es posible. — Simón frunció el ceño al mirar al suelo, cerca de la ventana. — La


trajeron por aquí.

— Es me hace pensar que buscamos a un hombre fuerte y ágil.

— Fuerte, sí. Pero no tiene por qué ser ágil, solamente tener suerte.

— ¿Vamos a usar al perro de nuevo?

— Enseguida. — respondió Simon. — Cuando sir William esté lo suficientemente


ocupado para no desconfiar de lo que vamos a hacer.

— ¿Tienes miedo de que él quiera unirse a nosotros en la caza?

— El y todos esos tontos que están reunidos delante de la casa.

Tormand tenía que admitir que su amigo tenía razón. La vecindad se convertiría en
una multitud ruidosa. Si el criminal estaba cerca, se daría cuenta de lo que estaba
pasando y huiría. Aunque él creía que el asesino no era tan estúpido como para estar allí
observando la reacción de la gente.

Cuando iba a preguntar si Simón había descubierto algo más, escuchó el ruido de
la gente agitada fuera.

— ¿Qué diablos está provocando ese barullo?

— No lo sé. — Simon respondió, saliendo del cuarto. — Pero dudo que sea algo
bueno.

— ¡Mirad allí! — gritó alguien en medio de la multitud. — ¿No es la bruja Ross?

Esas palabras interrumpieron los pensamientos de Morainn sobre Tormand Murray.


Sintió un frío en la espina al girarse lentamente hacia la multitud. Entonces, se dio cuenta
de que la vieja Ide, la partera, señalaba con uno de sus sucios dedos en su dirección, y el
recelo empezó a convertirse en miedo.

La vieja Ide la odiaba, del mismo modo en que había detestado a su madre, pues
la veía como una rival. Siempre que podía, la mujer le causaba algún problema. Y ese no

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era ni el lugar ni el momento para encontrarse con esa enemiga.

— ¿Qué estás haciendo aquí, bruja?

Morainn soltó un grito de susto cuando sir William la agarró por el brazo. Se culpó
íntimamente por su estupidez. Si no estuviese distraída pensando en sir Tormand, no
habría sido vista por la vieja Ide. Hacía diez años, Ide había incitado a la multitud contra
su madre. Ahora la habían sorprendido y dudaba que esas personas estuviesen
dispuestas a escuchar cualquier explicación.

— Me quedé atrapada aquí por culpa de la multitud. — respondió, intentando


disimular el miedo, cuando sir William apretó su brazo con más fuerza.

— Ha venido porque alguien murió aquí. — dijo la vieja Ide, abriéndose camino
entre la gente. — La gente de su calaña siempre va donde está la muerte. Pueden sentir
su olor.

— No seas más tonta de lo que ya eres. — replicó Morainn.

— ¿Tonta, yo? Lo sé todo sobre ti, bruja. Has venido aquí para apoderarte del alma
de esa pobre mujer que fue asesinada en esa casa.

Morainn estaba a punto de llamarla loca cuando un murmullo en la multitud llamó


su atención. Algunas personas estaban de acuerdo con las tonterías de Ide, lo suficiente
para impedirle escapar. Si la vieja no se callaba, temía que más personas creerían esas
mentiras. Recordaba muy bien como Ide podía controlar a esa gente, y dudar de las
amenazas de la vieja fue lo que provocó la muerte de su madre.

— Estaba yendo hacia casa. — explicó, intentando parecer en calma.

— No tenías que haberte parado aquí. Podrías haberte desviado de nosotros.


Pero, no, aquí estás, escondiéndote en las sombras. — grito Ide para la multitud: — Ella
anda tras el alma de la pobre mujer.

Morainn miró para sir William, con la esperanza de encontrar un aliado, pero él la
miraba como si ella fuese hacer exactamente lo que la vieja decía.

— No soy bruja ni estoy aquí para apoderarme del alma de nadie. — intentó
defenderse.

— Entonces, ¿por qué has venido a la cuidad? Fuiste expulsada de aquí, ¿no es
cierto?

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— Puedo haber sido expulsada, sir William, pero nadie protesta cuando vengo a
curar a alguien o a gastar mi dinero en las tiendas.

— Eso no explica por qué estabas escondiéndote, espiando en las sombras, cerca
de mi casa.

— ¿Y por qué el señor no les pregunta a ellas que están haciendo aquí? — miró a
la vieja Ide. — Si, ¿por qué no pregunta que hacen reunidos aquí, como cuervos,
alimentándose de la desgracia ajena?

Morainn se arrepintió enseguida de sus palabras. La multitud se irritó tanto que dio
más crédito a Ide para que continuase sementando sus mentiras. No tendría la ayuda de
sir William tampoco. El hombre la miraba como si se fuese a transformar en un demonio
en cualquier momento.

Mientras intentaba liberarse, hacía de todo para convencerlos de su inocencia. Aun


así, era obvio que no la creían. Presintió que esa vez sufriría algo peor que ser expulsada
de la cuidad.

— ¡Silencio!

Ese grito se sobrepuso a todo el barullo que hacía la multitud y asustó tanto a
Morainn que hasta desistió de golpear a sir William como había planeado. Simon y
Tormand estaban parados delante de la multitud, con las manos en las espadas. Morainn
rezó para que ambos fuesen los salvadores que necesitaba.

Después de conseguir el silencio que había ordenado, Simón prosiguió con voz
calma, pero firme:

— ¿Qué está sucediendo aquí? ¿Habéis olvidado que os encontráis delante de


una casa que está de luto?

— La bruja fue capturada, sir. — dijo la vieja Ide, señalando a Morainn.

— Si. — afirmó una mujer gorda de cabellos grises. — Ide dice que la bruja vino a
robar el alma de la mujer que ha muerto.

La mirada que Simón lanzó a la multitud hizo que muchos se avergonzasen y


bajasen la cabeza. Morainn estaba agradecida por no ser el blanco de esa mirada de puro
desprecio. No conseguía ver claramente el rostro de Tormand, pero todo le hacía pensar
que la expresión de él también era de reprobadora.

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— Ninguno de vosotros debería creer en esas supersticiones. — dijo Simón. En
seguida miró a Ide. — Y la señora no debería crear más confusión delante de esta casa.
¡Silencio¡ — ordenó cuando la mujer intentó protestar. — Solamente un tonto diría tal
bobada. O una persona que quiera perjudicar a otra. ¿Tienes miedo de perder tu posición
como partera, Ide Bruce?

La gente se giró hacia la vieja señora con rabia y sospecha. La mujer se cruzó de
brazos y no dijo nada más. Morainn sintió que William empezaba a soltar su brazo cuando
Simón la miró. Arriesgándose a echar una mirada a sir William, vio que él se sonrojaba.

— ¿Es esa la mujer? — preguntó Simon.

Cuando sir William afirmó con la cabeza, Simón hizo una señal para que la trajese
más cerca. Morainn tropezó cuando la empujó con fuerza. Una dura mirada de Simón hizo
que sir William la soltase. Se masajeó el brazo, mirando a su salvador y conteniéndose
para no mirar a Tormand Murray.

— Si, esa es la bruja Ross — sir William respondió.

— ¿Es la mujer que fue expulsada de la cuidad por todos vosotros? — preguntó
Simon, mirando para ella y después para la multitud. — No debía ser más que una niña
cuando la echasteis. ¿Tanto os asustaba? — Como la mayoría era incapaz de mirarlo,
negó con la cabeza y la observó de nuevo. — ¿Cuál es tu nombre?

— Morainn Ross.

— No creo lo que dice esa mujer. — le dedicó una sonrisa desanimada cuando Ide
suspiró ultrajada. — Estás claro que ella cree que le robas el trabajo. Pero por el bien de
todos los que son seducidos por las mentiras que ella cuenta, dime, ¿por qué estás aquí
muchacha?

— Viene a la ciudad a comprar algunos barriles para almacenar la cerveza y la


sidra que preparo. — por el rabillo del ojo, vio que el tonelero estaba intentando escapar.
— Allí está el dueño de la tienda, sir. El puede confirmar que digo la verdad.

El tonelero paró y miró para Simon.

— Es verdad, sir. — él se rascó la barba. — Simplemente me sorprendió que


estuviese tan lejos del centro de la cuidad, de camino a casa. La muchacha debe caminar
rápido.

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— Tal vez haya ido volando, ¿no, Ide? — gritó un hombre.

Cuando la multitud se echó a reír, Morainn se relajó.

— Es una bruja. — insistía Ide, que no pretendía desistir tan fácilmente de la


batalla.

— ¿Ha hecho daño a alguien? — preguntó Tormand, con voz profunda y fría.

La gente murmuró negativamente.

— ¿Mintió? ¿Engañó? ¿Robó? — insistió.

Todas las respuestas fueron negativas.

— Ah, pero la señorita Ross ha curado a alguno de vosotros, ¿no?

Esta vez la respuesta fue afirmativa.

— Entonces, si no es una bruja, ¿por qué la habéis expulsado? Le preguntó a un


joven.

— Sospecho que alguien instigó a la multitud con mentiras y supersticiones.


Cuando los rumores se expandieron, no hubo como deshacer el mal que se había hecho.
— Tormand sonreía, mientras Ide era observaba por la gente, dando a entender que no
era la primera vez que la vieja actuaba de mala fe. — Marchaos a casa. Y sentíos
avergonzados por no haber respetado una casa de luto y por haber escuchado las
mentiras de esa mujer envidiosa.

Morainn observó a Tormand. En su corazón, supo que él la creía y que no había


dicho todo eso solamente para dispersar a la multitud. Intentó contener la admiración por
ese hombre. No podía dejarse llevar por una pasión ni aunque fuese pasajera. Tormand
estaba fuera del alcance de alguien como ella y su reputación con las mujeres no le
ofrecía ninguna esperanza de que a él le importase ella o le fuese fiel. La único que
podría hacer por él sería intentar evitar que fuese ahorcado por unos crímenes que no
había cometido.

Tormand vio a la gente marcharse y volvió a mirar a Morainn Ross. Casi perdió el
aliento cuando los dos se miraron. Los grandes ojos azules del color del mar lo
observaban con sorpresa y cautela. Los cabellos negros llegaban a la altura de la cintura.
Era imposible ver las formas del cuerpo femenino debajo de esa capa oscura, pero llegó a
percibir que tenía los pechos y las caderas voluptuosas. No era tan pequeña como las

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mujeres de su familia, pero tampoco era alta. Sospechaba que la cabeza de Morainn
llegaba a su barbilla.

Aun así, fuel el rostro de trazos delicados lo que lo dejó fascinado. Las cejas
formaban dos arcos perfectos sobre los hermosos ojos, las pestañas eran largas y
abundantes. La piel no tenía marcas, lo que era una rareza, y tenía un leve tono dorado.
Pensó si tendría ese color en todas partes. La nariz pequeña y el rostro en forma de
corazón contrastaban con la barbilla ligeramente prominente. La boca era sensual, los
labios llenos y rosados. No fue esa mujer la que se había imaginado cuando Walter la
había sugerido que hablase con la bruja Ross.

— Vete a casa, muchacha. — pidió Simon. — Será mejor que evites este lugar
durante algún tiempo.

— ¿Por qué todos han escuchado las mentiras de Ide? — preguntó Morainn,
sintiendo que la rabia crecía dentro de ella por tanta injusticia.

— Creo que si. Sé que es injusto, pero no podemos discutir ese asunto en este
momento. — Después de que Morainn se marchó, Simón se giró hacia sir William. —
Está todo terminado. Tal vez el señor quiera ver a su esposa. Mis más sinceras
condolencias.

Sir William asintió, entonces miró en dirección a Morainn.

— ¿El señor tiene la certeza de que ella no es una bruja? La iglesia dice que...

— La iglesia dice muchas cosas que debemos interpretar con buen juicio. Ella no
es una bruja, sir William. Es solamente una buena curandera, nada más.

— Dicen que tiene visiones. ..

— He escuchado algo al respecto, pero si las visiones ayudan a solucionar los


problemas de la gente, ¿qué hay de malo en eso? Vaya, sir William, atienda a su esposa
y déjenos encontrar al asesino.

Mientras caminaba al lado de Tormand, Simon explicó calmadamente:

— La expulsaron de la cuidad cuando era una niña.

— Si. — Tormand se sorprendió de su propia rabia. — Esperaba encontrarme a


una mujer de mediana edad o incluso a una anciana. Tal vez la sugerencia de Walter
tenga algún mérito.

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— ¿Qué sugerencia?

— Que encuentre algo que haya tocado el asesino o la víctima y se lo lleve a ella
para que coja y tenga una visión de quien cometió los crímenes.

— Quieres verla de nuevo.

Tormand sonrió. No podía negarlo. Lo que lo perturbaba era la fuerza de la


atracción que sentía por ella. Su interés por las mujeres nunca había sido tan intenso. Era
preocupante, pero al final sabía que no marcaba ninguna diferencia. Tal vez Morainn no
fuese bruja, pero poseía algún poder que lo llevaría a su lado, de eso no tenía ninguna
duda.

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Capítulo IV

Los ojos de Tormand brillaban tanto por el fuego de la pasión, que Morainn podía
sentir que el calor la dominaba mientras la observaba. Los ojos de diferentes colores, uno
azul y el otro verde, parecían devorarla mientras él la tomaba en brazos. Gimió de
satisfacción cuando los labios pecaminosos cubrieron los suyos. Sus brazos delgados
envolvieron el cuerpo fuerte mientras él se apoderaba de su boca, la lengua atrevida
atizaba el calor que la consumía de una forma que nunca había sentido.

Ansiosa y hambrienta por él, le sacó la ropa al mismo tiempo que él arrancaba las
suyas, hasta que estuvieron completamente desnudos. La visión del cuerpo musculoso le
hizo perder el aliento. Cuando se abrazaron, gimió de placer. Era un hombre muy
hermoso y fuerte. Sentía la prueba del deseo masculino presionado contra su vientre,
rígido, poderoso. Sus pechos estaban entumecidos, deseando el toque de Tormand.

Él la acostó en una cama enorme y blanda, las sabanas de lino heladas le


provocaban escalofríos en la piel caliente. Cuando él la cubrió con su cuerpo, lo recibió
con los brazos abiertos. La forma en que encajaban era tan perfecta, que ella gritó su
nombre. Los labios expertos pasearon por su cuello suavemente, dejando un rastro de
fuego, mientras sus manos frágiles acariciaban el cuerpo musculoso. Cuando el calor de
los labios de Tormand tocó sus pechos, se arqueó, implorando más.

De repente, él desapareció. Ella se sintió como si una parte de su alma hubiese


sido arrancada. Se sentó y lo buscó. Entonces, fue empujada de vuelta al lecho, esta vez
de forma nada gentil. Sus muñecas y sus tobillos fueron amarrados a los postes de la
cama y el miedo creció tanto dentro de ella que casi la sofoca. El aroma de un rico
perfume se apoderó de su nariz, y ella tosió. Gritó para que Tormand la salvase de
aquella amenaza invisible.

— Tu amante está maldito. — susurró una voz fría y suave. — Igual que tú, bruja.

Ella vio una daga manchada de sangre sujetada por una mano delicada y gritó.

Morainn se levanto de golpe de la cama, asustando a los gatos que dormían con
ella. Ver que estaba en su cuarto disminuyó los latidos desenfrenados de su corazón. Era
la tercera vez que tenía ese sueño, ahora con más detalles. No sabía cuántas veces más
podría aguantarlo, aunque ayudase a responder por qué esas pobres mujeres estaban
siendo asesinadas o quién era el autor de los crímenes. Tenía la certeza de los sueños
intentaban mostrarle algo.

— ¿Pero de qué forma estará Tormand Murray relacionado con esas muertes? —
pensó en voz alta.

Miró a través de la pequeña ventana y vio que el sol estaba saliendo. Salió de la

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cama refunfuñando. Un ruido en la puerta llamó su atención, haciendo que su corazón
saltase del susto. Respiró hondo para calmarse y vio a Walin, observándola, preocupado.
Debía de haberlo despertado. De nuevo.

— Has gritado. — dijo él.

— Creo que sí, mi amor. — respondió ella. — Esas visiones son muy
perturbadoras. Están intentando decirme algo importante, pero todavía no soy capaz de
entender el mensaje. — Solamente la parte que mostraba que Tormand Murray la
deseaba como amante. — Siento mucho haberte despertado. Pero no puedo prometerte
que no volverá a suceder.

— Por lo menos esta vez despertaste a la hora de levantarse.

— Si. — asintió, con una sonrisa. — Ve a vestirte, para tomar el café de la mañana,
querido.

Cuando el niño se fue, se quedó mirando al techo. Esos sueños eran tan
preocupantes, y no solamente por la forma en que terminaban. Ella nunca se había
imaginado en la cama de un hombre antes de soñar con Tormand Murray. A pesar de la
visión horrible del final, todavía estaba excitada. No entendía que le estaba pasando. Lo
había visto una sola vez. Aunque la hubiese defendido de la multitud furiosa, no era
motivo para que soñase con estar en sus brazos y le gustase lo que sucedía entre ellos.
Principalmente cuando su propio amigo lo llamaba mujeriego.

Suspiró y se fue a lavar.

Dos mujeres habían sido brutalmente asesinadas. De acuerdo con sir William,
Tormand las conocía y por eso era sospechoso de sus muertes.

Por medio de las pocas personas con las que había hablado, consiguió descubrir
algo sobre las mujeres asesinadas. Lady Clara y lady Isabella se habían acostado con
varios hombres, aunque lady Isabella le había sido fiel a su marido después de la boda.
Aun así, sir William sentía celos de Tormand, y lo mismo podía suceder con los demás
hombres. Sus visiones le decían que era inocente, igual que sus instintos, pero ella sabía
que eso no era suficiente para salvarlo de la horca.

Después de haberse cambiado de ropa, bajó para unirse a Walin a la mesa y


desayunar. Tenía que hacer algo para evitar que Tormand fuese ahorcado. Era eso lo que
las visiones le intentaban decir. Solamente le gustaría descubrir algo útil antes de que
fuese demasiado tarde.

Mientras trabajaban en el jardín, Walin, finalmente, se pronuncio sobre los sueños


que la molestaban.
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— Tal vez fuese bueno que mantuvieses una conversación con sir Tormand. El es
el hombre de los ojos de colores diferentes, ¿no?

— Si. ¿Pero que le iba a decir, Walin? ¿Qué sueño con él? Sir Tormand puede
haberme defendido, pero eso no significa que creerá en mis visiones. Puede pensar que
solamente quiero llamar su atención.

— ¿Por qué es un mujeriego?

— Por eso mismo. — Probablemente, no era lo mejor que le podía decir a Walin,
pensó antes de añadir: — Además, ¿qué podría hacer el aunque creyese en mis sueños?
Ya está ayudando a sir Simón a buscar al asesino. Y no creo que él sea del tipo de los
que huyen de los problemas. Los sueños todavía no me han dicho lo suficiente para poder
ayudarlo.

— Quizá estás pasando algo por alto porque estás asustada.

— Puede ser, mi sabio amiguito. Voy a intentar evaluar mis sueños más
atentamente. — aunque me dejen aterrorizada y ardiendo de deseo al mismo tiempo,
concluyó de pensamiento. — Realmente siento que sir Tormand está cada día más cerca
de la horca.

— ¡Morainn! — gritó una mujer en frente a la cabaña.

— ¡Aquí en el jardín, Nora! — Morainn sonrió al ver a su más antigua y fiel amiga.
— Que bueno que hayas venido. Me voy a limpiar y después tomaremos un poco de
sidra.

— Me parece buena idea. — respondió Nora, jugando con los tirabuzones del
cabello de Walin.

No tardó mucho tiempo en unirse a Nora a la sombra de un enorme árbol cerca de


la cabaña. Le entregó una jarra de sidra fresca y se sentó al lado de su amiga en un viejo
banco de madera. Tomó un trago de la bebida y miró como Walin jugaba con los gatos.

— Me alegro de verte, pero pensaba que me vendrías a visitar la próxima semana.


— le dijo a su amiga.

Nora se puso colorada y le mostró la mano derecha.

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— ¿James finalmente te pidió matrimonio? ¿Estás prometida?

Cuando Nora asintió con la cabeza, Morainn la abrazó y sonrió.

— ¿Una boda de verdad?

— Si. Me voy a casar y quiero que todo sea como dicta la tradición.

El brillo en los ojos oscuros de Nora le indicaba que ella creía en cada palabra.

— Entonces, ¿la familia de James te aceptó?

— Si. Son buenas personas y no los culpo por haber deseado que él buscase una
esposa de posición más elevada que la mía. No soy una cualquiera, pero tampoco soy de
la misma clase social que él. No tengo tierras ni dote. Aun así, ellos saben que James y
yo nos amamos y no pudieron negarle la bendición a su hijo. — Nora miró a Morainn a
los ojos. — Les dije que serías mi madrina de boda.

— Ah, no, Nora — Morainn empezó a protestar.

— Claro que sí, me enorgullece decir que no se opusieron. Así que no te


preocupes, serás bien recibida. Lo único que me preguntaron fue sobre Walin. Sabes que
todos comentan que es tu hijo.

— Si, lo sé. A veces eso me hiere y me causa cierto problema con los hombres,
pero yo nunca abandonaría a ese niño.

— Fue lo que les dije a ellos. También les conté como él vino a parar a tu casa.
Sabes que tenerlo a tu cuidado perjudica tu buen nombre…

— ¿Qué buen nombre? ¿El de la bruja de Ross?

Nora la ignoró y siguió diciendo:

— Ellos no sabían que tenías solamente trece años cuando te expulsaron de la


cuidad. Y que continúes luchando para sobrevivir fue lo que los conquistó definitivamente.
Entonces, ¿aceptas?

Morainn tenía muchas dudas en cuanto a participar en la boda de Nora, pero las
hizo a un lado. Su amiga y su familia no tenían la culpa de lo que le había sucedido en el

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pasado.

— Si, acepto. ¿Cuándo será?

— Un mes después del sábado. Y Walin también está invitado. — Antes de que
Morainn pudiese protestar, Nora añadió: — El otro motivo que me trajo aquí…— respiró
hondo y bebió su sidra. — Otra mujer fue asesinada.

— ¡No me digas!

— Si, lady Marie Campbell, que estaba casada con el dueño de las tierras de
Banloch. Él está en la cuidad para vender las lanas de su clan. — Nora suspiró. — Por lo
menos esa mujer no estaba embarazada.

— ¿Las otras lo estaban?

— Lady Isabella, si. Me da pena su marido, pues el hijo podría no ser de él. Parece
que acababa de volver de un viaje a Francia que duró seis meses. Y el embarazo de lady
Isabella estaba empezando.

— Pero escuché decir que ella era fiel a su marido, a diferencia de lady Clara.

— Creo que su buena reputación viene del hecho de que a muchos no les gusta
hablar de los muertos. Lady Marie era una buena esposa, su marido y ella se amaban. Él
está profundamente desolado. Ahora es viudo y con dos hijos pequeños.

— ¿Qué será lo que está sucediendo? — murmuró Morainn. — Ya ha habido


muertes violentas antes, pero nada parecido a lo que está sucediendo en los últimos
días. Nunca las víctimas habían sido mujeres de la nobleza, asesinadas de forma tan
brutal.

Nora asintió, meneando sus tirabuzones anaranjados.

— Tampoco lo sé… cuando se vive cerca de la corte, pueden suceder muchos


problemas, pero no de esta forma. Tienes razón en eso. Y se ha hablado mucho de un
hombre llamado Tormand Murray. Parece que él conoció a esas mujeres antes de que se
casasen. Algunas personas encuentran eso muy sospechoso.

— El es inocente. Puede ser considerado un conquistador, pero no es un asesino.

Nora dio un respingo, sorprendida.

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— ¿Lo conoces bien?

Morainn sintió que se sonrojaba e instintivamente se llevó la mano a la cabeza.

— No — se apresuró a decir. — Quiero decir, lo vi personalmente una vez y otras


tres en mis sueños.

— ¿Has tenido visiones con sir Tormand Murray?

— Creo que muchas mujeres ya han soñado con él. — respondió Morainn con
cierta amargura. — Creo que él viene cometiendo el pecado de la carne con cierta
obstinación, pero no está matando a esas mujeres. En las tres últimas noches, he tenido
sueños de los que me desperté gritando y temblando de miedo. Al principio, sir Tormand
estaba allí y todo iba bien. — se sonrojó de nuevo y se dio cuenta de que Nora sonreía,
pero decidió ignorar a su amiga. — Los sueños terminan con mis manos y pies amarrados
a una cama, y no consigo ver a sir Tormand. Además de eso, siento que estoy en peligro.

— A veces ese tipo de visión es más una maldición que un don, ¿verdad?

— Tienes razón. No puede contarle a nadie mis sueños. ¿Quién me creería? Si sir
Tormand o sir Simón lo supiesen y no me considerasen una loca, seguramente pensarían
que soy una bruja, como muchos me han acusado.

— No tantos como imaginas, mi querida. — Nora cogió las manos de Morainn y las
apretó suavemente. — Pero continúa. ¿Esas visiones te muestran al verdadero asesino?

— Creo que están intentando mostrarme exactamente eso. Cada vez que sueño,
estoy más cerca de la respuesta. Pero me despierto gritando y acabo asustando al pobre
Walin.

— En realidad él teme por ti. Tiene miedo de que te hagas daño. Espero que
obtengas la respuesta antes de estés demasiado débil o incluso enferma.

Morainn esbozó una sonrisa.

— No estoy tan mal, ¿no?

— No, amiga mía. Solamente pareces muy cansada. Y creo que lo que te está
quitando el sueño son las decisiones que tienes que tomar.

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— ¿Una de ellas sería hablar o no con Tormand Murray?

Nora asintió.

— Me contaste que él te defendió delante de todo el mundo. ¿No es una buena


señal?

— Pero no significa que él vaya a creer en mis visiones y que pueden ayudarlo a
encontrar al verdadero asesino. Como le dije a Walin, sir Tormand tal vez piense que
solamente estoy interesada en irme a la cama con él. — se rió con Nora, pero enseguida
se puso seria. — Tengo muy poco que contarle. Lo único que vi fue una daga con sangre,
escuché una voz suave y fría, y sentí un fuerte perfume, como ese que usan las damas de
la corte. No es suficiente. Tengo que conseguir más datos para ayudar a capturar a ese
loco. O sir Tormand estará tan maldito como la voz de mi sueño me susurró que estaría.

— Los rumores están aumentando. — dijo Tormand, mientras seguía a Simón y al


enorme perro que había olfateado otro rastro de sangre.

— Lo sé. Aun así, aunque maliciosos, solamente son rumores. — opinó Simon.

— No intentes tranquilizarme, Simon. La cuerda está cada vez más cerca de mi


cuello, y ambos lo sabemos.

Cuando el perro de detuvo al lado de la cabaña de un pastor de ovejas, Simón miró


a Tormand.

— Es por eso que estamos utilizando nuestro cerebro para resolver el problema.
Necesitamos toda nuestra fuerza e inteligencia para atrapar a ese loco. Marie era una
buena mujer.

— Si — dijo Tormand, sintiendo tristeza en su corazón.

— Y aun así te le llevaste a la cama.

— Fue hace mucho tiempo. Y ella estaba triste. Su primer marido había muerto
hacía seis meses, y la soledad la torturaba. Su familia estaba intentando arrebatarle todo
lo que él le había dejado. Marie se peleaba con ellos todo el santo día. — miró a Simón y
añadió con firmeza: — No se trató de seducción, sino de consuelo. Y fue solamente una
vez. Ella le contó todo a su segundo marido antes de casarse y él la entendió.

— Eso explica por qué no está extendiendo rumores venenosos sobre ti.

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— Si, pero los más próximos a él si lo hacen. Marie y yo seguimos siendo amigos,
aunque nunca más nos hubiésemos acostado. Creo que nuestra amistad ha sido
suficiente para que algunos idiotas creyesen que éramos amantes. Y todo es por mi
culpa.

— Me gustaría decir que no. Pero, de cierta forma, la culpa es tuya, si. No eres el
tipo de hombre que se pueda acercar a una mujer sin que los demás piensen que te la
llevarás a la cama. El problema no es que te hayas acostado con muchas mujeres, sino
que las conquistas con mucha facilidad. No dudaría que algunos hombres pensasen que
utilizas algún truco o incluso magia para tener a tantas mujeres a tus pies. Y no saben que
simplemente eres un hombre normal, bendecido con la apariencia que les gusta a las
mujeres.

El comentario de su amigo no agradó mucho a Tormand.

— Gracias, Simon. Tú sí que sabes cómo consolarme. — dijo con cierto sarcasmo.

— De nada. — Simon respiró hondo. — Bueno, ya hemos perdido mucho tiempo.


Me gustaría terminar pronto con esto.

Esta vez, fue peor de lo que se temía, pues realmente le tenía afecto a Marie y la
consideraba una buena amiga. Lo sentía mucho por su marido. Observando la mancha de
sangre en la ropa de Marie, sintió que las lágrimas venían a sus ojos. Rezó para que ella
hubiese muerto rápidamente y no hubiese sentido demasiado dolor.

— Quiero a ese maldito muerto. — afirmó con voz dura. — Y, antes de que muera,
deseo que sienta el miedo que les causó a esas pobres mujeres.

— Yo rezo por ello todos los días. — respondió Simón con el mismo tono de voz, al
analizar el suelo de la pequeña cabaña.

Cuando su amigo cogió algo del suelo, Tormand se acercó.

— ¿Qué has encontrado?

— Otra horquilla para el pelo, hecha de hueso. — respondió Simon.

— ¿En la cabaña de un pastor de ovejas?

— Muchas mujeres las utilizan.

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— ¿Estás diciendo que cualquiera puede haberla perdido aquí?

Simón asintió y salió de la cabaña, seguido de cerca por Tormand.

— Es muy raro que hayamos encontrado una horquilla para el pelo en los lugares
donde sucedieron los crímenes.

Tormand miró a su amigo, incrédulo.

— ¿Piensas que el culpable es una mujer? Sé que las mujeres pueden ser tan
malas como los hombres, pero para cometer esos asesinatos necesitaron mucha fuerza,
no solamente para inmovilizar a las víctimas sino también para llevarlas hasta el donde
serían torturadas y después llevarlas de vuelta a sus casas.

— Lo sé. Por eso, no creo que esas horquillas señalen al asesino. Se trata de un
rompecabezas. Tal vez el bandido esté matando a esas mujeres porque eran adúlteras y
deja la horquilla como si fuese su marca.

— ¿Pero por qué matar a las mujeres con las que yo me he acostado?

— Esa es una buena pregunta.

Tormand maldijo esa situación, mientras tomaban el largo camino de vuelta a la


ciudad a pie. Rezó para que no hubiese más crímenes, pues no soportaría ver otro
cuerpo. La culpa le estaba robando el sueño. Aunque no habían encontrado ninguna
prueba que les indicase quién era el asesino, el hecho era que todas esas mujeres se
habían acostado con él. Cada vez más gente empezaba a relacionar ese hecho y las
sospechas iban aumentando.

Al llegar a casa, se sentía exhausto. Miró a Simón y se dio cuenta de que su amigo
no estaba mucho mejor. Todo lo que quería era darse un baño caliente y ropa limpia.
Seguidos de una buena cena, y una cama blanda. No tenía la menor duda de que Simón
ansiaba lo mismo.

Al abrir la puerta Tormand escuchó voces. Entró con una expresión ceñuda.
Conocía bien esos sonidos. Su familia había llegado.

— ¡Aquí estás! — Walter salió de la cocina, llevando una jarra de bebida. — Tus
hermanos y primos han llegado. Y no están nada felices.

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Antes de poder decir que no le importaba, Walter desapareció en el gran salón.
Tormand miró a Simón, y, sin intercambiar una palabra, los dos subieron la escalera.
Necesitaba tomar un baño y cambiarse de ropa antes de enfrentarse al interrogatorio de
su familia. Sería difícil convencerlos de que estaba todo bien con ese olor a sangre y
muerte en el cuerpo.

Una hora después, estaba listo. Su instinto le decía que no sería fácil esconder la
verdad a sus parientes, pero haría todo lo posible. No quería que su madre sufriese más.

— ¿Listo? — preguntó Simon.

— Sí, creo que sí. No los he invitado, especialmente porque sabía que me llenarían
de preguntas. Seguramente están aquí para meter las narices en mi vida.

— Algunos se sentirían agradecidos por esa preocupación.

Tormand estrechó la mirada para Simón. Sabía que su amigo decía la verdad, pero
no tenía ganas de asentir. Simón no tenía a casi nadie que se preocupase por él.
Tormand, sin embargo, se consideraba bendecido por la familia que tenía, aunque a
veces no le gustase tanta atención.

— Me gustaría saber cómo han descubierto que estaba en apuros.

— ¿Estás seguro de que están aquí por los crímenes?

— Si. No hace tanto tiempo que nos vimos como para que me vengan a hacer una
visita.

En el momento en que Tormand entró en el salón, todos se giraron hacia él. Los
primos Rory y Harcourt parecían divertirse. Sus hermanos Bennett y Uillian demostraban
preocupación. Todos sabían que él no quería a su familia envuelta en sus problemas.
Miró a Walter que fingió inocencia.

— Creo que sé quién ha avisado a mi familia. — le susurró a Simon.

— Bien, no lo mates ahora. — pidió Simon, divertido con la situación. — Tengo


hambre y necesitamos que él se ocupe de la cena.

— Tienes razón. Lo mataré más tarde. — Tormand enderezó el cuerpo, intentando


parecer preparado para enfrentarse a su familia.

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Capítulo V

— Tenemos que salir de aquí. — dijo Bennett, en el momento en que Tormand y


Simón le contaron lo que sucedía. — Si no estás en la cuidad, no te podrán acusar de las
muertes. Todo lo que tienes que hacer es esperar a que capturen al criminal, y el
problema estará resuelto.

Era verdad, pero Tormand no quería mostrar su acuerdo con su hermano más
joven de inmediato. Estaba dividido. Si era él era el motivo por el que esas mujeres
estaban siendo asesinadas, partir tal vez salvase a algunas futuras víctimas. Por otro
lado, el asesino podría seguirlo a donde quiera que él fuese y continuar cometiendo
crímenes.

Se sintió avergonzado al darse cuenta de que había muy pocos lugares donde
podría esconderse, donde no hubiese mujeres con las que se había ido a la cama o que
no fuesen sospechosas de haberlo hecho. Incluso las mujeres que trabajaban en la casa
de su familia corrían peligro. Aunque nunca hubiesen sido sus amantes. Esa era una regla
que seguía fielmente.

Partir le parecía una cobardía. Sabía que el orgullo era motivo para la caída de un
hombre, pero aun así no podía evitarlo. Y, en caso de que se marchase de la ciudad,
también podría aumentar la sospecha de que era culpable, principalmente si las muertes
cesasen tras su partida.

— No creo que sea una buena idea. — opinó Simon. — No todavía. Si huye en
este momento, podría parecer que está huyendo de la justicia. Puede ser que en un futuro
tenga que esconderse. Y en ese caso, ya he pensado en un lugar donde podría quedarse.

Tormand miró a su amigo sorprendido.

— ¿A sí?

— Se trata de una sabia precaución. — prosiguió Simon. — Las sospechas sobre ti


aumentan con cada muerte.

— No puedo creer que nadie piense que yo haya sido capaz de matar a esas
mujeres.

— Y muchos aun no lo creen. Por eso, todavía no has tenido que huir de una
multitud furiosa. Pero que hayas sido amante de las tres víctimas está acabando con esa
creencia. Y, como no estamos cerca de saber quién es el asesino, tengo miedo de que se
produzca una cuarta muerte.

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— Pero si Tormand no estuviese aquí cuando eso sucediese… — argumentó
Uillian, con los ojos verdes repletos de preocupación por la seguridad de su hermano.

— Como ya he dicho, sería como si él confesase su culpa. — lo interrumpió Simón,


discordando con la opinión del otro.

Tormand suspiró.

— Era en lo que yo estaba pensando.

— Es mejor que algunos desconfíen de la inocencia de Tormand a que la mayoría


lo arrastre a la horca. — Bennett tomó un gran trago de cerveza, en un intento por aplacar
la rabia.

— No permitiré que sea ahorcado. — aseguró Simon, calmado. — Tengo la fuga


cuidadosamente planeada y no vacilaré en sacarlo de escena si es necesario.

— Y yo pensando que solamente estabas conmigo porque me querías. — murmuró


Tormand.

Simon ignoró el comentario y continuó.

— También cabe la posibilidad de que el asesino siga a Tormand y continúe con


los crímenes.

— ¿Tú también crees que esos crímenes están ligados a Tormand de alguna
manera? — preguntó Harcourt, como un guerrero listo para la batalha.

— No tenemos ninguna prueba, pero pienso que si. — respondió Simon. — Hay
pocas mujeres en la ciudad que no se han ido a la cama con él. — Sonrió cuando
Tormand refunfuñó, irritado por el comentario. — Y a ninguna de ellas la han asesinado.
Por eso, creo que esa coincidencia se está haciendo más visible cada día. Dos de los
maridos, no han acusado a Tormand abiertamente, pero tampoco han desmentido los
comentarios maliciosos. El único marido que podría ayudarlo está encerrado en casa,
consolando a sus hijos pequeños.

— Cuánto más hablar, más difícil parece desvelar el misterio.

— Tenemos que seguir buscando. Aunque hayamos conseguido tan poco con
nuestro trabajo hasta ahora, hay una cosa que aprendí durante todos esos años de

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experiencia profesional: tarde o temprano cometerá un error. Encontraremos algo que nos
lleve hasta el asesino. Alguien va a ver o a escuchar algo que nos ayudará a encontrarlo.
O el asesino se hará tan arrogante que se hará descuidado.

— También podemos llevarle las horquillas del pelo que has encontrado a la bruja
Ross. Tal vez le provoquen alguna visión. — propuso Walter, encogiéndose de hombros
cuando todos lo miraron.

Simón sacó las horquillas del bolsillo y los miró.

— No es una mala idea, Walter, sobre todo después de que Tormand ha visto a la
bruja…

— Pensándolo mejor, tal vez no sea buena idea. — Walter hizo una mueca.

— ¿La conoces? — Tormand preguntó a su escudero.

— Pero, primero, — los interrumpió Simon —, necesitamos que hagas una lista de
las mujeres con las que te has acostado de esta ciudad y de los alrededores, Tormand.
Tal vez también de las que viajan a la corte.

— No creo que les guste que revele su secreto. — argumentó Tormand.

— Creo que hay muy poco que esconder de tus diversiones, mi querido. Yo mismo
podría hacer una lista solamente con los cotilleos que escuché, pero algunas mujeres tal
vez hayan sido discretas. ¿Sabías que consideraban un premio irse a la cama contigo?

Sintió que el rostro se coloraba y miró a sus parientas antes de escucharlos reír.

— Haré una lista, pero no esta noche. — Tormand volvió a mirar a su amigo.

— Tienes razón. Esta noche tenemos que descansar.

Aunque necesitaba dormir, Tormand solamente consiguió irse a la cama muy tarde.
Egoístamente, se quedó el cuarto para él solo, dejando que los demás se acomodasen
por la casa. Aprovechó el momento de soledad para organizar sus pensamientos y
librarse de la frustración de buscar a un asesino que parecía esfumarse en el aire.

En el fondo, sabía que pronto tendría que esconderse. Simon era bueno
resolviendo rompecabezas y aun así no había encontrado nada que los llevase a la
solución de los crímenes. Habría otra muerte, de eso no tenía duda, y continuarían hasta

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que lo declarasen culpable.

Se tapó los ojos con el brazo e intentó olvidarse de esa historia. Una sonrisa se
formó en su boca cuando la imagen de Morainn Ross apareció en su mente, excitándolo.

Hacía tiempo que una mujer no despertaba su interés con un simple pensamiento.
Era mejo soñar con ella que con sangre y muerte.

Tormand sacó la ropa de Morainn y besó cada parte de su cuerpo dorado. Saboreó
los suspiros de placer que escavan de sus suaves labios y sintió la leve presión de los
dedos delgados en su cuero cabelludo. Un pequeño grito de sorpresa escapó de la boca
sensual cuando acarició sus pechos, primero con las manos y después con la boca. El
calor del deseo hizo que sus ojos azules adquiriesen un tono verdoso de mar durante una
tempestad. Se sintió hipnotizado ante tanta belleza. Cuando se preparaba para unir su
cuerpo al de ella, todo empezó a cambiar.

La oscuridad los envolvió. El cuerpo cálido de deseo en sus brazos se transformó


en un cadáver cubierto de sangre. Los bellos ojos oscurecidos por la pasión
desaparecieron, y ahora estaba mirando dos agujeros negros. Una voz suave y fría
preguntó, riendo, si le gustaba su nueva amante.

Se levantó tan rápido de la cama que casi se cae. Estaba empapado en sudor y
respiraba con dificultad. Como nadie invadió su cuarto, supo que al menos se había
mantenido en silencio durante la pesadilla. Fue hasta una pequeña mesa cerca de la
chimenea y se sirvió un poco de vino. Necesitó más de una copa de bebida para que su
corazón volviese a latir con regularidad y sus manos dejasen de temblar.

Antes de volver a la cama, se cambió la ropa sudada. La primera parte del sueño
era fácil de entender. Él encontraba a Morainn fascinante. Era el final lo que lo
preocupaba. ¿Había sido fruto de los horrores que había visto? O peor, ¿Sería un aviso
de lo que estaba por suceder? ¿De lo que su atracción por Morainn podría causar? Rezó
para estar equivocado, pues no solía resistirse fácilmente a una tentación.

Poco a poco fue relajándose y esperó a que el sueño llegase. Pensó si la bruja
Ross realmente tenía visiones. ¿Al sujetar algo, podría ver alguna cosa? Si fuese verdad,
podría ayudarlos a Simón y a él a encontrar al asesino. Tendrían que mantenerla cerca y
protegerla. Y, con esa mujer cerca, dudaba que fuese capaz de resistirse a la tentación de
conquistarla.

Morainn sofocó el grito en la garganta, al sentarse tan rápido en la cama que se


quedó atontada por un momento. Cogió la copa de sidra que estaba en la mesita de
noche y tomó el líquido refrescante. Le llevó un buen tiempo conseguir que su corazón
volviese a su ritmo normal.

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Si esos sueños continuaban, estaría tan cansada que no conseguiría hacer las
tareas de casa más simples. Tenía miedo empezar a no querer dormir.

Dejó la bebida a un lado, se acomodó debajo de las mantas e intentó buscar el


coraje para volver a coger el sueño. La visión de su cuerpo sin vida, mutilado y sin ojos
era una imagen difícil de olvidar.

Y todo ese terror después de intentar hacer el amor con Tormand… casi podía
sentir las caricias de esa boca caliente sobre sus pechos. Para ser virgen, estaba
teniendo sueños demasiado ardientes con Tormand Murray.

Y menos mal que no solía verlo con frecuencia, pues sería difícil resistirse a la
atracción que sentía por él.

Y pagaría muy caro si sucumbiese a ella. Tembló de solo pensarlo. Estaba segura
de que el final del sueño intentaba alertarla de que, si se iba a la cama con Tormand,
sufriría el mismo destino que las otras mujeres. Esa idea, probablemente había sido fruto
de la conversación que mantuviera con Nora ese día.

Sintió que los gatos se acurrucaban a ella y dio la bienvenida al calor que le
ofrecían. Dudaba que un hombre como Tormand la desease y no sabía el motivo de esos
avisos.

Bueno… en el fondo sí que lo sabía. Podía negarlo cuanto quisiese, pero la verdad
aparecía en sus sueños. ¡Menuda estupidez! Tormand era un hombre arrebatado por los
pecados de la carne y, si los rumores eran ciertos, no huía de las tentaciones.

Después de años guardándose, a pesar de la profunda soledad, no sería muy lista


si se entregaba a un hombre como él.

Con los ojos cerrados, acarició al gran gato amarillo que estaba acostado sobre su
barriga. Lentamente, empezó a relajarse, su respiración se hizo más pausada y, por fin,
llegó el sueño. Por la mañana, decidiría si debía buscar a sir Innes y sir Murray para
hablarles de sus visiones.

Esa decisión requería tener la mente descansada, pues el verdadero peligro no


consistía en que no la creyesen, sino en que podría pasar mucho tiempo en compañía de
un hombre que estaba destinado a hacerla pecar, muchas veces y con mucho
entusiasmo.

Un ruido llamó la atención de Morainn mientras alimentaba a las gallinas. El gato


atigrado se subió al bajo muro de piedra que rodeaba el rústico gallinero. Los pelos del
animal estaban erizados y las orejas alerta.

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Miró en la misma dirección que el gato, pero no vio nada. Aun así, continuó atenta,
William podría ser solo un gato, pero sus sentidos no se engañaban, era el aviso de una
posible amenaza.

Ya estaba terminando el trabajo en el gallinero cuando escuchó el sonido de


caballos acercándose, y su corazón se aceleró.

— Walin — llamó al niño que jugaba a la pelota detrás de la cabaña. — Entra en


casa, ahora.

— ¿Quieres que me esconda? — preguntó él cogiendo la pelota.

— Si, hasta que descubra quienes son los caballeros que se acercan y lo que
quieren de mí.

— Tal vez tú también deberías esconderte.

— Ya me han visto. Vete.

Cuando el niño desapareció dentro de la cabaña, Morainn se dirigió al frente de la


casa para recibir a los inesperados visitantes. Se asustó cuando los gatos se reunieron a
su alrededor. Poco podrían hacer para ayudar en la lucha contra seis hombres, pero no
les dijo que se fuesen. Después de todo, una garra afilada podría ayudarla a librarse de
un tonto que pensase que se vendería por una o dos monedas.

Cuando los caballeros se acercaron más, los reconoció. Sir Tormand se acercó a
ella. ¿Alguien le habría contado sobre sus visiones? ¿La buscaba para pedirle ayuda? Si
era así, sería fácil contarle lo que había visto en sueños. La presencia de sir Simón la
podía entender, pero no de los otros cuatro hombres. Eso la dejó inquieta.

— Señorita Ross — saludó Simón, haciendo una reverencia. — Puede estar


tranquila, no venimos causaros problemas.

— ¿No? — le creía pero aun así preguntó: — ¿Entonces, por qué venís con tantos
hombres?

Tormand les dedicó una rápida mirada a sus acompañantes.

— Insistieron en que necesitaríamos protección durante el viaje. — la miró. —


Pero, la verdad es que solo sienten curiosidad.

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— ¿Por ver a una bruja? — ella observaba a los cuatro apuestos hombres. — ¿Va
a presentármelos?

Tormand soltó un suspiró tan pesado, que ella casi se echó a reír. Le presentó a
sus dos hermanos, Bennet e Uillian, y después a sus primos Harcourt y Rory. Todos eran
una verdadera tentación para los ojos de una mujer, y se sintió agitada por la situación.
Los cotilleos sobre esa visita, probablemente, serían difíciles de soportar. Dejó a un lado
la preocupación, los invitó a entrar en la cabaña y dudó de esos hombres tan altos y
fuertes cabrían allí dentro.

Antes de poder cruzar la solera de la puerta, Tormand fue detenido por William.

— Ese debe ser el gato más grande y fuerte que he visto. — se agachó para
acariciar al minino.

— Cuidado, señor. A William no le gustan los hombres. — avisó Morainn, admirada


cuando se dio cuenta de que el felino recibía las caricias detrás de las orejas sin reclamar.
— Que extraño — murmuró, esperando que eso no fuese una señal, ya que no quería
confiar en Tormand.

— Tal vez no le gustasen los hombres que has dejado pasar antes. — la voz de
Tormand sonó amigable. Aun así, se quedó pensando en quien serían los otros hombres
que se habían acercado al animal.

No le gustó la idea de verla con otro, como si sintiese celos. No dudaba de que
tenía problemas con la atención indeseada de los hombres que pensaban que una mujer
sola estaba disponible, sobre todo una mujer pobre y sin familia. Pero, ¿estaría
comprometida con alguien?

Quería una respuesta para esa pregunta, aunque no le gustase. No le importaba


desearla, pero no quería que nadie más sintiese lo mismo. No le importaba su origen
humilde ni las supersticiones que pesaban sobre ella, pero no estaba listo para cambiar
sus costumbres. Solamente quería una amante y nada más. Tenía solamente treinta y un
años y no necesitaba herederos. Todavía tenía algunos años para pensar sobre eso.

Cuando les presentó al pequeño Walin, tuvo que contenerse para no fruncir el
ceño. De ojos azules y cabello negro, el niño se parecía mucho a Morainn, pero no era
eso lo que le preocupaba. Había algo en el niño que le recordaba a alguien. Pero, no
conseguía identificar quien era.

En seguida estuvieron todos alrededor de la mesa, saboreando bizcochos de


avena y miel, y con una jarra de sidra en las manos. Mientras hablaban, Tormand vio a
sus primos y hermanos flirtear con Morainn. Se enfadó tanto que pensó que no había sido

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una buena idea haber venido a verla. Después, ella lo miró a los ojos, y su corazón se
disparó, satisfecho.

Eso no era nada bueno. Desgraciadamente, no tenía como evitar lo que empezaba
a sentir. Como si estuviese cayendo en la misma trampa que sus familiares, en una de
esas en que el corazón de un hombre no conseguía escapar.

— Es bueno tener compañía para romper la rutina diaria. — dijo ella con una
sonrisa. — Pero no creo que haya venido hasta aquí para presentarme a su familia, sir
Tormand.

— No, sobre todo porque no los he invitado a acompañarme. — aclaró él. —


Decidieron que necesitaba protección y se pegaron a mí.

Morainn sintió un poco de envidia. Aunque Tormand los mirase contrariado, tenía la
certeza de que amaba a sus parientes. El lazo entre ellos era muy fuerte. Ella nunca
había tenido una verdadera familia. Su padre la había abandonado poco después de
nacer y su madre acabó perdiendo el interés en ser cariñosa con ella. Nunca le había
hecho daño, pero tampoco le había demostrado ningún afecto. Morainn había crecido
sintiéndose una carga.

Intentó librarse de esos recuerdos, después de todo su madre siempre se había


asegurado de que no le faltase comida en la mesa, ni ropa ni mucho menos un techo bajo
el que dormir. También le había enseñado todo lo que sabía sobre el arte de la cura, lo
único que era capaz de despertar pasión en Anna Ross. Ese conocimiento le permitió
ganarse la vida después de haber sido expulsada de la cuidad. Por todo eso, le estaba
muy agradecida a su madre. Aunque no hubiese sido agraciada con una familia cariñosa
como la de Tormand, había conseguido más que mucha gente.

— Hemos escuchado comentarios sobre sus visiones. — comentó Tormand,


pensando si se trataba de una forma muy pobre de empezar una conversación, pero no
tenía otra forma de explicarle por qué estaban allí.

Morainn tuvo miedo de admitirlo, pero recordó que él la había defendido una vez.

— Si, a veces. Visiones, sueños, pesadillas. Puede llamarlas como quiera.

— Esos sueños la hacen gritar durante la noche. — intervino Walin.

— Bueno, no siempre. — le dio un bizcocho al niño con la esperanza de que se


callase. — No puedo tener una visión solamente porque alguien lo necesita. Vienen
cuando quieren. Y a veces no son tan claras en cuanto a lo que pretenden transmitir.

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— No tenga miedo de ser franca con nosotros. — dijo Tormand al darse cuenta de
que vacilaba. — El clan Murray tiene muchas personas con esos mismos dones, mujeres
en su mayoría. — Escuchó a sus familiares murmurar, dándole la razón. — No vamos a
considerarla una bruja solamente porque tiene ese tipo de sueños.

Miró a los cuatro hombres y vio que Tormand no mentía. Ellos la miraban en
silencio, con una cierta compasión en los ojos, como si entendiesen exactamente lo difícil
que era tener un don como ese.

Algunas personas consideraban que era un regalo divino, y no algo demoníaco.


Pero nunca se había encontrado a nadie que admitiese tenerlo en su linaje. Se dio cuenta
de que había orgullo en la expresión de Tormand cuando habló a cerca de eso.

— Entonces, ¿por qué no acude a las mujeres de su familia? — preguntó ella.

— Si alguna de ellas hubiese visto algo, me habrían informado. Muchas sintieron


que tendría problemas, que podía estar en peligro, pero solamente eso.

Era difícil no pedirle más información sobre su familia y sus dones, pero se resistió.

— ¿Por qué no se marcha de la ciudad?

— Porque parecería culpable y el asesino me seguiría de todas formas. No podría


impedirle cometer otros asesinatos, simplemente lo haría en otro lugar.

— Tiene razón. En mis sueños descubrí que esos crímenes están relacionados con
usted, pero no es el asesino. Lo veo cerca de la sangre, peor sus manos están limpias.
Desgraciadamente, eso no es suficiente para que se defienda de las posibles
acusaciones.

— Lo sabemos señorita Ross — dijo Simón. — No queremos que hable delante de


la gente que piensan ver la mano del diablo en todo lo que no entienden. Pero esperamos
que nos ayude a encontrar al culpable. Tres mujeres han muerto y no tenemos la menor
idea del motivo ni de quien está cometiendo esas barbaridades. Necesitamos
desesperadamente alguna pista.

— ¿Quiere que le cuente mis sueño? No veo ninguna pista en ellos, señor. El
rostro de ese monstruo nunca se me reveló si es lo que el señor quiere saber.

— No, estamos aquí para saber se la señorita tiene el don que todos comentan en
la ciudad.

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— ¿Entonces por qué han venido?

— Por la habilidad de tocar algo y ver la verdad.

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Capítulo VI

Morainn miraba las tres horquillas para el pelo que sir Simón le mostraba con
mucho cuidado. Odiaba cualquier cosa que hubiese estado cerca de la muerte, tragedia o
violencia. Las visiones que tenía en esas ocasiones eran raramente agradables. Sintió
miedo de las imágenes que esos utensilios suscitarían en su mente. Los sueños que
venía teniendo ya eran lo suficientemente malos.

— ¿Dónde los ha encontrado? — preguntó aunque ya se imaginaba la respuesta.


— No son horquillas comunes, sino piezas finas que solamente utilizan las damas de la
sociedad.

Simon la observó antes de responder:

— Los encontré donde se cometieron los crímenes.

— ¿A las mujeres las asesinaron en sus camas?

— No. Teóricamente fueron torturadas en otro lugar y luego las llevaron a sus
respectivas casas y las dejaron en la cama cuando ya estaban muertas o casi muertas.
Las horquillas pueden pertenecer a mujeres que estuviesen en esos lugares por cualquier
motivo y tal vez no estén relacionadas con las muertes.

Las manos de Morainn temblaban solamente de mirarlos. Sus instintos le decían


que esa sería una de esas veces en que consideraría su don una maldición. Se asustó
cuando Tormand le agarró la mano. Es rostro masculino demostraba preocupación, pero
no fue eso lo que la dejó sin aliento. El toque de los largos dedos le irradiaron un calor por
todo el cuerpo, que tuvo que hacer un gran esfuerzo por alejarse. La repentina ternura en
aquellos hermosos y poco frecuentes ojos le decían que él había sentido lo mismo.

— Solamente puedo tener una visión si las toco. — dijo ella asintiendo para que
todos pensasen que a inseguridad en su voz era por causa del miedo a lo que podría ver
en breve.

— La señorita no tiene que hacerlo… — dijo él sin entender el motivo, ya que era el
mayor interesado.

Tormand necesitaba las respuestas que ella podría darle. Al principio, había
dudado de que ella viese algo solamente al sujetar los objetos, ahora ya no. El miedo de
Morainn era real. Por eso, estaba reticente al obligarla. Incluso aunque tres mujeres
hubiesen muerto y él fuese el principal sospechoso.

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— Sí, tengo que hacerlo. Las mujeres están muriendo. Pueden haber pecado, pero
no se merecían la crueldad que sufrieron. Además, ¿todos están empezando a sospechar
de usted, no?

— Si. — respondió él. — Pero, si esas horquillas fueron tocadas por el asesino, su
visión no será nada agradable.

— Exacto, hay que capturar a ese loco. ¿Qué tipo de persona sería si no hiciese
nada para impedir esas atrocidades? ¿No es eso para lo que sirve mi don? — ella miró a
Simon. — Deme solamente una para empezar.

Puso una de las horquillas en la mano delicada. Morainn pensaba en los seis
hombres de expresiones preocupadas a su espada cuando, de repente, fue enviada al
infierno.

Las imágenes llegaron tan rápido y con tanta fuerza que era como si alguien
estuviese dando golpes en su cabeza. Emociones fuertes y malas la alcanzaron, haciendo
que su corazón latiese más rápido.

Miedo. Dolor. Odio. Furia. Placer. Ese último sentimiento hizo que el estómago de
Morainn se revolviese. Había locura también envolviendo a la persona que había
infringido esos horrores. Dagas brillaban y la sangre corría. Morainn intentó evitar el olor
de sangre y de muerte, pero fue en vano.

Temblaba violentamente, y no conseguía soltar la horquilla. Después, procuró


concentrarse en la sombra de dos figuras que se movían bajo una espesa niebla. Podía
escuchar los gritos de la víctima en su mente, y vio cuando los asesinos se inclinaron,
listos para causarle más dolor a la pobre criatura.

Por fin, presenció la presencia de alguien fuerte, musculoso y de hombros anchos.


También notó la fragancia fuerte que había detectado en sus sueños, venía de una mujer
frágil y pequeña. De repente, vio una daga apuntando a unos hermosos ojos verdes,
entrecerrados y llenos de terror, en un rostro cubierto de sangre.

No podía aguantar más. Con un grito, por fin consiguió soltar la horquilla. Tuvo la
sensación de que iba a vomitar cuando unos brazos firmes y fuertes la envolvieron,
arrodillada al suelo y gimiendo. Un cubo apareció delante de ella, y vació todo el veneno
que le había producido esa visión.

Cuando tuvo algún control sobre su estómago, estaba demasiado débil para hacer
cualquier cosa que no fuese apoyarse en el hombre que la sujetaba desde atrás. Todavía
medio aturdida, se dio cuenta de que Simón estaba arrodillado a su lado, limpiando
gentilmente su rostro sudado con un paño húmedo. Alguien hizo que bebiese un poco de
sidra. De reojo, vio que uno de los hombres consolaba a Walin.

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Sus sentidos fueron volviendo lentamente, y se sintió avergonzada al constatar que
estaba en brazos de Tormand. Uno de los hombres se llevó el cubo a fuera. Si no
estuviese tan débil, correría a esconderse en su cuarto. Casi no conseguía soportar tanta
humillación.

No dijo nada cuando Tormand la puso en pie y la llevó a la mesa para que se
sentase. Fue incapaz de mirarlo cuando se acomodó a su lado, sujetándola suavemente
por el brazo. Quería huir de esa mano caliente, pero no podía. Después de mordisquear
un pedazo de pan con manteca, se encontró más fuerte para hablar con claridad. Sus
ojos se fijaron en la mesa, incapaz de mirar a nadie. Masajeando la cabeza dolorida,
pensó en como contarles lo que había visto.

— ¿Alguna de las mujeres perdió los ojos? ¿Eran verdes?

— Si. — respondió Tormand, sorprendido. Esa pregunta demostraba que Morainn,


había visto parte del asesinato. — Isabella Redmond.

— ¡Jesús! — se estremeció y tomó un trago de sidra para calmarse. — Jamás


adivinaría lo que sir William quiso decir cuando dijo que la asesinaron cruelmente.

— Siento mucho que ahora tenga una mejor idea de lo que la pobre Isabella sufrió.
— Tormand notó que Walin estaba asustado. — Tal vez no deberíamos tratar este asunto
delante del niño.

Morainn se recriminó por haber ignorado la presencia del niño.

— Querido, es mejor que vayas a jugar fuera. — le propuso a Walin, — Tenemos


que discutir un asunto muy serio ahora.

— ¿Te sientes mejor, Morainn? — preguntó Walin levantándose para salir.

— Sí, estoy mejorando a cada minuto. — cuando el niño se fue, se giró hacia los
hombres. — He visto una daga apuntando a un par de ojos verdes en un rostro cubierto
de sangre, con muchos cortes. Mis visiones no suelen ser muy precisas. — ella no quería
dejarse llevar por la suave caricia de la mano de Tormand en su espalda.

— ¿Vio al asesino? — preguntó Simon.

Ella enderezó el cuerpo y lo miró.

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— Sí y no. Vi como dos personas torturaban a la víctima. Un hombre y una mujer.

Los hombres se mostraron sorprendidos. Ella también se había sorprendido, pero


no tanto como ellos. Era difícil creer que las mujeres fuesen capaces de cometer tamaña
maldad, que tenían un deseo asesino. En realidad, una mujer podía ser tan peligrosa
como un hombre.

— ¿Una mujer ayudó al criminal? — preguntó Tormand, incrédulo.

— Si. La horquilla para el pelo es de ella. El otro también debe de serlo. No sé si se


le cayeron o si los tira a propósito.

— Como si desease dejar su marca, tal vez. — concluyó Simon.

Algo en la mirada de acero de sir Innes le decía que él ya estaba trabajando en


esos nuevos hechos, intentando montar el rompecabezas. Le gustaría que hubiese más
hombres como Simón en el mundo, así la gente inocente no moriría a la fuerza.

— ¿Por qué dejaría una pista? — preguntó Harcourt. — ¿Y por qué un objeto tan
común que nadie conseguiría entender lo que está intentando decir?

— Esas horquillas no son comunes. — repitió Morainn, sonrojándose cuando todos


la miraron. — Están hechas de cuerno de venado y tienen un pequeño diseño.

Simón estudió las horquillas y maldijo.

— ¡Maldición, como no lo he visto antes! Tiene razón, una horquilla común no


tendría un diseño tallado. Eso cuesta dinero. El diseño parece una rosa.

— El perfume. — intervino Tormand.

Morainn lo miró, tan sorprendida que casi se atraganta.

— ¿Sabe de quién es?

— No, es que he tenido un sueño la noche pasada sobre esas muertes y sentí un
perfume…

La forma en que la miraba le dio a entender que él había soñado con algo más que
las muertes, pero intentó concentrarse en el significado de su visión. Más tarde, pensaría

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por que el hombre por el que se sentía atraída, probablemente, había tenido el mismo
sueño que ella. Fue difícil no sonrojarse al recordar lo que había sucedido en el sueño
antes de que se convirtiese en una pesadilla.

— La fragancia era tan fuerte que llegaba a ser nauseabunda. — añadió ella.

— Exactamente. ¿Usted también la sintió? — preguntó él.

Ella asintió con la cabeza, concentrándose en la parte mala del sueño.

— En todos los sueños que he tenido. Simplemente pensé que era una forma de
saber que era una mujer la que estaba siendo asesinada. La voz que escuché en el sueño
no era demasiado clara para que pudiese percibir si era de un hombre o de una mujer. En
uno de los sueños la mano que sujetaba la daga con sangre era pequeña y delicada.

— ¿Pudo ver el rostro de la pareja de asesinos? — preguntó Simon.

— No muy bien. Cada sueño me da más detalles. El perfume, la voz y después la


mano. La visión que tuve cuando toqué la horquilla me mostró mucho más. — el miedo de
lo que todavía podría ver hizo que su sangre se helase. — Tal vez, si sujeto la otra,
descubra cualquier cosa que pueda ayudar a encontrar a esos asesinos.

Simon le sonrió gentilmente.

— Hoy no. Por lo que he visto, esas visiones afectan a su cuerpo y su mente.
Descanse un o dos días, y después lo intentaremos de nuevo. Voy a separar la horquilla
que ya ha sujetado.

— Pero otra mujer podría morir mientras esperamos.

— Si, existe esa posibilidad, pero su don no será de gran ayuda si la señorita no
está bien. Descanse. Volveremos mañana si piensa que es capaz de tocar la otra
horquilla. Ahora concéntrese en los sueños y las visiones que ha tenido. Tal vez haya
algún detalle importante que pudo pasar desapercibido.

Morainn no pensó que un día fuese suficiente para recuperarse, pero aun así
asintió. Tuvo que admitir que, en el fondo, se preocupaba más por la seguridad de
Tormand Murray que por la de las mujeres asesinadas. Odiaba pensar que estaba siendo
guiada por una cara bonita.

Algún tiempo después, estaba en la puerta de casa, con el brazo alrededor de los
hombros de Walin, observando a los hombres partir. Todos se despidieron galantemente,

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pero era la imagen de Tormand la se quedó gravada en la mente de Morainn. La mirada
que le había echado hizo que su corazón solitario latiese con una mezcla de miedo y
ansiedad. Si no quería acabar como las mujeres que habían sido asesinadas, era mejor
que se resistiese al encanto de ese hombro.

— De verdad tiene un don. — comentó Simón, mientras cabalgaba al lado de


Tormand.

— Tal vez sea más bien una maldición. La señorita Ross vio como los asesinos de
Isabella le sacaban los ojos a la pobre mujer.

— Si, aunque no muy bien, gracias a Dios. No estoy seguro de querer pedirle que
toque otra horquilla. Pero tenemos muy pocas pistas. Quien quiera que esté cometiendo
esos crímenes es muy listo o tiene mucha suerte.

— Dicen que la locura y la inteligencia están separadas por una fina línea. —
intervino Bennett. — Solamente me resulta difícil creer que una mujer esté envuelta en
esa porquería. Sé que pueden ser crueles, pero, ¿empuñar una daga? Es dura de
aceptar.

— Y aún así tiene sentido. — concluyó Harcourt, y los demás lo miraron. — Por lo
que habéis dicho, destruyeron la belleza de las tres mujeres que asesinaron. Solamente
una mujer entendería lo que eso significa para otra, incluso puede que siente odio por la
belleza ajena. Además, un hombre en un momento de rabia o celos destruiría el rostro o
el cuerpo, pero dudo mucho que se diese cuenta de lo importantes que son los cabellos
para una mujer y se los cortase, como ha ocurrido en estos casos.

— Tal vez tengas razón. — dijo Simon. — También estamos de acuerdo en que
hay algo insano detrás de esas muertes, ¿y quién podría entender la mente de un hombre
o una mujer atormentados por la locura?

Tormand no prestaba mucha atención a la conversación. Su pensamiento estaba


volcado en la mujer que acababa de dejar, y no en las palabras de ella. Tenía la certeza
de que los dos habían tenido el mismo sueño la noche anterior. Nunca le había sucedido
nada por el estilo, pero sabía que tenía que tener algún significado y eso lo inquietaba.
Era como si se hubiese creado un vínculo entre él y Morainn Ross, y no estaba interesado
en tener ningún tipo de compromiso.

Sentirse fuertemente atraído por una mujer hacía mejor el sexo, más caliente. Él ya
había deseado intensamente a una mujer, pero nunca con solo tocarle la mano. Por un
lado, deseaba poseer a Morainn, descubrir cómo sería tenerla desnuda entre las mantas.
Por otro, le gustaría poder espolear a su caballo y alejarse lo máximo posible de esa
mujer.

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— Me gustaría que no intentases seducir a esa muchacha.

La voz de Simón arrancó a Tormand de sus pensamientos, lo que fue bueno, pues
una parte de su cuerpo ya estaba excitada. Se sintió feliz al ver que sus familiares
cabalgaban delante y no habían escuchado lo que le dijo Simón.

Por un momento, se enfadó con su amigo por atreverse a darle ese aviso. Aun así,
acabó admitiendo que lo merecía. Pensaba seducir a Morainn. De hecho, quería volver a
la cabaña donde ella vivía y llevársela a la cama cuanto antes. Tal vez estuviese tan
ansioso por poseerla, porque hacía algunos meses que no se acostaba con una mujer.
Estaba medio confuso. Pero pensaría en ese asunto más tarde, en ese momento lo
atormentaba otra cuestión.

— ¿Te gusta? — preguntó, no muy sorprendido por el tono posesivo de su voz.

— No la ignoraría si me sonriese, pero no es de eso de lo que te hablo. Ya tiene


suficientes problemas en su vida como para que la añadas a tu lista de conquistas. Sobre
todo ahora. Si alguien desea acabar contigo, matando a las mujeres que se han acostado
contigo, acostarte con Morainn Ross pondría más que su virtud y su corazón en peligro.
Porque no creo que el niño sea hijo de ella como muchos afirman.

— Yo tampoco creo esa historia.

Tormand se sintió aterrorizado por las palabras de Simón, y sintió miedo de que la
matasen antes de descubrir lo que realmente significaba para él.

De una forma inexplicable, Morainn y él estaban ligados, tenía la certeza de eso.


Igual que estaba seguro de que habían tenido el mismo sueño la noche anterior, y pensó
si ella también los habría visto haciendo el amor. ¿Habría sentido el mismo calor que él?

Tenía la sensación de que sus días de libertad estaban llegando a su fin. Siempre
había encontrado una bobada el romanticismo entre las parejas. Por precaución, solía
evitar a las mujeres que le hiciesen sentir algo más que deseo. Empezar a sentir algo por
Marie había sido una de las razones para alejarse de ella, antes de que una simple noche
de placer se convirtiese en algo más. Pero, algo le decía que no podría escapar de
Morainn.

Intentó convencerse de que era solamente porque ella poseía un don que podría
ayudarlo, pero no funcionó. Estaba atraído por ella de una forma que no podía entender.
Y no solamente que fuese hermosa era lo que lo hacía desearla.

Luchar contra ese sentimiento era una prueba más de que intentaba huir. Aunque
estuviese un poco reticente a cambiar su modo de vida, no era lo suficientemente tonto
para alejarse de la mujer que tal vez fuese su destino.
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Entonces, recordó la listar que Simón le había pedido y casi gimió. Era posible que
no tuviese que preocuparse por alejarse de Morainn. Su pasado podría hacer eso por él.

— ¿Por qué no crees que el niño sea hijo suyo? — Simón retomó la conversación.
— Tiene el cabello negro y los ojos azules igual que la señorita Ross.

— Pero no son iguales. — respondió Tormand. — Está claro que los niños heredan
los rasgos físicos de ambos padres, incluso de sus ancestros, pero aun así es posible
notar el parecido con la familia. Pero, no fue lo que vi en Walin. Además, la llama
Morainn, no mamá. ¿Por qué trataría ella de engañar a nadie con eso si el niño vive con
ella y todos en la región piensan que es su hijo?

— Es cierto. Y estaba pensando en quienes serán los verdaderos padres del


niño…

— No sé, aunque hay algo extrañamente familiar en él.

— Tal vez debas revisar tu lista.

— ¡Ah, la lista! Tal vez deba mostrarle la lista de mis pecados. Una simple ojeada
haría que cualquier mujer con un poco de inteligencia se mantuviese bien lejos de mí. —
Tormand sentía pena de si mismo, pero la intención de Simón al sugerirle eso había sido
clara. — ¿Qué has querido decir con eso?

— Un hombre que ha pasado tanto tiempo plantando su simiente puede haber


cosechado algo.

— Siempre he sido muy cuidadoso y nunca he plantado nada.

— Tengo la impresión de que muchos padres dicen lo mismo.

Antes de que pudiese responder, Simón adelantó su caballo y fue a hablar con
Harcourt. Un torbellino de pensamientos pasaron por su mente, y el comentario de su
amigo sirvió solamente para hacer que se sintiese peor.

No había la menor posibilidad de que Walin fuese su hijo. Siempre había tomado
precauciones, incluso cuando estaba borracho. La mayoría de las mujeres que se habían
acostado con él, principalmente las de la corte, sabían muy bien cómo evitar un
embarazo.

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La palabra “mayoría” de repente llamó su atención. Se negaba a creer que una de
sus amantes pudiese haber tenido un hijo suyo sin decírselo.

Simon tenía razón. Muchos padres posiblemente pensaban que habían sido
cuidadosos, y estaban seguros de que no habían hecho ningún hijo. ¿No había sido su
madre la que una vez le había dicho que solamente el celibato evitaba el nacimiento de
un niño? Una condición que él nunca había practicado, desde los catorce años, cuando
con Jenna, la hija de un oficial, había saboreado por primera vez los placeres de la carne.
Excepto durante los últimos meses….

Ahora la duda estaba plantada en su cabeza. No había como volver a la simple


ignorancia o a la negación. Además de tener que buscar a un brutal asesino e intentar
mantener su pescuezo lejos de la horca, tenía que descubrir todo lo que pudiese sobre
Walin. Si existía alguna oportunidad de que el niño fuese su hijo, no podría ignorarla.

Tenía que descubrir la verdad de una u otra forma, lo que lo acercaría más a
Morainn. El destino estaba jugando con él, y él estaba perdiendo.

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Capítulo VII

Con el corazón desbocado, Morainn abrió los ojos. Se sentía como cuando tenía
una visión, tan debilitada por el esfuerzo que la dejaba de rodillas. Se había ido temprano
a la cama y había dormido profundamente. Aun así, algo la había despertado. Algo que la
había hecho sentir mucho miedo.

Entonces, escuchó un gruñido. La luna iluminaba el cuarto lo suficiente para que


viese a su gato William que estaba en la cama, con el pelo todo erizado. Miraba fijamente
a la puerta, y ella podía jurar que los ojos del animal brillaban. Al mirar a su alrededor se
dio cuenta de que los otros gatos también estaban tensos.

Fue entonces cuando escuchó ruido fuera del cuarto. Agarró la daga que tenía
debajo de la almohada, y se levantó lentamente, procurando no hacer ruido. En algunas
ocasiones, algún loco había intentado entrar allí, pretendiendo robar lo que ella se negaba
a dar de buena gana. Habían salido de allí magullados y sangrando. Aun así, su instinto le
decía que esta vez sería diferente.

Mientras la puerta se abría, olió el perfume dulce de rosas y su corazón se apretó


de miedo. Intentó controlar el pánico que amenazaba con dominarla y se encogió en la
cama. Si las visiones que había tenido eran ciertas, estaba a punto de encontrarse con la
mujer y el hombre que querían matarla.

Pensó en Walin e, incluso con el miedo creciendo dentro de ella, encontró fuerza y
determinación. Sabía que, si el niño se despertaba, eses monstruos lo matarían sin
ningún remordimiento. Con suerte, ella podría esquivarlos rápidamente, coger a Walin y
huir. Una vez fuera de la cabaña, tendría muchos lugares donde esconderse hasta que
esos asesinos dejasen de buscarla. Rezó para conseguir huir aunque fuese solamente
por el bien de Walin.

Un empujón terminó de abrir la puerta y la voz de sus sueños bramó:

— ¡Lentamente, idiota!

— No es necesario, mi lady. — dijo el hombre grande, que estaba parado en la


puerta. — Está despierta. Con certeza nos ha oído.

Morainn maldijo la oscuridad que le impedía verlos mejor cuando la mujer apareció
al lado de él. Era pequeña y delicada. No obstante, Morainn podía ver el brillo de una
daga en su mano.

Mi daga es más grande, pensó mientras decidía a cuál de los invasores atacaría
primero. Algo le decía que debía ser la mujer, porque el hombre se preocuparía por

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ayudarla, dándole la oportunidad de salir por la puerta que estaba bloqueando.

William decidió por ella. Para su sorpresa, el gato no atacó al hombre como ella
esperaba, sino que atacó la mujer, que gritó cuando el animal se lanzó a su cabeza,
arañando y gruñendo, enfurecido. El hombre corrió a ayudar a la mujer, que intentaba
desesperadamente librarse del animal.

Ella aprovechó el momento y corrió hacia la puerta. Una mano enorme la alcanzó,
y ella intentó defenderse con la daga mientras corría. Un grito ahogado le indicó que su
ataque había salido bien.

Un somnoliento Walin estaba en pie en la puerta de su cuarto. Agarró al niño y lo


empujó hacia la escalera, gritando:

— ¡Corre! ¡Ve a esconderte!

El niño no vaciló en obedecer, despertando lo suficiente para saber que corría


peligro.

Morainn sintió el dolor cuando una mano grande y fuerte la agarró por el cuello,
tirando de ella hacia arriba. Se retorció en los estrechos escalones y atacó con su daga de
nuevo. Alcanzó al hombre por segunda vez. En un momento de furia él la empujó, y ella
fue rodando escaleras abajo y casi tiró a Walin.

Tuvo ganas de quedarse acostada en el suelo, gimiendo de dolor, pero no podía


permitirse ese lujo. Se levantó, cogió a Walin de la mano y lo llevó fuera de la cabaña,
corriendo hacia el bosque.

— ¿Quiénes son? — preguntó el niño en un susurro, escondiéndose en un agujero,


cercano a las raíces de un viejo árbol.

Ella se acomodó cerca del niño para intentar recuperar el aliento.

— Son personas malvadas, mi amor. Ahora quédate quietecito porque pueden


estar buscándonos.

Morainn pensaba que esas personas iban tras ella porque querían hacerle lo
mismo que a las otras tres mujeres. Solo que ella nunca había sido la amante de
Tormand. Jamás lo había visto antes, a no ser en sueños, hasta el día de la muerte de
Isabella Redmond. Y nadie sabía que él y sus amigos habían ido a visitarla.

A no ser que los asesinos estuviesen vigilando a Tormand. Al pensar en esa

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posibilidad, sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, pero no se movió por miedo a que
las hojas que había a su alrededor la delatasen. Tenía que avisar a Tormand de eso. Si
sobrevivía, le contaría sus sospechas.

El sonido de voces llegó a sus oídos, y se encogió todavía más dentro del agujero.
Escuchó el ruido de caballos y se quedó satisfecha, pues si los asesinos estaban
cabalgando, sería más difícil que los descubriesen.

— ¿Estás seguro de que esa maldita fiera está muerta? — preguntó la mujer con la
misma voz fría que sonaba en sus sueños.

— Si, mi lady. La lancé contra la pared, y no se movía cuando nos fuimos.

Morainn sintió un fuerte dolor en el corazón, pero intentó no entristecerse con la


muerte de William. Tenía que concentrarse en escuchar lo que esos dos decían. Quizás
dejasen escapar alguna pista de quienes eran. Quería que fuesen capturados y
ahorcados.

Y no solamente porque eran asesinos, sino también por invadir su casa para
matarla y poner la vida de Walin en riesgo, además de haber matado a su gato. Nunca
había sentido tanta rabia en la vida.

— Quiero a esa bruja muerta.

— En breve lo estará, mi lady. Pero tal vez no sea esta noche.

El hombre habló en tono suave, aunque su voz sonaba ronca y profunda,


mostrando que tenía mucha experiencia en controlar a la mujer.

— Deberíamos usar un perro. — propuso ella. — Dunstan podría olfatear a esa


puta.

— Tiene muy buen olfato, pero habría demasiada luz para buscarla cuando lo
trajésemos aquí. Y la señora necesita atender esas heridas. Y a mí tampoco me vendría
mal cuidar las mías. Esa mujer tenía una daga muy grande y la manejaban con destreza.

— No puede vivir. Dicen que tiene un don, que puede ver la verdad. Sería nuestro
fin. Innes usaría ese don para encontrarnos y todavía no he terminado mi misión. Ese
maldito Tormand tiene que pagar por todo lo que me ha hecho sufrir, por toda la
humillación que pasé. Yo no me habría casado si no fuese por él, y él tiene que ser
castigado por eso. También por escoger a todas esas prostitutas y no a mí.

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— Pero no sabemos si él se ha acostado con la bruja.

— Has visto como la miró en la casa de los Redmond.

— Si, pero hoy era la primera vez que la visitaba y no estaba solo.

— No importa. Seguro que quiere que sea una más de sus conquistas. Está atraído
por ella, lo sé. Tal vez Innes esté interesado en la ayuda que la bruja pueda ofrecerles,
pero Tormand quiere levantar sus faldas. Y yo la quiero muerta antes de que se vaya a la
cama con él. No quiero que sienta más placer. Deseo que sea humillado, condenado y
ahorcado.

Ese era el tono de una niña mimada, que había sido forzada a hacer lo que no
quería, pensó Morainn. ¿Cómo era capaz esa mujer de matar en el silencio de la noche
sin que su marido notase su ausencia? A menos que él hubiese sido una de sus víctimas.
Intentó no distraerse con sus pensamientos.

— Mi lady, todavía está sangrado. Y yo también. Estamos dejando un rastro que


cualquier niño podría encontrar y seguir.

— Tenemos que atrapar a esa bruja. — la mujer estaba claramente descontrolada.

— La encontraremos, te doy mi palabra. Ahora, por favor, cálmate. Pero, antes,


tenemos que limpiarnos, descansar hasta que nuestras heridas se curen lo suficiente para
no llamar la atención y después volveremos.

— ¡La quiero muerta! — insistió la mujer. — Le contará a Innes sobre nosotros y


hará que nos capturen. No podemos dejar que nos vea, Small.

Morainn todavía podía escuchar al hombre intentando calmar a la mujer, mientras


se alejaban. Pasaron muchos minutos y ella continuó inmóvil, pensando en todo lo que
había escuchado. Estaba marcada para morir por algo que no había hecho. Tormand ni
siquiera la había besado. ¿Era tan libertino que le bastaba mirar a una mujer para que
todos pensasen que ella enseguida estaría calentando su cama? En el fondo, Morainn
sabía que la mujer no la quería muerta por la información que sus visiones podrían
ofrecer, sino por qué el hombre la había mirado con deseo. Eso solamente corroboraba la
locura de la criminal.

— Se han marchado, Morainn — susurró Walin.

— Tenemos que quedarnos un poco más, mi amor. No podría enfrentar a esos dos
en una pelea.

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— ¿Por qué quieren matarte? No conocías a sir Tormand hasta hoy.

— Lo sé, querido. Pero eso no significa nada para esos dos.

— ¿Cuánto tiempo vamos a tener que quedarnos aquí?

— Hasta que salga el sol. Será más fácil encontrar el camino de vuelta a casa.
Además, si están escondidos a lo largo del trayecto, nuestras posibilidades de verlos
serán mayores y tendremos más oportunidades de huir.

— ¿Y si hay alguna fiera cerca y piensa que somos comida?

— Bien, primo esa fiera tendrá dificultades para encontrarnos aquí. Segundo, tengo
una daga enorme. — sonrió al ver que el niño se relajaba cuando lo acurrucó en sus
brazos. — Descansa, mi amor. Yo te mantendré a salvo. — rezó para conseguir cumplir
esa promesa.

— ¿Crees que ese hombre mató a William?

— No lo sé, querido. Solo lo sabremos cuando lleguemos a casa. Si lo mató,


nuestro William murió como un héroe. Atacó a la mujer, y mientras el hombre la ayudaba
yo salí corriendo.

— Si William está muerto lo enterraré en el jardín. Adoraba jugar allí.

— Es cierto. Le daremos a nuestro valiente bichito un hermoso entierro. Ahora


descansa, mi niño.

— Tengo que rezar mis oraciones primero.

Ella lo abrazó, mientras el niño rezaba por segunda vez esa noche. Le escuchó
pedirle a Dios que dejase que William viviese o al menos que le diese un jardín en el cielo.
Estaba feliz porque el niño pensase en los gatos como en sus amigos. Pero era muy triste
saber que el mejor amigo de Walin era un gato y que no tenía otros niños con quién jugar.
Nadie quería que el hijo bastardo de una bruja jugase con sus hijos. Ella lo dejaba a cargo
de Nora cuando tenía que ir a la ciudad, y en casa de los Chisholm no había niños. Era
una vida triste, pero no sabía cómo cambiarla.

Walin se durmió cuando terminó de rezar. A ella también le gustaría dormir un


poco, pero el miedo la mantuvo despierta. Cabía la posibilidad de que esa mujer de voz

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gélida y ese hombre enorme volviesen a buscarlos, ayudados por un perro.

El problema ahora era que su cabaña ya no era segura. La única salida sería
encontrar otro lugar para quedarse hasta que los criminales fuesen capturados.

¿Pero a dónde iría con Walin? No podía pedir abrigo a Nora ni a los pocos amigos
que tenía, pues podría ponerlos en peligro. Pensó por un breve momento en pedirle
protección al propietario de tierras donde vivía, sir Kerr, pero enseguida dejó la idea. El
señor había sido bueno con ella al permitir que se quedase con el niño en la propiedad.
No obstante, dudaba que él los aceptase en su casa. Por no mencionar que corrían
rumores de que él era todavía más libertino que Tormand.

Tal vez debiese pedir ayuda a Simón y a Tormand. Después de todo, ellos la
necesitaban. Por otro lado, estaría muy cerca del hombre que le despertaba emociones
que nunca había sentido. Él era una tentación y la mejor forma de contenerse era
permanecer distante.

Tormand probablemente tenía mucha dificultad en evitar las tentaciones, lo que


hacía la situación más difícil. Si él intentaba seducirla, ella no se resistiría. Pedirle que la
protegiese pondría su virtud en riesgo. Pero, no pedirle ayuda podría poner su vida y la de
Walin en peligro.

Era una decisión muy difícil y estaba cansada. Todavía sentía el sabor amargo del
miedo en su boca para decidir algo en ese momento.

Tormand cabalgaba al lado de Simón mientras controlaba las ganas de continuar la


discusión que habían mantenido durante el café de la mañana. Aunque creyese que sería
muy peligroso para Morainn tener otra visión, Simón tenía razón cuando había dicho que
tenían que intentarlo.

Pero no era solamente ese el motivo que lo hacía vacilar en ir hasta la cabaña de
Morainn. El orgullo le impedía admitirlo, pero tenía miedo de estar muy cerca de ella.
Cuando estaba lejos, podía convencerse de que el deseo que sentía por ella era el de un
hombre que llevaba un tiempo sin estar con una mujer, pero, cuando miraba aquellos
hermosos ojos, no podía engañarse.

En el fondo, sabía que ella era su alma gemela. Y, si quería continuar con la vida
que llevaba, lo mejor sería estar lo más lejos posible de Morainn. Solo que necesitaba
capturar a los asesinos.

No sabía qué decisión tomar. Morainn era hermosa, pero él ya se había llevado a
la cama a mujeres mucho más hermosas que ella. Aunque no lo creyese, no podía ignorar
el hecho de que los demás pensaban que Walin era el hijo bastardo de ella. También
había descubierto que le pagaba una cantidad muy pequeña a sir Kerr, para vivir en esa

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cabaña y cuidar las tierras de alrededor. Como decían que sir Kerr era considerado un
mujeriego, era natural que él pensase si había algo entre ellos. Y eso lo hacía sentir celos.

— Si ella todavía está pálida y débil, no insistiré en que toque la otra horquilla hoy.
— explicó Simon.

— Creo que esas visiones no le hacen bien a la salud ni a la mente de Morainn.

Harcourt se acercó a él para darle su opinión:

— Las mujeres no son tan fuertes como los hombres.

— Espero que no les digas eso a las mujeres de nuestro clan.

Sonriendo, Harcourt negó con la cabeza.

— Les dije que son débiles, pero no cobardes. Tiemblo solo de pensar lo que
harían conmigo si me escuchasen decir esas cosas.

— Por lo menos tienes un poco de juicio debajo de todo ese pelo. — Tormand le
sonrió. — Como estaba muy ocupado discutiendo con Simón durante el desayuno, me
olvidé de preguntarte si escuchaste algo interesante cuando fuiste a la cuidad anoche.

— No, nada. O te lo habría dicho. Solo encontré mucha cerveza y algunas mujeres.

El modo en que Harcourt evitó mirarlo hizo preocuparse a Tormand.

— Harcourt, siempre has sido un pésimo mentiroso. ¿Dime lo que has oído?

— Conversaciones. Nada más que eso. Solamente tonterías. La dulce Jennie te


envía recuerdos. — le guiñó un ojo a su primo.

Tormand maldijo. Harcourt no quería contarle lo que se decía sobre él en las


tabernas y en los prostíbulos. Lo que era muy fácil de adivinar. Los comentarios de que él
era el asesino crecían cada día y se expandían como una plaga por la ciudad.

Estaba a punto de interrogar a su primo sobre lo que estaban diciendo de él,


cuando vio la cabaña de Morainn. La puerta estaba abierta, y sintió miedo. Sin pensar,
hizo galopar al caballo. Escucho que los demás también se apresuraban.

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Desmontó antes de que el caballo parase, e iba a entra cuando tropezó con una
piedra manchada de sangre. Estaba dividido entre gritar por Morainn o quedarse allí
parado, por el miedo de lo que podría ver si entraba. Fue Simón quien pasó delante de él
rápidamente.

Se sintió agradecido de que ninguno de sus parientes siguiese a su amigo. Eso


hizo que él no pareciese tan cobarde.

— No está aquí. — informó Simon. — Ni el niño. Hay sangre en su cuarto, pero no


mucha.

— Tampoco había mucha en el cuarto de las otras mujeres. — Tormand


argumentó con un hilo de voz.

— ¿Crees que los asesinos están tras Morainn? Porque, ella no es tu amante y
nunca lo ha sido, os habéis encontrado por primera vez el otro día.

— Si, y en frente de casa de Isabella. Los asesinos podían estar entre la multitud,
observándonos.

— Es posible. — coincidió Simón, pensativo. — ¿Pero dónde está el cuerpo de


Morainn? Se llevaban a las mujeres durante la noche y las traían de vuelta antes del
amanecer. Creo que piensas igual que yo.

— Si.

— Entonces, amigo mío, ¿dónde está el cuerpo?

— ¿Por qué no se lo preguntas a ellos? — dijo Harcourt, señalando hacia el


bosque.

Tormand miró hacia donde señalaba Harcourt y vio a Morainn y a Walin


acercándose. Se sintió tan aliviado que casi cayó de rodillas. Enseguida se dio cuenta de
que los dos llevaban puesta la ropa de dormir y que Morainn llevaba una daga en la
cintura.

Con miedo por lo que pudiese decir al abrir la boca, esperó a que alguien dijese
algo. Pero sus parientes y Simón se mantuvieron en silencio. Morainn parecía
aterrorizada y avergonzada mientras caminaba, pero tampoco dijo nada. El silencio
empezó a irritarlo. Sus sentimientos estaban confusos y tenía la certeza de que parecería
un completo idiota si hablaba.

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Capítulo VIII

— ¡William!

El grito de felicidad de Walin rompió el tenso silencio. Tormand se giró para ver al
enorme gato acostado en la solera de la puerta. El niño abrazó al animal, y Morainn corrió
hacia ellos. Se agachó al lado del felino y, con delicadeza, buscó alguna herida.

Después de escucharlos elogiar al gato durante un tiempo, Tormand decidió que


era hora de saber por qué caminaba en camisola por el bosque y por qué había sangre
fuera y dentro de la cabaña.

— ¿Qué sucedió? — preguntó finalmente.

Walin, con el gato en brazos, miró a Tormand y respondió:

— Una mujer y un hombre grande entraron en casa por la noche e intentaron matar
a Morainn, pero ella tenía una daga debajo de la almohada. Y William atacó a la mujer,
ayudándonos a mí a Morainn a escapar. Después corrimos hasta que nos escondimos
debajo de un árbol, pero ellos nos siguieron y llegaron muy cerca de nosotros. Pero no
nos vieron. Después se marcharon porque estaban sangrando y el hombre dijo que tenían
que cuidar de sus heridas y golpes. También dijo que había lanzado a William contra la
pared y que lo mató porque había arañado a la mujer loca. Pero como puedes ver, no
murió. Yo y Morainn estuvimos escondidos debajo del árbol muchas horas, y cuando
volvimos a casa, todavía estaba asustado. — miró a Morainn. — Tengo que darle leche a
William por ser tan valiente.

Morainn tuvo que controlarse para no reírse de la expresión de los hombres. ¿A


caso habían entendido lo que dijera el niño? Walin había hablado tan rápido que apenas
había tomado aliento. Se levantó, limpió la camisola y vio que estaba rasgada.

— Señores, Walin y yo hemos tenido una noche muy larga. — empezó. — Si nos
dan un momento para cambiarnos de ropa, me sentiré feliz de contarles lo que sucedió
con todos los detalles. Hay pan, carne, cerveza y sidra en la cocina. Servíos lo que
deseéis. Walin y yo no tardaremos. — cogió al niño de la mano y lo empujó a dentro de la
cabaña.

— Quiero dar leche a William — protestó Walin.

— Lo harás cuando te laves y te cambies de ropa.

— Estoy contento porque él no ha muerto.

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— Yo también, mi amor.

Tormand entró, mientras observaba a Morainn y a Walin desaparecer por la


escalera que llevaba a los cuarto, miró a Simón.

— ¿Has entendido lo que dijo el niño?

Simon se echó a reír y se dirigió a la cocina.

— Más o menos. Ayúdame a ordenar la cocina porque esos dos deben tener
hambre.

— ¿Ha dicho que tenía carne?

— Si. — Simon frunció el ceño. — Un alimento muy caro para que una simple
curandera tenga en casa, pero no creo que lo haya robado. Quizás alguien se lo dio.
Considerando que soy uno de los hombres del rey, que juré servirlo, ella será lo bastante
lista para saber que no debería decirme que tiene carne robada. Debe habérsela dado el
cocinero del dueño de estas tierras.

— Puede ser. — la relación entre Morainn y sir Kerr era algo en lo que Tormand no
quería pensar.

— Casi no puedo creer lo que ha hecho ese gato. — intervino Harcourt cogiendo
una jarra de cerveza y poniéndola sobre la mesa.

Mirando para el animalito sentado en un banco, Rory entró en la conversación:

— Atacó a una mujer.

— ¿Has entendido todo lo que dijo el niño?

— Algunas cosas. Estaba intentando entender cómo alguien puede esconderse


debajo de un árbol.

Mientras colocaban la mese, discutían que parte de la historia de Walin les había
llamado más la atención y Tormand miró para Simón.

— ¿Y qué captó tu atención además de la capacidad del niño de hablar rápido?


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— El hombre y la mujer. — respondió Simon. — Yo realmente no quería creer que
una mujer estaba envuelta en esas atrocidades. Llegué a dudar de la visión de Morainn a
ese respecto. Un error que no cometeré de nuevo. ¿Será que esa mujer participó en los
crímenes? ¿Es la líder o una seguidora? Por lo visto, no son infalibles ya que Morainn
consiguió escapar.

— Tenía una daga enorme. — añadió Tormand,

— Y un gato feroz. — Simón se puso serio de repente. — Eses malditos deben


estar vigilándonos. Es la única explicación para que hayan venido tras la señorita Ross,
después de que la visitásemos. Si no estuviese absolutamente seguro del honor de los
que nos acompañan en esta búsqueda, buscaría un traidor entre nosotros.

Su amigo tenía razón, y Tormand sintió miedo por Morainn.

— Entonces, tenemos que convencerla de que venga con nosotros. No puede


quedarse sola en esta cabaña, no hasta que esos bandidos sean capturados.

— Estoy de acuerdo, aunque no me guste la idea de dejar a una mujer hermosa


como Morainn en tu casa, Tormand.

— ¡Santo Dios! ¡No soy un animal en celo, Simon! — Tormand suspiró y se fue
hacia la puerta, siéndose como si le hubiesen abofeteado. — Creo que será mejor que me
vaya a cuidar de los caballos.

Simon se arrepintió del comentario. Tormand era un buen hombre, pero en los
últimos meses parecía haber perdido el rumbo. Tenía que asumir el control de sus
necesidades y de sus deseos o en breve tendría problemas.

— ¿Crees que fui demasiado duro? — le preguntó a Harcourt.

— No. Se ha comportado como un animal desde hace unos años. — Harcourt


sonrió cuando los demás se rieron. — Pero te pido que no seas tan directo. — bajando el
tono de voz, prosiguió: — No creo que el niño sea de Morainn ni que ella sea la amante
de sir Kerr.

Simon entendió porque Harcourt estaba hablando bajo e hizo lo mismo:

— Significa que ella es virgen y ya tiene demasiados problemas. No necesita otro,


lo que sucedería si tuviese en romance con Tormand.

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— Estoy de acuerdo contigo y sé que ella no es la madre del niño. Él ya tenía dos
años cuando alguien lo dejó en la puerta de la casa de Morainn. En medio de una noche
fría. Fue un milagro que no hubiese muerto.

— ¿Cómo has descubierto todo eso?

— Preguntando. Y sir Kerr nunca la visita, ni siquiera para recibir el alquiler. Envía
al cocinero en su lugar. ¿Sabías que sir Kerr tiene los ojos azules y el cabello negro?

— ¿Es por ese rostro bonito que consigues toda esa información tan rápido,
verdad? Lo único que no entiendo es tu interés en esta historia.

— Morainn es el alma gemela de Tormand, aunque él luche contra eso.

La sonrisa de los Murray le decía a Simón que ellos estaban de acuerdo con esa
extraña afirmación.

— ¿Alma gemela? — preguntó él.

— Si. Los Murray creemos que existe una persona hecha para cada uno de
nosotros.

— ¿Y tú crees que Morainn Ross es la mujer ideal para Tormand? ¡Acaba de


conocerla!

— No importa. Puede ser rápido. Mi padre dice que luchó contra esa idea, lo negó
lo máximo que pudo, pero acabó trayendo a su Giselle de Francia para Escocia. Y
Tormand fue alcanzado por Cupido con fuerza.

Pensando en la forma en que su amigo se había comportado desde que había


puesto los ojos en Morainn, pensó que podría haber algo de verdad en lo que decía
Harcourt.

— Tal vez sea solamente deseo.

— En mi opinión, es mucho más que eso. ¿No has visto el rostro de Tormand
cuando vio sangre en la solera de la puerta, creyendo que Morainn podría estar muerta en
el interior de la cabaña? Estaba aterrorizado. Apuesto a que no actuaría así con otras
mujeres. No, especialmente, teniendo en cuenta que aun no la ha besado.

— No, todavía no. — Simon tuvo que admitir. — Pero Tormand y yo tuvimos una

72
discusión por la mañana. Él no quería que viniésemos, y eso va contra lo que tú acabas
de decir.

— Es obvio. No quería estar cerca de ella. Es lo suficientemente listo para saber, o


por lo menos para sospechar, lo que esa mujer significa para su futuro, el final de la vida
de soltero y conquistador. Él da señales de celos, prácticamente voló sobre la mesa
cuando ella casi se cae por causa de la visión, continuó sujetándola incluso cuando
Morainn ya había mejorado y casi se desmaya cuando vio la sangre fuera de la cabaña.
Sí, se está enredando rápido.

— Entonces, no haré nada. Pero si abusa de la confianza de la señorita Ross o de


la necesidad de la pobre de protección, no esperes que me quede quieto.

— Me parece justo, pero solamente después de que metamos un poco de buen


juicio en esa cabeza dura.

Al ver la expresión de felicidad de los Murray, Simón rió. No estaba seguro de si


creía en esa historia de la persona ideal o el alma gemela, aunque fuese un pensamiento
agradable. Explicaba por qué los Murray nunca negociaban matrimonios para sus hijos,
algo que los demás consideraban muy extraño. Cuando les preguntaban, simplemente
respondían que querían que sus hijos fuesen felices. Como muchos Murray conseguían
buenos y ventajosos matrimonios, algunos creían que el clan hacía arreglos o
negociaciones, por eso conseguían tan buenas alianzas.

También recordó que el clan era conocido por estar compuesto de esposas y
maridos fieles.

Tenía que admitir que Tormand se estaba comportando de forma extraña desde
que había visto a Morainn Ross. No había esas sonrisas seductoras ni comentarios
halagadores que solían atraer a las mujeres a la cama de su amigo. Había, sin embargo,
mucha preocupación por la salud o el bienestar de la señorita Ross.

Recordaba perfectamente lo aterrorizado que estaba Tormand al ver la sangre en


la solera de la puerta de la cabaña. Y su amigo no había vacilado en entrar en las casas
de las otras mujeres asesinadas, incluyendo la casa de Marie. Ni siquiera cuando ya se
imaginaba lo que encontraría dentro.
Definitivamente, había algo entre Tormand y Morainn. Por lo tanto, no pretendía
intervenir. Sería divertido observar al gran amante acabar por el camino del amor y el
matrimonio. Solo quería tener la certeza de que Morainn no sufriría por los errores y la
incapacidad de Tormand de ser fiel a una mujer. Ya estaba siguiendo el rastro de dos
asesinos y no necesitaba más problemas.

Tormand terminó de inspeccionar los caballos y dejó el establo. Era un lugar

73
grande y bien cuidado por una mujer que no era de la nobleza ni tenía familia. Igual que
aquella cabaña. El dueño de las tierras, sir Adam Kerr, había sido muy generoso con una
niña huérfana, a pesar de los comentarios del pueblo. Se sentía agradecido por eso,
aunque no conseguía dejar de pensar por qué ese hombre había tomado esa iniciativa.
Pocas personas conocían a sir Kerr y no hablaban mucho sobre él. Los rumores decían
que era un pecador, que tenía un harén igual que los de oriente. El simple pensamiento
de que Morainn formase parte de ese harén le hizo cerrar los dientes de rabia.

Respiró hondo, intentando calmarse antes de volver a la cabaña. Ese no era el


momento de investigar lo que había entre Morainn y el señor de Dubhstane. No tenía
dudas de que la pareja que había atacado a Morainn quería matarla. Era su deber
mantenerla segura. Además de eso, el que ella poseía podía ayudar a capturar a los
culpables.

Se detuvo a la entrada de la cabaña y observó la sangre que había allí. Solo de


pensar en el cuerpo de Morainn, en la cama, con el rostro desfigurado y sus adorables
ojos fríos y sin vida, se sintió aterrorizado.

Tenía que afrontar que estaba hechizado por la bruja de ojos azules como el mar
en un día de verano. Evitó huir de lo que podría ser su destino y entró.

Justo cuando iba a preguntar por qué se reían los hombres, Walin bajó las
escaleras corriendo y tropezó en el último escalón.

Tormand fue más rápido y cogió al niño antes de que se cayese. Walin le sonrió y
él sintió un extraño apretón en el corazón. No podía librarse de la sensación de que había
algo familiar en ese niño.

— Gracias, sir Tormand — agradeció Walin.

— Tienes que tener más cuidado. — detestó reconocer como su tono de voz se
parecía a la de su padre.

— Lo sé, pero necesito dar leche a William.

Después de una breve mirada hacia las escaleras, para verificar si Morainn venía
bajando, siguió al niño hasta la cocina. Al entrar, tubo la prueba de que sir Kerr había
obsequiado a Morainn con una bella casa.

Observó al niño servir la leche en un cuenco de madera. El gato saltó del banco y
fue a buscar su recompensa. Como por arte de magia, otros tres gatos aparecieron en la
cocina, pero un gruñido del gato grande mantuvo a los demás alejados. Un feliz Walin
sirvió un poco de leche en otro cuenco para los recién llegados.

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— William va engordar mucho.

El sonido de aquella dulce voz inmediatamente atrajo la mirada de Tormand.


Morainn le sonrió tímidamente, y él se excitó al instante.

— Gracias por poner la mesa. — agradeció, medio incómoda, bajo la mirada de


seis hombres. — Walin, ven a sentarte, por favor. — se asustó cuando Tormand la sujetó
por el brazo. — ¿Qué sucede?

Él separó la trenza negra y miró de cerca el moratón que había visto de reojo
cuando ella giró la cabeza para llamar al niño.

— ¿Cómo te has hecho eso? Parece la marca de una mano.

— Ah... el hombre me agarró por detrás cuando yo bajaba las escaleras, pero lo
golpee con mi daga y me soltó. — sintió que alguien se acercaba y miró sobre su hombro.

Simon examinó la mancha rojiza en el cuello de Morainn.

— El hombre tenía la mano muy grande. — concluyó él.

— Ah, sí. La tenía. — Walin afirmó al sentarse a la mesa. — ¡Era gigante!

— Siéntese señorita Ross. — pidió Simon. — Cuéntenos lo que sucedió mientras


come. Estoy seguro de que tiene hambre.

Ella se acomodó y se sintió un poco desconcertada cuando Tormand se sentó a su


lado. La proximidad de aquel hombre hacía que su cuerpo se relajase. Harcourt se sentó
al otro lado y empezó a servirla. Estar entre dos hombres mayores que ella hacía que se
sintiese protegida. Echando una mirada sobre la mesa, vio a Walin sentado entre Simón y
Rory, que estaban echando comida en su plato. Era muy buena la forma en que cuidaban
de ella y de Walin. Seguro que lo iba a echar de menos cuando perdiese esa atención.

— Antes de que empieces con la historia. — empezó Rory, con sus ojos ámbar
brillando de humor. — Necesito saber una cosa. ¿Cómo te has escondido debajo de un
árbol?

— Bien, cuando vine a vivir aquí el recuerdo de la forma en que murió mi madre
todavía estaba muy vivo. Por miedo a que una multitud viniese detrás de mí, busqué
lugares donde poder esconderme en el bosque. Encontré un viejo y gran árbol con raíces

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gruesas que sobresalen del suelo, donde solo necesitaba excavar un poco. Era suficiente
para poder esconderme.

— Muy inteligente, considerando que la señorita era solamente una niña. — la


elogió Simon.

— Incluso una niña entiende la necesidad de sobrevivir.

— Es cierto. Entonces, señorita, si puede hablar y comer al mismo tiempo, me


gustaría mucho saber lo que le ha sucedido.

Durante la comida, relató todo lo que había sucedido, excepto la conversación


entre los asesinos en el bosque. Era algo que se debía discutir cuidadosamente. Tenía la
certeza de que Simón analizaría cada palabra.

— El hombre tenía los pies grandes. — añadió Walin cuando Morainn terminó el
relato. — Y su caballo también era grande, con una pata blanca.

— ¿Estabas espiando? — preguntó Morainn con una súbita rabia.

Podrían haberlo visto, y eso no le habría gustado nada.

— Solamente con un ojo, Morainn. No me moví ni levanté la cabeza. — se


defendió él, avergonzado.

— ¿Qué pierna del caballo era blanca? — quiso saber Simon.

— La pierna derecha delantera. — informó Walin, pareciendo inseguro.

— ¿Notaste alguna otra cosa?

— No. El hombre era muy grande y estaba sentado sobre un caballo enorme,
tendría que haberme movido para ver mejor.

— Entonces estaban cerca de vosotros. — Simon miró para Morainn. — Has dicho
que hablaron entre ellos, pero todavía no nos has contado sobre qué hablaron. ¿Pudiste
oírlo bien?

— Si, claramente. Estaban sangrando. William hizo un gran estrago en la cara de


la mujer. Justicia divina. El hombre tenía dos cortes, uno en la mano o en el brazo. El otro

76
puede haber sido en el cuerpo. Lo alcancé con la daga dos veces, pero no sé
exactamente donde. Pero él estaba preocupado por las heridas de la mujer y por el rastro
de sangre que dejaban en el suelo.

— ¿Algo más? — insistió Simon.

— Están vigilando a sir Tormand. — ella lo miró rápidamente. La belleza de los


ojos de colores diferentes hacia que se sintiese femenina, deseable, y tenía que estar en
calma para terminar de contar lo que había escuchado. — Sabían que me viniste a ver y
tenían la certeza de que utilizaría mi don para encontrarlos. Ella me quiere muerta para
que no pueda ayudaros.

— ¿Pero por qué están cometiendo todos esos crímenes? — Tormand pasó las
manos por el pelo.

— Ella quiere que pagues por la humillación y la vergüenza que ha sufrido,


Tormand. Dice que la obligaron a casarse por tu culpa. También quiere castigarte por
haber escogido a otras mujeres y no a ella. Las llamó a todas prostitutas. — Morainn
sintió ganas de abrazarlo y consolarlo, cuando lo vi palidecer.

— Entonces, todo es culpa mía. — murmuró él con voz temblorosa. — Es por mi


culpa que están asesinando a esas mujeres.

— No — intervino Harcourt. — Están muriendo porque una loca decidió que tú


debes pagar por su infelicidad. Muchas mujeres tienen el corazón partido o son obligadas
a casarse con un hombre al que no quieren. Pero ninguna de ellas va por ahí matando a
las demás como si fuesen sus rivales. Si ella quiere culpar a alguien por su desgracia,
¿por qué no empieza por el marido por la familia que la obligó a casarse?

— Harcourt está en lo cierto, Tormand. La mujer está loca. — opinó Simon. — No


puedes culparte por lo que hace. — miró Morainn. — Y ahora tiene miedo a ser
descubierta por tus visiones, ¿no?

— Si. Ella no duda que soy una bruja. Como he dicho, sabe que os ayudaré a
encontrarla. — Morainn se sonrojó. — Ella también cree que me quieres en tu cama,
Tormand.

— Pero si acabo de conocerte. — protestó él.

Morainn no creía que se motivo importase mucho para un hombre tratándose de


acostarse con una mujer. Y, por la expresión de los demás, se dio cuenta de que
pensaban lo mismo.

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— Esa mujer cree que si, a pesar de las dudas de su compañero. Dijo que te vio
mirándome en la casa de los Redmond. Si algún día te quiso, ahora ya no lo hace. Todo
lo que quiere es verte ahorcado.

— Dios. — susurró Uillian. — Tienes que marcharte ahora, Tormand.

— ¡No! — casi gritó Tormand. — No voy a huir. Pero prometo que cuando Simón
diga que es hora de esconderme, lo haré sin discutir. Es todo lo que puedo garantizar. —
Notó que a su hermano más joven no le gustó la idea, pero asintió. Se giró hacia Simón y
dijo — Y, antes de que preguntes, no tengo la menor idea de quién es esa mujer. Nunca
he pensado en casarme y he evitado a todas las mujeres que sacaron el tema.

— Eso no significa que ninguna de ellas no haya pensado ni deseado casarse. —


dijo Morainn en voz baja, sintiendo que las palabras herían su corazón. — Esa mujer me
recordó a una niña mimada. Había decidido que tú serías su marido, sin importar lo que
pensases al respecto. Debe haber hecho algo muy loco para llamar tu atención, algo que
nunca supiste, y acabó teniendo que casarse con un hombre que no quería.

— ¿Y todo lo que ha sufrido desde entonces es culpa mía? No tiene sentido.

— Claro que no, no para nosotros. Está completamente loca.

— ¿No han mencionado nombres? — preguntó Simon.

— No — respondió Morainn. — En cierto momento llamó Small al hombre pero


creo que no es su verdadero nombre. Y él la llamaba solamente mi lady. Hablaron sobre
un perro llamado Dunstan. No es mucho, ¿no? No lamento.

— No tienes que disculparte. Esa información es preciosa. Si el tiempo sigue


siendo bueno, podremos ir a buscar a mi perro y seguir el rastro de sangre.

— Pareces muy confiado. ¿Crees que eso os llevará a algún lugar?

— Eses dos malhechores son listos. Todavía no cometieron un error. Descubrimos


donde llevaban a cabo los crímenes, pero después de ahí el rastro siempre desaparece.
— explicó Simon.

— ¿Eres consciente de que no estás segura aquí? — le preguntó Tormand a


Morainn.

Si, lo sabía, pero no podía hacer nada al respecto. Con todos mirándola, perdió el
coraje de pedir ayuda. A pesar de haber escapado por poco, el orgullo a veces hablaba

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más alto que el buen sentido.

— No puedo marcharme simplemente. — respondió. — Tengo gallinas, gatos, una


vaca y mi jardín.

— Te llevaremos a mi casa. — informó Tormand, tajante.

Ella no quería admitirlo, pero estaba muerta de miedo por estar sola en la cabaña
con solamente una daga, un niño y un gato temperamental para protegerla.

Recogieron sus cosas aunque ella siguiese protestando. Pusieron a los gatos en
dos pequeñas jaulas, sujetas a las sillas de los caballos de Rory y Simón, para el
desespero de los felinos. Walin no hizo ningún esfuerzo para esconder que estaba feliz
por la oportunidad de cabalgar en una gran montura con Harcourt.

Cuando Tormand la condujo hasta su caballo, ella miró a su cabaña, su casa


durante los últimos diez años, y pensó si volvería allí algún día.

La respiración le falló cuando Tormand la sujetó por la cintura y la puso sobre su


caballo. Colocó las faldas de su vestido de la mejor manera posible. Cada vez que él la
tocaba, se sentía arder por dentro. Después de acomodarse tras ella, pasó los brazos por
los laterales de su cuerpo delgado, sujetó las riendas e instigó a su caballo al trote.

Morainn pensó que realmente estaría segura en casa de ese hombre. Los asesinos
tal vez no la capturasen allí, pero Tormand, sí. Estaba segura de que él podría ser
peligroso a su manera. Tal vez saliese viva de esa pesadilla, pero no con el alma y el
corazón enteros.

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Capítulo IX

Morainn llevaba dos días en casa de Tormand. Aunque los hombres salían mucho,
el ambiente nunca había estado tan calmado. Ese detalle la hizo darse cuenta de que la
tarta que había puesto a enfriar, a esas alturas, ya debería haber atraído a Walin a la
cocina. No veía al niño desde que habían desayunado juntos en el gran salón esa
mañana, escuchando los planes que hacían los hombres. Con tantas personas para
cuidar al niño, sabía que estaba seguro. Aun así, no verlo durante tanto tiempo la estaba
asustando. Decidió buscarlo.

Después de buscar por toda la casa, el único lugar que le faltaba por mirar era el
cuarto donde Tormand guardaba sus libros, una especie de biblioteca. Se detuvo frente a
la puerta cerrada, vacilante. Pero la necesidad de saber donde estaba Walin fue mayor.
En realidad, estaba insegura porque Tormand estaba allí.

Desde que había llegado, solamente se encontraba durante las comidas. Era
obvio que él la estaba evitando. Eso la hería, pero sabía que era mejor así. Solo quería
que fuese suficiente para dejar de esperarlo todos los días. Sacudió la cabeza, intentando
alejar tanta tontería, y llamó a la puerta. Como no tuvo respuesta, llamó a Tormand y giró
el pomo lentamente.

Él observó la puerta abriéndose y suspiró. Estaba haciendo todo lo posible por


olvidar que Morainn y él estaban solos en casa, a no ser por los gatos. Pero no era
suficiente, ya que no había hecho mucho trabajo, considerando las horas que llevaba en
ese cuarto.

Cada vez que pensaba en un nombre para añadir a la lista que Simón le había
obligado a hacer, su mente empezaba a pensar en Morainn desnuda, bajo su cuerpo,
gimiendo, mientras él le daba placer.

La lista, pensó y miró el papel que tenía delante, horrorizado. Cuando Morainn
entró, ya había puesto el libro de contabilidad sobre la lista y lo abría para tener la
certeza de que su relación de amantes estaría completamente escondida.

— ¡Oh, discúlpeme! — dijo Morainn, sin gracia. — Llamé a la puerta, pero no


respondió nadie.

Él se levantó y fue a apoyarse en el lateral de la mesa. Cruzando los brazos,


intentó no parecer tan culpable. Utilizar su cuerpo para bloquear la lista que estaba
escondida bajo el libro era una idiotez, pero aún así no se movió. Cuanto más miraba
aquella relación de nombres, se sentía cada vez menos un amante y más como un
ordinario conquistador, como Simón había dicho. No quería que Morainn conociese ese
lado de él.

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— Tardé en responder porque estaba ocupado. — explicó. — ¿En qué puedo
ayudarte?

— ¿Sabes dónde está Walin?

— Uillian y Harcourt lo llevaron a la cabaña para que pudiese hacer algunas tareas.

Morainn se sintió aliviada y pensativa también.

— Tengo que encontrar a alguien que se encarde de los quehaceres por allí hasta
que vuelva a casa. No es correcto que tú y los demás tengáis que llevar a Walin o a mí…

— Y tú no deberías estar haciendo las tareas de una empleada cuando estás de


invitada en esta casa. — más relajado, Tormand se alejó del escritorio y fue hasta una
mesa en la esquina, cerca de sus estanterías de libros, dónde había una jarra de vino y
dos copas. — ¿Ya me he disculpado por la locura y la maldad de esa maldita mujer? —
preguntó él, sirviendo dos bebidas.

— Si, tú y todos los demás. En realidad, no me importa trabajar. Al contrario, me


ayuda a mantener la mente ocupada, para no pensar en el motivo que me ha traído a esta
casa.

— Mis huéspedes no suelen hacer los trabajos domésticos… — él le entregó una


copa. — Siéntate y toma un poco de vino conmigo.

Morainn cogió la bebida y se dejó llevar hasta una silla en frente de la chimenea. Él
se acomodó cerca de ella, quedando solamente una pequeña mesa entre ambos.

Saboreó la bebida de altísima calidad, que solamente las personas que tenían
mucho dinero podían comprar.

Le gustó la atención que Tormand le daba, aunque no fuese muy inteligente estar
tan cerca de él, como si perteneciesen a la misma clase social. Aun así, las ganas de
verlo, de verse envuelta por el calor de sus sonrisas y de dejar que su profunda voz la
acariciase eran demasiado fuertes.

— ¿Has tenido algún sueño? — preguntó él.

— No. Ni tampoco una visión de los asesinos.

Morainn tenía la esperanza de que él pensase que el rubor que le cubría la cara se

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debía a la vergüenza por estar a solas con un hombre, y no porque estuviese preocupada
por los sueños que estaba teniendo. Eran del tipo que la dejaba ardiendo de deseo por él.
A pesar de que nunca había disfrutado de la compañía de un hombre en la cama ni de
que la hubiesen besado con ganas, estaba pasmada porque su mente fuese dominada
por las imágenes de Tormand desnudo y de sus cuerpos entrelazados. Lo que más la
perturbaba era que podía sentir el calor del beso y las caricias de las manos expertas
mucho tiempo después de que el sueño hubiese terminado. Solamente de pensar en el
asunto, se sentía excitada, asique decidió decir algo que la distrajese:

— Tengo curiosidad por saber por qué Simón todavía no me ha pedido que sujete
la otra horquilla. — su voz tembló al pronunciar el primer nombre de sir Innes. No se
sentía bien por la informalidad con que todos le pedían que los tratase. — Pensé que lo
habíais entendido cuando dije que quería ayudar. — se obligó a continuar, a pesar de
maldecirse por haber iniciado esa conversación.

Tormand solamente quería saber por qué se sonrojaba ella cuando hablaba de sus
sueños. Él se veía atormentado por escenas tórridas durante el sueño, que hacían que
despertase más excitado que nunca. Aunque sentía celos solamente de imaginar que
Morainn tuviese amantes, tenía la certeza de que todavía era inocente. Quería que eso
fuese verdad, deseaba ser el primero en mostrarle el placer que un hombre y una mujer
podían compartir. Esbozando una tenue sonrisa, volvió al asunto en cuestión.

— Simón no quiere que sufras por tener otra visión, a pesar de que hemos ido para
eso a tú cabaña aquel día. — añadió él. — Y después de ver y escuchar lo que sucedió
esa noche, está todavía más convencido de su decisión.

— No puedo decir que me guste pasarlo mal, pero esas muertes tienen que parar.

— En eso estamos de acuerdo.

— Tal vez las heridas que sufrieron los asesinos les hagan perder un poco de
tiempo, y ya que el perro de Simón perdió el rastro en el bosque, creo que las horquillas
son ahora más importantes para la solución de este caso, ¿no crees?

— Si. Aunque no me guste la idea y crea que Magda, mi ex criada, le haya contado
a toda la ciudad que he traído una bruja a mi casa para que me salve de la horca, pienso
que tenemos que intentar otra vez…

Morainn casi se atraganta por la sorpresa.

— ¿Tú criada no sería capaz de decir esas cosas, verdad? Después de todo
trabajaba para ti. No puede haber pensado que serías capaz de matar a una mujer.

— Le pagaba muy bien, pero nunca le he gustado. Se negaba a trabajar aquí


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después del anochecer y observaba a las muchachas que trabajaban con ella como si yo
fuese a violarlas en cualquier momento. Magda dejó muy claro, desde el inicio, que me
consideraba un cerdo lascivo, que iba a quemarse en el fuego del infierno.

— ¿Y aun así la contrataste?

— Era una buena cocinera y mantenía la casa y mi ropa limpias. Era lo que yo
necesitaba, y no me resultó difícil estar fuera de su camino y del de sus ayudantes. Estoy
aquí para representar a mi familia en la corte y no tengo que estar todo el día en casa. Por
lo menos no siempre.

— Bien, estoy segura de que esta historia se va a terminar muy pronto, y no me


importa trabajar. — ella terminó el vino y se levantó. — Tengo que volver a mis
quehaceres o de lo contrario no habrá nada que comer por la noche.

Tormand también se levantó y pensó en algo que decir, intentando mantenerla a su


lado por más tiempo. Cuando ella fue hacia la puerta, él le agarró la mano,
delicadamente. Solamente con tocarla, sintió un calor en la entrepierna. Era un hombre
débil cuando se trataba de mujeres y del placer que podía encontrar en esos cuerpos
suaves, pero creía que ni el más santo de los hombres podría resistirse al tipo de fuego y
pasión que Morainn prometía como recompensa a quién se acostase con ella.

Un escalofrío la recorrió y una vez más se ruborizó, demostrándole a Tormand que


sentía lo mismo que él.

— ¿Estás segura de que puedes soportar otra visión? — decidió que volver a ese
asunto era mejor que decirle que deseaba poseerla en ese momento.

— Ah, sí. Ya estoy recuperada.

— No totalmente.

— Algunas imágenes desagradables siguen asombrándome, y no puedo hacer


nada con eso. — sabía que debía librarse de la mano de Tormand, pero no podía. — Mi
malestar fue más bien por el shock. No esperaba ver tanta violencia, incluso después de
saber que esa horquilla fue hallada donde torturaron a la mujer. Ahora que sé lo que me
espera, estoy más preparada. Simon no tiene que preocuparse por mí. Pídele que me
diga una hora para que toque la otra horquilla.

— Hablaré con él. — la acercó un poco más a él, hasta que sus cuerpos casi se
tocaron. — Ahora háblame de tus sueños, Morainn.

— Pero ya he hablado de ellos… no he visto a ninguno de los asesinos ni he

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descubierto nada de lo que planean. — respondió ella con un hilo de voz, casi sin poder
pensar con claridad.

Él la besó en la frente, saboreando el gusto de la piel suave.

— Dime, Morainn, ¿has soñado conmigo? Yo sueño contigo. — susurró él antes de


que ella pudiese responder.

— No sé por qué tú deberías…

Una voz en su mente le decía que lo empujase. Pero no tenía fuerzas. Sabía que
tenía que hacer que Tormand dejase de besarle el rostro. Pero el lugar de alejarse, se
acercó más a él. Cuando la abrazó fuerte, sintió que sus rodillas se debilitaban y el deseo
la invadía. Tormand era la mayor amenaza que podría existir para su virtud y su corazón.
Pero aun así no le importaba.

— ¿Por qué yo no debería?... — él la besó suavemente, a pesar de que todo su


cuerpo pedía a gritos el cuerpo de ella. — Podría estar horas mirando tus ojos con la
esperanza de descubrir todos tus secretos. Y esa boca… — él la tocó levemente con el
labio superior. — Caliente, dulce como la miel, suave como la seda y llena de pasión. En
mis sueños, sentí muchas veces tu boca sobre mi piel.

Del mismo modo que ella sentía el calor de sus labios seductores. Esa era la
prueba de que estaban compartiendo los mismos sueños, lo que debería alarmarla, pero
entonces él le mordisqueó la oreja. El suave roce de los dientes contra la piel sensible
hizo que lo agarrase. Todo el deseo con el que había soñado se apoderó de su cuerpo en
ese momento, haciéndole sentir un poco de miedo. La presión de los de Tormand sobre
los de ella en seguida alejaron ese sentimiento. Abrió la boca cuando sintió que la lengua
ávida pedía el paso, ansiosa por saborearla.

Tormand gimió cuando el beso profundizó. El sabor de Morainn era embriagador, y


llegaba a hacer que su masculinidad doliese de tanto deseo. Quería acostarla en el suelo
y desnudarla. Ansiaba probar cada centímetro de esa piel dorada y penetrar a Morainn
tan profundamente que no sería capaz de salir nunca más.

Le estaba resultando cada vez más difícil refrenar el deseo. Habían sido muchos
los sueños que lo dejaron alucinado, con ganas de poseerla. Luchó duramente para
mantener algo de control, aun sintiendo el sabor de la inocencia en el beso de Morainn.
Incluso el modo en que movía entre sus brazos era tímido, demostrándole que nunca
había tenido un amante. Aunque el pensamiento de saber que sería el primero en probar
esa pasión lo enloqueciese, sabía que tenía que retroceder un poco.

Sin querer interrumpir el beso, volvió su atención al largo y gracioso cuello. Lo


recorrió con la lengua, lentamente, sintiendo las rápidas pulsaciones, feliz por la

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comprobación de que ella también lo quería. A pesar de tener la mente tomada por la
pasión, recordó que nunca se había acostado con una virgen. Había una buena razón
para eso, pero no podía recordar cual era.

— ¿Has soñado conmigo, Morainn? — esperó estar en lo cierto o iba a sentirse


como un completo idiota. — ¿Me abrazabas y me besabas?

— Si. — susurró ella. — Sueños pecaminosos.

— No, son hermosos sueños de pasión y deseo. — le acarició los labios con la
mano. — Dulces sueños de nosotros dos amándonos, sintiendo el deseo el uno del otro.

La voz de Tormand era pura seducción, profunda y ronca. Morainn sentía como si
estuviese en llamas, cuando las grandes manos envolvieron sus pechos, adivinando lo
que deseaba. Se entregó a la caricia, dejando el susto por ser tocada tan íntimamente a
un lado.

Él apenas conseguía mantenerse en pie de tanta pasión que sentía por la mujer
que tenía en sus brazos. Al mismo tiempo que buscaba un lugar para acostarla y hacer el
amor con ella, continuó acariciando y besando a Morainn. Entonces, vio la puerta
entreabierta. Aunque quería mantener el interés de ella por él, no tenía la certeza de si iba
a ser capaz de continuar con las caricias y cerrar la puerta al mismo tiempo.

En ese instante, la puerta de abrió del todo. Morainn se alejó de él tan pronto como
escuchó el ruido. Tormand observó la expresión de ella cambiar rápidamente de deseo a
vergüenza. Sabiendo que ella se alejaría más e intentaría recomponerse, maldijo y buscó
a quien los había interrumpido. Pensaba en los peores castigos para quien los había
interrumpido cuando escuchó un sonido familiar.

Tormand dejó de buscar a un hombre y miró para abajo. William era el invasor, y el
gato se acercaba al escritorio sin darse cuenta de que estaba muy cerca de perder el
pellejo.

Tuvo que respirar hondo varias veces para controlarse, cuando lo consiguió, miró a
Morainn y casi se echó a reír. Las manos delicadas intentaban nerviosamente colocar el
vestido y los cabellos. Ahora que estaba más calmado, se dio cuenta de que había sido
un error ceder a sus deseos. Debería hacer el amor con Morainn de forma gentil y en una
cama, por ser la primera vez de ella.

Justo cuando iba a decirle algunas palabras de cariño, para que no se sintiese tan
avergonzada, algo se cayó al suelo. Él la vio correr hasta el escritorio. La miró con miedo.
William estaba sentado sobre la mesa, y todo lo que estaba allí se había caído al suelo.
Morainn rápidamente empezó a recogerlo.

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Tormand tuvo ganas de correr hasta allí, agarrarla y llevársela a la fuerza, pero era
demasiado tarde. Se giró hacia el gato, jurando que el condenado lo había hecho a
propósito. El animal debía estar feliz. Escuchó a Morainn murmurar algo y la miró. De
inmediato, supo lo que estaba leyendo. Su mente buscó palabras para atenuar la
sorpresa de ella, pero no fue capaz de pensar en nada. ¿Qué podría decir para suavizar
la dura realidad?

Morainn miraba los papeles. Ella solamente quería colocarlos a un lado como
había hecho con el pesado libro de contabilidad, pero no podía. Era una lista con
nombres, los de tres mujeres tenían una cruz al lado. Por un instante, pensó que Tormand
era el asesino, pero enseguida descartó esa posibilidad.

Era la lista que Simón había mencionado una vez. Esa con todas las amantes de
Tormand, o al menos las que era capaz de recordar. Vio que muchas corrían peligro. Leyó
todos los nombres de la lista que continuaba por la parte de atrás, escrita con una bonita
caligrafía. Al menos que hubiese terminado, iba a necesitar más papel.

Tras el choque inicial, sintió un dolor profundo y cortante, que no quiso demostrar.
No quería que él supiese que la había herido. Aunque un momento antes había estado en
brazos de Tormand, tenía su orgullo, que de alguna forma suavizaba su dolor.

La rabia llegó enseguida, acabando con el dolor y la vergüenza que sentía por ser
una tonta. Él solamente la usaría para calentar su cama, como había hecho con tantas
otras. Aunque hablase de sueños y dulces galanterías, ella no era nada más que un
cuerpo que estaba a mano en un momento en que él estaba obligado a estar en casa y
tenía que pasar el tiempo.

Había sido una tonta por pensar que ellos compartían los mismos sueños.
Probablemente era otra mentira de él para poder llevarla a la cama. Había ido a su casa
para ayudarlo a encontrar a los asesinos, para que él no fuese a la horca. Y así se lo
agradecía él, convirtiéndola en una de sus prostitutas. En ese momento, ya no le
importaba que ahorcasen a Tormand. No permitiría que él supiese lo humillada que se
sentía.

— ¿Crees que recordarás más nombres? — preguntó, furiosa.

— Simon me pidió la lista para saber qué mujeres están en peligro. — respondió él,
pensando en lo hermosa que estaba cuando se enfurecía, aunque la hubiese perdido
antes de hacerla suya.

— Seria preciso el ejército del rey para proteger a todas esas mujeres.

— No estaba intentando incluirte en la lista. — quiso explicar. — No pienso en ti de


la misma forma en que pensaba en ellas.

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— ¿No les has susurrado dulces palabras? ¿No te has acostado con ellas?
Solamente te conozco desde hace unos días, y ya has intentado seducirme. — Morainn
tiró los papeles sobre la mesa. — ¿También les has hablado de sueños? Fue un buen
truco, sabes que creo en los sueños.

— Morainn, todo lo que he dicho es verdad. Lo que siento por ti nunca lo he sentido
por ninguna mujer.

Ella quiso creerlo desesperadamente, lo que la hizo estremecerse.

— ¿Estamos aquí con la puerta abierta, casi me has tirado al suelo y levantado mis
faldas y quieres que piense que no soy solamente un cuerpo para calentar tu cama?
¿Qué soy diferente a las demás? Estás tan acostumbrado a seducir que conquistarías
incluso a una monja. Pero, sir Tormand, yo no voy a ser otro nombre más en tu lista.
Tengo mi orgullo y no lo sacrificaré por tus jueguecitos de seducción.

Tormand maldijo cuando ella salió del cuarto. Y todavía más cuando escuchó a
Simón saludarla. No solamente la había perdido sino que ahora todos sabrían la pésima
opinión que Morainn tenía sobre él. Miró al gato que todavía estaba sentado sobre el
escritorio, sintiéndose un idiota por culpar al animal por lo que había pasado, pero
necesitado algo sobre lo que descargar su rabia.

— ¿Morainn, está todo bien? — escuchó a Simón preguntar y se dio cuenta de que
su amigo estaba receloso de que él hubiese hecho algo.

— Si. Solamente necesito volver a mis quehaceres en la cocina. Ya estoy


preparada para tocar la otra horquilla.

— ¿Estás segura?

— Si.

— Entonces, vamos a intentarlo después de la cena, cuando Walin se vaya a la


cama.

— Perfecto. Cuanto antes resolvamos esta situación, antes podré volver a mi casa
y a mi vida.

Tormand se estremeció cuando escuchó a Morainn marcharse. Se encogió de


hombros cuando su amigo entró en el cuarto y lo miró, levantando una ceja de forma
interrogativa.

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— Ha visto la lista. — confesó.

— ¿Se la has enseñado?

El tono de la voz de Simón hacía que Tormand pareciese un idiota.

— ¡Claro que no! Pensé que estaba bien escondida bajo el libro. — señaló al gato.
— Entonces, ese gato estúpido apareció y tiró todo lo que estaba encima de la mesa para
sentarse. Morainn fue a arreglar el desorden y vio la lista. No te rías, porque tengo ganas
de golpear a alguien.

— ¿Has intentado seducirla, verdad?

— Si, tal vez lo haya hecho, pero no tienes que ponerte como si estuviese
haciendo pecar a una inocente. No la veo como a las otras mujeres, y ella no me ha
creído cuando se lo dije.

— Considerando el tamaño de la lista, puedo entender por qué no te ha creído.

— No le he mentido.

— Tormand, amigo, una mujer puede confiar en la palabra de un hombre, excepto


cuando se trata de su pasado y de las razones que tiene para llevarla a la cama. A menso
que te cases, ella dudará de cada intento de seducirla. ¿Quieres casarte con Morainn?

— No sé. — Tormand sonrió ante la expresión de sorpresa de Simon. — Ella es


diferente a las demás y creo que ahora estoy confuso. No sé cómo hacer que me crea.

— Bueno, podrías cortejarla en lugar de intentar seducirla. ¿Recuerdas como


cortejar a una mujer?

Tormand estaba a punto de responder que se acordaba, cuando se dio cuenta de


que no recordaba haberlo hecho nunca. Normalmente, lo que necesitaba para llevarse a
una mujer a la cama eran algunos elogios, un bonito regalo y uno o dos besos. Pero eso
no significaba cortejar. Era más como una cacería. En un intento de esconder su
malestar, desvió la mirada hacia el gato que lo observaba atentamente.

Por un breve momento, pensó si debería intentar cortejar a Morainn, la mujer que
podría llevarlo al altar. Por más extraño que pareciese la idea de casarse con ella no lo
asustaba ni hacía que pensase en huir a las montañas. Había visto a sus hijos en el

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último sueño y, de cierto modo estaba ansioso por saber si esas imágenes se harían
realidad. Incluso el pensamiento de ser fiel a una mujer no le preocupaba.

Decidió que le haría la corte a Morainn.

— Si, puedo cortejarla, o al menos hacer que sepa que no la veo como a un
nombre más en mi lista. No debe ser tan difícil. — dijo y dejó el aposento.

Simón rascó al gato detrás de la oreja y sonrió cuando escuchó ronronear al


animal.

— Ahí va un loco, William. Creo que tiene un largo y difícil camino por delante, y le
hará bien. Pero Tormand está en lo cierto en cuanto a una cosa, Morainn Ross no será
otro nombre más en su lista. Empiezo a pensar que Harcourt tiene razón, y esa
posibilidad es atemorizante.

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Capítulo X

— ¿Estás segura de que quieres tocar la otra horquilla?

Morainn miró los cenicientos ojos de Simón Innes que demostraban bondad.
Estaba más acostumbrada a verlos fríos como el acero o perdidos en sus pensamientos,
intentando resolver un problema. Esa mirada de generosidad hizo que se diera cuenta de
que Simón Innes era un hombre mucho más hermoso de lo que había juzgado la primera
vez.

— Si — respondió. — Estoy más preparada esta vez. Solamente rezo para poder
ver algo que puede ser realmente útil.

Solamente un toque y sería enviada a ese mundo oscuro y sangriento, de dolor y


locura, en que los asesinos vivían. No tenía dudas de que, si tuviese una visión, se
sentiría horrorizada, pero intentaría no dejarse impresionar como la otra vez. Se
mantendría alerta a todas las imágenes que llegasen a su mente.

Sintió un leve movimiento detrás de ella no tuvo que girarse para saber que se
trataba de Tormand. Conocía su perfume tan bien como el suyo. Todavía estaba furiosa
con él, la pena y los celos llenaban su corazón, pero no podía negar que su presencia le
daba fuerzas.

Sin prestar atención a los otros Murray, sentados alrededor de la mesa en el gran
salón, mirándola, extendió la mano.

— Vamos a intentarlo.

— Encontré esta aquí… — Simón empezó a hablar.

— No, no me lo digas. Podría influir en mi visión y alterar lo que quiera que se me


va a mostrar.

Simon asintió con un gesto de la cabeza y puso la horquilla para el pelo en su


mano. Inmediatamente se tensó, pero se esforzó en relajase. No lucharía contra la visión,
sino que dejaría que la llevase a donde fuese necesario. De esa forma, tal vez
consiguiese la información que necesitaban.

Pasados algunos minutos, empezó a pensar que no vería nada de esa vez. Por la
expresión de los hombres, podía decir que ellos pensaban lo mismo. Pero, de repente,
sucedió, de forma tan dura y rápida que perdió el aliento. Sintió dos manos fuertes
sujetando sus hombros y su fuerza volvió. Enfrentó la visión sin temer el mal que le

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esperaba.

Como la otra vez, las emociones llegaron primero a su mente. Dolor, miedo, odio,
locura y un placer malévolo. Eran tan fuertes que sintió ganas de vomitar. Pero, la visión
vino más detallada, y no solamente flases de imágenes rápidas.

El dolor y el miedo de la mujer que estaba en el suelo de tierra de una choza


ganaba fuerza y golpeó a Morainn a pesar de sus esfuerzos por protegerse. Cuando esa
sensación desapareció súbitamente, la mujer estaba muerta. Entonces, la rabia que la
dominó fue tan poderosa que la hizo temblar. El brillo de la daga iba y venía. No había
control ni precisión en las puñaladas. La enorme y oscura figura que estaba al lado de la
víctima se movió para agarrar un arma. Un grito de furia atravesó la mente de Morainn. El
dolor aumentó cuando las duras palabras pesaron en su mente, y memorizó cada una de
ellas por si fuesen importantes.

— ¡Tienen que pagar!

— Pagarán, mi lady. Pagarán.

Entonces, la mujer con el vestido salpicado con la sangre de la víctima, miró


directamente a Morainn.

— Y tú bruja, eres quién más va a sufrir.

Morainn se sintió tan chocada que lanzó la horquilla bien lejos. Estaba helada de
miedo. La asesina había hablado con ella, había mirado directamente para ella. Eso
nunca había sucedido antes. Ya había escuchado susurros, pero nada tan intenso como
esa mirada penetrante y las palabras amenazadoras. Era como si la mujer supiese que
ella estaba viendo la escena del crimen.

Tomó un trago de sidra en un intento de calmarse y poner en orden sus


pensamientos. Podría lidiar con la debilidad de su cuerpo más tarde. Mientras la visión
estaba reciente, buscó información que ayudase a Simón a capturar a la pareja de
asesinos.

— ¿Encontraste la horquilla antes o después de encontrarte conmigo? — preguntó


finalmente a Innes.

— Antes. No ha habido más muertes antes de que nos encontrásemos, solamente


el ataque hacia ti.

— Es cierto. — coincidió Tormand. — Solicitamos tu ayuda después del tercer


crimen, pero te vimos antes, en casa de los Redmond. Y los asesinos nos vienen

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vigilando desde entonces, ¿no?

Tormand sabía que Morainn todavía estaba enfadada con él, pero estaba feliz por
qué ella no lo estuviese ignorando. Había muy poco que pudiese hacer para protegerla
durante las visiones, pero por lo menos podría aliviar el dolor y el miedo que ella sentía
después. Morainn temblaba y estaba pálida, pero esta vez no había tenido ningún
colapso. Él masajeó sus hombros, intentando disminuir su tensión.

— ¿La horquilla viene del lugar donde asesinaron a la última mujer? — preguntó
Morainn.

— Si. — dijo Simon. — Creemos que lady Marie Campbell fue asesinada en la
cabaña donde encontramos esa horquilla.

Morainn escucho a Tormand maldecir en voz baja y pensó si a él realmente le


había gustado esa mujer. Se esforzó por alejar los celos que la atacaban. Después de
todo, Marie estaba muerta. Y, considerando como Tormand había intentado seducirla,
empezó a dudar si todas esas mujeres habrían sido pecadoras, o solamente tan débiles
como ella.

— Entonces, ahora sabemos que los asesinos ya me habían visto. Estaban


presentes cuando Tormand me defendió de la multitud y decidieron que yo sería la
próxima víctima. Eso explica lo que vi. — Morainn se estremeció.

— ¿Y qué has visto?

— La visión empezó de la misma forma que la otra. Primero sentí una oleada de
emociones negativas. Peor la peor de todas era el placer por hacer el mal. Les gusta lo
que hacen.

— ¡Dios mío! — exclamó Harcourt. — Son unos verdaderos monstruos.

— Es cierto. — Morainn suspiró. — El dolor y el miedo venían de la pobre víctima,


que esta vez murió rápido. Supongo que muchas de las heridas se las hicieron después
de que murió. — hizo una mueca. — La mujer tenía el corazón débil. Sabía lo que le iba a
suceder porque había escuchado los comentarios de lo que les había pasado a las otras
mujeres y el miedo que la dominó fue tan grande que bastó para que su corazón dejase
de latir.

Después de un largo momento de silencio, Simón dijo:

— Tal vez si enviásemos una carta al marido de Marie Campbell, contándole ese
hecho, aliviaríamos su dolor.

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— Yo lo haré. — se ofreció Tormand. — El no lo dudará ya que confía en el don de
Morainn. Creo que la carta realmente podrá ayudarlo. La idea de todo lo que Marie podría
haber sufrido antes de morir estaba atormentando al pobre hombre.

— Después de eso hubo un odio cortante. — prosiguió Morainn. — Vi la daga


varias veces. La asesina golpeaba a la víctima descontroladamente hasta que el hombre
la hizo parar. La otra vez, había precisión en los movimientos, esta vez solamente había
rabia. La asesina gritaba tantas cosas que fue difícil entenderla.

Morainn se masajeó las sienes. Intentando encontrar algunas respuestas en los


sonidos que vagaban en su cabeza, sentía más dolor. Tormand alejó sus manos
delicadas, y el mismo empezó a masajearla. Para su sorpresa, no se lo impidió.

— ¿Puedes recordar algo de los que esa víbora ha dicho? — preguntó él.

— Si, soltó varias palabrotas e hizo amenazas contra todos los que han destruido
su vida. Culpa a todo el mundo de su desgracia, como si fuese una pobre víctima
inocente. En mi opinión, nació con esa violencia. Solamente necesitaba un motivo para
liberarla.

— ¿Y Tormand fue el motivo? — preguntó Uillian. — No puedo creerlo. Tormand


no lastima a las mujeres.

Morainn no contra argumentó. El joven se refería al aspecto físico, y ella sabía que
Tormand era una persona bondadosa. Jamás sería cruel con una mujer. No creía que los
sentimientos de la criminal hubiesen sido heridos, pero si su orgullo. Como era incapaz de
culparse a sí misma, pensaba que las otras mujeres y él eran los culpables.

— El no ni siquiera sabe quién es esa mujer. — informó después de pensar


cuidadosamente sus palabras. — Está loca. Tormand tal vez nunca se haya encontrado
con ella.

— ¿Ella lo amaba a distancia?

Había incredulidad en la voz de Uillian y casi hizo a Morainn sonreír.

— No se trata de amor, sino de orgullo y posesión. Ella decidió que él sería para
ella. Y las amantes de Tormand estaban en su camino.

— Entonces, ¿por qué quiera que Tormand sufra?

93
— Porque permitió que las otras mujeres formasen parte de su vida, demostró ser
un hombre débil, que se deja llevar por el placer físico y no por el cerebro. — ignoró la
protesta de Tormand y la sonrisa de los demás mientras bebía sidra. Las visiones siempre
le daban sed y ganas de comer algo dulce. — Recordad que eso es lo que sentí, lo que
extraje del torbellino de emociones que me invadió, nada más.

— Tiene sentido. — dijo Simon. — Es interesante saber cómo funciona la mente de


un asesino, pero necesito algo que me ayude a encontrar a esos dos o que indique donde
van a atacar de nuevo.

— Entiendo... — murmuró Morainn. — Necesito tiempo para poder interpretar lo


que las imágenes quieren mostrarme. Esas son las primeras visiones en las que he
escuchado voces con claridad.

— ¿Por qué has preguntado cuando encontramos la horquilla que estabas


sujetando?

— Por lo que sucedió al final de la visión. Fue como si la asesina supiese que la
estaba mirando. Me amenazó de muerte, mirándome a los ojos, no fue solamente un
susurro en mi cabeza.

— ¿Has visto su rostro?

— No muy bien, vi que tenía ojos negros. La cabeza estaba cubierta por un velo,
pero creo que el cabello también era oscuro. Y las cejas oscuras formaban arcos
perfectos sobre los ojos. O fue bendecida al nacer o ha hecho algo para que tengan esa
forma tan precisa.

— Entonces, se trata de una noble. Son las únicas que conozco que hacen ese tipo
de cosas. — concluyó Tormand.
Una punzada de celos golpeó a Morainn, que decidiendo ignorarla, prosiguió:

— Considero que su marido está muerto. Y que fue ella quien lo mató. Se refería a
él como “aquel cerdo gordo”. Lo mató con sus propias manos, usando una daga.

— No he oído nada sobre un hombre que haya sido asesinado de la misma forma.

— Porque nadie lo ha encontrado todavía. — afirmó Morainn.

Poco a poco, la información se organizaba en su mente, haciendo que su cabeza


doliese más todavía. Era un dolor horrible, y enseguida tendría que descansar. Se sentía
como si toda su fuerza se hubiese esfumado de su cuerpo, a pesar del suave toque de

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Tormand.

— Necesitas descansar. — dijo Simon. — Es evidente que las visiones te dejan


agotada, aunque las hayas soportado mejor.

— Creo que tienes razón. Todo lo que he visto empieza a tener sentido, pero siento
un dolor de cabeza insoportable, que acaba con mi concentración. Una buena noche de
sueño tal vez me ayude a terminar con esta confusión.

Ella se levantó, completamente mareada. Antes de que pudiese afirmar su cuerpo,


Tormand le pasó un brazo por la cintura, para ayudarla. Iba a alejarlo cuando escuchó
ruido en el pasillo. Reconoció las voces que discutían con Walter. Un momento después,
tres personas aparecieron en la puerta del salón. Un contrariado Walter escoltaba a Nora
y a su prometido.

— No esperaron a que los anunciase. — refunfuñó Walter, mirando para Nora.

Ella no le prestó la menor atención y fijó su mirada en Tormand, que amparaba a


Morainn. La furia en el rostro de su dulce amiga asustó la asustó y la sorprendió, mientras
Nora se desprendía de la mano de su prometido y se acercaba a Tormand y a ella.
Enseguida, fue arrancada del brazo musculoso para caer en el de Nora.

— ¿Qué le has hecho? — Nora exigió saber. — Está horrible.

— Gracias, amiga mía. — Morainn protestó, pero Nora la ignoró.

— James, ven aquí y pon algo de sentido en este sujeto lascivo.

— Pero, Nora, mi amor…

Después de escuchar las disculpas de su prometido, mantuvo la mirada fija en


Tormand al preguntar:

— ¿Qué hace Morainn aquí?

— Nora, estoy pensando en cómo te enteraste de que estaba en esta casa. — dijo
Morainn antes de que Tormand o cualquier otro tuviese la oportunidad de responder a esa
pregunta.

— Una mujer llamada Magda está diciéndole a todo el mundo en la cuidad que
esta hombre llevó a la bruja a su casa para salvarse de la horca. Como no estaba en tu

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cabaña, no tus gatos, le pedí a James que me trajese aquí.

— Nada de lo que le dije la hizo cambiar de idea. — se justificó sir James,


acercándose a la mesa para aceptar la jarra de cerveza que Simón le ofrecía.

Nora miró con desagrado a su prometido y se giró hacia Morainn.

— Todavía no puedo creer que hayas entrado en casa de este hombre de libre y
espontánea voluntad. Cuando llamamos a la puerta y nos abrieron, vimos a William
sentado en el pasillo. Fue entonces cuando supe que realmente estabas en casa de este
pecador. Y he venido a salvarte de sus garras.

— Ah, Nora, gracias por tu preocupación, pero no necesito que me salves.

— Todas las mujeres tienen que ser salvadas de hombres como él.

— Hay algo de verdad en eso, supongo. Nora, por favor, ayúdame a ir hasta mi
cuarto y te explicaré todo de la mejor forma posible.

— ¿Estás enferma? — su amiga preguntó, preocupada.

— No, fue solamente que la visión que tuve me dejó muy débil, me duele mucho la
cabeza. Necesito descansar, peor podré hablar cuando me acueste y ponga un paño frío
en la frente. Vamos, ayúdame a subir las escaleras. Señores, — Morainn se mostró
indiferente ante la protesta de Nora —, esta es mi amiga, Nora Chisholm, y como acaban
de saber, él es su prometido. Ahora si nos dan permiso… — Después de que todos le
deseasen que se mejorase, dejó que Nora la llevase a su cuarto.

Cuando las dos se fueron, Tormand miró a James Grant.

— ¿Pretendes casarte con la señorita Chisholm, Grant?

— Si. Tiene mucho carácter. — se echó a reír con los demás, pero enseguida se
puso serio y miró a Tormand. — Ella ama a Morainn como a una hermana y siente la
necesidad de protegerla. No conozco a Morainn desde hace mucho, pero tampoco quiero
que nada malo le suceda.

— Pensamos de la misma forma — intervino Simon.

— Siéntate, Grant. Voy a explicarte por qué Morainn está aquí.

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— Y dime también lo que puedo o no contar a los demás. — James pidió al
sentarse.

— Sí, claro.

Aliviada, con la compresa humedecida en esencia de lavanda que Nora había


colocado gentilmente en su frente, Morainn le sonrió a su amiga que estaba sentada al
lado de su cama.

— Gracias. Pensé que mi cabeza se iba a partir en dos. La lavanda mezclada con
el agua ya está haciendo su magia.

— Esas visiones te hacen mucho daño. — murmuró Nora. — ¿Por qué has tenido
una aquí?

— Porque sir Simon me dio un objeto para que lo sujetase. Nora, he venido aquí a
protegerme. Fui atacada por los asesinos que están matando a las mujeres de la nobleza.
Walin y yo hemos tenido mucha suerte.

— ¿Por qué? Tú no eres la amante de sir Tormand, ¿verdad?

— No. Los asesinos tienen miedo de que mi don ayude a sir Simón Innes a
encontrarlos, y quieren sacarme de su camino.

— ¡¿Asesinos?!

— Si, un hombre y una mujer locos. Sir Simón encontró unas horquillas para el
cabello donde torturaron y mataron a las víctimas. Los toqué, pero he conseguido muy
poca información. Descubrí más cosas escuchando a esos monstruos cuando nos
buscaban a Walin y a mí en el bosque. Aun así, tengo que seguir intentándolo. También
están mis sueños. Poco a poco me están mostrando cosas que pueden ser útiles. —
decidió que no era el mejor momento para contarle a su amigo sobre qué más había
soñado.

— Supongo que es para eso para lo que sirve tu don, pero pareces muy débil.

— Es porque hay mucho mal en esas visiones. La locura de esos dos es muy difícil
de soportar.

— Entonces, te han traído aquí para protegerte y descubrir la verdad con la ayuda
de tu don.

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— Si. Los hombres de allí abajo están siempre aquí. Ya conoces a sir Innes, y los
demás son hermanos y primos de Tormand. Los parientes de sir Murray vinieron porque
las mujeres de su familia les dijeron que él estaba en peligro.

— ¿La familia de sir Tormand también tiene dones? — preguntó Nora,


sorprendida.

— Fue lo que él me dijo. Su clan posee algunos dones especiales. Incluso sir Innes
cree en los sueños ahora.

— Bien, por lo menos puedes hacer algo de bien, en lugar de ayudar a una mujer
rica a descubrir que su hijo es un ladrón.

— Es cierto.

— Por qué no me lo has contado antes, te habría ayudado a estar segura.

— Y tal vez esos asesinos fuesen hasta tu puerta. No, aquí estoy segura y rodeada
de seis hombres fuertes.

— Fuertes y muy apuestos.

— No hay mal que por bien no venga. — se rió con Nora.

— Estoy de acuerdo en que aquí estás a salvo, por lo menos de los asesinos. Y
digo eso porque ninguna mujer está segura con sir Tormand Murray cerca.

— Seguramente. Pero tengo un gran incentivo para evitar los intentos de seducción
de ese conquistador impenitente.

— ¿Y cuál es?

— Una lista.

— ¿De qué?

— De amantes.

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— ¿Las cuenta? — preguntó Nora, ultrajada.

— No exactamente, Sir Simón le pidió que él hiciese una lista con el nombre de
todas sus amantes aquí en la cuidada y las que viajan a la corte. Quiere saber cuántas
mujeres están en peligro. Y vi el papel. No estoy bromeando cuando digo que él
necesitaría un ejército para protegerlas a todas ellas.

— ¡Joder! Debe ser muy bueno.

Morainn rió, aunque le doliese la cabeza.

— Es lo que parece. — suspiró ella. — Me niego a pensar en ser un nombre más


en la lista. Por un momento, he sido tonta. Pensé que me deseaba hasta que vi la lista de
mujeres. No voy a dejar que me utilice de esa forma.

— Estoy preocupada por ti, Morainn.

— ¿Por causa de sir Tormand?

— Si. Eres fuerte, amiga, pero tienes un corazón muy generoso. Un hombre como
él podría herirte fácilmente.

— Generalmente, la casa siempre está llena de gente. Me siento segura aquí,


Nora. Como los hombres necesitan mis visiones, no me siento como si me estuviesen
haciendo un favor. Además, esa mujer llamada Magda, que está esparciendo rumores por
la ciudad, era la criada de Tormand, que lo abandonó. Por eso, también cocino y cuido de
la casa. Walin está feliz, y creo que es bueno para él estar bajo la influencia masculina
durante un tiempo.

— Si. Creo que más importante que tu virtud es que estés segura.

— Y no solamente yo, Walin también.

— Exacto. — Nora se levantó y le dio un beso en el rostro. — Descansa y si no


puedes aguantar más estar aquí ni puedes volver a tu casa, por favor, búscame. James
encontrará hombres que nos protejan.

— Gracias, amiga. Dudo que tenga que salir de aquí, peor es bueno saber que
tengo otro lugar a donde ir. Hay algo que puedes hacer por mí. Necesito que alguien
cuide de mis animales y de mi jardín.

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— No te preocupes. Tengo un primo que estará más que feliz de trabajar allí hasta
que vuelvas a tu cabaña. Ahora descansa y recupera fuerzas.

Después de que Nora se fue, Morainn respiró hondo y cerró los ojos. Se sentía
como si hubiese trabajado tres días sin parar. Todavía había otra horquilla del pelo, pero
necesitaría algunos días para recuperarse antes de poder tocarla. Quería estar bien
preparada para conseguir la información que ayudase a Simón a capturar a esos
asesinos.

Tormand observó a Nora entrar en la sala. Lo estudiaba atentamente, enfadándolo.


Pero sería educado. Se preocupaba por Morainn, y solamente por eso aguantaría esa
mirada de censura sin reclamar. Se sintió incómodo cuando ella fue hacia él.

— Será mejor que el señor cuide bien de mi amiga. Ya ha sufrido demasiado en la


vida y no necesita que un hombre machaque su corazón.

Antes de poder responder, Grant se despidió de todos los que estaban allí y se
llevó a su enérgica prometida. Tormand miró a Simón y después a su familia. La mirada
enfurecida que les lanzó a todos ellos no disminuyó para nada las sonrisas que vio en sus
rostros. Incluso Walter estaba riendo.

— Grant va a tener mucho trabajo. — opinó Tormand.

— Me sorprendió que no hubieses dado ninguna contestación a la altura de lo que


la señorita Chisholm te dijo. — dijo Uillian.

— Ella quiere a Morainn. Y, como tengo cierta reputación, Nora quiere tener la
certeza de que su amiga estará segura.

— Bueno, creo que no deberías ignorar las miradas que esa muchacha te lanzó. —
opinó Walter.

— No lo haré, Walter. Además, Morainn ha visto la lista de nombres de mis


amantes. — observó los rostros horrorizados de su familia y de Walter. — Es muy difícil
cortejar a una mujer que sabe que me ido a la cama con tantas otras.

— ¿Cortejar? ¿Vas a cortejarla? — preguntó Harcourt.

— Si. — respondió Tormand entre dientes.

— ¿Necesitas ayuda? No tienes mucha experiencia en ese campo.

100
— No necesito la ayuda de nadie, muchas gracias.

— Bueno, si quieres algún consejo puedes pedírmelo. — Harcourt se levantó. —


Es hora de ir a la cuidad e intentar descubrir algo interesante sobres los asesinos. ¿Quién
viene conmigo?

Rápidamente el salón quedó vacío, a no ser por Tormand. Respiró hondo y se


sirvió un poco de cerveza. Sería una larga noche. Su mente estaba repleta de recuerdos
de lo dulce que era Morainn y de cómo su cuerpo deseaba poseerla. Incluso al recordar
como lo había mirado ella después de ver la lista, el fuego que lo consumía no se apagó.
Es desdén que había en los grandes ojos azules debería haber congelado cualquier
pensamiento más acalorado que tuviese. No obstante, estaba seguro de una cosa: tenía
que tenerla de vuelta en sus brazos.

Tramaría un plan. Hasta que encontró la lista, Morainn se sentía atraída por él.
Tenía suficiente experiencia para saber cuando una mujer estaba interesada en él y notó
que ella no era indiferente a su encanto. Haría lo que fuese necesario para reconquistarla.
Incluso pediría consejos si su plan no funcionaba. Solo esperaba no tener que recurrir a
sus hermanos o primos, porque sabía qué, después de eso, nunca volvería a tener paz.

Un golpe suave de grandes patas llamó su atención, y observó a William subirse a


una silla cerca de la mesa. El gato lo miró, y él le hizo una mueca. Todavía culpaba al
animal por lo que había sucedido, o mejor, por lo que había sucedido en la biblioteca. Si
fuese supersticioso, podría creer que el gato sabía exactamente lo que estaba sucediendo
y le había mostrado a Morainn a quién estaba besando.

— Ve a cazar ratones. No necesito un gato rozándose en mi pierna. Y pretendo


conquistar a tu dueña, por lo tanto, mas te vale irte acostumbrando a mí.

Ahora estoy hablando con un gato, pensó. Morainn Ross está poniendo mi vida
patas arriba.

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Capítulo XI

— Creo que Tormand está intentando conquistarme.

Morainn por cuando Nora puso los ojos en blanco. Estaban sentadas en la soleada
sala de costura, en casa de los Chisholm, bordando algunas sábanas. Nora estaba
decidida a hacer un gran y hermoso ajuar para su boda, ya que no tenía tierras ni era rica.
El orgullo estaba detrás de ese agobiante trabajo. Los Chisholm habían decidido parecer
tan buenos como cualquier familia de posibles en la boda.

Morainn había insistido en hacer esa visita, no solamente para ayudar a su amiga,
sino también porque necesitaba hablar con otra mujer. Tormand, en particular, no estaba
feliz con esa idea, pero acabó cediendo, con la condición de que Harcourt y Rory la
escoltasen.

Después de haber pasado muchos días rodeada de hombres, de un niño que había
decidido que también era un hombre y de gatos, solamente el sonido de una voz
femenina haría que se sintiese mejor. Eran buenas personas, y ella amaba a Walin. Pero,
algunas veces, solo una mujer podía entender a otra.

— ¿Qué te hace pensar así? — preguntó Nora, con cierto desdén. — ¿Te regala
flores, joyas, hace galanterías vacías?

Resistiéndose a las repentinas ganas de defender a Tormand, respondió:

— Bueno, hay algunas galanterías, pero no las considero vacías. Elogia mi trabajo,
mi comida e incluso el perfume de las sábanas. Dice una o dos palabras sobre mi sonrisa,
mis adorables cabellos y compara el color azul de mis ojos con el del mar. Dice que son
como las aguas revueltas del océano en medio de una tempestad cuando estoy nerviosa,
e iluminado por el sol cundo me río. — casi suspiró al recordar esas hermosas palabras y
la profunda voz con que él las había pronunciado.

— ¡Ah! Esas tácticas son muy buenas.

— Estoy de acuerdo. — se sintió feliz al ver que Nora también estaba tocada por
esas dulces palabras, ayudando a que se sintiese menos tonta. — Y me da regalos, no
flores ni joyas. Si no, un libro de poesía, una copa de madera…

— ¿Madera? Puede pagar algo mejor. James me contó que construyó una gran
fortuna, me comentó incluso que tenía que hablar con Tormand para aprender algunas
cosas.

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— Es una adorable copa de madera con flores talladas. Está claro que podría
haber comprado una de plata. — Morainn sonrió. — Pero entonces no podría aceptarlo.
Un regalo tan caro parecería un soborno.

Nora frunció el ceño, por asintió.

— Si. Perecería un pago por tus favores. Lo que no pensarías sobre una copa de
madera, sin importar lo bonita que sea. Hombre listo. Te está dando regalos simples.

— Si. Dijo que una cinta para el cabello le recordó a mis ojos, me dio también un
diario para que pudiese escribir mis pensamientos, además de una pluma y tinta.

— Regalos de valor para alguien como tú y yo, pero sin importancia para un
hombre como él. Un plan muy bien estudiado. — concluyó Nora.

— Creo que todo empezó hace una semana. Yo todavía estaba muy enfadada con
Tormand, pero él estuvo todo el tiempo a mi lado durante la visión, ayudándome a
encontrar la fuerza y el coraje que necesitaba, incluso me masajeó la cabeza para calmar
el dolor después de lo que vi.

— ¿Te gusta, verdad? Morainn, ese hombre solo quiere llevarte a la cama.

— Lo sé y yo tal vez quiera irme a la cama con él.

— No me sorprende. Es un hombre apuesto, incluso con esos ojos de colores


diferentes. Pero piensa en tu reputación… — empezó a decir Nora, pero hizo una pausa y
después una mueca.

— Exactamente. Casi todo el mundo en la cuidad piensa que tengo un hijo


bastardo y pasan buena parte de su tiempo intentando adivinar quién es el padre, incluso
después de todos estos años. Ahora todos saben que estoy viviendo en casa de
Tormand, gracias a Magda. Muchos piensan que soy una bruja y les gustaría verme sufrir
el mismo destino que mi madre. Y no vamos a olvidar que creen que gané mi casa del
dueño de Dubhstane tras acostarme con él. No tengo un buen nombre que guardar, Nora.

— Tú y todos los que te amamos sabemos muy bien que eso no son más que
rumores.

— Si, y por ese motivo aguanto todo el dolor que esos rumores me causan.
También me gustaría pensar que todos los que me aman lo seguirían haciendo si
decidiese experimentar algo diferente.

103
— Claro que te seguiríamos amando, Morainn, pero ese hombre solo quiere
aprovecharse de ti. No puedes esperar nada más de alguien como él.

— Lo sé, pero aun así tengo la esperanza de que pueda cambiar.

— Este tipo de hombre no suele ser sincero, solamente juega con las mujeres,
saltando de una cama a otra, hecho un sapo. — se echaron a reír. — Mereces algo mejor
y lo sabes.

— Lo sé. Pero dudo que algún día encuentre a mi alma gemela.

— ¿Por qué no? Eres lista y hermosa. Tienes una buena casa y tierras….

— Que muchos piensan que conseguí vendiendo mi cuerpo a un hombre.

Nora ignoró el comentario ácido y continuó:

— Eres trabajadora, coses muy bien, haces hermosos bordados, cocinas como yo
nunca conseguiré, motivo por el cual me siento feliz de que James tenga un cocinero…
Antes que su amiga continuase con la lista de características que la estaba
sonrojando, la interrumpió:

— Y un niño que todo el mundo piensa que es mi hijo.

— Son unos idiotas. Debe ser el sentimiento de culpa lo que les hace decir esas
cosas, uno de ellos debe haber dejado al niño en tu puerta y los demás seguro que saben
quién fue, pero ninguno de ellos fue capaz de contártelo o se ofreció para quedarse con el
niño.

— La gente cree en lo que quiere para sentirse mejor. Por culpa de esos rumores,
los únicos hombres que se interesaron por mí fueron los que pensaron que podrían
comprar mis favores o tomarme a la fuerza.

— Locos.

— Estoy de acuerdo. Muchos también tienen miedo de mi don. Tormand, no. Dice
que en su clan hay muchas personas con dones. Es muy agradable estar con gente que
no me trata como una bruja o alguien que está dispuesta a hacer el mal. Gente que cree
en lo que digo cuando veo o siento algo y no hacen la señal de la cruz cuando me ven.
Tormand no solo se preocupa sino que me ayuda cuando me debilito por culpa de las
visiones.

104
Nora dejó el bordado a un lado y sujetó las manos de Morainn.

— Va a hacerte daño, partirá tu generoso corazón en mil pedazos y los pisoteará.

— No sería tan mal. No hay crueldad en él. Créeme. Sabes que lo sentiría si lo
hubiese. Si, tal vez me parta el corazón, pero tendré unos hermosos recuerdos cuando
esté sola de nuevo. Siento que Tormand será un hábil y generoso amante. Considerando
la cantidad de mujeres que se llevó a la cama, debe haber aprendido muchas cosas.

— ¿Realmente es lo que deseas? ¿Estás enamorada de ese tonto?

— Creo que sí. Todavía luchaba contra la atracción que siento por él cuando
escuché algunos comentarios hace dos días que me hicieron cambiar de idea. Escuché a
su familia provocándolo por culpa de los intentos de cortejarme. Dejaron claro que
Tormand nunca había hecho eso antes. Él dijo que nunca lo había necesitado, y sus
parientes lo menospreciaron por esa respuesta.

— Un poco arrogante, pero posiblemente sea verdad. — Nora cogió su bordado.


— Confieso que, si estuviese en tu lugar, también interpretaría esas palabras como una
promesa.

— También lo escuché hablando con Simón la noche pasada. Tormand dijo que
cada vez le resultaba más difícil añadir nombres a esa maldita lista, pues se daba cuenta
de que las provocaciones de sus familiares tenían el amargo gusto de la verdad. Confesó
algo que sorprendió a Simón. Parece que Tormand Murray, el gran amante, lleva viendo
en celibato durante cuatro meses. — meneó la cabeza afirmativamente cuando Nora casi
se atragantó, sorprendida. — Piensa que la aversión por su comportamiento empezó a
cambiar su mente y su corazón. Mi reacción al ver aquella lista y lo que le dije lo golpeó
fuertemente.

— ¡Wow! Realmente son palabras muy prometedoras. Aun así, ¿estás segura de
querer entregar tu corazón y tu virtud a un hombre que cambia de idea tan rápidamente?

— Creo que sí. Sueño con él, Nora. Todas las noches desde mucho antes de
conocerlo. Los sueños empezaron a ser más detallados desde que me encontré con él.
Me siento vacía y ansiosa por sus caricias. Los primeros sueños solo me mostraban
compartiendo la cama con un hombre de con los ojos de diferente color, una tontería
romántica. Ahora son más ardientes y no solo por hacer el amor. Sueño que él me sonríe
después de una comida que le preparé o que él vuelve de la corte hablando sobre todo lo
que vio o hizo. Y, Nora, sueño que él sujeta a nuestros hijos en brazos.

— Si… amas a ese mujeriego.

105
— Creo que sí.

— No, lo amas. Sin el “creo”. Que sueñes con niños me lo dice. Apuesto a que se
parecen a él.

— Si, pero puede estar teniendo ese tipo de sueños por el hecho de tener veintitrés
años y que nunca me hayan cortejado.

— Quién sabe, cuando capturen a los autores de esos crímenes monstruosos y la


gente sepa que has ayudado a capturarlos, tu situación cambiará.

Morainn sonrió al captar cierta duda en la voz de su amiga. Lo que no había


percibido durante la conversación fue desaprobación o condenación. Nora solamente
estaba preocupada por si ella resultaba herida. Había muchas posibilidades de que eso
ocurriese, pero nada le impediría seguir a delante.

— No, nada va a cambiar. Mi ayuda solo servirá para confirmar la opinión de los
que piensan que soy una bruja.

— Vas a aceptarlo, ¿no?

— Creo que si. Lo quiero, aunque tengamos una relación pasajera. Aunque todo lo
que él pueda darme sea pasión y amistad. Tal vez me dé más, tal vez él sea el hombre
que mis sueños me muestran, y sería una tonta si lo dejase escapar.

— ¿No podrías conquistarlo sin acostarte con él?

— Quién sabe, pero es de Tormand Murray de quien estamos hablando. No es el


tipo de hombre que se conforma con cortejar e intercambiar algunos besos. Dicen que es
por el estómago por donde se atrapa a un hombre, pero, en el caso de Tormand, si le doy
la más mínima demostración de que estoy dispuesta a ser su amante, el hecho tendrá
que ser consumado. Pero, quien sabe si el calor de la pasión, encuentro el camino hacia
su corazón. Para decir la verdad, tampoco pretendo morir virgen. Antes de que un
bastardo intente invadir mi cuarto en medio de la noche para violarme o me coja sola en
algún lugar, prefiero entregarme a un hombre de mi elección, alguien con quien pueda
tener un futuro.

— Tienes razón, creo que yo haría lo mismo si estuviese en tu lugar y te deseo


suerte. — se rió y la abrazó. — Ahora cuéntame cómo va la búsqueda de los asesinos.

El sol se ponía cuando Morainn dejó la casa de Nora. Su amiga la acompañaba


con Harcourt y Rory tras ellas. Nora iba a cenar a casa de su tía, que vivía de camino a la
propiedad de Tormand. Morainn pensaba en la comida que iba a preparar para la cena

106
cuando sintió que un aire helado la envolvía y dejó de caminar.

— ¿Qué pasa? — preguntó Nora. — ¿Has visto a alguien con quién te gustaría
hablar?

— ¿No sientes el frío? — preguntó a Nora.

— No, no hace frío, Morainn — respondió su amiga confusa. — En realidad, la


noche está muy calurosa.

— ¿Será el frío que sientes cuando tienes una visión? — interrogó Harcourt.

Morainn miró para él con gratitud. Era agradable tener a gente a su alrededor que
la comprendía.

— Si, el mismo. Nos están observando. — sintió que Nora le apretaba la mano. —
Solo que no consigo verlos.

Empezó a moverse como un cazador acechando a su presa, siguiendo la dirección


del frío que sentía y llevando a Nora con ella. Harcourt y Rory permanecieron cerca y
alerta, lo que le dio más coraje. Caminó hasta un callejón muy oscuro y se detuvo. El frío
aumentó, haciendo que temblase. Ahora también podía sentir los ojos sobre ella y un mal
intenso viniendo de quien la observaba. Se sintió furioso por ser descubierto. Girando
rápidamente, observó el callejón. Había una sombra enorme allí, parada. Sabía que se
trataba de uno de los asesinos. Había visto a aquel hombre enorme en sus sueños
muchas veces. El modo en que la miraba, inmóvil, hizo que tuviese ganas de volver
corriendo a casa de Tormand para esconderse bajo la cama.

— El está allí. — susurró, temiendo que ni Rory ni Harcourt la escuchasen, pero


ambos se acercaron rápidamente. Rory vaciló, obviamente pensando que alguien debería
quedarse con las mujeres. — Ve. Estaremos aquí donde pueden vernos y oírnos muchas
personas.

Observándolo seguir a Harcourt, supo que no conseguirían coger al malhechor,


pues ya había desaparecido en las sombras.

— ¿Era uno de los asesinos? — Nora preguntó, temblando de miedo.

— Si, pero no te preocupes. Estamos en un claro con decenas de personas cerca.


— sonrió. — Y llevo una daga enorme escondida en la falda.

— ¿Y conseguirías cogerla rápidamente si fuese necesario?

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— Si. Estás cerca de mi cintura.

— ¿No van a cogerlo, verdad?

— Creo que no. Y estarán muy enfadados.

— Me muero de miedo, y tú pareces tan calmada.

Morainn casi se rió. En el fondo, ella también tenía miedo. Estar siendo observada
de cerca por uno de los asesinos la aterrorizaba. Todavía podía sentir esos ojos sobre ella
y quería librarse de esa sensación. Por un breve momento, cuando miró a esa sombra,
notó el olor a sangre en el aire y escuchó los gritos de las mujeres muertas en su mente.

— Nora, quiero que tú y tu familia nunca estéis solos. Pídele a James que busque
algunos hombres para protegeros.

— Pero ninguno de nosotros tiene nada que ver con sir Tormand, y has dicho que
esos monstruos estaban tras sus amantes. — Nora mi la miró con los ojos entrecerrados.
— Dios mío, pretendes convertirte en una de las mujeres de Tormand.

— En realidad, mi intención es ser la última mujer en la lista que él está


preparando, pero no olvides que los asesinos van detrás de mí. Esa loca sabe que él me
desea y quiere privarlo de cualquier tipo de placer. Además, también está preocupada por
la posibilidad de que mi don ayude a Simón a encontrarla. Tengo miedo de que me
preparen una trampa, utilizando a los que amo. Asique, por favor, pídele a James que te
proteja a ti ya tu familia, y nunca dejes que nadie salga solo.

— Hablaré con él. Estoy horrorizada por las muertes, pero nunca pensé que yo o
alguien que conozco estuviesen en peligro. Pero, como has dicho, esas personas están
locas y no tiene ningún sentido como eligen a sus víctimas.

— Es peor, les gusta matar. Sienten placer con eso.

— Preferiría que no me hubieses dicho nada. Ahora tengo mucho más miedo.

— Bien. Hasta que esos dos malditos sean capturados, creo que todo el mundo
debe sentir miedo. Esa mujer es capaz de matar a cualquiera que piense que le hace mal.
Creo que mató a su marido o a alguien de su propia familia.

— Parece que tus guardaespaldas no han encontrado a nadie. — dijo Nora,

108
cuando Harcourt y Rory volvieron frustrados.

— El hombre desapareció como el humo. — dijo Harcourt con rabia.

— Ya me temía que sucediese eso. — dijo Morainn, mientras retomaban el


trayecto a casa de la tía de Nora. — Le aconsejé a Nora que pidiese a James que
protegiese a ella y a su familia.

— Buena idea. Eses asesinos son cada vez más astutos, sienten necesidad de
alimentar su hambre enfermiza.

— ¿Por qué no alertáis a la gente de que cualquiera puede convertirse en la


siguiente víctima de esos asesinos? — preguntó Nora.

— No importa lo que dijésemos, todos piensan que el problema es con Tormand y


que por eso están seguros.

Se detuvieron en frente a la casa de la tía de Nora y las dos amigas se abrazaron.

— Ten mucho cuidado, querida. — susurró Nora en el oído de Morainn. — Has


escogido a un hombre peligroso y es un pésimo momento para enamorarse.

Morainn observó a su amiga desaparecer dentro de la casa, suspiró y volvió a


caminar.

— Tardé mucho en saber lo que significaba ese frío. — dijo más para sí misma que
para sus acompañantes.

— No — opinó Rory —, ese hombre que nos observaba fue más rápido. ¿Has
tenido otra visión?

— No, fue solo una sensación. Parece que se ha establecido alguna especie de
lazo entre yo y los asesinos. No los siento a no ser que estén cerca. Escucho sus voces
en mi cabeza durante las visiones y los sueños que tengo. Me gustaría acabar pronto con
todo esto, ojalá el lazo que me une a ellos se intensificase y nos llevase hasta ellos.

— No, no sería nada bueno para ti. — opinó Harcourt. — Sé que en la vida real no
puedes ser influenciada por esas dos criaturas, ¿pero y durante las visiones y sueños?
¿Si pueden entrar en tu mente, qué más son capaces de hacer?

— No lo sé. Solamente me muero de miedo cuando escucho esas voces. — se

109
abrazó a sí misma, en el momento en que entraban en casa de Tormand. — Necesito
tomar un baño y después prepararé algo para cenar. Sé qué vais a salir esta noche y
tenéis que estar bien alimentados.

Poco después, Morainn servía una cena simple, pero consistente, mientras
respondía a todas las preguntas sobre lo que había sucedido. Después, llevó a Walin a la
cama, sonriendo al ver lo cansado que estaba el niño.

Tras limpiar la cocina, volvió al salón. Todos habían desaparecido, dejando solo a
Tormand mirando al fuego, melancólicamente. Se sirvió una jarra de cerveza y fue a
sentarse a su lado, en un pequeño banco de madera frete a la chimenea. El fuego bajo
iluminaba a Tormand. Tomó un trago de cerveza, pensando sobre su belleza masculina,
capaz de hacer a cualquier perder el aliento, incluso cuando estaba de mal humor, como
en ese instante.

— Debería estar fuera con ellos, ayudando a buscar a esos bastardos.

— Tendrían que protegerte todo el tiempo, lo que retrasaría la búsqueda. Los


comentarios sobre ti son cada vez más ácidos.

— No entiendo cómo pueden pensar que sería capaz de estar cometiendo


semejante barbaridad. Nunca he hecho daño a una mujer. Jamás he maltratado a los
pobres e incluso he ayudado a un amigo a encontrar una buena casa para los niños
abandonados.

— Fue muy generoso por tu parte.

— Puedo ser bueno de vez en cuando.

— Estoy segura que sí.

Tormand miró para ella, sorprendido. Esas palabras lo llenaron de esperanza. Se


recostó en la silla y pasó el brazo por los hombros de Morainn, sintiéndose como un
adolescente intentando robar su primer beso. Ella no lo miraba, pero su rostro se puso
rojo, haciéndole creer que había oído bien lo que ella había dicho. No se había referido a
sus buenos actos de caridad. Por miedo a estar engañado, decidió cambiar de tema.

— Empiezo a sentirme como una doncella de cuento presa en una torre.

Morainn se rió.

— No, Tormand, nunca serás eso. Se honesto, no serías capaz de enfrentar a una

110
multitud rabiosa.

— Lo sé. Y también sé que Simón o mi familia podrían herirse cuando intentasen


ayudarme, y eso es lo que me mantiene aquí. — él se acercó con cuidado y gentilmente
jugó con los cabellos negros. — Está claro que algo bueno en estar prisionero en mi
propia casa.

— ¿El qué? — preguntó ella sin sorprenderse del deseo en su voz. El calor y el
perfume masculino despertaban sus sentidos.

— Tengo una hermosa mujer por compañía.

— Entonces, haz que se vaya porque estoy aquí.

Él se echó a reír la besó en la frente, sintiendo el aroma de lavanda en su piel


sedosa. Posiblemente nunca sería capaz de volver a oler esa fragancia sin recordar a
Morainn.

Ella esperaba que hiciese algo más que tocarla discretamente o darle suaves
besos en la cabeza. Ansiaba que esa boca experta tomase sus labios, pero él se
comportaba como un caballero. Quería que no se contuviese, porque así lo seguiría por el
camino del pecado. Pero, por lo visto, tendría que demostrar que las demostraciones de
cariño de Tormand habían funcionado. Puso la copa sobre la mesa y giró la cabeza, de
modo que su boca quedó a pocos centímetros de la de él.

— ¿Todavía me estás cortejando? — lo provocó. .

— Lo estoy intentando.

— Has hecho un buen trabajo.

— ¿Si? — él se atrevió a besar la boca suave y sintió que los labios delicados lo
invitaban a seguir a delante. — ¿Morainn?

— ¿Siguiendo un nuevo camino y con miedo a dar un mal paso?

— Si, eso mismo. — la besó de nuevo y se sintió bienvenido. — Necesito besarte.


Estoy loco por sentir tu sabor otra vez.

— ¿No podemos dejarte tan deseoso, no? — ella posó su boca sobre la de él.

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El beso que le dio fue ardiente y voraz. Morainn devolvió aquella urgencia de la
mejor forma que podía. Cuando se echó hacia atrás, él poso su cabeza sobre la de ella,
levemente tembloroso. Tal vez fuese solamente una pasión pasajera, pero estaba
cansada de huir de Tormand. Le acarició la nuca y lo escuchó gemir.

— Ah, mi dulce brujita, no soy bueno en eso.

— Pensé que eras muy bueno.

Ele sonrió levemente y después suspiró.

— Lo que siento es muy fuerte para quedarnos aquí sentados, intercambiando


inocentes besos. Lo he intentado, pero el deseo me dirige. Si no quieres estar en mi cama
en breve, es mejor que te vayas a tu cuarto. Y cierres la puerta con llave.

Morainn pareció vacilante. Pero, enseguida hizo su elección.

— Creo que estaré bien aquí, a no ser que me lleves a otro lugar.

Si pérdida de tiempo, la cogió en brazos y casi salió corriendo del salón. En lugar
de asustarse con la avidez con la que era llevada al cuarto de Tormand, más
específicamente a su cama, se sintió feliz. Lo que iba a empezar esa noche podría acabar
en lágrimas, con ella sola en su casa. Pero, había decidido darle una oportunidad al
destino.

Al menos una vez en la vida, iba a arriesgarse y agarrar lo que más deseaba en
ese momento y tenía la esperanza de que todo iba a salir bien.

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Capítulo XII

Morainn echó una ojeada rápidamente al cuarto de Tormand antes de encontrarse


acostad en la enorme y blanda cama. Había signos de riqueza por todos lados. Alfombras
en el suelo, tapicerías en las paredes y candelabros de plata revelaban a un hombre con
dinero suficiente para aprovechar lo mejor que la vida tenía que ofrecer. De repente, se
sintió intimidada por tanta opulencia, una breve demostración de lo diferentes que eran
sus mundos. Él no solamente tenía una familia que lo amaba, un título, sino también era
lo bastante rico para escoger a una dama por esposa.

Él se acostó sobre ella. A pesar de la promesa que se había hecho a sí misma de


no pensar en el pasado de Tormand, la imagen de todas sus amantes invadieron su
mente. Empezó a pensar en cuantas de las mujeres de la lista habían compartido aquella
cama con él y se tensó cuando él la abrazó. Intentó cambiar el rumbo de sus
pensamientos y relajarse antes de que él notase su cambio de comportamiento. Pero
supo que había fallado cuando él la miró.

— ¿He entendido mal o has cambiado de idea? — preguntó él, rezando para que
la respuesta fuese negativa.

Nunca había estado tan desesperado por hacer el amor con una mujer como lo
estaba ahora.

— No. — ella lo abrazó y silenciosamente maldijo por qué un simple movimiento


revelase su tensión.

Tormand la estudió y después suspiró al adivinar lo que había hecho que Morainn
cambiase su comportamiento. Ella estaba pensando en las mujeres que se habían
acostado con él, concluyó por la forma en que se negaba a mirarlo. A fin de cuentas él era
el gran amante, el pecador o, como sus primas decían, el hombre cuyos calzones se
caían solamente con el balancear de unas faldas. Aun así, había jurado que sería siempre
sincero con Morainn, aunque eso le costase momentos desagradables. Esta vez, le diría
la verdad con tranquilidad.

— Nunca he traído a una mujer aquí. — la vio abrir los ojos, sorprendida. — Te
juro que eres la primera que comparte esta cama conmigo.

— ¿Pero, por qué no has traído a ninguna mujer aquí?

— ¿Me creerías si te dijese que era para no darle a Magda motivos para
criticarme?

— No, porque ella nunca estaba aquí por la noche para ver si traías mujeres a

113
casa. ¿Tenías miedo de que el perfume femenino se quedase impregnado en tu cama
después de que acabases con ellas?

Él parpadeó, sorprendido, al darse cuenta de que esa era una buena razón para
mantener a las amantes fuera de casa.

— Nunca había pensado en eso, asique no, tampoco es ese el motivo. Alguien una
vez me dijo que lo más inteligente que podía hacer era mantener la casa donde vivo libre
de las mujeres con las que me acuesto solamente por placer o para satisfacer una
necesidad. Un hombre nunca debe manchar su propio nido.

Antes de que pudiese preguntar qué significaba eso, él la besó. Con solamente un
toque de su lengua en la boca, se olvidó de toda la preocupación por las otras mujeres,
camas y nidos. El fuego que por un breve momento se había enfriado dentro de ella volvió
a arder lleno de vida. Hizo un intento de tocar la lengua sensual con la suya y lo escuchó
respirar con dificultad. Esa era una señal de que le gustaba que lo imitase e hizo que se
sintiese atrevida. Daba tanto como recibía, a pesar de la falta de experiencia.

Él luchaba para mantener el control de su creciente deseo. Morainn estaba


aprendiendo rápidamente a besar, dejándolo jadeante. Liberar toda la pasión que lo
consumía podría asustarla y eso era lo último que quería.

Cuando ella deslizó sus pequeñas manos bajo su camisa, gimió con fuerza del
placer que sintió. Si estuviese en pie, seguramente se caería de rodillas. Arrancó la
camisa y la tiró a un lado, irritado con el tejido que la impedía acariciarlo libremente. Podía
sentir el poder de las tímidas caricias por todo su cuerpo.

La besó de nuevo, hambriento por el sabor de Morainn, empezó a abrir su vestido.


Necesitaba sentir que sus cuerpos se tocasen, piel contra piel. La expectativa de ese
primer encuentro lo hacía temblar. Toda su experiencia fluía por sus dedos con cada
caricia y con cada beso que compartían.

Morainn sintió que la timidez la dominaba cuando Tormand retiró su vestido y


empezó a desatar la combinación. Nunca había estado desnuda delante de un hombre.
Además, nunca había estado sin ropa delante de nadie desde que era niña. Al pensar en
las hermosas mujeres que él se había llevado a la cama, sintió miedo de no estar a la
altura de las otras. Defectos que ella nunca había visto en su cuerpo de repente surgieron
en su mente. Se esforzó por recordar los sueños en los que se sentía tan bien con el
cuerpo de Tormand junto al suyo. Lentamente la timidez fue desapareciendo. La
sensación de la piel caliente bajo el toque de sus manos la ayudó a alejar cualquier
preocupación por estar desnuda ante un hombre tan hermoso que era capaz de robarle el
aliento, que había conocido a muchas mujeres y aun así sentía un fuerte deseo por ella.
Decidió pensar que en breve él también estaría desnudo y ella podría ver y sentir ese
cuerpo musculoso.

114
En el momento en que sacó la última prenda de Morainn, empezó a retirar su
propia ropa, sin la misma atención o cuidado que le había dedicado a ella. No pretendía
hacer ningún juego de seducción, quería solamente estar desnudo para unirse al cuerpo
curvilíneo lo más rápido posible. Podía enseñarle el placer de esos juegos más tarde.

No dejó de mirar a Morainn mientras se desvestía. Ella era esbelta, de pechos


hermosamente llenos y caderas redondeadas, suave en todos los lugares donde una
mujer debía serlo. Los pezones rosados y entumecidos lo invitaban a tocarlo. La piel sin
marcas era dorada, exactamente como había soñado. Tuvo que resistirse para no
levantar las piernas rollizas, colocarlas sobre sus hombros y besarla en la intimidad, pues,
como era la primera vez ella que estaba con un hombre, tenía que ir lentamente.

Notó que ella observaba su cuerpo, la mirada apreciativa fue suficiente para que se
sintiese vanidoso. Después, ella se fijó en la masculinidad rígida y orgullosa. Cuando sus
ojos se abrieron como platos, percibió que una punzada de miedo le robaba un poco del
calor de esa mirada, asique volvió a los brazos de Morainn y la besó. La sensación del
cuerpo suave y la piel caliente donde sus cuerpos se tocaban hizo que temblase como un
joven inexperto. Se dio que cuenta de que en la vida había probado algo tan bueno. Sabía
que debía alarmarse por esa sensación, pero todo lo que pudo hacer fue dejarse llevar
por el momento.

Un sonido de placer escapó de los labios de Morainn cuando la mano fuerte se


deslizó del cuello a sus pechos. Hasta que él le tocó los pezones con la punta de los
dedos, nunca habría creído que pudiese ser capaz de desearlo todavía más, de forma
casi dolorosa. En seguida, empezó a jugar con el otro pecho de la misma forma,
pellizcándolo levemente, con sus dedos hábiles, mientras la besaba en la boca. Ella
arqueaba el cuerpo, queriendo más y sin saber cómo pedirlo. Después, él tomó un pezón
en el calor de su boca y lo chupó con ganas.

Una oleada de impetuosidad la dominó, haciéndola querer tocar a Tormand en


todas partes, atraerlo más hacia ella y friccionar el cuerpo contra el miembro ardiente con
urgencia. De repente, la mano de Tormand estaba allí, tocando su intimidad y
provocándole placeres inimaginables. Lentamente él deslizó un dedo dentro de ella y
gimió al sentir lo mojada y caliente que estaba. Enseguida concluyó que no podía esperar
más tiempo para poseerla. Cada gritito de placer que Morainn soltaba, cada parte de su
cuerpo contra el de él disminuía el control que intentaba mantener. Sabía que podría
llegar al clímax fácilmente si no la penetraba pronto, y eso sería algo vergonzoso por lo
que no quería pasar. Acariciándole las piernas, se posicionó entre ellas y lentamente
empezó a penetrarla, con sudor resbalando por su espalda, debido al esfuerzo que hacía
por moverse gentilmente.

Cuando Morainn sintió algo mucho mayor que un dedo empezar a abrirse camino
entre sus piernas, su cuerpo se tensó a pesar de todo el esfuerzo que hacía para que eso
no sucediese. Recordó todas las terribles historias que las mujeres le contaban a cerca de
irse a la cama con un hombre por primera vez, y como una partera ayudaba a resolver el
resultado de esas historias. El buen sentido le decía que no podía ser tan malo como
contaban, sino no mantendrían relaciones tantas veces. Se sintió como su cuerpo se
ensanchaba para acomodar la invasión de Tormand en su cuerpo, pero el miedo volvió a

115
aparecer.

— Calma, mi Morainn. — susurró Tormand contra la delicada boca. — Agárrate a


mí y bésame. No pienses en nada salvo en lo bien que se siente estando juntos.

Ella obedeció y el calor de los besos osados alejaron el miedo.

— Ahora pon las piernas alrededor de mí. Ah, si. De esa forma. Como imaginaba…
Esta es tu primera vez con un hombre.

El tono de voz ronco, repleto de orgullo masculino y satisfacción, atravesó su


mente turbada de deseo. Después, él la penetró con más fuerza y un dolor agudo la
golpeó, como un cubo de agua helada.

— Calma, amor — susurró él mientras con su boca tocaba suavemente la de ella.


— Va a pasar.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? — preguntó ella, preocupada por el dolor que
estaba sintiendo y fascinada por la forma en que sus cuerpos estaban unidos. — ¿Te has
acostado con muchas vírgenes?

Tormand no quería hablar sobre nada más, pues, por fin, estaba completamente
acomodado dentro de la mujer que tanto deseaba. Pero recordó su promesa de ser
siempre sincero con ella, sin importar lo desagradable que pudiese ser el asunto. Sería la
única forma de conquistar la confianza de Morainn y eso era muy importante para él.
Algunos dirían que ya tenía su confianza, ya que estaban unidos, desnudos, pero él sabía
que la pasión podía dejar de lado las dudas y las preocupaciones, aunque fuese por un
corto espacio de tiempo.

— No — respondió él, acariciando gentilmente sus caderas. — Nunca he estado


con una virgen. Tú eres la primera.

Ella estuvo tentada a preguntar por qué rompía sus propias reglas, pero el deseo la
invadió otra vez. Sin conseguir contenerse se agarró bien fuerte a él y empezó a moverse
con voracidad. Solamente él podría darle lo que necesitaba. Cuando Tormand se retiró de
dentro de ella, protestó y entonces la penetró más profundo, haciéndola gritar de placer.
Era lo que quería. Era eso lo que sus sueños le habían prometido.

Poco a poco las envestidas lentas y gentiles se fueron intensificando hasta que ella
sucumbió a su deseo y fue guiada al éxtasis.

Mientras ella se contraía alrededor de su masculinidad, él gritó con fuerza por su


propio orgasmo. Una risotada de pura alegría se escapó de sus labios cuando ambos se

116
relajaron, plenamente satisfechos.

La consciencia de Tormand fue volviendo poco a poco. Preocupado por su peso


sobre Morainn, se deslizó aun lado del cuerpo suave. Parecía dormida cuando se alejó y
bajó de la cama para coger un paño y limpiarlos a los dos. Ella protestó entres sueños,
mientras él retiraba las señales de su inocencia perdida y del acto de amor que habían
compartido. Después él bostezó, dejó el paño a un lado y volvió a la cama. La acercó más
a él y decidió que un pequeño descanso sería buena idea.

Despertado por un grito, Tormand casi saltó de la cama. Ya iba a buscar su


espada, cuando se dio cuenta de que había alguien en la cama con él y ese alguien se
retorcía y gemía. Un segundo después, su mente se aclaró lo suficiente para recordar lo
que había sucedido antes de dormir. Se giró para buscar a Morainn cuando la puerta del
cuarto se abrió de una patada. Ignorando los hombres que corrían para dentro, se
concentró en sacarla de esa pesadilla.

Colocando una sabana alrededor de ella e intentó impedir que se debatiese.

— ¡Morainn! Solo es un sueño. Despierta. Vamos, abre los ojos.

Al escucharlo, dejó de luchar lo suficiente para que él la balancease gentilmente y


la calmase con palabras de cariño hasta que abrió los ojos.

Lo miró durante un tiempo antes de darse cuenta de que él no formaba parte de un


sueño. Todavía temblaba por miedo a lo que había visto y presionó su cuerpo contra él,
buscando calor. Justo cuando empezó a respirar con más facilidad, sintió que alguien la
observaba y el temor volvió. Instintivamente, buscó la daga que solía dejar debajo de su
almohada y enseguida se dio cuenta de que no estaba en su cama.

Una vela se encendió, y ella miró a su alrededor. Todos los Murray y Simón
estaban parados alrededor de la cama. Walter miraba desde la entrada del cuarto con un
asustado Walin agarrado a su pierna. Todos miraban para ella en la cama, con Tormand,
desnudos. Por un instante, prefirió que ellos fuesen el enemigo que había enfrentado en
el sueño. Sería peligroso, pero menos embarazoso. Después, recordó lo que había
sucedido en el sueño y dejó la humillación a un lado. Lo que había visto era mucho más
importante que la vergüenza por ser sorprendida en la cama con Tormand.

— No ha enterrado a su marido. — dijo Morainn, temblando por haber visto a un


hombre mutilado y colgado de unas correas. — Acaba de matarlo. Pensé que ya lo había
hecho, pero no. Acaba de morir.

— ¿Puedes recordar algún nombre? — preguntó Simon.

— Le llamo Edward. Le llamó el Edward el gordo. Realmente era muy gordo. —


117
Morainn cerró los ojos, luchando contra la terrible imagen del hombre muerto. — Tenía el
cabello algo rojo y pechas. — tembló de nuevo y Tormand la acercó más a él. — No sé
que le habrá hecho a ella, pero no sentí maldad en él. Lo mató muy lentamente y él tuvo
mucho dolor durante mucho tiempo.

— ¿Sabrías decir dónde o cuando puede haber sucedido? Conozco a muchos


Edward y ninguno es menudo. Si hubiese una pista de donde está el cuerpo, podríamos
ahorrarnos mucho tiempo.

— Todo lo que vi fue donde estaba. Un calabozo, creo. Un lugar húmedo e


iluminado por antorchas. — ella masajeó la cabeza, odiando tener que revivir ese sueño
sangriento. — Había una gran puerta un perro tallado, no, un lobo.

— ¡Ya sé! Es donde vive Edward MacLean vive. Él llama a su casa el santuario del
lobo. Está al norte de la cuidad. — Simon parecía emocionado por la nueva información.

— Esta vez iré con vosotros. — gritó Tormand cuando los hombres empezaron a
correr fuera del cuarto.

Cuando Tormand se levantó, Morainn se dejó caer en el colchón y gimió. Él se giró


hacia ella con expresión preocupada, observándola cuidadosamente mientras se vestía.
Estaba pálida, pero no parecía haber sufrido mucho durante el sueño.

— ¿Te encuentras bien, Morainn?

Ella gimió de nuevo y se tapó con la sábana hasta la cabeza.

— Acaban de encontrarme, desnuda y en tu cama todos los de la casa.

Él se controló para no reírse.

— Te tapé con la manta antes de que nadie te viese sin ropa.

Ella se sentó y lo miró.

— Pero me han visto aquí. — se puso todavía más pálida y se llevó la mano a la
boca. — ¿Cómo puedo ser tan fría y egoísta? Hay un pobre hombre muerto, que sufrió
mucho a manos de su propia mujer y yo estoy preocupándome porque tus amigos y tu
familia han descubierto que hemos dormidos juntos.

118
Tormand se sentó en la cama, la abrazó y le acarició la espalda.

— No eres fría ni egoísta. Todo ha sucedido tan rápido que no has tenido tiempo
de pensar. En un momento, estabas teniendo una pesadilla y al siguiente, estabas en una
cama, rodeada de seis hombres semidesnudos y armados. No puedes sentirte culpable
por todas esas muertes, mi amor. Eso va a acabar contigo. Y por esos idiotas que te han
visto en mi cama, no te preocupes. En cuanto a Walin, su único interés era ver si estabas
herida. — la besó y se levantó para terminar de vestirse y coger sus armas.

— Creo que no debes ir. — opinó ella. — ¿Y si es una trampa o esos que te creen
culpable están allí, a la espera de una pelea?

— Iré acompañado de cinco hombres armados, que ya han sangrado en batallas.


Estaré bien. — le dio otro beso, salió corriendo y miró para atrás. — Walter se quedará
aquí para cuidar de ti y de Walin.

Morainn protestó y se acostó de nuevo. Por lo menos, mientras ellos estaban fuera,
podría recuperarse de la vergüenza. Sería inevitable que los descubriesen, se dijo a sí
misma. Sería imposible mantener en secreto que se estaba acostando con Tormand en
una casa llena de gente. Rezó para que Walin fuese muy joven para entender lo que
significaba haberla encontrado en la cama de Tormand, pues no deseaba responder las
preguntas de un niñito curioso.

Todavía faltaban unas horas para el amanecer, y tenía que dormir un poco. Decidió
recoger su ropa y salir del cuarto de Tormand, e irse a su cama. Estaba segura de que él
esperaba que lo esperase en su cama, pero no lo haría a no ser que él se lo pidiese.

Ya en su cama con los gatos a su alrededor, se sentía más calmada, segura de


que conseguiría dormir. El sonido de los pasos de Walter solamente aumentaba su
sensación de paz, pues como Tormand le había dicho, ella y Walin estarían protegidos.
Había algunas cosas que había visto en el sueño y no había tenido tiempo de contarles,
pero lo haría después. Contar que la mujer le había sonreído cuando gritara, despertando
a todos, solamente los preocuparía.

— Mi vida sería más feliz si me hubiese evitado ver esta escena. — dijo Harcourt.

Lo que había quedado del pobre Edward MacLean hizo que el estómago de
Tormand se revolviese, a punto de que casi no consigue aguantar las ganas de vomitar.
Los asesinos debían haber torturado a Edward durante mucho tiempo. No había quedado
casi nada del hombre grande que fuera algún día. Prácticamente lo despellejaron vivo, le
rompieron los dedos de las manos y los pies y lo castraron. Tormand tenía la certeza de
que había otras heridas, pues el pobre estaba cubierto de sangre.

— No puedo pensar en nada que ese pobre hombre le haya hecho a su esposa

119
para merecer esa muerte. — fue el comentario de Simón al empezar a buscar pistas en el
lugar del crimen. — El era irritante, orgulloso, un poco cerdo y no muy brillante, pero
nunca lo he visto levantar la mano contra nadie ni decir algo grosero. En realidad, era
jovial y se consideraba agraciado.

— ¿Conoces a su mujer? — preguntó Tormand.

— La vi una vez. Era callada, fácil de olvidar. Nunca podría pensar que sería capaz
de hacer semejante brutalidad.

— Tal vez sea por eso que consiguió ir tan lejos.

— Pero, ¿dónde están los empleados de la casa? — preguntó Rory. — Con una
propiedad de ese tamaño, necesitaría al menos dos criadas y un cocinero. — No ha
venido nadie a atender la puerta, ni nos hemos encontrado con nadie cuando bajamos
hasta aquí.

— Ella puede haberlos dispensado por algún motivo. — opinó Simon. — Además,
dudo que alguien escuchase al hombre aquí abajo. Creo que ella y el gigante que la
acompaña se han ido hace mucho.

— Si, son muy astutos. Ella ya se imaginaba que, cuando viésemos a Edward,
sabríamos quien es. ¿Sabes su nombre Simon?

— No. Como he dicho, era fácil de olvidar. Pero encontrará a alguien que la
conozca.

— ¿Y después?

— Primero investigaré si tiene algún pariente o, lo que es más importante, si alguno


de sus familiares fue asesinado recientemente. Cuando reúna toda la información posible
sobre la esposa de ese hombre, volveremos a buscarla. Lo que espero es que alguien
pueda darnos una buena descripción de su compañero.

— ¿La enorme sombra que se mueve silenciosamente en la oscuridad y


desaparece como el humo? — preguntó Harcourt.

— Si. — Simon dejó el calabozo. — No debe vivir solamente escondido. Alguien


debe haberlo visto. Vamos a buscar en el resto de la casa haber si encontramos alguna
pista.

— ¿Y en cuanto al pobre Edward? ¿Vamos a dejarlo ahí colgado?

120
— De momento, si.

Después de horas de busca infructuosa, Tormand cabalgaba al lado de Simón,


mientras volvían a casa. Le incomodaba dejar a Edward MacLean en el calabozo, pero
Simón quería volver con algunos de sus hombres y cuidar del cuerpo.

— Entonces, has seducido a Morainn — dijo Simon.

Arrancado de repente de sus sombríos pensamientos, Tormand necesitó un


momento para entender lo que su amigo acababa de decir y suspiró.

— Olvídalo, Simon. Todo lo que puedo decir es que ella no es una más para mí.

— ¿Planeas casarte con ella?

— No lo sé. No sé bien lo que siento ni lo que espero de ella. Lo único que sé es


que Morainn hace que mi sangre corra más rápido de lo que ninguna otra mujer ha hecho.
Ya no puedo estar lejos de ella, igual que no puedo dejar de respirar. Es simple y
complicado al mismo tiempo. Es difícil pensar en el futuro cuando, por lo que sé, pueden
enviarme a la horca.

— No dejaremos que eso suceda. Ahora sabemos quién está tras esos crímenes.
Ella no despertó mi interés cuando la conocí, pero debe haber alguien que sepa
describirla, igual que su fiel compañero.

— Yo esperaba más.

— ¿Atraparlos con las dagas manchadas de sangre en las manos?

— Si, quiero acabar pronto con esta historia, no solo porque están matando a
gente, lo que me hace sonar egoísta, sino también porque no me agrada la idea de tener
que huir y esconderme como James.

— No, nunca te dejaríamos sufrir durante tres años como él.

Tormand asintió con la cabeza, a pesar de percibir que Simón no le había dado
ninguna seguridad de que no tendría que huir. A pesar de todo, estar escondido durante
algún tiempo era mucho mejor que ser ahorcado por unos crímenes que no había
cometido.

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Capítulo XIII

— Hay un hombre ahí fuera que quiere verte, Simon — anunció Walter, parado en
la puerta del salón, con la mano sobre la espada. — No parece estar muy bien. Creo que
son malas noticias.

Morainn sintió su corazón latir más rápido. Miró a los hombres y notó que
compartían su miedo. Incapaz de contenerse, buscó la mano de Tormand.

Estaban reunidos, hablando sobre el otro sueño que había tenido hacía dos
noches, el aviso de que otra muerte iba a suceder. Entre todos intentaban descubrir algo
que les indicase quien sería la próxima víctima. Malas noticias podrían significar que
habían tardado demasiado para evitar otro asesinato. Maldijo sus visiones por mostrarle
imágenes confusas e información insuficiente.

— Hazlo pasar, Walter — ordenó Tormand.

Maldijo en voz baja cuando el hombre entró en el salón. Era sir John Hay. Por la
expresión de tristeza en el rostro del hombre, Tormand supo que la noble lady Katherine
era la víctima que estaban intentando salvar.

Sir John se acercó al dueño de la casa, pero perdió el equilibrio y Tormand corrió a
sujetarlo.

— Cálmate, John — murmuró al llevarlo hacia una silla.

Después le sirvió una copa de vino. Después de tomar toda la bebida, las manos
de sir John pararon de temblar un poco.

— Mi Kat ha sido cruelmente asesinada, igual que las otras. Mi pobre ángel,
muerta.

El hombre empezó a llorar, y los demás lo miraron, incómodos. Antes de que


alguien tomase la iniciativa, Morainn fue hacia él y lo abrazó. Mientras intentaba calmarlo,
sollozó durante algún tiempo hasta que recuperó el control. Después, ella le entregó un
pañuelo para que se limpiase el rostro y le sonrió gentilmente con la esperanza de
disminuir la vergüenza que obviamente sentía, a pesar del profundo dolor.

— ¿Es la señorita que llaman bruja, no? — preguntó él con la voz todavía
embargada por el llanto. — Comentan que la señorita está ayudando a encontrar a los
culpables de esas muertes.

122
— Si, lo estoy intentando, sir. Igual que estos buenos hombres. — Sintiendo que sir
John estaba más controlado, volvió a su asiento al lado de Tormand.

— Por favor, si es capaz, díganos lo que sabe o lo que vio, no importa que sea
poco, vale la pena intentarlo. — pidió Simon.

Sir John respiró hondo y empezó a hablar:

— Volvía tarde, por la noche, de casa de mi primo. Kat tenía muchas cosas que
hacer, por eso no me había acompañado. Dejé al joven Geordie MacBain para protegerla.
Al llegar, lo encontré en el suelo, debajo de la ventana del cuarto, con el cuello roto. Y
Kat…— se estremeció y sus ojos se llenaron de dolor. — Creo que ya llevaba muerta un
tiempo. — miró a Simon. — Recordé al señor, en el pasado, reclamando a la gente que
cotilleaba en la escena de un crimen. Después, dejé a mi ángel como estaba y vine a
buscarlo. Solamente puse una manta sobre ella, no lo pude evitar. Estaba desnuda y no
quería que la viesen de esa forma.

Mientras Simón hacía algunas preguntas, entre breves pausas para que John se
recompusiese, Morainn observó a los demás hombres. Le había llevado algún tiempo
reunir coraje para mirarlos después de que la encontrasen en la cama de Tormand, pero
la necesidad de contar todo sobre el aviso de que se estaba planeando otro crimen le dio
fuerzas para enfrentarlos. Ninguno de ellos la miró con desprecio o mencionó el asunto.
Estaba todo exactamente como antes. Tampoco dijeron nada porque ella hubiese pasado
las últimas noches envuelta en los brazos de Tormand. Lo que la hacía sentirse insegura.
Ni siquiera Walin había dicho nada, y pensó si habrían alertado al niño para que no
hiciese preguntas al respecto.

Podía ver la tristeza por la muerte de la esposa de sir John en la cara de sus
compañeros. Y también decepción por no haber podido evitar lo ocurrido, a pesar de
haber estado horas discutiendo sobre el sueño y buscando a los asesinos por toda la
ciudad. Era evidente que pensaban que le habían fallado a la pobre víctima y a sir John, y
ella dudaba que algo de lo que dijese fuese a disminuir la culpa que sentían. Volviendo la
atención a Tormand, se dio cuenta de que él estaba triste y sintió un poco de celos. Ella
se había encontrado con lady Katherine poco después de que hubiesen dejado a Walin en
su puerta. La joven dama era buena y generosa y estaba extremadamente enfadada por
no haber sido capaz de encontrar a los padres del niño. Morainn no recordaba haber visto
el nombre de lady Katherine en la lista de Tormand.

Esa vez esos monstruos habían matado a una mujer completamente inocente.

Cuando los hombres se levantaron para llevar a sir John a casa, Tormand se unió
a ellos. De repente, sir John se giró y lo agarró del brazo.

— No, amigo mío.

123
Tormand parecía tan herido, que Morainn corrió a su lado y cogió su puño cerrado.

— No puedes pensar que tengo algo que ver con esto, John — dijo Tormand.

— Claro que no, amigo. Nunca. No creí en ningún momento que eras el culpable
de las otras muertes. Te pido que te quedes aquí, porque había una multitud furiosa
reunida frente a mi casa cuando salí de allí. Ya saben que mi Kat está muerta y quieren
que alguien pague por ello. Deja que Simón haga su trabajo mientras te quedas aquí,
seguro tras los muros de tu propiedad. Correrías peligro si vinieses con nosotros.

— Como quieras, John — respondió Tormand con la voz sofocada. — Te ofrezco


mis más sinceras condolencias.

— Gracias, amigo. Sé que eres sincero. — Sir John miró para Morainn antes de
proseguir: — Me gustaría que encontrases al bastardo que la mató. Quiero verlo colgado
de una cuerda, después escupiré sobre su tumba. Cógelo para mí, Tormand.

— Lo atraparé, lo prometo.

Cuando los hombres se marcharon, Tormand se sentó delante de la mesa y se


agarró la cabeza con las manos, dominado por la tristeza. Morainn se acomodó a su lado
y lo abrazó, con los ojos llenos de lágrimas.

La muerte de lady Katherine no tenía sentido. Incluso sabiendo que estaban


tratando con personas locas, se sintió profundamente preocupada. Esa muerte podría
transformar todos los rumores que corrían por la cuidad sobre la culpa de Tormand en
gritos de justicia. Lo abrazó más fuerte y recordó que Simón lo escondería si fuese
necesario.

Simon entró en la elegante y gran sala de los Hay y encontró a sir John parado al
lado de una enorme ventana, mirando a la calle de enfrente de la casa. El enorme
pañuelo mojado que sujetaba le indicó que su amigo había estado llorando de nuevo y
sintió pena. Esa vez, no sintió solamente que se debería hacer justicia, ni la necesidad de
que esos crímenes sin sentido terminasen, también quería venganza. Lady Katherine
había sido una buena mujer y sir John también era un buen amigo. Esa muerte convertía
la búsqueda de los culpables en algo personal. Se acercó a sir John y puso la mano sobre
su hombro, incluso sabiendo que no había nada que pudiese consolar a su amigo.

— He terminado, John. La vieja Mary y la joven Mary están con tu esposa. La están
preparando para el velatorio.

— Yo debería ayudarlas. — murmuró John, pero no se movió.

124
— No, amigo. Dejemos que las mujeres lo hagan. No tienes que ver eso de nuevo.

— Es una visión que jamás seré capaz de borrar de mi mente, Simon.

— Intenta calmar ese dolor con los buenos recuerdos de tu matrimonio.

— Si, seguiré tu consejo. Algún día. — Sir John frunció el ceño al observar la
multitud al otro lado de la calle. — La cantidad de curiosos está aumentando igual que la
rabia que sienten. Hay mucha gente que piensa que Tormand es el asesino y dan su
opinión públicamente. Mi Kat era muy querida, por su corazón generoso para ayudar a los
pobres. Esa gente ha perdido a una amiga y quieren que alguien pague por ello.

— Tormand, para ser más exacto.

— Él y la bruja Ross, como la llaman.

— ¿Crees que el peligro aumentó para él? — Simon estudiaba la multitud.

— Si. Para él y para la mujer. Al principio, era solamente desconfianza, pero ahora
lo acusan abiertamente. En cuanto a la bruja, las opiniones están divididas. Algunos
comentan sobre la gran ayuda que está dando en la búsqueda del autor de los crímenes y
otros creen que está envuelta en los asesinatos. Pienso que hay alguien incitando a la
multitud en contra de Tormand. ¿Quizá los propios asesinos? Es mejor que la mujer y él
se escondan en un lugar seguro.

— No le va a gustar saber eso.

— Por lo menos, él estará vivo para protestar. Y yo lo avisaría ahora. Hay gente
sugiriendo que el asesino sea ahorcado. Presumo que ya tienes un escondite preparado
para él.

— Si — afirmó Simon, ya retirándose.

— Sácalos de aquí. Aunque tengas que amarra y amordazar a ese loco de


Tormand.

— Partirán en una hora.

Morainn frunció el ceño y puso la mano sobre la boca de Tormand. Hablaban de


lady Katherine. Desahogarse le ayudaba a aliviar la tristeza por la pérdida de una buena
amiga. Era solamente eso lo que Katherine significaba para él, y Morainn no necesitó

125
mucho para darse cuenta. Hablaba de su amiga como si fuese una prima o una tía, no
como una amante.

— ¿Has escuchado eso? — preguntó ella.

— ¿Qué?

Él le lamió la palma de la mano y sonrió cuando ella gritó y se sonrojó de placer al


tirar de su mano.

Su corazón dolía por su vieja amiga lady Katherine y de repente tuvo una idea de
como olvidar ese dolor. La pasión de Morainn había calentado sus noches y él siempre
estaba hambriento de ella. También quería evitar a los hombres cuando volviesen con las
novedades sobre la muerte de lady Katherine. Ya sabía lo que habían visto y traerían otra
horquilla.

Sin pistas ni testigos. Estaban cerca, pero no lo suficiente para saber a la pobre
Kat. Él quería librarse del sabor de la tristeza y la derrota en su boca con el sabor dulce y
caliente de Morainn.

Estaba a punto de cogerla en brazos cuando escuchó un ruido y ella corrió hasta la
ventana.

— ¿Lo has oído ahora? — preguntó ella.

— Si. — respondió acercándose a la ventana y poniéndose al lado de Morainn. —


Creo que vienen a visitarnos, y no para ofrecernos el pésame por la pérdida de una
amiga.

Mientras él hablaba, Morainn escuchó el sonido de la multitud llena de rabia y


ansiosa por hacer justicia con sus propias manos. En el pasado, cuando habían ido tras
su madre, el miedo los había guiado hasta allá. Aun así, ella sabía que ahora los
resultados serían los mismos de antes. Surgieron en su mente recuerdos de aquel día, de
cómo había cogido a su madre a la fuerza, del odio que impregnaba sus almas y los había
llevado a matarla.

Empezó a temblar, poseída por todo el miedo y la tristeza que había sufrido cuando
era niña. Tormand pasó los brazos alrededor de sus hombros y la acercó a él. El calor del
cuerpo fuerte y la preocupación la ayudaron a controlarse.

— No tengas miedo, mi amor. — dijo él con voz calmada y la besó en el rostro. —


No van a cogernos.

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Tormand y Morainn se sorprendieron cuando Simón de repente apareció al lado de
ellos.

— ¡Por Dios, Simon! — dijo Tormand, recuperándose del susto. — Tenemos que
ponerte un cascabel. ¿Cómo has entrado aquí? Estábamos mirando por la ventana y no
te vimos.

— Hay más de una forma de entrar en tu casa, Tormand. — Simón miró por la
ventana y después miró a su amigo. — Tenéis que salir de aquí ahora.

Tormand observó al grupo de personas que se reunían en frente de su casa.

— No son tantos.

— Lo serán en breve, amigo.

— Bueno, tal vez con mis hombres y algunos de los tuyos, podríamos…

— ¿Luchar con ellos? A mí realmente no me gustaría matar ciudadanos inocentes,


aunque sean idiotas. Ahora son mucho más que susurros de desconfianza, amenazas y
algunos insultos, Tormand. Katherine era muy querida, y esa gente tiene sed de sangre.
La tuya. — miró a Morainn. — y la de ella.

— ¿La de Morainn? ¿Por qué? ¿Hay algo que no me has contado, Simon?

— Van detrás de mí porque soy la bruja Ross. Igual que hicieron con mi madre.

Simón maldijo, bajito.

— Te quieren porque piensan que estás ayudando a Tormand a matar a esas


mujeres o evitando que lo ahorquen por lo que hizo.

— Está claro. — refunfuñó ella. — No importa que me haya encontrado con él


después del segundo crimen.

— Magda está detrás de todo esto.

— Ella seguramente no ha ayudado, pero no creo que esté guiando a esa multitud
por la calla. Ahora coged todo lo que creáis que vais a necesitar. Os llevaré a un
127
escondite. — Viendo o rosto testarudo de Tormand, Simón ya sabía que una discusión
estaba en camino y no había tiempo para eso. — Sir John también insistió en decir que
debéis partir. Me dijo que Katherine lo previno sobre el humor de la gente de la ciudad y
que ella creía que estaban siendo envenenados por alguien.

— ¿Los asesinos? — indagó Morainn.

— Tal vez, pero podría ser cualquiera. Yo…

Lo que Simón estaba a punto de decir fue interrumpido por una piedra que
atravesó el cristal de la ventana y cayó delante de ellos. Tormand protegió a Morainn con
su cuerpo y sintió los pedazos de vidrio golpear su piel sobre la camisa. Una rápida
mirada por el agujero que la piedra había hecho en el vidrio, y él concluyó que podría
haber más piedras, y la multitud enseguida invadiría su casa.

— Ve. — empujó a Morainn hacia la puerta. — Coge algunas cosas y después nos
iremos.

— Walin... — empezó a decir ella mientras tropezaba hasta la puerta.

— Estará a salvo con mi familia, Simón y Walter. Deprisa. — ordenó él.

Después de que ella se fue, miró a Simon.

— ¿Puedes sacarnos de aquí?

— Si. Tus hermanos y primos están llegando. Coge tú también algunas cosas y
después os llevaré al lugar que encontré. Mientras huimos, tus hermanos podrán
enfrentar a la multitud en intentar enviarlos de vuelta a sus casas.

Maldiciendo, Tormand fue a su cuarto y puso algunas ropas en una bolsa. Cogió su
espada y algunas dagas. Quería quedarse, pero sabía que era su orgullo el que hablaba.
Había muy poco que podía hacer contra una multitud determinada. Incluso cuatro Murray
armados no serían suficientes para contener a esas personas durante mucho tiempo. Y
también estaba Morainn. No podía mantenerla a salvo en ese lugar.

Mientras huían por los callejones donde tres caballos los esperaban, ensillados y
cargados de víveres, Tormand podía escuchar a sus familiares gritando a la multitud.
Rezó para que sus parientes no resultasen heridos y para que Morainn y él consiguiesen
escapar. Con la espada en la mano, Simón los guiaba silenciosamente por las calles
oscuras, lejos del peligro.

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Tomaron un largo camino por la ciudad y siguieron fuera de la carretera, al oeste.
Tormand observaba a Morainn de cerca, pero no porque ella no supiese cabalgar, sino
por la expresión de su rostro. Seguía asustada, sin importar cuanto aumentase la
distancia entre ellos y la multitud. Recordó que ella había comentado algo a cerca de su
madre y se estremeció. Había sido una multitud como aquella la que arrebatara la vida de
su madre, dejándola huérfana.

Cuando pensaba en preguntar a Simón si estaban llegando, surgió una torre en


ruinas. Tormand frunció el ceño al acercarse. Podrían estar protegidos allí, pero no si
llovía. Aunque ya había vivido en lugares simples como ese, no estaba dispuesto a pasar
por eso de nuevo. Pero su mayor preocupación era por Morainn. Solamente cuando
pararon y desmontaron de los caballos, se dio cuenta de que habían hecho algunas
reparaciones.

— Es aquí. — informó Simon, mientras Tormand ayudaba a Morainn a bajar del


caballo.

— Rústico — opinó Tormand poniendo el brazo sobre los hombros de Morainn,


ignorando que ella estaba sin firmeza después de lo que muchos considerarían una corta
cabalgata, pero que para ella había sido un gran esfuerzo.

— Un poco, pero no es tan malo como parece. Vamos a entrar.

Sintiendo que Morainn estaba más firme, Tormand la sujetó de la mano y siguió a
su amigo. En un primer momento, parecía solamente una gran ruina, pero después vieron
un pasillo y Tormand respiró, aliviado. Tras la gruesa puerta que Simón abrió, apareció un
lugar con un amplio espacio separado en un área para cocinar, otra para dormir y una
más reservada para servir como cuarto de baño. Había una gran cama contra la pared y
también barriles, uno de bebida y otro con víveres. Se sintió al mismo tiempo satisfecho y
sorprendido. Estaba recibiendo bien la idea de su cómodo retiro, pero aun así era una
prisión, donde tendría que esconderse sin saber hasta cuándo.

Morainn caminaba por el enorme cuarto, notando que el lugar estaba limpio y bien
equipado. Después de tocar la cama, descubrió un colchón de plumas muy blando.
Tormand y ella podrían estar encendiéndose allí como dos forajidos, pero no estarían
incómodos.

— ¿Cuándo has hecho todo esto? — preguntó a Simon, colocando su pequeño


equipaje cerca de un baúl, cerca de los pies de la cama.

— Empecé a preparar este lugar en el momento en que escuché la primera


acusación contra Tormand. He visto a muchos inocentes morir tras ser juzgados
injustamente. — él se estremeció. — A dónde quiera que voy, me aseguro de que haya
escondites donde alguien pueda esperar seguramente hasta que se descubra la verdad y
el inocente pueda volver a su casa sin miedo. Aunque algunos vuelvan solamente para

129
recoger sus cosas y mudarse, porque no pueden vivir en un lugar donde fueron
perseguidos.

— Dónde la paz y la confianza se fueron. — concluyó Morainn. — Es difícil librarse


totalmente del miedo de que la gente se vuelva contra ti otra vez y no consigas escapar.

— Exactamente. Ahora llevaré los caballos a un lugar seguro, no muy lejos de


aquí. ¿Sabes ese sitio donde los perros hacen mucho ruido? — miró a Tormand.

— Si. ¿Crees que la gente que vive allí son de confianza para guardar el secreto?

— Sin duda. — respondió Simon. — Tienen un hijo a mi servicio y piensan que soy
un gran hombre por darle esa buena oportunidad. — sonrió. — No le dieron mucha
importancia cuando les dije que había reclutado a su hijo para mi ejército porque era
fuerte, hábil con la espada e inteligente.

— Creo que a muchos otros muchachos pobres como él les gustaría tener una
oportunidad como esa.

— Tal vez. Pero este salvó mi vida y le estoy agradecido por eso.

— Para algunas personas, una o dos monedas serían suficiente como


agradecimiento. — Tormand miró el cuarto. — Este es un buen lugar para esconderse.
Pero espero no tener que estar aquí mucho tiempo. ¿Cómo harás para saber si Morainn
ha visto algo importante en sueños o si tuvo alguna visión?

— Volveré a mi casa que está en las afueras de la cuidad. Creo que podrás entrar
y salir de aquí sin mucho peligro.

— ¿Quién va a cuidar de Walin? — preguntó Morainn. — Antes de salir fui a su


cuarto y le dije que iba a estar un tiempo fuera, pero no tengo la certeza de si estaba
suficientemente despierto para entenderme. Solamente necesito saber si estará seguro.

— Walin continuará siendo protegido como hasta ahora en casa de Tormand. Si


eso resulta insuficiente, lo llevaré a mi casa. No te preocupes por el niño, Morainn. Estará
bien. En realidad, si tú no estás cerca creo que nadie le dará mucha importancia, ni
siquiera los asesinos. — se giró hacia Tormand. — Me gustaría que hicieses una lista con
los nombres de tus amigas. Encontrarás tinta, pluma y pergaminos en ese baúl. — señaló
a una pequeña caja cerca de la mesa y la silla que había en la esquina del cuarto.

— ¿Piensas que Kat murió por mi culpa? — Tormand preguntó con miedo de que
no solamente él sino también Simón hubiese considerado esa hipótesis. — Pensé que
todo el mundo sabía que ella nunca fue mi amante.

130
— No lo sé, Tormand. Es posible, pero estando tan cerca de encontrar a los
asesinos de Edward MacLean, también pienso si habría otra razón para que fuesen
detrás de la pobre Kat. Algo que no tenga nada que ver contigo. Echaré una ojeada a sus
pertenencias por si encuentro alguna cosa que lo explique. Por eso, una lista podría
ayudarme a avisar a las otras mujeres.

Morainn observó a los dos hombres despidiéndose después de que Simón le dijese
un cortés adiós, prometiendo que Walin estaría bien cuidado. Después, fue a colocar las
cosas que Tormand y ella habían traído. Ese escondite era mucho mejor de lo que se
había imaginado, pero deseaba desde el fondo del corazón no necesitar usarlo.

Cuando terminó la tarea, fue a lavarse y prepararse para dormir. El pavor de la


casa de Tormand y de su primera cabalgata la dejaron dolorida y cansada. No había
tenido en cuenta el peligro que correría al ayudar a Simón y a Tormand. Al menos no
estaba sola. Había pasado por el mismo horror hacía diez años y no deseaba sufrir
nuevamente sola y asustada, esperando la muerte. Sonrió cuando Tormand se acercó,
llevando solamente un calzó y dándole una copa de vino.

— Siento mucho haberte arrastrado a esta situación.

— No te disculpes. — le dio un suave beso en el rostro. — Me siento bien al usar


mi don para ayudar a alguien. Ahora realmente puedo llamarlo don sin vacilar. Solamente
me gustaría haber sido de más ayuda. ¿Crees que por eso Simón no me ha dado la otra
horquilla para que la toque?

— Pienso que, si no hubieses soñado con Edward MacLean, Simón te habría


pedido que intentases tener otra visión. Ahora tiene una pista que seguir y hará eso a su
manera. Si cree que no está funcionando, tal vez te pida que cojas la otra horquilla.

— Es muy preciso al reunir información.

— Si, tiene un fuerte sentido de la justicia y se ofende profundamente cuando una


persona inocente es obligada a pagar por un crimen. Eso significa que el verdadero
culpable consiguió escapar, ¿no?

— Supongo que si. ¿No te gusta esto, verdad? Estar escondido te pone molesto.

Tormand cogió la copa vacía de la mano de Morainn y la puso sobre la mesa. En


seguida, la llevó a la cama.

— Si. Pero, si hubiese escuchado a la voz de mi orgullo ahora estaría ahorcado.


Tengo mucho miedo de sufrir como mi hermano James. — dándose cuenta de que ella

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sentía curiosidad, le contó todo sobre el juicio de James, que había sido injustamente
acusado de matar a su esposa.

— No creo que tengas que estar aquí durante tres largos años, Tormand.

— ¿No? ¿Es una profecía o algún tipo de esperanza?

— Es un sentimiento muy fuerte de que esta historia pronto acabará. Eses


bandidos serán capturados y castigados en breve.

— Consideraré esas palabras como una profecía.

Le sacó la camisola y la puso de lado, divirtiéndose con el rubor que cubría su


cara.

— También cuento con mis bendiciones.

— ¿Y cuáles son?

— Tengo un lugar cómodo donde esconderme y una mujer para compartirlo


conmigo. Dos cosas que mi pobre hermano no tuvo.

— Una suerte la tuya.

— Mucha suerte. — murmuró él, sacándose la ropa y volviendo a sus brazos.

Morainn iba a decir que no era como tantas otras que había conocido, cuando la
besó y en seguida se vio envuelta por la pasión que él le despertaba, haciéndole olvidar
cualquier reclamación. El calor del deseo también apagó todos los recuerdos de la
multitud rabiosa de su mente. Hacer el amor con Tormand disminuía sus miedos, mientras
que su cuerpo y su corazón se rendían a la magia de aquellos besos y caricias.

Satisfecho y torpe, Tormand la sujetaba en sus brazos. Ella se había dormido


después de hacer el amor, plenamente saciada. Que el siguiese atraído por ella era una
señal de que un sentimiento más fuerte los unía. Solo que no tenía la certeza de ser
capaz de decirlo en voz alta.

Se prometió a sí mismo que después de que los asesinos fuesen capturados,


intentaría entender lo que sentía y lo que quería de Morainn. Habría tiempo de sobra para
que resolviesen sus problemas y para que expresasen sus emociones. Cerró los ojos y
sonrió. Por ahora, simplemente aprovecharía el puro placer que encontraba en ella. Eso

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era motivo suficiente para esconderse de sus enemigos en lugar de luchar contra ellos.
Parecía un regalo más que un castigo.

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Capítulo XIV

Tormand despertó con un grito que rompió el silencio de la noche. Un pie le dio un
fuerte golpe en la pierna y se giró hacia Morainn. Ella se debatía en la cama como si
estuviese luchando contra alguien que le hacía daño. Tenían que capturar rápidamente a
esos criminales porque Morainn necesitaba una noche tranquila de sueño. Odiaba verla
atormentada de esa manera. Quería hacer el amor con ella y que después durmiese
dulcemente en sus brazos.

— Despierta, mi amor. — intentó sujetarla con su cuerpo antes de que se


lastimase. — Es solamente un sueño, Morainn. Solo un sueño. Nadie te está haciendo
daño. No tienes que luchar. Vuelve conmigo, dulce bruja. Vuelve.

Igual que la otra vez, el sonido de la voz de Tormand la calmó y dejó de debatirse.
Él disminuyó la fuerza con que la sujetaba y la vio abrir los ojos. Por un breve momento,
pareció confusa, entonces lo reconoció.

Una hermosa y sincera sonrisa surgió de sus labios delicados, y él sintió el poder
de ese gesto en el fondo de su alma. De repente, se dio cuenta de que le gustaría ver esa
sonrisa todos los días, durante el resto de su vida. Pero, enseguida alejó ese
pensamiento.

La sonrisa no duró mucho tiempo. Los recuerdos de los horrores que había visto en
su sueño le robaron todo el color de su rostro y llenaron de miedo sus ojos. Tormand fue
rápidamente a buscar una copa de sidra fresca.

Morainn tomó la bebida con avidez, y él volvió al lado de ella en la cama. Ese
sueño había sido peor que el último, más intenso y terrorífico. Había oído y visto cosas
que sería mejor guardarse para si misma. Tormand estaba determinado a protegerla, a
mantenerla a salvo de esos asesinos porque ella los estaba ayudando. Si supiese que ella
había soñado con su propia muerte, la encerraría en algún lugar y la rodearía de hombres
enormes y bien armados. También se pondría en peligro con sus intentos de mantenerla
segura y eso no lo permitiría.

— Ha sido solo un mal sueño. — dijo, mientras Tormand la observaba con


paciencia.

— Me he dado cuenta. — la abrazó muy fuerte. — Parecías luchar contra el dolor o


contra un enemigo.

Morainn no se atrevió a mirarlo a los ojos, pues tenía la certeza de que él podría
ver la verdad. Tormand había adivinado una parte de lo que ella había enfrentado durante
la pesadilla, y ella no sabía si había sido capaz de disimular la sorpresa por lo que él
había dicho. Todavía podía sentir las correas en sus muñecas y tobillos. Lo único que la

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impedía esconderse bajo las sábanas y gritar de terror era la constatación de que su
sueño no había sido tan claro.

— Habrá otra muerte en breve. — dijo con calma.

Pretendía contarle lo que había visto sin revelar quién sería la víctima. Tenía que
tener mucho cuidado de no levantar sospechas sobre ella, o Tormand empezaría a
presionarla en busca de respuestas que ella no quería dar.

— Esa loca parecía estar en frenesí, como si el gusto por la sangre y el dolor
aumentase con cada muerte. Se sentía poderosa por decidir quien iba a vivir o a morir.

— Tamaña maldad debe ser terriblemente dolorosa para quien la capta. Los
sueños deberían ser sobre cosas buenas, y no sobre sangre y muerte.

— Hasta que capturemos a los asesinos, me temo que mis sueños seguirán siendo
así. Estás en lo cierto. Es un tormento verlo y es todavía peor sentirlo. Pero, lo que más
me preocupa es que esa mujer parece saber quién soy cuando lo estoy viendo todo. —
tembló a pesar del calor del cuerpo de Tormand. — Es como sí, de alguna forma, entrase
en mi mente.

— ¿Piensas que tiene algún don?

— Eso explicaría por qué es tan astuta. No sé… puede ser que mis sueños me
lleven hasta ella. Nunca he escuchado voces tan claramente antes de empezar a soñar y
a tener visiones con esos asesinos.

— Tal vez sea la violencia de las muertes. Las emociones que te dominan cuando
ves algo son muy fuertes.

— Es cierto. Y tengo la sensación de que los sueños están siendo cada vez más
vividos, especialmente cuando ella me habla directamente, con una fría sonrisa en los
labios, y me mira de forma amenazadora.

— Nunca me has dicho que te sonríe durante las visiones.

— ¿Qué importancia tiene? Me está amenazando casi desde el principio. Te lo he


contado. Pero eso no me ayuda a encontrarla. Intento recordar cosas, que puedan
indicarme donde se producirá la siguiente muerte, quién son ellos o al menos algo que
pueda darme una pequeña pista de donde pueden estar escondiéndose.

Extrañamente, Tormand sentía que Morainn le estaba escondiendo algo. Respiró

135
hondo e intentó alejar el miedo de que ella estaba en peligro de muerte, pero no le dio
mucho resultado. El ataque a Morainn que lo había llevado a protegerla había demostrado
que esos dos asesinos la querían muerta. Todo lo que él podía hacer era mantenerla
fuera del alcance de ellos y rezar para que eso fuese suficiente.

— ¿Has visto algún rostro o escuchado algún nombre? O mejor todavía, ¿dónde y
cuándo va a suceder el próximo crimen?

— Escuché a la mujer pronunciar su nombre en voz alta, Ada o Anna, como si se lo


estuviese diciendo a alguien. También tuve la impresión de que al hombre enorme, que la
mujer insiste llamar Small, le está costando mucho trabajo controlarla. Ella parece cada
vez más salvaje, como si eso fuese posible.

De repente, Morainn se dio cuenta de lo bien que olía Tormand. Él también tenía
buen sabor. Se sonrojó. Eran amantes desde hacía poco tiempo, y aun así ella se estaba
convirtiendo en una completa libertina. Lo deseaba continuamente.

Por un momento se sintió tentada a distraerlo, seduciéndolo. Se controló para no


reírse. No era una mujer seductora, no tenía experiencia ni conocimientos para eso. Y
también estaría mal. Estaban buscando a unos asesinos fríos y brutales. No era momento
para jueguecitos de amor.

— Esta vez, pude ver muchos detalles de un lugar. Había una oveja. — prosiguió.

— ¿Una oveja? Querida, Escocia está llena de ovejas.

— Si, lo se. — Acarició el pelo que bordeaba el hombligo de Tormand y bajaban


hasta el miembro viril. — Había ovejas alrededor de una pequeña casa de piedras, con el
tejado de paja. Era un lugar rústico, el suelo parecía de tierra batida y había una hoguera
en el centro, donde se estaba cocinando algo, además de un agujero en el techo para que
saliese el humo.

Sus muñecas ardían mientras describía el lugar donde ella se había visto con los
brazos y las piernas firmemente amarrados a unas estacas clavadas en la tierra.

— Una cabaña. Sé que hay muchas en la región, aunque las más cercanas a la
cuidad son las más importantes. Los asesinos necesitan un lugar donde poder llevar a a
sus víctimas, matarlas y después llevarlas de vuelta a sus respectivas casas antes de que
salga el sol. ¿Y la víctima? ¿Has visto algo sobre ella?

— No conozco a mucha gente de la cuidad, mucho menos a la que pertenece a la


nobleza. Pero todo lo que he visto es que ella no era muy alta y tenía el cabello oscuro. —
Se sintió culpable por mentir.

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Tormand asintió, sin conseguir ignorar la forma en que estaba siendo tocado por
las manos suaves de Morainn. Mientras los largos y delgados dedos jugueteaban sobre
su abdomen, su masculinidad se endureció, implorando que la acariciasen. Morainn
necesitó solamente una mirada de reojo hacia abajo para descubrir que él estaba
excitado. Una parte de él estaba un poco avergonzada por esa falta de control, mientras
que la otra quería que Morainn viese cuanto necesitaba saciar su deseo.

— Me gustaría no tener que escuchar esa voz helada. — protestó ella, distraída
por con lo que veía por el rabillo del ojo.

Ella también sentía la necesidad de hacer el amor con Tormand, una sensación de
la que pensaba que nunca se conseguiría librar. Intentó mirar hacia otro lado, pero
parecía hipnotizada con el miembro rígido. Si mano casi picaba por tocarlo. Todavía no
había tocado esa parte del cuerpo de Tormand, a pesar de que él ya la había acariciado
en todos los lugares posibles.

Morainn observó a su mano detenerse en el borde de los calzones como si tuviese


vida propia. Tal vez le gustase la sensación de tocarlo. Quizá a Tormand también le
gustase que lo tocase tan íntimamente como él hacía con ella.

Se sonrojó por sus pensamientos. No sabía si tendría tanto coraje. Solamente con
imaginar lo osada que podía ser, deslizó la mano y lo acarició suavemente. Era todo calor
y rigidez. Sorprendida por su propia osadía, lo escuchó suspirar. Se dio cuenta de que a
él le gustaba, a pesar de que no había dicho nada.

Tormand tenía miedo de decir cualquier cosa que la hiciese interrumpir las caricias
y eso era lo último que quería. Por ser amantes desde hacía tan poco tiempo y ser él el
primer hombre que se acostaba con ella, no la presionaba para hacer nada, solamente la
dejaba libre para darle placer. Parecía que estaba aprendiendo rápido, descubriendo los
poderes de su feminidad. Él esperaba que sí, pues pasaba mucho tiempo pensando en
todas las cosas que quería hacer con ese cuerpo suave una vez que la vergüenza y la
inseguridad se atenuasen.

El toque suave y gentil empezó a enloquecerlo de deseo. En silencio, permaneció


acostado, saboreando esa deliciosa caricia, con sabor a algo prohibido, de que no quería
ser pillado infraganti. Pensó hasta cuándo sería capaz de aguantar pasivamente.

Su autocontrol desapareció cuando la pequeña mano acarició su miembro y lo


apretó suavemente. Con un gemido, la agarró por la cintura y rodó sobre ella,
prendiéndola bajo su cuerpo.

— Debería ir al encuentro de Simón para contarle lo que has visto. — murmuró


entre los besos que le daba en la suave curva de sus pechos.

137
— Todavía faltan algunas horas para el amanecer. — dijo ella y gritó de placer
cuando él le chupó los pezones con avidez.

— Bien, porque no voy a salir de aquí hasta que pierda la cuente de las veces que
hemos hecho el amor.

— Te cansarás antes que yo.

Él sonrió y pasó la lengua lentamente sobre la piel caliente y suave de sus pechos.

— Adoro los desafíos.

Tormand hizo un esfuerzo para levantarse de donde estaba acostado, saciado, al


lado de Morainn. Tenía que ser el primero en moverse para poder declarar la victoria.
Aunque siempre hacía todo lo posible para darles placer a sus amantes, nunca se había
esforzado tanto como con Morainn. Mientras se deleitaba con los salvajes gritos de placer
que ella había dejado escapar cuando llegó al orgasmo, él casi se había quedado ciego
con la necesidad de satisfacción de su propio deseo. Había sido un ejercicio de
autocontrol que consumió todas sus fuerzas.

Miró a Morainn que estaba acostada boca abajo, con los ojos cerrados y el rostro
todavía colorado por el placer. El único movimiento que ella había hecho desde que los
dos se estremecieran por la fuerza del clímax fue acostarse en la posición en la que
estaba. Él fue el primero en salir de ese estado de inercia, pero sería gentil y no declararía
en voz alta que era el vencedor.

Pero entonces tropezó con la espada y se dio cuenta de que lo estaba observando.
Morainn parecía completamente satisfecha, y él se sintió orgulloso.

— ¿Ya te vas? — preguntó ella con voz ronca, casi haciendo que él volviese a la
cama.

— Si. No me gusta tener que dejarse sola, pero Simón debe saber lo que has visto
en sueños.

— Estaré bien.

— Escóndete si ves que se acerca alguien.

— Si, he aprendido esa táctica hace diez años. No te preocupes por mí. Ve y dile a

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Simón lo que he visto.

Tormand se inclinó y le dio un beso antes de ir hacia la puerta.

— Descansa, amor mío. Tienes que recuperar las fuerzas.

Morainn se rió, divertida.

— ¡Ah! Si estoy de acuerdo, tu pobre orgullo masculino no se sentirá herido.

Él se echó a reír y se apresuró a coger el caballo.

Morainn suspiró y se acostó de espaldas, mirando al techo rústico del escondite.


Como se sentía débil, pretendía quedarse en la cama durante un buen tiempo. Tormand,
merecía el apodo de gran amante. Solamente deseaba poder ignorar como él había
conquistado esa fama.

Amaba a ese mujeriego. No lo podía negar. Su corazón estaba en sus manos.


Había intentado ignorar ese hecho con la intención de no sufrir demasiado cuándo él la
dejase. Pero había sido un esfuerzo inútil

Al menos podría consolarse con los placenteros y hermosos recuerdos que


guardaría para siempre en su corazón y en su mente. Suspiró y cerró los ojos.

Bien… esperaba que los dulces recuerdos no la hiriesen todavía más,


intensificando el dolor de la soledad.

Tormand observó a Simón aparecer en el salón de la modesta casa, pareciendo


necesitar dormir un poco más. Había estado sentado allí durante dos horas, porque no
quería despertar a su amigo. Por lo tanto, había tenido mucho tiempo para pensar y no
estaba seguro de si le gustaban las conclusiones a las que había llegado. Aunque estaba
ansioso por hablar, esperó pacientemente a que sirviesen el desayuno. Se sorprendió al
ver que sus parientes también se sentaban a la mese, todavía somnolientos.

— ¿Os estáis quedando aquí? — Tormand preguntó.

— No, solamente esta noche. Se nos hizo tarde y la casa de Simón estaba más
cerca. — explicó Harcourt, sirviéndose. — Decidimos que no queríamos cabalgar todavía
más.

— ¿Ibais tras los asesinos? — Tormand deseaba de todo o corazón poder estar

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con ellos en lugar de tener que esconderse, pero no reclamó.

— Si. Pero, para variar, no hemos descubierto nada.

— ¿Por qué estás aquí? — le preguntó Simon. — ¿Ha pasado algo?

— Morainn ha tenido otro sueño. — respondió mientras comía.

— Ah, entonces ha visto algo que nos puede ayudar.

Tormand le contó todo lo que Morainn había visto. Repetir esa información en voz
alta hizo que estuviese más seguro de las conclusiones a las que había llegado mientras
estaba solo en el salón. Sintió la rabia crecer dentro de su pecho, mientras intentaba
convencerse de que ella no le había mentido. Simplemente no le había contado todo,
posiblemente porque no quería preocuparlo.

Harcourt suspiró.

— Entonces, volveremos a los caballos para buscar por las chozas y las cabañas.

— Una que tenga ovejas y un tejado de paja. — añadió Tormand.

— Eso seguramente limitará la búsqueda. — opinó Bennett.

— Yo podría… — empezó a decir Tormand.

— No — lo interrumpió Simon. — Ya te has arriesgado suficiente viniendo hasta


aquí. Y no podemos olvidar la posibilidad de que los asesinos nos estén observando y
descubran de dónde has venido. Eso podría llevarlos hasta Morainn. Ellos la quieren
muerta. ¿Recuerdas?

— Lo sé. Morainn siente como si la asesina estuviese dentro de su cabeza.

— Tal vez lo esté. Sabemos muy poco a cerca de esos dones. Tú más que yo,
obviamente. Pero apuesto a que no sabes todo a cerca de los dones solamente porque
tienes uno.

— ¿Piensas que tengo un don?

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— Ah, sí. Tu intuición es bastante aguda. Seguramente debe ayudarte en algunas
ocasiones. Es como si captases las emociones de la gente en el aire.

Tormand pensó sobre eso un momento y sintió ganas de negarlo, a pesar de que
Simón ya había presenciado una demostración de esa habilidad cierta vez.

— Tal vez tengas razón. Pero nunca lo he considerado un don. En realidad,


siempre lo he considerado una habilidad más agudizada que la mayoría de los hombres.

— No, es un don. Un pequeño don como el de mi padre. — intervino Harcourt. —


Él sabe cuando se acerca el peligro. Dice que eso lo mantiene vivo. A veces yo también
puedo sentirlo. Un don muy útil. No tan fuerte como el de nuestras mujeres, pero
igualmente útil.

— Y yo aquí pensando que me considerabas inteligente. — Tormand reclamó,


sonriendo a Simon.

— Y lo eres, aunque odie aumentar todavía más tu vanidad. Tienes una forma de
ver las cosas que también puede ser de gran ayuda.

— No tanto como los sueños y visiones de Morainn.

— Si. Y ahora tengo un nombre, Ada o Anna, una pista clara. Creo que la asesina
se llama Ada, a pesar de que no confío mucho en mi memoria. No entiendo como esa
mujer podía estar casada con Edward y que aun así poca gente la conociese. No consigo
encontrar a nadie que recuerde su nombre o su apariencia. — frunció el ceño. — Incluso
yo, que me enorgullezco siempre de fijarme en todo, sin importar que sea algo pequeño o
aparentemente insignificante.

— Nadie puede verlo todo. Tal vez que la gente no reparase en ella haya
aumentado su locura.

— Posiblemente. Al menos hemos descubierto que su compañero es Small Ian. Lo


sé por una fuente segura. Solo me gustaría que Morainn consiguiese más información
sobre la siguiente víctima, a pesar de saber que es difícil impedir un crimen.

Tormand tomó un gran trago de cerveza y continuó:

— Creo que la siguiente víctima es Morainn. — afirmó con la cabeza ante la mirada
sorprendida de sus compañeros. — No me lo ha dicho, pero mientras esperaba a Simón,
pensé mucho en todo lo que me contó.

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— ¿Fue evasiva?

— Bastante. Tras explicarme que conocía poca gente en la cuidad, en especial las
damas de la nobleza, y por eso no podía reconocer a la víctima aunque la viese
claramente en el sueño. Morainn finalmente la describió como una mujer no muy alta y de
cabello oscuro.

— Por lo que me estás diciendo, creo que ella no nos quiso decir la verdad para no
preocuparnos. Me sorprende qué no te hayas dado cuenta antes. Eres muy perspicaz
para identificar las mentiras.

— Estaba distraído. — ignoró el bufido de los otros. — Puede que no lo haya


hecho a propósito.

— Tienes razón. — opinó Uillian. — No es una mujer…

— ¿Furtiva? — terminó Tormand.

— Eso mismo, eres bueno con las palabras. Ella solamente te dio la información
que necesitabas para que dejases de presionarla sobre el asunto o tal vez también
estuviese distraída…

— Ese tipo de distracción sin duda, es mucho más agradable que estar sobre un
caballo todo el día. — reclamó Rory.

Ya era casi media tarde cuando Tormand partió. Habían hablado tanto sobre el
asunto de Morainn, que cada vez que repetía lo que ella había visto y oído y los detalles
sobre los otros sueños y visiones, se daba cuenta de lo fuerte que era ella. De hecho
tenía que serlo para enfrentar esas cosas. Lo que él quería, sobre todo, era que eses
asesinos dejasen los sueños de Morainn lo más rápido posible. Pero, estaba desanimado
por la lentitud del proceso, y, para empeorar la situación, Morainn había soñado con su
propia muerte.

Atento a que nadie lo siguiese, se dirigió fuera de la ciudad, rezando para que el
final de esa pesadilla estuviese cerca y que Morainn sobreviviese para celebrarlo con él.

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Capítulo XV

Parado a la puerta del cuarto que compartía con Morainn, Tormand se esforzaba
para mantener la calma. Había pensado todo el camino de vuelta, con rabia y después
con comprensión, en el motivo de que ella no le contase la verdad. En ese momento no
sería bueno exigirle que le contase todo lo que había visto en el sueño. El enfrentamiento
no tendría ningún propósito que no fuese calmar un poco la rabia que todavía corría en
sus venas. No podía decir que ella le había mentido, ya que simplemente no le había
contado todo. Aun tenía la sensación de que ella sentía que lo estaba protegiendo de
alguna forma. Pensó si sería justo privarla de ese sentimiento.

Ella se movía graciosamente y con eficiencia, mientras preparaba la cena. Un


aroma a conejo cocido impregnó el ambiente y llegó hasta el estómago de Tormand. No
había comido nada durante el tiempo que estuviera en casa de Simón. Había pasado todo
el día con lo poco que había comido en el desayuno. Cuando se había dada cuenta de
que Morainn había soñado con su propia muerte, había perdido totalmente el apetito.

Tormand sabía que el miedo que sentía por Morainn significaba que sus
sentimientos por ella eren profundos. Eso explicaría por qué estaba tan enfadado e
incluso un poco herido porque ella no le hubiese contado toda la verdad. No podía seguir
ignorando que cada día su destino estaba más entrelazado con el de Morainn Ross, cada
hora que pasaba con ella, cada momento que están uno en brazos del otro. Ya no tenía
ganas de huir de ese sentimiento ni de ella.

— Ah, llegas a tiempo. — anunció con una sonrisa. — Estoy cocinando el conejo
que cazaste anoche.

— Huele bien. — entró y se fue a sentar en una silla cerca de la chimenea.


Inhalando profundo, añadió: — Muy bien, de hecho. Simon nos suministró muy bien.

— Sí.

Morainn le sirvió una jarra de cerveza. Él agradeció y sonrió. Era agradable cocinar
y recibirlo de esa forma cuando volvía. Pero aun así, podía percibir el peligro. Se estaba
comportando como una esposa más que como una amante, y Tormand Murray no quería
una esposa. Aunque la quisiese, no escogería a la hija bastarda de una bruja quemada
por el pueblo. Un hombre como él buscaría a alguien de la nobleza, cuando finalmente
quisiese casarse y tener hijos.

Al pensar en Tormand como padre del hijo de otra mujer, sintió un dolor tan fuerte
en su corazón que tuvo ganas de gritar. Rápidamente volvió su atención al cocido, para
que él no viese el dolor en sus ojos y no preguntase por el motivo. El guiso no necesitaba
mucha atención, pero ella esperaba que Tormand, como la mayoría de los hombres, no
entendiese mucho de cocina.

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Cuando recuperó el control de sus emociones, empezó a sentir el incómodo
silencio, había una tensión en el aire que la preocupaba. Se arriesgó a echar una mirada y
a Tormand y vio que él observaba la pared, melancólicamente. Algo lo estaba
incomodando, pero tenía miedo de preguntar lo que era. Su mente fue rápidamente
invadida por todas las razones posibles que pudiesen explicar el comportamiento extraño
de Tormand. Y, desgraciadamente, ninguna de ellas era buena. Podría ser por haber
fallado al buscar a los asesinos, o porque estaba preso en ese lugar con una mujer de la
que ya se había cansado.

Aun así, tenía curiosidad por saber lo que había comentado Simón sobre el último
sueño que había tenido y sobre la búsqueda de Ada y Small. Pero no preguntó nada.
Decidió que sería más seguro para su pobre corazón esperar a que Tormand tuviese
ganas de hablar de nuevo.

Cuando el guiso estuvo listo, se concentró en otra tarea. Bordar flores en las
sábanas del ajuar de Nora la mantendría ocupada, y estaba feliz porque Uilliam le hubiese
traído algunas telas para continuar el trabajo. La aburrida tarea la ayudaría a evitar
preocuparse por las razones que tenía Tormand para estar tan extrañamente callado.

No mucho tiempo después de terminar de cenar y de que Morainn hubiese vuelto a


su trabajo, Tormand finalmente mejoró su humor. No solía meditar, pero parecía que
había aprendido a hacerlo en los últimos años.

La observó bordar hermosas flores en lo que parecía ser la funda de una almohada
y sonrió. Lo estaba esquivando por el cuarto como si fuese un fantasma, obviamente
porque se había dado cuenta de su mal humor. La rabia que sentía finalmente se había
disipado. De todas formas, encontraba muy extraño y conmovedor que ella intentase
protegerlo.

La dejaría mantener su secreto. Tampoco le diría lo duro que estaban trabajando


para encontrar la cabaña de que ella había descrito ni lo desesperados que estaban por
encontrar a los asesinos antes de que Morainn se convirtiese en la próxima víctima. La
imposibilidad de unirse a los otros hombres en la búsqueda era una de las razones de su
mal humor. Morainn era su mujer, y él debería ser uno de los que estaban allí fuera,
buscando a esos que querían hacerle daño.

Su mujer. Le gustó el sonido de esas palabras. La posesividad era un sentimiento


que nunca antes había experimentado, pero, definitivamente, era lo que sentía con
relación a Morainn.

— Tú amiga pretender hacer un gran ajuar para su matrimonio, ¿no? — preguntó


él, sonriendo, cuando ella lo miró asustada.

Morainn no conseguía ver señales del extraño humor que tenía Tormand cuando

144
llegó al escondite, y, sin querer, respiró aliviada.

— Ella no tiene tierras ni dinero, pero desea llevar cosas de valor para la boda. —
respondió. — Todas las mujeres de su familia están cosiendo y bordando noche y día. Me
alegré cuando tu hermano Uilliam me trajo algo de trabajo para hacer.

— Si todos los trabajos son tan buenos como el tuyo, la familia de James estará
muy impresionada. — él suspiró. — Discúlpame por haber sido una pésima compañía en
estas últimas horas. Creo que sentía pena de mi mismo.

— ¿Porqué?

— Por culpa de la situación en la que nos encontramos, porque esos asesinos


quieran culparme de las muertes, porque me tengo que esconder mientras Simón, mis
hermanos y mis primos buscan a mis enemigos.

— Imagino que todo eso debe de ser un problema para el orgullo de cualquier
hombre.

Ele se rió suavemente.

— No pareces sentir simpatía por mi desgracia, mi amor.

— Sí, que la siento. Pero…

— ¡Ah, el infame “pero”!

Ella ignoró la provocación.

— Hay una buena vida esperando por ti cuando todo esto termine. Y, si te hubiese
unido a la búsqueda, podrías perderlo todo, incluida tu vida. Si te dejases llevar por el
orgullo y fueses tras esos monstruos, seguramente te pondrías en peligro. Otros podrían
resultar muertos o heridos, la multitud enfurecida podría cercar tu casa durante la noche e
intentar atacarte, aunque media docena de hombres estuviesen contigo. O lo que sería
peor, por miedo o rabia lucharían contra aquellos que están intentando protegerte y
buscando a los verdaderos culpables. A los ojos de la multitud, los que te protegen serían
vistos como enemigos.

Cuando terminó, sintió un poco de miedo por haber traspasado los límites, pero él
no parecía enfadado.

145
— Lo sé. — Tormand aparentó estar en calma. — Por eso, no me resistí a la idea
de esconderme aquí. Confié en Simón para saber cuándo sería el momento apropiado
para que me escondiese. Pero es muy difícil de aceptar.

Ella asintió.

— ¿Ya están cerca de capturar a los asesinos?

— La cuerda está finalmente cerrándose alrededor de sus pescuezos.

— Bien, eso es lo que realmente importa. Es una pena que esos que están tirando
piedras a tu casa no puedan convencerse de la verdad. Serían de alguna ayuda en la
caza de los asesinos, y no tendrías que estar preso aquí.

— Bueno, esta es una buena prisión. Y yo realmente no sería de gran ayuda


porque los pondría a todos en peligro, o tendríamos que ser muy cuidadosos para que no
me viese nadie, lo que haría la búsqueda todavía más lenta. Como ha dicho Simón, él
prefiere coger a los verdaderos culpables antes de que me ahorquen.

— Simon Innes tiene un extraño sentido del humor.

— Si, creo que se debe a que tiene que lidiar con cosas horribles. Siempre está
investigando todo el mal que un hombre o una mujer puedan hacer. A veces pienso si ese
trabajo no irá a corroer poco a poco el alma de mi amigo.

— O su corazón. ¿Algo de lo que vi en mi sueño le sirvió de ayuda?

Tormand asintió.

— Si.

— ¿El nombre de la mujer ayudó? No estaba segura de si era Ada o Anna.

— Simón cree que es Ada, aunque no ha sido capaz de conseguir ninguna


información de la esposa de MacLean, y su memoria tampoco le está ayudando.
Tampoco ha conseguido encontrar a ninguno de los criados que trabajaron para los
MacLean, lo que resulta muy extraño.

— Espero que sea porque han huido y no porque también estén muertos.

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Tormand se levantó y le extendió la mano.

— Vamos para la cama, Morainn. Dejemos ese asunto para mañana.

Ella dejó el bordado a un lado y aceptó la mano que él le ofrecía. Tormand tiró de
ella y paró en el lateral de la cama, besándola con tanta pasión que la dejo mareada
cuando se alejó. Apagó todas las velas, excepto una, cercana a la cama. Morainn se
sintió menos avergonzada cuando la luz del cuarto disminuyó. Era una tontería,
considerando todas las veces que habían hecho el amor, pero todavía le daba vergüenza
que la viese desnuda.

Besando el rubor de las facciones femeninas, Tormand la desnudó lentamente.


Saboreó cada pedazo de piel que descubría. Se sintió satisfecho al verla entorpecida de
deseo cuando la colocó en la cama. Sabía que había provocado pasión en otras mujeres,
paro era mucho mejor con Morainn. Ella también agitaba su sangre de una forma que
ninguna otra mujer había conseguido hacer. Con las otras había sido solamente un medio
para satisfacerse físicamente. Con Morainn, quería que ella sintiese toda la pasión que
fuese capaz de darle, mientras que su propio placer quedaba en segundo plano.

Se libró de las ropas y se unió a ella en la cama. Esa noche, le haría el amor como
nunca lo había hecho con ninguna otra mujer

Morainn lo recibió, ansiosa. Veía el deseo en los ojos de Tormand y no temió


entregarle el corazón a ese hombre. La sensación de la piel caliente contra la de ella la
hizo suspirar de placer. Jamás se cansaría de esa sensación.

Aunque estaba ansiosa por qué él la penetrase, Tormand iba con calma. Ella
intentaba controlar su creciente deseo, amaba el modo en que él la hacía sentir con sus
caricias y con sus besos. Gimió, arrebatada cuando él la acarició y chupó sus pezones,
arqueando el cuerpo mientras recibía con satisfacción cada caricia de la mano hábil y el
calor de la boca sensual.

— Ah, mi amor, eres tan hermosa, tan caliente. — murmuró él contra la piel suave
del vientre de Morainn. — Tienes el sabor del mejor vino.

Ella quiso corresponder al elogio, pero el modo en que los expertos dedos tocaban
su feminidad le hizo difícil pronunciar dos palabras coherentes juntas.

De repente, abrió los ojos, sorprendida. Él besaba el triangulo entre sus piernas.
Claro, era un pecado que no podía dejar que él cometiese e intentó empujarlo, pero él la
sujetó por las caderas y la tocó con la lengua. La sorpresa rápidamente dio paso a la
pasión que la hizo arquearse al encuentro de ese beso íntimo, permitiendo que él le
separase las piernas y fuese más atrevido. Morainn no tenía la certeza de si sobreviviría a
esa forma de amar, que hacía que su cuerpo doliese de tanto deseo, era como si el fuego

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corriese por sus venas. Tormand siguió murmurando palabras dulces y elogiándola, pero
ella estaba demasiado aturdida por el deseo para entender lo que él decía.

Cuando sintió que su cuerpo se tensaba como sucedía siempre antes de llegar al
clímax lo agarró por los hombros e intentó atraerlo a sus brazos. Tenía que sentirlo dentro
de ella, pero no sabía como pedirlo. Entonces él fue subiendo, mientras besaba su
cuerpo. Cuando alcanzó su boca, la besó vorazmente, al mismo tiempo que la penetraba
profundamente. Ella gritó y pasó las piernas alrededor de su cintura. Las envestidas eran
intensas e iban al encuentro de lo que ansiaba. Así que se sumergió en ese estado de
puro placer, lo escuchó llamarla por su nombre, mientras él también era arrastrado por el
torbellino de dulces emociones.

Tormand la mantuvo en sus brazos, mientras ella se recuperaba lo suficiente para


sentirse avergonzada. Tensa en los fuertes brazos, enterró el rostro contra los hombros
de él. Era el peor tipo de libertina. Estaba afligida y sorprendida por haber permitido que él
la amase de esa forma, y quería hacer todo de nuevo.

Sintiéndola tensa, Tormand le acarició la espalda y sonrió a reparar en los cabellos


negros alborotados. Nunca había amado a una mujer como había hecho con Morainn y le
había gustado el sabor de su brujita. Era dulce y nunca había estado con otro hombre. No
dejaría que sintiese vergüenza de entregarse completamente.

— Deja de preocuparte, mi amor. — dijo y la besó en los labios.

— Pero no deberías haber hecho eso… — murmuró ella, incapaz de mirarlo.

— ¿Por qué no? Me gustó tu sabor. — se rió cuando ella gimió y volvió a esconder
el rostro en la curva de su cuello. — Sé que te gustó.

— Pero no se trata de un comportamiento apropiado.

— Creo que estás equivocada.

Antes de que ella pudiese argumentar, él se tensó y repentinamente se levantó de


la cama. Un momento después, Morainn escuchó lo mismo que él. Alguien se acercaba a
caballo. Y no era solo una persona. Ella salió de la cama y trató de vestirse rápidamente.
Tormand se vistió y se armó antes que ella, moviéndose con la velocidad y la eficiencia de
un hombre que conocía el peligro de la batalla. Después, le ordenó que huyese por un
pequeño agujero de la pared.

Morainn deseó estar a su lado, odiando dejarlo sin saber a lo que él se podría
enfrentar. Pero, le había prometido que haría lo que le ordenase, así que se metió en el
agujero que la llevaría al bosque.

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— Calma, Tormand — sonó una voz familiar. — Tenemos novedades.

Al escuchar la voz de Simón, Morainn volvió corriendo y fue a la cama para colocar
bien las mantas. Cuando Tormand abrió la puerta y Simón junto con los Murray entraron,
se sintió feliz. Pero, que estuviesen allí en medio de la noche la preocupó. Rezó para que
fuesen buenas noticias, mientras cogía las jarras para servirles algo de beber.

Llevó un buen tiempo para que Tormand dejase de estar de mal humor.

— ¿Nunca dormís? — preguntó él, cogiendo la jarra que Morainn le daba y


sentándose en la cama.

— No cuando se trabaja con Simon — respondió Harcourt, tomando de una vez su


cerveza.

— Esta noche vamos a cazar. — explicó Simon, ignorando a Harcourt, mientras él


también cogía una jarra de cerveza y le sonreía a Morainn, agradecido. — Recibimos
información sobre las personas que buscamos.

Era difícil para Tormand controlar el creciente entusiasmo cuando Morainn se sentó
a su lado. ¿Todo eso por fin se iba a terminar? Significaba que los dos podrían volver a su
casa y él finalmente analizaría lo que sentía por ella y decidiría que hacer al respecto.

— ¿Sabes donde están esos bastardos?

— Era lo que decía el mensaje que nos enviaron. Pensé en ir hasta allí yo solo,
pero recordé que enfadarías si no te avisábamos.

— Muy enfadado. ¿Pero la persona que envió el mensaje es de confianza?

— Siempre supe que era honesta.

Tormand miró para Morainn.

— ¿Estarás bien si te dejo sola?

— Claro que sí. Ya he estado sola antes.

— No por la noche.
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— La puerta es resistente y la cerradura fuerte. Puedo huir y esconderme si es
necesario.

— No te pediría que nos acompañases si pensase que ella no iba a estar segura.
— intercedió Simon. — Nadie sabe que estáis aquí, y posiblemente todo se termine por la
mañana.

Poco después, Morainn observó a los hombres partir y cerró la puerta. Esperaba
que los culpables fuesen capturados y llevados a la horca. Por todo lo que esos
desalmados habían hecho, no merecían menos.

Volvió a la cama y se encogió debajo de las mantas. Sentía la falta del cuerpo
grande y caliente de Tormand enroscado al suyo, pero era mejor que empezase a
acostumbrarse a dormir sola de nuevo. Ese pensamiento trajo lágrimas a sus ojos. Si
capturaban a los criminales esa noche, la enviarían de vuelta a casa y tendría solamente
recuerdos del amor no correspondido.

No tenía dudas de que Tormand solamente la deseaba físicamente. Él podía haber


sido más bondadoso con ella que con sus otras amantes, pero nunca había sentido nada
más que deseo. En ningún momento le había dado a entender que habría un futuro para
ellos. Ella volvería a su jardín y él volvería a sus mujeres.

Esa constatación la hería, pero tenía que acostumbrarse también al dolor. Cuando
tuviese que dejar a Tormand, su corazón se quedaría con él.

— ¿Cómo te has enterado? — preguntó Tormand tras una hora de cabalgata.

— Un niño me entregó una carta. Muy mal escrita, pero comprensible. El viejo
Geordie dijo haber visto a quién estamos buscando. Me contó que están en una cabaña
no muy lejos de la suya.

— Nos llevará por lo menos dos horas llegar a la casa de Geordie, ya que está
oscuro y debemos ir con cuidado. ¿No crees que está un poco lejos de donde se
cometieron los crímenes? Pensé que estarían más cerca de la ciudad, para poder
transportar a las víctimas con más facilidad.

— Ellos ya no tienen casa. Tal vez fuese el mejor lugar que encontraron para
esconderse. Creo que esos dos ahora están más preocupados por su vida que por las
víctimas.

Tormand ajustó el manto alrededor del cuerpo cuando el frío de la noche empezó a
molestarle. Algo no estaba bien, pero no sabía el que. Después de tanto buscara y de

150
tantas muertes la solución de ese caso parecía demasiado fácil.

— ¿Asesinos expertos como ellos no evitarían ser vistos?

— ¿Tienes un mal presentimiento?

— Es que de repente, la solución del caso me pareció demasiado fácil.

— ¿Esperabas una lucha?

— Tal vez, o a lo mejor solamente desease una.

Cuando llegaron a la cabaña del viejo Geordie, Tormand supo que no conseguirían
llegar al escondite de la torre antes del amanecer del día siguiente, a no ser que ese
marchase en ese mismo momento. Estaba tentado a hacerlo, llevándose a los demás con
él. Sus instintos prácticamente le gritaban que eso era una trampa.

El viejo Geordie abrió la puerta con los ojos pesado por el sueño después de que
Simón petase mucho, y Tormand empezase a sentirse inquieto y alarmado. El hombre no
parecía estar esperando visita. Tormand escuchó cuando sus compañeros desenvainaron
las espadas. Una mirada al ceño fruncido de Simón le indicó que su amigo también
estaba desconfiado. Él no podía ver, oír ni sentir el olor de nadie alrededor, lo que sería
imposible, en caso de que dos rabiosos asesinos se escondiesen en los alrededores de la
casa de Geordie.

Entonces, se dio cuenta de que la trampa no había sido preparada para él ni para
los hombres que estaban con él, sino para alguien que habían dejado atrás.

Tormand luchó contra las ganas de montarse en su caballo y correr de vuelta al


escondite de la torre. No estaba seguro de si era una trampa para Morainn o solamente el
miedo que venía sintiendo desde que ese tormento había empezado. Por lo menos
ayudaría si descubriesen por qué estaban en la casa de Geordie cuando obviamente no
eran esperados y quién habría escrito el mensaje que los había llevado hasta allí.

— ¿Algo va mal, amigo mío? — preguntó Geordie a Simon.

— Dímelo tú. — respondió Simon. — ¿No me has enviado un mensaje para que
viniese a encontrarme contigo?

— ¿Y por qué haría eso?

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— Tu carta decía que sabes donde están los asesinos que estoy buscando.

— ¿Carta? A penas sé escribir mi propio nombre. Si supiese algo enviaría a uno de


mis conocidos a hablar contigo, pero nunca te escribiría una carta. — Simón le mostró el
mensaje a Geordie, pero el hombre negó con la cabeza. — Déjame encender algunas
velas. No puedo ver nada en la oscuridad.

Tormand siguió a Simón al interior de la cabaña, mientras los otros montaban


guardia fuera de la casa, por si era una trampa. Notó que Geordie tenía una enorme daga
encima de la mesa y que la cabaña era más grande de lo que parecía. Geordie no era
exactamente un pobre pastor de ovejas. Cuando encendieron las velas, Simón le entregó
la carta al hombre. Mientras esperaba, tenso, lo que diría el hombre, pensó en la conexión
entre Simón y Geordie, pues pocas personas llamaban a sir Simón Innes amigo.

— Como he dicho, no fui yo quien escribió esta carta. — dijo el viejo, devolviéndole
la carta a Simon. — No puedo leer muy bien. No lo suficiente para escribir algo así.

— ¿Tienes alguna idea de quién podría haberla escrito?

— Parece la letra de mi prima. La vieja quisquillosa aprendió a escribir ella sola,


para poder registrar sus remedios y ganancias.

— ¿Y dónde está tu prima?

— Aquí, desgraciadamente. Llegó la noche pasada, diciendo que acababa de


asistir un parto y que le gustaría dormir aquí. — hizo una mueca en dirección a la escalera
que llevaba al piso de arriba. — Dijo que quería echarle una ojeada a mis tierras para
buscar algunas hierbas. No me creí mucho esa historia. — miró de nuevo a Simon. —
¿Qué dice la carta?

— Que tenías información sobre los asesinos que estoy intentando atrapar, que
sabías donde se estaban escondiendo.

— No, no sé nada de eso, pero si fue Ide quien escribió la carta, ella debe saber
algo. Voy a llamarla.

Tormand se tensó al escuchar el nombre de Ide. Era la mujer que había instigado a
la multitud enfrente de casa de los Redmond. También era quien había guiado a la
multitud para matar a la madre de Morainn y expulsarla a ella de la cuidad cuando era
solamente una niña. Ahora tenía la certeza de que se trataba de una trampa para
Morainn. Cuando se giró hacia la puerta, Simón lo sujetó del brazo.

— Calma, Tormand — pidió su amigo. — Tenemos que saber lo que está

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sucediendo.

— Esa vieja quiere que alguien acabe con su rival. — gritó Tormand.

— Tal vez tengas razón. Pero cálmate y piensa un momento. Significa que la vieja
conoce a los asesinos y puede saber donde se esconden. Tal vez haya sido ella quien
cuidó de las heridas de esos dos después de que atacasen a Morainn.

Con esas palabras, Simón consiguió convencerlo para que se quedase donde
estaba, y no volver a la torre para comprobar que Morainn estaba bien. También fue eso
lo que lo ayudó a controlarse para no agarrar a la vieja Ide, mientras Geordie bajaba con
ella por las escaleras, y arrancarle la verdad.

En el momento en que la mujer estuvo ante ellos, Tormand supo que era ella quien
estaba detrás de todo y que había tramado para que matasen a Morainn. Había un brillo
de triunfo en sus ojos.

— ¿Esto es cosa tuya? — preguntó Simón, mostrándole la carta a Ide.

— Si. — respondió ella y cruzó los brazos sobre el pecho. — No sé porque el señor
está intentado atraparlos. Debería apresar al verdadero asesino. — miró a Tormand. — El
y su bruja están causando todo el problema.

— No solamente eres mala, sino que también estás loca.

Ide miró a Simón, horrorizada.

— ¡No tiene derecho a hablarme así! Solo estoy haciendo lo que el señor ya
debería haber hecho, intentando expulsar el mal de nuestra ciudad para siempre.

Tormand se sorprendió cuando Simón agarró a la vieja por los brazos y la empujó
contra la pared, nunca lo había visto tan furioso. Simon debía haber perdido el control o
estaba muy cerca. Podía entenderlo. Él se había tenido que controlar mucho para no
abofetear a esa víbora por cada palabra que había dicho. Vio que Geordie había cruzado
los brazos y estaba observando la escena, sin hacer nada para impedir a Simón.

— Geordie — gritó la mujer, intentando liberarse de las manos de Simon.

— Díselo todo, Ide. Si yo fuese tú, lo haría lo más rápido posible. Nunca me has
gustado mucho, pero si te ahorcan por haber participado en esos crímenes hediondos,
avergonzarás mi nombre. Por eso te pido que seas honesta y útil ahora, y sir Simón no te
enviará al cadalso con los demás.

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Después de mirar con furia a los hombres, Ide empezó a hablar.

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Capítulo XVI

Un leve susurro en un arbusto a su derecha hizo que el corazón de Morainn se


disparase, no tendría que haber salido, sin importar lo tentador que fuese el sol de la
mañana, Simón y los otros le habían dicho que pronto capturarían a los asesinos, pero tal
vez lo hubiesen dicho solo para mejorar el ánimo, el de ella o de ellos mismos. Podrían
haberse engañado y haber ido tras una pista inútil. Pensó si conseguiría volver al
escondite lo suficientemente rápido para evitar que la capturasen.

Cuando un perro negro y marrón apareció de repente y se sentó delante de ella,


frunció el ceño. El animal estaba jadeante y meneaba el rabo rápidamente. Se relajó,
pues el perro no parecía una amenaza. Enseguida lo reconoció, era el animal que usaba
Simón para buscar pistas. ¿A caso el perro se habría escapado y habría seguido el olor
de Simón hasta el escondite?

— ¿Bonegnasher?— llamó y el perro ladró, feliz.

Se escuchó otro ruido en medio de los arbustos, pero Morainn no entró en pánico
esta vez. El perro no parecía percibir una amenaza. Controló sus temores y se dio cuenta
de que Ada y Small eran muy grandes para esconderse allí.

Aun así, se sorprendió cuando vio quien salía de detrás de los arbustos.

— Walin — consiguió decir finalmente.

— Tenía que verte, Morainn — explicó el niño. — Ellos me decían que estabas
segura, que no tenía que preocuparme y que pronto volverías, pero no me decían dónde
estabas. Sé que tienes que esconderte de la gente mala pero, ellos deberían haberme
dicho dónde estabas escondida.

Morainn suspiró, recuperándose de la sorpresa de verlo allí. Los hombres no


habían cuidado muy bien de Walin, pero ella no podía culparlos. Estaban buscando a los
asesinos. Pensaron que el niño sabía todo lo que era necesario para su edad. Debería
haberlos avisado de que el niño tenía un miedo terrible a perderla, algo que creía que
disminuiría cuando creciese. El ataque que los había obligado a salir de la cabaña, el
único hogar que había conocido Walin, y el hecho de haber oído que a la mujer diciendo
que la quería muerta, sin duda había aumentado su temor. Pero ella no podía aceptar ese
comportamiento. Él se había arriesgado al hacer ese viaje durante la noche y sabía que
no debería haberlo hecho.

— ¿Cómo me has encontrado? — preguntó, cruzando los brazos e intentando


parecer severa.

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Lo que no era fácil porque había echado mucho de menos al niño y se moría de
ganas de abrazarlo.

— Seguí a Simon y los otros — respondió el niño, empezando a sentirse culpable


e inseguro cuando no recibió una sonrisa y un abrazo de Morainn.

— Iba a caballo, Walin. Dudo que viajasen lentamente. ¿No has robado un caballo,
verdad?

— No. No sé cabalgar, y ellos no iban muy rápido porque estaba oscuro. Pero los
perdí. Entonces, encontré a Bonegnasher. Él captó el olor de su dueño y vino hasta aquí.

— No intente distraerme para que no te regañe, sabes muy bien que lo mereces.

Los pequeños hombros se encogieron, y Morainn nunca había visto al niño tan
triste.

— Yo solo quería verte y ellos no me dejaban. No me traían a visitarte.

— ¿Y no te has parado a pensar que había una buena razón para eso? Tienes que
estar seguro, mi amor. Y te dejé allí con esos hombres fuertes y armados para que
estuvieses a salvo. ¿Pensaste que te dejaría por otro motivo?

— No. ¿Vas a enviarme de vuelta?

Morainn casi se rió. Era muy bueno poniendo esa carita triste, mientras espiaba
entre las largas pestañas, para ver si ella estaba cayendo en su juego.

— No puedo, ¿no? — respondió, fingiendo no ver que el niño se puso feliz. —


Tengo que quedarme aquí.

— ¿Entonces puede quedarme contigo?

— Si. Pero vas a oír el sermón que te mereces.

El suspiró y la siguió a dentro de la casa en la torre, con el perro tras él. Walin
arrastraba los pies como si fuese un condenado yendo a la horca. No le reñiría mucho. A
pesar de todos sus esfuerzos para ganarse la aprobación de Morainn, el niño sabía que
había hecho algo mal y muy estúpido, y no necesitaba insistir en el asunto.

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En el escondite, gentilmente le mostró a Walin lo que había hecho mal y todas las
posibles formas de ponerse en peligro, mientras lo limpiaba. El perro se acostó en el suelo
delante de la chimenea y al instante se durmió. Morainn calentó un poco del guiso de
conejo para el niño, y el perro se despertó deprisa cuando puso un cuenco de comida
frente a él. Era bueno tener a Walin allí, pero no podía dejar que él lo supiese. También le
dejó bien claro que debía volver a casa de Tormand cuando volviesen los hombres, y sin
protestar.

Sus pensamientos se concentraron en Tormand, que esperaba que estuviese bien.


Esperaba que hubiesen encontrado a esos bandidos, aunque una parte de ella no quería
que eso sucediese, pues significaría perder a Tormand. Sintió vergüenza por su egoísmo:
Ada y Small eran pérfidos, fríos asesinos. Una herida en su corazón no era nada
comparado a los crímenes que ambos cometían.

— ¿Cuándo van a volver los hombres? — preguntó Walin, sentado cerca del perro
que acababa de dormirse otra vez.

— No tengo ni idea, mi amor. Tal vez vuelvan pronto si todo sale bien pero eso
podría llevar horas.

— Espero que cojan a esos bastardos, pero también quiero estar contigo.

Morainn quiso llamarle la atención al niño por el lenguaje. Probablemente estaba


aprendiendo cosas de los hombres, que ella no aprobaba. Por ahora, dejaría que imitase
a sus héroes, pues sabía que era lo que aquellos hombres eran para él. Pero cuando
volviesen a casa, le enseñaría a comportarse delante de una mujer.

— Si atrapan a eses asesinos, Walin, podremos volver juntos a nuestra cabaña. —


se sintió confusa al darse cuenta de que la noticia no hizo muy feliz al niño. — ¿No
quieres volver a casa?

— Quiero, pero los voy a extrañar… los muchachos me han enseñado un montón
de cosas interesantes.

— ¿Puedo saber lo que te están enseñando?

— Todo sobre dagas, como lanzarlas, a mover mi espada de madera como un


verdadero guerrero, a cabalgar y cuidar de un caballo, aunque no he tenido muchas
oportunidades de montar en uno, ya que están siempre buscando a esos bandidos. Simón
también me está enseñando a resolver misterios. El dice que soy muy listo.

— Si. Eres el niño más listo que he conocido, incluso cuando hacer locuras, como
venir hasta aquí solo. ¿Te gusta resolver misterios?

157
— Me gusta. ¿Pero si ellos piensan que soy tan listo por qué no me escuchan?

— ¿Sobre qué?

— Cuando sir Simón se estaba preparando para salir detrás de los asesinos la
pasada noche, le dijo que no era una buena idea.

Morainn se dio cuenta de que los hombres habían dejado a Walin hacer lo que le
viniese en gana o él no hablaría tan libremente.

— ¿Y qué dijo Simon?

— Dijo que no podía ignorar una pista como esa. Le iba a decir que la pista no era
muy clara y que yo sabía una cosa que él no, pero no tuvo tiempo de hablar conmigo de
nuevo. — Walin hizo una mueca. — O lo olvidó.

— ¿Qué crees que es lo que él no sabe?

— Qué era todo mentira. — la voz fría que Morainn tanto detestaba sonó tras ella,
y Bonegnasher empezó a gruñir.

El perro ahora estaba en pie, con la cabeza erguida y el cuerpo alerta. Morainn
deseó tener muchos Bonegnasher cuando se giró para enfrentar a su peor pesadilla.
También deseó haberse acordado de cerrar la puerta con llave.

Ada y Small estaban parados cerca de la puerta, dentro del escondite. Small se
quedó detrás de la mujer, como si la protegiese de un posible ataque. Morainn se dio
cuenta de que todo había sido una trampa, y lo peor, es que Walin estaba con ella.

El modo en que esa mujer sonreía hizo que Morainn se enfadase. No era un
secreto que ella encontraba la idea de matarla muy divertida.

— ¿Quién te ha ayudado a armar esta trampa? — preguntó Morainn satisfecha,


por la aparente calma. — Simón no es tonto, debes haber conseguido un buen aliado.

— La vieja Ide. — respondió la mujer, vanagloriándose.

— Simon no escucharía nada de lo que esa mujer dijese.

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— No, pero confía en su primo, que es un viejo amigo del clan de Simón. Ide nos
ayudó a hacer que el idiota de Innes creyese que la carta se la enviaba el viejo Geordie.

— Por favor, dime que has hecho lo de siempre y mataste a esa desgraciada.

La carcajada de Ada era tan helada como su voz.

— No, no la maté. Todavía no. Si Simón descubre lo que ha hecho, tal vez acabe
con ella. Es una vieja horrible, llena de odio y celos. No tiene sentido del honor.

¿Y tú lo tienes? Se preguntó Morainn. Sabía que no conseguiría ninguna pista para


saber a dónde habían enviado a Simón y a los demás, asique no tendría como saber si
llegarían a tiempo de salvarla. Pero había algo que le preocupaba más.

— Por favor, no le hagáis daño al niño. — imploró.

— Yo nunca heriría a un niño.

Morainn no podía creer que una asesina fría pudiese parecer tan ofendida. ¿A caso
Ada, sinceramente, pensaba que amarrar y torturar a alguien hasta la muerte no era
honorable? Con un hombre como Small a su lado, las pobres victimas no habían tenido la
menor oportunidad de luchar por sus vidas.

— Mucho menos al hijo de Tormand. — la mujer sonrió extrañamente, como lo


haría alguien mentalmente perturbado.

Morainn miró a Ada, sorprendida. Luchó por no perder los sentidos, pues tenía que
estar atenta por si surgía una oportunidad para que ella y Walin escapasen. Se puso a
pensar si podrían creer en las palabras de una persona completamente atormentada.

— ¿Piensas que Walin es el hijo de Tormand? — preguntó sin conseguir disimular


la sorpresa. — Él habría reconocido al niño su supiese que era su hijo.

— Claro que lo haría. Tormand tenía algo de honor. Él no sabía nada del niño.
Margaret MacAuley era una estúpida prostituta. Ella pensaba que el noble se casaría con
ella cuando descubriese que estaba embarazada. Es triste decir que no tuvo la
oportunidad, pues la enviaron a un convento poco después de haberse acostado con él.
La familia se había dado cuenta de que Margaret tenía alma de prostituta y la enviaron
allí, para que fuese purificada por la iglesia. Yo estaba allí en esa época y ella me contó
todo sobre su gran amante Tormand.

La amargura en la voz de Ada indicaba que su rabia estaba aumentando.

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— ¿Por qué ella no mandó que lo avisasen. Tormand la habría ayudado.

— Y lo hizo, pero todas esas cartas de amor, contándole que estaba embarazada y
que su corazón solamente latía por él, nunca llegaron a su destinatario.

— Porque confió en ti para que las enviases.

— Eres muy inteligente. — a Ada no pareció gustarle eso. — Pero,


desgraciadamente, la pobre infeliz murió poco después de que nació el niño. Sangró
hasta morir. Sucede a veces, como bien sabes.

Principalmente cuando se está cerca de una loca, pensó Morainn.

Miró a Walin discretamente y vio que él estaba observando a Ada con los ojos
abiertos como platos y la carita pálida. Era muy listo y con certeza estaba comprendiendo
todo lo que decían. Pero la ascendencia de Walin no era importante ni la triste y trágica
muerte de su madre no eran importantes en ese momento. Tolo en lo que debía pensar
era en como mantenerlo a salvo de eses dos locos. No podía gritarle para se echase a
correr, pues era muy posible que ese gigante de Small lo agarrase.

— ¿Cómo acabó Walin en mi puerta? — preguntó Morainn, con la intención de


ganar tiempo, mientras pensaba en alguna forma de liberar al niño.

— Bien, pensé que teniendo un hijo de Tormand, él se fijaría en mí y me lo llevé a


mi casa. — se encogió de hombros con indiferencia. — No me gustó el convento. Mis
padres pensaron que el niño era mío y estaban a punto de obligar a Tormand a que se
casase conmigo. Pero, mi padre decidió que era mejor asegurarse de que no estaba
mintiendo y le pidió a una partera que comprobase si aun era virgen. Como no había
pensado en eso, descubrieron mi mentira. Me sacaron al bebé y se lo dieron a una de las
criadas. Después me casaron con ese cerdo gordo. —El temperamento de la mujer se
inflamaba rápidamente. — Bien, todos lo han pagado. Y el cerdo de mi marido, con quien
me obligaron a casarme, ya no está tan gordo ahora. Ni la criada que se llevó al bebé y
arruinó mis oportunidades de tener a Tormand logró escapar. Fue así como el niño fue a
parar a tu puerta, bruja. Yo lo habría ido a buscar después de haberme librado de la
criada traidora, pero me obligaron a casarme.

Morainn concluyó que los padres de Ada habían pagado muy caro por obligarla a
hacer lo que no quería. Le estaba dando a entender que había matado a una empleada y
tal vez también a su padre y a su madre. Morainn no sabía lo que hacer ante tanta locura.
Una breve mirada a Small le reveló que él estaba alerta y la observaba, mientras la mujer
estaba perdida en sus recuerdos.

— Ya es suficiente, mi lady. Es hora de dejar este lugar. — dijo Small.

160
— Tranquilo, eses idiotas no volverán tan pronto. Y la bruja debe saber algunas
cosas antes de morir. Es una gentileza contarle lo que necesita saber. — Ada golpeó el
pecho de su compañero. — Nos marcharemos en breve, Small. Sé que estas ansioso por
hacer que la bruja pague por todos las heridas que nos causó. — miró a Morainn y sonrió.
— La vieja Ide atendió muy bien nuestras heridas y descubrí que te odia. Por eso, aceptó
ayudarnos. Ella realmente piensa que eres tú quien está detrás de esas muertes y quiere
verte ahorcada. Te quiere muerta, bruja. La vieja estaba dispuesta a hacer cualquier cosa
que le pidiésemos para conseguirlo.

Small se movió para agarrar a Morainn, que dio un paso atrás, pensando
desesperadamente que hacer. De repente, el perro se lanzó al brazo del grandullón, que
gritó de dolor. Sin perder tiempo, Morainn corrió hacia Walin, pero fue atacada por Ada,
que casi le clava las uñas en los ojos.

Cuando se preparaba para lanzar a la mujer contra la pared, vio a Bonegnasher


extendido en el suelo. Enfurecida, finalmente empujó a Ada contra la pared. La mujer gritó
tan alto que los oídos de Morainn dolieron. Después, Walin pasó corriendo hacia Small.
Ella fue tras el niño, aterrorizada. Small levantó el brazo y la sangre la salpicó cuando le
pegó a Walin.

Morainn vio con horror como el niño volaba por el aire. Cayó en la cama, pero
antes de que pudiese sentirse aliviada, Walin rodó algunas veces y cayó al otro lado. Iba
a socorrerlo cuando la enorme mano callosa de Small la agarró por el brazo, torciéndolo
hacia atrás de su espalda con tanta fuerza que ella apenas podía respirar del dolor.
Después, Ada se acercó.

— Me va a encantar acabar contigo, bruja. — la amenazó Ada.

— Mi lady, tenemos que salir de aquí. — dijo Small. — Los hombres podrían llegar
en cualquier momento e impedirte conseguir lo que deseas.

— Tienes razón. — Ada se fue hacia la puerta.

— Walin... — balbuceó Morainn, queriendo preguntar si podía ver como estaba el


niño, incluso sabiendo que no obtendría misericordia de esas personas.

— Ven con nosotros y, si estás quieta, no dejaré que Small le corte la garganta al
niño.

No tenía otra elección más que asentir y dejarse llevar por Small mientras él
discutía con la mujer la mejor forma de llegar al lugar donde planeaban matarla. Cuando
el gigante empezó a empujarla hacia fuera, ella llamó al niño.

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— Te amo, Walin. Dile a Tormand que nunca dejaré de soñar con él.

Small le dio un golpe tan fuerte en la cabeza, que se estremeció y empezó a rezar
porque se la llevasen de allí. Rogaba para que Walin no estuviese muy magullado.
También pidió que Tormand y los demás volviesen pronto y ayudasen al niño. Esperó que
Walin estuviese lo suficientemente consciente para haber escuchado su mensaje y que se
lo dijese a Tormand.

Los tres salieron al día soleado, y Morainn rogó para que no lloviese, así habría
algún rastro para que los hombres pudiesen seguir y, tal vez, hasta salvarla. En seguida,
Small la tiró sobre la silla del caballo, dejándola sin aliento.

— ¿De qué conoces a Geordie? — preguntó Tormand a Simon.

Necesitaba hablar para distraerse, solamente así podría dejar de pensar en lo que
le podría haber sucedido a Morainn. Su intuición le decía que debía encontrarla, y aun así,
allí estaba él, parado mientras los caballos bebían agua y descansaban un poco. Sabía
que esa breve parada en su frenética locura para llegar al escondite en la torre era
necesaria. No sería de gran ayuda si uno de los caballos se hiriese o muriese a causa del
extremo cansancio. Solamente eso hacía que estuviese allí parado, mientras Morainn
corría peligro.

— Pertenece al mismo clan que mi familia. — respondió Simón. — Es un buen


hombre. Sé que no ha tenido nada que ver con todo esto.

— Tienes razón. — afirmó Tormand. — Fue esa vieja Ide. Se merece un castigo
mayor que unas simples amenazas, pero no se que podría haber hecho para castigarla,
ya que le has prometido a Geordie que no la ahorcarías.

— Pero no dije que no la castigaría de otra forma. — Simon sonrió. — Mira, Ide
tiene un buen motivo para temer a Morainn, porque piensa que ella puede arrebatarle su
posición de partera y curandera de la región. Ella no es muy buena en lo que hace. De
hecho, ha llegado a matar a algunas personas con sus métodos ineficaces. Creo que
hasta odia el buen uso del jabón y un poco de agua.

— ¿Vas a responsabilizarla por la muerte de esas personas?

— No, porque así la ahorcarían y le prometí a Geordie que no haría eso. Pero no
quiere decir que no pueda, poco a poco, convencer a la gente de que están arriesgando
su vida al llamar a esa vieja Ide para que los cuide o traiga a sus hijos al mundo.

Tormand meneó la cabeza, admirado.

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— Muy ingenioso. — no conseguía dejar de mirar en dirección a la torre.

— Los caballos ya están suficiente descansados. — dijo Simon e inmediatamente


montó en el suyo. — Llevando un ritmo constante, pronto estaremos allí.

Simon apenas había terminado de hablar y Tormand ya estaba montado en su


silla, cabalgando rumbo al escondite. Sentía una enorme necesidad de encontrar a
Morainn y fue difícil seguir el consejo de su amigo sobre el ritmo de la cabalgata. Quería
expolear al animal, exigiéndole que fuese lo más rápido que pudiese. Algo le decía que
llegarían tarde, que la trampa que la vieja Ide había ayudado a preparar para Morainn ya
se habría cerrado alrededor de su amor.

¡¿Su amor?! Esas palabras lo golpearon tan fuerte, que casi se cae de la silla.
Amaba a Morainn. Ahora estaba todo muy claro. Ella estaba en su corazón desde la
primera vez que la había visto, desde el primer momento en que miró a esos ojos azules
como el mar. No sabía por qué había luchado tanto contra ese sentimiento, pero ya no
sentía ganas de retomar el viejo hábito de saltar de cama en cama, con mujeres que
olvidaba rápidamente. Solamente deseaba a Morainn.

Y esperaba tener la oportunidad de contárselo a ella.

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Capítulo XVII

Tormand acababa de disminuir el ritmo del caballo para encontrarse con Morainn,
cuando vio la puerta abierta. Esta vez, se obligó a entrar, luchando contra el miedo que
sentía e intentando mantenerse firme. Respiró, aliviado, por no ver ningún cuerpo
desmembrado. Reparó en algunas señales de lucha, en la mesa caída, en el desorden del
suelo y en la sangre cerca de la puerta.

Un gemido lo hizo ir hasta uno de los lados de la cama, donde encontró a Walin
intentando levantarse, con sangre resbalando por su pálido rostro, debido a un corte en la
cabeza. Estaba ayudando al niño a levantarse cuando los demás llegaron. Enseguida
Walin estaba siendo curado, sentado en una silla y tomando zumo de manzana.

Simon se encontraba agachado al lado de su perro. Tormand no conseguía


escuchar lo que decía, pero el tono de la voz de su amigo daba a entender que intentaba
hacer que el perro se levantase. Viendo lo pálido que estaba el niño y como temblaba, se
controló para no salir corriendo a buscar a Morainn.

— Niño, ¿cómo habéis llegado hasta aquí tu y Bonegnasher? — preguntó Simón


acercándose a Walin.

— Yo quería ver a Morainn. — dijo el niño, y la lágrimas empezaron a rodar por su


rostro. — La echaba de menos, y nadie quería dejarme venir a visitarla, ni siquiera un
poquito.

— ¿Qué ha pasado aquí, Walin?

— Esa gente malvada apareció. — él lloraba mucho, dificultando la comprensión


de quien lo escuchaba. — La mujer dijo un montón de cosas horribles, y después el
hombre dijo que tenían que irse antes de que los encontraseis aquí cuando volvieseis. Él
intentó agarrar a Morainn, pero Bonegnasher lo atacó y le mordió el brazo. — miró para el
perro que estaba sentado al lado de Simón, todavía medio aturdido.

— Cálmate, amigo. — Tormand le pidió, gentilmente. — Necesitamos que hables


con claridad y nos cuentes todo lo que sucedió paso a paso.

El niño intentó calmarse y respiró hondo antes de contar lo que había pasado con
detalles.

— Eso significa que tenemos que encontrar a Morainn cuanto antes y traerla de
vuelta. — dijo Simon cuando el niño terminó el relato.

164
— Van a lastimarla y después la matarán. — prosiguió Walin. — La mujer mala
sabe quién soy. — él miró a Tormand. — Ella dijo que eres mi padre y que una mujer
llamada Margaret MacAuley era mi madre. A ella la enviaron a un convento donde estaba
esa malvada mujer. Ella mató a mi madre le dijo a sus padre que yo era su hijo, que
quería que ellos te obligasen a casarte con ella. — mientras hablaban sus ojos iban de un
lado a otro. — Creo que también mató a sus propios padres. Tienes que salvar a Morainn
de esos dos bastardos cuanto antes.

Tormand sintió un súbito malestar y se inclinó un poco hacia atrás, pero Harcourt lo
sujetó rápidamente por el brazo. No fue porque Walin le hubiese dicho que era su hijo por
lo que estaba atónito, sino por todo el sufrimiento que le había causado al niño la locura
de esa mujer. Él podría haber perdido al niño antes de saber si quiera que existía.

— Ahora entiendo… — murmuró Harcourt. — Eso explica porque él me recordaba


a alguien.

— Bueno, ahora no puedo tratar ese asunto.

— No — coincidió un lloroso Walin. — Tienes que traer a mi Morainn de vuelta. No


puedes dejar que esa loca le haga daño.

Tormand intentó ignorar la posibilidad de que esa loca estuviese mintiendo y que
Walin no fuese su hijo.

— Es lo que importa ahora. ¿Sabes a donde han ido? ¿Escuchaste algún


comentario que puede ayudarnos a encontrarla?

— No — susurró el niño. — Solamente recuerdo que me lanzaron sobre la cama


con tanta fuerza que fui rodando y me caí al suelo. Como si estuviese soñando, escuché
decir a Morainn que me amaba mientras se la llevaban de aquí. Ah, ella me pidió que te
dijese que siempre soñaría contigo. No entendí muy bien el motivo. ¿Por qué
simplemente no dijo que te amaba? ¿O por qué no pidió que me cuidases?

— Porque me estaba diciendo a donde se la llevaba. — Tormand dedujo,


calmadamente, con la esperanza surgiendo en su pecho. Después de agachó para mirar
al niño a los ojos. — Piénsalo bien, amigo. ¿No mencionaron nada de hacia donde iban?

— No, pero si Bonegnasher no está muy magullado podría rastrear el camino. Él


mordió al gigante en el brazo y lo hizo sangrar. — Walin hizo una mueca.

— Bonegnasher está bien para rastrear. — anunció Simon.

Uilliam se levantó y pasó una mano por los cabellos de Walin.

165
— Llevaré a nuestro amiguito de vuelta a tu casa Tormand, y esperaremos allí
hasta que traigas a Morainn de vuelta.

— Voy con ellos, para reforzar la seguridad del niño, a no ser que me necesites,
Tormand. — propuso Walter.

— Estamos enfrentándonos solamente a dos personas, y yo me sentiría mejor


sabiendo que Uilliam y Walin tienen a alguien como tú cerca. — él bajó la mirada y
acarició el rostro del niño. — Hablaremos más tarde cuando tengamos a nuestra Morainn
segura en casa. ¿Vale?

— Vale.

Cuando Tormand y los demás corrieron hacia los caballos que los esperaban,
Walin se sintió feliz porque el animal parecía completamente recuperado. El perro olfateó
el suelo y rápidamente encontró la pista de sangre que Small había dejado tras de sí
durante la fuga. Esta vez, no habría ninguna Ide para limpiar y atender las heridas del
grandullón.

Mientras cabalgaban siguiendo al perro, Tormand pensaba en Walin y en todo lo


que le había contado. Era verdad que era fácil ver parecidos entre él y el niño, pero no
podía confiar solamente en sus ojos, tratándose de un asunto tan serio. Ni era sabio creer
en lo que un niñito asustado pensaba haber oído. Lo único que le impedía negar
enseguida la posibilidad de que Walin fuese su hijo era que empezaba a recordad a
Margaret MacAuley y sus grandes ojos azules, iguales a los del niño.

— ¿Recuerdas haberte ido a la cama con una mujer llamada Margaret MacAuley?
— preguntó Simon, como si adivinase los pensamientos de su amigo, mientras reducían
la velocidad un momento para que el perro pudiese olfatear los alrededores.

— Si, y el tiempo coincide. Pasé una semana con ella hace unos siete años. Ella
conseguía escaparse de casa fácilmente. Una noche incluso consiguió hacerme entrar,
porque quería hacer el amor conmigo en su propia cama, mientras sus padres dormían.
— él hizo una mueca. — Y la dejé poco después, borracho. Ella también tenía ese brillo
en la mirada.

— ¿Que brillo?

— Ese que me decía que estaba pensando en varias formas de arrastrarme ante
un altar. Ahí va. — gritó cuando, con un ladrido, Bonegnasher volvió a correr.

Tormand se sacó de la cabeza todos los pensamientos sobre Margaret y su hijo y

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pensó en las muchas formas de castigar a los bastardos que se habían llevado a Morainn.

Morainn reprimió un gemido al abrir los ojos lentamente. Después, se dio cuenta de
que solamente uno de ellos se abrió del todo. Se puso nerviosa al recordar por qué su ojo
izquierdo dolía y solamente se abría un poco. Small la había golpeado cuando intentara
huir nada más habían llegado a la choza. El lugar olía fatal a ovejas. Vio las estacas
clavadas al suelo de tierra y recordó el sueño, luchó mucho para que no la amarrasen a
ellas. Pero, su esfuerzo fue en vano.

Por un momento, el pánico la tomó al sentir el barro en la piel de su espalda.


Estaba desnuda. Intentó contener el horror que amenazaba con robarle la cordura y le
costó algunos minutos calmarse. Sintió rabia por lo que estaban haciendo con ella y se
agarró a ese sentimiento para mantenerse firme.

Se dijo a sí misma que Tormand iría a buscarla. De alguna manera, el destino ya le


había dado la gran esperanza de un rescate, aunque se extrañaba que hubiese llegado
en forma de un perro y un niñito travieso. Seguramente, Simón usaría al perro para seguir
el rastro que habían dejado Ada y Small. Después, se dio cuenta de que el perro había
sido herido y el pánico volvió a aferrarse a su corazón. Quería creer, que igual que el gato
William, Bonegnasher estaría bien y llevaría a Tormand y a los demás hasta ella.

Así como parecía que Walin se encontraba bien, algo magullado, pero bien. Todo
lo que tenía que hacer era permanecer viva hasta que sus salvadores llegasen.

Cuando los verdugos se agacharon, uno a cada lado de Morainn, ella los enfrentó
con la mirada, aunque cada uno tuviese una daga en la mano y la hiciese temblar de
miedo por dentro.

No recordaba haber visto a un hombre o a una mujer con un rostro tan poco
agraciado. Ada tenía los ojos oscuros, peo no eran de un castaño que llamase mucho la
atención. Sus cabellos eran del mismo tono de sus ojos, ni rizos ni muy lisos. Su piel era
clara, igual que sus ropas. De estatura baja, Ada era una mujer que no llamaba la
atención y no permanecería mucho tiempo en la memoria de la gente después de un
breve encuentro.

Eso explicaba porque Simón tenía dificultades para encontrar a alguien que la
describiese. Ada MacLean no tenía nada especial que alguien pudiese comentar.

— ¿Estás lista para ser castigada, Morainn Ross? — preguntó la mujer.

— ¿Por qué? ¿Por vivir? — Morainn percibió que la rabia de su voz sorprendió a
Ada. — Ah, imagino que muchas mujeres no lamentarían la pérdida de Isabella y Clara.
¿Pero la de lady Marie? Ella era inocente, su único crimen fue haber sido amiga de
Tormand. Por eso, has destruido el corazón de un buen hombre y has dejado a dos niños

167
huérfanos. Y lady Katherine, ¿ella no estaba más cerca que nadie de llegar a ser santa?

— ¡Ella me sacó a mi paje! — Ada, respiró hondo varias veces y continuó con voz
gélida: — Esa perra dijo que yo era cruel con el niño, cuando simplemente lo disciplinaba
como él necesitaba. Ella le contó lo que vio a los padres del niño y ellos me lo sacaron.
Ese cerdo con el que me casé no me dejó buscar a otro.

— ¿Y por eso la mataste?

— Ella era igual que las demás que utilizaban su belleza para conseguir lo que
querían. No tenía derecho a interferir en mis asuntos. ¡Ningún derecho! Y tú, bruja,
tampoco vas a interferir.

El primer corte no fue muy profundo, pero dolió tanto que Morainn pensó que iba a
gritar. Pero en lugar de eso, apretó los dientes y se negó a emitir ningún sonido. No les
daría a eses carniceros el placer de escucharla pedir misericordia.

— Ya he interferido. — dijo, consiguiendo disimular el dolor y el miedo que la


consumían. — Mis amigos ya saben quién sois. También saben que me secuestrasteis y
no importa lo que suceda aquí, perderéis este juego enfermizo. No será Tormand quién
acabará en la horca, sino tú. — Morainn vio el miedo en los ojos de la mujer. — He visto
todo lo que está pasando y sé cómo va a terminar esta historia. — mintió ella. — Nunca
serás amada, lady MacLean. Solamente serás una blasfemia en la boca de millares de
personas.

— Hazla gritar, Small.

Sonriente, él deslizó la daga lentamente hacia la parte interna del muslo de


Morainn y después subió por la otra. Esta vez el dolor fue mucho peor que la vez anterior,
pero la furia que sentía contra ese hombre y contra Ada hizo que se contuviese. Cuando
consiguió hablar, los maldijo. Pero antes, rezó para que Tormand la encontrase viva.

Tormand y los demás observaban la choza a la que el perro los había llevado. Él
quería correr a dentro con la espada en la mano, pero el buen sentido prevaleció. No
conocía el lugar y podría morir fácilmente. Al menos, Morainn estaba viva. Todos habían
escuchado su voz al maldecir a los dos verdugos poco antes de detenerse cerca de la
choza.

— Tenemos que salvarla enseguida. — miró a Simon. — ¿Cómo lo haremos?

Simon abrió la boca para responder, cuando uno de los caballos lanzó un alto
desafío, relinchando a otro. Se siguió un breve momento de silencio que cortó el aire.
Tormand miró para Simón que asintió, y corrieron hacia la cabaña. Un hombre enorme
salió de dentro, casi cargando a una mujer pequeña de cabellos castaños. Con un gesto
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de la mano, Tormand le pidió a Bennett, que estaba a su lado, que entrase en la cabaña.
Después él se concentró en los dos malditos que intentaban huir de la justicia que
merecían.

El hombre ya estaba alcanzando las riendas de su caballo cuando Tormand se


lanzó sobre su espalda. Con un grito de sorpresa, la mujer tropezó y Simón la agarró.
Tormand apresó a Small en el suelo y por el rabillo del ojo vio la daga que la mujer tenía
en la mano.

De repente, Small dio un bote y lo lanzó lejos. Sacando la espada, el gigante corrió
hacia Simón y la mujer, que luchaba para liberarse y profería una serie de insultos.
Tormand cogió la espada, pero el sonido atrajo la atención de Small, que abruptamente
volvió hacia él. Dudó si sería capaz de vencer a ese hombre más grande y mucho más
fuerte que él. Pero no tardó mucho en descubrir que el grandullón no tenía habilidad con
la espada. El hombre también parecía distraído con los gritos de Ada MacLean y eso fue s
fin. Un desliz, una rápida mirada a la mujer y Small perdió la vida con la espada de
Tormand enterrada en su pecho.

Después de limpiar la espada y volver a envainarla, Tormand fue hasta Simón, que
estaba cerca de Ada, ya muy bien amarrada. La mujer miraba el cuerpo de Small. La
tristeza era como una cicatriz cortando su rostro. Después, ella se giró y lo miró, el odio
en su expresión era tan intenso que casi le hizo dar un paso atrás. La locura que padecía
esa mujer empezó a salir de ella en forma de maldiciones y terribles amenazas que
llenaban el silencio hasta que Tormand le pidió a Simón:

— Por favor, amordaza a esa loca. Tengo que ir a ver cómo está Morainn.

Y Simón se apresuró a silenciar a Ada.

Morainn miraba la puerta por donde sus verdugos habían salido de repente. Un
momento después, escuchó los gritos de Ada y su alivio fue tan grade que casi acabó con
todo el dolor. Cuando Bennett entró, todo lo que ella consiguió pensar fue que Tormand
por fin había llegado. Después, Bennett cogió una manta de una esquina de la cabaña y
lo lanzó sobre ella, haciendo que Morainn recordase que estaba desnuda y amarrada
como si fuese un sacrificio a algún antiguo dios pagano. Sintió que su rostro se
ruborizaba, mientras él cortaba las amarras de sus muñecas y tobillos.

— Mis ropas — pidió ella, suspirando a causa del dolor que tomaba cuenta de todo
su cuerpo cuando él la ayudó a levantarse. — ¿Dónde está Walin?

— El niño está bien. — la tranquilizó Bennett, recogiendo las ropas y ayudándola a


vestirse con una eficiencia admirable. — No estoy seguro si deberías vestirte hasta que
tus heridas estén limpias y vendadas.

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— Me ocuparé de eso cuando llegue a casa. — se estremeció un poco cuando él
tuvo que rasgar algunas tiras de su enagua para que pudiese ponerse el vestido, pues
estaba roto. — No puedo salir de aquí desnuda. — aunque había cooperado mientras
Bennett la ayudaba a vestirse, todavía se sentía débil y tenía dificultad para respirar. De
repente escuchó el sonido de espadas. — ¿Tormand?

— Es uno de los mejores espadachines que conozco. Ahora, quédate sentada y


apóyate en mí si lo necesitas. Tienes más cortes de los que podría contar y muchos
todavía sangran.

Morainn no discutió, pero luchó contra la necesidad de cerrar los ojos y dejar que el
estado de inconsciencia aliviase su dolor. A pesar de que Bennett le había asegurado que
Tormand era bueno con la espada, tenía que verlo. Cuando él finalmente entró en la
cabaña, ella casi se echó a llorar de felicidad. Pero, la mirada que le dedicó le indicaba
que él estaba muy preocupado por su apariencia.

— Estoy bien. — aseguró ella, mientras él se agachaba a su lado. — Son todos


cortes superficiales.

— Tu vestido está encharcado de sangre. — Tormand constató. — Tenemos que


atender esas heridas.

— Aquí no, por favor.

— Ella insistió en que la vistiese. — explicó Bennett. — Dijo que atendería los
cortes en casa.

— Si. — afirmó Morainn, agarrándose al brazo de Tormand con la mano


temblorosa. — Quiero salir de este lugar. Tengo que salir de aquí. Ahora… — ella
consiguió decir la última palabra con mucho esfuerzo antes de que la oscuridad cayese
sobre ella.

Rápidamente Tormand le comprobó el pulso y constató que latía. Entonces, fue


capaz de controlar el pánico de verla desmayada en sus brazos. Estaba viva. Y en ese
momento, era todo lo que importaba.

— Te han atrapado esta vez, ¿no? — preguntó Bennett.

— Si. — respondió Tormand. — Como un pez en una red.

— ¿Y qué harás al respecto?

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— Primero me dedicarme a cuidar a Morainn hasta que se recupere. Después,
rezaré para que ella no decida tirar el pez de vuelta al agua y marcharse.

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Capítulo XVIII

Dolor fue lo primero que Morainn sintió cuando se despertó. Lentamente, abrió los
ojos y miró a su alrededor. Reconoció el cuarto de Tormand y aun así sintió miedo cuando
recordó todo lo que había sucedido. También pensó por qué tenía ganas de llorar como si
fuese una niña perdida.

— ¿Morainn?

Tormand se levantó de la silla que estaba cerca de la cama y se acercó a su


amada. Ella sujetaba la manta tan fuerte que parecía que iba a rasgarlo. Después, posó
su mano sobre la de ella, acariciando suavemente sus dedos. Durante cuatro largos días,
había permanecido a su lado, cuidando de su fiebre y esperando que volviese para él.
Verla despertar, asustada, le rompía el corazón.

— Estás a salvo ahora, mi amor. — se sentó en el borde de la cama. — Small está


muerto y Ada MacLean fue ahorcada esta mañana.

Morainn respiró honde y soltó el aire poco a poco, sacando su miedo, junto con el
aire. Aliviada, se dio cuenta de que el dolor no era tan intenso. Significaba que se estaba
curando.

— ¿Cuánto tiempo? — preguntó, retrayéndose al sentir la garganta seca y


dolorida.

— Cuatro días — respondió él, mientras cogía un poco de sidra con miel para
aliviar la garganta de Morainn.

Mientras la ayudaba a beber, Tormand la estudió. En el momento en que habían


llegado a casa, él la había metido en cama y le sacara toda esa ropa sucia de sangre. El
ver todo su cuerpo cortado, casi se había caído de rodillas. Pensó que nunca sería capaz
de olvidar esa visión, pero, ahora que ella estaba mejor y que las heridas estaban
cicatrizando, esa sensación estaba desapareciendo.

— Nora ha dicho que ella y su madre vendrán más tarde para bañarte, y si estás
despierta y tienes ganas, también te lavarán el pelo.

Él puso la copa vacía a un lado y le sujetó la mano delicada de nuevo, necesitando


sentir que ella le devolvía el apretón, como prueba de que se estaba recuperando.

— Si que quiero — respondió ella. — Me apetece mucho. Quiero lavarme toda esta

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suciedad. ¿Ada lo confesó todo?

— Repetidamente y bien alto. También tenía una pequeña colección de pequeños


arcos hechos con mechones de cabello de las víctimas. Small era su amante y su criado.
— Tormand meneó la cabeza. — Es difícil creer que una mujer pequeña y sin gracia
como ella pueda haber cometido tanta crueldad. Era tan… — se detuvo, intentando
encontrar la palabra adecuada.

— Común. Muy común. — concluyó Morainn. — No había nada en ella que fuese
distintivo.

— Creo que la recordarán a partir de ahora, aunque sea por las maldiciones que
pidió para toda la multitud que asistió a ver su ejecución.

— Ah, sí. Recordarán quien era y lo que hizo, pero dudo que recuerden su
apariencia de aquí a una semana. Creo que el hecho de que todos la ignorasen aumentó
su locura. — después de un pesado silencio, mientras cada uno se ocupaba con sus
propios pensamientos ella preguntó: — ¿Walin está bien?

— Si. Pronto vendrá a visitarte. Ha venido innumerables veces mientras dormías.

— Es un niño muy cariñoso. — ella sonrió y respiró hondo.

— Walin me contó que Ada dijo que él era mi hijo.

Morainn se estremeció. Su lado egoísta quería mantener esa información en


secreto para poder quedarse con Walin para ella sola.

— ¿Ada no habló de ese asunto durante su confesión?

— Si, pero estaba tan loca que no sé si debemos creer en sus palabras. Por otro
lado, realmente he tenido una amante llamada Margaret MacAuley hace siete años y
escuché decir que la habían enviado a un convento, donde murió. Aun así, nadie me
habló sobre el niño. Pero, hay rasgos característicos de mi familia en Walin.

— Sí que los hay. — Morainn le contó todo lo que Ada le había dicho aquel día en
la casa de la torre.

Tormand maldijo y pasó la mano por sus cabellos.

— Estaba matando gente desde hacía mucho tiempo, ¿no?

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— Creo que jamás sabremos cuantas. Pienso que al principio, era más cuidadosa
para esconder lo que hacía, para que las muertes pareciesen accidentales.

Morainn apenas acababa de hablar cuando Nora y su madre entraron en el cuarto.


Se sintió feliz por la interrupción, pues tenía miedo de que Tormand le dijese que le iba a
quitar a Walin y sabía que tendría que estar fuerte para discutir ese asunto, iba a luchar
por el niño.

Cuando Nora y su madre la bañaron, le cambiaron el camisón y la ropa de la cama


y peinaron sus cabellos todavía húmedos, Morainn se dio cuenta de que no tenía fuerzas
ni para colocar la almohada. Simplemente echó una cabezadita cuando la dejaron sola
por un momento, mientras Nora fue a prepararle algo de comer. Minutos más tarde,
despertó con el ruido de la puerta abriéndose, cuando Nora volvió con una bandeja llena
de pan, queso, frutas y un plato de sopa.

— ¿Tú madre se ha ido a casa? — preguntó mientras se sentaba.

Nora empezó a alimentarla a cucharadas de sopa.

— No, está en la cocina preparando algo para que coman los hombres. Mi madre
va a sugerirle a sir Tormand que contrate a sus primas, Mary y Agnes, para que limpien la
casa y cocinen para él.

— Creo que, a pesar de lo que Magda fue diciendo por ahí, sir Tormand es un
buen hombre para el que trabajar. — respondió Morainn entre una cucharada y otra.

— Si, es lo que piensa mi madre. — Nora le dio un pedazo de pan con un poco de
miel. — Lamento mucho lo que te hicieron esos locos.

— Estoy viva, Nora. Tuve mucha más suerte que las otras víctimas.

— Es lo que me dije a mí misma. Solo espero que no te queden muchas cicatrices.

Morainn se detuvo cuando iba a meter un trozo de pan en la boca. No había


considerado esa posibilidad y sintió pavor solo de pensarlo. Dejando ese pensamiento a
un lado, mordió el pan. La vanidad era peligrosa. Ella nunca se había considerado una
mujer vanidosa, pero, definitivamente, se dio cuenta de que lo era un poco. Aun así,
decidió que, cuando ese sentimiento de pesar apareciese, se repetiría a sí misma las
siguientes palabras: lo más importante es que estoy viva. Al pensar en la reacción que
podría tener Tormand al ver las cicatrices, empezó a entrar en pánico. Pero, enseguida
intentó alejar ese sentimiento. Si él no podía soportar algunas marcas en el cuerpo de su
amante, entonces debería terminar con él.

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Lo que seguramente sucedería en breve. Al pensar en eso, sintió ganas de llorar.
Su corazón se rompería en pedazos cuando él la dejase, pero se juró que no se estaría
lamentando durante mucho tiempo. Ella siempre lo amaría, pero tampoco pretendía estar
sufriendo por lo que no podía tener. Sería mejor vivir si él que pasar el resto de su vida sin
amor o pensando si Tormand buscaría a otras cuando no estuviese con ella.

— ¿Sientes dolor? — preguntó Nora, percibiendo el cambio de humor en su amiga.

— No mucho. — Morainn pensó que era mejor guardarse para ella los verdaderos
motivos que la preocupaban. — Solamente estaba luchando contra un repentino ataque
de vanidad. — sonrió sin ganas. — Nunca pensé que fuese vanidosa, pero por lo visto
hay un poco de ese pecado en mi corazón.

— Todo el mundo sufre un poco con eso. Descubrí mi vanidad cuando James me
sorprendió limpiado un cerdo, cubierta de barro de los pies a la cabeza. Para empeorar la
situación, se rió de mi apariencia. Pero no dejé que la afrenta pasase sin más, y
enseguida él estuvo también cubierto de barro.

Morainn se rió, a pesar de las punzadas de dolor que le provocaban las


magulladuras que todavía se estaban curando.

— No debo reclamar por algunas marcas en el cuerpo. Cuando las mire, solamente
me recordarán que estoy viva. Menos mal que ellos no llegaron a cortarme el rostro ni el
cabello, como hicieron con las otras.

— No quiero ni pensar en lo que podría haber pasado. Mejor hablamos de otra


cosa. ¿Walin es hijo de Tormand?

— No estoy segura de si hablar sobre ese asunto me va a alegrar, pero sí, creo
que si que lo es. — le contó a Nora todo lo que Ada había dicho. — Tormand dice que el
niño se parece a su familia y es verdad. Tal vez haya heredado de su madre el pelo negro
y los ojos azules, pero el resto es de Tormand.

— ¿Y qué vas a hacer?

— No tengo la menor idea. Igual es un poco apurado, pero mi intuición me dice que
el niño realmente es hijo de Tormand. En cuanto a mí, solamente soy la mujer que lo ha
cuidado durante cuatro años.

— Eres mucho más que eso para Walin. ¿Sabes qué? Creo que será el niño quien
va a decidir esta situación.

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— Tal vez deba ser así.

Nora se marchó en seguida y la dejaron sola con su melancolía. La mejor cura para
su humor era dormir un poco, y cerró los ojos, jurándose a si misma que sería fuerte y
valiente más tarde.

— ¿Morainn? ¿Estás despierta?

No fue la caricia gentil de una mano pequeña en su rostro lo que la despertó, si no


la voz familiar. Girando la cabeza al abrir los ojos, le sonrió a Walin. La preocupación que
estaba estampada en el rostro del pequeño desapareció rápidamente, y le devolvió la
sonrisa. Sintió el corazón apretado al pensar que pronto lo perdería para dejarlo con su
padre. Alguien que podría darle a Walin una vida mucho mejor de la que ella jamás le
daría.

Ella le acarició el rostro y sintió unas enormes ganas de cogerlo en brazos y salir
corriendo.

— Ahora si. ¿Te has portado bien mientras estuve durmiendo?

— Claro que sí. Los hombres no me dejaron asistir al ahorcamiento pero no me


importó mucho. No quería ve a esa mujer de nuevo. Morainn, ¿escuchaste lo que dijo esa
mujer aquel día? Tengo un padre. Y es sir Tormand.

— Si, eres su hijo. Ahora puedo verlo. — Walin frunció el ceño. — ¿No estás feliz?
— prosiguió ella. — Siempre has querido saber quién era tu padre.

— Si que lo estoy. Pero no quiero dejarte y tener un padre significa que tengo que
estar con él. Los hermanos y los primos de Tormand dicen que me voy a encontrar con
los demás Murray, que ahora son mi familia, mi clan, pero no se si quiero. Solo de pensar
que no estará conmigo, me siento desesperado. — suspiró y apoyó la cabeza en su
pecho. — No quiero perderte. Nunca.

— Walin, mi amor, nunca vas a perderme. — ella jugueteó con los tirabuzones del
niño. — Pero ahora eres un niño grande y tienes un padre que te dará una buena vida.

— Todavía soy un bastardo.

— Si, eso no va a cambiar. Pero ambos sabemos que muchos hijos bastardos
ganaron honor y fortuna. Todo lo que puedo darte es trabajo en el jardín y cuidar de los
animales que tenemos.

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— ¿Ya no me quieres?

— Claro que te quiero. No seas tonto. Siempre te amaré como si fueses mi hijo,
jamás lo dudes. Pero, esto es algo que debéis decidir entre tu padre y tú.

Walin se enderezó y afirmó con la cabeza.

— Si, de hombre a hombre.

— Exactamente.

Morainn esperaba que, durante esa conversación, se acordasen de ella. Moriría si


perdiese a Walin. Entonces, realmente estaría sola en el mundo.

Fueron necesarios tres días para que Morainn se sintiese fuerte nuevamente y en
condiciones de cuidar de sí misma. Había conseguido incluso bordar un poco para el
ajuar de Nora. Pero esa poca actividad era suficiente para dejarla exhausta. Una semana
más, y podría volver a su casa y sus quehaceres.

No quería partir, realmente. Tormand la visitaba varias veces al día, su familia


venía a para hablar o jugar al ajedrez, y todos la había cuidado muy bien. Se sentía
mimada y tenía que luchar contra las ganas de agarrarse a Tormand antes de que él la
cambiase por otra de sus amantes. Sabía que ese comportamiento no le haría bien a su
corazón ni a su orgullo. Sería mejor marcharse ahora con sus dulces recuerdos intactos.

Y todavía estaba Walin, pensó al acostarse en la cama para descansar. El niño


estaba dividido entre la alegría de tener un padre y una gran familia, que lo recibía con los
brazos abiertos, y ella. Aunque él todavía no se hubiese pronunciado al respecto, ella
sabía que Tormand quería al niño y que nadie se quedaría a su lado.

Con cada nueva historia que el niño le contaba del tiempo que pasaba con los
Murray y pronunciaba la palabra padre, Morainn se sentía más triste. Estaba perdiendo a
su niño, estaba segura.

Después de un suave peto en la puerta, ella le pidió a quien llamaba que entrase.
En un principio se sintió feliz de ver a Tormand, pero entonces se dio cuenta de que
estaba muy serio. ¿A caso Walin habría hecho su elección?

— Hay alguien aquí que quiere verte. — anunció él.

— ¿Alguien que no conozco?

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— Bueno, no estoy seguro. Él ha estado aquí varias veces después de lo que te
sucedió, pero le impedí visitarte. Quería que estuviese fuerte para hablar con él.

— ¿Por qué?

— Porque tuve miedo de que la noticia de que tienes un hermano fuese más de lo
que pudiese soportar.

Morainn miró al hombre que apareció en la puerta. Incluso habiéndolo visto


solamente una vez hacía diez años, sir Adam Kerr, señor de Dubhstane, no era un
hombre que se pudiese olvidar fácilmente. Era algo, más de un metro noventa, de
hombros anchos, cuerpo atlético y tan hermoso como Tormand. Sir Kerr tenía los ojos
azules, además de gruesos y largos cabellos negros. También tenía una boca bonita, el
labio inferior más lleno que el superior. La boca de un hábil seductor, pensó. El rostro
parecía haber sido esculpido. Entonces, ella lo miró a los ojos, escuchó lo que decía y
sintió que su sangre escapaba de su cara, completamente aturdida.

— Te dije que tenía que estar más fuerte. — dijo Tormand, corriendo hacia Morainn
y masajeando su muñeca, en un intento de impedir que se desmayase.

— Pienso que, de todas formas, la noticia la afectaría de la misma manera,


estando totalmente recuperada o no. — opinó Adam, sentándose cómodamente en una
silla al lado de la cama.

— ¿Por qué se lo cuentas ahora?

— Porque nunca ha estado tan cerca de la muerte antes. — explicó él


tranquilamente. — De repente, me di cuenta de que es la única familia que tengo. Mi
padre ha tenido otros bastardos, pero ninguno ha vivido mucho. Cuando tenía como
ayudarlos ya estaban muertos y enterrados. Solamente quedó Morainn. — Sir Kerr sonrió
francamente. — Nuestra familia nunca fue tan buena para procrear como la tuya. — volvió
a mirar a Morainn. — Ya ha empezado a recuperarse. Si haces el favor de dejarnos a
solas, me gustaría hablar con ella.

Tormand vació por un momento, queriendo negarse, pero después salió. La


primera vez que sir Kerr había aparecido en su casa, casi le había cerrado la puerta en la
cara. Los celos lo habían dominado. Pero, la incredulidad en la mirada de ese hombre
llamó su atención y le hizo darse cuenta del parecido con los ojos de Morainn. Después
intentó controlar su sentimiento de posesión, algo nada fácil después de haber admitido
para sí mismo que le gustaba que ella estuviese sola en el mundo, a no ser por Walin,
pues no tendría que compartir el afecto de Morainn con nadie más. Pero, sir Kerr acabó
diciéndole que era el hermano de ella y que pretendía contarle toda la verdad. Dándose
cuenta de lo egoísta y posesivo que estaba siendo, decidió que no era justo resentirse
con el hombre por eso.

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Aunque le hubiese permitido a sir Kerr visitar a Morainn algunas veces, se negó a
dejar que hablase con ella. Tormand creía que sería un golpe duro para ella, en ese
momento, descubrir que tenía un hermano. Pensaba que era mejor esperar unos días
más hasta que ella recuperase totalmente las fuerzas. Que Morainn casi se desmayase
solamente probaba que él tenía razón. Sentado en lo alto de la escalera, fuera del cuarto,
pensaba que tal vez aun fuese demasiado pronto para que ella se enterase de la noticia.
Estaba suficientemente cerca para escuchar si las cosas se agravaban y Morainn
necesitaba ayuda.

Morainn observó a sir Kerr parado al lado de la cama mientras le ofrecía una
pequeña copa. Con un murmullo de agradecimiento, ella aceptó la bebida que olía a vino.
Al tragarlo, el líquido rápidamente la calentó por dentro, y se sintió más calmada cuando
le devolvió la copa a sir Kerr.

— ¿Por qué? — preguntó cuando él puso la copa en la mesita y después cogió una
silla para sentarse más cerca de la cama.

— Porque mi padre era un viejo lascivo. — refunfuñó él en respuesta.

Ella tosió para disimular las ganas de reír.

— No, ¿quiero decir que por qué me cuentas la verdad ahora?

— Ah, bien, cuando mi padre estaba vivo no quería que mantuviese contacto con
sus otros hijos.

— ¿Hay más?

— Es triste decirlo, pero ya han muerto. Eres la única que sobrevivió. Cuando me
hice lo suficiente mayor para hacer algo, tomé una decisión, pero los pocos que quedaban
no vivieron mucho tiempo. Intenté ayudar a tu madre, pero ella no quiso aceptar nada de
un Kerr. Tenía su orgullo. Aun así, estaba pendiente de ella. Desgraciadamente, no
estaba allí cuando la gente de la cuidad se puso en contra de ella y te expulsaron a ti.

— Si, mi madre era orgullosa. Entonces, por eso dejaste que usase la cabaña y las
tierras.

Ele asintió.

— Mi padre estaba demasiado enfermo para saber lo que yo hacía, pero


consciente, por eso no te llevé a vivir a Dubhstane. — él le guiñó un ojo. — La bebida que
preparas es muy buena.

179
Ella sonrió. Era extraño tener un hermano de repente, un lazo de sangre. No
conseguía dejar de sentirse desconfiada. ¿Por qué un hombre saldría del anonimato en el
que había estado muy cómodamente durante tanto tiempo?

— A pesar de tener unos pocos primos lejanos, eres la única persona de la familia
con mi sangre. — prosiguió él. — Nunca había pensado en ello seriamente, hasta que me
contaron que podrías estar muriendo.

— Pero tu padre murió hace muchos años, ¿no? ¿Por qué has esperado hasta
ahora?

— No te he dicho nada antes porque te arreglabas muy bien sola. Sentí que ya
tenías demasiadas cargas, con un niño que abandonaron en tu puerta, la gente
comentando que eras una bruja y algunos idiotas pensando que podían utilizarte
libremente. También heredé la reputación de mi padre por tener muchas mujeres. No
necesitabas otro motivo para que la gente hablarse de ti. Cuando escuché que habías
sido atacada por esos asesinos, pensé en rescatarte, pero sir Tormand llegó primero. —
Él se inclinó hacia delante, apoyó los brazos en las rodillas y la miró con atención. —
¿Qué significa sir Tormand Murray para ti?

Todo, pensó ella, pero no lo dijo.

— Ya que pareces saber tanto sobre mí, debes haber escuchado que tengo
visiones. — él asintió. — Tuve algunas sobre esas muertes y pensé que podría ayudar a
descubrir quienes eran los culpables. — añadió ella. — También me mostraron que
Tormand no era el asesino. Él y Simón concluyeron que las visiones tal vez pudiesen
ayudar en la búsqueda. Cuando los asesinos fijaron su atención en mí, ambos sintieron
que yo y Walin estaríamos más seguros si nos quedábamos con ellos.

— Muy buena explicación. Pero esa no es toda la verdad. — levantó la mano para
impedirla protestar. — No importa ahora. Podemos discutir ese asunto más tarde.

— Quien sabe… No estoy segura de si tu reputación fue lo que te hizo alejarte. Me


llaman bruja, soy conocida como bastarda y piensan que Walin es mi hijo. Tener un
hermano con fama de conquistador no me habría perjudicado mucho más.

— No he pensado en el asunto con el debido cuidado. — él se recostó en el


respaldo de la silla, cruzó los brazos sobre el pecho y miró enfadado hacia la chimenea.
— Nunca me di cuenta de cuánto te necesitaba hasta que supe que podías morir. No
quiero estar solo.

Morainn se contuvo para no abrazarlo, pues comprendía muy bien lo que él estaba
sintiendo. Pero era demasiado pronto para una demostración de tanta intimidad y amor de

180
hermana. Ella no sabía mucho sobre él, a no ser sobre le bien que él le había hecho.

— ¿Y tu harén? — ella se rió cuando él la miró. — Es difícil estar solo cuando se


tiene un harén.

Adam la miró y se dio cuenta de que estaba bromeando. Era una sensación buena
y rara al mismo tiempo. Nadie se burlaba de él, nunca nadie lo había provocado, ni
siquiera su padre. Le llevaría un tiempo acostumbrarse.

— No tengo un haré. Nunca lo he tenido. Una mujer de vez en cuando es suficiente


para complicar la vida de cualquier hombre.

— ¡Mecachis! — Morainn se divertía con la forma en que él la miraba, como si no


supiese que hacer con ella. Entonces, se puso seria. — ¿Qué esperas de mí?

— No estoy seguro…

— ¿Puedo seguir en la cabaña?

— Claro que si. ¿Quieres decir que no vas a continuar viviendo con sir Tormand?

— El no ha pedido que lo haga.

— ¿Debo actuar como un hermano mayor y hacer algo al respecto?

— Preferiría que no.

— Como quieras.

Tras un breve silencio, él le extendió la mano.

— Entonces... ¿Qué tal si aprendemos a comportarnos como miembros de la


misma familia?

Ella sonrió y apretó su mano.

— ¿Por qué no?

181
El la abrazó y sintió que el dolor de su corazón disminuía un poquito.

Tormand la escuchó reír y suspiró. Estaba feliz por ella, pero un hermano podría
ser un problema para él. Tenía que resolver la situación con Morainn antes de que el
recién descubierto hermano decidiese meter las narices en el asunto.

182
Capítulo XIX

Unos labios calientes tocaron el cuello de Morainn, haciéndola suspirar. No fue


capaz de alejar a Tormand de sus sueños, pero ninguno le había parecido tan real como
este. De forma suave, unas manos fuertes cubrieron sus pechos redondeados, haciendo
que arquease el cuerpo. Pensó en hacer el amor con Tormand por última vez antes de
volver a casa, pero no había decidió si sería algo inteligente. Después de tantos días de
recuperación, ansiaba las caricias de Tormand.

— Morainn — susurró él en su oído. — Despierta, amor. Te quiero despierta


mientras hacemos el amor.

Esa voz no era fruto de un sueño. Le susurraba al oído, cada palabra era un leve
roce de aire caliente, acariciándola. Morainn abrió los ojos y se encontró a Tormand. Los
dos estaban desnudos. Y ella no pretendía desperdiciar esa oportunidad.

Después de todo, pronto se quedaría sin amante.

— Eres un hombre sigiloso. — dijo ella.

— Más bien soy un hombre desesperado. — él jugaba con los labios delicados. —
Ya hace mucho tiempo.

— Mucho tempo — ella coincidió y lo besó.

Esa era toda la invitación que Tormand necesitaba.

Había controlado el deseo mientras ella se recuperaba y ahora podía liberarlo.


Quería devorarla, perderse dentro de ella. Después, podrían descansar un momento y
volver a empezar de nuevo.

Esperaba, ansioso, que ella le dijese que lo amaba, que le importaba. No tenía
dudas de que compartía su mismo deseo carnal. Por ahora, sería suficiente. Harían el
amor hasta que ella gritase cuanto lo necesitaba, hasta que recordase todo lo que habían
compartido.

Después de dejarla hasta dejarla sin aliento, Tormand empezó a besar su cuerpo
esbelto. Dedicó su atención a los pechos llenos, y después pasó a otro dulce lugar. Se
detuvo en cada cicatriz que encontró por el camino hasta llegar al premio que lo
esperaba, decidido a mostrar que esas marcas no disminuían la belleza de ella ante sus
ojos.

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Siempre gentil, besó el triangulo entre las hermosas piernas y enseguida lo estaba
explorando con la lengua ardiente. Un momento después, ella se abría para él. Tormand
se empeñaba en darle el máximo placer.

— Detén esa tortura. — gimió ella.

Él se rió sobre el vientre liso, a pesar de que todo su cuerpo temblaba de deseo por
poseerla.

— ¿Tortura, eh? — él continuó aplicando besos por el cuerpo curvilíneo.

— Tormand. — suplicó ella y lo envolvió con las piernas cuando sintió el miembro
rígido tocarla en el lugar donde tanto lo deseaba. — Ahora.

— Mujer mandona — él murmuró esas palabras contra la boca de Morainn y la


sintió suspirar de placer cuando sus cuerpos se unieron.

Tormand intentó ir lentamente, pero ella estaba impaciente, haciéndole perder el


poco control que tenía. Con un gemido, intensificó las envestidas, llevándolos a los dos la
delirio con una urgencia que él nunca había conocido antes.

Morainn miraba al hombre que estaba acostado a su lado. Su cuerpo todavía


vibraba de satisfacción e incluso así ella podía sentir el deseo por el surgir una vez más,
solamente de observarlo. Tormand Murray la había transformado en una autentica
libertina, y a ella no le importaba.

Al mirar la masculinidad en el nido de pelo rojo entre las piernas musculosas,


pensó si podría hacer algo que lo dejase tan loco de deseo como ella quedaba con los
besos íntimos que le daba. Girándose, lo agarró por la cintura. Cuando él abrió los ojos,
saliendo del estado de estupor en que se encontraba, ella sonrió de forma inocente.

— Todavía tenemos que hablar sobre Walin — dijo él con voz ronca, resultado de
la pasión que acababan de experimentar.

Eso era lo último que Morainn quería hacer en ese momento. Delicadamente,
deslizó los dedos de arriba abajo por las caderas y los muslos musculosos. De reojo, vio
el interés manifiesto entres las piernas de él.

Tormand se esforzó por ignorar la respuesta de su cuerpo a las caricias que


recibía. Tendría que ir a la corte y estaba decidido a resolver enseguida en caso de Walin.
No era un buen momento para discutir sobre sus esperanzas y sus futuros planes, pero al
menos necesitaba resolver el asunto del niño. Tal vez fuese suficiente para mantenerla a
su lado hasta que pudiese hacer que Morainn se enamorase de él.

184
— Creo que podemos compartir la responsabilidad de criarlo. — propuso él
mientras ella lo tentaba con caricias. — Walin piensa que es una buena idea. Él nos
quiere a los dos en su vida.

— ¿Y qué quieres tú?

Quiero que muevas tu mano un poquito más a la izquierda, pensó él, juguetón.

— El niño necesita una familia. — respondió él, evasivo.

— Entonces, tendrá una. La que podremos darle.

Él tuvo que respirar hondo para mantenerse firme cuando, como si leyese sus
pensamientos, ella movió las manos y envolvió su miembro erecto.

— Creo que sería bueno para él.

Esas palabras la hicieron pensar en matrimonio, un futuro de amor y niños con los
ojos de colores diferentes. Pero dejó ese sueño a un lado. No había propuesta de
matrimonio ni declaraciones de amor. Ella no pretendía alimentar tontas esperanzas y
sufrir todavía más. Y peor todavía era si interpretase mal lo que él estaba diciendo e
hiciese el papel de completa idiota.

Sintiéndolo cada vez más rígido en su mano, decidió que eran mejor dejar el caso
de Walin para más tarde y empezó a besar su barriga hasta que lo oyó gemir.

Tormand olvidó sus planes por completo al sentir la boca de Morainn sobre su piel.
Además, el toque de la mano suave le impedía pensar claramente, mucho menos
conseguiría hablar. Cuando ella besó la parte interna de sus muslos, se puso tenso y
ansioso. No conseguía dejar de retorcerse, sorprendido por el placer ardiente que lo
consumía cuando ella, al fin, le envolvió la erección con los labios.

— ¿Te hago daño? — preguntó ella, alejándose.

— No... — él entrelazó los dedos en los cabellos negros y en silencio la condujo de


vuelta para que terminase lo que había empezado. — Me gusta. Me gusta mucho.

Morainn continuó estimulándolo con la boca y descubrió que hacer el amor con él
de esa forma encendía su propia pasión, haciéndola más atrevida y con más ganas de
llevarlo al placer. También se dio cuenta de que tenía tanto poder sobre el cuerpo de

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Tormand como él sobre el de ella.

Un pequeño grito de protesta escapó de su boca cuando él la agarró de los


hombros y la puso encima de él. Entorpecida por los tumultuosos sentimientos, le llevó
algún tiempo entender lo que él quería hacer. Lentamente ella encajó su cuerpo con el de
él, jadeando con la sensación que ese acto le provocaba. Con susurros de valor en su
oído, ella se movió sobre él hasta que ambos alcanzaron el éxtasis, con gritos de
satisfacción, unidos por la más dulce canción de amor.

Recuerdos de los momentos de intenso placer compartidos con Tormand hicieron a


Morainn sonreír al despertar. Lo buscó, pero se encontró solamente la sábana fría y la
cama vacía. Suspiró. Era mejor así. Podría simplemente empacar sus cosas e irse a casa.

Se obligó a levantarse y prepararse para enfrentar el largo día de tenía por delante.
Al bajar a desayunar, pensó en lo que iba a decirle a Walin. No se sorprendió al
encontrarlo sentado a la mesa, con un plato lleno de comida delante. El niño adoraba
comer y las primas de Nora eran buenísimas cocinera. Lo que la sorprendió fue que Adam
también estaba allí. Había ido a visitarla muchas veces desde que le había contado que
era su hermano, pero nunca tan temprano. Lo miró, desconfiada, al sentarse y empezar a
servirse.

— ¿Qué planeas hacer hoy, Morainn? — preguntó Adam, sirviendo una jarra de
leche de cabra para ella.

El modo en que la observaba la hizo pensar que él ya sabía la respuesta que le


daría a esa pregunta. Adam nunca le había preguntado sobre sus sueños premonitorios
ni las visiones. Pensó que su hermano también tenía algún don. Empezó a pensar por
qué le habría dado la leche de cabra. No era algo que ella bebiese con frecuencia. Tal vez
no hubiese sido de su madre de quien heredó ese don.

— Pretendo volver a mi cabaña. — respondió, y no notó una sola señal de


sorpresa en su rostro.

— Entonces, tengo que recoger mis cosas. — dijo Walin.

Morainn abrió la boca para explicar todas las opciones que tenía el niño, pero
rápidamente se llevó una gran cucharada de gachas de avena a la boca. Egoísta, prefería
que él se fuese a casa con ella. Mientras comía, le pedía de vez en cuando a Walin que
se alimentase lentamente y sentía la mirada de su hermano sobre ella. Cuando el niño le
pidió permiso y salió corriendo para hacer el equipaje, ella miró a Adam y lo encontró
sonriendo.

— Mujer inteligente — murmuró él.

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— ¿Qué quieres decir?

— Llevarte al niño seguramente hará que Tormand vayas hasta tu puerta.

— ¿Realmente crees que sería capaz de utilizar a Walin como cebo? — Para su
propia vergüenza, había pensado en esa posibilidad. De ese modo, Tormand y ella
seguirían viéndose.

— ¿Por qué pareces tan insultada?

— ¿Por qué no debería? Sería un comportamiento deshonesto por mi parte.

— Como he dicho, inteligente. ¿Por qué simplemente no te quedas aquí?

— Porque deseo escoger la hora de partir. — Morainn no sabía por qué estaba
siendo tan sincera, pero la forma en que Adam la miraba le hacía revelar la verdad con
facilidad.

— El orgullo puede ser un mal compañero de cama.

— Igual que un hombre que está en la cama de una mujer cuando le gustaría estar
en la de otra. — ella suspiró. — No pretendo estar cerca cuando él se canse de mí y me
cambie por otra. Si, es orgullo, y a veces es lo único que nos queda.

— Ele sabe que el niño te considera una madre. Tal vez desee casarse contigo
legalmente. Él sería un buen partido.

— Si. — ella tuvo la sensación de que la estaba provocando. Puso los ojos en
blanco con impaciencia, empujó el plato vacío a un lado y apoyó los brazos sobre la
mesa. — Amo a Tormand.

— Lo imaginaba. Pero no me gustó que te hubiese hecho su amante. Entonces,


¿por qué huyes de la oportunidad de conquistarlo de forma definitiva?

Morainn controló la lengua para no decir que un hermano ausente durante


veintitrés años no tenía derecho a decirle lo que debía o no hacer con su vida o con su
castidad.

— No estoy huyendo. — ella hizo una mueca al verlo levantar una ceja. — Está
bien, tal vez lo esté. Pero solamente del sufrimiento que veo acercarse.

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— ¿Por qué piensas que él va a herirte?

— Porque él no me ama. Incluso los hombres sin la reputación sórdida de Tormand


caerían en la cama de otra mujer, sucumbiendo rápidamente a la tentación, si no amasen
a sus esposas. Sé que el amor no es una armadura impenetrable contra todas las
tentaciones, pero ayuda a preservar una relación, y a solucionar los problemas que
surgen con el tiempo. Yo no sería feliz si me casase con él y tuviese que pasar el resto de
mis días y noches imaginando en que cama estaría. Además, moriría poco a poco. De
todas formas, él no ha dicho nada de matrimonio. En este momento, está interesado en
mí, pero mañana podría ser de otra forma.

— Y no deseas estar cerca cuando eso pase. Es justo, pero, si te marchas,


perderás la oportunidad de hacer que te ame.

— No sé si es posible hacer que una persona ame a otra. O se ama a alguien o no.
¿Y se pasa mucho tiempo hasta que el amor florezca? Si hay muchas mujeres mientras
espero mi premio, ¿cuánto quedará de mi amor? Si, tal vez lo suficiente para amarlo, pero
no para creer que me será fiel, jamás confiaría en él y la tristeza lo estropearía todo.
Necesito un amor sincero. Cada vez que él se fuese a los brazos de otra mujer, mi
corazón se rompería un poco más. Sería una tontería pensar que la pasión y un niñito son
suficientes para cambiar los hábitos de un hombre como Tormand. Tiene que haber un
lazo más fuerte.

Morainn esperó pacientemente a que Adam parase de reír. Estaba hermoso


cuando se reía. Su expresión se suavizaba.

— Bien, no sé si pienso lo mismo que tú, pero si es lo que quieres…

— Si, es lo que quiero. — afirmó ella. — Además, no voy a coger un navío para
Francia en medio de la noche. Me iré a mi casa y Walin irá conmigo por libre y
espontánea voluntad. Y creo que será bueno que me vaya. Allí podré pensar con más
claridad.

— Muy bien. Entonces te ayudaré. Te invitaría a vivir en Dubhstane, pero sé que


no aceptarás.

— No ahora, pero no me importaría conocerlo algún día.

— Te llevaré cuando quieras.

Algunas horas más tarde, Adam se paraba en frente a casa de Tormand, viendo a
Morainn alejarse encima de un caballo que Walter había preparado para ella. Los gatos,
protegidos en jaulas, protestaban en alto, conforme seguían el viaje. Adam sabía que su
hermana estaba triste, que de una forma u otra, Tormand la había herido. Iba a ser muy
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difícil no hacerle pagar por el resentimiento en el rostro de Morainn, pero resistiría las
ganas de derribarlo al suelo con algunos puñetazos. Esa batalla era de su hermana.

— A Tormand no le va a gustar esto. — reclamó Walter. — No, no va estar nada


feliz. Las mujeres no huyen de él así.

— Tal vez sea bueno para él. — Para sorpresa de Adam, una gran sonrisa se
abrió en el rostro de Walter.

— Si, lo será. Un buen golpe en la cabeza puede ayudar a un tonto a encontrar un


poco de buen sentido.

— ¿Lo consideras un tonto por dejar que mi hermana se marche?

— El mayor tonto de la cristiandad. A pesar del modo en que se ha comportado en


los últimos tiempos, es un hombre que viene de una familia muy fuerte, con buenos
matrimonios e hijos saludables. Está intentando mejorar. Bien, ya ha dado muestras de
haber cambiado.

— ¿Cuáles?

— Tuvo que hacer una lista con los nombres de todas sus amantes y se enfadó
con el resultado.

— Ah, por eso la amiga de Morainn me dijo que él saltaba de cama en cama. — él
se rió de la carcajada que soltó Walter.

— Eso lo definía muy bien. Así era él. Pero como puedes ver la muchacha ha
castrado a ese semental. Ha llegado el momento de que siente cabeza y es a ella a quién
quiere a su lado.

— ¿Y a la familia Murray no le importará que ella sea una pobre bastarda?

— No, no les importará.

— ¿Y en cuanto a las visiones que tiene?

— Tonterías, será solamente una mujer con un don. El clan está lleno de ellas. Y
es fuente de orgullo para ellos. — miró a Adam mientras entraban en casa. — Estoy
pensando de quien heredaría ese don.

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— Sigue pensando, mi buen hombre. — Adam se rió de la decepción de Walter por
esa respuesta. — Entonces, ¿crees que sir Tormand se enamoró de mi hermana?

— Ah, sí. Cayó en la red como un pez. Y no me estarías haciendo esa pregunta si
hubieses visto como se quedó cuando esos asesinos se la llevaron. Si Tormand aún no
supiese lo que sentía por ella, creo que en ese momento tuvo una revelación. Yo ya
esperaba esto. Un hombre que podía poseer a la mujer que quisiese, como venía
haciendo en los últimos años, y que de repente decide no acostarse con ninguna en los
últimos tres, tal vez cuatro meses…

Adam dejó de caminar y miró a Walter.

— ¿Estás diciendo que Tormand guardó celibato durante meses?

Walter asintió, satisfecho.

— Si. Dormía en su cama todas las noches, durante meses. Y, antes de que me
preguntes, sé que no había ninguna mujer con él. Nunca ha traído a ninguna a casa antes
de Morainn. Por eso, pienso que le ha llegado la hora de establecerse. Solamente estaba
esperando a la mujer correcta.

— ¿Crees que esa mujer es Morainn?

— No tengo dudas. ¿Quieres quedarte aquí para ver cómo reacciona cuando
descubra que el pájaro voló de la jaula?

— Claro.

— ¿Te gusta apostar a los dados?

— ¿A qué hombre no le gusta? ¿Estás seguro de que tienes dinero para perder?

— ¿El señor está convencido, eh? Acomódate en la sala mientras voy a coger
cerveza y mis dados, después veremos cuál de nosotros tiene más suerte o habilidad.
Rezarás para que Tormand vuelva pronto, antes de perder hasta las ropas que llevas.

— ¿Dónde está Morainn? ¿Dónde está Walin? ¿Dónde están esos malditos gatos?

A cada pregunta, la voz de Tormand se hacía más alta, hasta que el último grito fue
tan alto, que Adam temió que la estructura de la casa no hubiese temblado. Sir Kerr
contuvo la risa, hizo un gesto con la mano pidiendo silencio y observó a Walter jugar con

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los dados. Gruño cuando Walter ganó una vez más y finalmente se giró para mirar al
dueño de la casa.

Tormand estaba furioso. Adam podía ver la preocupación e incluso el miedo en sus
ojos. Esa no era la reacción que se esperaba de un hombre que se había librado de otra
mujer. Aquel Tormand tal vez reclamase un poco, pero enseguida iría tras otra. El nuevo
parecía querer arrancar a la fuerza algunas respuestas de alguien.

— Mi hermana decidió que era hora de volver a su casa. — informó, observando


como el color desaparecía del rostro de Tormand. — Walin quiso acompañarla.

Por un momento fue difícil para Tormand respirar. Sintió un dolor profundo cortar
su corazón.

¿Cómo podía irse Morainn después de todo lo que había sucedido entre ellos esa
mañana? Ninguna mujer había hecho jamás el amor con él de esa forma. Cuando llegó a
casa, pensó que la encontraría esperándolo, lista para escuchar todo lo que tenía que
decirle. Incluso había dejado la corte más temprano porque no podía esperar más para
decirle todo lo que estaba preso en su garganta. ¡Y ella había recogido sus cosas y se
había marchado!

La rabia que lo dominaba en ese momento encubría la tristeza. Morainn ni siquiera


la había dado una oportunidad. Él la había rodeado de cuidados y gentilezas porque
quería demostrarle que no era el hombre de antes y que se sentía avergonzado de su
reputación. Por un breve momento, pensó que si ella se había marchado tan fácilmente
no debería ir a buscarla. Después de todo, no tendría ningún problema en encontrar a otra
mujer. Enfadado o no, herido o no, no quería a otra. Quería a Morainn.

— ¿Cuándo se marchó? — preguntó él con un gran deseo de acabar con la


diversión en el rostro de Adam. Pero pegarle a su futuro cuñado, antes incluso de haberle
pedido la mano de Morainn, no era algo muy inteligente.

— Esta mañana. Tal vez hace una tres o cuatro horas. ¿Vas a ir tras ella?

— Si.

— ¿Por el niño?

—No, por ella. Voy a sacudir a esa tonta hasta que su cabeza funcione al derecho.

— ¿Antes o después de pedirla en matrimonio?

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Aunque los ojos de Adam mostrasen cierta dosis de diversión, había dureza en su
voz. Él no había hecho ningún comentario al respecto de su relación con Morainn, pero
estaba claro que exigía que el error que había cometido haciéndola su amante fuese
reparado.

Tormand quería decirle que él solo había buscado a su hermana hacía unos pocos
días, pensó que era mejor contenerse. El hombre había tenido sus razones para guardar
silencio, y Morainn las había aceptado.

— Pretendo pedirle matrimonio y solamente saldré de allí cuando ella diga “si”.

— ¿Realmente vas a honrar los votos?

— Si — Tormand respondió entre dientes. — ¿Ahora puedo ir a buscarla?

— Una última cosa. — Adam cogió un paquete del bolsillo de su camisa. —


Cuando te diga que “si”, abre esto.

Tormand cogió el paquete y salió corriendo. Tenía que cabalgar hasta la cabaña
para calmarse. No sería bueno llegar a casa de Morainn irritado, exigiendo respuestas. De
alguna forma, él tenía la culpa de que se hubiese marchado. Debería haber sido más
claro al decirle lo que quería, lo que sentía. Esta vez, no habría ningún malentendido,
aunque tuviese que tragarse todo su orgullo.

Viendo que Uillian volvía de la corte, le pidió a su hermano que lo ayudase.


Facilitaría mucho las cosas que él y Morainn pudiesen resolver sus problemas sin que
Walin escuchase cada palabra.

Se sintió agradecido porque Uillian hubiese aceptado cooperar y todavía más por el
silencio mientras cabalgaban. Como nunca se había enamorado antes, sabía que tenía
que planear cada palabra que pretendía decir. Tenía que convencer a Morainn de que
había cambiado.

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Capítulo XX

Al observar el jardín, Morainn supo que le llevaría mucho tiempo sentirse feliz de
nuevo. Los gatos estaban esparcidos por sus lugares favoritos, Walin jugaba a la pelota y
el primo de Nora había cuidado muy bien del jardín, no había una sola semilla fuera de su
lugar. Ese terreno floreado siempre había sido su alegría y su orgullo, pero, en ese
momento, no representaba nada para ella.

Era todo culpa de Tormand, pensó. ¿Cómo había podido atreverse a pensar que él
podría ser suyo algún día? Él le había salvado la vida, la había protegido y le había dado
el mayor placer que había conocido. No podía exigir más de ese hombre.

Una parte de ella, la insaciable, quería volver a casa de Tormand y hacerle algunas
preguntas: si la amaba, si le importaba, si había superado el miedo al matrimonio, si
podría algún día jurarle fidelidad a una mujer… intentó convencerse de que
probablemente no le gustarían las respuestas.

Y estaba Walin. Él era el hijo de Tormand. Ella no tenía ningún derecho sobre el
niño, aunque este hubiese estado bajo su cuidado durante cuatro años. No era culpa de
Tormand no haber sabido nada del niño. Pero ahora él sabía la verdad y quería al niño.
Sería un padre estupendo, no había duda. Ella no tenía el derecho de negarle al niño una
vida mucho mejor de la que le podía ofrecer. Aunque Tormand hubiese dicho que los dos
criarían al niño, seguramente sería bajo su techo.

¿Y cuando ya no la quisiese en su cama? Ella se convertiría simplemente en la


niñera de Walin y tendría que ver como el hombre que amaba volvía a su vida de lujuria.
O peor, si Walin era educado para ser el hijo de un caballero, un hombre rico, no iba a
necesitar una niñera durante mucho tiempo.

Hasta podrían casarse, pensó sentándose en el banco de madera. Tenía la certeza


de que Tormand lo había intentado, pero ella lo había ignorado.

Morainn suspiró. No pretendía que Tormand se casase con ella solamente porque
ninguno de los dos quería separarse de Walin. Ese no era el tipo de matrimonio que
mantenía fiel a un hombre, especialmente a uno como Tormand, que podía escoger a la
mujer que quisiese. Deseaba que él estuviese con ella de corazón, de cuerpo y alma.
Solo así podría tener la seguridad de que no pasaría los días pensando en que cama
estaría su marido.

Era cierto que le había oído decir que se había dado cuenta de que su pasado de
lascivia no era algo de lo que estar orgulloso. Pero, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que
él volviese a sus viejos hábitos? Cuando más pensaba en el asunto, más infeliz se sentía.

El repentino silencio llamó su atención, ya no escuchaba a Walin jugando a la

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pelota. Cuando se iba a levantar para ir a buscarlo, una figura alta y familiar surgió en el
jardín y se dirigía hacia ella. Por un breve momento pensó en correr, pero se dijo que no
sería cobarde. El momento de enfrentarse había llegado, y solo esperaba haber tenido
más tiempo para poder prepararse. El sonido de la risa de Walin y de un caballo
alejándose a galope le hizo entender lo que sucedía, y casi pudo oír su corazón
partiéndose.

— ¿Has venido a llevarte a Walin de vuelta? — le dijo a Tormand cuando se paró


frente a ella.

— No seas tonta. — respondió él. Después maldijo y se sentó cerca de ella.

Morainn debía haberse ofendido por esa respuesta tan grosera, pero estaba muy
ocupada intentado no llorar. Y no era solamente por la pérdida de Walin. Tormand vestía
un manto sobre la fina camisa de lino. Y estaba tan guapo que llegaba a herirla,
principalmente porque sabía que nunca podría tenerlo solo para ella.

— No he venido a sacarte a Walin. — dijo él después de mirar durante a unos


minutos el jardín. — Solo lo mandé con Uillian para poder conversar. A solas. Sin tener
que preocuparnos por cada palabra que decimos delante de un niño de seis años.

Morainn se tensó todavía más.

— ¿Conversar sobre qué?

— Para empezar, ¿por qué te has marchado?

Había un poco de rabia en su voz, y Morainn pensó si sería el orgullo herido.

— Ya estoy curada, encontramos a los asesinos y ahora estás a salvo. No había


ninguna otra razón para que me quedase, ¿no?

— Entiendo... Te acercaste a mí y después decidiste marcharte. — Tormand hizo


una mueca.

Él parecía una dama ultrajada, o peor, una de las mujeres con las que había
estado, a las que encontraba tan hábiles, tan bonitas, que podían prenderlo en sus
trampas. Sintió culpa, pero sinceramente dudaba que alguna de ellas sufriera el dolor que
lo asolaba en ese momento. Siempre había sido cuidadoso al evitar a las mujeres con
corazones sensibles o grandes expectativas.

— No, claro que no. Si no recuerdo mal, fuiste tú quien vino hasta mi cama. Yo no

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te busqué, solamente tomé lo que se me ofrecía. ¿Con qué derecho te sientes ultrajado?
¿No es lo que has hecho tú durante años?

Eso dolió, pero ella tenía razón. Aun así, no conseguía dejar de sentirse de esa
forma. Morainn era diferente a todas las otras mujeres que él había conocido. En su
corazón, lo sabía. Pero estaba haciendo todo mal, la estaba enfadando e hiriendo. La
conocía lo suficiente para saber que esas emociones no eran propias de ella. De alguna
forma, tenía que controlar su temperamento, el miedo y pensar sus palabras
cuidadosamente. Nada se resolvería si se peleaban el uno con el otro. Pretendía
controlarse, pero al mirarla, la rabia y la pena volvieron con fuerza.

No iba a ser fácil, se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. Estaba


aterrorizado, había ofrecido todo lo que tenía, y ella no lo quería. Era verdad que él la
había cortejado, pero no estaba seguro de si había conseguido conquistarla. Por primera
vez en su vida no sabía qué camino seguir. Volvió a mirarla y se dio cuenta de que
Morainn lo miraba con miedo. Posiblemente se estaba comportando como un loco.

— Pensé que podríamos casarnos y criar a Walin juntos. — una mirada de reojo le
mostró que ella se había sentido herida con esas palabras. Extrañamente eso le dio
esperanza. Morainn no se sentiría herida si no él no le importase.

— Walin es como un hijo para mí. Cuando lo dejaron en mi puerta, intenté


encontrar a sus padres, pero no me decepcioné cuando nadie vino a reclamarlo. — ella
suspiró y miró sus manos. — Estaba sola cuando Walin apareció, y fue como un regalo
caído del cielo. Por fin tenía a alguien que me amaba y me necesitaba y al que no le
importaban mis visiones. Nunca nos hemos separado desde entonces, pero no me casaré
con un hombre solamente por el bien del niño.

— ¿Por qué no?

— Porque es una base muy débil para un matrimonio.

Tormand sujetó las manos de Morainn, la abrazó y la besó con ternura.

— ¿Y qué hay de ese fuego que quema cuando estamos juntos?

Ella lo empujó.

— Te has calentado muchas veces en otros fuegos y nunca te casaste.


¿Intentarías engañarme utilizando la pasión? ¿Tú que has escapado de ella durante
tantos años?

— La pasión es un aspecto importante y no es una trampa cuando uno se casa por

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propia voluntad. ¿Qué quieres de mí? Dímelo para que deje de decir tonterías.

Morainn lo miró con la boca todavía caliente a causa del beso. Él decía la verdad.
Se casaría con ella para formar una familia para Walin y porque la deseaba. Era bastante,
más de lo que muchas esposas jamás tendrían, pero no era suficiente.

— ¿Y serías un marido fiel?

Tormand intentó no parecer ofendido con esa pregunta. Ella no sabía nada sobre
las creencias de los Murray, de las que no podía librarse ni quería. Por culpa de la
reputación que había conquistado durante años, ella se sentía insegura.

— Honraré los votos del matrimonio. — respondió, intentando no sonar demasiado


pomposo. — ¿Por qué no crees en mí? ¿Por culpa de mi pasado?

— Tu pasado no ayuda en nada para que una mujer confíe en cualquier voto de
fidelidad que hagas. Y no entiendo por qué te sientes tan ofendido por mis dudas a ese
respecto. Muchos hombres no honran los votos del matrimonio. Apuesto a que tú también
conoces a muchos que han jurado ante Dios y su familia, pero en el fondo eran palabras
vanas.

— No soy uno de esos hombres. Morainn, estoy decidido a quedarme aquí hasta
que resolvamos esta cuestión. Quiero que seas mi esposa, que me ayudes a criar a Walin
y he jurado serte fiel, y aun así vacilas. ¿Por qué? Voy a atormentarte toda la noche hasta
que me digas la verdad.

Decir la verdad significaba que tendría que bajar sus defensas, abrirse para lo que
podría ser un golpe fatal en su corazón. Él sabría el poder que tenía sobre ella.

— Entonces, te diré la verdad. Te amo. — ella le impidió abrazarla. Si se lo


permitiese, él le daría un beso y ella acabaría consintiendo todo. Pero, se sintió feliz
porque la confesión no le desagradó. De hecho, parecía muy satisfecho. — Y
precisamente porque te amo, no me casaré contigo.

— No tiene sentido.

— Lo tendrá si me dejas terminar. Te amo, y si nos casamos solamente por la


pasión y por Walin, estaría expuesta a más dolor del que podría soportar. Tendrías mi
corazón, incluso mi alma, mientras que yo solo tendría tu pasión hasta que durase tu
sentido de responsabilidad. Posiblemente nunca has estado con una mujer tanto tiempo
como conmigo, y dudo que le hayas sido fiel a alguna. El deseo que sientes por mí
todavía es fuerte, peor, ¿qué sucederá cuando se acabe? ¿Cómo crees que me sentiré
cuando me dejes de lado y salgas a buscar a otras mujeres para satisfacer tus
necesidades?
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Tormand la miró, sentada, con las manos cubriéndole el rostro. En ese momento,
todo en lo que podía pensar era en que ella lo amaba. Después, el llanto que escuchó le
despertó del encanto de esas palabras. Se sentó al lado de Morainn e, ignorando lo tensa
que estaba, la abrazó y la besó en la cabeza.

— Todo lo que he dicho es verdad. — murmuró, calmadamente. — He visto


muchos matrimonios como los que describes. Pero te puedo garantizar que estás
equivocada con respecto a mí.

— Tormand... — ella empezó a protestar.

— No, ahora eres tú quien va a escucharme. Se te ha olvidado un detalle. Yo


también te amo. Por eso, me voy a casar contigo.

Él sonrió cuando ella levantó la cabeza para mirarlo. Incluso con los hermosos ojos
mojados y la nariz roja por haber llorado, le pareció la mujer más adorable que jamás
había visto. También parecía aturdida, una reacción apropiada a las palabras que nunca
le había dicho a una mujer.

— ¿Me amas? ¿Estás seguro?

Tormand la tocó suavemente en los labios.

— Si, lo estoy.

— Ah, entonces, me casaré contigo.

— Me alegra que hayas recuperado el buen juicio.

Antes de que ella pudiese hacer cualquier comentario, él la besó. Morainn


rápidamente se vio envuelta por el deseo que el beso de Tormand le despertaba. A penas
se dio cuenta cuando Tormand la cogió en brazos y la llevó a la cabaña. En su mente,
solo existían esas tres palabras que hacían que todo en el mundo tuviese sentido. Solo
recobró los sentidos cuando estaba en la cama, desnuda, viendo como él se libraba
rápidamente de sus ropas.

— ¿A dónde has enviado a Walin? — preguntó, acomodando a Tormand en sus


brazos.

— El estará mi casa hasta que yo vuelva como un hombre comprometido. Y ahora

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es hora de celebrar nuestro compromiso.

La carcajada de Morainn acabó transformándose en un beso que demostró ser


solamente el inicio de ese sensual ataque. Él la acarició y la besó por todo el cuerpo,
haciendo que se sintiese bonita y adorada como nunca. Morainn no sintió vergüenza por
las iniciativas de Tormand, sino que se entregó a él por entero. Los juramentos de amor
intercambiados derribaron las últimas barreras de la timidez que la limitaba entre cuatro
paredes. Y la libertad que sentía ahora para expresar completamente su pasión por él
solamente aumentaba su deseo.

Mientras él se preparaba para unirse a ella, Morainn lo empujó a un lado y le


retribuyó todo lo que él le había hecho. Tormand no escondió el placer que sintió con
cada caricia, con cada beso. Ella se sintió extremadamente satisfecha al percibir que su
toque era capaz de llevarlo al delirio.

Él paseaba la lengua caliente por el cuerpo de Tormand, cuando, de repente él la


puso de espaldas.

Lentamente, abrió camino para penetrarla tan lentamente que casi gritó de
frustración. En el momento en que se encontraba bien acomodado dentro de ella, él dejó
de moverse. Ella lo miró y descubrió el amor que brillaba en esos hermosos ojos, cada
uno de un color. No dejó de mirarla cuando volvió a moverse, intensificando cada vez más
las envestidas, hasta que ella notó que los ojos de Tormand se ponían turbios,
indicándole que él estaba llegando al clímax. Cuando ella sintió que lo estaba alcanzando,
él finalmente cerró los ojos. Apretando las piernas más fuertemente alrededor de su
cintura, ella se agarró a él mientras experimentaban la más pura felicidad.

Todavía dentro de Morainn, Tormand buscó fuerzas para cambiar de posición,


sonriendo cuando ella se cayó sobre él, completamente satisfecha. Paseó las manos por
su suave espalda, pensando cómo habría sobrevivido si ella le hubiese dicho que no lo
amaba y por eso no se casaba con él. Le agradeció a Dios por no saber cómo se habría
sentido.

Saciada por el placer que él le proporcionaba y entorpecida de tanto amor, Morainn


preguntó, con el rostro apoyado sobre el pecho musculoso.

— ¿Cuándo descubriste que me amabas?

— ¿Quieres saber cuándo lo sospeché o cuando estuve seguro?

— Yo nunca lo sospeché, siempre lo supe.

— Tú eres una mujer y las mujeres siempre están más seguras de esas cosas. Yo
me consideraba muy joven para casarme. Pensé mucho en el asunto. A pesar de haber
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estado en celibato durante cuatro mese…

— ¿Has estado sin acostarte con una mujer durante cuatro meses?

— ¿Tienes que hacer que eso parezca el fin del mundo? — él suspiró. — Me dije a
mi mismo que tenía que dejar de ignorar la voz de mi corazón, que me decía que estaba
cansado de ese juego y decepcionado conmigo. Lo que no significaba que estaba listo
para encontrar una esposa.

— Claro que no.

— Tenía muchas razones para sentirme de esa forma cuando te miré por primera
vez a los ojos. Me di cuenta de que no podía continuar viviendo sin ver tus ojos de nuevo.
Pero, al mismo tiempo, me resistía a la idea de amarrarme a una mujer, no quería perder
mi libertad. Tenía una verdadera batalla interna.

— Testarudo.

— Mucho. Pero, cuando esos bastardos te capturaron, supe que te amaba. No,
admití la verdad. La forma en que me sentí al pensar que no sería capaz de salvarte… —
El respiró hondo y la abrazó con más fuerza.

— Yo también sufrí. Pero mi angustia empezó antes que la tuya. Me preguntaba


por qué me había dejado enredar por ti. Yo que había dormido tantos años con una daga
bajo la almohada, sabía correr rápido y tenía un gato arisco.

Ele se echó a reír.

— Y yo pensando que tú estabas feliz regalándome tu inocencia. Bien, tendré que


pasar por encima de mi vanidad.

— Creo que debemos volver a tu casa y contarles a todos nuestra decisión. Tengo
el presentimiento de que lo están esperando.

— Sin duda.

Tormand la besó y se levantó de la cama para coger sus ropas. Fue entonces
cuando vio el paquete que Adam le había dado y volvió a junto de Morainn. Si decir nada,
le entregó el paquete, curioso.

Ella se sentó en la cama y cogió el paquete.

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— ¿Qué es esto?

— Tu hermano dijo que cuando estuviésemos comprometidos, debíamos abrirlo.

Imaginando si Adam le estaría regalando una pequeña dote, ella desenvolvió el


paquete. Sus ojos se abrieron como platos mientras miraba los documentos. Era difícil
creer lo que leía.

— El me está regalando la cabaña y algunas tierras.

Tormand cogió los papeles de las manos de ella.

— Bien, es un bonito detalle de parte de Adam. — casi se atragantó al leer los


documentos. — ¿Algunas tierras? Por Dios, Morainn, ¿sabes cuantos acres vienen con la
casa?

— No exactamente. — ella volvió a coger los papeles de las manos de Tormand y


leyó el mensaje de Adam. — Dice que era la dote de su madre y que se siente orgulloso
de pasármela a mí. — terminó de leer el mensaje y se sonrojó. Era obvio que Adam
también tenía sus dones, como el de prever el futuro. — Dice que podrás pasarle las
tierras a nuestros hijos.

— ¿Hijos? Bien, supongo que tendremos uno por lo menos, además de Walin. Y,
para ser honesto, tengo dinero, pero no tengo muchas tierras. Si no quieres aceptar el
regalo, no necesitamos….

— No. Lo voy a aceptar porque no sería adecuado de mi parte devolver un regalo y


porque él tiene suficiente para él y no le faltará nada en caso de que tenga un heredero.
Pero, ¿y tu casa en la cuidad, Tormand?

— Es de mi familia, no mía. Tenemos una en cada ciudad donde la corte pasa


algún tiempo. — él la enlazó por la cintura y la miró a los ojos, notando que parecía un
poco incómoda. — ¿Qué te está incomodando?

— Creo que heredé mi don del padre de Adam. — le entregó la carta. — Lee la
última frase.

Tormand se quedó pasmado cuando la leyó.

— ¿Gemelos? ¿De aquí a ocho meses? — Ele la miró. — ¿Estás embarazada?

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— No lo sé, pero es posible. Entonces, ¿le llamaremos a nuestro hijo Adam como
nos pide?

Tormand se echó a reír y la volvió a acostar en la cama.

— Vamos a asegurarnos de que él tiene razón.

— Hombre pecaminoso — murmuró ella.

— Si, pero todo tuyo. De hoy en adelante, solamente pecaré contigo.

— Me alegra escuchar esas palabras, pues ya estaba pensando que habías


cambiado completamente.

— Nunca. Solamente acabo de descubrir que el amor hace el pecado más


excitante. — él susurró contra sus labios.

— Si, mi amor, si que lo hace.

Ella lo abrazó muy fuerte mientras se reía. Más tarde, le diría que la profecía de
Adam encajaba perfectamente con el sueño que había tenido. Los gemelos solamente
serían los primeros de los ocho niños que vendrían. Pero todavía era demasiado pronto
para aterrorizar a Tormand.

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