Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Megan Bannen - The Undertaking of Hart and Mercy
Megan Bannen - The Undertaking of Hart and Mercy
—Buen chico, Leonard —dijo Hart, sabiendo muy bien que Mercy Birdsall
no querría que su perro se revolcara en los muebles.
Leonard era una bestia fea: mitad bóxer, mitad solo los dioses sabían qué,
con una capa atigrada, ojos saltones y venosos, papada suelta. En cualquier otro
caso, sería una cara que solo su dueño podría amar, pero había una razón por la
que Hart seguía siendo el cliente de su funeraria menos favorita en todos los
pueblos fronterizos que se aferraban al borde de la Estación Oeste de los Aguaciles
de Tanria como niños mendigos. Después de una ronda de caricias minuciosa y de
jugar a buscar la pelota de tenis que Leonard desenterró de debajo de su silla, Hart
sacó su reloj del bolsillo del chaleco y al ver que ya era tarde, se resignó a seguir
con su trabajo.
—Papá, ¿puedes atender? —La voz de Mercy sonó desde algún lugar de las
entrañas de Birdsall e Hijo, lo suficientemente alto como para que su padre pudiera
oírla, pero lo suficientemente bajo como para que no sonara como un marimacho
gritando a través del edificio.
Hart esperó. 7
Y esperó.
—¡Papá, la campana!
—Lo siento mucho —dijo Mercy, sin aliento, a medida que se apresuraba
desde la parte trasera a ocupar su lugar detrás del mostrador—. Bienvenido a
Birdsall e Hijo. ¿En qué puedo ayudarle?
Una inyección de humillación fría recorrió las venas de Hart, pero nunca le
permitiría verlo. Levantó las manos como si Mercy lo estuviera apuntando a la
cabeza con una ballesta y declaró con inocencia fingida:
1
Hart-ache: juego de palabras con el nombre de Hart y heartache, que significa angustia, dolor emocional.
2
Merciless: juego de palabra con el nombre de la protagonista, pudiéndose traducir como «Despiadada».
lastimosamente detrás de la madera. Era monstruoso por parte de Mercy privar a
Hart, y a su perro, de su compañía mutua. Típico—. Ahora bien, ¿en qué
estábamos? —dijo cuando regresó, apoyando los puños en las caderas, lo que hizo
que la pechera de su overol se estirara sobre la hinchazón de sus pechos. El
cuadrado de tela de mezclilla pareció gritar: ¡Oye, mira esto! ¿No son jodidamente
magníficas? Era tan injusto que Mercy tuviera unos pechos magníficos—.
¿Supongo que vas a dejar un cuerpo? —preguntó ella.
—Más cuerpos significan más dinero para ti. Pensé que estarías saltando de
alegría.
—No voy a honrar eso con una respuesta. Te veré en el muelle. Sabes que
hay una campana ahí detrás, ¿verdad?
9
—Prefiero la formalidad de registrarme en la recepción.
—Sí, claro que sí. —Puso los ojos en blanco y Hart deseó que se le salieran
de su imperdonable y bonito rostro.
—¿Es que nadie más trabaja aquí? ¿Por qué no puede hacerlo tu padre?
—¿Segura que estás preparada para esto? —le preguntó a Mercy mientras
abría la puerta de la bodega de carga, sabiendo perfectamente que ella encontraría
la pregunta insoportablemente condescendiente.
Hizo pasar el cadáver por delante de él, obligándolo a salir del autoduck
para hacerle sitio.
Ella se pasó una mano por la tela limpia de su trasero antes de arrebatarle
los papeles de la mano. Sin el consentimiento de su razón, a Hart le picaron las
manos de curiosidad, preguntándose cómo se sentirían exactamente las curvas
redondas de su trasero en su agarre. Su cerebro intentó apartar la lujuria indeseada
cuando Mercy se acercó a él y se puso de puntillas. La mayoría de las mujeres no
podían acercarse a la cabeza de Hart sin la ayuda de una escalera, pero Mercy era
lo suficientemente alta como para ponerla al alcance de los besos cuando se ponía
en las puntas de sus zapatillas de lona rojas. Sus grandes ojos marrones brillaban
detrás de los cristales de sus gafas y la inesperada proximidad de todo su cuerpo le
pareció extrañamente íntima cuando le lanzó las siguientes palabras a la cara.
—Dilo, Merciless.
—Debes ser un patético perdedor sin amigos para ser tan imbécil. —Al
pronunciar la palabra imbécil, lo golpeó en el pecho con el enfático dedo índice de
su asquerosa mano, salpicando su chaleco de podredumbre marrón y haciéndole
tropezar en el borde del muelle. Luego bajó la verja antes de que él pudiera
pronunciar otra palabra, dejando que se cerrara de golpe entre ellos con un sonido
metálico resonante.
Mercy, con su arrogante. Oh. Eres tú. Como si una rata de contenedor
hubiera entrado en su vestíbulo en lugar de Hart.
Mercy, cuya palabra era una chinche escupiéndole a la cara, primero con la
punta.
La primera vez que la conoció, cuatro años atrás, ella había entrado en el
vestíbulo con un vestido amarillo brillante, como una ráfaga de luz solar
irrumpiendo entre las nubes en un día sombrío. Los grandes ojos marrones detrás
de sus gafas se encontraron con los de él y se ensancharon, y él pudo ver cómo se
formó la palabra en su mente al ver el color de sus iris, tan pálidos e incoloros
como el cielo de la mañana en un día nublado.
Semidiós.
Ahora se preguntaba qué era peor: que una mujer joven y bonita lo viera
como el vástago de un padre divino, o que la despiadada Mercy se apiadara
despreciándolo por el hombre que era.
—Alguacil Ralston.
—Difícilmente.
—No tienes vida social. Trabajas todo el tiempo. Ni siquiera tienes un lugar
donde colgar tu sombrero. Puede que te alojes en un hotel durante algunas noches,
pero luego vuelves aquí. —Señaló con el pulgar hacia la Niebla, el capullo de
neblina agitada que formaba la frontera de Tanria más allá de la Estación Oeste—
. Este agujero de mierda es tu hogar. ¿Qué tan triste es eso?
Hart se encogió de hombros.
—No.
—Lo sé. 13
—Eres consciente de que Roy Birdsall estuvo a punto de morir hace unos
meses, ¿verdad?
Hart movió su peso, las suelas de sus botas rechinando en la grava del
estacionamiento.
—No.
—¿Y? —Su tono fue petulante, pero el recuerdo de una Mercy desaliñada
y con la podredumbre de los cadáveres embadurnada en su frente hizo que una
fronda de culpabilidad se desplegara en sus entrañas.
—Síp, bien. ¿Ya puedo irme? —Se ajustó el sombrero en la cabeza, una
clara señal de que se preparaba para alejarse de la conversación y seguir con su
trabajo, pero Alma levantó su mano libre.
—No me vengas con eso. Has pasado por tres compañeros en cuatro años,
y llevas meses trabajando en solitario. Es demasiado peligroso seguir trabajando
solo. Para cualquiera de nosotros. —Añadió esa última parte como si esta
conversación se refiriera a los alguaciles en general y no a él en concreto, pero
Hart sabía que no era así.
Había caminado unos pasos hacia los establos cuando Alma lo llamó.
—Sí —contestó y continuó su camino hacia los establos, pero ambos sabían
que no estaría muy pronto en la puerta de Alma y Diane. Aunque Alma y él hacía
tiempo que habían hecho las paces a nivel superficial, el viejo rencor flotaba en el
aire, como si el fantasma de Bill hubiera establecido su residencia permanente en
el espacio que los separaba. Hart no tenía ni idea de cómo superarlo, ni si quería
hacerlo, pero era dolorosamente incómodo echar de menos a una amiga cuando
ésta estaba justo detrás de él. Peor era echar de menos a Diane. Ya casi no la veía.
Los establos estaban oscuros en comparación con la brutal luz del sol de
Bushong, y afortunadamente también eran más frescos. Se dirigió a los establos
para ver qué monturas estaban disponibles. Sabía que habría pocas opciones a esa
hora del día, pero no estaba preparado para lo malas que fueron: un caballo
castrado tan joven que Hart no se fiaba de que no saliera disparado al primer olor
de un animal; una yegua más vieja que había acogido varias veces y que le parecía
demasiado lenta y torpe; y Saltlicker.
Saltlicker era uno de esos équidos que salía disparado en busca de agua cada
vez que podía y mantenía una constante oposición enconada a cualquiera que se
atreviera a montarlo. A algunos alguaciles les gustaba por su carácter alegre; Hart
detestaba a la bestia, pero de las tres opciones, Saltlicker era, lamentablemente, la
mejor opción.
Al mismo tiempo, una tristeza opresiva se apoderó de Hart. Una cosa era no
querer a un équido y otra que este lo odiara a él. Y, sinceramente, ¿a quién le
gustaba de verdad Hart en estos días? El insulto mordaz de Mercy, que lo había
seguido desde Eternity, afloró en su mente una vez más.
Debes ser un patético perdedor sin amigos para ser tan imbécil.
Hart sabía que tenía que llegar a su puesto, pero acabó sentado contra la
pared del establo, envuelto en las sombras. Como si tuviera mente propia, llámalo
antigua memoria muscular, su mano serpenteó hacia su mochila y sacó su viejo
cuaderno y pluma.
No tenía ni idea de cuánto tiempo pasó hasta que arrancó la página, la dobló
en cuatro y se puso en pie, aliviando sus rodillas doloridas. También sintió un
alivio en el pecho, como si hubiera conseguido verter parte de la soledad de su
corazón en el papel. Mirando a su alrededor para asegurarse de que no lo veían
mientras cruzaba el patio del establo, se dirigió al buzón nimkilim de la estación y
deslizó la nota en su interior, aunque estaba seguro de que una carta dirigida a
nadie nunca sería entregada a nadie.
16
Mercy subió a la litera número cinco y vio cómo el desafortunado hombre
que Hart Ralston había traído el día anterior salía a la superficie del pozo, el cual
había mantenido frío a una temperatura constante de doce grados durante la noche.
No era demasiado grande, pero tampoco era pequeño, y trasladarlo a la plataforma
rodante sería más fácil entre dos personas.
—¿Zeddie? ¿Estás ahí? —llamó Mercy esperanzada por las escaleras del
sótano, pero fue papá quien le contestó, con una voz demasiado ansiosa para su
gusto.
Enfadada con su hermano por llegar tarde en su primer día como sepulturero
oficial de Birdsall e Hijo, Mercy colocó los restos del indigente en la carretilla ella
sola, hizo rodar el cuerpo en el ascensor ella sola, añadió varios kilos más al
contrapeso ella sola y tiró de la cuerda del ascensor ella sola, mano sobre mano,
hasta que sintió que llegó al final de la línea. Le gustaba cómo trabajaban sus
músculos, levantando y arrastrando, empujando y tirando, como si este trabajo
fuera la razón por la que las Tres Madres la hubieran hecho más grande que casi
todas las demás mujeres de la isla de Bushong y también más alta que la mayoría
de los hombres.
Por supuesto, había un hombre que sobresalía por encima de ella, o mejor
dicho, un semidiós. Lástima que la filiación divina de Hart Ralston viniera
acompañada de una cucharada de arrogancia, tan evidente en la forma en que
ladeaba la cabeza y ponía las manos en las caderas, llamando la atención sobre su
estrechez, y en la forma en que su cinturón de estoques colgaba de ella de la manera
más irritantemente sexy posible. A Mercy le molestaba sobremanera que, después
de años de aguantar a aquel alguacil insufrible, algún instinto interior primitivo
siguiera pensando que su aspecto era lo suficientemente bueno como para
comérselo.
Aseguró la cuerda en su sitio y silbó a medida que subía las escaleras, las
suelas de goma de sus zapatillas rojas haciendo un satisfactorio pump, pump, pump
en los escalones. Como Zeddie aún no había llegado, decidió que era un buen
momento para abordar el tema de la lista languideciente de tareas de su padre.
Asomó la cabeza en el despacho, donde Roy Birdsall estaba sentado en su
escritorio antiguo, con sus gafas de lectura inexplicablemente apoyadas sobre sus
cejas pobladas.
Mercy sabía que éste era el más alto de los cumplidos viniendo de la boca
de Roy Birdsall. Le besó los rizos más salados que picantes, y enumeró con los
dedos la lista de tareas pendientes.
—Ah, buenos días, señorita Birdsall —ululó Horatio de una manera que
también decía: Una vez fui mensajero de los Dioses Antiguos y, sin embargo, me
hiciste esperar en este felpudo cursi. Pero Mercy encontraba encantador la
altanería de la vieja escuela del búho, así que le dedicó su habitual sonrisa brillante
mientras él daba sus tres pasos estándar hacia el vestíbulo con sus patas de pájaro
descalzos. Sacó un paquete delgado de cartas de la elegante bolsa de cuero suave
que llevaba a la espalda y se lo entregó a Mercy. 19
—Me gusta bastante este estilo moderno que estás probando estos días.
Nunca he visto a nadie hacer que un overol funcione, y sin embargo aquí estás, la
viva imagen.
Mercy hizo una mueca. Un cumplido de Horatio, aunque fuera con una
admiración condescendiente, era motivo de celebración. Su querida colección de
vestidos llevaba seis meses acumulando polvo en el armario de su habitación, pero
descubrió que sus overoles nuevos y jeans ofrecían oportunidades de moda junto
a su practicidad.
—¿Un error? Creo que no. —El búho tiró de una cadena que llevaba en el
cuello y un par de gafas de lectura salieron de debajo de su chaleco. Las colocó en
el extremo de su pico con las puntas de las plumas de un ala mientras recogía el
papel de Mercy con la otra. Estudió el pliegue exterior en blanco como si hubiera
algo que leer allí. Luego, le entregó la carta una vez más—. Como he dicho, es
para ti.
—Sí, la hay.
—¿Dónde?
—Que los seres humanos no puedan verlo no significa que no esté ahí,
querida. Debo añadir que esta misiva no va dirigida a Birdsall e Hijo. Está dirigida
a ti, personalmente.
—Yo…
—Excelente. Adiosito.
—Aw, pastelito.
Querido amigo,
¿Tienes a alguien así en tu vida, una persona que te molesta, y sin importar
cuántas veces te prometas que te sobrepondrás a todo, dejas que te incite cada
vez? Por tu bien, espero que no lo hagas, pero si lo haces, mis condolencias.
He estado intentando averiguar por qué esta persona saca lo peor de mí, y
he llegado a la siguiente conclusión: La mayoría de los días son solo días, ¿sabes?
Solo yo pasando las horas entre que me levanto y me acuesto. Pero siempre que
estoy cerca de esta persona, de este individuo que se mete en mi piel como ningún
otro, siento con más fuerza la presencia de una verdad innegable que siempre está
ahí, acechando, rondando, esperándome en cada curva del camino.
Soledad.
Sinceramente,
Un amigo.
—Por las donas. —Le entregó la bolsa, que ella abrió para poder inhalar la
perfección frita de su interior. Era difícil estar enojada con alguien que le traía
donas.
—Buen punto, pero tenemos que asegurarnos de que papá no las vea.
Como si fuera una señal, su padre salió de la cocina sin café y sonrió cuando
vio a su hijo en el vestíbulo.
—Ese soy yo. —Zeddie sonrió alegremente a medida que Mercy escondía
la bolsa de donas a su espalda, pero había una tensión en su boca, un apretón de
dientes que plantó una pequeña semilla de preocupación en las entrañas de Mercy.
Sin embargo, se negó a dejar que echara raíces, segura de que debía estar
imaginando cosas.
—Ah. Pensé que podríamos empezar con la fabricación de los botes —dijo
Zeddie.
—Sí, legalmente, pero mucha gente se cuela para cazar pájaros, desenterrar
plantas exóticas, ese tipo de cosas. Hay todo un mercado negro de cosas en Tanria.
A estas alturas, Mercy había terminado su dona y estaba lista para ponerse
a trabajar, pero Zeddie tomó otra dona de la bolsa y le dio un mordisco.
—No lo sabemos. Lo único que podemos hacer es salar los restos, realizar
los conjuros y llevarlos a los pozos de enterramiento.
Mercy se erizó.
—Esta gente merece dignidad al final de la vida tanto como cualquier otra
persona. Así es como hacemos las cosas en Birdsall e Hijo.
—Es bueno saberlo —dijo Zeddie con una clara falta de entusiasmo, lo cual
era decepcionante. Mercy estaba orgullosa de sí misma por haber tenido la
24
previsión de solicitar la subvención hace cuatro años.
—Bueno, habrá tiempo de sobra para que aprendas los pormenores de las
finanzas, y de todos modos, esa parte del negocio es sobre todo mi trabajo. —Le
dio una palmadita en el brazo, apartando al mismo tiempo su orgullo herido—.
¿Listo para lavar, salar y envolver?
—Bien.
—No, creo que primero debería verte hacerlo para asegurarme de aprender
a hacer las cosas como quiere papá.
—De acuerdo.
Ella estudió su mala cara. Zeddie siempre había sido tímido con los muertos,
pero seguramente tres años de trabajo para obtener su título en Ritos y Servicios
Funerarios habrían resuelto ese problema. Dejando de lado sus recelos, se dedicó
a desenvolver el cuerpo.
—La descomposición es extensa, pero se puede ver que este hombre fue
25
estrangulado, lo cual es una bendición. Los drudges suelen morder la garganta de
sus víctimas para matarlas antes de apoderarse de sus cuerpos, como seguro que
sabes.
Mercy cortó lo que quedaba de la ropa del hombre, revelando la piel sin
sangre de su abdomen.
—¿Ves aquí? Hay una herida donde el aguacil Ralston atravesó el cadáver
por el apéndice, que, como sabes, es la sede del alma humana y el punto de
infección drudge, pero siempre lo compruebo dos veces para estar segura.
Tomó el bisturí que tenía a mano para este fin, hizo un corte preciso para
abrir el vientre bajo y rebuscó entre los intestinos hasta encontrar el apéndice,
perforado como es debido. Volvió a cortarlo para que no le faltara nada… a tiempo
de que Zeddie se inclinara sobre la pila del fregadero que tenía detrás y perdiera
en ella el contenido de su estómago. Huyó del astillero, las suelas de sus zapatos
de lona chirriando en el limpio suelo de linóleo, y Mercy se quedó mirando el
cadáver, desconcertada, sosteniendo el bisturí en el aire. Lo dejó en la bandeja, se
lavó las manos en el fregadero, lavando al mismo tiempo el desorden de Zeddie
por el desagüe, y siguió su rastro hasta que lo encontró sentado en la pequeña mesa
de la cocina con la cabeza enterrada entre los brazos. La bolsa de donas, ahora
vacía, estaba arrugada junto a su codo.
—¿Zeddie?
Apretó las manos entre las rodillas, tan miserable y patético como un
cachorro atrapado fuera de la puerta mosquitera en la lluvia torrencial.
—¿Estás bromeando?
—¿Papá lo sabe?
—¡No! ¡Dioses, no! Por favor, no se lo digas, Merc.
—¿Cómo se supone que voy a ocultarle esto? Creo que voy a desmayarme.
—Puso la cabeza entre las rodillas y respiró profundamente, tragando aire y
empañando sus gafas hasta que se controló y pudo sentarse de nuevo—. No pasa
nada. Podemos arreglar esto. No tienes que usar caoba. De todos modos, el roble
es mejor.
—El trabajo no es tan malo una vez que te acostumbras —le aseguró. Más
bien, le rogó.
—¡No, no lo es!
Zeddie se aferró ambos lados de la cabeza, sus rizos extendiéndose entre los
27
dedos.
—Sé que debería haber dicho algo antes, pero cada vez que intenté decírselo
a papá, me acobardé. Quiero decir, ¿cómo podía hacerle eso después de todo lo
que había hecho por mí? Así que pensé: «Está bien, Zeddie, ¿qué tan malo puede
ser? Dale una oportunidad». Pero esa oportunidad duró solo cinco segundos.
Dioses, esto es un puto desastre.
—No es que este trabajo haya sido una gran sorpresa. Siempre has sabido
que el emprendimiento se transmite de padre a hijo. Ha sido así desde los días de
los Dioses Antiguos, y papá ha tenido todo esto preparado para ti desde que naciste.
Tú te encargarías de la funeraria, y yo me quedaría como gerente de la oficina.
Zeddie, las cosas son un desastre. Si no das un paso adelante, se acabó. Birdsall e
Hijo está acabado. Terminado. Arruinado.
Las palabras fueron una bofetada en la cara de Mercy. Sus ojos se llenaron
de lágrimas calientes de frustración, pero pudo ver que no había manera de
engatusarlo en el negocio de la familia, al menos, no mientras se derretía contra la
puerta en una miseria muda. Derrotada, se frotó la frente con ambas manos.
—¿Qué vamos a hacer?
—Lo sé. Se lo diré a papá. Se lo diré a los dos, lo juro. Pero me gustaría
tener un plan para mi futuro antes de hacerlo. ¿Puedes cubrirme hasta entonces?
—Uf. Bien. Guardaré tu secreto. Por ahora. Pero al menos dale una
oportunidad a la fabricación de botes si no puedes soportar los cuerpos. Se lo debes
a papá. En cuanto a contarle lo de la carrera de filosofía, hazlo pronto. Y hasta
entonces, tienes que ayudarme a hacer todas las cosas que no impliquen cadáveres.
Y también tienes que ayudarme a mantener a papá a raya, porque sigue intentando
hacer cosas que el médico dice que ya no puede hacer. ¿Trato?
—Banneker y Ellis están de ronda —le dijo Hart, ya que sabía que la entrega
probablemente no era para él, y no quería decepcionarse.
—¿Gracias?
—De nada.
Alguacil Ralston,
Se requiere su presencia en mi oficina mañana por la tarde, a la una en
punto. Hasta entonces.
Su conversación del día anterior sobre el hecho de que Hart trabajara solo
no era un motivo pequeño de preocupación. Y sin embargo, mientras estaba
acostado en la litera demasiado pequeña esa noche, no fue su encuentro inminente
con Alma lo que lo mantuvo despierto. Fue la carta que no había enviado a nadie
en particular. Siguió dándole vueltas a la idea de volcar su corazón en un trozo de
papel, hasta el punto de que al día siguiente, cuando regresó a la estación, se sintió
30
mal del estómago.
Llegó media hora antes para reabastecerse y poder escapar en cuanto Alma
terminara con él, pero la voz del jefe se coló en la estación a la una menos cuarto.
—Alguacil Ralston.
—Más vale que acabe de una vez. Vamos. Y no digas que no te advertí que
esto iba a pasar.
—¿Un aprendiz?
Bien podría pedirle que aprendiera a soplar vidrio o a cambiar los pañales
de un bebé. No podía imaginar cómo había llegado a pensar que era una buena
idea, pero allí estaba ella, con sus ojos de semidiosa brillando con diversión
31
mientras asentía en respuesta.
—Muy bien —le dijo Alma al joven—. Adelante. Y que los dioses te
acompañen.
El chico miró a Hart con ojos ansiosos del cálido color marrón de la cubierta
de un libro de cuero bien gastado.
—Sé que usted es un hombre ocupado, alguacil Ralston, así que iré al grano.
He oído que lleva un tiempo trabajando en solitario.
—Síp.
—Ser alguacil es un trabajo duro. Es más fácil con dos, ¿tengo razón?
32
—¿Esto es lo que llamas ir al grano?
Solo.
Este tipo estaba tocando todos los puntos débiles que tenía.
Podrías ser para este joven lo que Bill fue para ti. Por un momento, por un
latido de su vida, quiso que fuera verdad, lo suficiente como para dejar escapar un
soplo de derrota y apoyarse en el marco de la puerta para lanzarle al chico una
larga mirada apreciativa. Era como mirarse en un espejo, el reflejo de su yo más
joven desafiándolo a ser un hombre mejor de lo que había llegado a ser.
—Sí.
—¿Siempre?
—Mierda —espetó.
—Ya está —dijo Hart, echando las riendas hacia atrás—. Así de fácil.
Duckers parecía que iba a vomitar sobre la escamosa piel púrpura de su
montura, pero cuando por fin se dio cuenta de lo que le rodeaba, sus labios se
aflojaron de asombro.
—Vaya.
Hacía mucho tiempo que Hart no miraba el paisaje de Tanria con algo
parecido al asombro. Ahora contemplaba los triángulos extrañamente simétricos
de las montañas en la distancia y las amplias colinas rosas extendiéndose ante ellas.
Escuchó el burbujeo similar a la lava de un arroyo ambrosiano y el trino estridente
de los pájaros y los cómicos eructos de los animales que solo vivían y morían en
esta tierra extraña, un mundo desquiciado creado por dioses encarcelados sin nada
mejor que hacer. Hart intentó apreciarlo una vez más mientras observaba a Duckers
asimilarlo todo con ojos nuevos. No funcionó. Ahora Tanria era simplemente un
lugar para él, no diferente de cualquier otro lugar. Pensó en lo que había dicho
Alma sobre este agujero de mierda siendo su hogar. No era una mierda, pero
tampoco era su hogar. 36
Duckers, en cambio, lo asimiló todo con entusiasmo y su sonrisa se hizo
cada vez más grande. Volvió a mirar hacia el portal y se rio.
—¡Santo cielo!
El portal seguía allí, con un aburrido alguacil tanriano apostado a cada lado,
pero el arco parecía ser una puerta independiente en medio de la nada, como si la
Niebla no estuviera allí en absoluto. El paisaje desértico de Bushong era
claramente visible desde el interior de Tanria, pero completamente inalcanzable
sin los portales. Duckers apretó una mano contra la sólida pero invisible frontera
y vio pasar una planta rodadora al otro lado.
—Entonces, ¿la gente no podía ver dentro, pero los Dioses Antiguos podían
ver fuera?
—Síp.
—Caray.
—Supongo que los Dioses Nuevos querían que los Dioses Antiguos vieran
lo que se estaban perdiendo. —Esto siempre le había parecido cruel a Hart, pero
de todos modos no tenía una buena opinión de los dioses, ni de los Antiguos ni de
los Nuevos. Dejó de lado la mortandad y asintió a su aprendiz—. ¿Estás listo?
—Sí, señor. —Duckers le sonrió, dispuesto a todo, y Hart se dio cuenta,
para su asombro, que ese chico le caía bien y no le molestaba su compañía tanto
como había pensado.
—De acuerdo —dijo Duckers, alargando la última sílaba como una larga 37
nota musical de incertidumbre matizada por un saludable cuestionamiento de su
elección profesional—. Sabe que todo esto es Tanria 101, ¿verdad?
—Responde a la pregunta.
—La cuestión es que, hay un montón de rumores estúpidos por ahí sobre 38
Tanria, y quiero que distingas tus hechos de la ficción. La mitad de la población
de las Islas Federadas cree que los dragones están volando por todas partes y
acaparando tesoros.
—No.
—Ah. Ya lo sabía.
—Porque es árido, rocoso, una mierda y lo más alejado del agua que se
puede estar, así que muy poca gente vivía aquí en ese entonces. Lo siento, ¿qué
decías de que esto era Tanria 101 y todo el mundo lo sabía?
—Nadie sabe qué son, ni de dónde vienen. Todo lo que sabemos es que si
alguien muere en suelo tanriano, puede ser infectado por algún tipo de espíritu y
reanimado. La mayoría de la gente cree que son almas perdidas, ya que infectan el
apéndice, pero como las almas son invisibles, no hay forma de saberlo con
seguridad.
—Buen punto.
—¡Ajá! ¡En su cara! ¿Quién está educando a quién aquí? —Duckers levantó
los puños en señal de triunfo, un gesto que se desvaneció un segundo después,
cuando casi se cayó del équido y tuvo que forcejear para mantener al potro en
calma.
—¿No?
—No, no lo es. El apéndice es muy pequeño.
—Imagino que sí. ¿Cuándo es más probable que un drudge mate a una
persona viva?
—Sí, señor. ¿Los drudges infectan a los animales? ¿Hay ardillas y mierdas
así que también son drudges?
—¿En Tanria? Los humanos, los conejos, las zarigüeyas, los puercoespines
y los graps.
—No y no.
—¿De verdad crees que los perros no tienen alma? ¿Has conocido alguna
vez a un perro que no sea cien veces más agradable que el promedio de los seres
humanos?
—Hum, ¿no?
41
—Exactamente. No insultes así a los perros.
—El perro.
Una vez que la cazadora de graps estuvo envuelta en tela de lona fresca,
colocada en su bote (un bonito cúter de roble) y guardada en el muelle para salir a
repartirla, Mercy tomó el último de los indigentes sin llave de Birdsall por la
semana y volvió a realizar el mismo ritual. Mientras la sal hacía su trabajo, colocó
una llave genérica en una cadena barata alrededor del cuello del desafortunado.
Luego metió la mano en la papelera del mostrador de trabajo y sacó un pequeño
bote de madera del tamaño de la palma de la mano.
Estaba tomando una rápida taza de café en la cocina cuando oyó a Zeddie
decir:
—Papá, ya vuelvo. —Salió del despacho al otro lado del pasillo, cerró la
puerta y se metió los dedos en los rizos despeinados.
43
Mercy se apoyó en el mostrador a medida que Zeddie pasaba junto a ella
para servirse una taza. Añadió una cantidad asombrosa de azúcar, y la removió con
un repiqueteo vigoroso de la cuchara contra la porcelana.
—Mercy, por las tetas y los testículos de los dioses, no tenía ni idea de lo
que has estado aguantando todos estos años. Los libros son un desastre, y no es
que sea genial con los números.
—Lo sé, pero Lilian casi nunca está en la ciudad, y es injusto hacer que se
ocupe de los libros en su tiempo libre.
Estacionó en las fosas, bien lejos del pequeño pero creciente astillero, donde
estaban enterrados los muertos de Eternity, Argentine, Mayetta y Herington, con
sus lápidas espaciadas en filas ordenadas. Hizo rodar cada cuerpo sobre la tierra
irregular y los depositó en el pozo abierto donde iban a parar los no identificados
y los indeseados, la gente que entraba en Tanria por cualquier medio para hacerse
rica o empezar de nuevo, solo para ser asesinada por los drudges y convertirse ellos
mismos en drudges.
Echó una última mirada a los cadáveres, como si dijera «los veo», antes de
volver a casa. Cuando regresó a Birdsall e Hijo, el vehículo de reparto estaba
estacionado junto al muelle, lo que significaba que Lilian y Danny habían llegado
mientras ella estaba fuera. El ánimo de Mercy se levantó. Se dio un baño rápido
en su apartamento de encima del astillero, se puso uno de sus vestidos favoritos,
45
de color azul huevo, cubierto de pares de cerezas y tomó una botella de vino antes
de dirigirse a casa de papá con Leonard pisándole los talones y un optimismo
renovado de que todo iba a salir bien.
Su andar ágil se hizo más ágil por las risas estridentes de su familia, que
podía oír desde dos puertas más abajo. Subió los escalones, abrió la puerta y dejó
que la explosión de sonido de su familia la invadiera.
—Estoy aquí, ratita —le disparó Lilian, abrazando a Mercy con fuerza y
luego arrastrándola de la mano hasta la mesa del comedor, donde podrían sentarse
y ver a Danny (el único miembro de la familia que sabía cocinar) hacer la cena en
la cocina. Para sorpresa de Mercy, Zeddie parecía estar ayudándole.
Danny sonrió adorablemente. Todo en Danny era adorable, desde sus rizos
de color rojo oscuro hasta las puntas de sus zapatos.
—Está aprendiendo a cocinar.
—Ja, ja. ¿No eras tú la que se quejaba la otra noche de lo terrible que son
nuestras cenas sin Danny?
—Que los dioses te bendigan, pero ¿Zeddie no va a quemar la cocina sin ti?
—susurró Mercy a su cuñado mientras le servía una generosa copa de pinot grigio.
—No está tan mal —respondió Danny con una carcajada. Pero cuando
empezó a servir una copa para Lilian, se paró en seco, dejando caer el vino sobre
el mantel—. Ah, cielos, nena, ¿puedes beber esto?
Mercy se congeló, su cuerpo comprendiendo lo que Danny estaba
insinuando antes de que su cerebro pudiera ponerse al día.
Lilian miró a Danny con los ojos muy abiertos y exasperados, y las mejillas
pecosas de su marido se volvieron rosas.
—¿Tú? Aún eres un bebé —le dijo papá —. Pero Mercy tiene treinta años.
—No voy a estar por aquí para siempre y quiero asegurarme de que te
cuiden cuando esté muerto y me haya ido.
Lilian resopló.
—Papá. Estoy bien —le aseguró Mercy—. Todos los que estén a favor de
pasar a un nuevo tema de conversación, digan «sí».
—Me alegro mucho por ti —le dijo Mercy, pero aunque estaba emocionada
por Lilian y Danny, había una parte de ella que sentía envidia. Siempre se había
imaginado sentando la cabeza con alguien bueno y formando su propia familia,
pero esa idea parecía estar cada vez más lejos de su alcance estos días.
—Será fantástico.
—Mamá fue muy buena —coincidió Mercy con una punzada cariñosa de
49
dolor.
—No. Aún es pronto, y no quiero que se haga ilusiones por si… bueno, por
si acaso. Así que, por favor, no se lo digas. O a Zeddie. No confío en que ese
mocoso mantenga la boca cerrada. Pero quiero asegurarme de que lo sepas, porque
el hecho de que esté embarazada está a punto de alterar el funcionamiento del
negocio familiar, y me parece justo avisarte con la mayor antelación posible.
—No puedo viajar por todas las islas con un bebé. Y no quiero que Danny
me deje sola durante días o semanas para entregar cadáveres. ¿Qué sentido tiene
estar casados si no estamos juntos?
—Nadie espera que ninguno de los dos se quede indefinidamente. Podemos
contratar a otra persona para hacer las entregas.
—No puedo.
—Sí que puedes. Cariño, eres tan inteligente, talentosa y organizada. Deja
50
de desperdiciarte en Birdsall e Hijo.
—¿Y si Zeddie no puede salir adelante? —preguntó, sabiendo que era algo
más que una simple posibilidad.
—No me vengas con eso. Tú eres la que se quedó con el negocio después
de la muerte de mamá, y prácticamente también nos criaste a mí y a Zeddie. Bueno,
Zeddie y yo podemos cuidar ahora de nosotros mismos. Te mereces vivir tu propia
vida.
—¡A los muertos no les importa! Ni una sola vez alguien se ha pronunciado
desde la bodega del autoduck de reparto y ha dicho: «Aquí hay demasiada sal», o
«Le dije a Enid que quería teca». —Lilian tomó a Mercy por los brazos, y Mercy
no pudo evitar recordar que Lil se había chupado las migas del pulgar y ahora la
tocaba con él—. Piénsalo. ¿Por mí?
Mercy asintió, pero no hubo mucha convicción detrás del gesto. No podía
marcharse hasta que hubiera convencido a Zeddie para que se hiciera cargo, y eso
podría tardar mucho en llegar.
No uno, sino dos secretos pesaban sobre Mercy a medida que caminaba
hacia su casa con Leonard, y ambos parecían conducirla hacia un futuro incierto,
uno sin Birdsall e Hijo. Normalmente, cuando tenía un problema, lo hablaba con
Lilian, pero le había prometido a Zeddie que no diría nada de su título en filosofía
medorana antigua, y sustituir a Lil y a Danny era ahora uno de los muchos platos
que Mercy tenía que seguir haciendo girar.
Fue entonces cuando recordó la carta extraña que había recibido el día
anterior, olvidada en el bolsillo de su pechera en el cesto de la ropa sucia. Empujó
a Leonard fuera de su regazo y la sacó.
¿También te sientes solo?, le preguntó el desconocido con letras precisas
que tenían más esquinas que curvas. El corazón de Mercy palpitó feroz como
respuesta. Sintió una sacudida de comprensión, una conexión con el escritor, como
imanes colocados a demasiada distancia para encajar, pero que temblaban por la
proximidad.
Un amigo.
Mercy amaba a su familia más que a nada en el mundo, pero estaría bien
tener a alguien en su vida que no estuviera tan metido en sus asuntos, una persona
que no le impusiera secretos que ella no deseaba ocultar. En resumen, un amigo 52
era exactamente lo que necesitaba.
Sabía que era absurdo responder. Después de todo, esa persona era una
completo desconocido y ¿cómo podía enviar una respuesta con la seguridad de que
el nimkilim la haría llegar a la persona correcta? De todos modos, se sentó en su
escritorio, sacó una hoja de papelería del cajón y escribió las palabras Querido
amigo en la parte superior de la página.
Los mentores y los aprendices nunca eran asignados a sectores hasta
después de las dos primeras semanas de formación y como se ceñían a las zonas
menos pobladas de Tanria, eran por lo tanto, los lugares con menos probabilidades
de encontrar un drudge, Hart decidió acampar esa noche en lugar de quedarse en
un barracón con otros alguaciles. Alma ya le había impuesto la compañía de
Duckers; no sentía la necesidad de imponerle la compañía de nadie más. Duckers
dormitaba en su saco de dormir y Hart leía su préstamo interbibliotecario
Crossroads: La intersección de la gramática moderna y la teoría de la
composición, a la luz parpadeante de la hoguera, cuando la estruendosa voz de
Bassareus gritó: 53
—¡Toc, toc! ¡Correo!
—¿Nimkilim?
—No, soy tu abuela. Sí, soy un nimkilim. Baja esa cosa antes de que le
vueles las pelotas al imbécil por accidente.
—No está cargada —dijo Hart con total naturalidad desde su viejo y
maltrecho taburete plegable, donde sorbía tranquilamente una taza de té de
manzanilla.
—No.
Hart tomó la carta que le ofrecía, y estudió una cara del sobre y luego la
otra, pero estaba completamente en blanco.
—Soy Hart.
Con el peso de los ojos de Duckers y del nimkilim sobre él, Hart deslizó el
dedo bajo la solapa del sobre y lo abrió. Sacó la carta, la desdobló y vio las palabras
Querido amigo en la parte superior. Sus ojos se abrieron de par en par, y su
respiración se entrecortó.
3
De memoria: de la frase en inglés «by heart», de ahí las respuestas siguientes y la confusión con el nombre
de Hart.
Ignorando la pregunta, Hart hojeó la página y vio que estaba firmada como
Tu amiga. Volvió a doblarla y la apretó en la mano. El conejo le miraba con aire
de expectación, como si Hart tuviera que leer la carta en voz alta.
—Devuelve eso —dijo Hart, pero no fue muy contundente. Lo único que
quería era leer la carta que prácticamente le abrasaba las yemas de los dedos.
—Tengo whisky para fines medicinales, así que no te lo bebas todo —gruñó
Hart.
—Tengo que orinar, y soy lo suficientemente amable como para dejarte una
luz aquí mientras salgo.
Con eso, Hart se dirigió al árbol para orinar más cercano. Desplegó la carta
y la leyó a la luz danzante de la linterna mientras un alma flotaba entre los troncos
de los árboles en la distancia.
Querido amigo,
¡Sin duda tengo a «esa persona» en mi vida! Pero parece que nunca puedo
reunir la maldad que necesito para poner a mi némesis en su lugar. Qué fastidio.
Me gustaría ser cortante, pero es como si intentara romper una nuez con una
almohada.
He estado pensando en tu situación, por muy vaga que sea para mí, y no
puedo evitar preguntarme si hay más gente que está más sola de lo que ninguno
de nosotros sabrá nunca. Tal vez mucha gente está caminando a través de sus días,
solitaria como puede ser y creyendo que nadie entiende lo que es. No es un
pensamiento muy alentador, ¿verdad?
Tu amiga.
Querido amigo.
No había escrito una carta a nadie, pero alguien le había respondido. Y ese
alguien le gustaba.
Arrancó una página del cuaderno de su mochila y sacó una pluma. Querida
amiga, comenzó. Me gustaría poder decirte lo que significa tu carta para…
—¿Es bonita?
Hart no respondió a la pregunta, pero ahora quería saberlo: ¿Lo era? Porque,
de hecho, estaba bastante claro que era una mujer. La redacción, la encantadora
inclinación de las letras, la firma.
Me siento como en una fiesta, de pie contra la pared cuando preferiría estar
bailando.
Le recordó a su madre, a todas las veces que le había obligado a bailar con
ella en el salón con canciones vergonzosamente anticuadas sonando en su
gramófono. Tocó su llave, sintiendo su contorno familiar bajo su camisa donde
descansaba contra su corazón en una cadena de plata junto a su placa de
identificación de Cunningham.
Hizo una pausa. ¿Eso fue… coqueto? ¿Estaba coqueteando? Pero ninguno
de los dos estaba hablando de bailar. Se trataba de una metáfora, y de todos modos,
era poco probable que Hart se encontrara en una fiesta. Además, esta era una carta
para una persona que nunca tenía la intención de conocer. Eso era lo bueno. Podía
ser completamente sincero con alguien que nunca lo vería, que nunca lo conocería
de verdad.
Una vez apagadas las linternas, Hart se acostó de espaldas, mirando el cielo
nocturno, las estrellas que antes habían sido dioses. No podía dormir, ni quería
hacerlo. Escuchó los ronquidos suaves de Duckers y en su mente leyó una y otra
vez las palabras de la carta de su amiga.
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, no estaba solo.
59
Era la mañana del día de las penas, seis días desde que Mercy había enviado
la carta a su corresponsal misterioso, pero no había tenido respuesta, y cada día de
silencio de su nuevo amigo la ataba más fuerte por dentro, otro hilo que se enredaba
en el nudo de la muerte inminente de Birdsall e Hijo.
Si nada más, al menos Zeddie fue a buscar el pedido de madera para liberar
su mañana. Tomó la escoba del interior del armario del vestíbulo, sacudió el
felpudo de bienvenida y barrió la acera delantera como hacía todas las mañanas de
los días de las penas, pero pronto perdió la concentración y miró de un lado a otro
de Main Street en busca de Horatio. No había señales del nimkilim, así que se dio
por vencida y entró.
—Ah, ¿no estás durmiendo lo suficiente? —inquirió él—. Tus ojos están
terriblemente hinchados. Usa bolsitas de té, chiquita. Hacen milagros.
—Querida, esto se siente como dinero, así que lo puse encima. —El
nimkilim le guiñó un ojo y le dio unas palmaditas a un sobre hecho de papel color
crema y caro mientras le entregaba el correo. Estaba dirigida a su padre con una
ostentosa letra ondulada, y la dirección del remitente estaba grabada en relieve en
la solapa: Abogados Mendez, Goldsich y Suellentrop.
—Me gustaría pensar que está encima de tu cuello, pero las apariencias
engañan. —Tomó su brazo y declaró—: Bolsitas de té. Lo juro —antes de salir por
la puerta y dirigirse al taller mecánico.
—¿Qué dice?
Los labios de Roy se torcieron con disgusto antes de comenzar a leer en voz
62
alta.
—Como si fuera a vender cuando estoy seguro de que él sabe muy bien que
Zeddie terminó la escuela. Cunningham tiene bastante valor.
4
SRL: siglas para sociedad de responsabilidad limitada.
vender a Curtis Cunningham parecía el peor resultado posible. Todo dentro de ella
se rebelaba ante la idea.
—No quiero preocupar a Lilian o Zeddie con esto, o hacerles pensar que
estoy a punto de desestabilizarlos cuando no hay motivo de alarma. Por ahora,
dejemos esto entre nosotros dos, ¿de acuerdo, pastelito?
—Claro, papá.
Y con eso, agregó un secreto más para arrastrar sus talones mientras
regresaba al astillero. Tenía toda la intención de trabajar en el bote del señor Gauer,
su armazón era como los huesos desnudos de un cuerpo, pero en todo lo que podía
pensar era en el futuro condenado de Birdsall e Hijo, y en el hecho de que deseaba
mucho una respuesta a esa carta que envió la semana pasada. Le vendría bien un 63
amigo, preferiblemente uno que no fuera un pariente consanguíneo con un secreto.
Hojeó las cartas restantes en sus manos, sus escasas esperanzas para el
futuro marchitándose cuando cada una se reveló como una respuesta a un aviso de
defunción o una factura. Pero entonces, el último sobre de la pila tenía las palabras
Para: Una amiga escritas en el frente en letras mayúsculas, y Mercy se alegró
tanto de verlo que pensó que podría atravesar el techo y llover chispas como un
espectáculo de fuegos artificiales. Las yemas de sus dedos hormiguearon cuando
abrió el sobre y sacó la carta.
Querida amiga,
Tu amigo
P.D.: Lamento que haya tardado tanto en llegarte esta carta. Vivo en un
lugar remoto y tuve que esperar hasta que pude llegar a un buzón nimkilim para
enviarla. Probablemente puedas esperar retrasos similares en el futuro, pero te
prometo que no dejaré de escribir a menos que tú lo desees.
Necesitaba dejar salir a Leonard para que se ocupara de sus asuntos, y luego
tenía que terminar el bote del señor Gauer y salar, envolverlo y sellarlo en su
balandro. Tenía un millón de cosas que hacer antes de cerrar por el día. En cambio,
exhumó un papel y un bolígrafo del armario de suministros, y acercó un taburete
a la mesa de preparación.
65
A mitad de camino por una ladera boscosa en el noroeste de Tanria, Hart y
Duckers observaban desde los árboles cómo dos adolescentes, riéndose de la
embriaguez, esquilaban una oveja de seda tanriana salvaje en la ladera escarpada
de la montaña. Hart había visto cientos de veces a los de su calaña, muchachos que
eran lo suficientemente mayores para considerarse hombres, y lo suficientemente
jóvenes para olvidar lo fácil que era morir.
—Está bien, entonces, ¿qué hacemos? —Duckers tenía un brillo en los ojos,
un juego para la aventura, y Hart decidió que un método de hundirse o nadar para
enseñar a su aprendiz podría estar bien aquí.
—Tú vas a ir ahí y mostrarles tu placa brillante. Después les dirás que dejen
la lana de seda y se larguen de una jodida vez o los llevarás bajo custodia. Seré tu
respaldo.
—Ya sé cómo agitar mi placa. Tú eres el que está aprendiendo las cuerdas.
—Váyanse a casa o sino los arrestamos —les dijo Duckers, pero ellos
siguieron riéndose.
Hart estaba bastante seguro de que estaba bromeando, pero para estar
seguros, dijo, inequívocamente:
—No.
—Esta es la última vez que voy a decir esto. Dejen la lana de seda y váyanse
a casa, o están bajo arresto.
El más odioso de los dos sacó una petaca de su bolsillo y bebió un trago.
—Ooooh, estoy tan asustado. Gerald, ¿no estás temblando de miedo? —Le 68
entregó la petaca a su amigo, quien asintió, soltó una carcajada y tomó un trago.
Fue aquí donde Hart notó un grap moviéndose a través de las ramas de los
árboles por encima de los chicos: un grap poseído. Recogió una piedra del suelo y
la arrojó, derribando al pequeño drudge con forma de rana. Aterrizó encima del
pestífero compañero de Gerald, agitándose y chillando «Graaaaaaap» en un ronco
gemido zombi.
El grap reanimado rodó por el suelo, se puso de pie y saltó hacia Duckers.
Uno de sus globos oculares colgaba fuera de su órbita por un ligamento. Duckers
se congeló de terror cuando Hart sacó su estoque y lo apuñaló tres veces, golpeando
el apéndice en el tercer intento. El alma salió a borbotones de la herida, y Hart
pensó, no por primera vez, que un alma humana tendría que estar bastante perdida
y desesperada para poseer un grap medio podrido. Por otra parte, ¿quién era él para
juzgar? Él mismo estaba perdido y desesperado cada vez con mayor frecuencia.
Hart había reservado una hora todos los días para la práctica de tiro, y
Duckers había demostrado ser un tirador decente. Decidió dejar que el chico se
encargara de todo.
—Este es bastante fresco, así que no te perseguirá —dijo con calma—. Saca
tu ballesta.
—Separa los pies al ancho de los hombros. —Hart puso su pie entre los de
Duckers y los pateó al ancho correcto—. Sujeta la ballesta con la mano derecha y
el dedo en el gatillo. Tu mano izquierda estará debajo para apoyo. Sabes lo que
estás haciendo. —Se paró detrás de Duckers, desenfundando su propia arma
lentamente—. Sujétala a la altura del mentón, bien. Estás apuntando a la parte
inferior derecha del abdomen.
—Sabes mejor que nadie dónde está ese apéndice —aseguró Hart a su
aprendiz—. Ahí. Dispara.
—No, no lo eres. Es difícil. Pero debes entender que no mataste a esa mujer.
Ya se había ido. Lo que hiciste, lo que hacemos como alguaciles, es una
misericordia.
—Lo sé. Lo siento. —El chico sorbió con fuerza, pero las lágrimas no se
detenían.
—¿Lo hiciste?
70
—Sí, pero si le dices a alguien que te dije eso, te arrancaré las bolas.
—Se vuelve más fácil. Lo prometo. —Hart le dio a Duckers otro apretón
paternal antes de sentirse como un idiota sentimental y dejarlo ir—. Hay algunas
cosas que debemos hacer antes de terminar aquí: revisar el cuerpo en busca de una
llave de identificación, ponerlo en una lona, averiguar a dónde debe ir, cuándo y
cómo. Y también deberíamos recoger esta lana de seda para entregarla. ¿Estás
preparado para ello? Está bien si no lo estás.
—Estoy listo.
—¿Estás seguro?
—Sí. Se supone que tienes una llave contigo para que, si mueres aquí, tu
alma pueda abrir la puerta de la Casa del Dios Desconocido. 71
Hart no tenía nada que ver con la religión, pero no estaba dispuesto a
imponer sus opiniones amargas a Duckers. Sabía que este momento, mirando a la
muerte a los ojos, estaba pasando factura al chico, pero como no había nada para
eso, continuó con la lección.
—Exacto. Además, todos los que ingresan a Tanria deben hacer arreglos
funerarios con un sepulturero autorizado, de modo que la llave nos dirá adónde
llevar los restos.
—¿Qué?
—Sí, muy horribles. Todos los sepultureros son horribles. Vamos. Tenemos
trabajo que hacer.
Hart le mostró a Duckers cómo envolver un cuerpo, y no pudo evitar notar
lo mucho más fácil que era toda la operación con dos juegos de manos,
especialmente mover el cadáver montaña abajo. Duckers no rehuyó a nada de eso.
—Sí.
No habían montado la tienda, así que Hart vio al nimkilim saliendo de entre
los árboles antes de escucharlo chillar:
—De repente me agradas mucho más —dijo Bassareus a medida que giraba
la botella en sus patas, examinando la etiqueta.
—Mañana nos dirigimos a la ciudad para dejar un cuerpo, así que estaremos
cerca de un buzón nimkilim, pero en el futuro… ya sabes… ¿si pudieras recoger
nuestras respuestas la noche siguiente cuando recibamos el correo en el campo?
—¿Qué?
—Es una amiga. —Hart levantó la carta, que claramente estaba dirigida
Para: Un amigo.
—Grandísimo blandengue cursi, eso es lo que eres. Pareces todo duro por 74
fuera, pero eres blandito por dentro para ser un pendejo que escribe cartas. Es lindo.
Hart le lanzó puñales con los ojos a Duckers, desafiándolo a coincidir con
eso. El chico levantó las manos en señal de rendición.
—Tienes un trato. Recogeré tus cartas por ti, Hart-throb5. ¿Ves lo que hice
ahí?
—Vete —gruñó.
5
Hart-throb: juego de palabra similar a «rompecorazones» al español.
—¡Grandísimo blaaannndddeeennnggguuueee! —canturreó el conejo sobre
su hombro mientras desaparecía entre los árboles.
—Tiene razón —dijo Duckers cuando el nimkilim se hubo ido—. Eres uno
de esos tipos duros por fuera y blandos por dentro.
—Sí, eso debe ser. —Hart frotó la carta en su mano con el pulgar y trató de
no sonreír como un grandísimo blandengue. El sobre pulsaba con posibilidades en
su palma.
—Estás despedido.
75
Duckers se rio, pero Hart estaba tan contento de que el chico estuviera bien
después de eliminar a su primer drudge que no podía molestarse.
Duckers levantó los sobres uno por uno, identificando a cada remitente.
—Buenas noches.
—¿Señor?
—¿Qué?
Hubo una pausa, y Hart levantó la vista de su carta para encontrar a Duckers
mirándolo con ingenua gratitud.
Con eso, Duckers se puso de lado, y Hart leyó su carta a la luz de la fogata.
Querido amigo,
Sinceramente,
Tu amiga
P.D.: me encantan todos los postres, así que no diré que no a un pastel,
pero mi corazón siempre pertenecerá a una tarta bien horneada y complementada
con glaseado, especialmente de chocolate, que sabe particularmente bien cuando
se combina con una taza de café (una pizca de leche, sin azúcar).
Mientras Hart volvía a leer la carta, sus ojos seguían desplazándose hacia 77
las palabras canto mis discos favoritos a todo pulmón mientras me sumerjo en la
bañera. No pudo evitarlo. Seguía imaginando a una mujer vaga en una bañera, del
tipo que disfrutaba comiendo pastel de chocolate y tenía pechos llenos para
demostrarlo.
Tú lo piensas. Yo lo digo.
Dioses, odiaba que Bassareus tuviera razón. Pero cuanto más se llenó su
imaginación con la imagen, esa sensación vaga de mujer más empezó a parecerse
a la horrible Mercy Birdsall. Eso puso fin a tales fantasías. Su amiga se merecía
algo mejor. Se sacudió y volvió su atención a la carta.
Hart sabía que no sonreía con facilidad y, cuando lo hacía, rara vez lo hacía
de una manera que pudiera describirse como «bonita». ¿Su amiga lo aprobaría?
Por otra parte, tal vez estas cartas le permitirían ser el tipo de persona que en
realidad sonreía, aunque solo fuera por dentro. Era más fácil ser él mismo cuando 78
estaba limitado al papel y la tinta, cuando ella no estaba allí para mirarlo,
intentando averiguar quién era su padre inmortal en lugar de intentar averiguar
quién era él.
La imagen de una mujer desnuda en una bañera llenó su cerebro una vez
más, ¿y por qué carajo esa mujer insistía en parecerse a Mercy Birdsall? Desterró
la imagen de su mente nuevamente. Ya era bastante malo que tuviera que lidiar
con Mercy fuera de Tanria. No quería que ella jugara con la perfección que era
esta correspondencia, esta amistad, esta cosa pura y verdadera en la vida de Hart.
79
Habían pasado dos días desde que Mercy deslizó su última carta en un
buzón nimkilim, por lo que sabía que era poco probable que recibiera una respuesta
de su amigo esta mañana. Él le había advertido que esperara retrasos, este
misterioso agricultor de trigo/guardabosques/soldado en el puesto militar helado
de su imaginación. Y, sin embargo, con los secretos de su familia pesando sobre
ella y el futuro de Birdsall e Hijo pendiendo de un hilo, ofreció una oración
silenciosa a la Novia de la Fortuna para que aun así llegara una carta, un
recordatorio de que contaba con el apoyo de un amigo, dondequiera que esté.
El búho no tenía cejas y, sin embargo, pareció estar levantándole una. Esa
mirada escrutadora hizo que sus mejillas se pusieran más calientes.
—Si tú lo dices. Aquí hay algunas facturas. Sospecho que serán tan
deprimentes como un amante silencioso. Besitos.
El nimkilim se alejó, dejando a Mercy humillada para abrir las facturas, que
eran, como había predicho la lechuza, muy deprimentes. Uno era un aviso de
vencimiento en la factura del gas, e hizo una nota mental para hablar con su padre
sobre el pago de las facturas a tiempo, y lo agregó a la lista cada vez mayor de
notas mentales que comenzaban a filtrarse de sus oídos.
Levantó la vista del triste montón que tenía en las manos y se encontró cara
a cara con una pared de hombre alto y desgarbado. Mercy gritó de miedo antes de
darse cuenta de que Zeddie estaba de pie en el marco de la puerta.
—Sé eso.
—¿Lo sabes? Porque llegas tarde. Otra vez. Jugando con harina y azúcar o
lo que sea. —Mercy resopló con justificada indignación, pero captó un olor a
canela y azúcar flotando en el aire. Hizo todo lo posible por mantener su dignidad
mientras arrebataba un panecillo del plato—. Asegúrate de que papá pague estas 81
cuentas —le dijo.
—Enseguida.
—Y una vez que hayas hecho eso, ven al astillero para ayudarme con el
cúter de la señora Callaghan.
—Eres mala.
Mercy pasó junto a él con la barbilla levantada, pero no pudo pasar por alto
el hecho de que Zeddie no parecía querer dedicarse a la fabricación de barcos.
¿Cómo se suponía que iba a incorporarlo como el nuevo sepulturero si él no podía
emocionarse con el aroma fuerte y el grano encantador del cedro? Además, habría
pensado que se animaría a trabajar en el cúter para una mujer que había conocido
toda su vida.
La señora Callaghan había abierto una tienda general al final de la calle con
su esposo cuando se fundó Eternity hace veinticinco años. Cuando el señor
Callaghan murió, ella le pasó el negocio a su hija. Si bien Mercy estaba triste por
despedirse de una vecina, era agradable hacer un bote para alguien que había
vivido bien y murió en paz. Colocó la quilla en las ranuras a lo largo de los
varillajes, disfrutando de la forma en que el marco se unió como un rompecabezas.
Luego comenzó el proceso de carenado de la madera, asegurándose de que las
superficies fueran lisas y planas para los tablones.
Sin embargo, mantuvo su ojo en el reloj. Era el día de los huesos, que era el
día de la pira en el astillero principal. Eso significaba que Mercy o alguien de
Birdsall e Hijo tendrían que conducir allí alrededor de las tres para recoger las
cenizas de su pira esta semana. De repente, una sensación profunda de temor la
golpeó desde dentro. Abrió de golpe las puertas del gabinete de suministros para
encontrar los estantes alarmantemente vacíos.
—Le estoy enseñando a Leonard a dar la pata. Mira. —Se volvió hacia el
perro y le mostró una bola de masa suave y mantecosa—. Sacúdela.
—Gracias por el voto de confianza, papá —dijo Zeddie sin levantar la vista.
A estas alturas, Roy había arrancado otra bola pegajosa de masa del rollo
gigante en su escritorio, pero se congeló, extendiendo la golosina y sentándose tan
quieto como el muy expectante Leonard frente a él.
—¿Cuántas necesitamos?
Roy se alejó del escritorio que antes era de Mercy, su vieja silla de madera
chirriando con una protesta entrecortada.
—Papá…
Esta vez, lo miró, y la sonrisa triste que él le dedicó la hizo llorar de nuevo.
Pero mientras estacionaba el autoduck junto al sitio de la pira, su padre frunció el
ceño a través del parabrisas.
—Bueno, mira lo que trajo el gato —dijo Cunningham con lo que pareció
ser una sonrisa auténtica cuando papá salió del vehículo—. Roy, no esperaba verte
aquí.
—Tú.
—¿Yo?
—Tal vez uno a lo largo de los senderos del astillero. —Le dio un guiño
encantador y continuó extendiendo su brazo.
86
Fuera lo que fuera, no podía ser bueno, pero Mercy pensó que era mejor
quitarlo de en medio.
—No saques esa pira tú solo —le advirtió a papá antes de tomar el brazo
del rival de su familia.
Una vez que estuvieron fuera del alcance del oído, Cunningham asintió
hacia su padre y fingió preocupación.
—Está bien.
—También bien.
—Conozco a tu padre, te conozco a ti, y creo que puedo adivinar cómo han
ido las cosas en Birdsall e Hijo desde la… desgracia de Roy. Eres joven. Tienes
toda la vida por delante. ¿Por qué dejar que un negocio moribundo arruine tus
mejores años?
Curtis Cunningham era más bajo que Mercy, pero de alguna manera se las
arregló para ser condescendiente con ella cuando habló.
—¿Y cómo vas a mantener tus puertas abiertas cuando Roy se retire? Mi
nuevo recluta era un compañero de clase de tu hermano y me ha informado que
Zeddie reprobó Ritos y Servicios Funerarios en su primer año. Mercy, eso deja a
nadie más que a ti con las riendas, y por más competente que seas, eres una mujer. 88
¿Cuánto tiempo crees que puedes resistir contra toda la fuerza de Cunningham si
decido obligarte a cerrar el negocio?
Dioses, sabe lo de Zeddie, pensó presa del pánico. Mercy sintió como si le
hubiera echado agua helada sobre la cabeza, pero mantuvo la sonrisa afilada fija
en su rostro.
—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo —lo desafió, y agregó—
: Curtis —antes de soltar su brazo y caminar de regreso a las piras sin él.
Inclinó la cabeza, una vista que era demasiado familiar en estos días. Lo
extrañaba tal como era, confiado y rápido para reír, la forma en que sus manos
hábiles construían botes y su gran voz de cañón cantaba los conjuros para los
muertos. Pedir urnas, pagar las cuentas y llenar el tanque de gasolina eran los
detalles del día a día que nunca serían de su especialidad.
—Quédate aquí, fuera del sol, y mantén las ventanas bajas. Tomaré el
garrafón y caminaré hasta el pueblo por gasolina. 89
—Te acompaño.
Estaba a una cuadra al oeste de Main Street, pero no había nadie en los
alrededores tan cerca del borde sur de la ciudad. Mirando a su alrededor, comenzó
a caminar de puntillas hacia el camino que conducía a las fosas funerarias… a
tiempo para que un ayudante del sheriff doblara la esquina alrededor de una casa
de tablillas y fuera testigo de su clara violación de la ley. Y no era cualquier
ayudante del sheriff. Era Nathan McDevitt. Su exnovio. Quien le había roto el
corazón y pisoteado los pedazos.
—Sí, pero…
—Porque si un drudge termina suelto, la forma más rápida para que los
ayudantes del sheriff lo encuentren y se deshagan de él es rastreando lo único
moviéndose alrededor, y un drudge cuyos ojos han sido vaciados por los buitres
no puede ver a los vivos y es menos probable que sientan su presencia si están
completamente quietos.
—Lo sé. Nos quedamos sin gasolina en nuestro camino a casa desde las
piras, y tuve que dejar a papá en el autoduck. —Levantó el garrafón, que salpicó
con gasolina, pero sabía que no había forma de exprimir una gota de simpatía de
un hombre que le había dejado claro que él debería haber sido lo primero en sus
afectos, no su padre.
El sonido de la mina del lápiz garabateando sobre el papel llegó a los oídos
de Mercy y provocó un dolor de cabeza en su cerebro cansado.
—Vamos, Nathan. ¿Dame un respiro? ¿Por favor?
La oferta de Nathan era lo último que esperaba Mercy. Durante meses, había
esperado que él se acercara a ella y le pidiera perdón. Ahora aquí estaba él,
ofreciendo una rama de olivo, y ella estaba tentada. Muy tentada. Pero luego pensó
en papá en ese autoduck caliente a unos kilómetros de distancia, y recordó la poca
consideración que Nathan le había tenido después de su ataque al corazón.
—¿Qué ha pasado?
92
Hart se sorprendió por la apariencia de Mercy cuando se detuvo detrás del
mostrador. Su ropa estaba desordenada, su cabello revuelto, su rostro reluciente de
sudor, como si él la hubiera interrumpido en medio de un abrazo apasionado con
algún casanova.
—Oh, dioses —gimió Mercy—. Hart-ache, estoy teniendo todo un día aquí, 93
así que te agradecería que hicieras el más mínimo esfuerzo por ser cortés, solo por
esta vez. ¿De acuerdo?
Aún ni siquiera había hablado, y ya la estaba agarrando con él, cuando ella
era la que estaba siendo descortés. Increíble. Bueno, ahora no estaba dispuesto a
hacer un esfuerzo, especialmente si planeaba deshacerse de él para poder regresar
a algún imbécil zalamero en los astilleros.
—Pen.
Esta vez, Pen sí se dio cuenta y soltó una tímida risa nerviosa. Jodidos
dioses, todo lo que Hart quería hacer era dejar un cuerpo y seguir su camino. Se
aclaró la garganta y anunció:
Hizo un gesto alrededor del vestíbulo, que estaba vacío salvo por él mismo,
los dos jóvenes mirándose fijamente y la arpía inclemente detrás del mostrador.
Esta última levantó la barbilla.
—Tienes un poco… —Hart hizo un gesto hacia su propia barbilla y vio las
mejillas de Mercy oscurecerse de vergüenza mientras se quitaba el glaseado de la
piel con un pañuelo floral. Si fuera un gato, ronronearía de satisfacción.
95
—Zeddie los esperará en el muelle —dijo Mercy mientras se metía el
pañuelo en el bolsillo.
—¿No es así, Zeddie? —Mercy dejó en claro que esto no era una petición,
y hubo una pequeña parte de Hart que pensó: Bien por ella. (El resto de Hart quería
estrangular a esa pequeña parte traidora).
—Vamos —le dijo a su aprendiz con un codazo, pero cuando Hart llegó a
la puerta con Duckers pisándole los talones, se demoró un momento, mirando las
sillas de terciopelo verde en las que Leonard se tumbaba con frecuencia, y sintió
una punzada de tristeza al encontrarlas vacías.
Mercy le sonrió desde el otro lado del mostrador, con los brazos cruzados
sobre el pecho.
Sin apartar los ojos de Mercy, Hart le entregó las llaves a su aprendiz.
—Métete en el autoduck.
—No.
Hart señaló con el pulgar hacia la puerta, pero para su sorpresa, la voz de
Duckers vino justo detrás de él.
Una vez más, la mirada de Hart no se apartó de los feroces ojos marrones
de Mercy.
—No.
—¿Más o menos?
Hart negó con la cabeza, pero el espectro de los ojos llorosos de Mercy lo
atormentó. Lo apartó, negándose a sentirse culpable por hacerla llorar, cuando ella
fue quien lo había iniciado.
Pasaron por delante de Cunningham, el edificio más respetable de la ciudad,
más grande y elegante que el templo.
—¿Qué me importa?
—Todo lo que digo es que, por lo que puedo decir, no te mataría salir con
una buena señorita como Mercy. Ya sabes, vivir un poco, señor.
—Ves, eso es precisamente. Eres todo brusco, pero en realidad eres un ser
humano decente una vez que una persona llega a conocerte.
—No sabes nada de mí. —Hart caminó hasta el hotel y abrió la puerta
principal con Duckers pisándole los talones como un terrier.
—Sé que me aceptaste cuando no querías porque sentiste lástima por mí. Sé
que me estás enseñando lo que necesito saber para hacer mi trabajo. Sé que fuiste
amable conmigo después de que eliminé a ese drudge.
—En serio. Así que, dos habitaciones. —A estas alturas, Hart prácticamente
estaba gruñendo.
—Creo que tienes miedo de ser amable con Mercy, porque no serías capaz
de soportarlo si ella no te quisiera.
La conserje, al escuchar esto, se dio la vuelta con una llave en cada mano y
una sonrisa alegre en su rostro.
Por el Mar Salado y todos los dioses de la muerte, Hart amaba a ese mocoso.
La primera vez que Hart conoció a Mercy fue dos meses después de que
Alma lo abandonara por un trabajo de escritorio, dos semanas después de que su
perra Gracie muriera y dos días después de que entrara en vigor la nueva ley de
identificación en Tanria. Antes de la ley, podía llevar un cadáver a cualquier 102
proveedor de servicios funerarios que eligiera, lo que para él significaba ir a
Cunningham. El personal era apenas tolerable, con su simpatía falsa y su silencioso
respeto falso por los muertos, pero al menos tenían conocimiento de una ciencia
precisa y eficiente. La nueva ley estipulaba que todas las personas que ingresaran
a Tanria debían tener un paquete funerario prepagado de un sepultador con licencia
y una placa de identificación correspondiente, lo que significaba que Hart y todos
los demás alguaciles de Tanria tenían que llevar un cuerpo a cualquier sepulturero
de Podunk en cualquier ciudad fronteriza de Podunk que indicara la etiqueta.
Ese día, hace cuatro años, la etiqueta decía 009758, Sepultureros Birdsall e
Hijo, Eternity, Bushong. Nunca había frecuentado Birdsall e Hijo, principalmente
porque el letrero de enfrente siempre lo había alejado. Ese día, se paró frente a él,
sacudiendo la cabeza ante las letras descoloridas, campechanas y pintadas a mano.
Fue una de las muchas formas en que Bill había dado forma a la
comprensión del mundo de Hart, asegurándose de que su aprendiz viera a Tanria
por la trampa mortal que era debajo de su superficie extraña pero bucólica, y la
forma en que estos empresarios funerarios habían invadido las ciudades fronterizas
para aprovecharse de una situación terrible.
Hart no solía pensar en Bill, así que ya estaba un poco desanimado cuando
entró esa tarde en el vestíbulo de Birdsall e Hijo y colgó su sombrero en el
perchero. Lo primero que vio fue a Leonard recostado en una de las sillas de
terciopelo verde. Extendió la mano y acarició la parte superior de la tibia cabeza 103
del perro, de la misma manera que había acariciado el espacio suave entre las orejas
ridículas de Gracie antes de que su cuerpo se rindiera dos semanas antes. Sin previo
aviso, una prensa en su pecho lo apretó con fuerza, y perdió el control de su
serenidad, sus ojos llenándose de lágrimas rápidamente y goteando lágrimas
gruesas por sus mejillas delgadas.
Escuchó una puerta abrirse en el pasillo más allá del vestíbulo, y una mujer
joven muy alta y rolliza con cabello oscuro recogido en un moño prolijo en la
cabeza y un par de anteojos con montura de carey en la nariz entró en la habitación,
con el ceño fruncido sobre un fajo de papeles en su mano. Su vestido amarillo
soleado parecía el único color del mundo. Hart se frotó la cara frenéticamente con
las manos antes de que ella levantara la vista.
—¿Señor?
—Veo eso. Soy Mercy Birdsall, gerente de oficina de Birdsall e Hijo. —Le
tendió una mano para que él la estrechara a través del mostrador. Dio un paso
adelante para tomarla.
—Hart Ralston.
—Suelo ir a Cunningham.
104
Su sonrisa vaciló.
—De acuerdo.
—¿Pasa algo? —le preguntó Mercy en un tono tan presumido que casi le
ofreció su pañuelo.
—No —gruñó, firmando el último documento y golpeando el bolígrafo
sobre el mostrador.
Abrió la boca, pero pareció pensar mejor en lo que fuera que había planeado
decir.
—Semidiós arrogante.
Hart giró sobre sus talones, intentando y fallando en encontrar una respuesta
hiriente mientras ella pisaba fuerte por el pasillo hacia la oficina. Y ahora estaba
furioso consigo mismo por mirar su trasero hasta que desapareció detrás de la
puerta cerrada de un portazo.
Cuatro años más tarde, a medida que conducía hacia una recepción incierta
en la casa de Alma y Diane, Hart intentó imaginar cómo ese primer encuentro
podría haber sido diferente.
—¡Es Hart!
—¿Tiene que pasar algo malo para que haga una visita?
—¿Es una pregunta capciosa? —preguntó Alma, y Hart sintió que debería
erizarse o estar preparado para lamerse las heridas.
—Tú me invitaste.
—¿Cómo está tu padre? —le preguntó, una pregunta genuina que sonó
como una pequeña charla vacía.
—Bien. Aunque, desearía que dejara que alguien más se hiciera cargo del
viñedo. Es demasiado viejo para cuidarlo como debería, pero ya sabes cómo es.
Hart asintió una vez más. A diferencia de él, Alma sabía quién era su madre
inmortal: Bendena, cuyo arroyo diminuto serpenteaba al norte de las viñas de su
padre en el centro de Vinland. Incluso la llamaba mamá. Eso dejó loco a Hart.
109
—¿Cómo te está yendo con Duckers?
—Aw, te agrada.
—Ajá.
Alma frunció los labios con una superioridad engreída, lo que tuvo el efecto
irónico de hacer que Hart se sintiera más cómodo en lugar de menos, porque era
una expresión que pertenecía a Alma, su antigua compañera, no a Alma, su jefe.
Dio un sorbo a su refresco y dejó la lata sobre la mesa de hierro forjado a su lado.
—Es peor. He visto los números. Hay un gran repunte en los sin llave.
Diane salió por la puerta de la cocina con una bandeja de zanahorias, palitos
de apio, galletas saladas y queso, y Hart se dio cuenta de que tenía un hambre
voraz, algo que generalmente no notaba hasta que se le ponía difícil.
Hart había venido aquí con una cena familiar en mente, pero le preocupaba
que aceptar la invitación significaría comprometerse a una estadía más larga de lo
que deseaba. Alma lo atravesó con sus feroces ojos azul verdosos, y supo que vio
a través de él.
—No quiero molestarte —le dijo a Diane, pero, por supuesto, Diane no iba
110
a molestarse.
Somos amigos desde hace más de diez años. ¿Cuándo vamos a hablar de
eso?
Nunca.
Lo era.
… y sé que te hizo mucho bien, pero nunca te detienes a pensar que también
fue un moralista insoportable.
¿En serio? Todo este tiempo, todos los años que me has conocido, ¿esto es
lo que pensabas de él?
Sí. Esto es lo que pienso de un hipócrita al que le gustaba decirle a la gente, 111
especialmente a ti, cómo pensar, actuar y vivir, cuando fue él quien abandonó a
su mujer e hijo en Honek.
Era como si ella hubiera golpeado con un mazo todo lo que él creía saber
sobre Bill Clark y, en el proceso, también hubiera destrozado su amistad. Años de
confianza pulverizados en un instante. Supuso que ahora podría disculparse por su
parte en esto, pero una vez más, no pudo reunir el valor para abordar el tema con
ella.
Vivir un poco.
—Tal vez deberías hacer algunos amigos que no sean yo. Sal con alguien.
Juega al parchís.
Hart podía sentir sus ojos en él, pero mantuvo su mirada dirigida hacia el
112
horizonte oscureciéndose.
—Sí.
Hart se imaginó a su perro exactamente como había sido el día que llegó al
campamento, olfateando el conejo asado en el fuego, un perro medio muerto de
hambre, desgarbado en la adolescencia, con las costillas asomando a través de un
pelaje rojizo con hilos negros. Alma había intentado espantarla, pero Hart la llamó
y le tendió el puño para que lo olfateara. Caminó hacia él con largas patas nudosas
y le lamió los nudillos, luego presionó un lado de su cara contra el pecho de Hart
y lo miró con adoración sin restricciones. La adoración fue inmediatamente mutua.
Gracie había sido el bálsamo que Hart necesitaba después de la muerte de
Bill, la luz que lo había traído de vuelta de un lugar de dolor y oscuridad. Fue a
todas partes con él durante once años, su sombra cuyos ojos de adoración le
reflejaban una mejor versión de sí mismo, hasta que adelgazó con la edad y Hart
tuvo que cargarla la mayoría de las veces. Después de pasar tres días esforzándose
por respirar, durmiendo a intervalos, su cuerpo se rindió, llevándose el corazón de
él con ella.
—¡No!
Papá fue superado por el coma nocturno inducido por la comida, y uno de
sus ronquidos que hacían temblar las paredes llegó a la cocina desde su sillón
reclinable en el salón.
—No hay mayor elogio que ese —dijo Mercy, señalando con la cabeza
hacia la puerta—. ¿Nos vas a sorprender con algún postre?
—¿No querías pasar el rato con el viejo que se quedó dormido en un charco
de deliciosa salsa de limón? —preguntó Zeddie, liberando a Pen de su carga.
—No parecía estar disfrutando del placer de mi compañía, pero el perro sí.
Leonard y yo ahora somos mejores amigos.
—Zeddie, termina de limpiar la mesa y lavaré para que ustedes dos puedan
salir de aquí.
Pen rebuscó en los cajones hasta que encontró un paño de cocina limpio
para secar los platos. Este tipo estaba mejorando por segundos.
—Él me agrada.
—Sí, lo hago. Es agradable una vez que lo conoces. Deberías darle una
oportunidad.
Mercy tomó los objetos frágiles de sus manos uno por uno.
—No, y no.
—Pero, ¿le has dado una oportunidad al alguacil Ralston? Porque hoy ni
siquiera le dejaste decir «hola».
—¿Quién? ¿Yo? No puedo discutir con eso —dijo Zeddie cuando entró con
dos tazones casi vacíos de papas y judías verdes amandina, además de un par de
tazones más pequeños que contenían crudités.
Pen le quitó los platos a Zeddie, y Mercy captó la forma en que sus dedos
rozaron la mano de su hermano. Una punzada de envidia la sacudió. La sonrisa
generalmente confiada de Zeddie se volvió tímida cuando se alejó para terminar
de limpiar la mesa. Mercy frunció el ceño al fregadero mientras pronunciaba las
siguientes palabras.
—Hum.
—Creo que le gustas —le dijo Pen a medida que buscaba el cajón de los
cubiertos.
—La mejor hermana del mundo —cantó Zeddie en falsete mientras tomaba
a Pen de la mano y lo empujaba hacia la puerta de la cocina.
Mercy los oyó reír como un par de colegiales a medida que pasaban de
puntillas junto a papá y salían por la puerta principal, y la punzada agridulce de
envidia volvió a aguijonearla.
Una vez que limpió la cocina, besó a su padre dormido en la frente y salió.
De camino a casa, Leonard y ella avanzaron debajo de una pancarta nueva que se
extendía por Main Street:
119
Mercy se arrastró fuera de la cama a la mañana siguiente, maniobrando
alrededor del montón de perro sin huesos que era Leonard. Hoy no puede ser peor
que ayer, se prometió mientras encendía la cafetera, pero cuando volvió a su
dormitorio para vestirse, vio su aspecto despeinado en el espejo del tocador.
Media hora más tarde, ataviada con un overol azul y un pañuelo a juego,
bajó las escaleras a tiempo para ver a Zeddie entrar, llevando un plato cubierto con
una servilleta y silbando alegremente a medida que cerraba la puerta con el pie.
—Si salir con Pen significa que llegas al trabajo a tiempo y traes productos
horneados, voto por mantenerlo cerca por un tiempo.
—Pen tuvo que volver a Tanria esta mañana. Por eso me levanté tan
temprano, para hacerle el desayuno. No está seguro de cuándo volverá a estar en
Eternity.
—¿Huelo algo recién horneado? —gritó papá desde la oficina antes de que
Mercy pudiera responder a su hermano.
—Ah, no lo sé. Pensé que era bastante pegadizo. —Para horror de Mercy,
Horatio le entregó el correo a Zeddie y se sirvió del tarro de propinas. Le dio a
Mercy un guiño descarado y susurró—: Querida, espero que disfrutes todo tu
correo esta mañana. Cuando le escribas a tu inamorato, no olvides decirle que le
mando saludos. Adiosito.
—En el nombre del Dios Desconocido, ¿de qué fue todo eso? —preguntó
Zeddie mientras observaba a la lechuza salir por la puerta principal.
—¿Qué es un inamorato?
121
—Ni idea.
—No.
—¿Sé algo de ti que Lilian no sabe? —Zeddie lanzó ambos puños al aire—
. ¡Excelente!
Mercy no tenía idea de cuánto tiempo más podría ocultarle a papá el secreto
de Zeddie, pero necesitaba desesperadamente un margen de maniobra para
encontrar una manera de luchar contra la compra de Cunningham, además de que
en realidad no quería que Zeddie le contara a nadie de su amigo. Dejó escapar un
suspiro profundo de resignación.
Gruñó por lo bajo, pero cuando entró en los astilleros, no pudo esperar para
abrir el sobre entre sus manos.
Querida amiga,
En cuanto a que no estoy solo en estos días, sí, tengo un nuevo compañero
de trabajo. Es joven, ingenuo e irritante, pero yo fui joven, ingenuo e irritante una
vez, así que no me quejaré. Sigue empujándome fuera de mis costumbres
gruñonas, malhumoradas y cascarrabias, algo que nunca soñé posible hace unas
semanas. Es molesto, pero también un poco agradable. Nunca le admitiría esto,
pero te lo admitiré, ya que siempre somos honestos el uno con el otro: me agrada
y me gusta tenerlo cerca. Las maravillas nunca cesan.
Sinceramente,
Tu amigo
Querido amigo,
Ahora que la pregunta más apremiante está fuera del camino, debo decirte
que tu carta no podría haber llegado en un mejor momento. Esta mañana
necesitaba un amigo, y ahí estabas. Muchas gracias por eso.
Aunque una parte pequeña de mí quiere saber dónde trabajas, cómo te ves,
cuántos años tienes, sabes, me niego a mentirte, porque esas cosas también son
parte de quién eres.
Querida amiga,
Mi madre se levantaba con el sol todas las mañanas y trabajaba sus dedos
hasta el hueso hasta la puesta del sol, pero siempre hacía tiempo para tomar su té
y leer un capítulo de un libro antes de enfrentar el día. Ella me crio para valorar
lo mejor de las bebidas calientes. De ahí, el té. No lo cambiaré.
Me alegro de haber estado allí para ti, pero lamento que estuvieras
teniendo un mal día cuando recibiste mi última carta. ¿Esto tiene algo que ver con
el negocio de tu familia?
En otras noticias, me has descubierto: vivo con una dieta constante de ajo,
cebolla y queso mohoso. Tengo toda la intención de soplarlo por toda esta carta.
Ahora, sobre este cabello fibroso tuyo…
Por ejemplo, hay una circunstancia en mi vida sobre la cual tengo cierto
control, pero he elegido no hacer nada al respecto. Estoy intentando descubrir
cómo confesar esto sin entrar en los detalles que hemos jurado evitar.
Básicamente, cada uno de los miembros de mi familia me ha confiado un secreto
que afecta a los otros dos, y mantengo la boca cerrada porque es probable que
sus respectivas respuestas trastoquen mi vida y mi futuro. Pero al guardar esos
secretos, les estoy robando a cada uno de ellos la información que necesitan para
tomar decisiones sobre sus propias vidas y futuros, especialmente en lo que
respecta a mi padre. ¿Eso me convierte en una persona terrible y egoísta?
Me parece curioso que pienses que tengo sentido del humor. No hay mucha
gente que me describa como gracioso. En absoluto. Para nada. Aunque tengo una
amiga con quien lo dejo volar. Supongo que, ella y su esposa me dan comodidad
más que la mayoría. Por otra parte, nos hemos distanciado un poco en los últimos
años por una discusión de larga data. ¿Ves? Rey de la Evitación, aquí mismo…
… Oh, mis dioses, eres son uno de esos locos aterradores de la gramática,
¿verdad? ¿«Con quién»? ¿En serio? ¿Y quién es esta amiga tuya? Tal vez no estás
tan solo como crees que estás. Cuéntame todo de ella y su esposa.
Estoy a punto de salir por la puerta a la casa de mi familia para cenar.
Resulta, que a mi hermano le encanta cocinar, y es bastante bueno en eso. De
hecho, es increíble…
… Esta noche salí, pero tienes razón; las luces de la ciudad hacen que sea
difícil ver las estrellas, así que me metí en el auto y conduje fuera de la ciudad
para una mejor vista. El cielo nocturno es increíble. ¿Por qué nunca me he
molestado en apreciarlo? Ha estado ahí todo el tiempo, pero he estado tan
ocupada pensando en esto que necesita hacerse y en lo que hay que hacer, que
nunca se me ocurrió mirar hacia arriba. No sé los nombres de la mayoría de los
Dioses Antiguos, y mucho menos qué estrella es de quién. (¿O qué estrella es
quién? Mira lo que me has hecho, monstruo gramatical). Si la gente no puede
recordar a los dioses, piensa en lo fácilmente olvidados que somos cualquiera de
nosotros.
Supongo que pasas mucho más tiempo al aire libre que yo. Mi trabajo me
mantiene dentro la mayoría de los días, y cuando tengo tiempo para mí, todo lo
que quiero hacer es acurrucarme con una buena novela, preferiblemente una que
termine con un «felices para siempre». No es que pueda sentarme el tiempo
suficiente para disfrutar de una taza de café la mayoría de los días, y mucho menos
de un buen libro.
Sí, me encanta leer, pero al igual que tú, a menudo me encuentro ocupado
cuando prefiero estar estirado con un buen libro, mis tobillos cruzados, el lomo
apoyado en mi pecho. Mis gustos se inclinan más hacia la no ficción, la historia y
la política en su mayoría. Lamento decirlo pero, no hay muchos felices para
siempre allí. Para ser franco, tengo dificultades para suspender mi incredulidad
por los finales felices, mientras que creo que debes ser una romántica
empedernida. ¿O una romántica esperanzadora? Eso parece más preciso. Sigues
teniendo esperanza en el mundo; alguien necesita hacerlo, y definitivamente no
voy a ser yo.
Por otra parte: amiga, habla con tu familia, especialmente con tu padre.
Puedo sentir el peso de posponerlo en mis manos mientras leo tu carta. (Y por la
presente reconozco que soy un hipócrita, que definitivamente debería seguir mi
propio consejo…)
129
Dado que los cuerpos estaban fuera de la mesa, literalmente, Mercy estaba
decidida a hacer que Zeddie se enamorara del emprendimiento a través de la
hermosa madera de castaño que había recogido a mano en el aserradero. ¿Cómo
alguien podría resistirse a ese grano una vez terminado? Y, sin embargo, Zeddie
no compartía el entusiasmo de Mercy mientras la ayudaba a cortar, pegar, clavar y
serrar, mientras que ver cómo se unían las piezas hacía que el corazón de Mercy
se acelerara.
—Lil y Danny deben regresar hoy. Debería irme a casa a preparar la cena.
—Son las tres en punto. ¿Vamos a cenar a la hora de las personas mayores?
—Sabes que me importan una mierda los barcos. Y tampoco los muertos.
La respuesta brusca de Zeddie hizo que los ojos de Mercy ardieran de dolor.
—Bueno, a los vivos les importa una mierda, y nuestros barcos significan
algo para ellos. ¿Por qué no puedes ver eso?
Hizo un gesto con el brazo, un gesto amplio abarcando no solo los astilleros,
sino también Birdsall e Hijo y todo lo que representaba el negocio familiar.
—¿Por qué no puedes ver que esto nunca va a ser para mí? Sé lo que estás
intentando hacer aquí, y no va a funcionar.
—Yo…
—Sí —insistió Mercy, y lo decía en serio. Lo decía en serio con todo lo que
era.
Bien podría haber hablado otro idioma por todo lo que Mercy podía
entenderlo.
—¿Qué?
131
—Sigues preguntándome qué planeo hacer con mi vida. Ahí está tu
respuesta. Voy a ser chef.
—¿Un chef?
—Sí.
Mercy lo siguió a toda prisa a través de la puerta del astillero a tiempo para
ver a papá saludando a Lilian y Danny cuando salían del autoduck en el muelle.
—Zeddie, ahí está papá. Ve. Díselo en la cara —gritó Mercy—. Cuéntale
cómo gastó el dinero que tanto le costó ganar para enviarte a la escuela, y pudieras
estudiar antigua filosofía medorana.
—¿Qué?
—Iré a revisar el… eh… la cosa… con el… —murmuró algo sobre el aceite
y los ejes mientras huía de la escena para regresar a la seguridad del autoduck.
Los ojos de Zeddie fulguraron sobre Mercy, pero eso no detuvo las palabras 132
fervientes que brotaron de su lengua.
—¿Esto es cierto?
—Tengo que orinar, pero no quiero perderme nada de esto —dijo Lilian.
—¡No lo hago!
—Tienes razón.
—¿Justo? ¿Fue justo que asumieras que quería seguir tus pasos? ¿Fue justo
de tu parte decidir toda mi vida por mí? ¡Y mira lo que le has hecho a Mercy!
¡Tiene treinta años y está atrapada en la misma vida que le impusiste cuando tenía
diecisiete! ¿Cómo algo de eso es justo?
—Es verdad.
—¡No es verdad! —gritó Mercy, pisando fuerte, aunque sabía que era
infantil—. ¡Y no tienes derecho a hablar por mí! ¡Ninguno de ustedes lo tiene!
—Ah, ¿no te lo dijo? Mercy tiene novio. Se han estado escribiendo cartas.
¿Verdad, Mercy?
Lilian se encogió.
—Ah, Mercy, cariño. Pensé que Nathan era malo, pero ¿ahora estás
saliendo con un chico que no conoces?
—Hasta donde aves, podría ser un asesino en serie. O algún acólito llorón
de los Dioses Antiguos.
—¡No, no lo es!
Sus pies resonaron el resto del camino hasta su apartamento, pero el sonido
no cubrió la respuesta indignada de su hermana.
Mercy se dirigió esa mañana al templo en el día de todos los dioses, y llegó
a las diez en punto, cuando los devotos abrían las pesadas puertas de roble.
Esperaba entrar y salir antes de que apareciera alguien de su familia, ya que no
estaba de humor para confrontarlos. Hasta aquí todo bien.
Caminó por el pasillo central hasta la claraboya en el vértice del techo del
templo. El gran techo abovedado sobre ella estaba pintado como el cielo nocturno,
el altar de los dioses que habían venido antes, sus estrellas brillando en la
oscuridad. La claraboya era un símbolo del Dios Desconocido, el Vacío Más Allá
del Cielo que llegó a conocerse a sí mismo y que le dio esa autoconciencia al
mundo. Una sensación de paz se apoderó de Mercy mientras permanecía de pie
bajo la luz del sol cayendo a raudales.
Cuando era pequeña, su madre solía leerles a ella y a Lilian y, más tarde, a
Zeddie, El libro de los dioses, antiguos y nuevos para niños. Mercy aún podía
escuchar la cadencia de la voz de su madre a medida que leía las páginas. Las
palabras la acercaban al recuerdo de su madre, y el recuerdo de su madre, a su vez,
la acercaba a los dioses.
Con el tiempo, los hijos de los hijos de los hijos de los hijos del Dios
Desconocido terminaron tan mermados que no pudieron hacer más dioses. En
cambio, colgaron el sol en el altar estrellado del cielo e hicieron que el mundo
girara alrededor de él. Ellos crearon la Tierra, los mares y todos los seres vivos
que habitaban allí. Finalmente, tres de ellos hicieron sus propios hijos, elaborados
a partir de la tierra y el mar. Estos niños se veían, hablaban y se sentían como
dioses, pero sus comienzos y finales se superpusieron. Una madre les dio a sus
hijos el don del dolor para que conocieran la alegría. Una madre les dio el don
de la fortuna para que conocieran la esperanza. Y una madre les dio el don de la
sabiduría para que supieran su final y, por lo tanto, apreciaran su vida.
Con el tiempo, los Dioses Nuevos se alzaron contra sus padres, una guerra
tan feroz que fracturó la Tierra y creó las islas Cadmus como las conocemos hoy. 137
Y como los Dioses Nuevos no pudieron acabar con sus padres, crearon Tanria,
una prisión en la Tierra. Con el tiempo, los Dioses Antiguos perdieron la voluntad
de continuar y rogaron al Dios Desconocido que les permitiera ocupar su lugar
como estrellas en el altar del cielo, como sus padres y los padres de sus padres
antes que ellos.
Aún hay guerra y codicia, envidia y miedo, y todas las cosas oscuras y
tristes que los Dioses Antiguos pusieron en el mundo. Una vez que esas cosas
entraron en nuestros corazones, no hubo forma de quitarlas, incluso si los dioses
que las crearon se fueron hace mucho tiempo. Todo lo que podemos esperar hacer
en nuestras cortas vidas es vivir bien y honrar los dones que nos dieron nuestras
Madres, Padres y los Dioses Nuevos, y regresar voluntariamente al Dios
Desconocido cuando naveguemos el Mar Salado, y el Abuelo Hueso devuelva
nuestro cuerpo a la tierra, y el Guardián abre la puerta de nuestro hogar en el
Vacío Más Allá del Cielo.
Mercy sintió que alguien se sentó a su lado. Se giró para encontrar a Lilian 138
mirando el icono del dios de la muerte.
—Lo sé, pero… —Mercy miró las dos caras del Guardián. Como dios de la
muerte, miraba hacia el futuro y hacia el más allá, pero como dios de la
introspección, miraba hacia adentro con su segundo par de ojos—. Eso no me
parece algo tan terrible.
Lilian pareció como si fuera a decir más. En cambio, cambió el tema por
completo.
—¿Para el bebé?
—Lo siento.
—De todos modos, iba a decirles a todos este fin de semana. No es como si
pudiera ocultarlo más. Pero sigues siendo una idiota.
—Ah, un chico.
—En serio te gusta este chico —conjeturó, diciendo algo que Mercy no se
permitiría pensar. Pero no se podía negar, especialmente cuando Lilian vio a través
de ella sin importar lo que dijera.
—Todo esto es una mala idea —continuó Lilian, moviendo una de las llaves
a la pila de rechazos—. Si te sientes sola, encuentra a alguien en la realidad.
—Lo entiendo. Pero las cartas están hechas de papel, y eso me parece una
base bastante endeble para una relación sólida. Así que, conoce a este tipo en
persona y descubre si es un ser humano decente, o sigue adelante. 140
Ambas dirigieron su atención a las dos llaves que quedaban en el mostrador,
una de las cuales sería consagrada cuando naciera el bebé.
Cuando llegó a casa, se sentó en su escritorio, que una vez había pertenecido
a su madre, y sacó un bolígrafo y una hoja de papel. Querido amigo, escribió, pero
no consiguió más. Pensó en su oración al Guardián y miró hacia la puerta de su
apartamento en busca de inspiración. Si su vida hubiera seguido un curso diferente,
si madre aún estaría viva, si Nathan nunca la hubiera engañado, si Zeddie hubiera
querido ser un funerario, si un millón de otras cosas hubieran sucedido o no, podría
haber habido un altar allí a su lado, un lugar para una familia nueva con llaves y
comienzos nuevos. Esperaba que la mano le temblara de los nervios cuando volvió
a poner el bolígrafo sobre el papel, pero estaba notablemente firme.
—No estás hablando —dijo por encima de su libro—. Por lo general, nunca
te callas. ¿Qué pasa contigo?
Hart miró por encima del libro para estudiar el semblante preocupado de
Duckers. Debería haberlo visto venir, pero se encontró con el pie equivocado.
Enterró su nariz entre las páginas una vez más mientras recuerdos dolorosos
parpadeaban en su memoria.
—No.
—Ensilla y te mostraré.
—Esta es la línea fronteriza occidental del Sector 28. Para ser honesto, se
han informado cinco grupos de drudges desde la apertura de Tanria hace
veinticinco años. Uno fue en esa cresta al sureste. Un alguacil murió esa noche.
Otro fue en ese barranco. Cayeron dos alguaciles. Uno fue contra los acantilados
allá abajo. Todos los alguaciles involucrados murieron, de modo que no sabemos
con certeza si hubo un grupo de drudges ese día. Uno fue en esos árboles al
noroeste. Todos escaparon esa vez. Y uno fue en ese prado. Un buen alguacil
perdió la vida esa noche.
Hart podía recordar con claridad cristalina los gritos de angustia de Bill
cuando los drudges lo destrozaron, pero permaneció sereno por el bien de Duckers.
—Sí, señor.
Bill, que había dejado una esposa y un hijo en Honek y nunca se los había
mencionado a Hart.
—Sí. En los primeros días de los alguaciles, antes de que supiéramos mejor.
Una vez más, Hart se sintió tentado. Muy tentado. Pero su vacilación
respondió a la pregunta de Duckers sin tener que abrir la boca. Ahora no tenía
sentido negarlo.
—El grupo de drudges en el prado. Así fue como perdí a mi primer
compañero.
—Fue hace mucho tiempo. —Hart prestó toda su atención a los huevos y
esperó que Duckers captara la indirecta y dejara de hablar de grupos de drudges.
No lo hizo.
—Ni idea. —Esta vez, Hart mintió sin dudarlo. Ni siquiera le había contado
a Alma de la casa y las almas, o lo que había sucedido la noche en que Bill murió.
Colocó los huevos en platos con algunos frijoles y tostadas, pero sus peores
recuerdos persistieron, atormentándolo, robándole el apetito.
—Sí —respondió Hart mientras aflojaba la solapa del sobre. Amaba este
momento, la anticipación antes de descubrir lo que su amiga tenía que decirle, el
sonido sedoso del buen papel deslizándose, el crujido a medida que desdoblaba la
carta, la primera vista de la cursiva bailando en forma de bucle a lo largo de la
página.
Y luego leyó las dos primeras líneas.
Querido amigo,
—Bien.
—Voy a orinar.
145
—Seguro que lo harás.
Querido amigo,
Sinceramente,
Tu amiga
—¿Problemas con tu tipa? —La voz de Bassareus atravesó la espiral de
pánico de Hart. Para consternación de Hart, el conejo aún no se había ido y estaba
recostado en una de las tumbonas fuera de los barracones, saboreando su whisky.
—Ah, qué buenos días, cuando los Dioses Antiguos vivían y te dejaban
decir lo que quisieras.
Hart agarró la carta y pensó: qué mierda. Si no tenía ningún ser humano en
quien confiar, bien podría abrir su corazón a un nimkilim. No había nada que
perder, porque Bassareus no era parte de su vida.
¿O sí lo era?
—Muchísimas gracias.
Hart abrió la boca, pero descubrió que no tenía una respuesta fácil.
Bassareus asintió.
—Entonces, básicamente, quieres una novia sin tener que esforzarte por ser
una persona decente en su presencia. Puedes pintar la mejor imagen posible de ti
mismo en papel y llamarlo bueno.
—No.
147
—Entonces, no te conoce en absoluto. ¿Y qué sabes de ella?
—Entonces ve a conocerla, porque solo tienes una vida para vivir. Bien
puedes aprovecharla al máximo. —Bassareus lo golpeó en el hombro como si
fueran amigos y le sonrió, revelando su diente roto, antes de que se alejara para
terminar su ruta de correo.
—Puede que solo tenga una vida para vivir, pero ¿quién sabe cuánto va a
durar? —preguntó Hart, pero en un tono de voz demasiado bajo para que nadie
pudiera escucharlo excepto él mismo.
¿Y tú, pobre bastardo patético, cuánto de esa vida vas a pasar en soledad?,
le respondió su propia mente.
Así estaba el ambiente cuando llegó Horatio. Mercy sabía que no debía
esperar una respuesta de su amigo el día de la sal cuando ella le había enviado su 149
carta el día de las penas, pero de todos modos se sintió decepcionada cuando no
llegó ninguna respuesta de él. En su lugar, Horatio le entregó un sobre grueso con
el logotipo de Servicios Funerarios Cunningham, dirigido a ella personalmente.
—De nada, querida, estoy seguro —resopló él antes de salir volando. Mercy
se dio cuenta de que lo había ofendido y que tendría que pasar la siguiente semana
adulándolo para que volviera a ser civilizado, pero no se atrevió a preocuparse.
Rompió el sobre de Cunningham y leyó la nota que contenía.
Querida Mercy,
Atentamente,
Curtis Cunningham
—Por eso creo que debería saber que he conseguido un acuerdo con la
Compañía Maderera Afton. A cambio de los derechos exclusivos de toda la madera
apropiada para la construcción de nuestra línea artesanal de barcos funerarios, los
Servicios Funerarios Cunningham ofrecerán a todos sus trabajadores una línea
muy atractiva de paquetes prepagados con un treinta por ciento de descuento.
—Mercy, hiciste todo lo que pudiste y estoy muy orgulloso de ti por lo que
has logrado. Siempre fuiste una buena chica. Pero Birdsall e Hijo no sobrevivirá a
esto. Si quiebran el negocio, ¿dónde estarás tú entonces? ¿O tu padre o Zeddie o
Lilian? Toma el dinero, cariño, por su futuro y por el tuyo.
—¿Qué pasa?
Siempre somos sinceros el uno con el otro, así que aquí va: quiero
conocerte. Con muchas ganas. Pero también me aterra conocerte, no porque me
preocupe que no me gustes (estoy seguro de que sí), sino porque me preocupa que
yo no te guste. Sospecho que soy mejor muñeco de papel que ser humano y creo
firmemente que mereces un amigo más digno de ti de lo que soy en la realidad.
¿Segura que quieres conocerme? ¿Al gruñón, que no sabe cómo vivir un poco?
Lo mejor,
Tu amigo
Bushong. Todo este tiempo, habían estado habitando la misma isla y nunca
lo supieron. Mercy no estaba segura de creer en el destino, pero esto empezaba a
parecer algo que estaba destinado a suceder. Corrió a su apartamento para escribir
su respuesta.
Querido amigo,
Cualquier cosa que valga la pena hacer en esta vida requiere un salto de
fe, y tengo fe en que nuestra amistad puede existir más allá de estas cartas, a pesar
de todas las fallas y debilidades de nuestro ser de carne y hueso, así que, quiero
conocerte, conocerte mejor. Seamos valientes. 154
Sinceramente,
Tu amiga
Querida amiga,
¿Estás libre el próximo día del guardián? Hay un lugar en Mayetta llamado
Café Little Wren. Puedo estar allí a las 7:00 p.m.
¿Puedes leer esto? Mi mano tiembla tanto que apenas puedo sostener la
pluma.
Tu amigo
Querido amigo,
El próximo día del guardián, 7:00 p.m., en el Café Little Wren en Mayetta,
ahí será. ¡Estoy tan emocionada de conocerte! Me vestiré de amarillo, para que
puedas verme fácilmente.
Tuya vertiginosamente,
Tu amiga
Querida amiga,
Tu amigo
¿Una cita?
No iba a gustarle.
—Señor, ¿todo bien? —Duckers miró por encima del hombro al reflejo de
Hart. El niño nunca le había preguntado por sus ojos o sus padres, o cómo era ser
un semidiós. Simplemente lo había tomado tal como era y, de repente, Hart estaba
increíblemente agradecido por ello.
—Necesito un favor —admitió.
—Solo hazlo.
—Todo eso de la cuenta bancaria fue una tapadera, ¿no? Estás aquí para
conocer a una mujer.
Hart no dijo nada, pero todo el ser de Duckers se iluminó con diversión.
—¡No!
Por supuesto, a Hart se le había ocurrido que esta mujer podría no ser
físicamente atractiva, pero la verdad era que estaba mucho más preocupado porque
lo plantaran que por ser el que plante a alguien.
—¡No puedo creer que me hayas arrastrado hasta aquí para inspeccionar el
lugar por ti, gallina! —Duckers se llevó las manos a las axilas y agitó los codos—
. ¡Clo, clo, clo! ¿Quién es un gallina con mayúscula?
—Solo mira.
—Estoy en ello. —Duckers fingió agitar los codos mientras subía los
escalones de la entrada del Café Little Wren para mirar por el ventanal del
restaurante.
—¿La ves?
—Dame un segundo.
—¿Y bien?
—¿Qué?
—¿Qué? —rogó.
Cuando Duckers se dio la vuelta, tenía una alegría pura y sin adulterar
pintada en todo su rostro.
—¡Jajajajajaaaa! —se rio tan fuerte que el sonido resonó en los edificios
vecinos.
—¡Shh!
—¿En serio?
—¿Qué? —El paseo marítimo pareció girar como una atracción de feria
bajo los pies de Hart.
Durante todo este tiempo, había estado escribiendo cartas a Mercy Birdsall.
Mercy, con su Hart-ache y sus insultos y sus hoyuelos falsos, como si estuviera
encantada de sonreír ante la muerte. ¿Había sabido todo el tiempo que era él? ¿Esto
era una broma enfermiza? La crueldad hizo que su pecho ardiera por dentro. Todo
el cuerpo de Hart se puso tan rígido que apenas pudo decidirse a bajar las escaleras.
Sus botas golpearon cada peldaño con un ruido sordo.
—¿No vas a entrar? —preguntó Duckers.
—Sí.
—Al menos entra allí y sé sincero para que no esté esperando toda la noche.
—Señor. —Duckers extendió una mano para detenerlo, pero Hart se apartó.
No. Hart no estaba feliz. Estaba todo lo contrario a feliz. Le dio la espalda
a Duckers y se alejó, pero detrás de él, escuchó a su aprendiz gritar:
No podía hacer coincidir a la amiga de sus cartas con la mujer que había
pasado los últimos cuatro años disparándole verbalmente desde detrás del
mostrador de Birdsall e Hijo. Tenía que ser una broma maliciosa. De alguna
manera, Mercy debió descubrir que él había escrito esa primera carta y había
jugado con él, lo había engañado, lo había atraído aquí para dejarlo en ridículo.
Ella lo odiaba tanto.
¿O podría haberse equivocado con ella? ¿Mercy Birdsall podría haber
escrito las palabras que Hart había leído tantas veces que las había aprendido de
memoria? ¿Podría haberle abierto su corazón sin saber quién era?
Y fue exactamente como el día que se conocieron, con Mercy como la luz
del sol personificada en su vestido amarillo, y cada pensamiento que Hart tuvo en
el curso de su vida vaciándose de su cerebro y desvaneciéndose en el aire.
Sus pies siguieron moviéndose, y cada paso que lo acercó a Mercy hizo que
sus hermosos ojos marrones se agrandaran cada vez más detrás de sus anteojos, y
luego estaba de pie junto a ella, y un pensamiento finalmente tomó forma en su
cerebro: Creo que, quiero que esto sea real.
Sabía que tenía que decir algo, pero Mercy había inyectado la palabra «tú»
con suficiente veneno para oxidar un agujero en un techo de hojalata, y no podía
ni encontrar una palabra en su cabeza.
—Tengo algo importante esta noche, así que ¿podemos no hacer esto? Por
favor, déjame en paz.
—Sí. Me importa.
—Discúlpame…
—Estás disculpada.
Una risa amarga le atravesó la garganta mientras sacaba el reloj del bolsillo.
—¿A las siete y diez? Parece un momento extraño para encontrarse. ¿Están
atrasados?
—Bueno, sí, gracias. Tomaré una taza de té verde jazmín —le dijo Hart a
la camarera, delatándose deliberadamente con su pedido de bebidas. Mercy no se
dio cuenta. Estaba demasiado ocupada matándolo en una variedad de formas
violentas en su imaginación.
Hart cruzó el tobillo sobre la rodilla, tan casualmente como quisiera, cuando
cada músculo, vena y hueso de su cuerpo se sentía como si estuviera gritando de
rabia.
—¿Por qué querrías hacerme compañía? Me odias tanto como te odio a ti.
Di que sí, le rogó Hart en su mente. Atácame para que yo también pueda
odiarte. Pero la puerta principal se abrió con un repique de campanas, y Mercy
miró más allá de Hart con una esperanza que lo cortó desde las entrañas hasta la
garganta. Se volvió hacia la puerta y vio lo que vio Mercy: una pareja de ancianos
pidiendo una mesa. Se dio la vuelta a tiempo para verla hundirse con decepción.
—Si se suponía que tu amigo te encontraría a las siete, han pasado de llegar
un poco tarde a llegar muy tarde. Muy pronto será terriblemente tarde.
—Métete en tus asuntos.
—Es un clásico, pero estoy segura de que eres uno de esos hombres que
nunca lo ha leído porque crees que es una novela romántica empalagosa intentando
hacerse pasar por gran literatura.
—Touché.
—Ah, ¿no?
—Quiero que sepas que Eliza Canondale toma el control de su propia vida
y no requiere rescate. Y déjame asegurarte que solo desearías tener la fuerza de
carácter de Samuel Dunn.
—¿Y qué clase de carácter tiene tu… —Hart volvió a consultar su reloj—,
amigo atrozmente retrasado?
¿Cómo podría no reconocerlo cuando estaba citando sus cartas para ella,
desafiándola a conocerlo por quién era? Pero Mercy resopló, ajena a la verdad
sentada delante de ella.
Esa púa lo destrozó tan profundamente que Hart apenas podía respirar.
—Con alegría. —Su voz fue fría, pero sus entrañas estaban en llamas. Tomó
un último sorbo de té antes de dirigirse al bar, donde pagó la bebida de Mercy y la
suya, un gesto de despedida no sabía por qué.
167
Mercy discutió con Lilian el día de todos los dioses.
El día de todos los dioses era, por supuesto, el día libre de Mercy, pero
también era el único día de la semana sin servicio de correo. No sabía cómo iba a
pasar el día sin la carta de su amigo explicando por qué no había estado en el Café
Little Wren la noche anterior. Porque esa carta llegaría. Mañana por la mañana.
Estaba segura de ello.
Fue al templo y una vez más se sentó ante el icono del Guardián.
Mamá solía decir que cuando el Guardián cierra una puerta, siempre abre
una ventana, le rezó, pero siento como si me hubieras cerrado al menos dos 168
puertas más desde la última vez que estuve aquí. No quiero quejarme, pero si
pudieras señalarme una ventana o dos, estaría muy agradecida. Además, Zeddie
no me habla, así que no he podido poner las manos en su horneado. La tostada
rellena es lo mejor que pude hacer esta mañana, lo juro.
Los dos rostros del dios miraban hacia delante y hacia atrás, y a Mercy le
pareció que el último lugar al que miraban era hacia ella.
Entró y salió del templo sin toparse con un miembro de la familia, pero no
fue una sorpresa cuando, poco después de regresar a su apartamento, escuchó que
se abría la puerta principal, seguida de los pasos decididos de su hermana escaleras
arriba.
—No puedo creer que te perdiste la cena de anoche —declaró Lil cuando
Mercy la dejó entrar—. Por cierto, estuvo deliciosa. Zeddie se puso manos a la
obra con los filetes de lenguado importados. Normalmente no me gusta el pescado,
pero ese lenguado fue lo mejor que he comido en mi vida. ¿Cómo lo hace?
—Ni idea. Bien por Zeddie. Estoy extasiada de alegría de que haya
encontrado su vocación —dijo Mercy rotundamente a medida que le ofrecía a su
hermana un paquete de aluminio que contenía dos pasteles rellenos de jalea, la
única sustancia similar al desayuno en su apartamento.
Lil chilló.
—¿Con cuál?
Con quién, pensó Mercy, mientras su mente se llenaba con la letra familiar
de su amigo ausente corrigiendo la gramática de Lilian. Le hundió incluso más el
ánimo.
—¡Lil!
—Ya sé que odias al tipo, pero nunca he creído que sea tan malo. Tal vez,
un poco brusco. Muchos semidioses lo son. Probablemente hartos por la forma en
que la mayoría de la gente los adula. Siempre fue educado conmigo. —Lilian ya
había terminado con el primer pastel del paquete y ahora atacaba el segundo como
si le estuviera dando un mordisco al trasero impresionante de Hart Ralston.
—Adelante. Únete al Club de Fans de Hart-ache. Nunca ha decidido odiarte
sin razón.
—Bueno, ¿cuándo vas a estar «de humor»? Porque esta es una decisión que
nos involucra a todos. No es tuya para tomarla sola.
Sola.
Tal vez Mercy tenía más en común con su corresponsal ausente de lo que
había pensado inicialmente. En muchos sentidos, sola era exactamente como
Mercy había estado durante años, y parecía terriblemente injusto por parte de los
dioses permitir que el futuro del negocio familiar que ella había mantenido en
funcionamiento sin ayuda fuera decidido por un comité.
—Sí. Entiendo.
—Bien. Que sea así. Pero cuando Danny y yo volvamos la próxima semana,
resolveremos esto de una vez por todas.
Lilian se sacudió las migas de la panza para que Leonard las lamiera y salió.
Mercy pasó el resto del día con un dolor de cabeza sinusal y una novela mediocre.
—Lo siento.
Mercy sabía que Steve no había tenido ningún papel en esto, pero estaba
furiosa con el maderero Afton, y en este momento, la cara del maderero Afton era
Steve Coopersmith, cuyo largo bigote oscuro caía en respuesta a su indignación.
—Tarde.
—¿Pero nos defendiste cuando la señora Afton te contó del trato con
Cunningham?
—No, no lo hice.
—¿Por qué?
Steve abandonó la artimaña, y la miró a los ojos por encima del 172
portapapeles.
—¿Probablemente? —dijo.
—¡La doctora Galdamez dijo que no tomes más café! —chilló, tirando de
la jarra de su mano y manchando las diminutas flores amarillas de su blusa con una
salpicadura de cafeína—. ¡Y los pasteles! —Tomó uno del plato de él y lo estrelló
contra la bandeja de la que lo había sacado—. ¡Te! —Tomó otro croissant e hizo
lo mismo, haciendo que fragmentos de láminas de mantequilla se esparcieran por
la encimera—. ¡Matarán! —Agarró el croissant restante y lo arrojó de nuevo donde
había venido, haciendo un desastre más grande que el que Roy había creado al
ponerlos en su plato para empezar.
—Pastelito, cálmate.
—¿Por qué estás aquí? ¿No tienes algo lujoso e inútil para cocinar?
—¿Sabes qué? Como no respetas lo que quiero hacer con mi vida, no puedes
comer lo que hago.
Mercy se quedó inmóvil como una estatua. Tenía miedo de que si hablaba,
se movía o respiraba, se disolvería en un charco de lágrimas. Roy cedió y le puso
un pesado brazo alrededor de los hombros. Después de dos semanas de tratamiento
silencioso, ese único gesto abrió las compuertas dentro de ella y se echó a llorar.
174
—¿Quién lo necesita? —lloró, y la triste verdad era que no necesitaba a
Zeddie, no cuando se trataba de dirigir Birdsall e Hijo. Lo que necesitaba era a
alguien, cualquiera, que pudiera tomar el relevo.
—¿Vas a vender?
—Bueno, estoy tan contenta de que seas un experto en lo que es mejor para
mí. Tú y todos los demás.
Voy a escribirle.
Pero…
Escribió la carta.
—Esta mañana me puse maquillaje, así que sé con certeza que, de acuerdo
con mi apariencia, no tengo bolsas debajo de los ojos.
Horatio presionó las puntas de las plumas de sus alas contra su corazón. Si
hubiera estado usando perlas, las habría agarrado con fuerza.
—Hola —dijo.
—Hola.
—No, no tienes que hacerlo. Nunca presenté el papeleo. —La partió en dos,
se metió los pedazos en el bolsillo y miró furtivamente a su alrededor. El primer
rayo de luz que indicaba que esta semana perfectamente horrible podría terminar
con una nota feliz pareció brillar a través de los grandes ventanales del
ayuntamiento. Nathan mantuvo la mano en el bolsillo y levantó los hombros hasta
los lóbulos de las orejas, que se estaban poniendo rosadas.
Sus mejillas se pusieron tan rosadas como los lóbulos de sus orejas, y le
dedicó una sonrisa irónica.
—Te extraño.
Ah, pensó, está buscando algo. Pero entonces, se dio cuenta de que lo que
buscaba era a ella, ¿y no era eso lo que había estado anhelando? Recordó el consejo
de Lilian sobre centrarse en el hombre que tenía delante en persona en lugar de en
su amigo que escribía cartas, que permanecía en silencio. Por lo menos, Nathan
era mejor que el «alguacil tanriano alto, soltero y extremadamente atractivo» del 178
que su hermana había estado hablando.
Nathan sacó la mano del bolsillo, pero no pareció saber dónde ponerla.
—¿De verdad?
Pasó a una de las escenas más famosas, la parte en la que Eliza Canondale
se da cuenta por primera vez de que Samuel Dunn es más de lo que parece. Muy
pronto, Mercy fue absorbida por la historia, el café desapareciendo a su alrededor
mientras vivía y amaba a través de los ojos de los personajes, razón por la cual la
llegada de Nathan la tomó por sorpresa, a pesar de que lo había estado esperando.
—Sí.
—¿Y por culparme porque te sentías solo cuando tuve que pasar tanto
tiempo cuidando a mi padre después de que casi muere?
Él asintió lentamente.
—También eso.
—¡Dioses, qué alivio! Todos estos meses, no sabía qué hacer o decir. No
tienes idea de lo difícil que ha sido para mí.
—¡Esto es genial! ¡Otra vez juntos! ¿A qué hora debo recogerte mañana por
la noche?
—No lo somos, y mereces estar con alguien que se adapte mejor a ti.
—Quiero estar con alguien que me pregunte cómo estuvo mi día, alguien
que encuentre interesante lo que tengo que decir. Quiero estar con alguien que
piense que, no sé, soy algo especial. Eso es todo.
Nathan hinchó los labios como si Mercy hubiera dicho la cosa más
irrazonable que jamás hubiese oído.
Mercy casi dijo que sí. La palabra se equilibró en la punta de su lengua, lista
para caminar por el tablón. Pero entonces recordó algo que su amigo había escrito
en una de sus últimas cartas.
—No lo creo —le dijo. Retiró la mano y se puso de pie para irse.
182
A la mañana siguiente de su enfrentamiento desastroso con Mercy en el
Café Little Wren, Hart yacía como una babosa en la cama implacable de su
habitación de hotel en Mayetta con las cortinas corridas, esperando a que Duckers
apareciera con su autoduck. Tenía muchas ganas de estar inconsciente y trató de
pasar la mañana durmiendo. Cuando eso no funcionó, intentó leer su préstamo
interbibliotecario más reciente, Rabble-Rouser: el gobierno federado y el primer
presidente, pero su mente seguía desviándose hacia Mercy y sus cartas entre ellos
y su asfixiante decepción. Arrojó el libro sobre la mesa auxiliar e intentó despejar
su mente de todo pensamiento, pero apagar sus pensamientos sobre él lo
transformó en un montón de emociones palpitantes, dolorosas y sin palabras,
cuando sentir algo era lo último que quería hacer.
183
La hora de salida llegó sin ninguna señal de Duckers, por lo que Hart se vio
obligado a retirarse de la cama del hotel, que se sentía más como un ataúd que
como un lugar de descanso, y esperar a su aprendiz en el Café Little Wren, el lugar
en el que menos deseaba estar. La única mesa disponible para el almuerzo era
aquella en la que Mercy se había sentado la noche anterior, esperando a un amigo
que nunca llegó. No podía soportar sentarse en la silla que él había ocupado, así
que en cambio tomó el asiento de ella, observando a la gente entrar y salir por la
puerta principal, cosa que de alguna manera fue peor. Pidió té y se obligó a tragar
un sándwich, su irritación con su aprendiz disparándose por segundos.
—Lo dudo mucho —le dijo a Duckers, pero fuera lo que fuera, no estaba
de humor para hacer otra cosa que no fuera su trabajo. Cinco minutos más tarde,
llamó a la puerta de la oficina, entró cuando lo llamaron y preguntó—: Alma, ¿qué
diablos?
Dobló las manos sobre una pila de papeles en su escritorio, tan engreída
como una niña con un cono de helado.
—Doscientos siete.
—¿Y?
185
—Y disfruta de tus vacaciones.
La negación burbujeó dentro de él. Todo lo que quería hacer era perderse
en su trabajo, y ahora no tendría nada más que tiempo libre para llenarlo con
pensamientos sobre el desastre que era Mercy.
—Las vacaciones son para disfrutar. Diviértete durante una semana, ¿de
acuerdo?
—Genial. Gracias.
Llegó a la isla LeHunt a última hora de la tarde. Las playas aquí eran 186
rocosas, por lo que era la menos turística de las Islas Interiores, razón por la cual
Hart la había elegido destino vacacional a regañadientes. La mayor parte de la isla
era una reserva federal de aves acuáticas, de modo que al menos no tendría que
preocuparse por interactuar con la gente. Podría estar solo con su confusión en la
tienda que levantó tierra adentro.
Mientras se ponía el sol, caminó hasta la orilla y vio el mar entrar y salir, su
ondulación susurrada como el latido del corazón de la Madre de los Dolores. La
infinidad de agua azul grisácea le recordó la carta que le había enviado su amiga,
cómo había mirado hacia el cielo nocturno y se había sentido parte de algo más
grande que ella misma.
No fue una amiga quien escribió esa carta, se recordó con una oleada nueva
de emoción de nombre desconocido que no podía quitarse de encima.
Mercy fue a casa de su padre esa noche y tocó la llave de su madre con agua
salada con la punta de sus dedos. Hart no deseaba emularla, pero mientras
observaba las olas, entrando y saliendo, sintiéndose a la deriva en su propia piel,
hundió los dedos en el agua salada y tocó la llave de su madre sobre su corazón
dolorido.
Para el día de los saberes, tenía ganas de ir… ¿a casa? Pero no tenía un
hogar. Pensó en la Niebla que se arremolinaba más allá de la Estación Oeste y se
dijo: Ese agujero de mierda es tu hogar. ¿Qué tan triste es eso? De todos modos,
ya había hecho su maleta, preparándose para conducir temprano de regreso a
Bushong, cuando un nimkilim se aclaró la garganta fuera de su tienda y anunció:
—Correo. 187
¡Una carta!, pensó Hart por instinto apenas salió, y luego su esperanza
instintiva se derrumbó cuando recordó: De Mercy.
Hart condujo hasta Bushong y se coló en Tanria, es decir, entró por el puesto
de control del norte en lugar de la Estación Oeste para que Alma no supiera lo que
estaba haciendo. No estuvo emocionado de descubrir que Saltlicker, su semental
menos favorito, había terminado en la Estación Norte y era la única montura
disponible.
—Bueno, Gracie —dijo con una risa triste y temblorosa—, antes era un 188
desastre, pero desde que me dejaste he hecho de mi vida un chiquero.
Había sabido que podía ver almas humanas mucho antes de llegar a Tanria.
Cuando cumplió los ocho y vio cómo el espíritu de su abuelo abandonó su cuerpo,
supo que era diferente de una manera que era algo buena, pero en su mayoría no
tan buena. Después de eso, su madre fue todo lo que tuvo, los dos viviendo en la
vieja casa con la puerta azul en medio de Arvonia.
La misma casa que, inexplicablemente, estaba debajo de él en este campo
en medio de Tanria.
Cuando Hart tenía dieciocho, y Bill y él cruzaron este prado por primera
vez, cuando vio su propia casa aquí en Tanria, una casa que Bill no podía ver, le
contó todo a su mentor, sobre la casa y las almas. Un año después, Bill murió por
eso. Y por eso Hart estaba ahora aquí, mirando el lugar donde vio el alma de Bill
partir de su cuerpo.
Durante su tiempo con los alguaciles de Tanria, Hart había salvado muchas
vidas, pero ninguna de ellas contrarrestó lo que le había sucedido a Bill. Todo en
cuanto a Bill era un asunto pendiente, y Hart no tenía idea de cómo terminarlo. No
creía que podía. Todo lo que podía hacer era quedarse ahí y obligarse a mirar
fijamente el lugar donde su amado mentor había perdido la vida. Por Hart.
El cielo del oeste se volvió naranja, luego rosa, después índigo, pero Hart
permaneció inmóvil, reacio a dejar este lugar por una vez. Hizo piquetes al
semental, esmerándose en asegurar las riendas de modo que el idiota terco no lo
abandonara para irse en busca de agua. Luego encendió su fogata y preparó una
tetera de té negro fuerte, y calentó una lata de frijoles y comió algunos melocotones
enlatados, la misma comida que había comido con Bill innumerables veces. Se
había despedido de Gracie y al menos había intentado dejar de lado su culpa por
la muerte de Bill, aunque sin éxito. Ahora era el momento de ofrecer una despedida
más.
Pero razonó que debería juntarla con las demás para poder arrojarlas a las
llamas a la vez. Deshizo el cordel, con la intención de hacer precisamente eso, pero
una fuerza que no estaba relacionada de ninguna manera con su cerebro hizo que
alcanzara la primera carta que Mercy le había escrito. La leyó, aunque ya sabía las
palabras de memoria.
Querido amigo,
Una parte pequeña de mí quiere saber dónde trabajas, cómo te ves, cuántos
años tienes, sabes, me niego a mentirte, porque esas cosas también son parte de
quién eres.
No pudo detenerse. Era como un hombre sediento con una manguera contra
incendios. Cada carta era la voz de Mercy; las palabras de Mercy; Mercy en un
vestido amarillo; Mercy con serrín en el cabello; Mercy sosteniendo una taza de
café (una pizca de leche, sin azúcar); Mercy, que también había perdido a su
madre; Mercy, que sonreía a todos menos a él.
Tengo fe en que nuestra amistad puede existir más allá de estas cartas, a
pesar de todas las fallas y debilidades de nuestro ser de carne y hueso, así que,
quiero conocerte, conocerte mejor.
La vio sentada sola en una mesa, mirando la puerta del Café Little Wren,
esperando a un amigo que nunca apareció. Excepto que, él había aparecido. Ella
simplemente no lo había visto.
Querido amigo,
No sé por qué no viniste al Café Little Wren el último día del guardián, así
que ahora estoy intentando mostrarte quién soy de la única manera que sé, y
puedes decidir por ti mismo lo que piensas de mí… la verdadera yo. Porque quiero
conocer tu verdadero yo. Incluso si no podemos conocernos en persona, quiero
saber quién eres: tu nombre, qué haces, cómo te ves, qué te importa, a quién amas.
Sinceramente,
Mercy
P.D.: Te extraño.
Te extraño.
Él la extrañaba.
Hart esperaba dar vueltas mientras acampaba bajo las estrellas con una
192
ballesta bajo la almohada, pero durmió profundamente. A la mañana siguiente,
echó un último vistazo al campo de abajo y murmuró:
Hart maldijo su mala suerte. Si Birdsall e Hijo estaba cerrado, tendría que
esperar hasta después de su próximo turno de dos semanas para hablar con Mercy,
lo cual sonaba como un tiempo insoportablemente largo.
—¡No es un simulacro!
Los chillidos y los gritos procedentes de algún lugar de la calle atravesaron
el aire y los años de experiencia de Hart con los alguaciles de Tanria hicieron acto
de presencia. Corrió hacia su vehículo en busca de su cinturón y se lo puso mientras
corría hacia la conmoción.
Mercy.
Metro y medio.
Se lanzó.
Ella volvió a mirarlo a los ojos y negó con la cabeza. Hart se dio cuenta de
que le estaba tocando el rostro y apartó las manos, con una mezcla turbia de
vergüenza, miedo y alivio. Se apartó de ella para ver si había más drudges sueltos,
pero Mercy se agarró frenéticamente a su brazo, como si le aterrara que la
abandonara. Él se puso rígido bajo su contacto y luego colocó lo que esperaba que
fuera una mano reconfortante sobre sus dedos helados.
El primer ayudante estaba más tranquilo y fue más profesional, pero aún
tenía la mano en el brazo de Mercy. Hart miró fijamente el punto donde la piel se
unía y sintió con fuerza que ese hombre debía dejar de tocar a Mercy. Ahora.
Apretó los dientes mientras el ayudante le explicaba la situación.
Vio por el rabillo del ojo que Mercy se llevaba una mano a la mejilla, y se
balanceaba sobre sus pies. La atrapó por debajo del codo antes de que sus rodillas
cedieran, ya que el ayudante del sheriff no estaba prestando atención y casi la deja
caer.
—Yo la llevaré —ofreció el hombre que tenía la mano sobre Mercy, y Hart
deseó que hubiera dragones en Tanria para poder cortarle el brazo a ese imbécil
incompetente y dárselo de comer a uno de ellos.
Como no quería ser un intruso, Hart se dirigió a la cocina y buscó hacer algo
útil. Pudo oír cómo Mercy le contaba toda la historia a su padre en una tormenta
de sollozos mientras él ponía la tetera y rebuscaba en los armarios ordenados.
Encontró una taza, una lata de té negro, un tarro de miel y un cuenco con limones.
Era lógico que Mercy tuviera limones a mano por si se necesitaba un poco en una
taza de té o un vaso de agua para que pudiera reconfortar a alguien.
Las manos de Hart no dejaron de temblar. Gracias a los dioses, tenía algo
útil para ocuparlas. Encontró la botella de whisky ilícito y vertió una buena
cucharada en la taza humeante de té con miel y zumo de limón que había en la
cocina, la receta de Bill para «medicina». Hart estuvo tentado de servirse dos o tres
dedos de whisky para sí mismo, pero lo pensó mejor. Mercy era la que necesitaba
consuelo en ese momento, no él.
Llevó la taza al vestíbulo y ayudó a Mercy a rodear el asa con los dedos,
asegurándose de que la tuviera bien sujeta antes de soltarla.
—Bebe, pero tómalo despacio —le aconsejó, con una voz ajena y tranquila,
que desentonaba con el ciclón que llevaba dentro.
—¡Ah! —exclamó sorprendida tras el primer trago. Hart vio cómo el color
volvió a sus mejillas y labios con cada sorbo, pero entonces tuvo que resignarse al
hecho de que ya no tenía una razón legítima para quedarse. Tendría que confesar
lo de las cartas en otro momento.
—¿Lo es? ¿Un medio de vida? Porque me parece que hay muchas muertes
y muertos involucrados. —El sheriff le soltó la mano y cuando volvió a hablar, su
tono fue desenfadado y charlatán—. Por aquí, nos ocupamos de robos pequeños,
agravios, seguridad pública, ese tipo de cosas, pero nuestro objetivo principal es el
servicio a la comunidad. Trabajamos en horarios razonables. Nuestros agentes se
van a casa al final de sus turnos, y pasan tiempo con sus amigos y familia.
¿Supongo que no considerarías un cambio de la policía federal a la local?
Así que, esto era un reclutamiento. Se sintió extraño ser cortejado, pero al
menos fue una distracción bienvenida para la confusión y el desconcierto de su
corazón.
—Tu experiencia sería bienvenida aquí, y podría irte mucho peor que
establecerte en un lugar como Eternity. Piénsalo. —El sheriff le dio una palmada
en el hombro a Hart a modo de despedida amistosa.
Para el momento en que Hart salió a la luz del sol, sus botas pisando el paseo 199
marítimo, no supo hacia dónde debía dirigirse. El hecho de que otro drudge hubiera
escapado de Tanria, probablemente a través de un portal pirata, debería haberle
inspirado a volver a la estación para investigar, además de que necesitaba
prepararse para el trabajo por la mañana. Pero tenía muchas ganas de ver a Mercy
antes de irse, quería hablar con ella una vez más, quería asegurarse de que estaba
bien. Y al leer el cartel que anunciaba la celebración del día de los Fundadores,
estaba bastante seguro de saber dónde podría encontrarla esta noche.
—¡Bájate de ella, zoquete! —lo regañó Lilian, solo para aplastar a Mercy
tan pronto como empujó a su hermano al suelo.
—Creo que se alegran de que estés viva —dijo Danny, comiendo una
rebanada del pastel de coco que Zeddie había traído.
—No estaré viva por mucho más tiempo si Lil no me quita su trasero de
embarazada de encima.
200
—¿Esa es una broma de gordos? Qué grosera.
—No creo que esté lista para la fiesta del día de los Fundadores esta noche
—le dijo a Lil.
—Bendita seas.
Twyla Banneker y Frank Ellis eran los jefes de policía favoritos de Mercy.
De mediana edad y con los pies en la tierra, eran socios en Tanria y vecinos en
Eternity, el tipo de mejores amigos que venían como un conjunto a juego, como si
estuvieran unidos por guiones: Twyla-y-Frank.
Mercy se dedicó a su ensalada de pasta mientras esperaba su bebida, pero
casi se atragantó con los macarrones cuando notó la forma inconfundible de Hart
Ralston acechando al borde de la reunión. Su mente entró en pánico. ¿Debería
hablar con él? ¿Agradecerle? ¿Esconderse debajo de una roca? ¿Abrazarlo? No,
definitivamente no debía abrazarlo, aunque quisiera, lo cual era extraño e
inquietante.
—Lo siento, pero la cara de Hart Ralston en este momento no tiene precio.
—¿Cómo es? Quiero decir, cuando está de servicio. ¿Se lleva bien con los
otros alguaciles?
—Me alegra que hoy me haya cuidado la espalda —admitió Mercy. Fue un
alivio inesperado decirlo en voz alta, como admitir cometer un error.
Frank llegó y declaró:
Liz lo tomó del brazo con una risita encantada. La mitad de la población de
más de cuarenta años de Eternity estaba enamorada de Frank Ellis y su largo
cabello negro con vetas plateadas, pero él no tenía ni idea.
—Gracias, Twyla.
—Hola —respondió, sintiéndose más como una niña torpe de catorce años
que como una mujer adulta.
—No te preocupes.
Mercy sabía que debía decir algo, pero su mente no dejaba de revivir los
acontecimientos de la mañana: el drudge, la cara de Hart, la sensación de sus
manos en sus mejillas, la forma en que sus dedos se habían envuelto alrededor de
los de ella hasta que estuvo seguro de que ella sostenía la taza. No sabía qué hacer
con eso. Con él.
—De todos modos —dijo—, pensé que debía verte antes de regresar a
Tanria. Asegurarme de que estabas bien.
Él asintió.
—Algo así.
Ella intentó sonreírle, pero salió más como una mueca. Esconderse bajo una
roca empezaba a sonar como una idea excelente.
—No. Quería disculparme por esa noche en el Café Little Wren. Fui un
idiota, y lo siento. Y fui un idiota contigo la última vez que dejé un cuerpo. Y
también la mayoría de las veces antes de eso, así que… me disculpo. Por todo eso.
205
Esta era la segunda disculpa inesperada que había recibido en las últimas
treinta y seis horas, pero a diferencia de Nathan, las disculpas de Hart no parecieron
venir con ninguna condición. Una vez más, su percepción del universo giró sobre
su eje.
—Te acostumbras.
—Tú te acostumbras.
Se puso rígido.
—Hay algo más —su voz se cortó, como si hubiera tenido la intención de
agregar más palabras al final de la oración.
—Sí.
—¿Conmigo?
—Si quieres.
La banda estaba tocando una canción de amor, del tipo animada, con el
ritmo de un banjo y el tintineo alegre de un piano en una tonalidad mayor y la
batería golpeando el latido de un corazón enamorado. Hart puso su mano sobre la
cintura de Mercy, firme y sólida, calentando su piel a través de la tela delgada de
su blusa, y la guio a un sencillo dos pasos, mil veces más elegante de lo que ella
hubiera esperado para un hombre de su altura. La hizo girar y la volvió hacia él, y
ahora la sostenía más cerca. Una risa conmocionada brotó de ella.
—¿Sorprendida?
—¡Bastante!
—Merciless, tal vez hay algunas cosas que no sabes de mí. 207
Giró a sus espaldas, deslizándola de mano en mano frente a él.
—Para nada. Gracias por ser lo suficientemente alta como para poder bailar
contigo de pie en lugar de rodillas.
—No.
—Probablemente indigestión.
—¡No puedo creer lo que estoy viendo! —se rio. Y vaya, esas caderas,
pensó mientras él la hacía girar en un paso de baile.
—Calma, tigre —dijo Nathan cuando atrapó a Mercy y le dio a Hart una
sonrisa llena de tensa afabilidad, estirándose para estrecharle la mano—. Alguacil
Ralston, no tuve la oportunidad de agradecerle por salvar hoy más temprano a mi 208
chica.
—Alguacil, me encargo desde aquí —le dijo Nathan, y luego llevó a Mercy
al otro lado de la pista de baile.
—Bueno, tampoco creo que estés saliendo con Ralston, porque nunca he
visto a un hombre salir de una pista de baile tan rápido. Estoy aquí, y él se ha ido,
entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Hacer el ridículo y salir corriendo detrás de tu héroe
semidiós?
—¡Y espero que no obtengas ese estúpido ascenso! —gritó sobre su hombro
mientras se iba.
Corrió hacia Main Street, el repicar de sus tacones haciéndose más fuerte a
medida que se alejó del ruido de la fiesta, hasta que se detuvo en el paseo marítimo
y vio la silueta sombría y larguirucha de Hart. Cuesta arriba. Por supuesto.
—Exnovio.
—Tal vez la mejor pregunta para hacer es, ¿por qué fuimos tan malos el uno
con el otro para empezar?
—¡No sé! —Su voz fue tan aguda que un perro ladró a lo lejos.
Hart frunció el ceño ante las puntas de sus botas, y aunque Mercy no sabía
exactamente qué pretendía hacer una vez que lo hubiera alcanzado, estaba bastante
segura de que no era esto. Intentó una táctica más pacífica.
—¿Pastel?
—Pastel de coco.
—Oh, dioses. Tenía miedo de que fueras uno de esos hombres horribles que
no les gusta el dulce y nunca comen postres.
—Sí.
—¿Ahora?
—Sí. —La pobre falda de Mercy iba a estar tan arrugada como su tía abuela
Hester cuando terminara con ella.
—Está bien —dijo él, y el aleteo dentro del pecho de Mercy estalló en
aplausos.
—Mi mamá.
—¿Más o menos?
—Era.
212
Los aplausos murieron.
—Lo siento.
—Debidamente anotado —dijo, con un sentido del humor cada vez más
embriagador entrelazando sus palabras. Cruzó el umbral, un acto que a Mercy le
pareció íntimo, el movimiento de fuera hacia dentro. Por supuesto, era el vestíbulo
de un negocio, pero se sintió mareada cuando lo vio colgar su sombrero en el
perchero y pasar una mano a través su cabello para arreglarlo.
—No estoy segura de cuál de ustedes está más emocionado —dijo. Dejó
salir a Leonard por la puerta principal, y Hart se paró a su lado, su presencia como
un horno, el calor de su cuerpo irradiando de él. Mercy resistió el impulso de
abanicarse cuando Leonard terminó su trabajo, entró al trote y se acomodó en uno
de los sillones de terciopelo verde. Cortó dos rebanadas de pastel, colocó un plato
en el lado de los clientes en el mostrador para Hart y se movió detrás de él con su
propia rebanada para mirarlo de frente mientras comían. Se enderezó después de
su primer bocado.
Mercy dejó el tenedor en el plato derrotada. Esta era la primera vez que
lograba articular qué era exactamente lo que le molestaba de vender el negocio, y
la dejó con una tristeza que se instaló en sus huesos. Estaba agradecida de que Hart
no intentara engatusarla. Él solo la miró, esperando que continuara.
Mercy se echó a reír, y una sonrisa sincera se extendió por las líneas severas
del rostro de Hart en respuesta, haciendo que sus ojos pálidos se iluminaran.
Siempre había pensado en esos ojos como fríos y reptilianos, pero aquí, a la luz de
gas del vestíbulo, todo en él se suavizó y calentó. A medida que miraba sus ojos
extraños, se murió por hacerle una pregunta que no era de su incumbencia.
Cortó otro bocado de su postre cada vez más pequeño con el borde de su
tenedor.
—Te mueres por preguntarme qué dios es mi padre, pero no sabes cómo
expresarlo sin ser grosera.
—¿Cómo supiste?
—Lo siento.
—¿Jeff?
Su tono fue ligero, pero Mercy sintió que su vida como semidiós, con gente
mirándolo boquiabierta y queriendo saber si tenía algún poder especial,
ciertamente no lo era.
—No hice esa pregunta en voz alta y, sin embargo, igual metí la pata —
dijo.
215
—Claro que sí.
—Bueno, ya tengo un pie dentro, así que, bien puedo meter el otro. —
Apoyó los codos en el mostrador y se inclinó, e incluso en la penumbra, pudo ver
que sus mejillas se sonrojaban.
—¿Lees la mente?
—¿En serio?
—Solo hay una forma de averiguarlo. —Una vez más, su tono fue a la
ligera, pero sus ojos no tenían fondo.
—Eso lo cubre prácticamente. Dicen que todo llega a su fin excepto el Dios
Desconocido, si crees en ese tipo de cosas, pero un eón es mucho tiempo, así que…
—Tenía una pequeña mancha de glaseado pegada en una comisura de su boca, y
eso hizo que pareciese tan humano y vulnerable.
—Eso debe ser solitario.
—Supongo.
—Continúa.
—Eso es todo, ¿no? Podrías seguir y seguir, y todas las personas que
conocerás o amarás envejecerán y morirán, pero tú seguirás aquí. Sería como leer
un libro que no termina. Por muy buena que sea la historia, querrás que termine en
algún momento. Para todos los demás, la muerte es una cuestión de cuándo, no de
si, pero para ti es todo lo contrario: si, no cuándo.
—¿Por qué?
—Por comprenderlo.
Sus ojos se posaron en el lugar donde las yemas de los dedos de ella tocaban
su muñeca, y Mercy apartó la mano, como si él no se hubiera dado cuenta de que
lo había tocado alguna vez, cuando el calor de su piel aún cantaba en las yemas de
sus dedos.
—Los drudges y los cazadores furtivos no son muy exigentes con los días
de la semana.
—Claro.
—Merciless, gracias por invitarme a entrar. —El apodo sonó más cariñoso
que insultante.
—Todo esto es parte de mi encanto elegante —le dijo una vez que estuvo
libre de glaseado.
Se dio cuenta de que él también estaba mirando sus labios, y se sintió como
si estuviera de pie sobre el quemador de una estufa con las llamas lamiendo a su
alrededor.
—¿Hart?
Era la primera vez que lo llamaba por su nombre a la cara sin agregar el
«ache» al final. Estaban de pie tan cerca del otro que ella podía ver su pecho
moverse pesado a medida que respiraba.
—¿Sí?
—De acuerdo.
Sus labios se separaron y Mercy tomó aire a medida que miraba las pupilas
enormes y desenfocadas de Hart.
Pero Mercy no quería sus disculpas. Quería que él se sintiera tan desatado,
embriagado y entusiasta como ella. Lo besó nuevamente, esta vez con una
profundidad y una ternura que pusieron una parte de su propia vulnerabilidad en
juego como un desafío. El movimiento decadente de sus labios contra los de ella,
las caricias suaves de sus manos en su espalda, el aumento brusco de su excitación
contra su muslo indicaron claramente que ella había hecho su punto.
—Ven arriba.
Arriba.
Ella esperó su respuesta. Sin los anteojos puestos, su rostro parecía expuesto
e indefenso.
—Sí. Mucho.
—Mercy.
Ella tomó su rostro entre sus manos y acercó sus labios a los de ella,
sonriendo contra su boca.
—Arriba —dijo, y esta vez, no fue una pregunta. Entrelazó sus dedos con
los de él y lo llevó escaleras arriba mientras sus anteojos colgaban de su otra mano.
Estaban a cinco pasos de la puerta del apartamento cuando Hart no pudo soportarlo
y se acercó a ella, sus manos se deslizaron por su trasero, atrayéndola hacia él a
medida que la besaba una y otra vez, sus nudillos rozando la barandilla detrás de
ella en la escalera estrecha—. Ya casi llegamos arriba —se rio.
—Está muy lejos. —Pronunció las palabras contra la cálida piel salada de
su cuello.
—Lo lograrás.
221
Él no estaba tan seguro, pero ella logró arrastrarlo al apartamento.
—¿Cuán cerca?
Era tan alta que él apenas tuvo que inclinar la cabeza para que sus labios
quedaran a centímetros por encima de los de ella. Fue terriblemente satisfactorio.
—¿Ahora?
—No exactamente. —Se puso de puntillas y sus labios rozaron los de él,
ligeros como una pluma—. Ahí.
Hart fue como una cerilla, y ese beso lo envió volando a través del golpe
para prenderlo fuego. Tuvo el recurso suficiente para tomar los anteojos de su
mano y colocarlos con cuidado en la superficie más cercana; de nuevo, solo tenía
una comprensión mínima de su entorno físico con el escote desnudo de Mercy
eclipsando todo lo demás en la habitación como un faro de esperanza en un mundo
de oscuridad antes de soltarse y besarla como si el aire no fuera necesario para su
supervivencia.
—Quítate la ropa antes de que te estrangule —dijo Mercy con una ronquera
que hizo que la erección de Hart se levantara aún más y vitoreara.
—Las bragas aburridas. Si hubiera tenido idea de que esto iba a suceder esta
noche, me habría puesto algo más diminuto.
—Podrías usar una bolsa de papel. Mientras te lo quites, eso es todo lo que
me importa.
Mercy jadeó.
—Está bien —respondió con una sonrisa que logró ser tímida y lasciva a la
vez. Él obedeció, saboreándola y absorbiendo los gemidos de su aprobación como
buena tierra bebiendo la lluvia.
Ella tiró de su cabello y él obedeció, rozando sus dientes por su cuerpo hasta
que su boca encontró la de ella. Se alejó lo suficiente como para sugerir:
—¿Quieres entrar allí con tus propios pies, o quieres que te cuelgue sobre
mi hombro y te lleve adentro?
—Más de esto y voy a rogar por misericordia —dijo Hart con voz áspera.
—Ah, me gusta cómo suena eso. —Ella lo besó, trazando su lengua contra
sus dientes.
Sin previo aviso, una explosión cortó el aire. Hart y Mercy se sobresaltaron
cuando los primeros fuegos artificiales de la fiesta del día de los Fundadores
enviaron chispas rojas a través del cielo nocturno más allá de la ventana del
dormitorio. Cuando sus ojos se encontraron, estallaron en carcajadas.
—Hágame ver fuegos artificiales, alguacil Ralston —lo desafió Mercy,
golpeando su pierna con el pie a medida que sus risas se apagaban, y Hart se sintió
repentinamente inseguro.
—¿Cómo deberíamos…?
Se preguntó si ella sabía cuán cierta era esa afirmación. Hart era el frágil,
mientras que ella era fuerte en todos los sentidos que importaban.
Se quitó la cadena del cuello (no quería golpear a Mercy en la cara con las
llaves) y la colocó sobre la mesa junto a la cama. Se colocó encima de ella, la besó
225
suavemente y acarició la línea de su mandíbula antes de deslizarse dentro de ella,
deteniéndose una vez que estuvo dentro para grabar la sensación en su memoria.
Entonces se movió, y ella se movió con él, una danza de dos cuerpos. Los fuegos
artificiales estallaron en lo alto, sin ser escuchados, hasta que Hart finalmente se
liberó y perdió dentro de ella.
Mercy sacó una camiseta inmensa y ropa interior limpia de su tocador antes
de correr al baño. Una cosa era tener sexo espontáneo con un hombre que apenas
conocía; otra cosa era que él viera su cuerpo desnudo después de que se hubiera
quitado las lentes de la lujuria. Se aseó, se puso la camisita y las bragas, y miró su
reflejo mientras se cepillaba los dientes. Sus labios estaban hinchados, su cabello
era un desastre. Lo bajó y cepilló, maravillándose de la cara en el espejo de la
mujer que acababa de tener relaciones sexuales alucinantes con Hart Ralston.
Sé que te pedí que abrieras una ventana, pero guau, oró al Guardián. Tras
una mayor consideración, agregó: ¿Gracias? ¿Creo?
226
El recuerdo de la lengua de Hart llenándola de atención quemó a través de
su cuerpo.
Apagó la luz del baño, pero permaneció dentro del marco de la puerta,
apoyada contra la jamba.
—¿Por qué?
Se rio nerviosamente.
—Mi viejo mentor solía decirme que «hay que temer más de los vivos que
de los muertos». —Tragó tan fuerte que pudo escucharlo al otro lado de la
habitación, y se dio cuenta de que se sentía tan expuesto y tímido como ella—. Me
gustaría quedarme, si quieres que lo haga.
—Lo hago.
—Entonces, me quedaré.
—Abrazarme.
—Trato.
Intentó respirar sin hacer ruido y exhalar sobre él de una manera que no
fuera extraña o asquerosa. Después de un minuto de casi asfixiarse, Hart habló, su
voz retumbando en su pecho, vibrando contra la mejilla de Mercy.
—Creo que debería decirte que esta cama es lo mejor que me ha pasado.
—Cerca. Pero has estado con los alguaciles de Tanria durante años, ¿cierto?
Debes haber sido un bebé cuando te uniste.
—Correcto.
—Lo siento.
—No, no lo hace.
Así que, el padre divino de Hart nunca fue parte de su vida, y había perdido
la única figura paterna que tuvo. Mercy se preguntó qué demonios habría hecho si
su padre no hubiera estado allí para ella, para todos ellos, cuando su madre murió,
229
incluso cuando él mismo estaba sufriendo tanto. Se sintió frustrada con papá
últimamente, pero la historia de Hart le recordó lo mucho por lo que tenía que estar
agradecida, y como le había ofrecido una parte de su pasado, decidió darle un
pedazo de su propia historia.
—Mi madre murió cuando yo tenía diecisiete. Tenía cáncer, pero no estuvo
enferma por mucho tiempo, lo cual supongo, fue una bendición. Papá estuvo
devastado. Todos lo estuvimos. Aún lo estamos. Pero, ya sabes, aprendes a vivir
con eso.
—Lo sé —dijo Hart, y fue agradable hablar con alguien que de hecho
entendiera lo que significaba perder a tu madre a una edad tan temprana—.
Entonces, ¿tenías diecisiete, pero también tuviste que dirigir la oficina y ayudar a
criar a tu hermana y a tu hermano?
—No tuve que hacerlo; llegué a hacerlo —jugó con la cadena alrededor de
su cuello—. ¿Por qué tienes dos llaves?
—De mi mamá.
Se retorció en respuesta.
—No tengo una dirección en sí, pero es más por elección que por necesidad
—intentó decirlo a la ligera, pero Mercy no se lo estaba creyendo.
—¡Hart!
—Alma Maguire.
—¿Tu jefa?
—Lo siento, pero todo esto de acurrucarse me ha dado calor —le dijo Mercy
mientras enganchaba su pierna sobre su cadera.
Esta vez, no hubo incomodidad después, y Hart no debe haber estado 231
caliente o incómodo, porque Mercy se quedó dormida en sus brazos.
La luz gris del amanecer se filtró a través de las cortinas de encaje mientras
Mercy salía del sueño a la vigilia, sintiéndose lentamente en los brazos de Hart. Se
sentía agradablemente ingrávida, como si estuviera suspendida en el aire, colgada
en este bolsillo de tiempo perfecto.
—¿Todo bien?
—Lo siento. Creo que llego muy tarde al trabajo. Se supone que debo estar
allí a las siete y media.
Mercy buscó sus anteojos a tientas, y luego recordó que Hart los había
dejado, no sabía dónde anoche, antes de que la hubiera desnudado. Entrecerró los
ojos ante su reloj.
—Son las seis y cuarenta y siete —le dijo a medida que calculaba
mentalmente dónde estaba, dónde se suponía que debía estar y el poco tiempo que
tenía para acortar la distancia entre los dos.
—¡Mierda! —se rio con un autodesprecio que Mercy podría comer con una
cuchara.
—¿Dos semanas?
—Te haré saber que los alguaciles de Tanria suministran mesas en los
barracones. No somos bárbaros.
Estaba sonriendo a medida que abría la boca para responder, pero una
expresión extraña se apoderó de su rostro, y de repente pareció descubrir que el
broche de su cinturón requería toda su atención.
—No hay buzones nimkilim dentro de Tanria. Algo que ver con los Dioses
Antiguos.
—Ah.
Tendría que pasar dos semanas sin una palabra de Hart, cuando apenas
había comenzado a salir con él para empezar. La necesidad de saltar sobre la cama
desapareció.
Ahora mayormente vestido, se inclinó para besarla una y otra vez. El tercer
beso indicó que no estaba inclinado a irse, pero de todos modos se retiró.
233
Hart llegó tarde al trabajo.
234
Mientras Mercy subía los escalones de la entrada de la casa de papá, sintió
que se estaba preparando para la batalla. Si bien su familia la había mimado ayer,
solo un ataque de drudges en Main Street podría posponer lo inevitable. Estaba
segura de que Lilian se pondría manos a la obra con la oferta de Cunningham en
la cena de esta noche, y Mercy no estaba segura de poder soltarse y decir lo que
tenía que decir sin echarse a llorar. Las palabras habían salido cuando habló con
Hart la noche anterior. ¿Por qué no podía hacer lo mismo con su familia?
Hart.
Justo después de demostrar una vez más lo que su lengua podía hacer entre
sus piernas.
Tendría que echarse una jarra de agua helada sobre la cabeza para pasar la
cena, o de lo contrario, Lil lo adivinaría.
—¿Cómo estás? Anoche te fuiste sin decir una palabra. Hemos estado
preocupados.
—Estoy bien. Estaba exhausta después de todo lo de ayer, así que me fui a
casa temprano.
Y TUVE SEXO CON HART RALSTON, gritó la mente de Mercy tan fuerte
que se preocupó de que su hermana pudiera oírla. Pasó junto a Lilian y saludó:
Danny le entregó una copa de sirah con condensación helada por los lados.
Mercy tomó un trago bajo la mirada astuta de su hermana, y se atragantó cuando
el vino se fue por la tubería equivocada. Intentó prestar atención a la diatriba de
papá sobre las líneas de sangre de los équidos en el polo marino, mientras que
236
Zeddie daba los toques finales a la cena y bromeaba ocasionalmente sobre los
Pingüinos de Paxico, los rivales de Bushong, para conseguir que su padre se
enfadara. Mercy se sentó junto a Lilian, observando cuán hábilmente su cuñado
alisaba las plumas erizadas de papá.
—Es agradable y todo eso, pero las personas que dejan pegotes de pasta de
dientes en el lavabo están excluidas de ser literalmente el mejor. Tú, por otro lado,
de verdad eres literalmente la mejor… por eso sé que te pondrás los pantalones de
niña grande esta noche para que podamos discutir la oferta de Cunningham.
—No creas que voy a dejarte escapar sin hablar de cierto alguacil tanriano,
pequeña señorita Él-Es-La-Maldad-Pura. Los vi bailando muy melosos en la fiesta.
—En primer lugar, lamento haber estado malhumorada con todos. Zeddie,
no he apoyado tu elección de carrera, y eso no es justo de mi parte. Deberías
perseguir tu felicidad, especialmente si da como resultado que pueda comer
croissants de chocolate y colas de langosta.
—No estoy diciendo que ninguno de ustedes deba renunciar a algo por mí.
Lilian y Danny, tienen todo el derecho a dejar de viajar y establecerse para criar a
su familia. Zeddie, quiero que cocines y hornees, y hagas las cosas que te hacen
feliz. Papá, te has ganado el derecho a jubilarte y sentarte a leer esas novelas de
aventuras de Arvonia que tanto disfrutas. Somos una familia y los amo, por eso
creo que deben saber lo que hay en mi corazón, aunque sé que probablemente
tendremos que vender el negocio. Eso es todo.
—Ah, Merc —dijo Zeddie con una simpatía suave que hizo que el bulto
regresara con ganas.
Papá se inclinó sobre la mesa para poner su gran mano sobre la de Mercy.
—Siempre me he sentido terrible por lo mucho que has tenido que asumir,
y desde una edad tan temprana. Pensé que querrías seguir adelante en algún
momento.
Mercy se estaba secando los ojos con la servilleta, pero se detuvo cuando
asimiló las palabras de Lil.
—Ahí está. Problema resuelto. Así que, ahora todo lo que necesitamos es
un repartidor nuevo, y Birdsall e Hijo continúa en el negocio. ¿Birdsall e Hijas?
¿Cómo llamaremos ahora a este lugar?
Mercy y papá se miraron al otro lado de la mesa.
—¿Decirnos qué?
—¿Eso es legal?
Fue el susurro del papel de lija lo que atrajo a Roy al astillero la tarde
siguiente, poco antes del cierre. Mercy no se había dado cuenta de que se había
infiltrado hasta que él habló, sacándola de sus pensamientos (un tira y afloja entre
Hart Ralston y Curtis Cunningham con una digresión ocasional para su silencioso
amigo por correspondencia) mientras presionaba el tablón del carenado al marco
para asegurarse de que estaba al ras.
240
—Es una belleza.
—Ayudando.
—Pero…
—Siempre fuiste natural para esto, lo tomaste como pez en el agua —dijo
después de un rato—. Los Birdsall han sido empresarios de pompas fúnebres en
Bushong desde mucho antes de que Tanria abriera. Mi papá me enseñó las cuerdas
del trabajo desde el momento en que pude sostener un martillo en posición vertical.
Puso sus esperanzas de futuro en mí de la misma manera que su padre había puesto
sus esperanzas en él, pero nunca me sentí presionado o atrapado. Quise hacer esto.
Todos estos años, he puesto mis esperanzas en el pobre Zeddie, cuando debí haber
visto que habías sido tú todo el tiempo.
—Papá, soy una chica. No podías verme como sepulturera hasta hace unos
meses. ¿Por qué deberías? ¿Por qué alguien debería?
—Dices: «Soy una chica», pero los dioses saben que nunca tuviste muchas
posibilidades de ser otra cosa que una mujer adulta. Y qué mujer tan extraordinaria
eres. Los Tres Padres y el Dios Desconocido seguramente se sentirán honrados de 241
darte la bienvenida a la fraternidad de los sepultureros.
—Tendremos que averiguar cómo llamar a este lugar una vez que te hagas
cargo. Piensa en eso. Mientras tanto, iré a casa para ver qué ha cocinado el chef.
—Probablemente.
6
Hermandad: en inglés hay una palabra para «hermandad de varones», brotherhood, que es lo que dice el
padre con fraternidad. La protagonista lo enmienda a hermandad en general para abarcar también el sexo
femenino.
Los seis días posteriores a la salida de Hart del apartamento de Mercy
comprendieron una forma de tortura diseñada específicamente para un alguacil
enamorado que tuvo que patrullar el Sector W-20 en compañía de un aprendiz que
habló incesantemente de Zeddie esto y Zeddie aquello y «Señor, ¿estás seguro de
que no hay dragones en Tanria?» Todo en lo que Hart podía pensar era en Mercy,
y lo mucho que deseaba estar en su cama, y lo mucho que no quería estar atrapado
en Tanria, escondiendo su erección constante de Duckers. Fue un alivio cuando la
bengala se encendió a última hora de la tarde del día de los saberes. Al menos
ahora tenía algo que hacer además de echar de menos a Mercy.
—¡Señor, cuidado!
Hart sintió al tercer drudge a sus espaldas y rodó fuera del camino mientras
su aprendiz llegaba disparando, activó su ballesta y eliminó al drudge de un solo
tiro. Antes de que Hart pudiera elogiar a Duckers, el cadáver recién animado agarró
el tobillo de Hart. Hart le cortó la mano con el machete, se puso de pie y despachó
al drudge con su estoque. Envainó el machete, pero mantuvo el estoque a mano
mientras observaba a las almas perdidas, cinco en total, alejarse en la arboleda.
—¿Estás bien?
—Gracias, señor.
—Ah, ¿sí? ¿Cuánto dinero se puede ganar con ese tipo de cosas?
—Sin llaves.
—Mm-hmm.
—Señor, este tampoco tiene llave, en caso de que te lo preguntes —ofreció 244
Duckers unos minutos más tarde, una vez que comenzó a trabajar con el tercer
drudge. Eso dejó a Hart con los restos del hombre que había sido asesinado hoy.
Como sospechaba Hart, tenía una etiqueta.
—¿Qué?
—¿Podemos, por favor, por favor, por favor, llevar los cuerpos sin llave a
Birdsall e Hijo?
Hart estuvo a punto de decir que no, pero luego pensó: A la mierda. El
profesionalismo es para las personas que no están enamoradas de Mercy Birdsall.
¿Qué había estado pensando? Por supuesto que iba a aprovechar esta oportunidad
desvergonzada para volver a ver a Mercy. Pero como no estaba por encima de
meterse con Duckers, se cruzó de brazos y dijo:
—Haré que tu parte de mis victorias en la competencia de tiro sea del cinco
por ciento.
Hart no tenía ninguna intención de dejar que su aprendiz terminara en una
competencia de tiro, pero siguió el juego, sacudiendo la cabeza.
—Veinte.
—Sigo diciendo que dejar plantada a Mercy fue una mierda, y creo que
deberías sincerarte. —Duckers cerró la boca y se estremeció, como si esperara una
reprimenda. Hart se habría reído, pero el hecho de que su aprendiz esperara
palabras ásperas de él lo hizo sentir como un imbécil.
—Fui al Café Little Wren esa noche después de que te fueras —admitió.
Duckers se enderezó.
—¿Lo hiciste?
—Sí.
—¿Y?
—¿En serio? Dios mío, eres una trampa de acero. ¡Vamos! ¿Qué dijo ella?
Que era un hombre de pesadilla egoísta, cruel y ceñudo. Sus palabras
habían herido profundamente a Hart esa noche, pero una semana después, lo besó
en la comisura de su boca, y le pidió que subiera las escaleras.
—Nada que no sea cierto. El punto es que está resuelto, así que ya no tienes
que preocuparte por eso.
—Por supuesto.
Hart solía ir primero al vestíbulo, pero esta vez, estaba aquí para ver a
Mercy, no a su perro, aunque también estaría feliz de ver a Leonard.
—Por supuesto. —Duckers podría ir a una zanja esta noche, por lo que a
Hart le importaba. Quería quitarse a su aprendiz de encima.
247
—¡Genial! —Duckers le señaló la cara con un dedo—. Sé bueno.
—Perdón por aparecer sin anunciarme —dijo Hart, con el pulso acelerado
cuando Mercy bajó la puerta—. Espero que esto esté b…
Intentó evitar que su sonrisa le abriera la cara a medida que ella limpiaba el
lápiz labial de su boca con el pulgar.
Su pulgar.
Por su boca.
—Prioridades.
248
Deslizó su mano debajo de él para sacar la billetera de su bolsillo y deslizar
un condón envuelto en papel de aluminio del interior, que le entregó. Luego ilustró
sus prioridades con el pulgar y los dos primeros dedos de su mano derecha. Mercy,
para no deshacerse, lo tomó en sus garras, como si fuera una competencia para ver
quién enloquecía primero al otro. Él siseó cuando ella lo enfundó con el condón y
agarró sus caderas mientras se agachaba sobre él, dejándola marcar el ritmo.
Hart luchó por mantener los ojos abiertos a medida que Mercy se
acomodaba encima de él, mirándolo con el mismo calor mientras sus anteojos se
deslizaban por su nariz, e incluso eso fue sexy. Sus dedos se curvaron con fuerza
en su carne mientras Mercy deslizaba sus dedos entre sus piernas y rodeaba la
presión creciente de su capullo exquisitamente apretado.
—¡Maldición, sí, está bien! —medio gruñó, medio rio, provocando una
risita histérica de Mercy en respuesta.
Hart apretó los labios contra la risa abriéndose paso desde sus pulmones.
Mercy entrecerró los ojos y, sin previo aviso, se agachó y le hizo cosquillas en el
estómago. Nadie le había hecho cosquillas a Hart en su vida adulta, y no se había
dado cuenta hasta ese segundo de que aún tenía muchas cosquillas. Gritó con una
risa impotente cuando los dedos de Mercy lo abordaron sin… bueno… 249
misericordia. Lágrimas de hilaridad corrieron por sus mejillas cuando ella cedió, y
cuando él la miró en busca de una explicación, ella dijo:
La sonrisa satisfecha en su rostro hizo que su lado juguetón, aquel que había
pensado muerto hace mucho tiempo, rugiera a la vida. La agarró por la cintura y
le hizo cosquillas hasta que chilló como un pavo real.
—Todo lo que digo es que, es bueno que conduzcas esta noche. No creo
que pueda llevarnos a casa a salvo. —Se dio cuenta, demasiado tarde, de que había 250
pronunciado las palabras llevarnos y casa en la misma frase, como si fueran la
misma cosa. Preocupado, estudió su rostro, pero ella le sonrió, su rostro halagador
iluminado por la luz de las velas. Otro nudo dentro de Hart se deshizo.
—Me estoy apegando mucho a la idea de que Zeddie vaya a ser aprendiz
aquí —dijo Mercy sobre su plato de raya de mar estofada en mantequilla de ajo,
vino y jugo de limón con alcaparras salpicando la rica salsa—. Si quiere cocinarme
así regularmente, ¿quién soy yo para discutir?
—No. No. Alegra esa cara. No vamos a preocuparnos por eso esta noche.
Nos estamos divirtiendo. Punto final.
Divirtiendo. ¿Cuándo fue la última vez que se había divertido? Y entonces
recordó haber bailado con Mercy. Y también tener sexo con Mercy, que fue tan
divertido como sincero. Hart-felt, pensó, incapaz de contener la risita ebria que
escapó de su garganta.
—En serio estás borracho después de una copa de vino, ¿no? —preguntó
Mercy, claramente encantada por la ironía.
—Un poquito.
Nunca le había contado esa historia a nadie, sobre todo porque no había
tenido a nadie a quien contársela, excepto tal vez a Alma y Diane, y había dejado
de contarles casi todo. Sentado frente a Mercy, riendo, borracho y enamorado,
decidió visitarlas con más frecuencia. Tal vez se tomaría unos días de vacaciones
aquí y allá, y se daría más tiempo para estar con las personas que le importaban.
Tenía tantas historias que nunca le había contado a nadie.
—Haces cosquillas.
—Bien.
Cerró los ojos e inhaló el aroma fresco de su crema mientras ella acurrucaba 253
la cabeza en la propiedad inmobiliaria de su cuerpo que había reclamado como
suyo, como si ya no fuera dueña de todo lo que él era, en cuerpo y alma.
—Dato curioso: no necesitas una excusa para venir a verme, así que no
sientas que tienes que seguir poniéndote en peligro —le dijo mientras le apretaba 254
el vendaje en el hombro. Pen y él atraparon ayer cinco drudges cerca de la
Compañía Embotelladora Alvarez Ambrosia, y Hart tenía la herida para
demostrarlo. Ahora estaba sentado en la cama de Mercy en nada más que su bóxer
para que ella pudiera cambiarle el vendaje.
—Por lo general, no es tan malo —dijo, mirando hacia el otro lado ya que
Mercy estaba arrodillada en el colchón detrás de él—. Me he visto afectado por
más drudges en los últimos tres meses que en los últimos tres años combinados, y
todos están sin llave. No sé qué está pasando.
Mercy frunció el ceño ante la furiosa herida roja en su piel, que se estaba
curando más rápido de lo que debería. Sospechaba que la próxima vez que lo viera,
no sería más que una raya rosa, si no es que desaparecía por completo, como todos
los otros rasguños y cortes que había curado en las últimas semanas. Pero como
sabía que la perspectiva de la inmortalidad lo molestaba (si era honesta, los
molestaba a ambos) decidió terminar de vendar la herida sin hacer comentarios.
Cuando terminó, se volvió y la alcanzó y arrojó sobre su regazo.
—Estoy medio tentada a atarte a los postes de la cama para que no puedas
irte —le dijo.
Mercy se puso su bata de seda floral mientras veía a Hart entrar en pánico.
Hart hizo una pausa a medida que se metía en las mangas de su camisa.
—¿Tan?
—Dilo de nuevo.
—Hermoso y embriagador…
—Coño.
—Mercy, no me jodas.
—Esa es la idea.
A las 7:57, Hart estaba diciendo:
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —una vez más mientras luchaba con su ropa,
pero esta vez, se reía como un adolescente saciado de sexo, y Mercy estaba igual
de mal, a medida que se abrochaba su sujetador.
—Tarde en el día de los saberes. Es posible que no pueda llegar aquí hasta
las diez o más tarde.
—Siempre lo tengo.
Se quedó inmóvil y callado en sus manos, sus ojos pálidos se suavizaron y 257
la palabra amor se expandió y se volvió pesada en su estómago.
—¡Merc! ¡Zeddie hizo las mini quiches más lindas! ¡Tienes que probar una!
—gritó Lil desde el vestíbulo cuando Mercy y Hart llegaban al muelle. En su prisa,
habían dejado la puerta del apartamento abierta, y Leonard corrió por las escaleras,
motivado por la perspectiva de migajas caídas. Sus ladridos y travesuras cubrieron
el sonido de Mercy dejando salir a Hart por la puerta trasera.
Ya lo extrañaba.
—Un alguacil debe haberlo dejado por accidente. —Lo cual no es mentira,
agregó Mercy en su cabeza.
—Ah. ¡Ja, ja! —se rio nerviosamente a medida que se quitaba las migajas
de las tetas y se ponía a trabajar dejándose presentable.
—Hum, no.
Estaba atrapada, y sabía que había sido atrapada, y todo lo que podía hacer
era revolverse en la cocina como un pez fuera del agua. Lilian trotó hacia el
vestíbulo tan rápido como su vientre de embarazada se lo permitió, y Mercy se
lanzó tras ella. Su hermana agarró el sombrero de Hart del estante y gritó:
—¡Conozco este sombrero! ¡He visto este sombrero! ¿Dónde he visto este
sombrero?
Mercy vaciló, con una negación en su lengua, pero sabía que ahora no le
haría ningún bien.
—¿Cuántas veces para él, o cuántas veces para mí? Porque no son lo mismo,
y definitivamente estoy a la cabeza.
—Pensé que Hart Ralston era una persona non grata en Mercyland —dijo
Lilian.
—¡Eso fue hace casi tres meses! ¿Has estado guardando esto de mí todo
este tiempo? —Lilian golpeó el brazo de Mercy.
260
—¡Lo siento! Quería asegurarme de que fuera algo oficial antes de
contártelo. Tampoco le he dicho nada al respecto a papá. Sabes cómo es él con que
me case.
—Estaré tan silenciosa como un astillero. Pero ¿puedo decir una cosa?
—No.
—¡Por las tetas de los dioses! ¿Qué? —preguntó, pero estaba claro que no
necesitaba respuesta. Mercy apoyó sus codos en el mostrador, y enterró su rostro
en sus manos.
262
—¡Toc, toc! ¡Correo!
—¿Qué tal esto? —El nimkilim levantó su trago hacia ambos alguaciles
antes de engullirlo—. Cinco para el Señor Popular, y cero para el imbécil.
—Eso se siente como un abrazo cálido viniendo de una persona como tú,
grandísimo blandengue. Te veo mañana.
—¿Zeddie lo sabe?
—Mierda.
—¡Dilo! ¡Yo tenía razón! ¡Dilo! —Duckers estaba de pie, bailando en señal
de victoria.
—¡Dilo en serio!
—Con Mercy.
—Lo siento. ¿Qué hay con Mercy? —Duckers se paró sobre él,
inclinándose, con la mano en la oreja.
Fue como si le hubieran quitado un peso del pecho, las palabras que casi le
había dicho ayer liberadas de su corazón y enviadas al universo.
—Ah, mierda. ¿En serio? —Los ojos de Duckers se abrieron tanto que Hart
pensó que podrían salirse de sus órbitas, y su euforia breve se desvaneció.
—Maldita sea, señor, no lo sé. Pensé que ibas a decir que te gusta, pero ¿la
amas? Con A mayúscula. ¿Amor?
—Duckers, juro por el Dios Desconocido que eres una viruela para mi alma.
—¡Te lo dije!
—Oh, dioses. No le dijiste. —Esta vez, fue una acusación, no una pregunta.
Duckers agitó un codo, realizando un baile de pollo con un ala con la mano
izquierda mientras su linterna colgaba de la derecha.
—¡Clo, clo, clo!
—Vete a la mierda.
—La última vez que comprobé, mi nombre era señor en lo que a ti respecta.
—No puedo creer lo cobarde que eres. Matas a los muertos vivientes de
forma regular. Estoy bastante seguro de que puedes manejar el decirle a esa amable
señorita que le escribiste algunas cartas de amor.
Si Hart era hielo, Duckers era fuego y lo interrogaba con una verdad que no
quería escuchar, pero que no podía refutar.
—Mercy me agrada. Es una persona buena. Así que, será mejor que te
encargues. Señor.
Hart sabía que Duckers tenía razón. Tenía que decirle a Mercy la verdad, y
pronto, sin importar lo que le costara.
—Voy contigo.
Eliminó a los dos últimos drudges a la luz de las linternas atadas a las patas
arqueadas de su équido, y el de Duckers, mientras apenas evitaba que los humanos
aterrorizados le dispararan. Una vez que las cinco almas fueron enviadas a la noche
y solo los vivos permanecieron de pie, Hart pudo ver mejor a la mujer y a los dos
hombres que estaban parados frente al portal. Llevaban los uniformes de seguridad
de la Compañía Embotelladora Alvarez Ambrosia, pero Hart no los reconoció, y
el hecho de que al menos uno de ellos casi le hubiera disparado le hizo creer que
estaba lidiando con algo mucho peor que drudges. Había varias redes criminales
que tenían sus dedos en Tanria, y la planta de Alvarez era un objetivo tentador ya
que se encontraba cerca de la Niebla. Solo el Embaucador sabía que la mafia tenía
mucho acceso a los portales piratas para entrar y salir de Tanria. Si estos tres eran 268
mafiosos, Hart no se sentía muy bien con el hecho de que tuvieran sus ballestas
desenvainadas, mientras que él solo tenía su estoque en la mano.
—Duckers, enciende la bengala —ordenó Hart sin apartar los ojos de las
tres personas cuyas vidas había salvado.
—¿Señor?
—¡Ahora!
—¡Bajen sus armas! —les gritó Hart a los otros dos, pero ya era demasiado
tarde. La mujer apretó el gatillo y una flecha atravesó el costado izquierdo de Hart.
Se tambaleó, intentando permanecer erguido, a pesar del dolor cegador, mientras
la mujer y el otro hombre arrastraban a su camarada herido a través del portal. Lo
arrastraron y sacaron de la Niebla a medida que Hart caía de rodillas, su costado
izquierdo aullando de dolor. Duckers saltó de su montura y corrió hacia él.
—Estoy bien —le dijo Hart cuando Banneker y Ellis entraron galopando.
Presionó su mano contra el agujero en su costado, intentando tener una idea de
cuánta sangre había perdido.
Hart sintió como si todos los órganos de su cuerpo se hubieran caído al suelo
debajo de la incómoda cama de hospital. Porque la alguacil Rosie Fox era una
semidiosa inmortal. Definitiva y concluyentemente inmortal.
—Por supuesto.
Hart se miró las manos en el regazo, rojas y agrietadas contra el azul pálido
de su bata de hospital. No parecían las manos de un inmortal.
—Odio que nos hayamos distanciado estos últimos años. Lamento haber
dejado que eso sucediera.
—Yo también lo siento. —Tomó su brazo, un gesto que se sintió aún más
poderoso porque era Alma quien lo hacía. Su afecto era raro, y más poderoso por
la rareza—. Pero no puedo disculparme por lo que dije de Bill. No voy a mentir
sobre el hombre para que te sientas mejor.
—¿Amigos?
—Imbécil.
—Lo único que encontramos en el sitio fue tela para velas, lo cual es raro,
pero eso no es asunto tuyo. Sé que esto te hará llorar, pero la ley requiere que te
tomes una licencia por enfermedad después de que te disparen, al menos un par de
días.
—Sí.
—De verdad.
—¿Es serio?
—Quizás.
—¡Auch! 272
—Eso no dolió, eres un bebé.
—Mercy Birdsall.
Los ojos color aguamarina de Alma se abrieron de par en par antes de reírse.
—¡Ah, jo, jo! Se dio vuelta la tortilla, ¿no? Trabajar en giras de dos semanas
apesta cuando estás locamente enamorado, y ahora ves la luz. Te doy un mes antes
de que me ruegues por un trabajo de escritorio.
—Tienes que esperar hasta que el médico te dé el alta, pero sí. Porque, como
señalaste, te dispararon. —Le revolvió el cabello como solía hacer cuando se
convirtieron en colegas por primera vez—. Saluda a Mercy de mi parte.
—Lo haré.
Siempre y cuando Mercy no lo mandase a empacar cuando finalmente le
dijese la verdad, pensó, y su sonrisa estúpida se desvaneció.
273
Si Hart iba a caer en llamas, tenía la intención de lucir lo mejor posible para
Mercy cuando lo hiciera. Se cortó el cabello y se afeitó, además de comprarse dos
camisas nuevas y un nuevo jean en la única tienda de ropa para hombres de la
frontera que vendía tallas altas y mandó lustrar sus mejores botas hasta dejarlas
relucientes. Consideró la posibilidad de comprar también un sombrero nuevo, pero
dada su propensión a aplastarlo cuando estaba nervioso, y dado que ya le aterraba
confesarle la verdad a Mercy, decidió ahorrar su dinero y abusar del sombrero que
había dejado en Birdsall e Hijo.
Pasó por el banco y por el despacho de su abogado, así que ya era tarde
cuando se plantó ante el mostrador de Birdsall e Hijo, con un paquete pequeño
envuelto en papel entre las manos sudorosas, y el pecho apretado por los nervios.
Escuchó el martilleo procedente del astillero y esperó que Mercy no quisiera usar
ese martillo en su rostro en cuanto le contara lo de las cartas. Respiró
profundamente, lo que no sirvió para calmar su nerviosismo furioso y tocó la
campana.
Hart no estaba seguro de que aún le corriera sangre por los labios.
¿Qué se suponía que dijera? ¿Vine aquí a ver a su hija para decirle que soy
su amigo secreto por correspondencia y que espero, contra toda esperanza, que
no me odie para siempre y que incluso quiera acostarse conmigo esta noche?
—¿Eso quiere?
Hart dirigió sus ojos con pánico hacia Mercy cuando Roy le dio una
palmada en el hombro y le hizo pasar por la puerta de la oficina.
El viejo paquete de Hart decía que sería envuelto en una simple tela de vela,
incinerado y esparcido en las afueras del astillero. Pero si construir barcos era lo
que Mercy amaba, pondría el dinero para comprar uno. Uno caro. Ojeó las
opciones y eligió el modelo y la madera correspondiente con la etiqueta de precio
más alta. Las cejas de Roy amenazaron con salir disparadas de su cara, pero se
colocó los anteojos de lectura en el extremo de la nariz y anotó las selecciones de
Hart.
276
—¿Y prefieres que tu cuerpo sea enterrado o incinerado?
Una cosa era decirle a un perfecto desconocido que no tenía casa y por tanto,
ningún lugar al que enviar sus cenizas. Otra cosa era tener que admitirlo ante el
padre de Mercy.
—¿Sin lápida?
Hart negó con la cabeza y la frente de Roy se arrugó, una expresión que le
recordó a Hart la cálida compasión de Mercy.
—Eso no es muy reconfortante para los seres queridos que dejas atrás.
—¿Tienes familia?
Hart pensó en la última vez que fue a ver a Alma y a Diane, en la forma en
que se habían preocupado por él en voz baja cuando creían que estaba dormido y
no podía escuchar.
Tal vez Roy tenía razón. Después de todo, Alma tenía su llave de
nacimiento, e iba a tener que pensar qué hacer con ella si Hart moría, así que
asintió.
Los ojos de Roy se encontraron con los de Hart por encima de sus anteojos.
Hart esperaba encontrar en ellos un destello agudo de desaprobación. En cambio,
el padre de Mercy le dirigió una mirada apreciativa.
—Definitivamente no es odio.
—Hum. Voy a necesitar un minuto para adaptarme a esto —dijo
bruscamente, abriendo el cajón de su escritorio y sacando la no tan secreta botella
de whisky. Se sirvió tres dedos, y sostuvo el cuello sobre el té de Hart como una
oferta.
—Sí.
—Sí. Para mí, es así. Aunque, para ser honesto, no estoy muy seguro de
merecerla.
Aquí estaba la cena agradable que Hart le había mencionado a Mercy, pero
al ver la mano enorme de Roy empequeñecer la pluma, la invitación le pareció
desalentadora. No estaba acostumbrado a los padres, y no estaba seguro de cómo
actuar alrededor del de Mercy.
Roy le tendió la mano. Hart la tomó con inquietud y los huesos de sus dedos
crujieron alarmantemente en el agarre del otro hombre.
—Llámame Roy.
Mercy intentó trabajar, pero fue difícil concentrarse cuando sabía que Hart
estaba en la habitación contigua con su padre, comprando un paquete funerario
nada menos. Gracias al Mar Salado, estaba en la mitad del barco en lugar de la
mitad del cuerpo. Estaba midiendo un tablón para cortar por tercera vez cuando
ambos hombres aparecieron en la puerta de los astilleros.
Su padre golpeó a Hart en el brazo y, aunque éste era mucho más alto,
pareció encogerse y su rostro palideció.
—Quería hacerlo. Supongo que unas flores habrían sido mejor, pero pensé
que esto sería bonito para tenerlo en tus barcos.
Mercy le quitó el paquete y lo desenvolvió, revelando una cajita de metal
roja con una manivela plegable en un lado y una rejilla de pequeños agujeros junto
a una esfera dorada en el otro.
—Es un transistor.
—¿Qué pasa?
—Estoy nervioso.
—¿Por la cena?
—Sé que eres el Señor Pies Ágiles, pero ¿crees que puedes manejar el viejo
Balanceo en un Círculo?
—Me gustaría pensar que sí —pronunció las palabras en su cabello con esa
risa tranquila y sexy suya. Ella levantó la cara y acarició la piel desnuda de su
cuello por encima de la camisa—. ¿Estás reclamando el rincón de las caricias fuera
de los confines de tu cama? ¿Está permitido?
282
—Exijo tener acceso total y completo a mi rincón de las caricias en todo
momento.
—¿Mmm? —Ella deslizó sus labios por su cuello, deshizo el botón superior
de su camisa y le mordió la clavícula, saboreando la forma en que su aliento
tartamudeó.
—Debería… necesito…
—Todo estará bien. Lo prometo. —Lo tomó por los brazos y le dio una
sacudida tranquilizadora antes de apagar el transistor—. ¿Te importa si tomo un
baño rápido antes de irnos?
—No creo que esté listo para las travesuras justo antes de una agradable
cena familiar. Pero no significa que no vaya a disfrutar del espectáculo.
Mientras Mercy hacía correr el agua del baño, Hart recuperó su ropa
descartada y la dobló cuidadosamente, colocándola en el borde del tocador, una
acción que le pareció sorprendentemente considerada después de años de recoger
la ropa sucia de Zeddie de todas las superficies de la casa. Ya se había enamorado
de ese hombre, y sin embargo, no parecía poder dejar de caer cada vez más
profundamente.
—Lo haré, pero espero que podamos pasar el rato con Alma y Diane uno
de estos días para que ustedes dos puedan saludarse todo lo que quieran en persona.
¿Estaba preparado para llevarla a reunirse con Alma, que era prácticamente
su familia? Esto se estaba poniendo serio, y Mercy, que había odiado a Hart desde
lo más profundo de su alma hace unos meses, estaba encantada.
—¿Quién es Diane?
—Eso espero.
—¿Ha cumplido este baño con tus estándares largos y lujosos? Porque estoy
empezando a arrugarme.
—¿La casa de tu padre no es uno de esos lugares elegantes sin camisa, sin
zapatos y sin servicio? —bromeó, pero apoyó su larga estructura contra la pared y
observó el trabajo de sus dedos con ojos ahumados, sin mostrar ninguna
inclinación a detenerla.
—¡Hart!
—No estás bien. Nada de esto está bien. Tengo miedo cada vez que tienes
que regresar. —Extendió la mano y acarició sus pómulos afilados con los pulgares.
—Mercy, necesito…
Mercy enarcó una ceja, y aunque la ansiedad tintineaba dentro de él, el gesto
lo hizo reír.
Él asintió.
—No.
Esa había sido una negativa más rápida y decisiva de lo que había esperado.
—Absolutamente no.
—Tengo el dinero.
—Bueno. Quédatelo. —Sacó las manos de las de él, y ya sentía como si la
estuviera perdiendo.
—¿Para qué? Nunca lo gasto. Y yo… —te amo, quiso decirle, pero no tenía
derecho a decírselo, no hasta que aclarara lo de las cartas—. Me preocupo por ti,
y por lo que te suceda.
—Sé que tienes buenas intenciones, pero esto es asunto mío. Si no puedo
mantenerlo a flote por mi cuenta, ¿cuál es el punto?
Su boca se torció hacia abajo, pero más por exasperación que por ira.
—Entendido.
287
Ahora. En este momento, se dijo cuando llevaron a Leonard a jugar a la
pelota en el parque detrás del ayuntamiento para matar el tiempo antes de la cena,
pero fuera hacía tanto viento que habría tenido que gritar, y no quería gritarle su
confesión.
Lo primero que notó Hart sobre la casa Birdsall fue que era ruidosa, y todos
parecían hablar y reírse al mismo tiempo, y no podía entender cómo tan pocas
personas hacían tanto ruido. Roy besó la mejilla de su hija cuando entraron y le
sonrió a Hart mientras le estrechaba la mano.
—Gracias. Me alegro de estar aquí. —Eso no era del todo cierto, pero Roy
le dio una palmada en el hombro de una manera acogedora (y no amenazante), y
Hart sintió que la rigidez de su columna se alivió. Siguió a Mercy hasta el altar
familiar y la vio sumergir los dedos en el cuenco de agua salada y tocar la llave de
su madre. Luego presionó las yemas de los dedos sobre el pecho de él, en el lugar
donde la llave de su madre descansaba contra su esternón, y él comprendió
entonces que si rompía con él una vez que supiera lo de las cartas, él se rompería
y no habría forma de volver a armarlo.
—¡Están aquí! —gritó Lilian por encima del hombro, la hermana de Mercy,
y luego lo abrazó por la cintura, como lo había abrazado en la fiesta del día de los
Fundadores, como lo había abrazado Diane desde que tenía diecinueve años, y a
él no le disgustó, porque estaba bastante seguro de que no lo abrazaría si pensara
que no era lo suficientemente bueno para Mercy. Él también la abrazó, aunque
tímidamente—. ¿Ya conociste a Danny? —preguntó Lil, tomando a Hart por la
muñeca y arrastrándolo a través del comedor hacia la cocina, donde Zeddie hacía
acrobacias con cebollas y una sartén grande sobre el horno mientras un hombre
pelirrojo se apoyaba contra la encimera a su lado.
—Lo hago.
Por el Mar Salado, pensó Hart, son adorables. Todos son adorables.
—Dijiste que eres de Arvonia, ¿verdad, hijo? ¿Eres fan de las Anémonas?
Lo invadió un calor que no tuvo nada que ver con el vino tinto que apenas
había probado. Mientras estuvo sentado a la mesa de la familia Birdsall y observó
las bromas, las discusiones y las risas de la familia de Mercy, se dio cuenta de que
también se estaba enamorando de ellos. Si, por algún milagro, lograba mantener a
Mercy en su vida, podría ser parte de esto. Podría volver a tener una familia.
Una pizca de tentación cobarde se enroscó en su interior. ¿Qué tan terrible
sería si nunca le dijera a Mercy que era su amigo secreto? ¿Qué bien haría el
contarle ahora lo de las cartas? Ninguno. Tenía mucho que perder si confesaba, y
mucho que ganar si simplemente mantenía la boca cerrada. Seguramente podría
convencer a Duckers de que lo viera a su manera.
—Un poquito.
—¡Por supuesto que me preocupo por ti! ¡No puedo creer que no me lo
hayas dicho! ¿Y tú cómo te enteraste?
La última pregunta fue dirigida a Zeddie, y Hart se dio cuenta de que por
eso estaba completamente jodido.
—Sí, pero él y Hart sobornan a su cartero nimkilim para que les recoja su
correo.
—¿Te mintió con algo? —chilló Lil, antes de lanzar una mirada feroz a
Hart.
Hart pudo sentir su furia y humillación hirviendo a fuego lento como el agua
en una tetera cuando se levantó, atravesó el salón y salió por la puerta principal,
que cerró de golpe tan pronto como él la siguió al porche. Levantó ambas manos
en señal de rendición. Estaban temblando mucho. Iba a perderla. Ya podía sentir
su alegría deslizándose como arena entre sus dedos.
—Ni una palabra de ti —dijo—. Voy a necesitar todo el camino a casa para
calmarme lo suficiente como para no estrangularte.
—No entiendo por qué me ocultarías algo como recibir un disparo, o por
qué me mentirías sobre enviar correo desde Tanria. Me hace preguntarme qué más
me has ocultado.
—Lo sé.
—El médico no lo quiso decir abiertamente, pero creo que esa flecha
debería haber sido una sentencia de muerte. Y, sin embargo, aquí estoy. —Dijo las
palabras hacia el techo. Sintió como si estuviera abriéndose a ella con una palanca.
Ella lo perdonó lo suficiente como para pasar la mano por su torso hasta que
descansó sobre su corazón, entre sus llaves y su piel.
—¿Tienes idea de lo contenta que estoy de que no haya sido una sentencia
de muerte?
—De acuerdo.
Él asintió.
—Sé que hay algún dios que me engendró, pero Bill fue mi padre. Así que,
cuando llegué a Tanria y noté un montón de almas flotando por allí, más de las que
hubiera visto en un solo lugar, se lo conté. Y luego derribé a mi primer drudge, y
294
una de esas almas salió de él. Así que, ¿todas esas personas que creen que el alma
humana reside en el apéndice y que los drudge son almas perdidas que infectan un
cuerpo? Tienen razón.
—Solo sé que Tanria está llena de ellas, aquellas que no llegaron al más allá
por una razón u otra. No sé por qué, pero están atrapadas allí. Cuando encuentran
un cadáver, o hacen uno, toman posesión de él. Es su forma de estar vivos, a su
triste manera. Así que, puedes pinchar el apéndice, pero el alma vuela libre hasta
que encuentra otro cuerpo. Si matas a un drudge fuera de Tanria, flota a través de
la Niebla y se atasca de nuevo.
—No hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Y debería saberlo; lo
intenté. Ambos lo intentamos, Bill y yo.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, su preocupación por él espesando las
palabras. La alcanzó y ella se acurrucó contra él. Por favor, no renuncies a tu
rincón de las caricias, le rogó en su mente.
—Las almas no son lo único que puedo ver. Hay una casa en medio de un
prado en el corazón de Tanria, en el Sector 28. Nadie más puede verla, pero yo sí.
Y creo que, esas almas también pueden. Los drudge tienden a congregarse allí.
—Porque no quieren entrar. Porque no quieren que nadie abra esa puerta.
—Eso es increíble.
—Estoy seguro de que todos ven su propia casa cuando van a la Casa del
Dios Desconocido, pero creo que no se supone que debas verla mientras aún estás
vivo. Suerte la mía.
—No estoy seguro de qué es o por qué está ahí, pero sé que mucha gente no
me habría creído, no habría escuchado a un niño. Bill lo hizo, y también supuso
que era la Casa del Dios Desconocido. En aquellos días, aún intentábamos
descifrar la mejor manera de lidiar con los drudge. Muchos alguaciles perdieron la
vida en el trabajo, gente que Bill conoció, sus amigos. Así que, empezó a
preguntarse qué pasaría si iba hasta la casa y abría la puerta principal. Tal vez las
almas entrarían. Tal vez podríamos deshacernos de los drudge, de una vez por
todas. Tal vez podríamos salvar vidas.
El brazo de Mercy lo envolvió con tanta fuerza que luchó por respirar, pero
siguió contando la historia.
—Tenía diecinueve años cuando decidimos intentarlo. Estábamos a mitad
de camino entre la línea de árboles y la casa cuando llegaron los drudge, y quiero
decir que vinieron hacia nosotros desde todas direcciones. Nunca había visto tantos
a la vez. Bill encendió su bengala y me dijo que fuera a la casa mientras él los
detenía. Así que, hice lo que dijo. Salí corriendo. La mitad de ellos me
persiguieron. Dioses, fueron rápidos. Los drudge siempre son mucho más rápidos
de lo que crees que van a ser. Tuve que parar y luchar contra ellos. Cuando miré
hacia atrás, allí estaba Bill. Lo superaban en número y sangraba, por la cabeza, el
brazo, por todas partes. Me vio vacilar, y cuando me gritó que siguiera adelante,
cuando dejó de pelear lo suficiente como para gritarme, ellos… ellos lo enterraron.
No sé de qué otra manera describirlo. Se amontonaron sobre él, y ya no pude verlo.
Me había dicho que siguiera adelante, que llegara a la casa, pero no podía dejarlo
morir así. Así que, volví por él. Intenté luchar contra todos los drudge que se habían
amontonado sobre él, pero también me destrozaron.
—Oh, Hart.
296
—Déjame decirlo. Déjame contártelo todo. —La apretó contra él, con tanta
fuerza que temió estar lastimándola, pero parecía que no podía detenerse—. Lo
hice. Los atrapé a todos, pero se acercaron más, y no sabía qué hacer, porque Bill
aún estaba vivo. Estaba en el suelo, y mierda, estaba en tan mal estado, Mercy. Y
me dijo, me rogó, que no dejara que se lo llevaran. Entonces, yo… entonces, yo…
—Oh, dioses.
—No.
—Pero no lo hice. No pude. No me atreví a volver allí. La casa aún está allí,
pero incluso ahora, no puedo enfrentarla.
Mercy le pasó los dedos por el cabello, y con los pulgares secó la fuga
constante de sus ojos masculinos.
—Si hubiera abierto esa puerta hace diecisiete años, si hubiera hecho lo que 297
Bill me dijo que hiciera, hoy él podría estar vivo.
—No estoy intentando borrar la culpa. Estoy intentando colocarla sobre los
hombros legítimos.
—No vayas allí —le advirtió, pero Mercy no estaba dispuesta a aceptarlo.
Ardía de ira, y esa ira estaba dirigida a Bill Clark.
—No me importa lo mucho que amaras al hombre. Eras un niño. Él era el
adulto. Era responsable de ti y tu bienestar, pero te pidió que arriesgaras tu vida.
¿Y para qué?
—No lo conociste.
—Tal vez no lo hice, pero sé esto: Pen tiene diecinueve. ¿Le pedirías que
abriera esa puerta?
—La respuesta es no, no lo harías, porque tienes una brújula moral fuerte.
Ella tenía razón. No había forma terrenal de que Hart le pidiera a Duckers
que hiciera lo que Bill le había pedido que hiciera tantos años atrás, y la odiaba por
entender algo que él no había logrado comprender. Fue como revivir la discusión
con Alma. Con una pregunta, había hecho estallar por completo todo lo que creía
saber de sí mismo, de Bill, del mundo tal como él lo entendía. Se puso de pie y se
dirigió a la puerta.
—Me voy.
—Hart, háblame.
—¿Por qué? ¿Para que puedas decirme que la mejor persona que he
conocido fue un imbécil, cuando no lo conociste en absoluto?
—¡Esas fueron tus palabras! —Mercy se llevó las manos a las sienes y
respiró hondo. Cuando volvió a hablar, su voz sonó tranquila, pero su ira vibraba
bajo la superficie—. Tal vez no debí haberlo dicho como lo hice, pero debes
entender que la muerte de Bill no fue culpa tuya. Él mismo se puso en esa situación.
Él te puso a ti en esa situación. Así que no, no pienso, y no pensaré, bien de él por
eso, lo conociera o no. Mira lo que te ha hecho.
Los ojos líquidos de Leonard miraron hacia arriba desde donde estaba
recostado en la cama, su papada cubriendo la mochila de Hart, y gimió, un sonido
que fue eco del dolor y el resentimiento brotando desde dentro de Hart. Porque
Hart no lo había estado haciendo genial por su cuenta. Así fue como había
terminado escribiendo las palabras «Me siento solo» en una carta que había llegado
a la única persona que podía romperlo en un millón de pedazos, la persona que lo
estaba rompiendo en un millón de pedazos en este preciso momento mientras
pisoteaba sus recuerdos de Bill.
—No te vayas así —le dijo Mercy a medida que él intentaba sacar la
mochila de debajo de Leonard, pero el perro confundió el gesto con un juego de
tira y afloja. Ahora Hart sujetaba la correa, mientras que la mandíbula de Leonard
se sujetaba al fondo de la mochila. El perro gruñó juguetonamente, su colita
cortada girando con alegría. Hart intentó liberar la mochila, pero el agarre de
Leonard fue firme.
—Suéltala —exigió.
—Hart, ¿podrías calmarte un minuto y hablar conmigo?
Para: Un amigo.
La ira de Hart de hacía cinco segundos se había ido, todo se había ido. No 300
podía respirar bien, parecía que no podía aspirar o expulsar suficiente aire de sus
pulmones.
Ella giró sobre sus talones, abrió la puerta del apartamento y bajó corriendo
las escaleras.
—¡Mercy, espera!
Hart estiró el brazo hacia ella, pero ella se apartó. Abrió un cajón y revisó
las pestañas del archivo.
—Tú lo sabías —se enfureció—. Lo has sabido desde el Café Little Wren.
Y no dijiste nada.
—Disculpa, ¿qué? ¿Tengo que creerte? ¿Por qué? ¿Para que puedas
encontrar alguna otra forma de meterte en mis pantalones?
—Yo nunca…
Hart enterró el rostro entre sus manos. No podía soportar el odio que
emanaba de ella hacia él.
—No quise mentir —gimió entre sus palmas, pero ella apartó las manos de
su rostro.
—¡Sí quisiste! ¡Lo hiciste a propósito! Las mentiras no ocurren por
accidente. Una mentira es una elección deliberada.
No había gritado las palabras; las había dicho con una precisión fría que lo
desgarró. Dejó de llorar. Dejó de sentir. Dejó de funcionar. Existía, y eso era todo.
—No vuelvas a poner un pie en este lugar —le dijo, su voz tan fría como el
Mar Salado—. Si tienes un cuerpo que entregar, envías a Pen para que lo haga.
¿Entendido?
—Ahora, vete.
302
Hart.
Roto7.
7
Heartbroken: juego de palabras con el nombre de Hart y «heartbroken», que significa «con el corazón
roto, afligido, desconsolado».
—¿Por qué quiere trabajar para Birdsall e Hijo?
—De todos modos, las malditas mujeres no tienen por qué emprender —
murmuró mientras salía de la oficina.
—Ciertamente lo hacen.
—¿Por qué te torturas con eso? Hemos hecho los cálculos. Las tarifas de la
madera son factibles, pero los costos de envío nos hundirían.
—Eso no lo hace factible. Incluso con las ganancias que estamos logrando
con los indigentes, no podemos permitírnoslo. No tenemos el poder de negociación
de Cunningham. Tienen seis ubicaciones. Solo somos nosotros.
—Dependerá del tipo de trato que ofrezca Quinter. Tendría que hacer
cálculos, pero sí, podría funcionar.
—No puede hacer daño indagar un poco. Lo peor que podrían hacer es decir
que no.
—Todo eso suena bien, pero tengo un pozo rebosante abajo y cuatro barcos
que construir esta semana. No tengo tiempo para ser la Súper Detective Mercy
Birdsall.
Y surgió un patrón.
—¡Vaya! —gritó, el pulso resonando en sus venas como una campana. Voló
al archivador donde guardaba los viejos registros financieros.
—¡Madre de los malditos Dolores, lo sabía! —cantó Lilian por encima del
hombro.
—No es una miseria. Durante los últimos seis meses, nuestra admisión de
indigentes ha aumentado más de doscientos por ciento, y estoy segura de que es
más alto para él. Es como guardar monedas de cobre en una alcancía. Unos cuantos
aquí y allá no suman mucho, pero si llenas el banco, suma. Te lo digo, él sabía que
la ingesta estaba a punto de aumentar exponencialmente, por eso cerró a todos los
demás. ¡Sospechoso!
—Pero, ¿cómo iba a saber eso? No es como si pudiera entrar en Tanria para
empeorar el problema de los drudges. ¿Y quién empeoraría el problema de los
drudges a propósito?
—¿Cómo se hacen los muertos vivientes? Con gente muerta. ¿De qué tiene
un suministro ilimitado? ¡Gente muerta! —Lilian golpeó el escritorio para recalcar
su punto.
—Sí, pero cada cuerpo que sale de Tanria tiene el apéndice perforado, de
modo que no se puede reanimar, sin mencionar el hecho de que alguien tendría que
pasar todos esos cadáveres por el puesto de control en la Estación Oeste.
Cuando Mercy deslizó las cartas para los sepultureros en el buzón nimkilim
de Main Street, sintió la necesidad familiar de escribirle una carta a su amigo por
correspondencia, la misma necesidad que la había impulsado a escribirle en primer
lugar, la necesidad de un amigo. Y entonces recordó por qué Hart y ella se habían
separado. Lo odiaba por haberle hecho esto, por arruinar lo que habían tenido
juntos y destruir las cartas de un solo golpe.
Merciless, odiar es una palabra muy fuerte. ¿En serio me odias?, le
preguntó en su memoria. Deseaba poder odiarlo, pero no lo hacía. La triste verdad
era que lo amaba, incluso luchaba por perdonarlo.
Las mismas preguntas que rondaban por su cerebro todas las noches
mientras yacía despierta en su cama solitaria dieron un salto mortal en su mente a
medida que seguía de pie frente al buzón nimkilim en Main Street: ¿Por qué había
escrito las cartas en primer lugar? ¿Por qué los nimkilim habían decidido que ella
fuera la receptora? ¿Por qué la había humillado en el Café Little Wren, solo para
darse la vuelta y cortejarla una semana después? ¿Cómo podía haberse acostado
con ella cuando sabía la verdad? ¿Cómo podía haber dejado que las cosas entre
ellos llegaran tan lejos y durante tanto tiempo sin decírselo?
A decir verdad, estaba muy preocupada por él, y no solo por los peligros
físicos de Tanria. Se había negado a preguntarle a Pen cómo estaba las pocas veces
que se habían cruzado desde la ruptura, pero la última vez que lo vio en la casa,
Pen le dio su opinión sin que ella tuviera que pedírsela.
Podía acercarse a Hart, pero él era el que había mentido. Él era el que
necesitaba explicarse. Si no estaba dispuesto a tragarse su orgullo y perseguirla,
no la merecía. Y el hecho de que él aparentemente no se sintiera obligado a pedirle
perdón fue la razón por la cual Mercy acechó los pasillos de la tienda general
Callaghan para encontrar una barra de chocolate que llenara de manera inadecuada
el vacío emocional dentro de ella.
Pensó que volvería a ser el que había sido antes de enamorarse de Mercy,
pero Mercy era quien le había hecho ver cómo años preocupándose por su posible
incapacidad para morir se habían traducido en un claro fracaso para vivir, algo que
ahora intentaba remediar. Cuando Duckers bromeaba con él, Hart se atrevía a
esbozar una sonrisa. Cuando sentía que pasaba demasiado tiempo solo, iba a cenar
o a jugar a las cartas con Alma y Diane. Mantenía conversaciones agradables con
la bibliotecaria que gestionaba sus préstamos interbibliotecarios en la sucursal de
Herington de la Biblioteca Pública Bushong. Hacía todo lo posible por vivir un
poco. El problema era que quería vivir un poco, o mucho, en realidad, con Mercy.
Duckers gruñó.
—¿Qué?
Una bengala.
—¿Estás bien?
—Oh, mierda.
—¿Señor?
—¡Muévete!
—¡Mierda!
Hart efectuó cinco disparos, pero sin más luz para ver que la blancura
abrasadora de los relámpagos, solo abatió a dos antes de que los cuatro drudges
restantes estuvieran casi encima de él. En lugar de disparar un último tiro,
aprovechó esos segundos preciosos para enfundar la ballesta y desenvainar el
estoque y el machete, el arma de precisión en su mano derecha dominante y la hoja
cortante en la izquierda. 315
Los instantes siguientes fueron un torbellino de estocadas, cortes, tajos y
hachazos. Hart mantuvo a Duckers a su espalda en todo momento, incluso cuando
debió esquivar o hacer una finta. Podía ser inmortal, pero su aprendiz
definitivamente no lo era, así que Hart hizo todo lo posible para asegurarse de que
cada arañazo, agarre y mordisco cayera sobre su propia piel, no sobre la de
Duckers. Un drudge se acercó lo suficiente a su lado izquierdo como para morderle
el brazo. Un estallido de agonía floreció donde los dientes se encontraron con la
carne, abriéndole un agujero en la camisa y haciendo que sangre rezumara por su
piel. Empujó con fuerza y arrojó al drudge al agua. La criatura se levantó con un
chillido de indignación que se interrumpió cuando Hart blandió el machete y le
asestó un tajo en el costado, hundiéndose en su cuerpo putrefacto hasta el apéndice.
Arrancó la hoja y atravesó el aire en la dirección opuesta, cortando la cabeza de
otro drudge y ensartando el cuerpo a través del apéndice con su estoque al mismo
instante.
—¡Lo siento, señor! —Un segundo antes de que el árbol cayera al agua y
arrojara al chico a la corriente, arrastrándolo entre sus ramas y adentrándolo aún
más en el corazón del peligro.
—¡No! —gritó Hart tan fuerte que sintió como si se estuviera desgarrando 316
el interior de la garganta y con ella, su corazón. La corriente golpeó contra sus
caderas cuando los demás drudges se abalanzaron sobre él y no hubo tiempo para
lamentarse ni pensar. El mundo se convirtió en un pequeño torrente de
supervivencia. La lluvia caía a cántaros, los relámpagos iluminaban la oscuridad y
los truenos sacudían la tierra mientras Hart golpeaba, cortaba, esquivaba, vivía y
seguía viviendo a medida que despachaba almas perdidas hacia la noche tanriana.
Algo en la corriente del agua se movió, una fuerza arrastró a Hart hacia
atrás. Giró la cabeza a tiempo para ver a Saltlicker, resplandeciente en un
relámpago, cortando la corriente mientras el semental se dirigía directamente hacia
él. Lo esquivó, intentando nadar hacia el lado del barranco, cuando uno de los
drudges atrapó el dobladillo de su peto. Con las últimas fuerzas que le quedaban,
se liberó y extendió sus brazos largos hacia un árbol, tirando de él hacia la orilla a
tiempo para que el équido pisoteara a los drudges, enviando a la mitad de ellos río
abajo. El semental agarró a otro con sus dientes enormes y lo arrojó al agua como
si no fuera más que un juguete de peluche. Un rayo iluminó el rostro de Duckers
en lo alto del équido, lo que hizo que el interior del pecho de Hart se dilatara
dolorosamente con alivio. Desde el lomo de Saltlicker, el aprendiz cortó y ensartó
a los drudges restantes hasta que no quedó nada contra lo que luchar. Al menos,
por ahora.
—Señor, ¿crees que puedes subir? —lo llamó Duckers mientras Saltlicker
caminaba por el agua revuelta.
Las heridas de Hart le restaban fuerza, pero la alternativa era ahogarse, así
que no tenía muchas opciones.
—No sé si besarte o pegarte un tiro —balbuceó Hart una vez que dejaron
atrás la lluvia y el arroyo, el agua chapoteando dentro de sus botas arruinadas con 317
el galope rítmico del équido.
La mordedura del costado del cuello tenía unos cinco centímetros de ancho,
pero parecía que le ocupaba toda la mitad izquierda del cuerpo, y la del brazo le
dolía tanto que pensó que podría estar enfermo, pero sacudió la cabeza.
Hart asintió.
—Los dos tenemos que ir a la enfermería. Sáltate los barracones. ¿Crees
que podrás volver a la estación?
—Sí.
Hart sospechaba que era mentira, pero se las arregló para mantenerse en el
lomo del équido, temblando tanto que le crujieron los dientes mientras Duckers
cabalgó durante toda la noche, hasta la estación y la enfermería.
318
Cuando Mercy llegó a la casa de papá para diseñar la estrategia de los
próximos pasos para la Operación de Desmantelamiento (el apodo de Lil), esperó
ser recibida con una copa de vino y un plato de tapas de parte de Zeddie. No esperó
encontrar a Penrose Duckers tumbado en el sofá del salón, con la cabeza apoyada
en un millón de almohadas, el brazo en cabestrillo y uno de los ojos amoratado e
hinchado, mientras su padre roncaba en el sillón reclinable contiguo al suyo.
—¡Pen! ¡Por los dioses! ¿Estás bien? —chilló Mercy a medida que se
arrodillaba en el suelo junto a él.
—¿Qué sucedió?
Mercy jadeó cuando Lil entró en el salón con una taza de té para Pen.
—Me está haciendo sopa de fideos con pollo. No se lo digas, pero Hart hace
una versión mucho mejor de esto. —Levantó su taza de té, y Mercy recordó con
una punzada agridulce la forma en que las yemas de los dedos de Hart le habían
rozado la piel cuando le puso un brebaje similar en las manos. Le preocupaba que
él estuviera tan herido como Pen, pero que no hubiera nadie cerca para hacer lo
mismo por él. Y como si pudiera leer su mente, añadió—: ¿Vas a preguntar por él?
—¿Está bien?
—Lo estará. Probablemente. Pero recibió una paliza peor que la mía, sobre
todo porque se aseguró de que los drudges llegaran a él y no a mí. Se quedará en
la casa de la jefa hasta que sane.
—Si sirve de algo, está mucho mejor de lo que solía ser. Lo está intentando.
Tal vez deberías escucharlo.
—Se supone que no debo saber de todo el asunto del amigo por
correspondencia secreto, pero lo sé, así que déjame decirte esto: creo que no te
contó de las cartas porque tenía miedo de perderte si te enterabas.
Mercy aún tenía la cara enterrada en el cojín, pero Lil, que estaba inclinada
sobre el sofá, no perdió el ritmo.
—¿Qué cartas? ¡Espera! ¿Las cartas? ¿Hart Ralston era tu amigo anónimo?
—Pensé que habías dicho que esta vez traerías donas —se quejó Mercy
mientras observaba la puerta del muelle de Servicios Funerarios Cunningham a
través de los viejos binoculares de viaje de papá.
—No, dije que traería mi dona. Para mis hemorroides. —Lil señaló la
almohada debajo de su trasero antes de girarse hacia el ayudante del sheriff sentado
a su derecha—. McImbécil, nunca te quedes embarazado. Es la experiencia
corporal del mismo Infierno.
—Gracias. Lo tendré en mente. Sin embargo, tal vez no deberías llamarme
imbécil cuando he accedido a ayudarte —respondió Nathan McDevitt desde el otro
extremo del banco.
—No puedo creer que les dejé convencerme de esto. Saben que este tipo
dona a orfanatos y cosas así, ¿verdad?
—Aun no entiendo cómo funcionaría eso o por qué alguien querría pasar
cadáveres de contrabando a Tanria. No tiene sentido.
Mercy ya había repasado esto con él dos veces. Ahogó un suspiro de
impaciencia antes de explicarlo una vez más.
—Es por eso que quiere cerrarnos junto con todos los demás beneficiarios
de la subvención —terminó Mercy antes de que Nathan pudiera objetar el
comentario de McImbécil de Lilian. 323
—Mercy, revisé sus registros. Se contabiliza cada cuerpo, incluyendo los
indigentes que procesa y arroja a las fosas funerarias.
—No. ¿Y tú?
—Sin comentarios.
El silencio dentro del vehículo de la familia Birdsall se hizo más espeso por
la tensión a medida que siguieron a Cunningham a distancia.
—Esto es raro —comentó Mercy veinte minutos después de que pasaran la
salida de la Estación Oeste. Cuando el auto frente a ellos se salió de la carretera y
condujo a campo traviesa hacia la Niebla, agregó—: Y se volvió más extraño.
—¿Qué? No, Nathan —dijo Mercy—. Hay seis de ellos y solo tú.
Regresemos e informemos esto al sheriff Connolly.
—Siento que no podrá encargarse de esto —dijo Lil mientras ella y Mercy
observaban a Nathan acercarse a los hombres metiendo cadáveres a través de un
portal pirata hacia Tanria—. ¿Tal vez deberíamos dejarlo aquí y buscar al sheriff?
—No podemos dejarlo. En primer lugar somos la razón por la que está aquí.
A estas alturas, Nathan había entrado en los haces de los faros, agitando su
placa en el aire, y aunque Mercy no podía escuchar claramente lo que se decía,
podía decir que las cosas fueron cuesta abajo rápidamente. Dejó caer su placa y
alcanzó su arma. Hubo gritos, seguidos por uno de los hombres de Cunningham
sacando una ballesta y disparando a Nathan. Se zambulló fuera del camino,
perdiendo su revólver cuando golpeó el suelo, y la flecha disparada dejó un agujero
a través del parabrisas de Mercy. Nathan rodó sobre sus pies y abordó a quien
disparó. Otro hombre se unió a la refriega cuando Cunningham se tambaleó hacia
un lado. 326
—Quédate aquí —le dijo Mercy a Lilian mientras salía de la cabina.
—¿En serio estás haciendo una broma en este momento de «eso es lo que
dijo»?
—Es una comadreja, pero no puedo arrojárselo a los lobos. —Mercy corrió
con eso hacia el tumulto.
—Oficial, da un paso más hacia mí, y tu novia recibirá una bala en la cabeza.
Mercy sintió que Nathan siguió yendo detrás de ella. Quiso decirle a
Cunningham que Nathan no era su novio, y que su novio era un alguacil tanriano
llamado Hart Ralston, y que no quería morir sin volver a verlo.
—Ah, Mercy, cariño, no tenía por qué ser así —dijo Cunningham con una
sinceridad aterradora—. Podrías haber hecho una buena suma con mi compra de
Birdsall e Hijo y navegar hacia mejores aguas. Ahora tendré que… ¡uf!
Lil caminó hacia la luz de los faros tan rápido como se lo permitieron sus
tobillos hinchados.
—¡Mercy! ¿Estás bien?
328
Con un manto afgano envuelto alrededor de sus hombros, Hart salió por la
puerta de la casa de Alma y Diane para dejar que el viento al oeste de Bushong se
desplazara por su cabello, que necesitaba un corte nuevamente. Vio la puesta de
sol sobre el prado y pensó en todas las veces que había traído a Gracie aquí, y por
una vez, le dio placer recordar a su perro. El dolor no había ido a ninguna parte,
pero ahora podía recordar la felicidad en igual medida.
Tal vez debería conseguir otro perro, pensó con sinceridad por primera vez
cuando Alma salió y se detuvo a su lado. Se quedaron así mientras el sol se hundía
más bajo en el horizonte, oscureciendo sus rostros, cubriéndolos al atardecer.
329
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó.
Hart pensó en guardarse sus pensamientos, pero ¿de qué servía arreglar las
cosas con Alma si iba a seguir reprimiéndose todo el tiempo?
—Si sirve de algo, creo que lo que sucedió entre tú y Mercy te hizo más
bien que mal.
Hart asintió. Era más fácil hablar con su amiga en el mundo de la penumbra,
donde todo era tenue y difícil de ver. Eso lo hacía más valiente. Volvió a hablar.
—Vivir como una persona normal, cuando no estás segura si alguna vez vas
a morir.
—¿Y cuántos de esos semidioses sabes con certeza que son inmortales?
—Uno.
—¿Rosie Fox?
Hart asintió.
—Exacto. Los Dioses Nuevos no son como los Dioses Antiguos. Están a
una generación de distancia del Desconocido, y para ser honesta, no creo que sean
tan diferentes de nosotros. Los mestizos de los Dioses Antiguos eran mucho más
propensos a ser inmortales, y la mayoría de ellos encontraron su camino hasta allí.
—Alma asintió hacia las estrellas.
Sin previo aviso, una de las cartas de Mercy vino a la mente de Hart. Podía
ver la forma en que las palabras se inclinaban y formaban un bucle en la página:
Supongo que pone las cosas en perspectiva, o es más preciso decir que, tú pones
las cosas en perspectiva para mí, mirar hacia el cielo nocturno y sentirme parte
de algo más grande que yo.
—Puedo ver por qué estás preocupado, y para ser honesta, estoy preocupada
por ti —continuó Alma—. Me gustaría pensar que la curación rápida es
simplemente tu don. Pero sí… lo único que puedes hacer es tomar las cosas un día
a la vez, como cualquier otra persona.
331
Se quedó despierto en la cama de invitados mientras la perspectiva de su
inmortalidad se cernía sobre él, sintiéndose más como un hecho que como una
posibilidad. Los muelles de la cama chirriaron en señal de protesta cuando se puso
de lado, intentando ponerse cómodo. La cama de invitados era mejor que su catre
de acampar, pero palidecía en comparación con el gigantesco colchón suave de
Mercy. Por otra parte, cualquier cama sin Mercy en ella se sentía vacía. Se
preguntó si ese vacío se disiparía con el tiempo. Una parte de él esperaba que lo
hiciera, y otra que no lo hiciera.
Si tenía éxito, Duckers y todos los demás dentro de Tanria estarían más
seguros, y Mercy y todos los demás en las ciudades fronterizas también estarían
más seguros. Si fallaba, al menos descubriría si era mortal o inmortal. Durante
treinta y seis años, el desconocimiento de su destino lo había estado matando
lentamente. Esta noche, por fin, Hart pretendía vivir.
—Gracias —susurró.
—Lo sé, pero quería agradecerte por proveerme de libros todos estos años
—dijo a medida que le entregaba la pila que estaba devolviendo.
—Es lógico —murmuró Hart, pero entonces recordó la forma en que esta
bestia se había quedado y rescatado a Duckers de las aguas crecientes, la forma en
que no había rehuido a los drudges aquella noche. Acarició la suave nariz del
équido marino, incongruentemente delicada debajo de su mano callosa—. ¿Sabes
qué? Eres exactamente el imbécil para el trabajo.
Ensilló y cabalgó hacia Tanria con una mochila más llena de armas que de
comida, porque no planeaba quedarse mucho tiempo. A medio camino de su
destino, se detuvo para dejar que Saltlicker descansara, pastara y enroscara sus
patas en un arroyo mientras Hart preparaba una taza de té y comía una manzana.
No era una gran última comida, pero se empeñó en saborear el té. Mientras bebía,
se sentó en silencio, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Uno por uno,
pensó en las personas que le habían importado, apartando el remordimiento y el
arrepentimiento que solían acompañar sus recuerdos. Ahora solo quería amor a su
lado.
Mamá.
Abuelo.
Bill.
Gracie.
Alma.
Diane.
Duckers.
334
Mercy.
Deseó poder leer las cartas de Mercy por última vez, pero las había dejado
en su apartamento aquella noche olvidada por los dioses en que ella lo había
echado.
—Puede que seas la última criatura viva que vea en esta tierra, así que deja
de ser tan idiota —le dijo Hart.
—Si se pone muy difícil, sal de aquí. ¿Entendido? —le dijo a Saltlicker, que
dio un pisotón y resopló. El semental ya estaba nervioso, sintiendo el mal de este
lugar. Hart había esperado dirigir con las rodillas para tener las dos manos libres
para las ballestas, pero no había forma de que eso funcionara ahora. Tendría que
sujetar las riendas con la mano izquierda, lo que le dejaría con una sola pistola de 335
seis tiros en la mano derecha para protegerse.
Que así sea, pensó. Por décima vez en otros tantos minutos, se aseguró de
que las ballestas en sus fundas estuvieran cargadas. Deslizó el estoque dentro y
fuera de la vaina y tocó el mango de cada machete atado a su espalda. La daga en
su brazo era desconocida e incómoda, pero la dejó. Más vale ir sobrado de armas
que desarmado. Exhaló un suspiro, como si pudiera arrojar al viento sus
pensamientos agitados. Luego se puso las riendas en la mano izquierda y pateó los
costados de Saltlicker.
El corcel se lanzó desde los árboles hacia el campo abierto, pero comenzó
a luchar inmediatamente contra las riendas, intentando retroceder cuando los
primeros drudges se interpusieron en su camino. Hart tiró con fuerza, manteniendo
el rumbo. Apuntó con cuidado y apretó el gatillo, derribando uno de los drudges.
El alma se desprendió del cuerpo a medida que más drudges entraron en el campo,
interponiéndose entre la casa y él. Hizo otro disparo y falló, luego otro, eliminando
un segundo cadáver infectado. Otro disparo. Otro. Otro más. Atravesó el prado
sobre el semental en pánico, manteniendo a duras penas a la criatura a raya
mientras tiraba a un lado la ballesta vacía y sacaba la siguiente. Algunos drudges
cayeron y liberaron sus almas, pero llegaron más, luego más y más, una barrera
creciente entre Hart y su destino. Agarró la última ballesta de su funda, y cuando
también estuvo vacía, deslizó un machete de su espalda.
El équido y el jinete se lanzaron hacia los cuerpos. Hart intentó abrirse paso,
pero antes de llegar al otro lado, Saltlicker chilló, un sonido que desgarró el
crepúsculo. El semental corcoveó con fuerza, pateando a los drudges y arrojando
su jinete a la multitud.
Hart se estrelló contra los cuerpos, tanto los frescos como los podridos, y
perdió el agarre del machete. Un mar de drudges lo rodeó, tirando de él hacia abajo.
Dientes se hundieron en la carne de su hombro, estómago y pantorrilla, una
sinfonía primorosa de dolor. Una mano esquelética le rodeó la garganta. Agarró la
única arma a su alcance, la daga que llevaba en el brazo, y le cortó la mano por la
muñeca. El drudge chilló cuando Hart lo pateó en el pecho, empujándolo hacia la
horda letal.
Con la daga aferrada en sus nudillos blancos, Hart cortó sin pensar ni
dirección, despejando una abertura sobre él. Se arrastró sobre los cadáveres,
pateando para liberarse de un drudge agarrando su tobillo. Se tambaleó sobre la
multitud salvaje hasta que consiguió ponerse en pie. Sangrando y sin aliento, se 336
lanzó desde la espalda de un drudge, aterrizando y rodando en el suelo, y
tambaleándose hasta ponerse de pie antes de que pudiera ser enterrado otra vez.
La casa estaba a unos treinta metros delante de él. Tuvo el tiempo suficiente
para pensar: Bien podrían ser mil antes de que estuviera cortando otra embestida.
Sabía que no podía superar a tantos, pero de todos modos, corrió hacia adelante
mientras la mordedura en su pantorrilla le gritaba que se detuviera.
Cada vez que una mano lo alcanzó, la cortó con el machete que le quedaba.
Cada vez que dientes le rozaron la garganta, golpeó con la daga. Cada vez que
intentaron detenerlo, escapó. Más y más almas incorpóreas se reunieron y
aumentaron a su alrededor a medida que él se tambaleaba, lanzaba y retorcía su
camino hacia la casa, con sangre goteando en uno de sus ojos, saliendo de su nariz,
chorreando por su garganta y empapando su ropa. Agitó sus cuchillas, cortando
cuerpos en pedazos. Tosió y escupió sangre, pero siguió adelante, metro a metro,
paso a paso…
Cayó sobre los escalones del porche delantero con un drudge sobre su
espalda. Aprovechó el impulso de su caída para agarrarlo y arrojarlo sobre los
tablones. Luego clavó la daga en el apéndice de la cosa. El alma se elevó cuando
liberó la hoja con una succión húmeda y se puso de rodillas. Otro drudge fue a por
él cuando alcanzó el pomo de la puerta, le agarró el brazo y le arrancó la carne del
antebrazo con los dientes manchados de sangre. Cegado por el dolor, Hart aulló de
agonía. La daga cayó de su mano inútil y repiqueteó en el porche delantero.
Su porche delantero. No le importaba si esta era la Casa del Dios
Desconocido o su propia muerte esperándole en Tanria, disfrazada del lugar donde
creció. Para él, éste era su hogar. Lo habían acunado para que se durmiera en el
regazo de su abuelo en aquel columpio viejo. Se había sentado junto a su madre en
estos escalones, cada uno con un cono de helado escurriendo. Se negaba a fracasar
aquí. Esta era su jodida casa.
Lo intentó de nuevo.
Cerrada. 337
Se sacudió las almas rodeándole la cara y, con un último gruñido de
esfuerzo, clavó la hoja del machete en la madera, pero la puerta siguió cerrada ante
él.
—¡Esta puerta nunca estuvo cerrada ni un día en mi vida! —gritó, con las
palabras arrastradas por sus dientes rotos.
Entonces, recordó que había una razón por la cual a las personas se les daba
una llave al nacer, una razón por la cual la placa de identificación que llevaba
alrededor del cuello tenía la forma de una llave. Con una mano temblorosa, se quitó
la cadena del cuello y buscó a tientas su placa de Birdsall e Hijo, la metió en la
cerradura e intentó girarla. La cerradura se mantuvo firme. Los seguros no se
movieron.
Venían más. Iba a morir aquí. Podía sentir cómo se le escapaba la vida.
Mientras su mente se aferraba a los pensamientos de Duckers, Alma y Diane, y
Mercy… Mercy… y Mercy, se sintió tan aliviado de saber que, después de todo,
era mortal.
Dejó caer el estoque y agarró la llave de su madre con los dedos casi
muertos, la introdujo en la cerradura y la hizo girar en el sentido de las agujas del
reloj. Se oyó un chasquido de respuesta cuando los pestillos cayeron en su sitio.
Con el pecho ardiendo de esperanza, Hart se puso de pie y giró la perilla. La puerta
era muy pesada, como si fuera de plomo y no de madera. Empujó con fuerza, pero
apenas se movió. Un gemido escapó de su boca cuando apoyó su hombro en la
madera y puso su cuerpo en ella, empujándola para abrirla, centímetro a
centímetro. Se desangró en la veta de la madera. Todo su cuerpo ardía de dolor.
Había algo mal con sus pulmones. Todo lo que podía hacer era esa única cosa, esa
apertura lenta de una puerta que solo él podía ver.
Un silencio extraño retumbó detrás de él. Observó la luz ámbar de una sola
alma cerniéndose sobre su hombro, y luego se adentró en la casa. Otra alma le
siguió. Cinco más. Diez. Docenas.
Hart empujó con más fuerza, se deslizó por la abertura, apoyó el pie en la
jamba y sostuvo la puerta abierta con su cuerpo mientras el peso de ésta se resistía, 338
amenazando con aplastarlo.
—¡Por mis hijas! Para que conste, cuando dijeron que querían derribar a
Curtis Cunningham, ponerse en un peligro mortal no era lo que tenía en mente.
No por primera vez en las últimas cuarenta y ocho horas, Danny estalló,
como el agua atravesando una presa.
—¡Lo es! ¡Muy malo! Si alguna vez vuelves a hacer algo así, te…
—Ya. Se fue. Estoy segura de que fue un gas. ¿Qué estabas diciendo?
—¿Quizás?
—Protestaría, pero no quiero estar aquí cuando rompa fuente. Eso suena
repugnante. Pen, ¿vienes conmigo?
—Sí, por favor. —La forma en que Pen se lanzó de su silla dejó en claro
que estaba de acuerdo con su novio.
Una vez que salieron por la puerta, papá, Danny y Mercy observaron a
Lilian a medida que picoteaban su comida. Después de varios minutos de que su 340
familia se quedara boquiabierta, y de los malos intentos de una conversación ligera,
Lil los miró con enfado.
—Soy una mujer embarazada, no una bomba que está a punto de estallar.
Ooh, excepto que esta vez está empezando a doler.
Danny chilló de dolor, por lo que Mercy se estiró y retiró los dedos de su
hermana suavemente de los huesos pulverizados de su cuñado.
Lil hizo un gorgoteo de rabia que sonó como un équido salvaje listo para
enfrentarse en una piscina de peleas. Mercy y Danny compartieron una mirada de
desesperación. Papá era el único Birdsall que no parecía preocupado, riéndose
mientras se levantaba de la mesa y se sentaba en su sillón reclinable. Desdobló su
periódico y se llevó los anteojos de las cejas a la punta de la nariz.
—¿Será que Zeddie y Pen pueden abstenerse de hacerlo mientras estoy 341
dando a luz? —gruñó Lilian a medida que Danny la guiaba para que se sentara en
uno de los sillones del salón.
—Me parece que al menos una persona en esta casa debería poder divertirse
esta noche —murmuró Danny a Mercy—. O supongo que, dos.
—¿Qué pasa?
—No estoy segura, pero por lo que he oído, hay cadáveres no infectados
por todo Tanria. Se espera una gran admisión esta noche.
Lilian aferró los brazos de su silla, sus dedos como garras.
—Lo siento, pero la ley te obliga a abrir. Ahora. Necesitamos todos los
cupos que podamos conseguir en cada ciudad.
Ahora Zeddie y Pen estaban al pie de las escaleras. Debieron haber captado
la esencia del informe, porque los labios de Pen se apretaron y subió las escaleras
hacia los dormitorios.
342
—¿A dónde vas? —preguntó Zeddie, siguiéndolo.
—A buscar mi mochila.
—Por las tetas y testículos de los dioses, ¡ni siquiera sabes qué es «eso»!
Pen tomó a Zeddie por las mejillas y le plantó un beso profundo en la boca.
Luego presionó su frente contra la de Zeddie.
—Te amo.
—También te amo —susurró Zeddie derrotado.
—Esta es una gran salida, pero me acabo de dar cuenta, necesito que me
lleves a la estación.
Mercy agarró su bolso y empujó a Leonard hasta que rodó fuera del sofá.
—No. No.
—¿Me dejan? ¿Todos? ¡Maldita sea, que se joda el Guardián por el culo
con la puta tibia del Abuelo Hueso!
343
—Para alguien que trae una vida nueva al mundo, seguro que sabes cómo
invocar a los dioses de la muerte —le dijo Zeddie a Lilian antes de volverse hacia
Pen—. Estoy súper enojado contigo, pero considerando todas las cosas, llevarte a
la estación es probablemente mi mejor opción en este momento.
—Los odio a todos —dijo Lilian a medida que Danny los abrazaba a cada
uno de ellos.
—Creo que podría estar sacando el mejor provecho de todo esto —le dijo
Mercy.
Enterrado en sus palabras también estaba Cuida de Hart. Ella sintió que él
entendió lo que quiso decir sin que tuviera que decirlo.
—Lo haré.
—¿Cinco?
—No que sepamos. Los drudges comenzaron a caer muertos por todo
Tanria sin ninguna razón aparente. Hay cuerpos por todas partes.
No habían terminado de empujar los cinco cuerpos hasta el ascensor del
astillero cuando el siguiente autoduck retrocedió por el callejón.
—De acuerdo. Cierto. Menos mal que uno de nosotros recordó pedir más
sal la semana pasada.
—Lo sé. Es por eso que me ocupé de eso en el día de los huesos.
—Va a ser difícil, pero no durará para siempre. Apretaremos los dientes, y
lo superaremos.
Les tomó una hora más o menos encontrar un ritmo. Papá evaluó el estado
de cada cadáver y los clasificó mientras Mercy transportó los cadáveres por el
ascensor y los guardó lo mejor que pudo. Cada vez que llegó otro cadáver (o dos
o tres), Mercy se reunió con los alguaciles en el muelle y fijó el papeleo en la lona
de cada cuerpo hasta que ella y papá pudieran completarlo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a medida que él ponía la comida
en la mesada de la cocina.
—Cuando dejé a Pen en la estación parecía un zoológico. Supuse que les
vendría bien un poco de fuerza.
—¡Te amo!
—Qué asquerosa.
—¿Mercy?
—Estoy segura de que está trasladando cuerpos como todos los demás.
Alma se acercó.
—Estaba de baja por enfermedad, pero nos enteramos de que entró esta
mañana en Tanria a través de la Estación Norte. Dicen que estaba armado hasta los
dientes, como si supiera que algo iba a pasar, y ahora tengo cientos de cuerpos en
mis manos, drudges no infectados por lo que parece, pero no a Ralston. Todos los
demás alguaciles asignados a la Estación Oeste están contabilizados, excepto por
él. Si tienes alguna información, por pequeña o insignificante que te parezca, te
agradecería que nos la hicieras saber.
Las palabras cayeron sobre Mercy como un montón de ladrillos. Hart había
desaparecido y cientos de cadáveres inexplicables habían aparecido por todo
Tanria. Un nudo de impotencia apretó su garganta cuando pensó en Hart sentado
en su sofá, mirando más allá de ella a medida que le contaba lo que había sucedido
hacía tantos años cuando él y Bill habían intentado enviar a las almas perdidas al
más allá, el peso de su voz una sombra de la carga que había llevado dentro de él
durante tanto tiempo.
Una cosa era decirles a Alma y Pen adónde podría haber ido Hart. Decirles
por qué podría estar allí, incluso si eran sus amigos, era una traición a su confianza
que Mercy no se atrevía a romper.
—Vamos.
Mercy se quedó allí, congelada, escuchando mientras Alma les decía a los
alguaciles en el muelle que la encontraran en la estación. Zeddie volvió a besar a
Pen para despedirse, luego se apoyó en la jamba de la puerta del astillero, sus
pantalones verde amarillento extrañamente animados, incluso en ese entorno. Papá
pasó un brazo alrededor de Mercy.
Mercy quería que Hart estuviera vivo más que nada en el mundo, pero a
medida que reflexionaba en las palabras de Zeddie, una tristeza horrible la invadió.
Se quitó los anteojos y se presionó los ojos con las palmas de las manos
para contener las lágrimas. Ahora no podía ayudar a Hart, pero podía respetar los
últimos deseos de los desafortunados que habían sido entregados a Birdsall e Hijo
esta noche. Se puso los anteojos, se sonó la nariz con el pañuelo que guardaba en
el bolsillo y asintió hacia papá.
—Pongámonos a trabajar.
—Vamos. Sentémonos.
La guio cuatro pasos hacia la puerta antes de que ella protestara, alejándose
de él.
—Necesitas descansar.
—No.
—Pastelito…
—No les estás haciendo ningún bien si estás muerta sobre tus pies.
La guio nuevamente hacia la puerta, y ella lo dejó. Ambos cansados,
caminaron arrastrando los pies por el pasillo hasta el vestíbulo.
Mercy dejó escapar una risa llorosa, y se dejó caer en una silla. Papá se
sentó a su lado y Zeddie salió de la cocina con una taza de café para cada uno.
—Si le dices a papá que no puede tomar una taza de café, te golpearé.
—Zeddie, eres una influencia terrible, pero me alegra que te hayas quedado
para ayudar esta noche.
Oyeron pasos resonando por los tablones segundos antes de que Danny
350
irrumpiera en la habitación, jadeando por haber corrido hasta allí, con una sonrisa
en sus mejillas sonrosadas.
—¡Emma Jane está aquí! ¡Tres kilos doscientos gramos! ¡Lil lo hizo genial!
¡Todos están bien!
—Pensé que estaba a punto de relatarnos cada detalle del parto —dijo
Zeddie después de acompañar a su cuñado a la puerta—. Gracias a Dios que se
desvió de ese tema. No creo que hubiera podido soportar los detalles.
Zeddie aún sostenía la puerta abierta cuando Alma entró en el vestíbulo, con
los ojos inyectados en sangre y la boca apretada.
El pozo que se había abierto dentro de Mercy más temprano en la noche se
extendió a lo largo y ancho, oscuro como una noche sin luna, amenazando con
tragarla por completo.
351
Cuando su madre murió, Mercy se había imaginado sumergiéndose en el
fondo de una piscina y permaneciendo allí, con los sentidos apagados y
amortiguados, su cuerpo frío e ingrávido. La misma sensación la invadía ahora, la
bendita sensación de entumecimiento.
—El cuerpo es demasiado alto para una carretilla, así que vamos a tener que
traerlo en camilla, a menos que prefieras que lo llevemos a otro sitio. Dadas las
circunstancias…
—Pastelito, quizás sea mejor que vaya a Faber e Hijos. —Papá tomó sus
manos entre las suyas, pero no encontró consuelo en el gesto. Tenía tanto frío que
no podía dejar de temblar.
—Mercy…
Alma la estudió, sus ojos de semidiosa más luminiscentes por las lágrimas
no derramadas y asintió. Detrás de ella, Mercy pudo ver cómo Zeddie acogía en
sus brazos a un Pen sollozante y lo dirigía a la cocina.
Mercy se enfrentó a otra mirada inquisitiva del alguacil en jefe antes de que 353
Alma accediera.
Alma aspiró con fuerza y una sola lágrima cayó por su mejilla izquierda.
En mal estado significaba que había sufrido cuando murió. Pero ahora ya
no le dolía nada, así que hizo lo posible por apartar ese pensamiento. Ya se
ocuparía de eso más tarde. Ahora, Hart necesitaba que ella hiciera su trabajo.
—Puedo manejarlo.
—Bueno, yo no creo que pueda, así que te dejaré con ello. —Alma cruzó la
mesa y rozó el brazo de Mercy antes de dejarla a solas con el cadáver de Hart
Ralston.
Mercy le había dicho que no quería volver a verlo, y él había cumplido sus
deseos. Ahora, mientras se preparaba para ver sus restos, daría cualquier cosa por
oír el tintineo de la campana en la entrada y entrar en el vestíbulo para encontrarlo
de pie junto al mostrador. 354
Podía oír a Alma y a papá hablando en voz baja en la entrada, y a Zeddie
consolando a Pen en la cocina con una combinación de palabras suaves, caricias y
bollos de crema rancia, pero el silencio del astillero le llegó hasta la garganta,
amenazando con llenarla de una pena que la arrasaría. Tomó el precioso transistor
que le había regalado Hart, le dio cuerda a la manivela y encendió el interruptor.
No puedo con esto, pensó una vez más, pero sus manos siguieron
trabajando, la memoria muscular tomando el control mientras su mente se
estremecía ante lo que veía sobre la mesa.
Su ropa era insalvable, así que la cortó con unas tijeras. Escuchó el crujido
de papel en el bolsillo de su peto cuando le quitó la prenda de los brazos
agarrotados, y tomó nota mentalmente de que recuperaría lo que fuera una vez que
lo hubiera limpiado, salado y envuelto. Se llevó la camisa, el peto, la ropa interior,
el único calcetín y la bota que traía; el otro conjunto lo había dejado en un prado
tanriano. Hizo una pila ordenada en el suelo, recordando la forma tan cuidadosa en
que Hart había doblado su overol mientras ella se bañaba. Apartó el recuerdo con
todas sus fuerzas.
Las llaves húmedas relumbraron a la luz del gas. Mercy alcanzó el metal y
las tocó como hacía cuando Hart estaba en su cama, con la cabeza apoyada en el
pliegue de su hombro, una concavidad que parecía delgada y cavernosa a la vez en
la muerte. Mi rincón de las caricias, pensó sin querer. 355
La tristeza la golpeó tan fuerte que dejó caer la manguera y gritó cuando el
agua fría le mojó los zapatos y una de las perneras del pantalón. Sin dejar de llorar,
cerró el grifo y se aferró a la mesa.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—Lo haré, pero quiero repasar algunas cosas contigo y con la jefa Maguire
cuando vuelva.
—¿A dónde fue?
—Yo lo haré —dijo papá, pero los quejidos de Leonard se hicieron tan
agudos y pronunciados que de todos modos lo siguió al vestíbulo. El perro se
paseaba de un lado a otro, nervioso. Mercy intentó acariciarlo, pero se apartó de 356
su mano y ladró, aunque no había nada a lo que ladrar. Abrió la puerta y trató de
convencerlo de que saliera, pero no quiso—. Le gustaba el alguacil Ralston,
¿verdad? —dijo papá en voz baja.
—¿Zeddie?
El otro nimkilim pasó junto a Mercy, dictando su argumento por encima del
hombro mientras se dirigía directamente al astillero.
—Por favor, podría limpiar el suelo con las plumas de tu cola y aún me
quedaría tiempo para tomar algo en el pub —respondió el conejo a medida que
entraba en el embarcadero.
Fue Horatio quien se alzó victorioso, agitando triunfante una carta mientras
declaraba:
—¡Ajá! ¡El vencedor se lleva el botín! —Pero su triunfo se evaporó cuando 358
leyó la dirección y miró a Mercy con ojos afligidos—. Ah, querida mía. Lo siento
mucho.
—Aw, no. Él no. —El conejo se puso de puntillas para ver mejor el cuerpo
sobre la mesa—. No, no, no. Maldito imbécil. —Sacó un pañuelo rojo de su
bolsillo y sollozó en él.
—Hazlo tú.
26 Main Street
Eternity, Bushong
Mercy miró el cuerpo rígido de Hart antes de abrir el sobre con dedos
entumecidos y leer la última carta que le había dirigido.
359
Querida amiga,
Mi queridísima,
Mercy,
Podría decirte que soy alto, tengo el cabello rubio y los ojos grises. Podría
decirte que mi color favorito es el amarillo, porque tu color favorito es el amarillo.
Podría decirte que soy un semidiós y un alguacil de Tanria y, como te informé en
mi primera carta, un idiota. Incluso podría intentar decirte que soy «tu amigo»,
pero con toda honestidad, ¿cómo puedo reclamar ese título? Un amigo no miente
ni oculta la verdad como lo hice.
Esta es mi forma indirecta de decir que lo siento. No «lo siento, pero». Solo
lo siento. Y punto. Tenía miedo de que no sintieras por mí lo que he llegado a
sentir por t… he sentido desde el día en que entré en Birdsall e Hijo y allí encontré
a una mujer que era color, luz y alegría pura en un mundo que había llegado a
parecerme incoloro, lúgubre y pésimo. Pero eso no es excusa. No hay excusa para
ocultarte la verdad. Soy débil. Es todo lo que puedo decir de mí.
No soy un hombre bueno, como bien sabes, pero al menos puedo decirte
con absoluta certeza que soy un mejor hombre por haberte conocido. Mis cartas
a ti me han permitido ser lo mejor de mí de la única manera que sé, ya que parece
que no puedo hacer que las palabras correctas salgan de mi boca cuando las
necesito. Y estar contigo, la verdadera tú, dioses, ¿qué puedo decir? ¿Qué
palabras podrían hacer justicia al precioso tiempo que me has dedicado? Me has
dado ganas de vivir mi vida, en lugar de pasar el tiempo preocupado por mi
mortalidad (o la falta de ella). Tal vez sea una bendición mixta, pero es más una
bendición que una maldición, así que gracias, Mercy, por inspirarme a ser mejor
de lo que soy. Siempre has sido misericordiosa, aunque mi estúpida boca necia
diga lo contrario.
Una vez me dijiste que tenía un estoque por corazón y una sombría novela
deprimente por apéndice, pero la verdad es que, si alguien se molestara en arañar
mi quebradiza superficie escarpada, descubriría que mi corazón y mi alma
pertenecen entera y plenamente a Mercy Birdsall, el mejor ser humano cuya
superficie he tenido el privilegio de arañar.
Si fuera valiente, te enviaría esta carta. Si fuera más valiente, la destruiría. 360
Pero no soy valiente y nunca lo fui, no como tú, así que la guardaré junto a mi
corazón, sin enviar y sin leer, hasta el día de mi muerte. Si es que muero. ¿Y quién
sabe? Quizás entonces llegue a ti de algún modo, mis palabras demasiado tarde
como siempre y nunca dignas de ti para empezar.
Espero que algún día le des tu corazón a alguien bueno y decente, y que a
cambio aprecies su corazón. Pero es raro el hombre que te merece, así que te dejo
con esto: Te deseo una vida feliz, rodeada de la gente que quieres y que te quiere
a cambio.
Tu amigo,
Sinceramente,
Con amor,
Hart
361
Hart robó una galleta de la rejilla de enfriamiento en el mostrador cuando
su madre no estaba mirando. Casi había llegado a la puerta trasera cuando ella le
preguntó:
—Chaqueta.
Puso los ojos en blanco a medida que arrancaba su chaqueta del perchero,
y luego atravesó la puerta y bajó los escalones.
—¡Lo haré!
—¡Está bien! ¡Adiós, mamá! ¡Te amo! —gritó por encima de su hombro,
la chaqueta ondeando en el viento mientras corría, arrastrándose de su mano como
una cometa.
—¡También te amo!
Pasó por delante del ganado, que se quejó cuando Gracie intentó reunirlo,
pero el perro corrió cuando Hart emitió un silbido agudo entre los dientes. Lo
siguió a través de la puerta mosquitera y olfateó al gato atigrado naranja de Diane,
que arqueó el lomo y se alejó escabulléndose. Hart se sirvió un refresco; parecía
que siempre había un suministro interminable en la nevera.
Bill.
Había algo sobre Bill que debía entristecerle, pero no podía recordar qué
era.
Hart se quedó congelado en el lugar, aturdido, sin saber qué debía sentir.
—¿Bill?
—¿Qué? No. —El hombre miró su cuerpo—. Ah, claro. Eso tiene sentido 364
—Observó su entorno—. Sí, todo esto tiene sentido. —Volvió a mirar a Hart y le
dedicó una sonrisa cariñosa.
—Bill —dijo Hart nuevamente, excepto que esta vez, no fue una pregunta.
—No, lo siento. Puede que esta vez no veas a Bill. Se está aferrando a
mucha culpa cuando se trata de ti, preocupado de que no vayas a perdonarlo,
cuando obviamente, lo perdonaste hace mucho tiempo, si es que alguna vez lo
culpaste para empezar. Dale tiempo. Entrará en razón.
Hart miró boquiabierto al hombre. No sabía qué decir, porque este era
definitivamente Bill, hasta la cicatriz en su ceja derecha y las puntas faltantes de
los dos últimos dedos de su mano izquierda. El hombre arrojó el portapapeles sobre
el mostrador. Se acercó, deteniéndose a unos metros frente a Hart.
—Soy tu papá.
Hart siguió mirando al hombre que tenía delante, que, por lo que a él
respectaba, era su mentor y el único padre de verdad que hubiera tenido. Al final
habló, su tono uniforme cuando sus sentimientos no lo eran.
—Sí.
—Vaya. Hartley James. He esperado treinta y seis años para este día. ¿Hay
alguna posibilidad que me des un abrazo?
El hombre que no era Bill y que decía ser uno de los dioses de la muerte
(que, por lo que sabía Hart, nunca había engendrado un hijo en toda la historia
registrada) dio un paso hacia él. Él dio un paso atrás en respuesta. No quería tener
nada que ver con el Guardián, el padre que nunca estuvo allí, la cosa que llevaba
la piel de Bill como si tuviera algún derecho sobre ella.
—Jeff, ¿qué está pasando aquí? —Dijo el nombre como una maldición.
—Llegaste a casa.
Hart exhaló frustrado a medida que miraba alrededor del vestíbulo. Conocía
este lugar, y sabía que no era bienvenido aquí, aunque le costaba recordar por qué.
Definitivamente no era su casa.
—Deberíamos hablar.
Hart miró al Guardián, que seguía pareciéndose en todo a Bill. Luego dirigió
su atención al brumoso cielo rosa y naranja.
—Aquí es donde iba cuando deseaba tener un papá con quien hablar. 366
—Lo sé.
El dios estaba ahora más cerca. Hart se puso rígido cuando la mano del
Guardián se posó en su hombro, pero no se apartó.
—Sí.
Fue entonces cuando recordó a Mercy, y el dolor que vino con el recuerdo
le hizo poder olvidarla otra vez. Pero no quería olvidarla. En cuanto ella volvió a
su mente, se aferró a ella y se negó a soltarla. Sería como leer un libro que no
termina, le dijo en su mente. Por muy buena que sea la historia, querrás que
termine en algún momento. Pero se equivocaba. Ahora que la sombría novela
deprimente que era su vida había llegado a su fin, quería que la historia continuara.
Su boca formó una línea dura en su rostro antes de volver a hablar con el
Guardián.
—¿El final? —El Guardián negó con la cabeza—. Nunca entenderé por qué
367
los mortales tratan la muerte como si fuera el golpe de un hacha en lugar de la lenta
cocción al vapor del agua en una olla.
—Si vas a hablar como un puto poema, puedes mantener la boca cerrada.
Ya sabes, como has estado haciendo durante los últimos treinta y seis años de mi
jodida vida.
—¿Estás diciendo que tu vida no fue nada? Porque si es así, qué desperdicio
de treinta y seis años.
—No.
Miró a Hart, sus ojos menos inquietantes ahora, pero Hart no podía hablar,
no podía moverse.
Por supuesto que Hart había estado allí. Su madre lo había llevado cada vez
que iban a la ciudad, y aunque no habían tenido mucho dinero, le había comprado
todos los cómics de Gracie Goodfist que podía llevar en sus pequeñas manos. No
es que pudiera decirle al Guardián nada de esto; aún estaba congelado en su lugar.
»Creo que ella pensó que estaba bromeando, porque se rio. No estaba
369
bromeando, pero ella tenía un hueco entre sus dientes frontales, que algunas
personas piensan que es un defecto, pero para mí la hacía encantadora.
Perfectamente imperfecta. De repente, todo lo que quería era hacer reír a esta mujer
tan a menudo y tanto como pudiera. No fue amor a primera vista, exactamente,
más como un reconocimiento. En ese momento entendí que iba a enamorarme de
ella si me quedaba. Así que, me quedé. Y ese dolor que sentí, aquel que no podía
entender, desapareció. Puf. Así de simple.
Hart podía ver su propia mano escribiendo las palabras en la página: Quizás
haya un consuelo extraño en saber que al menos una persona siente algo por mí.
Por supuesto, ese no había sido el final de la oración. Aunque ese sentimiento
pueda describirse mejor como odio, terminó su memoria por él, y recordó con una
puñalada nueva de soledad que Mercy lo odiaba otra vez.
Es más tiempo que el que tuve con Mercy, maldito imbécil. Hart echó
espuma por dentro.
—¿Te preguntarás qué pasó, por qué me fui si era tan feliz?
No me importa. Las palabras estaban ahí en la punta de su lengua inútil,
pero entonces comprendió que era mentira. Sí quería saber. Siempre había querido
saber.
Los ojos del Guardián ahora parecían casi humanos, con las pupilas negras
bordeadas de gris pálido. Los propios ojos de Hart, mirándole fijamente.
La única lágrima del dios rodó por el rostro rugoso de Bill. Se la quitó de
encima y murmuró:
—Claro que sí. Claro que sí. Ahora está en casa. Vino conmigo a casa.
—La he visto.
—Lo sé.
—También lo sé.
—De todos modos, todas esas almas terminaron atrapadas en Tanria, lo cual
tiene sentido. No podían quedarse en el mundo mortal, pero gracias a mí y al
Abuelo Hueso, no pudieron entrar en la Casa del Dios Desconocido cuando se
suponía que debían hacerlo, de modo que quedaron atrapados en el único lugar del 371
mundo que está entre la vida y la muerte. La cosa es que, un alma sin cuerpo se
confunde mucho en el plano mortal. Después de un tiempo, esa alma piensa que
se supone que está viva y busca un cuerpo para habitar de modo que pueda seguir
existiendo a su manera terrible. En ese momento, no había humanos en Tanria, por
lo que no era un gran problema, pero cuando la gente comenzó a llegar, las cosas
se pusieron feas muy rápido. Intentamos acorralar a las almas perdidas, pero a esas
alturas era como arrear gatitos asilvestrados, y no había nada que pudiera hacer
más que abrir la puerta a las almas que murieron demasiado pronto porque
abandoné mi puesto hacía treinta y seis años y creé las cosas que creo que llamas
drudges.
—No lo entiendo. ¿Por qué no pudiste abrir la puerta, y también dejar entrar
a las almas perdidas?
—No vendrían.
—Entonces, ¿todos los drudges se han ido a casa? ¿Ya no hay más almas
perdidas en Tanria?
—Así es.
—Sí.
—Está bien.
372
El Guardián lo empujó cariñosamente.
—¿Ves? Estás triste por irte, como todos los demás. Así que, después de
todo, no fue un desperdicio de treinta y seis años.
—¿Qué quisiste decir con lo de que había muerto «por primera vez»?
—Lo mismo.
El abuelo estaba sentado en los escalones traseros, fumando una pipa, cuyo
aroma dulce llenó la nariz de Hart con el olor a su hogar y consuelo.
—También te amo. —Estaba tan cansado que apenas pudo formar las
palabras.
—¿Papá?
—¿Sí?
374
Era hora de coser las heridas de Hart. Algunos servicios fúnebres se saltaban
este paso, especialmente si el cuerpo estaba programado para la cremación. Mercy
aún no tenía idea de cuáles eran los arreglos de Hart, pero solo el Mar Salado podría
evitar que hiciera esto por él al final. Excepto que, mientras estaba de pie junto a
él con la aguja y el hilo en la mano, no se atrevió a hacerlo. Si lo cosía, tendría que
salar su cuerpo a continuación, y si salaba su cuerpo, tendría que recitar los
encantamientos sobre él, y si recitaba los encantamientos, tendría que envolverlo
en una lona, y si lo envolvía, nunca lo volvería a ver. Si hacía todas esas cosas,
tendría que construir su barco y enviarlo por el Mar Salado a la Casa del Dios
Desconocido. 375
Él ya se fue, le rogó su cansado cerebro aletargado a su corazón que
entendiera, pero su corazón aún no podía aceptarlo.
—Están aquí.
—Iré en un momento.
Su padre la dejó sola con el cuerpo. Mercy besó la sien de Hart, luego lo
cubrió con una lona como si lo estuviera metiendo en la cama. Se quitó el pañuelo
sudoroso, se alisó el cabello y se dirigió a la oficina, donde encontró a su padre,
Alma Maguire, y a una mujer menuda de pie alrededor del escritorio.
—No creo que hayas conocido a mi esposa, Diane —dijo Alma, más serena
de lo que había estado hace unas horas—. Diane, esta es Mercy Birdsall. Ella se
está encargando de nuestro Hart.
Nuestro Hart. ¿Por qué pensó que estaba solo, cuando claramente, estas dos
mujeres lo amaban tanto como…?
Había pensado que no tenía más lágrimas que derramar, pero estaba
equivocada. Abrazar a Diane fue como abrazar a su propia madre, así que se aferró
a la mujer diminuta mucho más tiempo del que debería. Y Diane, por su parte, se
aferró a Mercy con la misma fuerza, jadeando con sollozos tan pequeños como
ella.
—No tienes nada por qué disculparte. —Diane sacó un pañuelo de su bolso
y secó las mejillas de Mercy, aunque las suyas estaban húmedas—. Está limpio.
Lo prometo.
376
Una risa llorosa estalló en Mercy como el último e inesperado gorgoteo de
una cafetera. Aceptó el pañuelo y se sonó la nariz.
Papá recogió el archivo de Hart del escritorio y miró a las tres mujeres que
se apiñaban en la oficina diminuta.
—No, es el mejor material que hay. Es increíblemente caro. ¿Por qué 377
pediría el barco más caro que ofrecemos? Eso es muy impropio de él.
—Solicitó que sus restos sean llevados a las piras y que las cenizas sean
entregadas a Alma Maguire y Diane Belinder.
—¿Dijo lo que quería que hiciéramos con las cenizas? —preguntó Alma, su
voz áspera.
—Podemos investigarlo.
Eran casi las nueve de la mañana, y Mercy había estado despierta durante 378
más de veinticuatro horas, de modo que las palabras saliendo de la boca de su padre
tuvieron sentido una por una, pero parecía que no podía unirlas de manera
comprensible.
—¿Qué?
—¿Por qué? —preguntó Mercy. Ella quiso decir ¿Por qué yo?, no ¿Por qué
a la tía Patty no le va a gustar esto? Pero Alma respondió a la segunda pregunta.
Diane se paró frente a ella y la tomó de los brazos, mirándola fijamente con
ojos azules cansados delineados con el tipo de patas de gallo que provienen de
décadas de luz solar y sonrisas. 379
—Esto es lo que él quería. Déjalo tener esto, aquí al final.
—Estoy en casa.
Se fue con Danny, y Mercy sintió que el peso aplastante de las últimas horas
se asentó en sus huesos. No había querido dejar el cuerpo de Hart en el astillero;
ahora no estaba segura de estar a la altura de la tarea que tenía por delante.
380
Diane colocó una mano maternal a un lado del rostro de Mercy, y Mercy no
pudo evitar acomodar su mejilla en su calor esbelto.
—Me alegra que te haya tenido, aunque solo sea por un rato. Y me alegra
que ahora te tenga.
—Está dormido.
—¿En mi cama?
—Le puse una lona encima —le dijo Mercy—. Podrías entrar, despedirte y
verlo pero no verlo al mismo tiempo. ¿Eso te gustaría?
Mercy se apartó para darles espacio a medida que permanecían de pie junto
a la forma inmóvil de Hart.
—Ah —dijo Diane y sacó un pañuelo limpio para Pen. Lo tomó, pero no lo
usó. Tosió, luchando contra las ganas de llorar, luego se aclaró la garganta y siguió
adelante.
—Creo que soy parte de la razón por la que hiciste lo que hiciste, que es lo
que hace un buen padre, supongo, pero ¿cómo puedes dejarme así? Sé que no
debería gritarte cuando estás muerto, pero estoy cabreado contigo, señor.
—De acuerdo.
Miró hacia abajo. Los ojos de Hart estaban cerrados, en lugar de abiertos y
mirando a la nada. Tenía los labios marcados, pero ya no cortados. Entonces su
pecho se movió, expandiéndose de adentro hacia afuera, la inhalación y exhalación
audibles.
—Ah —susurró Diane una vez más, esta vez con asombro, y Pen se
tambaleó hacia atrás.
El corazón de Mercy latía tan fuerte que podía oírlo galopando en sus oídos.
Bajó aún más la lona, revelando el pecho y el estómago de Hart. Sus heridas se
estaban curando solas y su color comenzaba a regresar.
Mercy no podía hablar, pero Pen no necesitó una respuesta, no cuando podía
ver todas las pruebas que necesitaba cobrando vida sobre la mesa frente a ellos.
Mercy asintió.
—Ah —susurró Diane por tercera vez. Las dos mujeres se miraron por
encima de Hart, ambas entendiendo que eso no era lo que él quería. Pero como
ninguna de las dos sabía si reír o llorar, terminaron bailando por turnos con Pen,
girando una polca vertiginosa alrededor de los barcos.
Diane volvió a la mesa sin aliento, le dio un empujón suave a Hart y lo llamó
por su nombre. Los tres lo rodearon, esperando que abriera los ojos, pero él no se
movió, salvo por el movimiento ascendente y descendente de su pecho. 383
—No quiero que despierte sobre la mesa —dijo Mercy—. Pen, ¿crees que
puedes ayudarme a subir las escaleras y llevarlo a la cama?
—¡Sí, señora! ¡Haré que Zeddie nos ayude! —Estampó un beso descuidado
en la mejilla de Mercy y subió rápidamente las escaleras, sus pies golpeando los
peldaños mientras gritaba por Zeddie.
—¿Diane?
Hart examinó los rostros familiares que se cernieron sobre él: Duckers,
Alma, Diane y… ¿Zeddie Birdsall?
—En el astillero.
Alma lo agarró por el brazo y lo hizo salir por la puerta del dormitorio, la
puerta del dormitorio de Mercy.
—¡Bueno, ve a buscarla!
—Ah, cierto.
—Tengo que salir de aquí —insistió al mismo momento frenético en que se 386
dio cuenta de que no llevaba puesto nada más que la camiseta blanca y unos
calzoncillos bóxer de una talla más pequeña, cubiertos de diminutos perritos
calientes. Definitivamente no era suyo—. ¿Dónde está mi ropa?
—Hart, cálmate.
—Si pudieras…
—¿Hart?
Su nombre pronunciado por esa boca se deslizó a través del ruido. Todos se
quedaron en silencio, incluido Hart.
Mercy estaba en la puerta de su propio dormitorio con Zeddie arrastrando
los pies nerviosamente detrás de ella. Llevaba la blusa con las flores amarillas
estampadas, el overol a la altura de la cintura y el cabello recogido en un pañuelo
amarillo. Sus anteojos rojos estaban un poco torcidos sobre su nariz.
—Lo siento —dijo por fin, dirigiendo sus palabras a la alfombra bordada a
sus pies—. Sé que no debería estar aquí. Me iré. Solo necesito mi… eh… ropa.
—Ah.
Estaba cada vez más seguro de que no quería recordar lo que había
sucedido, y el hecho de que eso hubiera llevado a la incineración de su ropa
fortalecía esa determinación.
—Sí.
—Estoy muerto.
—No.
—Sé que esto es lo último que querías —dijo—. Pero espero que ahora
saber la verdad sea un pequeño consuelo.
Dejó que su mirada se dirigiera al rostro de Mercy una vez más. Ahora
entendía su compasión, y le conmovió que ella se preocupara lo suficiente por él
como para sentir pena por él, especialmente cuando era una preocupación que esta
vez podía disipar, para variar.
—Lo sé. Tienes que confiar en mí en esto. No es que te haya dado muchas
razones para confiar en mí.
¿Un beso?
Querida amiga,
Mi queridísima
Mercy,
—Pero mi ropa fue incinerada —dijo impotente, con los ojos clavados en
la brutal honestidad de sus propias palabras.
Bassareus.
—¿Por qué?
—Por todo.
Golpeó la mesita de noche con la carta, y jadeó por aire. Hart soltó la
cabecera y se giró para mirarla, estupefacto, antes de encontrar sus palabras.
Hart se giró para mirar a Bassareus, quien, por razones que Hart no podía
comenzar a comprender, lo miraba a él y a Mercy a través de la puerta abierta,
junto a Alma, Diane, Duckers, Zeddie y una lechuza, todos ellos sonriendo.
—¿Eso no es lo más lindo que han visto alguna vez? —preguntó Bassareus
al resto.
—Estábamos desesperados.
Hart esperó hasta tener la atención de los dos adolescentes, con el carbón
en los dedos espolvoreando sus manos culpables. Cuando contemplaron sus dos
metros y cinco, sus ojos grises de semidiós y su placa de sheriff guiñando la luz
del sol hacia ellos, parecieron que iban a cagarse literalmente.
—Ah… ah… —El chico estaba tan asustado que el carbón se le cayó de la
mano de puro terror mientras Hart se cernía sobre él y miraba la obra del chico en
la pared exterior de la escuela:
Cuando Thomas terminó, era hora de que Hart se fuera a casa. En el camino,
se detuvo para ver como los trabajadores retiraban el cartel de Servicios Funerarios
Cunningham con una satisfacción complaciente. La coordinación de Mercy con
las otras funerarias de la frontera, combinada con su investigación sobre las
prácticas turbias del funerario, había puesto a Cunningham fuera del negocio y en
la cárcel. Hart estaba tan orgulloso de Mercy que apenas podía ver con claridad.
Y, en privado, estaba encantado de que la participación de Nathan McDevitt en la
detención de Cunningham hubiera llevado al ex de Mercy a seguir una carrera en
la Oficina de Investigación de las Islas Federadas de Cadmus, lejos de Eternity.
—Hola, papá. Recuerda que esta noche hay una barbacoa en casa de Alma
y Diane.
Hart se iluminó.
—¿Snickerdoodles8?
8
Snickerdoodles: tipo de galletas de azúcar hechas con crémor tártaro y bicarbonato de sodio, rebozadas
en azúcar y canela.
—Creo que sí, pero no me deja comer ninguna.
—Cruel —se lamentó Hart antes de entrar para robar una. Se metió en la
cocina, donde el plato de galletas estaba sobre la encimera. Zeddie y Duckers
estaban demasiado ocupados besándose contra la nevera como para darse cuenta
de que Hart estaba allí de pie, comiendo una—. ¿No deberías estar trabajando? —
le preguntó a su antiguo aprendiz.
—Esta noche hay barbacoa en casa de Alma y Diane —les recordó Hart
mientras tomaba otro bocado—. Traigan estas.
—Eres tan malo como Mercy —gruñó Zeddie a medida que agarraba la
mano de Duckers y lo guiaba hacia la escalera.
—Gracias.
Hart tuvo que levantar la voz para ser escuchado cuando los dos jóvenes
entraron en la habitación de Zeddie y cerraron la puerta.
—Maldito Mar Salado, ¿cuántas veces tengo que decirte que no hay
dragones en Tanria?
Duckers soltó una carcajada sonora detrás de la puerta. Hart negó con la
cabeza, pero también reía.
Al salir, Hart le dio una palmadita en el hombro a Roy y le entregó una
galleta robada antes de dirigirse a su casa. A media manzana de Sepultureros
Mercy, alcanzó a Danny, quien estaba empujando a Emma Jane en un cochecito
por el paseo marítimo.
—Estoy listo para cualquier comida que no tenga que cocinar o limpiar —
dijo Danny.
Llevó a la bebé dentro con él, haciéndola rebotar con sus rizos oscuros
mientras caminaban por el vestíbulo, con la música del transistor de Mercy
filtrándose desde detrás de la puerta cerrada del astillero. Leonard levantó la cabeza
de su sillón favorito y meneó su pequeña protuberancia.
—Leonard, bájate —le ordenó Hart, pero cuando Trudie saltó a la otra silla,
lo dio por perdido. Entró en la oficina, donde Lilian estaba ordenando su
escritorio—. Mira lo que encontré —anunció.
—¡Ahí está mi niña! —Lil extendió las manos, pero Hart abrazó a su
sobrina contra su pecho y le hizo cosquillas en su barriguita gorda, haciéndola reír.
Esa risita era el mejor sonido del mundo.
—Buen punto.
Dejó a Lilian para que se ocupara del bebé y el pañal, y subió las escaleras.
Cuando entró en el apartamento, mojó la mano en el cuenco de agua salada con
flores azules que había junto a la puerta, y tocó la llave de su madre en el altar. Se
cambió la camisa y se peinó antes de bajar a tiempo para ver a Horatio y Bassareus
entrando en el muelle.
—Si me llama Bassie una vez más, voy a meterle esta botella por el culo.
Hart sacó su reloj del bolsillo y vio que era casi la hora de irse.
—Si quieren ir, esta noche hay barbacoa en casa de Alma y Diane.
—¡Perdedor!
—Están despedidos —dijo Hart a ambos, lo que les hizo reír más fuerte.
Sacudió la cabeza, pero sonreía a medida que se dirigía al astillero. El volumen de
la música subió bruscamente cuando abrió la puerta y encontró a Mercy contando
urnas en el armario de suministros. Llevaba su vestido amarillo, el que había
llevado cuando Hart entró en el vestíbulo de Birdsall e Hijo hace años y casi lo
arruinó con el amor de su vida, o el amor de sus vidas, por así decirlo. La tomó por
sorpresa, la estrechó en sus brazos y la hizo bailar por el astillero.
—¡Me has dado un susto de muerte! —se rio a medias, y protestó cuando
él la hizo pasar a través de un paso de baile, la hizo girar y luego la llevó hacia él
nuevamente, bailando al ritmo de la música. Ella lo golpeó en el pecho con
exasperación—. La mayoría de la gente comienza con un hola.
—Hola, Mercy-cordiosa.
Megan Bannen es una ex bibliotecaria pública cuyo debut en YA, The Bird
and the Blade, fue elegido en los Indies Introduce Summer/Fall 2018, elegido el
Summer 2018 Kids’ Indie Next List y elegido Kirkus Best YA Historical Fiction
of 2018. Si bien la mayor parte de su carrera profesional la pasó en bibliotecas
públicas, también vendió equipaje, escribió subvenciones y enseñó inglés en el
país y en el extranjero. Vive en el área de Kansas City con su esposo y sus dos
hijos. Se la puede encontrar en línea en meganbannen.com.
LizC
Ana :)
âmenoire
399
Imma Marques
Isa 229
KarouDH
LizC
Pole
Ximena Vergara
LizC y Vickyra
Bruja_Luna_
400