Está en la página 1de 152

Éxodos

© Joselina Rodríguez
joselinarodriguez@gmail.com

ISBN 978-987-4972-15-6
Reservados todos los derechos.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo, ni en parte,
por cualquier medio, ya sea gráfico o electrónico, sin permiso de la autora.

Rodríguez, Joselina
Éxodos / Joselina Rodríguez. - 1a ed . - Río Cuarto : Imprecom, 2019.
160 p. ; 20 x 15 cm.

ISBN 978-987-4972-15-6

1. Novela. 2. Narrativa Argentina. I. Título.


CDD A863

Impreso en los Talleres Gráficos de IMPRECOM EDITORA


25 de mayo 273 (5800), Río Cuarto, Argentina
Imprecomeditora@gmail.com

Diagramación y Diseño: D.G. Carolina Dalio

Correctora: Stella Maris Morales


stella-m-morales@hotmail.com

Diseño de portada: la autora

Hecho el depósito que marca la ley 11. 723


Primera reimpresión: Noviembre de 2019
Joselina Rodríguez

Éxodos
Novela

IMPRECOM EDITORA
Dedicatoria y agradecimientos:

A mi familia.
A la SER, Sociedad de Escritores Riocuartenses.
A Frutos, por ser mi inspiración.
A María Elisa, por el Prólogo y el aliento.
A Mirtha, por su opinión.
A los lectores.
Prólogo

Paula Molina, una escritora uruguaya, decide vender su


propiedad y abandonar su vida en La Paloma, sin más ni más.
Se instala en Málaga y allí, en una geografía diferente, quizá
porque en realidad “la vida necesita una segunda lectura”,
enfrentará nuevos desafíos.
Estamos ante una novela actual, hábilmente estructurada
en torno a los diálogos. Sus múltiples personajes, como atraídos
por un hilo invisible, se van encontrando y ensamblando.
En el discurrir de la trama transitan las infinitas maneras
de entender el mundo, el límite entre lo eterno y lo humano,
la búsqueda del conocimiento, la historia, el arte, la filosofía,
la religión y el origen mismo de la humanidad.
Pasando a través del tamiz de la experiencia de los
personajes, en el viejo mundo, es donde las situaciones
difíciles que también ocurren se transforman en nuevas
oportunidades. Y cuando todas las piezas encuentren su
sitio, Paula Molina verá el rompecabezas como una imagen
completa: la de una mujer que está escribiendo su propia
historia.
Joselina Rodríguez nos invita a “vivir hoy, por si mañana no
se puede” y nos acompaña en esta, su primera novela, a “dar
una vueltecita por Europa”, para reflexionar sobre nuestras
propias concepciones. Si como dice Isabel Allende, la escritura
puede ser profética, es posible que, en este viaje, estemos
cerca de lograr “una alquimia para que las condiciones nos
permitan ser más felices”.
“Éxodos” nos cuenta una historia dentro de otras historias:
la de una decisión y las mil posibilidades que surgen de cada
elección; su lectura nos deja un aroma redentor y la íntima
convicción de que aquello que buscamos está en nosotros
mismos.

María Elisa Bernasconi

*Los entrecomillados corresponden a diálogos entre personajes de


la novela.
1

14 de abril de 2014. Al fin llegué a Málaga. ¡Tanto tiempo


que me lo tenía prometido! La hostería que contraté por
internet es tal cual las fotos. Sin embargo, falta animación
por la escasez de huéspedes.
Vengo con la cabeza y el corazón trastocados. Resuenan
en mí, una y otra vez, las palabras de Roberto cuando, al
despedirnos, me dijo acerca de un poema que le había
regalado una semana antes: Es precioso, pero trastorna,
causa destrozos, es puro deseo; despierta instintos ocultos…
¡De verdad, mujer, no me había pasado con ningún otro
escrito!
Eres valiente; me gustó haberlo leído, pero no sé qué
extraña razón te hace confiármelo sin casi conocerme.
¿Sabes?, la confianza y la inocencia dan mucho
beneficio, si aciertas en dirigirlas hacia un buen objetivo.
Ahora que te vas, quisiera saber toda tu vida; escríbela
y me la envías...

No sé si he de escribirte o elegiré olvidarte. Me ignoraste


por meses y ahora, quieres conocerme… ¡Ay, Roberto!
Ese tiempo que compartimos en La Paloma, mientras
tú me ayudabas a restaurar esa vieja cabaña, herencia de
familia, para que con su venta me viniera a España; ese
tiempo, hubiera querido prolongarlo entonces.
En cambio, tú parecías conservar sin esfuerzo una

11
respetuosa distancia que yo deseaba vencer hasta último
momento. Por eso te regalé el poema…
Creí que tu vida era aquello que vi al encontrarte en
la costa: un modesto pescador, que arreglaba botes, o
cabañas, o sillas desvencijadas, como me dijiste.
Pero luego, al decir que casi no te conocía, comprendí
que el resto de tu historia me la había imaginado.
Cuando te dije que era escritora, no preguntaste por
mis obras, solo te remitiste a decir: Tu poema es precioso,
tiene de todo, tiene la hechura de los poemas que me
remueven por dentro.
Amigo: Es cierto que soy valiente, y confiada, también.
Pero corres con ventaja…
¡Basta! Estoy en Málaga. Y voy a dejar de pensar en ti,
Roberto.
Conversaré con el dueño de la hostería, o el encargado,
no sé qué es...
—Buenas tardes, vengo a registrarme. Cuando llegué,
me dijo el mozo de la recepción que me diera una vueltecita
como a esta hora y lo hallaría a usted.
—Es un placer recibirla, señorita… —dice, mientras me
entrega una lapicera y el formulario de ingreso.
—Soy Paula Molina, uruguaya. —Estrecho su mano,
grande y cálida, sonrío, y no aclaro nada de mi estado civil.
—Ponga allí su ocupación…
—¡Ah, sí! Escritora.
—Me llamo Enrique Luis Fernández. De Uruguay, creo

12
no conocer escritores. De Argentina, me gusta Cortázar,
aunque apenas lo he leído, Sábato, Borges y alguno más,
no recuerdo.
—Pues me alegra pensar que vamos a hablar de
literatura alguna vez. Además, usted es de Madrid, ¿verdad?
Me encanta la entonación de los madrileños.
—Así es. Nací en el corazón de España... Creo que
fue Gaudí quien dijo que la virtud está en el punto medio
—expresa con un mohín—, pues en el Mediterráneo se
impone la visión correcta de las cosas, sobre la cual se
sustenta el arte equilibrado y bello.
—¡Ajá!, aquí lo proporciona la luz meridional: ni
demasiada, ni poca, porque ambas ciegan... —respondo
mirando hacia el amplio jardín al ingreso del hotel—.
Esperaré a mañana para salir a disfrutar del paisaje. Hoy
estoy extenuada de tanto viajar.
—No quiero agobiarla, acaba de llegar. Podemos
servirle la cena en su cuarto, si lo prefiere.
—No. Tomaré algo ligero aquí, en el salón, y veré la
gente que se hospeda.
—No verá muchos. Los fines de semana o en vacaciones
es cuando más se llena.
—Bueno. Iré a desempacar. Luego, bajo.
—Mi mujer está haciendo un cocido madrileño que no
se lo salta un gitano, le sale para morirse de gusto. Pero, si
prefiere, le haré algo livianito.
—Se lo voy a agradecer.

13
2

Hay tres mesas preparadas para la cena, y yo, en una


esquina del salón, aguardo, mientras pruebo un bocadillo y
una cerveza. Aparecen los comensales: un par de señoras
mayores llegan en ascensor con una conversación animada
que no interrumpen al sentarse. Una pareja risueña con
una pequeña provienen de una sala contigua. La mujer
y la niña me saludan. Por último, un hombre solo, con su
cámara fotográfica colgada del cuello, ingresa de la calle,
se arrima al barman, le pide algo y se sienta en una butaca
de la barra. Recibe el aperitivo y lo lleva a su mesa. Y allí, al
sentarse, recién parece descubrirme. Me hace una especie
de venia, con dos dedos, y deja de mirarme.
Con un sentimiento placentero, me levanto con
suavidad y me voy por las escaleras a mi habitación. Es un
lugar acogedor, creo haber elegido bien.
A la mañana siguiente, me despierto tarde. Encuentro
en el pasillo al fotógrafo, sin su cámara, unos metros
adelante. Como el ascensor ya está abierto, me saluda y me
da paso con una reverencia un poco exagerada. Deduzco
que es muy gestual. Sonrío. Ingreso y me quedo mirándolo,
como esperando alguna otra gracia. Sin embargo, él asume
una postura circunspecta y descendemos en silencio.
En la planta baja nos espera Enrique Luis, interesado
en saber cómo pasé la noche, si tuve un buen descanso.
—Me siento estupenda y con deseos de desayunar
aunque sea tarde —digo.

14
—Con todo gusto —responde—. Enseguida se lo sirven.
¿Y a usted, Fernando, lo de siempre?
—Sí, por favor.
—Supongo que ya se han presentado…
—No —dijimos al unísono.
—Señorita Paula Molina, tengo el honor de presentarle
a nuestro excelente fotógrafo paisajista Fernando Vallejos
Parra.
—Encantada…
—Un placer. ¿Podemos compartir el desayuno?
—Desde luego; soy recién llegada, me vendrá bien un
poco de conversación.
Y así nos sentamos los dos y comienza un pequeño
juego de complicidad donde acordamos que él me mostrará
algo de Málaga que ni los malagueños conocen.

En medio de nuestra charla, dice ser muy bromista con


las cosas importantes.
—Ser consciente de mi fragilidad me hizo fuerte.
Me forjé flexible y firme en mis convicciones, como para
ponerme a escribir de ello.
—¡Un momento! Que la escritora soy yo. —Reímos.
—Siendo así, me retiro antes de comenzar.

15
Salimos a recorrer a pie y cada tanto me paro a espiar y
admirar los movimientos de mi histriónico nuevo amigo. De
pronto, pasa entre nosotros una callejera, y Fernando hace
un comentario que no me esperaba, algo así como que las
respeta demasiado, que no se acostaría con ellas, pero les
reconoce mucho valor. Son personas dignas y trabajadoras.
—Buen punto de vista, no se es más hombre o más
macho (como dicen por el Río de la Plata), por ir con más
minas. Respecto a por qué hay mujeres que cobran por sexo,
una vez leí un reportaje a varias. Era notable, en su mayoría
sentían que la suya era una función social necesaria, pues
ellas eran capaces de dar oído y consuelo a hombres que en
otro lado no lo encontraban —digo.
Luego él amplía su discurso; dice que a la mujer en
general la ama y la respeta tanto como para no ofenderla
con propuestas sexuales. Lo más hermoso es que le abran
el corazón como verdaderas amigas.
—No estamos muy sobrados de amistad verdadera.
¿Tú qué dices? —interroga, con esos ademanes a los que ya
me está acostumbrando.
—No me ha costado conservar buenas amistades. Más
difícil es encontrar un buen marido.
—¡Ah, nunca intenté buscar uno!
—¿Y una esposa?
—Sí, pero me dejó hace años.
—A mí, me dejaron hace poco —digo, y ya no puedo
hablar más porque nos hallamos subiendo una escalinata
de piedra que me quita el aliento.

16
Al llegar arriba, hay unas mesas. Nos sentamos a beber
unas manzanillas y le pregunto cuáles son sus lecturas
preferidas.
—Todas. En estos momentos, una novela de amor
que no reniega del fracaso. Ni condena el resbalón ni el
desacierto. Cuenta que la perfección no existe y por lo tanto
se reduce el riesgo de frustración y desencanto.
—También es necesario saber que a algunos les va bien.
Como para mantener el equilibrio en el mundo —digo.
—A mí me tienta la imperfección…
—¡Qué maravilla esto y la brisa marina! —digo mirando
en derredor.
—¿Verdad que es bonito? ¡Oye! Tengo un amigo
historiador, te lo presentaré un día, es un verdadero
erudito, un tipo que ve el mundo y cree que un libro puede
mejorarle. ¿Manías de protagonismo? Quizá… Lo investiga
todo, solo habla de lo documentado.
—¿Cuántas historias pueden existir y no se conocen?
¿Cuántos documentos se han perdido o quemado?
—O no se han escrito. Pero de eso testimonian los
antropólogos, los arqueólogos… Y tú… ¿de qué escribes?
—Cuentos y poemas —respondo.
—¡Vaya…!
—¿Por qué no bajamos? ¿No nos espera Enrique Luis
a almorzar?

17
4

Ya en la comida, me habla como si me conociera de


siempre.
—¿Sabes de qué no escribiría?, de religión. La historia
sagrada alguna vez fue bestseller —dice—; hoy habría
que reinterpretarla. No me gusta un libro que habla del
hombre, como si la mujer no tuviera parte. ¿O el hombre
creó una historia en la que un dios lo creaba, solo por tener
ascendencia divina, sin pensar en la mujer? La mujer estuvo
y está para algunos como fuente de gozo de los hombres
ciegos. Afortunadamente la vida es breve, pero la historia
es eterna. Y la verdad tiende a sobresalir. Hubo un tiempo
mítico y feliz. Era el reinado de la Diosa, paridera de todo lo
viviente… Pero es muy largo de explicar, hablemos de algo
más prosaico, ¿qué te trajo aquí? Me gustaría saber de tu
niñez, ¿tienes alguna fotografía de pocos años?, ¿ya eras
tan bella como ahora? ¡Disculpa, no sé nada de ti!
—Tienes todo el tiempo frases geniales, llenas de
espontaneidad, ¡te salen de las tripas!, no del cerebro —
digo como un elogio que lo vuelve pensativo.
Y por un buen rato nos dedicamos a saborear en
silencio un pescado delicioso. A la altura del café, pregunta:
—¿Cuáles?
—¿Cuáles qué?
—¿Dije frases geniales? —Acentúa con escepticismo.
—Ah, eso. Algo así como: “No me cambio por nadie”, o

18
“Soy como me gusta ser”. Y… “el hombre creó una historia
en la que un dios lo creaba”. Esa me sorprendió.
—Un día me di cuenta que me gusta ser como soy. Pero
no fue a la primera.
—También dijiste: “Todo está en su lugar”, y coincido
plenamente.
—Esta tarde tengo trabajo. ¿Podrás arreglártelas sin
mí?
—Desde luego. ¿Pero vas a mostrarme alguna de tus
fotografías?
—Pronto…

—¡Es bonita la vida! Cuando lo descubres, ya no te


importa que acabe; sería demasiado peligroso que algo
tan bueno fuera para siempre —me saluda Fernando, a la
noche, llegando por detrás. Le encanta sorprender.
—¿De verdad te gusta tanto? —digo, intentando no
mostrar mi sobresalto.
—Me gusta hablar contigo, amiga, y Andalucía activa
tus neuronas. Ya eso hace más bella la vida. ¿Quieres
acompañarme? Antes de cenar, quisiera mostrarte la torre
de la iglesia, iluminada como está, más la incidencia de la
luna. Es un espectáculo precioso. Acabo de verla.

19
—Bueno —balbuceo—. ¿Y regresaremos?
—Chi lo sa? Si quieres, sí.
Y allí vamos a ver la luna y el campanario, algo que
podría ser en otra circunstancia una salida romántica, pero
él me cuenta pormenores de la construcción del templo y
me enseña el baño de luna con ojos de fotógrafo.
—¿Por qué no la fotografías?
—Ya le tiré varios disparos antes de ir a buscarte.
—Y después, ¿eliges la mejor para publicar o las
retocas?
—Depende… Es como un lienzo, puedo dar pinceladas
eternamente, según sea el propósito, si es para publicar, o
para concursar.
De regreso a la hostería, pregunta por mis relatos; qué
me inspira, y cuántos libros he publicado.
—Dos de cuentos y relatos breves, y tres de poesía.
Pero hace unos años que no lanzo nada, escribo poco.
—¿Por qué?
—No lo siento necesario. Tengo material suficiente,
pero no le voy a meter mano hasta que no se aclare el
panorama adentro —digo, tocándome el pecho.
—¿Desilusiones amorosas? ¿Dudas existenciales?
¿Inconformismo?
—Todo eso. Además, en cada lectura, le encuentro
defectos nuevos a lo ya editado y es fatal. Pruebas de
crecimiento, de aprendizaje y de los cambios de estado
de ánimo, también. Nos pasa a todos que, después de

20
publicar, decimos: ¿Cómo se me escapó esto, si lo leí tantas
veces? Por eso, los grandes, en cada reedición, vuelven a
corregir y no por un corrector sino por varios. El camino es
empedrado pero venturoso.
—Hacerse entender es difícil. Ni Jesús de Nazareth, ni
Gautama escribieron una sola línea. Por algo será.
—Cierto. Aún no conozco tus fotos, pero son un modo
de expresión, sin duda, cuando eliges y dices va esta, estás
diciendo algo. Y quizá quien la mira hace otra lectura. Pasa
igual con la obra pictórica…
—A veces, sueño algo que quisiera mostrar con una
imagen. Los sueños también son una obra estética.
—Tal vez, la más antigua. Nosotros mismos somos
actores, espectadores, el teatro donde se desarrolla y
la historia, que puede mezclar realidad, ficción, algo
sobrenatural… Me suele suceder irme transformando a lo
largo del sueño en otros seres, a veces animales. Y también,
si es tan fuerte lo que estoy por ver o está por ocurrirme, no
lo soporto, y me despierto —digo.
—Aquí tendríamos la posibilidad de una interpretación
teológica o sicológica. Quizá te autocensuras o quizá vienes
de un paseíto por el infierno. Lo he leído por ahí y tal vez
sea así con mis pesadillas, que viajo por el infierno, ¿por
qué no? Todo es tan raro que hasta eso es posible.
La compañía de Fernando es interesante, pero me
propongo en adelante asistir a otros lugares sola, para
ampliar el espectro de conocidos, pues pienso quedarme
bastante tiempo por acá. Mañana veré qué le digo.

21
6
Me acerco a la madre de la pequeña llamada Lila y a
Enrique Luis que, enfrascados en su conversación, parecen
no oírme llegar, y escucho:
—El universo se reduce a la unidad, todo sucede en ese
punto, por decirlo de alguna manera. Fuera de ese “lugar”
en que somos uno con lo divino, nada es. Quiero decir,
fuera de esa unidad nada existe.
—Lo dicen algunos físicos o casi todos. Pero antes lo
atisbaron los místicos.
—Tú eres yo y yo soy tú y los dos somos uno. No hay
cielo fuera de nosotros; el cielo no es un lugar apartado al
que se accede por una escalera —afirma él.
—Todos los grandes iniciados y sus tradiciones dicen
lo mismo.
—¡Buenos días! —digo—. ¡Qué filósofos estamos!
—¡Buenos días, señorita Paula! No sabe lo bien que
se nos dan estos temas. La señora Violeta es gnóstica; y
su esposo, siquiatra, y también tiene una conversación
interesante. Yo solo soy un aprendiz.
—Buenos días, Paula. Voy a buscar a Lila y, si quieres,
desayunamos contigo. Hoy mi esposo permanecerá en el
cuarto. No se siente bien —dice Violeta.
—Sí, las espero.
Cuando regresan, la conversación es en torno a la niña
y a su muñeca. Al terminar de beber su leche, Lila pide
permiso para alejarse a jugar al jardín. Entonces, interrogo:

22
—¿Desde cuándo eres gnóstica, Violeta?
—Desde jovencita. Es fácil descubrir que todo el
conocimiento está adentro nuestro, solo que lo olvidamos
al nacer. Nacemos con un tres por ciento de la esencia, de
la chispa divina, y la conciencia dormida… Para despertarla,
para llegar al conocimiento, se necesita recorrer cuatro
caminos: el arte, la ciencia, la filosofía y la religión, para
volver a unir el alma con el Origen.
—¿Y cómo se logra el despertar de la conciencia?
—Estando aquí y ahora. Auto-vigilándonos cuando
la mente se nos escapa al pasado o al futuro. Haciendo
meditación. No dándole oídos al ego.
—Es muy interesante, sin duda. ¿Tendrías algún libro
para prestarme?
—Sí, con todo gusto. Ya subo y…
—Pásamelo en la cena, por favor. Así salgo a caminar
ahora.
—De acuerdo. Nos vemos.
Al salir al jardín, veo a Lila que se ha trepado por la
enredadera que crece junto al muro del hotel y, como a tres
metros de altura, coloca mal el pie y se viene de espaldas.
Alcanzo a correr y la atajo en mis brazos. A la vez, ambas
gritamos del susto y todos salen a vernos. Violeta y Lila
me llaman heroína y ángel, su padre desde la ventana del
segundo piso también me agradece. Para no cargar de
dramatismo el momento, me reservo lo que veo: de no
haberla atrapado bien, su cabecita habría pegado sobre
una banca de mármol que hay allí cerca.

23
Al echar a andar, pienso que podría empezar a tomar
notas de todas estas conversaciones, y luego escribir
crónicas, a mi regreso. Pero qué tontería, esto es tan
hermoso… Prefiero pensar en quedarme.
Llego al mercado callejero del puerto donde hay
una amplia gama de productos, alimentos, ropa, bolsos,
discos, libros, joyas hechas a mano, y converso con varios
vendedores, en especial con una mujer gruesa y de voz
potente que hace unos tapices bordados a la antigua. Me
impacta particularmente uno de un toro caído de bruces,
que mana mucha sangre porque ya le han dado la estocada
final.
Ella me pregunta si me gusta. Le respondo que su
arte de bordar, sí; la imagen del toro sufriendo, no. ¡Pero
el torero también arriesga su vida!, retruca. Pero es su
elección; el animal no elige, respondo, y trato de alejarme.
Entonces me retiene con su charla provocativa:
—¿Usted es de Sudamérica, verdad? Los de allí
siempre ven barbarie en la corrida de toros. Algunos vienen
de turismo, pero reniegan de la Madre Patria y de nuestra
conquista. ¡Tiene que entender: fue el destino, y se cumplió,
nos guste o no! —exclama con vehemencia.
—La historia nunca es como nos la cuentan en los
colegios. Ahora me da pena haber celebrado de niña, cada
12 de octubre, la ocupación de mi tierra por parte de España,
a la que sigo amando, aunque ignoré durante años el precio:
el sufrimiento de sus antiguos habitantes. Pero eso también
ocurrió en otras partes del mundo y algunos países, o sus
gobiernos, comprendieron el disparate que hicieron sus
antecesores. Precisamente, unos días previos al viaje, vi

24
en las noticias cómo en Canadá y luego en Australia, los
gobiernos pedían perdón a los pueblos originarios, por el
abuso de siglos que los blancos les habían infligido desde el
apropiamiento de sus territorios, pasando por la matanza y
la esclavitud de los descendientes. Adiós. Seguiré mi paseo.
—¡Vaya usted con Dios!
Al voltear para alejarme, tropiezo con un señor que,
tras hacer malabarismo, salva la botella de vino que casi
le tiro al piso. Nos detenemos a mirarnos. Yo me disculpo,
avergonzada. Él comienza a reír y dice:
—Es un vino de Jerez muy bueno. Suerte que no se
desperdiciara.
—Fui muy torpe. Discúlpeme.
—¿Viene sola? ¿Puedo invitarla con unas tapas?
—Debería invitarlo yo…
—De ninguna manera. Soy Juan Carlos Jerez Soloa, un
servidor.
—¡Jerez como el vino! —digo.
—¡Qué afortunado soy al cruzarme con la dueña de
esa sonrisa!
—¡Ah, todo un seductor! Me llamo Paula.
—Beso su mano, para no resultarle atrevido, porque
aquí nos saludamos con dos besos.
Divertidos, nos sentamos.
—¿Le parece si pedimos un vino como este, pero
fresco? —dice.

25
—Sí, pida usted lo que crea mejor y yo aprendo.
Comemos, bebemos, disfrutamos la brisa marina, el
paisaje de los veleros en el muelle y de un crucero, mar
adentro. Hablamos de muchas cosas, especialmente de
Uruguay y comenzamos a tutearnos.
—Casi te he contado mi vida. Dime algo de ti.
—Resumiendo: soy historiador. Tengo varios libros
escritos sobre la historia de España y de Europa.
—¡Ah, caramba! ¡Qué interesante! Historia es lo que
menos sé. Además de literatura, mis lecturas suelen ser de
ciencias naturales y de viajes. Amo las crónicas de viajes.
—La historia, la verdadera historia, sabes lo que quiero
decir, es alucinante. Imagina que la historia que conoces
es falsa, que existieron acontecimientos que están ocultos.
¿Por quién? ¿Quién cuenta la historia? De eso depende. ¿A
qué organismos, gobiernos o instituciones les interesa que
no se sepa demasiado? ¿Y si lo que tenemos no es original?
¿Si hubo un robo histórico y descubrirlo nos hiciera avanzar
mil años? ¿Te has planteado eso?
—No tan así, pero acepto que en toda historia hay más
de una versión.
—Mira, por ejemplo, la historia de la humanidad.
Ahora las feministas quieren recuperar el matriarcado. Pero
el Matriarcado fue por ley natural el primer gobierno de la
Tierra. ¿Te sorprendes? Entrecierra los ojos y sígueme con la
imaginación: En la antigüedad, un pueblo bárbaro y medio
salvaje celebra por todo lo alto el fallecimiento de uno de
sus miembros: le espera una existencia dichosa y feliz. En

26
cambio, al nacer un bebé, todos entristecen sabiendo los
rigores y heridas que le reserva la vida.
Los griegos, que aún no son tan griegos, están
alucinados, quisieran conocer a esos dioses de los salvajes,
pronto se entregan en cuerpo y alma en brazos de Dioniso
y en los hechizantes cánticos de Orfeo, que curan el cuerpo
y el alma.
Ya han aparecido los dioses y todo se contamina. La
Diosa, la Creadora, la Madre ha sido despojada del trono.
Los dioses han interrumpido el orden primero y, con
ellos, los varones son ahora quienes se ponen encima.
Desde que desapareció el matriarcado y aparecieron
los dioses, vamos de mal en peor. La mujer tiene algo que
los varones no ven —concluye.

—Me gusta tu versión, y no me parece tan bárbaro


celebrar la muerte, que es un portal a otra dimensión,
posiblemente mejor. Además, intuyo que el cielo y el
infierno están aquí, o adentro nuestro, o como planos
paralelos a nuestra existencia —digo.
—Literatura: arte de narrar historias —retruca,
como con prudencia—. Insospechado entretenimiento.
Incomprensible enigma que crea vida y nuevos horizontes,
que despeja territorios y los hace habitables, abre puertas
a la historia. Es más, cada una se apoya en la otra. Yo no
escribo nada que no vea documentado, pero necesito de
la literatura para contar la historia. Hay libros de historia
que, como algunas palabras, son eternos. Si el investigador
no es tendencioso, la Historia se libera de sí misma, y del

27
peso que supone para ella que en sus páginas estén escritas
mentiras ciclópeas.
Guardo silencio para digerir sus palabras, mientras
contemplo el desplazamiento de algunas embarcaciones
y el reflejo del sol en el agua me encandila. Entonces, me
coloco los lentes oscuros y digo:
—Para mí, la naturaleza es en sí una obra de arte del
Creador. Luego, todo el arte que creamos nosotros imita a
la naturaleza, por aproximación o por defecto. No creo que
engañemos a la historia, siempre se engaña a la gente; pero
que contamos mentiras en la historia, sí —concluyo, y me
quedo mirándolo. Me gusta ese hombre.
La tarde avanza. Me propone caminar, pero parte hacia
el centro. Yo pensaba seguir por la costa. No lo digo. Quizá
tiene otras ocupaciones mejores que entretener a una
turista. De repente caigo en la cuenta que tal vez sea el
amigo de Fernando y se lo pregunto.
—¡Vaya! ¿Qué te ha dicho de mí? —Creo ver una
incomodidad en su rostro.
—Si mal no recuerdo, que eres un erudito...
—¡Ay, este Fernando es tan bohemio!, pero nos
apreciamos.
Llegamos a la puerta de la hostería, toma mis manos y
besa mis mejillas.
—Uno de estos días, te llamo para que salgamos a
cenar.
—De acuerdo —digo y me quedo pensando que no
hemos hablado de nuestro estado civil, ni de compromisos
sentimentales. Pero se me ocurre que una mujer lo espera.

28
7
Le comento a Enrique Luis que he paseado por el
puerto. Y quisiera ir a la playa de Torremolinos en cuanto
pueda. Él me habla de una senda que enlaza los catorce
municipios de playa de la provincia.
—Me dijeron que Ronda y Antequera son lugares
extraordinarios para recorrer a pie. Desde luego, quiero ir a
Antequera, la tierra de mis abuelos —digo.
—El casco histórico de Málaga tiene algunas calles
peatonales, si le gusta andar... Y, si se anima a ir más allá,
llegue hasta La Malagueta y de ahí, a los Baños del Carmen.
En eso, se acerca Fernando y agrega:
—¡Menuda panorámica, desde allí verás todo el mar y
la ciudad al fondo!
—Bueno, bueno. ¿Ustedes creen que cuento con tanta
energía? Me apabullan. Ahora mismo, voy a descansar. Hoy,
he caminado y tomado bastante sol.
—¿Sola? —pregunta Fernando.
—Luego hablamos —respondo, tomando el ascensor.

8
—Me gusta lo imposible —dice Fernando, en un
momento de nuestra conversación durante la cena, para
captar mi atención.

29
—¿Por qué lo dices?
—¿Puede existir lo natural y lo sobrenatural al mismo
tiempo? ¿Vida y muerte son compatibles? Creo que
se repelen. Nuestro mismo lenguaje ya nos confunde,
deberíamos trascender la estrechez del idioma, cada
palabra es un enigma en quien la dice. Nunca estaremos
de acuerdo con la palabra, ya sabes, amiga. Pero en la
fotografía, conviven de maravilla. Mira esta paloma: yace
en la acera, con un ala entreabierta, dándole paso a una flor
de hierba silvestre que brotó allí.
Observo la fotografía, la primera que pone en mis
manos. La juzgo extraordinaria.
—Pero eso no es todo —continúa con apasionamiento—.
En la siguiente toma, la incidencia de la luz ha formado un
halo por detrás del ave, parece que su alma se desprendiera
y se elevara. Es una foto al natural, sin retocar, sin efectos
especiales. —Ríe—. ¿Qué crees?
—Eres un gran fotógrafo, y creo que Dios quiere
conmoverte, sembrándote esta duda, para que dejes un
poquito tu realismo.
—Desde luego tú haces bien, es lo más sencillo creer
en un Dios creador que sabe lo que hace con todo y por
todos. Este amigo tiene dudas y no las tiene… Realmente,
no necesito a Dios para ser feliz. No soy ateo. Soy creyente
en cosas imposibles.
—No hay nada imposible. Lo estamos viendo. Hay que
rendirse ante la evidencia, existe un punto donde todo lo
semejante se une, se hace de la misma naturaleza.
—Eso tal vez justifique nuestro encuentro —dice,

30
desplegando su encantadora sonrisa y elevando la copa
para brindar.
—¡Por la amistad! Y por haber llegado a Málaga —digo,
emocionada.
—Si todo sale bien, seré tu esclavo un año; haré lo que
me pidas, haré un milagro para ti sola, te enseñaré todo, a
ver si quieres quedarte conmigo para siempre, ¡ja, ja, ja!
—¡Epa!
—Es una broma, mujer. Todavía no me conoces…
—¿Por qué dijiste un año?
—Es el tiempo que podré extender mi estadía aquí.
Luego, la revista turística para la que trabajo me dirá a qué
otra zona le interesa enviarme.
—¿Me mostrarás otras fotos?
—Desde luego, y puedes opinar lo que consideres. Te
permito que seas dura, aguanto bien los golpes. Pero no te
pases —dice con ese humor tan propio.
—No quiero que siempre seas mi guía. Algunas cosas
quiero descubrirlas por mí misma. Y no es un rechazo a tu
compañía. Pero vine a España a hacer una vida más libre, sin
ataduras, sin tener que esperar a nadie para ir adonde me
plazca o adonde me lleve la intuición. Eso... Quiero escuchar
la voz de mi intuición, que la tenía un poco acallada.
—¿Acallada por qué, o por quién?
—De eso te contaré otro día.
—¿Y de qué, sí, me contarás hoy?

31
—Hum… que conocí a tu amigo Jerez en el puerto. Lo
desvela la idea de que la historia está tergiversada y pudo
ser de otra forma.
—Ese majadero habrá intentado conquistarte. No lo
dejes. Es muy chulo.
—De ninguna manera. Fue todo un caballero. ¿Tiene
familia, no? Digo, mujer.
—Tiene dos, a falta de una, y con niños. Y con mutuo
consentimiento, ninguna lo deja.
—¡Y así todo, le queda tiempo para investigar y escribir!
—Reímos.
Cambiando de tema, Fernando me pregunta qué libro
de poemas le recomendaría.
—¿Leíste alguna vez al argentino Roberto Juarroz? No
conozco toda su obra, solo algo de su Poesía vertical, por
ejemplo...
Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es.
Buscar al pájaro para encontrar a la rosa,
buscar el amor para hallar el exilio,
buscar la nada para descubrir un hombre,
ir hacia atrás para ir hacia delante.
La clave del camino,

32
más que en sus bifurcaciones,
su sospechoso comienzo
o su dudoso final,
está en el cáustico humor
de su doble sentido.
Siempre se llega,
pero a otra parte.
Todo pasa.
Pero a la inversa.

Cuando concluyo, me aplaude y dice:


—¡Bravo, bravo! Recitas muy bien.
—No exageres, Fernando; pero si te gusta, tengo el
libro. Te lo puedo prestar. Subo a buscarlo, y me despido. Ya
la cena se ha extendido mucho. ¡Mira, si somos los últimos
en el comedor! Y, además, estoy muy cansada.
—Vale, Paula, descansa. Me lo das mañana.

—Buen día, Fernando. ¿Hoy no has salido a tomar


fotos?
—No. Estoy escribiendo unas breves notas para

33
acompañar todo este material que debo enviar a la revista.
De paso, te lo enseño, quizá me echas una mano y me dices
si está bien escrito.
—Con todo gusto. Pero primero tomaré un desayuno
bien completo. O el cambio de hemisferio aún no me va, o
el estrés que traía era mayor que el supuesto.
—Ya verás, el aire marino y el sol te compondrán en
unos días. ¿Qué libros traes ahí?
—El que te prometí anoche y este que me prestó
Violeta el otro día. Iba a devolvérselo recién, pero dijo que
me lo quede. ¡Puedo prestártelo también!, si gustas.
—¿Es trascendente?
—Creo que sí. Esclarece cosas que en la Biblia suenan
injustas y parece que solo fueron mala interpretación del
escriba...
—Ah. Es gnóstico —dice Fernando mientras lee la
reseña.
—Espero que te agrade, y no me tomes por mojigata.
—Me gusta dialogar contigo, tu alma es buena, entrarás
al cielo. Algunos no saben que el cielo está aquí delante
de nosotros y no lo vemos. ¿Cuántas veces al cabo del día
tienes delante de ti a Jesús y no lo ves? Este que ves es
Jesús; y aquel que va por la calle y no lo conoces. Y luego
nos ponemos a buscarlo en libros y tratados.
—Tienes razón. La mente no razona, el ego quiere ser
inmortal, le gusta el mundo y es capaz de inventar un dios
que lo aleje del Dios verdadero, y no sale de ese laberinto
—digo.

34
—Una vez encontré un labrador en el campo, en
un pueblo de Toledo, era muy anciano, tenía más de 96.
Nací allí cerca; yo tenía como unos 30 años. Me senté a su
lado. Nos hicimos amigos. No había ido a la escuela y sin
embargo tenía una sabiduría admirable, conocía todo lo
que se debe saber, su alma estaba preparada para el cielo.
Tenía los ojos llenos de vida, una vida luminosa y feliz. Vi
cómo chisporroteaba la vida dentro de él.
—El hombre primitivo sacralizaba todo, vivía en
comunión con lo que lo rodeaba. Y quizá, la gente de vida
sencilla, de campo, conserva algo de ese hombre primitivo.
Lo dice este libro y también lo dijo tu amigo historiador.
—El conocimiento que se busca es una trampa. Solo
vale el que llevamos dentro —dice Fernando.
—No lo creo, más trampa me parece la ignorancia y
las suposiciones erradas. Tenemos muchas percepciones
equívocas provocadas por el ego, que se nos van a ir
aclarando cuando nos dejemos guiar por el Espíritu Santo y
alcancemos “el conocimiento”; así como los budistas dicen
“la iluminación”.
—Acá dice: “Si atacas el error que ves en otro, te harás
daño a ti mismo. No puedes conocer a tu hermano si lo
atacas...”.
—Sí. Los juicios siempre entrañan rechazo —destaco.
—¡Vale, voy a leerlo! Nuestro problema más agudo
es la razón o, como bien dices, nuestro ego. Mi ego dice
que debo quedar bien con este envío para que el editor me
mande pasta. Ahora, ¿me ayudas?
—Te ayudo —respondo—; pero, definitivamente, no

35
creo que Dios prohíba nada. Son los hombres que por tener
un lugar de privilegio han inventado dogmas, guerras santas
y cruzadas, sembrando miedo y prohibiciones por doquier.
Entre Dios y yo hay solo amor, nada de temor.
—Estoy de acuerdo contigo. No hay que desperdiciar
nada, la vida es buena así como es. Aunque no hace falta
coincidir, no somos la misma persona. ¡Tantas veces no
coincidimos con nosotros mismos!
—Lo importante es comprender y respetar al otro, aun
sin coincidir —digo.
—Aprenderé mucho contigo, quizá Dios te ha puesto
en mi camino para enseñarme a escribir bien. Eres lo que
necesitaba. Pero mira qué lejos has ido a nacer.
—Pero si escribes perfectamente…
—Pues lo he releído y no me convence.
Al concluir la corrección, tras unas breves sugerencias,
Fernando me dice:
—Amiga, eres un tesoro americano con sangre
española. —Y sin más, me planta dos besos en la comisura
de la boca.
Ruborizada, me paro y le anuncio que saldré a pasear
y comeré con nuevos amigos. Me alejo para no darle lugar
a preguntas.
—Haces bien, yo también tengo cosas que hacer —dice
entre dientes.

36
10

Efectivamente, el historiador me había llamado. Me


invitó a ir de tapas por la noche y prometió presentarme
gente interesante.
Joaquín, uno de sus amigos con el don de la oratoria,
cuenta unas anécdotas que parecen relatos de ficción,
llenos de suspenso y algo esotéricos también. Su hermana
es una mujer delicada y extraña, con una peculiar mirada.
Se llama Iris y dice que pronto revelará algo, pero antes
quiere saber qué opino de la videncia, y si le temo.
—Para mí, las brujas y los magos, de antes y de
ahora, son los sabios, los intuitivos, los que se animan a
experimentar, una especie de científicos natos. Los hay con
buenas y con malas intenciones, pero no les temo —digo.
No me revela nada, quizá lo haga otro día. Estamos en
un lugar muy bullicioso, lleno de animación. Juan Carlos
Jerez me abraza un par de veces mientras ríe a carcajadas.
No quiero ser prejuiciosa, pero me alejo un poco. Luego,
salimos, todo el grupo, rumbo a otro sitio, a una calle de
allí.
En la nueva taberna, me acomodo entre Iris y su joven
hermano, Joaquín, a quien una camarera del lugar parece
coquetearle. Le dice que lo conoce bien, que la observe a ver
si la recuerda y le guiña el ojo. Me maravilla su desparpajo,
pero no digo nada. Solo disfruto la escena. Cuando la niña
se aleja, Joaquín me cuenta:
—No la conozco. Al menos no de esta vida. No imagino

37
amar a una mujer dejando a un lado su alma. Sería un
engaño. No puedo engañar a alguien gozando su cuerpo sin
importarme su alma —insiste—. Es algo que traslucen mis
relatos: abomino la infidelidad. Solo la tolero en los demás,
porque no puedo pretender que mis amigos sean como yo.
—Tienes una mirada franca. Elijo creerte —le digo.
—Una vez, siendo muy joven, tenía 19 años, unos
amigos me llevaron de putas. No quería. Me vi obligado a
entrar. Me dije: Bueno, tomaré una cerveza y nada más. Una
de ellas vino a por mí; yo estaba en la barra con mi vaso, y
mis amigos, enrollados por allí, riéndose con ellas. Total, que
una chica se acercó, diciéndome: ¡Qué solito estás, amor,
mira qué cosita tengo para ti, ¿no te gusta? Y me enseñó las
tetas. Estoy aquí por no quedarme en la calle; afuera está
helando, le respondí. Estoy acompañando a estos golfos de
amigos que tengo. En eso, uno de ellos se mete con una
joven a un reservado. La tía insistía porque mis amigos le
advirtieron: Ve a por ese, que es virgen. El virgen era yo.
Ella agarraba mi mano y la ponía en su pecho. Le toqué los
senos sin querer y retiré mi mano. Entonces ella llamó a
sus amigas: Chicas, venid, mirad qué pichoncito, qué cosa
más tierna tenemos hoy, no os lo vais a creer, parece como
todos, pero no es como nadie. No he visto nada igual en mi
vida, mirad qué tipo tan raro. Vinieron y me rodearon y me
tocaban las manos; eran más respetuosas, solo tocaban mis
brazos, mis manos, y decían: Mira, bonito, toca esto, mira
qué carne tan rica para ti. Y yo: ¡Iros por ahí; dejadme en
paz; no he venido a tocar mujeres! Y ellas: Pero, amorcito,
¡mira qué tetitas! Al fin, se fueron y, al despedirse, una de
ellas me dijo casi al oído: Si tuviera que elegir uno entre
todos, te elegía a ti, eres el único hombre honrado y de fiar

38
que he visto hoy, no como tus amigos. Y me besó la cara. Al
salir, mi ropa mareaba de olor a perfume. Como entre así en
casa, mi madre, que no es tonta, empezará a interrogarme,
pensé. Entonces até la chaqueta a la ventanilla del auto y
regresé con la chaqueta al viento. Cuando llegué a casa, ella
dormía.
—¿Y ahora, tienes novia?
—Ahora, no. Pero he tenido un par. No soy un bicho
raro, aunque nunca fui igual que los demás. Entre mis
amigos, se cuentan lo que hacen con sus novias como si
fueran de cacería. No los sermoneo, ni nada, pero no soy
así. Jamás iría por ahí diciendo: Con esa me acosté.
—El hecho de que el hombre haya creado dioses,
después de la diosa, fue para detentar la supremacía, para
poseer a las mujeres —dice Juan Carlos para introducirse
en la conversación que llevamos con Joaquín y enfatiza—:
Lo demuestro en mis libros.
—¿Pero… eso está documentado? ¿No me dijiste que
solo escribes lo que se puede demostrar?
—Ya te enseñaré… Vente conmigo a mi estudio, allí
donde escribo y apilo textos.
No respondo, me quedo mirándolo.
—¿Confías en mí, verdad? Podría contarte la historia
del universo, la más hermosa que puedas imaginar, pero
es pequeño este mundo para tanto y no sabría por dónde
empezar, mirando tus ojos. Eres más guapa de lo que podía
percibir el otro día —dice Juan Carlos, pegado a mi oído—.
Tienes un alma grande. Eso es seguro. Eres una mujer
sensible que ve más allá. Tu intuición no te ha engañado

39
al confiar en mí. —Él no solo me envuelve en palabrerío,
también me rodea con su brazo. Y sus ojos son un imán,
pero pienso en sus dos mujeres y sus muchos hijos. Me
desprendo y respondo que me siento cansada y volveré al
hotel.
—¿Me permites que te escolte? —dice Joaquín.
Con alivio, lo tomo del brazo, y le digo a Iris que me
ha encantado conocerla y que enseguida le devolveré a su
hermano. Se ríe y dice:
—Él es dueño de volver o no.
—Volveré, volveré —dice entre carcajadas; y eso
distiende el ceño fruncido de Juan Carlos.

11

Cuando nos alejamos, Joaquín asegura:


—¡Has roto el hechizo y te has liberado, ja, ja! A veces,
ese loco es irresistible.
Guardo silencio. Enseguida, llegamos al hotel. Nos
damos un abrazo y parte.
Estando en el cuarto de baño, recibo una llamada de
mi ex esposo:
—¡Qué loca eres, no me escribas si estás atareada,
pero entiende que me pasa lo mismo, y me hago cargo de
la venta de la casa y del resto de los trámites de los que no

40
te ocupaste! Es obvio: no somos parecidos en cuanto a la
responsabilidad…
—¡Ya habíamos coincidido en ese punto! ¿Recuerdas
que por eso nos separamos?
—¡Tú te separaste! ¡Tú te desentendiste de mí!
Siempre. Y ahora tengo que consultarte si estás de acuerdo
en que bajemos el precio de la propiedad en un diez por
ciento; hay un interesado.
—Sí, estoy de acuerdo. Pero no te molestes en llamar,
arregla todo con mi apoderado.
—Bueno. No es tanta molestia. En realidad quería oír
tu voz, saber cómo había sido el viaje y si estás a gusto.
—Sí, muy a gusto y preferiría que te atengas a lo
pactado y ya no llames.
Al cortar, quedo sin fuerzas. Ya había comenzado a
desvestirme pero así, a medias, me tiro en la cama a llorar
en silencio hasta dormirme.
A la mañana, sigo durmiendo. Al mediodía, se
preocupan por mí. La mucama avisa al encargado que no he
salido de la habitación. Él intenta comunicarse por teléfono.
No atiendo. Y entonces ambos golpean a mi puerta hasta
que, débilmente, respondo. Pasan. Luego, llega un médico
y ordena mi traslado a un centro de especialidades donde
me practican algunos estudios. Resultado: detectan un
lupus leve, con el que he de convivir de por vida, si me
cuido; o puede llevarme a la muerte. Me instruyen de la
enfermedad, me indican reposo, dicen que los niveles altos
de estrés aceleraron mi indisposición, y regreso al hotel,
con la promesa de volver a controlarme cada semana.

41
12

—El lupus debilita el sistema inmunitario. Puede causar


fatiga y dificultad para respirar, incluso con esfuerzos leves.
Tómalo con calma y descansa cuando lo necesites, me
dijeron. Por ahora, me indicaron unos medicamentos, luego
verán qué deciden en los controles —les explico a Enrique
Luis y a Fernando, que son mi comité de bienvenida—.
Voy a permanecer en la habitación por unos días. Si no es
molestia, hasta comeré en el cuarto.
En eso llegan Violeta, su esposo y la pequeña. Me
saludan. Violeta no estaba al tanto. Al verme desmejorada,
se aproxima y propone acompañarme arriba para que le
cuente qué me sucede.
Vamos. Allí le digo que lo mío es de raíz emocional.
Llevaba años padeciendo los malos tratos verbales y el
desequilibrio de mi relación conyugal. Finalmente decidí
divorciarme. Pero el viaje no ha sanado mágicamente todo
mi deterioro y, la última noche, como la gota que colma el
vaso, me ha llamado mi ex.
—Ábreme un poco la ventana. Con esta vista maravillosa
y este aire, si me tomo las cosas con más calma, de seguro
voy a curarme —le digo—. Quizá estos días, desde que
llegué, he salido demasiado y he vivido muchas emociones
también. Vete tranquila, tu familia te espera. Me quedaré
dormida en un rato.

42
13

Desde ese momento, Enrique Luis me llama


regularmente media hora antes de cada comida para
consultarme por mis preferencias e incitarme a probar
algunas novedades del menú de Pilarica.
Violeta y Fernando también llaman para preguntarme
si acepto visita. Y sus conversaciones hacen que las semanas
entre controles pasen más rápido. Pero la situación de mi
salud parece estancada.
Fernando, en su afán por motivarme a escribir, cada día
me trae una foto nueva.
—Gracias, amigo —le digo—, estoy leyendo mucho, y
en una etapa más bien contemplativa. Aún no me apetece
escribir.
—La mente no piensa en lo que está haciendo si le gusta lo
que hace. Por eso no hay que darle todo lo que le gusta, ¡ja, ja!
Hace falta mucha escuela, la que tú tienes conmigo.
Pasa su mano por mi mejilla y se detiene a observarme,
con su sonrisa chanfleada, esa que lo caracteriza.
—Eres un buen amigo —digo, y pienso: ¿Me estaré
enamorando? No lo sé, estoy echa un lío. Roberto me sigue
importando, no me lo quito de la cabeza. ¿Qué vine a buscar
a Europa? Quería salir de allí. Ahora, lo echo de menos. Qué
difícil es ser mujer, cuando una tiene tantos pretendientes y
no se fía de ninguno…
—Si es posible, quiero ser el amigo que todos desean

43
tener. Si yo mismo conociera a alguien como yo, no me
separaría nunca de mí. Es tan bonito tener un amigo
como uno mismo. Comprende nuestras razones y las
equivocaciones, también. No juzga, acaricia, da calor, y
refrigera el corazón cuando hace falta.
Río con ganas. Y agrega:
—A propósito, ¿no quieres que te sople, que produzca
un vientecito ahí dentro? —Y con un movimiento de
cabeza, señala mi pecho que, sin intención, está más a la
vista porque se ha desprendido un botón de mi vestido.
Nos miramos risueños. Prendo el botón. Bebemos un
té frío, como otras tardes, los dos sentados frente al balcón.
Guardamos silencio. Pienso que no quiero que se vaya el
verano y seguir en este sillón. Quisiera caminar, meterme
en el mar, al menos eso…
—Sé muy bien lo que soy y no creo nada de mí mismo.
Pero esperaba que me contaras más de ti. Es cierto que en
todas partes me aprecian, nadie me ha dado la espalda, no
me meto en la vida de los demás, y si por error lo hago, pido
perdón; nunca tengo mala intención —dice.
—¿A qué viene toda esa declaración? ¿Por qué dices
eso?
—No sé si te ayudo o te perturbo con mis dichos.
No me has contado mucho, pero parece que el pasado
es tu lastre. ¿Cómo se puede amar solo a una persona?,
¿no es un acto de egoísmo? ¡Jolín! ¡Me puedes amar sin
deseo, te lo consiento! ¿Y tú… te lo permites? —Me quedo
mirándolo—. Déjalo, amiga, no digas nada, podría causarte
miedo, vértigo de vivir...

44
—¿Sabes algo de tu amigo historiador?
—Sí, me ha preguntado por ti y te manda saludos.
¿Eso es lo que te pasa? Tu mente te traiciona, estás loca de
remate, te llevaré con él si es lo que quieres, no te engañes
más. Te has equivocado, pero qué le voy a hacer. ¡Te ha
fallado tu instinto femenino!
—No, Fernando, no. No hay nada entre nosotros. Fue
solo una pregunta. También me gustará si me traes noticias
de Iris y Joaquín, si los ves. Pero solo eso. Aún no quiero
más visitas. ¿No te das cuenta cómo soy? Después de saber
que tiene dos familias, Jerez no puede interesarme más
que otro conocido.
—Vale, te creo. Irresistiblemente buena y dulce,
así eres. Y estás loca. Pero, tranquila, Paula, hay locuras
preciosas que todo lo curan. Sí, locuras que curan…
Después de un nuevo silencio, dice:
—Espero que el cielo te dé mucha fuerza, que no
quedes esmirriada o escuchimizá y que vean lo buena y
comprensiva que eres. ¿Crees que en el cielo no se dan
cuenta? Nada pasa desapercibido para los ojos que saben
ver la profundidad de las cosas.
—¡Hacía tantos años que no oía esa palabra,
“escuchimizada”! La decía mi abuela.
—Aquí se usa todavía.
—¿Puede existir relación entre felicidad y derrota o
pérdida?, algún día escribiré de ello. Ya sabes que después
de un matrimonio infeliz y sin hijos, me separé. El último
tiempo que viví en mi país, conocí a un hombre interesante,

45
Roberto. Esta mañana sentí el impulso de escribirle. En
realidad, nada ocurrió entre nosotros, pero me siento en
deuda.
—Te tengo delante y, por momentos, creo que te
conozco de siempre, luego sales con esas cosas… ¿Me estás
engañando, verdad? Bueno, no importa si lo haces. Es fácil
engañarme, a veces me dejo engañar —responde Fernando
con gesto agrio.
—No, ¡otra vez! ¿Por qué te molestas? Roberto me
ayudó mucho. Reconstruyó una vieja cabaña en unos
meses, la que pude vender bien para costearme vivir acá
sin trabajar. Me dio seguridad en mí misma, me devolvió
el interés por los hombres… Además, se portó como un
caballero.
—Vaya, tal vez tenga que agradecerle…
—¡Vamos! No te confío esto para ponerte celoso.
Quizá no merezco tus buenas intenciones y halagos, pero
tampoco tu enojo. Quería que supieras que he vuelto a
escribir, aunque más no sea una epístola. ¡Venga, dame un
abrazo! Y vete a cenar. Ya me subirán algo.

14

Pasan los días y parece que el médico no acierta con


la medicina. No hay mejoría. Al menos, yo me siento igual.
Es una mañana espléndida. Estoy sentada en el balcón

46
mirando el movimiento de la calle. Veo venir a Fernando.
Él sube la cabeza y me saluda con aspaviento. Llega, me
abraza y dice:
—¡Buenos días! Me gustaría rentar un auto y llevarte a
algunos de esos lugares que prometí mostrarte.
—Leíste mi pensamiento, solo que no me atrevía a
pedírtelo.
—Fíjate qué tontería no decir lo que se piensa, los
humanos somos los únicos que no decimos ni hacemos lo
que pensamos.
—Tienes razón. Y salir me sentará bien. Tiene que ser,
¡tanto lo deseo! Me cambiaré el vestido y vamos…
—Pero si estás guapísima.
—Tú, siempre galante.
—No es galantería, mujer. Si decimos qué flor tan
bonita, no es por seducirla. Es la verdad.
—¡Te quiero, amigo!
—¡Te amo, amiga! —Se me queda mirando—. ¿Qué…?
Han convertido el amor en pecado. Han pervertido el
contenido del lenguaje que expresa el amor. El amor es
para todos. —Sonrío.
Mientras bajamos en ascensor, pregunta:
—¿Tú sabes lo que es el amor, lo has probado alguna
vez? ¿Quieres que te hable de amor del bueno? Soy un
experto. Me doy cuenta que tal vez desde pequeña no te
aman bien.
No me gusta ahondar ese tema. Permanezco callada.

47
Aún espero el amor romántico. Me quedo aspirando el aire
dulzón, mientras trae el vehículo. Cuando me acomodo el
cinturón de seguridad, arremete:
—Te puedo explicar lo que hace el amor en el corazón.
—Prometiste mostrarme lugares, paisajes…
—Pero quiero hablarte de amor y no me dejas. No
sabes lo que es, ¿por qué no quieres?, ¿por qué no pruebas?
Cuando lo pruebes, no podrás estar un día sin él.
—Le temo porque me defraudaron.
—Este amigo tan loco que has hallado te dará unas
ganas locas de vivir, te enseñará el amor que no se acaba
nunca, que te mata y te desata, que te libera y te hace volar
a ciegas, sin mirar, porque todo ha perdido sentido y solo
piensas en amar y cuanto más amas, aunque duela, más
deseas seguir y que atraviese tu ser, que te disuelva como
el aroma del arroz con leche y canela. Y todos los que te
rodeen lo advertirán y dirán: ¿Qué pasa con Paula que se
nos ha puesto tan guapa?
Yo solo atino a sonreír.
—Es una locura el amor, amiga. Otro día te hablo con
más profundidad, poco a poco.
—Despacio, so loco, que algunas cosas deprisa hacen
daño —respondo, sin poder procesar todo lo que ha dicho.
—Dime lo que no te gusta para no decirlo. Alguna cosa
no te gustará, prefiero saberlo —dice, mientras aparca en
una saliente de la carretera, un balcón natural desde donde
se divisa el mar y las lejanas serranías.

48
Inspiro hondo y callo. Él baja del automóvil. Yo no. Al
rato, digo:
—Me haces bien con tu simpatía y tus ideas
descabelladas. Solo te pido que no te obsesiones y
recuerda: los sentimientos necesitan reposar y madurar.
—Te aseguro que si voy contigo no es para hacerte
algo, no supongas nada. No soy como otros amigos
que hayas conocido. Es para que oigas el acento de tus
antepasados, para enseñarte Málaga a través de mis ojos,
y yo aprenderme tu respiración y tu pulso y el movimiento
de tus pestañas cuando sonríes y te abanican… así como
ahora. Nuestra amistad cada día puede ser más bella y más
amorosa. Depende de ti.
—Me gusta hablar contigo, pero en mi vida hay
nubarrones que despejar.
—El mundo no es tan bueno como queremos por
razones nuestras. Debemos aprender a verlo mejor.
Acuérdate: todo es como debe ser, todo es perfecto así
como es.
—Todo es y todo lo será —replico—. Y hay que estar
aquí y ahora, como dice Violeta. ¡Oye, me gusta escuchar
el rumor del mar!
Entra al auto, me abraza y besa mi frente, como lo hacía
mi madre para calcular mi temperatura. Siento un vahído,
pero no lo digo.
—Antes de viajar, leí un libro de un paisano titulado:
“Tengo algunos proyectos al respecto”. Trata de amores
extraños —digo.

49
—Amores extraños o no, si son amores pueden salvar
al mundo.
—No sé si hay que seguir hablando de amor, ¡se ha
hablado y escrito tanto!
—Solo vale vivirlo. Cuando inicias un camino, el propio
camino te lleva —dice.
—Tienes razón: con amor se salva el mundo, pero hay
muchos mundos y algunos no se salvarán.
Como a las dos horas de salir, le pido que regresemos.
Estoy algo mareada.
—Esta ruta tiene muchas curvas y llevabas muchos días
de quietud —dice Fernando con un guiño.
—Lamento arruinarte el paseo.
—No me arruinas nada.
—Eres muy bueno.
—¡Qué va! El hombre más bueno del mundo fracasó;
es penoso verle colgado de una cruz. Fue abandonado por
todos, amigos y hermanos. Imagina el dolor que debió
sentir su alma, solo ante el universo y para toda la historia
allí clavado, qué sufrimiento inútil, entregar la vida por
nosotros.
—Pero no fue inútil; a algunos nos conmovió su
historia —reflexiono— y llevamos su palabra. Siempre que
podemos, intentamos no traicionarle, seguir su ejemplo...
—Eso sí es verdadero amor. Es el amor del que vengo
hablando.
—¿Lo haces siempre?¿Eres tan bueno que lo haces con
todos?

50
—No voy buscando por ahí con quién hacer mi buena
obra del día, si es eso lo que preguntas. Las ocasiones se
cruzan. A todos amo, pero a algunos más.
—Eres un ángel, entonces. ¿Sabe el mundo cómo eres?
—No, amiga, el mundo está ciego, pero no debe
importarnos.
—Todo tiene sentido: no se cae una hoja de un árbol
sin conocer el lugar que ocupará —digo ya con débil voz
por el mareo.
—Somos frágiles. ¡Qué bonita la fragilidad!, nos hace
más humanos. ¡Me gusta este mundo a rabiar! Y no te
canses, tenme paciencia, ya sé que hablo mucho.
—No he conocido a nadie igual.
—¿Es un elogio?
—Desde luego. —Estaciona el auto y entramos a la
hostería—. Voy a descansar unas horas —digo, saludando
con la mano en alto.
—Reponte, cielo, nada es por casualidad, algo te ha
traído a mí. Esta noche te mostraré las fotos que hice por
la mañana.
—Tendrá que ser en mi habitación. No creo que baje
por hoy.
—Me atormenta ir a tu cuarto y no comerte a besos.
—Lo miro seria, y dice—: ¡Que no, mujer, que es broma!

51
15

A la hora de la cena, llega Fernando con una rosa y


dice que es en son de paz. Nos echamos a reír. Con la flor
acaricia mis mejillas y, como si me besara, hace un ruido
muy cómico con su boca.
—Quiero contarte tantas cosas y me pierdo; es
imposible decirte todo. Pero, mira lo que capté esta mañana
al alba.
Me las muestra, una a una, esperando mi aprobación:
una sucesión de campanas, con esa pátina verdosa, en
distintas torres, algunas de iglesia. También unos cencerros
colgando del cuello de vacas y cabras; y otros, pendiendo
de la pared de viejos corrales, junto a correas, estribos y
aparejos. Entre todas, hay una que tiene para mí un encanto
especial, por el balance de luz, donde también hay un gallo
trepado a una cerca, con su estampa orgullosa y el brillo de
su plumaje acrecentado por los rayos del sol que despunta.
—Esta es la mejor —digo.
—Sabes, a veces pienso que los pensamientos deberían
ser transparentes, que se viera lo que pensamos. Así no
habría engaños ni dudas. Ya estaba seguro de que elegirías
esa. ¿Tú la pondrías en la tapa de la revista? Yo también.
—Y… ¿te la han elegido?
—No. Mi editor escogió estas otras y solo para la nota
interior.
—Uf… Habrá que cazarle el gusto, tal vez sea minimalista
—arriesgo.

52
—Creo que es un borrico caprichoso. —Reímos.
—Cuando corrijo mis textos, entra en funcionamiento
un mecanismo de austeridad y saco todo lo superfluo. Si
a veces creo que una descripción es demasiado extensa,
elimino cualquier letra innecesaria. ¿No querrá eso tu
editor?
—Ya lo podrás ver cuando estés mejor. Es un veleidoso.
Igual no me quejo de la paga. Con esta profesión se descubren
cosas interesantes que servirán en otro momento, sin duda.
Has de saber que nunca creí llegar tan lejos.
—Pero, eres breve y directo en tus descripciones,
dejando que las imágenes hablen, ¿para qué más?
—Como tenemos distinto bagaje, no sé qué quiere. No
es claro. Es… Es… Aquí los andaluces le dirían hijoputa y tan
campantes. Entre castellanos, si se nombra la madre hay
pelea segura.
—¿Me dejas una copia de esta, la del gallo?
—Es tuya, guapa… ¿Por qué me clavas los ojos? Si digo
qué guapa eres, ¿es indebido? Dios mío, perdóname. No
querrás que diga mentiras. No sé decirlas.
—No es por eso... Me quedé pensando que para mí no
hay malas palabras, puede haber malas intenciones cuando
se dicen algunas cosas, nada más. No me molesta que digas
joder, mierda o hijoputa. Allá se usan parecidas. Yo no digo
muchas, pero algunas sí. Al que más he puteado en la vida
es a mi ex marido, como un desahogo; pero no ando por la
calle puteando, por ejemplo, a los que conducen mal, como
hacen muchos.

53
—Si se viera lo que pensamos, como te decía antes, no
habría malinterpretaciones y, quizá, no habría guerras. ¿Te
imaginas qué maravilla? Los científicos deberían hacer esa
píldora antes que ninguna otra. Me gustaría ver un alma,
¿cómo se verá un alma?
Y Fernando se aproxima y me abraza, diciendo:
—Que tengas un sueño muy feliz, lleno de amor. Si
quieres soñar conmigo, está permitido. Cielito austral,
recibe una lluvia de amor y luego, haz un libro y ahoga al
mundo de amores extraños y desconocidos.
—“Amores extraños”, bonito nombre para un poema o
un relato. Qué extraño es el amor…
—Qué inocente y puro puede ser el amor extraño y no
conocido, como el mío —insinúa.
Me deja un suave beso sobre los labios y sale. Es tan
paciente y discreto que me conmueve. No me indaga
sobre el pasado. No me presiona para que lo ame. Espera.
Acompaña y espera. Respecto a ver el alma, creo que se
puede ver un poquito mirando de frente a los ojos de algunas
personas y un poco más, viendo sus actos... Fernando me
llena de ternura, sé que puedo confiar en él, pero no me
siento enamorada. ¿Podría ser amor sin enamoramiento?

16
Iris me llama por teléfono:
—¡Buenos días! ¿Qué tal has descansado? Recién me

54
crucé al fotógrafo y me ha dicho que me enviabas saludos y
que estás medio recluida para componer tu salud.
—¡Buenos días! Están por traerme el desayuno,
¿quieres venirte? Les digo que agreguen una taza.
—¡Sí! —dice con entusiasmo—. En unos minutos
estaré ahí.
Cuando ella llega, tan vital, tan jovial, me contagia:
—¡Qué alegría verte! ¡Cuéntame qué has hecho en
este tiempo! —digo.
—Viajar. Pero, déjame decirte antes que tienes un
amigo que es como el agua pura de montaña, no creas que
es para todo el mundo la fortuna que tú tienes. Lo he calado
muy bien y está para ti, para lo que tú quieras.
—Sí, Fernando es muy especial. Conectamos bien
desde que nos vimos, pero no me he podido arrancar el
lastre del pasado para volver a amar. Y ahora, además, la
enfermedad…
—La enfermedad es parte de tu proceso emocional, ya
lo verás. Vas a mejorar cuando te lo permitas.
—Él me habla del alma y de la transparencia, de cosas
que alguien que pensara seducirme, nunca me habría dicho.
—Otros miran a las mujeres con codicia y les dicen
salvajadas, sin pensar que tienen alma.
—No me inquieta eso, al contrario, es todo tan hermoso
que creo estar en otro mundo con él. Pero, claro, no debo
ver lo mismo que tú.
—Veo cosas, pero no con los ojos de ver, digamos que

55
las sospecho y luego suceden. Es una estúpida capacidad
de saber lo que va a pasar y de conocer el comportamiento
de las personas —aclara Iris.
—Eso que llaman conocer la condición humana
nos pasa a todos, supongo. Si se viera lo que pensamos,
elegiríamos mejor. Pero entonces nadie nos engañaría,
tampoco nosotros podríamos hacerlo.
—Engañar es un verbo que no recuerdo, lo que sí
entiendo es el autoengaño. Algo que no me tolero.
Y mirando por la ventana, digo:
—Mira, allí llega, con su cámara.
—Hoy me ha dicho: Me gustaría estar dentro del alma
de Paula y sentir lo que siente. Puedo imaginarlo, pero no
es lo mismo. ¡Está enamoradísimo! Y ahora, voy a por mi
hermano, que aún no lo he visto. Luego te cuento el viaje.
Nos despedimos.

17
Fernando también llama, no sube. Tal vez no quiere
que lo vea tan vulnerable.
—¡Buenos días, Paula! ¿Qué tal tus sueños? ¿Lo de
siempre o ha sucedido algo excepcional? ¿Has escrito
esta mañana? Todo ese archivo que almacena tu mente,
esa retahíla emocional que ablanda tu mano y te hace
escribir poemas de pérdidas, de fatalidades, de amores no
correspondidos, ¿se ha puesto en marcha hoy?

56
—No, porque tuve una visita inesperada y feliz: Iris.
—¡Ah, la he visto hace un rato! ¿Y ya se ha ido?
—Sí, porque no lo ve a Joaquín desde que se fue de
viaje.
—¿Adónde fue?
—No me lo dijo. Hablamos de otras cosas.
—Vosotras tenéis otro concepto del mundo y de las
prioridades que los hombres no imaginamos. Os adoro.
—Se produce un prolongado silencio, y agrega—: ¿Lo has
percibido?
—Sí, amigo mío. —Después pienso que con la palabra
amigo le estoy marcando la distancia—. ¿Qué planeas
hacer hoy?
—Tengo un almuerzo con el dueño de ese nuevo
hotel que se está edificando. Creo que va a encargarme un
trabajo fotográfico del entorno, que es una obra de arte en
parquización. ¿Y tú?
—Leeré poesías de Alejandra Pizarnik.
—¡Qué mujer, qué guapa! Cuanto más desangelada
y abandonada, más me gustaba. Era preciosa su carita
dulce. Y qué dolor tan grande la ocupaba, tan sensible, tan
delicada…
—Me he sentido identificada en los momentos difíciles.
Creo que viví un proceso parecido. Pero algo aquí me está
salvando.
—Esas son buenas noticias...

57
—Sí, nos vemos a la tarde. Que el almuerzo sea de
provecho.
—Nos vemos, guapa.
No sé por qué, pienso, que alguna vez la vida me
pareció peor que mil muertes encima de mí. Quizá tenía
que descubrir algo, por ejemplo, qué era vivir, porque
aquello era un no vivir.
En eso, llega Pilarica, la esposa de Enrique Luis, con una
carta y un tazón de caldo quitapenas, así le llama. Introduzco
el sobre que viene de Uruguay en el libro y bebo el caldo,
mientras converso con esta animosa mujer. (Parece que
todos perciben el lado emocional de mis males).
Cuando se va, tomo el libro de Alejandra y murmuro:
Querida amiga, no sé dónde voy a llegar contigo hoy, esto
no estaba previsto. Abro la carta, es de Roberto. Es breve.
Dice que cada tanto relee mi poema, que atraviesa una
buena temporada laboral porque se han mudado unas
familias que le han encargado varias restauraciones, que
está ahorrando y pregunta cuándo regreso. Firma: Con
afecto, Roberto.
En eso, llama Enrique Luis, como es habitual, para
proponerme el menú del mediodía y dice que por la tarde
irá a Antequera. Si me animo a acompañarlo, puede ser la
ocasión de conocerla. Me da mucha alegría y temor a la vez,
aún no son buenos los resultados de los estudios médicos.
Pero me dejo ganar por la ilusión de pisar el suelo por el
que anduvo mi abuelita.

58
18

En el camino, propongo que nos tuteemos. La


conversación es literaria. Enrique Luis conduce despacio
para que aprecie el paisaje y no me maree. Me pregunta
cómo se llega a pergeñar un libro, si todo entero o
fragmentado, y respondo:
—Te sorprendes a ti mismo, descubres una brizna, una
hilacha de pensamiento, la desovillas y es una idea extensa
que se engrosa y hasta se bifurca y se extiende como ramas
que crecen... Ese proceso me hace feliz, pero no siempre
queda. Después viene la corrección e incluso el descarte
total.
—¿Eres muy exigente?
—Hay que serlo. ¿Cuáles son tus lecturas favoritas?
—¡Uy, vas a reírte de mí! Pues me gusta la poesía
clásica, los libros de jardinería y las recetas de cocina, así
le soplo alguna idea nueva a mi mujer de vez en cuando.
En un tiempo leía sobre religiones, pero ya no me apetece.
—Me dijo Fernando que las pinturas en los descansos
de escalera son tuyas.
—Son mías; dejé de pintar por ese dichoso jardín, que
es un cuadro vivo.
—Sí, que lo tienes precioso y es la admiración de todo
el que pasa.
—¡Bah, solo las mujeres aprecian esas delicadezas!
—Y los hombres de buen gusto, los hombres con su lado

59
femenino más desarrollado —digo, y echa una carcajada.
—¿Los medio mariconcitos?
—No he dicho tal. Todos tenemos ambos lados. Algunos
hombres tienen más desarrollado el lado femenino porque
no se lo han enseñado a reprimir. Es algo cultural.
—Yo era más bruto. Me ha domado la tarea y hacer
jardinería, aunque parezca mentira. Al no tener hijos, me
estaba volviendo hosco, con expresión de cabreado. Y un
tío de Pilarica nos ofreció la hostería porque se iba a vivir a
Alemania. Estaba venida a menos. La convertí en mi misión.
—¡Qué bien la llevas!
—¡También… tengo una mujer que vale oro!, pero,
en esos tiempos, la descuidé mucho. Sabes lo que digo,
volvería a repetir mi vida por ser lo que soy en este día y
estar donde estoy. A los veinte, conocí a la niña que fue
mi mujer. Me enamoré de ella, sin saber, poco a poco.
En cambio, lo de ella fue amor a primera vista —dice con
expresión divertida.
—La mujer andaluza es bellísima, en general, pero Pilar
es una preciosura y tiene tanta gracia…
—Bueno, Paula, llegamos. ¿Cómo te sientes para
caminar un trecho?
—Bien. Y feliz…
—Acá hay numerosas vías que llevan nombre de
cuestas porque son calles con pendiente y van ascendiendo
hacia la zona fortificada: La cuesta de la Paz, La Barbacana,
La de San Judas…

60
Luego de transitar varias calles, entre ellas El Callejón
del Aire, musulmán y medieval, paramos a tomar un café.
Yo quiero que me sirvan mantecados. Finalmente, compro
unas cajas para llevar. Enrique Luis vino a hacer un trámite.
Me pregunta si no me importa esperarlo una media hora.
—¡Qué va, si estoy encantada con todo lo que hay que
ver!
De regreso a Málaga, pone la radio y le pregunto por
sus gustos musicales.
—Ahora que he olvidado el desánimo, sin embargo,
me recreo en él. De la música, me gusta la portuguesa y
caboverdiana. Adoro su tristeza. Es una triste alegría.
Llego a la hostería sintiéndome muy bien, por lo que me
animo a decir que cenaré en el salón. Además, espero ver a
Violeta para hacerle una invitación. En un par de días será mi
cumpleaños y quiero compartir un té con mantecados con ella
y familia. No sé mucho de ellos, pero les he tomado cariño.

19
Cuando Lila entra al salón, corre a abrazarme y les
hago señas a sus padres para que se arrimen, invitándolos
a compartir la mesa. La conversación es variada y amena.
Luego trato de desviarla hacia la profesión de Augusto,
el esposo de Violeta. Me cuenta que lo contrataron a
principios de año en la universidad y que además trabaja
en un consultorio donde se hacen tratamientos a niños con
problemas de dicción.

61
—El logopeda con el que trabajo es muy reconocido en
toda Andalucía. Viene a ser el especialista que ustedes en
América llaman fonoaudiólogo; entre ambos colaboramos
a mejorar la comunicación humana y atendemos sus
trastornos.
—La comunicación humana, ¡qué tema! Lo abordamos
desde tantos lugares y pareciera que cada vez nos
entendemos menos —digo.
—Si fuéramos seres espirituales, tenderíamos más a
comprender al semejante —dice Violeta.
Lila, al terminar la cena, comienza a aburrirse de nuestra
charla y pregunta si puede bailar. Por lo que salimos todos
al jardín para verla. La noche es preciosa. Llega Fernando.
Me estrecha con un brazo y besa mi frente.
—Subiré a asearme y regreso. ¿Me esperan? —dice.
—Solo hasta que vuelvas —responde Augusto—.
Llevaré a mis mujeres a caminar.
Aprovecho entonces para hacerles la invitación y a
comentar el motivo.
—Tendremos que celebrar eso y tu recuperación —
dice Augusto.
—Dios te oiga.
—Nos oye, Paula, nos oye —dice Violeta.
—Al otro día del cumpleaños me harán estudios de
control. También había pensado si tú, Augusto, quieres
tomarme de paciente.
—No pareces un caso de siquiatría, y además estoy

62
abocado a atender a pequeños, pero podemos conversar
un día de estos, si te place.
—Vale. Te agradezco.
—¡Aquí estoy! —dice Fernando, tomando la mano de
Lila que no cesa de bailar y ensayando unos pasos de tap
o algo parecido, que hace desternillar de risa a la niña—.
¡Vamos, a ti te faltaba un compañero como yo!
Luego de unas cuantas monerías que todos aplaudimos,
la familia se va y nosotros dos nos echamos uno en los
brazos del otro y, por primera vez, yo beso sus labios, con
un beso breve pero deseado. Nos quedamos un tiempo
indeterminado mirándonos, sin soltarnos.
—¿Adónde quieres ir? —pregunta.
—A mi habitación, contigo.
Como si esa voz saliera de mis entrañas, como si, para
abrirse paso, esas palabras hubieran tenido que romper
cientos de velos anudados, así de débil oigo mi propia voz.
Fernando enmudece. Él, al que nunca le falta qué decir,
quizá está sopesando las consecuencias de lo que oye.
Hunde más sus pupilas en las mías. Hay un suave temblor
entre ambos. Nos soltamos y me toma apenas de la cintura
hasta llegar al ascensor.

20
—¿Hicimos el amor o el amor nos hizo?, como diría
Cortázar —digo a la medianoche, con mi cara apoyada en

63
su pecho y mis manos que juguetean con su vello, mientras
escucho el traqueteo de su corazón.
Me silencia con un beso, y murmura:
—No digas nada.
Así, abrazados, nos dormimos hasta amanecer.
Entonces, nos miramos, nos sonreímos con complicidad,
y él me pide que lo espere, buscará la cámara. Estoy por
protestar, pero ruega que lo deje y que no me mueva.
Después de la sesión de fotos a su antojo, le digo que
tengo sed de sus besos y vuelve a mis brazos.
Unas horas después, nos bañamos y bajamos a
desayunar. Fernando me cuenta cosas jocosas que inventa
acerca de mis sueños en voz alta.
Tanta risa, tanta dicha son interrumpidas por una rapazuela
que, tras acercarnos a la mesa un ramillete de violetas, le roba
a Fernando su billetera al momento de pagarlas.
—¡Uy!
—¡Déjala, no te aflijas! Es poco su contenido, y ya tenía
que comprarme otra. —Ríe. Toma mi mano, la besa y me
entrega las fragantes flores.
Me quedo como perdida, pensando a quién se asemeja
ese rostro.
—¿Por qué esa mirada triste?
—Recordé un episodio muy desagradable… La única
vez que me embaracé, al principio de mi matrimonio,
tuve que guardar reposo absoluto y aun así perdí al bebé.
Y nunca más ocurrió. Por aquel tiempo, en que me la

64
pasaba en cama, mi marido llevó a una joven para que
hiciera las tareas de la casa, con una cara parecida a la de
recién y un cuerpo macizo y rudo. Era hosca y torpe, pero,
lo fundamental lo hacía. Diariamente, él llegaba un rato
antes del mediodía a preparar el almuerzo. Una mañana,
yo había pedido, por teléfono, entre las verduras, medio
kilo de zanahorias. Prepara una ensalada de zanahorias
ralladas, le pedí a él. Hay una sola, me dijo. Puedo
agregarle unos tomates... Mientras cocinaba, mandó a la
chica a comprar pan. Momento que yo aproveché para
entrar a su dormitorio, sin decir nada, a revisar el bolso
de sus cosas personales, con la casi seguridad de que nos
estaba robando. Y allí encontré dos zanahorias envueltas
en un trapo ensangrentado. Mi asco fue tremendo, pero las
dejé como estaban y le dije a mi esposo que ya le explicaría
los motivos, pero que inmediatamente la despidiera. Así
lo hizo, al verme tan firme. Cuando lo conversamos, le
dije que era una promiscua, que usaba los vegetales para
masturbarse, y él me creyó. Pero, al tiempo, cuando había
perdido a mi hijo, volví a verla por la calle con un pequeño
bebé en brazos y ella, que era tan poco expresiva, esa vez
se paró a hablar para decirme que ahora tenía un hijo, pero
que no había querido tenerlo, para conservar el trabajo
en casa. Pensaba que si descubríamos su embarazo, no la
íbamos a querer… ¡Fíjate, Fernando, las ironías de la vida:
yo queriendo un hijo no pude pensar esa alternativa! Eso
que ella hacía para conservarnos fue su pérdida… Por eso
no olvidé su cara.
—Tal vez, no fue su pérdida. Tal vez su hijo más adelante
fue su alegría.
—¡Ojalá!

65
21

—¿Por qué pensaremos disparates? Me preocupa


decir algo que no sea adecuado. Quiero decirte: ¡Querida
mía! ¡Mi querida! —dice Fernando, en el jardín—. Pero
hemos despojado el lenguaje de su significado, lo hemos
contaminado y no dará buena cosecha. ¿Sabes qué es una
querida, aquí en España?, una amante. ¡Lo que tendría que
ser una palabra hermosa se ha convertido en sinónimo
de engaño, de infidelidad! Hay personas que nacen para
engañar y no se dan cuenta, pero llega un tiempo en que
todo sale mal.
—Mi marido fue infiel, a mí y a sus amantes, y ahora lo
está pagando; porque las mujeres en general perdonamos,
pero no olvidamos, y cuando una mujer pierde la confianza,
es difícil que la recupere.
—No hay nada mejor que la fidelidad. Por mi parte,
puedo amar a todas las mujeres del mundo y ser fiel a todas
ellas, no traicionar a ninguna —dice riendo—. ¿Ves, Paula,
ves qué bonito? El amor no hace daño.
—A veces sí que lo hace, a veces duele, como la verdad,
pero es igualmente irresistible —digo, apuntándole con el
dedo.
—Repíteme eso y pellízcame —dice riendo.
—Eres irresistible…
—¿No te burlas?
—Sería incapaz. Se pueden hacer bromas de todo,

66
hasta de Dios, si llega el caso, pero no me burlaría de los
sentimientos de nadie.
—Tampoco tolero el abuso de la debilidad. Creo que ya
te lo he dicho.
—Nunca te diré mentiras. Si un día cambiaran mis
sentimientos, te lo diría; y espero lo mismo. —Le aseguro,
entre besos.
—Me vuelves loco. Me parece un sueño.
—Estoy segura que el amor verdadero trasciende al
sexo, pero no puede ser mala la sexualidad o no nos la
habría dado Dios. ¿Subimos?
—Hasta mañana, amigo —le dice Fernando a Enrique
Luis, que aparece tras la barra del bar, llegando desde la
cocina y le hace un guiño.

22

En la siguiente tarde, la pequeña celebración de mi


cumpleaños se extiende por la llegada tardía de Fernando,
Iris y Joaquín, con flores, vino y bocadillos.
Cuando llena todas las copas, inclusive las de Enrique
Luis y Pilarica, que se arriman unos minutos para saludarme,
Fernando dice:
—¡Brindo por lo más hermoso del mundo!
—¡Por el amor y la amistad! —replica Joaquín, a lo que
todos se pliegan.

67
Luego, Fernando dice en mi oído:
—¿Por qué eres tan guapa?, explícamelo... Es difícil
razonar ante tu belleza y bondad. Feliz día y feliz vida, mi
amor.
—Bueno, sosiégate, no demos la nota.
—Aunque se molesten en el cielo, lo digo: ¡Guapa!
—¡Calla, so loco! —imploro.
—No hay nada malo en lo que digo. ¿Verdad, Lila? —Y
la niña ríe.
—Imagina un mundo sin dualidad donde todo es
sagrado, nada está prohibido, la mente que analiza pierde
sentido —interviene Violeta.
—Entonces no se necesitaría ni mundo, ni nada.
¿Pueden imaginar algo así? —dice Iris.
—¿Qué es la mente? ¿Un inconveniente o algo
necesario? —agrega Joaquín.
—Según cómo la usemos —digo.
—Hablemos del amor —pide Fernando.
—El amor verdadero lo tiene todo —zanja Augusto—,
todos los ingredientes que podamos imaginar. El que lo
prueba está perdido, como Fernando. Él ya no está en el
mundo, está en-amor-ado, y también embriagado. —Ríe.
—¡Salud por eso! —gritamos todos.
—Ya no quiero más brindis o acabaré mareándome —
digo.

68
23

Al día siguiente, voy a buscar los estudios. El médico


dice que la mejoría podría potenciarse si consiguiera un
medicamento que acaba de aparecer en Alemania, y aún
no ha llegado a España.
Al regresar a la hostería, le consulto a Enrique Luis
la posibilidad de obtener la medicina a través de ese tío
radicado allá. Fernando dice que, si es preciso, viajaremos a
por él. Quedamos en esperar la averiguación.
Un bullicioso contingente de turistas arriba y nosotros
nos regresamos a la calle, rumbo al puerto, para almorzar.
Pasan los días y lo veo a Enrique Luis tan atareado que
no me animo a preguntarle por el remedio. Una semana
después, me confiesa que recién logra contactar al tío de
su mujer.
Entre tanto, recibo otra carta de Roberto, reclamándome
porque le había dicho que le enviaría alguna foto del
cumpleaños. No puedo resistirme y no escribirte, qué
graciosa eres, me gusta el desparpajo que tienes. Respecto
al hombre ideal, supongo que hay tantos como mujeres que
lo imaginan. Y la misma mujer cambia de ideal a medida
que crece. El tuyo, de joven, era un hombre recio, galante,
seguro y arrobador. ¡Así que ahora estás harta de tanta
reciedumbre! ¡Ja, ja! Te imagino con un español medio
maricón, dice.
Su comentario me desagrada y decido no responder. Le
cuento a Fernando y se burla.

69
—¡Cuidado con el sudaca! Estoy de tu parte, haría lo
mismo que tú, elegiría un hombre sensible al amor y al
deseo. Si fuera mujer, prefería uno que me adorase, que
dijera esas cosas que no se dicen a nadie; le dejaría que
hiciera lo que quisiera de mí, sin ningún tabú. Le diría: Haz
lo que te guste con este cuerpo. Un hombre se volvería
loco conmigo, si yo fuera mujer. Pero soy hombre y somos
distintos.
—¡Gracias a Dios!
—Conozco a mujeres arrobadas por hombres guapos y
fornidos, pero pasado un tiempo todo se viene abajo. Ni la
belleza ni la fuerza son para siempre.
—Hum… Tendría quizá que buscarme uno más feo y
tonto que tú… —Reímos.
—Todos mis amigos más guapos y simpáticos te
pretendieron, pero elegiste al patito feo.
—Elegí al que me acaricia el alma. Y bien guapo que
eres.
—Unos nacemos para una cosa y otros para otra. Pero
tú eres un cielo de persona, una verdadera mujer que pide
lo que da. Y, ya sabes, no estoy de acuerdo que la mujer sea
la costilla del hombre y no tenga protagonismo.
—Los otros días, leí que el exceso de testosterona es el
que los pone agresivos y dominantes. ¡Perdón! Me quedé
pensando en mi ex marido y en todos los cabrones.
—Puede ser. ¡Ja, ja! Pero creo que es la mala educación
y la desconsideración hacia el resto lo primordial en ellos.

70
24
Fernando me enseña las fotos que ha elegido ayer para
publicar y sus epígrafes. Uno es un poema mínimo.
—Me gusta mucho esto —le digo.
—Que quede claro que no soy yo, es la Poesía que se
ha revelado. Si algo se me da bien no es por mí, es algo
ajeno que no gobierno.
—No seas tan modesto.
—Ella tiene vida propia, a veces se decanta por uno, a
veces por otros. Somos transmisores del lenguaje poético.
Portadores de un mensaje, pero el mensaje lo da la Poesía
a quien quiere, no a quien más sabe, ni al más estudiado, ni
al que tiene más títulos.
—¿Quieres decir que está equivocado el poeta que se
cree poeta? ¿Que en mi caso la Poesía me favorece, que
toda mi formación no sirve? Me niego a aceptar eso.
—No te enojes, Paula, que te pones más guapa y ya no
lo resisto. No tengo altura de nada y sabes que no aspiro a
ser más que nadie. Tus poemas y los poemas de los otros
los celebro como si fueran míos. Pero qué más da quién dice
un hermoso poema. Es la Poesía quien elige. Tienes suerte
de haber sabido arrimarte a ella, de haberle prestado oído
y tu mano para expresarla.
—¿A qué te refieres con eso de que tengo suerte?¿Crees
que la gente compra mis libros como muestra de cariño?
—Cuando imaginas, ves o escuchas algo y te llega

71
adentro, aparece la pasión, te desborda, es creación en
movimiento. La pasión no se deja domar, es una respuesta.
Estás viva; entonces el arte y su pulsión se manifiestan,
pierdes la noción y se dicen incoherencias poéticas que los
demás a veces no entienden.
—¿O sea que a veces eres complaciente y dices que te
gustan mis incoherencias poéticas aunque no las entiendas?
—No, no, me estás llevando a un terreno de pleito. Es
verdad que me gusta ser agradecido con todo el mundo,
Paula, pero a ti te debo la razón de vivir. Hoy tu amor es
todo para mí. No peleemos, tesoro mío.
—Acostumbramos a pensar o idear una imagen de
nosotros mismos que no coincide con el resto. Escuchar lo
que piensan nuestras amistades nos ayuda a conocernos
mejor. A mí, por ejemplo, ya no me interesan los críticos de
mi país; me interesas más tú, pero también me afecta más
lo que dices.
—Bueno, ya, cambiemos de tema. ¿Ha respondido el
tío de Pilarica? Porque si no, podría intentar por el lado del
editor que tiene un corresponsal en Alemania. Solo tiene
que adquirirlo y despacharlo. Llevas más de tres meses así
y te tienes que curar.
—Pero tendrá que validar la receta un facultativo de
allá. Además, eso de los tres meses que dices es solo el
tiempo que sabemos de mi enfermedad —digo, mientras
me paro a cerrar la ventana del cuarto. Fernando me
toma suavemente, me sienta en su regazo, y dice algo,
entrecortado por los besos:
—Eres un cielo lleno de estrellas, un día te haré un
poema.

72
25

Durante días, acompaño a Fernando a tomar fotos, sus


fotografías matutinas, a veces con el sol apuntando, a veces
con la bruma. Aprendo con él. Respiro su humor. Conozco
lugares. Siempre está latente el tema de mi salud, pero
procuro que no hablemos de eso.
—Creo que antes de mostrarte el resto de Andalucía,
nos daremos una vueltecita por los paisajes germanos.
¿Qué te parece? —dice.
—Aguardemos unos días más. Luego lo decidiremos,
¿sí?
Me canta un estribillo de un tema popular que habla
de la espera.
—¿Te ha gustado, verdad? Lo puedo repetir, si te gusta,
lo repito por ti. Ja, ja, ja. No te rías tanto que me contagias.
Eres muy buena. Si no me gustara tanto hablar, estaría
siempre callado escuchándote a ti.
—¡Calla! Tomaré la foto de ese pajarillo. Mira qué
plumaje tan bonito —digo—. Ya está. ¿Qué harás por la
tarde?
—Me voy a un cumpleaños o, mejor dicho, a dos, de
los mellizos de Jerez. ¿Quieres venir?
—¿Donde no me han invitado? No —digo rotunda.
—Pero si vienes conmigo… Soy padrino de confirmación
de los chavales. —Fernando tantea mi expresión.
—Igual, prefiero no ir. Ya veré qué hago. Quizá pueda

73
hablar con Augusto y después acompañar a Violeta a las
tiendas, pues me lo ha pedido. ¿Y de cuál de sus dos mujeres
son los niños?
—De la oficial. Con la otra, tiene uno más pequeñín.
—¿Volvemos a la hostería?
—¿Ya te has cansado? Volvamos.
—Aunque en estos días, con la de turistas que hay, ya
no sea tan placentero quedarse. Son muy ruidosos, sobre
todo de noche.
—No me digas que te despiertan. Le diremos a Enrique
Luis que los llame al orden.
—No, no. Soy yo la que se vuelve rara… No sé por qué
algunas cosas de pronto me incomodan.
—¿Como qué?
—Cosas triviales…
—Desembucha, mujer.
—Me siento fatal por reconocerlo, pero a pesar de mi
lado amable, tengo una característica obsesiva con algunos
pensamientos. Ahora, por ejemplo, no dejo de recordar
nuestra pequeña discusión de ayer por la poesía. Me
molesta confesarlo y a la vez espero que así se me quite.
—¡Pero si todos tenemos pecadillos o errores! Venga,
Paula, si has venido a sanar tu cuerpo y tu siquis, alégrate.
Déjame ser tu medicina. No tengas vergüenza de la verdad.
Nos damos un abrazo prolongado y, antes del beso,
Fernando concluye:
—Eres un bello misterio.

74
26

Una tarde desapacible para pasear, vemos por


televisión una contra-protesta de mujeres que refutan a las
feministas y Fernando exclama:
—Parece que el matriarcado a algunas mujeres las ha
pillado por sorpresa. Pobrecitas las mujeres, tienen que
sufrir la ceguera de los hombres. Una persona puede ser
esclava por fuera e insultantemente libre por dentro. A la
conciencia no la pueden encadenar. Fray Juan de la Cruz
escribió los más grandes versos de amor en una mazmorra
de una cárcel de Toledo. Nadie conocía ese lenguaje, el
lenguaje del amor…
—Seguramente existe una ley en el universo que hace
que todo lo semejante tienda a juntarse y se repele lo que
en nada se parece —digo.
—Una invisible y desconocida ley une las almas. Sí, mi
querida, también estoy seguro de su existencia; y esa sola
idea me hace feliz.
—¿Y tú que amas a todo el mundo, cómo la llevas? —
digo, asomándome por la ventana a ver el cielo tormentoso.
—Perfectamente, no podría interesarme en lo externo
de alguien y dejar de lado su espíritu. ¿Lo entiendes,
verdad, sabes lo que quiero decir? La carne desaparece,
pero nos queda el alma. Los hombres mueren infelices,
ciegos con esto y con aquello, con el dinero y sus pasiones.
No podemos hacer nada pero, Paula, no estamos solos, el
universo está con nosotros.

75
—Eres un ángel y pocos lo saben…
—Con que lo creas tú, vida bonita, a mí me sobra. Eres
una gran mujer. Si no, no habríamos coincidido, no existe el
azar, existe el cielo, aquí, al lado nuestro. Por eso siempre
te digo ¡guapa!, por lo buena que eres y por alguna gota
de sangre andaluza —dice con ese mohín que amo—. Los
otros días Jerez hablaba de las andaluzas primitivas, de
las que ya los fenicios, cartagineses y romanos quedaban
prendados cuando las veían, contoneando sus caderas y
sus brazos, como aquellas lejanas primas de la India, como
en una danza a Shiva —agrega.
—Pues, digas lo que digas, no me quitarás las
imperfecciones.
—Al menos, piensa que el universo está pendiente de
ti. Y yo también, amor mío.
—Recuerdo a mi madre diciendo que escribir era de
locos, pobrecilla... Eso es una buena señal, hay que estar
loco para salvarse en este mundo.
—Lo que sucede es que nacemos con un propósito
desconocido.
—Realmente ella tenía la cabeza en su sitio. No hagas
esto, no hagas aquello, todo el tiempo me corregía.
—De niño, juro que he soñado mucho, y no me
avergüenza afirmarlo, nunca dejé de soñar. Imaginaba con
suma facilidad, en mis días de primaria.
—¿Soñabas despierto?
—Lo más preciado eran las nebulosas tardes
primaverales, con don Antonio Machado (entonces, pocos

76
lo conocían). El profe de la tercera capturaba mis sentidos.
Aquellas tardes doradas que invitaban al sueño… Él era
el único que me desvelaba cuando se iba por las ramas y
contaba historias que no vienen en los libros.
Sigo mirando por la ventana y digo:
—Ahora llueve suavemente, qué linda manera de llover,
sobre la tierra, sobre los recuerdos, sobre toda Andalucía,
llueve y llueve.
—Eres un cielo precioso, te guste o no. Y me alegra que
disfrutes la lluvia, mi romántica amiga.
—Ya sí quisiera tener respuesta de Alemania, y definir
si tendré que viajar... Hay cosas que no están en nuestras
manos, por lo tanto no hay que disgustarse, pero a veces
me gana la impaciencia.
—Todo puede ser más simple de lo que parece. Ni bien
acabe el temporal, rentamos un auto y vamos. Quizás el
universo quiere que hagamos ese viaje.
—Me gusta pensar que las razones de las pérdidas y los
hallazgos forman parte de un universo que no controlamos
y que todo pasa por algo. Pero estoy cansada de estar
cansada, Fernando.
—Entiendo, mi amor, entiendo.

27
En la mañana, vuelve Fernando con sus fotografías
prístinas, ni bien acabada la lluvia.

77
—Hablé con mi editor y no tiene noticias del
corresponsal alemán. Creo que tendremos que encarar el
viaje y allí, la búsqueda de un médico que te recete eso tan
especial para que te cures.
—¿Y si nunca me curara, podrás ser feliz al lado de una
enferma?
—Ya era feliz antes de conocerte… porque era mi
propósito diario tratar de serlo. Y contigo, mucho más.
¡Sabes que te amo, te lo digo y te lo demuestro! ¿Qué duda
te aqueja? ¿Tú crees que los demás son más felices? Nos
costaría encontrar en el mundo una pareja tan feliz como
la nuestra. Pero admito que en las parejas se acierta, como
con los trabajos o las empresas que nos ocupan. Durante un
tiempo todo parece ir bien, pero a veces es un espejismo,
una proyección de nuestros deseos...
—Me había vuelto una mujer independiente y ahora,
temo algún día ser una carga.
—¡Paula, mi cielo, vive el hoy! No desesperes. Además,
no hemos venido a ser felices, hemos venido a aprender.
—Es verdad.
—Querida mía, veremos qué nos reserva la vida.
Tenemos que aceptarlo todo. Hubo un hombre que
aceptó todo el sufrimiento del mundo y nosotros… ¿no
aguantaremos un mínimo dolor? Tendrás que ser fuerte y
tierna a la vez.
—Es muy bueno tu regaño y lo acepto. A veces me digo
lo mismo. Sé que hemos venido a aprender cosas, también
a ser felices y a perdonar. Me has hecho emocionar y luego
reír y después... una mezcla de todo. —Lo abrazo, lo beso y

78
reconozco que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Ni
la primera vez, amé así.
El contacto humano es bueno, hay que abrazarse y sentir
el latido del corazón de la otra persona, que dos corazones
cojan el mismo ritmo es bueno, es reconfortante y sanador.
La gente ya no se abraza. Y dan besos desangelados, sin
ganas.

28
Hoy vamos a un villorio muy temprano a sacar fotos,
y sus habitantes, simples y rústicos, son muy amables con
nosotros. En una casa, nos ofrecen subir al altillo porque
ahí tenemos una vista excelente y luego nos esperan con
un desayuno de campo. En otra, sacan sus carros del corral
y los acomodan, a mi propuesta, junto al pajar, y Fernando
hace unas magníficas tomas.
—¡Qué amables son todos por acá!
—Cuanto más atrasado es un pueblo, más generoso y
hospitalario es con sus visitantes —me retruca Fernando.
—No coincido con eso. ¿Cómo medir su atraso? Creo
que hay grandeza en ser hospitalario y egoísmo en creerse
superior y pensar que no se necesita a los demás porque
se lo tiene todo. Y te lo digo desde el arrepentimiento de
no haber sido mejor anfitriona con mis amigos y parientes.
Pues, por supuesto, tengo mis defectos y este es uno: a
veces especulo con lo que hago por los demás...

79
—Eres perfectamente imperfecta y eso es lo mejor.
Te acepto así como eres. Solo creo en la ley del amor. El
universo nos da lo nuestro, nos da lo que nos pertenece
—dice, estrechándome.
—A mí también me gusta cómo eres, Fernando, mi
amor, pero… ¿hoy podemos volver temprano?
—Sí. Ya mismo volvemos. Y en el camino me cuentas
qué te gusta de mí.
—Tu corazón grande, tu honradez, tu humor, todo… ¿Y
a ti?
—Pues, mujer, me gustas por ser tan mujer, y no es
juego de palabras. Me gustas por tu naturalidad, porque
te peinas con las manos, no te expones demasiado al sol,
ni a las miradas. Me gusta una mujer cuando no llama la
atención con sus encantos, cuando su virginidad la lleva
en su pensamiento. Al lado de una mujer como tú, uno
aprende a ser más hombre.
—Como mujer quiero andar a la par, no estar bajo el
zapato, pero tampoco en un altar como me pones.
—Estoy a vueltas con el matriarcado. Sé que muy
pocos varones se dan cuenta. Qué se puede hacer por ellos,
perdonar y esperar que comprendan.
—También Joaquín piensa así. Y Jerez lo pregona,
aunque no lo veo muy a tono —digo, riendo.
—La mujer tiene un papel fundamental: promover la
raza. Un hombre, cuando se hace hombre, es consciente
del poder femenino y hace que se cumpla lo establecido.
El que no lo hace es porque le teme, teme al poder de la
reina de la creación. Él debe poner su fuerza al servicio del
principio femenino.

80
—Pero el patriarcado lleva muchos siglos…
—Y lo que te rondaré, morena, pero algunos van
cediendo.
—¡Otra cosa que me gusta de ti es que puedes ser feliz
hasta en el infierno! —digo—. ¿Vamos a organizar entonces
la ida a Alemania?
—Sí. Descansa un rato. Ya tengo hechos los contactos
para rentar el auto. Podemos partir antes del almuerzo.
Ponte más guapa que nunca.
—¿Para quién?
—Para ti, para Dios, para el alma del mundo, para los
ciegos, para los que no te pueden ver. Tienes todo lo que se
necesita para no necesitar nada. Lo que te quita la vida, no
lo busques. La vida sabe más que tú.
—Vale. Será como dices…
—Si alguna vez digo algo que no está bien, dímelo por
favor. No quiero atormentarte con mi filosofía barata. Te
dejo descansar.
—Está bien. Al escucharte, reviso mis pensamientos y
trato de descartar los nocivos. Por ti, abrigo esperanzas.

29

Antes de poner el vehículo en marcha, me dice:


—Querida mía: veremos qué nos reserva la vida. ¡Buen
viaje!

81
—¡Buen viaje! Estoy emocionada de hacer mi primer
trayecto largo contigo.
—Verás lo hermoso que es todo el recorrido, Paula;
pero si quieres descansar, no te daré charla. Me gustaría
enseñarte España entera, pero lo que no veas ahora lo verás
cuando estés recuperada. Así que escucha a tu cuerpo si te
pide reposo.
—Esta fragilidad mía me hace ver todo de otra manera.
—¡Frágil e inocente como una recién nacida! —exagera.
—Te das cuenta qué relativo es todo, no tenemos nada
seguro. Ahí radica la fragilidad —digo.
—¡Qué bonito es ser frágil, estar a merced de los
vaivenes del universo, no saber qué va a suceder! Podemos
perder todo o ganar el cielo para siempre. Mejor será reír
por dentro de la incapacidad humana para entender esta
comedia.
—Lo intento, lo intento.
—Este mundo es precioso, Paula, por eso, porque lo
podemos perder. Y lo que más me gusta es no saber qué
será de nosotros mañana. He llegado a un punto, en que
todo lo veo bien, hasta el dolor. Vivir es doloroso, pero
depende de cómo enfocamos todo.
—¡Qué abierto para contestar estás siempre, amigo!
—La receta de amor y paciencia no es mía; la aprendí,
estaba ahí, esperándome que la conociera.
—Cambiando de tema, mi amor, ¿hablas alemán?
—Me hago entender, he ido en varias oportunidades.

82
Luego, el leer me ayuda a conocer de todo. Tengo vista
mucha divulgación de diversas materias.
—Ay, qué alivio. Me aflige un poco la barrera del
idioma, y cometer una imprudencia. No te rías. Me gustaría
ser como tú, que todo lo ves bien.
—Pues bien fácil es. ¿No eres tú una chica con fe? Pues,
juégatela.
—No sé si todas, pero las personas que tenemos fe,
tenemos certezas, hablamos con Dios y sentimos que nos
envuelve, que está en todas las cosas, que nos acompaña
en el día a día. Él no nos falla pero, como dijiste antes, a
veces le fallamos. Para mí, Jesús es mi hermano mayor, sin
dudas. El Espíritu Santo está en mi conciencia, y el Padre,
cuando me siento alicaída, me toma en sus manos, me
hace upa, me dice: “Gusanito mío”. Suena gracioso, pero lo
leí hace muchísimo en la Biblia y me pareció tan tierno que
el Padre nos ponga apodos.
—¡Qué bien lo dices! Entiendo el significado; difiero
en las formas, pero no en el contenido. Es raro hallar una
mujer como tú, formada intelectualmente y creyente. ¿Por
qué dices Padre? Sí, ya sé, perdona mi pregunta, sé que
es una idea que tenemos grabada desde pequeños. Pero
podría ser Madre. En la mente se crean ideas que perduran
para siempre.
—Sé que el principio creador no tiene sexo, pero la idea
de Padre sale de las palabras de Jesús: el Padre me envió... o:
vuelvo al Padre... De todos modos no me pillará de sorpresa
si descubro, cuando mi alma pase a otro estado, que en vez
de Padre hay Madre o Padre-Madre. Creo en una voluntad

83
creadora y no en una coincidencia, pero aceptaré lo que
vaya descubriendo. Estoy segura que en el cielo te quieren
mucho.
—¡Esa es mi chica! Y ahora me callo, así descansas.

30

Llegando a Valencia, me despierto.


—¿Cómo vas? —le digo a Fernando, haciéndole un
cariño.
—No distraigas al piloto —dice, risueño—. Aquí
pararemos. Y creo que haremos noche en Andorra, ¿qué
te parece?
—Tú eres el que conoce. Para mí está bien. ¿Cuándo
calculas que llegaremos a Colonia?
—Mañana a la noche. Eso, sin demorarnos a ver nada.
Después que nos despache el médico y obtengamos el
remedio, podemos visitar parques naturales, como te gustan,
con bosques de hayas y robles, y algunos sitios históricos
imperdibles. Y luego, más tranquilos, recorreremos Francia
y parte de España, al volver.
—¡Perfecto!
Ya en Andorra y durante la cena, Fernando me cuenta
anécdotas de la mili.
—Esas historias tuyas de la época del cuartel, de cuando

84
jugabas al codillo, me recuerdan el cuento de un escritor
amigo, que leí hace un par de años. Narraba la tensión de
una partida de naipes en un bar de campo o pulpería.
—Ya no tengo afición al juego.
—No por plata, pero a mí me encantan los juegos de
mesa, naipes, fichas, juegos de palabras, ajedrez... Son una
sana diversión. A través del juego se aprenden cosas y se
enseñan cosas. Cuando vivía mi mamá, que se fue con casi
88, jugábamos a diario, era lúdica como yo.
—Otra cosa que no me habías dicho —destaca
Fernando.
—Deportiva no soy. Intenté de joven con el voley y
el tenis, también esquié cuando tuve ocasión, pero hace
mucho de todo eso. Ahora, ya sabes, hasta caminar me
cansa.
—Ya lo superarás y harás mucho más, amor mío.
—Quizá queremos arreglar cosas que no tienen
remedio…
—¡Oye, guapa, no te pongas pesimista!
—La vida es un regalo. Todos tenemos nuestro
momento. Quiero creer que el mío puede continuar, pero
a la vez ser consciente de que cada día se acerca al final. El
mundo nace y muere cada día. No es pesimismo, amor, es
parte de valorar el presente.
Toma mis manos, las besa, y pregunta:
—¿Vamos al cuarto o te apetece un bajativo?
—Vamos.

85
31

Al día siguiente, la tormenta se descarga con fuerza


sobre las montañas y nos despierta antes de lo previsto.
Fernando trae unos pocillos de café a la habitación y yo
observo perpleja el chubasco azotando los tejados.
Al descorrer la cortina de terciopelo, siento un olor a
perfume rancio, que la humedad revive, y me remonta a la
infancia, a esos olores que se identifican con las casas de mis
tías, de mi abuela, de la antigua victrola, que destapábamos
en alguna ocasión… Se lo cuento a Fernando y me echo a
llorar. Dice que la saudade se apodera de mí.
Abrazados, nos sentamos en el sofá y, al rato, salgo
de puntillas de entre sus extremidades enroscadas a mi
cuerpo. Se ha quedado totalmente dormido. Lo cubro con
una manta, lo beso en la sien y vuelvo a la cama.
Amanece con una limpidez asombrosa. Nos aprestamos
alegres a continuar el viaje. Le digo que siento olor a pino.
Y él me cuenta de los bosques de pinos rojos, de sus
propiedades medicinales y de las tirolesas y las tarimas que
se montan para que los audaces pasen de un árbol a otro.
—Es para deportistas —asegura.
—¿Hay algo que no sepas, amor mío?
—Parvas de cosas.
Ya en camino, me va señalando y nombrando los lagos
que vemos. De pronto, siento que aminoramos la marcha y
nos detenemos sobre la carretera. Y es que hemos frenado

86
junto a una gran roca, desprendida de la montaña, que si lo
agarra distraído, podría haber sido fatal. Fernando se baja
del auto y con esfuerzo la hace rodar, dejándola junto a la
pared de piedra. Tomo conciencia del riesgo y me prometo
a mí misma atender más al frente y menos a los lados, por
aquello de que cuatro ojos…

32

Llegamos a Colonia tardísimo y bastante cansados. Por


la mañana, nos cuesta despegar.
Buscamos un facultativo de la especialidad y solicitamos
una consulta para el día siguiente. Luego nos dedicamos a
recorrer la ciudad. Es preciosa. Fernando la conoce, por
motivos profesionales, y quiere enseñarme todo, es un
cielo. Una no sabe nunca con quién está, hasta compartir
vida y aficiones. Pero, temprano, nos regresamos al hotel.
En el comedor hay un pequeño piano vertical y
un joven talentoso nos hace vibrar con sus magníficas
interpretaciones. Luego de la cena, Fernando me pregunta:
—¿Quieres dar un paseo, te apetece?
—Solo dormir. Estoy que me desplomo.
—Vale, pero mañana quiero que conozcas el oratorio
de Edith Stein, una monja que se coló en mi vida.
Al día siguiente, cuando Fernando abre los ojos, ya
estoy levantada.

87
—¿Qué tal? ¿Te recuperaste, cielo? Nos espera Herr
Werner en su consulta.
—Sí, estoy descansada y con ganas de que un alemán
me quite el malestar.
—Pero también te espera la Catedral, dedicada a los
Reyes Magos; y, por supuesto, quiero regalarte el aroma de
la ciudad. Su nombre es sinónimo de perfume. Colonia es
el nombre genérico de todas las fragancias y viene dado por
esta ciudad. Dicen que la «4711» de Colonia es la fragancia
más antigua del mundo.
—¡Nunca lo supe, ni se me ocurrió!
—¿Y sabes, tesoro, que a esta ciudad la fundó Trajano,
un emperador nacido en España? Te parecerá extraño pero
con él he soñado infinitas veces. Antes de conocerte, tenía
sueños con un soldado romano, y con la vida de un César.
Ahora no creo que pueda, a menos que tú me dejaras. ¡Ja,
ja! Paula, ¿qué harías si el alemán te dice que tu mal te lo
quitaría un embarazo? Sí, sí, que quedaras encinta.
—¡Ja, ja, ja… menuda receta! ¿Crees que aún tengo
edad? A los 47 ya no es tiempo de criar bebés.
—Lo sé, pero supón que eso te cura, te deja nueva…
—Pues, ¿me embarazarías una docena de bebés?
¿Crees que podrás?
—Qué graciosa, tomaría vitaminas. Total, 51 años no
es tanto.
—Me dijiste que no volverías a fumar…

88
—Pero, cielo, si solo es uno, si hay días que no lo
pruebo; además, no huelo.
—Es cierto no te huele el aliento, no lo podría soportar.
—Quiero besarte. Deseo besarte. Mira, no fumaré.
—¡Hazlo, bésame! ¿Quién te detiene? Esta enferma
necesita cuidados.
—Tú necesitas caricias en el alma. Desde que entraste
en mi vida, has eclipsado todo. De pronto, descubro contigo
lo valioso que es compartir la vida. Y no es por tu carne, es
por sentir tu corazón. No sé cuántos hombres has amado,
pero te aseguro que ninguno será como este que te adora.
—¡Calla y bésame! ¡No hables tanto!
—Qué rica eres, te mordería si supiera que no duele.
Al abrazarnos, empieza a aflojarse la atadura de mi
bata, dejando mi busto al aire.
—¡Dios mío! ¡Qué bonitos son! ¿Ya te lo he dicho,
verdad? Me gustas toda.
—Cada día contigo es mejor y siempre superas lo
anterior —digo suspirando.
La bata ya está en el suelo, y yo, entre sus brazos. El
amor, devastando límites: nos ahogamos en esta sed, y no
cejamos de beber.
Luego, cuando nos vestimos apurados para llegar a lo
del doctor, dice:
—Que una mujer tan hermosa y discreta se fijara en
mí me parecía un sueño. No me creía un hombre atractivo
para una mujer como tú que puede elegir entre mil.

89
—No eres el macho-alfa de una manada, un apolo de
esos que se depilan hasta las ideas. Pero a través de tus ojos
veo la vida más clara y no te cambio por esos guapos de
proteínas sintéticas y gimnasio 24 horas.
—¡Paula, corramos o llegaremos tarde!
En la consulta de Werner, siento quedarme en ayunas,
ya que el médico se extiende mucho en sus explicaciones en
alemán y Fernando solo traduce una síntesis. No obstante,
salimos de allí con la dichosa receta rumbo a la droguería
indicada.
En la farmacia, tengo la impresión de estar ante un
fenómeno mágico: una joven nos recibe en perfecto
español con el remedio en mano. Herr Werner se había
comunicado telefónicamente explicando que llegaríamos
en minutos, que yo solo hablaba español y cuál era la droga
que precisaba.
Salimos de allí tan contentos, casi brincando como
chavales.
—Paula, mi amor, no se me quita de la cabeza lo de
esta mañana, nunca he besado igual, era como la primera
vez.
—No, no era como la primera vez, era mucho mejor.
—No sueles expresar lo que piensas, pero cuando estás
animada y lo haces, todo lo que opinas te lo compro. Eres
sensata y contenida, nunca pierdes la postura, y no sé a qué
obedece, a no dejarte arrastrar por tus deseos, o una innata
frialdad hacía el mundo, como si no quisieras que nadie
invada tu intimidad. Como si no te fiaras ni de ti misma y

90
temieras vivir sin barreras. Debes acostumbrarte a decir lo
que deseas y lo que te irrita. Tienes que naturalizar tu vida.
—Me he entregado a ti sin decir nada y lo deseaba; te
agradezco el cariño que me has regalado; cada vez olvido
más el pasado, ya casi no recuerdo aquel tiempo, y no son
palabras vacías. Quiero entregarte lo mejor que tengo sin
ningún juramento eterno. Quizá, estando a tu lado, me
acostumbre, sin darme cuenta, a ser de otra manera…
—Me gustaría oír que me amas.
—No seas niño, lo mío es algo más que lenguaje. Pero te
amo. Ahora vamos a esos lugares que querías enseñarme.
—Veinte minutos nos separan de Edith Stein. Me
emociona esa mujer, tiene el rostro más dulce y sereno
que he visto en mi vida. Es la bondad encarnada. Nos dejó
Ciencia de la Cruz. Fue filósofa, mística, un corazón puro, no
como el mío.
Una gran foto de Edith preside la sala. Al llegar frente a
ella, Fernando exclama:
—De nuevo ante mis ojos, sencillamente preciosa, pero
esta vez no vengo solo. ¡Paula, ves qué lugar!, me acercaré
a ella un poco más.
—Te espero aquí.
Pienso: ¡Qué hombre!, todo lo vive igual, con qué
pasión vive la vida, me gustaría sentir lo mismo. Él comunica
con Edith. Habla su corazón, su lengua no se mueve.
Estamos en Köln, en la casa de Edith, en el reino del
silencio absoluto, rodeados de personas desconocidas.
Comienzo a orar, mi alma se abandona al dominio divino.

91
Cuando veo que Fernando se mueve, me acerco y tomo su
mano. Su rostro tiene tanta paz. Me sonríe y, a modo de
despedida, le dice a la imagen:
—Mi preciosa Edith, te amo. ¡Qué corazón tan bueno,
qué ciego el mundo que no supo verte!
—Me gustan tus amistades; tu amiga tiene una carita
preciosa, no me extraña que te enamores de ella —digo.
—Esto se comenzó a construir en 1248, ¡mira qué
nave, y qué campanario! Cuando suenan las campanas, es
delirante.
Esa noche, asistimos a la ópera. Y en la cena, planeamos
el lento regreso para disfrutar más del paisaje.
—Háblame de ese viaje que me has prometido a París,
pero come. ¿No tienes apetito?
—No sé decirte; de pronto, he tenido un pensamiento
extraño, quizá sea por la ruta que emprenderemos mañana.
O será la emoción. Estar aquí contigo es un sueño, Paula.
—Dijiste algo de Brujas, que también la conociste, ¿no?
—Sí, he pensado pasar por Gante y Brujas, nos
desviaremos un poco, pero valdrá la alegría de ver tus
expresiones. Tendrás que cerrar los ojos y no abrirlos hasta
que te diga. Beberemos cerveza belga, ya verás cómo
entra. Gante está lleno de edificios históricos. Y Brujas es la
Venecia del Norte de Europa, es un marco de enamorados,
te volverá loca. Esta es la Europa de las libertades, de los
derechos humanos, es la luz del mundo, debemos cuidarla
para que siga alumbrando a las generaciones venideras. Ya
lo irás viendo. Pero la primera parada será en Aquisgrán,

92
la ciudad de las aguas calientes. Sus manantiales bien
merecen una parada, una de las ciudades más innovadoras
de Alemania. Ahí nos tomamos un café, te hago unas fotos
y continuamos.
—Confío en ti, no te inquietes. Después planearemos
cómo llegar a Paris. ¡Venga, anímate!, te veo un poco
triste. Brindemos con este vino del Rhin por nuestro viaje y
nuestro futuro.
Le pongo los labios y me besa como solo él sabe
hacerlo, apasionadamente.

33

Es 21 de agosto de 2015. Después de varios días de


conducir el auto, Fernando empieza a oír algún sonido
desafinado. Decidimos llevarlo a un taller al desviarnos
para Bruselas. Haremos algunos viajes cortos en tren.
Sentados ya en el vagón y a punto de partir, él ve a una
anciana con un gran bolso, a la que intentando subir se le
aflojan las piernas. Corre para ayudarla a ascender y la hace
pasar al interior. Luego, se queda junto a la puerta mirando
la estación y yo, viéndolo a él, mi amor.
Un hombre se le aproxima y, desde el andén, le arroja
algo a las manos que por instinto Fernando atrapa. Una
explosión me hace bajar la cabeza y apretar los ojos. Aun
aturdida, oigo voces y corridas tanto arriba del tren como en
la plataforma. Una voz masculina me dice: ¡Vamos, aléjese!

93
Fernando no está a mi lado. Corro hacia él, mientras
otros pasajeros corren en sentido contrario. En el pasillo
que une los vagones, donde lo vi por última vez, hace unos
instantes, veo su cuerpo como una marioneta plegada
derrumbándose por la escalinata. La bomba voló parte
de su rostro. Grito. Pronto aparecen las autoridades.
Estoy sentada en el piso de ese pasillo con su cabeza
ensangrentada en mi regazo. Le han borrado la sonrisa y
esa boca que tanto besé. Quieren separarme de su cuerpo
inerte, pero me aferro. Me dicen que solo él ha muerto.
Grito. Grito hasta que alguien de la asistencia me aplica un
sedante y nos cargan en una ambulancia. Después me dirán
que el explosivo falló, podría haber volado todo el tren.
Es 23 de agosto. Nos trasladan en un helicóptero a
Málaga, a mí y a su cadáver. Nos esperan Enrique Luis y Pilar.
—¡Estoy destrozada! —les digo.
—Me ocuparé de todo, Paula. Descansa —asegura
Enrique Luis.

34
Tengo millones de cosas que decirte, ¡y tantas que no te
pregunté! ¡Ay, Fernando, mi amor, se nos acabó el tiempo!
¡Ya hace 6 días! Recién puedo leer la noticia, y han
escrito mal tu nombre en el periódico.
Solías hablarme de la actitud mental, de la buena
disposición, ¡del amor a todos! El otro día, pensé que nos

94
metíamos en demasiados gastos y dijiste: “Hay que vivir
hoy; por si mañana no se puede”.
Lo siento, no puedo ayudar a otros, no puedo amarlos.
Sin ti, no podré.
Me volveré loca. Lo sé.
El mundo no sabe de tu fervor por la vida. El editor
debería publicar todas tus fotos. Quizá, le hable… Si tuviera
fuerza, le hablaría.
La sierra de Guadarrama empezó a cubrirse de nieve.
Una locura climática, dicen. Y no llegamos a verla juntos.
¡Bah, ya no me importa ningún paisaje!
“Dentro de nosotros tenemos la mejor joya que existe
en el mundo, la más bonita”, me decías.
Nunca te deslumbraron las apariencias. Pero tenías
preferencia por lo mejor, lo bueno y lo bello.
¿Existimos realmente? ¿No fuiste un espejismo en mi
vida? Yo ya no existo… Todo es una paradoja. No tengo
ningún interés en saber nada. Vivo y espero la nada con
devoción.
Hasta el lenguaje se vuelve absurdo...
Me volveré loca.

35
Hablamos de arte, ¿verdad? Quiero recordar todos
nuestros temas, y sobre todo tus gestos a cada momento.

95
A algunas personas se les olvidan los rostros amados.
¡Por Dios, no, que a mí no me ocurra!
Me disgusto conmigo misma; por mi causa llegaste ahí
a encontrar la muerte. Todo esconde una razón profunda,
lo sé, pero no me importa, ya no quiero saber, ¡ni curarme
quiero!
Todo me sobra. ¡Uf! ¡Qué locura, diste la vida por traer
mi remedio y no lo estoy tomando!
Te necesito. Quiero necesitarte; ayúdame con mis
pensamientos...
El otro día, también te necesitaba. Nunca había estado
en un atentado. Y cuando fui a buscarte, ya no respirabas.
Tengo que soltarte, dicen los demás. No puedo.
“Verás que un día mágicamente volverás a hallar una
razón para aferrarte a la vida”, me dijo Iris la otra noche.
El que no cree en la magia, aunque se tope de frente
con ella, no la ve.
“La gente venida de lejos trae más fe, porque la
necesita”, me dijiste un día. “Todos necesitamos algo”.
“¿Por qué nadie habla del arte de morir?, morir cuando
se es joven, como un héroe”, dijo Jerez despidiéndote.
“Adentrarse en el Hades en la plenitud de la vida, eso ha
hecho Fernando, con todos los sentidos despiertos y no
agrietado y descolorido como una manzana pasada”.
Hubiera querido verte hecho una pasa a mi lado, con
esos divertidos hoyuelos convertidos en arrugas, mi amor.
Nadie sabe lo absurdo que se siente sobrevivir a una
pérdida como esta…

96
36

Pasan los días, las semanas, Violeta teme por mis


facultades mentales y me convence de ir con ella y el
marido a hacerme estudios de toda clase y a recomenzar
con el medicamento alemán.
“Estoy viva porque respiro, pero una parte de mí
murió y así se queda”, le digo. Pero, en realidad, no puedo
resistirme más a alimentarme y a recibir atención. Así que
vamos.
En el hospital, Augusto me presenta a un colega que,
al saludarme, toma mi mano entre las suyas, la sacude, y
dice algo en euskera y yo, que me siento muy mareada, en
medio de mi náusea, le pregunto de dónde es.
—De San Sebastián —responde—, la maravilla de
España. ¿Conoce Bilbao? Donde mejor se come. El arte
culinario español reside en el país vasco.
—Me han dicho que en general el norte es precioso —
digo, y una transpiración fría me envuelve y me desvanezco.
Al volver en mí, recuerdo las palabras de Fernando y las
recito en voz alta como una letanía aprendida: “¡Es bonita
la vida! Cuando lo descubres, ya no te importa que acabe;
sería demasiado peligroso que algo tan bueno fuera para
siempre”. Los tres se me quedan mirando.
Luego, en la consulta, me someten a unas pruebas
a las que respondo con desgano. El siquiatra dice que
las pérdidas dejan confusión, sensación de vacío, que
recuperarse depende de quererse uno mismo.

97
—El acto de amar es algo sagrado, no se debe trivializar.
Amar lo contiene todo, incluso el amor propio y el deseo de
mejorar.
—Es como si estuviera en el limbo. Nada de aquí me
importa —le digo.
—Imagina que alcanzas un punto intermedio entre
ese limbo y esta realidad donde no se consume el instante,
donde te detienes a percibir alguna cosa. Cualquier cosa
que aprecies servirá. Un día será el aroma de una flor,
quédate con eso. Otro día, voces de niños, o el sabor de una
comida. Aférrate a un disfrute por día. Estos remedios que
te indico, más el que tienes que tomar por tu enfermedad,
van a ayudar.

37
Me voy de ahí sin creerle, Fernando. Solo quiero
reencontrarme contigo en mi habitación. Me doy cuenta
que casi no conozco la tuya, solo desde la puerta. Nuestra
vida transcurrió en mi cuarto. Eso también me aterra,
tendré que entrar un día por tus cosas, ¡ay, qué dolor!
Violeta y Augusto me piden que les cuente lo que dijo
el especialista. Ella se arriesga y agrega:
—Además de eso, hay miradas, complicidades, juegos
inocentes, risas…
—Estoy como si no existiera nada, como si todo el
mundo sobrara —respondo.

98
—Una cosa por día, recuerda, comenzando por los
remedios —dice Augusto.
Al llegar a la hostería, tengo que repetir el dictamen
para Enrique Luis y su mujer.
—Voy a hacerte uno de mis caldos y hoy te quedas
todo el día pensando en su sabor —dice Pilarica.
—Lo del siquiatra son solo palabras —digo.
—Las palabras verdaderas son medicinas para el alma
—retruca Violeta.
—Los remedios también ayudarán, Paula —dice
Augusto.
—Vale. Ahora dejadme volver a mi habitación.
Violeta me acompaña hasta la puerta del dormitorio.
Le agradezco y le confieso que aún me invade el terror. Que
si no fuera por su buena voluntad, no me movería a hacer
nada.
—Tú también has sido generosa y buena amiga.
Encuentras aquello que das —dice, me abraza y se va.

38

“El amor todo lo hace nuevo”, me decías. ¡Quiero


recordar todas tus palabras! Si mi mente se deteriora, no
podré. Esa será mi razón de vivir, hoy.
Entonces, tomo los remedios.

99
“Te enseñaría España en seis meses, incluyendo
Portugal y el sur de Francia y, si quieres, Italia”, dijiste al
salir de la farmacia germana.
Odiaré cualquier paisaje sin ti… Mi mente divaga.
Mejor, me recuesto. Tal vez, tenga la suerte de soñarte.
Despierto bañada en sudor buscándote entre fierros
retorcidos. Debo de haber gritado mucho porque Violeta
me llama por teléfono para tranquilizarme, para distraerme.
Alguien le habrá avisado…
Hablamos de cosas intrascendentes. Quiere pedirme
opinión para adquirir una colección de libros de autores
sudamericanos que le han ofrecido. En realidad, busca
hacerme salir de mi trinchera. Le digo que por hoy, con la
ida al hospital, ya he salido bastante. Pregunta si puede
subir a mi cuarto porque también quiere contarme algo
más privado. Le digo que prefiero quedarme en la cama,
pero que la escucho. Dice que, por su espiritualidad, se
le apetece menos el sexo que antes y que Augusto se lo
reclama. Ya no veo el sexo de la misma manera, hay vida
sin él, dice.
No estoy en situación de opinar, le respondo. Me
sentía muy unida espiritual y físicamente con Fernando. En
el corto tiempo que compartimos, estuvimos en el paraíso.
—A Augusto cada vez le cuesta más darme tregua,
quiere sexo varias veces al día. Ya ni lo llama “hacer el amor”.
Creo que el paraíso está fuera del tiempo, la mitología lo
sitúa como algo perdido. Hubo un tiempo primordial, era
el tiempo sagrado de los poetas, cuando el humano ponía
nombre a las cosas y vivía en armonía con lo que le rodeaba,

100
cuando el hombre y la mujer eran espirituales; después
sobrevino la separación, la desintegración, la caída en el
tiempo. El tiempo mítico desapareció, todas las culturas
hablan de ello.
La escucho en silencio y dice:
—Te contaré esto último: ¿Sabes que me ha propuesto
tomar clases de tango? ¿Bailas tú, tango?
Le digo que bailaba poco. Y responde:
—Lo veo demasiado atrevido, de mujer fatal, de
vampiresa... Aunque en sus letras hay también mujeres
sufridas, trabajadoras, pobres, engañadas, maltratadas,
como en la vida. En definitiva el tango es una representación
grotesca de la vida, como una teatralización, ¿no?
—Lo que más me gusta es el tango instrumental,
interpretado por las grandes orquestas, o solo por
guitarras —le digo y me disculpo porque no puedo seguir
la conversación.
Me levanto, abro la ventana y veo, en la vereda de
enfrente, en el interior de una mansión, un pequeño jardín
que rodea una estatua y una farola. Hay bancos bajo un tilo,
y una niña leyendo que se parece a mí. Reconozco que tuve
una niñez feliz, pero lloro silenciosa por mí, ahora.
Atardece. En vez de encender la lámpara, prendo unas
velas que compré en los Pirineos. Me envuelvo en un chal y
pienso en tu abrazo, en ese sillón. Se puede oír el siseo de
las velas ardiendo en la penumbra.
Se entumecen mis músculos, se nubla mi mente.
Quizá, duermo a intervalos. Enrique Luis llama, como es

101
habitual, para consultar qué me apetece cenar. Y habla de
un visitante que le ha sugerido editar algunas de las recetas
de Pilarica, como un producto atractivo para los turistas. Me
dice que precisaría mi ayuda para escribirlas. Parece que de
repente todos se han confabulado para necesitar algo de
mí. Sí, Fernando, ya sé que pretenden ayudarme. Tú debes
andar susurrándoles esas cosas… “Se puede amar a toda
la humanidad, cuando es amor y no deseo de posesión”,
decías. En realidad, los siento mis amigos, los amo. No sé
si con tu amor, no puedo llegar a tanto, pero siempre he
dicho que tener un amigo es tener un tesoro. Nos sentimos
a salvo si le importamos a alguien.
Decíamos que todo lo semejante va al mismo sitio,
¿recuerdas? ¿De qué cosas tratan en el cielo, qué hablas
con los ángeles? ¿Me puedes ayudar a oírte? Tú sabes que
la mente puede estar en otra parte y el cuerpo aquí. Si acá
no existe el tiempo ni el espacio, menos para ti.
No sé por qué ahora recuerdo a un médico homeópata
que consulté hace años y me dijo: “¿Se da usted permiso
de explotar alguna vez, llorar, gritar, romper algo?”. “No,
casi nunca. Soy muy contenida”, le dije. “Pues, hace mal”,
me respondió. Siempre traté de hacer lo mejor, de ser
educada, formalita, y me privé de la naturalidad, de la
espontaneidad…
Ceno frugalmente. Ya es una costumbre. Pero le
prometo a Enrique Luis bajar mañana a desayunar bien y
ver eso del recetario de platos típicos.

102
39

Amanezco reconfortada. En sueños, creo haber oído


tu voz diciéndome: “A veces, ignorar es mejor que saber
mucho. Me aburre la inmortalidad, ¿quieres hacer un
viaje?, harás el mejor viaje del mundo, al lugar más bonito,
más que un paraíso, donde todo es precioso, tu buen
corazón…”.
Varias mañanas trabajo con las recetas de Pilarica y
formulo un boceto. Eso me anima un poco, al ver la ilusión
de ellos.
Después de unos diez días de la nueva medicación,
Augusto me pregunta cómo voy.
—Ando en automático, sobrevolando la vida. Como
una niña aplicada, hago lo que dice tu colega: me intereso
al menos por una cosa al día.
—Aun sabiendo que todo perece, debemos vivir como
si todo tuviera sentido —me responde.
—Yo elegí ser eterna... porque tiene sentido, todo es
por algo. Y Fernando pensaba igual.
—Y Violeta… —admite.
—La física y la matemática dicen que todo se reduce a
uno. Y todos los iluminados lo han dicho. Me consuela ser
parte de algo infinito y saber que en otro plano, los seres
que amé o que amo también son parte…
—Si te ayuda... Pero el hombre tiene que ser dueño de
su destino y vencerse a sí mismo, prohibiéndose fanatismos.

103
—¿Eres poco creyente, Augusto?
—Sí, pero creo en algunas leyes universales como la
“sincronía”. Pienso que sentimos afinidad o atracción por
algo o alguien que por alguna razón suprema debíamos
conocer. ¿Has participado o visto biodanza, Paula? No es
baile. Es bailar las emociones. Una mezcla de danza con
terapia gestáltica... Difícil de explicar, hay que vivenciarlo. Es
aliviador, se siente bien después de hacerlo. Lo promueve
una colega y me invitó a presenciar una sesión. En cuanto
los vi, pensé en ti.
—Fernando siempre ponderaba la fragilidad propia y
la que nos rodea. Todo tiene sentido; lo sorprendente es
llegar a la sincronía con tanta locura alrededor. Pero ya no
pienso mucho en lo que tiene sentido o en lo que no —digo.
—¿Te das cuenta que te contradices?
—Vivo dos vidas, Augusto, la normal, la que todos
ven y la mía particular, con Fernando y a un paso de la
locura. Parece que el tren va a descarrilar, pero se detiene
suavemente. Es una metáfora irónica.
—Si no he malentendido, cuando te recluyes en tu
cuarto, ¿crees estar con él?
—Sí, y no me avergüenza, es como si recuperara el
tiempo que nos faltó compartir.
Viendo llegar a Violeta con Lila, me apresuro a decir:
—Dejémoslo aquí, tengo que escribir cosas, un encargo
de Enrique Luis, recetas viejas que Pilarica renueva. Ya
pensaré en eso de la biodanza. Gracias, Augusto.

104
40

Con Violeta nos miramos sin hablar, porque Lila me


acapara con su abrazo y su ternura. Cuando la niña sale al
jardín, le digo, guiñándole un ojo:
—Leí por ahí que la tristeza es la antesala de la alegría.
Y tu hija me puede… Cambia mi ánimo.
—Déjate llevar, deja que las cosas ocurran, no estás
aquí por casualidad. Somos como hojas que se lleva el agua
del río por donde quiere. No te opongas, acepta la dirección
por donde va la corriente.
—Lo intento. ¿Crees que no?
—No soy nadie para dar consejos. Esto en realidad no
es un consejo, es una confesión. A mí también los niños me
pueden. Hubiera querido tener media docena. Augusto, no.
Pero mírate, si el abrazo de Lila te ha cambiado el humor;
di: Con estos ojos y este corazón, ¿qué puedo hacer? Tienes
que mirar bebés, coger niños de teta, besarlos, abrazarlos.
Podríamos ir las dos de voluntarias a una nursery.
—¡Ja, ja! El voluntariado lo haces tú conmigo… Pero
pensaré tu propuesta, amiga.
—Tu instinto funciona mejor que tu pensamiento, ten
confianza.
—De acuerdo. No tienes nada que aclarar. Dejemos
que todo suceda; no busco felicidad, eso es un rollo; tengo
que devolver algo de lo mucho recibido —digo convencida.
—No me sale decirte otra cosa que ¡gracias!, por lo que
has dicho. A mí también me hará bien —dice ella.

105
41

Desde hace un tiempo que no veo a Jerez, el historiador.


Ni me interesa. Pero hoy ha venido Iris a visitarme y, como
se conocen desde niños, sabe bien de sus andanzas.
—Menudo lío se le ha armado al majo —dice—. Resulta
que la más joven de sus mujeres, celosa, le ha visto en el
bolsillo de la chaqueta una caja con una gruesa pulsera de
plata con dije. Y viendo que él no se la regalaba, supuso que
era para otra. Entonces, no sé qué amigo tecnológico le ha
dado un micro...
—¿Un qué…?
—Un micrófono pequeñito que le pegó al estuche o al
dije de la pulsera... La cosa es que esta oye por dónde va la
“nueva” y todo lo que habla. ¡Le ha montado una escena
a Juan Carlos que lo ha dejado pasmado, en presencia de
su esposa y sus chavales, y entre todos le han dado de
puntapiés!
—¡Pero, hombres así no escarmientan!
—Eso mismo le dije: Has tenido suerte que estas dos te
consientan, ¿por qué sigues buscando?
—Como los ludópatas, que pueden arriesgar una
fortuna en una sola mano y perderlo todo —respondo.
—“Es que debo probarme a mí mismo”, dijo el muy
loco.
—¿Has visto? No tiene arreglo… Bueno, cambiando
de tema, dime tú, que has viajado, ¿cómo ves esto que

106
estoy preparando para el hotel? ¿Encajará con el gusto
internacional?
—Al menos con el europeo, sí. Lo veo muy claro para
cualquiera. ¿Y quién ha sacado las fotos?
—Yo misma. Recuerda que aprendí del mejor.
—¿Has hecho algo ya con sus cosas?
—Aún no. Como Enrique Luis me dijo que hasta el
próximo verano no le apura desocupar esa habitación,
me he dejado estar. También espero por si aparece un
primo o algún pariente del que yo no sepa, a reclamar sus
pertenencias.
—Está bien, Paula, pero tendrás que dar ese paso. Es
parte del duelo.
—Sí. Es que he logrado una cierta armonía y no la
quiero arriesgar —digo.
—No es un juego de ganar o perder. Es una puerta que
debes traspasar.
—Lo sé. Pero en cierta forma, también arriesgo todo,
entrando a ese cuarto. Arriesgo ver a Fernando de otras
maneras. Ten en cuenta que siempre nos reunimos en mi
habitación. Ganar o perder requieren sabiduría para estar
en ese momento con equilibrio interior, pero creo que el
perder nos enseña más. Y el ganar, aunque sea de vez en
cuando, nos permite medirnos a nosotros mismos si somos
magnánimos o soberbios.
—No sé por qué se te antoja el paralelo con el juego.
Últimamente, no te entiendo.

107
—Porque ya me imaginé otras veces, parada en su
puerta, no queriendo descubrir otras cosas del hombre que
amo. Así, en presente, quiero seguir hablando de él. Quizá
me falta tiempo o generosidad… Quizá el día que embale
sus objetos, su ropa y papeles, empiece a hablar del hombre
que amé, en pasado. Y no quiero eso.
—¡Por Dios, mujer, cuántas suposiciones que solo
vencerás entrando allí!
—Es que el ansia de saber es fuente de problemas…
—Lo que puedes descubrir completará al hombre.
Ahora solo tienes un fragmento.
Comienza a caer una suave llovizna. Se la señalo a Iris,
casi alentándola a que se vaya. ¡Cómo somos!, a pesar de
que necesitamos amor, que nos amen, no estar solos, hay
que superar cualquier fragilidad, ser fríos, casi insensibles,
y tolerar las discrepancias. Lo que dijo Iris da vueltas en mi
cabeza, pero me niego a que encaje.
Prefiero tus frases, amor: “A veces no me gusta este
mundo, pero me divierte”. “Hay palabras que no se pueden
decir porque no se entienden, se ha perdido su significado”.
“Un hilo invisible me conducirá a aquello que es para mí”.
“Es demasiado hermoso este mundo”.
Ya está, las anoto para no olvidarlas.
Extraño tus fotografías. Sí, ya sé que si voy a tu cuarto
las hallaré a casi todas, pero me tiemblan las piernas de
pensar en entrar allí.
Tendrás que guiarme… ¿A qué le temo? Te conoceré
más, pero lo mejor de ti ya lo conozco. Esta incertidumbre
es un castigo.

108
Anotaré también esto que dijiste: “Quisiera que
me vieras como un cristal transparente y que vieras mis
pensamientos. ¿Te imaginas un mundo así?”.
Acabaré loca, pero loca de amor. Mejor voy a tomar las
medicinas y a dormirme.

42
Hoy, desayuno con Violeta. Me cuenta que Augusto
ha conocido una muchacha alucinante, profesora de
yoga. Desde el primer día le habló de cosas extrañas, de
sincronicidad, registros akáshicos, reencarnación.
—¿Y tú qué opinas? —pregunto.
—El amor quita el miedo; donde hay amor no hay sitio
para nada más, pero...
—¿Pero…?
—Ya me está inquietando que todo el tiempo me hable
con tanta emoción de sus colegas jóvenes y talentosas
—dice.
—Puede ser una estrategia para llamar más tu
atención…
—Puede. Bueno, ¿iremos hoy a la nursery?
—Vamos. ¿Y Lila?
—A esta hora tiene sus clases de canto y baile, que
tanto le gustan. La he anotado para asistir tres días a la
semana, mientras nosotras vamos al hospital.

109
—¿Sabes qué pienso? Por la tarde, cuando Lila asiste a
la escuela, podríamos probar tomar clase con esa profesora
de yoga, amiga de Augusto, y también con una colega
biodanzante. Esa me la recomendó él para trabajar mis
emociones.
—¿Te entusiasma la idea o lo dices para ayudarme a no
desarrollar mis celos?
—Creo que no nos vendrá mal. ¡Ah! ¿Sabes que Dios
nos puso la sexualidad para disfrutarla? No va reñida con
lo espiritual. Digo por lo que me contaste los otros días
—afirmo, y partimos.

43

Después de un par de semanas de estas nuevas


actividades, le expreso a Violeta que estoy feliz de que nos
hayamos decidido.
—Yo también —responde.
—Tienes un carisma muy grande, Violeta. ¿Has visto
cómo te quieren en todos lados? En especial, el médico
neonatólogo, y te mira de un modo…
—Pero es un caballero. Y sabe que soy casada… Me
gustan los hombres honestos, tiernos y duros a la vez; él
es como una roca contra la iniquidad. No me gustan los
babosos, ni los que escandalizan a los pequeños con su
grosería.
—¿Te oyes?

110
—Amiga, me estoy enrollando mucho, no quiero decir
que tenga interés en él. Solo que parece de fiar. Además, es
un hombre al que todo le sale bien. ¿Has visto cómo sacó
adelante a esos mellizos?
—Sí, es un gran profesional. Y también lo veo decidido
a defender su punto de vista. El otro día, escuché cómo
enfrentaba al director. Ellos no sabían que yo podía oírlos
—digo.
Estamos desayunando en el salón comedor. Enrique
Luis se acerca a la mesa con dos sobres en la mano.
—Buenos días, señoras. Paula: me tomé un atrevimiento
que tendrás que perdonar. El mes pasado llegó esta carta
y, como ahora llega otra del mismo remitente, acá te las
entrego.
—¿Por qué la retuviste?
—Estabas tan triste aún. Ahora se te ve más fuerte y
saludable para afrontar noticias de tu patria. ¿Me disculpas?
—Bueno. Pero ya no me protejas. Es verdad que estoy
mejor. Es más, he decidido esta tarde entrar a la habitación
de Fernando. Si me procuras unas cajas, para fin de mes
tendré todo embalado. Y ahora, quédate con las cartas
hasta el mediodía. Me las das cuando regresemos, pues ya
nos esperan.

111
44
Al trasponer tu puerta, siento tu perfume. No hay
mucho olor a encierro. Permanezco un rato paralizada y
luego, descorro las cortinas y abro la ventana.
Hace dos días que te pienso, sí, te recuerdo, pero no te
hablo como antes lo hacía, amor mío. Serán las múltiples
ocupaciones…
Te cuento que las dos cartas de Uruguay dicen lo mismo
o, al menos, parecen escritas con la misma intención. Es
Roberto preguntando cuándo regreso. Es que no se quiere
enterar que yo aquí tengo una vida. Te tengo a ti, un puñado
de amigos y algunas tareas que no pienso abandonar.
No sé si responderle. ¿Ya no escribes?, me dice. ¿Por
qué no me envías algún nuevo poema? Pido nuevos porque
he comprado uno de tus libros para imaginar tu respiración
al decirlos.
Creo que el primer día de conocerte, dije que tendrías
mucho trabajo conmigo, ¿ves?, no te engañé, Roberto, te
dije la verdad, no me gusta decir otra cosa que no sea la
verdad, pero… ¡sal de mi mente!, estaba hablando con
Fernando.
También dice que siempre le gustó leer, pero más oír
a los payadores y a los narradores de cuentos y leyendas.
Fue lo mejor que viví en mi juventud, y era como leer. Luego
les contaba historias a mis hijos… Cuando pequeños, les
relataba cosas que no existían, que solo habitaban en mi
cabeza, reconozco que fui un soñador, pero todo se vino
abajo un día. Eso me dice.

112
Bueno, mi amor, ya he llenado dos cajas con tus ropas.
Las llevaré al hospital. Allí, las voluntarias de la sala de
adultos sabrán qué hacer y quién puede necesitarlas. Aquí
hay tarea para varias tardes. Lo siguiente será separar las
fotos, me gustaría hacer un libro con ellas. Las máquinas
me las quedaré. Lo último que clasificaré serán los papeles
escritos y estos cuadernos de apuntes.
¿Sabes, Fernando? A cada paso pienso que me guías,
que estarías satisfecho, al menos, con lo que hago. Y me
siento mejor de salud, pero eso tú ya lo debes saber.

45

Vuelvo a releer las cartas de Roberto. Se lo nota


impaciente por mi retorno. ¡Vaya a saber por qué fue tan
reprimido cuando estuvimos tan cerca! Dice que consiguió
una novela con una historia que se parece a la nuestra.
¡A la nuestra!, pero si no tuvimos historia, y agrega: ¿Por
qué una mala noticia no nos inmuta y sin embargo una
novela nos emociona y nos hace llorar, será que existen
palabras y maneras de utilizarlas que nos conmueven? En
mi adolescencia pude ver la realidad del mundo, no todo
era lindo. Diría que bien pronto la vida me trató con rudeza.
Tuve que dejar de soñar, tener novia, trabajar y pensar en
el futuro, y mira cómo es aquel futuro, hoy. Durante años lo
vi negro. Ahora pienso que puede ser mejor si estás tú. Por
eso, aguardo tu regreso. ¿O tendré que ir en tu búsqueda?
Ven, Paula, no te resistas.

113
¡Ay, ay, ay! Tal vez le escriba para desalentarlo… Esta
noche, me esperan en casa de Iris, es el cumpleaños de
Joaquín. Veré qué le regalo.

46

—¡Feliz cumpleaños y feliz vida, amigo mío! —digo


apenas él me recibe en el pórtico.
—Te amo, amiga. Gracias por venir. Abrir paquetes me
emociona como cuando era niño, pero de verdad que basta
con tu presencia, Paula. Adelante.
—¿Tan excitado estás que le dices te amo a esta señora,
Joaquín? —dice una jovencita de la familia, una prima.
Y él le responde:
—Tenemos que romper el programa de prejuicios que
llevamos dentro. El significado de las palabras no es el que
crees, depende más de nuestras intenciones. Si te digo: te
quiero, no es otra cosa que lo que es, no hay que suponer
nada, ¿cómo no voy a quererte a ti, y a ella? Amor es el
sentimiento perfecto para expresar el cariño por una amiga.
Lo otro sería decir: aprecio a toda la humanidad. Pero Paula
es mi amiga, y amo su corazón valiente y sensible. Es otro
amor que el de los novios o los esposos. ¿Comprendes?
—concluyó Joaquín, mientras la jovencita lo observaba con
ojos burlones y una pizca de celos.
Me escurro hacia la cocina, para darle una mano a

114
Iris y librarme por el momento de la presentación con un
concurrido grupo de muchachos. Le comento a ella esa
inquietud que me entra al conocer hombres, aunque sean
demasiado jóvenes para mí. Se ríe y dice:
—Ya se te pasará. ¡Qué guapa estás!
—No empieces, tú.
—Pero, mírate, estás llena de vida y esa vida no es para
ti sola, la tienes que compartir...
—La verdad, es increíble, amiga, lo bien que me han
sentado las medicinas y una cantidad de actividades entre
recreativas y solidarias que emprendimos con Violeta. Es
así, lo tengo que aceptar.
—¿Has visto? No te engaño, no lo he inventado yo.
—Bueno, bueno, ¿quieres que lleve esto a la sala?
—¿Allí donde están los tiburones? Siiií… —responde
riendo.
Apenas me aproximo, Joaquín comienza a presentarme
a sus amigos. Con casi todos, cruzamos un mucho gusto,
pero un tal Ricky, uno de los más guapos, retiene mi mano,
diciendo:
—Al fin; desde que te vi llegar, me tienes hechizado. He
preguntado por ti y me han dicho que eres sudamericana,
y escritora, además.
—Ay, por favor, no seas exagerado.
—¿Qué dices, que no hechizas nada? No te creo,
todos están pendientes de ti, pero ahora disimulan porque
conversas conmigo.

115
—Bueno, Ricky, dime a qué te dedicas y luego seguimos
hablando, pues me vuelvo a la cocina a buscar otras cosas.
—Profesionalmente, soy arquitecto, pero me dedico a
viajar, un poco a la filantropía y más a gastar una cuantiosa
herencia que me han dejado.
—¡Ah! Destino arriesgado…
Entro a la cocina y encuentro a Iris riendo.
—¿Has visto con quién hablaba?
—Sí, Ricky. Mi querida amiga, tienes que tener olfato
de mujer para diferenciar las cosas verdaderas de las
apariencias. Este es otro embaucador como Jerez, solo que
soltero.
—De todos modos, no me interesa liarme con nadie.
Además, es muy joven.
—No tanto. Es todo un hombre.
A lo largo de la celebración, conversamos entre todos.
A la medianoche, se acerca Ricky con dos copas de cava y se
queda a mi lado. Me resulta encantador y, por eso mismo,
quiero huir de allí. Cuando, al fin, decido irme, se ofrece
a llevarme en su coche. Acepto porque no se me ocurre
ninguna excusa para negarme. Cuando llegamos al hotel, le
doy dos besos y me apuro a abrir la portezuela del auto. Me
retiene del hombro y dice:
—Me tienes cautivado, encadenado, embrujado,
¿qué me has hecho, mala mujer? ¡Venga, dame un abrazo,
corazón, y tu móvil!
Lo miro con dudas, y agrega:

116
—No eres mala, eres muy buena, atenta y paciente,
¿cómo no voy a querer una amiga así? Mañana, salgo de
viaje. Te llamaré a mi vuelta.
—Vale. ¿Adónde vas?
—A Japón.
—Que lo disfrutes.
—Hace mucho, aprendí a disfrutarlo todo. Para mí,
la felicidad es ausencia de cosas inservibles; cuando te
vacías, te llenas. A pesar de mi fortuna, no acumulo bienes
materiales, solo vivencias.
—¡Qué bien! Bueno, adiós. —Ya no sabía que más
decirle. Esa frase de él fue el broche de una noche
inolvidable.
Aguardo en los escalones a que su automóvil se aleje y
una luna gigantesca lo engulle en el horizonte.

47

Por la mañana, cae una lluvia torrencial, cuando suena


el teléfono. Es Violeta:
—¡Qué suerte que hoy no tengamos que ir a la nursery!
Mira qué clima. ¿Cómo te fue en lo de tus amigos?
—De maravillas. Además, sigo conociendo gente
interesante.
—¿Algún hombre, quizá?

117
—Sí, pero no te apures que hoy se va a Japón, quién
sabe por cuánto tiempo.
—¿Pero, qué dice tu intuición?
—¿Mi intuición?, que se calle, no estoy lista para oírla.
—Yo no tuve otro novio que Augusto, pero, cuando
lo vi, la intuición me dijo que iba a ser mi amor. ¿Puedo
preguntarte cómo fue tu primer amor?
—Uf, fue mi marido… Éramos compañeros de facultad,
pero íbamos a distintas carreras. Él llegaba con una amiga,
ella me lo presentó. Al estrechar mi mano, le brillaron
los ojos de manera libidinosa. No supe interpretarlo así
entonces, aunque no me gustó y dije para mí: Este sería el
último hombre con el que me casaría. Sin embargo, no seguí
el consejo de mi intuición primera y, al correr el tiempo, me
creí enamorada y nos casamos apenas nos recibimos. Pronto
comprendí el error, pero seguí intentando acomodarme, me
daba culpa romper. Hasta que sus evidentes infidelidades
me convencieron de divorciarme.
—Aquí está Enrique Luis preguntando si te sube el
desayuno o si bajas a tomarlo.
—En 5 minutos estoy contigo. Ya me vestí.
Cuando bajo, llevo una cámara y le digo a Violeta que
nos tomemos una foto junto a la ventana, con la cortina de
agua por detrás. Y nos queda hermosa.
Le cuento que planeo terminar de vaciar la habitación
de Fernando, me falta revisar los papeles, lo más arduo,
porque hay que leerlos; luego de un rato, me despido y
subo por las escaleras; ya no me cansan.

118
En tu cuarto, amor, me mareo al ver el panorama: la
tormenta ha abierto la ventana, y la pila de papeles que
dejé ordenados, sobre la cama, se han desparramado por
todo el piso. Cierro y verifico que no zafe la falleba. Solo
se ha mojado un poco la cortina y el parquet, pero los
documentos se han salvado. Los recojo, voy a mi habitación
por el secador de cabello y con él, pacientemente, seco
todo, mientras recuerdo la despedida de Ricky del día
anterior. Un estremecimiento me recorre y decido llevarme
todo eso para leer en el cómodo sillón de mi cuarto; allí
sentiré tu abrazo protector.
Muchas son notas de la redacción pidiéndote
determinados trabajos. Eso creo que no tiene objeto
guardarlo. Hay unos textos breves tipeados, seguramente
para el pie de las fotografías y algunos manuscritos; esos
sí los guardaré, en especial un poema que nunca me diste.
Lleva mi nombre por título y un esbozo a lápiz de mi perfil,
que estoy a punto de mojar con mis lágrimas silenciosas
pero abundantes. ¡Ay, amor! ¡Ay, Fernando…!
Permanezco un buen tiempo en el limbo contigo, hasta
que suena el teléfono.
—Hola, Enrique Luis. Discúlpame, no bajaré a almorzar,
tengo mucho trabajo aquí. Sí, sí, después tomaré un
bocadillo. Estoy bien.
Roto el ensueño, sigo revisando, hay un par de cartas
de corresponsales de otros países, unos mapas, folletos de
las cámaras fotográficas y poco más. Ningún secreto. Eras
auténtico y transparente. ¡Qué paz me dejas! Gracias por
no encontrar nada perturbador.

119
48

—Una vez vaciada la habitación de Fernando, paso


unos días extraños, como si yo misma me hubiera vaciado.
No sé cómo interpretarlo y menos si me hago entender —le
digo a Enrique Luis una mañana.
—Has llenado tu cuarto de cosas, quizá ya no te sientas
cómoda.
—Sí, me encuentro muy a gusto en esa habitación. No
quiero cambiarla.
—Bueno, pero has acumulado muchas cosas —insiste.
—Quizás eso retrase la tarea de la mucama. Si quieres,
cóbrame una extra…
—Con la mucama tiene que ver… No sé cómo decírtelo.
Te apreciamos mucho, pero también a ella, lleva años con
nosotros.
—¡Ay, no pensé que pudiera molestarle un par de cajas
sobre la mesilla del rincón! Pero, apretaré mis cosas dentro
del ropero para guardarlas allí.
—No, no, no es eso.
—¿Entonces…?
—Dice que ha encontrado en tu cuarto un cuchillo con
mango de plata que Pilarica usaba a diario, un recuerdo de
su abuela. Mi mujer lo echó en falta hace cuatro días y le
hizo poner la cocina de cabeza para buscarlo, hasta ayer,
que apareció en una de esas cajas que mencionas.

120
—¡Qué disparate! ¿Me estás acusando de ladrona?
—No, Paula. Estoy… más bien, pidiéndote ayuda para
despejar esta incógnita. No debí mencionártelo, tal vez.
Pilarica se apoya mucho en Rosario y no quiere dudar de ella.
Por otro lado, si pensaba robarlo, ¿por qué simplemente no
se lo llevó?
—Entonces, es más sencillo creerle y dudar de mí…
—Por favor, no dramatices. Hace unos cinco días
entraste a la cocina, ¿o no?
—Sí, saqué nuevas fotos para renovar la portada de
los recetarios de Pilar, ¿recuerdas? ¡Ah…! ¿Y a partir de allí
me transformé en sospechosa de hurto? ¡Qué loco es todo
esto!
—Apelo a tu inteligencia y a tu lógica. Supongamos por
qué razón querría Rosario inculparte. Puede haber una y no
ser aparente.
—Bueno, he estado tan ensimismada por lo de Fernando
que poca atención le he dado a esa mujer las veces que nos
cruzamos en los pasillos. Si tuviera que reconocerla entre
varias que se le parezcan, no sé…
—¿Le has hecho algún reproche o le has dicho a Pilarica
que la reprenda por algo?
—No, ¿por qué?
—Podría ser una venganza.
—¡Qué horror!
—Bueno, no desesperes. Pensemos. Algo se nos
ocurrirá.

121
—Está bien, saldré a caminar hacia el puerto, a ver si
una gaviota mensajera me trae la respuesta.
Me cruzo con Iris. Me alegro tanto, la invito a beber
una caña para contarle.
—Dime tú qué intuyes —le digo.
—Que estaba enamorada de Fernando, que te culpa
de su muerte y que prefiere no verte, por eso te crea un
inconveniente. ¡Piensa, mujer!, ella lo conoció cuando él
llegó en un viaje anterior, un año y pico antes que tú.
—¿Tan simple?
—Nada simple…
—Bueno, tienes razón. ¿Y hasta dónde será capaz de
llegar, la moza?
—Quizá, no es mala, pero habrá que convencerla de
que tú tampoco. Y si no, te vienes a mi casa. Joaquín va a
aceptar un trabajo en Madrid y me quedaré sola.
—Puedo visitarte más seguido, pero no quisiera dejar
el hotel. Allí tengo tantos…
—Tantos recuerdos, acaba de decirlo —retruca.
—Sí, y amigos también.
—Si te mudas conmigo, no estarás tan lejos de los
amigos. Y con lo que ahorras, podrías viajar. Ya sabes que a
mí me encanta ir por ahí…
—Déjame pensarlo. Primero, hay que aclarar esto del
cuchillo. Mira si creen que me voy por vergüenza.
—Está bien.

122
—Volveré ahora para hablar con esa Rosario antes de
que acabe su turno. Dios me inspire…

49

Por suerte, creo que todo quedó claro con la muchacha


y con Pilar. No quisiera tener ninguna enemistad más en
esta vida.
Al día siguiente, desayuno con Violeta, la encuentro
exultante. Me dice que ha tenido una noche fogosa con su
marido, mejor que en los primeros tiempos.
—Celebro eso —le digo.
—No es solo deseo, sino entrega, hacer que la otra
persona pruebe el dulce sabor de la carne es una entrega
—insiste—. Eso es dar amor. No es buscar ni saciar el propio
apetito sexual, sino entregarte como ofrenda para el goce
del otro, y el tuyo llega por añadidura. Es el amor en su
mejor expresión.
—Cuando se superan las banalidades, se despierta un
amor más sagrado que inflama el cuerpo y los sentidos.
—Sabes por donde voy; no seré más explícita —dice,
un poco avergonzada de explayarse.
—¿Qué…? ¿Eso es pecado?
—No sé. Me acarrea tempestades.
—¡Bienvenidas las tempestades! Te aseguro que no
hay ningún dios que castigue el amor.

123
—Gracias, amiga, entendido. Seguiré tus indicaciones.
Y… “Si a la mañana pones amor, a la noche cosechas amor”.
—Nos miramos complacidas.
—Así es. Permíteme un abrazo.
—Cambiando de tema, ¿has visto el efecto de la palabra
sobre las cosas y los seres?, ¿has visto cuando cantan nanas
las mamás a sus bebés en la nursery?
—Sí, la voz es de lo más bonito que tenemos; el sonido
de algunos pensamientos es más grande que el universo
—respondo—. Los otros días, oía a esa señora Ángeles
cantándole a sus mellicitas y era tan dulce de ver cómo se
acomodaban sobre su pecho y alternadamente echaban la
cabeza hacia atrás para mirar el rostro de su madre con una
plácida sonrisa…
—Sí… Asimilando que esos sonidos, esos latidos y ese
olorcito son de su mamá.
—Así es. Volviendo a cambiar de tema, me llamó
Joaquín para invitarme a conocer Lisboa, antes de irse a
Madrid por su nuevo trabajo. Luego me confirmará cuándo.
—Lisboa es preciosa y se come muy bien allí. Coimbra,
la capital medieval, también vale la pena —dice Violeta.
—Dijo que me llevará al mejor café de Lisboa, “A
Brasileira”, donde paraba Fernando Pessoa y los poetas. A
ese Fernando, le dicen “el hombre de las mil caras”, pues se
inventaba homónimos para no ser él mismo.
—Me encantaría ir a Lisboa otra vez; hace cuatro años
que no vamos. Recuerdo qué tranquilidad en Sintra, a 50

124
kilómetros de la capital. En el bosque de Sintra está la
Quinta da Regaleira, de Augusto Carvalho Monteiro que,
al regresar de Brasil, la construyó con el arquitecto italiano
Luigi Manini. Es un palacio y un extenso jardín iniciático,
con todo tipo de alegorías y símbolos que llevan al mundo
mágico.
Enrique Luis se acerca, diciendo:
—¿Qué cuentan mis sabias amigas?
—¡Uf, hemos saltado de una cosa a otra! Y hoy, Violeta,
que es más parca, ha hablado hasta por los codos —digo.
—Perdón por interrumpir. Aquí te devuelvo, Violeta, el
último libro que me prestaste —concluye Enrique Luis y se
aparta.
—Gracias. Cuando gustes, te paso otro; tú me avisas…
—Enrique Luis, ¿crees que ha quedado bien aclarado lo
de Fernando con Rosario? Que fue el destino, que yo no lo
llevé a la muerte… Y que sufrí tanto… —digo, y él regresa.
—Sí, Paula, al menos está claro para nosotros; pero
creo que para ella también. Es buena persona.
—No la culpo por haberse enamorado. Él tenía esa
manera de ser cariñoso con todos.
—Sí, pero ella está algo trastornada, ¿cómo va a
hacerte pasar por delincuente? Lo demás nada importa.
Una persona adulta sabe lo que está bien y lo que está mal
—dice Enrique Luis—. También quiero agradecerte, Paula,
el buen trabajo que has hecho con los recetarios. No es que
estemos para los michelines pero… vamos muy bien. Hemos

125
recibido reservas de turistas nuevos y de procedencias
lejanas.
—¡Cuánto me alegro! Aprovecho para contarles que
pronto me pasaré unos días en casa de una amiga, pero
nos veremos. Es acá en Málaga. Me ha invitado y bueno…,
probaré.

50

En el camino a Lisboa, íbamos mirando el paisaje y, de


pronto, Joaquín grita a otro automovilista que casi nos saca
de la carretera:
—¡Oye, tú! ¡Mira lo que haces!
—¡Ay, por Dios! ¿Irá bebido?
—¿Ves, Paula? No hemos avanzado tanto, hay
energúmenos como antaño, y hace 4000 años existían leyes
como las nuestras y no disponían de tecnología.
—Sí. Existe el mito Atlante de una sociedad muy
avanzada, que sin embargo desapareció —digo—. La
humanidad avanza y retrocede con facilidad.
—Todo el pasado puede tener una segunda lectura.
Como dice Jerez, la historia está adulterada.
—Seguramente.
—No tengo ganas de acusar a nadie, me da igual que

126
sean los judíos, los cristianos o los árabes, pero alguien nos
la cambió para su beneficio —dice.
—¿Y por qué no pensar que solo fue por ignorancia?
—Creo que se hace por intereses, por fanatismos,
por no poder ser objetivos. El otro día, un jeque iraní ha
estado de visita en el Vaticano y han cubierto las estatuas
desnudas. ¿Te lo puedes creer? Alguien que tiene un harén
para él solo y ¿no puede ver una mujer esculpida en piedra
porque es pecado?
—El mundo está patas arriba —digo suspirando.
—Si hoy apareciera Jesús, otra vez lo crucifican por
decir la verdad.
—No quiero pensar en ello, hay personas buenas y
nobles.
—Sí. Y, en realidad, no me gustan los apocalipsis, ni los
agoreros, ni toda esa gente que anuncia calamidades.
—Tampoco a mí.
—Dicen que se avecina una crisis mundial, y eso
despertará una guerra de consecuencias desastrosas.
Siempre son las guerras y los desastres los que dinamizan la
economía —dice él.
—Economía, ¡menuda palabra tan mal entendida! Tú
tienes muy buenos sentimientos. Piensas bien, razonas,
interpretas bien. Pero, ¡ojo!, ya sabes… Proyecta tu
pensamiento, y sucederá…
—Deberíamos volver al tiempo de la diosa, como dice
Jerez, cuando la mujer interpretaba la sinfonía de la vida

127
natural, cuando copulaba con cualquier hombre de la tribu
para que hubiera paz entre ellos, en vez de celos.
—¡Oye, Joaquín! ¿Me vas a hablar de Jerez todo el
viaje?
—No, mujer. Es que ayer estuve con él y, a propósito,
me dio saludos para ti. Pero ya sé que no te quita el sueño,
estate tranquila.
—Hablando de harenes, ese hombre tiene el suyo
propio —digo, risueña.
Joaquín estaciona frente a un café y yo tomo unas fotos
desde una elevación.
—No lo defiendo. Pero ojo, no es fácil su vida. Ya ha
metido la pata y tiene que cuidar de las dos familias. Hay
que tener entereza para ver las cosas a su manera y no
dejarse llevar por los prejuicios.
—Pero es que no se conforma con dos... Es un mujeriego
sin remedio.
—Estoy de acuerdo con casi todo lo que has dicho.
No hace falta argumentar más. Deja que te dé un abrazo y
cambiemos de tema. ¿Qué quieres tomar?
—¿No habíamos quedado en café?
—Es que aquí dentro hay olor a chocolate y se me ha
antojado.
—Me doy cuenta que nos gusta lo mismo —digo—.
Pues, venga ese chocolate, pero livianito para mí.
—¡Mujer, si te pones malita, yo te cuidaré!

128
—Fuera de bromas, livianito. ¡Eres sobreprotector,
Joaquín!
—Es que hemos vivido tantos años los dos solos con Iris
y, aunque ella sea mayor, nos hemos cuidado mutuamente.
Ahora, voy a extrañarla horrores, no se lo digas.
—¿Y por qué te vas, entonces?
—Porque creo que es un salto que debo dar para mi
crecimiento, que tal vez también le haga bien a ella librarse
un poquito de mí. Y que siempre podré volver.
—También han viajado por separado…
—Sí, pero se extraña más en medio de una rutina
cotidiana. Tú cuídala por mí, ¿quieres?
—Iré unos días. Me ha invitado. ¿No te dijo? Y quizá
hasta viajemos juntas.
—Gracias —dice muy serio.
—¿Pero por qué te afliges?
—No sé. Será que a ella le pilla en mal momento y me
trasmite su pena. Si atento contra su integridad moral o
física, atento contra mí.
—Ustedes dos están más unidos que si fuesen gemelos.
Volvemos al camino y comienza a explicarme los
lugares por los que transitamos, llanuras ondulantes con
antiguas edificaciones, iglesias, castillos. Dejamos atrás
Beja y otras poblaciones, pasamos por Setubal, y Joaquín
anuncia que estamos cerca de Lisboa, pero llegaremos de
noche. Mañana, saldremos a recorrer.
Cuando por fin nos alojamos en el hotel y antes de

129
ordenar la cena, él ve mi mirada perdida y me pregunta por
dónde vuelo.
—Fernando planeaba traerme —digo emocionada.
—Bueno, te ha tocado venir con el tonto de capirote,
pero has llegado…
—Perdona, amigo. Y bien agradecida que estoy, pero
aún no lo supero.
—El día nace del ocaso en un ejercicio sin fin. Para
renacer hay que morir. Tú eres creyente. Todo es paradójico.
¡Vamos, Paula! Es cuestión de sintonizar con la buena
emisora.
—¿Acaso sabemos explicar lo que sentimos y por qué?
—digo, ya bañada en lágrimas.
—Encajo bien las críticas, dime si he sido pesado en el
trayecto.
—No —respondo, secándome los ojos.
—Tú eres demasiado educada y buena. Te digo cosas
que me hacen reír, y a ti puede que no te hagan ninguna
gracia.
—No te culpes de nada. Te quiero. Tu compañía es muy
agradable para mí, no hubiera venido de no ser así. Gracias
por todo, otra vez. Ya estoy compuesta. Pidamos la cena.
El resto de la velada es placentera. La comida, excelente.
Después, tomamos una copa y nos vamos a dormir.
Al día siguiente, además de pasear, mi cicerone tiene
que hacer una gestión, y me pide que lo acompañe. Quiere
que vea la estación de ferrocarril y el elevador de Santa

130
Justa, la Plaza del Comercio, la Alfama, antiguo barrio de
pescadores, ¡qué laberinto!
Cruzamos al otro lado del río para ver de cerca el Divino
Redentor y siento miedo, el Puente 25 de Abril cimbrea
como un columpio. Por abajo, discurre el inmenso Tajo que
viene del centro de España.
Viajamos también en el mítico tranvía 28. Mañana, me
llevará a Sintra, quiere enseñarme la Quinta da Regaleira, el
Castillo de los Moros y el Palacio de la Pena.
—Pena le daba al rey de Portugal alejarse de este lugar
—me dice Joaquín.
Almorzamos en “Portugalia”, un típico restaurante con
los mejores platos y amenizado con música tradicional.
Este muchacho es incansable, tira de mí como si fuera
una maleta, hoy caeré muerta.
Luego, vamos “A Brasileira”, ese antiguo café en la rua
Garrett, y sacamos fotos con la estatua en bronce de Pessoa.
Joaquín me cuenta algo del poeta que yo no conocía, que
una de sus aficiones favoritas era el esoterismo. Lástima
que por exceso de tabaco y alcohol murió prematuramente.
En la vereda, un hombre toca una guitarra de doce
cuerdas y, suavemente, una mujer entona un fado.
Al regresar al auto, Joaquín me sorprende diciendo:
—Te veo melancólica, no sé qué haré para cambiarte
esa expresión.
—No tienes que hacer nada. Déjame estar y se me
pasará.

131
—Es una ventaja saber que la mente no somos
nosotros. Aunque todo está para engañarnos, también está
para iluminarnos. Para conocer lo mejor, hay que pasar por
lo peor, ¿no?
—¿Has oído hablar de la noche oscura del alma? A lo
largo de mi vida, transité varias jornadas de purificación
de esas —digo—. Pero debe haber algo que no acabo de
aprender o este mundo es un absurdo.
Estaciona nuevamente para mirar al fondo de mis
pupilas.
—Me niego a ese desatino. Existe una razón que da
sentido a todo. ¿Por qué siguen naciendo bebés si todo es
absurdo? Hay cosas bellas y gente buena por la cual vivir.
—La gente buena nos gusta, pero no nos hace feliz.
Nosotros mismos tenemos esa llave.
—Bueno, no te fíes de nadie, nadie tiene la solución
más que tú, entonces —asevera.
—Siempre he dicho que la felicidad no es un fin, no hay
que perseguirla. Hay que permitirse sentir toda la gama de
emociones. Y, porque eres mi amigo, me permito mostrarme
tal como me siento. Soy verdadera y estoy triste.
—Me has pillado en una contradicción. ¡Qué buena
eres! No debemos engañarnos por las cosas del mundo.
Claro que hay cosas insoportablemente buenas… como esa
mirada tuya.
—No seas lisonjero. ¡Espera!, antes de ponernos en
marcha, dime si sabes de qué son esas ruinas.
—De un convento carmelita de fines del siglo XIV, el

132
Convento do Carmo. Quedó así luego de un terremoto.
—¡Qué maravilla esos arcos góticos y ese cielo que se
introduce por ellos!
Subo la música, arranca el auto, y cantamos por un
rato.

51

Estamos regresando a Málaga. Según avanzamos por la


autovía, se ve una comarca de encinas; por allí, castaños y
nogales, distingo también matorrales de tomillo y romero,
esparragueras, y a medida que nos acercamos se ven más
pinares.
La carretera sigue el cauce del río Guadalmedina.
Llegamos al centro de la ciudad, la Plaza de la Merced,
la Catedral. Veo hermosos paseos de palmeras y me dan
ganas de tirar fotos.
—Allí están el edificio del ayuntamiento y la universidad
—advierto.
—Málaga es una ciudad que puede presumir de
dar cobijo a grandes civilizaciones. Hay restos fenicios,
cartagineses, romanos, árabes y visigodos. El carácter
andaluz es la suma de todos esos pueblos. La Alcazaba es
un alcázar árabe, parecido a la Alhambra.
—La ciudad en sí es un monumento. Estoy asombrada.
—Hasta tiene un teatro romano…

133
—Una ciudad antiquísima, pero moderna y bien
cuidada. No es la que describía mi abuela, sin duda.
Me ha hecho bien el paseo pero, sobretodo, sentir el
cariño de Joaquín. Se lo digo a Violeta, apenas llegamos, y
luego a Iris, mi termómetro emocional.
Le cuento someramente de qué hablamos en el viaje y
me dice:
—Haces bien en decir que no debes esperar nada,
pero cuanto más pones tú de tu parte, más vas a recibir;
aunque no se sabe cuándo, ni por qué, ni dónde, ni quién.
No esperes nunca nada de nadie, solo te tienes a ti misma,
pero es suficiente. ¿Para qué más?, si dentro de ti hay un
tesoro —enfatiza Iris.
—¿Es que todos acá han ido a la misma escuela de
filosofía? Eso me decía Fernando. ¡Venga! Tracemos planes
para otro viaje. Apenas tu hermano se vaya a Madrid,
nosotras vayamos a algún sitio… Tú que conoces, ¿qué
recomiendas?
—¿No será muy pronto? Se va en diez días.
—Me sorprendes, Iris.
—Bueno, vale… Hagamos planes para el otro mes,
así, lo que queda de este, organizo la casa para cuando te
mudes.
—Estás un poco decaída, ¿no? ¿Él es el culpable de tu
zozobra?
—No sé qué decirte, pues yo misma no me explico. No
soy así.

134
—Ustedes son muy unidos, pero eso no creo que
cambie. Seguirán en contacto. Me parece que él sabe mejor
que tú que necesitas independencia.
—No sé, no sé. Lo meditaré.
—La distancia no existe cuando hay amor y
comprensión.
—Mi cielo de amiga, por favor no insistas. Olvídate. En
la vida hay etapas que superar y la mejor manera es dejar
que pase el tiempo —dice.
—Hasta donde tú quieras. Estoy a tu lado como
estuviste para mí. Y ahora me iré porque tengo consulta
con el médico, que está más guapo cada vez que voy
—digo, con picardía.
—¡Corre, entonces! ¡Ja, ja! ¡Gracias por el consuelo,
por la paciencia y el cariño, y también por la risa!

52

El médico asegura, a la vista de los últimos estudios,


que es el remedio alemán el que está obrando maravillas y
yo le respondo que también el cariño de mis amigos. Luego
de una extensa conversación me dice que no suele romper
la distancia médico-paciente, pero que le gustaría mucho
invitarme a cenar en su casa, que vive solo y cocinaría para
mí.
Me siento halagada y acepto. Quedamos en la noche del

135
viernes. Él pasará por mi hotel en su auto. Al despedirme,
ya no me extiende la mano, me da un par de besos.
El viernes a la tarde me llama, disculpándose por no
pasar a buscarme. Me pide en cambio que llegue sola, dice
que es fácil hallar su edificio en la calle Larios y me da las
señas.
Llego. Tiene un gran piso, suntuosamente instalado.
Desde el primer momento me da la pauta que se ha
propuesto seducirme y me pongo un poquito tensa. Me
acerco a los ventanales a divisar Málaga de noche, a más
de trescientos metros de altura. Luego, él llega por detrás,
me estrecha contra su cuerpo, con un brazo y con el otro,
pasa por delante de mí dos copas de vino. Recibo una y
besa mi cuello. Giro despacio, sintiendo que casi no afloja,
y entrechoco las copas:
—A tu salud —dice.
Bebemos apenas y vuelve a tomarme de la cintura, pero
esta vez arranco a caminar hacia la cocina argumentando
que hay algo que huele muy bien. Me responde que es
cordero al estilo de Segovia.
—¡Uy, qué bueno!
—Brindemos por eso —dice, y me insta a vaciar la copa.
—Mi doctor me aconseja moderación —digo riendo y
le entrego la copa vacía.
—Y por ser obediente todo el año, hoy obtendrás tu
recompensa —dice, mientras vuelve con las copas llenas y
me abraza.
Sé que quiere besarme. Me siento como una
adolescente insegura.

136
—Muéstrame tu casa —digo, y echo a caminar hacia la
biblioteca, creyendo hallar ahí un refugio adecuado, pero
me equivoco, solo se ven libros de medicina.
Apoyo la copa en una mesita y exclamo:
—No ha quedado espacio para la literatura y el arte…
—Es verdad. He tenido que priorizar.
Deja su copa también y toma mi mano, preguntando:
—¿Te enseño el resto?
Digo que sí y me conduce a través de una sala en la cual
tiene su gimnasio personal, su enorme baño, su vestidor
y el dormitorio, donde reinan una gran cama redonda, luz
tenue y música suave, como aguardándonos. Para entonces,
nos hemos soltado de la mano y vuelve por detrás a besar
mi cuello, con brusquedad para mi gusto.
—Vayamos despacio —digo.
—¿Qué esperabas?
—Una cena, conversación para conocernos… —Sonrío.
—No seas niña. Una cena tendrás, un banquete quizá
—dice, al tiempo que me arroja sobre la cama, estira con
ambas manos el escote de mi vestido de lycra, inmoviliza
con sus fuertes brazos los míos, y comienza a lamer mis
senos.
Entrecierro los ojos, queriendo entregarme, pero no
puedo. Su actitud me mantiene alerta. Saca algo, tal vez
de su bolsillo, que con su dedo mete en mi boca, sobre mi
encía y me besa ferozmente.
—Vayamos más despacio, majo —digo, temiendo que

137
ya quiera penetrarme pues sus manos van por todos lados.
Se ve que le sorprende que hable, pues aminora la presión
y zafo.
Me pongo de pie, diciendo:
—Debiste consultarme si quería compartir tus drogas.
—¡Uy, qué mala te has puesto! Pero mira cómo me
tienes... ¡Anda, Paula, no seas puritana, si nos gustamos
hace tiempo!
—Por eso creí que me invitabas para conocernos mejor.
—Y esta es una manera de conocernos. Voy más
despacio si quieres. Ven, ven que te desvisto… ¿Te gustaría
si traigo algún juguetito? ¿Cuál prefieres? —dice, abriendo
una puerta de placard por la que se ve toda clase de objetos,
a la vez que se abre la camisa, mostrando la perfección de
su torso.
Me alejo, diciendo que no es una buena idea, que no
acostumbro…
—Pero no seas niña. Si prefieres, podemos empezar
por el jacuzzi… Eso te relajará, estás como en guardia.
Pienso que no es para menos, que tal vez ya no me
importe perder la cena, aunque tengo apetito, que no va
a entenderme… Y me alejo en silencio hacia la puerta de
salida, pero me atrapa e intenta retenerme. Siento pánico.
Debe notarlo. Una sonrisa pérfida se instala en su rostro,
pero tomo el picaporte con decisión y me deja ir. Me he
quedado sin médico.
Cuando estoy esperando el ascensor, oigo que grita
desde su puerta:
—¡Con ese par de tetas perfecto y tan fría que eres…!

138
53

—Me sentí como una víctima hacía el sacrificio —le


digo a Iris, apenas llego a su casa—. Estaba sacado, sin
freno… No creo que estuviera más arreglada de lo que ve
en el consultorio. Digo, no me vestí para provocarlo.
—No te desesperes, ponte guapa siempre, para ti
misma, mereces ser feliz en este despiadado y a la vez
precioso mundo. A partir de hoy, te buscarás otro doctor,
supongo.
—Sí, allí en el hospital hay un buen especialista. Pero
no se me quita el enfado con este fresco y abusador. En el
consultorio es muy seductor, pero respetuoso.
—Desde luego es de cobarde tratar así a una mujer. Lo
suyo fue un abuso de poder. Creo que estuviste a punto de
ser violada. ¿No quieres denunciarlo?
—Lo negará, pero deja que me lo piense. Quizá ya tenga
otras víctimas de acoso, no creo que debutara conmigo,
¡con el arsenal erótico que tenía allí! Todo un sádico, el
doctorcito…
—No te compadezcas de ti misma, eres brillante, lo
plantearás bien, con firmeza y serenidad. Si esto se conoce
ayudará a otras mujeres, aunque mañana solo sea un
recuerdo. Ya sabes, una noticia tapa a la otra.
—Tienes razón.
—¡Venga, venga, arriba ese ánimo y vamos a cenar,
amiga!

139
54

Por la mañana, vuelvo al hotel, le escribo a Roberto


una breve misiva relatándole mis penurias, desayuno con
Violeta, le cuento todo y mi propósito. Ella dice:
—No pienses nada mal de nadie, deja a los que
te ofenden, déjalos, el mal lo tienen ellos. Fíjate cómo
ofendieron y escarnecieron a Jesús. Y algunos santos han
querido sufrir el mismo tormento que le hicieron a Él…
—Pero yo no tengo madera de mártir. Lo perdonaré,
pero alguien tiene que mostrarle un límite.
—Es que quiero un mundo nuevo para ti, un mundo
precioso te está aguardando, solo tienes que esperar un
poco… Tendrás, ya verás, un futuro irresistible de amor
verdadero. Quiero que seas más fuerte cada día, más
serena, amiga.
Sus palabras bien intencionadas, en este momento,
no me llegan. Estoy decidida a hacer la denuncia. Iré en
unos minutos. Llega carta de Roberto y no la abro. La leeré
después.
Paso un par de horas en el cuartel de policía exponiendo
mi vivencia del día anterior. Al principio, me siento
ridiculizada, pero luego me atiende alguien más capacitado
en el tema; además, me informa que tal vez no es la primera
denuncia acerca de este señor, y que la sumatoria de ellas
va a lograr que se tomen medidas. Pero no me explica más.
Agradece, agradezco, y me voy.

140
55
La carta de Roberto, cada vez más romántica, dulce y
contenedora, se ha cruzado con la mía. Me dice que si no
quiero que venga a por mí, me estará esperando, seguro de
que volveré. Me sorprende de dónde saca sus supuestos,
pero me enternece y gratifica. A fuerza de quererme y de
estrujar su corazón, ha destilado poesía. Me dice:
Ese maldito reloj, ese horario infernal que me aleja de ti,
de tu calor femenino, de tu razón de mujer,
de tu boca limpia, de tu voz al rojo y tu alma líquida,
del carbón de tus ojos,
de tus dedos fogosos pensando en mi alimento.
Me está matando ese hemisferio loco.
Y aquí estoy, viviendo a destiempo de tu espíritu cariñoso.

Le respondo enseguida que me mudaré del hotel a casa


de una amiga con la que tenemos planeados unos viajes,
pero que Dios sabrá si mi destino es volver. Quizá a él se lo
haya revelado. A mí, por el momento, no.
Leo y releo su saludo: Déjame que te abrace y sienta
lo mismo que tú y que tú sientas lo mismo que este amigo
y te encuentres feliz por encima de todo. Ahora sé que esto
es amor madurado en la ausencia. ¡Vamos, Paula, que me
impaciento y se me acaban las finezas! Tengo que sofrenar
mi temperamento apasionado para no expresarte cuánto te
deseo, además de cuánto te quiero.

141
Le digo a Enrique Luis que dejaré el hotel a fin de mes,
pero vendré a visitarlos. Que agradezco su hospitalidad y
su amistad, primordialmente. Que estaré para ellos si me
precisan, con todo cariño.
—Nos acostumbramos a ver partir huéspedes, pero tú
eres mucho más, Paula. Hemos coincidido en muchas ideas
y sentimientos. Mantenernos en contacto será muy bueno.
—Me gustan esas “honduras” filosóficas, decir que
tal vez todo es creación de nuestro pensamiento; porque
si muchos nos juntáramos a imaginar una lista de cosas
buenas, estas podrían realizarse. Ya aprenderemos a ser más
comprensivos —digo atropelladamente por la emoción—.
Bueno, una parte del mundo es así. Pero otra está absorta
con la tecnología y el poder...
—Vale. Haremos una mente cósmica…
—¿Me perdonas ahora? Subo a la habitación —digo
y corro escaleras arriba. Me alegro de sentirla tan fresca.
Vengo sofocada y tragando lágrimas desde ayer.
Antes de ducharme, busco el paquete de cartas de
Roberto para guardar la nueva y releer algo de la anterior.
Después de unas revelaciones personales de su pasado,
dice: Este soy yo. Me resulta doloroso revelarlo, me he
vuelto hosco para la sociedad. No le escribo a nadie, tú eres
la única. ¿Creíste que la casualidad te entregaría un amigo
normal como los demás que tienes? ¿O eres una hechicera
y sabías quién era desde el día que me contrataste?
Pienso largo rato en Roberto. Quizá he obtenido más
placer de su recuerdo que si hubiera sido su mujer. Y ahora
atesoro sus mensajes amorosos y trato de imaginarlo
escribiéndome…

142
Luego, llamo a Iris por teléfono y le cuento:
—En la policía me aclararon que si estaba dispuesta a
sostener la denuncia, me fuera buscando un abogado.
—Claro, así comienzan a amedrentar o desmoralizar
a las víctimas. ¿No te advirtieron quizá que son asuntos
íntimos difíciles de ventilar públicamente? Los prejuicios
siguen presentes —dice.
—La sociedad permite que la violencia sexual, casi
siempre de hombres hacia mujeres, ocurra y, con frecuencia,
quede en la impunidad; especialmente si el agresor es
poderoso, o conocido por su profesión.
—Si quieres, puedo presentarte a una abogada muy
sagaz.
—Esperemos a ver qué pasa cuando le notifiquen la
denuncia. También me dijo el inspector que creía que había
otra —digo.
—Bueno. ¿Quieres venirte ahora?
—No, pasaré lo que queda del día con Lila. Los padres
saldrán y me he ofrecido a cuidarla.

56

Al correr los días, crece mi inquietud ya que no recibo


ningún informe policial acerca de si el acosador declaró y si
hay otras denunciantes.

143
Joaquín ya se fue a radicar a Madrid y con Iris nos
vamos a Melilla en avión, solo son 50 minutos.
—La vuelta, si quieres, la hacemos en Ferry, supondrá
nueve horas, pero vendremos de relax, mirando las olas
—propone ella.
Llegamos.
—Mira, aquí tenemos la plaza de Melilla —me dice Iris
al llegar al centro—. Como ves, es una ciudad fortificada de
cara al mar.
—Qué bonitas murallas.
—Para resistir ataques de piratas. ¿Has visto qué bien
cuidadas? En la ciudad predomina el estilo árabe, y se
fusiona con el modernismo español de principios del siglo
XX.
—Pero esos edificios tienen una poderosa influencia
musulmana, ¿verdad? Mira, aquel me recuerda uno de
Montevideo —digo.
—Allí hay una estatua de Franco de cuando era
comandante. ¡Qué raro que no la hayan quitado! Ya sabes,
del árbol caído todos hacen leña.
—¡Qué hermosa esa plaza llena de flores y palmeras!
—Vamos, que te enseñaré una mezquita. Quítate los
zapatos, hay que entrar descalzas.
—¿Y ahora qué, una sinagoga?
—Sí, y para completar, un oratorio hindú; también
tiene su encanto.
—¡Y una fragancia que no sentí en ningún lado! Pero,

144
¿cuándo llegaremos al hotel, Iris? Estoy cansada de andar.
—Vamos de camino. Mira esa efigie, es el zumbao
de Fernando Arrabal, un dramaturgo que se hizo famoso
escribiendo una carta a Franco, culpándolo de la muerte de
su padre. Qué fácil es criticar…
—A que este es el hotel.
—Este, sí. A descansar, maja. Hoy no hemos parado,
mañana lo pasaremos más reposado, si quieres; y el
siguiente día, cogeremos el ferry a Málaga.

57
A la vuelta, trasladamos juntas mis cosas a su casa.
Voy a hablar con el inspector, que prometió tenerme al
tanto, y lo encuentro bastante hermético. Al final, me dice
que el médico se rio de mí, negó todo diciendo que esto es
peor que la caza de brujas.
—Eso es un argumento trillado. Y… ¿qué hay de otras
denunciantes?
—Bueno, aún no se puede confirmar. Señorita Molina,
todo el proceso judicial debiera ser terapéutico para las
personas agraviadas, pero no lo es. Dese cuenta de eso,
los acosadores tienen una metodología: van a seguir
traumatizando a las víctimas, silenciándolas, tal vez para
siempre.
—¿Está usted advirtiéndome o el doctor dejó expresa
su amenaza hacia mi persona?

145
—Sé que debemos promover los cambios institucionales
y culturales necesarios para que las mujeres, al denunciar,
no sean revictimizadas, pero falta que corra mucha agua
bajo el puente…
—O mejor dicho: mucha sangre.
En vista del mutismo que adopta, me voy decidida a
consultar a la abogada. Pero en principio, no la localizamos.
Después nos dicen que volverá de la capital la semana
entrante y le dejamos pedida una cita.
Un mensajero llega con una nota anónima. Estuvo
buscándome en el hotel y allí le dieron mi nuevo domicilio.
Imagino quién me la envía y me preparo para una agresión
verbal a modo de castigo…
Cuando finalmente hablo con la abogada, dice:
—Pocas mujeres se animan a llegar más adelante y
acercarse a la justicia. Te felicito, Paula. En teoría, está muy
claro que cuando una persona dice “no” es “no”; pero en
los contextos de acoso o abuso sexual, las mujeres temen
expresarlo porque saben la violencia que esa respuesta
puede desatar.
—Exactamente eso pensaba cuando me tenía apresada
bajo su cuerpo, ¿y si enloquecía más ante mi rechazo?
—¿Por qué ellos no tienen que aguantar estos
comportamientos? —dice Iris.
—Porque generalmente detentan más fuerza física
—responde la abogada—. Aunque algunos casos se dan
de varones acosados por mujeres. Pero vayamos a los
detalles…

146
Cuento todo, le dejo la copia de la denuncia y la de la
amenaza y digo, apenada:
—Los hombres creen que deben liderar el coqueteo y
que las mujeres esperen el cortejo de manera pasiva.
—Lo lamentable es que las mujeres en general también
lo creen así.
—Eso muestra el atraso que todavía tenemos, temiendo
ser juzgadas o señaladas como livianas.
—Todas esas etiquetas pretenden impedirles a las
víctimas oponer resistencia y hacerles creer que “tampoco
es para tanto” —asegura la abogada.
Al regresar a la casa, Iris descubre uno de los vidrios de
la ventana roto de un piedrazo, y llama a la policía. Yo me
refugio en la lectura de una tarjeta postal de Roberto, que
llegó por la mañana. Su correspondencia está siendo cada
vez más frecuente. A veces, no alcanzo a responderle…
Dice: Recuérdame todos los días que te quiera un poco
más. Recuérdame es una palabra preciosa. Hay unas
pequeñísimas flores celestes que se llaman Nomeolvides.
Las estoy cultivando en mi jardín para ti.
En las siguientes semanas, la abogada me confirma que
se ha presentado una nueva denuncia. Esta vez es de una
joven drogadicta. Están tratando de localizarla pues, luego
de su declaración, ni la policía sabe de su paradero. Por
otra parte, mediante un oficio, ha conseguido la nómina de
pacientes de sus últimos cinco años. Comenzará a interrogar
a las más recientes, de edades entre veinte y cincuenta.
Quizá alguna tenga algo que aportar.
Volvemos a irnos de viaje con Iris, pero ya no disfruto

147
como antes, me siento como si escapara de Málaga. Y
al regresar, encuentro correspondencia acumulada de
Roberto.
—Su perseverancia tal vez dé frutos —le digo a Iris, que
me mira con asombro—. Me pondré a responderle.
Iris llama por teléfono a la abogada; esta le anuncia
que nos espera con novedades. Dejo las cartas y vamos.
—Lamentablemente, la joven falleció de sobredosis.
Pero tres pacientes de las consultadas admitieron haber
sido llevadas al piso del doctor con igual propósito. Dos
mantuvieron relaciones bajo presión. Una dijo que fue
consentida y que volvió al tiempo, pero ya no la invitó más
—nos dice la jurista apenas llegamos.
—¿Y están dispuestas a dar testimonio en el juicio?
—pregunto.
—Solo por escrito. Creen que no podrían en un careo. Es
complicado volver a hablar de la situación. Los abusadores
las hacen sentirse cómplices y culpables, les roban hasta la
dignidad de ser víctimas.
—No te rindas, Paula —dice Iris, palmeándome
las manos que dejé caer sobre la falda con un gesto de
abatimiento.
—Espera, lee mi alegato que, sumado a estos
testimonios y la declaración que dejó la difunta, refuerza tu
presentación. Quizás el juez dé a lugar. Es muy recto.
—¡Ojalá se sustancie rápido! No tengo tiempo ni
energía para someterme a algo prolongado. He tomado
una decisión: cuando esto acabe, volveré a Uruguay.
Perdóname, Iris.

148
Me echo en sus brazos y lloramos patéticamente
ambas. Cuando me calmo, recibo y leo lo que hizo mi
representante. La felicito y agradezco.
—Ahora deberíamos irnos de copas —insinúa Iris, pero
regresamos a la casa, donde ella me revela que, cuando nos
conocimos, intuyó que me volvería a Uruguay.

58
Por la mañana, abro una carta de Roberto que me
quedó sin leer: ¡Amada por todo el universo, esto no lo has
oído nunca hasta ahora!
Amada: Piensa lo que quieras, supongo que entiendes
lo que digo, te tocaba conocer ambos lados de la vida… La
vida es hermosa por muchas cosas pero la más importante
es amar, incluso a semejantes con todas sus iniquidades.
El amor está por encima de todo, todo lo transforma,
embellece y rejuvenece.
Quiero que sepas cómo es el amor de este amigo con
intención de ganar tu corazón.
Con “ambos lados de la vida” se refiere sin duda al
juicio por acoso, a esa pesadilla en la que me veo envuelta,
¿por qué?, por mujer, por débil… No tan débil, ya que aún
doy pelea.
Le diré a Roberto que cuando esto acabe, volaré a sus
brazos. No. Lo expresaré de manera menos pueril, pero que
vuelvo está decidido.
Una tarde, semanas después, llama la abogada

149
para contarme la sentencia: Por acoso, suministro de
estupefacientes e intento de abuso, agravado por los otros
testimonios, le darán tres años de prisión efectiva.
Ahora sí celebramos con Iris y, en la noche, salimos de
copas.
Después, iré a despedirme de los amigos del hotel,
pero será un hasta luego, porque estaremos en contacto,
les diré.

Fin.

150

También podría gustarte