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Sinopsis __________________________ 4 23 _____________________________ 220
1 ________________________________ 6 24 _____________________________ 226
2 _______________________________ 17 25 _____________________________ 234
3 _______________________________ 29 26 _____________________________ 235
4 _______________________________ 42 27 _____________________________ 242
5 _______________________________ 53 28 _____________________________ 254
6 _______________________________ 60 29 _____________________________ 263
7 _______________________________ 66 30 _____________________________ 274
8 _______________________________ 80 31 _____________________________ 280 3
9 _______________________________ 93 32 _____________________________ 286
10 _____________________________ 102 33 _____________________________ 303
11 _____________________________ 114 34 _____________________________ 310
12 _____________________________ 123 35 _____________________________ 319
13 _____________________________ 130 36 _____________________________ 329
14 _____________________________ 141 37 _____________________________ 339
15 _____________________________ 149 38 _____________________________ 352
16 _____________________________ 154 39 _____________________________ 362
17 _____________________________ 156 40 _____________________________ 375
18 _____________________________ 168 41 _____________________________ 384
19 _____________________________ 183 Epílogo _________________________ 392
20 _____________________________ 193 Sobre la autora ___________________ 398
21 _____________________________ 200 Créditos _________________________ 399
22 _____________________________ 210
Hart es un alguacil encargado de patrullar las extrañas y mágicas tierras
salvajes de Tanria. Es un trabajo que no perdona, y Hart no tiene más que tiempo
para reflexionar sobre su soledad.
Mercy nunca tiene un momento para sí misma. Ella sola ha estado
manteniendo a flote a Sepultureros Birdsall e Hijo desafiando a idiotas hoscos
como Hart, quien parece tener un don para aparecer justo cuando su paciencia es
más escasa.
Después de otro encuentro exasperante con Mercy, Hart se encuentra
escribiendo una carta dirigida simplemente a «Un amigo». Para su sorpresa, recibe 4
una carta anónima a cambio y nace una amistad tentativa.
Si tan solo Hart supiera que ha estado desnudando su alma ante la persona
que más lo enfurece: Mercy. A medida que los peligros de Tanria se acercan,
también lo hacen los corresponsales inverosímiles. Pero ¿su romance floreciente
podrá sobrevivir al descubrimiento predestinado de que sus amigos por
correspondencia son sus peores pesadillas, el uno para el otro?
5
Siempre era un riesgo, dejar un cuerpo en Sepultureros Birdsall e Hijo, pero
esta mañana, la Novia de la Fortuna favoreció a Hart Ralston.

Por costumbre, agachó la cabeza al entrar en el vestíbulo para no golpearse


la frente con el marco de la puerta. Cuadros de colores vivos de los dioses de la
muerte (el Mar Salado, el Guardián y el Abuelo Hueso) decoraban las paredes con
marcos dorados. Dos sillones de terciopelo verde estaban colocados frente a una
mesa de centro de nogal, y sus líneas caprichosas daban a la habitación un encanto
alegre. Unas latas antiguas de café en grano servían para guardar bolígrafos y
caramelos en un mostrador pulido hasta el brillo. Este no era el vestíbulo sombrío
y formal de un lugar respetable como Servicios Funerarios Cunningham. Era la 6
calidez atroz de un empresario de pompas fúnebres que acogía la muerte de otras
personas con los brazos abiertos.

Además, estaba benditamente vacío, salvo por el perro que se encontraba


sobre una de las sillas. El pulgoso se rascaba tan furiosamente las costillas que no
se dio cuenta de que su alguacil favorito tanriano había entrado por la puerta
principal. Hart observó con deleite cómo la pata trasera del chucho enviaba un
ciclón de pelo de perro arremolinándose a través de un rayo de sol antes de que el
pelaje erizado se posara en la tapicería de terciopelo.

—Buen chico, Leonard —dijo Hart, sabiendo muy bien que Mercy Birdsall
no querría que su perro se revolcara en los muebles.

Leonard se animó al oír su nombre, y agitó la cola. Saltó de la silla y se


lanzó hacia Hart, que lo acarició con el mismo entusiasmo.

Leonard era una bestia fea: mitad bóxer, mitad solo los dioses sabían qué,
con una capa atigrada, ojos saltones y venosos, papada suelta. En cualquier otro
caso, sería una cara que solo su dueño podría amar, pero había una razón por la
que Hart seguía siendo el cliente de su funeraria menos favorita en todos los
pueblos fronterizos que se aferraban al borde de la Estación Oeste de los Aguaciles
de Tanria como niños mendigos. Después de una ronda de caricias minuciosa y de
jugar a buscar la pelota de tenis que Leonard desenterró de debajo de su silla, Hart
sacó su reloj del bolsillo del chaleco y al ver que ya era tarde, se resignó a seguir
con su trabajo.

Se tomó un momento para quitarse el sombrero y apartar con los dedos su


crecida melena rubia. No es que le importara su aspecto. Al menos no en Birdsall
e Hijo. De hecho, si hubiera sido un hombre que rezara, habría rogado a la Madre
de los Dolores que se apiadara de él, sin ánimo de broma. Pero no era del todo un
hombre, ni siquiera la mitad, y mucho menos uno de los que rezan, así que dejó la
religión para el perro.

—Leonard, reza por mí —dijo antes de tocar la campana del mostrador.

—Papá, ¿puedes atender? —La voz de Mercy sonó desde algún lugar de las
entrañas de Birdsall e Hijo, lo suficientemente alto como para que su padre pudiera
oírla, pero lo suficientemente bajo como para que no sonara como un marimacho
gritando a través del edificio.

Hart esperó. 7
Y esperó.

—Lo juro… —murmuró mientras volvía a tocar la campana.

Esta vez, Mercy arrojó la cautela al viento y gritó:

—¡Papá, la campana!

Pero el silencio respondió a esta petición, y Hart permaneció de pie junto al


mostrador, con su impaciencia aumentando a cada segundo. Sacudió la cabeza
hacia el perro:

—Maldito Mar Salado, ¿cómo se las arregla tu dueño para seguir en el


negocio?

El hocico de Leonard se puso en marcha de nuevo, y Hart se agachó para


acariciar los mocos de la mezcla de bóxer.

—Lo siento mucho —dijo Mercy, sin aliento, a medida que se apresuraba
desde la parte trasera a ocupar su lugar detrás del mostrador—. Bienvenido a
Birdsall e Hijo. ¿En qué puedo ayudarle?

Hart se alzó, alzó y alzó sobre Mercy mientras su estómago (esperanzado)


se hundía y caía.
—Ah, eres tú —dijo ella y las palabras, junto al tono poco entusiasta que
las acompañaron, cayeron de la lengua como un peso plomo. Hart resistió el
impulso de triturar sus molares hasta volverlos polvo.

—La mayoría de la gente empieza con «hola».

—Hola, Hart-ache1 —suspiró ella.

—Hola, Merciless2. —Le dedicó una sonrisa fruncida y venenosa mientras


observaba su aspecto extrañamente desaliñado. Independientemente de lo que
pudiera decir de ella, normalmente estaba muy bien arreglada, sus vestidos de
colores brillantes favorecían su alta figura pechugona y su lápiz labial igualmente
brillante recubría sus labios carnosos meticulosamente. Sin embargo, hoy llevaba
un overol de trabajo y su piel aceitunada estaba húmeda por el sudor, lo que hacía
que sus gafas con montura de carey rojas se deslizaran por su nariz. Un par de rizos
oscuros se habían desprendido del pañuelo de flores sujetando su cabello, como si
hubiera sacado la cabeza por la ventanilla mientras conducía a toda velocidad por
un canal.
8
—Entonces, supongo que sigues vivo —dijo rotundamente.

—Lo estoy. Intenta contener tu alegría.

Leonard, que no podía contener su alegría, saltó para dar un zarpazo en el


estómago de Hart y éste no pudo evitar apretar aquella dulce papada entre sus
manos. Qué pena que un perro tan estupendo perteneciera al peor de los jefes.

—¿Estás aquí para acariciar a mi perro, o en serio tienes un cuerpo que


dejar?

Una inyección de humillación fría recorrió las venas de Hart, pero nunca le
permitiría verlo. Levantó las manos como si Mercy lo estuviera apuntando a la
cabeza con una ballesta y declaró con inocencia fingida:

—Me he pasado por una taza de té. ¿Es un mal momento?

Leonard saltó más alto, desprovisto de adoración, magullando las costillas


de Hart.

—Leonard, bájate. —Mercy agarró a su perro por el collar para arrastrarlo


escaleras arriba hasta su apartamento. Hart pudo oírlo arañar la puerta y gemir

1
Hart-ache: juego de palabras con el nombre de Hart y heartache, que significa angustia, dolor emocional.
2
Merciless: juego de palabra con el nombre de la protagonista, pudiéndose traducir como «Despiadada».
lastimosamente detrás de la madera. Era monstruoso por parte de Mercy privar a
Hart, y a su perro, de su compañía mutua. Típico—. Ahora bien, ¿en qué
estábamos? —dijo cuando regresó, apoyando los puños en las caderas, lo que hizo
que la pechera de su overol se estirara sobre la hinchazón de sus pechos. El
cuadrado de tela de mezclilla pareció gritar: ¡Oye, mira esto! ¿No son jodidamente
magníficas? Era tan injusto que Mercy tuviera unos pechos magníficos—.
¿Supongo que vas a dejar un cuerpo? —preguntó ella.

—Sí. Sin llave.

—¿Otro? Este es nuestro tercer indigente esta semana.

—Más cuerpos significan más dinero para ti. Pensé que estarías saltando de
alegría.

—No voy a honrar eso con una respuesta. Te veré en el muelle. Sabes que
hay una campana ahí detrás, ¿verdad?
9
—Prefiero la formalidad de registrarme en la recepción.

—Sí, claro que sí. —Puso los ojos en blanco y Hart deseó que se le salieran
de su imperdonable y bonito rostro.

—¿Es que nadie más trabaja aquí? ¿Por qué no puede hacerlo tu padre?

Como un regalo de la Novia de la Fortuna, uno de los ronquidos legendarios


de Roy Birdsall galopó por el vestíbulo desde detrás de la pared delgada que lo
separaba del despacho. Hart sonrió a Mercy, cuyo rostro se ensombreció por la
vergüenza.

—Nos vemos en el muelle —repitió con los dientes apretados.

La sonrisa de Hart lo acompaño mientras se ponía el sombrero, saliendo


hacia su autoduck y de regreso al muelle.

—¿Segura que estás preparada para esto? —le preguntó a Mercy mientras
abría la puerta de la bodega de carga, sabiendo perfectamente que ella encontraría
la pregunta insoportablemente condescendiente.

Como para demostrar que no necesitaba la ayuda de nadie, y menos la de


él, tomó la carretilla de sus clavijas en la pared, pasó por delante de él, se adentró
en la bodega y ató el cuerpo envuelto en lona a las barras con los movimientos
prácticos de un experto. Desgraciadamente, éste cadáver en particular era
extremadamente permeable, incluso a través de la lona gruesa. A pesar de que lo
había mantenido en hielo, la podredumbre líquida no estaba completamente
congelada y Mercy acabó manchándose las manos, los brazos y la parte delantera
del overol. Disfrutando de su horror cuando éste se reflejó en su rostro, Hart se
acercó a ella, con la lengua metida en la comisura de la mejilla.

—No quiero decir que te lo dije, pero…

Hizo pasar el cadáver por delante de él, obligándolo a salir del autoduck
para hacerle sitio.

—Hart-ache, si no quieres mi ayuda, tal vez deberías buscarte un


compañero de una vez.

La insinuación encendió su mecha, que era ciertamente corta. Como si él


tuviera problemas para encontrar un compañero si lo quisiera. Lo cual no quería.

—No te pedí ayuda —replicó—. Y por cierto, mira quién habla.

Detuvo la carretilla y sacó la vara de apoyo con la punta de la zapatilla.


10
—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que tampoco veo a nadie ayudándote. —Buscó en el interior de


su chaleco negro el papeleo que ella debía rellenar para recibir la paga del gobierno
por procesar el cuerpo, y se lo tendió. Hacía tiempo que había aprendido a tener
todo el papeleo completo de antemano para no tener que pasar ni un segundo más
de lo necesario en su presencia.

Ella se pasó una mano por la tela limpia de su trasero antes de arrebatarle
los papeles de la mano. Sin el consentimiento de su razón, a Hart le picaron las
manos de curiosidad, preguntándose cómo se sentirían exactamente las curvas
redondas de su trasero en su agarre. Su cerebro intentó apartar la lujuria indeseada
cuando Mercy se acercó a él y se puso de puntillas. La mayoría de las mujeres no
podían acercarse a la cabeza de Hart sin la ayuda de una escalera, pero Mercy era
lo suficientemente alta como para ponerla al alcance de los besos cuando se ponía
en las puntas de sus zapatillas de lona rojas. Sus grandes ojos marrones brillaban
detrás de los cristales de sus gafas y la inesperada proximidad de todo su cuerpo le
pareció extrañamente íntima cuando le lanzó las siguientes palabras a la cara.

—Hart-ache, ¿sabes lo que pienso?

Él se tragó su malestar y mantuvo la voz fría.

—Dilo, Merciless.
—Debes ser un patético perdedor sin amigos para ser tan imbécil. —Al
pronunciar la palabra imbécil, lo golpeó en el pecho con el enfático dedo índice de
su asquerosa mano, salpicando su chaleco de podredumbre marrón y haciéndole
tropezar en el borde del muelle. Luego bajó la verja antes de que él pudiera
pronunciar otra palabra, dejando que se cerrara de golpe entre ellos con un sonido
metálico resonante.

Hart se quedó tambaleándose en el borde del muelle en un silencio


aturdidor. Lentamente, insidiosamente, mientras recuperaba el equilibrio, las
palabras de la mujer se filtraron bajo su piel y se deslizaron por sus venas.

No volveré a venir aquí a menos que sea absolutamente necesario, se


prometió por enésima vez. Birdsall e Hijo no era el único lugar oficial donde se
dejaban los cadáveres recuperados en Tanria sin llaves de identificación. A partir
de ahora, llevaría sus cadáveres sin llaves a Cunningham. Pero a medida que
pensaba las palabras, sabía que constituían una mentira. Cada vez que mataban a
un indigente en Tanria, llevaba el cadáver a Sepultureros Birdsall e Hijo. 11
Por un perro.

Porque era un patético perdedor sin amigos.

Ya lo sabía de sí mismo, pero el hecho de que Mercy también lo supiera


hizo que se le erizara la columna vertebral. Se subió a su autoduck y condujo hasta
la estación, con las manos apretando el volante mientras se reprendía por dejar que
Mercy lo afectara.

Mercy, con su arrogante. Oh. Eres tú. Como si una rata de contenedor
hubiera entrado en su vestíbulo en lugar de Hart.

Mercy, cuya palabra era una chinche escupiéndole a la cara, primero con la
punta.

La primera vez que la conoció, cuatro años atrás, ella había entrado en el
vestíbulo con un vestido amarillo brillante, como una ráfaga de luz solar
irrumpiendo entre las nubes en un día sombrío. Los grandes ojos marrones detrás
de sus gafas se encontraron con los de él y se ensancharon, y él pudo ver cómo se
formó la palabra en su mente al ver el color de sus iris, tan pálidos e incoloros
como el cielo de la mañana en un día nublado.

Semidiós.
Ahora se preguntaba qué era peor: que una mujer joven y bonita lo viera
como el vástago de un padre divino, o que la despiadada Mercy se apiadara
despreciándolo por el hombre que era.

Cualquier esperanza que hubiera abrigado de volver a su puesto en el sector


W-38 sin ser observado se desvaneció cuando oyó la voz de la jefa Maguire
llamándolo desde la puerta principal de la Estación Oeste, como si hubiera estado
junto a las persianas de su despacho, esperando para abalanzarse.

—Alguacil Ralston.

Todo su cuerpo quiso hundirse al oír la voz de Alma, pero se obligó a


mantener los hombros rectos a medida que sacaba su mochila del asiento del
copiloto y cerraba la puerta con un sonido metálico.
12
—Hola, jefa.

—¿Dónde has estado?

—Eternity. Maté a un drudge en el sector W-38, pero no tenía llave. La


descomposición era tanta que, decidí traerlo antes. Pobre desgraciado hijo de puta.

Alma lo escudriñó por encima del borde humeante de su siempre presente


taza de café, sus ojos semidioses de color aguamarina brillando en su ancho rostro
moreno.

Los labios de Hart se apretaron.

—¿Estás insinuando que soy un pobre desgraciado hijo de puta?

—No es tanto una insinuación como una fría afirmación de un hecho.

—Difícilmente.

—No tienes vida social. Trabajas todo el tiempo. Ni siquiera tienes un lugar
donde colgar tu sombrero. Puede que te alojes en un hotel durante algunas noches,
pero luego vuelves aquí. —Señaló con el pulgar hacia la Niebla, el capullo de
neblina agitada que formaba la frontera de Tanria más allá de la Estación Oeste—
. Este agujero de mierda es tu hogar. ¿Qué tan triste es eso?
Hart se encogió de hombros.

—No es tan malo.

—Si tú lo dices. ¿Supongo que llevaste el cuerpo a Cunningham?

—No.

Levantó una ceja de no acepto tonterías de ti antes de apoyarse en el capó


de su auto, y Hart frunció el ceño cuando derramó algunas gotas de café sobre la
pintura azul desconchada. Ya estaba bastante oxidada; no necesitaba empeorarla.

—Mira, Ralston, confiamos en los sepultureros. Necesitamos que hagan su


trabajo para que nosotros podamos hacer el nuestro.

Genial. Un sermón de su jefa. Quien solía ser su compañera y su amiga.


Que ahora lo llamaba Ralston.

—Lo sé. 13
—Eres consciente de que Roy Birdsall estuvo a punto de morir hace unos
meses, ¿verdad?

Hart movió su peso, las suelas de sus botas rechinando en la grava del
estacionamiento.

—No.

—Bueno, lo hizo. Un ataque al corazón o algo así. En teoría, él dirige la


oficina, pero Mercy es la que se encarga de todo en Birdsall e Hijo: fabricación de
barcos, preparación de cadáveres, todo.

—¿Y? —Su tono fue petulante, pero el recuerdo de una Mercy desaliñada
y con la podredumbre de los cadáveres embadurnada en su frente hizo que una
fronda de culpabilidad se desplegara en sus entrañas.

—Y si vas a ser condescendiente con los Birdsall, dale un respiro a Mercy


y sé amable. Si no puedes hacerlo, ve a Cunningham. ¿De acuerdo?

—Síp, bien. ¿Ya puedo irme? —Se ajustó el sombrero en la cabeza, una
clara señal de que se preparaba para alejarse de la conversación y seguir con su
trabajo, pero Alma levantó su mano libre.

—Espera. Quería hablarte de algo.


Hart gruñó. Sabía lo que se avecinaba.

—No me vengas con eso. Has pasado por tres compañeros en cuatro años,
y llevas meses trabajando en solitario. Es demasiado peligroso seguir trabajando
solo. Para cualquiera de nosotros. —Añadió esa última parte como si esta
conversación se refiriera a los alguaciles en general y no a él en concreto, pero
Hart sabía que no era así.

—No necesito un compañero.

Ella le dirigió una mirada de exasperación pura y durante una fracción de


segundo, Hart pudo ver a la antigua Alma, la amiga que había estado a su lado
cuando murió su mentor, Bill. Ella lo despidió con un movimiento de cabeza.

—Vete. Pero esta conversación no ha terminado.

Había caminado unos pasos hacia los establos cuando Alma lo llamó.

—Ven a cenar uno de estos días, ¿quieres? Diane te echa de menos.


14
Esta ofrenda de paz era casi seguramente obra de Diane, y él podía decir
que era tan difícil para Alma entregar la invitación de su esposa como lo era para
Hart escucharla.

—Sí —contestó y continuó su camino hacia los establos, pero ambos sabían
que no estaría muy pronto en la puerta de Alma y Diane. Aunque Alma y él hacía
tiempo que habían hecho las paces a nivel superficial, el viejo rencor flotaba en el
aire, como si el fantasma de Bill hubiera establecido su residencia permanente en
el espacio que los separaba. Hart no tenía ni idea de cómo superarlo, ni si quería
hacerlo, pero era dolorosamente incómodo echar de menos a una amiga cuando
ésta estaba justo detrás de él. Peor era echar de menos a Diane. Ya casi no la veía.

Los establos estaban oscuros en comparación con la brutal luz del sol de
Bushong, y afortunadamente también eran más frescos. Se dirigió a los establos
para ver qué monturas estaban disponibles. Sabía que habría pocas opciones a esa
hora del día, pero no estaba preparado para lo malas que fueron: un caballo
castrado tan joven que Hart no se fiaba de que no saliera disparado al primer olor
de un animal; una yegua más vieja que había acogido varias veces y que le parecía
demasiado lenta y torpe; y Saltlicker.

Saltlicker era uno de esos équidos que salía disparado en busca de agua cada
vez que podía y mantenía una constante oposición enconada a cualquiera que se
atreviera a montarlo. A algunos alguaciles les gustaba por su carácter alegre; Hart
detestaba a la bestia, pero de las tres opciones, Saltlicker era, lamentablemente, la
mejor opción.

—Maravilloso —espetó Hart.

Saltlicker resopló, sacudió su melena de algas y se sumergió en su


comedero, soplando burbujas malhumoradas en el agua, como si dijera: El
sentimiento es mutuo, imbécil.

Al mismo tiempo, una tristeza opresiva se apoderó de Hart. Una cosa era no
querer a un équido y otra que este lo odiara a él. Y, sinceramente, ¿a quién le
gustaba de verdad Hart en estos días? El insulto mordaz de Mercy, que lo había
seguido desde Eternity, afloró en su mente una vez más.

Debes ser un patético perdedor sin amigos para ser tan imbécil.

Ella tenía razón. Solo un patético perdedor sin amigos se enfrentaría a su


némesis una y otra vez para acariciar a su perro durante cinco minutos. 15
Tal vez debería aguantarme y conseguir otro perro, pensó, pero al momento
en que consideró la idea, supo que nunca podría reemplazar a Gracie. Y eso lo
dejaba sin nada más que la visita ocasional a Leonard.

Hart sabía que tenía que llegar a su puesto, pero acabó sentado contra la
pared del establo, envuelto en las sombras. Como si tuviera mente propia, llámalo
antigua memoria muscular, su mano serpenteó hacia su mochila y sacó su viejo
cuaderno y pluma.

Cuando se unió a los alguaciles de Tanria tras la muerte de su madre, solía


escribirle cartas y deslizarlas en buzones nimkilim cada vez que él y su mentor,
Bill, se dirigían a la estación o a una ciudad. Luego, tras la muerte de Bill, Hart
también le escribió, sobre todo cartas llenas de remordimiento. Pero hacía años
que no le escribía a ninguno de los dos, porque, al fin y al cabo, no podían
responder. Y eso era lo que él quería, ¿no? Que alguien, cualquiera, le respondiera.

Pobre desgraciado hijo de puta, parecía decirle ahora la página en blanco


extendiéndose sobre sus muslos. Abrió la pluma y escribió Querido, dudó y luego
añadió la palabra amigo.

No tenía ni idea de cuánto tiempo pasó hasta que arrancó la página, la dobló
en cuatro y se puso en pie, aliviando sus rodillas doloridas. También sintió un
alivio en el pecho, como si hubiera conseguido verter parte de la soledad de su
corazón en el papel. Mirando a su alrededor para asegurarse de que no lo veían
mientras cruzaba el patio del establo, se dirigió al buzón nimkilim de la estación y
deslizó la nota en su interior, aunque estaba seguro de que una carta dirigida a
nadie nunca sería entregada a nadie.

16
Mercy subió a la litera número cinco y vio cómo el desafortunado hombre
que Hart Ralston había traído el día anterior salía a la superficie del pozo, el cual
había mantenido frío a una temperatura constante de doce grados durante la noche.
No era demasiado grande, pero tampoco era pequeño, y trasladarlo a la plataforma
rodante sería más fácil entre dos personas.

—¿Zeddie? ¿Estás ahí? —llamó Mercy esperanzada por las escaleras del
sótano, pero fue papá quien le contestó, con una voz demasiado ansiosa para su
gusto.

—Aún no está aquí. ¿Necesitas ayuda con algo, pastelito? 17


—No. Nop. Estoy bien. Quería mostrarle a Zeddie cómo resolver ese nudo
complicado en la cuerda de la litera número cinco. —No era una mentira, en sí,
pero no quería que papá hiciera nada que requiriera esfuerzo físico, como ayudarla
a mover un cadáver. Tampoco era muy bueno con las escaleras estos días. Las
rodillas le crujían alarmantemente a cada paso. Después de su ataque al corazón
hace seis meses, el médico dijo que tenía que retirarse, al menos del trabajo pesado
de la empresa, de modo que él estaba arriba dirigiendo la oficina en lugar de Mercy
y ella estaba aquí abajo, trabajando como sepulturera interina hasta que Zeddie
estuviera listo para tomar el relevo, lo que, en teoría, iba a suceder esta mañana. Si
es que llegaba a aparecer.

Enfadada con su hermano por llegar tarde en su primer día como sepulturero
oficial de Birdsall e Hijo, Mercy colocó los restos del indigente en la carretilla ella
sola, hizo rodar el cuerpo en el ascensor ella sola, añadió varios kilos más al
contrapeso ella sola y tiró de la cuerda del ascensor ella sola, mano sobre mano,
hasta que sintió que llegó al final de la línea. Le gustaba cómo trabajaban sus
músculos, levantando y arrastrando, empujando y tirando, como si este trabajo
fuera la razón por la que las Tres Madres la hubieran hecho más grande que casi
todas las demás mujeres de la isla de Bushong y también más alta que la mayoría
de los hombres.

Por supuesto, había un hombre que sobresalía por encima de ella, o mejor
dicho, un semidiós. Lástima que la filiación divina de Hart Ralston viniera
acompañada de una cucharada de arrogancia, tan evidente en la forma en que
ladeaba la cabeza y ponía las manos en las caderas, llamando la atención sobre su
estrechez, y en la forma en que su cinturón de estoques colgaba de ella de la manera
más irritantemente sexy posible. A Mercy le molestaba sobremanera que, después
de años de aguantar a aquel alguacil insufrible, algún instinto interior primitivo
siguiera pensando que su aspecto era lo suficientemente bueno como para
comérselo.

Aseguró la cuerda en su sitio y silbó a medida que subía las escaleras, las
suelas de goma de sus zapatillas rojas haciendo un satisfactorio pump, pump, pump
en los escalones. Como Zeddie aún no había llegado, decidió que era un buen
momento para abordar el tema de la lista languideciente de tareas de su padre.
Asomó la cabeza en el despacho, donde Roy Birdsall estaba sentado en su
escritorio antiguo, con sus gafas de lectura inexplicablemente apoyadas sobre sus
cejas pobladas.

—No sé si recuerdas que te lo mencioné la semana pasada, pero nos hemos 18


quedado sin cedro y alerce, y ahora también nos estamos quedando sin sal. Y de
urnas.

—Escribiré los pedidos esta mañana en cuanto termine de cuadrar las


cuentas. Lo prometo.

—Un suministro muy, muy, extremadamente bajo. Y no estaría mal pedir


más llaves. Últimamente hemos tenido una racha de cuerpos no identificados.
¿Debería anotar esto?

—Soy viejo, pero no tanto. Lo recordaré.

—Porque si quieres puedo escribir esto.

Sacudió la cabeza con una sonrisa.

—A veces, eres igual que tu madre.

Mercy sabía que éste era el más alto de los cumplidos viniendo de la boca
de Roy Birdsall. Le besó los rizos más salados que picantes, y enumeró con los
dedos la lista de tareas pendientes.

—Cedro. Alerce. Sal. Urnas. Y acuérdate de pedir más llaves.

Papá la despidió, pero el gesto fue de alguna manera menos que


tranquilizador.
Con eso, Mercy salió de su oficina. Estaba a punto de dirigirse al astillero
cuando oyó el golpeteo familiar de Horatio en la puerta principal, sus garras
chocando con la madera.

—Yo me encargo —llamó a su padre de camino al vestíbulo para dejar


entrar al nimkilim. El búho estaba en la alfombra de bienvenida como cada
mañana, seis días a la semana, con sus plumas blancas ataviadas con un chaleco
esmeralda particularmente elegante y pantalones de seda, un conjunto que parecía
notablemente fuera de lugar en una polvorienta ciudad fronteriza como Eternity.

—Ah, buenos días, señorita Birdsall —ululó Horatio de una manera que
también decía: Una vez fui mensajero de los Dioses Antiguos y, sin embargo, me
hiciste esperar en este felpudo cursi. Pero Mercy encontraba encantador la
altanería de la vieja escuela del búho, así que le dedicó su habitual sonrisa brillante
mientras él daba sus tres pasos estándar hacia el vestíbulo con sus patas de pájaro
descalzos. Sacó un paquete delgado de cartas de la elegante bolsa de cuero suave
que llevaba a la espalda y se lo entregó a Mercy. 19
—Me gusta bastante este estilo moderno que estás probando estos días.
Nunca he visto a nadie hacer que un overol funcione, y sin embargo aquí estás, la
viva imagen.

Mercy hizo una mueca. Un cumplido de Horatio, aunque fuera con una
admiración condescendiente, era motivo de celebración. Su querida colección de
vestidos llevaba seis meses acumulando polvo en el armario de su habitación, pero
descubrió que sus overoles nuevos y jeans ofrecían oportunidades de moda junto
a su practicidad.

—Gracias —dijo, acariciando el pañuelo de flores que le cubría el cabello


mientras recogía los avisos de defunción de la encimera y se los entregaba. Luego
sacó una moneda del cuenco que guardaba detrás del mostrador y también se la
dio al nimkilim. Horatio olfateó el brillo de la plata en las plumas blancas de su ala
y estaba a punto de darle los buenos días cuando Mercy levantó un papel doblado
que encontró en la parte superior de la pila que tenía en la mano.

—Horatio, ha habido algún tipo de error. Esta carta no está dirigida a


Birdsall e Hijo.

—¿Un error? Creo que no. —El búho tiró de una cadena que llevaba en el
cuello y un par de gafas de lectura salieron de debajo de su chaleco. Las colocó en
el extremo de su pico con las puntas de las plumas de un ala mientras recogía el
papel de Mercy con la otra. Estudió el pliegue exterior en blanco como si hubiera
algo que leer allí. Luego, le entregó la carta una vez más—. Como he dicho, es
para ti.

Mercy tomó la nota, frunciendo el ceño con confusión.

—Pero… no hay dirección.

—Sí, la hay.

—¿Dónde?

Horatio aleteó vagamente hacia el papel en su mano.

—Aún no lo veo —dijo Mercy.

—Que los seres humanos no puedan verlo no significa que no esté ahí,
querida. Debo añadir que esta misiva no va dirigida a Birdsall e Hijo. Está dirigida
a ti, personalmente.

—¿A mí? —Un escalofrío recorrió su columna vertebral. La única persona


20
que le enviaba correo no relacionado con los negocios era su hermana, Lilian, que
a veces encontraba postales divertidamente vulgares en el camino—. ¿De quién
es?

—Dioses, ¿cómo voy a saberlo?

—¿De la misma manera que sabes que es para mí?

Horatio soltó una carcajada.

—Querida, leer la dirección es la suma total de mis poderes en ese sentido.


Las molestas leyes de privacidad y todo eso. Lo cual es una lástima, porque hay
muchas cartas que me gustaría leer antes de la entrega. ¿Hemos terminado aquí?

—Yo…

—Excelente. Adiosito.

—Adiós —respondió Mercy distraídamente. Se quedó mirando el papel


doblado que tenía en la mano, desconcertada, a medida que ponía el cartel de la
puerta principal en «Abierto». Detrás de ella, oyó el chirrido de la puerta de la
cocinilla sobre unas bisagras que necesitaban ser engrasadas, y se giró a tiempo
para ver a papá intentando colarse en su despacho con una taza de café humeante—
. ¡No! ¡No! —dijo Mercy, señalándolo con un dedo acusador.
Papá se enfurruñó como un niño pequeño gigante.

—Aw, pastelito.

—Ya sabes lo que dijo la doctora Galdamez.

Derrotado, se dirigió a la cocina para botar su café mientras Mercy


desdoblaba la nota y leía.

Querido amigo,

Sospecho que estoy escribiendo a alguien que no existe. Pero si existes, y


estás por ahí en algún lugar, supongo que esta carta es para ti.

Recientemente me han informado que soy un imbécil, nada más y nada


menos que por un équido, y antes de que vayas a defenderme, que sepas que es
verdad. Soy un imbécil. No estoy seguro de cuándo o cómo sucedió, y no creo que
siempre haya sido un imbécil, sin embargo, aquí estamos. Tengo que confesar que
hay una persona en particular que saca el completo y absoluto imbécil que hay en
21
mí, y me gustaría saber qué hacer al respecto.

¿Tienes a alguien así en tu vida, una persona que te molesta, y sin importar
cuántas veces te prometas que te sobrepondrás a todo, dejas que te incite cada
vez? Por tu bien, espero que no lo hagas, pero si lo haces, mis condolencias.

He estado intentando averiguar por qué esta persona saca lo peor de mí, y
he llegado a la siguiente conclusión: La mayoría de los días son solo días, ¿sabes?
Solo yo pasando las horas entre que me levanto y me acuesto. Pero siempre que
estoy cerca de esta persona, de este individuo que se mete en mi piel como ningún
otro, siento con más fuerza la presencia de una verdad innegable que siempre está
ahí, acechando, rondando, esperándome en cada curva del camino.

Soledad.

Ya está. Lo he dicho. Técnicamente, lo escribí, pero al plasmarlo en tinta


se hace más verdadero.

Me siento solo. Así que, esta mujer a la que claramente no le gusto me


recuerda que quedan muy pocas personas en este mundo que lo hacen. Y mis
circunstancias son tales que no sé cómo resolver ese problema.

Quizás por eso sigo poniéndome en su punto de mira. Quizás haya un


consuelo extraño en saber que al menos una persona siente algo por mí, aunque
ese sentimiento pueda describirse mejor como odio.
Bueno, esta es una carta sombría. Lo siento. Si sirve de algo, para variar
me siento mejor por haberla escrito, por haber aplicado el peso de mi soledad a
un trozo de papel en lugar de a mi propio corazón. Gracias por eso, amigo mío.
Espero que mis palabras no te hayan agobiado.

¿O también te sientes solo?

Sinceramente,

Un amigo.

Mercy se quedó boquiabierta ante las palabras sinceras inexplicablemente


expuestas que tenía en la mano, de una persona tan real y sustancial como el papel
en el que había sido escrito, pero también tan frágil y fácil de romper. ¿Quién lo
había enviado? ¿Y por qué Horatio había insistido en que la carta estaba dirigida a
Mercy cuando el escritor claramente no sabía quién era ella?

La puerta principal se abrió y Mercy dobló la carta y la metió en el bolsillo 22


de su pechera a tiempo de ver a su hermano, Zeddie, entrar en el vestíbulo,
descaradamente a la moda con su camisa verde y sus pantalones rosa de corte fino,
sus rizos dorados perfectamente despeinados, la imagen de la insensibilidad
veinteañera. Llevaba una bolsa grasienta en una mano mientras con la otra se metía
en la boca media dona glaseada. Al igual que Mercy, era alto, pero a diferencia de
ella, había heredado la complexión estrecha de su madre y la capacidad de engullir
la comida con poco efecto.

—¿Por qué llegas tarde? —le preguntó Mercy.

—Por las donas. —Le entregó la bolsa, que ella abrió para poder inhalar la
perfección frita de su interior. Era difícil estar enojada con alguien que le traía
donas.

—Buen punto, pero tenemos que asegurarnos de que papá no las vea.

Como si fuera una señal, su padre salió de la cocina sin café y sonrió cuando
vio a su hijo en el vestíbulo.

—¡Ahí está el graduado!

—Ese soy yo. —Zeddie sonrió alegremente a medida que Mercy escondía
la bolsa de donas a su espalda, pero había una tensión en su boca, un apretón de
dientes que plantó una pequeña semilla de preocupación en las entrañas de Mercy.
Sin embargo, se negó a dejar que echara raíces, segura de que debía estar
imaginando cosas.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer en tu primer día como sepulturero? —


preguntó papá, aplaudiendo con sus grandes manos y frotándolas entre sí con una
anticipación vertiginosa.

—Zeddie va a lavar, salar y envolver al caballero que el alguacil Ralston


trajo ayer, mientras tú te sientas tranquilamente en tu escritorio y haces el balance
de los libros, por órdenes del doctor.

—Ah. Pensé que podríamos empezar con la fabricación de los botes —dijo
Zeddie.

—Este no tiene llave, así que será fácil.

—Claro. —Zeddie se rio nerviosamente. Mercy lo atribuyó a los nervios


del primer día. 23
—Dejaré que te pongas a ello. —Papá le dio un golpecito cariñoso a su hija
en la barbilla, y volvió a entrar en la oficina. Con su padre a salvo, Mercy decidió
que sería aceptable pasar por la cocina para engullir una dona antes de dirigirse al
astillero.

—¿Cómo es posible que el cuerpo no tenga llave? —le preguntó Zeddie


unos minutos después, a través de un bocado de masa frita a medio masticar—.
¿No hay que tener una llave de identificación para entrar en Tanria?

—Sí, legalmente, pero mucha gente se cuela para cazar pájaros, desenterrar
plantas exóticas, ese tipo de cosas. Hay todo un mercado negro de cosas en Tanria.

A estas alturas, Mercy había terminado su dona y estaba lista para ponerse
a trabajar, pero Zeddie tomó otra dona de la bolsa y le dio un mordisco.

—Entonces, ¿cómo sabes qué hacer con el cuerpo o a dónde enviarlo?

—No lo sabemos. Lo único que podemos hacer es salar los restos, realizar
los conjuros y llevarlos a los pozos de enterramiento.

—Dioses, no me extraña que estemos arruinados —murmuró Zeddie antes


de dar otro bocado.

Mercy se erizó.
—Esta gente merece dignidad al final de la vida tanto como cualquier otra
persona. Así es como hacemos las cosas en Birdsall e Hijo.

—Pero ¿cómo puedes mantenerte en el negocio si aceptas trabajos no


remunerados?

—Nosotros, no yo —lo corrigió ella mientras se metía en la boca el trozo de


dona que le quedaba—. Y no es no remunerado. Solicité la subvención de
tramitación de indigentes cuando entraron en vigor las nuevas leyes de
identificación de Tanria hace cuatro años. Aparte de Cunningham, somos el único
lugar de entrega de cadáveres sin llaves cerca de la Estación Oeste, y nos pagan un
estipendio cada vez que un alguacil nos entrega restos no identificados. Al
principio, no suponía mucho, pero con el gran número de personas entrando en
Tanria estos días, la admisión de indigentes se ha convertido en una fuente de
ingresos constante.

—Es bueno saberlo —dijo Zeddie con una clara falta de entusiasmo, lo cual
era decepcionante. Mercy estaba orgullosa de sí misma por haber tenido la
24
previsión de solicitar la subvención hace cuatro años.

—Bueno, habrá tiempo de sobra para que aprendas los pormenores de las
finanzas, y de todos modos, esa parte del negocio es sobre todo mi trabajo. —Le
dio una palmadita en el brazo, apartando al mismo tiempo su orgullo herido—.
¿Listo para lavar, salar y envolver?

Zeddie frunció el ceño ante la bolsa grasienta de donas.

—¿Tal vez primero debería hacer la digestión?

Mercy se rio de su broma, seguro que estaba bromeando, y lo condujo a los


astilleros, pero para cuando se habían puesto las gafas, los guantes y los delantales
de goma, la piel tostada de su hermano había adquirido una palidez fantasmal.
Estuvo a punto de ofrecerse a sacar el cuerpo del ascensor por su cuenta, pero se
detuvo. El negocio se llamaba Birdsall e Hijo, y el hijo había vuelto por fin a casa
para hacerse cargo de lo que había empezado su padre. Era hora de que ella dejara
de mimarlo y le permitiera ensuciarse las manos.

—Adelante, ponlo en la mesa de preparación.

—Bien.

Observó cómo Zeddie sacaba la carretilla del ascensor y levantaba el cuerpo


torpemente en su sudario manchado hasta la mesa sobre el desagüe del suelo.
Estaba claramente conteniendo la respiración, y para cuando terminó, se había
puesto totalmente verde. No entendía nada de sus remilgos. ¿Quizás utilizaban
maniquíes en lugar de cadáveres en su programa de entrenamiento?

—¿Te apuntas a salar y envolver el cuerpo? —le preguntó.

Una gota de sudor se deslizó por su sien.

—No, creo que primero debería verte hacerlo para asegurarme de aprender
a hacer las cosas como quiere papá.

—De acuerdo.

Ella estudió su mala cara. Zeddie siempre había sido tímido con los muertos,
pero seguramente tres años de trabajo para obtener su título en Ritos y Servicios
Funerarios habrían resuelto ese problema. Dejando de lado sus recelos, se dedicó
a desenvolver el cuerpo.

—La descomposición es extensa, pero se puede ver que este hombre fue
25
estrangulado, lo cual es una bendición. Los drudges suelen morder la garganta de
sus víctimas para matarlas antes de apoderarse de sus cuerpos, como seguro que
sabes.

Zeddie tragó pesado y asintió.

Mercy cortó lo que quedaba de la ropa del hombre, revelando la piel sin
sangre de su abdomen.

—¿Ves aquí? Hay una herida donde el aguacil Ralston atravesó el cadáver
por el apéndice, que, como sabes, es la sede del alma humana y el punto de
infección drudge, pero siempre lo compruebo dos veces para estar segura.

Tomó el bisturí que tenía a mano para este fin, hizo un corte preciso para
abrir el vientre bajo y rebuscó entre los intestinos hasta encontrar el apéndice,
perforado como es debido. Volvió a cortarlo para que no le faltara nada… a tiempo
de que Zeddie se inclinara sobre la pila del fregadero que tenía detrás y perdiera
en ella el contenido de su estómago. Huyó del astillero, las suelas de sus zapatos
de lona chirriando en el limpio suelo de linóleo, y Mercy se quedó mirando el
cadáver, desconcertada, sosteniendo el bisturí en el aire. Lo dejó en la bandeja, se
lavó las manos en el fregadero, lavando al mismo tiempo el desorden de Zeddie
por el desagüe, y siguió su rastro hasta que lo encontró sentado en la pequeña mesa
de la cocina con la cabeza enterrada entre los brazos. La bolsa de donas, ahora
vacía, estaba arrugada junto a su codo.
—¿Zeddie?

Se incorporó, limpiándose los ojos furiosamente con el dorso de las manos,


y a Mercy le dolió todo el pecho de compasión.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Necesito decirte algo.

—De acuerdo. —Se sentó en la silla frente a él y le dio unas palmaditas en


el brazo—.Te escucho.

Apretó las manos entre las rodillas, tan miserable y patético como un
cachorro atrapado fuera de la puerta mosquitera en la lluvia torrencial.

—Bueno… cuando estaba en la escuela… no seguí exactamente el curso de


Ritos y Servicios Funerarios.

Esa semilla de preocupación en sus entrañas brotó, creció y floreció. 26


—¿Qué? —preguntó, sin estar segura de querer la respuesta.

—Suspendí Introducción a los Rituales de la Muerte en mi primer semestre,


y tuve que dejar Introducción a la Construcción de Botes porque, según parece,
soy alérgico a la caoba. Eso explicaría todos esos sarpullidos que solía tener de
niño. ¿Recuerdas?

—Madre de los Dolores —espetó Mercy con incredulidad—. Entonces,


¿qué en el Mar Salado has estado estudiando durante los últimos tres años?

Zeddie se encogió en la silla, replegándose sobre sí mismo.

—Filosofía medorana antigua.

—¿Estás bromeando?

—No estaba muy entusiasmado, pero no sabía qué más hacer.

—¿Y justo me lo dices ahora? —En el transcurso de esas seis palabras, la


voz de Mercy se disparó varias octavas.

—¡Shh! —Zeddie se puso en pie de un salto y cerró la puerta de la cocina—


. Al menos te lo estoy diciendo.

—¿Papá lo sabe?
—¡No! ¡Dioses, no! Por favor, no se lo digas, Merc.

—¿Cómo se supone que voy a ocultarle esto? Creo que voy a desmayarme.
—Puso la cabeza entre las rodillas y respiró profundamente, tragando aire y
empañando sus gafas hasta que se controló y pudo sentarse de nuevo—. No pasa
nada. Podemos arreglar esto. No tienes que usar caoba. De todos modos, el roble
es mejor.

Miró esperanzada a su hermano, pero esa esperanza se desvaneció


rápidamente al verlo apoyarse en la puerta con aire de tragedia.

—El trabajo no es tan malo una vez que te acostumbras —le aseguró. Más
bien, le rogó.

—Nunca me acostumbraré. Y tienes razón. No es malo; es terrible.

—¡No, no lo es!

Zeddie se aferró ambos lados de la cabeza, sus rizos extendiéndose entre los
27
dedos.

—Sé que debería haber dicho algo antes, pero cada vez que intenté decírselo
a papá, me acobardé. Quiero decir, ¿cómo podía hacerle eso después de todo lo
que había hecho por mí? Así que pensé: «Está bien, Zeddie, ¿qué tan malo puede
ser? Dale una oportunidad». Pero esa oportunidad duró solo cinco segundos.
Dioses, esto es un puto desastre.

—No es que este trabajo haya sido una gran sorpresa. Siempre has sabido
que el emprendimiento se transmite de padre a hijo. Ha sido así desde los días de
los Dioses Antiguos, y papá ha tenido todo esto preparado para ti desde que naciste.
Tú te encargarías de la funeraria, y yo me quedaría como gerente de la oficina.
Zeddie, las cosas son un desastre. Si no das un paso adelante, se acabó. Birdsall e
Hijo está acabado. Terminado. Arruinado.

—Lo sé, pero te digo que no puedo hacerlo. No lo haré.

—Bueno, ¿qué otra cosa vas a hacer con tu vida?

—¡No pasarla con gente muerta!

Las palabras fueron una bofetada en la cara de Mercy. Sus ojos se llenaron
de lágrimas calientes de frustración, pero pudo ver que no había manera de
engatusarlo en el negocio de la familia, al menos, no mientras se derretía contra la
puerta en una miseria muda. Derrotada, se frotó la frente con ambas manos.
—¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé. Por favor, no se lo digas a papá. Ni tampoco a Lil. No confío


en que mantenga la boca cerrada.

—Se van a dar cuenta.

—Lo sé. Se lo diré a papá. Se lo diré a los dos, lo juro. Pero me gustaría
tener un plan para mi futuro antes de hacerlo. ¿Puedes cubrirme hasta entonces?

Mercy se preguntó si su hermano entendía que la había desestabilizado por


completo. Se había dejado la piel durante trece años para ayudar a papá a mantener
Birdsall e Hijo en funcionamiento en beneficio de Zeddie, y ahora él estaba a punto
de hacerlo añicos. Quiso decir: «¿Y yo qué?» Pero ¿qué derecho tenía a culpar a
Zeddie de un trabajo (de hecho, una vocación) que le hacía sentir miserable? No
podía hacerle eso a ese mocoso al que adoraba desde el día en que nació.

Se arrodilló frente a ella. 28


—¿Por favor? ¿Por favorcito? —le rogó.

Y ella se rompió como un huevo.

—Uf. Bien. Guardaré tu secreto. Por ahora. Pero al menos dale una
oportunidad a la fabricación de botes si no puedes soportar los cuerpos. Se lo debes
a papá. En cuanto a contarle lo de la carrera de filosofía, hazlo pronto. Y hasta
entonces, tienes que ayudarme a hacer todas las cosas que no impliquen cadáveres.
Y también tienes que ayudarme a mantener a papá a raya, porque sigue intentando
hacer cosas que el médico dice que ya no puede hacer. ¿Trato?

—Sí. Absolutamente. Trato. Eres literalmente la mejor hermana de la


historia.

—Asegúrate de mencionárselo a Lil la próxima vez que esté en la ciudad


—bromeó Mercy débilmente a medida que Zeddie la abrazaba con fuerza, con silla
y todo.

Ya se había olvidado de la carta extraña, así que no prestó atención al papel


arrugado en su bolsillo mientras su hermano le sacaba el aliento.
Hart llevaba veintiséis horas de vuelta al campo cuando el nimkilim se
presentó con su odioso «¡Toc, toc! ¡Correo!» fuera de los barracones, tiempo más
que suficiente para que Hart reconsiderara y lamentara su decisión de escribir y
enviar aquella carta. ¿Y si el nimkilim que la recogió del buzón la leyó o, peor aún,
tuvo una forma de devolverla al remitente? ¿Y si la carta fuera entregada de verdad
a alguien? ¿Y si alguien, cualquiera, descubría que era él quien la había escrito?

Y sin embargo, cuando salió a la penumbra tanriana para encontrar a


Bassareus de pie junto a las tumbonas, Hart no pudo evitar la esperanza de que la
carta en la pata del conejo fuera una respuesta a la que había enviado al mundo
como un mensaje en una botella. 29
—¿Cómo estás? —dijo el nimkilim con su voz incongruentemente grave.
Su chaleco rojo estaba raído, pero el aro de oro de su larga oreja brillaba como si
fuera nuevo.

—Banneker y Ellis están de ronda —le dijo Hart, ya que sabía que la entrega
probablemente no era para él, y no quería decepcionarse.

—También me alegro de verte, solecito. Es para ti, de parte del jefe.

Hart tomó la carta ofrecida y la miró con el ceño fruncido, más


decepcionado de lo que había pensado. Cuando se dio cuenta de que el conejo
seguía allí, dijo:

—¿Gracias?

—De nada.

Bassareus no se movió, así que Hart lo hizo, entrando en el barracón para


leer la nota, pero no dejó de oír el «Imbécil» murmurado por el nimkilim a sus
espaldas mientras cerraba la puerta. Alma no se había molestado en meter la carta
en un sobre, así que Hart la desdobló y tomó el mensaje, entregado de forma
sucinta en la pulcra y poco recargada letra de Alma.

Alguacil Ralston,
Se requiere su presencia en mi oficina mañana por la tarde, a la una en
punto. Hasta entonces.

Era inquietante, el equilibrio extraño de antiguos compañeros y amigos


convertidos en jefe y subordinado y en una especie de amigos, pero en una especie
de no amigos. Hart volvió a escudriñar el mensaje escueto, intentando leer entre
líneas. Estaba a la distancia de llamarlo alguacil Ralston y la insinuación amistosa
de firmar con su inicial. Por eso ya no iba a su casa; nunca podía saber exactamente
a qué atenerse con ella.

Su conversación del día anterior sobre el hecho de que Hart trabajara solo
no era un motivo pequeño de preocupación. Y sin embargo, mientras estaba
acostado en la litera demasiado pequeña esa noche, no fue su encuentro inminente
con Alma lo que lo mantuvo despierto. Fue la carta que no había enviado a nadie
en particular. Siguió dándole vueltas a la idea de volcar su corazón en un trozo de
papel, hasta el punto de que al día siguiente, cuando regresó a la estación, se sintió
30
mal del estómago.

Llegó media hora antes para reabastecerse y poder escapar en cuanto Alma
terminara con él, pero la voz del jefe se coló en la estación a la una menos cuarto.

—Alguacil Ralston.

Levantó la vista de la estantería repleta de fruta enlatada, y la encontró de


pie junto a la puerta. Sacudió la cabeza hacia el pasillo que había detrás de ella.

Hart sacó su reloj del bolsillo.

—La reunión no es hasta la una.

—Más vale que acabe de una vez. Vamos. Y no digas que no te advertí que
esto iba a pasar.

Su estómago se agrió aún más cuando se encontró con ella en la puerta y se


puso a su lado.

—Entonces, ¿vas a imponerme otro compañero?

—En cierto modo.

—¿Qué quieres decir?


Alma se detuvo ante la puerta cerrada de su despacho y estudió a Hart. Una
esquina de su boca se torció en una sonrisa.

—¿Qué? —preguntó, desconcertado.

—Eres fantástico en lo que haces.

Un cumplido. No se lo esperaba, y no sabía qué hacer con él. El calor se


extendió por su pecho.

—Por eso he decidido que le debes a la profesión el transmitir tu riqueza de


conocimientos —continuó ella y de repente, la sonrisa de Alma le pareció
amenazante.

—¿Un aprendiz?

Bien podría pedirle que aprendiera a soplar vidrio o a cambiar los pañales
de un bebé. No podía imaginar cómo había llegado a pensar que era una buena
idea, pero allí estaba ella, con sus ojos de semidiosa brillando con diversión
31
mientras asentía en respuesta.

—No. Rotundamente no —dijo él.

—Es hora de pagar algo.

Abrió la puerta de su despacho, antes de que él pudiera escupir otra protesta.


Un hombre dolorosamente joven les estaba esperando, sentado en la silla frente al
escritorio de Alma, con las rodillas moviéndose de arriba hacia abajo con energía
nerviosa. En realidad, el término «hombre joven» era exagerado. Probablemente,
el chico aún ni necesitaba afeitarse la pelusa negra del labio superior con
regularidad y había algo en el apretado corte de su cabello enroscado que le hacía
parecer más joven de lo que era, como si su madre fuera la que tomara las
decisiones sobre su peinado, y le comprara calcetines y ropa interior. Llevaba un
frasco tapado tatuado en el antebrazo, lo que significaba que su apéndice había
reventado en algún momento y que un devoto del templo había tenido que
preservar su alma en el recipiente espiritual entintado en su piel para que no se
fuera navegando por el Mar Salado antes de que su cuerpo muriera. Según la
experiencia de Hart, los alguaciles sin apéndice tendían a ser pesadillas de riesgo
y exhibición.

El chico se puso de pie de un salto, agarrando un folleto de reclutamiento


que decía ¡Así que quieres ser un alguacil tanriano! mientras miraba boquiabierto
a Hart.
—Caray, qué alto eres.

Esto no va a pasar, pensó Hart. Me niego a hacerlo. Dirigió al aspirante


una mirada fría, la que helaba la sangre de la mayoría de los malhechores, pero el
chico era tan ingenuo que no tuvo ningún efecto perceptible en él.

—Muy bien —le dijo Alma al joven—. Adelante. Y que los dioses te
acompañen.

El chico miró a Hart con ojos ansiosos del cálido color marrón de la cubierta
de un libro de cuero bien gastado.

—Sé que usted es un hombre ocupado, alguacil Ralston, así que iré al grano.
He oído que lleva un tiempo trabajando en solitario.

—Síp.

—Ser alguacil es un trabajo duro. Es más fácil con dos, ¿tengo razón?
32
—¿Esto es lo que llamas ir al grano?

El chico se lamió los labios.

—Necesito un trabajo, y usted necesita un compañero.

—Te equivocas al menos en un cincuenta por ciento.

—Es una situación en la que todos ganan.

—Y eso es cien por ciento incorrecto.

Los ojos del chico pasaron de ansiosos a suplicantes.

—Escúcheme. Mi padre murió en un accidente de tránsito el año pasado, y


ha sido duro para nosotros, especialmente para mi madre. Tuvo que buscar un
trabajo extra para mantenernos a flote. Ella quería que yo estudiara odontología,
pero cuando se me reventó el apéndice hace un par de meses y conseguí no morir,
pensé: «Esta es mi oportunidad. Podría unirme a los alguaciles de Tanria y hacer
un buen dinero y ayudar a mi madre a enviar a mis hermanas y a mi hermano a la
universidad». ¿Usted sabe lo que gana un alguacil?

Hart no respondió a la pregunta. Estaba demasiado ocupado recordando a


su propia madre, utilizada y abandonada por un dios indiferente para criar a Hart
por su cuenta. Al menos el padre de este niño había sido un padre decente.
—Soy fuerte y trabajo duro —insistió el recluta, como si pudiera sentir que
Hart estaba cediendo—. Y oiga, como no tengo apéndice, no puedo convertirme
en un drudge, ¿verdad?

—Pero te puede matar uno —señaló Hart, recordando que no necesitaba ni


quería un aprendiz—. Esto no es un juego. Cuanta más gente entra en Tanria, más
cuerpos hay para que los drudges se apoderen de ellos y la cosa empeora año tras
año. Los alguaciles ganan mucho dinero porque cada vez que pisamos suelo
tanriano, nos jugamos la vida. Es un trabajo peligroso, y tú solo eres un niño.

El chico en cuestión se puso más erguido e hinchó el pecho.

—Tengo diecinueve años. ¿Cuántos años tenía cuando empezó a trabajar


como alguacil? ¿Quién fue su mentor?

Hart apretó los labios al recordar a su yo de dieciséis años: torpe, flacucho,


huraño.
33
Asustado.

Solo.

Este tipo estaba tocando todos los puntos débiles que tenía.

—Espera un segundo —le dijo Alma al aspirante a alguacil antes de


arrastrar a Hart al pasillo y apuntarle con un dedo severo a la cara—. Quiero que
recuerdes quién eras cuando tenías diecinueve años. Quiero que recuerdes lo que
Bill significaba para ti entonces. Podrías ser para este joven lo que Bill fue para ti.

Todo el aire salió de los pulmones de Hart. Alma no había pronunciado el


nombre de Bill en su presencia desde su discusión de hacía cuatro años y ahora
estaba aquí, jugándolo como una carta de triunfo. Lo que más le irritaba era que
estaba funcionando. Debería estar criticándola; en lugar de eso, miró al chico en el
despacho, cuya cruda esperanza retorcía la conciencia de Hart.

Podrías ser para este joven lo que Bill fue para ti. Por un momento, por un
latido de su vida, quiso que fuera verdad, lo suficiente como para dejar escapar un
soplo de derrota y apoyarse en el marco de la puerta para lanzarle al chico una
larga mirada apreciativa. Era como mirarse en un espejo, el reflejo de su yo más
joven desafiándolo a ser un hombre mejor de lo que había llegado a ser.

—¿Cómo dijiste que te llamabas?


—Penrose Duckers, pero mis amigos me llaman Pen. —Ambas respuestas
sonaron de hecho más como preguntas que como afirmaciones, un matiz de
incertidumbre apretando las entrañas de Hart como un pretzel y reforzando su
decisión desconcertante de tomar lo que probablemente sería una muy mala
decisión.

—Bueno, Duckers, no soy tu amigo. Vamos. Tenemos que equiparte.

Todo el cuerpo de Duckers se iluminó con una excitación similar a la de un


cachorro.

—Espere, ¿qué? ¿Estoy contratado?

Hart se maravilló ante el techo mugriento del despacho de Alma, como si


la razón de su acuerdo para contratar a un aprendiz estuviera pegada a la tira de
papel matamoscas colgando cerca de la ventana.

—Parece que sí. 34


—¡Sí! No lo defraudaré, señor… Har… ¿cómo debo llamarlo?

—Señor —respondió Hart secamente.

—Bien. —Duckers agarró la mano de Hart y la bombeó con entusiasmo—


. Sí, señor.

Alma le sonrió y, por alguna extraña razón, ya no le dolió el estómago.

Hart y Duckers se sentaron en lo alto de sus équidos, a centímetros de la


Niebla en el puesto de control occidental, donde un arco hecho de metal y una serie
de pistones desconcertante y engranajes se alzaban contra la neblina agitada de la
frontera tanriana. Los portales que abrían una puerta a la Niebla en cada uno de los
cuatro puntos cardinales de Tanria no dejaban de impresionar a Hart. Había
entrado y salido de ellos durante diecinueve años, pero no tenía ni idea de cómo
funcionaban. Los ingenieros dominaban la maquinaria lo suficiente como para
hacer reparaciones de vez en cuando, y las imitaciones piratas eran cada vez más
abundantes, pero la única persona que realmente entendía los entresijos de los
portales era el hombre que los había creado veinticinco años atrás, un erudito
ermitaño de la Universidad de Quindaro llamado doctor Adam Lee. Hart lo había
conocido una vez cuando vino a examinar el portal de la Estación Oeste. Era un
hombre pequeño y de huesos finos, pero aunque la parte superior de la cabeza del
doctor Lee no le llegaba a Hart ni al hombro, era la persona más intimidante que
hubiera conocido. Nadie podía igualar esa clase de brillantez, lo que explicaría por
qué los portales piratas utilizados para entrar ilegalmente en Tanria se
derrumbaban o explotaban con frecuencia.

El ingeniero de guardia en el portal de la Estación Oeste pulsó un par de


botones, hizo girar un dial y tiró de la manivela. Duckers contemplaba la Niebla
dentro del arco mientras se arremolinaba y diluía hasta convertirse en nada más
que una cortina opaca con la silueta sombría del paisaje de Tanria apenas visible
al otro lado.

—Entonces, ¿solo atravieso esto?

—Sí.

—¿Solo hay que atravesarlo? ¿Tan fácil como eso? 35


—Sí.

Hart esperó a que el chico se pusiera en marcha mientras los alguaciles


asignados al puesto de control se reían, pero Duckers siguió sentado en su yegua
dócil y frunciendo el ceño ante la neblina densa sin ir a ninguna parte.

—¿Hay algún drudge en esta cosa? —preguntó a Hart.

—Nop. No pueden entrar en la Niebla, y hay alguaciles apostados al otro


lado, así que normalmente tampoco los ves cerca de los portales.

—¿Siempre?

Hart no tenía intención de quedarse sentado todo el día, ya había perdido la


mayor parte de la tarde, así que tomó las riendas de Duckers y arrastró al jinete y
équido a través de la Niebla con él. El silencio espeso de la neblina le caló hasta la
médula de los huesos a medida que cruzaban, una sensación a la que ya estaba
acostumbrado pero que nunca había aprendido a amar.

A Duckers tampoco le gustó. Su tez oscura habiendo adquirido un tinte


enfermizo cuando llegaron al lugar.

—Mierda —espetó.

—Ya está —dijo Hart, echando las riendas hacia atrás—. Así de fácil.
Duckers parecía que iba a vomitar sobre la escamosa piel púrpura de su
montura, pero cuando por fin se dio cuenta de lo que le rodeaba, sus labios se
aflojaron de asombro.

—Vaya.

Hacía mucho tiempo que Hart no miraba el paisaje de Tanria con algo
parecido al asombro. Ahora contemplaba los triángulos extrañamente simétricos
de las montañas en la distancia y las amplias colinas rosas extendiéndose ante ellas.
Escuchó el burbujeo similar a la lava de un arroyo ambrosiano y el trino estridente
de los pájaros y los cómicos eructos de los animales que solo vivían y morían en
esta tierra extraña, un mundo desquiciado creado por dioses encarcelados sin nada
mejor que hacer. Hart intentó apreciarlo una vez más mientras observaba a Duckers
asimilarlo todo con ojos nuevos. No funcionó. Ahora Tanria era simplemente un
lugar para él, no diferente de cualquier otro lugar. Pensó en lo que había dicho
Alma sobre este agujero de mierda siendo su hogar. No era una mierda, pero
tampoco era su hogar. 36
Duckers, en cambio, lo asimiló todo con entusiasmo y su sonrisa se hizo
cada vez más grande. Volvió a mirar hacia el portal y se rio.

—¡Santo cielo!

—Síp —coincidió Hart.

El portal seguía allí, con un aburrido alguacil tanriano apostado a cada lado,
pero el arco parecía ser una puerta independiente en medio de la nada, como si la
Niebla no estuviera allí en absoluto. El paisaje desértico de Bushong era
claramente visible desde el interior de Tanria, pero completamente inalcanzable
sin los portales. Duckers apretó una mano contra la sólida pero invisible frontera
y vio pasar una planta rodadora al otro lado.

—Entonces, ¿la gente no podía ver dentro, pero los Dioses Antiguos podían
ver fuera?

—Síp.

—Caray.

—Supongo que los Dioses Nuevos querían que los Dioses Antiguos vieran
lo que se estaban perdiendo. —Esto siempre le había parecido cruel a Hart, pero
de todos modos no tenía una buena opinión de los dioses, ni de los Antiguos ni de
los Nuevos. Dejó de lado la mortandad y asintió a su aprendiz—. ¿Estás listo?
—Sí, señor. —Duckers le sonrió, dispuesto a todo, y Hart se dio cuenta,
para su asombro, que ese chico le caía bien y no le molestaba su compañía tanto
como había pensado.

—No vas a caerte de tu équido, ¿verdad?

—No lo creo, pero soy un hombre de ciudad. No estoy acostumbrado a los


équidos.

—Pues acostúmbrate a ellos, porque aquí no funcionan los autoduck.


Tampoco los transistores, las cocinas de gas, las armas de fuego, lo que sea. Todo
lo que no existía antes de que los Dioses Antiguos fueran encarcelados es inútil en
este lado de la Niebla. Este lugar es de la vieja escuela, así que si quieres cocinar
algo, lo haces con fuego y si quieres matar algo, lo haces con un objeto puntiagudo
y si quieres desplazarte, lo haces a pie o en un équido. Si quieres música, en teoría,
la haces tú mismo, pero ten en cuenta que te ataré y amordazaré si lo haces.

—De acuerdo —dijo Duckers, alargando la última sílaba como una larga 37
nota musical de incertidumbre matizada por un saludable cuestionamiento de su
elección profesional—. Sabe que todo esto es Tanria 101, ¿verdad?

—Sí. Tanria 101 está ahora en sesión.

Hart instó a los équidos a avanzar y comenzó la primera gira de su aprendiz


por Tanria, manteniéndose en el borde exterior, cerca de la Niebla. Se podía
encontrar a los delincuentes en cualquier parte de Tanria, pero la frontera era el
lugar donde era menos probable encontrarse con criminales extrayendo gemas
ilegalmente o cazando aves exóticas, a menos que los atraparan mientras entraban.
El paseo de hoy sería puramente educativo. En resumen, Hart estaba enseñando a
Duckers sobre Tanria de la misma manera que Bill le había enseñado a él hace
tantos años: empezando por lo básico.

—Vamos a empezar con la historia —dijo—. ¿Qué es Tanria, y cómo llegó


a existir?

—Dios mío. —Duckers se frotó la frente con frustración.

—Responde a la pregunta.

—Los Dioses Antiguos se dedicaban a la guerra, la venganza y esas cosas,


así que los Dioses Nuevos los derrocaron y los encarcelaron en la Tierra. Eso fue
hace un par de miles de años. Los Dioses Antiguos vivieron aquí hasta hace
doscientos y pico años, cuando finalmente pidieron auxilio y el Guardián los dejó
salir y un Dios Desconocido los convirtió en estrellas en el altar del cielo. Luego
un tipo hizo los portales hace veinticinco años y bla, bla, bla.

—Y la gente pudo entrar en Tanria por primera vez desde su creación —


terminó Hart por él—. Entiendo que estés molesto, pero quiero asegurarme de que
tienes absolutamente claro cómo funciona la mierda aquí, porque «bla, bla, bla»
cubre mucho territorio. Por ejemplo, muchos de los lugareños no estuvieron muy
contentos con el hecho de que un montón de gente empezara a entrar en Bushong,
ya sea para saquear un lugar sagrado o para aprovecharse de los aventureros y
magnates que hacen dinero en Tanria. «Bla, bla, bla» también excluye el hecho de
que, una vez que la gente pudo atravesar la Niebla y morir en Tanria, pudieron
convertirse en drudges, razón por la que se formaron los alguaciles tanrianos.

—¿Excluye? ¿Quién habla así?

Hart se pellizcó el puente de la nariz.

—La cuestión es que, hay un montón de rumores estúpidos por ahí sobre 38
Tanria, y quiero que distingas tus hechos de la ficción. La mitad de la población
de las Islas Federadas cree que los dragones están volando por todas partes y
acaparando tesoros.

—Entonces, ¿no… no lo hacen?

—No.

—Ah. Ya lo sabía.

—No, no lo sabías. —Era una respuesta engreída de un hombre que había


creído que había dragones en Tanria cuando era niño y se había sentido tan
decepcionado como Duckers ahora al descubrir que no eran más que cuentos de
hadas—. ¿Por qué los Dioses Nuevos colocaron a Tanria en el centro sur de
Bushong?

—Hum… quiero decir… —Duckers observó su entorno como si la


respuesta pudiera estar escrita en el tronco de un árbol cercano.

—Porque es árido, rocoso, una mierda y lo más alejado del agua que se
puede estar, así que muy poca gente vivía aquí en ese entonces. Lo siento, ¿qué
decías de que esto era Tanria 101 y todo el mundo lo sabía?

—Supongo que no nos enseñaron esa parte en la escuela —murmuró


Duckers.
—Supongo que no lo hicieron. Ahora dime lo que sabes de los drudges.

Duckers se animó, dispuesto a hablar de este tema. Probablemente había


jugado a los drudges y a los alguaciles un millón de veces cuando era niño, como
cualquier otro niño de las Islas Federadas.

—Nadie sabe qué son, ni de dónde vienen. Todo lo que sabemos es que si
alguien muere en suelo tanriano, puede ser infectado por algún tipo de espíritu y
reanimado. La mayoría de la gente cree que son almas perdidas, ya que infectan el
apéndice, pero como las almas son invisibles, no hay forma de saberlo con
seguridad.

En ese preciso momento, un alma pasó flotando junto a Duckers, el


inquietante vástago de luz ámbar flotando sobre las colinas rosas de Tanria como
una semilla de diente de león soplada por el viento. Nadie más que Hart podía
verla, y nadie sabía que Hart podía hacerlo, al menos nadie que estuviera vivo. En
los días en que Alma y él fueron compañeros, había estado tentado de decirle que
podía ver las almas de los difuntos, su don de semidiós, pero luego había recordado
39
lo que le había ocurrido a Bill y se había callado. Como Hart no podía hacer nada
con un alma cuando estaba desencarnada, siguió con su lección.

—¿Cómo se mata a un drudge?

—¿Se pueden matar? ¿No están ya muertos?

Hart abrió la boca, y la cerró.

—Buen punto.

—¡Ajá! ¡En su cara! ¿Quién está educando a quién aquí? —Duckers levantó
los puños en señal de triunfo, un gesto que se desvaneció un segundo después,
cuando casi se cayó del équido y tuvo que forcejear para mantener al potro en
calma.

—¿Quién está educando a quién? —corrigió Hart, reprimiendo el extraño


impulso de reír—. ¿Cómo acabas con un drudge?

—Los pinchas en el apéndice para que el alma perdida no pueda permanecer


en el cuerpo. Es como un interruptor de apagado.

—¿Y es fácil hacerlo, «pincharlos en el apéndice»? —Hart puso comillas


en la expresión ridícula.

—¿No?
—No, no lo es. El apéndice es muy pequeño.

—Bueno, déjeme decirle que se sintió jodidamente enorme cuando explotó


dentro de mí.

Hart giró la cabeza y fingió toser cuando, en realidad, estaba riendo.

—Imagino que sí. ¿Cuándo es más probable que un drudge mate a una
persona viva?

—Cuando el cadáver que poseían está todo podrido y asqueroso, y necesitan


un cuerpo fresco.

—Bien. ¿Qué pasa si un drudge sale de Tanria?

—¿En serio? ¿Sucede eso?

—Rara vez, pero no es inaudito. A veces, un alguacil entrega un cuerpo a


una funeraria, creyendo que han dado con el apéndice cuando no es así y si 40
envuelven al drudge en tela de lona para que no pueda moverse, nadie se entera
hasta que la funeraria lo desenvuelve, y el drudge queda libre para causar estragos
en alguna ciudad fronteriza. Además, a veces un drudge consigue atravesar un
portal pirata si los delincuentes que lo utilizan no lo sellan bien o si funciona mal.
Últimamente ocurre cada vez más. Entonces, ¿qué haces si un drudge escapa?

—¿Pincharlo y pincharlo? —respondió Duckers, ilustrando su significado


con el dedo índice.

—Así es, porque un drudge seguirá descomponiéndose, lo que significa que


podría intentar matar a alguien al otro lado de la Niebla. No entiende que no puede
infectar un cuerpo fuera de Tanria. Por eso tienes que estar seguro de que has dado
con el apéndice antes de sacar los restos de aquí para enviarlos a casa. ¿Está claro?
—Hart quería asustar a su aprendiz con este punto.

—Sí, señor. ¿Los drudges infectan a los animales? ¿Hay ardillas y mierdas
así que también son drudges?

—Un drudge puede infectar cualquier cosa con un apéndice.

—¿Quiénes tienen apéndices?

—¿En Tanria? Los humanos, los conejos, las zarigüeyas, los puercoespines
y los graps.

—¿Y los qué?


—Graps. Los conejos, las zarigüeyas y los puercoespines ya estaban aquí
cuando se creó Tanria, y algunos de ellos quedaron atrapados en su interior. Pero
los graps fueron creados por los Dioses Antiguos. Son como ranas, pero son
peludas. Solo los encontrarás en Tanria.

—Hum. ¿Qué hay de los gatos y perros? ¿Tienen apéndices?

—No y no.

—¿Entonces no tienen alma?

Hart hizo que su équido se detuviera, y la yegua de Duckers, sintiendo la


autoridad, se detuvo también en su camino.

—¿De verdad crees que los perros no tienen alma? ¿Has conocido alguna
vez a un perro que no sea cien veces más agradable que el promedio de los seres
humanos?

—Hum, ¿no?
41
—Exactamente. No insultes así a los perros.

Le dio un golpecito ligero a su équido y los puso a ambos en movimiento


una vez más, sintiéndose un poco culpable. Después de todo, el chico no había
conocido a Gracie, y Hart no necesitaba reprenderlo el primer día.

—Supongo que le gustan los perros —dijo Duckers.

—Supongo que sí.

—Déjeme preguntarle algo. Si tuviera que elegir entre salvar mi vida o


salvar a un perro, ¿qué elegiría?

—El perro.

—Eso es gracioso. Es divertidísimo.

—No me estoy riendo, ¿verdad? —Hart empujó su montura hacia adelante,


dejando que Duckers lo alcanzara.

—Caray. Eso es ser frío, señor.

Hart miró detrás de él y vio a su aprendiz aferrándose a un équido que había


empezado a trotar. Volvió a mirar hacia adelante para que Duckers no lo viera
sonreír.
La confesión de Zeddie y sus ramificaciones siguieron preocupando a
Mercy la mañana siguiente al primer (y posiblemente último) día desastroso de su
hermano como sepulturero, pero como no tenía ninguna solución preparada y una
acumulación de botes que construir, además de un pozo lleno de cadáveres con los
que lidiar, se puso el delantal, los guantes y gafas de goma, y se puso a trabajar. El
cuerpo que había sobre la mesa de preparación pertenecía a una cazadora de graps
con licencia que un alguacil había traído el día anterior, una mujer asesinada y
reanimada por un drudge mientras buscaba graps para el mercado lucrativo de
mascotas de Tanria. A diferencia del hombre agujereado y sin llave que Hart
Ralston había traído dos días antes, éste vino con un paquete funerario prepagado
de Birdsall e Hijo.
42
Una vez que Mercy hubo cortado la ropa sucia con unas tijeras afiladas,
lavó el cuerpo con la manguera adjunta al fregadero. Luego entonó los conjuros de
los Tres Padres y del Dios Desconocido mientras frotaba con sal la piel ya
desprendida de la mujer muerta.

Del agua viniste, y al agua volverás.

Navegarás hacia los brazos del Mar Salado,

y el Abuelo Hueso aliviará tu cuerpo de tu espíritu.

El Guardián te abrirá la puerta,

y el Dios Desconocido te dará la bienvenida a su hogar,

donde conocerás la paz.

Mercy se perdió en los versos y su voz de contralto llenó la sala. Aunque


carecía de la resonancia del barítono patentado de su padre, enhebró las palabras
con su propio respeto y gravedad.

Una vez que la cazadora de graps estuvo envuelta en tela de lona fresca,
colocada en su bote (un bonito cúter de roble) y guardada en el muelle para salir a
repartirla, Mercy tomó el último de los indigentes sin llave de Birdsall por la
semana y volvió a realizar el mismo ritual. Mientras la sal hacía su trabajo, colocó
una llave genérica en una cadena barata alrededor del cuello del desafortunado.
Luego metió la mano en la papelera del mostrador de trabajo y sacó un pequeño
bote de madera del tamaño de la palma de la mano.

Papá los tallaba en su tiempo libre: veleros, balandros y cúteres diminutos.


Siempre había creído que todo el mundo debía tener un bote para navegar por el
Mar Salado hasta la Casa del Dios Desconocido, sin importar quién fuera o lo
pobre que fuera. Era este pequeño acto de bondad y decencia lo que hacía que
Birdsall e Hijo fuera un millón de veces mejor que una operación incruenta, sin
alma y en la que el beneficio lo es todo, como era Cunningham. Colocó el bote de
madera sobre el corazón del hombre, enderezó su llave y lo envolvió firmemente
en una tela de vela limpia.

Estaba tomando una rápida taza de café en la cocina cuando oyó a Zeddie
decir:

—Papá, ya vuelvo. —Salió del despacho al otro lado del pasillo, cerró la
puerta y se metió los dedos en los rizos despeinados.
43
Mercy se apoyó en el mostrador a medida que Zeddie pasaba junto a ella
para servirse una taza. Añadió una cantidad asombrosa de azúcar, y la removió con
un repiqueteo vigoroso de la cuchara contra la porcelana.

—Así de mal, ¿eh?

—Mercy, por las tetas y los testículos de los dioses, no tenía ni idea de lo
que has estado aguantando todos estos años. Los libros son un desastre, y no es
que sea genial con los números.

Mercy soltó una risita maníaca sin querer sobre su taza.

—Bueno, se te dan mejor que a papá.

—Tienes que echarle encima al profesor de matemáticas.

—Lo sé, pero Lilian casi nunca está en la ciudad, y es injusto hacer que se
ocupe de los libros en su tiempo libre.

Su hermana había sido una vez profesora de matemáticas en Argentine, pero


cuando se enamoró de Danny, el repartidor de Birdsall e Hijo, estuvo más que feliz
de abandonar sus «mierdecillas» para viajar por las Islas Federadas de Cadmus con
su marido.
—¿Seguro que no prefieres salar y envolver un par de cuerpos más
conmigo? —ofreció Mercy.

—Serán las matemáticas —suspiró Zeddie, y volvió a la oficina, pero


Mercy estaba lejos de perder la esperanza. Una vez que su hermano viera de
primera mano la importancia del trabajo que ella y papá hacían en Birdsall e Hijo,
entraría en razón.

Mercy cargó el viejo autoduck con cuatro indigentes salados y envueltos, y


condujo hacia el sur por la calle principal, siguiéndola cuando se convirtió en una
carretera de dos carriles. Una vez que la carretera asfaltada se encontró con la
grava, redujo la velocidad para sortear los baches sin empujar los cadáveres en la
bodega, y tuvo cuidado al hacer el giro brusco hacia Shipyard Road. Obviamente, 44
los cadáveres no apreciarían el esfuerzo, pero le pareció lo más decente.

Estacionó en las fosas, bien lejos del pequeño pero creciente astillero, donde
estaban enterrados los muertos de Eternity, Argentine, Mayetta y Herington, con
sus lápidas espaciadas en filas ordenadas. Hizo rodar cada cuerpo sobre la tierra
irregular y los depositó en el pozo abierto donde iban a parar los no identificados
y los indeseados, la gente que entraba en Tanria por cualquier medio para hacerse
rica o empezar de nuevo, solo para ser asesinada por los drudges y convertirse ellos
mismos en drudges.

Mercy ahuyentó una mosca a medida que miraba los cadáveres no


reclamados que se habían acumulado a lo largo de la semana. Como de costumbre,
los restos no identificados de Cunningham superaban en número a los de Birdsall
e Hijo por un margen considerable. El Otro Sepulturero no se molestaba en
amortajar a los indigentes, lo que le parecía ofensivamente indigno. No era tanto
que se apartara de la podredumbre y los gusanos, de los ojos lechosos y las bocas
abiertas, de los músculos tensos por el rigor mortis, ni mucho menos. Simplemente
creía que todo el mundo se merecía un ritual para pasar a la otra vida, y si eso no
dejaba a nadie más que a ella para decir unas palabras sobre una tumba sin nombre,
estaba más que dispuesta a hacer lo que era bueno y correcto. Juntó las manos
delante de ella y pronunció su discurso. Las palabras variaban cada vez, pero el
sentimiento seguía siendo el mismo.
—Sé que esta fosa probablemente no es lo que hubieran querido para
ustedes, pero para ser honesta, son los vivos los que se preocupan, no ustedes, ya
no. ¿Toda esa gente en sus botes lujosos siendo enterrados aquí o enviados a casa?
Van al mismo lugar que ustedes. Algunos de ellos han sido preservados en savia
de castaño tanriano. Algunos serán enterrados en varaderos, en botes herméticos
que no deben tener fugas. Algunos serán reducidos a cenizas en sus botes y
esparcidos en el océano por sus seres queridos. Pero al final, todos navegarán por
el Mar Salado, como ustedes. El Guardián les dará la bienvenida a la Casa del Dios
Desconocido y no quedará nada más que lo que el Abuelo Hueso deje atrás. Es el
camino que todos recorremos. Así que, buen viaje y feliz regreso a casa. Ha sido
un placer y un honor servirles aquí al final.

Echó una última mirada a los cadáveres, como si dijera «los veo», antes de
volver a casa. Cuando regresó a Birdsall e Hijo, el vehículo de reparto estaba
estacionado junto al muelle, lo que significaba que Lilian y Danny habían llegado
mientras ella estaba fuera. El ánimo de Mercy se levantó. Se dio un baño rápido
en su apartamento de encima del astillero, se puso uno de sus vestidos favoritos,
45
de color azul huevo, cubierto de pares de cerezas y tomó una botella de vino antes
de dirigirse a casa de papá con Leonard pisándole los talones y un optimismo
renovado de que todo iba a salir bien.

Su andar ágil se hizo más ágil por las risas estridentes de su familia, que
podía oír desde dos puertas más abajo. Subió los escalones, abrió la puerta y dejó
que la explosión de sonido de su familia la invadiera.

—¿Es la mejor hermana de la historia? —llamó Zeddie desde algún lugar


fuera de la vista mientras Mercy sumergía los dedos en el plato de agua salada en
el altar familiar y tocaba la llave de su madre.

—Estoy aquí, ratita —le disparó Lilian, abrazando a Mercy con fuerza y
luego arrastrándola de la mano hasta la mesa del comedor, donde podrían sentarse
y ver a Danny (el único miembro de la familia que sabía cocinar) hacer la cena en
la cocina. Para sorpresa de Mercy, Zeddie parecía estar ayudándole.

—Estoy muy alarmada. ¿Qué está pasando? —preguntó Mercy a su


hermana.

—Cariño, ¿confiamos en Zeddie con un cuchillo? —llamó Lilian a su


marido.

Danny sonrió adorablemente. Todo en Danny era adorable, desde sus rizos
de color rojo oscuro hasta las puntas de sus zapatos.
—Está aprendiendo a cocinar.

—¿Confiamos en Zeddie con la comida? —preguntó Mercy.

Zeddie le dirigió una mirada teatral y la señaló con el cuchillo, arrojando


trozos de cebolla por todo el suelo.

—Ja, ja. ¿No eras tú la que se quejaba la otra noche de lo terrible que son
nuestras cenas sin Danny?

—No, eras tú el que se quejaba. Y también sin cocinar.

—Bueno, ahora estoy aprendiendo a cocinar, así que cállate.

—Que los dioses nos ayuden. —Mercy hizo un ademán de entrar de


puntillas en la cocina para tomar una galleta de la tabla de quesos y ofrecerla en el
altar del Hogar, a la derecha del fregadero—. Por favor, asegúrate de que no nos
envenene —rezó en broma al dios de la cocina.
46
—Eres divertidísima. —Zeddie le dio un empujón en el trasero para echarla
hacia el comedor mientras papá entraba por la puerta mosquitera en una nube de
humo de cigarro. Cuando vio a Mercy, hizo una mueca y trató de alejar la
evidencia.

—¡Papá! ¡La doctora Galdamez dijo que no fumaras!

Levantó las manos en señal de rendición y se dirigió a la cocina para servirse


el plato de queso, que probablemente tampoco era lo mejor para su salud.

—¿Qué vamos a cenar? —preguntó.

—Pollo asado, zanahorias glaseadas con balsámico y una buena ensalada


verde. —Danny descorchó una botella de vino y empezó a servirlo en las copas de
la mesa, dejando a Zeddie a su aire.

—Que los dioses te bendigan, pero ¿Zeddie no va a quemar la cocina sin ti?
—susurró Mercy a su cuñado mientras le servía una generosa copa de pinot grigio.

—¡Oye! —protestó Zeddie.

—No está tan mal —respondió Danny con una carcajada. Pero cuando
empezó a servir una copa para Lilian, se paró en seco, dejando caer el vino sobre
el mantel—. Ah, cielos, nena, ¿puedes beber esto?
Mercy se congeló, su cuerpo comprendiendo lo que Danny estaba
insinuando antes de que su cerebro pudiera ponerse al día.

—Por supuesto que bebe vino. ¿A quién no le gusta el vino? —comentó un


Zeddie totalmente despistado a medida que pelaba dientes de ajo.

—A mí me gusta el vino —añadió Roy, también despistado.

Lilian miró a Danny con los ojos muy abiertos y exasperados, y las mejillas
pecosas de su marido se volvieron rosas.

—¡Mierda! Lo siento! —le susurró.

—¡Espera! ¿Estás…? —comenzó Mercy, pero Lil le pellizcó la pierna por


debajo de la mesa.

—Hablaremos más tarde —dijo por la esquina de su boca, liberando el


pobre muslo de Mercy.
47
En su mente, Mercy bailaba sobre la mesa, chillando: ¡Lil va a tener un
bebé! Era todo lo que podía hacer para no llorar por su hermana mientras le pasaba
las zanahorias durante la cena. Pero su alegría vino acompañada de una puñalada
agridulce después del postre, cuando papá levantó su copa, dirigió una mirada
significativa a Zeddie y otra más señalada a Mercy e hizo el mismo brindis que
había hecho en la boda de Lilian.

—Salud por esta familia maravillosa. Que siga creciendo.

—Dios mío, ¿otra vez esto? —dijo Zeddie.

—¿Tú? Aún eres un bebé —le dijo papá —. Pero Mercy tiene treinta años.

—Ah, vaya. —Mercy puso su servilleta sobre la mesa por si necesitaba


agitarla como una bandera blanca.

—No voy a estar por aquí para siempre y quiero asegurarme de que te
cuiden cuando esté muerto y me haya ido.

Lilian resopló.

—Papá, ¿quién cuida de quién aquí?

—Todo lo que estoy diciendo es que me gustaría ver a Mercy asentada.


—Eso es tan arcaico. ¿Escondes un altar al Dios del Orden Patriarcal por
aquí?

—Dioses Antiguos. Dioses Nuevos. No me importa mientras sepa que


alguien cuida de Mercy, preferiblemente un hombre bueno que gane un montón de
dinero.

—¿También puedo tener uno de esos? —intervino Zeddie.

—Por lo que me importa, si gana un montón de dinero, puedes casarte con


una ballena.

—Papá. Estoy bien —le aseguró Mercy—. Todos los que estén a favor de
pasar a un nuevo tema de conversación, digan «sí».

—Sí —respondieron Lilian, Zeddie y Danny. Incluso Leonard gruñó desde


el sofá del salón.

—¿Han oído que el equipo de polo de Arvonia va a tener un entrenador


48
nuevo? —dijo Danny para desviar la atención de papá, porque si había algo que
Roy Birdsall amaba casi tanto como su familia, era el polo marítimo profesional.

Lilian le dio un codazo a Mercy.

—Escapemos mientras podamos. ¿Quieres otro trozo de pastel?

—¿La Madre de los Dolores quiere unas vacaciones? ¿Qué clase de


pregunta es esa?

Las hermanas se colaron en la cocina a medida que papá declaraba:

—No me importa cuántas veces haya ganado Redwing contra Vinland. No


son rival para la primera línea equimarina de Bushong.

Mercy cortó una pieza extragrande para Lilian, y no porque su hermana


estuviera embarazada. Lil siempre podía engullirla conservando la figura menuda
que había heredado de su madre. Mercy, en cambio, era como papá, alta y de
huesos grandes. Le gustaban sus curvas, pero a veces envidiaba el tamaño de Lil;
estaría bien encontrar una pareja de baile que consiguiera superar la parte superior
de su cabeza al menos un centímetro de vez en cuando. Su exnovio Nathan había
afirmado que medía un metro ochenta o más, pero cuando bailaban, ella lo dudaba
mucho.

La idea de Nathan le estrujó el corazón.


—Siento lo de Danny —dijo Lil, tomando un bocado enorme de pastel y
hablando a través de las migas—. Pasé por casa de la doctora Galdamez a primera
hora después de llegar a la ciudad para asegurarme de que era cierto. Iba a decírtelo
después de la cena, pero mi amado esposo estropeó la gran revelación.

—Me alegro mucho por ti —le dijo Mercy, pero aunque estaba emocionada
por Lilian y Danny, había una parte de ella que sentía envidia. Siempre se había
imaginado sentando la cabeza con alguien bueno y formando su propia familia,
pero esa idea parecía estar cada vez más lejos de su alcance estos días.

La idea de Nathan volvió a clavarse en su corazón.

—Estoy intentando asimilarlo —dijo Lilian—. ¿Yo, teniendo un hijo?

—Será fantástico.

—Bueno, tuve un buen modelo a seguir.

—Mamá fue muy buena —coincidió Mercy con una punzada cariñosa de
49
dolor.

—Sí, lo fue, pero no estaba hablando de ella.

Mercy se quedó boquiabierta ante Lil, momentáneamente sin palabras.


Sorbió un poco y luego sorbió más fuerte.

—¿Pero aún no quieres decírselo a papá? —preguntó, sin ocultar el temblor


sentimental de su voz.

—No. Aún es pronto, y no quiero que se haga ilusiones por si… bueno, por
si acaso. Así que, por favor, no se lo digas. O a Zeddie. No confío en que ese
mocoso mantenga la boca cerrada. Pero quiero asegurarme de que lo sepas, porque
el hecho de que esté embarazada está a punto de alterar el funcionamiento del
negocio familiar, y me parece justo avisarte con la mayor antelación posible.

Para entonces, Lil se había terminado el pastel y presionaba con el pulgar


las migas de su plato. Mercy dejó el tenedor y miró a su hermana.

—¿Qué quieres decir?

Lilian se chupó las migas del pulgar y se limpió la mano en la falda.

—No puedo viajar por todas las islas con un bebé. Y no quiero que Danny
me deje sola durante días o semanas para entregar cadáveres. ¿Qué sentido tiene
estar casados si no estamos juntos?
—Nadie espera que ninguno de los dos se quede indefinidamente. Podemos
contratar a otra persona para hacer las entregas.

—Eso no es lo que quiero decir. Mercy, mira, Zeddie es ahora el encargado


de la funeraria, así que deja que se preocupe de contratar a un repartidor nuevo y
que de paso contrate a un gerente de oficina nuevo para que tú puedas seguir por
fin con tu vida.

El secreto de Zeddie se revolvió en el estómago de Mercy junto con el pollo,


las zanahorias, la ensalada y el segundo trozo de pastel.

—Pero si me voy ahora, todo el negocio se derrumbará.

—No estoy sugiriendo que abandones a Zeddie. Puedes ayudarlo a


levantarse, pero una vez que lo hagas, ha llegado el momento de seguir adelante.

—No puedo.

—Sí que puedes. Cariño, eres tan inteligente, talentosa y organizada. Deja
50
de desperdiciarte en Birdsall e Hijo.

No era que Mercy no pensara que era inteligente, talentosa u organizada, y


tampoco era que estuviera enamorada de dirigir la oficina. Era más bien que, no
podía imaginar una carrera fuera de Birdsall e Hijo y todo lo que representaba.
Además, ¿cómo iba a empezar de cero a los treinta años sin ningún título y sin
ninguna experiencia fuera de la gestión de las necesidades administrativas de una
empresa funeraria?

—¿Y si Zeddie no puede salir adelante? —preguntó, sabiendo que era algo
más que una simple posibilidad.

—Entonces, no lo logra y se dedica a otra cosa. En el peor de los casos,


Cunningham puede encargarse de los muertos de las ciudades fronterizas del oeste.

Mercy miró boquiabierta a su hermana.

—No me vengas con eso. Tú eres la que se quedó con el negocio después
de la muerte de mamá, y prácticamente también nos criaste a mí y a Zeddie. Bueno,
Zeddie y yo podemos cuidar ahora de nosotros mismos. Te mereces vivir tu propia
vida.

Mercy tomó el tenedor y le dio otro bocado a la tarta.


—Pero si el negocio se hundiera aplastaría a papá. Y Cunningham es una
experiencia de fin de vida tan poco auténtica y sin alma. La gente se merece una
opción.

—¡A los muertos no les importa! Ni una sola vez alguien se ha pronunciado
desde la bodega del autoduck de reparto y ha dicho: «Aquí hay demasiada sal», o
«Le dije a Enid que quería teca». —Lilian tomó a Mercy por los brazos, y Mercy
no pudo evitar recordar que Lil se había chupado las migas del pulgar y ahora la
tocaba con él—. Piénsalo. ¿Por mí?

Mercy asintió, pero no hubo mucha convicción detrás del gesto. No podía
marcharse hasta que hubiera convencido a Zeddie para que se hiciera cargo, y eso
podría tardar mucho en llegar.

Lilian besó la mejilla de Mercy.

—Buena charla, pero tengo que ir a vomitar.


51

No uno, sino dos secretos pesaban sobre Mercy a medida que caminaba
hacia su casa con Leonard, y ambos parecían conducirla hacia un futuro incierto,
uno sin Birdsall e Hijo. Normalmente, cuando tenía un problema, lo hablaba con
Lilian, pero le había prometido a Zeddie que no diría nada de su título en filosofía
medorana antigua, y sustituir a Lil y a Danny era ahora uno de los muchos platos
que Mercy tenía que seguir haciendo girar.

—Uf —se quejó con Leonard mientras se dejaba caer en su sofá en el


apartamento de Sepultureros Birdsall e Hijo. Decidido a ser un perro faldero, se
echó sobre sus piernas, y la aplastó bajo su peso. Qué triste que Leonard fuera el
único confidente de Mercy. No podía hablar con su familia de las cosas que más
le preocupaban, y Nathan estaba fuera de juego, y todos los amigos que había
tenido en su juventud hacía tiempo que habían abandonado Eternity para ir a pastos
más verdes en otros lugares. ¿Cómo es posible que haya terminado tan aislada?

Fue entonces cuando recordó la carta extraña que había recibido el día
anterior, olvidada en el bolsillo de su pechera en el cesto de la ropa sucia. Empujó
a Leonard fuera de su regazo y la sacó.
¿También te sientes solo?, le preguntó el desconocido con letras precisas
que tenían más esquinas que curvas. El corazón de Mercy palpitó feroz como
respuesta. Sintió una sacudida de comprensión, una conexión con el escritor, como
imanes colocados a demasiada distancia para encajar, pero que temblaban por la
proximidad.

Al menos, no se consideraba como una persona que «pasaba las horas»,


pero sin duda conocía a alguien que la incitaba como ningún otro. El nombre de
Hart Ralston se desplegó en su mente como un anuncio chillón en una valla
publicitaria inmensa.

Se quedó mirando la línea de la firma.

Un amigo.

Mercy amaba a su familia más que a nada en el mundo, pero estaría bien
tener a alguien en su vida que no estuviera tan metido en sus asuntos, una persona
que no le impusiera secretos que ella no deseaba ocultar. En resumen, un amigo 52
era exactamente lo que necesitaba.

Sabía que era absurdo responder. Después de todo, esa persona era una
completo desconocido y ¿cómo podía enviar una respuesta con la seguridad de que
el nimkilim la haría llegar a la persona correcta? De todos modos, se sentó en su
escritorio, sacó una hoja de papelería del cajón y escribió las palabras Querido
amigo en la parte superior de la página.
Los mentores y los aprendices nunca eran asignados a sectores hasta
después de las dos primeras semanas de formación y como se ceñían a las zonas
menos pobladas de Tanria, eran por lo tanto, los lugares con menos probabilidades
de encontrar un drudge, Hart decidió acampar esa noche en lugar de quedarse en
un barracón con otros alguaciles. Alma ya le había impuesto la compañía de
Duckers; no sentía la necesidad de imponerle la compañía de nadie más. Duckers
dormitaba en su saco de dormir y Hart leía su préstamo interbibliotecario
Crossroads: La intersección de la gramática moderna y la teoría de la
composición, a la luz parpadeante de la hoguera, cuando la estruendosa voz de
Bassareus gritó: 53
—¡Toc, toc! ¡Correo!

Duckers se puso en pie y agarró su ballesta cuando el enorme conejo bípedo


entró en el campamento sobre sus dos patas enormes.

—¡Un drudge! ¡Mátalo! Mátalo! —gritó Duckers.

—¿Cómo estás? —saludó el conejo, como si el chico no estuviera agitando


un arma en su dirección.

Duckers detuvo su danza frenética en pánico.

—¿Nimkilim?

—No, soy tu abuela. Sí, soy un nimkilim. Baja esa cosa antes de que le
vueles las pelotas al imbécil por accidente.

—No está cargada —dijo Hart con total naturalidad desde su viejo y
maltrecho taburete plegable, donde sorbía tranquilamente una taza de té de
manzanilla.

—Es un nimkilim —respiró Duckers aliviado, bloqueando


inexplicablemente su propia entrepierna con ambas manos—. Pensé que estaba
poseído.

—Duckers, un conejo poseído no va a ser el medio de tu fin. Te lo prometo.


—¿Qué? ¿El patán nunca ha visto un nimkilim? —preguntó el conejo.

—Nuestro nimkilim en casa era un lagarto —respondió Duckers.

—Bassareus, Duckers. Duckers, Bassareus. Lo que sea que tenga, seguro


que es para ti, chico.

El nimkilim sacó una carta de su mochila y entrecerró los ojos.

—No, es para ti, solecito.

—¿Qué? —preguntó Hart, incrédulo—. ¿Del jefe?

—No.

—Entonces, ¿de quién?

El conejo miró a Duckers, movió la cabeza hacia Hart y resopló.

—Escucha al Señor Gramático. «De quién». ¿Cómo carajo voy a saber 54


quién la envió?

Hart tomó la carta que le ofrecía, y estudió una cara del sobre y luego la
otra, pero estaba completamente en blanco.

—Esto no tiene dirección, listillo.

—La dirección es de memoria3, idiota.

—Soy Hart.

—No, de corazón. Como en, bum-bum, bum-bum. —El nimkilim sacudió


la cabeza con exasperación en beneficio de Duckers, como si dijera: ¿Puedes
creerle a este tipo?

—Hombre, te entiendo —coincidió Duckers.

Con el peso de los ojos de Duckers y del nimkilim sobre él, Hart deslizó el
dedo bajo la solapa del sobre y lo abrió. Sacó la carta, la desdobló y vio las palabras
Querido amigo en la parte superior. Sus ojos se abrieron de par en par, y su
respiración se entrecortó.

—¿Qué? ¿Se ha muerto alguien? —preguntó Duckers en voz alta.

3
De memoria: de la frase en inglés «by heart», de ahí las respuestas siguientes y la confusión con el nombre
de Hart.
Ignorando la pregunta, Hart hojeó la página y vio que estaba firmada como
Tu amiga. Volvió a doblarla y la apretó en la mano. El conejo le miraba con aire
de expectación, como si Hart tuviera que leer la carta en voz alta.

—¿Qué? —preguntó Hart.

—Está esperando su propina —susurró Duckers.

—¿Qué? ¿Por qué? Nadie me da propina cuando entrego cadáveres.

Bassareus le dirigió a Duckers otra de esas expresiones de: «¿Qué carajo?»

—No me mires a mí. A mí tampoco me han pagado.

—Bien —gruñó Bassareus. Se dirigió a la mochila de Hart, que estaba


colgada sobre el poste de los équidos, y empezó a rebuscar en ella.

—¡Oye! —protestó Hart, pero antes de que pudiera alcanzarlo, el nimkilim


había desenterrado una botella de whisky y le había quitado la capa de polvo. 55
—Este hombre necesita ayuda —le dijo a Duckers.

—No hace falta que me lo digas dos veces.

—Devuelve eso —dijo Hart, pero no fue muy contundente. Lo único que
quería era leer la carta que prácticamente le abrasaba las yemas de los dedos.

—¿O qué? ¿Me matarás? Soy inmortal. Niño, tráeme un vaso.

Duckers le entregó a Bassareus un vaso de hojalata, y el nimkilim sacudió


la cabeza con disgusto.

—Supongo que esto tendrá que servir.

—Tengo whisky para fines medicinales, así que no te lo bebas todo —gruñó
Hart.

—Ese es tu problema, no el mío. —Bassareus se sirvió tres dedos de


whisky, le entregó el vaso a Duckers y luego hizo sonar el cuello de la botella
contra la lata antes de beber unos cuantos tragos directamente de la botella.

—Niño, hasta el fondo —dijo el conejo con un eructo, brindando con el


joven aguacil en formación con la botella levantada en el aire.

—Es un menor —dijo Hart a Bassareus. A Duckers le dijo—: Deja eso. —


Duckers se enfadó, pero hizo lo que se le dijo.
—Salud —dijo Bassareus, y se alejó del campamento, llevándose la
polvorienta botella de whisky medicinal de Hart.

En cuanto se perdió de vista, Hart rebuscó en la mochila una segunda


linterna, intentando ocultar sus manos temblorosas a su aprendiz mientras la
encendía.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Duckers.

—Tengo que orinar, y soy lo suficientemente amable como para dejarte una
luz aquí mientras salgo.

Con eso, Hart se dirigió al árbol para orinar más cercano. Desplegó la carta
y la leyó a la luz danzante de la linterna mientras un alma flotaba entre los troncos
de los árboles en la distancia.

Querido amigo,

Al parecer, existo, porque tu carta me ha encontrado, aunque no sé cómo


56
ni por qué. ¿En serio querías encontrarme, o simplemente estás enviando
pensamientos al universo, esperando que encuentren un hogar? En cualquier
caso, por favor, espero que sepas que me alegra ser la destinataria.

¡Sin duda tengo a «esa persona» en mi vida! Pero parece que nunca puedo
reunir la maldad que necesito para poner a mi némesis en su lugar. Qué fastidio.
Me gustaría ser cortante, pero es como si intentara romper una nuez con una
almohada.

He estado pensando en tu situación, por muy vaga que sea para mí, y no
puedo evitar preguntarme si hay más gente que está más sola de lo que ninguno
de nosotros sabrá nunca. Tal vez mucha gente está caminando a través de sus días,
solitaria como puede ser y creyendo que nadie entiende lo que es. No es un
pensamiento muy alentador, ¿verdad?

En general, no me describiría como solitaria, pero últimamente me he


sentido… ¿aislada? ¿Atascada? Y sin embargo, me gustan las cosas que hago y
la gente que conozco entre el amanecer y el atardecer, mientras que tú pareces
estar solo además de solitario. No son del todo lo mismo, ¿verdad? Aunque no
estoy sola, en sí, hay veces que me siento como en una fiesta, de pie contra la pared
cuando preferiría estar bailando. Todos los demás están bailando, sin darse
cuenta de que estoy allí. O peor aún, no quieren bailar conmigo. Y déjame decirte
que, soy una bailarina muy buena.
Si esta carta llega a tus manos, espero que te haga sentir menos solitario y
quizás también menos solo. Mientras tanto, seguiré siendo,

Tu amiga.

Hart leyó las palabras de nuevo. Y otra vez.

Querido amigo.

No había escrito una carta a nadie, pero alguien le había respondido. Y ese
alguien le gustaba.

Corrió hacia el campamento y apenas se acordó de dar una palmada a su


habitual despreocupación antes de entrar en la luz mortecina de la hoguera. No
quería que Duckers supiera que todo su mundo había cambiado en el transcurso de
diez minutos.

—Has orinado mucho —comentó el aprendiz. Estaba tumbado en su saco


de dormir, leyendo, entre otras cosas, un cómic de Gracie Goodfist. Hart decidió
57
no decir nada sobre el vaso ahora vacío que tenía a su lado. Porque Hart tenía una
carta que escribir y una persona a la que podía escribirla.

Arrancó una página del cuaderno de su mochila y sacó una pluma. Querida
amiga, comenzó. Me gustaría poder decirte lo que significa tu carta para…

—¿Qué era esa carta? —preguntó Duckers interrumpiendo sus


pensamientos.

Hart gruñó con fastidio.

—De quién. Y no es asunto tuyo.

—¿Para qué le escribes?

—Para quién. Y sigue sin ser de tu incumbencia. ¿Te importa?

—¿Es bonita?

Hart no respondió a la pregunta, pero ahora quería saberlo: ¿Lo era? Porque,
de hecho, estaba bastante claro que era una mujer. La redacción, la encantadora
inclinación de las letras, la firma.

Duckers se encogió de hombros y volvió a leer su cómic, dejando a Hart en


paz para que leyera lo que ya había escrito.
Me gustaría poder decirte lo que significa tu carta para…

Era demasiado crudo, demasiado honesto. Lo tachó, luego arrugó la página


y empezó de nuevo con una hoja nueva. Pero no sabía qué decir. Volvió a leer la
carta de su amiga.

Me siento como en una fiesta, de pie contra la pared cuando preferiría estar
bailando.

Le recordó a su madre, a todas las veces que le había obligado a bailar con
ella en el salón con canciones vergonzosamente anticuadas sonando en su
gramófono. Tocó su llave, sintiendo su contorno familiar bajo su camisa donde
descansaba contra su corazón en una cadena de plata junto a su placa de
identificación de Cunningham.

Ningún hijo mío se convertirá en uno de esos hombres gruñones que no


bailan, le había dicho ella. Se dio cuenta con disgusto de que se había convertido
en uno de esos hombres gruñones que no bailan. Y no era porque no le gustara 58
bailar. De hecho, le gustaba. Pero ya no tenía a nadie con quien bailar, no lo había
hecho durante años.

Querida amiga, escribió, concentrándose en su tema. A muchas personas


les sorprendería saber que, de hecho, soy un excelente bailarín. Si alguna vez te
encuentro pegada a una pared en una fiesta, prometo bailar contigo.

Hizo una pausa. ¿Eso fue… coqueto? ¿Estaba coqueteando? Pero ninguno
de los dos estaba hablando de bailar. Se trataba de una metáfora, y de todos modos,
era poco probable que Hart se encontrara en una fiesta. Además, esta era una carta
para una persona que nunca tenía la intención de conocer. Eso era lo bueno. Podía
ser completamente sincero con alguien que nunca lo vería, que nunca lo conocería
de verdad.

En ese momento, decidió que no volvería a tachar algo ni a empezar de


nuevo. No se censuraría a sí mismo. Sería exactamente quién era.

Escribió la carta y la dobló en cuatro, tomando nota mentalmente de


comprar sobres la próxima vez que se reabasteciera. Porque habría más cartas.
Estaba seguro de ello.

Una vez apagadas las linternas, Hart se acostó de espaldas, mirando el cielo
nocturno, las estrellas que antes habían sido dioses. No podía dormir, ni quería
hacerlo. Escuchó los ronquidos suaves de Duckers y en su mente leyó una y otra
vez las palabras de la carta de su amiga.
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, no estaba solo.

59
Era la mañana del día de las penas, seis días desde que Mercy había enviado
la carta a su corresponsal misterioso, pero no había tenido respuesta, y cada día de
silencio de su nuevo amigo la ataba más fuerte por dentro, otro hilo que se enredaba
en el nudo de la muerte inminente de Birdsall e Hijo.

No seas ridícula, se reprendió. Todo el tiempo sabías que esa carta


probablemente no llegaría a nada.

El pensamiento más deprimente era el hecho de que, el negocio familiar


también parecía estar fracasando. Mercy yacía en la cama todas las noches, sus
ruedas girando, intentando inventar formas de convencer a Zeddie de que podría 60
enamorarse del trabajo. Por ejemplo, esta mañana lo había enviado al maderero
Afton para recoger su pedido, con la esperanza de que aprovechara la oportunidad
para caminar por el aserradero, admirar el grano crudo de cada tablón, oler el
aroma único del pino y roble (y no caoba). Es lo que ella siempre hacía cuando
iba.

Si nada más, al menos Zeddie fue a buscar el pedido de madera para liberar
su mañana. Tomó la escoba del interior del armario del vestíbulo, sacudió el
felpudo de bienvenida y barrió la acera delantera como hacía todas las mañanas de
los días de las penas, pero pronto perdió la concentración y miró de un lado a otro
de Main Street en busca de Horatio. No había señales del nimkilim, así que se dio
por vencida y entró.

En los astilleros, las costillas de su balandro en marcha colgaban de la


plantilla trasera resistente, donde las había dejado ayer. El bote era para el señor
Gauer, quien había sido ornitólogo de Tanria antes de que un ataque al corazón lo
obligara a navegar por el Mar Salado. Mejor eso que terminar como drudge, supuso
Mercy, pero de todos modos era triste. Recordó cuando había venido a Birdsall e
Hijo hace aproximadamente un año para organizar el transporte a casa con su
esposa en caso de que muriera en Tanria. Un hombre de mediana edad con calvicie
incipiente y espeso bigote rojizo, había sacado el reloj de bolsillo del chaleco y lo
había abierto para que Mercy pudiera ver el retrato acuoso de su esposa que
guardaba dentro.
—Es encantadora —había dicho Mercy—. Qué sonrisa tan dulce.

Su propia sonrisa había hecho que las puntas de su excelente bigote se


doblaran hacia arriba mientras miraba la fotografía con cariño.

—Voy a enviar por ella tan pronto como me instale.

Pero por lo que Mercy podía decir, no se había sentido lo suficientemente


tranquilo en el año siguiente para enviar a buscar a su esposa, y ahora Birdsall e
Hijo tendría que enviar un aviso de defunción a su viuda, seguido de su cuerpo.
Esperaba que esta mujer amara a su esposo tanto como él parecía haberla amado a
ella. Por otra parte, se preguntó qué era más triste: perder a alguien a quien amabas
de verdad o para empezar nunca amar a alguien.

Fue en la esposa en quien pensó mientras cortaba la quilla, adaptándose al


ritmo de la sierra, moviéndola de un lado a otro a través de la madera, disfrutando
y enorgulleciéndose del corte constante. Haría un buen bote para el señor Gauer, y
su artesanía, a su vez, traería consuelo a su viuda. Estaba colgando la sierra en su 61
percha cuando escuchó el golpe familiar de Horatio contra la puerta principal.

—¡Ya voy! —gritó a medida que pasaba corriendo por la oficina,


regañándose por su entusiasmo irrazonable. Abrió la puerta principal, y Horatio
entró revoloteando en el vestíbulo, su bufanda de seda color limón ondeando detrás
de él dramáticamente.

—Ah, ¿no estás durmiendo lo suficiente? —inquirió él—. Tus ojos están
terriblemente hinchados. Usa bolsitas de té, chiquita. Hacen milagros.

Mercy se sacudió el serrín del cabello con timidez. No había estado


durmiendo bien últimamente, pero era desalentador saber que se notaba.

—Querida, esto se siente como dinero, así que lo puse encima. —El
nimkilim le guiñó un ojo y le dio unas palmaditas a un sobre hecho de papel color
crema y caro mientras le entregaba el correo. Estaba dirigida a su padre con una
ostentosa letra ondulada, y la dirección del remitente estaba grabada en relieve en
la solapa: Abogados Mendez, Goldsich y Suellentrop.

—Gracias —agradeció distraídamente a medida que una profunda


sensación de aprehensión se revolvió en su estómago. Estaba tan distraída con la
carta del bufete de abogados que tardó un momento en darse cuenta de que Horatio
seguía de pie en el vestíbulo, mirándola con una alegría forzada.
—¡Ah! ¡Lo siento! —Alcanzó detrás del mostrador para recuperar una
propina para él—. No sé dónde está hoy mi cabeza.

—Me gustaría pensar que está encima de tu cuello, pero las apariencias
engañan. —Tomó su brazo y declaró—: Bolsitas de té. Lo juro —antes de salir por
la puerta y dirigirse al taller mecánico.

Mercy llamó a la puerta de la oficina y la abrió a tiempo para ver a su padre


despertarse con un resoplido de sorpresa.

—¿Qué ocurre? —preguntó papá cuando vio su cara demacrada, y ella le


entregó la carta en respuesta. Sacó la gruesa hoja elegante del sobre, y arqueó las
cejas mientras leía.

Mercy se quedó en la puerta, quitándose el esmalte de las uñas.

—¿Qué dice?

Los labios de Roy se torcieron con disgusto antes de comenzar a leer en voz
62
alta.

Para el señor Roy Birdsall, propietario de Sepultureros Birdsall e Hijo:

En nombre de nuestro cliente, SERVICIOS FUNERARIOS


CUNNINGHAM, SRL4, nos gustaría extenderle una oferta de los antes
mencionados para la compra de SEPULTUREROS BIRDSALL E HIJO, incluidos
propiedades, activos, muebles, suministros y todos los bienes y servicios asociados
con los mismos…

Toda la sangre abandonó el rostro de Mercy.

—¿Una oferta de compra?

—Como si fuera a vender cuando estoy seguro de que él sabe muy bien que
Zeddie terminó la escuela. Cunningham tiene bastante valor.

Los secretos de sus hermanos se sintieron como una tonelada de ladrillos


sobre los hombros de Mercy. Les había prometido a ambos que no le diría a papá
lo que sabía, pero a la luz de la oferta de Cunningham, parecía injusto no avisarle.
Y, sin embargo, si Mercy soltaba la sopa, ¿estaría tentado en vender? Las palabras
de Lil se cernieron sobre ella como un fantasma: Mereces vivir tu propia vida, pero

4
SRL: siglas para sociedad de responsabilidad limitada.
vender a Curtis Cunningham parecía el peor resultado posible. Todo dentro de ella
se rebelaba ante la idea.

Apretó los labios.

Papá dobló la carta y la metió en el sobre.

—No quiero preocupar a Lilian o Zeddie con esto, o hacerles pensar que
estoy a punto de desestabilizarlos cuando no hay motivo de alarma. Por ahora,
dejemos esto entre nosotros dos, ¿de acuerdo, pastelito?

—Claro, papá.

Y con eso, agregó un secreto más para arrastrar sus talones mientras
regresaba al astillero. Tenía toda la intención de trabajar en el bote del señor Gauer,
su armazón era como los huesos desnudos de un cuerpo, pero en todo lo que podía
pensar era en el futuro condenado de Birdsall e Hijo, y en el hecho de que deseaba
mucho una respuesta a esa carta que envió la semana pasada. Le vendría bien un 63
amigo, preferiblemente uno que no fuera un pariente consanguíneo con un secreto.

Hojeó las cartas restantes en sus manos, sus escasas esperanzas para el
futuro marchitándose cuando cada una se reveló como una respuesta a un aviso de
defunción o una factura. Pero entonces, el último sobre de la pila tenía las palabras
Para: Una amiga escritas en el frente en letras mayúsculas, y Mercy se alegró
tanto de verlo que pensó que podría atravesar el techo y llover chispas como un
espectáculo de fuegos artificiales. Las yemas de sus dedos hormiguearon cuando
abrió el sobre y sacó la carta.

Querida amiga,

A muchas personas les sorprendería saber que, de hecho, soy un excelente


bailarín. Si alguna vez te encuentro pegada a una pared en una fiesta, prometo
bailar contigo.

No es probable que la oportunidad se presente. Como señalaste


astutamente, hay una diferencia entre ser solitario y estar solo. La buena noticia
es que los desarrollos recientes han disminuido este último (aunque el jurado no
sabe si eso es algo bueno o malo) mientras que tu carta ha aliviado lo primero.
Gracias por eso.

En realidad, «gracias» es un eufemismo, pero me preocupa parecer


sensiblero si te digo lo agradecido que estoy por tus palabras. ¿Qué puedo decir?
Necesitaba un amigo, y me respondió un amigo. Me respondiste. Me alegro de que
fueras tú. ¿Eso es sensiblero? Honestamente, no soy así en el día a día. En todo
caso, la palabra que mejor me describe es «severo», así que simplemente diré
gracias y seguiré adelante.

Me intriga lo que dijiste sobre que mucha gente se siente sola. Es un


pensamiento aleccionador. La mayoría de la gente me parece tan aburrida, globos
llenos de aire y palabras vacíos. Me pregunto qué encontraría si intentara
profundizar de vez en cuando. Después de todo, hay algunas cosas de mí que
sorprenderían a la mayoría de las personas si alguna vez se molestaran en arañar
la superficie. Por ejemplo, soy un lector voraz. Sospecho que a muchos les
parecería chocante que un hombre tan taciturno como yo disfrute tanto de las
palabras cuando están escritas en una página. ¿Qué otra cosa? Tengo debilidad
por el pastel, especialmente el de arándanos. Vivo por el té y desprecio el café.
Los perros son mis personas favoritas. (Eso último podría no sorprender a nadie).

Me pregunto, ¿qué sorprendería a la mayoría de la gente de ti? Creo que


podría estar en ascuas hasta que lo descubra. 64
Sinceramente,

Tu amigo

P.D.: Lamento que haya tardado tanto en llegarte esta carta. Vivo en un
lugar remoto y tuve que esperar hasta que pude llegar a un buzón nimkilim para
enviarla. Probablemente puedas esperar retrasos similares en el futuro, pero te
prometo que no dejaré de escribir a menos que tú lo desees.

Mercy agitó la carta en el aire e hizo un claqué vertiginoso en el suelo de


linóleo antes de leer la carta tres veces más, y luego una cuarta vez por si acaso.
¿Quién era este lector severo, bailarín y taciturno que vivía en un lugar remoto?
¿Un ranchero? ¿Un pescador? ¿Un farero? Se imaginó al tipo de hombre que
trabajaba duro y tenía un cuerpo esbelto y un rostro curtido por la intemperie para
demostrarlo. A medida que este amigo tomaba forma en su mente, comenzó a tener
un parecido sorprendente con Hart Ralston, una imagen que Mercy rechazó tan
rápido como se formó. Se recordó que su amigo podía ser cualquiera y
probablemente era un ermitaño cascarrabias con reumatismo que se acurrucaba
junto al fuego en los días más cálidos y jugaba al ajedrez contra sí mismo. Además,
no importaba cómo se veía. Era un amigo. Era su amigo. Y ella se alegraba de ello.

Necesitaba dejar salir a Leonard para que se ocupara de sus asuntos, y luego
tenía que terminar el bote del señor Gauer y salar, envolverlo y sellarlo en su
balandro. Tenía un millón de cosas que hacer antes de cerrar por el día. En cambio,
exhumó un papel y un bolígrafo del armario de suministros, y acercó un taburete
a la mesa de preparación.

Querido amigo, escribió en la parte superior de la página con su mejor letra.

65
A mitad de camino por una ladera boscosa en el noroeste de Tanria, Hart y
Duckers observaban desde los árboles cómo dos adolescentes, riéndose de la
embriaguez, esquilaban una oveja de seda tanriana salvaje en la ladera escarpada
de la montaña. Hart había visto cientos de veces a los de su calaña, muchachos que
eran lo suficientemente mayores para considerarse hombres, y lo suficientemente
jóvenes para olvidar lo fácil que era morir.

—Esta es la operación típica de echar a correr —instruyó a Duckers en voz


baja—. Los contrabandistas abrieron un agujero en la Niebla con un portal pirata
y pagaron a unos cuantos tipos para entrar en las montañas de la frontera, esquilar
tantas ovejas como pudieran atrapar y vender la lana de seda en el mercado negro. 66
La gente está dispuesta a pagar un ojo de la cara por estas cosas, pero hay un
arancel sobre la materia prima cosechada y procesada legalmente. Los
contrabandistas encuentran tipos como estos que piensan que es una broma
irrumpir en Tanria para robar algunas bolsas, generalmente niños de granja
aburridos que saben cómo manejar el ganado.

—Está bien, entonces, ¿qué hacemos? —Duckers tenía un brillo en los ojos,
un juego para la aventura, y Hart decidió que un método de hundirse o nadar para
enseñar a su aprendiz podría estar bien aquí.

—Tú vas a ir ahí y mostrarles tu placa brillante. Después les dirás que dejen
la lana de seda y se larguen de una jodida vez o los llevarás bajo custodia. Seré tu
respaldo.

El brillo desapareció de los ojos de Duckers.

—¿Qué? ¿No deberías ser tú quien agitara tu placa?

—Ya sé cómo agitar mi placa. Tú eres el que está aprendiendo las cuerdas.

Duckers contempló a las ovejas de seda azul balando, y a los adolescentes


borrachos que tenían casi la misma edad que él.

—¿Tengo que hacerlo?


—Los asuntos de alguacil no solo consisten en luchar contra los drudges y
salvar el día. Ahora eres la autoridad, y esos idiotas están infringiendo la ley.

—Pero aún no he visto ni un drudge.

Hart ya había aprendido a no involucrarse en un debate con Duckers. Todo


lo que tenía que hacer era cerrar la boca y darle una mirada aburrida. El niño se
derrumbaba cada vez.

—Bien —cedió Duckers mientras se chupaba los dientes.

—Puedes hacerlo. Estaré justo a tu lado. Ve a por ellos. —Hart palmeó a


Duckers en el hombro, el tipo de gesto amistoso y de apoyo por el que no era
conocido, pero que pareció darle a su aprendiz el coraje que necesitaba. Duckers
cuadró los hombros y se acercó a los adolescentes, con Hart siguiéndolo de cerca.

—Disculpen, caballeros —dijo, su voz resonando con autoridad. Hart pensó


que era un buen comienzo. 67
Uno de los chicos soltó una risita incontrolable mientras que el otro se
congeló y palideció a la luz de la linterna.

—Soy el alguacil Duckers de los alguaciles de Tanria. —Aquí, Duckers se


tambaleó. Una pausa incómoda galopó entre él y los delincuentes juveniles. Puso
una mano temblorosa en el arco de la ballesta en su cadera y declaró—: Suelten
las ovejas y los dejaré vivir.

—Maldito Mar Salado —murmuró Hart por lo bajo, inclinando la cabeza y


frotándose la frente con la yema del dedo para que los esquiladores de ovejas no
vieran su exasperación.

Los adolescentes se miraron y se echaron a reír.

—Inténtalo de nuevo —tosió Hart.

—Váyanse a casa o sino los arrestamos —les dijo Duckers, pero ellos
siguieron riéndose.

—¿Y? —incitó Hart.

—¿Y? ¡Ah, la lana de seda! —Duckers se volvió hacia los chicos—. Y


dejen la lana de seda.
—Espera. Tengo mi licencia aquí mismo —dijo el más intrépido de los dos
jóvenes. Rebuscó en el bolsillo de su peto y sacó su dedo medio, para diversión de
su compañero.

—¿Puedo dispararles? —preguntó Duckers a su mentor.

Hart estaba bastante seguro de que estaba bromeando, pero para estar
seguros, dijo, inequívocamente:

—No.

Duckers lo intentó una vez más.

—Esta es la última vez que voy a decir esto. Dejen la lana de seda y váyanse
a casa, o están bajo arresto.

El más odioso de los dos sacó una petaca de su bolsillo y bebió un trago.

—Ooooh, estoy tan asustado. Gerald, ¿no estás temblando de miedo? —Le 68
entregó la petaca a su amigo, quien asintió, soltó una carcajada y tomó un trago.

Fue aquí donde Hart notó un grap moviéndose a través de las ramas de los
árboles por encima de los chicos: un grap poseído. Recogió una piedra del suelo y
la arrojó, derribando al pequeño drudge con forma de rana. Aterrizó encima del
pestífero compañero de Gerald, agitándose y chillando «Graaaaaaap» en un ronco
gemido zombi.

—¡Quítamelo! ¡Quítamelo! —gritó el joven, pero Gerald chilló como un


cerdo aterrorizado y salió corriendo, dejando que su amigo se quitara de la cabeza
al desagradable drudge peludo antes de lanzarse sobre Gerald aterrado.

El grap reanimado rodó por el suelo, se puso de pie y saltó hacia Duckers.
Uno de sus globos oculares colgaba fuera de su órbita por un ligamento. Duckers
se congeló de terror cuando Hart sacó su estoque y lo apuñaló tres veces, golpeando
el apéndice en el tercer intento. El alma salió a borbotones de la herida, y Hart
pensó, no por primera vez, que un alma humana tendría que estar bastante perdida
y desesperada para poseer un grap medio podrido. Por otra parte, ¿quién era él para
juzgar? Él mismo estaba perdido y desesperado cada vez con mayor frecuencia.

Limpió la hoja con el pañuelo en su bolsillo y la deslizó en la vaina antes


de mirar a Duckers, cuyo rostro lucía demacrado y asustado.

—Bueno, ahí está tu primer drudge.


Duckers no tuvo la oportunidad de responder, porque un susurro en la
maleza y un gemido bajo hicieron que ambos alguaciles se cuadren.

—Y ahí está el segundo —dijo Hart, sus ojos fijos en un movimiento a su


izquierda. Un drudge emergió de entre los árboles, una mujer vistiendo un vestido
casero desgarrado y sucio. Su garganta tenía heridas punzantes rojas del drudge
que la había matado, lívidas contra su piel cerosa y sin vida.

—Oh, mierda. ¿Señor?

Hart había reservado una hora todos los días para la práctica de tiro, y
Duckers había demostrado ser un tirador decente. Decidió dejar que el chico se
encargara de todo.

—Este es bastante fresco, así que no te perseguirá —dijo con calma—. Saca
tu ballesta.

—Miiiieeeerrrrddddaaaa —gimió Duckers, pero hizo lo que le dijo mientras 69


Hart se le acercaba por detrás y comenzaba a dar instrucciones.

—Separa los pies al ancho de los hombros. —Hart puso su pie entre los de
Duckers y los pateó al ancho correcto—. Sujeta la ballesta con la mano derecha y
el dedo en el gatillo. Tu mano izquierda estará debajo para apoyo. Sabes lo que
estás haciendo. —Se paró detrás de Duckers, desenfundando su propia arma
lentamente—. Sujétala a la altura del mentón, bien. Estás apuntando a la parte
inferior derecha del abdomen.

—Uuunfff —gimió el drudge mientras se arrastraba más cerca.

—¡Mierda! —El sudor corría por un lado de la cara de Duckers.

—Sabes mejor que nadie dónde está ese apéndice —aseguró Hart a su
aprendiz—. Ahí. Dispara.

Duckers apretó el gatillo. La flecha voló recta y certera, y el drudge cayó,


formando un montón inmóvil en la base de un álamo.

—¿La maté? —preguntó Duckers con voz trémula, quedándose inmóvil a


medida que Hart iba a investigar.

—Lo mataste. No es un ella —corrigió Hart mientras examinaba el cadáver.


Observó cómo el alma se alejaba del cuerpo y, sabiendo que Duckers no podía ver
la luz ámbar, dijo—: Lo hiciste. Al primer disparo. Mi primera vez me tomó cuatro
intentos.
El rostro de Duckers se arrugó, y comenzó a sollozar. Hart se acercó a él, le
puso una mano en el hombro y le dio un apretón.

—Estoy siendo un bebé grande —se lamentó Duckers.

—No, no lo eres. Es difícil. Pero debes entender que no mataste a esa mujer.
Ya se había ido. Lo que hiciste, lo que hacemos como alguaciles, es una
misericordia.

Se sintió extraño pronunciar la palabra sin referirse a cierta empresaria de


pompas fúnebres que lo hacía sentir miserable, pero no había otra palabra para lo
que hacían cuando derribaban a un drudge.

—Lo sé. Lo siento. —El chico sorbió con fuerza, pero las lágrimas no se
detenían.

—No tienes nada qué lamentar. Al principio lloré un par de veces.

—¿Lo hiciste?
70
—Sí, pero si le dices a alguien que te dije eso, te arrancaré las bolas.

—No lo haré —dijo Duckers con una risa llorosa.

—Se vuelve más fácil. Lo prometo. —Hart le dio a Duckers otro apretón
paternal antes de sentirse como un idiota sentimental y dejarlo ir—. Hay algunas
cosas que debemos hacer antes de terminar aquí: revisar el cuerpo en busca de una
llave de identificación, ponerlo en una lona, averiguar a dónde debe ir, cuándo y
cómo. Y también deberíamos recoger esta lana de seda para entregarla. ¿Estás
preparado para ello? Está bien si no lo estás.

Duckers dejó escapar un suspiro.

—Estoy listo.

—¿Estás seguro?

—Sí, señor. —Enderezó los hombros como lo había hecho antes de


enfrentarse a los ladrones de lana de seda, y Hart experimentó una especie de
orgullo paternal del que no sabía que era capaz. Se preguntó si Bill habría sentido
lo mismo por él, y un dolor leve le oprimió el pecho.

Benditos dioses, pensó, me estoy convirtiendo en una maldita fábrica de


sentimientos.
Se aclaró la garganta y se puso manos a la obra, acercándose al cuerpo e
indicándole a Duckers que lo siguiera.

—Este aún no está muy deteriorado. Por lo general, no se vuelven


peligrosos para los humanos hasta que el estado de descomposición es tan malo
que necesitan encontrar un huésped nuevo. Pero sin importar la condición del
cuerpo, lo primero que siempre hago es asegurarme de que el apéndice esté
perforado. ¿Por qué lo hago?

—Porque si un drudge sale de la frontera de Tanria, podría lastimar a las


personas.

—Exactamente. —Hart sacó su estoque y apuñaló al cadáver, sintiendo la


punta rozar la flecha diminuta de Duckers. Lo sacó y lo limpió antes de
guardarlo—. Lo siguiente que hacemos es buscar la llave. ¿Sabes de llaves?

—Sí. Se supone que tienes una llave contigo para que, si mueres aquí, tu
alma pueda abrir la puerta de la Casa del Dios Desconocido. 71
Hart no tenía nada que ver con la religión, pero no estaba dispuesto a
imponer sus opiniones amargas a Duckers. Sabía que este momento, mirando a la
muerte a los ojos, estaba pasando factura al chico, pero como no había nada para
eso, continuó con la lección.

—Exacto. Además, todos los que ingresan a Tanria deben hacer arreglos
funerarios con un sepulturero autorizado, de modo que la llave nos dirá adónde
llevar los restos.

La cadena de plata parecía un garrote alrededor del cuello de la mujer. Hart


sacó la placa de identificación en forma de llave, que se había caído por la parte
trasera de su vestido, y leyó las instrucciones.

—Maldición —dijo, las sílabas chasqueando de su lengua como un látigo.

—¿Qué?

—Tenemos que llevar este a Birdsall e Hijo.

—¿Son horribles o algo así?

—Sí, muy horribles. Todos los sepultureros son horribles. Vamos. Tenemos
trabajo que hacer.
Hart le mostró a Duckers cómo envolver un cuerpo, y no pudo evitar notar
lo mucho más fácil que era toda la operación con dos juegos de manos,
especialmente mover el cadáver montaña abajo. Duckers no rehuyó a nada de eso.

—Recojamos la lana de seda y demos por terminado el día, ¿eh? —dijo


Hart.

—¿Vamos a acampar con un cadáver?

—Sí.

Duckers parpadeó hacia Hart.

—Está bien, de acuerdo.

Después de que arrastraron la lana de seda a su campamento, donde los


équidos estaban atados, Duckers se dejó caer, exhausto, sobre un tronco caído.
Hart lo contempló pensativo, luego buscó en su mochila una botella de whisky. Se
habían detenido en la estación hace dos días, aparentemente para reabastecerse,
72
pero en realidad para que Hart finalmente pudiera poner la respuesta a su amiga en
el buzón nimkilim de la estación. Cuando hubo añadido dos botellas de whisky
más sus latas de sopa a la cuenta en el economato, la señora de la caja enarcó las
cejas, sin molestarse en disimular su conmoción. Nunca había visto a Hart comprar
una sola botella de whisky, y ahora allí estaba con dos. En lo que a Hart se refería,
ella no necesitaba saber el motivo, de modo que él se había quitado el sombrero y
arrastrado dos botellas de whisky durante las últimas cuarenta y ocho horas. Ahora
una taza, dos bolsitas de té, una pequeña botella de miel y la tetera siguieron al
whisky fuera de la mochila de Hart. Encendió un fuego y empezó a preparar una
taza de té mientras Duckers lo observaba con los labios flojos. Cuando el té estuvo
bueno y fuerte, Hart lo adornó con abundante miel y una buena cantidad de whisky;
luego le entregó la taza humeante a Duckers.

—¿Qué es esto? —preguntó Duckers, agarrando la cálida taza reconfortante


como si fuera un osito de peluche.

—Como le dije a Bassareus, tengo whisky a mano con fines medicinales, y


parece que te vendría bien un poco de medicina. Es mejor con limón, pero a los
limones no les va bien en la mochila. Bebe, alguacil Duckers.

Duckers lo miró, y Hart supo que su aprendiz no había dejado de notar su


uso de la palabra alguacil. El chico tomó un sorbo como se le indicó, y sus ojos se
abrieron como platos.
—Vaya.

—Definitivamente mejor con limón.

Duckers le dedicó una sonrisa torcida.

—Pero es bastante bueno sin él.

No habían montado la tienda, así que Hart vio al nimkilim saliendo de entre
los árboles antes de escucharlo chillar:

—¡Toc, toc! ¡Correo!

—Hola, Bassareus —saludó Duckers.

—Hola, tú mismo, maestro Duckers. Tienes cuatro cartas.

—¿Cuatro? —preguntó Hart, incrédulo.

—Tú solo tienes una —le dijo Bassareus rotundamente, implicando la 73


palabra idiota al final de la oración mientras empujaba un sobre en la mano de
Hart.

Estaba dirigida Para: Un amigo en una letra cursiva clara, serpenteante y


ahora familiar, y Hart sintió un aleteo ridículo en el pecho.

—Espera un segundo —le dijo al nimkilim antes de rebuscar en su mochila,


sacó la segunda botella de whisky, y se la entregó al conejo.

—De repente me agradas mucho más —dijo Bassareus a medida que giraba
la botella en sus patas, examinando la etiqueta.

—Mañana nos dirigimos a la ciudad para dejar un cuerpo, así que estaremos
cerca de un buzón nimkilim, pero en el futuro… ya sabes… ¿si pudieras recoger
nuestras respuestas la noche siguiente cuando recibamos el correo en el campo?

Bassareus contempló a Hart, estudió la botella en su mano y luego volvió


su atención a Hart.

—Debe ser un pedazo de culo sexy.

—Pareces un conejo, pero en realidad eres un cerdo, ¿no? —dijo Hart,


dejando en claro que se trataba de una afirmación, no de una pregunta.

—Tú lo piensas. Yo lo digo. ¿Cuál es la diferencia?


—No, no lo pienso. ¿Quieres el whisky o te quieres ir a la mierda?

Las orejas de Bassareus se agudizaron. Luego puso su pata sobre su


corazón.

—Aw, eso es dulce.

—¿Qué?

—Tú todo jodidamente cálido y cariñoso por esta chica, grandísimo


blandengue.

—Es una amiga. —Hart levantó la carta, que claramente estaba dirigida
Para: Un amigo.

Bassareus sonrió, revelando un diente irregular y roto junto a sus enormes


incisivos frontales.

—Grandísimo blandengue cursi, eso es lo que eres. Pareces todo duro por 74
fuera, pero eres blandito por dentro para ser un pendejo que escribe cartas. Es lindo.

—Ya puedes irte.

—Jodidamente adorable. ¿No es jodidamente adorable? —preguntó


Bassareus a Duckers.

Hart le lanzó puñales con los ojos a Duckers, desafiándolo a coincidir con
eso. El chico levantó las manos en señal de rendición.

—No voy a decir ni una palabra.

El nimkilim sacó el corcho de la botella de whisky con los dientes, lo


escupió en el suelo y bebió varios tragos abundantes.

—Tienes un trato. Recogeré tus cartas por ti, Hart-throb5. ¿Ves lo que hice
ahí?

Hart-throb estaba a solo un paso del Hart-ache de Mercy, y Hart no apreció


el recordatorio.

—Vete —gruñó.

5
Hart-throb: juego de palabra similar a «rompecorazones» al español.
—¡Grandísimo blaaannndddeeennnggguuueee! —canturreó el conejo sobre
su hombro mientras desaparecía entre los árboles.

—Tiene razón —dijo Duckers cuando el nimkilim se hubo ido—. Eres uno
de esos tipos duros por fuera y blandos por dentro.

—¿Recuérdame otra vez por qué te contraté?

—Porque soy encantador.

—Sí, eso debe ser. —Hart frotó la carta en su mano con el pulgar y trató de
no sonreír como un grandísimo blandengue. El sobre pulsaba con posibilidades en
su palma.

—Léela —dijo Duckers—. No dejes que te detenga. ¿O irás de nuevo a


«orinar»?

—Estás despedido.
75
Duckers se rio, pero Hart estaba tan contento de que el chico estuviera bien
después de eliminar a su primer drudge que no podía molestarse.

—¿Quién te envió todas esas cartas? —preguntó, señalando el botín de


papeles en la mano de Duckers.

Duckers levantó los sobres uno por uno, identificando a cada remitente.

—Mi mamá. Mi hermana Lorraine. Mi hermana Peggy. Mi hermana


Nadine.

—¿No tienes también un hermano?

—Sí, pero es un mocoso. De todos modos, me voy a la cama, para que


puedas leer tu carta en paz.

—¿No vas a leer tus cartas?

—Bueno, lo haría, pero alguien me emborrachó.

—Medicinalmente hablando. —Hart tuvo que morderse la mejilla para


evitar sonreírle a Duckers, aunque no podía decir por qué no debería hacerlo.

—Lo que digas. —Duckers se metió en su saco de dormir—. Buenas


noches, señor.

—Buenas noches.
—¿Señor?

—¿Qué?

Hubo una pausa, y Hart levantó la vista de su carta para encontrar a Duckers
mirándolo con ingenua gratitud.

—Gracias. Por todo.

El pecho de Hart se inundó de calor, como si fuera él quien estuviera


bebiendo el té medicinal.

—Estarás bien, Duckers —dijo.

Con eso, Duckers se puso de lado, y Hart leyó su carta a la luz de la fogata.

Querido amigo,

Definitivamente no quiero que dejes de escribir. Prometo escribirte


mientras tú me escribas.
76
Pero tenemos que discutir asuntos más importantes, específicamente, tu
preferencia por el té sobre el café. ¿¿Eres un monstruo?? El café es un regalo
literal de los Dioses Nuevos. ¿Cómo puedes preferir beber hierba hervida en su
lugar? Esto fue casi un factor decisivo para mí, pero como eres un amante de los
perros, he decidido perdonar tu gusto ridículo por las bebidas calientes.

¿Qué encontraría la gente sorprendente en mí? Al principio, pensé que


sería una pregunta divertida de responder, pero me cuesta encontrar una sola
respuesta. No creo que a nadie le sorprenda saber que me gusta leer novelas
(puntos extra para las historias de amor), que odio cocinar pero disfruto
comiendo, o que canto mis discos favoritos a todo pulmón mientras me remojo en
la bañera.

Lo único que podría sorprender a la gente es saber que disfruto de mi


ocupación actual. Sin entrar en detalles, es el tipo de carrera que normalmente se
considera repugnante. Debo admitir que hay ocasiones en que lo es. Pero mi
trabajo es también un servicio y una amabilidad. Me permite hacer cosas buenas
por los demás y brindarles consuelo. ¿Cuántas personas pueden decir eso de
verdad sobre su línea de trabajo?

Además, tengo la oportunidad de conocer todo tipo de personas


interesantes en su camino hacia o desde lugares lejanos. Hoy, por ejemplo, me
reencontré con un caballero desde Timbers Gate en Honek. Tenía el bigote más
maravilloso y un retrato en miniatura de su esposa dentro de la caja de su reloj.
Siempre apruebo a un hombre que adora a su esposa, ¿tú no? Ella tenía una
sonrisa bonita. También apruebo siempre las sonrisas bonitas.

Me preocupa que no veas suficientes esposos cariñosos y esposas


sonrientes donde estás, aunque parece que ya no estás solo, o al menos, no tanto
como antes. ¿Qué ha cambiado? ¿Quién es esta persona o personas? ¿Cómo son?

Sinceramente,

Tu amiga

P.D.: me encantan todos los postres, así que no diré que no a un pastel,
pero mi corazón siempre pertenecerá a una tarta bien horneada y complementada
con glaseado, especialmente de chocolate, que sabe particularmente bien cuando
se combina con una taza de café (una pizca de leche, sin azúcar).

Mientras Hart volvía a leer la carta, sus ojos seguían desplazándose hacia 77
las palabras canto mis discos favoritos a todo pulmón mientras me sumerjo en la
bañera. No pudo evitarlo. Seguía imaginando a una mujer vaga en una bañera, del
tipo que disfrutaba comiendo pastel de chocolate y tenía pechos llenos para
demostrarlo.

Debe ser un pedazo de culo sexy, dijo la voz de Bassareus lascivamente en


su mente y, sin embargo, no le impidió imaginar un par de piernas suaves, con las
rodillas dobladas, sobresaliendo del agua jabonosa como dos montañas
resbaladizas y brillantes de piel insinuando el valle bendito debajo de la superficie.

Tú lo piensas. Yo lo digo.

Dioses, odiaba que Bassareus tuviera razón. Pero cuanto más se llenó su
imaginación con la imagen, esa sensación vaga de mujer más empezó a parecerse
a la horrible Mercy Birdsall. Eso puso fin a tales fantasías. Su amiga se merecía
algo mejor. Se sacudió y volvió su atención a la carta.

Sin entrar en detalles, es el tipo de carrera que normalmente se considera


repugnante.

¿Qué tipo de trabajo era desagradable, pero también amable? ¿Un


fontanero? ¿Un barrendero? ¿Un recolector de basura? ¿Servicio de entrega de
pañales? Pero ¿se encontraría con gente yendo y viniendo en alguna de esas
profesiones?
Entonces recordó lo que le había dicho a Duckers esa tarde.

Lo que hiciste, lo que hacemos como alguaciles, es una misericordia.

Una misericordia. Una amabilidad. Un servicio. ¿Acaso esta mujer podría


ser otro alguacil? Hart consideró a los alguaciles que conocía, pero le resultó difícil
creer que alguno de ellos hubiera escrito esta carta. Por otra parte, tal vez algunos
de ellos eran mucho más agradables que él, el tipo de personas que de hecho
disfrutaban conociendo a todos los cazadores de fortunas que iban y venían por la
frontera de Tanria o, al menos, a los esposos cariñosos y las esposas sonrientes que
ella mencionó.

También apruebo siempre las sonrisas bonitas.

Hart sabía que no sonreía con facilidad y, cuando lo hacía, rara vez lo hacía
de una manera que pudiera describirse como «bonita». ¿Su amiga lo aprobaría?
Por otra parte, tal vez estas cartas le permitirían ser el tipo de persona que en
realidad sonreía, aunque solo fuera por dentro. Era más fácil ser él mismo cuando 78
estaba limitado al papel y la tinta, cuando ella no estaba allí para mirarlo,
intentando averiguar quién era su padre inmortal en lugar de intentar averiguar
quién era él.

Volvió a leer la posdata y se puso irracionalmente celoso del pastel. Tuvo


que recordarse que esta mujer podría ser una abuela de ochenta años con un marido
geriátrico y una casa llena de gatos.

La imagen de una mujer desnuda en una bañera llenó su cerebro una vez
más, ¿y por qué carajo esa mujer insistía en parecerse a Mercy Birdsall? Desterró
la imagen de su mente nuevamente. Ya era bastante malo que tuviera que lidiar
con Mercy fuera de Tanria. No quería que ella jugara con la perfección que era
esta correspondencia, esta amistad, esta cosa pura y verdadera en la vida de Hart.

Duckers resopló dormido, su rostro volviéndose aún más joven y suave a la


luz del fuego. Hart recordó la forma en que el chico se manejó ese día, primero
con los contrabandistas de lana de seda y luego con el drudge. Se había asustado,
pero no había dudado. También había demostrado la capacidad de reflexionar en
sus acciones, de pensar si había hecho lo correcto o no. Esa consideración era un
buen rasgo en un alguacil, un buen rasgo en cualquier persona, y Hart pensó que
estas cartas no eran el único cambio bienvenido en su vida recientemente.

¿Quién es esta persona o personas? ¿Cómo son?


Sacó papel y pluma, así como el paquete de sobres que había comprado en
el economato. Le dedicó a Duckers la sonrisa pequeña que había ocultado hasta
ahora antes de escribir Querida amiga en la parte superior de la página. Su sonrisa
se amplió cuando recordó que él y Duckers se dirigirían mañana a Eternity para
dejar el cuerpo, lo que significaba que podría deslizar esta carta en un buzón
nimkilim lo más pronto posible.

79
Habían pasado dos días desde que Mercy deslizó su última carta en un
buzón nimkilim, por lo que sabía que era poco probable que recibiera una respuesta
de su amigo esta mañana. Él le había advertido que esperara retrasos, este
misterioso agricultor de trigo/guardabosques/soldado en el puesto militar helado
de su imaginación. Y, sin embargo, con los secretos de su familia pesando sobre
ella y el futuro de Birdsall e Hijo pendiendo de un hilo, ofreció una oración
silenciosa a la Novia de la Fortuna para que aun así llegara una carta, un
recordatorio de que contaba con el apoyo de un amigo, dondequiera que esté.

Por desgracia, no fue así.


80
—Temo que hoy no hay carta de tu amante —le confió Horatio detrás de su
ala cuando ella abrió la puerta.

Las mejillas de Mercy se encendieron de mortificación.

—No tengo un amante.

El búho no tenía cejas y, sin embargo, pareció estar levantándole una. Esa
mirada escrutadora hizo que sus mejillas se pusieran más calientes.

—Si tú lo dices. Aquí hay algunas facturas. Sospecho que serán tan
deprimentes como un amante silencioso. Besitos.

El nimkilim se alejó, dejando a Mercy humillada para abrir las facturas, que
eran, como había predicho la lechuza, muy deprimentes. Uno era un aviso de
vencimiento en la factura del gas, e hizo una nota mental para hablar con su padre
sobre el pago de las facturas a tiempo, y lo agregó a la lista cada vez mayor de
notas mentales que comenzaban a filtrarse de sus oídos.

Levantó la vista del triste montón que tenía en las manos y se encontró cara
a cara con una pared de hombre alto y desgarbado. Mercy gritó de miedo antes de
darse cuenta de que Zeddie estaba de pie en el marco de la puerta.

—¿Qué? —dijo él, como si no la hubiera asustado a muerte.

Mercy miró el reloj. Nueve diecisiete.


—¿Dónde has estado? —exigió.

—Hice un lote de rollos de canela. ¿Quieres probar uno? —Levantó un


plato, como un golden retriever entusiasta ofreciendo a su dueño un palo para
arrojar.

—Tu trabajo no es hornear. Se supone que vas a ayudarme con… —Miró


hacia la puerta de la oficina, que estaba ligeramente entreabierta, y susurró—:
Cosas.

Al menos Zeddie tuvo la decencia de parecer acobardado.

—Sé eso.

—¿Lo sabes? Porque llegas tarde. Otra vez. Jugando con harina y azúcar o
lo que sea. —Mercy resopló con justificada indignación, pero captó un olor a
canela y azúcar flotando en el aire. Hizo todo lo posible por mantener su dignidad
mientras arrebataba un panecillo del plato—. Asegúrate de que papá pague estas 81
cuentas —le dijo.

Él tomó los sobres de ella y le dio un abrazo lateral.

—Enseguida.

—Y una vez que hayas hecho eso, ven al astillero para ayudarme con el
cúter de la señora Callaghan.

Durante la última semana, había salado, envuelto y embarcado cuerpos por


la noche después de que papá se fuera a casa, mientras que durante el día había
obligado a Zeddie a serrar, lijar, pegar y clavar. Había esperado que él se animara
ante la idea de que hoy estaban construyendo un bote nuevo. En cambio, Zeddie le
hizo un puchero.

—Es un barco, Zeddie. Ni un cadáver a la vista. Si no quieres ayudarme,


siéntete libre de contarle a papá todos los principios de la filosofía medorana
antigua.

—Eres mala.

Mercy pasó junto a él con la barbilla levantada, pero no pudo pasar por alto
el hecho de que Zeddie no parecía querer dedicarse a la fabricación de barcos.
¿Cómo se suponía que iba a incorporarlo como el nuevo sepulturero si él no podía
emocionarse con el aroma fuerte y el grano encantador del cedro? Además, habría
pensado que se animaría a trabajar en el cúter para una mujer que había conocido
toda su vida.

La señora Callaghan había abierto una tienda general al final de la calle con
su esposo cuando se fundó Eternity hace veinticinco años. Cuando el señor
Callaghan murió, ella le pasó el negocio a su hija. Si bien Mercy estaba triste por
despedirse de una vecina, era agradable hacer un bote para alguien que había
vivido bien y murió en paz. Colocó la quilla en las ranuras a lo largo de los
varillajes, disfrutando de la forma en que el marco se unió como un rompecabezas.
Luego comenzó el proceso de carenado de la madera, asegurándose de que las
superficies fueran lisas y planas para los tablones.

Había aprendido todo esto de su padre poco a poco a lo largo de su vida,


siempre allí para echarle una mano cuando la necesitaba. Y la había necesitado
cada vez más incluso antes del ataque al corazón. Ahora, mientras ponía todo su
cuerpo en su trabajo, podía apagar las preocupaciones girando en su cabeza y
concentrarse en los músculos y el movimiento, en el aroma medicinal del pino 82
recién cortado, en la suavidad mantecosa de la madera lijada bajo sus manos, en el
consuelo que un barco finamente hecho entregado a una familia en duelo. Estaba
tan absorta en su trabajo que se olvidó del rollo de canela envuelto en una servilleta
que estaba en el mostrador detrás de ella y del hecho de que se suponía que Zeddie
tenía que ir al taller para ayudarla.

Sin embargo, mantuvo su ojo en el reloj. Era el día de los huesos, que era el
día de la pira en el astillero principal. Eso significaba que Mercy o alguien de
Birdsall e Hijo tendrían que conducir allí alrededor de las tres para recoger las
cenizas de su pira esta semana. De repente, una sensación profunda de temor la
golpeó desde dentro. Abrió de golpe las puertas del gabinete de suministros para
encontrar los estantes alarmantemente vacíos.

—¿Papá? —gritó, corriendo a la oficina, donde lo encontró dándole pedazos


de canela a Leonard mientras Zeddie miraba las cuentas con el ceño fruncido—.
¿Qué estás haciendo?

—Le estoy enseñando a Leonard a dar la pata. Mira. —Se volvió hacia el
perro y le mostró una bola de masa suave y mantecosa—. Sacúdela.

Leonard estaba hipnotizado por la promesa de comida en los dedos de Roy,


pero hizo oídos sordos a la orden. Papá agarró la pata derecha de Leonard del suelo
y la sacudió, declarando «¡Buen chico!» mientras dejaba que el perro masticara la
golosina de su mano.
Mercy ya podía imaginar la horrible caca de perro que resultaría de esta
transgresión dietética.

—¿Has probado los rollos de canela de Zeddie? —le preguntó su padre


mientras, qué horror, lo veía darle otro trozo a Leonard—. Están fantásticos.
¿Quién sabía que lo tenía en él?

—Gracias por el voto de confianza, papá —dijo Zeddie sin levantar la vista.

Mercy hizo a un lado toda conversación sobre productos horneados.

—Recordaste pedir más urnas, ¿verdad?

A estas alturas, Roy había arrancado otra bola pegajosa de masa del rollo
gigante en su escritorio, pero se congeló, extendiendo la golosina y sentándose tan
quieto como el muy expectante Leonard frente a él.

—¡Se acabaron! ¡Completamente! —gritó Mercy.


83
—Lo siento mucho, pastelito. Prometo pedirlas hoy.

—¿Hoy? ¿En el día de los huesos?

La expresión de su padre cayó.

—¿Cuántas necesitamos?

—Una. Solo una. ¿Tenemos alguna? ¿En cualquier sitio?

Roy se alejó del escritorio que antes era de Mercy, su vieja silla de madera
chirriando con una protesta entrecortada.

—Arreglaré esto. Iré contigo a las piras.

—Papá…

Levantó una mano temblorosa, y a Mercy se le rompió el corazón al ver ese


temblor en una mano que una vez había manejado una sierra y un martillo como
un artista.

—Iré contigo. Es mi error, y lo resolveré yo mismo.

Roy le entregó a Leonard su recompensa por no hacer absolutamente nada,


luego pasó junto a Mercy como un colegial en su camino hacia la esquina de los
vagos.
—¿Tienes tiempo? No saldré hasta las dos y media, y pensé que te irías
temprano a comprar comida para la cena de esta noche.

Zeddie levantó la cabeza de las cuentas apiladas sobre el escritorio.

—Iré a comprar la comida y haré la cena.

Mercy y Roy lo miraron boquiabiertos en un silencio atónito. Papá se


recuperó primero.

—Ves. Problema resuelto. Te veré en el muelle a las dos y media.

Roy apareció justo a tiempo, sosteniendo un bulto envuelto en un paño de


cocina manchado. Al menos había encontrado una urna sustituta que era lo 84
suficientemente valiosa como para ser frágil. Habían recorrido la mitad del camino
hasta el astillero antes de que Mercy rompiera el silencio.

—¿Me atrevo a preguntar qué encontraste para usar como urna?

Su padre se retorció en su asiento.

—¿Papá? —Mercy pronunció las sílabas con conminación.

—A tiempos desesperados, medidas desesperadas —respondió, mirando al


frente a través del parabrisas salpicado de insectos.

—Oh, Dios mío, ¿qué vamos a usar?

Deslizó el paño de cocina del artículo en su regazo, y Mercy apartó la vista


de la carretera el tiempo suficiente para ver un tarro de galletas de cristal rosa (el
tarro de galletas de cristal rosa de su madre) rebotando en su regazo.

—Es todo lo que pude encontrar.

Mercy lloró. Cierto, el frasco había estado vacío y acumulando polvo en el


mostrador de la cocina de papá durante años, pero podía recordar con detalles
vívidos hornear galletas con su madre.

—Lo siento, pastelito. —Bajó la cabeza, y Mercy no tuvo en ella estar


enojada con él. Habría estirado la mano para tocarlo, pero el viejo autoduck
requería ambas manos en el volante.
—Está bien, papá. No es como si alguna vez horneáramos galletas.

—¿Quién sabe? Los rollos de canela de Zeddie estuvieron fantásticos esta


mañana. —Papá volvió a envolver el tarro de galletas y se aclaró la garganta—.
¿Cómo le está yendo?

—Bien. —Mercy mantuvo los ojos en la carretera. Era una mentirosa


terrible y no creía que pudiera salirse con la suya si miraba a su padre.

—¿Crees que pronto estará listo para hacerse cargo?

—Estoy trabajando en ello. —La culpa se asentó en su estómago como el


kilo de mantequilla que Zeddie había usado para hacer sus rollos de canela esa
mañana.

—No está bien. Debería ser yo quien supervise su transición. Mercy, es


injusto para ti.

—Papá, estoy bien. No te preocupes por mí.


85
—Soy tu padre. Por supuesto que me preocupo por ti.

Esta vez, lo miró, y la sonrisa triste que él le dedicó la hizo llorar de nuevo.
Pero mientras estacionaba el autoduck junto al sitio de la pira, su padre frunció el
ceño a través del parabrisas.

—Madre de los Dolores —dijo con fervor en su voz.

Curtis Cunningham, el fundador de la cadena más lucrativa de talleres


náuticos y servicios funerarios en la frontera de Tanria, estaba de pie con varios de
sus empleados como si él mismo hubiera venido a supervisar el desmantelamiento
de las piras esa tarde. Vestido con un elegante traje de tres piezas, parecía un dios
comparado con el resto de ellos con sus overoles y camisas a cuadros, incluida
Mercy, aunque la camisa de Mercy estaba atada a la cintura y combinada con el
pañuelo rojo que le envolvía el cabello.

—Bueno, mira lo que trajo el gato —dijo Cunningham con lo que pareció
ser una sonrisa auténtica cuando papá salió del vehículo—. Roy, no esperaba verte
aquí.

Papá estrechó la mano de Cunningham.

—Curtis. ¿Cómo estás?

—El negocio está en auge, así que no me puedo quejar.


Mercy pensó que no podía soportar más la falta de sinceridad de ninguno
de los dos lados, así que preguntó:

—Señor Cunningham, ¿qué lo trae a las piras?

—Tú.

—¿Yo?

Cunningham le ofreció su brazo.

—¿Te importaría dar un paseo?

Las cejas de Mercy se fruncieron con consternación.

—¿Un paseo encantador por las piras?

—Tal vez uno a lo largo de los senderos del astillero. —Le dio un guiño
encantador y continuó extendiendo su brazo.
86
Fuera lo que fuera, no podía ser bueno, pero Mercy pensó que era mejor
quitarlo de en medio.

—No saques esa pira tú solo —le advirtió a papá antes de tomar el brazo
del rival de su familia.

Una vez que estuvieron fuera del alcance del oído, Cunningham asintió
hacia su padre y fingió preocupación.

—¿Cómo le está yendo en estos días?

—Está bien.

—¿Y tu hermano y hermana?

—También bien.

—¿Y tú cómo estás?

Su sonrisa ya tensa se tensó más.

—Muy bien. Gracias.

Él le dirigió una mirada evaluadora cuando llegaron al sendero del astillero


más cercano que serpenteaba entre las lápidas.
—Mercy, sé que piensas que soy un hombre de negocios grande, malo y sin
corazón, pero espero que sepas que sinceramente te deseo lo mejor a ti y a toda tu
familia.

Mercy los detuvo en seco.

—Señor Cunningham, ¿qué quieres?

—Estoy seguro de que ya sabes que quiero comprar Birdsall e Hijo.

Cuando Mercy permaneció en silencio, Cunningham continuó, su tono


espantosamente paternal.

—Conozco a tu padre, te conozco a ti, y creo que puedo adivinar cómo han
ido las cosas en Birdsall e Hijo desde la… desgracia de Roy. Eres joven. Tienes
toda la vida por delante. ¿Por qué dejar que un negocio moribundo arruine tus
mejores años?

Mercy contempló el rostro engreído y satisfecho de Cunningham, con sus


87
ojos verdes calculadores y su perfecta nariz aguileña y dientes que eran demasiado
rectos y blancos para ser reales, y una mentira de la que no sabía que era capaz
salió volando de su boca.

—No creo que te ofrezcas a comprarnos si Birdsall e Hijo estuviera


muriendo. Creo que estás ofreciendo comprarnos porque nos tienes miedo.

Curtis Cunningham era más bajo que Mercy, pero de alguna manera se las
arregló para ser condescendiente con ella cuando habló.

—Querida, Cunningham tiene sucursales en seis ciudades fronterizas.


Podemos procesar hasta cien cuerpos al día. Nuestro nuevo remiendo de
embalsamamiento a base de nuez para cubrir heridas antiestéticas y hacer que los
difuntos parezcan más naturales y en paz está pendiente de patente, y nuestras
prácticas de embalsamamiento están superando rápidamente al método salado.
Nuestro poder de compra al por mayor nos permite ofrecer productos valiosos a
nuestros consumidores a precios asequibles, y podemos enviar un cuerpo a
cualquier lugar dentro de las Islas Federadas de Cadmus en dos días. —Asintió en
dirección a las piras—. Mira allá. Son ocho piras de Cunningham por una, y
ninguno de nuestros restos terminará sus días en un tarro de galletas.

Mercy se negó a sentirse intimidada.


—Abusas de tus clientes vendiendo barcos producidos en masa con un
margen de beneficio criminal, y convences a la gente de que deben conservarse en
savia de nuez tanriana porque es «sanitaria». Y después también le sacas los ojos
con eso. Bueno, Birdsall e Hijo te está alcanzando en el mercado local, además,
este año hemos logrado avances sustanciales en los paquetes prepagos. Aceptamos
aproximadamente el veinticinco por ciento de los cuerpos sin llave que salen de la
Estación Oeste, y lo hacemos por amabilidad y decencia, mientras que tú usas tu
estatus de subvención de tramitación de indigentes como autopromoción. Así que,
por favor, no finjas que tienes intenciones buenas hacia nosotros cuando quieres
aplastarnos como a un insecto. No vamos a venderte.

Cunningham sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó la frente reluciente.

—¿Y cómo vas a mantener tus puertas abiertas cuando Roy se retire? Mi
nuevo recluta era un compañero de clase de tu hermano y me ha informado que
Zeddie reprobó Ritos y Servicios Funerarios en su primer año. Mercy, eso deja a
nadie más que a ti con las riendas, y por más competente que seas, eres una mujer. 88
¿Cuánto tiempo crees que puedes resistir contra toda la fuerza de Cunningham si
decido obligarte a cerrar el negocio?

Dioses, sabe lo de Zeddie, pensó presa del pánico. Mercy sintió como si le
hubiera echado agua helada sobre la cabeza, pero mantuvo la sonrisa afilada fija
en su rostro.

—Supongo que solo hay una forma de averiguarlo —lo desafió, y agregó—
: Curtis —antes de soltar su brazo y caminar de regreso a las piras sin él.

—¿Supongo que te pidió que me convencieras de vender? —preguntó papá,


agarrando la urna improvisada mientras el autoduck rebotaba sobre el camino de
grava. Él mismo había recogido las cenizas bajo el sol de la tarde, en contra de las
instrucciones estrictas de Mercy, mientras ella y Cunningham habían tenido su
«excursión», y ahora estaba inquietantemente pálido. Tentada como estaba de
contarle todo sobre Zeddie, decidió no molestarlo más con un informe preciso de
su conversación con Cunningham, pero la verdad detrás de la oportuna oferta de
compra la carcomía por dentro.
Antes de que Mercy pudiera responder a su padre, el autoduck chisporroteó
y redujo la velocidad, y Mercy apenas pudo sacarlo de la carretera antes de que se
apagara por completo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el indicador de
gasolina decía Vacío. Se apoyó en el reposacabezas y le preguntó a su padre, no
por primera vez y probablemente no por última:

—¿Olvidaste llenar el tanque?

Inclinó la cabeza, una vista que era demasiado familiar en estos días. Lo
extrañaba tal como era, confiado y rápido para reír, la forma en que sus manos
hábiles construían botes y su gran voz de cañón cantaba los conjuros para los
muertos. Pedir urnas, pagar las cuentas y llenar el tanque de gasolina eran los
detalles del día a día que nunca serían de su especialidad.

Mercy le palmeó el hombro.

—Quédate aquí, fuera del sol, y mantén las ventanas bajas. Tomaré el
garrafón y caminaré hasta el pueblo por gasolina. 89
—Te acompaño.

—No. No. Volveré en cuarenta minutos, como mucho. —Lo besó en la


mejilla y saltó de la cabina antes de que él pudiera objetar. Era un kilómetro y
medio más o menos hasta Eternity, pero el calor abrasador y el camino sin árboles
ni sombras hacían que pareciera mucho más largo. Cuando llegó a la gasolinera
para llenar el garrafón, la camiseta empapada de sudor se le pegaba a la espalda y
el sudor de las tetas hacía que los aros del sujetador le irritaran la piel. Se dirigía
de nuevo a la carretera que salía de la ciudad, cargando un garrafón cargado de
gasolina, cuando la campana del ayuntamiento empezó a sonar. Mercy se congeló
por instinto, un escalofrío de miedo disparándose por su columna, hasta que
recordó que eran las cuatro en punto del primer día de los huesos del mes.

Un simulacro de drudge, no una advertencia de drudge.

—Oh, por el amor de los dioses —murmuró, congelándose en el lugar a


medida que sudaba a cántaros bajo las axilas. Pensó en papá con todo este calor, y
aquí estaba ella, atrapada en un simulacro de drudge cuando nunca, en los
veinticinco años de historia de Eternity, se había escapado un drudge en la ciudad.
Claro, Argentine y Herington habían tenido algunos incidentes últimamente, pero
no Eternity. ¿Qué daño podría haber si esta vez escapaba de la ciudad?

Estaba a una cuadra al oeste de Main Street, pero no había nadie en los
alrededores tan cerca del borde sur de la ciudad. Mirando a su alrededor, comenzó
a caminar de puntillas hacia el camino que conducía a las fosas funerarias… a
tiempo para que un ayudante del sheriff doblara la esquina alrededor de una casa
de tablillas y fuera testigo de su clara violación de la ley. Y no era cualquier
ayudante del sheriff. Era Nathan McDevitt. Su exnovio. Quien le había roto el
corazón y pisoteado los pedazos.

—Hola, Mercy —canturreó, pavoneándose en su camino hacia ella.

—Hola. —Intentó sonreír.

—¿Sabías que actualmente hay un simulacro de drudge en curso?

—Sí, pero…

—¿Y sabías que durante un simulacro de drudge, se requiere que uno


permanezca completamente quieto y en silencio para estar preparado para
responder apropiadamente en caso de que un drudge termine suelto en la gran
ciudad de Eternity? 90
Mercy pensó que llamar a Eternity una «gran ciudad» era exagerar y algo
más, pero no tenía ganas de objetar. Quería volver con papá tan pronto como
pudiera.

—Nathan, por favor…

—Porque si un drudge termina suelto, la forma más rápida para que los
ayudantes del sheriff lo encuentren y se deshagan de él es rastreando lo único
moviéndose alrededor, y un drudge cuyos ojos han sido vaciados por los buitres
no puede ver a los vivos y es menos probable que sientan su presencia si están
completamente quietos.

—Lo sé. Nos quedamos sin gasolina en nuestro camino a casa desde las
piras, y tuve que dejar a papá en el autoduck. —Levantó el garrafón, que salpicó
con gasolina, pero sabía que no había forma de exprimir una gota de simpatía de
un hombre que le había dejado claro que él debería haber sido lo primero en sus
afectos, no su padre.

—Entonces —dijo, sacando su talonario de multas de su bolsillo junto con


un lápiz grueso—. Desobediencia del Código de la Ciudad 47-R-9A, en el que
todos los ciudadanos están obligados a seguir los protocolos de simulacro.

El sonido de la mina del lápiz garabateando sobre el papel llegó a los oídos
de Mercy y provocó un dolor de cabeza en su cerebro cansado.
—Vamos, Nathan. ¿Dame un respiro? ¿Por favor?

Su comportamiento se suavizó y su rostro, que tendía a ser muy parecido al


de una comadreja, se volvió más atractivo como resultado. El recuerdo de lo que
habían tenido juntos y todas las esperanzas que Mercy alguna vez había albergado
para su futuro tiraron de su corazón.

—Cena conmigo esta noche, y fingiré que nada de esto sucedió.

La oferta de Nathan era lo último que esperaba Mercy. Durante meses, había
esperado que él se acercara a ella y le pidiera perdón. Ahora aquí estaba él,
ofreciendo una rama de olivo, y ella estaba tentada. Muy tentada. Pero luego pensó
en papá en ese autoduck caliente a unos kilómetros de distancia, y recordó la poca
consideración que Nathan le había tenido después de su ataque al corazón.

—¿Por qué no te metes esa multa en la boca y te la comes? —propuso,


sonando más valiente de lo que se sentía.
91
—Estoy bastante seguro de que esta multa terminará en tu plato, cariño. —
Nathan garabateó mientras continuaba hablando con amargura—. El sheriff
Connolly se jubilará pronto, ¿y adivina quién es el favorito para ese ascenso?
Espero que no haya infracciones del código en Birdsall e Hijo que tenga que
investigar. Sería una verdadera lástima cerrarlos. —Arrancó la multa del bloc con
una floritura y se la ofreció a Mercy como si fuera una rosa—. Para la dama
encantadora.

Mercy aplastó el papel en su mano e hizo su lenta marcha hacia papá y el


autoduck. Cuando llevó a su padre a casa, estaba hecha un desastre. Zeddie estaba
guardando las compras en la cocina, pero los miró dos veces cuando vio a la
miserable pareja atravesar la puerta mosquitera.

—¿Qué ha pasado?

—No preguntes. ¿Puedes darle a papá agua helada, por favor?

No esperó su respuesta. Salió por la puerta arrastrando los pies y se arrastró


hasta Birdsall e Hijo con los pies doloridos para terminar el día. Al momento en
que entró en el astillero, se echó a llorar. Arrancó trozos del rollo de canela que
había abandonado esa mañana, y se los metió en la boca. Se había puesto rancio,
pero estaba muy sabroso. El reloj marcaba las 4:56, lo que significaba que en
cuatro minutos, podría cambiar el letrero a «Cerrado» y terminar el día (miserable,
horrible, espantoso).
Pero por supuesto no fue así. Oyó que se abrió la puerta principal y sonó la
campana del mostrador. Mercy no necesitaba un espejo para saber cómo se veía:
sudorosa, manchada de lágrimas y despeinada, pero no había nadie más alrededor
para responder a la llamada. Se limpió los dedos en el overol e hizo un débil intento
de acomodarse el pañuelo con las manos pegajosas antes de dirigirse al mostrador,
donde encontró a un joven alguacil al que nunca había visto esperando en el
vestíbulo.

Y de pie junto a él estaba Hart Ralston.

Mátenme, rogó a los dioses insensibles. Mátenme ahora.

92
Hart se sorprendió por la apariencia de Mercy cuando se detuvo detrás del
mostrador. Su ropa estaba desordenada, su cabello revuelto, su rostro reluciente de
sudor, como si él la hubiera interrumpido en medio de un abrazo apasionado con
algún casanova.

Ese pensamiento lo detuvo en seco. ¿Lo tenía? ¿Había un hombre a medio


vestir esperándola en los astilleros? La mera idea de tal falta de profesionalismo
llenó de indignación a Hart, aunque sabía que estaba respondiendo a la sospecha
en lugar de a los hechos, lo que ilógicamente lo indignó aún más.

—Oh, dioses —gimió Mercy—. Hart-ache, estoy teniendo todo un día aquí, 93
así que te agradecería que hicieras el más mínimo esfuerzo por ser cortés, solo por
esta vez. ¿De acuerdo?

Aún ni siquiera había hablado, y ya la estaba agarrando con él, cuando ella
era la que estaba siendo descortés. Increíble. Bueno, ahora no estaba dispuesto a
hacer un esfuerzo, especialmente si planeaba deshacerse de él para poder regresar
a algún imbécil zalamero en los astilleros.

—Merciless, gracias por desplegar la alfombra roja. Es un honor estar aquí.

—¿Esto es lo que llamas civismo?

—Lo mejor que puedo hacer en las circunstancias actuales.

Hart la escaneó de arriba abajo, notando los cristales de azúcar pegados a


su cabello y la mancha de glaseado en la pernera de su pantalón. No la había pillado
en delito flagrante con algún amante en los astilleros; había estado haciendo el
amor con productos horneados. Pero dado su saludo desagradable, la evidencia no
hizo nada para calmar su temperamento. Hizo todo un espectáculo al escanear el
vestíbulo mientras Duckers observaba confundido.

—Por curiosidad, ¿alguien más que tú de verdad trabaja aquí?

—Hart-ache, ¿eres capaz de juntar dos palabras bonitas seguidas por


alguien, o es mucho pedir?
—Eso es gracioso viniendo de ti —disparó de vuelta.

Le indicó que se alejara y se inclinó sobre el mostrador en dirección a


Duckers. Su camisa estaba desabrochada hasta el esternón, y Hart tuvo que apartar
los ojos del escote resultante. Es el escote del enemigo, se recordó.

—Hola. Bienvenido a Birdsall e Hijo. Soy Mercy.

—Gracias, señora. Soy Penrose Duckers, pero puedes llamarme Pen.

Mercy le sonrió, mostrándole a Duckers los hoyuelos que el mismo Hart no


había visto desde su fatídico primer encuentro hace cuatro años. Golpeó el
mostrador con impaciencia y estaba intentando hacer un comentario cortante
cuando el hermano de Mercy irrumpió por la puerta principal con un gran libro
abierto en sus manos.

—Merc, ¿tienes algo de alcaparras? No había nada en la tienda —bramó


antes de darse cuenta de que ella estaba parada en el mostrador. Cuando vio a 94
Duckers, su expresión pasó de la distracción a una atracción muy concentrada y
evidente—. Bueno, hola.

—Hola —dijo un Duckers indiferente con un movimiento de su sombrero.

—Soy Zeddie. ¿Y tú eres?

—Pen.

Zeddie Birdsall se apoyó en el mostrador junto a él, una imagen especular


de su hermana.

—Encantado —dijo con una sonrisa descarada.

Esta vez, Pen sí se dio cuenta y soltó una tímida risa nerviosa. Jodidos
dioses, todo lo que Hart quería hacer era dejar un cuerpo y seguir su camino. Se
aclaró la garganta y anunció:

—El alguacil Duckers es mi nuevo aprendiz.

La sonrisa de Mercy se transformó en un ceño fruncido de simpatía.

—Oh, pobrecito. ¿Chocolate? —Levantó un plato de dulces del mostrador


y se lo ofreció a Duckers.

—No te preocupes. Gracias.


Entonces miró a Hart y colocó el plato fuera de su alcance sin ofrecerle
nada. La yuxtaposición de sus modales encantadores hacia Duckers, un completo
extraño para ella, y su aversión hosca e inmerecida hacia él le revolvió el estómago
a Hart.

—Tenemos un cuerpo para ti, prepagado y etiquetado. Claro, si no te


molestamos. Veo que estás increíblemente ocupada.

Hizo un gesto alrededor del vestíbulo, que estaba vacío salvo por él mismo,
los dos jóvenes mirándose fijamente y la arpía inclemente detrás del mostrador.
Esta última levantó la barbilla.

—Déjame decirte que hoy hemos estado muy ocupados.

—Tienes un poco… —Hart hizo un gesto hacia su propia barbilla y vio las
mejillas de Mercy oscurecerse de vergüenza mientras se quitaba el glaseado de la
piel con un pañuelo floral. Si fuera un gato, ronronearía de satisfacción.
95
—Zeddie los esperará en el muelle —dijo Mercy mientras se metía el
pañuelo en el bolsillo.

Zeddie, quien estaba ocupado coqueteando con Duckers, murmuró:

—Ya quisieras —antes de que las palabras de Mercy dieran en el blanco.


Giró la cabeza tan rápido que fue un milagro que no se soltara de su cuerpo y
rodara por el vestíbulo.

—¿No es así, Zeddie? —Mercy dejó en claro que esto no era una petición,
y hubo una pequeña parte de Hart que pensó: Bien por ella. (El resto de Hart quería
estrangular a esa pequeña parte traidora).

Zeddie miró a Duckers, quien le sonrió despistadamente, y tragó saliva


visible y audiblemente antes de dejar su libro sobre el mostrador.

—Claro —respondió y se dio la vuelta para dirigirse hacia el muelle, su


cuerpo larguirucho y flacucho moviéndose lenta y rígidamente. Duckers se comió
con los ojos el trasero de Zeddie, y si esa era la forma en que soplaba el viento,
Hart pensó que su aprendiz podía conseguirse algo mucho mejor que un Birdsall,
o en todo caso, cualquier otro sepulturero.

—Vamos —le dijo a su aprendiz con un codazo, pero cuando Hart llegó a
la puerta con Duckers pisándole los talones, se demoró un momento, mirando las
sillas de terciopelo verde en las que Leonard se tumbaba con frecuencia, y sintió
una punzada de tristeza al encontrarlas vacías.

Mercy le sonrió desde el otro lado del mostrador, con los brazos cruzados
sobre el pecho.

—Lamento decepcionarte, Hart-ache. Mi perro está arriba en mi


apartamento. Pero me aseguraré de enviarle tus saludos.

Sin apartar los ojos de Mercy, Hart le entregó las llaves a su aprendiz.

—Métete en el autoduck.

—¿Puedo conducir, señor?

—No.

Hart se acercó al mostrador para cernirse sobre su adversaria, pero ella


endureció su mirada, negándose a dejarse intimidar. 96
—Bien —dijo Hart—. Me atrapaste. Me gusta tu perro. Tu perro es
agradable. Tú por otro lado, y toda tu calaña sepulturera, son un montón de
oportunistas asquerosos en la frontera de Tanria, intentando ganar dinero con las
tragedias de otras personas. Pero estoy intentando ser un profesional aquí, así que
haré mi trabajo y dejaré el cadáver de esta pobre mujer en tu muelle. Voy a
entregarle a tu hermano el papeleo que llené para que así te paguen. Y mañana,
regresaré a Tanria, donde mantendré a la gente a salvo de los drudges mientras
intento educar y proteger a ese chico agradable que ahora está a mi cuidado.

Hart señaló con el pulgar hacia la puerta, pero para su sorpresa, la voz de
Duckers vino justo detrás de él.

—Ah, aún estoy aquí, señor. Lo siento.

Una vez más, la mirada de Hart no se apartó de los feroces ojos marrones
de Mercy.

—Duckers, súbete al autoduck.

—Entonces, ¿puedo conducir?

—No. —Se inclinó más—. Merciless, esta es tu última oportunidad para


insultarme antes de que me vaya. A la una. A las dos…
Para conmoción de Hart, los ojos de Mercy se llenaron de lágrimas y una
sola lágrima cayó por su suave mejilla redonda. Salió del vestíbulo sin una palabra
más, con la espalda rígida y los brazos tiesos a los costados como los de un soldado.
El cambio abrupto en su comportamiento dejó sin aire los pulmones de Hart, como
si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

—Maldición, señor —murmuró Duckers, sin haberse movido ni un


centímetro.

Hart vislumbró el libro que Zeddie había dejado sobre el mostrador. La


Guía de Cocina del Dios del Hogar. Estaba abierto a una receta de picata de pollo.
La idea de ese chico despreocupado y de cabello rizado cocinando la cena dejó a
Hart sin aliento. Siempre había pensado en los Birdsall como funerarios de mala
muerte, pero ahora se le ocurrió que también eran una familia: una hija que
reemplazaba a su padre cuando ya no podía hacer su trabajo, y un hijo que ponía
la cena en la mesa. Entre esto y el llanto de Mercy Birdsall, la comprensión del
universo de Hart se tambaleó, y no le gustó ni un poco. 97
—Sube. Al. Puto. Autoduck —le ordenó a Duckers mientras pasaba junto a
él hacia la puerta.

—Sí, señor —respondió con un saludo su aprendiz irritantemente


imperturbable.

—Señor, ¿puedo preguntarte algo? —preguntó Duckers a medida que


conducían la corta distancia por Main Street hasta el Hotel Sunny Hill.

—No.

—¿Por qué fuiste tan malo con Mercy?

—¿Yo? ¿Soy el malo?

—¿Más o menos?

Hart negó con la cabeza, pero el espectro de los ojos llorosos de Mercy lo
atormentó. Lo apartó, negándose a sentirse culpable por hacerla llorar, cuando ella
fue quien lo había iniciado.
Pasaron por delante de Cunningham, el edificio más respetable de la ciudad,
más grande y elegante que el templo.

—¿Por qué esa señora no pudo haber comprado un paquete en Cunningham


en lugar de Birdsall e Hijo? —se quejó Hart.

Probablemente porque no podía permitírselo, se respondió en los rincones


privados de su mente. Puede que odie a Mercy, pero ya sabía que Birdsall e Hijo
ofrecía algunos de los paquetes más asequibles de la frontera. Sin embargo, eso no
los hacía menos oportunistas que cualquier otro funerario.

—¿Sabes lo que pienso? —preguntó Duckers mientras Hart estacionaba el


autoduck frente al hotel y salía de la cabina.

—¿Qué me importa?

Duckers lo alcanzó cuando abrió la puerta de la bodega de carga.

—Sientes algo por Mercy, y estás loco por ella.


98
Hart se quedó sin palabras por un momento, antes de decirle a su aprendiz
en términos claros:

—Preferiría cenar con un cadáver en descomposición que con Mercy


Birdsall. Es la mujer más exasperante que nunca he conocido.

—¿Sus pechos son exasperantes? Porque definitivamente les echaste el ojo.

Mierda. Estaba atrapado.

—Me fijo en todas las tetas, independientemente de sus dueñas.

—Todo lo que digo es que, por lo que puedo decir, no te mataría salir con
una buena señorita como Mercy. Ya sabes, vivir un poco, señor.

Decirle a un semidiós que «viva un poco» era una elección particular de


palabras, una que hizo que Hart se detuviera y considerara a su aprendiz. Duckers
nunca le había preguntado sobre su ascendencia, y mientras Hart estudiaba su
rostro abierto y serio, se preguntó si Duckers era tan ingenuo que no sabía que
había semidioses que no vivían un poco, sino que vivían mucho, vivían una y otra
y otra vez.

—Estoy bien —dijo mientras sacaba su bolso de la bodega de carga y se


hacía a un lado para que Duckers pudiera tomar sus propias cosas.
—Pero ¿lo estás? Porque creo que te juntas demasiado con los drudges.
Necesitas pasar tiempo de calidad entre los vivos.

—Estoy pasando tiempo de calidad contigo. ¿Ahora estás intentando


decirme que estás muerto?

—Ves, eso es precisamente. Eres todo brusco, pero en realidad eres un ser
humano decente una vez que una persona llega a conocerte.

—No sabes nada de mí. —Hart caminó hasta el hotel y abrió la puerta
principal con Duckers pisándole los talones como un terrier.

—Sé que me aceptaste cuando no querías porque sentiste lástima por mí. Sé
que me estás enseñando lo que necesito saber para hacer mi trabajo. Sé que fuiste
amable conmigo después de que eliminé a ese drudge.

Hart lo ignoró y se acercó al mostrador de llaves.

—Dos habitaciones, por favor —le dijo a la conserje.


99
—¿Tendré mi propia habitación? ¡Genial!

La conserje levantó una ceja.

—Mi nuevo aprendiz —explicó Hart secamente.

—¿En serio? —La ceja se disparó más arriba.

—En serio. Así que, dos habitaciones. —A estas alturas, Hart prácticamente
estaba gruñendo.

—¿Sabes qué más pienso? —preguntó Duckers a su lado.

—No, y no quiero saber.

—Creo que tienes miedo de ser amable con Mercy, porque no serías capaz
de soportarlo si ella no te quisiera.

La conserje, al escuchar esto, se dio la vuelta con una llave en cada mano y
una sonrisa alegre en su rostro.

—Dos habitaciones —declaró, pero su tono sonó como si estuviera


cantando: ¡Te gusta Mercy Birdsall! ¡Te gusta Mercy Birdsall! Hart tomó las
llaves, y luego alejó a su aprendiz del mostrador.

—Duckers, si quiero tu consejo, lo pediré.


—Definitivamente deberías pedirlo, pero en este momento no tengo tiempo
para eso. —Duckers arrebató una de las llaves de la mano de Hart—. A diferencia
de ti, esta noche tengo una cita.

Hart lo miró boquiabierto en un silencio atónito por segunda vez en tantos


minutos antes de decir:

—Eres un dolor de culo.

—Pero de todos modos me amas. —Duckers le lanzó una sonrisa radiante


llena de dientes antes de abrir la puerta con el trasero y salir con una floritura.

Por el Mar Salado y todos los dioses de la muerte, Hart amaba a ese mocoso.

Fue a su habitación y arrojó su mochila sobre la cama. Había estado


esperando este respiro de la compañía constante y muy vocal de su aprendiz, pero
ahora, de pie junto a otra cama que no le pertenecía, sintió que el peso de su soledad
lo hundió otra vez. Duckers había llegado a la ciudad hacía media hora, y ya tenía 100
una cita. Hart ni siquiera había sostenido la mano de una mujer en meses.

Siempre se había dicho que su trabajo no se prestaba al amor o al romance.


Era una línea de trabajo peligrosa y una que lo mantenía en el campo durante
períodos largos, lo que, hasta hace poco, había estado bien en lo que respecta a
Hart. Había habido muchos encuentros únicos llenos de lujuria durante sus
primeros días con los alguaciles. Luego, cuando tenía veintiún años, se había
enamorado de una mujer casada en una de las ciudades fronterizas del norte.
Cuando ella lo terminó para volver con su esposo, él puso fin a cualquier noción
de amor en su futuro.

Después de eso, la vida romántica de Hart, si pudiera llamarse romántica,


consistió en relaciones sin amor pero sociables que se prolongaron durante meses.
Durante un tiempo, cuando tenía poco más de veinte años, se acostó con una viuda
de mediana edad, quien finalmente le enseñó a manejar el cuerpo de una mujer.
Luego estuvo la camarera de Galatia. Eventualmente, terminó saliendo con una
compañera alguacil en una relación verdaderamente mecánica y desapasionada
que terminó, para alivio de ambos, cuando ella regresó a su hogar en Paxico para
cuidar de su madre enferma.

Claramente, el amor era algo poco práctico e improbable para un hombre


como Hart, entonces, ¿cómo Duckers había llegado a la conclusión de que a Hart
le gustaba alguien, y mucho menos Mercy Birdsall? Él la odiaba, la detestaba, y
ella correspondía con mucho gusto. Pero el recuerdo de esa única lágrima
deslizándose por su rostro aguijoneó su conciencia, y descubrió que no estaba
demasiado orgulloso de sí mismo por lo que le había dicho esa tarde con ira.

Se sentó en el escritorio diminuto de su habitación de hotel (honestamente,


¿esto estaba hecho para niños?) pensando que comenzaría una carta nueva para su
amiga, aunque aún necesitaba enviar la última. ¿Qué le aconsejaría ella que
hiciera?, se preguntó.

Tan pronto como pensó en la pregunta, se enderezó, sabiendo exactamente


lo que ella le diría que hiciera si supiera todos los entresijos de su vida. Era el
mismo consejo que le había ofrecido Duckers.

Necesitas tiempo de calidad entre los vivos.

Había dos personas vivas respirando que Hart extrañaba profundamente, y


por alguna razón, el recuerdo de Zeddie dejando su libro de cocina sobre el
mostrador en Birdsall e Hijo hizo que Hart extrañara la mundanidad de una cena
familiar, tanto que agarró su sombrero y cerró su habitación con llave. Luego 101
deslizó su carta en el buzón nimkilim más cercano y se dirigió a su autoduck.
Mercy Birdsall consumió los pensamientos de Hart durante toda la media
hora de viaje. Mientras pasaba junto a los cactus y las acacias bordeando los
caminos rurales, sus ruedas levantando una pequeña tormenta de polvo a su paso,
intentó averiguar por qué Mercy y él se habían odiado desde el principio. Su odio
mutuo era un hecho que siempre había aceptado sin examinarlo, pero ahora que la
había hecho llorar, era todo en lo que podía pensar.

La primera vez que Hart conoció a Mercy fue dos meses después de que
Alma lo abandonara por un trabajo de escritorio, dos semanas después de que su
perra Gracie muriera y dos días después de que entrara en vigor la nueva ley de
identificación en Tanria. Antes de la ley, podía llevar un cadáver a cualquier 102
proveedor de servicios funerarios que eligiera, lo que para él significaba ir a
Cunningham. El personal era apenas tolerable, con su simpatía falsa y su silencioso
respeto falso por los muertos, pero al menos tenían conocimiento de una ciencia
precisa y eficiente. La nueva ley estipulaba que todas las personas que ingresaran
a Tanria debían tener un paquete funerario prepagado de un sepultador con licencia
y una placa de identificación correspondiente, lo que significaba que Hart y todos
los demás alguaciles de Tanria tenían que llevar un cuerpo a cualquier sepulturero
de Podunk en cualquier ciudad fronteriza de Podunk que indicara la etiqueta.

Ese día, hace cuatro años, la etiqueta decía 009758, Sepultureros Birdsall e
Hijo, Eternity, Bushong. Nunca había frecuentado Birdsall e Hijo, principalmente
porque el letrero de enfrente siempre lo había alejado. Ese día, se paró frente a él,
sacudiendo la cabeza ante las letras descoloridas, campechanas y pintadas a mano.

SEPULTUREROS BIRDSALL E HIJO.

Satisfaciendo todas sus necesidades al final de la vida

Podemos enviar un cuerpo

¡Adónde sea! ¡Cuándo sea! ¡Cómo quieras!

Este era exactamente el tipo de lugar que le había molestado a su mentor, y


en su mente, podía escuchar la voz de Bill, clara como una campana.
¿Ves esta mierda? Eso te dice todo lo que necesitas saber de este lugar.
Estas tiendas familiares son lo peor, cayéndote encima con galletas, sonrisas y
«servicio al cliente», como si eso pudiera ocultar lo que son en realidad:
oportunistas asquerosos beneficiándose con la desgracia de otra persona. Bien
pueden rociar perfume por todo el cuerpo en descomposición y pretender que
huele a flores.

Fue una de las muchas formas en que Bill había dado forma a la
comprensión del mundo de Hart, asegurándose de que su aprendiz viera a Tanria
por la trampa mortal que era debajo de su superficie extraña pero bucólica, y la
forma en que estos empresarios funerarios habían invadido las ciudades fronterizas
para aprovecharse de una situación terrible.

Hart no solía pensar en Bill, así que ya estaba un poco desanimado cuando
entró esa tarde en el vestíbulo de Birdsall e Hijo y colgó su sombrero en el
perchero. Lo primero que vio fue a Leonard recostado en una de las sillas de
terciopelo verde. Extendió la mano y acarició la parte superior de la tibia cabeza 103
del perro, de la misma manera que había acariciado el espacio suave entre las orejas
ridículas de Gracie antes de que su cuerpo se rindiera dos semanas antes. Sin previo
aviso, una prensa en su pecho lo apretó con fuerza, y perdió el control de su
serenidad, sus ojos llenándose de lágrimas rápidamente y goteando lágrimas
gruesas por sus mejillas delgadas.

Escuchó una puerta abrirse en el pasillo más allá del vestíbulo, y una mujer
joven muy alta y rolliza con cabello oscuro recogido en un moño prolijo en la
cabeza y un par de anteojos con montura de carey en la nariz entró en la habitación,
con el ceño fruncido sobre un fajo de papeles en su mano. Su vestido amarillo
soleado parecía el único color del mundo. Hart se frotó la cara frenéticamente con
las manos antes de que ella levantara la vista.

—Lo siento. No me di cuenta de que había entrado alguien. ¿Tocó la


campana?

Sacudió la cabeza. Se preguntó si ella se daría cuenta de que había estado


llorando, y eso lo hizo sentir indefenso. Era muy bonita. Maldito Mar Salado,
¿estos lugares contratan ahora mujeres atractivas para combinar con la decoración
alegre? ¿Estaba a punto de ofrecerle un plato de muffins?

Su sonrisa se amplió, formando hoyuelos en sus mejillas, y esos hoyuelos


en combinación con el hecho de que ella pudo o no haberlo sorprendido berreando
por su perro le robaron el habla. Con cada segundo que pasó, mirando boquiabierto
ante esta mujer ridículamente encantadora en el vestíbulo, su vergüenza y la
irritación que la acompañaba se profundizaron.

—¿Señor?

—Soy un alguacil —respondió atragantado finalmente.

—Veo eso. Soy Mercy Birdsall, gerente de oficina de Birdsall e Hijo. —Le
tendió una mano para que él la estrechara a través del mostrador. Dio un paso
adelante para tomarla.

—Hart Ralston.

El sudor perlaba su frente, y su mano bombeó una angustiante cantidad de


humedad entre sus palmas unidas. Retiró la mano y resistió el impulso de limpiarse
en los pantalones.

—Suelo ir a Cunningham.
104
Su sonrisa vaciló.

—Ah. Bueno, espero que encuentre superiores nuestros servicios. Aquí


cuidamos bien a nuestros alguaciles. ¿Puedo darle algo para beber? ¿Café? ¿Té?

Cayéndote encima con galletas, sonrisas y «servicio al cliente», pensó. En


voz alta, dijo:

—No. Tengo un cuerpo prepagado para usted.

La sonrisa de Mercy permaneció intacta, pero los hoyuelos desaparecieron.

—Por supuesto. El muelle está a la vuelta.

—De acuerdo.

Condujo el vehículo por el callejón y lo hizo retroceder hasta el muelle,


reprendiéndose por llorar por un perro y actuar como un adolescente en presencia
de una mujer atractiva. Pero volvió a estar desconcertado cuando Mercy fue quien
abrió la puerta del muelle en lugar del funerario o el hijo que el cartel en el frente
suponía que tenía. Ahora que había salido de detrás del mostrador, Hart podía ver
la forma en que el vestido amarillo se ceñía a su pecho amplio y se ceñía en la
cintura y se ensanchaba alrededor de sus caderas generosas. Estaba empezando a
resentirse con esta mujer por hacerlo sentir pervertido.

—Pensé que había dicho que era la gerente de la oficina.


—Lo soy. Mi padre es el sepulturero, pero esta mañana está en las piras.

—El letrero en el frente dice que hay un hijo.

—El hijo tiene dieciséis años y probablemente esté en clase de biología en


este momento, así que me tiene a mí.

Puede que fuera la gerente de la oficina, pero no se inmutó ante el hedor a


muerte que emanó de la bodega al momento en que Hart la abrió. Siguió adelante
con esa sonrisa, que en sí misma era exasperante. ¿Por qué ella o cualquier otra
persona sería tan alegre, especialmente en una funeraria? No tenía derecho a estar
llena de vida cuando estaba rodeada de muerte.

Bien pueden rociar perfume por todo el cuerpo en descomposición y


pretender que huele a flores, dijo Bill en su mente.

—¿Qué le pasó a este pobre hombre? —preguntó Mercy mientras


manipulaba los restos extraños y grumosos. El drudge había sido tan vicioso que 105
Hart había tenido que desmembrarlo antes de abrirle el apéndice, pero el
comentario de Mercy sonó como una acusación, y de una mujer que probablemente
nunca había dejado la seguridad y comodidad del negocio de su padre, que se
beneficiaba de los muertos.

—Hice lo que tenía que hacer.

—Ajá —respondió dubitativa, y Hart maldijo al gobierno federal por la


nueva ley de placas de identificación que lo obligaba a interactuar con esta gerente
de oficina crítica.

Guardó el cuerpo, y la siguió a ella y a su vestido amarillo hasta el vestíbulo,


donde el perro aún holgazaneaba en la silla de terciopelo verde.

—¡Leonard, fuera! —ordenó Mercy, pero el perro le dio una expresión


confusa que decía: lo siento. No tengo ni remota idea de lo que quieres decir. La
mezcla de bóxer no se parecía en nada al propio perro de Hart, pero el
comportamiento de Leonard era definitivamente como el de Gracie, y una punzada
aguda de dolor atravesó sus pulmones. Garabateó todo el papeleo en un intento de
salir de Birdsall e Hijo lo antes posible.

—¿Pasa algo? —le preguntó Mercy en un tono tan presumido que casi le
ofreció su pañuelo.
—No —gruñó, firmando el último documento y golpeando el bolígrafo
sobre el mostrador.

Una mueca forzada reemplazó su sonrisa brillante, y cuando habló lo hizo


con los dientes apretados.

—Bueno, siéntase libre de no volver nunca más.

Fue como si Hart fuera el motor recalentado de un autoduck, y Mercy


hubiera abierto el capó. Un penacho caliente de palabras salió de su boca.

—Señora, no puedo decirle lo mucho que no quiero volver aquí, pero el


gobierno tiene otros planes. Así que si no quiere volver a verme, siéntase libre de
dejar de desplumar a los tontos que vienen a Tanria en busca de fortuna, solo para
convertirse en cadáveres reanimados.

Ella apoyó los puños en esas caderas (ciertamente gloriosas).

—Siéntase libre de tal vez no cortar esos cadáveres en pedacitos antes de


106
que mi padre tenga que enviarlos a casa con sus familias en duelo.

—Su padre es libre de unirse a los alguaciles de Tanria cuando quiera si


cree que puede hacer un mejor trabajo que yo, y usted también.

Abrió la boca, pero pareció pensar mejor en lo que fuera que había planeado
decir.

—Sabe qué. No voy a perder ni un segundo más de mi vida con usted. No


deje que la puerta lo golpee al salir, alguacil.

Él era un desperdicio de su vida. No de su tiempo. Su vida. Segundos atrás,


simplemente no le había agradado. Ahora la odiaba desde lo más profundo de su
alma. La fulminó con la mirada antes de quitar el sombrero del perchero y dirigirse
a la salida. Detrás de él, la escuchó murmurar:

—Semidiós arrogante.

Hart giró sobre sus talones, intentando y fallando en encontrar una respuesta
hiriente mientras ella pisaba fuerte por el pasillo hacia la oficina. Y ahora estaba
furioso consigo mismo por mirar su trasero hasta que desapareció detrás de la
puerta cerrada de un portazo.
Cuatro años más tarde, a medida que conducía hacia una recepción incierta
en la casa de Alma y Diane, Hart intentó imaginar cómo ese primer encuentro
podría haber sido diferente.

Y terminó sin nada.

Estaba de pie en el porche delantero, doblando y desdoblando el ala de su


sombrero en sus manos. Podía escuchar un disco sonando dentro, algo jazzístico y
conmovedor, una melodía que lo golpeó con una ola de nostalgia por los días
pasados cuando prácticamente vivió en esta casa. Había pasado tanto tiempo desde
su última visita que parecía casi ofensivo presentarse así sin previo aviso. Pero
ahora estaba aquí y no veía el sentido de volver a su habitación de hotel, así que se
peinó el cabello desgreñado con los dedos y llamó a la puerta. 107
La puerta se abrió hacia adentro y allí estaba Diane, su figura pequeña
sumergida en un vestido veraniego holgado, su cabello rubio ceniza tan corto como
siempre, sus mejillas y nariz más pecosas de lo que Hart recordaba. Una sonrisa se
apoderó de su rostro, y las patas de gallo en las comisuras de sus ojos lo azotaron
con culpa por haberse mantenido alejado tanto tiempo. Ella dejó escapar un
chillido feliz y lo abrazó por la mitad, su cabeza apenas alcanzando su esternón.
Hart la abrazó a cambio y forzó una risa incómoda.

—Diane, también me alegro de verte.

Lo sostuvo con el brazo extendido para examinarlo, sus ojos azules


brillando.

—Necesitas un corte de cabello.

Se rio una vez más, con menos torpeza.

—¿Quién es? —llamó la voz de Alma desde dentro, inspirándole a Hart la


necesidad de salir disparado hacia su vehículo y marcharse antes de que ella llegara
a la puerta.

—¡Es Hart!

—¿En serio? —Alma apareció en el marco de la puerta y lo miró con los


ojos entrecerrados, claramente preguntándose por qué había decidido aparecer. A
Diane se le ocurrió preguntarse lo mismo, su mamá gallina interior estallando en
la vida.

—¿Pasa algo malo?

—¿Tiene que pasar algo malo para que haga una visita?

—¿Es una pregunta capciosa? —preguntó Alma, y Hart sintió que debería
erizarse o estar preparado para lamerse las heridas.

—Tú me invitaste.

—Sí, lo hice. Adelante.

Diane lo abrazó nuevamente y le quitó el sombrero cuando él entró en el


salón con sus sillas mullidas, mantas afganas de colores, almohadones y montones
de libros. Un gato que no reconoció le rozó la espinilla mientras seguía a Alma
pasando el comedor y entrando en la cocina, donde ella sacó una botella de cerveza
y una lata de refresco de la nevera.
108
—Gracias —dijo cuando le entregó el refresco, sorprendido de que ella y
Diane aún tuvieran su marca favorita en casa, cuando sabía que a ninguna de las
dos le importaba.

Atravesaron la puerta mosquitera hasta la terraza que dominaba la


propiedad de Alma y Diane con el jardín vegetal, el gallinero y las vacas pastando
en las hierbas de raíces salvajes que lograban crecer en el suelo arenoso. Hart
sacudió la silla que era tácitamente suya y se sentó. Sus piernas largas emergieron
como un par de montañas frente a él, y deseó que Diane no le hubiera quitado el
sombrero, para poder ponérselo en una rodilla y jugar con él. Se sentía como un
niño privado de su manta de seguridad.

Alma se estiró y golpeó el cuello de su botella contra el borde de su lata de


refresco.

—Me alegra que hayas venido.

—Yo también —dijo, aunque no estaba seguro de la veracidad de esa


declaración. Una melancolía inesperada se apoderó de él a medida que examinaba
el entorno familiar. Este lugar era más un hogar para él que cualquier otro lugar
donde había vivido o dormido desde que su madre murió, pero venir aquí había
perdido su brillo hogareño en los últimos años. Echaba de menos la comodidad
que este lugar le había brindado una vez. Echaba de menos el consuelo que Alma
le había brindado una vez.

—¿Cómo está tu padre? —le preguntó, una pregunta genuina que sonó
como una pequeña charla vacía.

—Bien. Aunque, desearía que dejara que alguien más se hiciera cargo del
viñedo. Es demasiado viejo para cuidarlo como debería, pero ya sabes cómo es.

Hart asintió, sintiéndose culpable por el hecho de que no podía recordar la


última vez que había preguntado por su anciano padre.

—¿Has visto a tu madre últimamente? —preguntó él.

—Hace pocos meses. Te manda saludos.

Hart asintió una vez más. A diferencia de él, Alma sabía quién era su madre
inmortal: Bendena, cuyo arroyo diminuto serpenteaba al norte de las viñas de su
padre en el centro de Vinland. Incluso la llamaba mamá. Eso dejó loco a Hart.
109
—¿Cómo te está yendo con Duckers?

Hart se frotó la barbilla y tomó un sorbo de refresco, dejando que las


burbujas demasiado dulces burbujearan y explotaran casi dolorosamente entre sus
dientes.

—Me irrita jodidamente.

—Aw, te agrada.

—Sí, me agrada —coincidió Hart derrotado.

—Entonces, ¿eso significa que…?

—Sí. Tenías razón.

—Ajá.

Alma frunció los labios con una superioridad engreída, lo que tuvo el efecto
irónico de hacer que Hart se sintiera más cómodo en lugar de menos, porque era
una expresión que pertenecía a Alma, su antigua compañera, no a Alma, su jefe.
Dio un sorbo a su refresco y dejó la lata sobre la mesa de hierro forjado a su lado.

—Gracias. Por obligarme a aceptarlo.


—De nada. Sé que cuidarás de él, y él lo necesitará, con la situación de
drudges tan mal como está en estos días.

—Últimamente parece peor de lo habitual.

—Es peor. He visto los números. Hay un gran repunte en los sin llave.

Diane salió por la puerta de la cocina con una bandeja de zanahorias, palitos
de apio, galletas saladas y queso, y Hart se dio cuenta de que tenía un hambre
voraz, algo que generalmente no notaba hasta que se le ponía difícil.

—Te quedarás a cenar, ¿verdad? —le preguntó.

Hart había venido aquí con una cena familiar en mente, pero le preocupaba
que aceptar la invitación significaría comprometerse a una estadía más larga de lo
que deseaba. Alma lo atravesó con sus feroces ojos azul verdosos, y supo que vio
a través de él.

—No quiero molestarte —le dijo a Diane, pero, por supuesto, Diane no iba
110
a molestarse.

—Hay suficiente. —Plantó un beso en la parte superior de su cabeza,


dejándolo conmovido por dentro.

Alma cocinó pollo a la parrilla mientras Diane preparaba un tazón de


verduras mixtas y sacaba un poco de ensalada de papa sobrante de la nevera.
Comieron fuera en la terraza orientada al este, con Diane poniéndose al día con
Hart sobre todas las mejoras que habían hecho a la propiedad recientemente. Hart
respondió a las muchas preguntas que ella le lanzó, pero sobre todo observó y
escuchó, dejando que la manera fácil de combinar de Alma y Diane lo inundara.

Después de la cena, Alma y él se quedaron en la terraza, mientras un silencio


se espesaba entre ellos, mientras Diane limpiaba la cocina, tarareando las
canciones que sonaban en el gramófono. La vieja pelea permaneció colgando en
el aire, tan densa y arremolinada como la Niebla que envolvía a Tanria.

Eras un niño cuando empezamos a ser compañeros, y siempre pensé que lo


superarías, que lo aceptarías, lo que sea. Pero ahora estás en la treintena y, en
todo caso, es peor.

¿Podemos no hablar de esto?

Somos amigos desde hace más de diez años. ¿Cuándo vamos a hablar de
eso?
Nunca.

Esto es precisamente lo que digo. La muerte de Bill es tan reciente para ti


como si hubiera ocurrido ayer. Eso no es normal. Tienes que lidiar con ese
equipaje.

Bill no era un «equipaje».

Actúas como si hubiera sido el padre que nunca tuviste…

Lo era.

… y sé que te hizo mucho bien, pero nunca te detienes a pensar que también
fue un moralista insoportable.

¿En serio? Todo este tiempo, todos los años que me has conocido, ¿esto es
lo que pensabas de él?

Sí. Esto es lo que pienso de un hipócrita al que le gustaba decirle a la gente, 111
especialmente a ti, cómo pensar, actuar y vivir, cuando fue él quien abandonó a
su mujer e hijo en Honek.

Era como si ella hubiera golpeado con un mazo todo lo que él creía saber
sobre Bill Clark y, en el proceso, también hubiera destrozado su amistad. Años de
confianza pulverizados en un instante. Supuso que ahora podría disculparse por su
parte en esto, pero una vez más, no pudo reunir el valor para abordar el tema con
ella.

En el silencio incómodo, dejó que su mente vagara hacia su amiga de las


cartas, hacia las esperanzas injustas que ya había comenzado a depositar en ella
sin ninguna buena razón. Pero ella parecía entenderlo, y él parecía entenderla, y
ella hacía que él quisiera…

Vivir un poco.

Por eso había venido aquí, ¿no?

—Gracias por la cena —le dijo a Alma, sacándolos a ambos de su reticencia


melancólica.

—Cuando quieras. Es bueno que socialices de vez en cuando. Estos días


estás trabajando demasiadas horas extras.

—No tengo nada mejor que hacer, ¿verdad?


Sacudió su cabeza.

—Eres un bastardo solitario.

La combinación de la franqueza entrañable de Alma y el subidón de azúcar


generado por la soda de Hart lo hizo reír.

—Es una elección, ¿sabes? No tiene por qué ser así.

—Lo sé —dijo, pero no se sentía como una elección. Se sentía como la


mano que le habían repartido.

—Tal vez deberías tener otro perro.

—No quiero otro perro.

—Tal vez deberías hacer algunos amigos que no sean yo. Sal con alguien.
Juega al parchís.

Hart podía sentir sus ojos en él, pero mantuvo su mirada dirigida hacia el
112
horizonte oscureciéndose.

—¿Cuántos años tienes ahora? ¿Treinta y cinco? Casi treinta y seis,


¿verdad?

—Sí.

—Entonces, ¿cuándo vas a dejar de tener diecinueve?

Esta vez, se encontró con su mirada inquebrantable. Tenía diecinueve


cuando Bill murió, y ella lo sabía. La verdad desagradable colgó como un fantasma
sobre él, pero Alma no insistió.

—Al menos consigue otro perro —repitió—. Un cachorro. Los cachorros


son lindos. No has sido el mismo desde que perdiste a Gracie.

Hart se imaginó a su perro exactamente como había sido el día que llegó al
campamento, olfateando el conejo asado en el fuego, un perro medio muerto de
hambre, desgarbado en la adolescencia, con las costillas asomando a través de un
pelaje rojizo con hilos negros. Alma había intentado espantarla, pero Hart la llamó
y le tendió el puño para que lo olfateara. Caminó hacia él con largas patas nudosas
y le lamió los nudillos, luego presionó un lado de su cara contra el pecho de Hart
y lo miró con adoración sin restricciones. La adoración fue inmediatamente mutua.
Gracie había sido el bálsamo que Hart necesitaba después de la muerte de
Bill, la luz que lo había traído de vuelta de un lugar de dolor y oscuridad. Fue a
todas partes con él durante once años, su sombra cuyos ojos de adoración le
reflejaban una mejor versión de sí mismo, hasta que adelgazó con la edad y Hart
tuvo que cargarla la mayoría de las veces. Después de pasar tres días esforzándose
por respirar, durmiendo a intervalos, su cuerpo se rindió, llevándose el corazón de
él con ella.

—¿Un centavo por tus pensamientos? —le dijo Alma a su perfil.

Hart estuvo tentado de contarle sobre la soledad aplastante y la amiga que


había encontrado por casualidad, pero aún se sentía demasiado frágil para
compartirlo, como si las cartas fueran a romperse en sus manos y desaparecer para
siempre si confesaba su existencia.

Diane salió, y los tres se quedaron en la terraza, riéndose de recuerdos


viejos, la ventana de la cocina arrojando un cuadrado de luz a los pies de Hart.
Alrededor de la medianoche, un agotamiento hasta los huesos lo alcanzó cuando
113
pensó en regresar a su habitación de hotel vacía, e incapaz de resistir la fuerza de
la hospitalidad de Diane, se encontró acurrucado en la cama demasiado pequeña
en la habitación de invitados con aproximadamente cincuenta mantas afganas
caseras apiladas encima de él. Mientras se dormía, sintió que Alma y Diane
rondaron por la puerta como un par de madres vigilando a un niño dormido.

—Me preocupo por él —dijo la voz susurrante de Diane en la oscuridad.

—Yo también, amor —dijo Alma, acariciando suavemente la espalda de su


esposa—. Yo también.
—Confiesa. ¿Conseguiste comida para deslumbrar a este tipo? —preguntó
Mercy mientras ella y Zeddie ponían sus platos junto al fregadero al mismo tiempo.

—¡No!

—¿Hiciste la cena esta noche? ¿Todo ello?

—Quiero decir, viste las instrucciones. Es fácil. —Señaló con la cabeza el


libro de cocina de la biblioteca, abierto en una receta de picata de pollo. Las
páginas estaban salpicadas de jugo de limón y aceite de oliva, pero el resultado
final había sido fenomenal.
114
—Estoy muy impresionada contigo.

—Gracias. —Zeddie se pavoneó.

Papá fue superado por el coma nocturno inducido por la comida, y uno de
sus ronquidos que hacían temblar las paredes llegó a la cocina desde su sillón
reclinable en el salón.

—No hay mayor elogio que ese —dijo Mercy, señalando con la cabeza
hacia la puerta—. ¿Nos vas a sorprender con algún postre?

—De ninguna manera. Pen y yo los estamos abandonando, perdedores,


vamos a comprar helado.

—Deberías rescatarlo de los ronquidos de papá antes de que experimente


alguna pérdida de la audición.

Pero Pen le ahorró el problema a Zeddie, entrando en la cocina con un


montón de platos sucios.

—¿Necesitan ayuda para limpiar?

—¿No querías pasar el rato con el viejo que se quedó dormido en un charco
de deliciosa salsa de limón? —preguntó Zeddie, liberando a Pen de su carga.
—No parecía estar disfrutando del placer de mi compañía, pero el perro sí.
Leonard y yo ahora somos mejores amigos.

Mercy se volvió hacia su hermano y articuló las palabras: me gusta. En voz


alta, dijo:

—Zeddie, termina de limpiar la mesa y lavaré para que ustedes dos puedan
salir de aquí.

Zeddie articuló «mejor hermana de la historia» antes de pasar por la puerta


de la cocina hacia el comedor.

Pen rebuscó en los cajones hasta que encontró un paño de cocina limpio
para secar los platos. Este tipo estaba mejorando por segundos.

—Entonces, Mercy —medio dijo, medio cantó.

—Entonces, Pen —cantó en respuesta.


115
—¿Supongo que tú y el alguacil Ralston no son mejores amigos?

Mercy se llevó una mano jabonosa al pecho.

—¿Qué te dio esa idea?

—¿Cómo empezó eso?

—No empezó. Fue, es y siempre será un ciclo infinito de desagrado mutuo


y predestinado. —Hundió las manos en el agua jabonosa para fregar un plato,
asombrada por la extraña yuxtaposición de los agradables y reflexivos Penrose
Duckers que tenían que aprender su oficio del adusto y ceñudo Hart Ralston—. Lo
siento por ti. Apenas puedo soportar al hombre durante cinco minutos, y tienes que
estar en su presencia durante días y días. ¿Cómo lo haces?

Pen se encogió de hombros.

—Él me agrada.

—No, no lo haces —dijo con incredulidad, entregando un plato limpio y


resbaladizo.

—Sí, lo hago. Es agradable una vez que lo conoces. Deberías darle una
oportunidad.

—Ha tenido muchas oportunidades conmigo. Las ha volado todas.


Zeddie regresó, sosteniendo cuatro copas de vino y dos vasos de agua
sudorosos en sus dedos largos.

—¿Hablaban de mí mientras no estaba? ¿Tuvieron cosas bonitas que decir?

Mercy tomó los objetos frágiles de sus manos uno por uno.

—No, y no.

—Bueno, arregla eso. —Levantó las cejas hacia Pen y se arrastró al


comedor una vez más para recoger más platos.

Pen inclinó la cabeza hacia Mercy mientras terminaba de secar el plato.

—Pero, ¿le has dado una oportunidad al alguacil Ralston? Porque hoy ni
siquiera le dejaste decir «hola».

—Eso es porque es tan malo como un perro callejero. Es mejor cortarlo


antes de que empiece. —Excepto que, no había logrado interrumpirlo esta tarde, 116
¿o sí? Había dejado que él la afectara. Le había dejado ver su debilidad, y sus
lágrimas. Le hizo estremecerse pensar en ello.

—Lo has entendido todo mal. Te lo digo, por dentro es un malvavisco.

—¿Quién? ¿Yo? No puedo discutir con eso —dijo Zeddie cuando entró con
dos tazones casi vacíos de papas y judías verdes amandina, además de un par de
tazones más pequeños que contenían crudités.

Mercy le arrojó agua del fregadero a su hermano.

—No estamos hablando de ti, idiota narcisista.

Pen le quitó los platos a Zeddie, y Mercy captó la forma en que sus dedos
rozaron la mano de su hermano. Una punzada de envidia la sacudió. La sonrisa
generalmente confiada de Zeddie se volvió tímida cuando se alejó para terminar
de limpiar la mesa. Mercy frunció el ceño al fregadero mientras pronunciaba las
siguientes palabras.

—Me llamó «oportunista asquerosa», como si me estuviera frotando las


manos alegremente, esperando que apareciera el siguiente cadáver. Eso no me
parece muy «malvavisco». Estoy tan enojada por dejarlo afectarme. Prácticamente
le entregué su victoria en bandeja de plata.

Pen tomó un puñado de cubiertos limpios de ella.


—¿Acaso es un juego? Porque si lo es, me parece que ambos están
perdiendo. Gravemente.

—Hum.

—Creo que le gustas —le dijo Pen a medida que buscaba el cajón de los
cubiertos.

Mercy lo miró boquiabierta durante cinco segundos completos antes de


balbucear:

—Él me odia. Y yo lo odio.

—Pienso que le gustas. Mucho —dijo Pen, colocando cuchillos y tenedores


en su lugar con un tintineo—. En mucho, mucho.

Mercy frotó un trozo de papa pegado al fondo de una sartén, como si al


hacerlo pudiera borrar la cara burlona de Hart de su memoria.
117
—Debes ser un romántico desesperanzado.

—No hay nada malo con el romance. No siempre es desesperanzado.

—Estoy de acuerdo. ¿Pero Hart-ache y yo? Esa es la definición de


desesperanzado.

—Todo lo que sé es que no podía apartar los ojos de ti.

—Probablemente estaba mirando mis pechos.

—Asqueroso —dijo Zeddie cuando entró con el último de los platos.

—Tienes razón —se rio Pen, dirigiendo su comentario a Mercy—. Ustedes


dos son un caso desesperanzador. Pero de todos modos, mantendré la esperanza.

—Vas a mantener la esperanza durante mucho, mucho tiempo. —Mercy


empujó a Pen lejos del fregadero y hacia su hermano con la cadera—. ¿No tienen
helado en la agenda? Lárguense. Yo limpiaré el resto.

—La mejor hermana del mundo —cantó Zeddie en falsete mientras tomaba
a Pen de la mano y lo empujaba hacia la puerta de la cocina.

—Piensa en lo que dije —le dijo Pen.

Ella se rio y sacudió la cabeza.


—Buenas noches, Pen.

Mercy los oyó reír como un par de colegiales a medida que pasaban de
puntillas junto a papá y salían por la puerta principal, y la punzada agridulce de
envidia volvió a aguijonearla.

Una vez que limpió la cocina, besó a su padre dormido en la frente y salió.
De camino a casa, Leonard y ella avanzaron debajo de una pancarta nueva que se
extendía por Main Street:

El alcalde Ginsberg te invita cortésmente a celebrar

EL DÍA DE LOS FUNDADORES: ¡25 AÑOS DE ETERNITY!

¡Zoológico de animales acariciables! ¡Paseos en équidos! ¡Cena de barbacoa!

¡Baile bajo las estrellas! ¡Exhibición de fuegos artificiales!

Normalmente, le encantaba una buena fiesta, pero la perspectiva de no tener 118


una cita y, por lo tanto, no bailar en la fiesta del Día de los Fundadores, le empañó
el ánimo.

Cuando llegó a casa, se preparó un baño de burbujas y bebió una copa de


merlot mientras remojaba su cuerpo cansado en la bañera, intentando no mojar las
páginas de su novela romántica. Era su forma favorita de relajarse al final de un
día difícil, pero ahora se sentía apática, incapaz de relajarse o concentrarse en nada.
Renunciando al baño, al vino y al libro, salió, se secó y se puso su pijama más
viejo, andrajoso y cómodo. Leonard se metió en la cama junto a ella, pero su
presencia, por lo general reconfortante, la deprimió esta noche. Amaba a su perro,
pero él no podía sustituir a otro ser humano. No es que Nathan hubiera pasado
alguna vez la noche en su casa. Siempre habían tenido que ir a su apartamento.

Se quedó mirando el techo oscurecido por la noche con su grieta irregular


que se extendía desde la ventana hasta la lámpara, su mente ocupada repasando
todo lo que había sucedido ese día: las facturas amontonándose, encontrarse a
Cunningham en la pira, Nathan McDevitt con su amenazas apenas veladas de
cerrarla una vez que él fuera sheriff, y las palabras crueles de Hart Ralston
hiriéndola profundamente.

Creo que le gustas, resonó la voz de Pen en su mente.

—Tiene una manera curiosa de demostrarlo —murmuró al techo, haciendo


que Leonard gimiera en sueños.
No, Mercy no creía ni por un minuto que le gustara a Hart Ralston, pero se
encontró pensando en la última carta de su amigo anónimo, viendo en su mente la
forma en que las letras en bloque marchaban por la página.

Hay algunas cosas de mí que sorprenderían a la mayoría de las personas


si alguna vez se molestaran en arañar la superficie.

¿Y si Pen tenía razón? ¿Y si había más en Hart de lo que ella sabía? ¿Y si


era el tipo de hombre que, como su amigo, era difícil de conocer en persona? ¿Qué
le sorprendería si hiciera el esfuerzo de profundizar un poco más? Por primera vez
en cuatro años, se preguntó si no había malinterpretado por completo a Hart
Ralston.

Pero aun así, no podía soportar al tipo.

119
Mercy se arrastró fuera de la cama a la mañana siguiente, maniobrando
alrededor del montón de perro sin huesos que era Leonard. Hoy no puede ser peor
que ayer, se prometió mientras encendía la cafetera, pero cuando volvió a su
dormitorio para vestirse, vio su aspecto despeinado en el espejo del tocador.

—Mercy, no tientes al destino —le advirtió a su reflejo.

Media hora más tarde, ataviada con un overol azul y un pañuelo a juego,
bajó las escaleras a tiempo para ver a Zeddie entrar, llevando un plato cubierto con
una servilleta y silbando alegremente a medida que cerraba la puerta con el pie.

—Mírate, llegas a tiempo —se maravilló Mercy.

—¿Un bollo de cereza? Son caseros.

—¿Cómo estás tan alegre y descansado cuando te levantaste temprano para


hacer bollos?

—¿Quién dijo que anoche me fui a la cama?

—Si salir con Pen significa que llegas al trabajo a tiempo y traes productos
horneados, voto por mantenerlo cerca por un tiempo.

Mercy tomó un bollo del plato, le dio un mordisco y saboreó la dulzura


mantecosa a medida que se disolvía en su boca, combinándose maravillosamente
con el sabor amargo del café en su lengua. Sí, hoy ya era muy superior a ayer,
aunque cuando Zeddie dejó el plato de bollos en la encimera, se desinfló
visiblemente.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

—Pen tuvo que volver a Tanria esta mañana. Por eso me levanté tan
temprano, para hacerle el desayuno. No está seguro de cuándo volverá a estar en
Eternity.

—Lo siento. Me agrada.

—A mí también —coincidió Zeddie antes de darle un mordisco enorme a


un bollo—. ¿Qué cosas no relacionadas con los cadáveres necesitas que haga hoy?

—¿Huelo algo recién horneado? —gritó papá desde la oficina antes de que
Mercy pudiera responder a su hermano.

—Sí, pero no puedes tener ninguno. Órdenes del doctor —gritó.


120
—Por cierto, Pen me agrada.

—Gracias, papá. A mí también —gritó Zeddie en respuesta.

—Pen querría que me comiera lo que sea que hayas horneado.

Mercy cedió y le llevó un bollo a papá antes de poner a Zeddie a trabajar


limpiando el vestíbulo. Había pasado demasiado tiempo desde que hizo algo más
que pasar el plumero por todo, así que le pidió que lavara los zócalos y sacará las
telarañas además de todo el barrido, trapeado, desempolvado y pulido que había
que hacer. Parecía un plan sólido hasta que, poco antes de abrir, escuchó el golpe
sordo de Horatio en la puerta. Un claxon de pánico retumbó dentro de ella al pensar
en Zeddie poniendo sus manotas en una carta de su amigo. No intentó quitarse la
gruesa capa de serrín cubriendo sus brazos y anteojos cuando corrió hacia la puerta
con la débil esperanza de ganarle a su hermano.

No tuvo tal suerte. Horatio ya estaba en el vestíbulo, estudiando a Zeddie a


través de unos anteojos sujetos a su chaleco.

—No creo haber tenido el placer de conocerte.

—Horatio, soy yo, Zeddie Birdsall. ¿Recuerdas?

La lechuza notó a Mercy y ululó:


—Querida, no sabía que tenías un hermano. ¿Por qué no me lo dijiste?

Zeddie señaló el cartel junto a la puerta.

—Eso dice Birdsall e Hijo. ¿Quién creías que era el hijo?

—Ah, no lo sé. Pensé que era bastante pegadizo. —Para horror de Mercy,
Horatio le entregó el correo a Zeddie y se sirvió del tarro de propinas. Le dio a
Mercy un guiño descarado y susurró—: Querida, espero que disfrutes todo tu
correo esta mañana. Cuando le escribas a tu inamorato, no olvides decirle que le
mando saludos. Adiosito.

—En el nombre del Dios Desconocido, ¿de qué fue todo eso? —preguntó
Zeddie mientras observaba a la lechuza salir por la puerta principal.

—Horatio siendo Horatio. Tomaré el correo.

—¿Qué es un inamorato?
121
—Ni idea.

Intentó alcanzar el correo, pero él se apartó, hojeando la pila. Un ladrillo de


desesperación aterrizó en su estómago mientras una sonrisa diabólica se extendió
por el rostro de su hermano. Sacó una carta de la pila y agitó el sobre frente a ella
como un mago en un espectáculo de magia. Leyó las palabras Para: Una amiga
antes de que Zeddie rezumara:

—Por favor, ¿dime, qué es esto?

Mercy se abalanzó sobre la carta, pero Zeddie salió corriendo, obligándola


a perseguirlo por el vestíbulo mientras él se reía de alegría.

—Mercy, ¿quién es tu amigo?

—No es asunto tuyo. —Le arrebató la carta a su hermano.

—¡Mercy tiene novio! ¡Mercy tiene novio! —cantó Zeddie, haciendo


cabriolas por el vestíbulo.

—¡Shh! —le rogó, mirando hacia la puerta cerrada de la oficina—. No es


así.

—Entonces, ¿cómo es?

—Somos, ya sabes, amigos por correspondencia.


—Claro —dijo, pero su sonrisa comemierda dejó claro que no le creía ni
por un segundo.

—¿Podemos mantener esto entre nosotros? Esta amistad es nueva, y yo…


¿podemos mantener esto entre nosotros?

—Entonces, ¿papá no sabe nada de este tipo?

—¡No! Y no vas a decirle.

—Espera. ¿Lil lo sabe?

—No.

—¿Sé algo de ti que Lilian no sabe? —Zeddie lanzó ambos puños al aire—
. ¡Excelente!

—No se lo digas. Ni a papá. ¿Por favor?

Zeddie pasó un brazo por los hombros de Mercy.


122
—Hermana, mientras sigas dándome todo el tiempo que necesito para
decirle a papá que no estudié para ser sepulturero, no diré ni pío de este amigo por
correspondencia. ¿De acuerdo?

Mercy no tenía idea de cuánto tiempo más podría ocultarle a papá el secreto
de Zeddie, pero necesitaba desesperadamente un margen de maniobra para
encontrar una manera de luchar contra la compra de Cunningham, además de que
en realidad no quería que Zeddie le contara a nadie de su amigo. Dejó escapar un
suspiro profundo de resignación.

—De acuerdo. Ahora, ponte a trabajar.

—No eres divertida. —Zeddie la soltó y escurrió un trapo sobre un balde de


agua jabonosa, pero a medida que Mercy se dirigía al astillero, escuchó su voz
burlona detrás de ella—: Mándale saludos a tu enamorado de mi parte.

Gruñó por lo bajo, pero cuando entró en los astilleros, no pudo esperar para
abrir el sobre entre sus manos.
Querida amiga,

Elijo ignorar tu acusación de que soy un monstruo, porque me queda claro


que nunca has conocido la perfección que es una taza de buen té negro. Por cierto,
el café sabe cómo la suma total de la amargura de la humanidad elaborado en un
agua salobre para ser sorbido con una mueca.

Si bien tu consumo de bebidas calientes deja mucho que desear, tu


ocupación no puede ser más horrible que la mía. Al menos es vista así por el
público en general. Personalmente, encuentro las tasas de interés en el banco
repugnantes, pero por alguna razón, esa línea de trabajo se considera 123
chirriantemente limpia. Prefiero mi propia trayectoria profesional. Es una
misericordia, como dijiste, algo que me permite hacer el bien en el mundo.

En cuanto a que no estoy solo en estos días, sí, tengo un nuevo compañero
de trabajo. Es joven, ingenuo e irritante, pero yo fui joven, ingenuo e irritante una
vez, así que no me quejaré. Sigue empujándome fuera de mis costumbres
gruñonas, malhumoradas y cascarrabias, algo que nunca soñé posible hace unas
semanas. Es molesto, pero también un poco agradable. Nunca le admitiría esto,
pero te lo admitiré, ya que siempre somos honestos el uno con el otro: me agrada
y me gusta tenerlo cerca. Las maravillas nunca cesan.

Entonces, ¿tu corazón pertenece al pastel? ¿A qué más pertenece tu


corazón? ¿Un lugar específico? ¿Un recuerdo en particular? ¿Ciertas personas?
Espero que no te importe que arañe la superficie. Es mucho más fácil hacerlo por
carta que cara a cara, y cuanto más me familiarizo contigo, más quiero saber.

Me pregunto, ¿alguno de nosotros se molestaría en arañar la superficie si


nos conociéramos en persona? ¿O nos cruzaríamos en la calle y nunca nos
molestaríamos en mirar? Conociéndome (gruñón, malhumorado, cascarrabias),
sospecho esto último, por lo que estoy agradecido por tus cartas. Espero que
escribas pronto.

Sinceramente,

Tu amigo
Querido amigo,

¿Por qué el té? ¿¿Por qué??

Ahora que la pregunta más apremiante está fuera del camino, debo decirte
que tu carta no podría haber llegado en un mejor momento. Esta mañana
necesitaba un amigo, y ahí estabas. Muchas gracias por eso.

Ya me gusta este nuevo compañero tuyo. No hay nada como la juventud


para sacarte de un estancamiento. No es que sea vieja, pero ya no califico como
joven. Me pregunto, ¿cuántos años tendrás?

¡No, no me lo digas! Me gusta el hecho de que nos mantenemos alejados


de las banalidades de la edad, la apariencia y la ocupación, y me preocupa que 124
los hechos cotidianos de nuestras vidas se interpongan en el camino de nuestra
amistad. ¿Podrías ser completamente abierto y honesto conmigo si descubrieras
que soy una bruja con cabello fibroso y puntos de vista políticos objetables? ¿O
yo contigo si descubriera que eres quince centímetros más bajo que yo y
demasiado aficionado a las cebollas? Así que, no me digas nada de ti, excepto las
cosas importantes. Eso es todo lo que quiero saber.

Aunque una parte pequeña de mí quiere saber dónde trabajas, cómo te ves,
cuántos años tienes, sabes, me niego a mentirte, porque esas cosas también son
parte de quién eres.

Pero, en serio, no me lo digas.

En cuanto a tu pregunta: ¿A quién pertenece mi corazón aparte del café y


el pastel? Amo a mi padre, a mi hermana y hermano. Atesoro los recuerdos que
tengo de mi madre, que murió cuando yo tenía diecisiete. También me encanta el
negocio de mi familia, lo cual es desafortunado, ya que parece destinado al
fracaso…

Querida amiga,
Mi madre se levantaba con el sol todas las mañanas y trabajaba sus dedos
hasta el hueso hasta la puesta del sol, pero siempre hacía tiempo para tomar su té
y leer un capítulo de un libro antes de enfrentar el día. Ella me crio para valorar
lo mejor de las bebidas calientes. De ahí, el té. No lo cambiaré.

No te enojes conmigo, pero me reí cuando leí tu carta. Te aseguro que no


hay forma terrenal de que seas quince centímetros más alta que yo.

Me alegro de haber estado allí para ti, pero lamento que estuvieras
teniendo un mal día cuando recibiste mi última carta. ¿Esto tiene algo que ver con
el negocio de tu familia?

Por cierto, tu familia suena genial. Mi nuevo compañero de trabajo


proviene de una familia numerosa, y todos parecen adorarse. Incluso cuando se
refiere a su hermano como «un mocoso», lo hace sonar entrañable. Para ser
honesto, estoy celoso. No tengo una familia. Al igual que tú, perdí a mi madre a
una edad temprana, y ella era todo lo que tenía. (Por cierto, lamento tu pérdida.
Sé lo difícil que debe haber sido para ti).
125
Entonces, ¿quieres saber las cosas importantes de mí? No estoy seguro de
cómo responder a eso. Me levanto por la mañana. Voy a trabajar. Me voy a la
cama. Enjabone, enjuague, repita. Supongo que es por eso que mi nuevo
compañero de trabajo me informó recientemente que necesito vivir un poco.
¿Cómo vive una persona más allá de levantarse, ir a trabajar y dormir? Cuanto
más lo pienso, más seguro estoy de que mi incapacidad para «vivir un poco» es la
causa de mi soledad. Así que es autoinfligido, mientras que tus problemas parecen
ser el resultado de circunstancias fuera de tu control, lo cual es una pena. Te
mereces algo mejor.

En otras noticias, me has descubierto: vivo con una dieta constante de ajo,
cebolla y queso mohoso. Tengo toda la intención de soplarlo por toda esta carta.
Ahora, sobre este cabello fibroso tuyo…

Querido Aliento de Cebolla,

Hum, no estoy convencida de que tu soledad sea completamente


autoinfligida, aunque como tu amiga, que siempre es honesta contigo, no puedo
absolverte por completo. Tal vez la pregunta que ambos deberíamos hacernos es,
¿qué tenemos el poder de cambiar?

Por ejemplo, hay una circunstancia en mi vida sobre la cual tengo cierto
control, pero he elegido no hacer nada al respecto. Estoy intentando descubrir
cómo confesar esto sin entrar en los detalles que hemos jurado evitar.
Básicamente, cada uno de los miembros de mi familia me ha confiado un secreto
que afecta a los otros dos, y mantengo la boca cerrada porque es probable que
sus respectivas respuestas trastoquen mi vida y mi futuro. Pero al guardar esos
secretos, les estoy robando a cada uno de ellos la información que necesitan para
tomar decisiones sobre sus propias vidas y futuros, especialmente en lo que
respecta a mi padre. ¿Eso me convierte en una persona terrible y egoísta?

En realidad, no respondas eso. Sé la respuesta. Boo.

Continuando. Creo que lo que más me gusta de ti hasta ahora es tu sentido


del humor… 126

… Tu situación actual suena difícil. Como tu amigo, debería aconsejarte


que seas honesta con todos, especialmente porque tengo claro que amas y valoras
a tu familia. Sin embargo, como el Rey de la Evitación, no tengo una pierna en la
que pararme cuando se trata de este tipo de cosas, así que ofreceré mi apoyo, sin
importar cómo decidas resolver esto.

Me parece curioso que pienses que tengo sentido del humor. No hay mucha
gente que me describa como gracioso. En absoluto. Para nada. Aunque tengo una
amiga con quien lo dejo volar. Supongo que, ella y su esposa me dan comodidad
más que la mayoría. Por otra parte, nos hemos distanciado un poco en los últimos
años por una discusión de larga data. ¿Ves? Rey de la Evitación, aquí mismo…

… Oh, mis dioses, eres son uno de esos locos aterradores de la gramática,
¿verdad? ¿«Con quién»? ¿En serio? ¿Y quién es esta amiga tuya? Tal vez no estás
tan solo como crees que estás. Cuéntame todo de ella y su esposa.
Estoy a punto de salir por la puerta a la casa de mi familia para cenar.
Resulta, que a mi hermano le encanta cocinar, y es bastante bueno en eso. De
hecho, es increíble…

… Cuando era joven, prácticamente vivía en la casa de mi amiga, y su


esposa me cuidaba como una madre, lo que, a decir verdad, necesitaba en ese
entonces. Pero luego se convirtió en mi jefa, lo que ha hecho las cosas incómodas.
Tuvimos una pelea hace unos años, así que ya no voy mucho allí. No estoy seguro
de por qué no puedo hablar con ella al respecto. Probablemente debería quitarme
esa carga.

Hablando de la cena, tu carta me ha puesto voraz. ¿Tienes alguna idea de


lo rara que es una comida decente para mí? Por favor, no me atormentes con 127
palabras como «medallones de solomillo de cerdo», no cuando estoy sentado aquí
con un plato lleno de frijoles enlatados. ¿Crees que tu hermano podría estar
dispuesto a enviar un paquete de atención? La madre de mi compañero de trabajo
envía galletas regularmente, lo cual es bueno, pero daría mis globos oculares por
una comida bien cocinada.

Te escribo esta noche bajo un cielo estrellado. Cuando vives en medio de


la nada, puedes ver las estrellas, todas ellas, sin que las luces de la ciudad se
interpongan en el camino. ¿Alguna vez miras hacia arriba? Quiero decir, ¿en
serio miras? Me encuentro mirando las estrellas cada vez más últimamente,
preguntándome qué es exactamente lo que estoy haciendo aquí. Y me refiero, aquí,
en el universo.

Oh-oh. Supongo que me estoy poniendo filosófico…

… Esta noche salí, pero tienes razón; las luces de la ciudad hacen que sea
difícil ver las estrellas, así que me metí en el auto y conduje fuera de la ciudad
para una mejor vista. El cielo nocturno es increíble. ¿Por qué nunca me he
molestado en apreciarlo? Ha estado ahí todo el tiempo, pero he estado tan
ocupada pensando en esto que necesita hacerse y en lo que hay que hacer, que
nunca se me ocurrió mirar hacia arriba. No sé los nombres de la mayoría de los
Dioses Antiguos, y mucho menos qué estrella es de quién. (¿O qué estrella es
quién? Mira lo que me has hecho, monstruo gramatical). Si la gente no puede
recordar a los dioses, piensa en lo fácilmente olvidados que somos cualquiera de
nosotros.

Me hizo pensar en cómo quiero que la gente me recuerde cuando me haya


ido, por muy brevemente que me recuerden. Cuando esté en mi lecho de muerte,
¿estaré pensando honestamente: «Menos mal que terminé esa lista de tareas
pendientes»? Sospecho que es más probable que piense: «Debería haberle
contado a papá sobre ese Gran Secreto» y «Debería haber descubierto una
manera de salvar el negocio familiar».

Conduje directamente a la casa de mi padre y toqué con agua salada la


llave de mi madre y las llaves de cada antepasado en el altar familiar. Pensarías
que estaría deprimida después de todo este pensar y suponer, pero me sentí
extrañamente ligera. Aún lo hago. Supongo que pone las cosas en perspectiva, o 128
es más preciso decir que, tú pones las cosas en perspectiva para mí, mirar hacia
el cielo nocturno y sentirme parte de algo más grande que yo.

Supongo que pasas mucho más tiempo al aire libre que yo. Mi trabajo me
mantiene dentro la mayoría de los días, y cuando tengo tiempo para mí, todo lo
que quiero hacer es acurrucarme con una buena novela, preferiblemente una que
termine con un «felices para siempre». No es que pueda sentarme el tiempo
suficiente para disfrutar de una taza de café la mayoría de los días, y mucho menos
de un buen libro.

¡Espera un momento! No puedo creer que me haya llevado tanto tiempo


preguntarte qué tipo de libros te gusta leer cuando he sabido todo este tiempo que
eres un lector ávido…

… Qué estrella es quién. «Ser» es un verbo copulativo que toma un sujeto


complemento en lugar de un objeto directo. Buen trabajo.

Sí, me encanta leer, pero al igual que tú, a menudo me encuentro ocupado
cuando prefiero estar estirado con un buen libro, mis tobillos cruzados, el lomo
apoyado en mi pecho. Mis gustos se inclinan más hacia la no ficción, la historia y
la política en su mayoría. Lamento decirlo pero, no hay muchos felices para
siempre allí. Para ser franco, tengo dificultades para suspender mi incredulidad
por los finales felices, mientras que creo que debes ser una romántica
empedernida. ¿O una romántica esperanzadora? Eso parece más preciso. Sigues
teniendo esperanza en el mundo; alguien necesita hacerlo, y definitivamente no
voy a ser yo.

Por otra parte: amiga, habla con tu familia, especialmente con tu padre.
Puedo sentir el peso de posponerlo en mis manos mientras leo tu carta. (Y por la
presente reconozco que soy un hipócrita, que definitivamente debería seguir mi
propio consejo…)

129
Dado que los cuerpos estaban fuera de la mesa, literalmente, Mercy estaba
decidida a hacer que Zeddie se enamorara del emprendimiento a través de la
hermosa madera de castaño que había recogido a mano en el aserradero. ¿Cómo
alguien podría resistirse a ese grano una vez terminado? Y, sin embargo, Zeddie
no compartía el entusiasmo de Mercy mientras la ayudaba a cortar, pegar, clavar y
serrar, mientras que ver cómo se unían las piezas hacía que el corazón de Mercy
se acelerara.

—Debes tener cuidado cuando lo estás clavando. El castaño se parte


fácilmente —le dijo a su hermano, inclinándose sobre su hombro a medida que él
preparaba su martillo sobre la cabeza de un clavo. 130
Zeddie miró el reloj y colocó el martillo y el clavo en la mesa de trabajo
junto al bote.

—Lil y Danny deben regresar hoy. Debería irme a casa a preparar la cena.

—Son las tres en punto. ¿Vamos a cenar a la hora de las personas mayores?

—La buena comida lleva tiempo.

—Lo mismo ocurre con un buen barco.

—Sabes que me importan una mierda los barcos. Y tampoco los muertos.

La respuesta brusca de Zeddie hizo que los ojos de Mercy ardieran de dolor.

—Bueno, a los vivos les importa una mierda, y nuestros barcos significan
algo para ellos. ¿Por qué no puedes ver eso?

Hizo un gesto con el brazo, un gesto amplio abarcando no solo los astilleros,
sino también Birdsall e Hijo y todo lo que representaba el negocio familiar.

—¿Por qué no puedes ver que esto nunca va a ser para mí? Sé lo que estás
intentando hacer aquí, y no va a funcionar.

—Nunca le has dado una oportunidad.


—Nunca me dieron una opción, y tú tampoco. Este lugar te está quitando la
vida. ¿Cuántas horas de trabajo estás poniendo cada semana?

—Yo…

—Lil lo calcula entre setenta y ochenta. Setenta u ochenta horas de tu vida,


cada semana, haciendo esto. ¿Vale la pena?

—Sí —insistió Mercy, y lo decía en serio. Lo decía en serio con todo lo que
era.

—Bueno, para mí no vale la pena. Tengo un curso en Argentine, a partir del


próximo mes. Estoy estudiando con el chef en Proserpina. Después de mi curso de
dos años, voy a abrir mi propio restaurante.

Bien podría haber hablado otro idioma por todo lo que Mercy podía
entenderlo.

—¿Qué?
131
—Sigues preguntándome qué planeo hacer con mi vida. Ahí está tu
respuesta. Voy a ser chef.

—¿Un chef?

—Sí.

Los pulmones de Mercy dejaron de funcionar correctamente. Se imaginó a


sí misma arrastrándose hacia el barco casi terminado frente a ella y quedándose sin
aire lentamente mientras su hermano la sellaba dentro, martillando los clavos de
su perdición.

—¿Al menos, es un curso pagado?

Zeddie respiró hondo y se cruzó de brazos.

—No. Tengo suerte de que ella estuviera dispuesta a aceptarme.

—¿Entonces Birdsall e Hijo va a financiar al «Hijo» mientras abandona el


barco? Eso parece justo.

Mercy agarró una toalla de un caballete del taller y se la arrojó a su hermano.


Zeddie la arrojó al suelo y se dirigió a la puerta.

—¡Zeddie, no hemos terminado!


—Sí, hemos terminado. No puedo discutir con una pared de ladrillos.

Mercy lo siguió a toda prisa a través de la puerta del astillero a tiempo para
ver a papá saludando a Lilian y Danny cuando salían del autoduck en el muelle.

—Zeddie, ahí está papá. Ve. Díselo en la cara —gritó Mercy—. Cuéntale
cómo gastó el dinero que tanto le costó ganar para enviarte a la escuela, y pudieras
estudiar antigua filosofía medorana.

Los labios de Zeddie palidecieron cuando papá preguntó:

—¿Qué?

Danny se congeló en el borde del muelle.

—Iré a revisar el… eh… la cosa… con el… —murmuró algo sobre el aceite
y los ejes mientras huía de la escena para regresar a la seguridad del autoduck.

Los ojos de Zeddie fulguraron sobre Mercy, pero eso no detuvo las palabras 132
fervientes que brotaron de su lengua.

—Dile cómo se supone que te dejará aprovecharte de él durante los


próximos dos años para que puedas aprender a cocinar. Dile que ahora Birdsall e
Hijo es solo Birdsall.

Papá frunció el ceño, pero más herido que enojado.

—¿Esto es cierto?

El labio inferior de Zeddie tembló. Asintió.

—Tengo que orinar, pero no quiero perderme nada de esto —dijo Lilian.

—Cariño, ahora no es el momento de bromear —la regañó Roy.

—¡No lo hago!

Papá volvió su atención a Zeddie.

—¿Por qué no me dijiste?

—Sabía que te decepcionarías.

—Tienes razón.

Zeddie inclinó la cabeza e inhaló con fuerza.


—Y tú. —Roy se dirigió a Mercy—. ¿Sabías de esto, pero no dijiste nada
cuando recibí esa oferta de compra de Cunningham?

—¿Estás enojado conmigo? —protestó Mercy, pero Zeddie había


escuchado las palabras de su salvación, y no había nada que Mercy pudiera hacer
más que observar cómo la situación se le escapaba, como un esquí acuático
desenfrenado abriéndose paso hacia el mar.

—¿Oferta de compra? ¿Qué oferta de compra? —exigió Zeddie.

Lil intervino con el mismo entusiasmo.

—¿De cuánto estamos hablando aquí? ¿Podemos hacer una contraoferta?


¡Uf, Madre de los Dolores! ¿Pueden hacer una pausa para que pueda orinar?

—No necesitamos el dinero de Cunningham —insistió Mercy.

—Lamento discrepar —espetó Zeddie—. Mercy, no puedo creerte. Esta


oferta es mi libertad. Y a decir verdad, también la tuya.
133
—¡Pero toda mi vida está aquí!

—Porque papá lo convirtió en tu vida. Y la mía.

—Vaya. Eso no es justo —dijo Roy.

—¿Justo? ¿Fue justo que asumieras que quería seguir tus pasos? ¿Fue justo
de tu parte decidir toda mi vida por mí? ¡Y mira lo que le has hecho a Mercy!
¡Tiene treinta años y está atrapada en la misma vida que le impusiste cuando tenía
diecisiete! ¿Cómo algo de eso es justo?

Las palabras de Zeddie resonaron en el banquillo, y luego se quedó allí,


temblando, mientras lágrimas de rabia resbalaban por sus mejillas.

—Zeddie —comenzó Mercy, pero él la interrumpió.

—Es verdad.

—Tiene razón —dijo Lil.

—¡No es verdad! —gritó Mercy, pisando fuerte, aunque sabía que era
infantil—. ¡Y no tienes derecho a hablar por mí! ¡Ninguno de ustedes lo tiene!

Los ojos de Zeddie se entrecerraron hasta convertirse en rendijas frías a


medida que una sonrisa espantosa se extendía por su rostro.
—Dime, Mercy, ¿has recibido últimamente más cartas de tu «amigo»?

El estómago de Mercy cayó. Negó con la cabeza a Zeddie, pero ya era


demasiado tarde.

—¿Qué cartas? —preguntó Lilian—. ¿Qué amigo? ¿Qué está pasando? Y


por favor, queridos dioses, realmente tengo ganas de orinar.

—Ah, ¿no te lo dijo? Mercy tiene novio. Se han estado escribiendo cartas.
¿Verdad, Mercy?

Mercy estranguló a su hermano con los ojos.

—Él no es mi novio, y no tenías derecho a decirles…

—¿Qué novio? —preguntó papá.

—Es un amigo por correspondencia. No es nada. Ni siquiera lo he conocido.

Al momento en que las palabras salieron de su boca, deseó poder


134
recuperarlas. Su estómago se hundió unos centímetros más.

—¿Estás escribiéndole cartas a un completo extraño? —preguntó papá con


su mejor voz de padre preocupado.

—¡No! Quiero decir, más o menos, supongo, pero…

Lilian se encogió.

—Ah, Mercy, cariño. Pensé que Nathan era malo, pero ¿ahora estás
saliendo con un chico que no conoces?

—¡No estamos saliendo!

—Hasta donde aves, podría ser un asesino en serie. O algún acólito llorón
de los Dioses Antiguos.

—¡No, no lo es!

—¿Cómo lo sabrías? Nunca lo has conocido.

Y ahora papá puso su cara de padre decepcionado induciendo a la culpa.

—Primero me ocultas el secreto de Zeddie. Después pierdes tu tiempo


escribiéndole a sabrán los dioses quién. Esto no es propio de ti. Pastelito, ¿dónde
tienes la cabeza?
Mercy captó la condena de su hermana, el resentimiento flagrante de Zeddie
y el rostro preocupado de su padre. Todos pensaban que sabían lo que era mejor
para ella, pero ¿alguno de ellos se había molestado en preguntarle qué quería, qué
la haría feliz? ¿Alguno de ellos siquiera había arañado la superficie, o todos
simplemente asumieron que continuaría como siempre lo había hecho, poniendo a
todos los demás primero sin contemplar el precio que pagara por ello?

Mercy igualó la postura temblorosa de indignación de Zeddie.

—¿Dónde tengo mi cabeza? Mi cabeza está justo aquí encima de mi cuello,


pensando que hay al menos una persona en este mundo a la que le importa quién
soy y lo que quiero. Y él no está bajo este techo en este momento.

Con eso, huyó hacia las escaleras.

—Increíble —dijo Lilian, como si se hubiera ganado el derecho a su tono


sufrido—. Voy al baño.
135
—¡Ah! ¡Lil está embarazada! —gritó Mercy desde la mitad de la escalera—
. ¡Listo! ¡Hecho! ¡No más secretos!

Sus pies resonaron el resto del camino hasta su apartamento, pero el sonido
no cubrió la respuesta indignada de su hermana.

—¡Madre de los Dolores! ¡Muchas gracias, Mercy!

Mercy se dirigió esa mañana al templo en el día de todos los dioses, y llegó
a las diez en punto, cuando los devotos abrían las pesadas puertas de roble.
Esperaba entrar y salir antes de que apareciera alguien de su familia, ya que no
estaba de humor para confrontarlos. Hasta aquí todo bien.

Caminó por el pasillo central hasta la claraboya en el vértice del techo del
templo. El gran techo abovedado sobre ella estaba pintado como el cielo nocturno,
el altar de los dioses que habían venido antes, sus estrellas brillando en la
oscuridad. La claraboya era un símbolo del Dios Desconocido, el Vacío Más Allá
del Cielo que llegó a conocerse a sí mismo y que le dio esa autoconciencia al
mundo. Una sensación de paz se apoderó de Mercy mientras permanecía de pie
bajo la luz del sol cayendo a raudales.
Cuando era pequeña, su madre solía leerles a ella y a Lilian y, más tarde, a
Zeddie, El libro de los dioses, antiguos y nuevos para niños. Mercy aún podía
escuchar la cadencia de la voz de su madre a medida que leía las páginas. Las
palabras la acercaban al recuerdo de su madre, y el recuerdo de su madre, a su vez,
la acercaba a los dioses.

Primero, estaba el Vacío. El Vacío se hizo consciente de sí mismo, el


primero y más poderoso de todos los dioses, el Desconocido. Crearon a otros,
niños hechos de pedazos de sí mismos. Los niños querían ser como el Dios
Desconocido, entonces crearon sus propios hijos, más dioses, pero más débiles
que sus padres, y así sucesivamente.

Pasaron eones. Los primeros dioses se cansaron lentamente de existir y


desaparecieron, dejando nada más que puntos de luz como recuerdo de quiénes
habían sido. Sus hijos crearon el cielo como un altar a los recuerdos de sus padres,
y cuando ellos también se cansaron y se desvanecieron, también se convirtieron
en estrellas en el cielo. Solo el Dios Desconocido permaneció eterno, 136
regocijándose y lamentando cada generación de su familia a medida que sus hijos
y los hijos de sus hijos iban y venían.

Con el tiempo, los hijos de los hijos de los hijos de los hijos del Dios
Desconocido terminaron tan mermados que no pudieron hacer más dioses. En
cambio, colgaron el sol en el altar estrellado del cielo e hicieron que el mundo
girara alrededor de él. Ellos crearon la Tierra, los mares y todos los seres vivos
que habitaban allí. Finalmente, tres de ellos hicieron sus propios hijos, elaborados
a partir de la tierra y el mar. Estos niños se veían, hablaban y se sentían como
dioses, pero sus comienzos y finales se superpusieron. Una madre les dio a sus
hijos el don del dolor para que conocieran la alegría. Una madre les dio el don
de la fortuna para que conocieran la esperanza. Y una madre les dio el don de la
sabiduría para que supieran su final y, por lo tanto, apreciaran su vida.

Admirando esta creación, los hermanos de las Tres Madres le dieron a la


gente más dones: arroyos para pescar, bosques para cazar, campos para sembrar,
fogones para comida y calor. Todo esto agradó al Dios Desconocido, pero muchos
de los dioses más antiguos se pusieron celosos de la creación de sus descendientes.
También querían la devoción de la humanidad, pero compraron elogios mortales
con dones malditos: poder, guerra, hambre, codicia, envidia, miedo. Así es como
los Dioses Antiguos se volvieron más valorados a los ojos de los humanos, y
cuanto más les rezó la gente, más poderosos se volvieron los Dioses Antiguos. La
gente se olvidó de la Madre de los Dolores, la Novia de la Fortuna y la Abuela
Sabiduría, y dieron por sentado los arroyos, los bosques, los campos y el hogar.
Rezaron a los Dioses Antiguos solo por miedo: miedo a la guerra, miedo al
hambre, miedo a la soledad y la desesperación.

El Dios Desconocido se compadeció de las personas que los hijos de los


hijos de los hijos de sus hijos habían creado, y aunque los mortales no podían ser
divinos, el Dios Desconocido le dio a cada uno una parte de sí mismos, el alma, y
pidió a tres de los Dioses Nuevos que crearan una forma que estos pedazos de sí
mismos regresen a ellos. Un dios liberó a las almas de sus cuerpos cuando llegó
el momento de irse a casa, y devolvió su carne y sangre a la tierra. Un dios hizo
el Mar Salado como un camino desde el mundo de los vivos hasta el Vacío Más
Allá del Cielo. Y un dios ocupó su lugar junto a la puerta de la Casa del Dios
Desconocido para hacer pasar a todas las almas al interior. Estos son los Tres
Padres: el Abuelo Hueso, el Mar Salado y el Guardián.

Con el tiempo, los Dioses Nuevos se alzaron contra sus padres, una guerra
tan feroz que fracturó la Tierra y creó las islas Cadmus como las conocemos hoy. 137
Y como los Dioses Nuevos no pudieron acabar con sus padres, crearon Tanria,
una prisión en la Tierra. Con el tiempo, los Dioses Antiguos perdieron la voluntad
de continuar y rogaron al Dios Desconocido que les permitiera ocupar su lugar
como estrellas en el altar del cielo, como sus padres y los padres de sus padres
antes que ellos.

El Guardián vino entonces y cortó una puerta en la Niebla de Tanria para


dejarlos salir, y la selló detrás de ellos. El Abuelo Hueso les hizo un barco y llevó
a los Dioses Antiguos a través del Mar Salado, donde el Dios Desconocido los
perdonó y le dio la bienvenida a casa y los colocó en el altar del cielo.

Aún hay guerra y codicia, envidia y miedo, y todas las cosas oscuras y
tristes que los Dioses Antiguos pusieron en el mundo. Una vez que esas cosas
entraron en nuestros corazones, no hubo forma de quitarlas, incluso si los dioses
que las crearon se fueron hace mucho tiempo. Todo lo que podemos esperar hacer
en nuestras cortas vidas es vivir bien y honrar los dones que nos dieron nuestras
Madres, Padres y los Dioses Nuevos, y regresar voluntariamente al Dios
Desconocido cuando naveguemos el Mar Salado, y el Abuelo Hueso devuelva
nuestro cuerpo a la tierra, y el Guardián abre la puerta de nuestro hogar en el
Vacío Más Allá del Cielo.

Mercy se paró debajo de la claraboya, contemplando la inmensidad del Dios


Desconocido y la pequeñez de sus preocupaciones terrenales, antes de elegir un
rincón para orar.
Como niña sin madre, solía rezar en el altar de una de las Tres Madres. Sin
embargo, hoy se dirigió a la cámara del Guardián, el dios de las puertas, de las
salidas, las despedidas y los finales. Su icono mostraba una deidad de dos caras,
un ser que miraba tanto hacia adentro como hacia afuera. Le habían encantado
todas las ilustraciones coloridas de El libro de los dioses, antiguo y nuevo para
niños, pero la imagen del Guardián había sido su favorita. Le encantaba la forma
en que abría la puerta de la Casa del Dios Desconocido como si condujera a un
nuevo comienzo interesante tanto como a un final. Mercy colocó uno de los mini
soufflés sobrantes de Zeddie en el altar del dios y esperó que el Guardián supiera
qué sacrificio era. Esas cosas estaban deliciosas. Luego encendió una vela y se
sentó en uno de los bancos.

Una puerta se está cerrando, y no estoy segura de cómo encontrar un nuevo


comienzo una vez que lo haga, le dijo al dios en su mente. Si tienes alguna
orientación sobre esto, te lo agradecería.

Mercy sintió que alguien se sentó a su lado. Se giró para encontrar a Lilian 138
mirando el icono del dios de la muerte.

—¿El Guardián? Interesante elección.

Mercy se encogió de hombros, y las hermanas se quedaron en silencio.


Después de que pasaron unos minutos, Lilian preguntó:

—¿Por qué no nos dijiste a mí o a Zeddie de esa oferta?

Mercy se quedó mirando el triste soufflé en el altar, y se encogió de nuevo


de hombros.

—Porque sabías que si papá se enteraba de Zeddie y de mí, ¿podría decidir


aceptarla?

—Eso suena justo.

—Eso no es justo para él. O para Zeddie. O para mí y Danny. No es tu


decisión tomarla sola. Y si lo piensas bien, tampoco es justo para ti. Todo tu
universo gira en torno al negocio, pero hay más en la vida que personas muertas.

—Lo sé, pero… —Mercy miró las dos caras del Guardián. Como dios de la
muerte, miraba hacia el futuro y hacia el más allá, pero como dios de la
introspección, miraba hacia adentro con su segundo par de ojos—. Eso no me
parece algo tan terrible.
Lilian pareció como si fuera a decir más. En cambio, cambió el tema por
completo.

—¿Quieres ir de compras después de esto?

Se sintió como un perdón, y los labios de Mercy se curvaron hacia arriba.

—¿Para el bebé?

—Dado que a alguien se le fue la lengua, bien podría comenzar a pensar en


una llave de nacimiento.

La sonrisa breve de Mercy se convirtió en una mueca de arrepentimiento.

—Lo siento.

—De todos modos, iba a decirles a todos este fin de semana. No es como si
pudiera ocultarlo más. Pero sigues siendo una idiota.

Esa era definitivamente la forma de perdonar de Lil. Mercy besó su mejilla.


139
Después de que Lilian hiciera su ofrenda a la Novia de la Fortuna,
caminaron del brazo por Main Street hasta Tienda de Regalos Mimi.

—Entonces, esas cartas —dijo Lil a medida que se deslizaban hacia la


vitrina de vidrio, donde las llaves doradas y plateadas brillaban sobre un lecho de
terciopelo azul.

—Ah, un chico.

—No puedo creer que no me lo hayas contado.

—No hay nada que decir.

—Eres una mentirosa. Comienza desde el principio.

Fue un alivio contarle a Lilian de su amigo secreto, como si el simple hecho


de reconocer la existencia del hombre lo hiciera real. Cuando Mercy terminó, Lil
había reducido las opciones de llaves a tres.

—En serio te gusta este chico —conjeturó, diciendo algo que Mercy no se
permitiría pensar. Pero no se podía negar, especialmente cuando Lilian vio a través
de ella sin importar lo que dijera.

—Sé que probablemente parezca estúpido —admitió.


—Para ser honesta, sí, lo hace. Es fácil que te guste alguien en papel, pero
eso es porque puedes sanar con él, y él está haciendo lo mismo. Aun así, no saben
nada del otro.

—Pero lo hacemos —dijo Mercy. Y luego pensó en todas las banalidades


que mantuvo fuera de sus cartas, los detalles aburridos de la vida cotidiana que
formaban una gran parte de lo que ella era.

—Todo esto es una mala idea —continuó Lilian, moviendo una de las llaves
a la pila de rechazos—. Si te sientes sola, encuentra a alguien en la realidad.

—Es como dijiste; he estado ocupándome de ti, de Zeddie, de papá y del


negocio durante años, y no me arrepiento. ¿Pero esas cartas? Son lo único en mi
vida que es mío.

—Lo entiendo. Pero las cartas están hechas de papel, y eso me parece una
base bastante endeble para una relación sólida. Así que, conoce a este tipo en
persona y descubre si es un ser humano decente, o sigue adelante. 140
Ambas dirigieron su atención a las dos llaves que quedaban en el mostrador,
una de las cuales sería consagrada cuando naciera el bebé.

—Esta —declaró Lilian, sosteniendo la ganadora. No era la que Mercy


habría elegido, pero Mercy no era la que tendría un bebé.

—Esa —coincidió ella.

Cuando llegó a casa, se sentó en su escritorio, que una vez había pertenecido
a su madre, y sacó un bolígrafo y una hoja de papel. Querido amigo, escribió, pero
no consiguió más. Pensó en su oración al Guardián y miró hacia la puerta de su
apartamento en busca de inspiración. Si su vida hubiera seguido un curso diferente,
si madre aún estaría viva, si Nathan nunca la hubiera engañado, si Zeddie hubiera
querido ser un funerario, si un millón de otras cosas hubieran sucedido o no, podría
haber habido un altar allí a su lado, un lugar para una familia nueva con llaves y
comienzos nuevos. Esperaba que la mano le temblara de los nervios cuando volvió
a poner el bolígrafo sobre el papel, pero estaba notablemente firme.

Creo que deberíamos reunirnos.


Hart estaba tumbado en un catre en el barracón, con sus piernas largas
cruzadas por los tobillos, los pies colgando por los extremos, la cabeza apoyada
contra la pared mientras leía un libro de préstamo interbibliotecario: «La casi
guerra de Lyona y Medora, y el muy difamado propósito de la gobernabilidad en
la primera federación» a la luz del sol de la tarde filtrándose a través de una de las
ventanas pequeñas.

Duckers había superado el entrenamiento, lo que significaba que Alma


ahora podía asignar a Hart y su aprendiz a un sector en el programa de la gira.
Estarían haciendo el turno diurno en W-26 durante la próxima semana, mientras
Banneker y Ellis patrullarían por las tardes, lo que significaba que se quedarían en 141
los barracones por la noche en lugar de acampar. Hart pensó que Duckers estaría
encantado con la perspectiva de interactuar con alguaciles que no fueran él mismo
y dormir en un edificio real con un techo sobre su cabeza, pero su aprendiz se
desplomó en su propio catre con un cómic de Gracie Goodfist sin leer frente a él,
y estaba siendo inusualmente taciturno. Hart debería haber disfrutado el respiro del
parloteo incesante de Duckers; en cambio, lo estaba irritando sin fin.

—No estás hablando —dijo por encima de su libro—. Por lo general, nunca
te callas. ¿Qué pasa contigo?

—Señor, ¿alguna vez ha oído hablar de un grupo de drudges?

Hart miró por encima del libro para estudiar el semblante preocupado de
Duckers. Debería haberlo visto venir, pero se encontró con el pie equivocado.
Enterró su nariz entre las páginas una vez más mientras recuerdos dolorosos
parpadeaban en su memoria.

—¿Supongo que algún veterano te asustó con una historia desgarradora?

—Esta mañana en la comisaría, le pregunté al alguacil Herd cómo perdió


su oreja, y dijo que quedó atrapado en un grupo de drudges hace ocho años.

—Todos los veteranos tienen alguna historia de mierda sobre quedar


atrapados en un grupo de drudges. Y solo es eso: una mierda. Están inflando los
números para verse bien, especialmente Herd, así que no te preocupes por eso.
—Dijo que los drudges se han estado uniendo cada vez más últimamente,
atacando a personas en grupos de tres o cuatro por todo Tanria.

—Diez o más drudges constituyen un grupo. Tres o cuatro no hacen un


grupo. Un solo alguacil bien entrenado puede acabar con un puñado de drudges
sin demasiados problemas.

—¿Alguna vez te han atrapado en un grupo?

Hart dejó de leer. Metió entre las páginas el marcapáginas desgastado de


cuero que Bill le había dado hace eones, dejó el libro a un lado y respondió a la
pregunta de Duckers con otra pregunta.

—¿Has notado que no hay alguaciles asignados al Sector 28?

—No.

—Bueno, ahora lo sabes. Ni siquiera tiene una estación designada. ¿Sabes


por qué?
142
—No, señor.

Hart consultó su reloj de bolsillo, que le había pertenecido a su abuelo, y


decidió que había tiempo suficiente antes del atardecer para llegar a la línea límite
del Sector 28.

—Ensilla y te mostraré.

Menos de una hora después, condujo a su aprendiz en la espalda de su


équido hasta una loma que dominaba un barranco directamente debajo y una
pradera amplia en la distancia. En medio de este prado había una casa de campo
encalada de dos pisos que Hart sabía que su aprendiz no podía ver, al igual que
nadie más que Hart podía ver las almas de los muertos flotando a su alrededor.

—Esta es la línea fronteriza occidental del Sector 28. Para ser honesto, se
han informado cinco grupos de drudges desde la apertura de Tanria hace
veinticinco años. Uno fue en esa cresta al sureste. Un alguacil murió esa noche.
Otro fue en ese barranco. Cayeron dos alguaciles. Uno fue contra los acantilados
allá abajo. Todos los alguaciles involucrados murieron, de modo que no sabemos
con certeza si hubo un grupo de drudges ese día. Uno fue en esos árboles al
noroeste. Todos escaparon esa vez. Y uno fue en ese prado. Un buen alguacil
perdió la vida esa noche.
Hart podía recordar con claridad cristalina los gritos de angustia de Bill
cuando los drudges lo destrozaron, pero permaneció sereno por el bien de Duckers.

—Cada grupo de drudges ha ocurrido dentro de un radio de tres kilómetros


de ese prado, así que no te acerques más de lo que estás ahora, y estarás bien.
¿Entendiste?

—Sí, señor.

—Bien. —Se extendió y le dio unas palmaditas en la espalda a Duckers y


se sintió complacido de ver que la carga se aligeró de los hombros del niño.

El sol se puso mientras cabalgaban hacia los barracones, y el Pintor cubrió


el rostro de Duckers con una luz cálida, haciéndolo parecer más joven que de
costumbre. Una punzada afectuosa atravesó el pecho de Hart y se preguntó si Bill
se había sentido así por él. En ese entonces, había pensado en su mentor como si
Bill hubiera nacido como un hombre de mediana edad, con una comprensión
completa y perfecta del mundo. Ahora que Hart tenía un aprendiz propio, no podía 143
imaginar que exudara ese tipo de experiencia incuestionable. Y, sin embargo, no
podía evitar preguntarse si Duckers pensaba en él tanto como había pensado en
Bill.

Bill, que había dejado una esposa y un hijo en Honek y nunca se los había
mencionado a Hart.

Para el momento en el que habían regresado a los barracones y colocado a


los équidos en el establo, estaba sumido en los recuerdos de su mentor, un
recordatorio de que podía alejar el pasado de vez en cuando, pero que nunca lo
dejaría atrás.

—Señor, ¿alguna vez has estado en el Sector 28? —preguntó Duckers


mientras Hart hacía huevos fritos para la cena en la vieja estufa de leña. Hart estuvo
tentado de mentir, pero la idea de ser deshonesto con Duckers no le sentó bien.

—Sí. En los primeros días de los alguaciles, antes de que supiéramos mejor.

—Antes, no respondiste mi pregunta. ¿Alguna vez has visto un grupo de


drudges?

Una vez más, Hart se sintió tentado. Muy tentado. Pero su vacilación
respondió a la pregunta de Duckers sin tener que abrir la boca. Ahora no tenía
sentido negarlo.
—El grupo de drudges en el prado. Así fue como perdí a mi primer
compañero.

—Maldita sea, señor. Lo siento. —Hubo una nota de admiración en la voz


de Duckers para acompañar sus condolencias. Hart sabía que no la merecía.

—Fue hace mucho tiempo. —Hart prestó toda su atención a los huevos y
esperó que Duckers captara la indirecta y dejara de hablar de grupos de drudges.

No lo hizo.

—¿Por qué los drudges son más peligrosos ahí?

—Ni idea. —Esta vez, Hart mintió sin dudarlo. Ni siquiera le había contado
a Alma de la casa y las almas, o lo que había sucedido la noche en que Bill murió.
Colocó los huevos en platos con algunos frijoles y tostadas, pero sus peores
recuerdos persistieron, atormentándolo, robándole el apetito.

—Ahora eres tú el que no habla —señaló Duckers mientras se sentaban a


144
comer.

—Nunca hablo mucho.

—Sí, pero tu no-hablar es extra triste esta noche.

Hart fue salvado por los bramidos de Bassareus fuera.

—¡Toc, toc! ¡Correo! —El nimkilim entró en los barracones, el pendiente


brillando en su oreja larga—. Tres para el niño y uno para ti, perdedor.

El corazón apesadumbrado de Hart se alivió cuando tomó la carta de su


amiga de la pata del conejo, mientras Duckers sacó monedas de la lata donde
guardaban el dinero de las propinas y sirvió a Bassareus una taza llena de whisky.

—Esta noche un toque extra, ¿verdad, señor? —le preguntó a Hart,


refiriéndose a su arreglo especial en el que sobornaron al conejo para que volviera
la noche siguiente a recoger las cartas que quisieran enviar, ya que no había
buzones nimkilim dentro de Tanria.

—Sí —respondió Hart mientras aflojaba la solapa del sobre. Amaba este
momento, la anticipación antes de descubrir lo que su amiga tenía que decirle, el
sonido sedoso del buen papel deslizándose, el crujido a medida que desdoblaba la
carta, la primera vista de la cursiva bailando en forma de bucle a lo largo de la
página.
Y luego leyó las dos primeras líneas.

Querido amigo,

Creo que deberíamos reunirnos.

Los oídos de Hart comenzaron a pitar cuando comprendió el significado de


las palabras de su amiga.

—¿Estás bien? —le preguntó Duckers, agregando «señor» como un


pensamiento tardío.

—Bien.

—Tus huevos se están enfriando.

La idea de comerse sus huevos fríos le provocó náuseas. Se levantó tan


bruscamente que derribó su silla.

—Voy a orinar.
145
—Seguro que lo harás.

Dioses, sabía que estaba en problemas cuando un chico de diecinueve años


podía ver a través de él. Salió y leyó la carta en la luz escasa después del atardecer.

Querido amigo,

Creo que deberíamos reunirnos.

Sé que puede que no sea posible si descubrimos que vivimos a kilómetros


de distancia o a océanos de distancia, y si soy completamente honesta, hay una
parte de mí que no quiere conocerte en la vida real, que quiere seguir presentando
mi mejor yo para ti en papel. Pero empiezo a preguntarme si una relación hecha
de cartas nos convierte en poco más que muñecos de papel. Si vamos a ser amigos,
verdaderos amigos, ¿no deberíamos conocernos como personas, con todas
nuestras fallas y debilidades incluidas?

Puede ser que no quieras conocerme en persona, y créeme, lo entendería si


no lo haces. Pero si lo haces…

Honestamente, no sé cómo terminar esa oración, así que no lo haré.

Sinceramente,

Tu amiga
—¿Problemas con tu tipa? —La voz de Bassareus atravesó la espiral de
pánico de Hart. Para consternación de Hart, el conejo aún no se había ido y estaba
recostado en una de las tumbonas fuera de los barracones, saboreando su whisky.

—¿«Tipa»? ¿Quién habla así?

—¿Los mensajeros de los Dioses Antiguos que se encuentran relegados a


una vida de entrega de correo miserable durante eones hasta que desaparecen y
quizás, quizás, se convierten en estrellas en el cielo nocturno?

—Cierto. —Hart se dejó caer en la silla junto a Bassareus.

—Ah, qué buenos días, cuando los Dioses Antiguos vivían y te dejaban
decir lo que quisieras.

—Suena como un tiempo ilustrado.

Bassareus chupó sus enormes dientes frontales.


146
—¿Qué sucede contigo? Estás más cabreado que de costumbre, pantalones
meados.

Hart agarró la carta y pensó: qué mierda. Si no tenía ningún ser humano en
quien confiar, bien podría abrir su corazón a un nimkilim. No había nada que
perder, porque Bassareus no era parte de su vida.

¿O sí lo era?

Hart levantó la carta.

—Mi amiga quiere conocerme.

—¿Y? Eso es algo bueno, ¿no?

—No. ¿Y si no le gusto en la vida real? No soy exactamente el Señor


Cariñosito. Ni siquiera tú me soportas, y eres un imbécil.

Bassareus se pavoneó, echándose hacia atrás las orejas.

—Muchísimas gracias.

—¿O y si ve lo que soy y la hace sentir… no sé…? O peor, ¿y si solo puede


ver esto? —Señaló sus ojos grises anormales.

—Entonces, ¿nunca has conocido a este pajarito?


—No. Ese era más o menos el punto.

—Para mí suena sin sentido.

Hart abrió la boca, pero descubrió que no tenía una respuesta fácil.

Bassareus asintió.

—Entonces, básicamente, quieres una novia sin tener que esforzarte por ser
una persona decente en su presencia. Puedes pintar la mejor imagen posible de ti
mismo en papel y llamarlo bueno.

—No, somos cien por ciento honestos el uno con el otro.

—Ah, ¿entonces ella sabe que eres un semidiós gruñón, y alguacil de


Tanria?

Hart se movió inquieto en su silla.

—No.
147
—Entonces, no te conoce en absoluto. ¿Y qué sabes de ella?

Aquí, Hart se animó.

—Le gusta la música, las novelas románticas y los pasteles. Es inteligente,


divertida y…

—Y no sabes casi nada de ella. Sin. Sentido. ¿Esto? —Bassareus se acercó


y arrugó el papel en la mano de Hart—. Es una mierda endeble.

—¡Ya cállate! —Hart sacó la carta de la pata del conejo.

—Deja de ser un maldito cobarde y conócela.

Las palabras contundentes del nimkilim retorcieron las entrañas de Hart


como la llave de un juguete de cuerda.

—¿Y si no funciona? ¿Y si dejamos de ser amigos?

—Entonces, puedes dejar de perder el tiempo con cartas y encontrar una


persona real en la vida real para salir. —Los ojos brillantes de Bassareus se
suavizaron—. Sigues preguntándote, ¿y si sucede esto malo o sucede esto otro
malo? Qué tal esto, ¿y si ustedes dos se llevan bien? ¿Y si es el amor de tu vida,
idiota? ¿Pensaste en eso?
Era como si el conejo hubiera soltado la llave de cuerda y hubiera puesto a
girar la mecánica interna de Hart. Tragó pesado y asintió.

—Entonces ve a conocerla, porque solo tienes una vida para vivir. Bien
puedes aprovecharla al máximo. —Bassareus lo golpeó en el hombro como si
fueran amigos y le sonrió, revelando su diente roto, antes de que se alejara para
terminar su ruta de correo.

—Puede que solo tenga una vida para vivir, pero ¿quién sabe cuánto va a
durar? —preguntó Hart, pero en un tono de voz demasiado bajo para que nadie
pudiera escucharlo excepto él mismo.

¿Y tú, pobre bastardo patético, cuánto de esa vida vas a pasar en soledad?,
le respondió su propia mente.

Con estas preguntas incómodas aguijoneándolo por dentro, regresó a los


barracones, donde encontró a Duckers sentado en un catre, sonriendo mientras leía
una carta de Zeddie, sin darse cuenta de Hart y la furiosa tormenta de emociones 148
dentro de él. Hart sacó papel y pluma de su mochila y se sentó a la mesa, dejando
a un lado sus huevos y frijoles fríos.

—Estoy siguiendo el consejo de un conejo borracho —se maravilló en voz


baja a medida que comenzaba a escribir su respuesta a su amiga.
Mientras tarareaba en voz baja, Mercy deseó por millonésima vez que
hubiera espacio para un gramófono en los astilleros. Ansiaba que la música
ahogara el silencio ensordecedor que se había apoderado de Sepultureros Birdsall
e Hijo. Los Birdsall no discutían a menudo, así que cuando lo hacían, lo hacían
enormemente. Mercy había arreglado las cosas con Lil antes de que su hermana y
Danny salieran a repartir el sábado por la mañana, pero papá seguía enfadado en
su oficina, negándose a hablar con ella, y Zeddie había dejado de ir a trabajar. En
el aire flotaba un humor sombrío que no tenía nada que ver con la muerte.

Así estaba el ambiente cuando llegó Horatio. Mercy sabía que no debía
esperar una respuesta de su amigo el día de la sal cuando ella le había enviado su 149
carta el día de las penas, pero de todos modos se sintió decepcionada cuando no
llegó ninguna respuesta de él. En su lugar, Horatio le entregó un sobre grueso con
el logotipo de Servicios Funerarios Cunningham, dirigido a ella personalmente.

—Uf —le dijo al nimkilim mientras depositaba una moneda de plata en su


ala extendida.

—De nada, querida, estoy seguro —resopló él antes de salir volando. Mercy
se dio cuenta de que lo había ofendido y que tendría que pasar la siguiente semana
adulándolo para que volviera a ser civilizado, pero no se atrevió a preocuparse.
Rompió el sobre de Cunningham y leyó la nota que contenía.

Querida Mercy,

Espero que me hagas el honor de acompañarme a tomar un café en mi


oficina esta tarde a las 2:00. Además de disfrutar del placer de tu compañía, me
gustaría conocer tu opinión respecto a un importante asunto de negocios.

Atentamente,

Curtis Cunningham

Mercy debatió los pros y los contras de aceptar la invitación a lo largo de la


mañana, mientras entregaba los restos del señor Tomlinson en el templo,
permanecía respetuosamente en el vestíbulo durante el funeral y lo trasladaba para
llevarlo al astillero para el servicio de entierro. Por un lado, sospechaba que
Cunningham le estaba tendiendo una trampa. Por otro lado, prefería averiguar
exactamente lo que el Otro Enterrador tenía en la manga para poder planificar el
contraataque de Birdsall e Hijo.

Así fue como a la una y cuarenta y cinco de la tarde, se aseó, cambió el


atuendo de trabajo por un vestido y se escabulló por la puerta principal, lo cual fue
fácil ya que papá no le hablaba de todos modos. Mientras caminaba por el paseo
marítimo hacia los Servicios Funerarios Cunningham, susurró una oración a los
Tres Padres, con la promesa de robar la próxima tanda de profiteroles de Zeddie y
ofrecérselos en los tres altares si la apoyaban durante esta reunión. Pronto se
encontró sentada en un sillón de cuero suave frente a Curtis Cunningham, con la
superficie de su escritorio de caoba reluciente extendiéndose entre ellos.

Tras una bendita y breve ronda de charlas y amabilidades y el ofrecimiento


de un café, Cunningham empezó a hablar de negocios, se recostó en su silla de
cuero y apretó los dedos. 150
—Roy ha guardado un notable silencio con respecto a mi oferta. Recibió mi
oferta, ¿no es así?

—Sí, señor Cunningham, tiene su oferta con él —dijo Mercy secamente,


irritada por la insinuación de que estaba intentando ocultarle la carta a su padre y
más irritada por el hecho de que, de hecho, la había ocultado durante bastante
tiempo de sus hermanos.

—¿Y se ha llegado a una decisión?

Mercy decidió dejar de lado el barniz de formalidad.

—Pregúntele a papá, Curtis. Él es el dueño del negocio, no yo.

—No le estoy preguntando a la persona que es dueña del negocio. Le estoy


preguntando al quien lo dirige.

Mercy no ofreció ninguna respuesta, pero Cunningham, que no tenía nada


que perder, se sintió libre de continuar, su tono ligero y parlanchín mientras tomaba
su pesada pluma de plata y comenzaba a jugar con ella como un gato jugando con
un ratón.

—Ante la falta de respuesta a mi oferta, he decidido acelerar su respuesta a


través de ti.
Mercy no pudo evitar tener la sensación de que Cunningham estaba a punto
de pulsar un botón debajo de ese gigantesco escritorio y abrir una trampilla bajo
su silla. Mientras continuaba, él esbozó una sonrisa amable y paternal en su pálido
y apuesto rostro.

—Por eso creo que debería saber que he conseguido un acuerdo con la
Compañía Maderera Afton. A cambio de los derechos exclusivos de toda la madera
apropiada para la construcción de nuestra línea artesanal de barcos funerarios, los
Servicios Funerarios Cunningham ofrecerán a todos sus trabajadores una línea
muy atractiva de paquetes prepagados con un treinta por ciento de descuento.

Mercy se enderezó rápidamente, salpicando café en su regazo y


quemándose el muslo. Afton era el único proveedor de madera en la frontera
occidental. Si Birdsall e Hijo perdía el acceso a su inventario, ella tendría que
abastecerse de materiales en el otro lado de Tanria o posiblemente en el extranjero.
Solo el coste del transporte los hundiría. Puso la taza sobre el escritorio de
Cunningham y le pidió que dejara una marca en la madera. 151
—No puedes hacer eso —dijo con toda la calma que pudo.

—Ya está hecho. El nuevo acuerdo entrará en vigor el próximo año


calendario, al igual que el control total de Cunningham sobre el mercado maderero
del oeste de Bushong.

—Eso es un monopolio. Lo llevaremos a los tribunales.

—¿Oh? ¿Tienes un abogado contratado? Porque yo sí.

Mercy se desinfló lentamente en el cuero ostentosamente costoso de su


asiento. Los Birdsall apenas mantenían sus libros en números negros. No podían
permitirse un abogado y definitivamente no podían permitirse perder a su principal
proveedor.

Cunningham se inclinó hacia delante con falsa preocupación, apoyando los


antebrazos en el escritorio.

—Mercy, hiciste todo lo que pudiste y estoy muy orgulloso de ti por lo que
has logrado. Siempre fuiste una buena chica. Pero Birdsall e Hijo no sobrevivirá a
esto. Si quiebran el negocio, ¿dónde estarás tú entonces? ¿O tu padre o Zeddie o
Lilian? Toma el dinero, cariño, por su futuro y por el tuyo.

A pesar de la mancha de café en su falda, Mercy se levantó de la silla con


toda la dignidad que pudo reunir.
—No soy una «buena chica» ni un «cariño», Curtis y no tiene derecho a
sentirse orgulloso de mí, sobre todo porque sé que no estaríamos teniendo esta
conversación a no ser que me tienes miedo. Y deberías tenerlo. Ahora, si me
disculpas, tengo un negocio que atender.

Su arrebato de valentía la había abandonado por completo en el momento


en que se encontró en el paseo marítimo fuera de los Servicios Funerarios
Cunningham. El camino de vuelta a Birdsall e Hijo le pareció demasiado corto,
pero no estaba dispuesta a volver a ocultar la verdad a su padre. Llamó a la puerta
de su despacho y le respondieron con un rudo:

—¿Qué pasa?

Abrió la puerta, pero Roy se negó a reconocerla.

—Hablé con Curtis Cunningham. Ha llegado a un acuerdo con el maderero


Afton. Vamos a tener que abastecernos de madera con otro proveedor.
152
Ella observó cómo sus palabras se asentaban y la comprensión se reflejaba
en el rostro de su padre. Él se aclaró la garganta, pero no dijo nada. Dado que ni la
oferta de Curtis Cunningham ni su acuerdo con el maderero Afton cambiaban el
hecho de que Mercy tenía que envolver y salar al menos dos cuerpos más hoy, ella
regresó a los astilleros y dejó a su padre reflexionando en su escritorio. Papá cerró
y se fue a casa sin pasar a despedirse.

Mercy dudaba de que fuera a ser bien recibida en la mesa de la familia,


especialmente con la ausencia de Lil y Danny, así que se arrastró escaleras arriba
y preparó un plato de macarrones con queso por segunda noche consecutiva, tras
lo cual bebió demasiado vino y se sumergió en la novela romántica que había
sacado de la biblioteca. Esperaba que los fragmentos candentes la distrajeran; en
cambio, acabó sintiendo su propia falta de candor de forma intensa. Tiró el libro a
un lado, apagó la luz y se durmió sin ganas, con Leonard roncando a su lado.

A la mañana siguiente, Mercy abrió la puerta principal antes de que Horatio


tuviera la oportunidad de llamar y lo recibió con una mimosa. Estaba hecha con el
vino espumoso excesivamente dulce del norte de Bushong, pero no había mucho
que pudiera hacer ante la falta de una cosecha decente en las zonas salvajes de las
ciudades fronterizas de Tanria.
—Siento haber sido cortante contigo ayer —le dijo mientras le entregaba la
copa alargada.

El nimkilim olfateó, pero fue una olfateada indulgente. Aceptó la copa y


bebió un delicado sorbo.

—El zumo de naranja enmascara un mundo de maldad, ¿cierto?

Al menos había un ser en este mundo, además de Leonard, que no estaba


furioso con ella.

—Gracias —dijo Mercy.

—Prepárate para duplicar tu gratitud —dijo él con un guiño mientras le


entregaba la carta que ella había estado esperando con anticipación. Su chillido de
alegría fue tan agudo que Horatio dijo—: Ten cuidado o acabarás con una jauría
salvaje arañando tu puerta.

Mercy rompió el sobre mientras Horatio salía por la puerta.


153
Querida amiga,

Siempre somos sinceros el uno con el otro, así que aquí va: quiero
conocerte. Con muchas ganas. Pero también me aterra conocerte, no porque me
preocupe que no me gustes (estoy seguro de que sí), sino porque me preocupa que
yo no te guste. Sospecho que soy mejor muñeco de papel que ser humano y creo
firmemente que mereces un amigo más digno de ti de lo que soy en la realidad.
¿Segura que quieres conocerme? ¿Al gruñón, que no sabe cómo vivir un poco?

Lo mejor,

Tu amigo

P.D.: Vivo en Bushong.

P.D.: Decirte todo eso me hace sudar frío.

Bushong. Todo este tiempo, habían estado habitando la misma isla y nunca
lo supieron. Mercy no estaba segura de creer en el destino, pero esto empezaba a
parecer algo que estaba destinado a suceder. Corrió a su apartamento para escribir
su respuesta.
Querido amigo,

También estoy aterrorizada, y también me preocupa que no te agrade


cuando me conozcas en persona. Eso es natural, ¿cierto? ¿Y te gustaría ser amigo
de una imbécil egocéntrica que asume que, de todos modos, todos la aman? Por
supuesto que no lo harías, y yo tampoco.

Cualquier cosa que valga la pena hacer en esta vida requiere un salto de
fe, y tengo fe en que nuestra amistad puede existir más allá de estas cartas, a pesar
de todas las fallas y debilidades de nuestro ser de carne y hueso, así que, quiero
conocerte, conocerte mejor. Seamos valientes. 154
Sinceramente,

Tu amiga

P.D.: ¡Yo también vivo en Bushong!

Querida amiga,

Por ti, seré valiente.

¿Estás libre el próximo día del guardián? Hay un lugar en Mayetta llamado
Café Little Wren. Puedo estar allí a las 7:00 p.m.

¿Puedes leer esto? Mi mano tiembla tanto que apenas puedo sostener la
pluma.

Tu amigo
Querido amigo,

El próximo día del guardián, 7:00 p.m., en el Café Little Wren en Mayetta,
ahí será. ¡Estoy tan emocionada de conocerte! Me vestiré de amarillo, para que
puedas verme fácilmente.

Tuya vertiginosamente,

Tu amiga

Querida amiga,

Allí estaré, pero no vestiré de amarillo. Todo mi vestuario es a) muy


limitado, y b) extremadamente monótono. Puedes decirme que viva un poco 155
cuando finalmente nos reunamos. En persona.

Tu amigo

P.D.: He mencionado que estoy aterrorizado, ¿verdad?


Cada día que acercó el día del guardián hizo que los nervios de Hart se
dispararan más. Cuando llegó el día de los saberes, ya no le quedó paciencia para
Duckers, razón por la cual se puso apopléjico cuando vio el fajo de cheques de
pago arrugados en la mochila abierta de su aprendiz.

—Tienes que estar bromeando. Chico, ¿qué diablos?

Duckers hizo una mueca.

—Sí, iba a llegar a eso.

—¿En algún momento de esta década? 156


—Quiero decir, seguro. Por supuesto.

—Tienes cuenta bancaria, ¿cierto? —Cuando Duckers se mordió el labio,


Hart repitió estridentemente—: ¿Cierto?

—Mamá va a ayudarme a conseguirla una vez que pueda salir de visita.

—Si no has cobrado tus cheques de pago, ¿cómo comprarás un paquete


funerario prepago?

Duckers volvió a morderse el labio y trazó la punta de su bota a través de la


hojarasca a sus pies.

—¡Estás saliendo con un sepulturero! —dijo Hart. Estaba a punto de desatar


un flujo constante de blasfemias exasperadas cuando se dio cuenta de que una
sucursal de la Banca Federada estaba ubicada en Mayetta. Si mañana se llevaba a
Duckers para abrir una cuenta bancaria, podría enviarlo a comprar un paquete
funerario prepago y una llave de identificación en Birdsall e Hijo, lo que
significaba que podría sacarse a su aprendiz de en medio y darse tiempo suficiente
para prepararse para la cena. Era como si las nubes de arriba se hubieran despejado
y un rayo de sol brillara directamente sobre su cabeza, con «El himno de la Novia
de la Fortuna» llenando sus oídos. Estaba casi vertiginoso cuando arrastró a
Duckers por el cuello de la camisa a la oficina de Alma al día siguiente.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.


Hart mostró los cheques de pago no cobrados ni depositados.

—Este chico no tiene cuenta bancaria.

Alma se echó a reír.

—Ja, ja. Muy gracioso —murmuró Duckers.

—¿Te importa si salimos antes para solucionar este asunto?

—¡Oye! —protestó Duckers.

—Adelante —dijo Alma.

Hart logró evitar que una sonrisa estúpidamente feliz y reveladora se


extendiera por su rostro. Ahora era libre de preocuparse por su cita con su amiga-
pronto-a-conocer durante las próximas siete horas. Sin embargo, esas siete horas
no transcurrieron sin incidentes. Duckers holgazaneó en la estación después del
almuerzo, comparando notas con otro aprendiz a medida que tomaba tres porciones 157
de pastel, hasta que Hart comenzó a preocuparse de que tendría que sacar al niño
de allí a punta de estoque. Cuando finalmente salieron a la carretera, el automóvil
de Hart reventó un neumático veinticuatro kilómetros a las afueras de Mayetta,
haciéndolos retrasarse aún más. Y el proceso de configurar la cuenta bancaria de
Duckers tomó una hora más de lo que Hart había anticipado. Cuando llegaron al
hotel, eran más de las seis.

Mientras Duckers se pavoneaba en el espejo de la habitación del hotel, Hart


intentó examinar su propia apariencia sin parecer que estaba examinando su
apariencia, y fracasó miserablemente. Finalmente se dio por vencido y empujó a
Duckers fuera del camino para poder colocarse frente al espejo como una persona
normal preparándose para un… ¿qué? ¿Una reunión? ¿Un encuentro casual?

¿Una cita?

Hart evaluó su reflejo, estudiando las líneas ásperas de su rostro y la palidez


sorprendente de sus iris. Sus esfuerzos por peinar su desordenado cabello rubio no
hicieron nada para mejorar o suavizar su apariencia.

No iba a gustarle.

—Señor, ¿todo bien? —Duckers miró por encima del hombro al reflejo de
Hart. El niño nunca le había preguntado por sus ojos o sus padres, o cómo era ser
un semidiós. Simplemente lo había tomado tal como era y, de repente, Hart estaba
increíblemente agradecido por ello.
—Necesito un favor —admitió.

—Está bien. ¿Qué?

Sacó su reloj de su bolsillo. Seis cincuenta y seis.

—Ven conmigo. —Tomó a Duckers por el brazo y tiró de él hacia el pasillo,


cerrando la habitación detrás de ellos.

—Pero veré a Zeddie.

—Esto no tomará mucho tiempo.

Hart condujo a un Duckers moderadamente resistente por la puerta principal


del hotel y una cuadra más hasta el Café Little Wren, llegando a las siete en punto.

—De acuerdo. ¿Cuál es ese favor?

—Necesito que mires por la ventana y encuentres a una mujer vestida de


amarillo.
158
—Está bien. ¿Por qué estoy haciendo esto?

—Solo hazlo.

—No, a menos que me digas lo que está pasando.

—No es asunto tuyo. —Hart resistió el impulso de aflojarse el cuello.

—Todo eso de la cuenta bancaria fue una tapadera, ¿no? Estás aquí para
conocer a una mujer.

Hart no dijo nada, pero todo el ser de Duckers se iluminó con diversión.

—Es tu «amiga» por correspondencia, ¿no?

—Sí, está bien. ¿Ya puedes mirar?

—¿Por qué? ¿Quieres saber si es fea para poder deshacerte de ella?

—¡No!

Por supuesto, a Hart se le había ocurrido que esta mujer podría no ser
físicamente atractiva, pero la verdad era que estaba mucho más preocupado porque
lo plantaran que por ser el que plante a alguien.
—¡No puedo creer que me hayas arrastrado hasta aquí para inspeccionar el
lugar por ti, gallina! —Duckers se llevó las manos a las axilas y agitó los codos—
. ¡Clo, clo, clo! ¿Quién es un gallina con mayúscula?

Hart lo empujó mortificado sin demasiada delicadeza hacia la ventana.

—Solo mira.

—Estoy en ello. —Duckers fingió agitar los codos mientras subía los
escalones de la entrada del Café Little Wren para mirar por el ventanal del
restaurante.

—¿La ves?

—Dame un segundo.

—¿Y bien?

—¿Podrías calmar tú… oh, dioses? 159


El regocijo siniestro en ese «oh, dioses» llenó las venas de Hart con temor.

—¿Qué?

—¡De ninguna manera!

—¿Qué? —rogó.

Cuando Duckers se dio la vuelta, tenía una alegría pura y sin adulterar
pintada en todo su rostro.

—¡Jajajajajaaaa! —se rio tan fuerte que el sonido resonó en los edificios
vecinos.

—¡Shh!

—¡Jajaja! ¡Este es el mejor día de mi vida! —cantó Duckers.

—Que los dioses me ayuden, voy a estrangularlo. ¿Cómo es?

—¿Qué dirías si te dijera que se parece mucho a Mercy Birdsall? —


respondió Duckers, bajando los escalones en una serie de saltos joviales.

—Diría que me maten ahora.

—Señor, Mercy es muy bonita. Tienes que admitirlo.


—Ciertamente no lo haré.

—Bueno, si no encuentras atractiva a Mercy Birdsall, no va a gustarte esta


dama.

—¿En serio?

—Sí. ¡Porque es Mercy Birdsall! ¡BAAM! —Duckers bailó en triunfo


frente a Hart—. ¿Quién tenía razón? ¡Yo tenía razón!

—¿Qué? —El paseo marítimo pareció girar como una atracción de feria
bajo los pies de Hart.

—Tú amiga por correspondencia es la única Mercy Birdsall de Sepultureros


Birdsall e Hijo. Te lo dije. Te. Gusta. —En cada una de las últimas dos palabras,
Duckers empujó a Hart sobre el pecho en el lugar vacío donde debería estar su
corazón latiendo.

—No —susurró Hart, sus pulmones desinflándose.


160
—Sí.

—Eso no puede ser cierto.

—Ve por ti mismo.

Los tobillos y las rodillas de Hart se volvieron de gelatina a medida que


subía las escaleras y miraba por la ventana. Allí estaba Mercy, con el mismo
vestido amarillo brillante que había usado el día que él entró en Birdsall e Hijo
hace más de cuatro años. Estaba sentada en la parte de atrás, estirando el cuello,
mirando ansiosamente a su alrededor. Nunca la había visto con el cabello suelto.
Ahora los mechones oscuros se rizaban sobre sus hombros, relumbrando de color
castaño rojizo donde la luz de las velas los golpeaba, y por un instante, olvidó que
no la soportaba. Solo podía pensar en lo hermosa que se veía.

Y entonces, la realidad se hundió como los dientes de un perro salvaje.

Durante todo este tiempo, había estado escribiendo cartas a Mercy Birdsall.
Mercy, con su Hart-ache y sus insultos y sus hoyuelos falsos, como si estuviera
encantada de sonreír ante la muerte. ¿Había sabido todo el tiempo que era él? ¿Esto
era una broma enfermiza? La crueldad hizo que su pecho ardiera por dentro. Todo
el cuerpo de Hart se puso tan rígido que apenas pudo decidirse a bajar las escaleras.
Sus botas golpearon cada peldaño con un ruido sordo.
—¿No vas a entrar? —preguntó Duckers.

—No. —Hart siguió caminando en dirección al hotel.

—¿Vas a dejarla plantada? —A estas alturas, Duckers se encontraba con él


paso a paso, hablándole al hombro.

—Sí.

—Al menos entra allí y sé sincero para que no esté esperando toda la noche.

—¿No ibas a Eternity? Mejor ponte en marcha.

—Señor. —Duckers extendió una mano para detenerlo, pero Hart se apartó.

—No le cuentes a nadie de esto, ni a Zeddie, ni… a ella. Nadie. No repitas


ni una palabra de esto nunca más. Prométemelo.

—Señor, con el debido respeto, estás siendo un imbécil.


161
Hart había tenido nervios de sobra esta noche, y lo hundió todo en la mirada
acerada que desató sobre Duckers.

—Está bien. Lo prometo. ¿Ya estás feliz?

No. Hart no estaba feliz. Estaba todo lo contrario a feliz. Le dio la espalda
a Duckers y se alejó, pero detrás de él, escuchó a su aprendiz gritar:

—¡Clo, clo, CLO!

De todos modos siguió caminando, escuchando el chirrido familiar de la


puerta principal de su auto cuando Duckers entró y la cerró de golpe. El motor se
puso en marcha, y las ruedas giraron en reversa antes de que Duckers se alejara
por la calle principal pavimentada de Mayetta. Y luego Hart estaba solo en el paseo
marítimo, y solo dentro de su piel.

No podía hacer coincidir a la amiga de sus cartas con la mujer que había
pasado los últimos cuatro años disparándole verbalmente desde detrás del
mostrador de Birdsall e Hijo. Tenía que ser una broma maliciosa. De alguna
manera, Mercy debió descubrir que él había escrito esa primera carta y había
jugado con él, lo había engañado, lo había atraído aquí para dejarlo en ridículo.
Ella lo odiaba tanto.
¿O podría haberse equivocado con ella? ¿Mercy Birdsall podría haber
escrito las palabras que Hart había leído tantas veces que las había aprendido de
memoria? ¿Podría haberle abierto su corazón sin saber quién era?

¿Podría haberle gustado el hombre que había conocido en sus cartas?

La imagen de Mercy sentada sola en el Café Little Wren llenó su mente. La


vio mirando hacia la puerta, esperanzada, su vestido amarillo brillando en la
atmosfera en penumbra del restaurante, su cabello radiante rozando sus hombros,
sus anteojos relumbrando a la luz de las velas. Hart estaba casi seguro de que sus
cartas eran una broma horrible, pero había una posibilidad, por pequeña que fuera,
de que Mercy estuviera esperando ansiosamente a que apareciera su amigo.

La culpa se filtró en su interior, llenándolo. Nadie describiría a Hart como


«agradable», pero tampoco era cruel. Si las cartas no fueron una broma, si fueron
genuinas y verdaderas, no podía dejarla allí, creyendo que su amigo la había dejado
plantada. 162
Tenía que enfrentarse a ella.

Un maullido lastimero de autoconservación escapó de su garganta, pero su


moral obligó a sus pies a llevar su cuerpo al Café Little Wren. Adoptó una máscara
de desinterés sobre su rostro antes de empujar la puerta y entrar. Una campana
sobre el dintel anunció su entrada y Mercy levantó la vista.

Y fue exactamente como el día que se conocieron, con Mercy como la luz
del sol personificada en su vestido amarillo, y cada pensamiento que Hart tuvo en
el curso de su vida vaciándose de su cerebro y desvaneciéndose en el aire.

Sus pies siguieron moviéndose, y cada paso que lo acercó a Mercy hizo que
sus hermosos ojos marrones se agrandaran cada vez más detrás de sus anteojos, y
luego estaba de pie junto a ella, y un pensamiento finalmente tomó forma en su
cerebro: Creo que, quiero que esto sea real.

—No —susurró—. No, no, no. ¿Qué haces tú aquí?

Sabía que tenía que decir algo, pero Mercy había inyectado la palabra «tú»
con suficiente veneno para oxidar un agujero en un techo de hojalata, y no podía
ni encontrar una palabra en su cabeza.

—Hart-ache, no puedo, no puedo, lidiar contigo ahora mismo. Necesito que


no estés aquí.
Pero había quedado con ella en el Café Little Wren el día del guardián a las
siete en punto, ¿no? Y aquí estaba él, aunque unos minutos tarde. Pero cuando
Mercy inclinó la cabeza, mirando más allá de él hacia la puerta, comprendió que
ella no podía considerar la idea de que Hart Ralston era el hombre detrás de la
pluma. Y de alguna manera, eso fue peor que la idea de que esto hubiera sido una
broma para ella.

—Hola, Merciless —dijo, un nudo duro en su garganta haciendo su voz


grave.

—Tengo algo importante esta noche, así que ¿podemos no hacer esto? Por
favor, déjame en paz.

Siéntete libre de no volver nunca más, le dijo en su mente.

Hart examinó el restaurante lleno de personas felices teniendo


conversaciones felices y viviendo vidas felices, y quiso prender fuego al lugar. Fijó
una sonrisa desagradable en su rostro. 163
—Está bastante lleno esta noche. ¿Te importa si me uno a ti?

—Sí. Me importa.

Empujó su bolso hacia el lugar opuesto, intentando reservar el asiento para


alguien que ya había llegado. Ya sea que lo supiera o no, esa silla estaba destinada
a Hart, y él se sentó en ella.

—Discúlpame…

—Estás disculpada.

—Estoy esperando a alguien que no eres tú.

Una risa amarga le atravesó la garganta mientras sacaba el reloj del bolsillo.

—¿A las siete y diez? Parece un momento extraño para encontrarse. ¿Están
atrasados?

—No es asunto tuyo, y te agradeceré que dejes ese asiento.

Una camarera se detuvo en la mesa y le preguntó a Hart:

—¿Puedo traerte algo?


—No, él seguirá su alegre camino —respondió Mercy por él, sus ojos
haciendo todo lo posible para desollarlo vivo desde el otro lado de la mesa.

—Bueno, sí, gracias. Tomaré una taza de té verde jazmín —le dijo Hart a
la camarera, delatándose deliberadamente con su pedido de bebidas. Mercy no se
dio cuenta. Estaba demasiado ocupada matándolo en una variedad de formas
violentas en su imaginación.

—Vete —dijo, furiosa.

Hart cruzó el tobillo sobre la rodilla, tan casualmente como quisiera, cuando
cada músculo, vena y hueso de su cuerpo se sentía como si estuviera gritando de
rabia.

—Déjame decirte qué. Te haré compañía hasta que llegue tu amigo.

—¿Por qué querrías hacerme compañía? Me odias tanto como te odio a ti.

Odio. Casi podía ver la palabra escrita en su camisa blanca en una


164
salpicadura de sangre.

—Merciless, odiar es una palabra muy fuerte. ¿En serio me odias?

Di que sí, le rogó Hart en su mente. Atácame para que yo también pueda
odiarte. Pero la puerta principal se abrió con un repique de campanas, y Mercy
miró más allá de Hart con una esperanza que lo cortó desde las entrañas hasta la
garganta. Se volvió hacia la puerta y vio lo que vio Mercy: una pareja de ancianos
pidiendo una mesa. Se dio la vuelta a tiempo para verla hundirse con decepción.

—No es tu amigo, ¿o me equivoco?

Ignorándolo deliberadamente, metió la mano en su bolso, sacó un libro y


fingió leer. Con cada segundo que ella se negó a verlo por lo que era, una ira
atronadora se acumuló en su pecho. Quería que ella odiara su yo escritor de cartas
tanto como ella odiaba su yo de carne y hueso. Quería borrar cualquier esperanza
tonta que hubiera estado albergando con su amigo, de la misma manera que ahora
estaba destruyendo la suya. Y luego podría volver a ser como era antes de poner la
pluma en el papel y deslizar una confesión ridícula en un buzón nimkilim.

Volvió a consultar su reloj.

—Si se suponía que tu amigo te encontraría a las siete, han pasado de llegar
un poco tarde a llegar muy tarde. Muy pronto será terriblemente tarde.
—Métete en tus asuntos.

Examinó el lomo de su novela.

—Enemigos y amantes, ¿eh?

—Es un clásico, pero estoy segura de que eres uno de esos hombres que
nunca lo ha leído porque crees que es una novela romántica empalagosa intentando
hacerse pasar por gran literatura.

Eso era exactamente lo que pensaba de Enemigos y amantes.

—Touché.

—Dios no permita que leas una historia de amor y experimentes un


crecimiento personal como resultado.

—Ah, sí. Nada dice crecimiento personal como Eliza Canondale,


consumiéndose bajo el techo misógino de su padre, esperando que su héroe 165
semidiós la haga perder el control.

—Pensé que nunca lo habías leído.

—No lo he hecho, pero no vivo en una cueva.

—Ah, ¿no?

Bien podría haberlo vuelto a llamar un patético perdedor sin amigos.

La camarera apareció a su lado, dejando su pedido delante de él.

—Su té, señor.

El vapor onduló entre ellos cuando Mercy se inclinó, encendida de furia.

—Quiero que sepas que Eliza Canondale toma el control de su propia vida
y no requiere rescate. Y déjame asegurarte que solo desearías tener la fuerza de
carácter de Samuel Dunn.

—¿Y qué clase de carácter tiene tu… —Hart volvió a consultar su reloj—,
amigo atrozmente retrasado?

—Mi amigo tiene más decencia en su dedo meñique de lo que un bruto


como tú podrías soñar.
Hart tomó un delicado sorbo de té con su dedo meñique en el aire para
demostrar su completa falta de brutalidad. Mercy resopló cuando colocó la taza en
su plato con un tintineo musical.

—Merciless, tal vez hay cosas de mí que te sorprenderían, si te molestaras


en arañar la superficie.

¿Cómo podría no reconocerlo cuando estaba citando sus cartas para ella,
desafiándola a conocerlo por quién era? Pero Mercy resopló, ajena a la verdad
sentada delante de ella.

—Por favor —se burló ella—. Si te abro en mi mesa de preparación,


probablemente encontraré un estoque donde debería haber un corazón y una
sombría novela deprimente que nadie más que tú podría querer leer alojada en tu
apéndice.

Fue como si Mercy hubiera agarrado el cuchillo sin filo de su lugar y lo


hubiera fileteado con él. Había venido aquí esta noche para hacer lo correcto, solo 166
para encontrarse herido y sangrando. Mostró los dientes como un animal
acorralado cuando volvió a hablar.

—¿Y este amigo que estás esperando es un modelo de decencia humana de


gran corazón y conmovedor?

—Sí, lo es. Es amable, inteligente, divertido y considerado…

—Y aparentemente es invisible, porque seguro que no lo ves aquí.

Lágrimas de la Madre de los Dolores, bien podría estar usando un letrero


que dijera: ¡Mercy, soy tu amigo por correspondencia secreto! con una flecha
apuntando a su cara.

—¿Qué te importa, hombre de pesadilla egoísta, cruel y ceñudo? Ah,


discúlpame, mitad hombre, porque quién sabe de dónde vino tu otra mitad.

Esa púa lo destrozó tan profundamente que Hart apenas podía respirar.

—Qué preciso de tu parte —dijo en sílabas entrecortadas, sintiendo como


si ella lo hubiera atravesado con su propio estoque.

La campana de la entrada volvió a sonar y los ojos de Mercy se dirigieron


hacia la puerta, donde entraron tres mujeres juntas. Esta vez, una lágrima se deslizó
por su mejilla, agua salada que escoció por todas las heridas que le había hecho a
Hart.
—Vete, ¿de acuerdo? Déjame en paz.

—Con alegría. —Su voz fue fría, pero sus entrañas estaban en llamas. Tomó
un último sorbo de té antes de dirigirse al bar, donde pagó la bebida de Mercy y la
suya, un gesto de despedida no sabía por qué.

En su habitación de hotel, se acostó en la cama sin molestarse en bajar la


colcha. Su amiga, que resultó no ser su amiga en absoluto, le dijo que tenía un
estoque en lugar de un corazón, y tal vez tenía razón. Lo estaba apuñalando en su
sombría novela lúgubre y deprimente alma.

167
Mercy discutió con Lilian el día de todos los dioses.

El día de todos los dioses era, por supuesto, el día libre de Mercy, pero
también era el único día de la semana sin servicio de correo. No sabía cómo iba a
pasar el día sin la carta de su amigo explicando por qué no había estado en el Café
Little Wren la noche anterior. Porque esa carta llegaría. Mañana por la mañana.
Estaba segura de ello.

Fue al templo y una vez más se sentó ante el icono del Guardián.

Mamá solía decir que cuando el Guardián cierra una puerta, siempre abre
una ventana, le rezó, pero siento como si me hubieras cerrado al menos dos 168
puertas más desde la última vez que estuve aquí. No quiero quejarme, pero si
pudieras señalarme una ventana o dos, estaría muy agradecida. Además, Zeddie
no me habla, así que no he podido poner las manos en su horneado. La tostada
rellena es lo mejor que pude hacer esta mañana, lo juro.

Los dos rostros del dios miraban hacia delante y hacia atrás, y a Mercy le
pareció que el último lugar al que miraban era hacia ella.

Entró y salió del templo sin toparse con un miembro de la familia, pero no
fue una sorpresa cuando, poco después de regresar a su apartamento, escuchó que
se abría la puerta principal, seguida de los pasos decididos de su hermana escaleras
arriba.

—No puedo creer que te perdiste la cena de anoche —declaró Lil cuando
Mercy la dejó entrar—. Por cierto, estuvo deliciosa. Zeddie se puso manos a la
obra con los filetes de lenguado importados. Normalmente no me gusta el pescado,
pero ese lenguado fue lo mejor que he comido en mi vida. ¿Cómo lo hace?

—Ni idea. Bien por Zeddie. Estoy extasiada de alegría de que haya
encontrado su vocación —dijo Mercy rotundamente a medida que le ofrecía a su
hermana un paquete de aluminio que contenía dos pasteles rellenos de jalea, la
única sustancia similar al desayuno en su apartamento.

—Entonces, ¿dónde estabas?


—Tuve una cita, más o menos —admitió Mercy.

Lil chilló.

—¿Con cuál?

Con quién, pensó Mercy, mientras su mente se llenaba con la letra familiar
de su amigo ausente corrigiendo la gramática de Lilian. Le hundió incluso más el
ánimo.

—¿Fue con el tipo de las cartas? ¿Por qué no me lo dijiste al momento en


que abriste la puerta? ¡Quiero detalles!

—No pudo llegar. —Mercy le dio un mordisco a su pastel, y se deshizo en


su boca como serrín. No sabía por qué seguía comprándolos. Siempre eran una
gran decepción.

—¿Te dejó plantada?


169
—No pudo llegar —repitió Mercy.

Las pupilas de Lilian se dilataron en total indignación, pero Mercy no quería


que se enfadara con su amigo; quería que su hermana dirigiera esa ira hacia su
objetivo legítimo.

—¡Y luego Hart Ralston me vio sentada sola y se sentó en mi mesa y se


mostró horrible e insultante como siempre!

Lilian, irritada, se abanicó con el envoltorio de aluminio.

—No creo que me importara que el alguacil Ralston se sentara en mi mesa.

Mercy parpadeó, atónita por la traición de su hermana.

—Es la maldad pura.

—En un cuerpo muy bonito.

—¡Lil!

—Ya sé que odias al tipo, pero nunca he creído que sea tan malo. Tal vez,
un poco brusco. Muchos semidioses lo son. Probablemente hartos por la forma en
que la mayoría de la gente los adula. Siempre fue educado conmigo. —Lilian ya
había terminado con el primer pastel del paquete y ahora atacaba el segundo como
si le estuviera dando un mordisco al trasero impresionante de Hart Ralston.
—Adelante. Únete al Club de Fans de Hart-ache. Nunca ha decidido odiarte
sin razón.

—¿No crees que es extraño, la forma en que ustedes dos se odiaron


instantáneamente? ¿Qué semidiós en su sano juicio no se enamoraría de ti?

—¿Quién dijo que Hart Ralston está en su sano juicio?

—Y por mi vida no puedo entender por qué no te desmayarías por un


alguacil que está que arde.

—¿En serio? No me hagas vomitar mi desayuno extremadamente


decepcionante.

—Todo lo que digo es que un alguacil tanriano alto, soltero y


extremadamente atractivo que está de pie frente a ti en persona suena mucho mejor
que un bicho raro que escribe cartas y te deja plantada.

—¡Por última vez, no pudo llegar!


170
—Olvídalo. Lo siento. —Lilian levantó las manos como si fuera ella quien
mereciera estar exasperada—. De todos modos, vine aquí para hablar contigo de
la oferta de Cunningham.

Mercy enterró el rostro en sus manos, amortiguando su voz mientras


respondía:

—Entonces puedes darte la vuelta e irte, porque no estoy de humor.

—Bueno, ¿cuándo vas a estar «de humor»? Porque esta es una decisión que
nos involucra a todos. No es tuya para tomarla sola.

Sola.

Tal vez Mercy tenía más en común con su corresponsal ausente de lo que
había pensado inicialmente. En muchos sentidos, sola era exactamente como
Mercy había estado durante años, y parecía terriblemente injusto por parte de los
dioses permitir que el futuro del negocio familiar que ella había mantenido en
funcionamiento sin ayuda fuera decidido por un comité.

Dejó que sus manos se apartaran de su rostro y espetó:

—Sí. Entiendo.
—Bien. Que sea así. Pero cuando Danny y yo volvamos la próxima semana,
resolveremos esto de una vez por todas.

Lilian se sacudió las migas de la panza para que Leonard las lamiera y salió.
Mercy pasó el resto del día con un dolor de cabeza sinusal y una novela mediocre.

Fue, de lejos, el mejor día de la semana.

Mercy discutió con Steve Coopersmith el día de las penas, el gerente de


lotes de la compañía maderera Afton.

Cuando Mercy se había hecho cargo del trabajo administrativo de Birdsall


e Hijo después de que su madre navegara por el Mar Salado, la empresa familiar
había podido pagar la entrega de Afton. Pero cuanto más había recortado 171
Cunningham su negocio, más atajos tuvo que tomar Mercy. Hacía mucho tiempo
que Birdsall pasaba a recoger su pedido. Desde que papá tuvo su ataque al corazón
y ya no pudo acompañarla, Mercy tuvo que engatusar a uno de los capataces para
que la ayudara a cargar la madera en la bodega del autoduck. Hoy, había sido
Steve.

Decidió probar la amenaza de Cunningham entregándole a Steve su pedido


de madera para los próximos dos meses. La desesperación se asentó mientras lo
veía mover los pies y frotarse la nuca.

—Señorita Birdsall, la cosa es… hum… temo que no tomaremos más


pedidos después del primero del año.

—Entonces, es verdad. ¿La señora Afton estará vendiéndole


exclusivamente a Cunningham?

—Lo siento.

Mercy sabía que Steve no había tenido ningún papel en esto, pero estaba
furiosa con el maderero Afton, y en este momento, la cara del maderero Afton era
Steve Coopersmith, cuyo largo bigote oscuro caía en respuesta a su indignación.

—Birdsall e Hijo ha sido un cliente fiel durante más de veinte años.


Estábamos en el negocio funerario de Tanria antes de que Cunningham se
instalara, y siempre hemos pagado nuestras facturas.
Steve se aclaró la garganta.

—Tarde.

—¡Pero pagamos! ¿Y ahora le vendes a Cunningham y a nadie más? ¿Cómo


eso es justo? ¿Te has molestado en considerar lo que esto va a hacer con el resto
de nosotros en la frontera occidental?

—No depende de mí. —Pasó las páginas de su portapapeles como si hubiera


algo de gran importancia allí.

—¿Pero nos defendiste cuando la señora Afton te contó del trato con
Cunningham?

—No, no lo hice.

—¿Por qué?

Steve abandonó la artimaña, y la miró a los ojos por encima del 172
portapapeles.

—Porque tengo tres hijos a los que me gustaría enviar a la universidad, y si


puedo recuperar algo del dinero que pagué por un paquete funerario prepagado,
será mejor que creas que lo haré.

—Igualaremos la oferta de Cunningham —prometió Mercy,


estremeciéndose por dentro ante la nota desesperada en su voz—. Y agrega un
cinco por ciento adicional de descuento.

—¿Puedes permitirte eso?

Hizo los cálculos en la cabeza. No fue bonito.

—¿Probablemente? —dijo.

Steve le dirigió una mirada de lástima. Tenía la intención de ser amable,


pero en realidad, fue el clavo en su cortador.

—Hay otras empresas madereras.

—En la frontera oriental. No vamos a poder cubrir el costo del envío.

—Ese es tu problema, no el mío. Lo siento. Ahora, si me disculpas. Tengo


un negocio que administrar, y la última vez que lo comprobé, tú también.
—Pero, ¿por cuánto tiempo más? —exclamó a sus espaldas y se sintió
gratificada por el encorvamiento avergonzado de sus hombros mientras se alejaba.

Mercy discutió con su padre y su hermano el día de la sal.

Con las amenazas de Cunningham verificadas por el maderero Afton, estaba


de mal humor, así que cuando Horatio entregó una pila de facturas sin una carta de
su amigo a la vista, sintió que se le iba a romper la piel por la frustración
aumentando en su interior.

¿Por qué no escribió?, le preguntó a la Novia de la Fortuna una y otra vez


mientras salaba y envolvía dos cuerpos para envío, y cinco para las fosas
funerarias. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Para cuando vio a papá siguiendo a
Zeddie y una bandeja de croissants de chocolate recién horneados hacia la cocina,
173
estuvo lista para explotar.

—¡La doctora Galdamez dijo que no tomes más café! —chilló, tirando de
la jarra de su mano y manchando las diminutas flores amarillas de su blusa con una
salpicadura de cafeína—. ¡Y los pasteles! —Tomó uno del plato de él y lo estrelló
contra la bandeja de la que lo había sacado—. ¡Te! —Tomó otro croissant e hizo
lo mismo, haciendo que fragmentos de láminas de mantequilla se esparcieran por
la encimera—. ¡Matarán! —Agarró el croissant restante y lo arrojó de nuevo donde
había venido, haciendo un desastre más grande que el que Roy había creado al
ponerlos en su plato para empezar.

—Pastelito, cálmate.

—¡No me digas «cálmate» y no me llames «pastelito»! ¡Este es un negocio!


¡Empieza a tratarlo como tal!

—No puedes hablarle así a papá —le dijo Zeddie.

—¡Y tú! —Mercy se volvió hacia su hermano, señalándolo con un dedo


acusador—. Se suponía que ibas a ayudarme a evitar que papá hiciera cosas como
llenarse la cara de café y pasteles, ¡y aquí estás, animándolo!

—Deja de preocuparte tanto, p… —Papá se detuvo, tomó aliento y


continuó—. Puedo hacerme cargo de mí mismo.
—¿Puedes? ¿Alguno de ustedes puede? Porque llevo trece años cuidando
de todo y de todos.

—Excepto de ti misma —murmuró Zeddie.

—¿Por qué estás aquí? ¿No tienes algo lujoso e inútil para cocinar?

Los ojos de Zeddie se llenaron de lágrimas.

—¿Sabes qué? Como no respetas lo que quiero hacer con mi vida, no puedes
comer lo que hago.

Recogió la bandeja de croissants y salió del edificio.

Mercy se quedó inmóvil como una estatua. Tenía miedo de que si hablaba,
se movía o respiraba, se disolvería en un charco de lágrimas. Roy cedió y le puso
un pesado brazo alrededor de los hombros. Después de dos semanas de tratamiento
silencioso, ese único gesto abrió las compuertas dentro de ella y se echó a llorar.
174
—¿Quién lo necesita? —lloró, y la triste verdad era que no necesitaba a
Zeddie, no cuando se trataba de dirigir Birdsall e Hijo. Lo que necesitaba era a
alguien, cualquiera, que pudiera tomar el relevo.

Pero uno de esos croissants de chocolate también habría estado bien.

Se sonó la nariz, se recompuso y le hizo a su padre la pregunta que había


pospuesto durante demasiado tiempo.

—¿Vas a vender?

Sus ojos vagaron. En lo que a Mercy se refería, debería haber observado


todos los aspectos del edificio y el negocio que éste representaba: el muelle, los
astilleros, la oficina, el vestíbulo, las escaleras conduciendo al apartamento de
Mercy, todo por lo que había trabajado tan duro durante las últimas dos décadas.
En cambio, se quedó mirando la puerta principal, observando con añoranza a un
hijo ausente que probablemente ya estaba a la mitad de Main Street.

—Honestamente, pastelito, no puedo pensar en una sola razón para no


vender.

Sintió como si hubiera agarrado un punzón del astillero y ahora estuviera


cavando un agujero en su corazón con él. Se deslizó por debajo de su brazo.

—Entonces, ¿Zeddie es una razón para mantener el negocio en marcha, pero


yo no?
—El negocio ha sido una carga para ti por mucho tiempo. Mereces más.

—Bueno, estoy tan contenta de que seas un experto en lo que es mejor para
mí. Tú y todos los demás.

No le dio la oportunidad de responder. Se marchó a los astilleros. Sin


importar cualquiera que fuera el futuro de Birdsall e Hijo, hoy tenía trabajo que
hacer.

Mercy discutió consigo misma el día de la fortuna.

Voy a escribirle.

No, no lo harás. 175


¿Y si algo anda mal? ¿Y si está tirado en una zanja, herido mortalmente?

¿Y si él hubiera decidido que no vales la pena?

En este momento, necesito un amigo.

Entonces, encuentra uno en la realidad.

Pero…

Mercy, ten algo de orgullo.

¿Orgullo? ¿Qué orgullo?

Escribió la carta.

Mercy discutió con Horatio el día de los huesos.

—Tuviste otra noche terrible, ¿verdad?

Mercy le lanzó una mirada fulminante.

—Horatio, me agradas, pero a veces te detesto.


—Vaya, vaya. Entonces, bastante terrible.

Tomó el paquete de sobres que le ofreció.

—Esta mañana me puse maquillaje, así que sé con certeza que, de acuerdo
con mi apariencia, no tengo bolsas debajo de los ojos.

—No, no que los mortales puedan ver.

Mercy gruñó a medida que hojeaba el correo, cada factura aplastando su


esperanza.

—Ah, bueno, no te preocupes por un viejo y amargado nimkilim, aunque tú


también serías insufrible si hubieras sido degradada a un puesto de cartero común
después de siglos entregando mensajes para los seres más divinos del universo.
¿Tienes alguna idea de lo horrible que es ser un inmortal de gustos tan exigentes y
ser arrojado a las tierras salvajes de Bushong?

—Me gusta aquí. No hay pretensiones.


176
—¿Qué hay que admirar sobre la falta de pretensión? —Horatio se
estremeció.

Ignorando el desaire hacia su ciudad, Mercy golpeó el correo decepcionante


contra el mostrador y declaró:

—Ha habido un error.

—¿A qué te refieres?

—Debería haber recibido cierta carta a estas alturas. ¿La perdiste?

Horatio presionó las puntas de las plumas de sus alas contra su corazón. Si
hubiera estado usando perlas, las habría agarrado con fuerza.

—Bomboncito, soy infalible cuando se trata de moda y envío de correos.

Ella no le dio propina.

Mercy discutió con Nathan McDevitt el día de los saberes.


Más o menos.

Fue al ayuntamiento para pagar su estúpida infracción de simulacro para


drudge antes de terminar con una multa tardía añadida. Una voz familiar la llamó
por su nombre en el vestíbulo, las dos sílabas rebotaron en el suelo de mármol y el
mostrador, y allí estaba Nathan, con su placa plateada de ayudante centelleando en
su chaleco. Se le acercó tan rápido que Mercy pensó que iba a abrazarla y
retrocedió. Él se detuvo en seco, empezó a extender la mano y luego se la limpió
en la pernera del pantalón.

—Hola —dijo.

—Hola.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Apretó la mandíbula con irritación mientras sostenía la multa entre dos


dedos rígidos, y se sorprendió cuando él se la arrebató de la mano. 177
—¡Tengo que pagar eso!

—No, no tienes que hacerlo. Nunca presenté el papeleo. —La partió en dos,
se metió los pedazos en el bolsillo y miró furtivamente a su alrededor. El primer
rayo de luz que indicaba que esta semana perfectamente horrible podría terminar
con una nota feliz pareció brillar a través de los grandes ventanales del
ayuntamiento. Nathan mantuvo la mano en el bolsillo y levantó los hombros hasta
los lóbulos de las orejas, que se estaban poniendo rosadas.

—Lo siento. Fui un verdadero idiota ese día —dijo.

Durante un mes entero después de enterarse de que Nathan la había


engañado, Mercy había deseado que él viniera a llamar a su puerta, servil,
arrepentido, patético por el anhelo. No lo describiría exactamente como servil o
patético por el anhelo en este momento, pero era agradable recibir una disculpa, al
menos por la multa. No sabía qué decir.

Sus mejillas se pusieron tan rosadas como los lóbulos de sus orejas, y le
dedicó una sonrisa irónica.

—No, no. No discutas conmigo por esto. Fui un completo idiota, y no


escucharé tus objeciones.

—Gracias —dijo Mercy con una risa pequeña.


Continuaron caminando por el vestíbulo, ninguno de los dos sabiendo
dónde mirar. A estas alturas, toda la cara de Nathan estaba rosada. Finalmente,
tragó pesado y dijo:

—Te extraño.

Buenos dioses, ¿cuánto tiempo había anhelado Mercy escuchar esas


palabras? Y, sin embargo, ahora que habían sido dichas, se tambaleó, insegura de
cómo sentirse o responder.

—¿Hay alguna posibilidad de que pueda invitarte una taza de café? —


preguntó.

Ah, pensó, está buscando algo. Pero entonces, se dio cuenta de que lo que
buscaba era a ella, ¿y no era eso lo que había estado anhelando? Recordó el consejo
de Lilian sobre centrarse en el hombre que tenía delante en persona en lugar de en
su amigo que escribía cartas, que permanecía en silencio. Por lo menos, Nathan
era mejor que el «alguacil tanriano alto, soltero y extremadamente atractivo» del 178
que su hermana había estado hablando.

—Está bien —aceptó.

Nathan sacó la mano del bolsillo, pero no pareció saber dónde ponerla.

—¿De verdad?

—Sí, suena bien. ¿Dónde?

Su sonrisa se enderezó, y pareció menos una comadreja de lo habitual.

—Necesito terminar un par de cosas y fichar la salida, pero puedo reunirme


contigo en una hora. ¿En Sal y Llave?

—Te veo allí.

Mientras se dirigía a Sal y Llave para esperar a Nathan, Mercy no pudo


evitar notar que no estaba tan contenta con este cambio de circunstancias como
debería.

Como aún tenía su copia de Enemigos y amantes en el bolso, la sacó para


leerla mientras esperaba. Mercy se lo había llevado al Café Little Wren la noche
del día del guardián para poder prestárselo a su amigo, y había planeado
preguntarle cuál era su libro favorito, y podrían haberse conocido mejor a través
de los libros que amaban. Pero su amigo no había aparecido, y ahora tenía que
averiguar cómo disociar su novela favorita de cierto aborrecible alguacil de Tanria.

Pasó a una de las escenas más famosas, la parte en la que Eliza Canondale
se da cuenta por primera vez de que Samuel Dunn es más de lo que parece. Muy
pronto, Mercy fue absorbida por la historia, el café desapareciendo a su alrededor
mientras vivía y amaba a través de los ojos de los personajes, razón por la cual la
llegada de Nathan la tomó por sorpresa, a pesar de que lo había estado esperando.

—Nunca te cansas de ese libro, ¿verdad? ¿Cuántas veces lo has leído?

Sin esperar su respuesta, le entregó a Mercy un ramo de margaritas, que ella


aceptó amablemente, aunque nunca había entendido el sentido de regalarle flores
a una mujer. Tal vez fuera por su profesión, pero siempre había pensado que era
extraño darle a alguien un montón de plantas que ya estaban en camino a su
desaparición definitiva. Por otra parte, lo estaba intentando, y era agradable ver a
Nathan intentándolo por ella. 179
—Entonces, ¿cómo está tu mamá? —le preguntó, lo que lo llevó a contarle
una historia divertida sobre cómo su sobrino había atraído hacía poco a un mapache
a la cocina de su madre con un pastel recién horneado. Al menos, Nathan pensó
que era hilarante. Mercy pensó que sonaba bastante traumático. A partir de ahí,
Nathan le contó cómo su padre tenía un negocio próspero en la nueva tienda
general que había abierto en Herington, cómo su hermana no era una muy buena
madre y cómo su sobrino parecía estar saliendo bien a pesar de todo, un
sentimiento con el que Mercy no estuvo de acuerdo en privado. Habló de algunos
casos interesantes de los que se había encargado en los últimos meses y cómo
anticipaba su ascenso cuando el sheriff Connolly finalmente se jubilara. La parte
de Mercy en la conversación consistió principalmente en «Ah» y «¿En serio?» y
en el ocasional (y ciertamente falso) «¡Ja, ja, ja!»

Mientras escuchó a Nathan hablar de su trabajo, pensó en su amigo, en todas


las preguntas que le había hecho de sí misma, en cómo él había querido saber tanto
de ella como ella de él. Nathan ni siquiera había preguntado «¿Cómo estás?»

Y sí se parecía a una comadreja.

—Escucha, Merc, sé que esto ha tardado mucho en llegar, pero lamento…


bueno, haberte mentido.
El aire abandonó sus pulmones en un jadeo sin aire. El dolor y la
humillación de que la hubiera engañado aún la irritaban, pero si Nathan estaba listo
para aclarar las cosas, la alegraba dejarlo a un lado.

—Te refieres a, ¿engañarme?

Su rostro pasó del rosa al escarlata.

—Sí.

—¿Y por culparme porque te sentías solo cuando tuve que pasar tanto
tiempo cuidando a mi padre después de que casi muere?

Él asintió lentamente.

—También eso.

Mercy lo sopesó a medida que se retorcía en su asiento, nervioso e inquieto


pero serio. Podía ver que lo decía en serio. 180
—Entonces, ¿disculpa aceptada?

—Sí. Disculpa aceptada.

Se rio y se pasó las manos por el cabello rubio oscuro.

—¡Dioses, qué alivio! Todos estos meses, no sabía qué hacer o decir. No
tienes idea de lo difícil que ha sido para mí.

Mercy soltó una carcajada incrédula.

—Puede que haya tenido cierta idea.

—¡Esto es genial! ¡Otra vez juntos! ¿A qué hora debo recogerte mañana por
la noche?

—¿Mañana por la noche?

—La fiesta del Día de los Fundadores. Es una cita, ¿verdad?

Mercy se dio cuenta de que él parecía estar confundiendo su aceptación de


disculpas con una alfombra de bienvenida a su vida. La incomodidad fue tan
visceral que pareció acercar una silla y pedirse una bebida.

—Nathan, agradezco tu disculpa, pero no creo que estemos destinados a


estar juntos.
—¿De qué estás hablando? Somos geniales juntos.

—No lo somos, y mereces estar con alguien que se adapte mejor a ti.

—¿Tomamos una taza de café y ya me estás dejando otra vez?

—¿Llamaremos a esto «dejarte»?

Él arrugó la servilleta y fingió dejarla caer sobre la mesa.

—Mercy, no lo entiendo. ¿Qué más quieres de mí?

—Quiero estar con alguien que me pregunte cómo estuvo mi día, alguien
que encuentre interesante lo que tengo que decir. Quiero estar con alguien que
piense que, no sé, soy algo especial. Eso es todo.

Nathan hinchó los labios como si Mercy hubiera dicho la cosa más
irrazonable que jamás hubiese oído.

—¡Muchas gracias! —dijo ella.


181
—No estoy intentando ser malvado, pero vamos. La vida no es como esos
libros cursis que lees. La gente no se sienta a mirarse ensoñadoramente unos a
otros. Esta es la realidad, y, en la realidad, encuentras a alguien que te gusta y atrae,
y te casas y tienes una familia, y eso es todo. Es así de simple.

Mercy se hundió en la silla. Quizás Nathan tenía razón. Quizás estaba


aspirando demasiado alto y deseando demasiado. Quizás era hora de bajar el listón
y reajustar sus expectativas. No era como si la población del oeste de Bushong
estuviera repleta de hombres disponibles en general, y mucho menos de hombres
disponibles que mostraran alguna inclinación a salir con ella.

Nathan tomó su mano.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Quedamos de acuerdo para mañana por la noche?

Mercy casi dijo que sí. La palabra se equilibró en la punta de su lengua, lista
para caminar por el tablón. Pero entonces recordó algo que su amigo había escrito
en una de sus últimas cartas.

Creo firmemente que mereces un amigo más digno de ti de lo que soy en la


realidad.

Tal vez no se había presentado porque sinceramente creía que no era lo


suficientemente bueno para ella. Tal vez no había aparecido precisamente porque
pensaba que ella era algo especial. Mercy quería un hombre que pensara que ella
valía algo, y ese hombre claramente no era Nathan.

—No lo creo —le dijo. Retiró la mano y se puso de pie para irse.

—Bueno, «No lo creo» no es «No», así que voy a mantener la esperanza en


nosotros.

Mercy negó con la cabeza y se fue, preguntándose por qué se molestaría en


esperar algo que no parecía querer demasiado.

Mercy no discutió con Hart Ralston el día del guardián.

182
A la mañana siguiente de su enfrentamiento desastroso con Mercy en el
Café Little Wren, Hart yacía como una babosa en la cama implacable de su
habitación de hotel en Mayetta con las cortinas corridas, esperando a que Duckers
apareciera con su autoduck. Tenía muchas ganas de estar inconsciente y trató de
pasar la mañana durmiendo. Cuando eso no funcionó, intentó leer su préstamo
interbibliotecario más reciente, Rabble-Rouser: el gobierno federado y el primer
presidente, pero su mente seguía desviándose hacia Mercy y sus cartas entre ellos
y su asfixiante decepción. Arrojó el libro sobre la mesa auxiliar e intentó despejar
su mente de todo pensamiento, pero apagar sus pensamientos sobre él lo
transformó en un montón de emociones palpitantes, dolorosas y sin palabras,
cuando sentir algo era lo último que quería hacer.
183
La hora de salida llegó sin ninguna señal de Duckers, por lo que Hart se vio
obligado a retirarse de la cama del hotel, que se sentía más como un ataúd que
como un lugar de descanso, y esperar a su aprendiz en el Café Little Wren, el lugar
en el que menos deseaba estar. La única mesa disponible para el almuerzo era
aquella en la que Mercy se había sentado la noche anterior, esperando a un amigo
que nunca llegó. No podía soportar sentarse en la silla que él había ocupado, así
que en cambio tomó el asiento de ella, observando a la gente entrar y salir por la
puerta principal, cosa que de alguna manera fue peor. Pidió té y se obligó a tragar
un sándwich, su irritación con su aprendiz disparándose por segundos.

La campana de la puerta tintineó ante la llegada de Duckers alrededor de la


una. Su arrogancia por el restaurante indicando su felicidad imperdonable de parte
de él. ¿Cómo Duckers podía estar tan encantado con un Birdsall cuando Hart
estaba furioso con otro?

—Te ves miserable —gorjeó Duckers a medida que se sentaba en la mesa


de Hart y arrancaba el pepinillo de su plato.

—Pide tu propio almuerzo.

—Tomé un desayuno tardío de huevos benedictinos con prosciutto y un


muffin de arándanos. Hay serios beneficios en salir con un hombre que cocina. —
Duckers terminó el pepinillo y se limpió las yemas de los dedos manchadas de
vinagre sobre el mantel—. Entonces, sobre anoche…

—Me importa una mierda tu vida amorosa —dijo Hart, interrumpiéndolo


antes de darle un mordisco a un sándwich que no quería.

—Señor, no estoy hablando de mi vida amorosa. Estoy hablando de la tuya.

—No tengo una.

—¿De quién es la culpa?

—No quiero una.

—¿En serio no vas a hablar con…?

—Duckers, que los dioses me ayuden, te arrancaré las bolas si pronuncias


el nombre de esa arpía.

Hart pagó su cuenta, y su aprendiz y él condujeron a través de la maleza del


184
desierto hasta la Estación Oeste. Cuando el edificio achaparrado de adobe apareció
a la vista con la Niebla de Tanria moviéndose inquietamente detrás de él, Hart
sintió que sus hombros se relajaban. Esto era lo que necesitaba: volver al trabajo y
dejar de pensar en la pesadilla que había dejado atrás en Mayetta. Pero sus hombros
se tensaron nuevamente cuando revisó el tablero de asignaciones de la semana y
vio que a Duckers se le había asignado el puesto de control, mientras que las
palabras: Repórtese a la oficina del jefe estaban escritas junto a su nombre.

—Señor, ¿estás en problemas?

—Lo dudo mucho —le dijo a Duckers, pero fuera lo que fuera, no estaba
de humor para hacer otra cosa que no fuera su trabajo. Cinco minutos más tarde,
llamó a la puerta de la oficina, entró cuando lo llamaron y preguntó—: Alma, ¿qué
diablos?

—Y también buenas tardes para ti, alguacil.

Se dejó caer en la silla frente a ella.

—Lo siento. Jefe Maguire, ¿qué diablos?

Dobló las manos sobre una pila de papeles en su escritorio, tan engreída
como una niña con un cono de helado.

—¿Estás familiarizado con el proyecto de ley legislativo B27-TL5?


—No. ¿Debería estarlo?

—El proyecto de ley legislativo B27-TL5 se aprobó la semana pasada y


entra en vigor de inmediato. Establece que todo empleado federal que acumule
más de doscientos días de vacaciones deberá disfrutar del excedente. ¿Sabe
cuántos días de vacaciones has acumulado en los últimos diecinueve años, alguacil
Ralston, empleado federal?

Hart no tenía idea de cuántos días de vacaciones había acumulado, pero


tenía un mal presentimiento con esto.

—Bueno, tendría que revisar mis registros, pero…

Alma levantó uno de los documentos en su escritorio.

—Doscientos siete.

—¿Y?
185
—Y disfruta de tus vacaciones.

Hart era consciente de que la mayoría de la gente ansiaba tomarse unas


vacaciones, pero como siete días sin nada que hacer se extendían ante él, la palabra
misma deletreó su perdición.

—No quiero irme de vacaciones —se quejó, literalmente se quejó.

—Te aguantas. ¡Qué te diviertas!

La negación burbujeó dentro de él. Todo lo que quería hacer era perderse
en su trabajo, y ahora no tendría nada más que tiempo libre para llenarlo con
pensamientos sobre el desastre que era Mercy.

—Estás disfrutando demasiado de esto, tu cruel, cruel mujer —le dijo a


Alma impotente.

—Las vacaciones son para disfrutar. Diviértete durante una semana, ¿de
acuerdo?

Se levantó de la silla y refunfuñó:

—Genial. Gracias.

—Ah, créeme, es mi placer.


Hart salió de la oficina de Alma y caminó sin rumbo por la estación,
terminando en el estacionamiento junto a su autoduck. Tal vez unas vacaciones no
eran una idea terrible. Tal vez alejarse de la familiaridad de Tanria y Eternity (y
Mercy) y dar un paseo largo en autoduck por el mar era la mejor manera para que
él se enderezara.

Llenó el tanque de gasolina en Herington, recogió sus reservas en la


biblioteca y salió a la carretera, conduciendo hacia el oeste hasta llegar al Gran
Mar del Oeste, después de lo cual navegó por la costa durante otra hora antes de
salir a la vía marítima 95, en dirección a las Islas Interiores. Apenas hubo tráfico y
el Gran Mar del Oeste se abrió a su alrededor. Pasó su antebrazo por la ventana
abierta y dejó que el rocío del océano refrescara su piel. Si tan solo calmara el ardor
en su interior, esta emoción perniciosa que no podía nombrar con precisión.
¿Desencanto? ¿Remordimiento? Fuera lo que fuese, lo acompañó como un
invitado indeseado en su asiento de pasajero.

Llegó a la isla LeHunt a última hora de la tarde. Las playas aquí eran 186
rocosas, por lo que era la menos turística de las Islas Interiores, razón por la cual
Hart la había elegido destino vacacional a regañadientes. La mayor parte de la isla
era una reserva federal de aves acuáticas, de modo que al menos no tendría que
preocuparse por interactuar con la gente. Podría estar solo con su confusión en la
tienda que levantó tierra adentro.

Mientras se ponía el sol, caminó hasta la orilla y vio el mar entrar y salir, su
ondulación susurrada como el latido del corazón de la Madre de los Dolores. La
infinidad de agua azul grisácea le recordó la carta que le había enviado su amiga,
cómo había mirado hacia el cielo nocturno y se había sentido parte de algo más
grande que ella misma.

No fue una amiga quien escribió esa carta, se recordó con una oleada nueva
de emoción de nombre desconocido que no podía quitarse de encima.

Mercy fue a casa de su padre esa noche y tocó la llave de su madre con agua
salada con la punta de sus dedos. Hart no deseaba emularla, pero mientras
observaba las olas, entrando y saliendo, sintiéndose a la deriva en su propia piel,
hundió los dedos en el agua salada y tocó la llave de su madre sobre su corazón
dolorido.

En los días que siguieron, rondó la isla como un fantasma, deambulando


por la playa, dejando que el viento lo azotara, le despeinara el cabello y le azotara
la camisa contra la piel. Quería sentir algo, cualquier cosa, además del desánimo
que se había apoderado de él y se negaba a dejarlo ir. Intentó leer, pero no tuvo ni
la atención ni el apetito por los libros, y cuanto más se le dejó a su suerte sin su
trabajo para anclar sus pensamientos sobre él, más libre tuvo su mente para hurgar
en los lugares más oscuros en su interior. Había venido aquí para escapar de Mercy,
pero a medida que transcurrió la semana e hizo todo lo posible por alejar todos los
pensamientos de ella de su lado, terminó golpeando su recuerdo de Bill y todo el
remordimiento que lo acompañó. Intentó aferrarse a los momentos felices que pasó
con su mentor, pero a medida que se acercó la noche, fue la muerte de Bill lo que
lo carcomió en la oscuridad.

Para el día de los saberes, tenía ganas de ir… ¿a casa? Pero no tenía un
hogar. Pensó en la Niebla que se arremolinaba más allá de la Estación Oeste y se
dijo: Ese agujero de mierda es tu hogar. ¿Qué tan triste es eso? De todos modos,
ya había hecho su maleta, preparándose para conducir temprano de regreso a
Bushong, cuando un nimkilim se aclaró la garganta fuera de su tienda y anunció:

—Correo. 187
¡Una carta!, pensó Hart por instinto apenas salió, y luego su esperanza
instintiva se derrumbó cuando recordó: De Mercy.

El nimkilim, un pelícano con una camisa blanca almidonada abrió su pico


y arrancó el sobre de la pila que contenía, presentándoselo a Hart con un
movimiento eficiente de su ala. Hart estuvo tentado de averiguar qué pasaría si
rechazaba la entrega, pero la atracción magnética de una carta nueva estaba
demasiado arraigada en él para resistirse. Buscó en su bolsillo una propina, y
aceptó la carta. Las palabras Para: Un amigo estaban escritas en el frente del sobre,
como siempre, con la misma letra elegante que había llegado a apreciar.

Dejó la carta en su catre desnudo, se sentó en el otro extremo y miró


fijamente al símbolo sin abrir de su asunto pendiente con Mercy. Toda su vida era
como esta carta, una serie de despedidas que nunca sucedieron, una línea de su
pasado a su presente que podía dibujar en su mente con un bolígrafo de punta
gruesa de su madre a Bill, a Gracie, a Mercy.

No necesitaba vacaciones. Necesitaba dejar atrás el pasado de una vez por


todas.

Hart condujo hasta Bushong y se coló en Tanria, es decir, entró por el puesto
de control del norte en lugar de la Estación Oeste para que Alma no supiera lo que
estaba haciendo. No estuvo emocionado de descubrir que Saltlicker, su semental
menos favorito, había terminado en la Estación Norte y era la única montura
disponible.

—Típico —les dijo a los équidos, quienes gorgotearon en hosco acuerdo.

Cabalgó hacia el sur hasta el Sector W-43, preocupado de no poder


encontrar la tumba de Gracie después de más de cuatro años, pero resultó que
nunca pudo olvidar dónde la había enterrado. El túmulo de piedra seguía allí,
aunque no tan ordenado como lo había dejado. Al menos el desorden fue el
resultado del cambio del suelo con el tiempo, no de los carroñeros intentando
abrirse camino.

Se imaginó a su perro en su mente: sus ojos marrones líquidos, sus orejas


torcidas, su boca, una sonrisa perfilada en piel negra. Recordó la textura erizada
de su pelaje bajo su mano, la forma en que ella resoplaba en sueños, y sus lágrimas
brotaron, fuertes y rápidas. Aquí fuera, donde nadie podía verlo, las dejó volar.

—Bueno, Gracie —dijo con una risa triste y temblorosa—, antes era un 188
desastre, pero desde que me dejaste he hecho de mi vida un chiquero.

Si hubiera estado viva, se habría tirado a su lado y habría apoyado la cabeza


en su muslo y suspirado a medida que la acariciaba entre sus orejas adorables. Sacó
un pañuelo de su bolsillo y se sonó la nariz antes de acariciar las piedras sobre la
tumba de Gracie. No fue tan duro como había pensado que sería despedirse de ella,
o mejor dicho, la despedida de su perro llegó con tanto consuelo como duelo. No
anticipaba la misma catarsis para su próxima parada.

Volvió a montar en Saltlicker y cabalgó hasta la cresta que dominaba el


Sector 28, sin nada más que las palmadas y chupadas de los pies palmeados del
équido contra la tierra rosada y cubierta de musgo para hacerle compañía. Debajo
de él, la casa de campo encalada con la puerta de entrada azul se encontraba en el
centro de un manto de pastos rojizos y flores silvestres grises, la casa que nadie
más que Hart podía ver. Una vez más, docenas de almas flotaban cerca, algo que
nadie más podía ver.

Había sabido que podía ver almas humanas mucho antes de llegar a Tanria.
Cuando cumplió los ocho y vio cómo el espíritu de su abuelo abandonó su cuerpo,
supo que era diferente de una manera que era algo buena, pero en su mayoría no
tan buena. Después de eso, su madre fue todo lo que tuvo, los dos viviendo en la
vieja casa con la puerta azul en medio de Arvonia.
La misma casa que, inexplicablemente, estaba debajo de él en este campo
en medio de Tanria.

Cuando Hart tenía dieciocho, y Bill y él cruzaron este prado por primera
vez, cuando vio su propia casa aquí en Tanria, una casa que Bill no podía ver, le
contó todo a su mentor, sobre la casa y las almas. Un año después, Bill murió por
eso. Y por eso Hart estaba ahora aquí, mirando el lugar donde vio el alma de Bill
partir de su cuerpo.

Donde hizo algo más que simplemente mirar.

Hart no creía que fuera descendiente de uno de los dioses de la muerte. La


mayoría de los semidioses mostraban dones que no tenían nada que ver con su
padre divino. Alma era un ejemplo perfecto. Su madre era un espíritu del agua,
pero su don era la habilidad de encender un fuego y apagarlo nuevamente con sus
propias manos. Y, sin embargo, aunque la paternidad de Hart seguía siendo un
misterio, su don no lo era. Podía ver las almas de los difuntos, y una vez, había
visto una de esas luces, la luz de Bill, abrir la puerta de esa casa en medio del
189
Sector 28 y entrar.

Durante su tiempo con los alguaciles de Tanria, Hart había salvado muchas
vidas, pero ninguna de ellas contrarrestó lo que le había sucedido a Bill. Todo en
cuanto a Bill era un asunto pendiente, y Hart no tenía idea de cómo terminarlo. No
creía que podía. Todo lo que podía hacer era quedarse ahí y obligarse a mirar
fijamente el lugar donde su amado mentor había perdido la vida. Por Hart.

El cielo del oeste se volvió naranja, luego rosa, después índigo, pero Hart
permaneció inmóvil, reacio a dejar este lugar por una vez. Hizo piquetes al
semental, esmerándose en asegurar las riendas de modo que el idiota terco no lo
abandonara para irse en busca de agua. Luego encendió su fogata y preparó una
tetera de té negro fuerte, y calentó una lata de frijoles y comió algunos melocotones
enlatados, la misma comida que había comido con Bill innumerables veces. Se
había despedido de Gracie y al menos había intentado dejar de lado su culpa por
la muerte de Bill, aunque sin éxito. Ahora era el momento de ofrecer una despedida
más.

Se sentó sobre los talones y buscó en su mochila el paquete de cartas, atadas


con cordeles. Una relación hecha de cartas nos convierte en poco más que
muñecos de papel, había escrito una vez, y tenía razón. Su amistad no había sido
más que papel, y el papel se quemaba con facilidad. Sostuvo las cartas sobre el
fuego y estaba a punto de arrojarlas a las llamas cuando se dio cuenta de que la
última carta de Mercy seguía arrugada y sin abrir en su bolsillo.

No la leas, se dijo. Deja que se queme y listo.

Pero razonó que debería juntarla con las demás para poder arrojarlas a las
llamas a la vez. Deshizo el cordel, con la intención de hacer precisamente eso, pero
una fuerza que no estaba relacionada de ninguna manera con su cerebro hizo que
alcanzara la primera carta que Mercy le había escrito. La leyó, aunque ya sabía las
palabras de memoria.

Querido amigo,

Al parecer, existo, porque tu carta me ha encontrado, aunque no sé cómo


ni por qué.

Esta vez, se leyó diferente. Ahora oía la voz de Mercy en su cabeza, su


manera musical de hablar, la forma en que las palabras volaban arriba y abajo del 190
registro hablado como si estuviera cantando.

Leyó la siguiente carta y la siguiente, y Mercy llenó su cabeza como una


sinfonía en una sala de conciertos.

Una parte pequeña de mí quiere saber dónde trabajas, cómo te ves, cuántos
años tienes, sabes, me niego a mentirte, porque esas cosas también son parte de
quién eres.

No pudo detenerse. Era como un hombre sediento con una manguera contra
incendios. Cada carta era la voz de Mercy; las palabras de Mercy; Mercy en un
vestido amarillo; Mercy con serrín en el cabello; Mercy sosteniendo una taza de
café (una pizca de leche, sin azúcar); Mercy, que también había perdido a su
madre; Mercy, que sonreía a todos menos a él.

Tengo fe en que nuestra amistad puede existir más allá de estas cartas, a
pesar de todas las fallas y debilidades de nuestro ser de carne y hueso, así que,
quiero conocerte, conocerte mejor.

La vio sentada sola en una mesa, mirando la puerta del Café Little Wren,
esperando a un amigo que nunca apareció. Excepto que, él había aparecido. Ella
simplemente no lo había visto.

¿Acaso la había visto de verdad? Durante años, se había convencido de que


era falsa, que nadie que trabajara con los muertos para ganarse la vida podría ser
tan vivo y contento, que nadie en general podría poner tanta vida y alegría en el
mundo, pero estas cartas en sus manos eran reales, y esos hoyuelos eran reales, y
esa mujer que miraba a la muerte a los ojos, pero aun así encontraba una razón
para cantar en la bañera era real. Y quería conocerla mejor, sin importar las fallas
y debilidades de su ser de carne y hueso. Estaba empezando a creer que ella no
tenía tantas como había pensado, mientras que solo los dioses sabían que él tenía
fallas y debilidades más que suficientes para los dos.

Sacó la última carta de su bolsillo y la abrió.

Querido amigo,

Tengo algo que decirte: mi nombre es Mercy Birdsall.

Soy muy alta, y no de la manera esbelta. Tengo cabello castaño oscuro y


piel aceitunada y ojos marrones, y uso anteojos rojos. Mi color favorito es el
amarillo. Lo uso mucho.
191
Soy una sepulturera, o, al menos, lo he sido durante los últimos meses.
Pongo sal en los cuerpos y los envuelvo en tela de vela, y canto los conjuros sobre
ellos. Construyo barcos para los muertos y los envío a donde necesitan ir. Amo lo
que hago, ayudar a las almas a encontrar descanso en la Casa del Dios
Desconocido y consolar a los vivos en el proceso.

El nombre de mi padre es Roy. El nombre de mi hermana es Lilian. El


nombre de mi hermano es Zeddie. Mi cuñado es Danny. Lil está a punto de tener
un bebé, y estoy tan emocionada que apenas puedo ver bien. Los amo a todos más
que a nada en el mundo.

No sé por qué no viniste al Café Little Wren el último día del guardián, así
que ahora estoy intentando mostrarte quién soy de la única manera que sé, y
puedes decidir por ti mismo lo que piensas de mí… la verdadera yo. Porque quiero
conocer tu verdadero yo. Incluso si no podemos conocernos en persona, quiero
saber quién eres: tu nombre, qué haces, cómo te ves, qué te importa, a quién amas.

Perdóname si esto suena cruel, duro o exigente, pero si no puedes decirme


tu nombre o mostrarme tu verdadero yo, no me respondas. Porque cualquier cosa
menos no es verdadera amistad.

Sinceramente,

Mercy
P.D.: Te extraño.

Hart se quedó mirando su nombre, la forma en que se expuso, arriesgándose


al dolor y al rechazo que podría acompañarlo. ¿Tendría el coraje de pararse frente
a ella y decir: «¿Esto es lo que soy?» La perspectiva sonaba aterradora. Pero luego
leyó la posdata una vez más, y resonó dentro de él hasta que no supo si era la voz
de Mercy o la suya propia diciendo las palabras.

Te extraño.

Él la extrañaba.

Extrañaba a Mercy Birdsall, que de algún modo, milagrosamente, se había


convertido en su amiga.

Sacó una pluma y un papel de su mochila, pero lo guardó con la misma


rapidez. Mercy merecía una respuesta, y una carta ya no bastaría.

Hart esperaba dar vueltas mientras acampaba bajo las estrellas con una
192
ballesta bajo la almohada, pero durmió profundamente. A la mañana siguiente,
echó un último vistazo al campo de abajo y murmuró:

—Lo siento, Bill —antes de empacar y montar a Saltlicker hasta el portal


en la Estación Norte con el sol de la mañana y la determinación de terminar algunos
asuntos pendientes iluminando su camino.
Había una hora de viaje desde la Estación Norte hasta Eternity, así que Hart
debería haber tenido tiempo suficiente para pensar en lo que quería decirle a
Mercy. Pero para el momento en que tomó la salida, era un manojo de nervios y el
hecho de que no hubiera un lugar de estacionamiento cerca de Birdsall e Hijo no
contribuyó a tranquilizarlo. La razón de este apuro se hizo evidente cuando vio la
pancarta extendida sobre la calle principal.

El alcalde Ginsberg le invita cortésmente a celebrar

EL DÍA DE LOS FUNDADORES: ¡25 AÑOS DE ETERNITY!

¡Zoológico de mascotas! ¡Paseos en équidos marinos! ¡Cena de barbacoa!


193
¡Baile bajo las estrellas! ¡Despliegue de fuegos artificiales!

Hart maldijo su mala suerte. Si Birdsall e Hijo estaba cerrado, tendría que
esperar hasta después de su próximo turno de dos semanas para hablar con Mercy,
lo cual sonaba como un tiempo insoportablemente largo.

Se vio reflejado en el espejo retrovisor y se frotó la barba que debería


haberse afeitado esta mañana. Ya no podía hacer nada al respecto, pero al menos
podría peinarse. Hizo lo posible por ponerse presentable y salió del vehículo antes
de perder el valor.

El paseo marítimo abarrotado le hizo sentirse como una vaca en un corral


de camino al matadero. Los sonidos de los niños chillando encima de los équidos
en miniatura y los balidos de las cabras y ovejas en el zoológico de mascotas
aumentaron el efecto de ganado condenado. Apenas había dado tres pasos en
dirección a Birdsall e Hijo cuando la campana del ayuntamiento empezó a sonar y
todo el mundo a su alrededor se congeló. La cacofonía de hace unos momentos se
evaporó; todos, excepto las cabras y las ovejas, guardaron silencio.

—¿Un simulacro de drudge? ¿Ahora? —se quejó un niño desgarbado, pero


su madre le tomó la mano y lo hizo callar.

—¡No es un simulacro!
Los chillidos y los gritos procedentes de algún lugar de la calle atravesaron
el aire y los años de experiencia de Hart con los alguaciles de Tanria hicieron acto
de presencia. Corrió hacia su vehículo en busca de su cinturón y se lo puso mientras
corría hacia la conmoción.

—¡No corras! —le gritó alguien, pero no le prestó atención. Segundos


después, vio al drudge, muy deteriorado, arrastrándose por Main Street en la
siguiente manzana, dirigiéndose directamente hacia una mujer que estaba en la
acera de Birdsall e Hijo, con su falda amarilla como un faro brillante en la calle
polvorienta.

Mercy.

Se adelantó, sacando la ballesta de su cinturón. El drudge estaba a dos


metros de ella cuando hizo su primer disparo, sabiendo que las probabilidades de
acertar en su apéndice eran escasas o nulas a esa distancia. El drudge se detuvo
como si estuviera confundido. Luego volvió a centrar su atención en ella y se
acercó cojeando.
194
Dos metros.

Metro y medio.

Se lanzó.

—Por favor —rezó Hart a cualquier dios que lo escuchara y disparó.

El drudge se sacudió y se desplomó a los pies de Mercy. Hart corrió tan


rápido como le permitieron sus piernas largas mientras la luz ámbar del alma que
había poseído el cuerpo rezumaba de la herida y se elevaba hacia Tanria.

Segundos después, Hart estaba de pie sobre el cadáver, desenvainando su


estoque y clavándolo una y otra vez hasta que estuvo más que seguro de que la
cosa estaba muerta y la alejó de Mercy con el tacón de su bota. Ella permaneció
inmóvil frente a él, pero sus ojos estaban llenos de terror, clavados en los de él. La
campana siguió sonando cuando Hart dejó caer sus armas y se acercó a ella,
tomando su rostro entre sus manos temblorosas.

—¿Mercy? —Su nombre fue un sollozo en su boca.

Sus ojos se desviaron hacia el cuerpo en la calle.

—¿Te ha hecho daño? —le preguntó Hart.


Le rogó.

Ella volvió a mirarlo a los ojos y negó con la cabeza. Hart se dio cuenta de
que le estaba tocando el rostro y apartó las manos, con una mezcla turbia de
vergüenza, miedo y alivio. Se apartó de ella para ver si había más drudges sueltos,
pero Mercy se agarró frenéticamente a su brazo, como si le aterrara que la
abandonara. Él se puso rígido bajo su contacto y luego colocó lo que esperaba que
fuera una mano reconfortante sobre sus dedos helados.

—Todo está bien. Lo prometo.

Su rostro siguió estando espantosamente incoloro, pero ella asintió y lo


soltó. Él se giró hacia la calle, observando al drudge asesinado, a los curiosos
boquiabiertos y a dos ayudantes del sheriff corriendo hacia la escena. Uno de ellos
puso una mano posesiva en la parte superior del brazo de Mercy una vez que los
alcanzó y preguntó:

—¿Mercy? ¿Qué sucedió? 195


La visión de Hart se puso roja.

—¿Se hacen llamar ayudantes del sheriff? ¿Cómo demonios se las


arreglaron para dejar que un drudge se tambalee por medio de Main Street?

El segundo ayudante jadeó sobre el cadáver antes de responder.

—Nunca hemos tenido a un drudge en Eternity. Estamos a casi treinta


kilómetros de la frontera con Tanria. No sé cómo ha podido llegar hasta aquí.

El primer ayudante estaba más tranquilo y fue más profesional, pero aún
tenía la mano en el brazo de Mercy. Hart miró fijamente el punto donde la piel se
unía y sintió con fuerza que ese hombre debía dejar de tocar a Mercy. Ahora.
Apretó los dientes mientras el ayudante le explicaba la situación.

—Tuvimos un reporte de que había un drudge suelto en la granja de Clem


Crenshaw, a un kilómetro de la ciudad. Un avistamiento de un drudge suelto por
estos lares generalmente resulta ser un vagabundo o un niño haciendo una
travesura, pero siempre nos tomamos en serio este tipo de cosas.

—¡Era un drudge, allí mismo, entre las coles de Crenshaw! —interrumpió


el otro ayudante del sheriff—. ¡Muerto tan muerto como puede estar, bailando a
plena luz del día!
—Lo matamos y luego fuimos a Cunningham para organizar su recolección.
Pero destruimos el apéndice. Sé que lo hicimos.

—Obviamente, no lo hicieron —espetó Hart, con un tono tan mordaz que


le sorprendió que los hombres no estuvieran sangrando.

Para entonces, el sheriff se había abierto paso entre la multitud.

—Brewer, McDevitt, limpien esto y luego pueden ir a mi oficina para


explicar qué pasó —ordenó a sus ayudantes.

—Y el cuerpo va a Birdsall e Hijo, no a Cunningham —añadió Hart.

Vio por el rabillo del ojo que Mercy se llevaba una mano a la mejilla, y se
balanceaba sobre sus pies. La atrapó por debajo del codo antes de que sus rodillas
cedieran, ya que el ayudante del sheriff no estaba prestando atención y casi la deja
caer.

—Oye, Merciless, estás bien —le dijo suavemente.


196
—Eso… es… yo estaba… —Sus palabras sonaron como si las estuvieran
presionando a través de una aplanadora de ropa.

—Ven. Vamos a llevarte dentro.

—Yo la llevaré —ofreció el hombre que tenía la mano sobre Mercy, y Hart
deseó que hubiera dragones en Tanria para poder cortarle el brazo a ese imbécil
incompetente y dárselo de comer a uno de ellos.

—No, yo la llevaré. Tú haz tu trabajo.

El hombre se apartó, dejando a Hart libre para llevar a Mercy a su casa.

—Alguacil, va a tener que presentar un informe —llamó el sheriff tras él.

—Iré después de revisar a la señorita Birdsall.

No esperó a que le dieran permiso para escoltarla hasta la puerta principal


de Birdsall e Hijo, que afortunadamente no estaba cerrada con llave. La llevó al
vestíbulo y la depositó en uno de los sillones. Leonard saltó de la silla vecina y se
subió a su regazo.

—¿Señor Birdsall? —gritó Hart mientras empujaba al perro al suelo.


Roy Birdsall asomó la cabeza por el despacho, con los anteojos apoyados
perplejamente sobre las cejas, y Mercy rompió a llorar al verlo. Hart estuvo a punto
de arrodillarse para consolarla, pero luego recordó que no tenía derecho a hacer tal
cosa y Roy se le adelantó de todos modos, haciendo tronar sus rodillas al
arrodillarse junto a su hija.

—Pastelito, ¿qué sucedió?

Como no quería ser un intruso, Hart se dirigió a la cocina y buscó hacer algo
útil. Pudo oír cómo Mercy le contaba toda la historia a su padre en una tormenta
de sollozos mientras él ponía la tetera y rebuscaba en los armarios ordenados.
Encontró una taza, una lata de té negro, un tarro de miel y un cuenco con limones.
Era lógico que Mercy tuviera limones a mano por si se necesitaba un poco en una
taza de té o un vaso de agua para que pudiera reconfortar a alguien.

No podía borrar la imagen de ella de pie en la acera, con su falda amarilla


como un limón ondeando al viento, mientras él disparaba el segundo tiro al
momento en que pensó que ya había fallado.
197
La tetera empezó a silbar.

Contrólate, se dijo, agarrando el borde de la encimera. Cuando estuvo lo


suficientemente firme como para sacar la tetera de la estufa, vertió el agua
humeante sobre una bolsa de té, tras lo cual asomó la cabeza en el vestíbulo,
dirigiendo su mirada a Roy.

—Birdsall, ¿tiene algo de whisky?

Roy miró con culpabilidad a su hija antes de responder:

—En mi escritorio en el despacho. El cajón de abajo, al fondo.

Las manos de Hart no dejaron de temblar. Gracias a los dioses, tenía algo
útil para ocuparlas. Encontró la botella de whisky ilícito y vertió una buena
cucharada en la taza humeante de té con miel y zumo de limón que había en la
cocina, la receta de Bill para «medicina». Hart estuvo tentado de servirse dos o tres
dedos de whisky para sí mismo, pero lo pensó mejor. Mercy era la que necesitaba
consuelo en ese momento, no él.

Llevó la taza al vestíbulo y ayudó a Mercy a rodear el asa con los dedos,
asegurándose de que la tuviera bien sujeta antes de soltarla.
—Bebe, pero tómalo despacio —le aconsejó, con una voz ajena y tranquila,
que desentonaba con el ciclón que llevaba dentro.

—¡Ah! —exclamó sorprendida tras el primer trago. Hart vio cómo el color
volvió a sus mejillas y labios con cada sorbo, pero entonces tuvo que resignarse al
hecho de que ya no tenía una razón legítima para quedarse. Tendría que confesar
lo de las cartas en otro momento.

—Me quitaré de encima. ¿Estás bien?

—Sinceramente, no estoy segura —respondió Mercy débilmente. Por


primera vez en más de cuatro años, Hart vio algo más que odio en sus ojos, lo que
hizo que su pecho se hinchara con un dolor intenso, aunque extrañamente
agradable.

—Lo estarás —le aseguró y se marchó antes de que Roy sintiera la


necesidad de ponerse en pie o estrechar su mano.
198
Hart se sintió nervioso mientras se dirigía al ayuntamiento para buscar la
oficina del sheriff. Tenía que presentar un informe sobre el incidente con el drudge,
pero cada paso que lo alejó de Mercy le pareció un paso en la dirección equivocada.
Sin embargo, no había nada que hacer, así que diez minutos más tarde, estaba
sentado frente al sheriff Connolly en un escritorio metálico abollado, sacudiendo
los pies, deseando poder estar a solas con sus pensamientos durante unos minutos.
Respondió a las preguntas minuciosas del sheriff, y se sintió indeciblemente
aliviado cuando el hombre dejó por fin su bolígrafo y dijo:

—Alguacil, creo que tengo todo lo que necesito. Me pondré en contacto si


tengo más preguntas para usted.

Hart prácticamente gritó:

—Gracias —mientras se ponía en pie de un salto para escapar.

El sheriff también se puso en pie y estrechó la mano de Hart, pero no la


soltó de inmediato.

—¿Qué le parece el trabajo de alguacil?

—Es un medio de vida. —Hart miró el apretón de manos que no terminaba.

—¿Lo es? ¿Un medio de vida? Porque me parece que hay muchas muertes
y muertos involucrados. —El sheriff le soltó la mano y cuando volvió a hablar, su
tono fue desenfadado y charlatán—. Por aquí, nos ocupamos de robos pequeños,
agravios, seguridad pública, ese tipo de cosas, pero nuestro objetivo principal es el
servicio a la comunidad. Trabajamos en horarios razonables. Nuestros agentes se
van a casa al final de sus turnos, y pasan tiempo con sus amigos y familia.
¿Supongo que no considerarías un cambio de la policía federal a la local?

Así que, esto era un reclutamiento. Se sintió extraño ser cortejado, pero al
menos fue una distracción bienvenida para la confusión y el desconcierto de su
corazón.

—No se me había ocurrido —dijo Hart.

—Tu experiencia sería bienvenida aquí, y podría irte mucho peor que
establecerte en un lugar como Eternity. Piénsalo. —El sheriff le dio una palmada
en el hombro a Hart a modo de despedida amistosa.

—Lo haré. Gracias.

Para el momento en que Hart salió a la luz del sol, sus botas pisando el paseo 199
marítimo, no supo hacia dónde debía dirigirse. El hecho de que otro drudge hubiera
escapado de Tanria, probablemente a través de un portal pirata, debería haberle
inspirado a volver a la estación para investigar, además de que necesitaba
prepararse para el trabajo por la mañana. Pero tenía muchas ganas de ver a Mercy
antes de irse, quería hablar con ella una vez más, quería asegurarse de que estaba
bien. Y al leer el cartel que anunciaba la celebración del día de los Fundadores,
estaba bastante seguro de saber dónde podría encontrarla esta noche.

Una oleada repentina de náuseas se apoderó de él. Se dio la vuelta y


tambaleó de nuevo al vestíbulo del ayuntamiento, y entró a trompicones en el baño
de hombres. La manilla del grifo chirrió cuando la abrió. Metió las manos bajo el
chorro y se salpicó el rostro con agua fría hasta que se le pasaron las náuseas, y
cerró el grifo con otro chirrido oxidado. La toalla de mano que aplastó contra su
rostro olía ligeramente a lejía, pero la mantuvo allí un poco más de tiempo del
necesario, porque ya sabía lo que vería en su reflejo en el espejo sobre el lavabo.
De todos modos, colgó la toalla en su percha y se miró a los ojos. Ahí estaba, una
verdad tan evidente que bien podría haber estado pintada en su frente con letras
rojas.

Estaba inútil, ilimitada y estúpidamente enamorado de Mercy Birdsall.


Una experiencia cercana a la muerte fue todo lo que se necesitó para que la
familia de Mercy la perdonara por guardar secretos, como Zeddie ilustró cuando
abordó a su hermana en su sofá.

—¡Bájate de ella, zoquete! —lo regañó Lilian, solo para aplastar a Mercy
tan pronto como empujó a su hermano al suelo.

—Creo que se alegran de que estés viva —dijo Danny, comiendo una
rebanada del pastel de coco que Zeddie había traído.

—No estaré viva por mucho más tiempo si Lil no me quita su trasero de
embarazada de encima.
200
—¿Esa es una broma de gordos? Qué grosera.

Normalmente, la familia Birdsall se reunía en la casa de papá para una


ocasión especial, como la celebración del hecho de que Mercy no hubiera sido
asesinada por un drudge, pero hoy, todos vinieron a Mercy, apiñados en su
apartamento como sardinas en lata. Pensó en su amigo lamentando el hecho de que
estaba solo, cuando en este momento, ella no quería nada más en el mundo que
estar sola. A medida que todos los Birdsall menos Mercy comían pastel y
abarrotaban su sala pequeña con risa y conversación, ella se metió en el baño para
respirar. Lamentablemente, la próstata de papá tenía demandas, y muy pronto,
estaba llamando a la puerta y preguntando:

—Pastelito, ¿casi has terminado allí?

Al momento en que salió, Lil se acercó a ella mientras Danny y Zeddie


discutían varias formas de preparar platos con huevo.

—¿Cómo se siente que tu némesis te salvara la vida? —preguntó, arqueando


una ceja sugestivamente a medida que se metía un bocado enorme de pastel en la
boca.

—No lo he pensado mucho —mintió Mercy. De hecho, no podía pensar en


nada más. Su cerebro ahora estaba completamente dedicado a la expresión en la
cara de Hart Ralston cuando la alcanzó, la intensidad que se había dibujado en cada
línea y músculo, la forma en que había tocado sus mejillas, sus dedos calientes
contra su piel. Era como si hubiera dejado de ser Hart-ache y se hubiera convertido
en otra persona por completo.

Todo era tan desorientador.

—No creo que esté lista para la fiesta del día de los Fundadores esta noche
—le dijo a Lil.

—Pfff. Te sacará todo de la mente. La doctora Lilian lo dice.

«La doctora Lilian» fue implacablemente persuasiva, y después de media


hora de persuasión de su hermana, Mercy cedió y dejó que su familia la arrastrara
al otro lado de la calle a las festividades. Pero aunque los Birdsall llegaron en
grupo, se dispersaron rápidamente con el viento. Papá fue convocado de inmediato
para sentarse a la mesa con los hombres discutiendo sobre polo marino sin cesar.
Zeddie arrojó sus brazos alrededor de dos amigos de la escuela, y los llevó al bar.
Lilian y Danny se dirigieron directamente a la mesa del buffet, donde Danny 201
sostuvo dos platos para que su esposa pudiera amontonar una cantidad asombrosa
de pollo frito y ensalada de papas sobre ellos. Abandonada y sola, Mercy estaba
indefensa contra sus vecinos y conocidos, que la detuvieron a cada paso en el
camino hacia la mesa del buffet, rogándole que contara el ataque del drudge una y
otra vez. Si la «doctora Lilian» creyó que estar aquí esta noche le quitaría de la
mente a Mercy su experiencia cercana a la muerte, lamentablemente había
diagnosticado mal la situación.

Finalmente, Twyla Banneker acudió al rescate de Mercy, entregándole un


plato de papel cargado de comida.

—Te preguntaría cómo estás, pero sospecho que la mitad de la ciudad ya te


ha hecho contar cada detalle desgarrador de tu terrible experiencia.

—Eso resume mi noche hasta ahora.

—Envié a Frank a buscarte una bebida, y le dije que no se le permitía hablar


contigo de nada más que el clima.

—Bendita seas.

Twyla Banneker y Frank Ellis eran los jefes de policía favoritos de Mercy.
De mediana edad y con los pies en la tierra, eran socios en Tanria y vecinos en
Eternity, el tipo de mejores amigos que venían como un conjunto a juego, como si
estuvieran unidos por guiones: Twyla-y-Frank.
Mercy se dedicó a su ensalada de pasta mientras esperaba su bebida, pero
casi se atragantó con los macarrones cuando notó la forma inconfundible de Hart
Ralston acechando al borde de la reunión. Su mente entró en pánico. ¿Debería
hablar con él? ¿Agradecerle? ¿Esconderse debajo de una roca? ¿Abrazarlo? No,
definitivamente no debía abrazarlo, aunque quisiera, lo cual era extraño e
inquietante.

A medida que contemplaba cómo manejar un encuentro post-drudge con el


hombre que le había salvado la vida, vio a Zeddie avanzando hacia él. Un segundo
después, su hermano se abalanzó sobre su salvador y lo abrazó alrededor de la
cintura, y Hart se puso rígido como el asta de una bandera en el abrazo de Zeddie.

—Oh, dioses —murmuró Mercy, colocando su plato sobre una mesa


mientras su apetito corría por las colinas. Observó con horror cómo su padre y Lil
se materializaron entre la multitud para unirse a su hermano y humillarla. Lilian
apartó a Zeddie de Hart de modo que ella pudiera abrazarlo, mientras que papá
agarró la mano del alguacil y la bombeó como un gato para autos. Hart pareció 202
horrorizado, como si un grupo de drudges lo hubiera atacado en lugar de la familia
Birdsall.

Twyla se rio a carcajadas.

—Lo siento, pero la cara de Hart Ralston en este momento no tiene precio.

—Esto es tan vergonzoso, es casi físicamente doloroso.

—Bendito sea su corazón, destaca como una chaqueta de terciopelo rojo en


un funeral. No es de extrañar que nunca vaya a fiestas. Honestamente, estoy
sorprendida de verlo aquí.

Mercy no pudo soportar ver un segundo más de la escena mortificante


desarrollándose al otro lado de la celebración del día de los Fundadores, así que se
volvió hacia Twyla.

—¿Cómo es? Quiero decir, cuando está de servicio. ¿Se lleva bien con los
otros alguaciles?

—En cierto modo. No es lo que llamarías amistoso, pero es excelente en su


trabajo, del tipo que siempre te cuida la espalda. La gente lo respeta.

—Me alegra que hoy me haya cuidado la espalda —admitió Mercy. Fue un
alivio inesperado decirlo en voz alta, como admitir cometer un error.
Frank llegó y declaró:

—Qué clima tan hermoso estamos teniendo —mientras le entregaba a


Mercy un vaso de limonada, haciéndola reír a pesar de la adulación exuberante de
su familia sobre Hart.

—Gracias, Frank. Salud.

—Oh, no —dijo Twyla, frunciendo el ceño sobre el hombro de Mercy—.


Liz Brimsby viene hacia aquí. Frank, pídele que baile contigo antes de que vuelva
a acorralar a Mercy.

Frank le entregó a Twyla su bebida.

—Soy un ser humano maravilloso —le informó.

—De hecho, lo eres.

Plasmó una sonrisa en su cara e hizo la intercepción. 203


—Lizzie, querida, baila conmigo.

Liz lo tomó del brazo con una risita encantada. La mitad de la población de
más de cuarenta años de Eternity estaba enamorada de Frank Ellis y su largo
cabello negro con vetas plateadas, pero él no tenía ni idea.

—Y ahora Bob y Eugene están avanzando en esta dirección —dijo Twyla—


. Pobre cosa, son como tiburones dando vueltas a la sangre en el agua. Me
encargaré de eso. Ve a esconderte. Una vez que la gente haya tomado algunas
copas más, estoy segura de que te dejarán en paz para que puedas disfrutar de la
fiesta.

—Gracias, Twyla.

—Seguro. —Twyla se interpuso entre Mercy y dos de los chismosos más


grandes de Eternity de modo que Mercy pudiera correr—. Eugene, ¿ese es tu
famoso pastel de manzana en la mesa del buffet? Lo juro, haces la corteza más
crujiente de todas.

Mercy abandonó su limonada y fingió una carrera hacia el aseo, lo que le


permitió pasar desapercibida a los límites exteriores del parque detrás del
ayuntamiento, donde las luces de la fiesta no llegaban del todo. Se sentó en una
mesa de picnic, apoyó los pies en el banco y bebió de la serenidad de estar tranquila
y sola por el tiempo que durara.
No duró mucho, porque cinco minutos después, Hart Ralston cruzó el
parque y la encontró donde estaba sentada en las sombras. Curiosamente, él era la
única persona cuya compañía no le importaba en ese momento, a pesar de que el
aire crujía a su alrededor con una torpeza visceral.

—Hola —saludó, de pie tan alto sobre su posición sentada que


prácticamente tuvo que acostarse en la mesa de picnic para ver su rostro poco
iluminado. La altura del hombre nunca dejaba de aturdirla. Ella pensó que sabía lo
alto que era, pero luego lo veía en persona y pensaba, Madre de los Dolores, él es
alto.

—Hola —respondió, sintiéndose más como una niña torpe de catorce años
que como una mujer adulta.

Él inclinó la cabeza hacia la fiesta.

—Quería hablar contigo allí, pero no pude acercarme a ti.


204
—¿Porque la mitad de la ciudad me atacó?

—Y la otra mitad me atacó.

—La otra mitad fue mi familia. Lo siento por eso.

—No te preocupes.

Mercy sabía que debía decir algo, pero su mente no dejaba de revivir los
acontecimientos de la mañana: el drudge, la cara de Hart, la sensación de sus
manos en sus mejillas, la forma en que sus dedos se habían envuelto alrededor de
los de ella hasta que estuvo seguro de que ella sostenía la taza. No sabía qué hacer
con eso. Con él.

—De todos modos —dijo—, pensé que debía verte antes de regresar a
Tanria. Asegurarme de que estabas bien.

—Lo estoy. Gracias.

Él asintió.

—Entonces, ¿estás aquí por la fiesta? —Se estremeció internamente ante su


débil intento de hacer conversación.

—Algo así.

—Sin ofender, pero no me pareces del tipo fiestero.


No sería exacto decir que Hart sonrió, pero sus labios se elevaron y las
comisuras de sus ojos se arrugaron con patas de gallo, un indicio de que alguna
forma de felicidad o humor residía dentro de él.

—Hay una razón por la que estoy aquí y no allá —dijo.

Ella intentó sonreírle, pero salió más como una mueca. Esconderse bajo una
roca empezaba a sonar como una idea excelente.

Hart golpeó la vaina de semillas de un árbol de goma dulce con el costado


de su bota.

—Estaba en camino a verte hoy cuando el drudge te atacó.

—¿Para dejar un cuerpo?

—No. Quería disculparme por esa noche en el Café Little Wren. Fui un
idiota, y lo siento. Y fui un idiota contigo la última vez que dejé un cuerpo. Y
también la mayoría de las veces antes de eso, así que… me disculpo. Por todo eso.
205
Esta era la segunda disculpa inesperada que había recibido en las últimas
treinta y seis horas, pero a diferencia de Nathan, las disculpas de Hart no parecieron
venir con ninguna condición. Una vez más, su percepción del universo giró sobre
su eje.

—Tampoco he sido exactamente un rayo de sol contigo —admitió—.


Además, debería estar a tus pies en gratitud en este momento.

Hart jugó con la bola de goma dulce a sus pies.

—Solo estaba haciendo mi trabajo.

—Bueno, es un trabajo aterrador.

—Te acostumbras.

—Tú te acostumbras.

Se puso rígido.

—Eso no fue un insulto —enmendó Mercy—. Estoy intentando


agradecerte. Así que, gracias.

—No tienes que agradecerme. Créeme.


—Qué lástima. De todos modos, te lo agradezco. No puedo creer que hagas
eso para ganarte la vida. Definitivamente yo no podría.

—La mayoría de la gente tampoco podría hacer lo que tú haces.

Podía decir que él lo decía como un cumplido, y eso la hizo enrojecer la


cara.

—Hay algo más —su voz se cortó, como si hubiera tenido la intención de
agregar más palabras al final de la oración.

—¿Algo más? —preguntó cuando la propuesta de algo más no apareció.

—¿Te gustaría bailar? —soltó.

Ella lo miró con incredulidad, el calor de sus mejillas expandiéndose por su


cuello.

—¿Quieres bailar? —preguntó, porque estaba segura de que no lo había 206


escuchado correctamente.

—Sí.

—¿Conmigo?

—Si quieres.

—¿Quién eres y qué has hecho con mi Hart-ache?

Pateó la bola de goma dulce y la vio rebotar en el tronco de un árbol.

—Supongo que es un no.

Pero Mercy no estaba a punto de perder la oportunidad de bailar con un


hombre que era más alto que ella, especialmente uno que se había asegurado de
que no muriera ese día.

—Supusiste mal. Eso fue un sí.

Las patas de gallo reaparecieron, y Mercy sospechó que se estaba


mordiendo el interior de su mejilla para evitar sonreír, lo cual era, si estaba siendo
perfectamente honesta consigo misma, entrañable. Él extendió su mano, y ella la
tomó, deseando que su palma se abstuviera de bombear sudor en el lugar donde
estaba unida a él mientras la llevaba a las afueras de la pista de baile. No podía
recordar la última vez que un hombre la había tomado de la mano, Nathan no era
un fanático de la práctica, y había olvidado lo mucho que disfrutaba del toque de
un tendón, hueso y piel masculina.

La banda estaba tocando una canción de amor, del tipo animada, con el
ritmo de un banjo y el tintineo alegre de un piano en una tonalidad mayor y la
batería golpeando el latido de un corazón enamorado. Hart puso su mano sobre la
cintura de Mercy, firme y sólida, calentando su piel a través de la tela delgada de
su blusa, y la guio a un sencillo dos pasos, mil veces más elegante de lo que ella
hubiera esperado para un hombre de su altura. La hizo girar y la volvió hacia él, y
ahora la sostenía más cerca. Una risa conmocionada brotó de ella.

—¡Eres muy buen bailarín!

—¿Sorprendida?

—¡Bastante!

—Merciless, tal vez hay algunas cosas que no sabes de mí. 207
Giró a sus espaldas, deslizándola de mano en mano frente a él.

—¿Estoy loca o nos estamos divirtiendo ahora mismo? —se maravilló.

—En realidad, no soy del tipo divertido.

—El jurado aún está deliberando eso. ¿Sería inapropiado de mi parte


agradecerte por ser más alto que yo?

Algo parecido a una risa escapó de su boca.

—Para nada. Gracias por ser lo suficientemente alta como para poder bailar
contigo de pie en lugar de rodillas.

—¿Fue una broma? ¿Veo una sonrisa en tu rostro?

Ahora definitivamente se estaba mordiendo el interior de su mejilla.

—No.

—Tu boca se volvió hacia arriba durante medio segundo. Lo vi.

—Probablemente indigestión.

—O evidencia de alegría leve. Que alguien me entregue una bolsa de papel.


Estoy hiperventilando por el shock.
—No estás ayudando a tu argumento de «Hart Ralston es divertido».

—Entonces, demuéstrame que estoy equivocada.

Su rostro se rompió en una sonrisa tan genuina y sorprendente que, Mercy


sintió como si alguien hubiera sacudido una botella de cerveza de raíz y la hubiera
abierto dentro de ella en una explosión gaseosa. Sus ojos brillaban con travesura,
retrocedió hacia el medio de la pista de baile, sacudiendo sus caderas de lado a
lado a medida que tiraba de Mercy con él.

—¡No puedo creer lo que estoy viendo! —se rio. Y vaya, esas caderas,
pensó mientras él la hacía girar en un paso de baile.

Justo en los brazos de Nathan McDevitt.

—Calma, tigre —dijo Nathan cuando atrapó a Mercy y le dio a Hart una
sonrisa llena de tensa afabilidad, estirándose para estrecharle la mano—. Alguacil
Ralston, no tuve la oportunidad de agradecerle por salvar hoy más temprano a mi 208
chica.

—¿Tu chica? —dijo Mercy, indignada, pero ninguno de los hombres


pareció escucharla.

La sonrisa de Hart se desvaneció. No había tenido ningún problema en


poner a Nathan en su sitio por un drudge en Main Street, pero ahora que el exnovio
de Mercy había interrumpido su baile groseramente, su comportamiento vaciló
totalmente inseguro.

—Ah. Cierto. Seguro.

—Alguacil, me encargo desde aquí —le dijo Nathan, y luego llevó a Mercy
al otro lado de la pista de baile.

—¿Qué crees que estás haciendo? —protestó.

—Mercy, ¿un alguacil? No son exactamente conocidos por sus relaciones


saludables y a largo plazo.

Ella se liberó de su agarre.

—¿Qué es eso para ti? No soy «tu chica». No estamos saliendo.

—Bueno, tampoco creo que estés saliendo con Ralston, porque nunca he
visto a un hombre salir de una pista de baile tan rápido. Estoy aquí, y él se ha ido,
entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Hacer el ridículo y salir corriendo detrás de tu héroe
semidiós?

La música sonaba, y las parejas se reían y bailaban a su alrededor, pero


desde la perspectiva de Mercy, el mundo se detuvo. Recordó las palabras y
acciones de Hart en el transcurso de las últimas horas, y ninguna de ellas figuró en
el hombre que había resumido hace cuatro años. Hoy, él había venido a su rescate,
la escoltó a su casa después de que un drudge casi la mataba, le hizo una taza de té
y le pidió que bailaran cuando la encontró sola en una fiesta, después de buscarla
con el propósito específico de disculparse con ella.

Fue la disculpa lo que más la sacudió, lo que la hizo preguntarse si alguna


vez lo había tenido resuelto en absoluto. Lo había llamado arrogante el día que se
conocieron, pero un hombre arrogante se disculpaba para obtener la absolución.
Un hombre bueno admitía sus errores y no esperaba nada a cambio. Ahora Mercy
tenía un deseo ardiente de averiguar si Hart Ralston era o no un hombre bueno.

—¿Sabes qué? Correr detrás de mi héroe semidiós es exactamente lo que


209
voy a hacer —le dijo a Nathan, y lanzando la precaución al viento, salió de la pista
de baile.

—¡Pero… pero, Mercy!

—¡Y espero que no obtengas ese estúpido ascenso! —gritó sobre su hombro
mientras se iba.
Corrió hacia Main Street, el repicar de sus tacones haciéndose más fuerte a
medida que se alejó del ruido de la fiesta, hasta que se detuvo en el paseo marítimo
y vio la silueta sombría y larguirucha de Hart. Cuesta arriba. Por supuesto.

—Hombre exasperante —murmuró mientras subía por el paseo marítimo,


patéticamente sin aliento en cuestión de segundos.

Él se giró hacia el sonido de sus zapatos, pero cuando ella lo alcanzó,


respiraba con demasiada dificultad para hablar.

—¿Qué ocurre? —preguntó, y Mercy vislumbró la preocupación y la


alarma que había visto cuando él tomó su rostro entre sus manos después de matar 210
al drudge esa mañana.

—¿Qué ocurre? —Lanzó sus manos al aire y jadeó—. ¿Me rescataste de un


drudge, pero me abandonaste en la pista de baile con esa comadreja?

—Pensé que era tu novio.

—Exnovio.

—Ah. —Consideró esto—. Se parece a una comadreja.

—Es una comadreja.

—Lo siento. —Hart se metió los puños en los bolsillos, y su expresión se


tornó tan culpable como la de Leonard esa vez que logró subirse a la encimera de
la cocina y comerse los dos últimos bombones de lujo que quedaban en la caja que
papá le había regalado por su vigésimo noveno cumpleaños.

—¿Qué está sucediendo aquí? En un minuto me odias a muerte, y al minuto


siguiente, estás bailando conmigo como si fuéramos… —Agitó la mano hacia él
como si cualquier cosa que quisiera estuviera escrito en la parte delantera de su
camisa—. ¿Por qué estás siendo amable conmigo de repente?

—Tal vez la mejor pregunta para hacer es, ¿por qué fuimos tan malos el uno
con el otro para empezar?
—¡No sé! —Su voz fue tan aguda que un perro ladró a lo lejos.

Hart frunció el ceño ante las puntas de sus botas, y aunque Mercy no sabía
exactamente qué pretendía hacer una vez que lo hubiera alcanzado, estaba bastante
segura de que no era esto. Intentó una táctica más pacífica.

—¿Te gusta el pastel?

Hart parpadeó hacia ella.

—¿Pastel?

—Pastel de coco.

—¿Sí? —respondió dudoso.

—Oh, dioses. Tenía miedo de que fueras uno de esos hombres horribles que
no les gusta el dulce y nunca comen postres.

—Soy horrible, pero me gusta el pastel.


211
Mercy se agarró la falda, como si el algodón pudiera infundirle valentía.

—¿Te gustaría un trozo de pastel de coco?

—¿Es una pregunta hipotética?

—No, hay un pastel de coco literal esperándome en casa. Zeddie me lo trajo


para animarme esta tarde, y aún no he comido ni un trozo.

—¿Me estás invitando a un pastel?

—Sí.

—¿Ahora?

—Sí. —La pobre falda de Mercy iba a estar tan arrugada como su tía abuela
Hester cuando terminara con ella.

La tímida reticencia de Hart hizo que generara cosas inexplicablemente


agitadas detrás del esternón de Mercy.

—Está bien —dijo él, y el aleteo dentro del pecho de Mercy estalló en
aplausos.

Caminaron media cuadra en silencio. El escalofrío de «¿me besará en la


puerta?» de una primera cita flotando a su alrededor, cuando, obviamente, esto
nunca había sido y nunca sería una cita, y el punto era que él de todos modos
entrara para un trozo de pastel inofensivo.

—¿Dónde aprendiste a bailar así? —le preguntó Mercy.

—Mi mamá.

Mercy apretó los labios contra el impulso de reír.

—¿Qué? ¿Pensaste que las Tres Madres me arrojaron a la tierra,


completamente formado?

—¿Más o menos?

Otra de esas ráfagas de risa escapó de la boca de Hart, haciendo que el


aplauso revoloteando en su pecho se convirtiera en una ovación de pie.

—¿Eres cercano a tu mamá?

—Era.
212
Los aplausos murieron.

—Lo siento.

—Está bien. No lo sabías.

Llegaron a Birdsall e Hijo, y Mercy se apresuró a abrir la puerta antes de


que la rareza incómoda del beso en la puerta principal se volviera más extraña.

—Necesito dejar salir a Leonard. Prepárate.

—Debidamente anotado —dijo, con un sentido del humor cada vez más
embriagador entrelazando sus palabras. Cruzó el umbral, un acto que a Mercy le
pareció íntimo, el movimiento de fuera hacia dentro. Por supuesto, era el vestíbulo
de un negocio, pero se sintió mareada cuando lo vio colgar su sombrero en el
perchero y pasar una mano a través su cabello para arreglarlo.

Mercy, es un trozo de pastel inocente, se recordó mientras subía las


escaleras con sus tacones pequeños y abría la puerta de su apartamento. Leonard
salió disparado, sus patas golpeando los peldaños de la escalera. Mercy arregló el
pastel, dos platos, dos tenedores y dos servilletas entre sus brazos y bajó las
escaleras a tiempo para ver a Leonard corriendo en círculos emocionado alrededor
de su invitado. Sin molestarse, Hart le dio al perro la amplia sonrisa que Mercy
había estado intentando sonsacarle durante los últimos diez minutos a medida que
atrapaba a Leonard y apretaba la cara del perro.

—No estoy segura de cuál de ustedes está más emocionado —dijo. Dejó
salir a Leonard por la puerta principal, y Hart se paró a su lado, su presencia como
un horno, el calor de su cuerpo irradiando de él. Mercy resistió el impulso de
abanicarse cuando Leonard terminó su trabajo, entró al trote y se acomodó en uno
de los sillones de terciopelo verde. Cortó dos rebanadas de pastel, colocó un plato
en el lado de los clientes en el mostrador para Hart y se movió detrás de él con su
propia rebanada para mirarlo de frente mientras comían. Se enderezó después de
su primer bocado.

—¿Zeddie hizo esto?

—Impactante, ¿no? Consiguió una pasantía en un restaurante elegante en


Argentine. Va a ser chef.

Hart entrecerró los ojos confundido. 213


—¿Qué pasa con Birdsall e Hijo?

—Curtis Cunningham se ha ofrecido a comprarnos. Creo que papá lo


aceptará.

—¿Pero qué hay de ti?

Su preocupación por ella envió un zumbido eléctrico de gratitud rebotando


en su interior como una bola de pinball.

—Efectivamente. Gracias por preguntar. Porque ¿sabes qué? Eres la única


persona que ha hecho esa pregunta: «Mercy, ¿qué hay de ti?» —Negó con la
cabeza y raspó un poco de glaseado en su tenedor—. Papá, Zeddie y Lil siguen
diciendo que esto es lo mejor para mí y que es hora de que siga con mi vida. Pero
no quiero. Admito que dirigir la oficina no es mi carrera ideal, pero me encanta
construir barcos. Me encanta realizar los ritos funerarios. Me encanta poder brindar
una sensación de paz y cierre a las familias en duelo. Me encanta ser una
empresaria de pompas fúnebres.

—Entonces, ¿por qué no puedes hacer eso?

—El emprendimiento siempre ha pasado de padre a hijo, no de padre a hija.


Además, no hay nadie más que pueda dirigir la oficina. Así que, si Zeddie no quiere
ser un sepulturero, y mi hermana y su esposo ya no van a hacer entregas, eso es
todo. Se acabó. Y no es que haya otro empresario de pompas fúnebres que vaya a
contratar a una mujer, especialmente una que no ha ido a una escuela de oficios.

Mercy dejó el tenedor en el plato derrotada. Esta era la primera vez que
lograba articular qué era exactamente lo que le molestaba de vender el negocio, y
la dejó con una tristeza que se instaló en sus huesos. Estaba agradecida de que Hart
no intentara engatusarla. Él solo la miró, esperando que continuara.

—Papá merece retirarse, y Zeddie no debería tener que renunciar a su


pasión por una carrera que no quiere. Lilian y Danny tienen sus propias vidas que
vivir. Ni en un millón de años esperaría que ninguno de ellos renunciara a sus
esperanzas y sueños por mí. Pero toda mi vida, he hecho lo que es mejor para los
demás, y nunca me importó ni le envidié nada a mi familia. Ahora, por una vez,
hay algo que quiero y siento que no hay nadie en mi esquina.

Hart comió un bocado rumiante de pastel de coco.

—Lo siento. Esa es una situación de mierda. 214


—Lo es. Gracias.

—Soy conocido por mi elocuencia.

Mercy se echó a reír, y una sonrisa sincera se extendió por las líneas severas
del rostro de Hart en respuesta, haciendo que sus ojos pálidos se iluminaran.
Siempre había pensado en esos ojos como fríos y reptilianos, pero aquí, a la luz de
gas del vestíbulo, todo en él se suavizó y calentó. A medida que miraba sus ojos
extraños, se murió por hacerle una pregunta que no era de su incumbencia.

Cortó otro bocado de su postre cada vez más pequeño con el borde de su
tenedor.

—Te mueres por preguntarme qué dios es mi padre, pero no sabes cómo
expresarlo sin ser grosera.

Mercy se alegró de que su tez no se prestara a sonrojarse.

—¿Cómo supiste?

—Tienes cara de ¿Qué Dios es? Lo he visto un millón de veces.

—Lo siento.

Hart se encogió de hombros ante su vergüenza.


—Está bien. La respuesta es que, no tengo ni idea. Le dijo a mi madre que
se llamaba Jeff.

—¿Jeff?

—Jeff. —Una comisura de la boca de Hart se desvió hacia el cielo con


ironía.

—Eso no parece muy… divino.

—Abandonó a mi madre. Eso tampoco parece muy divino.

Su tono fue ligero, pero Mercy sintió que su vida como semidiós, con gente
mirándolo boquiabierta y queriendo saber si tenía algún poder especial,
ciertamente no lo era.

—No hice esa pregunta en voz alta y, sin embargo, igual metí la pata —
dijo.
215
—Claro que sí.

Esa sonrisa de una esquina hacia arriba estaba empezando a marearla.

—Bueno, ya tengo un pie dentro, así que, bien puedo meter el otro. —
Apoyó los codos en el mostrador y se inclinó, e incluso en la penumbra, pudo ver
que sus mejillas se sonrojaban.

—¿Mortal o inmortal? —adivinó él.

—¿Lees la mente?

—No sé. Si soy mortal o…

—¿En serio?

—Solo hay una forma de averiguarlo. —Una vez más, su tono fue a la
ligera, pero sus ojos no tenían fondo.

Mercy intentó envolver su cerebro alrededor de la idea de la inmortalidad.

—Entonces, no tienes idea si vas a vivir para siempre a menos que…

—Eso lo cubre prácticamente. Dicen que todo llega a su fin excepto el Dios
Desconocido, si crees en ese tipo de cosas, pero un eón es mucho tiempo, así que…
—Tenía una pequeña mancha de glaseado pegada en una comisura de su boca, y
eso hizo que pareciese tan humano y vulnerable.
—Eso debe ser solitario.

—Supongo.

—Lo siento. Me expresé mal. Quiero decir…

Mercy se inclinó sobre el mostrador para tocar su muñeca, el lugar donde la


piel desnuda asomaba por debajo de su manga, y podría haber jurado que una
chispa saltó al contacto, como pedernal golpeando acero. Resistió el impulso de
apartar la mano cuando habló:

—Todos los días me enfrento a mi propia mortalidad. Puedo comprar una


blusa fabulosa de un catálogo de pedidos por correo, preparar una cena terrible e
irme a la cama con una buena novela romántica, pero cuando envío a los muertos
a navegar por el Mar Salado, sé que la blusa nueva y esa cena terrible y una buena
novela romántica no significarán nada cuando me haya ido. Y honestamente, es un
consuelo. Es algo que me une a todos los que me rodean, sin importar quiénes sean.
La mayoría de las personas se protegen de la muerte, pero eso no cambia el hecho 216
de que todos estamos unidos por este único hilo. Pero tú…

Enrolló la servilleta entre los dedos.

—Continúa.

—Eso es todo, ¿no? Podrías seguir y seguir, y todas las personas que
conocerás o amarás envejecerán y morirán, pero tú seguirás aquí. Sería como leer
un libro que no termina. Por muy buena que sea la historia, querrás que termine en
algún momento. Para todos los demás, la muerte es una cuestión de cuándo, no de
si, pero para ti es todo lo contrario: si, no cuándo.

Él finalmente encontró su mirada, su rostro abierto, y vio que mientras la


mayoría de la gente tenía miedo de morir, Hart Ralston tenía miedo de vivir.

—Gracias —dijo él.

—¿Por qué?

—Por comprenderlo.

Se miraron entre sí a través del mostrador, y Mercy pensó que en realidad


podría besarla. Su respiración se detuvo ante el pensamiento, y sus labios se
hincharon con expectativa.

Pero, ¿quería que Hart la besara?


Al momento en que pensó la pregunta, la respuesta llegó rugiendo desde
cada rincón y grieta de su ser: Sí, por favor, queridos dioses, sí.

Sus ojos se posaron en el lugar donde las yemas de los dedos de ella tocaban
su muñeca, y Mercy apartó la mano, como si él no se hubiera dado cuenta de que
lo había tocado alguna vez, cuando el calor de su piel aún cantaba en las yemas de
sus dedos.

—A propósito. ¿Haces cenas terribles? —le preguntó a ella.

Humor. Gracias al Embaucador por el humor.

—Solo cuando cocino.

Él la recompensó con la sonrisa de una esquina, y las patas de gallo.

—Entonces, menos mal que Zeddie va a ser chef.

—En serio. 217


—Bueno, mis felicitaciones para él por el pastel. —Se quedó mirando su
plato vacío, y Mercy comprendió que ya no había ninguna razón para que se
quedara—. Probablemente debería irme. Mañana tengo turno temprano.

—¿En el día de todos los dioses?

—Los drudges y los cazadores furtivos no son muy exigentes con los días
de la semana.

—Claro.

Fue al perchero a buscar su sombrero, y Mercy salió de detrás del mostrador


para acompañarlo hasta la puerta. Había algo que crecía y cambiaba entre ellos,
tan frágil como el cristal, y a Mercy le preocupaba que si él se iba ahora, se
rompería irremediablemente, pero su mente terminó vacía, incapaz de pensar en
una sola excusa para mantenerlo allí.

—Merciless, gracias por invitarme a entrar. —El apodo sonó más cariñoso
que insultante.

—Hart-ache, gracias por comer pastel conmigo.

Se paró en la puerta, aferrando el ala de su sombrero, pareciendo como si


tuviera algo más que decir, y sin embargo su boca permaneció en silencio.
—Espera, tienes un poco de glaseado ahí —le dijo Mercy, indicando la
mancha en su propia boca.

Se limpió la esquina equivocada con la yema del pulgar, y la combinación


de su vergüenza y tocarse los labios con el pulgar fue lo más sexy que Mercy
hubiera visto en su vida.

—No, del otro lado —murmuró, hipnotizada por su boca.

—Todo esto es parte de mi encanto elegante —le dijo una vez que estuvo
libre de glaseado.

—Sí, exactamente lo que estaba pensando.

Se dio cuenta de que él también estaba mirando sus labios, y se sintió como
si estuviera de pie sobre el quemador de una estufa con las llamas lamiendo a su
alrededor.

—Bueno. Gracias de nuevo. —Se acercó a la puerta con la mano en el


218
pomo.

—¿Hart?

Era la primera vez que lo llamaba por su nombre a la cara sin agregar el
«ache» al final. Estaban de pie tan cerca del otro que ella podía ver su pecho
moverse pesado a medida que respiraba.

—¿Sí?

—Creo que estoy a punto de hacer algo estúpido.

—De acuerdo.

Mercy se puso de puntillas y besó la comisura de su boca en el lugar exacto


donde había estado el glaseado. Luego se apartó y lo observó mientras él la miraba
boquiabierto y no decía nada, y su silencio gritaba a su alrededor hasta que no pudo
soportarlo más.

—¿Y bien? Di algo.

—Sigo esperando que hagas algo estúpido.

El corazón de Mercy se disparó como un corcho de champán cuando Hart


se inclinó hacia ella, aun agarrando su sombrero.
—Puedo…

—Sí, por favor.

Se demoró a unos centímetros de su cara, como si necesitara armarse de


valor, antes de presionar un suave beso dulce en sus labios. Terminó demasiado
pronto, pero luego escuchó que su sombrero golpeó el suelo cuando él se acercó a
ella con ambas manos, sus dedos extendiéndose contra sus mejillas y besándola de
nuevo, sus labios deslizándose contra los de ella, sensual y saboreando. Se quitó
los anteojos y los dejó colgar de la punta de sus dedos a tiempo para que él abriera
aún más el beso, su lengua aterciopelada y con sabor a azúcar y coco. Le rodeó el
cuello con los brazos y lo presionó entre su cuerpo y la puerta, y los dedos de sus
pies se curvaron cuando él emitió un sonido gutural e impotente que reverberó a
través de su pecho y vibró en el de ella. La atrajo más cerca, su cuerpo celestial
dondequiera que tocaran.

Mercy nunca en su vida había experimentado un beso tan maravilloso que


no pudiera sostenerse sobre sus propios pies, pero ahora Hart Ralston la estaba
219
besando, y ella colgaba de sus brazos como una muñeca de trapo. Le chupó el labio
inferior en la boca y lo mordió, no lo suficientemente fuerte como para sacar sangre
pero con la fuerza suficiente para enviar un mensaje urgente directamente a la
tensión creciente entre sus piernas.

Sus labios se separaron y Mercy tomó aire a medida que miraba las pupilas
enormes y desenfocadas de Hart.

—Lo siento —jadeó—. Eso fue… no debí haber…

Pero Mercy no quería sus disculpas. Quería que él se sintiera tan desatado,
embriagado y entusiasta como ella. Lo besó nuevamente, esta vez con una
profundidad y una ternura que pusieron una parte de su propia vulnerabilidad en
juego como un desafío. El movimiento decadente de sus labios contra los de ella,
las caricias suaves de sus manos en su espalda, el aumento brusco de su excitación
contra su muslo indicaron claramente que ella había hecho su punto.

Interrumpió el beso para susurrar:

—Ven arriba.
Arriba.

Arriba significaba el apartamento de Mercy, la cama de Mercy, el cuerpo


desnudo de Mercy pegado al suyo. Sus pechos, sus caderas, la piel tersa de sus
muslos y la dulce promesa anidada entre ellos. Significaba su cuerpo, su corazón,
su fragilidad dolorosa ofrecida y puesta al descubierto ante ella.

Ella esperó su respuesta. Sin los anteojos puestos, su rostro parecía expuesto
e indefenso.

Necesitaba contarle de las cartas, pero ¿cómo podía confesarlo ahora,


cuando ella lo quería a él (no a sus cartas) a él, exactamente como era?
220
Su cabello estaba revuelto, con rizos oscuros cayendo alrededor de su
cuello. Enrolló un mechón alrededor de su dedo y se deleitó con la sensación de la
gruesa textura sedosa contra su piel.

—¿Estás absolutamente segura de esto? —le preguntó, en voz baja como si


pudiera romper el momento, si hablaba demasiado alto, empujaba demasiado lejos,
pedía demasiado.

Ella pronunció su respuesta contra sus labios.

—Sí. Mucho.

Presionó su frente contra la de ella, y como sería absurdo decirle que la


amaba, vertió todo lo que sentía en una sola palabra:

—Mercy.

Y entonces se estaban besando una vez más, su cuerpo presionando el de él


contra la puerta, y su erección exultante respondiendo. Sus labios recorrieron un
camino indulgente por su cuello, siguiendo sus dedos a medida que desabrochaba
los botones diminutos de su blusa, uno por uno, revelando un sujetador de raso
azul liso, una prenda interior que era más práctica que atractiva, pero en lo que a
Hart se refería, era un millón de veces más sexy que todo el encaje del mundo.
Besó su camino a lo largo de la línea donde las copas se encontraban con la piel,
dejando un rastro de calor y deseo en la parte superior de sus pechos.

Ella tomó su rostro entre sus manos y acercó sus labios a los de ella,
sonriendo contra su boca.

—Arriba —dijo, y esta vez, no fue una pregunta. Entrelazó sus dedos con
los de él y lo llevó escaleras arriba mientras sus anteojos colgaban de su otra mano.
Estaban a cinco pasos de la puerta del apartamento cuando Hart no pudo soportarlo
y se acercó a ella, sus manos se deslizaron por su trasero, atrayéndola hacia él a
medida que la besaba una y otra vez, sus nudillos rozando la barandilla detrás de
ella en la escalera estrecha—. Ya casi llegamos arriba —se rio.

—Está muy lejos. —Pronunció las palabras contra la cálida piel salada de
su cuello.

—Lo lograrás.
221
Él no estaba tan seguro, pero ella logró arrastrarlo al apartamento.

Leonard entró en la sala detrás de ellos, acomodándose en un mueble que


Hart no se molestó en notar, no con Mercy delante de él, quitándose los zapatos,
iluminada por la luz de una sola lámpara, su blusa abierta, sus grandes ojos oscuros,
su labio inferior carnoso apretado nerviosamente entre sus dientes. Ahora que
estaba de pie en su apartamento, su casa, también se sintió tímido y nervioso.

Asintió hacia los anteojos en su mano.

—¿Puedes ver sin esos?

—Solo cosas que están cerca.

Él se inclinó, a centímetros de su cara.

—¿Cuán cerca?

—Mmm. Más cerca.

Era tan alta que él apenas tuvo que inclinar la cabeza para que sus labios
quedaran a centímetros por encima de los de ella. Fue terriblemente satisfactorio.

—¿Ahora?

—No exactamente. —Se puso de puntillas y sus labios rozaron los de él,
ligeros como una pluma—. Ahí.
Hart fue como una cerilla, y ese beso lo envió volando a través del golpe
para prenderlo fuego. Tuvo el recurso suficiente para tomar los anteojos de su
mano y colocarlos con cuidado en la superficie más cercana; de nuevo, solo tenía
una comprensión mínima de su entorno físico con el escote desnudo de Mercy
eclipsando todo lo demás en la habitación como un faro de esperanza en un mundo
de oscuridad antes de soltarse y besarla como si el aire no fuera necesario para su
supervivencia.

Sus manos vagaron de desear en querer: la redondez de sus caderas, la curva


de su trasero, el valle de su cintura, la (¿por qué-hay-aún-ropa-aquí?) tentación de
sus pechos aún no desnudos. Cuando le quitó la blusa y desabrochó el sujetador,
ella intentó quitarle la camisa, pero estaba demasiado ocupado con la perfección
de sus pechos desnudos para ayudarla.

—¿Te quitarías esto? —exigió ella, exasperada, tirando de su manga.

—Estoy un poco ocupado en este momento —murmuró contra su piel a


medida que deslizaba sus labios hacia su seno izquierdo. Se metió la punta marrón
222
rosácea en la boca, con la mente en blanco del deseo puro. Ella jadeó y enterró sus
dedos en su cabello y lo apretó contra ella, y honestamente por los dioses, nunca
había estado tan excitado en su vida.

—Quítate la ropa antes de que te estrangule —dijo Mercy con una ronquera
que hizo que la erección de Hart se levantara aún más y vitoreara.

Masajeó la plenitud de un seno con la mano, sintiendo el pezón como un


guijarro contra su pulgar, mientras pasaba la lengua por la parte inferior suave y
pesada del otro. Ella gimió, y Hart se embriagó con el sonido de su placer.

—Jodidamente magnífico —susurró antes de besar su camino por la piel


aterciopelada de su estómago hasta que se arrodilló ante ella, desabrochándole la
falda y enviándola en cascada al suelo. Le desabrochó las medias del liguero y las
desenrolló lentamente por sus largas piernas tonificadas, disfrutando del sonido de
su respiración entrecortada.

—No son muy sexis —dijo como si necesitara disculparse.

Las palabras no y sexy combinadas no tenían sentido en el cerebro


empañado por el sexo de Hart. Observó la extensión de satén rosa pálido que se
extendía sobre el abdomen de Mercy y la banda estrecha de encaje delicado en su
cintura uniéndose en el medio con un lazo pequeño, como si Mercy fuera un regalo
que tenía que desenvolver. La miró confundido.
—¿Qué no es sexy?

—Las bragas aburridas. Si hubiera tenido idea de que esto iba a suceder esta
noche, me habría puesto algo más diminuto.

—Podrías usar una bolsa de papel. Mientras te lo quites, eso es todo lo que
me importa.

Y para demostrar que hablaba en serio, le quitó lo último de la ropa interior,


ayudándola a quitársela mientras sus ojos absorbían su desnudez. Besó su ombligo,
la punta de su lengua sumergiéndose en la depresión. Luego arrastró los labios y
la lengua hacia abajo lentamente, disfrutando de la anticipación antes de llegar a
su destino.

Mercy jadeó.

—No tienes que hacerlo si no quieres.

Y de nuevo, la miró con asombro.


223
—No hay nada que literalmente prefiera estar haciendo. ¿Puedo?

—Está bien —respondió con una sonrisa que logró ser tímida y lasciva a la
vez. Él obedeció, saboreándola y absorbiendo los gemidos de su aprobación como
buena tierra bebiendo la lluvia.

Ella tiró de su cabello y él obedeció, rozando sus dientes por su cuerpo hasta
que su boca encontró la de ella. Se alejó lo suficiente como para sugerir:

—¿Quizás en el dormitorio? —Con un movimiento de cabeza hacia una


puerta oscura mientras lo acariciaba sobre la tela gruesa de su peto. El deseo lo
atravesó, tan fuerte que su visión se volvió blanca.

—¿Quieres entrar allí con tus propios pies, o quieres que te cuelgue sobre
mi hombro y te lleve adentro?

Los bonitos ojos de Mercy se iluminaron, y corrió hacia el dormitorio. Él la


persiguió, riéndose cuando la alcanzó junto a la cama, y la atrajo a sus brazos.
Mantuvo su boca sobre la de ella tanto como pudo a medida que se quitaba la ropa
al mismo tiempo. Se apretó contra él, su desnudez presionada contra la longitud
de él, su cuerpo encajando en su cuerpo. Dejó a un lado la creencia persistente de
que esto no duraría, no podría durar. Todo lo que quería pensar era en la perfección
de este momento en el tiempo. Lo tomó de las manos y lo atrajo hacia ella sobre
el colchón y lo besó con fuerza, y él también la besó, sus cuerpos enredándose
entre sí, moviéndose al ritmo.

—Dime lo que te gusta —susurró.

—Todo. Todo lo que estás haciendo —respondió ella sin aliento.

Se tocaron, acariciaron, besaron y mordisquearon. Él se movió detrás de


ella y enroscó su cuerpo a su alrededor y deslizó su mano entre sus piernas,
haciéndola inhalar bruscamente y corcovear contra él.

—Muéstrame qué hacer —dijo él contra la piel suave detrás de su oreja, y


movió su mano sobre la de él, guiándolo al ritmo que le gustaba, la presión, los
lugares que se sentían mejor. Su respiración se volvió irregular cuando sus dedos
trabajaron juntos. Mercy enterró su trasero más y más profundamente en la
necesidad palpitante de Hart, y él casi se desbordó cuando sintió su liberación, su
cuerpo convulsionándose en oleadas contra él.
224
Se dio la vuelta para quedar frente a él, y se estiró entre ellos para tomarlo
en su mano. Un grito de felicidad salvaje escapó de su garganta.

—Te lo mereces —le dijo ella, su mano obrando milagros.

—Más de esto y voy a rogar por misericordia —dijo Hart con voz áspera.

—Ah, me gusta cómo suena eso. —Ella lo besó, trazando su lengua contra
sus dientes.

—Tengo un condón en mi billetera.

—Demasiado lejos. —Pasó junto a él para buscar a tientas en el cajón de su


mesita de noche, y Hart usó la abertura para prodigar sus senos con la atención que
merecían. Ella gimió mientras rasgaba el paquete de aluminio—. ¿Te lo puedo
poner? —preguntó.

—Dioses, no. Si me vuelves a tocar, saldré disparado como un espectáculo


de fuegos artificiales. —Le arrebató el condón de la mano y lo desenrolló con
cuidado por su eje a punto de detonar.

Sin previo aviso, una explosión cortó el aire. Hart y Mercy se sobresaltaron
cuando los primeros fuegos artificiales de la fiesta del día de los Fundadores
enviaron chispas rojas a través del cielo nocturno más allá de la ventana del
dormitorio. Cuando sus ojos se encontraron, estallaron en carcajadas.
—Hágame ver fuegos artificiales, alguacil Ralston —lo desafió Mercy,
golpeando su pierna con el pie a medida que sus risas se apagaban, y Hart se sintió
repentinamente inseguro.

—¿Cómo deberíamos…?

Mercy se tumbó boca arriba en respuesta, su cabello suelto esparciendo


sombras oscuras sobre la pálida funda de la almohada mientras abría las piernas
para él, un gesto tan confiado e íntimo que Hart sintió ganas de llorar.

—¿Estás segura? —preguntó, su voz ronca—. No quiero aplastarte.

—Hart-ache, soy una niña grande. Soy difícil de romper.

Se preguntó si ella sabía cuán cierta era esa afirmación. Hart era el frágil,
mientras que ella era fuerte en todos los sentidos que importaban.

Se quitó la cadena del cuello (no quería golpear a Mercy en la cara con las
llaves) y la colocó sobre la mesa junto a la cama. Se colocó encima de ella, la besó
225
suavemente y acarició la línea de su mandíbula antes de deslizarse dentro de ella,
deteniéndose una vez que estuvo dentro para grabar la sensación en su memoria.
Entonces se movió, y ella se movió con él, una danza de dos cuerpos. Los fuegos
artificiales estallaron en lo alto, sin ser escuchados, hasta que Hart finalmente se
liberó y perdió dentro de ella.
Mercy sacó una camiseta inmensa y ropa interior limpia de su tocador antes
de correr al baño. Una cosa era tener sexo espontáneo con un hombre que apenas
conocía; otra cosa era que él viera su cuerpo desnudo después de que se hubiera
quitado las lentes de la lujuria. Se aseó, se puso la camisita y las bragas, y miró su
reflejo mientras se cepillaba los dientes. Sus labios estaban hinchados, su cabello
era un desastre. Lo bajó y cepilló, maravillándose de la cara en el espejo de la
mujer que acababa de tener relaciones sexuales alucinantes con Hart Ralston.

Sé que te pedí que abrieras una ventana, pero guau, oró al Guardián. Tras
una mayor consideración, agregó: ¿Gracias? ¿Creo?
226
El recuerdo de la lengua de Hart llenándola de atención quemó a través de
su cuerpo.

Gracias, le dijo al Guardián, más definitivamente.

Escuchó a Hart moverse en la habitación de al lado. Basándose en su


experiencia con otros hombres, incluido Nathan, esperaba encontrarlo vestido y
listo para cuando saliera del baño, de modo que se sorprendió al verlo sentado en
el borde de la cama, usando nada más que su bóxer, su camiseta y las llaves que se
había quitado antes de que él…

Antes de que te follara hasta que estuvieras aullando su nombre, le


suministró su memoria.

Apagó la luz del baño, pero permaneció dentro del marco de la puerta,
apoyada contra la jamba.

—¿Te quedas? —preguntó, yendo directamente al grano.

—¿Quieres que me quede?

—La mayoría de la gente no se siente cómoda aquí.

—¿Por qué?

—Hay un pozo lleno de cadáveres en el sótano.


—¿Los cadáveres suelen llamar a la puerta en medio de la noche?

Se rio nerviosamente.

—Por lo general no.

—Mi viejo mentor solía decirme que «hay que temer más de los vivos que
de los muertos». —Tragó tan fuerte que pudo escucharlo al otro lado de la
habitación, y se dio cuenta de que se sentía tan expuesto y tímido como ella—. Me
gustaría quedarme, si quieres que lo haga.

—Lo hago.

—Entonces, me quedaré.

Él se acomodó hacia atrás para darle espacio. Ella se metió en la cama a su


lado, pero se estremeció cuando la alcanzó.

—Está bien. No tienes que hacerlo. 227


Él también se estremeció, como si fuera un colegial a punto de recibir un
golpe en la mano por parte de la regla del maestro.

—¿No tengo que hacer qué?

—Abrazarme.

Se apoyó en el codo y la estudió.

—¿Con qué tipo de imbéciles has estado saliendo?

—Imbéciles muy grandes. Esta noche conociste a uno.

—Son comadrejas, todos ellos. ¿Qué te gustaría hacer?

—Me gustaría acurrucarme. Un poco —admitió.

—Entonces, ven aquí.

La atrajo hacia sus brazos, pero no pareció estar relajada.

—Todo el mundo sabe que acurrucarse se vuelve caluroso e incómodo


después de dos minutos —le informó.

—Entonces, si a alguno de nosotros le da calor o se siente incómodo,


desistiremos y no habrá resentimiento. ¿Trato? —le dijo las palabras contra el
cabello y le acarició el brazo, finalmente convenciéndola de que tal vez,
posiblemente, había hombres en el mundo a los que les gustaba acurrucarse. Se
acurrucó en el suave algodón estirado sobre su hombro y disfrutó subrepticiamente
del aroma persistente de su jabón de baño.

—Trato.

Intentó respirar sin hacer ruido y exhalar sobre él de una manera que no
fuera extraña o asquerosa. Después de un minuto de casi asfixiarse, Hart habló, su
voz retumbando en su pecho, vibrando contra la mejilla de Mercy.

—Creo que debería decirte que esta cama es lo mejor que me ha pasado.

Ella sonrió, aunque él no podía ver su rostro.

—Esa es una confesión triste.

—Acampo principalmente en Tanria o duermo en barracones o, cuando


tengo que llevar un cuerpo a la ciudad, en un hotel. En realidad, acampar es la
mejor de esas opciones. El mundo no está hecho para gigantes.
228
Hablar pareció más fácil que acurrucarse, así que Mercy se empujó hacia
arriba y lo miró, gustándole la forma en que su rostro se suavizaba en el resplandor
de la farola de gas filtrándose a través de sus cortinas de encaje.

—¿Puedo preguntarte algo?

Le metió un mechón de cabello detrás de la oreja.

—¿En serio eso es una pregunta?

—¿Cuántos años tienes?

—El mes pasado cumplí treinta y seis.

Mercy asintió, reflexionando las matemáticas en su cabeza.

—¿Mayor o más joven de lo que pensabas?

—Cerca. Pero has estado con los alguaciles de Tanria durante años, ¿cierto?
Debes haber sido un bebé cuando te uniste.

—Tenía dieciséis. Mi tía me acogió después de que mi madre murió, pero


ella tenía su propia familia y, su propia vida, y era un adolescente bocazas que
había perdido a su madre. Los alguaciles de Tanria nos parecieron una buena idea
a todos en ese entonces, y francamente, lo fue. Mi mentor fue un hombre llamado
Bill Clark. Fue bueno para mí, me puso en línea. Fue el padre que nunca tuve,
¿sabes?

El tono agridulce de su respuesta hizo que Mercy preguntara, suavemente:

—¿Entiendo que Bill ya no está con nosotros?

—Correcto.

—Lo siento.

—Gajes del oficio.

—Eso no lo hace más fácil.

—No, no lo hace.

Así que, el padre divino de Hart nunca fue parte de su vida, y había perdido
la única figura paterna que tuvo. Mercy se preguntó qué demonios habría hecho si
su padre no hubiera estado allí para ella, para todos ellos, cuando su madre murió,
229
incluso cuando él mismo estaba sufriendo tanto. Se sintió frustrada con papá
últimamente, pero la historia de Hart le recordó lo mucho por lo que tenía que estar
agradecida, y como le había ofrecido una parte de su pasado, decidió darle un
pedazo de su propia historia.

—Mi madre murió cuando yo tenía diecisiete. Tenía cáncer, pero no estuvo
enferma por mucho tiempo, lo cual supongo, fue una bendición. Papá estuvo
devastado. Todos lo estuvimos. Aún lo estamos. Pero, ya sabes, aprendes a vivir
con eso.

—Lo sé —dijo Hart, y fue agradable hablar con alguien que de hecho
entendiera lo que significaba perder a tu madre a una edad tan temprana—.
Entonces, ¿tenías diecisiete, pero también tuviste que dirigir la oficina y ayudar a
criar a tu hermana y a tu hermano?

—No tuve que hacerlo; llegué a hacerlo —jugó con la cadena alrededor de
su cuello—. ¿Por qué tienes dos llaves?

No respondió. Simplemente la observó mientras ella tocaba las llaves, un


acto que comenzaba a sentirse más íntimo que el sexo. Luego leyó el grabado en
la placa de identificación y entrecerró los ojos.

—¿Cunningham? ¿En serio?

—En mi defensa, compré su paquete más barato.


—Su paquete más barato sigue siendo una estafa. Me avergüenzo de ti. —
Dejó caer la llave como un ladrillo caliente, pero tocó la segunda con mayor
cuidado—. Esta parece una llave de nacimiento.

—De mi mamá.

—¿No debería estar en tu altar?

—No tengo uno.

—¿Cómo no tienes un altar?

Se retorció en respuesta.

—Hart, ¿dónde vives?

—No tengo una dirección en sí, pero es más por elección que por necesidad
—intentó decirlo a la ligera, pero Mercy no se lo estaba creyendo.

—¿No tienes un hogar?


230
—Trabajo mucho. No tiene sentido.

—¡Hart!

—¡Mercy! —imitó su tono de sorpresa, trayendo una sonrisa exasperada a


su rostro. Ella sacudió la cabeza y se acurrucó contra él. Ahora se sintió más
natural.

—Entonces, ¿dónde está tu llave de nacimiento? ¿Quién la tiene?

—Alma Maguire.

—¿Tu jefa?

—Solíamos ser compañeros, y es más familia para mí que mi tía.

Mercy pudo escuchar años de soledad adjuntos a esa frase. Se acomodaron


en un silencio cómodo después de eso. Mercy trazó círculos adormilados en el
pecho de Hart con las yemas de sus dedos, y Hart hizo lo mismo en su espalda. Ya
flotaba sobre el precipicio del sueño cuando él susurró:

—Mercy, yo… hay algo…


Ella levantó la cabeza, esperando que dijera más, y cuando no lo hizo, lo
besó en su lugar, ligero, suave y tierno. Él cedió, rodando de lado, acercándola,
besándola como si importara que fuera Mercy, y nadie más que Mercy lo haría.

—Lo siento, pero todo esto de acurrucarse me ha dado calor —le dijo Mercy
mientras enganchaba su pierna sobre su cadera.

—Estabas caliente para empezar. —Le mordió el lóbulo de la oreja y se


inclinó hacia atrás para darle una sonrisa coqueta, que se disolvió rápidamente en
un gemido cuando Mercy lo alcanzó más allá de la cintura de sus bóxer. La miró
a través de las rendijas aturdidas por el sexo de sus ojos grises, y ella le sonrió
malvadamente.

—¿Sin resentimientos? —preguntó.

—Ah, hay resentimientos. Bastantes.

Esta vez, no hubo incomodidad después, y Hart no debe haber estado 231
caliente o incómodo, porque Mercy se quedó dormida en sus brazos.

La luz gris del amanecer se filtró a través de las cortinas de encaje mientras
Mercy salía del sueño a la vigilia, sintiéndose lentamente en los brazos de Hart. Se
sentía agradablemente ingrávida, como si estuviera suspendida en el aire, colgada
en este bolsillo de tiempo perfecto.

Y luego Hart dijo:

—Maldición —y se sentó tan repentinamente que casi la arroja de la cama.

Parpadeó hacia él adormilada, sabiendo que su cabello era un desastre


encrespado y su rostro somnoliento.

—¿Todo bien?

—Lo siento. Creo que llego muy tarde al trabajo. Se supone que debo estar
allí a las siete y media.

Mercy buscó sus anteojos a tientas, y luego recordó que Hart los había
dejado, no sabía dónde anoche, antes de que la hubiera desnudado. Entrecerró los
ojos ante su reloj.
—Son las seis y cuarenta y siete —le dijo a medida que calculaba
mentalmente dónde estaba, dónde se suponía que debía estar y el poco tiempo que
tenía para acortar la distancia entre los dos.

—¡Mierda! —se rio con un autodesprecio que Mercy podría comer con una
cuchara.

Le preocupaba que todo esto pareciera un error verdaderamente horrible a


la luz de la mañana, pero mientras observaba la forma humana desenfocada que
era Hart ponerse de rodillas y manos para buscar un calcetín perdido debajo de la
cama, no pudo sacudirse la sensación de que podrían estar… ¿saliendo?

—Siento hacerte llegar tarde —le dijo cuando él se metía en su camisa


arrugada.

—No… —se acercó al costado de la cama y se inclinó para besarla mientras


buscaba a tientas los botones de su camisa—, tienes nada de qué arrepentirte.
¿Puedo llevarte a cenar cuando termine esta gira? 232
¡Definitivamente saliendo!

—Sí, por favor —respondió, resistiendo el impulso de saltar sobre su cama


como una niña de tres años—. ¿Cuándo será eso, exactamente?

—El día después del siguiente día del guardián.

—¿Dos semanas?

Hizo una pausa con una pierna en los pantalones.

—No puedo decirte cuánto desearía que fuera antes.

—No es tu culpa. Tienes que poner comida en tu mesa inexistente.

—Te haré saber que los alguaciles de Tanria suministran mesas en los
barracones. No somos bárbaros.

—¿Estarías dispuesto a escribirme mientras tanto?

Estaba sonriendo a medida que abría la boca para responder, pero una
expresión extraña se apoderó de su rostro, y de repente pareció descubrir que el
broche de su cinturón requería toda su atención.

—No hay buzones nimkilim dentro de Tanria. Algo que ver con los Dioses
Antiguos.
—Ah.

Tendría que pasar dos semanas sin una palabra de Hart, cuando apenas
había comenzado a salir con él para empezar. La necesidad de saltar sobre la cama
desapareció.

Ahora mayormente vestido, se inclinó para besarla una y otra vez. El tercer
beso indicó que no estaba inclinado a irse, pero de todos modos se retiró.

—El día después del día del guardián —le prometió.

Ella se arrodilló en el colchón, puso sus manos detrás de su cuello y atrajo


su boca hacia la de ella, y por un poco más, lo hizo olvidar de Tanria, su trabajo,
el tiempo y cualquier otra cosa que no fuera ella.

233
Hart llegó tarde al trabajo.

Muy, muy tarde.

No podría importarle menos.

234
Mientras Mercy subía los escalones de la entrada de la casa de papá, sintió
que se estaba preparando para la batalla. Si bien su familia la había mimado ayer,
solo un ataque de drudges en Main Street podría posponer lo inevitable. Estaba
segura de que Lilian se pondría manos a la obra con la oferta de Cunningham en
la cena de esta noche, y Mercy no estaba segura de poder soltarse y decir lo que
tenía que decir sin echarse a llorar. Las palabras habían salido cuando habló con
Hart la noche anterior. ¿Por qué no podía hacer lo mismo con su familia?

Hart.

La noche anterior. 235


Sintió sonrojarse de pies a cabeza.

Sería bueno si él estuviera aquí a su lado en lugar de arriesgar su vida y sus


extremidades para luchar contra los drudges en Tanria. Nunca había pensado
mucho en lo que hacían en realidad los alguaciles, pero ahora que estaba saliendo
con uno (¿cierto?) le daban palpitaciones al corazón el pensar en eso. Lo imaginó
de pie en silencio a su lado, deslizando sus dedos entre los de ella. Eso parecía algo
muy de Hart. Había estado saliendo con él (¿probablemente saliendo con él?)
definitivamente saliendo con él, por menos de veinticuatro horas, pero ya había
cosas que le parecían muy de Hart. La forma en que jugueteaba con el ala de su
sombrero cuando estaba nervioso. La forma en que se esforzaba tanto por no
sonreír o reír, como si tuviera miedo de la alegría. O la forma considerada en la
que hizo su lado de la cama antes de irse esta mañana.

Justo después de demostrar una vez más lo que su lengua podía hacer entre
sus piernas.

Tendría que echarse una jarra de agua helada sobre la cabeza para pasar la
cena, o de lo contrario, Lil lo adivinaría.

Mercy respiró hondo y entró. La explosión habitual de conversaciones y


risas la golpeó como una ola a medida que tocaba con agua salada la llave de su
madre.
—Deséame suerte.

Lilian la abordó segundos después.

—¿Cómo estás? Anoche te fuiste sin decir una palabra. Hemos estado
preocupados.

—Estoy bien. Estaba exhausta después de todo lo de ayer, así que me fui a
casa temprano.

Y TUVE SEXO CON HART RALSTON, gritó la mente de Mercy tan fuerte
que se preocupó de que su hermana pudiera oírla. Pasó junto a Lilian y saludó:

—Hola, Danny, ¿qué tal un poco de vino?

Danny le entregó una copa de sirah con condensación helada por los lados.
Mercy tomó un trago bajo la mirada astuta de su hermana, y se atragantó cuando
el vino se fue por la tubería equivocada. Intentó prestar atención a la diatriba de
papá sobre las líneas de sangre de los équidos en el polo marino, mientras que
236
Zeddie daba los toques finales a la cena y bromeaba ocasionalmente sobre los
Pingüinos de Paxico, los rivales de Bushong, para conseguir que su padre se
enfadara. Mercy se sentó junto a Lilian, observando cuán hábilmente su cuñado
alisaba las plumas erizadas de papá.

—Danny es literalmente el mejor —comentó Mercy.

—Es agradable y todo eso, pero las personas que dejan pegotes de pasta de
dientes en el lavabo están excluidas de ser literalmente el mejor. Tú, por otro lado,
de verdad eres literalmente la mejor… por eso sé que te pondrás los pantalones de
niña grande esta noche para que podamos discutir la oferta de Cunningham.

—Sí. Absolutamente —coincidió Mercy. Pero cuando se levantó de su


asiento para ayudar a Zeddie a llevar los platos de la cena, Lilian le puso una mano
en el brazo para detenerla.

—No creas que voy a dejarte escapar sin hablar de cierto alguacil tanriano,
pequeña señorita Él-Es-La-Maldad-Pura. Los vi bailando muy melosos en la fiesta.

En su mente, pudo escuchar el maldición de Hart envuelto en risa. Miró a


papá, que estaba demasiado ocupado hablando de las mejores cualidades de los
pilotos izquierdo y derecho del equipo de polo marino de Bushong como para
haber oído a Lil.
—Más tarde —siseó y fue a ayudar a Zeddie. No estaba lista para hablar de
lo que estaba pasando entre Hart y ella, como si ponerlo en palabras hiciera que se
le escurriera entre los dedos como el agua. Además, esta noche tenía otros asuntos
más apremiantes en los que concentrarse. Después de que papá los guiara durante
oraciones de agradecimiento a las Tres Madres, los Tres Padres y el Hogar, Mercy
se aclaró la garganta—. Tengo algunas cosas que necesito decir.

Esperó hasta tener la atención de todos antes de continuar, sus rodillas


moviéndose nerviosamente debajo de la mesa.

—En primer lugar, lamento haber estado malhumorada con todos. Zeddie,
no he apoyado tu elección de carrera, y eso no es justo de mi parte. Deberías
perseguir tu felicidad, especialmente si da como resultado que pueda comer
croissants de chocolate y colas de langosta.

—Aunque no juntos —bromeó él, pero una sonrisa de alivio se dibujó en


su rostro. 237
—Lil y Danny, no tenía derecho a ir divulgando sus noticias. —Mercy
decidió usar uno de los trucos de Hart y agregó—: Fui una idiota.

—Está bien —dijo Danny al mismo momento en que su esposa respondía—


: Fuiste una completa idiota, pero de todos modos te amo.

—Y, papá, lamento no haber podido poner en palabras lo que necesitaba


decir todo el tiempo. Así que, aquí va: siempre has pensado que Birdsall e Hijo es
una carga para mí, que me impide vivir mi vida. Todos ustedes me han estado
diciendo eso. Pero lo que no parecen entender es que Birdsall e Hijo es mi vida.
Admito que, no me había visto dirigiendo la oficina para siempre, pero desde que
cambié de lugar, papá, me ha encantado ir a trabajar todos los días. Quiero ser
empresaria de pompas fúnebres, y si vendemos el negocio, tendré que dejar de
hacer el trabajo que amo. Así que, es por eso que he estado tan malhumorada con
eso.

—Pastelito… —comenzó papá, pero Mercy levantó una mano. Si no


terminaba ahora con este discurso, era posible que nunca más reuniera el coraje.

—No estoy diciendo que ninguno de ustedes deba renunciar a algo por mí.
Lilian y Danny, tienen todo el derecho a dejar de viajar y establecerse para criar a
su familia. Zeddie, quiero que cocines y hornees, y hagas las cosas que te hacen
feliz. Papá, te has ganado el derecho a jubilarte y sentarte a leer esas novelas de
aventuras de Arvonia que tanto disfrutas. Somos una familia y los amo, por eso
creo que deben saber lo que hay en mi corazón, aunque sé que probablemente
tendremos que vender el negocio. Eso es todo.

Mercy levantó su copa y tomó un trago de vino fortificante, tragando el


nudo gigante en su garganta junto con él.

—Ah, Merc —dijo Zeddie con una simpatía suave que hizo que el bulto
regresara con ganas.

—No te atrevas a hacerme llorar.

Papá se inclinó sobre la mesa para poner su gran mano sobre la de Mercy.

—Siempre me he sentido terrible por lo mucho que has tenido que asumir,
y desde una edad tan temprana. Pensé que querrías seguir adelante en algún
momento.

—Bueno, no —dijo Mercy, su voz volviéndose alarmantemente


temblorosa—. Pero lo haré si tengo que hacerlo.
238
Lilian puso ambas manos sobre la mesa como la principal accionista en una
reunión de negocios.

—Dejen de ser tan ñoños. Podemos arreglar esto, ¿no? Merc, ¿y si me


encargo de la oficina para que puedas construir los barcos?

Mercy se estaba secando los ojos con la servilleta, pero se detuvo cuando
asimiló las palabras de Lil.

—¿Quieres dirigir la oficina?

—¿Por qué no? Es un millón de veces mejor que volver a enseñar


matemáticas a un montón de mierdecillas, además, podría trabajar contigo todos
los días, lo que sería genial. Y apostaría todas las fichas de cerveza de las islas
Redwing a que mi querido esposo preferiría quedarse en casa con el bebé que
trabajar en una oficina todos los días.

Danny se enderezó y desplegó una sonrisa amplia.

—¡Funciona para mí!

—Ahí está. Problema resuelto. Así que, ahora todo lo que necesitamos es
un repartidor nuevo, y Birdsall e Hijo continúa en el negocio. ¿Birdsall e Hijas?
¿Cómo llamaremos ahora a este lugar?
Mercy y papá se miraron al otro lado de la mesa.

—¿Les dijiste? —le preguntó ella.

—No. Pensé que tú lo habías hecho.

Lil pasó la mirada de papá a Mercy.

—¿Decirnos qué?

—No es tan simple. Cunningham forjó un trato exclusivo con el maderero


Afton. Tendremos que encontrar otro proveedor, lo que significa que los costos de
entrega se dispararán. No creo que podamos absorber el déficit, y permanecer
solventes por mucho tiempo.

Lilian golpeó la mesa con indignación.

—¿Eso es legal?

—¿Podríamos pagar un abogado si no lo fuera?


239
—Abogado, mi trasero —intervino Zeddie—. Si me preguntaran a mí, diría
que hay algo turbio que no tiene nada que ver con los precios de la madera. Mercy,
obviamente estás haciendo algo que pone nervioso a Cunningham, así que averigua
qué es y haz que el hombre pague.

Mercy, Lilian, Danny y papá observaron a Zeddie en un silencio atónito.

—¿Qué? —preguntó, a la defensiva.

Lilian inclinó la cabeza, considerándolo.

—Eso fue… inteligente. ¿Cómo, por el Mar Salado, Z?

Él recogió un guisante perdido de su plato y, usando su cuchara como


catapulta, se lo disparó a su hermana.

Ignorándolos, papá se levantó de su asiento.

—Entonces, está resuelto. No le venderé a Cunningham. Encontraremos


una manera de mantener nuestras puertas abiertas. —Tomó su copa de vino y la
levantó—. Por el futuro de Mercy.

—Por el futuro de Mercy —coincidieron todos los demás.

Lil palmeó el brazo de Mercy y dijo:


—No te preocupes. Haremos que esto funcione.

Mercy estalló en lágrimas de gratitud.

Y Lil estuvo tan absorta en la elaboración de estrategias para mantener a


Birdsall e Hijo en el negocio que, olvidó preguntarle a Mercy de ese baile con Hart
Ralston.

Fue el susurro del papel de lija lo que atrajo a Roy al astillero la tarde
siguiente, poco antes del cierre. Mercy no se había dado cuenta de que se había
infiltrado hasta que él habló, sacándola de sus pensamientos (un tira y afloja entre
Hart Ralston y Curtis Cunningham con una digresión ocasional para su silencioso
amigo por correspondencia) mientras presionaba el tablón del carenado al marco
para asegurarse de que estaba al ras.
240
—Es una belleza.

—Gracias —dijo Mercy, enrojeciendo de orgullo, pero luego lo miró


consternada a medida que él recogía las herramientas del tablero que reflejaba las
suyas.

—¿Qué estás haciendo?

—Ayudando.

—Pero…

—Sé lo que dijo la doctora. No me dañará el corazón ajustar un marco con


mi hija.

Mercy lo observó mientras se ponía a trabajar, sus manos sabiendo qué


hacer sin que él tuviera que pensar en ello. Allí, en el astillero, rodeado de madera,
herramientas y atavíos ceremoniales para los muertos, tenía la seguridad en sí
mismo que ella había echado mucho de menos durante el último año. Sabía que un
poco de lijado no lo agobiaría demasiado, así que se puso a trabajar en el lado de
estribor frente a él, y establecieron un ritmo agradable.

—Siempre fuiste natural para esto, lo tomaste como pez en el agua —dijo
después de un rato—. Los Birdsall han sido empresarios de pompas fúnebres en
Bushong desde mucho antes de que Tanria abriera. Mi papá me enseñó las cuerdas
del trabajo desde el momento en que pude sostener un martillo en posición vertical.
Puso sus esperanzas de futuro en mí de la misma manera que su padre había puesto
sus esperanzas en él, pero nunca me sentí presionado o atrapado. Quise hacer esto.
Todos estos años, he puesto mis esperanzas en el pobre Zeddie, cuando debí haber
visto que habías sido tú todo el tiempo.

—Papá, soy una chica. No podías verme como sepulturera hasta hace unos
meses. ¿Por qué deberías? ¿Por qué alguien debería?

—Debí haberlo visto. Francamente, me avergüenzo de mí mismo.

—Ah, papá. —Puso la mano en la quilla, como si fuera el corazón palpitante


de su padre.

—Dices: «Soy una chica», pero los dioses saben que nunca tuviste muchas
posibilidades de ser otra cosa que una mujer adulta. Y qué mujer tan extraordinaria
eres. Los Tres Padres y el Dios Desconocido seguramente se sentirán honrados de 241
darte la bienvenida a la fraternidad de los sepultureros.

—¿Hermandad6? —sugirió, haciendo una broma para no empezar a llorar.

—Hermandad —coincidió Roy, colocando su gran mano sobre la de su hija.

Todo el cuerpo de Mercy se calentó con la aprobación de su padre.

—¿Qué puedo decir? Aprendí del mejor.

Le dio unas palmaditas en la mano, y luego guardó la lijadora.

—Tendremos que averiguar cómo llamar a este lugar una vez que te hagas
cargo. Piensa en eso. Mientras tanto, iré a casa para ver qué ha cocinado el chef.

—Probablemente algo que la doctora Galdamez dijo que no puedes comer.

Se acercó al lado del estribor para besarla en la mejilla.

—Probablemente.

6
Hermandad: en inglés hay una palabra para «hermandad de varones», brotherhood, que es lo que dice el
padre con fraternidad. La protagonista lo enmienda a hermandad en general para abarcar también el sexo
femenino.
Los seis días posteriores a la salida de Hart del apartamento de Mercy
comprendieron una forma de tortura diseñada específicamente para un alguacil
enamorado que tuvo que patrullar el Sector W-20 en compañía de un aprendiz que
habló incesantemente de Zeddie esto y Zeddie aquello y «Señor, ¿estás seguro de
que no hay dragones en Tanria?» Todo en lo que Hart podía pensar era en Mercy,
y lo mucho que deseaba estar en su cama, y lo mucho que no quería estar atrapado
en Tanria, escondiendo su erección constante de Duckers. Fue un alivio cuando la
bengala se encendió a última hora de la tarde del día de los saberes. Al menos
ahora tenía algo que hacer además de echar de menos a Mercy.

Su alivio se evaporó cuando Duckers y él entraron al galope en la escena. 242


La bengala los llevó a Ash Valley Heartnut Grove, donde un puñado de
recolectores de savia trepaban por los nogales o disparaban ballestas desde detrás
de los troncos para defenderse del ataque de tres drudges. Múltiples drudges
trabajando en tándem era bastante extraño, pero Hart también vio dos almas más
flotando en la arboleda, como si estuvieran esperando la oportunidad de infectar
un cadáver. Un drudge ya había matado a uno de los recolectores de savia y se
arrodillaba sobre el cadáver como si hubiera matado al hombre para una de estas
almas perdidas.

—Oh, mierda, señor —dijo Duckers, mirando boquiabierto al hombre


asesinado.

—Lo tengo. Tú encárgate del que está a la derecha.

Hart no esperó para asegurarse de que Duckers siguiera su orden: ya conocía


a su aprendiz lo suficientemente bien como para confiar en él. Empujó a su équido
hacia el drudge agachado sobre el hombre asesinado, las patas palmeadas de su
montura golpeando la tierra velozmente a medida que sacaba el machete de la
funda atada a su espalda.

—¡Muévanse! —le gritó a un par de recolectores de savia que estaban


intentando ayudar a su camarada caído cuando ya era demasiado tarde para eso.
Se apartaron del camino a tiempo para que Hart se balanceara y le cortara la cabeza
al drudge. Dio la vuelta y se deslizó del équido para cortar el abdomen de la
criatura. No alcanzó el apéndice, así que cambió el machete hacia su mano
izquierda, sacó su estoque con la derecha y arremetió, esta vez dando en el blanco.
El alma voló libre, pero una de las luces espirituales brillantes esperando al acecho
se precipitó para instalarse en el hombre recién asesinado. Hart estaba a punto de
apuñalar al recolector de savia asesinado en el apéndice cuando Duckers gritó:

—¡Señor, cuidado!

Hart sintió al tercer drudge a sus espaldas y rodó fuera del camino mientras
su aprendiz llegaba disparando, activó su ballesta y eliminó al drudge de un solo
tiro. Antes de que Hart pudiera elogiar a Duckers, el cadáver recién animado agarró
el tobillo de Hart. Hart le cortó la mano con el machete, se puso de pie y despachó
al drudge con su estoque. Envainó el machete, pero mantuvo el estoque a mano
mientras observaba a las almas perdidas, cinco en total, alejarse en la arboleda.

Los recolectores de savia rescatados se acercaron tímidamente a los


alguaciles, pero Hart estaba más preocupado por Duckers, quien frunció el ceño al
hombre que había sido asesinado, reanimado y asesinado nuevamente. Hart tomó
243
la parte posterior de la cabeza de su aprendiz, algo que su abuelo le hacía cuando
estaba triste o asustado cuando era niño.

—¿Estás bien?

—Sí. Aunque es deprimente.

—Lo es. Me preocuparía por ti si no pensaras que es deprimente.

—Gracias, señor.

Hart frotó la parte posterior de la cabeza de Duckers antes de enviarlo a


buscar la lona de su mochila de modo que pudieran cubrir el cuerpo del recolector
de savia mientras Hart entrevistaba a los testigos. Una vez que los alguaciles
tuvieron todo lo que necesitaban para el informe, enviaron a los trabajadores a casa
al cuartel de Ash Valley y se pusieron a trabajar envolviendo los restos.

—Deberíamos hacer que participes en algunas competencias de tiro —le


dijo Hart a Duckers a medida que examinaba al drudge al que su aprendiz había
disparado.

—Ah, ¿sí? ¿Cuánto dinero se puede ganar con ese tipo de cosas?

—Depende. ¿Cuál es mi porcentaje?

—Cero punto uno por ciento.


—Y después de todo lo que he hecho por ti.

Duckers se rio. Hart se había encariñado con hacerlo estallar en carcajadas


así. Señaló con la cabeza el cadáver que el chico estaba envolviendo.

—¿A dónde se dirige ese?

—Sin etiqueta. ¿El tuyo?

—Sin llaves.

—Mm-hmm.

Hart pudo escuchar la esperanza en la voz de Duckers. Birdsall e Hijo era


uno de los únicos sitios de entrega de indigentes, pero seguramente el empleado
fallecido de Ash Valley Heartnut Grove tendría un paquete funerario prepago, de
modo que decidió no hacerse ilusiones.

—Señor, este tampoco tiene llave, en caso de que te lo preguntes —ofreció 244
Duckers unos minutos más tarde, una vez que comenzó a trabajar con el tercer
drudge. Eso dejó a Hart con los restos del hombre que había sido asesinado hoy.
Como sospechaba Hart, tenía una etiqueta.

—Este irá a Faber e Hijos —le dijo a Duckers, haciendo un trabajo


encomiable enmascarando su decepción—. Faber está en Zeandale, junto a la
Estación Norte, y hay una sucursal de Cunningham en el pueblo de al lado donde
podemos dejar a los indigentes.

Duckers le puso cara de cachorro triste.

—¿Qué?

—¿Podemos, por favor, por favor, por favor, llevar los cuerpos sin llave a
Birdsall e Hijo?

Hart estuvo a punto de decir que no, pero luego pensó: A la mierda. El
profesionalismo es para las personas que no están enamoradas de Mercy Birdsall.
¿Qué había estado pensando? Por supuesto que iba a aprovechar esta oportunidad
desvergonzada para volver a ver a Mercy. Pero como no estaba por encima de
meterse con Duckers, se cruzó de brazos y dijo:

—Eso está fuera del camino.

—Haré que tu parte de mis victorias en la competencia de tiro sea del cinco
por ciento.
Hart no tenía ninguna intención de dejar que su aprendiz terminara en una
competencia de tiro, pero siguió el juego, sacudiendo la cabeza.

—Diez —ofreció Duckers.

—Veinte.

—Señor, es duro negociando.

Duckers le tendió la mano y Hart fingió que estaba siendo magnánimo


cuando se la estrechó.

—Será Birdsall e Hijo —dijo con un suspiro falso.

Después de dejar en Faber e Hijos al difunto recolector de savia de nogal, 245


Hart esperó que Duckers pasara el viaje a Eternity saltando como un niño con una
pelota de goma nueva en su lado del banco. El interior de Hart ciertamente saltaba
de emoción ante la perspectiva de volver a ver a Mercy. En cambio, Duckers
golpeteó con los dedos el marco de la ventana de una manera que hablaba de
ansiedad en lugar de alegría.

—Deja eso —dijo Hart—. ¿Qué estás rumiando?

—Sigo diciendo que dejar plantada a Mercy fue una mierda, y creo que
deberías sincerarte. —Duckers cerró la boca y se estremeció, como si esperara una
reprimenda. Hart se habría reído, pero el hecho de que su aprendiz esperara
palabras ásperas de él lo hizo sentir como un imbécil.

—Fui al Café Little Wren esa noche después de que te fueras —admitió.

Duckers se enderezó.

—¿Lo hiciste?

—Sí.

—¿Y?

Hart se encogió de hombros.

—¿En serio? Dios mío, eres una trampa de acero. ¡Vamos! ¿Qué dijo ella?
Que era un hombre de pesadilla egoísta, cruel y ceñudo. Sus palabras
habían herido profundamente a Hart esa noche, pero una semana después, lo besó
en la comisura de su boca, y le pidió que subiera las escaleras.

—Nada que no sea cierto. El punto es que está resuelto, así que ya no tienes
que preocuparte por eso.

—¿Pero vas a ser amable con ella cuando la veamos?

—Por supuesto.

El silencio de Duckers hizo que Hart apartara la vista de la carretera el


tiempo suficiente para ver la expresión cínica de su aprendiz. Casi se hizo sangre
al morderse la mejilla para no reírse.

—Seré bueno —prometió.

No podía esperar para ser bueno con Mercy.


246
No se le ocurrió estar nervioso hasta que hizo retroceder el autoduck hasta
el muelle de carga de Birdsall e Hijo poco antes del cierre. Estuvo tan concentrado
en lo mucho que extrañaba a Mercy que no había considerado que ella podría no
estar tan interesada en su relación floreciente como él.

—¿No solemos registrarnos al frente? —preguntó Duckers mientras tocaba


el timbre del muelle.

Hart solía ir primero al vestíbulo, pero esta vez, estaba aquí para ver a
Mercy, no a su perro, aunque también estaría feliz de ver a Leonard.

—Esto es más rápido —respondió, y entonces la puerta se abrió, y allí


estaba Mercy, vestida con una blusa de algodón y unos pantalones de mezclilla
que hacían que sus curvas fueran realmente deliciosas. Su exquisito labio inferior
se abrió por la sorpresa, y Hart necesitó deshacerse de su aprendiz lo antes posible
para poder chupar ese labio en su boca. Si Mercy quería que le chupara el labio
inferior.

—Hola —tosió, y su crítico interno agregó: guau, seguro estás haciendo


que su corazón se acelere con esa apertura.

—Hola. —Mercy se llevó una mano a la mejilla sonrojada, lo cual fue


adorable.
—Tenemos tres cuerpos sin llave para dejar —intervino Duckers,
totalmente despistado.

—¿Tres? Dioses. —Mercy se dio cuenta de que se estaba tocando la mejilla


y retiró la mano, cosa que también fue adorable—. Ah, bien, tráiganlos.

—¿Zeddie está por aquí? —preguntó Duckers mientras Hart y Mercy se


miraban de soslayo durante el proceso de estibar los cuerpos en el ascensor del
astillero.

—Está en la casa. No empieza en lo de Proserpina hasta la próxima semana.


Estoy segura de que estará encantado de verte.

—Ve —le dijo Hart—. Terminaré aquí.

—¿Puedo tomar el duck?

—Por supuesto. —Duckers podría ir a una zanja esta noche, por lo que a
Hart le importaba. Quería quitarse a su aprendiz de encima.
247
—¡Genial! —Duckers le señaló la cara con un dedo—. Sé bueno.

—Haré lo mejor que pueda.

Mercy acompañó a Duckers hasta el muelle con Hart siguiéndolo unos


pasos detrás, y ambos lo vieron subirse al autoduck y alejarse.

—Perdón por aparecer sin anunciarme —dijo Hart, con el pulso acelerado
cuando Mercy bajó la puerta—. Espero que esto esté b…

Al momento en que la puerta se cerró con un ruido metálico, Mercy lo


agarró por el chaleco y tiró de él para darle un beso ardiente y húmedo que zumbó
a través de su cuerpo como una cuerda de guitarra punteada.

—… bien —terminó sin aliento cuando ella se apartó.

—Eh, supongo que está bien.

Intentó evitar que su sonrisa le abriera la cara a medida que ella limpiaba el
lápiz labial de su boca con el pulgar.

Su pulgar.

Por su boca.

Lo agarró con los dientes.


—Oh, dioses —aspiró, y luego liberó su pulgar, y su boca estuvo otra vez
sobre la de él. Sus manos viajaron hacia abajo hasta su trasero, atrayéndola hacia
su fuerte necesidad, y se meció con sus giros, su ritmo acalorado y sinuoso.

Se detuvieron lo suficiente para que Mercy cerrara con llave, y luego se


convirtieron en una enredo de extremidades, sus besos frenéticos, casi
desesperados. Una vez más, lograron subir las escaleras, pero no mucho más. Hart
había desvestido a Mercy casi por completo cuando entraron a tropezones en su
apartamento. En un ataque de ilógica cachonda, encerró a Leonard en su
habitación, momento en el cual Hart la presionó contra la puerta cerrada,
saboreando primero su boca, luego cada otra parte de ella que había logrado
desnudar, hasta que Mercy apenas pudo mantenerse de pie. Lo empujó hacia el
sofá y se sentó a horcajadas sobre él.

—¿Por qué aún estás vestido? —exigió, exasperada, a medida que le


desabotonaba y desabrochaba el peto.

—Prioridades.
248
Deslizó su mano debajo de él para sacar la billetera de su bolsillo y deslizar
un condón envuelto en papel de aluminio del interior, que le entregó. Luego ilustró
sus prioridades con el pulgar y los dos primeros dedos de su mano derecha. Mercy,
para no deshacerse, lo tomó en sus garras, como si fuera una competencia para ver
quién enloquecía primero al otro. Él siseó cuando ella lo enfundó con el condón y
agarró sus caderas mientras se agachaba sobre él, dejándola marcar el ritmo.

Hart luchó por mantener los ojos abiertos a medida que Mercy se
acomodaba encima de él, mirándolo con el mismo calor mientras sus anteojos se
deslizaban por su nariz, e incluso eso fue sexy. Sus dedos se curvaron con fuerza
en su carne mientras Mercy deslizaba sus dedos entre sus piernas y rodeaba la
presión creciente de su capullo exquisitamente apretado.

—¿Esto está bien? —jadeó.

—¡Maldición, sí, está bien! —medio gruñó, medio rio, provocando una
risita histérica de Mercy en respuesta.

Bombeó debajo de ella, una, dos veces, y luego la espalda de Mercy se


arqueó por la liberación. Hart se aferró a su vida mientras ella cabalgaba su placer.
Cuando ya no pudo más, le apretó las caderas con los dedos a medida que
empujaba hacia arriba con un gemido profundo. Después se derritió en el sofá
como si su unión le hubiera destrozado la columna vertebral, y miró a Mercy con
ojos vidriosos.

—Entonces, ¿puedo llevarte a cenar?

La blusa de Mercy estaba abierta y arrugada, su sujetador desabrochado y


colgando de sus hombros, y solo los dioses sabían dónde había terminado su peto.
Sus anteojos, manchados con una combinación de sudor y el de Hart, se
encontraban torcidos sobre su nariz, y su cabello serpenteaba fuera de su pañuelo
en rizos desenfrenados.

—Claro. Déjame agarrar mi bolso.

Hart apretó los labios contra la risa abriéndose paso desde sus pulmones.
Mercy entrecerró los ojos y, sin previo aviso, se agachó y le hizo cosquillas en el
estómago. Nadie le había hecho cosquillas a Hart en su vida adulta, y no se había
dado cuenta hasta ese segundo de que aún tenía muchas cosquillas. Gritó con una
risa impotente cuando los dedos de Mercy lo abordaron sin… bueno… 249
misericordia. Lágrimas de hilaridad corrieron por sus mejillas cuando ella cedió, y
cuando él la miró en busca de una explicación, ella dijo:

—Ah, bien. Tienes dientes.

La sonrisa satisfecha en su rostro hizo que su lado juguetón, aquel que había
pensado muerto hace mucho tiempo, rugiera a la vida. La agarró por la cintura y
le hizo cosquillas hasta que chilló como un pavo real.

—Ah, bien —le dijo—. Tienes hoyuelos.

Meses atrás, cuando Hart deslizó una carta en un buzón nimkilim en la


Estación Oeste, sintió como si tuviera un montón de nudos enroscados en el
estómago. Con cada carta de su amiga y con cada minuto que pasó en presencia de
Mercy, esos nudos se aflojaron, poco a poco, como si ella los estuviera
deshaciendo con sus dedos hábiles. No se había dado cuenta de lo apretados que
habían estado sus pulmones hasta que Mercy le dio espacio para respirar.

Ahora estaba sentado frente a ella en un buen restaurante (¿cuándo fue la


última vez que comió sentado en otro lugar que no fuera una comida grasienta?)
bebiendo una copa de vino tinto (¿cuándo fue la última vez que tomó vino?)
mientras una niebla de satisfacción lo cubría como una manta cálida.

—Probablemente, no debí haber pedido esto —dijo a medida que tomaba


un sorbo de su copa y la dejaba sobre el mantel blanco. El vino se sintió fuerte y
aterciopelado en su lengua, y también lo hizo sentir fuerte y aterciopelado.

Mercy resopló con incredulidad.

—No bebo mucho —le dijo.

—¿Cuánto mides? ¿Uno noventa y ocho? ¿Dos metros?

—Dos metros y cinco centímetros.

—Estoy bastante segura de que puedes manejar una copa de vino.

—Todo lo que digo es que, es bueno que conduzcas esta noche. No creo
que pueda llevarnos a casa a salvo. —Se dio cuenta, demasiado tarde, de que había 250
pronunciado las palabras llevarnos y casa en la misma frase, como si fueran la
misma cosa. Preocupado, estudió su rostro, pero ella le sonrió, su rostro halagador
iluminado por la luz de las velas. Otro nudo dentro de Hart se deshizo.

—Me estoy apegando mucho a la idea de que Zeddie vaya a ser aprendiz
aquí —dijo Mercy sobre su plato de raya de mar estofada en mantequilla de ajo,
vino y jugo de limón con alcaparras salpicando la rica salsa—. Si quiere cocinarme
así regularmente, ¿quién soy yo para discutir?

—Entonces, ¿está todo arreglado?

—Casi. Papá va a pasarme las tareas del negocio, y mi hermana, Lilian, se


hará cargo de mis antiguas tareas de oficina, lo que significa que tenemos que
contratar a un repartidor nuevo. Pero luego está el asunto de Cunningham.

Para cuando terminó de contarle del trato de Cunningham con el maderero


Afton, Hart estuvo listo para usar la cabeza de Curtis Cunningham para la práctica
de tiro. La llave de identificación alrededor de su cuello lo agobió a medida que
consideraba las opciones de Mercy, que eran pocas y espaciadas.

Ella agitó su mano frente a su rostro.

—No. No. Alegra esa cara. No vamos a preocuparnos por eso esta noche.
Nos estamos divirtiendo. Punto final.
Divirtiendo. ¿Cuándo fue la última vez que se había divertido? Y entonces
recordó haber bailado con Mercy. Y también tener sexo con Mercy, que fue tan
divertido como sincero. Hart-felt, pensó, incapaz de contener la risita ebria que
escapó de su garganta.

—En serio estás borracho después de una copa de vino, ¿no? —preguntó
Mercy, claramente encantada por la ironía.

—Un poquito.

Mercy se mordió el labio para contener la risa a su costa, y como el vino


había echado a un lado el filtro de Hart, le dijo:

—Cuando te muerdes así el labio, me dan ganas de morderte así el labio.

—Qué lindo y borrachín Hart.

—Qué linda y sobria Mercy con sus lindos y jodidos hoyuelos.


251
Durante el postre y el café (Mercy) y el té (Hart), intercambiaron historias
divertidas. Mercy lo hizo reír tan fuerte que lágrimas brotaron de sus ojos cuando
le contó de la primera vez que escuchó gemir un cadáver mientras ayudaba a su
padre a cargar un barco en el viejo autoduck. No tenía ni idea de que un cadáver
pudiera hacer ruido, y la asustó tanto que dejó caer el extremo del barco y se abrió
la popa, de modo que el cadáver envuelto en el interior le pisó la punta del pie.
Luego corrió gritando hasta la cocina, donde se comió un paquete completo de
galletas compradas en la tienda antes de que su padre entrara para consolarla,
momento en el que vomitó sobre él.

Hart le contó a Mercy de la vez que atrapó a un par de cazadores de caza


mayor que habían venido a Tanria para matar dragones. Se negaron a creerle
cuando les informó que los dragones no existían, y la única razón por la que logró
convencerlos de que retrocedieran fue porque una zarigüeya poseída salió de un
roble violeta de Tanria y los persiguió. Intentaron dispararle con sus rifles, solo
para descubrir por las malas que la tecnología de la era de los Dioses Nuevos no
funcionaba dentro de las fronteras de Tanria. El drudge peludo y dentudo los siguió
todo el camino hasta el portal, y Hart los siguió, disfrutando del espectáculo con
satisfacción petulante.

Nunca le había contado esa historia a nadie, sobre todo porque no había
tenido a nadie a quien contársela, excepto tal vez a Alma y Diane, y había dejado
de contarles casi todo. Sentado frente a Mercy, riendo, borracho y enamorado,
decidió visitarlas con más frecuencia. Tal vez se tomaría unos días de vacaciones
aquí y allá, y se daría más tiempo para estar con las personas que le importaban.
Tenía tantas historias que nunca le había contado a nadie.

Hart aún estaba emocionado después de pagar la factura exorbitante. De


camino a Eternity, apoyó la cabeza contra la ventanilla y vio conducir a Mercy.
Emociones desconocidas se arremolinaron en su interior: tranquilidad, esperanza,
expectación, y con el vino empapando su cerebro, no intentó luchar contra ellas.
Esta cosa con Mercy ya había progresado mucho más allá de los límites de su
imaginación. ¿Quién sabía hasta dónde podrían llegar juntos? Por una vez,
anticipar el futuro fue un pensamiento reconfortante.

—¿Está bien si paso la noche contigo? —preguntó antes de estar lo


suficientemente sobrio como para dudar de sí mismo.

—¿Honestamente pensaste que te usaría para una buena cena y luego te


echaría a patadas?

—No quiero asumir —le dijo—. No quiero presionar. 252


Mantuvo los ojos en la carretera, pero estaba sonriendo.

—Sí, quiero que pases la noche conmigo.

—Eso es bueno, porque empaqué mi cepillo de dientes.

—Me gustaría pensar que empacarías tu cepillo de dientes sin importar


dónde terminaras.

—Y desodorante. Eres muy especial para mí.

Ella se rio, y supo entonces que nunca se cansaría del sonido.

Una vez que llegaron al apartamento de Mercy, Hart puso a trabajar su


cepillo de dientes y también su desodorante, solo para estar seguro, después de lo
cual se dejó caer en el colchón trascendental y escuchó los sonidos mundanos de
Mercy preparándose para ir a la cama. Con el estómago lleno de comida fenomenal
y la rutina reconfortante de Mercy quitándose el maquillaje de los ojos en el baño,
una serenidad encantadora lo envolvió. Sus párpados se volvieron pesados. Su
respiración se hizo más lenta. Podía escuchar su propio corazón latiendo
constantemente en su pecho. Mercy entró en el dormitorio y se acostó a su lado,
acurrucándose contra él.

—Te agoté, ¿eh? —le dijo.


—Lo siento. —Estaba tan relajado que sus labios apenas se movieron.

—No tienes que disculparte. Soy una cliente satisfecha.

Rozó su nariz contra la piel de su cuello, y él soltó una pequeña carcajada.

—¿Qué estás haciendo?

—Te estoy acariciando. Eres muy acariciable.

—Haces cosquillas.

—Bien.

Ella palmeó la curva hueca de su hombro derecho.

—Este es ahora mi rincón de las caricias. En letras mayúsculas. El Rincón


De Las Caricias De Mercy.

Cerró los ojos e inhaló el aroma fresco de su crema mientras ella acurrucaba 253
la cabeza en la propiedad inmobiliaria de su cuerpo que había reclamado como
suyo, como si ya no fuera dueña de todo lo que él era, en cuerpo y alma.

—Funciona para mí —murmuró, y dejó de lado la preocupación persistente


de que en algún momento iba a tener que contarle de las cartas.
En cierto modo, Mercy se alegró de que su amigo por correspondencia se
hubiera quedado en silencio. No estaba segura de lo que le diría sobre Hart y cuán
fácilmente se había integrado en su vida, de la manera en que una vez había
imaginado que su amigo por correspondencia podría hacerlo si alguna vez se
hubieran conocido. Al final, Lil tenía razón: un alguacil de Tanria alto, soltero y
extremadamente atractivo parado frente a ella en carne y hueso era un millón de
veces mejor que un extraño que escribía cartas. Sin embargo, la razón por la que
estaba viendo a Hart tan a menudo la hacía de todas formas más feliz.

—Dato curioso: no necesitas una excusa para venir a verme, así que no
sientas que tienes que seguir poniéndote en peligro —le dijo mientras le apretaba 254
el vendaje en el hombro. Pen y él atraparon ayer cinco drudges cerca de la
Compañía Embotelladora Alvarez Ambrosia, y Hart tenía la herida para
demostrarlo. Ahora estaba sentado en la cama de Mercy en nada más que su bóxer
para que ella pudiera cambiarle el vendaje.

—Por lo general, no es tan malo —dijo, mirando hacia el otro lado ya que
Mercy estaba arrodillada en el colchón detrás de él—. Me he visto afectado por
más drudges en los últimos tres meses que en los últimos tres años combinados, y
todos están sin llave. No sé qué está pasando.

—Y mi pozo está lleno a reventar. Otra vez.

Mercy frunció el ceño ante la furiosa herida roja en su piel, que se estaba
curando más rápido de lo que debería. Sospechaba que la próxima vez que lo viera,
no sería más que una raya rosa, si no es que desaparecía por completo, como todos
los otros rasguños y cortes que había curado en las últimas semanas. Pero como
sabía que la perspectiva de la inmortalidad lo molestaba (si era honesta, los
molestaba a ambos) decidió terminar de vendar la herida sin hacer comentarios.
Cuando terminó, se volvió y la alcanzó y arrojó sobre su regazo.

—Estoy medio tentada a atarte a los postes de la cama para que no puedas
irte —le dijo.

—Estoy medio tentado a dejarte.


—Atado a mi cama en nada más que tu ropa interior probablemente no sea
la mejor manera de conocer a mi padre.

Hart se sobresaltó, como si Mercy le hubiera vertido un cubo de agua fría


sobre la cabeza.

—¿Tu padre vendrá pronto aquí?

—Está entregando algunos de sus deberes de oficina a Lil esta semana.


Ambos estarán abajo alrededor de las ocho en punto.

Hart miró el despertador, que ahora decía 7:42.

—¡Mierda! —gritó. Empujó a Mercy de su regazo y se apresuró a buscar su


ropa—. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Mercy se puso su bata de seda floral mientras veía a Hart entrar en pánico.

—¿Estás…? ¿Quieres mantener esto en secreto? 255


—No, yo… ¿tú?

Apretó la bata con más fuerza a su alrededor.

—No me gusta escabullirme, pero mi familia siempre está en mi negocio, y


papá sigue insistiéndome en establecerme. Odiaría someterte a eso, cuando todo
entre nosotros es tan…

Hart hizo una pausa a medida que se metía en las mangas de su camisa.

—¿Tan?

—Perfecto —era una gran palabra, a la altura del compromiso y el amor.


Ella había alcanzado la palabra A tan rápidamente con Nathan. Demasiado rápido.
Inexacto. Aún no estaba lista para pronunciarla en presencia de Hart, aunque estaba
empezando a pensarla en los recovecos privados de su mente.

Le preocupaba que su admisión lo asustara. En cambio, la recompensó con


su casi sonrisa. La mayoría de los hombres parecían ocupar mucho espacio, y aquí
estaba él, de dos metros y cinco de alto, y era la persona menos intrusiva que
hubiera conocido.

—Perfecto —coincidió, y la palabra amor se hizo más grande y fuerte en su


cerebro. Se subió los pantalones antes de entrelazar sus dedos con los de ella—.
Tu familia es importante para ti, así que, si quieres hablarles de nosotros, adelante.
Pero si vamos a informar a tu padre que estamos saliendo, prefiero que sea durante
una cena agradable, no cuando salga de tu casa a primera hora de la mañana porque
he pasado la noche adorando en el altar de tu glorioso, hermoso y embriagador
coño.

—Oh, cielos —tartamudeó Mercy, sus mejillas calentándose.

—Eso salió más vulgar de lo que había pretendido.

Mercy no lo encontró vulgar. Era agradable ser considerada como un altar,


cuando todos los demás hombres con los que había salido se habían acercado a ella
con una actitud que sugería: Bah, supongo que funcionarás. Dejó que las solapas
de su bata colgaran abiertas y disfrutó del resoplido que salió de la boca de Hart
mientras lo acercaba.

—Dilo de nuevo.

—Una cena agradable —dijo seductoramente. 256


Mercy se rio a medida que tomaba su mano y guiaba las yemas de sus dedos
sobre su ropa interior, presionando sus dedos hacia ella, moviéndolos con la
presión y el ritmo que ella quería.

—Maldita sea —gimió Hart. Y disfrutó de la forma en que podía dejarlo


indefenso en dos segundos.

—Tenemos —miró por encima de su hombro el reloj mientras deslizaba su


mano dentro de su ropa interior—, catorce minutos. Quiero que adores en el altar
de mi glorioso…

—Oh, mierda —gimió a medida que sus dedos se ponían a trabajar,


haciendo exactamente lo que a ella le gustaba.

—Hermoso y embriagador…

—Si lo dices, mi alma va a salir de mi cuerpo, lo juro por los dioses de la


muerte.

Ella le desabrochó los pantalones mientras sus labios rozaban su oreja.

—Coño.

—Mercy, no me jodas.

—Esa es la idea.
A las 7:57, Hart estaba diciendo:

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —una vez más mientras luchaba con su ropa,
pero esta vez, se reía como un adolescente saciado de sexo, y Mercy estaba igual
de mal, a medida que se abrochaba su sujetador.

—¿Cuándo volveré a verte?

—Tarde en el día de los saberes. Es posible que no pueda llegar aquí hasta
las diez o más tarde.

—En lo que a mí respecta, puedes presentarte a las tres de la mañana. —


Tomó su cara en sus manos tan pronto como se puso las botas—. Ten cuidado.

—Siempre lo tengo.

—Pero ahora debes tener cuidado por mí.

Se quedó inmóvil y callado en sus manos, sus ojos pálidos se suavizaron y 257
la palabra amor se expandió y se volvió pesada en su estómago.

—Yo… —comenzó, pero no terminó lo que iba a decir. En cambio,


presionó un beso en sus labios y le prometió—: A más tardar, el día de los saberes.
—Antes de bajar las escaleras a las 7:59, abotonándose la camisa. Mercy lo siguió
de cerca, metiendo su blusa en su overol. Llegaron hasta el mostrador en el
vestíbulo cuando escucharon el tintineo de las llaves en la cerradura de la puerta
principal y las voces de papá y Lilian fuera.

—¡Puerta trasera! ¡Puerta trasera! —susurró-gritó Mercy, y ambos se rieron


de nuevo cuando Hart cambió de rumbo.

—¡Merc! ¡Zeddie hizo las mini quiches más lindas! ¡Tienes que probar una!
—gritó Lil desde el vestíbulo cuando Mercy y Hart llegaban al muelle. En su prisa,
habían dejado la puerta del apartamento abierta, y Leonard corrió por las escaleras,
motivado por la perspectiva de migajas caídas. Sus ladridos y travesuras cubrieron
el sonido de Mercy dejando salir a Hart por la puerta trasera.

Ya lo extrañaba.

Y ahora tenía que enfrentarse a su hermana, y también a su padre. Pero


mientras papá no tenía ni idea, Lil era aterradoramente observadora, y Mercy sintió
como si estuviera usando sus dos orgasmos más recientes en su rostro como lápiz
labial rosa brillante. Hasta hace cinco minutos, había creído que no le gustaba que
la tomaran por detrás. Pero entonces Hart la había inclinado sobre el sofá…
¡Saca tu mente de la cuneta!, se reprendió mientras se dirigía al vestíbulo,
rezando para que Lil no notara los labios hinchados de Mercy.

—Buenos días —saludó alegremente. Demasiado alegre. Bájale un poco,


se dijo.

Papá besó su mejilla en saludo, pero Lilian prescindió de los cumplidos.


Ella asintió hacia el perchero y preguntó:

—¿De quién es ese sombrero?

Ahí estaba el sombrero de Hart, dejado atrás en su prisa, el sombrero que


había aferrado con todas sus fuerzas la noche en que su romance extraño había
comenzado.

—Un alguacil debe haberlo dejado por accidente. —Lo cual no es mentira,
agregó Mercy en su cabeza.

—¿Escuché a alguien en el muelle? Es terriblemente temprano para dejar


258
un cuerpo, ¿no?

—No te preocupes. Me encargué. Ven, tomaré esos.

Mercy le quito a papá el plato de mini quiches y se dirigió a la cocina. Papá


entró en la oficina, pero Lilian siguió a Mercy, cuyas axilas se humedecieron con
alarma. Independientemente de si Lil estaba sobre ella o no, Mercy estaba
hambrienta, de modo que comió un mini quiche sin molestarse con un plato o
tenedor.

—Estas están increíbles —gimió.

—Los botones de tu camisa están al revés —le informó Lil.

Efectivamente, su cuello estaba dos botones más alto a la derecha que a la


izquierda.

—Ah. ¡Ja, ja! —se rio nerviosamente a medida que se quitaba las migajas
de las tetas y se ponía a trabajar dejándose presentable.

—Tu cabello es un desastre. ¿Hoy no llevas pañuelo? —presionó su


hermana mientras Mercy rehacía sus botones.

—Hum, no.

Lil se inclinó, entrecerrando los ojos en la cara de Mercy.


—¿Esos son restos de la máscara de pestañas de anoche?

—¿Alergias? ¿Hace que mis ojos lloren?

La cara de Lilian resplandeció con una alegría malvada.

—Mercy, ¿de quién es el sombrero en el vestíbulo?

Estaba atrapada, y sabía que había sido atrapada, y todo lo que podía hacer
era revolverse en la cocina como un pez fuera del agua. Lilian trotó hacia el
vestíbulo tan rápido como su vientre de embarazada se lo permitió, y Mercy se
lanzó tras ella. Su hermana agarró el sombrero de Hart del estante y gritó:

—¡Conozco este sombrero! ¡He visto este sombrero! ¿Dónde he visto este
sombrero?

—¿Te detendrías con el sombrero? —Mercy echó un vistazo a la puerta de


la oficina de papá mientras intentaba, y fallaba, en recuperar el sombrero de Lilian.
259
Y entonces Hart pasó por la ventana delantera, con su mano larga frotando
la parte superior de su cabeza como si se hubiera dado cuenta en ese momento
exacto de que había dejado su sombrero en Birdsall e Hijo.

—Oh. Dioses —dijo Lilian antes de volverse hacia Mercy, su alegría


malvada se volvió aún más malvada y alegre cada segundo—. ¿Estás intentando
decirme que lo hiciste con Hart Ralston?

—No estoy intentando decirte nada. Me lo estás sacando a fuerza bruta.

—Santas Tres Madres, ¿cuántas veces?

Mercy vaciló, con una negación en su lengua, pero sabía que ahora no le
haría ningún bien.

—¿Cuántas veces para él, o cuántas veces para mí? Porque no son lo mismo,
y definitivamente estoy a la cabeza.

Lilian gritó en su cara.

Papá asomó la cabeza fuera de la oficina.

—¿Está todo bien por ahí?

—Papá, estamos teniendo una charla de chicas —dijo Lilian.


Papá se retiró a toda prisa a la oficina, probablemente asumiendo que
estaban hablando de períodos o el postparto, pero para estar segura, Mercy llevó a
Lil a la cocina y cerró la puerta.

—Pensé que Hart Ralston era una persona non grata en Mercyland —dijo
Lilian.

Mercy pensó en la debacle en el Café Little Wren, cuando le dijo a Hart.


Me odias tanto como te odio a ti, estaba avergonzada de sí misma por cómo se
comportó esa noche, ahora que lo conocía por lo que era de verdad.

—Tal vez cambié de opinión —le dijo a su hermana.

—¿Cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?

—Desde la noche de la fiesta del día de los Fundadores.

—¡Eso fue hace casi tres meses! ¿Has estado guardando esto de mí todo
este tiempo? —Lilian golpeó el brazo de Mercy.
260
—¡Lo siento! Quería asegurarme de que fuera algo oficial antes de
contártelo. Tampoco le he dicho nada al respecto a papá. Sabes cómo es él con que
me case.

—Estaré tan silenciosa como un astillero. Pero ¿puedo decir una cosa?

—No.

—Lástima. ¡Te encanta Hart Raaaaaaalston! ¡Hart es tu noooovio! ¡Quieres


tener los beeeebés de Hart!

Fue entonces cuando Zeddie, de todas las personas, entró en la cocina.


Zeddie. Que casi nunca ponía un pie en Birdsall e Hijo en estos días, sin embargo,
aquí estaba. Cuando la burla de Lilian golpeó sus oídos, su mandíbula cayó.

—¡Por las tetas de los dioses! ¿Qué? —preguntó, pero estaba claro que no
necesitaba respuesta. Mercy apoyó sus codos en el mostrador, y enterró su rostro
en sus manos.

Lil sacó un cuchillo de mantequilla del escurridor de platos e hizo un gesto


amenazante hacia su hermano.

—Le cuentas a papá de esto y te corto.


—Bien. Pero puedes apostar tu trasero que le diré a Pen. Se va a cagar en sí
mismo.

Lilian metió el cuchillo en el cajón del utensilio.

—¿Tu novio se va a cagar en sí mismo? Sexy.

—¿Por qué estás aquí? ¿Te presentaste con el propósito específico de


atormentarme? —le preguntó Mercy.

—Pen y yo nos dirigíamos al hotel para recoger al alguacil Ralston, pero


nos dijo para encontrarnos en Main Street. Aparentemente, Hart «Sexy» Ralston
no estuvo anoche en el hotel, ¿verdad? —Zeddie arqueó una ceja hacia su hermana
mayor a medida que deslizaba una quiche del plato—. De todos modos, me detuve
para tomar un aperitivo.

Mercy golpeó su cabeza contra uno de los gabinetes. Su secreto estaba


fuera, y como la pasta de dientes exprimida de un tubo, no había ninguna forma de 261
volverla a poner dentro.

Mientras Lilian le arrebataba los libros a papá en la oficina, Mercy se puso


a trabajar como la sepulturera oficial de Birdsall e Hijo. Tendrían que cambiar
pronto el nombre del negocio familiar, pero mientras tanto, Mercy tenía un pozo
lleno de cadáveres que necesitaban atención. Decidió comenzar con los cuerpos
sin llave que Hart y Pen habían traído el día anterior para poder despejar el espacio.
A medida que sacaba a los indigentes del pozo y los metía en el ascensor, pensó
en Hart teniendo que enfrentarse a diario a los drudges, un problema que
empeoraba exponencialmente, según sus entradas últimamente. El repunte era
excelente para sus resultados, pero la enfermaba pensar que estaba ganando dinero
con el problema, mientras que Hart y Pen y todos los demás alguaciles de Tanria
arriesgaban sus vidas para mantener a la gente a salvo.

Limpió, saló y envolvió dos cuerpos, haciendo todo lo posible para


concentrarse en los conjuros en lugar de dejar que su preocupación por Hart la
consumiera. Mientras extraía el apéndice del tercer cuerpo para asegurarse de que
Hart y Duckers lo hubieran cortado, y lo habían hecho, notó algo extraño. Había
una cresta extraña a lo largo del apéndice, junto a la herida. Cuando pasó su bisturí
debajo de ella, se despegó, como si alguien hubiera pegado un parche delgado
como un papel y color carne al órgano pequeño que albergaba el alma humana.
Debajo había otro agujero perforado en el apéndice, pero no había un agujero
correspondiente en el parche que había eliminado.

Mercy siguió adelante y terminó de preparar el cuerpo, pero prestó más


atención mientras trabajaba en los dos últimos. Fue mucho más difícil de ver en el
siguiente, pero encontró un parche similar atascado sobre una herida en el apéndice
del cuarto cuerpo, y el quinto cuerpo tuvo el parche extraño tanto en el apéndice
como en el abdomen exterior. Este último coincidiendo tan bien con la piel que no
creía que lo hubiera atrapado si no hubiera estado buscando peculiaridades.

—Por el Mar Salado, ¿qué es esto? —se preguntó en voz alta.

262
—¡Toc, toc! ¡Correo!

Hart sacó el whisky y vertió un chorrito saludable en una taza cuando


Bassareus entró en los barracones.

—¿Qué tal esto? —El nimkilim levantó su trago hacia ambos alguaciles
antes de engullirlo—. Cinco para el Señor Popular, y cero para el imbécil.

Es extraño cómo la palabra imbécil sonaba como amigo en el tono barítono


de un conejo grosero. Aún más extraño lo mucho que a Hart le estaba empezando
a gustar el nimkilim, tal vez porque «cero para el imbécil» significaba que Mercy
lo prefería a él antes de su amigo de cartas secretas. Le dio una propina tan 263
generosa que Bassareus dibujó una sonrisa genuina, su diente dentado más infantil
que amenazante.

—Hart-throb, supongo que volveré mañana por la noche.

—Para las cartas del niño. Ahora lárgate de aquí.

—Eso se siente como un abrazo cálido viniendo de una persona como tú,
grandísimo blandengue. Te veo mañana.

Mientras observaba al nimkilim desvanecerse en el bosque más allá de la


puerta de los barracones, Hart contempló la noción alguna vez insondable de que
en realidad se estaba convirtiendo en un grandísimo blandengue, un blandengue
para quien el día de los saberes no podría llegar lo suficientemente pronto. A
medida que Duckers leía sus cartas, Hart se tumbó en su catre con su último
préstamo interbibliotecario. Su mente siguió pensando en Mercy hasta que
Duckers interrumpió sus agradables pensamientos con una voz tan engreída que
envió un dedo portentoso a lo largo de la columna vertebral de Hart.

—Vaya, vaya, vaya.

Hart levantó la vista de su libro.

—Vaya, vaya, vaya, ¿qué?

—Confiesa. Quiero escuchar todo de cómo tenía razón.


Hart reprimió una sensación creciente de presentimiento vago.

—No tengo nada que confesar.

El presentimiento pasó de vago a uno muy específico cuando Duckers


levantó una carta garabateada con la letra exuberante ahora familiar de Zeddie.

—Todo lo que sé es que uno de nosotros se está enredando con Mercy


Birdsall, y no soy yo.

La boca de Hart se secó.

—¿Zeddie lo sabe?

—Escuchó a Mercy y Lilian hablar de eso. Entonces, ¿es verdad?

—¿Su hermana lo sabe? —Hart estaba teniendo problemas para respirar.

—Claramente no tienes hermanas, porque si las tuvieras, sabrías que se


cuentan todo. Quiero decir, todo.
264
Lilian lo sabía, y Zeddie lo sabía, y ahora Duckers lo sabía, y Roy Birdsall
podría ahora también saberlo, y su conocimiento hizo que la extraña cosa hermosa
y delicada entre Hart y Mercy fuera real y sólida, algo que podría romperse. Él y
Mercy habían hablado de contarle a su familia, pero ahora que había sucedido, a
Hart le preocupaba que fuera demasiado, demasiado pronto. ¿Y si no lo
aprobaban? ¿Y si no creían que era lo suficientemente bueno para ella? Se apartó
el cabello de la cara con ambas manos y se apretó los lados de la cabeza, intentando
no entrar en pánico.

—Mierda.

—¡Dilo! ¡Yo tenía razón! ¡Dilo! —Duckers estaba de pie, bailando en señal
de victoria.

—Tenías razón —dijo Hart, sintiéndose mareado.

—¡Dilo en serio!

Hart tuvo el impulso salvaje de reír.

—Tenías razón, ¿de acuerdo?

—¿Con qué, exactamente?

—Con Mercy.
—Lo siento. ¿Qué hay con Mercy? —Duckers se paró sobre él,
inclinándose, con la mano en la oreja.

—Estoy enamorada de ella.

Fue como si le hubieran quitado un peso del pecho, las palabras que casi le
había dicho ayer liberadas de su corazón y enviadas al universo.

—Ah, mierda. ¿En serio? —Los ojos de Duckers se abrieron tanto que Hart
pensó que podrían salirse de sus órbitas, y su euforia breve se desvaneció.

—¿Qué diablos pensaste que iba a decir?

—Maldita sea, señor, no lo sé. Pensé que ibas a decir que te gusta, pero ¿la
amas? Con A mayúscula. ¿Amor?

—Duckers, juro por el Dios Desconocido que eres una viruela para mi alma.

—Entonces, ¿eso es un sí? 265


Hart pensó en Mercy, preciosamente despeinada después de bailar con él,
parada frente a él en el mostrador de Birdsall e Hijo con dos rebanadas de pastel y
más de cuatro años de malentendidos entre ellos. Pensó en la facilidad con la que
había barrido esto último simplemente hablándose y sacándolo todo, poco a poco,
como si el hombre que era por dentro valiera la pena ser conocido. Se esforzó tanto
por no sonreír que pensó que se le rompería la cara. Aparentemente, esa fue
suficiente respuesta, porque Duckers declaró:

—¡Te lo dije!

Hart agradeció cuando Banneker y Ellis regresaron de su patrulla, cortando


así las burlas de Duckers. Colgaron sus sombreros y se sentaron a cenar mientras
Hart y Duckers dirigían a sus équidos al establo. Desafortunadamente, Duckers
resultó ser un perro con un hueso cuando se trataba de la vida amorosa de Hart.

—Entonces, le dijiste a Mercy de las cartas esa noche en el café, ¿verdad?

Hart se frotó la barba sin afeitar y no dijo nada.

—Oh, dioses. No le dijiste. —Esta vez, fue una acusación, no una pregunta.

—Preocúpate por ti.

Duckers agitó un codo, realizando un baile de pollo con un ala con la mano
izquierda mientras su linterna colgaba de la derecha.
—¡Clo, clo, clo!

—Vete a la mierda.

—Hombre, tienes que decírselo.

—La última vez que comprobé, mi nombre era señor en lo que a ti respecta.

—De acuerdo. Señor, tienes que decírselo.

—Y niño, tienes que cerrar el pico.

Duckers negó con la cabeza a medida que Hart ensillaba su équido.

—No puedo creer lo cobarde que eres. Matas a los muertos vivientes de
forma regular. Estoy bastante seguro de que puedes manejar el decirle a esa amable
señorita que le escribiste algunas cartas de amor.

—¿Y tú qué sabes?


266
—Sé que, se lo diré si no lo haces.

Hart se quedó tan frío como una piedra.

—Voy a acabar con tu vida.

—No, tú acabarás con tu propia vida miserable y solitaria si no se lo dices.


Ahora. Como ahora mismo.

Si Hart era hielo, Duckers era fuego y lo interrogaba con una verdad que no
quería escuchar, pero que no podía refutar.

—Me encargaré —cedió Hart.

—¿Te encargarás de eso?

—Sí. Lo juro. No le digas. Por favor.

Duckers lo evaluó con una mirada que rivalizó con la de Alma.

—Mercy me agrada. Es una persona buena. Así que, será mejor que te
encargues. Señor.

Hart sabía que Duckers tenía razón. Tenía que decirle a Mercy la verdad, y
pronto, sin importar lo que le costara.

El problema era que podría costarle todo.


Las únicas personas que residían en el Sector W-7 eran los empleados de la
Compañía Embotelladora Alvarez Ambrosia, quienes trabajaban en turnos diurnos
y se atrincheraban en sus propios barracones durante la noche. Había guardias de
seguridad en los terrenos, pero la ley les exigía que encendieran una bengala para
notificar a los alguaciles de Tanria en caso de un ataque de drudges, razón por la
cual las campanas de alarma sonaron en un rincón de la mente de Hart cuando él
y Duckers escucharon una conmoción cerca de la Niebla, a más de dos kilómetros
de distancia de la fábrica, y la caverna de almacenamiento de Alvarez.

Hart desenfundó en silencio su ballesta y le indicó a Duckers que hiciera lo


mismo. Cabalgaron hacia el tumulto para encontrar una pelea en curso, y dado que
de noche era difícil distinguir a las personas de los drudges, permanecieron en los
lomos de sus équidos y entraron para mirar más de cerca, con las linternas
267
encendidas. Su luz arrojó sombras frenéticas contra la tierra irregular, y Hart tardó
un minuto en distinguir cinco drudges de tres personas vivas, que parecían llevar
los uniformes de los guardias de seguridad de Alvarez. Un drudge abrió un agujero
en la Niebla a cierta distancia detrás de ellos y, extrañamente, había montones de
lo que parecían ser lonas apiladas por todo el lugar.

—Ten la bengala lista para respaldo. Voy a entrar.

—Voy contigo.

—No, quédate aquí y enciende la bengala si las cosas se ponen feas.

No esperó una respuesta. Sacó su machete y cargó contra la escena,


cortando la cabeza de una figura que estaba absolutamente seguro de que era un
cadáver reanimado, luego los brazos de otro drudge que estaba agarrando a un
hombre vivo por su camisa. Cortó la cabeza de uno más de los muertos vivientes
con el machete antes de devolverlo a la vaina en su espalda, deslizándose de su
montura y uniéndose al cuerpo a cuerpo a pie con su estoque desenvainado. Cortó
el apéndice del drudge sin brazos, siguiendo con los de los cadáveres decapitados,
mientras los vivos disparaban flechas de ballesta a los dos drudges restantes
indiscriminadamente, lo que probablemente debería haber sido una pista de que
algo estaba aún peor de lo normal, pero Hart estaba demasiado preocupado para
considerarlo.
—¿Ahora, señor? —gritó Duckers, pero la atención de Hart estaba en las
personas vivas disparando a diestra y siniestra sin tener en cuenta su propio
bienestar.

—¡Miren por dónde disparan! —ladró Hart.

Eliminó a los dos últimos drudges a la luz de las linternas atadas a las patas
arqueadas de su équido, y el de Duckers, mientras apenas evitaba que los humanos
aterrorizados le dispararan. Una vez que las cinco almas fueron enviadas a la noche
y solo los vivos permanecieron de pie, Hart pudo ver mejor a la mujer y a los dos
hombres que estaban parados frente al portal. Llevaban los uniformes de seguridad
de la Compañía Embotelladora Alvarez Ambrosia, pero Hart no los reconoció, y
el hecho de que al menos uno de ellos casi le hubiera disparado le hizo creer que
estaba lidiando con algo mucho peor que drudges. Había varias redes criminales
que tenían sus dedos en Tanria, y la planta de Alvarez era un objetivo tentador ya
que se encontraba cerca de la Niebla. Solo el Embaucador sabía que la mafia tenía
mucho acceso a los portales piratas para entrar y salir de Tanria. Si estos tres eran 268
mafiosos, Hart no se sentía muy bien con el hecho de que tuvieran sus ballestas
desenvainadas, mientras que él solo tenía su estoque en la mano.

—Gracias, alguacil. Podemos encargarnos desde aquí —dijo la mujer, sin


hacer ningún movimiento para enfundar su arma.

Hart siguió el juego, envainando su estoque pero manteniendo su mano


cerca de su propia ballesta.

—Necesito obtener los números de sus placas de identificación para el


informe —dijo con frialdad.

Nadie se movió ni habló.

—Etiquetas, por favor —dijo Hart, su mano ahora en su arma.

Uno de los hombres empezó a retroceder hacia el portal.

—Duckers, enciende la bengala —ordenó Hart sin apartar los ojos de las
tres personas cuyas vidas había salvado.

—¿Señor?

—¡Ahora!

—¡Bengala! ¡Tiene una bengala! —gritó uno de los hombres, levantando


su arma y apuntando a Duckers. Hart desenfundó la ballesta y apretó el gatillo,
alcanzando al hombre en el muslo cuando la bengala silbó, y luego explotó sobre
ellos.

—¡Me disparó! —aulló el hombre herido a medida que se retorcía en el


suelo.

—¡Bajen sus armas! —les gritó Hart a los otros dos, pero ya era demasiado
tarde. La mujer apretó el gatillo y una flecha atravesó el costado izquierdo de Hart.
Se tambaleó, intentando permanecer erguido, a pesar del dolor cegador, mientras
la mujer y el otro hombre arrastraban a su camarada herido a través del portal. Lo
arrastraron y sacaron de la Niebla a medida que Hart caía de rodillas, su costado
izquierdo aullando de dolor. Duckers saltó de su montura y corrió hacia él.

—Estoy bien —le dijo Hart cuando Banneker y Ellis entraron galopando.
Presionó su mano contra el agujero en su costado, intentando tener una idea de
cuánta sangre había perdido.

—¿Señor? —Duckers se agazapó a su lado. 269


—¿Ves? Hay más que temer de los vivos que de los muertos. Recuerda eso
—le dijo Hart, la misma lección que Bill le había enseñado hace mucho tiempo.

El mundo comenzó a girar.

—Oh, mierda —murmuró antes de perder el conocimiento.

—¿Cómo está? —le preguntó Alma al doctor Levinson fuera de la


habitación de Hart en la enfermería mientras se suponía que debía estar
descansando.

—Es afortunado. La mayoría de la gente habría terminado con sepsis con


una herida como esa, pero se está curando casi tan rápido como Rosie Fox.

Hart sintió como si todos los órganos de su cuerpo se hubieran caído al suelo
debajo de la incómoda cama de hospital. Porque la alguacil Rosie Fox era una
semidiosa inmortal. Definitiva y concluyentemente inmortal.

—Ah —dijo Alma, y Hart la conocía lo suficientemente bien como para


escuchar la inquietud en esa sola sílaba—. ¿Puedo verlo?
—Supongo, pero no lo despiertes. Necesita descansar.

El doctor Levinson condujo a Alma a la habitación a medida que tomaba


notas en el expediente de Hart.

—Bueno, mira quién se ve esta mañana alegre y despierto —dijo Alma


cuando vio que estaba despierto.

—Alguacil, un poco de descanso en cama, y estará como nuevo en unos


días —agregó el médico.

—Genial —dijo Hart, y al darse cuenta de que su tono monótono lo hacía


sonar como un desagradecido, agregó—: Gracias.

—¿Puedo tener un minuto con él? —preguntó Alma al médico.

—Por supuesto.

Esperó hasta que el médico salió de la habitación antes de preguntar: 270


—Ralston, ¿por qué tienes que ser el saco de boxeo de Tanria todo el
tiempo?

—Dices eso como si me dispararan cada cinco minutos. —Su lengua se


sentía gruesa y seca en su boca, probablemente por los analgésicos.

—Sé que escuchaste el comentario de Rosie Fox. No significa nada.

—Está bien. Estoy bien.

Alma lo observó y tamborileó los dedos sobre la barandilla de la cama. No


estaba convenciendo a ninguno de los dos.

—¿Quieres que me vaya para que puedas descansar un poco?

—No, espera. Tengo algo que decirte.

—Está bien. Pero si el doc Levinson se enfada conmigo, es culpa tuya. —


Arrastró un taburete con un chirrido a través del piso de linóleo y lo ayudó a
acomodar su cama en una posición sentada—. Dispara.

Hart se miró las manos en el regazo, rojas y agrietadas contra el azul pálido
de su bata de hospital. No parecían las manos de un inmortal.

—Odio que nos hayamos distanciado estos últimos años. Lamento haber
dejado que eso sucediera.
—Yo también lo siento. —Tomó su brazo, un gesto que se sintió aún más
poderoso porque era Alma quien lo hacía. Su afecto era raro, y más poderoso por
la rareza—. Pero no puedo disculparme por lo que dije de Bill. No voy a mentir
sobre el hombre para que te sientas mejor.

—Tienes derecho a tu opinión, pero hay cosas de Bill que no sabes.

—¿Por qué no me lo dices?

—Debería. Lo haré. Pero no ahora.

—Me parece bien.

Hart extendió su mano.

—¿Amigos?

—Vete a la mierda con tu apretón de manos. —Empujó su mano a un lado


y lo abrazó. No ayudó a su herida, pero hizo maravillas en su corazón. 271
—Idiota, quítate de encima.

Ella lo soltó y se recostó en el taburete.

—Imbécil.

—Exacto. ¿Quiénes fueron los perpetradores que me dispararon intentando


salir de contrabando de Tanria? ¿Lo sabemos?

—Lo único que encontramos en el sitio fue tela para velas, lo cual es raro,
pero eso no es asunto tuyo. Sé que esto te hará llorar, pero la ley requiere que te
tomes una licencia por enfermedad después de que te disparen, al menos un par de
días.

La reacción instintiva de Hart fue protestar, pero luego comprendió que la


licencia por enfermedad significaba tiempo con Mercy, y la oportunidad de aclarar
lo de las cartas.

—Está bien —coincidió.

—¿Está bien? ¿Así sin más?

—Sí.

Lo miró con los ojos entrecerrados.


—¿Qué te pasa?

Miró alrededor de la habitación: el suelo, la ventana, el armario de


suministros médicos. A cualquier lugar menos la cara de Alma.

—Estoy viendo a alguien.

—¡No! ¿De verdad?

—De verdad.

Empujó el taburete más cerca, el linóleo debajo gritando por el abuso.

—¿Es serio?

—Quizás.

Lo golpeó con un buen puñetazo en el hombro.

—¡Auch! 272
—Eso no dolió, eres un bebé.

—¿Puedo recordarte que me dispararon?

—Vamos. El suspenso me está matando. ¿Quién es?

Se retorció, pero no pudo borrar la cursi sonrisa empalagosa que se apoderó


de su rostro.

—Mercy Birdsall.

Los ojos color aguamarina de Alma se abrieron de par en par antes de reírse.

—Cállate —le dijo él sin una pizca de convicción.

—¡Ah, jo, jo! Se dio vuelta la tortilla, ¿no? Trabajar en giras de dos semanas
apesta cuando estás locamente enamorado, y ahora ves la luz. Te doy un mes antes
de que me ruegues por un trabajo de escritorio.

—Entonces, ¿puedo tomarme un tiempo libre?

—Tienes que esperar hasta que el médico te dé el alta, pero sí. Porque, como
señalaste, te dispararon. —Le revolvió el cabello como solía hacer cuando se
convirtieron en colegas por primera vez—. Saluda a Mercy de mi parte.

—Lo haré.
Siempre y cuando Mercy no lo mandase a empacar cuando finalmente le
dijese la verdad, pensó, y su sonrisa estúpida se desvaneció.

273
Si Hart iba a caer en llamas, tenía la intención de lucir lo mejor posible para
Mercy cuando lo hiciera. Se cortó el cabello y se afeitó, además de comprarse dos
camisas nuevas y un nuevo jean en la única tienda de ropa para hombres de la
frontera que vendía tallas altas y mandó lustrar sus mejores botas hasta dejarlas
relucientes. Consideró la posibilidad de comprar también un sombrero nuevo, pero
dada su propensión a aplastarlo cuando estaba nervioso, y dado que ya le aterraba
confesarle la verdad a Mercy, decidió ahorrar su dinero y abusar del sombrero que
había dejado en Birdsall e Hijo.

Además de estas mejoras, Hart tenía un encendedor de bolsillo. Había


devuelto su placa de identificación y el paquete funerario a Cunningham a primera 274
hora de la mañana. La recepcionista sacó su expediente, olfateó la etiqueta de
precio barato y se lo pasó a un asociado junior, que no podía ser mayor que
Duckers. El joven agente de pompas fúnebres recitó un discurso ensayado,
intentando venderle a Hart uno de los muchos paquetes de embalsamamiento de
Cunningham, incluso mientras rellenaba el papeleo para procesar la devolución de
Hart. El lugar era una aproximación a la muerte sin aire, sin alegría y sin alma y
Hart no entendía por qué había elegido frecuentar Cunningham todos estos años.
Quizás le resultaba más fácil lidiar con la mortalidad como una transacción
comercial que enfrentarse a su propio e incierto final.

Pasó por el banco y por el despacho de su abogado, así que ya era tarde
cuando se plantó ante el mostrador de Birdsall e Hijo, con un paquete pequeño
envuelto en papel entre las manos sudorosas, y el pecho apretado por los nervios.
Escuchó el martilleo procedente del astillero y esperó que Mercy no quisiera usar
ese martillo en su rostro en cuanto le contara lo de las cartas. Respiró
profundamente, lo que no sirvió para calmar su nerviosismo furioso y tocó la
campana.

Para su consternación, no fue Mercy quien respondió a la llamada, sino su


padre. Si Zeddie y Lilian sabían lo de Hart y Mercy, ¿eso significaba que Roy
también lo sabía? Hart pensó que iba a darle un paro cardíaco cuando el hombre
se puso detrás del mostrador, pero la sonrisa afable de su rostro le hizo creer que
aún nadie lo había puesto al corriente.
—Buenas tardes, alguacil Ralston. ¿Dejando un cuerpo?

Hart no estaba seguro de que aún le corriera sangre por los labios.

—No, yo… estoy…

¿Qué se suponía que dijera? ¿Vine aquí a ver a su hija para decirle que soy
su amigo secreto por correspondencia y que espero, contra toda esperanza, que
no me odie para siempre y que incluso quiera acostarse conmigo esta noche?

Un surco de confusión y preocupación se marcó entre las grandes cejas de


Roy, hasta que Hart finalmente pronunció ahogadamente la única cosa verdadera
que podía decirle al padre de Mercy.

—Estoy aquí para comprar un nuevo paquete funerario.

—¡Bueno, veamos! —La sonrisa afable regresó: la sonrisa de Mercy, se dio


cuenta Hart. Y al momento en que pensó en Mercy, allí estaba ella, asomándose al
vestíbulo desde el pasillo, con los anteojos salpicados de serrín.
275
—Papá, ¿tienes el…? —Vio a Hart y se mordió el labio inferior, y el
corazón de él salió de su pecho para residir en el de ella.

—Pastelito, yo me encargo. El alguacil Ralston está aquí para comprarnos


un paquete funerario.

Esta vez, Mercy no se molestó en ocultar su sonrisa.

—¿Eso quiere?

—Alguacil, pase y tome asiento en la oficina.

Hart dirigió sus ojos con pánico hacia Mercy cuando Roy le dio una
palmada en el hombro y le hizo pasar por la puerta de la oficina.

—¿Té? —ofreció ella, sonriéndole.

—Sí, por favor.

—Ahora, recuérdeme, ¿estamos actualizando un paquete actual? —


preguntó el padre de Mercy mientras tomaban asiento en lados opuestos del
escritorio. Hart dejó su paquete en la silla vacía a su lado.

—No. He devuelto mi paquete a Cunningham. He venido aquí a comprar


uno nuevo.
Las cejas de Roy se alzaron, llevando consigo los anteojos colocados
encima.

—Ya veo. Gracias por tu decisión.

Hart se revolvió en su silla y asintió, y Roy extendió un folleto frente a él.

—Ofrecemos una amplia gama de embarcaciones artesanales en tres niveles


de precios; supongo que estás interesado en comprar un barco.

El viejo paquete de Hart decía que sería envuelto en una simple tela de vela,
incinerado y esparcido en las afueras del astillero. Pero si construir barcos era lo
que Mercy amaba, pondría el dinero para comprar uno. Uno caro. Ojeó las
opciones y eligió el modelo y la madera correspondiente con la etiqueta de precio
más alta. Las cejas de Roy amenazaron con salir disparadas de su cara, pero se
colocó los anteojos de lectura en el extremo de la nariz y anotó las selecciones de
Hart.
276
—¿Y prefieres que tu cuerpo sea enterrado o incinerado?

—Supongo que, incinerado.

—¿A dónde quieres que enviemos los restos?

Una cosa era decirle a un perfecto desconocido que no tenía casa y por tanto,
ningún lugar al que enviar sus cenizas. Otra cosa era tener que admitirlo ante el
padre de Mercy.

—Pueden esparcirlas en el astillero.

—¿Sin lápida?

Hart negó con la cabeza y la frente de Roy se arrugó, una expresión que le
recordó a Hart la cálida compasión de Mercy.

—Eso no es muy reconfortante para los seres queridos que dejas atrás.

—No quiero cargar a nadie con ello.

Roy dejó la pluma.

—Hart, ¿de dónde eres?


Era agradable escuchar a este hombre paternal llamarlo por su nombre. Hart
cruzó el tobillo sobre la rodilla, y deseó tener su sombrero para ponerlo encima de
la pierna.

—Arvonia. Me uní a los alguaciles de Tanria cuando tenía dieciséis años y


no he vuelto.

—¿Tienes familia?

—No que sea cercana.

—¿No eres amigo de Alma Maguire? Es tu antigua compañera, ¿no?

Hart pensó en la última vez que fue a ver a Alma y a Diane, en la forma en
que se habían preocupado por él en voz baja cuando creían que estaba dormido y
no podía escuchar.

—Sí, somos buenos amigos —aceptó.


277
—Conozco a Alma desde hace mucho tiempo. No creo que para ella sea
una carga esparcir tus cenizas.

Tal vez Roy tenía razón. Después de todo, Alma tenía su llave de
nacimiento, e iba a tener que pensar qué hacer con ella si Hart moría, así que
asintió.

—Puedes añadir también el nombre de su mujer. Diane Belinder.

Roy tomó su pluma para anotar ambos nombres en la casilla


correspondiente.

—¿Alguna instrucción respecto a tu llave de nacimiento o a las llaves de


algún familiar a tu cargo?

—Alma Maguire ya está en posesión de mi llave de nacimiento. La llave de


mi madre deberá ser enviada a su hermana, Patricia Lippett. Supongo que ella sigue
viviendo en Pettisville, Arvonia.

—Bien. —Roy anotó la información mientras seguía hablando—. Te


recomiendo que mantengas tu última voluntad y testamento en el archivo con tus
arreglos finales. Es más fácil para tus seres queridos cuando todo está en un solo
lugar.

—Aquí lo tengo. —Hart metió la mano en el bolsillo de su chaleco y sacó


el documento, doblado limpiamente en tercios.
—Excelente. —Roy colocó el testamento de Hart en una carpeta manila,
junto con el papeleo de su nuevo paquete funerario. A medida que le entregaba la
nueva placa de identificación con forma de llave, le preguntó—: Si no te importa
que te pregunte, ¿qué te hizo cancelar tu pedido a Cunningham y comprar tus
arreglos a Birdsall e Hijo?

Hart no había previsto esta pregunta. Descruzó las piernas y se enderezó,


con una mano húmeda en cada rodilla. Si Mercy aún no se lo había contado a su
padre, él no tenía derecho a decir nada, pero al mismo tiempo no tenía ganas de
mentir. Mentir o al menos, los pecados de omisión, le habían causado suficientes
problemas.

—Estoy saliendo con tu hija. —Su voz se redujo a nada al final.

—Lo siento, no entendí lo que dijiste.

Hart se aclaró la garganta.


278
—Estoy saliendo con Mercy.

Roy había escrito Ralston, Ha en la pestaña de la carpeta de archivos, pero


se congeló, con la pluma agarrada en la mano. Una pausa larga absorbió todo el
aire de la habitación antes de que Mercy llamara a la puerta y entrara. Intentó
sonreír alegremente a medida que ponía una taza humeante frente a Hart, pero
ambos hombres la conocían lo suficiente como para ver la mueca nerviosa que era.

—¿Está todo bien? —canturreó con demasiada alegría.

—Por supuesto. Gracias, pastelito.

—Sí —aceptó Hart, medio tentado de aferrarse a su tobillo y dejar que lo


arrastrara fuera de la oficina a un lugar seguro.

—Bueno, entonces. —Otro silencio brutal se extendió por la habitación—.


Supongo que los dejaré seguir con ello. —Mercy les dedicó a ambos una última
sonrisa tensa antes de salir, cerrando la puerta tras ella.

Los ojos de Roy se encontraron con los de Hart por encima de sus anteojos.
Hart esperaba encontrar en ellos un destello agudo de desaprobación. En cambio,
el padre de Mercy le dirigió una mirada apreciativa.

—Sé que le salvaste la vida, pero tenía la impresión de que se odiaban.

—Definitivamente no es odio.
—Hum. Voy a necesitar un minuto para adaptarme a esto —dijo
bruscamente, abriendo el cajón de su escritorio y sacando la no tan secreta botella
de whisky. Se sirvió tres dedos, y sostuvo el cuello sobre el té de Hart como una
oferta.

—No soy muy bebedor.

—Es bueno saberlo. —Roy volvió a tapar la botella, la metió de nuevo en


el cajón y bebió un trago profundo—. Nadie me dice nada por aquí. Tengo tres
hijos, pero se diría que yo soy el bebé. Entonces, ¿se están viendo?

—Sí.

—Y parece que va en serio. ¿Es así?

—Sí. Para mí, es así. Aunque, para ser honesto, no estoy muy seguro de
merecerla.

—Buena respuesta. —Roy apoyó los antebrazos en el escritorio y se inclinó


279
para estudiar a Hart, que ahora experimentaba palpitaciones—. ¿Por qué no vienes
a cenar esta noche?

Aquí estaba la cena agradable que Hart le había mencionado a Mercy, pero
al ver la mano enorme de Roy empequeñecer la pluma, la invitación le pareció
desalentadora. No estaba acostumbrado a los padres, y no estaba seguro de cómo
actuar alrededor del de Mercy.

—Sí, señor. Gracias, señor Birdsall.

Roy le tendió la mano. Hart la tomó con inquietud y los huesos de sus dedos
crujieron alarmantemente en el agarre del otro hombre.

—Llámame Roy.
Mercy intentó trabajar, pero fue difícil concentrarse cuando sabía que Hart
estaba en la habitación contigua con su padre, comprando un paquete funerario
nada menos. Gracias al Mar Salado, estaba en la mitad del barco en lugar de la
mitad del cuerpo. Estaba midiendo un tablón para cortar por tercera vez cuando
ambos hombres aparecieron en la puerta de los astilleros.

—Creo que Hart quería verte —dijo papá.

Hart. No el alguacil Ralston. ¿De qué habían hablado exactamente?

—Pastelito, ya me marcho. Que pases una buena noche.


280
—Buenas noches, papá.

Su padre golpeó a Hart en el brazo y, aunque éste era mucho más alto,
pareció encogerse y su rostro palideció.

—¿Nos vemos esta noche?

—Sí, señor. Quiero decir, Roy.

Los pasos de papá avanzaron por el pasillo hasta el vestíbulo, y el sonido


de la puerta principal abriéndose y cerrándose le siguió. Hart permaneció en el
marco de la puerta, aferrando un pequeño paquete de papel marrón en sus manos,
su cabello cuidadosamente recortado, su rostro bien afeitado, y Mercy se encantó
al descubrir que el Hart pulcro era tan sexy como el Hart tosco y alguacil de Tanria.
Corrió por el astillero y le rodeó la cintura con los brazos. Él se inclinó para besarla,
pero sus labios se sintieron rígidos.

—¿Vendrás a cenar? ¿Sabía de esto?

—Conseguí inesperadamente unos días libres. Tu papá me acaba de invitar.


—Se desenredó de sus brazos y le presentó el paquete—. Te compré algo.

—No tenías que comprarme nada.

—Quería hacerlo. Supongo que unas flores habrían sido mejor, pero pensé
que esto sería bonito para tenerlo en tus barcos.
Mercy le quitó el paquete y lo desenvolvió, revelando una cajita de metal
roja con una manivela plegable en un lado y una rejilla de pequeños agujeros junto
a una esfera dorada en el otro.

—¡Ah! Es… ¡maravilloso! ¡Gracias!

—No tienes ni idea de lo que es.

—Ninguna en absoluto —admitió.

—Es un transistor.

De repente, el metal rojo pareció brillar como un amanecer en sus manos.

—¡Novia de la Fortuna, Hart! ¿Cómo funciona?

—Giras la manivela hasta que se detiene. Luego lo enciendes y giras el dial


hasta que encuentres una estación que te guste. Hay dos estaciones en Bushong
que entran alto y claro, y las estaciones de Vinland también son bastante fuertes. 281
El volumen está aquí en este lado. Debería durar una buena hora antes de tener que
volver a girarlo.

Saltó como una niña recibiendo todo lo que quería en su cumpleaños.


Accionó el transistor, lo colocó junto a una lata de pintura en la estantería y puso
el interruptor en la posición de encendido. La caja roja cobró vida, explotando
estática en la habitación. Giró el dial hasta llegar a una emisora que emitía una
canción demasiado estridente para su gusto. Siguió girando hasta que llegó al
sonido familiar de una trompeta y al golpeteo eufórico de un bombo.

—¡Me encanta esta canción! —chilló, y luego cantó, a todo pulmón,


moviendo las caderas al ritmo de la música. No conocía el segundo verso, así que
cantó—. ¡Me encanta este regalo! ¡Este es el mejor regalo de todos! —en lugar de
la letra. Hart se rio, pero sus ojos grises no se iluminaron como deberían.

—¿Qué pasa?

—Estoy nervioso.

—¿Por la cena?

—Entre otras cosas.

—No lo estés. Te has enfrentado a cosas mucho más aterradoras en Tanria


que mi familia.
La canción terminó y otra tomó su lugar, un número lento y dulce.

—Sé que eres el Señor Pies Ágiles, pero ¿crees que puedes manejar el viejo
Balanceo en un Círculo?

—Daré lo mejor de mí —respondió irónicamente, y Mercy decidió que era


encantador siendo irónico. ¿Cómo diablos había logrado detestarlo durante tanto
tiempo? Todo lo que él hacía ahora se filtraba dentro de su pecho y se instalaba
permanentemente. Apoyó la cabeza en su hombro a medida que él la guiaba en un
círculo perezoso al ritmo lento y constante de la canción.

—Eres perfectamente del tamaño de Mercy —le informó ella.

—Me gustaría pensar que sí —pronunció las palabras en su cabello con esa
risa tranquila y sexy suya. Ella levantó la cara y acarició la piel desnuda de su
cuello por encima de la camisa—. ¿Estás reclamando el rincón de las caricias fuera
de los confines de tu cama? ¿Está permitido?
282
—Exijo tener acceso total y completo a mi rincón de las caricias en todo
momento.

—¿Mercy? —dijo suavemente.

—¿Mmm? —Ella deslizó sus labios por su cuello, deshizo el botón superior
de su camisa y le mordió la clavícula, saboreando la forma en que su aliento
tartamudeó.

—Debería… necesito…

Ella dio un paso atrás, y miró su rostro cansado y ansioso.

—En serio estás nervioso, ¿no?

—Eso es decir poco.

—Todo estará bien. Lo prometo. —Lo tomó por los brazos y le dio una
sacudida tranquilizadora antes de apagar el transistor—. ¿Te importa si tomo un
baño rápido antes de irnos?

—Si es un baño rápido, entonces sí, me importa.

—¿Te importa si me doy un largo baño lujoso? —enmendó.

—Por supuesto. Para aclarar, puedo mirar, ¿no?


—Claro, pero ¿estás listo para las travesuras? Parece que vas a vomitar
sobre el linóleo.

—No creo que esté listo para las travesuras justo antes de una agradable
cena familiar. Pero no significa que no vaya a disfrutar del espectáculo.

Mientras Mercy hacía correr el agua del baño, Hart recuperó su ropa
descartada y la dobló cuidadosamente, colocándola en el borde del tocador, una
acción que le pareció sorprendentemente considerada después de años de recoger
la ropa sucia de Zeddie de todas las superficies de la casa. Ya se había enamorado
de ese hombre, y sin embargo, no parecía poder dejar de caer cada vez más
profundamente.

Se sentó en el suelo del baño, con la espalda apoyada en la pared de cara a


ella, sus piernas largas haciendo triángulos gigantes entre ellas como un grillo
enorme sobre las baldosas de cerámica. Leonard se sentó a su lado, apoyando su
papada en el pecho de su querido alguacil, y resoplando de alegría mientras Hart
lo acariciaba.
283
—Esto es incluso mejor de lo que pensé que iba a ser —comentó mientras
la veía hundirse en el agua caliente y espumosa.

—¿Te has imaginado sentado en un frío suelo de baldosas, viéndome sacar


dos kilos de serrín de mi persona mientras mi perro babeaba tu camisa?

—Muchas veces. No tienes ni idea. Antes de que me olvide, Alma Maguire


te manda saludos.

El corazón de Mercy se agitó. Si Alma le estaba transmitiendo sus saludos,


eso significaba que Hart le había contado a su mejor amiga de ella. Sus mejillas ya
estaban calientes y húmedas por el agua del baño, pero saber que Hart estaba
admitiendo salir con ella hizo que la mitad de la sangre de su cuerpo se precipitara
a su cara.

—Dile que le respondí hola.

—Lo haré, pero espero que podamos pasar el rato con Alma y Diane uno
de estos días para que ustedes dos puedan saludarse todo lo que quieran en persona.

¿Estaba preparado para llevarla a reunirse con Alma, que era prácticamente
su familia? Esto se estaba poniendo serio, y Mercy, que había odiado a Hart desde
lo más profundo de su alma hace unos meses, estaba encantada.
—¿Quién es Diane?

—La mujer de Alma. Prepárate: va a abrazarte. Mucho. Si alguna vez la


conoces.

—Estoy segura de que lo haré.

—Eso espero.

Mercy se alegró de estar en la bañera; de lo contrario, podría estar bailando


una giga ahora mismo.

—¿Ha cumplido este baño con tus estándares largos y lujosos? Porque estoy
empezando a arrugarme.

—No puedo permitir eso.

La ayudó a salir de la bañera, y ahora que el agua jabonosa ya no la cubría,


se sintió tonta y cohibida de estar parada en su alfombra de baño, goteando y 284
desnuda, cuando él estaba completamente vestido. Alcanzó la toalla, pero Hart se
le adelantó y la secó él mismo. Fue dulcemente casto, la forma suave en que le
revolvió el cabello y le quitó el agua de la piel. Mientras envolvía la gruesa tela de
felpa alrededor de sus hombros, Mercy echó a Leonard del baño y extendió la mano
para deshacer los botones de la camisa de Hart.

—¿La casa de tu padre no es uno de esos lugares elegantes sin camisa, sin
zapatos y sin servicio? —bromeó, pero apoyó su larga estructura contra la pared y
observó el trabajo de sus dedos con ojos ahumados, sin mostrar ninguna
inclinación a detenerla.

—Siempre eres tú quien me toca. Quiero tocarte para variar.

Se sintió atrevida y vulnerable a la vez cuando le quitó la camisa y la deslizó


por sus brazos. Deslizó las manos por debajo de su camiseta, empujándola desde
el interior a medida que tocaba la piel tensa, los músculos estriados, el vello que
hacía cosquillas…

—Mercy, tengo que decirte…

Y un vendaje de gasa envolvía su torso.

—¿Qué pasó? —exclamó, levantando la camiseta interior para ver mejor.

—No es nada. Un rasguño.


—Es un gran vendaje para un «rasguño». ¿Por qué no me lo dijiste?

—En mi defensa, he estado muy distraído desde que llegué.

—¡Hart!

Tomó las esquinas de su toalla en sus manos para acercarla.

—Merciless, estoy bien.

—No estás bien. Nada de esto está bien. Tengo miedo cada vez que tienes
que regresar. —Extendió la mano y acarició sus pómulos afilados con los pulgares.

—Mercy, necesito…

Pero ella no quería sus palabras. Quería su aliento. Quería el latido de su


corazón. Quería sentir el calor de su cuerpo vivo, saber que estaba vivo y que era
suyo. Lo besó, y él la besó a su vez con una ternura que le hizo doler el pecho. Sus
movimientos fueron lentos y suaves cuando se dirigieron al dormitorio. Él 285
mantuvo su frente presionada contra la de ella mientras entraba y salía de ella, cada
movimiento de su cuerpo dulce y gentil. Si antes Mercy no estaba segura de estar
enamorada de él, ahora lo estaba.
Ahora. Díselo ahora, pensó Hart mientras se vestían para la cena, pero había
algo que necesitaba aclarar antes de que ella lo echara a la calle. Si decidía echarlo
a la calle. Por favor, no me arrojes a la acera, le rogó en su mente. En voz alta,
dijo:

—Tengo una propuesta para ti.

Mercy enarcó una ceja, y aunque la ansiedad tintineaba dentro de él, el gesto
lo hizo reír.

—No es ese tipo de proposición.


286
—De acuerdo. Te escucho. —Se puso el vestido y se dio vuelta, tirándose
el cabello sobre el hombro para que él pudiera cerrarlo. Esta podría ser la última
vez que pudiera hacer algo tan íntimo como cerrarle un vestido, una perspectiva
que hizo que decirle la verdad fuera aún menos atractivo.

—¿Y si pudiera ayudarte? ¿Con el negocio?

—¿A qué te refieres?

Se volvió hacia él, y él tomó sus manos entre las suyas.

—¿Qué tal si contrato a un abogado para que te ayude a luchar contra


Cunningham y Afton?

—¿Pagarías por el abogado?

Él asintió.

—No.

Esa había sido una negativa más rápida y decisiva de lo que había esperado.

—Déjame hacer esto por ti.

—Absolutamente no.

—Tengo el dinero.
—Bueno. Quédatelo. —Sacó las manos de las de él, y ya sentía como si la
estuviera perdiendo.

—¿Para qué? Nunca lo gasto. Y yo… —te amo, quiso decirle, pero no tenía
derecho a decírselo, no hasta que aclarara lo de las cartas—. Me preocupo por ti,
y por lo que te suceda.

—Sé que tienes buenas intenciones, pero esto es asunto mío. Si no puedo
mantenerlo a flote por mi cuenta, ¿cuál es el punto?

—Piénsalo. Eso es todo lo que pido.

Su boca se torció hacia abajo, pero más por exasperación que por ira.

—De acuerdo. Lo pensaré. Pero si mi respuesta es no, tienes que aceptarla.


¿Entendido?

—Entendido.
287
Ahora. En este momento, se dijo cuando llevaron a Leonard a jugar a la
pelota en el parque detrás del ayuntamiento para matar el tiempo antes de la cena,
pero fuera hacía tanto viento que habría tenido que gritar, y no quería gritarle su
confesión.

¡Queridos dioses, ahora!, le rogó su conciencia a medida que Mercy y él


caminaban juntos hacia la casa del padre de ella con Leonard trotando detrás, pero
entrelazó su brazo con el de él y aún no podía soportar el riesgo de dejarla ir. Y
entonces estaban en el porche, y la puerta principal se abrió, y Roy los hizo pasar
adentro, y había desperdiciado la oportunidad de decir lo que necesitaba decir.
Ahora tendría que sobrevivir a una cena familiar en la casa Birdsall antes de poder
contarle a Mercy el secreto asentado en sus entrañas como una bola de plomo.

Lo primero que notó Hart sobre la casa Birdsall fue que era ruidosa, y todos
parecían hablar y reírse al mismo tiempo, y no podía entender cómo tan pocas
personas hacían tanto ruido. Roy besó la mejilla de su hija cuando entraron y le
sonrió a Hart mientras le estrechaba la mano.

—Me alegro de que pudieras venir.

—Gracias. Me alegro de estar aquí. —Eso no era del todo cierto, pero Roy
le dio una palmada en el hombro de una manera acogedora (y no amenazante), y
Hart sintió que la rigidez de su columna se alivió. Siguió a Mercy hasta el altar
familiar y la vio sumergir los dedos en el cuenco de agua salada y tocar la llave de
su madre. Luego presionó las yemas de los dedos sobre el pecho de él, en el lugar
donde la llave de su madre descansaba contra su esternón, y él comprendió
entonces que si rompía con él una vez que supiera lo de las cartas, él se rompería
y no habría forma de volver a armarlo.

—¡Están aquí! —gritó Lilian por encima del hombro, la hermana de Mercy,
y luego lo abrazó por la cintura, como lo había abrazado en la fiesta del día de los
Fundadores, como lo había abrazado Diane desde que tenía diecinueve años, y a
él no le disgustó, porque estaba bastante seguro de que no lo abrazaría si pensara
que no era lo suficientemente bueno para Mercy. Él también la abrazó, aunque
tímidamente—. ¿Ya conociste a Danny? —preguntó Lil, tomando a Hart por la
muñeca y arrastrándolo a través del comedor hacia la cocina, donde Zeddie hacía
acrobacias con cebollas y una sartén grande sobre el horno mientras un hombre
pelirrojo se apoyaba contra la encimera a su lado.

—Debes ser Hart. Soy Danny, el esposo de Lil. Es bueno conocerte. —


Cuando Hart le estrechó la mano, Danny se inclinó y murmuró—: Son aterradores, 288
pero te acostumbras.

Lilian tocó el brazo de Hart.

—¿Estás nervioso? No estés nervioso. Toma un poco de vino. Cariño,


sírvele una copa a Hart.

Danny obedeció y sacó una copa de vino del armario.

—Me han degradado de sous chef a camarero. Este ya ni siquiera me deja


picar el ajo.

Zeddie resopló desde su lugar en el horno.

—¿Llamas a eso picar?

—Hart es un peso ligero —le advirtió Mercy a Danny—. Ve con calma.

Lilian tomó la botella de su esposo, y llenó la copa de Hart hasta el borde.

—¡Ah, esto va a ser divertido! Por favor, bebe en mi nombre ya que no


puedo tomar nada. Tienes tanta suerte de no estar embarazada. —Lil jadeó
teatralmente y dejó la botella sobre la encimera—. ¿Lo estás?

Hart no necesitó un espejo para informarle que estaba sonrojado de pies a


cabeza.
—No desde la última vez que me fijé.

Lilian se echó a reír. No se parecía en nada a su hermana, pero su risa era la


misma. Danny abrazó a su esposa, y aplastó su rostro contra su hombro para evitar
que avergonzara aún más a Hart.

—Olvídala. Su filtro es endeble.

—Pero de todos modos me amas —dijo Lil, su voz amortiguada contra el


suéter de su esposo.

—Lo hago.

Por el Mar Salado, pensó Hart, son adorables. Todos son adorables.

Pasar tiempo con la familia de Mercy fue muy parecido a ir a la casa de


Alma y Diane, aunque mucho más ruidoso. Había una calidez en este hogar que se
le metía en los huesos. Ya no se sentía como un extraño cuando se sentaron a cenar,
y no entró en pánico en lo más mínimo cuando Roy comenzó una conversación
289
con él sobre las papas gratinadas.

—Dijiste que eres de Arvonia, ¿verdad, hijo? ¿Eres fan de las Anémonas?

—¿En serio, papá? —dijo Mercy—. Se sentó hace dos segundos, ¿y ya lo


estás interrogando sobre sus preferencias de polo marino?

Pero Hart tuvo la extraña necesidad de abrazar a este hombre corpulento


que lo llamó hijo, y si Roy Birdsall quería hablar de polo marino profesional, Hart
estaba listo.

—Era fanático de las Anémonas cuando era niño, pero he trabajado en


Tanria más de la mitad de mi vida, de modo que en estos días tiendo a animar a los
Calamares Gigantes de Bushong.

Los ojos de Roy se empañaron. Palmeó a Hart en la espalda.

—Buen hombre. Pastelito, este me gusta.

Lo invadió un calor que no tuvo nada que ver con el vino tinto que apenas
había probado. Mientras estuvo sentado a la mesa de la familia Birdsall y observó
las bromas, las discusiones y las risas de la familia de Mercy, se dio cuenta de que
también se estaba enamorando de ellos. Si, por algún milagro, lograba mantener a
Mercy en su vida, podría ser parte de esto. Podría volver a tener una familia.
Una pizca de tentación cobarde se enroscó en su interior. ¿Qué tan terrible
sería si nunca le dijera a Mercy que era su amigo secreto? ¿Qué bien haría el
contarle ahora lo de las cartas? Ninguno. Tenía mucho que perder si confesaba, y
mucho que ganar si simplemente mantenía la boca cerrada. Seguramente podría
convencer a Duckers de que lo viera a su manera.

Tan pronto como decidió dejar que su pasado escribiendo cartas


desapareciera sin dejar rastro, Zeddie, de todas las personas, inició el proceso de
destruir su vida levantando una copa y declarando:

—Por Hart Ralston: el tipo recibe un disparo y casi muere, ¡y aparece en


una cena familiar con los Birdsall dos días después!

La mesa no respondió con vítores. Roy, Lilian, Danny y, lo peor de todo,


Mercy lo miraron boquiabiertos en varios estados de conmoción o alarma. En la
boca del estómago, Hart sabía que esto era muy malo, aunque su mente no había
entendido exactamente por qué. 290
Mercy se volvió hacia él.

—¡Dijiste que solo había sido un rasguño! ¿Te dispararon?

—Un poquito.

—¿Cómo te pueden disparar «un poquito»? —La voz de Mercy llegó a


notas operísticas.

—Está sanando bien, y no quería preocuparte.

—¡Por supuesto que me preocupo por ti! ¡No puedo creer que no me lo
hayas dicho! ¿Y tú cómo te enteraste?

La última pregunta fue dirigida a Zeddie, y Hart se dio cuenta de que por
eso estaba completamente jodido.

—Esta mañana recibí una carta de Pen.

—¿Cómo puedes recibir una carta de Pen? No hay buzones nimkilim en


Tanria.

—Sí, pero él y Hart sobornan a su cartero nimkilim para que les recoja su
correo.

Mercy se volvió lentamente hacia Hart, con el rostro lleno de conmoción e


ira.
—Yo… —empezó él, pero pareció que no podría ir más lejos. La sangre le
retumbaba en los oídos.

—Me dijiste que no podías enviar cartas desde Tanria.

—Eso no es exactamente lo que dije. —Al momento en que Hart pronunció


las palabras, supo que había sido un error, como lo demostraron las dagas de hielo
que salieron disparadas de los ojos de Mercy y se clavaron en su pecho.

Zeddie se sentó e inclinó la cabeza hacia Lilian.

—Hart está en problemas.

—¿Te mintió con algo? —chilló Lil, antes de lanzar una mirada feroz a
Hart.

Mercy golpeó la mesa.

—Ninguno de ustedes debería involucrarse en esta conversación. —Señaló 291


con el dedo el rostro de Hart—. Excepto tú. Ven conmigo.

Hart pudo sentir su furia y humillación hirviendo a fuego lento como el agua
en una tetera cuando se levantó, atravesó el salón y salió por la puerta principal,
que cerró de golpe tan pronto como él la siguió al porche. Levantó ambas manos
en señal de rendición. Estaban temblando mucho. Iba a perderla. Ya podía sentir
su alegría deslizándose como arena entre sus dedos.

—Ni una palabra de ti —dijo—. Voy a necesitar todo el camino a casa para
calmarme lo suficiente como para no estrangularte.

Hart asintió dócilmente.

Hubo un rasguño y un gemido en la puerta, y alguien la abrió lo suficiente


como para dejar salir a Leonard antes de cerrarla. El perro no se dio cuenta de la
destrucción inminente de la vida de Hart y saltó a su alrededor como un cachorro.

El camino hasta el apartamento de Mercy fue brutal, pero también


demasiado corto para que pudiera inventar una excusa razonable de por qué había
mentido con no escribirle desde Tanria. Solo la verdad podría salvarlo ahora, y
probablemente no lo haría.

Siguió a Mercy y a Leonard a través del vestíbulo de Birdsall e Hijo y subió


las escaleras, pero una vez en su casa no se atrevió a ir más allá de la puerta, contra
la que se inclinó para apoyarse una vez que se había cerrado detrás de él. Mercy se
dirigió a la cocina abierta, sacó un vaso del armario, lo llenó de agua y se la bebió
toda, de espaldas a él. Cuando volvió a mirarlo, sus ojos ya no estaban llenos de
furia. Estaban llenos de dolor, que era infinitamente peor.

—No entiendo por qué me ocultarías algo como recibir un disparo, o por
qué me mentirías sobre enviar correo desde Tanria. Me hace preguntarme qué más
me has ocultado.

—Lo sé.

—Comencemos con la parte en la que te dispararon. ¿Por qué no me lo


dijiste?

—Probablemente sea más fácil mostrártelo.

Se desabotonó la camisa y se levantó la camiseta para desenrollar el


vendaje, descubriendo el fruncido rosado debajo. Mercy se acercó a estudiar la
herida, o la falta de ella. No hacía falta ser médico para saber que una herida de 292
ballesta no se curaría, ni debería haberse curado, tan rápido. Hart apoyó la cabeza
contra la puerta. No estaba seguro de qué quería hablar menos: esto o las cartas.

—El médico no lo quiso decir abiertamente, pero creo que esa flecha
debería haber sido una sentencia de muerte. Y, sin embargo, aquí estoy. —Dijo las
palabras hacia el techo. Sintió como si estuviera abriéndose a ella con una palanca.

Ella lo perdonó lo suficiente como para pasar la mano por su torso hasta que
descansó sobre su corazón, entre sus llaves y su piel.

—¿Tienes idea de lo contenta que estoy de que no haya sido una sentencia
de muerte?

Se preguntó si se alegraría de que no estuviera muerto cuando terminara la


noche. Tomó un mechón de su cabello, y lo frotó entre sus dedos.

—Cuando tenía siete años, mi abuelo me llevó a un circo en la ciudad.


Estaba tan emocionado de ir, pero una de las primeras cosas que hicimos cuando
llegamos allí fue ir al espectáculo de monstruos. Casi todos en esa tienda eran
semidioses. Había una mujer en particular, una inmortal que había estado viva
durante trescientos años. La cosa es que, su cuerpo seguía envejeciendo. Recuerdo
haber pensado que ella no era real, que no parecía humana, pero cuando me
acerqué, abrió los ojos. Eran de color rosa brillante. Grité y grité, y el abuelo tuvo
que llevarme a casa, pero esos ojos me han atormentado todos los días de mi vida
desde entonces.
Mercy metió la cabeza debajo de su barbilla y lo sostuvo entre sus brazos.
Había venido a Eternity para confesar lo de las cartas, pero de repente se dio cuenta
de que estaba a punto de decirle algo más, algo más grande. Durante diecisiete
años, el remordimiento se había asentado en su pecho como una roca. Ahora estaba
a punto de empujarlo y enviarlo rodando colina abajo sin tener idea de las
consecuencias. Si Mercy no lo enviaba a empacar después de esto, podría
perdonarle cualquier cosa.

—¿Podemos sentarnos? —le preguntó.

—De acuerdo.

Lo dejó ir primero. Tomó asiento en el sofá y se alegró de que ella se sentara


junto a él en lugar de frente a él en uno de los sillones, donde no podría tocarla. Le
tomó una mano entre las suyas mientras aún podía y dijo:

—Esta no es la primera vez que debería haber muerto y no lo hice. Pero me


estoy adelantando. Tengo que empezar por el principio. Crecí en la granja de mi 293
abuelo en Arvonia. Solo éramos mamá, el abuelo y yo. Mi abuela murió antes de
que yo naciera, y la tía Patty ya estaba casada cuando llegué. Fue agradable, un
buen lugar para que un niño creciera. Pero eso no viene al caso.

»Uno de mis primeros recuerdos es ver una luz flotando en un campo de


maíz recién plantado. Recuerdo haberle preguntado a mamá qué era, pero ella no
pareció entender de lo que estaba hablando. Seguí viéndolas, estas luces, y cuando
tenía seis o siete años, comprendí que mamá no podía verlas, y tampoco el abuelo.
Murió cuando yo tenía nueve años, un derrame cerebral, cayó muerto en el maíz
justo en frente de mí. Cuando vi una de esas luces salir de su cuerpo, finalmente
supe qué era lo que veía.

Mercy apretó su mano.

—¿Puedes ver las almas?

Él asintió.

—También vi la de mi madre dejar su cuerpo. ¿Qué te parece eso como un


increíble talento de semidiós?

En respuesta, Mercy le acarició el brazo con la mano libre.

—Hay más —dijo, las palabras reprimidas atascándose en su boca, ansiosas


por salir—. Cuando llegué a Tanria, fui aprendiz de un hombre llamado Bill Clark,
pero fue más que mi mentor. Me enseñó los entresijos, pero también me escuchó
como si tuviera algo importante que decir, como si no fuera un niño que no sabía
nada. No quería que me retrasara en mi educación, así que me consiguió una tarjeta
de la biblioteca y me siguió la corriente cuando parloteaba sobre lo que leía:
historia, filosofía, astronomía, lo que sea. En esos días era como una esponja, y él
se encargó de asegurarse de que absorbiera las cosas correctas. Tenía una brújula
moral increíblemente fuerte y daba el ejemplo del tipo de hombre que debería
intentar ser. No es que haya estado a la altura de esos estándares.

Mercy le dio un codazo.

—Date crédito. Estoy segura de que estaría orgulloso de ti si pudiera verte


ahora. —Solo Mercy podía pensar mejor de él de lo que se merecía. Lo que estaba
a punto de decirle podría cambiar esa opinión.

—Sé que hay algún dios que me engendró, pero Bill fue mi padre. Así que,
cuando llegué a Tanria y noté un montón de almas flotando por allí, más de las que
hubiera visto en un solo lugar, se lo conté. Y luego derribé a mi primer drudge, y
294
una de esas almas salió de él. Así que, ¿todas esas personas que creen que el alma
humana reside en el apéndice y que los drudge son almas perdidas que infectan un
cuerpo? Tienen razón.

—¿Puedes darte cuenta de dónde vienen esas almas perdidas?

Hart negó con la cabeza.

—Solo sé que Tanria está llena de ellas, aquellas que no llegaron al más allá
por una razón u otra. No sé por qué, pero están atrapadas allí. Cuando encuentran
un cadáver, o hacen uno, toman posesión de él. Es su forma de estar vivos, a su
triste manera. Así que, puedes pinchar el apéndice, pero el alma vuela libre hasta
que encuentra otro cuerpo. Si matas a un drudge fuera de Tanria, flota a través de
la Niebla y se atasca de nuevo.

—No tenía ni idea.

—Eso es porque nunca le conté a nadie excepto a Bill.

—Pero, ¿por qué? —Hart alivió el surco de confusión de su frente con un


dedo suave y trazó las líneas de su rostro, tan hermoso a la luz tenue de su salón.

—No hay nada que nadie pueda hacer al respecto. Y debería saberlo; lo
intenté. Ambos lo intentamos, Bill y yo.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó, su preocupación por él espesando las
palabras. La alcanzó y ella se acurrucó contra él. Por favor, no renuncies a tu
rincón de las caricias, le rogó en su mente.

—Las almas no son lo único que puedo ver. Hay una casa en medio de un
prado en el corazón de Tanria, en el Sector 28. Nadie más puede verla, pero yo sí.
Y creo que, esas almas también pueden. Los drudge tienden a congregarse allí.

—¿Porque quieren entrar?

—Porque no quieren entrar. Porque no quieren que nadie abra esa puerta.

—¿Es… una casa o la Casa? —preguntó en silencio asombrada.

—Estoy bastante seguro de que es la Casa.

Permaneció inmóvil en su abrazo. El silencio prolongándose hasta que,


finalmente, Hart soltó una risa amarga.
295
—Y lo loco es que se parece a mi casa, quiero decir, de cuando era niño, la
casa en la que crecí en la granja. Se ve exactamente igual.

—Eso es increíble.

—Estoy seguro de que todos ven su propia casa cuando van a la Casa del
Dios Desconocido, pero creo que no se supone que debas verla mientras aún estás
vivo. Suerte la mía.

—¿Crees que estás viendo tu propia puerta al más allá esperándote en


Tanria? ¿Pensé que estabas preocupado porque no puedes…? —La voz de Mercy
se apagó, pero Hart sabía cómo llenar el espacio en blanco.

—No estoy seguro de qué es o por qué está ahí, pero sé que mucha gente no
me habría creído, no habría escuchado a un niño. Bill lo hizo, y también supuso
que era la Casa del Dios Desconocido. En aquellos días, aún intentábamos
descifrar la mejor manera de lidiar con los drudge. Muchos alguaciles perdieron la
vida en el trabajo, gente que Bill conoció, sus amigos. Así que, empezó a
preguntarse qué pasaría si iba hasta la casa y abría la puerta principal. Tal vez las
almas entrarían. Tal vez podríamos deshacernos de los drudge, de una vez por
todas. Tal vez podríamos salvar vidas.

El brazo de Mercy lo envolvió con tanta fuerza que luchó por respirar, pero
siguió contando la historia.
—Tenía diecinueve años cuando decidimos intentarlo. Estábamos a mitad
de camino entre la línea de árboles y la casa cuando llegaron los drudge, y quiero
decir que vinieron hacia nosotros desde todas direcciones. Nunca había visto tantos
a la vez. Bill encendió su bengala y me dijo que fuera a la casa mientras él los
detenía. Así que, hice lo que dijo. Salí corriendo. La mitad de ellos me
persiguieron. Dioses, fueron rápidos. Los drudge siempre son mucho más rápidos
de lo que crees que van a ser. Tuve que parar y luchar contra ellos. Cuando miré
hacia atrás, allí estaba Bill. Lo superaban en número y sangraba, por la cabeza, el
brazo, por todas partes. Me vio vacilar, y cuando me gritó que siguiera adelante,
cuando dejó de pelear lo suficiente como para gritarme, ellos… ellos lo enterraron.
No sé de qué otra manera describirlo. Se amontonaron sobre él, y ya no pude verlo.
Me había dicho que siguiera adelante, que llegara a la casa, pero no podía dejarlo
morir así. Así que, volví por él. Intenté luchar contra todos los drudge que se habían
amontonado sobre él, pero también me destrozaron.

—Oh, Hart.
296
—Déjame decirlo. Déjame contártelo todo. —La apretó contra él, con tanta
fuerza que temió estar lastimándola, pero parecía que no podía detenerse—. Lo
hice. Los atrapé a todos, pero se acercaron más, y no sabía qué hacer, porque Bill
aún estaba vivo. Estaba en el suelo, y mierda, estaba en tan mal estado, Mercy. Y
me dijo, me rogó, que no dejara que se lo llevaran. Entonces, yo… entonces, yo…

—Oh, dioses.

—Entonces, me aseguré de que no lo pudieran convertir en un drudge.

Mercy no dijo nada, y no estaba seguro de haberla escuchado si lo hubiera


hecho. Estaba muy lejos, de pie en el prado, observando el rostro de Bill contraerse
de dolor a medida que Hart hundía su estoque en el apéndice de su mentor.

Su voz sonó plana y lejana cuando habló de nuevo.

—Los drudge restantes me rodearon, pero solo me quedé allí y observé


cómo el alma de Bill flotó hacia esa casa, abrió la puerta y entró.

—¿Y tú? ¿Qué te pasó a ti?

Mercy se deslizó de sus brazos y lo miró con cada gramo de su bondadosa


empatía encantadora mientras una lágrima que Hart no quería derramar rodó por
su mejilla. Con la historia fuera de su boca y lanzada a lo desconocido, supo que
se derrumbaría por completo si ahora la miraba, así que miró más allá de ella hacia
la puerta oscura de su dormitorio.
—Llegaron más alguaciles a la escena, respondiendo a nuestra bengala.
Lucharon contra el resto de los drudge, y me llevaron a la enfermería. Me recuperé,
pero no debería haberlo hecho. Ese lugar debería haber sido mi tumba. Esa puerta
estaba destinada a mí, pero Bill fue quien entró. —Hart se secó las mejillas
húmedas—. Debí haber regresado y tratado de terminar lo que habíamos
empezado…

—No.

—Pero no lo hice. No pude. No me atreví a volver allí. La casa aún está allí,
pero incluso ahora, no puedo enfrentarla.

Mercy le pasó los dedos por el cabello, y con los pulgares secó la fuga
constante de sus ojos masculinos.

—Jamás vuelvas allí. No vuelvas a intentar abrir esa puerta.

—Si hubiera abierto esa puerta hace diecisiete años, si hubiera hecho lo que 297
Bill me dijo que hiciera, hoy él podría estar vivo.

—O ambos podrían estar muertos. Hart, no sabes si eres inmortal. Y no


tienes idea de lo que hay detrás de esa puerta. Y a decir verdad, tampoco Bill.

—¿No entiendes? ¡En cierto modo lo maté!

—¡No, no lo hiciste! —Lo agarró por los hombros, pero él se estremeció


ante su simpatía, la encontró incluso irritante, y se alejó de ella en el sofá. Ella
frotó su brazo, pero él se puso rígido bajo su toque. No merecía su consuelo. No
se merecía nada bueno, no cuando le había quitado todo a Bill.

—No intentes borrar mi culpa, ¿de acuerdo? No irá a ninguna parte.

—No estoy intentando borrar la culpa. Estoy intentando colocarla sobre los
hombros legítimos.

Sus palabras se hundieron como veneno. Porque si la culpa no recaía sobre


sus hombros, solo podía haber una persona a la que ella se refería. La irritación dio
paso a una fría enemistad, agarrándole el corazón con dedos helados. Se apartó de
su toque.

—No vayas allí —le advirtió, pero Mercy no estaba dispuesta a aceptarlo.
Ardía de ira, y esa ira estaba dirigida a Bill Clark.
—No me importa lo mucho que amaras al hombre. Eras un niño. Él era el
adulto. Era responsable de ti y tu bienestar, pero te pidió que arriesgaras tu vida.
¿Y para qué?

—Soy un alguacil. Él era un alguacil. Todo el trabajo es un riesgo.

—Alguacil o no, un hombre adulto pidiéndole a un chico de diecinueve que


haga algo estúpidamente peligroso no es ninguna persona con una «brújula moral
fuerte».

—No lo conociste.

—Tal vez no lo hice, pero sé esto: Pen tiene diecinueve. ¿Le pedirías que
abriera esa puerta?

—Él no puede verla.

—¡Eso no viene al caso!


298
Hart se congeló, una estatua de ira helada, y como se negó a responder a su
pregunta, Mercy lo hizo por él.

—La respuesta es no, no lo harías, porque tienes una brújula moral fuerte.

Ella tenía razón. No había forma terrenal de que Hart le pidiera a Duckers
que hiciera lo que Bill le había pedido que hiciera tantos años atrás, y la odiaba por
entender algo que él no había logrado comprender. Fue como revivir la discusión
con Alma. Con una pregunta, había hecho estallar por completo todo lo que creía
saber de sí mismo, de Bill, del mundo tal como él lo entendía. Se puso de pie y se
dirigió a la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Mercy.

—Me voy.

Pasó corriendo junto a él y se paró frente a la puerta, con los brazos


cruzados.

—Hart, háblame.

—¿Por qué? ¿Para que puedas decirme que la mejor persona que he
conocido fue un imbécil, cuando no lo conociste en absoluto?

—No digo que fuera una mala persona.


—Claro, simplemente que carecía de una «brújula moral fuerte».

—¡Esas fueron tus palabras! —Mercy se llevó las manos a las sienes y
respiró hondo. Cuando volvió a hablar, su voz sonó tranquila, pero su ira vibraba
bajo la superficie—. Tal vez no debí haberlo dicho como lo hice, pero debes
entender que la muerte de Bill no fue culpa tuya. Él mismo se puso en esa situación.
Él te puso a ti en esa situación. Así que no, no pienso, y no pensaré, bien de él por
eso, lo conociera o no. Mira lo que te ha hecho.

Su versión de la verdad lo golpeó con fuerza. Su mandíbula estaba tan


apretada que apenas podía empujar su respuesta mordaz a través del corte sombrío
de su boca.

—Sí. Soy un verdadero desastre, ¿no?

—¿Podrías dejar de torcer mis palabras? Estoy intentando ayudarte.

—No necesito tu maldita ayuda. 299


Entró en el dormitorio en busca de su mochila, pero Mercy lo siguió y se
paró en la puerta.

—Por supuesto. No necesitas nada ni nadie. Has estado haciéndolo genial


por tu cuenta.

Los ojos líquidos de Leonard miraron hacia arriba desde donde estaba
recostado en la cama, su papada cubriendo la mochila de Hart, y gimió, un sonido
que fue eco del dolor y el resentimiento brotando desde dentro de Hart. Porque
Hart no lo había estado haciendo genial por su cuenta. Así fue como había
terminado escribiendo las palabras «Me siento solo» en una carta que había llegado
a la única persona que podía romperlo en un millón de pedazos, la persona que lo
estaba rompiendo en un millón de pedazos en este preciso momento mientras
pisoteaba sus recuerdos de Bill.

—No te vayas así —le dijo Mercy a medida que él intentaba sacar la
mochila de debajo de Leonard, pero el perro confundió el gesto con un juego de
tira y afloja. Ahora Hart sujetaba la correa, mientras que la mandíbula de Leonard
se sujetaba al fondo de la mochila. El perro gruñó juguetonamente, su colita
cortada girando con alegría. Hart intentó liberar la mochila, pero el agarre de
Leonard fue firme.

—Suéltala —exigió.
—Hart, ¿podrías calmarte un minuto y hablar conmigo?

—¡Suéltala! —Tiró con fuerza y la correa se desprendió de la mochila.


Leonard celebró su victoria, sacudiéndola en su boca como si fuera una presa
capturada, arrojando el contenido por todo el piso del dormitorio. El cepillo de
dientes de Hart. Su peine. Su desodorante. Su camisa y ropa interior limpias. Su
libro de la biblioteca.

Las cartas de Mercy.

Leonard siguió gruñendo de alegría y, sin embargo, un manto sombrío se


apoderó de la habitación. Hart observó con un horror impotente cómo Mercy miró
fijamente el paquete de cartas atadas con cordeles, su propia letra devolviéndole la
vista.

Para: Un amigo.

La ira de Hart de hacía cinco segundos se había ido, todo se había ido. No 300
podía respirar bien, parecía que no podía aspirar o expulsar suficiente aire de sus
pulmones.

—Mercy —dijo, su voz fina y aguda.

Ella giró sobre sus talones, abrió la puerta del apartamento y bajó corriendo
las escaleras.

Hart corrió tras ella.

—¡Mercy, espera!

Corrió a la oficina y encendió la lámpara de gas. Luego fue a uno de los


archivadores y toqueteó las etiquetas de los cajones, murmurando:

—¿A quién has traído últimamente?

Hart estiró el brazo hacia ella, pero ella se apartó. Abrió un cajón y revisó
las pestañas del archivo.

—Clayton, Coffindaffer, Córdova… ¡Cushman! —Arrancó el archivo y lo


levantó para que Hart lo viera, y la ira que pintó el rostro femenino le heló las
tripas. Colocó el archivo en el escritorio y lo abrió. Estaba la letra de Hart en el
informe, las letras cuadriculadas que ella debía haber llegado a conocer tan
íntimamente como él conocía las de ella.
Lo miró intensamente entonces y esperó a que dijera algo. Su caja torácica
se sentía demasiado pequeña para la angustia expandiéndose dentro de él, pero no
podía pensar en nada que pudiera decir para reparar lo que había roto entre ellos al
no decirle la verdad.

—Tú lo sabías —se enfureció—. Lo has sabido desde el Café Little Wren.
Y no dijiste nada.

Él se quedó mirando el papeleo, deseando desde lo más profundo de su alma


que de alguna manera pudiera borrar la evidencia de su propia mano.

—Mírame a los ojos —ordenó ella.

Hizo lo que le pidió, y las lágrimas de rabia femenina le quemaron un


agujero en el pecho. Estaba tan lívida que se sacudía de pies a cabeza, su cabello
vibrando en un halo de luz.

—¿Me hiciste pensar que tú… y luego te acostaste conmigo? 301


—Puedo explicarlo.

—No, podrías haberlo explicado, en tiempo pasado, pero no lo hiciste.


Ahora no puedes, porque no estoy interesada en escuchar tus excusas.

Todo se derrumbaba a su alrededor. La estaba perdiendo, toda ella, Mercy


y sus cartas.

—Tienes que creerme —le rogó.

Ella lo interrumpió con una risa incrédula y amarga.

—Disculpa, ¿qué? ¿Tengo que creerte? ¿Por qué? ¿Para que puedas
encontrar alguna otra forma de meterte en mis pantalones?

—Yo nunca…

—¿Nunca harías qué? ¿Mentirme?

Hart enterró el rostro entre sus manos. No podía soportar el odio que
emanaba de ella hacia él.

—No quise mentir —gimió entre sus palmas, pero ella apartó las manos de
su rostro.
—¡Sí quisiste! ¡Lo hiciste a propósito! Las mentiras no ocurren por
accidente. Una mentira es una elección deliberada.

—Mercy, por favor, lo siento mucho.

—No quiero tus disculpas. ¿Y sabes qué? No te quiero a ti.

No había gritado las palabras; las había dicho con una precisión fría que lo
desgarró. Dejó de llorar. Dejó de sentir. Dejó de funcionar. Existía, y eso era todo.

—No vuelvas a poner un pie en este lugar —le dijo, su voz tan fría como el
Mar Salado—. Si tienes un cuerpo que entregar, envías a Pen para que lo haga.
¿Entendido?

No podía pensar ni hablar. Todo lo que pudo hacer fue asentir.

—Ahora, vete.

302

No recordaba haberse ido, cerrar la puerta detrás de él o meterse en su duck.


Condujo durante horas y no tenía ni idea de dónde estaba ni a dónde iba. Había
llegado a un canal de dos carriles cuando la agonía lo alcanzó. Se hizo a un lado y
flotó en medio del mar. Sus lágrimas vinieron como una enfermedad, saliendo de
él incontrolablemente. Sollozó como llora un niño, tosiendo y jadeando en busca
de aire. No sabía que un hombre adulto podía llorar así.

Exprimido por fin, se acurrucó en la cabina y miró a través del parabrisas la


gélida luz de las estrellas, a los dioses que habían ido y venido y habían sido
olvidados. Observó el cielo girar sobre su cabeza, y todo lo que pudo pensar fue
en la palabra corazón roto.

Hart.

Roto7.

7
Heartbroken: juego de palabras con el nombre de Hart y «heartbroken», que significa «con el corazón
roto, afligido, desconsolado».
—¿Por qué quiere trabajar para Birdsall e Hijo?

En la oficina, Mercy y Lilian se sentaban frente a su tercer entrevistado del


día, un minero buscando una línea de trabajo más segura fuera de los límites de
Tanria. Mercy tenía grandes esperanzas en este, dada la debacle de las dos primeras
entrevistas, pero cuando él le dirigió una sonrisa untuosa, sus esperanzas se
desvanecieron rápidamente.

—Bueno, tengo que decir, señorita, me gusta la vista.

—Gracias. Estaremos en contacto —dijo Lil.


303
—Solo he respondido una pregunta.

—Y tenemos toda la información que necesitamos. Ya conoce la salida.

—De todos modos, las malditas mujeres no tienen por qué emprender —
murmuró mientras salía de la oficina.

—¿Cómo papá encontró a Danny en este pantano? —se preguntó Mercy en


voz alta una vez que escucharon cerrarse la puerta principal. Le había pedido a su
hermana que se quedara para ayudarla con las entrevistas mientras Danny hacía
las entregas, ya que de todos modos iban a llevar el negocio juntas, además parecía
una buena manera de obligar a papá a tomarse unos días libres. Ahora sentía que
estaba haciendo perder el tiempo a Lilian.

—Tal vez deberíamos ir al templo y dejar un sacrificio verdaderamente


impresionante para la Novia de la Fortuna.

—Querida Novia de la Fortuna: envía a una mujer que responda a nuestra


oferta de trabajo como nuevo conductor de entrega, porque los hombres apestan.

—Ciertamente lo hacen.

Mercy había estado haciendo un trabajo decente al no pensar en cierto


mentiroso alguacil tanriano cada segundo de cada día, pero la mención de los
engaños de los hombres hizo que le resultara difícil eludir su corazón maltrecho.
Arrojó su portapapeles sobre el escritorio y recogió el paquete que le había enviado
corporación maderera Quinter, que operaba cerca de la Estación Este.

—¿Por qué te torturas con eso? Hemos hecho los cálculos. Las tarifas de la
madera son factibles, pero los costos de envío nos hundirían.

—Es la oferta más razonable que hemos tenido.

—Eso no lo hace factible. Incluso con las ganancias que estamos logrando
con los indigentes, no podemos permitírnoslo. No tenemos el poder de negociación
de Cunningham. Tienen seis ubicaciones. Solo somos nosotros.

Mercy se animó, una idea tomando forma en su mente.

—Pero, ¿y si tuviéramos poder de negociación?

—¿Qué quieres decir?

—Piénsalo. Hay otros empresarios de pompas fúnebres operando alrededor 304


de la Estación Oeste. Tanto Mayetta como Argentine tienen empresarios
funerarios, y apuesto a que hay al menos un par al norte que han estado trabajando
con Afton. No somos los únicos afectados por el acuerdo de Cunningham. Si
formamos algún tipo de consorcio con los demás, tal vez podamos llegar a un
acuerdo con el maderero Quinter.

Lil masticó la goma de borrar de su lápiz.

—Dependerá del tipo de trato que ofrezca Quinter. Tendría que hacer
cálculos, pero sí, podría funcionar.

—¿Crees que considerarán la idea si proviene de una mujer funeraria?

—No veo a los hombres escupiendo un plan mejor, y tú has sido la


sepulturera interina aquí durante un año sin levantar demasiado revuelo. Tal vez
nosotros, los habitantes de la frontera, somos mucho más progresistas de lo que
piensas.

—No puede hacer daño indagar un poco. Lo peor que podrían hacer es decir
que no.

Lil sacó el lápiz de su miseria, colocándolo sobre el escritorio para poder


cruzar ambas manos sobre su vientre embarazado.

—Ojalá pudiera averiguar por qué Cunningham quiere tanto cerrarnos. Me


mantiene literalmente despierta por la noche. Bueno, eso y el hecho de que a este
de aquí le da hipo todas las noches a las tres en punto y baila en mi vejiga desde el
anochecer hasta el amanecer. —Lil se palmeó el estómago—. Pero en serio, si
tomas nuestras cifras de ventas y las inflas para que coincidan con la ingesta de
Cunningham, además de las ganancias que obtiene de su capacidad para marcar
los productos que compra al por mayor, además del hecho de que ha acaparado el
mercado del embalsamamiento, lo juro, puedo ver cómo nuestro mísero negocio
recorta sus ganancias. Por mucho que me duela decir esto, Zeddie tenía razón. Aquí
está pasando algo turbio.

—Curtis Cunningham es el Señor Pilar de la Comunidad. Incluso si


estuviera haciendo algo turbio, no puedo imaginar que podamos hacer algo al
respecto. —Mercy se desinfló, puso su codo en el escritorio y apoyó la barbilla en
la palma de su mano.

—Si Cunningham está haciendo todo lo posible para deshacerse de


nosotros, es lógico que también esté intentando silenciar a otros. Deberíamos
averiguar qué empresas de pompas fúnebres han cerrado durante el último año para 305
ver si tienen algo en común.

—Todo eso suena bien, pero tengo un pozo rebosante abajo y cuatro barcos
que construir esta semana. No tengo tiempo para ser la Súper Detective Mercy
Birdsall.

—Deberías poner eso en tu tarjeta de presentación.

Mercy se quitó los anteojos y se frotó el dolor de cabeza floreciendo en su


frente. Enterrarse en el trabajo era lo que le había impedido enterrarse en la
angustia y la miseria en las últimas semanas. Tenía miedo de dejar que sus
pensamientos se alejaran demasiado del astillero; era probable que se toparan con
temas que era mejor dejar intactos, como cuánto extrañaba al hombre que le había
mentido abiertamente.

Lilian golpeó su codo.

—Vamos, sígueme la corriente. ¿Qué empresas de pompas fúnebres han


cerrado sus puertas recientemente?

Mercy cerró los ojos e imaginó un mapa de Bushong, y las ciudades


fronterizas apiñadas alrededor de cada una de las cuatro estaciones de los
alguaciles de Tanria. Comenzó hacia el norte y siguió su camino en el sentido de
las agujas del reloj, este, sur y luego oeste.
—Morgue y Ritos Funerarios Estes, Dresser y Knops, Servicios Funerarios
Bhathena… eso es todo lo que se me ocurre.

Lil anotó los nombres y le entregó la lista a Mercy.

—¿Qué tienen en común?

Mercy anhelaba ocuparse de cadáveres y barcos en lugar de la adquisición


hostil de Cunningham, pero se puso los anteojos y leyó la lista diligentemente.

Y surgió un patrón.

—¡Vaya! —gritó, el pulso resonando en sus venas como una campana. Voló
al archivador donde guardaba los viejos registros financieros.

—Damas y caballeros, la Súper Detective Mercy Birdsall, está en el caso


—bromeó Lil a medida que Mercy sacaba el archivo de la subvención de
tramitación de indigentes y lo habría sobre el escritorio. Revisó el papeleo hasta
que encontró la carta de adjudicación que enumeraba a todos los beneficiarios de
306
la subvención: Servicios Funerarios Bhathena, Birdsall e Hijo, Servicios
Funerarios Cunningham, Dresser y Knops, Morgue y Ritos Funerarios Estes.

—¡Madre de los malditos Dolores, lo sabía! —cantó Lilian por encima del
hombro.

Mercy sacudió la cabeza con incredulidad.

—¿Quiere el monopolio de la subvención de tramitación de indigentes?


Tiene que ser una miseria para él. Aplicó por autopromoción, no por beneficio
económico.

—No es una miseria. Durante los últimos seis meses, nuestra admisión de
indigentes ha aumentado más de doscientos por ciento, y estoy segura de que es
más alto para él. Es como guardar monedas de cobre en una alcancía. Unos cuantos
aquí y allá no suman mucho, pero si llenas el banco, suma. Te lo digo, él sabía que
la ingesta estaba a punto de aumentar exponencialmente, por eso cerró a todos los
demás. ¡Sospechoso!

—Pero, ¿cómo iba a saber eso? No es como si pudiera entrar en Tanria para
empeorar el problema de los drudges. ¿Y quién empeoraría el problema de los
drudges a propósito?

—¿Un idiota turbio que puede obtener una gran ganancia?


—Pero, ¿cómo lo está haciendo?

—¿Cómo se hacen los muertos vivientes? Con gente muerta. ¿De qué tiene
un suministro ilimitado? ¡Gente muerta! —Lilian golpeó el escritorio para recalcar
su punto.

—Sí, pero cada cuerpo que sale de Tanria tiene el apéndice perforado, de
modo que no se puede reanimar, sin mencionar el hecho de que alguien tendría que
pasar todos esos cadáveres por el puesto de control en la Estación Oeste.

—Te lo digo, Cunningham encontró una manera. Este tipo tramó un


complot nefasto para llenar Tanria con cadáveres para estafar al gobierno. Ese tiene
que ser el plan malvado menos sexy de la historia.

Mercy se apoyó en el archivador alto, sintiéndose agotada.

—Lil, no lo sé. Me parece bastante descabellado.

—Creo que vale la pena investigar.


307
—Tal vez —dijo Mercy, pero todo este hablar y no trabajar la estaba
haciendo sentir de nuevo, y no estaba de humor para involucrar sus emociones—.
Mientras tanto, voy a enviar cartas a cualquiera que esté dispuesto a unirse a
nosotros en la compra de madera, y luego compraré grandes cantidades de
chocolate, y después me pondré en serio horas extras para superar la carga de
trabajo de hoy.

—Plan sólido, especialmente la parte del chocolate, pero solo si también


implica que me compras un muffin de arándanos del tamaño de mi cabeza.

Cuando Mercy deslizó las cartas para los sepultureros en el buzón nimkilim
de Main Street, sintió la necesidad familiar de escribirle una carta a su amigo por
correspondencia, la misma necesidad que la había impulsado a escribirle en primer
lugar, la necesidad de un amigo. Y entonces recordó por qué Hart y ella se habían
separado. Lo odiaba por haberle hecho esto, por arruinar lo que habían tenido
juntos y destruir las cartas de un solo golpe.
Merciless, odiar es una palabra muy fuerte. ¿En serio me odias?, le
preguntó en su memoria. Deseaba poder odiarlo, pero no lo hacía. La triste verdad
era que lo amaba, incluso luchaba por perdonarlo.

Las mismas preguntas que rondaban por su cerebro todas las noches
mientras yacía despierta en su cama solitaria dieron un salto mortal en su mente a
medida que seguía de pie frente al buzón nimkilim en Main Street: ¿Por qué había
escrito las cartas en primer lugar? ¿Por qué los nimkilim habían decidido que ella
fuera la receptora? ¿Por qué la había humillado en el Café Little Wren, solo para
darse la vuelta y cortejarla una semana después? ¿Cómo podía haberse acostado
con ella cuando sabía la verdad? ¿Cómo podía haber dejado que las cosas entre
ellos llegaran tan lejos y durante tanto tiempo sin decírselo?

No se molestó en preguntarse si le daría la oportunidad de explicarse si


aparecía en su puerta. Sabía que lo haría. El problema era que, Hart le había tomado
la palabra cuando lo envió a empacar. Le había dicho que no pusiera un pie en
Birdsall e Hijo nunca más, y no lo hizo. Pen fue quien dejó los cuerpos que 308
aseguraron recientemente, incluidos los indigentes. Hart podría haberlos llevado a
Cunningham; en cambio, aún se estaba asegurando de que Mercy obtuviera los
cuerpos sin llave que él y Pen recuperaron en Tanria y, por lo tanto, el dinero que
venía con ellos. Tal consideración era exasperante, dadas las circunstancias.

Mientras Mercy caminaba calle arriba hacia la tienda general Callaghan,


consideró lo que significaba que, según Lilian, la admisión de indigentes hubiera
aumentado en más de doscientos por ciento. Esto siguiéndole el aumento de la
población de drudges dentro de Tanria en consecuencia. Si las sospechas de Lil
eran correctas, y Cunningham había encontrado una manera de contrabandear
cadáveres con apéndices intactos a Tanria, eso ponía a todos los alguaciles en
mayor riesgo. Cuando pensó en los cortes y moretones que había visto en la piel
de Hart durante los meses que habían salido, le hirvió la sangre. Puede que
estuviera furiosa con Hart, pero la idea de que saliera herido o algo peor la
molestaba sin cesar, sobre todo si Cunningham estaba aumentando la población de
drudges a propósito.

A decir verdad, estaba muy preocupada por él, y no solo por los peligros
físicos de Tanria. Se había negado a preguntarle a Pen cómo estaba las pocas veces
que se habían cruzado desde la ruptura, pero la última vez que lo vio en la casa,
Pen le dio su opinión sin que ella tuviera que pedírsela.

—Está perdido y miserable sin ti —le informó Pen.


—Tiene una manera graciosa de demostrarlo —había murmurado en
respuesta.

Podía acercarse a Hart, pero él era el que había mentido. Él era el que
necesitaba explicarse. Si no estaba dispuesto a tragarse su orgullo y perseguirla,
no la merecía. Y el hecho de que él aparentemente no se sintiera obligado a pedirle
perdón fue la razón por la cual Mercy acechó los pasillos de la tienda general
Callaghan para encontrar una barra de chocolate que llenara de manera inadecuada
el vacío emocional dentro de ella.

También compró un muffin de arándanos del tamaño de su cabeza para Lil.

A medida que pagaba en la caja registradora, notó un titular en la primera


plana del Eternity Gazette, más pequeño que el titular principal «Drudge suelto
mata a dos en Herington» y metido en una esquina: Cunningham patentó un
parche de embalsamamiento milagroso.

Y clic, todo encajó en su lugar. 309


Papá recibía la Gazette en casa todas las semanas, pero Mercy desembolsó
el cambio para comprar una copia en el mostrador. Corrió hacia Birdsall e Hijo tan
rápido como se lo permitieron sus zapatillas de lona rojas, abrió la puerta y gritó:

—¡Lil! ¡Sé cómo lo está haciendo!


La pena que Hart sintió al pasar los días junto a Duckers fue distinta a la
que sintió después de perder a su madre, a Bill o a Gracie. A ellos se lo habían
arrebatado. Habían ido a un lugar que él no podía seguirlos. Pero Mercy estaba
viva y sana, y viviendo en el mundo sin él, y la razón por la que no podía estar con
ella era porque lo había estropeado irreparablemente. Se lo había provocado a sí
mismo, y ahora no podía deshacerlo y eso lo estaba destrozando por dentro.

Siguió con su vida, dedicándose a arrestar contrabandistas y cazadores


furtivos, a enseñar a Duckers a empaquetar la lona de modo que no se saliera del
paquete, a eliminar a los drudges y ver cómo sus almas amargadas se perdían en
los vientos de Tanria hasta que pudieran infectar a otra persona. Al final de cada 310
gira, Zeddie fue a buscar a Duckers a la estación, mientras Hart regresó a Tanria
por su cuenta para tomar horas extras. Siempre fue un alivio estar a solas con su
tristeza una vez que Duckers se alejó de él, dejar la fachada y simplemente ser.
Pero al cabo de un día o dos, acabó echando de menos al chico más de lo que quiso
estar solo.

Tal vez por eso, acampando en el Sector W-26 en un turno nocturno en


solitario, sacó una pluma y el material de papelería que hacía tiempo que se había
hundido en el fondo de su mochila y escribió una última carta a Mercy. Meses
atrás, le había dicho a un amigo sin nombre ni rostro que se sentía mejor por haber
plasmado el peso de su soledad en un trozo de papel. Ahora era cierto, aunque
deslizó la carta en el bolsillo de su chaleco en lugar de un buzón nimkilim.

Pensó que volvería a ser el que había sido antes de enamorarse de Mercy,
pero Mercy era quien le había hecho ver cómo años preocupándose por su posible
incapacidad para morir se habían traducido en un claro fracaso para vivir, algo que
ahora intentaba remediar. Cuando Duckers bromeaba con él, Hart se atrevía a
esbozar una sonrisa. Cuando sentía que pasaba demasiado tiempo solo, iba a cenar
o a jugar a las cartas con Alma y Diane. Mantenía conversaciones agradables con
la bibliotecaria que gestionaba sus préstamos interbibliotecarios en la sucursal de
Herington de la Biblioteca Pública Bushong. Hacía todo lo posible por vivir un
poco. El problema era que quería vivir un poco, o mucho, en realidad, con Mercy.

Cosa que no iba a ocurrir.


—Te dije que no eligieras ese —se regodeó Hart, ganándose una mirada
fulminante de su aprendiz. Las cosas habían llegado a un punto en que la persona
más alegre del mundo, Penrose Duckers, era capaz de fruncir el ceño, pero después
de un día persiguiendo a Saltlicker, que seguía huyendo en busca de agua, Duckers
estaba agotado y su irritación era tan eléctrica como el olor de la tormenta
inminente en el aire. Solo había una tormenta en Tanria, creada por el viejo Dios
de la Ira, que zigzagueaba por esta prisión mientras rebotaba contra las paredes
neblinosas y se dirigía hacia ellos, lo que no ayudaba en absoluto a mejorar el
humor de Duckers.

Hart, por su parte, se divertía mucho utilizando a Saltlicker como una


oportunidad educativa. Le dio las gracias a la Novia de la Fortuna por darle tanta
alegría cuando más la necesitaba.
311
—Creo que hemos aprendido una lección valiosa, ¿cierto, Duckers?

Duckers gruñó.

—En el futuro, harás lo que yo te diga. Punto. Si digo: «Empaca dos


cantimploras», ¿tú…?

—Empaco dos cantimploras —respondió Duckers rotundamente.

—Si digo: «Tienes que practicar con tu estoque», ¿tú…?

—Dejo todo lo que estoy haciendo y practico con mi estoque.

—Y si te digo: «No elijas a ese semental, porque es un grano en el trasero,


¿tú…?»

—No elijo a ese semental, porque es un grano en el trasero, señor.

Hart estaba debatiendo si debía o no arreglar la estaca de Duckers cuando


llegó Bassareus.

—Mira a ese tonto enfurruñado. ¿Te duele el trasero, muchacho?

Hart se frotó la frente.


—Gracias por personificar una vez más por qué los Dioses Antiguos
tuvieron que irse.

Bassareus puso su pata sobre su corazón y su rostro se suavizó.

—Aw. Qué tierno.

Hart sirvió el whisky mientras Duckers sacaba sus cartas de la mochila. No


podía estar resentido con el chico por su felicidad, pero ver las cartas ir y venir
entre él y Zeddie seguía siendo un recordatorio brutal de lo que Hart había perdido.
Exhaló un suspiro miserable antes de darse cuenta de que Bassareus lo observaba.

—¿Qué?

El conejo le dio un codazo en el brazo.

—Quería decirte que siento lo de tu chica. Es duro.

Hart no sabía qué le sorprendía más: la simpatía de Bassareus o el hecho de 312


que Hart se sintiera conmovido. Asintió en señal de gratitud.

—Sigue viniendo por el chico. Te daré una propina.

El nimkilim apenas había desaparecido por encima de la cresta de una colina


cuando Saltlicker se soltó del nudo inepto de Duckers y echó a correr.

—Diviértete —dijo Hart a su aprendiz, dejando claro que no tenía intención


de ayudar.

Duckers resopló y se marchó tras su horrible montura, dejando a Hart solo


con sus pensamientos y su añoranza por la mujer que había perdido.

Se oyó un estruendo cerca, seguido de un estallido de luz naranja que


chisporroteó en el cielo.

Una bengala.

Procedía de la misma dirección que Duckers había ido.

Un miedo como respuesta estalló, silbó y chisporroteó en el interior de Hart.

Abandonando todos los pensamientos sobre Mercy, se ató el machete y


tomó un cartucho extra de munición para ballestas antes de montar en su équido y
galopar tras su aprendiz. La bengala cayó y se apagó a medida que la yegua se
abría paso entre los árboles, descendiendo a toda velocidad por una pendiente
empinada hasta que sus patas palmeadas chapotearon en el arroyo al fondo del
barranco. Con el agua bajo sus patas, voló como una flecha, con las fosas nasales
abiertas.

Hart vio la linterna de Duckers a lo lejos, y un relámpago iluminó su silueta


diez metros más adelante, en la orilla izquierda del arroyo, blandiendo su estoque
como un loco no contra una, sino contra dos formas sombrías. El hedor de la
descomposición abordó la nariz de Hart por encima del aroma limpio del agua y el
cieno. Con el corazón retumbándole más fuerte que las patas del équido, Hart
aferró a la yegua con las rodillas mientras desenvainaba el machete a tiempo para
acribillar a uno de los drudges que intentaba asesinar a su aprendiz.

La yegua se sacudió y corcoveó aterrorizada cuando la cabeza de la criatura


pasó por delante de sus fosas nasales, y arrojó a Hart de trasero al agua. El cielo se
llenó de truenos y el équido huyó mientras los cielos se abrían. La lluvia cayó sobre
Hart como un torrente. Sacudió la cabeza, intentado apartarse el cabello mojado
de los ojos, a medida que buscaba la ballesta enfundada en su cinturón bajo la 313
superficie movediza del agua.

Otro relámpago cegador atravesó las nubes agitadas y Hart volvió a


encontrar a Duckers mientras el aprendiz atravesaba con su estoque al drudge que
aún conservaba la cabeza, pero no el apéndice. La linterna de Hart se había ido con
su équido y ahora la luz de Duckers era arrastrada por las aguas crecientes. Hart
esperó cinco segundos angustiosos a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad, luego
apuntó a la sombra oscura que era el drudge y disparó, rezando a los Tres Padres
para no darle a Duckers por accidente. La flecha salió disparada, atravesó la
espalda del drudge, y se hundió en su apéndice. Se desplomó a los pies de Duckers,
lanzando su alma de ámbar resplandeciente hacia la noche. Hart corrió hacia la
orilla lo más deprisa que pudo con el agua chupándole las botas, pero Duckers
apuñaló con un gruñido al drudge decapitado pero animado, dando en el blanco.
Para cuando Hart lo alcanzó, la criatura ya había caído.

Otro rayo envió fragmentos de luz cegadora a la oscuridad, iluminando el


rostro aterrorizado de Duckers.

—¿Estás bien?

Duckers asintió a medida que la luz desaparecía y un trueno estremecía el


paisaje. El siguiente rayo iluminó el cielo, iluminando no uno, ni dos, sino muchos
drudges, alineados a lo largo de la cresta. Diez drudges formaban un grupo, y había
más de diez mirándolos desde arriba, como halcones preparándose para lanzarse
sobre su presa. Duckers y él no estaban cerca del Sector 28, pero eso apenas
importaba ahora. Cada vena del cuerpo de Hart se contrajo con miedo.

—Oh, mierda.

—¿Señor?

—¡Muévete!

Hart empujó a Duckers delante de él, levantando la ballesta y


desenganchando la honda y la bengala de su cinturón. Con el recuerdo de la muerte
de Bill sobre sus hombros, intentó encender la bengala a medida que corría detrás
de su aprendiz, pero la mecha estaba demasiado húmeda para prender. La arrojó al
agua y volvió a sacar la ballesta de su cinturón. Si algo le ocurría a Duckers esta
noche…

Hart no se permitió terminar ese pensamiento.

—¿A esto le llamas moverse? —gritó por encima de la tormenta. Empujó a


314
su aprendiz desde atrás con la mano libre, mientras con la derecha empuñaba su
arma. El estoque de Duckers tintineaba como un metrónomo con el bombeo de sus
brazos mientras corría.

Un movimiento en lo alto de la ladera occidental llamó la atención de Hart


cuando Duckers y él atravesaron el barranco. Se giró para ver a otros tres drudges
bajando a trompicones por la colina para cortarles el paso por detrás. Cuando giró
la cabeza para mirar hacia delante, varios más formaban un muro a lo largo del
arroyo frente a ellos.

—Señor, ¿qué hacemos? —La voz de Duckers pareció la de un niño. Hart


se puso delante de él, gritando órdenes, intentando parecer más tranquilo de lo que
se sentía.

—Espalda con espalda. Me encargo de los de adelante. Tú encárgate de los


de atrás. Primero las ballestas. Guarda el estoque para el cuerpo a cuerpo.

—¡Mierda!

—Todo estará bien.

No estaba bien. La corriente crecía a un ritmo alarmante, lamiéndoles las


pantorrillas a medida que devoraba las orillas estrechas a ambos lados. Atrapados
en el cuello de botella del barranco, Hart sabía que Duckers y él eran como peces
en un barril. Era Bill otra vez, salvo que esta vez se suponía que Hart era el adulto
al mando, cuando se sentía más bien como un niño asustado. Pero entonces el calor
de Duckers a su espalda le recordó lo que le debía a su aprendiz.

—Alguacil, eres bueno disparando. No te asustes. Apunta y dispara. Es todo


lo que tienes que hacer.

—Sí, señor. —La voz de Duckers fue un gemido húmedo mientras un


relámpago cortaba una cicatriz dentada en el cielo. El trueno que lo acompañó fue
la campana que señaló el comienzo. Los drudges saltaron en ambas direcciones y
comenzó la lucha.

Hart efectuó cinco disparos, pero sin más luz para ver que la blancura
abrasadora de los relámpagos, solo abatió a dos antes de que los cuatro drudges
restantes estuvieran casi encima de él. En lugar de disparar un último tiro,
aprovechó esos segundos preciosos para enfundar la ballesta y desenvainar el
estoque y el machete, el arma de precisión en su mano derecha dominante y la hoja
cortante en la izquierda. 315
Los instantes siguientes fueron un torbellino de estocadas, cortes, tajos y
hachazos. Hart mantuvo a Duckers a su espalda en todo momento, incluso cuando
debió esquivar o hacer una finta. Podía ser inmortal, pero su aprendiz
definitivamente no lo era, así que Hart hizo todo lo posible para asegurarse de que
cada arañazo, agarre y mordisco cayera sobre su propia piel, no sobre la de
Duckers. Un drudge se acercó lo suficiente a su lado izquierdo como para morderle
el brazo. Un estallido de agonía floreció donde los dientes se encontraron con la
carne, abriéndole un agujero en la camisa y haciendo que sangre rezumara por su
piel. Empujó con fuerza y arrojó al drudge al agua. La criatura se levantó con un
chillido de indignación que se interrumpió cuando Hart blandió el machete y le
asestó un tajo en el costado, hundiéndose en su cuerpo putrefacto hasta el apéndice.
Arrancó la hoja y atravesó el aire en la dirección opuesta, cortando la cabeza de
otro drudge y ensartando el cuerpo a través del apéndice con su estoque al mismo
instante.

Mientras tanto, la corriente crecía y se hinchaba, tirando de las rodillas de


Hart y luego de sus muslos, llenando el barranco estrecho como un grifo a toda
potencia. Trastabilló contra la corriente cuando se lanzó hacia otro drudge,
fallando el blanco y dejando vulnerable su costado derecho. El drudge le hizo tres
cortes en la piel del cuello con sus uñas dentadas al intentar agarrarle la garganta.

Un rayo estalló en un árbol en lo alto de la cresta con una explosión


retumbante. El tronco se astilló y el olmo cayó por el barranco, directo hacia ellos.
Hart derribó a su drudge con su estoque y envió su alma a la noche tormentosa, y
luego agarró a Duckers por la espalda de su chaqueta empapada para apartarlo del
árbol avecinándose.

Un drudge saltó sobre su espalda, mordiéndole en el pliegue donde su cuello


se unía a su hombro, enviando una ráfaga de dolor a través del cuerpo de Hart.
Soltó a Duckers e intentó zafarse de su agarre. Lo siguiente que supo fue que
Duckers lo estaba haciendo girar a la fuerza y luego clavó su estoque en el drudge
con tanta fuerza que la hoja atravesó el cuerpo del drudge y le hizo un agujero en
la espalda a Hart.

Hart gritó de dolor y Duckers gritó:

—¡Lo siento, señor! —Un segundo antes de que el árbol cayera al agua y
arrojara al chico a la corriente, arrastrándolo entre sus ramas y adentrándolo aún
más en el corazón del peligro.

—¡No! —gritó Hart tan fuerte que sintió como si se estuviera desgarrando 316
el interior de la garganta y con ella, su corazón. La corriente golpeó contra sus
caderas cuando los demás drudges se abalanzaron sobre él y no hubo tiempo para
lamentarse ni pensar. El mundo se convirtió en un pequeño torrente de
supervivencia. La lluvia caía a cántaros, los relámpagos iluminaban la oscuridad y
los truenos sacudían la tierra mientras Hart golpeaba, cortaba, esquivaba, vivía y
seguía viviendo a medida que despachaba almas perdidas hacia la noche tanriana.

El agua subió, y la lluvia arrastró su sangre hasta el arroyo. Golpeó y falló,


empujó y atacó, y aun así los drudges vinieron por él. Si fuera capaz de morir, así
lo haría. Y de todos modos, si Duckers estaba muerto y desaparecido bajo su
responsabilidad, no estaba seguro de poder vivir consigo mismo.

Algo en la corriente del agua se movió, una fuerza arrastró a Hart hacia
atrás. Giró la cabeza a tiempo para ver a Saltlicker, resplandeciente en un
relámpago, cortando la corriente mientras el semental se dirigía directamente hacia
él. Lo esquivó, intentando nadar hacia el lado del barranco, cuando uno de los
drudges atrapó el dobladillo de su peto. Con las últimas fuerzas que le quedaban,
se liberó y extendió sus brazos largos hacia un árbol, tirando de él hacia la orilla a
tiempo para que el équido pisoteara a los drudges, enviando a la mitad de ellos río
abajo. El semental agarró a otro con sus dientes enormes y lo arrojó al agua como
si no fuera más que un juguete de peluche. Un rayo iluminó el rostro de Duckers
en lo alto del équido, lo que hizo que el interior del pecho de Hart se dilatara
dolorosamente con alivio. Desde el lomo de Saltlicker, el aprendiz cortó y ensartó
a los drudges restantes hasta que no quedó nada contra lo que luchar. Al menos,
por ahora.

—Señor, ¿crees que puedes subir? —lo llamó Duckers mientras Saltlicker
caminaba por el agua revuelta.

Las heridas de Hart le restaban fuerza, pero la alternativa era ahogarse, así
que no tenía muchas opciones.

—Échame una mano —gritó por encima de la corriente ensordecedora.

Entre los dos consiguieron subirlo al lomo de Saltlicker. Para cuando


consiguió sentarse a horcajadas sobre el semental detrás de Duckers, lo único que
pudo hacer fue desplomarse contra su aprendiz e intentar no desmayarse a medida
que salían del barranco.

—No sé si besarte o pegarte un tiro —balbuceó Hart una vez que dejaron
atrás la lluvia y el arroyo, el agua chapoteando dentro de sus botas arruinadas con 317
el galope rítmico del équido.

—¿Me hablas a mí o a Saltlicker?

—A Saltlicker. A ti no te besaría ni en un millón de años.

Cuando llegaron al campamento, Hart apenas se sostenía. Duckers


desmontó y trató de hacer que se bajara del équido.

—Señor, tenemos que tratar esas heridas.

La mordedura del costado del cuello tenía unos cinco centímetros de ancho,
pero parecía que le ocupaba toda la mitad izquierda del cuerpo, y la del brazo le
dolía tanto que pensó que podría estar enfermo, pero sacudió la cabeza.

—Si consigo bajarme de este idiota, no voy a poder volver a subirme.

—¿Estás muy malherido? —preguntó Duckers a medida que bajaba la


cremallera de su saco de dormir y lo echaba sobre los hombros de su mentor.

—No mucho. ¿Y tú?

—No muy bien, pero estoy mejor que tú.

Hart asintió.
—Los dos tenemos que ir a la enfermería. Sáltate los barracones. ¿Crees
que podrás volver a la estación?

—Sí. ¿Tú puedes?

—Sí.

Hart sospechaba que era mentira, pero se las arregló para mantenerse en el
lomo del équido, temblando tanto que le crujieron los dientes mientras Duckers
cabalgó durante toda la noche, hasta la estación y la enfermería.

318
Cuando Mercy llegó a la casa de papá para diseñar la estrategia de los
próximos pasos para la Operación de Desmantelamiento (el apodo de Lil), esperó
ser recibida con una copa de vino y un plato de tapas de parte de Zeddie. No esperó
encontrar a Penrose Duckers tumbado en el sofá del salón, con la cabeza apoyada
en un millón de almohadas, el brazo en cabestrillo y uno de los ojos amoratado e
hinchado, mientras su padre roncaba en el sillón reclinable contiguo al suyo.

—¡Pen! ¡Por los dioses! ¿Estás bien? —chilló Mercy a medida que se
arrodillaba en el suelo junto a él.

—Sí, pero deberías ver al otro tipo. 319


Sabía que era una broma, pero en lo que a Mercy se refería, el otro tipo se
refería a Hart.

—¿Qué sucedió?

—Fuimos atacados por un millón de drudges.

Mercy jadeó cuando Lil entró en el salón con una taza de té para Pen.

—Aquí tienes, cariño —susurró ella mientras le entregaba la taza.

—¿Esa es Mercy? —llamó Zeddie desde la cocina—. Dile que deje


descansar al inválido.

Pen sonrió tanto como sus labios amoratados se lo permitieron.

—Me está haciendo sopa de fideos con pollo. No se lo digas, pero Hart hace
una versión mucho mejor de esto. —Levantó su taza de té, y Mercy recordó con
una punzada agridulce la forma en que las yemas de los dedos de Hart le habían
rozado la piel cuando le puso un brebaje similar en las manos. Le preocupaba que
él estuviera tan herido como Pen, pero que no hubiera nadie cerca para hacer lo
mismo por él. Y como si pudiera leer su mente, añadió—: ¿Vas a preguntar por él?

No tenía sentido fingir.

—¿Está bien?
—Lo estará. Probablemente. Pero recibió una paliza peor que la mía, sobre
todo porque se aseguró de que los drudges llegaran a él y no a mí. Se quedará en
la casa de la jefa hasta que sane.

Un sollozo de alivio escapó de sus pulmones, y se tapó la boca con la mano


para evitar que saliera más. Está bien, se dijo, recordando lo rápido que había
sanado su herida de ballesta, pero la velocidad de su curación era y no era un
pensamiento reconfortante.

Pen le hizo un gesto con la mano sana.

—Mírate. Eres miserable. Y él es miserable. Ambos son miserables. ¿Por


qué no hablan entre ustedes? ¡Maldita sea!

—No es tan simple. —Mercy jugueteó con la costura deshilachada de la


manta sobre las piernas de Pen—. Me preocupo por él. Pero es un desastre. Y no
puedo arreglarlo. Y no debería tener que hacerlo.
320
Pen reflexionó sobre esto, asintiendo lentamente.

—Si sirve de algo, está mucho mejor de lo que solía ser. Lo está intentando.
Tal vez deberías escucharlo.

Agotada emocionalmente, Mercy se dejó caer de cara en una sección vacía


de los cojines del sofá junto a las piernas de Pen. Sus anteojos se hundieron
dolorosamente en el lado derecho de su nariz, pero no pudo ni siquiera preocuparse
por ello.

—Se supone que no debo saber de todo el asunto del amigo por
correspondencia secreto, pero lo sé, así que déjame decirte esto: creo que no te
contó de las cartas porque tenía miedo de perderte si te enterabas.

—Me perdió porque no me lo dijo.

Mercy aún tenía la cara enterrada en el cojín, pero Lil, que estaba inclinada
sobre el sofá, no perdió el ritmo.

—¿Qué cartas? ¡Espera! ¿Las cartas? ¿Hart Ralston era tu amigo anónimo?

—Gracias, Pen —se quejó Mercy en el cojín.

Pen no oyó su tono sarcástico o decidió ignorarlo. Le apartó la cortina de


cabello de la cara con la mano sana.

—Dale una oportunidad.


Hubo un momento en que Mercy le habría dicho que no quería volver a ver
la cara mentirosa de Hart, pero todo lo que hizo falta para curarla de esa noción
fue el pensamiento de que él (a) estaba gravemente herido y (b) casi había muerto.
Se conformó con lloriquear contra la tapicería del sofá, que olía muchísimo a
Leonard.

Zeddie entró en el salón y chasqueó la lengua cuando vio a Mercy


invadiendo el territorio del sofá de su novio. La apartó del mueble con un cucharón.

—Vete. Estás cansando al inválido.

Mercy se incorporó y contempló el rostro magullado de Pen. Solo podía


adivinar cuán gravemente herido estaba Hart, y eso encendió un fuego en su
interior. Si sus sospechas eran ciertas, si Curtis Cunningham estaba llenando a
Tanria de drudges para ganar más dinero, si Pen, Hart y todos los demás alguaciles
estaban en un mayor peligro por culpa de Cunningham, Mercy ya no dejaría que
se saliera con la suya. 321
—Lil, tenemos trabajo que hacer —dijo a través de la mueca de sus dientes.

—Ooh, ¿ahora si vamos a planear cómo derrotar al hombre?

Mercy bombeó su puño en el aire.

—¡Vamos a derrotar al hombre!

Papá resopló despierto en su sillón reclinable.

—Ah hola, pastelito. No te oí entrar.

—Pensé que habías dicho que esta vez traerías donas —se quejó Mercy
mientras observaba la puerta del muelle de Servicios Funerarios Cunningham a
través de los viejos binoculares de viaje de papá.

—No, dije que traería mi dona. Para mis hemorroides. —Lil señaló la
almohada debajo de su trasero antes de girarse hacia el ayudante del sheriff sentado
a su derecha—. McImbécil, nunca te quedes embarazado. Es la experiencia
corporal del mismo Infierno.
—Gracias. Lo tendré en mente. Sin embargo, tal vez no deberías llamarme
imbécil cuando he accedido a ayudarte —respondió Nathan McDevitt desde el otro
extremo del banco.

Mercy, que estaba sentada en el asiento del conductor, se inclinó sobre el


estómago protuberante de su hermana.

—Nathan, gracias por estar aquí. Lo apreciamos.

—¿Por qué lo trajimos? —le susurró Lilian a Mercy como si Nathan no


pudiera escucharla, cuando estaba literalmente apretujado contra ella en el
vehículo.

—¿En caso de que los secuaces de Cunningham quieran asesinarnos cuando


los pillemos in fraganti?

—Sí, de acuerdo. Eso tiene sentido.

Mercy y Lilian habían investigado a Cunningham durante varios días antes


322
de verlo cargar cadáveres en un autoduck sin identificación en el callejón a última
hora de la noche del día de todos los dioses. Tenía sentido, ocuparse de sus tratos
criminales el único día a la semana en que los empresarios de pompas fúnebres no
trabajaban. Nadie estaría presente para presenciar sus actos cuestionables. Ahora
era la siguiente noche del día de todos los dioses, y esta vez, habían traído a la
policía con ellas, también conocido como el exnovio de Mercy. Leonard gruñó en
el regazo de Nathan. Y no aplastó su papada contra el oficial de la forma en que
habría babeado sobre Hart.

—¿Tu perro tiene que sentarse sobre mí?

—Bueno, no puede sentarse sobre mí —dijo Lilian, señalando su vientre—


. No hay espacio. Y Mercy está en el asiento del conductor.

Nathan se enfurruñó contra la puerta del lado del pasajero.

—No puedo creer que les dejé convencerme de esto. Saben que este tipo
dona a orfanatos y cosas así, ¿verdad?

—Y arroja cadáveres con apéndices remendados en Tanria —dijo Lilian.

—Aun no entiendo cómo funcionaría eso o por qué alguien querría pasar
cadáveres de contrabando a Tanria. No tiene sentido.
Mercy ya había repasado esto con él dos veces. Ahogó un suspiro de
impaciencia antes de explicarlo una vez más.

—Cunningham ha desarrollado parches de embalsamamiento especiales


para cubrir las heridas y defectos de los cuerpos. Hacen que los restos parezcan
más naturales para los afligidos que desean tener un servicio funerario en barco
abierto. Pero se unen al tejido humano y se mezclan tan bien que Cunningham
puede reparar un apéndice perforado y arrojar el cuerpo de regreso a Tanria para
que sea reanimado nuevamente. Cuando el cuerpo regresa a él a través de los
alguaciles de Tanria, cobra la subvención de tramitación de indigentes.

—McImbécil, es como reparar una llanta, excepto que el mecánico es el que


deja los clavos en la calle y luego se beneficia de la reparación —agregó Lil.

—Es por eso que quiere cerrarnos junto con todos los demás beneficiarios
de la subvención —terminó Mercy antes de que Nathan pudiera objetar el
comentario de McImbécil de Lilian. 323
—Mercy, revisé sus registros. Se contabiliza cada cuerpo, incluyendo los
indigentes que procesa y arroja a las fosas funerarias.

—Pero, ¿y si está enviando a casa barcos vacíos a las familias de las


personas que le compraron paquetes funerarios? La mayoría de la gente solicita
servicios de barco cerrado, y no es como si alguien fuera a abrir los tablones para
asegurarse de que haya un cuerpo dentro. ¿Quién sabe qué hay en las urnas que
está enviando a casa?

—Solo voy a seguirte la corriente por una noche. Si Curtis Cunningham


resulta ser el villano atroz que dices que es, entregaré mi placa y me dedicaré al
macramé profesional.

—¿Es una promesa? —murmuró Lil.

—¿Estás segura de que deberías estar aquí? —le preguntó Mercy a su


hermana por quinta vez esa noche—. Danny y papá tendrán mi cabeza cuando
descubran que te llevé a una misión de vigilancia arriesgada de un posible señor
del crimen.

—Pssh. Soy una mujer adulta. Hago lo que quiero.

Mercy escuchó el sonido débil de la puerta al abrirse, y enfocó sus


binoculares en el muelle de Cunningham.
—¡Ahí! ¡Miren!

Vio al propio Cunningham, claramente visible a la luz de la luz de gas, antes


de pasarle los binoculares a Nathan. Los miembros del equipo de la Operación de
Desmantelamiento se sentaron en silencio y observaron cómo Cunningham y uno
de sus hombres cargaron seis cuerpos en la bodega de un vehículo sin
identificación.

—¿Ves? —siseó Lilian a Nathan.

—Un director de funeraria está cargando cadáveres en la bodega de un


autoduck. Qué impactante.

—¿A las once de la noche en el día de todos los dioses?

—Está bien, tienes un punto.

Ambos hombres entraron en la cabina del vehículo, se alejaron del muelle


y se dirigieron por el callejón en la dirección opuesta.
324
Lil tocó el brazo de Mercy.

—¿Vamos a seguirlos esta vez?

—Estoy en ello —respondió Mercy. Puso en marcha el motor y siguió a


Cunningham por Main Street, esperando que no notara el autoduck Birdsall en su
espejo retrovisor.

Nathan agarró la manivela de la ventana.

—¿Sabes que es ilegal conducir sin las luces encendidas?

—¡Cállate! —le dijeron Mercy y Lil al unísono.

—¿Nunca has seguido a alguien? —le preguntó Lil.

—No. ¿Y tú?

Lilian frunció los labios.

—Sin comentarios.

El silencio dentro del vehículo de la familia Birdsall se hizo más espeso por
la tensión a medida que siguieron a Cunningham a distancia.
—Esto es raro —comentó Mercy veinte minutos después de que pasaran la
salida de la Estación Oeste. Cuando el auto frente a ellos se salió de la carretera y
condujo a campo traviesa hacia la Niebla, agregó—: Y se volvió más extraño.

Giró el volante y ahora Mercy, su hermana embarazada, su exnovio y su


perro saltaron en la cabina mientras el vehículo rodaba por el suelo irregular.

—Espero que esto no provoque el parto —dijo Lilian, y Nathan se puso


totalmente verde—. Oh, Dios mío, no daré a luz a un bebé esta noche.

—Nadie te preguntó. Por supuesto que haré que Mercy se encargue.

Mercy estaba demasiado ocupada navegando por el terreno desértico de


Bushong para comentar sobre su potencial como partera. Vio dos vehículos más
en la distancia, estacionados cerca de la Niebla. El vehículo de Cunningham se
detuvo junto a ellos y estacionó. Todos tenían las luces encendidas, así que Mercy
detuvo su auto, lo suficientemente cerca para vigilar las cosas, pero lo
suficientemente lejos para permanecer fuera de los haces de luz. 325
El equipo de la Operación de Desmantelamiento permaneció en la cabina y
observó cómo los hombres descargaron cuerpo tras cuerpo de las bodegas. Lil
tomó su turno con los binoculares.

—Están poniendo un objeto circular en la Niebla. Nathan, ¿sabes cómo se


ven uno de esos portales ilegales?

—Debe ser serio si me llamas por mi nombre en lugar de McImbécil. —


Tomó los binoculares de ella y miró a través de las lentes—. Ah, vaya. Está bien,
ustedes dos podrían estar en algo.

—Veo un futuro brillante en el macramé profesional para ti.

—Ja, ja. Quédense aquí. Iré hasta allí.

—¿Qué? No, Nathan —dijo Mercy—. Hay seis de ellos y solo tú.
Regresemos e informemos esto al sheriff Connolly.

—Para cuando lleguemos a Eternity y notifiquemos al sheriff, estos


matones se habrán ido hace mucho tiempo.

—Pero somos testigos. Seguramente eso es suficiente para arrestar a


Cunningham a primera hora de la mañana.

Nathan colocó ofendido una mano sobre su corazón.


—Mercy, soy un profesional. Me encargo de esto.

—Siento que no podrá encargarse de esto —dijo Lil mientras ella y Mercy
observaban a Nathan acercarse a los hombres metiendo cadáveres a través de un
portal pirata hacia Tanria—. ¿Tal vez deberíamos dejarlo aquí y buscar al sheriff?

—No podemos dejarlo. En primer lugar somos la razón por la que está aquí.

A estas alturas, Nathan había entrado en los haces de los faros, agitando su
placa en el aire, y aunque Mercy no podía escuchar claramente lo que se decía,
podía decir que las cosas fueron cuesta abajo rápidamente. Dejó caer su placa y
alcanzó su arma. Hubo gritos, seguidos por uno de los hombres de Cunningham
sacando una ballesta y disparando a Nathan. Se zambulló fuera del camino,
perdiendo su revólver cuando golpeó el suelo, y la flecha disparada dejó un agujero
a través del parabrisas de Mercy. Nathan rodó sobre sus pies y abordó a quien
disparó. Otro hombre se unió a la refriega cuando Cunningham se tambaleó hacia
un lado. 326
—Quédate aquí —le dijo Mercy a Lilian mientras salía de la cabina.

—¡Eso es lo que él dijo!

—¿En serio estás haciendo una broma en este momento de «eso es lo que
dijo»?

—¡No, eso es lo que dijo Nathan literalmente! ¡Y ahora nos están


disparando!

Leonard pasó junto a Lil y siguió a Mercy fuera del vehículo.

—Es una comadreja, pero no puedo arrojárselo a los lobos. —Mercy corrió
con eso hacia el tumulto.

Leonard corrió delante de ella, gruñendo y ladrando. El perro de Mercy, que


no se molestaba en levantar la cabeza la mayoría de los días, ahora perseguía a dos
empleados aterrorizados de Servicios Funerarios Cunningham por el desierto.

Cunningham se subió a su auto mientras Nathan intercambiaba golpes con


los tres matones restantes. Al otro lado del portal, uno de los cadáveres se movió,
rodó y se puso de pie reanimado. Mercy observó con horror cómo se arrastró por
el portal y se adentró en la noche de Bushong. Todos se quedaron helados cuando
el cadáver de una anciana atravesó la refriega. Uno de los hombres luchando contra
Nathan gritó y salió corriendo hacia la noche, mientras que otro se tambaleó en
estado de shock, tropezó con sus propias botas y se golpeó la cabeza contra una
roca, dejándose inconsciente. Nathan, que tenía levantado un puño ensangrentado,
listo para golpear al último de los secuaces de Cunningham, miró boquiabierto al
drudge, a medida que el hombre que tenía agarrado decía:

—¿Mamá? Cunningham, ¿estás dejando los restos de mi madre en Tanria?

El empleado furioso se soltó de las manos de Nathan y sacó a Cunningham


del autoduck. Mercy pudo ver más cadáveres reanimando al otro lado de la Niebla,
así que corrió hacia el portal e intentó cerrarlo. No se movería. Presionó botones
frenéticamente y tiró de palancas cuando un brazo incruento la alcanzó desde el
lado de la frontera de Tanria. Golpeó el marco con el puño y el portal se cerró de
golpe, cortando el brazo al hacerlo. Pasando los dedos por el borde, finalmente lo
sacó de la Niebla y lo arrojó al suelo.

El estallido de un revólver hizo añicos el aire, y el hombre que había atacado


a Cunningham se derrumbó a los pies del sepulturero. Otro disparo y el drudge
también cayó. Despeinado y respirando con dificultad, Cunningham apuntó con su
327
revólver a Mercy. El miedo inundó su torrente sanguíneo. El mundo entero se
redujo al cañón que apuntaba a su cara.

—Oficial, da un paso más hacia mí, y tu novia recibirá una bala en la cabeza.

Mercy sintió que Nathan siguió yendo detrás de ella. Quiso decirle a
Cunningham que Nathan no era su novio, y que su novio era un alguacil tanriano
llamado Hart Ralston, y que no quería morir sin volver a verlo.

—Ah, Mercy, cariño, no tenía por qué ser así —dijo Cunningham con una
sinceridad aterradora—. Podrías haber hecho una buena suma con mi compra de
Birdsall e Hijo y navegar hacia mejores aguas. Ahora tendré que… ¡uf!

Un objeto no identificado voló por el aire y golpeó a Cunningham en la


cabeza. Nathan aprovechó la oportunidad para lanzarse sobre el sórdido
empresario funerario, desarmándolo, derribándolo al suelo y esposándole las
manos a la espalda.

Las piernas de Mercy no la sostuvieron más, y se dejó caer sobre la tierra


arenosa mientras Nathan decía:

—Curtis Cunningham, estás bajo arresto.

Lil caminó hacia la luz de los faros tan rápido como se lo permitieron sus
tobillos hinchados.
—¡Mercy! ¿Estás bien?

—¿Creo que sí? Derribamos al hombre —respondió Mercy con una


incredulidad atónita.

Lilian palmeó la parte superior de la cabeza de su hermana ya que no podía


agacharse para abrazarla.

—Sí, lo hicimos. Derribamos a esa hemorroide humana con una dona.

Mercy miró el objeto que Lil había arrojado a la cabeza de Curtis


Cunningham y estalló en un ataque de risa histérica. Leonard trotó hacia la luz y
dejó caer un par de calzoncillos rasgados a cuadros en su regazo, su cola
protuberante agitándose.

328
Con un manto afgano envuelto alrededor de sus hombros, Hart salió por la
puerta de la casa de Alma y Diane para dejar que el viento al oeste de Bushong se
desplazara por su cabello, que necesitaba un corte nuevamente. Vio la puesta de
sol sobre el prado y pensó en todas las veces que había traído a Gracie aquí, y por
una vez, le dio placer recordar a su perro. El dolor no había ido a ninguna parte,
pero ahora podía recordar la felicidad en igual medida.

Tal vez debería conseguir otro perro, pensó con sinceridad por primera vez
cuando Alma salió y se detuvo a su lado. Se quedaron así mientras el sol se hundía
más bajo en el horizonte, oscureciendo sus rostros, cubriéndolos al atardecer.
329
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó.

Hart pensó en guardarse sus pensamientos, pero ¿de qué servía arreglar las
cosas con Alma si iba a seguir reprimiéndose todo el tiempo?

—Estoy destrozado, pero estoy aguantando.

—¿Estás destrozado porque Mercy te dejó?

—Esa es una de las razones. He jodido algo bueno.

—¿Has intentado disculparte?

—Fue una de esas jodidas demasiado jodidas para disculparse.

—Si sirve de algo, creo que lo que sucedió entre tú y Mercy te hizo más
bien que mal.

Hart asintió. Era más fácil hablar con su amiga en el mundo de la penumbra,
donde todo era tenue y difícil de ver. Eso lo hacía más valiente. Volvió a hablar.

—La bibliotecaria de Herington me ayudó a localizar a la esposa y la hija


de Bill el mes pasado. Su esposa navegó por el Mar Salado hace once años, pero
la hija vive al sur de Honek. Es dentista, está casada y tiene un par de hijos. Parece
que lo está haciendo bien. Fue amable cuando me escribió, pero está claro que no
quiere continuar la correspondencia. No quiere esa conexión con Bill en su vida.
Lo entiendo.
Para su sorpresa, Alma deslizó su brazo alrededor de su cintura y lo apretó
suavemente. No es que hubiera necesidad de ser amable. Sus heridas estaban casi
completamente curadas. Su afecto hizo que sus ojos se nublaran y su garganta
ardiera.

—Hart, eres un hombre bueno.

—Y un semidiós desastroso. —Respiró entrecortadamente. El cielo


nocturno le hizo sentirse pequeño, tragándose la voz cuando volvió a hablar—.
¿Cómo lo haces?

—¿Cómo hago qué?

—Vivir como una persona normal, cuando no estás segura si alguna vez vas
a morir.

—¿Qué más vas a hacer?

—No es tan fácil.


330
—Claro que sí. —Le quitó el brazo de la cintura y se puso de pie ante él. La
luz del gas entrando por las ventanas de la cocina iluminaba su rostro, y sus ojos
aguamarina brillaban en la penumbra—. Las probabilidades no existen. Quiero
decir, ¿cuántos semidioses conoces?

—Puedo pensar en diez u once, todos alguaciles.

—¿Y cuántos de esos semidioses sabes con certeza que son inmortales?

—Uno.

—¿Rosie Fox?

Hart asintió.

—Exacto. Los Dioses Nuevos no son como los Dioses Antiguos. Están a
una generación de distancia del Desconocido, y para ser honesta, no creo que sean
tan diferentes de nosotros. Los mestizos de los Dioses Antiguos eran mucho más
propensos a ser inmortales, y la mayoría de ellos encontraron su camino hasta allí.
—Alma asintió hacia las estrellas.

Sin previo aviso, una de las cartas de Mercy vino a la mente de Hart. Podía
ver la forma en que las palabras se inclinaban y formaban un bucle en la página:
Supongo que pone las cosas en perspectiva, o es más preciso decir que, tú pones
las cosas en perspectiva para mí, mirar hacia el cielo nocturno y sentirme parte
de algo más grande que yo.

—Puedo ver por qué estás preocupado, y para ser honesta, estoy preocupada
por ti —continuó Alma—. Me gustaría pensar que la curación rápida es
simplemente tu don. Pero sí… lo único que puedes hacer es tomar las cosas un día
a la vez, como cualquier otra persona.

Hart estuvo tentado de hablarle de sus dones y de lo que le había ocurrido a


Bill, pero decidió dejarlo para otro momento. En su lugar, sorprendió a ambos
arrastrando a Alma a un abrazo. Ella aspiró con fuerza contra su pecho.

—Tonto —lo llamó, pero lo abrazó con más fuerza.

331
Se quedó despierto en la cama de invitados mientras la perspectiva de su
inmortalidad se cernía sobre él, sintiéndose más como un hecho que como una
posibilidad. Los muelles de la cama chirriaron en señal de protesta cuando se puso
de lado, intentando ponerse cómodo. La cama de invitados era mejor que su catre
de acampar, pero palidecía en comparación con el gigantesco colchón suave de
Mercy. Por otra parte, cualquier cama sin Mercy en ella se sentía vacía. Se
preguntó si ese vacío se disiparía con el tiempo. Una parte de él esperaba que lo
hiciera, y otra que no lo hiciera.

Pensó en Mercy de pie en la acera con su falda amarilla mientras un drudge


la alcanzaba con un brazo carcomido. Pensó en Duckers a su espalda, luchando
contra un grupo de drudges muy lejos de los límites del Sector 28. Pensó en Bill,
ensangrentado y dolorido, rogándole que le hiciera un agujero en el apéndice para
que no lo reanimaran. Pensó en las esposas sonrientes, en los esposos cariñosos y
en todas las familias cuyas vidas se habían visto destrozadas por el problema de
los drudges dentro de Tanria, un problema que se estaba filtrando lentamente
también fuera de la Niebla, un problema que empeoraba cada día. Y aquí estaba
él, tumbado en la cama cuando era la única persona en el mundo que podría
resolver el problema de una vez por todas. Sabía lo que había que hacer, y cuanto
más pensaba en ello, más sabía que lo haría.

Si tenía éxito, Duckers y todos los demás dentro de Tanria estarían más
seguros, y Mercy y todos los demás en las ciudades fronterizas también estarían
más seguros. Si fallaba, al menos descubriría si era mortal o inmortal. Durante
treinta y seis años, el desconocimiento de su destino lo había estado matando
lentamente. Esta noche, por fin, Hart pretendía vivir.

Vació su mochila, porque todo lo que necesitaba estaba en la estación.


Consideró llevar el reloj de su abuelo con él, pero decidió dejarlo atrás. Le dio
cuerda y lo dejó en la mesilla de noche, esperando que siguiera funcionando
cuando y si regresaba.

Al amanecer, se levantó y caminó de puntillas por el pasillo para presionar


su palma contra la puerta de la habitación de Alma y Diane, como si pudiera
transmitir toda la calidez y gratitud que sentía por ellas a través de la veta de la
madera.

—Gracias —susurró.

Luego se escabulló de la casa, dejando que la puerta principal se cerrara


detrás de él. 332

Hart se detuvo en Mayetta para darse el gusto de desayunar en el Café Little


Wren. Sentado en la mesa donde Mercy y él habían discutido, pasó un par de horas
terminando el ejemplar de Enemigos y amantes que había sacado de la biblioteca
durante su última visita a Herington. Pensó que si ya no podía amar a Mercy en
persona, al menos podría hacerlo a través de las páginas de su novela favorita. Se
perdió mientras leía, viendo su propia soledad y pesar en el personaje de Samuel
Dunn, y como Samuel, se enamoró un poco de la irreverente Eliza Canondale.
Cuando terminó, se dio cuenta de que el camarero le miraba mal por haberse
quedado tanto tiempo. Pagó su cuenta, dejó una propina enorme y escuchó con
cariño el tintineo de las campanas de la puerta a medida que se marchaba.

Se subió a su duck y condujo hasta Herington. El aire estaba inusualmente


fresco mientras se paraba fuera de la biblioteca pública, esperando que abriera a
las diez en punto.

—Buenos días, alguacil Ralston —lo saludó Mabel Scott, la bibliotecaria


favorita de Hart, en la puerta al abrirla—. ¿Qué puedo ayudarte a encontrar esta
mañana?
—Hoy nada. Estoy devolviendo libros, pero no voy a sacar ninguno.

Ella señaló una ranura de metal en el ladrillo del edificio.

—Sabes, hay un depósito de libros afuera. No necesitabas esperar a que


abriera.

—Lo sé, pero quería agradecerte por proveerme de libros todos estos años
—dijo a medida que le entregaba la pila que estaba devolviendo.

—Es un placer. Ah, Enemigos y amantes. Me encanta este libro.

—A mí también —dijo, y luego caminó hacia su duck y se dirigió a la


Estación Norte. No es que nadie fuera a cuestionarle en su base, pero tenía más
sentido entrar en Tanria por un punto en el que nadie supiera que no estaba de
servicio. Se saltó el comisariado y se dirigió directamente a las taquillas de armas,
donde sacó un machete extra con su vaina y correa, dos ballestas extra, dos cajas
de munición de ballesta y una daga de brazo. Normalmente, Hart encontraba las 333
dagas de brazo demasiado llamativas para su gusto. Hoy le parecieron prácticas.
Pasó por delante de los buzones por la misma razón por la que pasó por delante del
comisariado: no tenía sentido.

—Abuelo Hueso, ¿estás cargando un ejército o qué? —comentó la mujer


revisando sus armas, un cigarrillo encendido echando humo entre sus dientes
amarillos.

Hart no respondió nada a medida que firmaba su salida. Recogió sus


provisiones y se dirigió a los establos. Habían pasado menos de dos semanas desde
que Duckers y él se habían enfrentado al grupo de drudges, pero de alguna manera,
Saltlicker había acabado en la Estación Norte, como si la Novia de la Fortuna lo
hubiera colocado allí en persona.

—Es lógico —murmuró Hart, pero entonces recordó la forma en que esta
bestia se había quedado y rescatado a Duckers de las aguas crecientes, la forma en
que no había rehuido a los drudges aquella noche. Acarició la suave nariz del
équido marino, incongruentemente delicada debajo de su mano callosa—. ¿Sabes
qué? Eres exactamente el imbécil para el trabajo.

Ensilló y cabalgó hacia Tanria con una mochila más llena de armas que de
comida, porque no planeaba quedarse mucho tiempo. A medio camino de su
destino, se detuvo para dejar que Saltlicker descansara, pastara y enroscara sus
patas en un arroyo mientras Hart preparaba una taza de té y comía una manzana.
No era una gran última comida, pero se empeñó en saborear el té. Mientras bebía,
se sentó en silencio, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Uno por uno,
pensó en las personas que le habían importado, apartando el remordimiento y el
arrepentimiento que solían acompañar sus recuerdos. Ahora solo quería amor a su
lado.

Mamá.

Abuelo.

Tía Patty (un poquito).

Bill.

Gracie.

Alma.

Diane.

Duckers.
334
Mercy.

Deseó poder leer las cartas de Mercy por última vez, pero las había dejado
en su apartamento aquella noche olvidada por los dioses en que ella lo había
echado.

Cuando su taza estuvo vacía y no pareció haber ninguna razón para


quedarse, tiró del équido marino fuera del arroyo. Saltlicker tiró de la cabeza,
protestando con que Hart lo llevara a tierra firme.

—Puede que seas la última criatura viva que vea en esta tierra, así que deja
de ser tan idiota —le dijo Hart.

Al équido no le importaba, pero de repente, a Hart sí. Hasta ese momento


había reprimido su miedo, pero ahora que se enfrentaba a la última etapa del viaje,
éste le subía por la columna vertebral y se le metía en los pulmones. Cerró los ojos
y recordó los dedos de Mercy en su cabello, sus pulgares limpiando las lágrimas
de sus mejillas.

Jamás vuelvas allí. No vuelvas a intentar abrir esa puerta.

¿Se enojaría con él si supiera lo que estaba a punto de hacer? ¿O había


dejado de preocuparse por él el día que descubrió que le había mentido? No podía
soportar la idea de causarle más dolor del que ya lo había hecho, pero sería un
mentiroso si dijera que no quería que llorara su muerte. Como el bastardo egoísta
que era, aún quería importarle. Y como no podía aferrarse a Mercy, arrojó sus
brazos alrededor del cuello del corcel, presionando su rostro contra la melena
viscosa. Abrazó a Saltlicker hasta que estuvo listo para soltarlo, y se subió a la silla
de montar, su resolución firme y certera.

Llegó al Sector 28 al atardecer, contemplando la casa en el prado desde el


mismo punto de vista que había tenido todos aquellos años atrás cuando estaba
junto a Bill. Dado el fracaso de aquella misión, probablemente debería haber
comenzado desde otro punto, pero si Hart iba a terminar lo que habían empezado,
cerraría el círculo. Aquí era donde comenzaría.

—Si se pone muy difícil, sal de aquí. ¿Entendido? —le dijo a Saltlicker, que
dio un pisotón y resopló. El semental ya estaba nervioso, sintiendo el mal de este
lugar. Hart había esperado dirigir con las rodillas para tener las dos manos libres
para las ballestas, pero no había forma de que eso funcionara ahora. Tendría que
sujetar las riendas con la mano izquierda, lo que le dejaría con una sola pistola de 335
seis tiros en la mano derecha para protegerse.

Que así sea, pensó. Por décima vez en otros tantos minutos, se aseguró de
que las ballestas en sus fundas estuvieran cargadas. Deslizó el estoque dentro y
fuera de la vaina y tocó el mango de cada machete atado a su espalda. La daga en
su brazo era desconocida e incómoda, pero la dejó. Más vale ir sobrado de armas
que desarmado. Exhaló un suspiro, como si pudiera arrojar al viento sus
pensamientos agitados. Luego se puso las riendas en la mano izquierda y pateó los
costados de Saltlicker.

El corcel se lanzó desde los árboles hacia el campo abierto, pero comenzó
a luchar inmediatamente contra las riendas, intentando retroceder cuando los
primeros drudges se interpusieron en su camino. Hart tiró con fuerza, manteniendo
el rumbo. Apuntó con cuidado y apretó el gatillo, derribando uno de los drudges.
El alma se desprendió del cuerpo a medida que más drudges entraron en el campo,
interponiéndose entre la casa y él. Hizo otro disparo y falló, luego otro, eliminando
un segundo cadáver infectado. Otro disparo. Otro. Otro más. Atravesó el prado
sobre el semental en pánico, manteniendo a duras penas a la criatura a raya
mientras tiraba a un lado la ballesta vacía y sacaba la siguiente. Algunos drudges
cayeron y liberaron sus almas, pero llegaron más, luego más y más, una barrera
creciente entre Hart y su destino. Agarró la última ballesta de su funda, y cuando
también estuvo vacía, deslizó un machete de su espalda.
El équido y el jinete se lanzaron hacia los cuerpos. Hart intentó abrirse paso,
pero antes de llegar al otro lado, Saltlicker chilló, un sonido que desgarró el
crepúsculo. El semental corcoveó con fuerza, pateando a los drudges y arrojando
su jinete a la multitud.

Hart se estrelló contra los cuerpos, tanto los frescos como los podridos, y
perdió el agarre del machete. Un mar de drudges lo rodeó, tirando de él hacia abajo.
Dientes se hundieron en la carne de su hombro, estómago y pantorrilla, una
sinfonía primorosa de dolor. Una mano esquelética le rodeó la garganta. Agarró la
única arma a su alcance, la daga que llevaba en el brazo, y le cortó la mano por la
muñeca. El drudge chilló cuando Hart lo pateó en el pecho, empujándolo hacia la
horda letal.

Con la daga aferrada en sus nudillos blancos, Hart cortó sin pensar ni
dirección, despejando una abertura sobre él. Se arrastró sobre los cadáveres,
pateando para liberarse de un drudge agarrando su tobillo. Se tambaleó sobre la
multitud salvaje hasta que consiguió ponerse en pie. Sangrando y sin aliento, se 336
lanzó desde la espalda de un drudge, aterrizando y rodando en el suelo, y
tambaleándose hasta ponerse de pie antes de que pudiera ser enterrado otra vez.

La casa estaba a unos treinta metros delante de él. Tuvo el tiempo suficiente
para pensar: Bien podrían ser mil antes de que estuviera cortando otra embestida.
Sabía que no podía superar a tantos, pero de todos modos, corrió hacia adelante
mientras la mordedura en su pantorrilla le gritaba que se detuviera.

Cada vez que una mano lo alcanzó, la cortó con el machete que le quedaba.
Cada vez que dientes le rozaron la garganta, golpeó con la daga. Cada vez que
intentaron detenerlo, escapó. Más y más almas incorpóreas se reunieron y
aumentaron a su alrededor a medida que él se tambaleaba, lanzaba y retorcía su
camino hacia la casa, con sangre goteando en uno de sus ojos, saliendo de su nariz,
chorreando por su garganta y empapando su ropa. Agitó sus cuchillas, cortando
cuerpos en pedazos. Tosió y escupió sangre, pero siguió adelante, metro a metro,
paso a paso…

Cayó sobre los escalones del porche delantero con un drudge sobre su
espalda. Aprovechó el impulso de su caída para agarrarlo y arrojarlo sobre los
tablones. Luego clavó la daga en el apéndice de la cosa. El alma se elevó cuando
liberó la hoja con una succión húmeda y se puso de rodillas. Otro drudge fue a por
él cuando alcanzó el pomo de la puerta, le agarró el brazo y le arrancó la carne del
antebrazo con los dientes manchados de sangre. Cegado por el dolor, Hart aulló de
agonía. La daga cayó de su mano inútil y repiqueteó en el porche delantero.
Su porche delantero. No le importaba si esta era la Casa del Dios
Desconocido o su propia muerte esperándole en Tanria, disfrazada del lugar donde
creció. Para él, éste era su hogar. Lo habían acunado para que se durmiera en el
regazo de su abuelo en aquel columpio viejo. Se había sentado junto a su madre en
estos escalones, cada uno con un cono de helado escurriendo. Se negaba a fracasar
aquí. Esta era su jodida casa.

Apretando los dientes, Hart blandió el machete y le arrancó la cabeza al


drudge. Se arrastró los dos últimos metros hasta la puerta con una mano y dos
rodillas. Echándose hacia atrás sobre los talones con un grito de dolor, pasó por
encima de las luces de todas las almas reuniéndose en la puerta y agarró el pomo
con la mano buena.

La puerta estaba bloqueada.

Lo intentó de nuevo.

Cerrada. 337
Se sacudió las almas rodeándole la cara y, con un último gruñido de
esfuerzo, clavó la hoja del machete en la madera, pero la puerta siguió cerrada ante
él.

—¡Esta puerta nunca estuvo cerrada ni un día en mi vida! —gritó, con las
palabras arrastradas por sus dientes rotos.

Entonces, recordó que había una razón por la cual a las personas se les daba
una llave al nacer, una razón por la cual la placa de identificación que llevaba
alrededor del cuello tenía la forma de una llave. Con una mano temblorosa, se quitó
la cadena del cuello y buscó a tientas su placa de Birdsall e Hijo, la metió en la
cerradura e intentó girarla. La cerradura se mantuvo firme. Los seguros no se
movieron.

—¡Vete a la mierda! —le gruñó al Guardián, el dios que debería haber


estado esperando en la puerta, mientras otros dos drudges subían los escalones.
Desenvainó su estoque, ensartando primero a uno y luego al otro. Las almas
volaron libres hacia el cielo oscuro.

Venían más. Iba a morir aquí. Podía sentir cómo se le escapaba la vida.
Mientras su mente se aferraba a los pensamientos de Duckers, Alma y Diane, y
Mercy… Mercy… y Mercy, se sintió tan aliviado de saber que, después de todo,
era mortal.
Dejó caer el estoque y agarró la llave de su madre con los dedos casi
muertos, la introdujo en la cerradura y la hizo girar en el sentido de las agujas del
reloj. Se oyó un chasquido de respuesta cuando los pestillos cayeron en su sitio.
Con el pecho ardiendo de esperanza, Hart se puso de pie y giró la perilla. La puerta
era muy pesada, como si fuera de plomo y no de madera. Empujó con fuerza, pero
apenas se movió. Un gemido escapó de su boca cuando apoyó su hombro en la
madera y puso su cuerpo en ella, empujándola para abrirla, centímetro a
centímetro. Se desangró en la veta de la madera. Todo su cuerpo ardía de dolor.
Había algo mal con sus pulmones. Todo lo que podía hacer era esa única cosa, esa
apertura lenta de una puerta que solo él podía ver.

Un silencio extraño retumbó detrás de él. Observó la luz ámbar de una sola
alma cerniéndose sobre su hombro, y luego se adentró en la casa. Otra alma le
siguió. Cinco más. Diez. Docenas.

Hart empujó con más fuerza, se deslizó por la abertura, apoyó el pie en la
jamba y sostuvo la puerta abierta con su cuerpo mientras el peso de ésta se resistía, 338
amenazando con aplastarlo.

Las almas se precipitaron, levantando un viento violento que lo azotó y


atravesó, tirando de sus huesos. Uno a uno, los cuerpos de los drudges en el prado
y más allá cayeron a la tierra a medida que los muertos finalmente volvieron a
casa.

Gritó, una vocal larga y estrangulada, pero no renunciaría, no abandonaría


este lugar hasta que todas las almas perdidas de Tanria hubieran volado a los brazos
del Dios Desconocido. Esta vez no le fallaría a Bill, y tampoco le fallaría a Duckers
o a Mercy.

Las almas siguieron llegando, primero en olas iluminadas brillantemente,


luego de forma dispersa, como brasas saliendo de un fuego, pero el viento siguió
soplando hacia él. El grito de Hart se desvaneció en un suspiro, y su suspiro se
desvaneció en nada. Su visión se volvió gris y se oscureció. El viento sopló con
tanta fuerza que su agarre en el marco de la puerta resbaló, y ya no pudo recordar
por qué se apoyaba en él en primer lugar. Escuchó la suave llamada gorgoteante
de un équido, como las olas del mar susurrando sobre la arena cuando baja la
marea, y giró la cabeza para ver a Saltlicker al borde de un prado lleno de cuerpos,
doblando su cuello largo para pastar. Incapaz de aguantar más, Hart se dejó volar.
El viento lo llevó al interior, y lo último que vio fue su propio cuerpo cayendo
sobre las tablas del porche cuando la puerta se cerró de golpe tras él.
La familia Birdsall esperó hasta la noche siguiente al triunfo de Mercy y Lil
sobre Cunningham para celebrar. Esto fue en parte para que Mercy y Lilian
pudieran recuperar el sueño, pero sobre todo para que Zeddie pudiera cocinar para
ellas en su noche libre. Coincidió con el último día de baja por enfermedad de Pen,
de modo que también fue una cena de despedida.

Papá se levantó de su asiento en la cabecera de la mesa y levantó su copa.

—¡Por mis hijas! Para que conste, cuando dijeron que querían derribar a
Curtis Cunningham, ponerse en un peligro mortal no era lo que tenía en mente.

Lil levantó su vaso de jugo de uva.


339
—Dices eso como si fuera algo malo.

No por primera vez en las últimas cuarenta y ocho horas, Danny estalló,
como el agua atravesando una presa.

—¡Lo es! ¡Muy malo! Si alguna vez vuelves a hacer algo así, te…

—¡Ah! —lo interrumpió Lil, con el rostro contraído de dolor.

—No finjas una contracción para no meterte en líos conmigo.

—Ya. Se fue. Estoy segura de que fue un gas. ¿Qué estabas diciendo?

La ira de Danny desapareció de su rostro.

—¿Eso fue una contracción?

—No. Tengo pequeños dolores aquí y allá, principalmente en la espalda,


pero estoy bien.

Mercy dejó su copa de vino.

—¿Pequeños dolores? ¿Estás de parto?

—No, no. Estoy segura de que los calambres se deben a la indigestión.

—¿En intervalos regulares?


—¿Supongo?

—¿Como las contracciones?

Lilian se puso pálida.

—¿Quizás?

—Entonces, está bien. —Mercy se volvió hacia su hermano—. ¿Por qué no


vas a ver si la doctora Galdamez está en casa?

—Protestaría, pero no quiero estar aquí cuando rompa fuente. Eso suena
repugnante. Pen, ¿vienes conmigo?

—Sí, por favor. —La forma en que Pen se lanzó de su silla dejó en claro
que estaba de acuerdo con su novio.

Una vez que salieron por la puerta, papá, Danny y Mercy observaron a
Lilian a medida que picoteaban su comida. Después de varios minutos de que su 340
familia se quedara boquiabierta, y de los malos intentos de una conversación ligera,
Lil los miró con enfado.

—Soy una mujer embarazada, no una bomba que está a punto de estallar.
Ooh, excepto que esta vez está empezando a doler.

Danny tomó la mano de su esposa.

—Cariño, ¿estás bien?

—¡MADRE DE LOS JODIDOS DOLORES!

Danny chilló de dolor, por lo que Mercy se estiró y retiró los dedos de su
hermana suavemente de los huesos pulverizados de su cuñado.

—Espero que la doctora Galdamez llegue pronto.

—¿Alguien dijo, «doctora Galdamez»? —preguntó Zeddie mientras Pen y


él entraban por la puerta principal.

—¿Está aquí? Gracias a los dioses —dijo Mercy.

—No, está en una visita a domicilio, pero le dejé un mensaje a su esposo.

Lil hizo un gorgoteo de rabia que sonó como un équido salvaje listo para
enfrentarse en una piscina de peleas. Mercy y Danny compartieron una mirada de
desesperación. Papá era el único Birdsall que no parecía preocupado, riéndose
mientras se levantaba de la mesa y se sentaba en su sillón reclinable. Desdobló su
periódico y se llevó los anteojos de las cejas a la punta de la nariz.

—Sus contracciones aún no tienen ni diez minutos de diferencia. Aún


tenemos unas horas.

—¿«Tenemos»? —espetó Lil.

—¿Horas? —soltó Danny, observándose los dedos aplastados.

—No me quedaré para esto —dijo Zeddie.

—Me sumo —dijo Pen.

Habiendo cumplido con su deber, se fueron escaleras arriba y pronto se


pudieron escuchar los sonidos de payasadas y risitas provenientes de la habitación
de Zeddie.

—¿Será que Zeddie y Pen pueden abstenerse de hacerlo mientras estoy 341
dando a luz? —gruñó Lilian a medida que Danny la guiaba para que se sentara en
uno de los sillones del salón.

—Me parece que al menos una persona en esta casa debería poder divertirse
esta noche —murmuró Danny a Mercy—. O supongo que, dos.

Llamaron a la puerta principal. Mercy esperaba que fuera la doctora


Galdamez, pero entre los estallidos ocasionales de blasfemias de Lilian y las
travesuras de Zeddie y Pen arriba, Mercy sospechaba que era más probable que
encontrara a un vecino furioso en la puerta. En cambio, los policías Twyla
Banneker y Frank Ellis estaban ahí de pie en su porche delantero, completamente
fuera de contexto en el umbral de la casa familiar en lugar del muelle de Birdsall
e Hijo. Frank se quitó el sombrero, pero fue Twyla quien habló.

—Hola, Mercy. Lamento molestarte, pero venimos a informarte que el


Estado Mayor Conjunto de los Alguaciles de Tanria ha solicitado al gobernador de
Bushong que ordene la apertura de todas las funerarias a lo largo de la frontera de
Tanria hasta nuevo aviso, y ya ha sido aprobado.

Papá se levantó de la silla y se situó detrás de Mercy.

—¿Qué pasa?

—No estoy segura, pero por lo que he oído, hay cadáveres no infectados
por todo Tanria. Se espera una gran admisión esta noche.
Lilian aferró los brazos de su silla, sus dedos como garras.

—¡A la mierda el maldito Mar Salado!

—Tenemos un pequeño problema aquí —señaló Mercy.

—Lo siento, pero la ley te obliga a abrir. Ahora. Necesitamos todos los
cupos que podamos conseguir en cada ciudad.

Frank le dio un codazo a Twyla.

—Aún tenemos que llegar a Argentine y Mayetta. —Asintió a Mercy y Roy,


y dijo—: Disculpen las molestias —antes de ponerse el sombrero y saltar al
autoduck esperando con su otro compañero.

Ahora Zeddie y Pen estaban al pie de las escaleras. Debieron haber captado
la esencia del informe, porque los labios de Pen se apretaron y subió las escaleras
hacia los dormitorios.
342
—¿A dónde vas? —preguntó Zeddie, siguiéndolo.

—A buscar mi mochila.

Su discusión acalorada se pudo escuchar en el salón, las palabras apagadas


y confusas pero los tonos claros como el cristal.

—Esto no me gusta —insistió Zeddie, siguiendo el camino de Pen por las


escaleras un minuto después—. Suena peligroso.

—Z, es un trabajo peligroso.

—Apenas te has recuperado de la última vez que casi te matan en el trabajo.


Si te necesitaran, estoy seguro… —Zeddie hizo una pausa, miró a Mercy y bajó la
voz, aunque no lo suficiente como para evitar que escuchara cada palabra—. Estoy
seguro de que ya sabes quién habría venido a buscarte.

—Estoy seguro de que ya sabes quién ya está allí, probablemente en medio


de todo eso. —Pen se colgó la mochila al hombro.

—Por las tetas y testículos de los dioses, ¡ni siquiera sabes qué es «eso»!

Pen tomó a Zeddie por las mejillas y le plantó un beso profundo en la boca.
Luego presionó su frente contra la de Zeddie.

—Te amo.
—También te amo —susurró Zeddie derrotado.

Permanecieron así durante largos segundos antes de que Pen dijera:

—Esta es una gran salida, pero me acabo de dar cuenta, necesito que me
lleves a la estación.

Mercy agarró su bolso y empujó a Leonard hasta que rodó fuera del sofá.

—¿Puedes dejarme en el camino?

—Voy contigo —dijo papá.

—No. No.

—Vas a necesitar ayuda. Tu hermana estará bien. Confía en mí.

—¿Me dejan? ¿Todos? ¡Maldita sea, que se joda el Guardián por el culo
con la puta tibia del Abuelo Hueso!
343
—Para alguien que trae una vida nueva al mundo, seguro que sabes cómo
invocar a los dioses de la muerte —le dijo Zeddie a Lilian antes de volverse hacia
Pen—. Estoy súper enojado contigo, pero considerando todas las cosas, llevarte a
la estación es probablemente mi mejor opción en este momento.

Pen alborotó el cabello de Zeddie.

—El parto es algo hermoso.

—Los odio a todos —dijo Lilian a medida que Danny los abrazaba a cada
uno de ellos.

—Creo que podría estar sacando el mejor provecho de todo esto —le dijo
Mercy.

Él le lanzó una mirada cautelosa.

—Reza por mí.

Con Zeddie al volante y papá instalado en el asiento del pasajero, Mercy


saltó a la bodega del viejo autoduck con Pen y partieron, balanceándose mientras
el duck avanzaba por la calle de ladrillos. Pen le dedicó una sonrisa tensa y Mercy
se dio cuenta de que tenía miedo de entrar en Tanria. Pensó en sus palabras a
Zeddie, «Z, es un trabajo peligroso» y la voz de Hart respondió en su mente: Gajes
del oficio. Una inquietud espesa se instaló en su vientre. En teoría, había
renunciado al derecho de preocuparse por el bienestar de Hart, pero su corazón se
negaba a recibir ese memorándum. Apretó el brazo de Pen:

—Cuídate, ¿de acuerdo?

Enterrado en sus palabras también estaba Cuida de Hart. Ella sintió que él
entendió lo que quiso decir sin que tuviera que decirlo.

—Lo haré.

Ya había dos grupos de alguaciles en el frente cuando se detuvieron en


Birdsall e Hijo. Mercy abrazó a Pen con fuerza antes de que cambiara de lugar con
su padre. Luego observó cómo subió por Main Street antes de que papá y ella
subieran los escalones hasta el entablado frente al negocio familiar.

—Adelante, vayan por atrás. Nos encontraremos en el muelle —dijo Mercy


a los alguaciles mientras abría la puerta principal.

—¿Cuántos cupos tenemos abiertos en el depósito? —preguntó papá a


344
medida que la seguía dentro.

—La mayoría fueron liberados para la entrega de mañana, no es que Danny


pueda llevárselos si Lil va a tener un bebé esta noche. Eso también significa que
tenemos el muelle bastante lleno. Tenemos dos que van a las fosas funerarias, y
uno a las piras a finales de esta semana, lo que deja nueve cupos libres en el
depósito. Seguramente no recibiremos nueve en un día.

A estas alturas, ya habían llegado al muelle y levantado la puerta. Mercy


había asumido que los dos grupos de compañeros tendrían un cadáver cada uno,
pero de hecho, tenían cinco entre todos. Se le cortó la respiración.

—¿Cinco?

—Sí, señora —confirmó uno de los alguaciles mientras empujaba al


primero. Mercy creía que su nombre era Rosie, pero no podía recordar su apellido.
Solía trabajar en la Estación Este, por lo que casi nunca la veían en Birdsall.

—Mar Salado, ¿qué demonios está pasando? —preguntó Roy—. ¿Hubo


algún tipo de accidente?

—No que sepamos. Los drudges comenzaron a caer muertos por todo
Tanria sin ninguna razón aparente. Hay cuerpos por todas partes.
No habían terminado de empujar los cinco cuerpos hasta el ascensor del
astillero cuando el siguiente autoduck retrocedió por el callejón.

—Necesitamos un plan —le dijo Mercy a su padre, mientras el estrés le


aceleraba el pulso—. ¿Alguna idea?

—Digo que si están en mal estado, los salemos y envolvamos


inmediatamente. Si están bastante frescos, los guardamos en el pozo. Si nos
quedamos sin sitio, dejamos los que están en mejores condiciones abajo contra las
paredes exteriores del pozo. No hace tanto frío como dentro del pozo, pero hace
más frío allá abajo que aquí arriba.

Mercy resopló para tranquilizarse.

—De acuerdo. Cierto. Menos mal que uno de nosotros recordó pedir más
sal la semana pasada.

Roy jadeó. 345


—Lo olvidé por completo.

—Lo sé. Es por eso que me ocupé de eso en el día de los huesos.

Mercy se frotó los ojos cansados. Ya estaba agotada, y la noche apenas


había comenzado. Roy pasó su brazo pesado alrededor de sus hombros como una
manta muy necesaria.

—Va a ser difícil, pero no durará para siempre. Apretaremos los dientes, y
lo superaremos.

—Cierto. Pero no te excedas.

—Estaré bien. Lo prometo.

Les tomó una hora más o menos encontrar un ritmo. Papá evaluó el estado
de cada cadáver y los clasificó mientras Mercy transportó los cadáveres por el
ascensor y los guardó lo mejor que pudo. Cada vez que llegó otro cadáver (o dos
o tres), Mercy se reunió con los alguaciles en el muelle y fijó el papeleo en la lona
de cada cuerpo hasta que ella y papá pudieran completarlo.

Para sorpresa de Mercy, Zeddie llegó poco después de la medianoche con


sándwiches y bollos de crema secos en la mano.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó a medida que él ponía la comida
en la mesada de la cocina.
—Cuando dejé a Pen en la estación parecía un zoológico. Supuse que les
vendría bien un poco de fuerza.

—Bendito seas. ¿Alguna noticia de lo que está pasando?

—Aparentemente, la mayoría de los cuerpos parecen provenir de los


sectores centrales, sea lo que sea que eso signifique.

El fragmento de un recuerdo surgió, pero Mercy no pudo recordar por qué


los sectores centrales deberían tener algún significado para ella. Se encogió de
hombros, y le dio un mordisco a un sándwich de jamón. Solo Zeddie podía preparar
un sándwich de jamón que supiera como una comida de cuatro estrellas.

Arrastró los pies a medida que la observaba masticar.

—Pensé que podría ayudarlos a ti y a papá esta noche, si no me desmayo


primero.

Un cálido resplandor iluminó a Mercy desde dentro.


346
—¿Crees que podrías encargarte del papeleo, siempre y cuando el cuerpo
ya esté salado y envuelto?

Su piel adquirió un tono verde pálido, pero dijo:

—Haré lo mejor que pueda.

Soltó el sándwich y lo abrazó, sujetándole los brazos a los costados.

—¡Te amo!

—Qué asquerosa.

Lo soltó y lo golpeó en el pecho cuando papá los encontró en la cocina.


Observó los sándwiches y los bollos de crema, luego a su hijo.

—Alguien te crio bien.

Se pusieron a trabajar, Zeddie en el muelle, portapapeles en mano, y Mercy


y papá en el astillero, salando y envolviendo. Los costados de un navío a medio
terminar tuvieron que ser empujados contra la pared para dejar espacio para los
restos humanos apilados. Ninguno de los cuerpos parecía ser de un alguacil, lo que
contribuyó en gran medida a aliviar la preocupación de Mercy por Duckers. Y
cualquier otra persona que pudiera ser un alguacil de Tanria.
A medida que pasaron las horas, el mundo exterior desapareció. Mercy nadó
en un mar de muerte, sal y lonas. Su transistor rojo permaneció en silencio y
observando mientras trabajaba codo con codo con papá. No tenía idea de qué hora
era cuando Zeddie entró por la puerta.

—¿Mercy?

—¿Mmm? —Mantuvo el enfoque en su trabajo. Había mucho trabajo por


hacer. Trabajo detrás de ella, frente a ella, por delante de ella. Papá le dio un codazo
para llamarle la atención, porque Zeddie no estaba solo. Pen estaba detrás de él, y
junto a Pen estaba Alma Maguire. El gesto sombrío de la mandíbula de la jefa hizo
que ese pinchazo pequeño de preocupación por Hart se expandiera hasta
convertirse en un pozo abierto dentro de Mercy.

—¿Alguno de ustedes ha visto venir esta noche al alguacil Ralston?

—No —respondió papá.


347
Todos miraron a Mercy, y su boca se secó.

—Estoy segura de que está trasladando cuerpos como todos los demás.

Alma se acercó.

—Estaba de baja por enfermedad, pero nos enteramos de que entró esta
mañana en Tanria a través de la Estación Norte. Dicen que estaba armado hasta los
dientes, como si supiera que algo iba a pasar, y ahora tengo cientos de cuerpos en
mis manos, drudges no infectados por lo que parece, pero no a Ralston. Todos los
demás alguaciles asignados a la Estación Oeste están contabilizados, excepto por
él. Si tienes alguna información, por pequeña o insignificante que te parezca, te
agradecería que nos la hicieras saber.

Las palabras cayeron sobre Mercy como un montón de ladrillos. Hart había
desaparecido y cientos de cadáveres inexplicables habían aparecido por todo
Tanria. Un nudo de impotencia apretó su garganta cuando pensó en Hart sentado
en su sofá, mirando más allá de ella a medida que le contaba lo que había sucedido
hacía tantos años cuando él y Bill habían intentado enviar a las almas perdidas al
más allá, el peso de su voz una sombra de la carga que había llevado dentro de él
durante tanto tiempo.

—Hay un prado en medio de Tanria donde su primer compañero murió hace


años. ¿Han buscado allí?
El ceño de Alma se arrugó.

—Eso estaba en el Sector 28.

—¿Por qué iría allí? —preguntó Pen, su alarma contagiosa.

Una cosa era decirles a Alma y Pen adónde podría haber ido Hart. Decirles
por qué podría estar allí, incluso si eran sus amigos, era una traición a su confianza
que Mercy no se atrevía a romper.

—Tendrán que preguntárselo ustedes mismos. Cuando lo encuentren.

—¿Y tienes buenas razones para creer que fue allí?

—Están llegando más cuerpos —murmuró Zeddie desde la puerta abierta.

Mercy miró a Alma, sintiéndose cada vez más impotente.

—Sí, creo que ahí es donde fue.


348
Alma palmeó a Pen en el hombro.

—Vamos.

Mercy se quedó allí, congelada, escuchando mientras Alma les decía a los
alguaciles en el muelle que la encontraran en la estación. Zeddie volvió a besar a
Pen para despedirse, luego se apoyó en la jamba de la puerta del astillero, sus
pantalones verde amarillento extrañamente animados, incluso en ese entorno. Papá
pasó un brazo alrededor de Mercy.

—Estoy seguro de que está bien.

Mercy asintió, pero sin mucha convicción.

Zeddie se aclaró la garganta.

—¿Él es… mortal? Quiero decir, tal vez no pueda… ya sabes.

Mercy quería que Hart estuviera vivo más que nada en el mundo, pero a
medida que reflexionaba en las palabras de Zeddie, una tristeza horrible la invadió.

—Eso es lo último que él querría.

Se quitó los anteojos y se presionó los ojos con las palmas de las manos
para contener las lágrimas. Ahora no podía ayudar a Hart, pero podía respetar los
últimos deseos de los desafortunados que habían sido entregados a Birdsall e Hijo
esta noche. Se puso los anteojos, se sonó la nariz con el pañuelo que guardaba en
el bolsillo y asintió hacia papá.

—Pongámonos a trabajar.

Durante las siguientes horas clasificaron, salaron, envolvieron y guardaron.


El agotamiento tiró de los huesos de Mercy, pero trató cada cuerpo con cuidado y
cantó los encantamientos con tanto fervor para el vigésimo salado y lo envolvió
como lo había hecho con el primero. Les dio a todos la dignidad que merecían al
final, incluso mientras su preocupación por Hart atraía su atención.

Cuando atrapó a papá apoyándose en la mesa de preparación, lo envió al


vestíbulo para tomar un descanso. Pero no hubo descanso para Mercy. Los cuerpos
siguieron llegando, muchos de ellos del Sector 28. Mercy no quería ni podía pensar
en lo que eso significaba. Los muertos la necesitaban más que los vivos.

Para cuando el Pintor trazó el horizonte oriental en tonos lavanda y rosa, ya


no quedaba espacio en el muelle, en el pozo o en el suelo alrededor del pozo. La 349
sal se estaba agotando y solo quedaba tela de vela suficiente para envolver dos, tal
vez tres cuerpos más.

Finalmente llegó una pausa alrededor de las cinco de la mañana. Mercy se


tambaleaba sobre los pies, tan cansada que no se había dado cuenta de que papá
había entrado al astillero hasta que la rodeó con el brazo.

—Vamos. Sentémonos.

La guio cuatro pasos hacia la puerta antes de que ella protestara, alejándose
de él.

—No puedo. Tengo que trabajar.

—Necesitas descansar.

—No.

—Pastelito…

—Hay demasiadas cosas de las que preocuparse en este momento,


demasiadas personas de las que preocuparse, y si dejo de trabajar, tendré que
pensar en ellas.

—No les estás haciendo ningún bien si estás muerta sobre tus pies.
La guio nuevamente hacia la puerta, y ella lo dejó. Ambos cansados,
caminaron arrastrando los pies por el pasillo hasta el vestíbulo.

—Sé que tu hermana es una de tus preocupaciones. También mía. Pero va


a estar bien. Tu madre me gritó durante veinte horas antes de que las Tres Madres
finalmente te entregaran la llave.

Mercy dejó escapar una risa llorosa, y se dejó caer en una silla. Papá se
sentó a su lado y Zeddie salió de la cocina con una taza de café para cada uno.

—Si le dices a papá que no puede tomar una taza de café, te golpearé.

Se rio de nuevo, haciendo todo lo posible por mantener a raya sus


preocupaciones.

—Zeddie, eres una influencia terrible, pero me alegra que te hayas quedado
para ayudar esta noche.

Oyeron pasos resonando por los tablones segundos antes de que Danny
350
irrumpiera en la habitación, jadeando por haber corrido hasta allí, con una sonrisa
en sus mejillas sonrosadas.

—¡Emma Jane está aquí! ¡Tres kilos doscientos gramos! ¡Lil lo hizo genial!
¡Todos están bien!

Mercy no podía escuchar el sonido de sus propios vítores sobre los de su


padre y hermano. Se turnó con papá y Zeddie para abrazar a Danny antes de ir a
buscar un plato de bollos de crema de celebración de la cocina.

Las mejillas de Danny resplandecían a medida que barbotaba.

—¡Deberían haber visto a Lil! ¡Estuvo increíble! No sé cómo… y, Novia


de la Fortuna, ¡Emma Jane es perfecta! ¡Una perfección! ¡Esperen a verle los
deditos de sus pies!

Brindaron por la madre y el niño con bollos de crema, y abrazaron a Danny


unas cuantas veces más antes de enviarlo a casa.

—Pensé que estaba a punto de relatarnos cada detalle del parto —dijo
Zeddie después de acompañar a su cuñado a la puerta—. Gracias a Dios que se
desvió de ese tema. No creo que hubiera podido soportar los detalles.

Zeddie aún sostenía la puerta abierta cuando Alma entró en el vestíbulo, con
los ojos inyectados en sangre y la boca apretada.
El pozo que se había abierto dentro de Mercy más temprano en la noche se
extendió a lo largo y ancho, oscuro como una noche sin luna, amenazando con
tragarla por completo.

—¿Acaso…? —comenzó, pero el resto de las palabras se negaron a salir de


su boca.

—Lo encontramos. —El labio inferior de Alma tembló. Respiró


temblorosamente antes de hablar de nuevo—. Lo siento, Mercy. Ha navegado por
el Mar Salado.

351
Cuando su madre murió, Mercy se había imaginado sumergiéndose en el
fondo de una piscina y permaneciendo allí, con los sentidos apagados y
amortiguados, su cuerpo frío e ingrávido. La misma sensación la invadía ahora, la
bendita sensación de entumecimiento.

—¿Dónde está Pen? —preguntó Zeddie, su voz cargada de preocupación.

—Estacionado atrás con los restos. Se lo está tomando mal. Todos lo


estamos haciendo —respondió Alma.

¿Qué significaba eso de tomarse algo mal? Mercy no quería tomárselo de


ninguna manera en absoluto, ni mal ni bien ni nada intermedio. Fuera lo que fuera, 352
estaba segura de que golpearía contra sus bordes afilados y se rompería.

Alma la miró, pero lo que vio la hizo mirar a Roy en su lugar.

—El cuerpo es demasiado alto para una carretilla, así que vamos a tener que
traerlo en camilla, a menos que prefieras que lo llevemos a otro sitio. Dadas las
circunstancias…

Las palabras de Alma sacaron a Mercy de su aturdimiento gélido.

—¡No! Él se queda aquí.

—Pastelito, quizás sea mejor que vaya a Faber e Hijos. —Papá tomó sus
manos entre las suyas, pero no encontró consuelo en el gesto. Tenía tanto frío que
no podía dejar de temblar.

—No —repitió, su tono tan vacío como se sentía.

—Entonces, déjame ocuparme de este.

De este. Los restos. El cuerpo. Todos hablaban de Hart como si ya no


estuviera aquí. Porque no lo estaba. Se había ido. Había navegado por el Mar
Salado, otro eufemismo insoportable. ¿Por qué nadie podía decir lo que era?
Muerto. Hart estaba muerto.

—Yo lo haré —insistió Mercy.


—Pastelito…

—Nos compró un paquete y vamos a cumplirlo. Es lo que hacemos aquí.


Papá, ya te has excedido, así que me ocuparé de él.

—Mercy…

—¡Necesito encargarme de él!

Alma la estudió, sus ojos de semidiosa más luminiscentes por las lágrimas
no derramadas y asintió. Detrás de ella, Mercy pudo ver cómo Zeddie acogía en
sus brazos a un Pen sollozante y lo dirigía a la cocina.

—¿Puedes ayudarme a traerlo? —preguntó Alma a Roy, pero Mercy


respondió por él.

—No puede. Órdenes del médico. Yo te ayudaré.

Mercy se enfrentó a otra mirada inquisitiva del alguacil en jefe antes de que 353
Alma accediera.

—¿Lo quieres en el ascensor?

—Eso depende. ¿Cuál es la condición del cuerpo?

El cuerpo. Incluso Mercy eludía la dura realidad de la muerte.

Alma aspiró con fuerza y una sola lágrima cayó por su mejilla izquierda.

—Está en mal estado.

En mal estado significaba que había sufrido cuando murió. Pero ahora ya
no le dolía nada, así que hizo lo posible por apartar ese pensamiento. Ya se
ocuparía de eso más tarde. Ahora, Hart necesitaba que ella hiciera su trabajo.

—Lo pondremos directamente en la mesa de preparación —dijo.

Siguió a Alma hasta el muelle y tomó la primera bocanada de aire fresco


que había respirado en horas antes de subir a la bodega del autoduck. Un cadáver
envuelto en tela de vela yacía en una camilla, directamente en el suelo, demasiado
largo para caber en cualquiera de las literas. Había varios lugares donde la sangre
había manchado la mortaja.

Dolor. Estaba sufriendo. El pensamiento gritó a través de Mercy, pero el


anonimato de la lona cubriendo su rostro le permitió apartarlo de su camino. Juntas,
Alma y ella levantaron su carga. Era pesado, pero ambas mujeres eran fuertes.
Recorrieron la distancia corta que las separaba del astillero, y colocaron los restos
sobre la mesa. Alma ayudó a Mercy a sacar la camilla de debajo del cuerpo.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Alma.

—Puedo manejarlo.

No puedo manejarlo, dijo una voz en su interior.

—Bueno, yo no creo que pueda, así que te dejaré con ello. —Alma cruzó la
mesa y rozó el brazo de Mercy antes de dejarla a solas con el cadáver de Hart
Ralston.

Mercy le había dicho que no quería volver a verlo, y él había cumplido sus
deseos. Ahora, mientras se preparaba para ver sus restos, daría cualquier cosa por
oír el tintineo de la campana en la entrada y entrar en el vestíbulo para encontrarlo
de pie junto al mostrador. 354
Podía oír a Alma y a papá hablando en voz baja en la entrada, y a Zeddie
consolando a Pen en la cocina con una combinación de palabras suaves, caricias y
bollos de crema rancia, pero el silencio del astillero le llegó hasta la garganta,
amenazando con llenarla de una pena que la arrasaría. Tomó el precioso transistor
que le había regalado Hart, le dio cuerda a la manivela y encendió el interruptor.

Una trompeta sonó en el astillero, y se apresuró a bajar el volumen hasta


que la música sonó suavemente. No conocía la canción, pero era una melodía de
una gran banda alegre, el tipo de música que le gustaba escuchar mientras
trabajaba. Hacía que lo que estaba a punto de hacer le pareciera normal, mundano.
Mantuvo las manos firmes. Luego lo desenvolvió.

No puedo con esto, pensó una vez más, pero sus manos siguieron
trabajando, la memoria muscular tomando el control mientras su mente se
estremecía ante lo que veía sobre la mesa.

Todo su cuerpo era un catálogo de agonía.

Mercy se tragó un sollozo. Ponte a trabajar, se dijo.

Su ropa era insalvable, así que la cortó con unas tijeras. Escuchó el crujido
de papel en el bolsillo de su peto cuando le quitó la prenda de los brazos
agarrotados, y tomó nota mentalmente de que recuperaría lo que fuera una vez que
lo hubiera limpiado, salado y envuelto. Se llevó la camisa, el peto, la ropa interior,
el único calcetín y la bota que traía; el otro conjunto lo había dejado en un prado
tanriano. Hizo una pila ordenada en el suelo, recordando la forma tan cuidadosa en
que Hart había doblado su overol mientras ella se bañaba. Apartó el recuerdo con
todas sus fuerzas.

Solo quedaba la cadena alrededor del cuello con la llave de nacimiento de


su madre y su nueva y reluciente placa de identificación de Birdsall e Hijo, pero
aún no se atrevía a quitárselas.

Lloró a medida que lo limpiaba, no un diluvio, sino un goteo lento y


constante mientras enjuagaba la sangre y la suciedad de su fría piel pálida. Parecía
más en paz ahora que estaba limpio, pero también menos parecido a su yo viviente.

Las llaves húmedas relumbraron a la luz del gas. Mercy alcanzó el metal y
las tocó como hacía cuando Hart estaba en su cama, con la cabeza apoyada en el
pliegue de su hombro, una concavidad que parecía delgada y cavernosa a la vez en
la muerte. Mi rincón de las caricias, pensó sin querer. 355
La tristeza la golpeó tan fuerte que dejó caer la manguera y gritó cuando el
agua fría le mojó los zapatos y una de las perneras del pantalón. Sin dejar de llorar,
cerró el grifo y se aferró a la mesa.

Papá apareció en la puerta. Parecía demacrado, pero si supiera lo destrozada


que estaba, entraría como un tonel e insistiría en ocuparse él mismo de Hart,
cuando lo que más necesitaba era una buena noche de sueño.

—¿Todo bien? —preguntó.

Mercy se secó las lágrimas manchando sus mejillas.

—Bien. Se me cayó la manguera. Eso es todo.

Cruzó la habitación y se colocó frente a ella, con el cadáver de Hart entre


los dos, pero su atención se centró por completo en su hija.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—¿Puedo hacer algo?

—Puedes irte a casa a conocer a tu nieta y descansar.

—Lo haré, pero quiero repasar algunas cosas contigo y con la jefa Maguire
cuando vuelva.
—¿A dónde fue?

—A avisarle a su esposa. Supongo que eran muy cercanos.

—Su nombre es Diane —dijo Mercy a su padre, recordando la calidez en la


voz de Hart cuando había hablado de ella.

Leonard gimoteó en el vestíbulo.

—Probablemente necesite salir —dijo Mercy, el peso del cansancio


asentándose en su alma. Era extraño pensar en hacer algo tan normal como dejar
salir a su perro para que orinara cuando Hart estaba muerto y se había ido. Él
necesitaba que ella cuidara de él, pero ella tenía que cuidar primero de los vivos y
eso la irritaba.

—Yo lo haré —dijo papá, pero los quejidos de Leonard se hicieron tan
agudos y pronunciados que de todos modos lo siguió al vestíbulo. El perro se
paseaba de un lado a otro, nervioso. Mercy intentó acariciarlo, pero se apartó de 356
su mano y ladró, aunque no había nada a lo que ladrar. Abrió la puerta y trató de
convencerlo de que saliera, pero no quiso—. Le gustaba el alguacil Ralston,
¿verdad? —dijo papá en voz baja.

Mercy sabía a qué se refería. Se le hizo un nudo en la garganta, y asintió.

—Leonard, ven —llamó, dirigiéndose hacia el astillero y el cuerpo de un


hombre cuya vida se había ido. Su perro la siguió, olfateando el aire a medida que
se acercaban. Hizo que Leonard se sentara junto a la mesa de preparación y se
agachó para estar con él—. Se ha ido —le dijo, acariciándole las orejas—. Lo
siento.

Leonard puso las patas delanteras sobre la mesa y olfateó el cadáver,


soltando la mano de Hart para que colgara de la superficie de la mesa. Meneó la
cola, y luego se detuvo. Gimoteó lastimeramente, un sonido que hizo eco del dolor
agudo dentro de Mercy. Quiso enterrar el rostro en el pelaje atigrado de Leonard y
sentir su calor en la mejilla y oír su corazón latiendo bajo la caja torácica, pero él
aulló y salió corriendo de la habitación, dejándola sola con su dolor.

Mercy tomó la mano colgante de Hart, con la intención de ponerla sobre la


mesa a su lado. Pero en lugar de eso, entrelazó sus dedos cálidos con los de él,
fríos y sin vida. Deseó poder sollozar, quitárselo de encima para poder hacer todo
lo que tenía que hacer. Pero a medida que apretaba la mano helada de Hart y se
obligaba a mirar su rostro maltrecho, las lágrimas se negaron a salir.
Llamaron a la puerta principal y Mercy inclinó la cabeza, frustrada.

—Tiene que ser una broma. Papá, ¿puedes atender?

En respuesta, el humo del cigarro de su padre llegó desde el muelle.


Probablemente no la oyó ni a ella ni a la puerta.

—¿Zeddie?

No hubo respuesta. Probablemente estaba acampado en su apartamento con


Pen o tal vez se habían ido a casa. Y eso la dejaba a ella para abrir la puerta. Besó
la palma de la mano de Hart, aunque no tenía derecho a hacerlo, pensó con una
mueca de culpabilidad, y dejó la mano a su costado.

El sonido de una discusión al otro lado de la puerta la saludó al entrar en el


vestíbulo.

—¿Qué nueva pesadilla es esta? —preguntó a Leonard, que le dirigió un


resoplido triste desde la silla en la que no debía estar, aparentemente recuperado
357
de lo que fuera que le hubiera molestado antes. Abrió la puerta y se encontró a
Horatio regañando a un nimkilim que nunca había visto, un conejo de dientes
amarillentos con una arete de oro en una oreja.

—¡Estás invadiendo mi territorio! La gente buena de Eternity no necesita


rufianes ensuciando sus calles.

—¡Pues vete a la puta mierda!

Horatio agitó un ala desdeñosa hacia el conejo y se dirigió a Mercy.

—Mis disculpas, señorita Birdsall. Me ocuparé de inmediato de este


canalla.

El otro nimkilim pasó junto a Mercy, dictando su argumento por encima del
hombro mientras se dirigía directamente al astillero.

—El Código Postal Federado 27-C establece claramente…

—¡Disculpen! —gritó Mercy, corriendo tras él junto con Horatio.

—… que en caso de fallecimiento, cualquier correo no entregado es


recuperado por el nimkilim de registro, que soy yo. —Cuando Horatio ululó
indignado, el nimkilim extraño se detuvo y añadió—: Y. Te. Aguantas. —
Pinchando al búho en las plumas hinchadas de su pecho.
—Retira tus falanges de mi persona antes de que me vea obligado a hacerte
daño.

—Por favor, podría limpiar el suelo con las plumas de tu cola y aún me
quedaría tiempo para tomar algo en el pub —respondió el conejo a medida que
entraba en el embarcadero.

Mercy coincidió en privado con esa apreciación, y por eso no estaba


preparada cuando Horatio golpeó al conejo por detrás y lo arrojó al suelo. Ella se
escabulló y se pegó a la pared, conmocionada y asqueada, mientras los nimkilim
luchaban entre sí junto al cadáver de Hart. Se revolcaron entre la ropa sucia,
causando estragos en el montón ordenado de Mercy, y ambos alcanzaron el peto y
lo partieron por la mitad en el proceso con un violento sonido de desgarre.

Fue Horatio quien se alzó victorioso, agitando triunfante una carta mientras
declaraba:

—¡Ajá! ¡El vencedor se lleva el botín! —Pero su triunfo se evaporó cuando 358
leyó la dirección y miró a Mercy con ojos afligidos—. Ah, querida mía. Lo siento
mucho.

Mercy miró desconcertada al otro nimkilim, pero su atención estaba ahora


en Hart.

—Aw, no. Él no. —El conejo se puso de puntillas para ver mejor el cuerpo
sobre la mesa—. No, no, no. Maldito imbécil. —Sacó un pañuelo rojo de su
bolsillo y sollozó en él.

—Puedes entregarla, si quieres —le dijo Horatio, tendiéndole la carta, con


las plumas desarregladas y el corbatín hecho un desastre.

El otro nimkilim resopló con fuerza en su pañuelo, y negó con la cabeza.

—Hazlo tú.

—¿Conocías a Hart? —preguntó Mercy.

—Déjame verte. —El conejo se acercó a ella y la estudió detenidamente—


. ¿Sabes qué? Apuesto a que probablemente valías la pena.

Tomó la carta de Horatio, y se la entregó a Mercy.

—Amiga, correo para ti.


Mercy tomó el sobre de su pata. Una esquina estaba manchada de marrón
por la sangre de Hart, pero la dirección era claramente legible.

Para: Mercy Birdsall

Dirección: Sepultureros Birdsall e Hijo

26 Main Street

Eternity, Bushong

Después de tanto tiempo, su amigo por fin le había contestado.

—Bueno, me vendría bien un trago —dijo Horatio.

—Ya somos dos. El primero va por mi cuenta —ofreció el otro nimkilim y


salieron.

Mercy miró el cuerpo rígido de Hart antes de abrir el sobre con dedos
entumecidos y leer la última carta que le había dirigido.
359
Querida amiga,

Mi queridísima,

Mercy,

Me llamo Hart Ralston.

Podría decirte que soy alto, tengo el cabello rubio y los ojos grises. Podría
decirte que mi color favorito es el amarillo, porque tu color favorito es el amarillo.
Podría decirte que soy un semidiós y un alguacil de Tanria y, como te informé en
mi primera carta, un idiota. Incluso podría intentar decirte que soy «tu amigo»,
pero con toda honestidad, ¿cómo puedo reclamar ese título? Un amigo no miente
ni oculta la verdad como lo hice.

Esta es mi forma indirecta de decir que lo siento. No «lo siento, pero». Solo
lo siento. Y punto. Tenía miedo de que no sintieras por mí lo que he llegado a
sentir por t… he sentido desde el día en que entré en Birdsall e Hijo y allí encontré
a una mujer que era color, luz y alegría pura en un mundo que había llegado a
parecerme incoloro, lúgubre y pésimo. Pero eso no es excusa. No hay excusa para
ocultarte la verdad. Soy débil. Es todo lo que puedo decir de mí.

No soy un hombre bueno, como bien sabes, pero al menos puedo decirte
con absoluta certeza que soy un mejor hombre por haberte conocido. Mis cartas
a ti me han permitido ser lo mejor de mí de la única manera que sé, ya que parece
que no puedo hacer que las palabras correctas salgan de mi boca cuando las
necesito. Y estar contigo, la verdadera tú, dioses, ¿qué puedo decir? ¿Qué
palabras podrían hacer justicia al precioso tiempo que me has dedicado? Me has
dado ganas de vivir mi vida, en lugar de pasar el tiempo preocupado por mi
mortalidad (o la falta de ella). Tal vez sea una bendición mixta, pero es más una
bendición que una maldición, así que gracias, Mercy, por inspirarme a ser mejor
de lo que soy. Siempre has sido misericordiosa, aunque mi estúpida boca necia
diga lo contrario.

Una vez me dijiste que tenía un estoque por corazón y una sombría novela
deprimente por apéndice, pero la verdad es que, si alguien se molestara en arañar
mi quebradiza superficie escarpada, descubriría que mi corazón y mi alma
pertenecen entera y plenamente a Mercy Birdsall, el mejor ser humano cuya
superficie he tenido el privilegio de arañar.

Si fuera valiente, te enviaría esta carta. Si fuera más valiente, la destruiría. 360
Pero no soy valiente y nunca lo fui, no como tú, así que la guardaré junto a mi
corazón, sin enviar y sin leer, hasta el día de mi muerte. Si es que muero. ¿Y quién
sabe? Quizás entonces llegue a ti de algún modo, mis palabras demasiado tarde
como siempre y nunca dignas de ti para empezar.

Espero que algún día le des tu corazón a alguien bueno y decente, y que a
cambio aprecies su corazón. Pero es raro el hombre que te merece, así que te dejo
con esto: Te deseo una vida feliz, rodeada de la gente que quieres y que te quiere
a cambio.

Tu amigo,

Sinceramente,

Con amor,

Hart

Los ojos de Mercy se desviaron de la página que tenía en la mano, pasando


por el cuerpo sobre la mesa, hasta llegar a un punto congelado en el tiempo, cuando
estaba sentada, miserable y sola, en una mesa del Café Little Wren, creyendo que
su amigo la había dejado plantada. Excepto que, no la había dejado plantada. Había
estado allí todo el tiempo, justo delante de ella y no lo había visto por lo que era.
Se había sentado frente a ella, sorbiendo su té, con los ojos grises fríos y cerrados
mientras hablaba, con un desafío en la voz.
Merciless, tal vez hay cosas de mí que te sorprenderían, si te molestaras en
arañar la superficie.

En un momento estaba de pie contra la pared del astillero; al siguiente,


estaba inclinada sobre el cuerpo de Hart, aferrando la carta y aferrándose a un brazo
que ya no podía sostenerla. Sollozó en la curva perfecta donde el hombro de Hart
se unía al cuello, el lugar que se suponía que le pertenecería desde hacía mucho,
muchísimo tiempo.

Sigo esperando que hagas algo estúpido, susurró él en su mente.

—Fui una estúpida todo el tiempo —lloró, pero él ya no podía oírla.

No ahora donde estaba.

361
Hart robó una galleta de la rejilla de enfriamiento en el mostrador cuando
su madre no estaba mirando. Casi había llegado a la puerta trasera cuando ella le
preguntó:

—¿A dónde vas?

Su mano estaba en la perilla. No la enfrentó, porque no quería que viera la


galleta en su mano culpable, las chispas de chocolate aún calientes derritiéndose
en sus dedos.

—Abajo junto al arroyo —respondió.


362
—Está bien. Ponte la chaqueta.

—Estoy bien. No hace frío.

—Chaqueta.

Puso los ojos en blanco a medida que arrancaba su chaqueta del perchero,
y luego atravesó la puerta y bajó los escalones.

—¡Hartley James, ponte la chaqueta! —le gritó mamá desde la ventana de


la cocina, pero había risas en su voz.

—¡Lo haré!

—No te sirve de nada si no la llevas puesta.

—¡Está bien! ¡Adiós, mamá! ¡Te amo! —gritó por encima de su hombro,
la chaqueta ondeando en el viento mientras corría, arrastrándose de su mano como
una cometa.

—¡También te amo!

El sol brillaba en un cielo sin nubes, y el aire tenía la temperatura perfecta,


fresca pero no demasiado fría. Pasó corriendo junto a las gallinas y la parcela de
verduras y saludó al abuelo, que estaba revisando el pluviómetro en el campo de
cebada. Cuando Hart llegó al arroyo, Gracie le pisaba los talones, ladrando.
Encontró un palo y lo arrojó tan lejos como pudo y observó cómo ella corrió tras
él, ágil y veloz como un ciervo. Lo trajo hasta él y lo puso a sus pies, con la lengua
fuera de la boca. El juego de buscar se prolongó durante lo que parecieron horas.
Gracie era incansable, y Hart no tenía ningún lugar donde estar ni nada que hacer.
Pero cuando el sol se arqueó en lo alto y empezó a caer hacia el horizonte
occidental, decidió que era hora de regresar a casa.

Pasó por delante del ganado, que se quejó cuando Gracie intentó reunirlo,
pero el perro corrió cuando Hart emitió un silbido agudo entre los dientes. Lo
siguió a través de la puerta mosquitera y olfateó al gato atigrado naranja de Diane,
que arqueó el lomo y se alejó escabulléndose. Hart se sirvió un refresco; parecía
que siempre había un suministro interminable en la nevera.

—¿Alma? ¿Diane? —Entró en el salón, donde las motas de polvo flotaban


en el haz la luz del sol de la tarde entrando por la ventana abierta. Tomó un sorbo
de refresco y le gustó la forma en que las burbujas se deslizaron por su lengua. Bill
siempre había insistido en que el refresco le pudriría los dientes, pero Hart no podía 363
evitarlo cuando estaba en la casa de Alma y Diane.

Bill.

Había algo sobre Bill que debía entristecerle, pero no podía recordar qué
era.

Cruzó la habitación, abrió la puerta principal y entró en el vestíbulo de


Sepultureros Birdsall e Hijo, con una sensación parecida a la de darse un golpe
contra la pared.

Se supone que no debo estar aquí, pensó con una consternación


concomitante.

—Duckers, vamos a moverlo —habló al aire vacío. Pero no, Duckers no


estaba esta vez con él, ¿verdad?

—Gracie —llamó, porque no podía dejar atrás a su perro. Pero entonces


recordó que se suponía que Gracie tampoco debía estar aquí. Este lugar pertenecía
a un perro diferente. No estaba seguro del nombre hasta que se le acercó
sigilosamente y le salió la palabra—: ¿Leonard?

Hubo un movimiento a su derecha. Giró la cabeza y vio que el bóxer-y-


alguna-otra-raza levantó la cabeza del brazo de una silla que no debía estar
ocupando. El perro meneó el hocico. Saltó de la silla y se acercó a su alguacil
favorito. Hart intentó acariciarlo, pero Leonard se puso nervioso, paseando por el
suelo y gimiendo a partes iguales.

—Oye, ¿qué pasa? —le preguntó Hart.

Leonard ladró angustiado y huyó por el pasillo.

El sonido de una silla alejándose de un escritorio llegó desde la oficina,


seguido de unas pisadas dirigiéndose a la puerta. Un hombre entró en el vestíbulo,
hojeando páginas pegadas al portapapeles que llevaba en la mano. Se sobresaltó al
ver a Hart. Luego volvió a estudiar las páginas de su portapapeles.

—Bueno, mierda. Supongo que es hoy.

Hart se quedó congelado en el lugar, aturdido, sin saber qué debía sentir.

—¿Bill?

—¿Qué? No. —El hombre miró su cuerpo—. Ah, claro. Eso tiene sentido 364
—Observó su entorno—. Sí, todo esto tiene sentido. —Volvió a mirar a Hart y le
dedicó una sonrisa cariñosa.

—Bill —dijo Hart nuevamente, excepto que esta vez, no fue una pregunta.

—No, lo siento. Puede que esta vez no veas a Bill. Se está aferrando a
mucha culpa cuando se trata de ti, preocupado de que no vayas a perdonarlo,
cuando obviamente, lo perdonaste hace mucho tiempo, si es que alguna vez lo
culpaste para empezar. Dale tiempo. Entrará en razón.

Hart miró boquiabierto al hombre. No sabía qué decir, porque este era
definitivamente Bill, hasta la cicatriz en su ceja derecha y las puntas faltantes de
los dos últimos dedos de su mano izquierda. El hombre arrojó el portapapeles sobre
el mostrador. Se acercó, deteniéndose a unos metros frente a Hart.

—Soy tu papá.

Hart siguió mirando al hombre que tenía delante, que, por lo que a él
respectaba, era su mentor y el único padre de verdad que hubiera tenido. Al final
habló, su tono uniforme cuando sus sentimientos no lo eran.

—Es imposible que Bill me haya engendrado. No tengo padre.

—En tu mente me parezco a Bill, pero no lo soy. Soy el Guardián, ya sabes,


el tipo que lleva las almas a la Casa del Dios Desconocido. A veces necesitan
ayuda, sobre todo los perdidos y solitarios. De ahí, yo.
Hart sintió como si las tablas del suelo se inclinaran bajo sus botas.

—¿Por «tipo», quieres decir «dios»?

—Sí.

—Claro. —Fue la única respuesta que pudo reunir. Su mente estaba en


blanco.

—Vaya. Hartley James. He esperado treinta y seis años para este día. ¿Hay
alguna posibilidad que me des un abrazo?

El hombre que no era Bill y que decía ser uno de los dioses de la muerte
(que, por lo que sabía Hart, nunca había engendrado un hijo en toda la historia
registrada) dio un paso hacia él. Él dio un paso atrás en respuesta. No quería tener
nada que ver con el Guardián, el padre que nunca estuvo allí, la cosa que llevaba
la piel de Bill como si tuviera algún derecho sobre ella.

El Guardián se detuvo y levantó sus manos, las manos de Bill.


365
—Está bien. No te preocupes. Lo entiendo. Sé que tienes algunos
sentimientos complicados cuando se trata de mí. Tal vez sería mejor si me llamaras
Jeff.

La mandíbula de Hart se tensó. Una rabia familiar se mezcló con su estado


actual de confusión.

—Jeff, ¿qué está pasando aquí? —Dijo el nombre como una maldición.

—Llegaste a casa.

—No tengo casa.

—Claro que sí. Varias. Créeme. Es mi trabajo saber estas cosas.

Hart exhaló frustrado a medida que miraba alrededor del vestíbulo. Conocía
este lugar, y sabía que no era bienvenido aquí, aunque le costaba recordar por qué.
Definitivamente no era su casa.

El Guardián apoyó el codo en el mostrador y juntó los dedos. La expresión


agradable en su rostro se volvió compasiva.

—Deberíamos hablar.

—Ese barco zarpó cuando abandonaste a mi madre.


El Guardián desestimó el resentimiento de Hart con un gesto.

—Bueno, soy tu papá, así que es una pena. Vamos a hablar.

Hart se encontró sentado en un arce, en una rama sobresaliendo del tronco


en una línea casi perpendicular, coincidiendo con el horizonte. Conocía este lugar.
Era su árbol favorito para trepar, el que daba al huerto oeste. Sus pies colgaban y
los pateaba en el aire, primero uno, luego el otro, de un lado a otro. El aire olía
limoso, el aroma de un campo arado antes de que el abuelo lo sembrara. No se dio
cuenta de que el Guardián estaba sentado a su lado hasta que el dios habló:

—Siempre pensé que si hubiera podido ser un padre de verdad, un papá


normal, aquí es donde iríamos cuando tuvieras algo que necesitaras decir.

Hart miró al Guardián, que seguía pareciéndose en todo a Bill. Luego dirigió
su atención al brumoso cielo rosa y naranja.

—Aquí es donde iba cuando deseaba tener un papá con quien hablar. 366
—Lo sé.

La amargura llenó la boca de Hart, derramando acidez por su lengua.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Existiendo. ¿Qué estás haciendo aquí?

Hart quiso responder, pero las palabras se le escaparon. Contempló el huerto


y el horizonte familiar más allá. Sabía que su casa estaba detrás de él, a su
izquierda, pasando el nogal. Estaba en casa. Pero ya no era su casa, ¿verdad? La
tía Patty había vendido esta tierra hace años.

¿Qué estás haciendo aquí?

La pregunta resonó en su cabeza, y una respuesta surgió lentamente en su


mente. Había habido un prado y una casa. Su casa. Y dolor. Mucho dolor. Había
abierto la puerta y había ido a casa. Todos se habían ido a casa, todas las almas
perdidas, la suya incluida.

El dios estaba ahora más cerca. Hart se puso rígido cuando la mano del
Guardián se posó en su hombro, pero no se apartó.

—Hart, te hice una pregunta. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Supongo que, agonizando —respondió, sintiéndose vacío y solo.


—Los mortales generalmente lo hacen.

—¿Entonces soy mortal?

—Sí.

Fue entonces cuando recordó a Mercy, y el dolor que vino con el recuerdo
le hizo poder olvidarla otra vez. Pero no quería olvidarla. En cuanto ella volvió a
su mente, se aferró a ella y se negó a soltarla. Sería como leer un libro que no
termina, le dijo en su mente. Por muy buena que sea la historia, querrás que
termine en algún momento. Pero se equivocaba. Ahora que la sombría novela
deprimente que era su vida había llegado a su fin, quería que la historia continuara.

Su boca formó una línea dura en su rostro antes de volver a hablar con el
Guardián.

—Muy amable de tu parte por aparecer justo a tiempo para el final.

—¿El final? —El Guardián negó con la cabeza—. Nunca entenderé por qué
367
los mortales tratan la muerte como si fuera el golpe de un hacha en lugar de la lenta
cocción al vapor del agua en una olla.

—Si vas a hablar como un puto poema, puedes mantener la boca cerrada.
Ya sabes, como has estado haciendo durante los últimos treinta y seis años de mi
jodida vida.

—Treinta y seis años no son nada.

—Seguro que lo parece.

—¿Estás diciendo que tu vida no fue nada? Porque si es así, qué desperdicio
de treinta y seis años.

—Siento decepcionarte. —Hart casi lo llamó padre, pero le pareció el tipo


de ironía que habría hecho un niño, y era un hombre adulto.

—¿Vas a preguntarme por qué me fui?

—No.

—Lástima, porque de todos modos voy a decírtelo.

—A la mierda esto. —Hart tenía la intención de saltar de la rama, pero de


repente, se congeló, y no por su propia voluntad. No podía moverse ni hablar. Todo
lo que podía hacer era sentarse y escuchar.
—Como estaba diciendo —continuó el Guardián, y cuando miró a Hart esta
vez, sus ojos no pertenecieron a Bill. Estaban iluminados con una luz gris fría,
grandes vacíos tan vastos como un cielo nublado, ojos inmortales, ojos de dios,
infinitos e inmutables—. Abro la puerta a las almas que pierden las llaves o no
tienen llaves para empezar. Siempre lo he hecho, siempre lo haré. Excepto una vez.
No estuve allí una vez. Y causó algunos problemas, para ser exactos, cuatrocientos
setenta y dos, pero me estoy adelantando.

»Todo el mundo cruza el umbral, ¿verdad? Así que, siempre me ha parecido


extraño que los mortales se sorprendan desagradablemente cuando se encuentran
muertos o de camino a casa. Es decir, la muerte está en todas partes. En cualquier
parte. Las flores mueren, y los mortales tienen que replantarlas en primavera. Las
hojas caen de los árboles año tras año y se pudren. Los pájaros caen muertos del
cielo; sus crías caen del nido antes de desplegar las alas. Un perro querido exhala
un último aliento y hace un agujero en el corazón de un hombre, como si fuera una
sorpresa y no algo inevitable.
368
»¿Cómo diablos se las arreglan los humanos para mirar hacia otro lado, y
por qué quieren mirar hacia otro lado para empezar? Especialmente cuando se trata
de las almas perdidas. Casi siempre que abro la puerta a una de ellas, se resisten.
No quieren entrar, cuando uno pensaría que de todas las almas del mundo, éstas
son las que estarían más agradecidas de volver a casa. Me hizo preguntarme, ¿qué
tiene de bueno vivir para no querer morir?

»Así que me vestí de carne y hueso y lo probé durante un tiempo, y lo


primero que descubrí fue que vivir duele. Hay muchos dolores y molestias. Me
golpeé un dedo del pie. ¿Tienes idea de lo mucho que duele cuando te golpeas el
dedo del pie?

Miró a Hart, sus ojos menos inquietantes ahora, pero Hart no podía hablar,
no podía moverse.

—Seguía teniendo hambre. Contraje la gripe y estuve temblando en una


cama de hotel durante tres días. Pero había algo más que me dolía mucho más que
un dedo del pie golpeado, el hambre o la enfermedad. No podía determinar lo que
era, pero me seguía dondequiera que fuera. E incluso eso palidecía en comparación
con el sufrimiento que veía a mi alrededor: gente mendigando comida o dinero en
las calles, gente que estaba tan enferma que apenas podía moverse, gente cuyos
sueños habían sido aplastados por el tiempo, el destino y todas las cosas horribles
que los Dioses Antiguos habían desatado en el mundo. Pensé, si vivir es así de
miserable, ¿por qué la gente no querría dejarlo atrás? Así que, estaba a punto de
rendirme e irme a casa cuando conocí a tu madre en Cómics y Juegos Lennox en
Pettisville, Arvonia. ¿Alguna vez has estado allí?

Por supuesto que Hart había estado allí. Su madre lo había llevado cada vez
que iban a la ciudad, y aunque no habían tenido mucho dinero, le había comprado
todos los cómics de Gracie Goodfist que podía llevar en sus pequeñas manos. No
es que pudiera decirle al Guardián nada de esto; aún estaba congelado en su lugar.

—Estaba discutiendo con el dueño sobre el Dios de la Guerra y el Dios del


Infierno Antiguo. Por supuesto, en su día, solo era el Infierno, pero los Dioses
Nuevos nos deshicimos de él, así que. En fin, estaban hablando de la serie de
cómics de los Dioses Antiguos, y sopesaban los méritos de cada personaje, cuál
era superior, ese tipo de cosas. Era una discusión amistosa. Obviamente, sabía más
del tema que cualquiera de ellos, así que intervine diciendo que el Embaucador es
el villano más poderoso, el que ha causado más problemas a la humanidad que
cualquier otro dios.

»Creo que ella pensó que estaba bromeando, porque se rio. No estaba
369
bromeando, pero ella tenía un hueco entre sus dientes frontales, que algunas
personas piensan que es un defecto, pero para mí la hacía encantadora.
Perfectamente imperfecta. De repente, todo lo que quería era hacer reír a esta mujer
tan a menudo y tanto como pudiera. No fue amor a primera vista, exactamente,
más como un reconocimiento. En ese momento entendí que iba a enamorarme de
ella si me quedaba. Así que, me quedé. Y ese dolor que sentí, aquel que no podía
entender, desapareció. Puf. Así de simple.

Hart podía ver su propia mano escribiendo las palabras en la página: Quizás
haya un consuelo extraño en saber que al menos una persona siente algo por mí.
Por supuesto, ese no había sido el final de la oración. Aunque ese sentimiento
pueda describirse mejor como odio, terminó su memoria por él, y recordó con una
puñalada nueva de soledad que Mercy lo odiaba otra vez.

—Tuvimos cinco meses juntos —continuó el Guardián—. Cinco meses.


Cinco meses no es nada, incluso para los estándares mortales.

Es más tiempo que el que tuve con Mercy, maldito imbécil. Hart echó
espuma por dentro.

—¿Te preguntarás qué pasó, por qué me fui si era tan feliz?
No me importa. Las palabras estaban ahí en la punta de su lengua inútil,
pero entonces comprendió que era mentira. Sí quería saber. Siempre había querido
saber.

—Sí —respondió, sorprendido al descubrir que podía hablar y moverse de


nuevo.

Los ojos del Guardián ahora parecían casi humanos, con las pupilas negras
bordeadas de gris pálido. Los propios ojos de Hart, mirándole fijamente.

—Dejé al Abuelo Hueso a cargo de abrir la puerta en mi ausencia.


Probablemente no fue la mejor elección, pero no es como si hubiera muchos dioses
de la muerte para elegir, y el Dios Desconocido es, bueno, desconocido, y el Mar
Salado se ocupa de mucho tráfico, si sabes a lo que me refiero. De todos modos,
bendito sea, Huesos es sordo como una tapia, y no oyó los pasos arrastrados de las
almas necesitando ayuda. Para cuando se dio cuenta, había cuatrocientas setenta y
dos almas encerradas fuera de la Casa, y muchos dioses muy enojados. La Abuela
Sabiduría me arrastró hasta la puerta por mi oreja humana. Por cierto, eso duele
370
más que un dedo del pie golpeado. Ni siquiera pude despedirme de tu madre. Y
tampoco pude conocerte, hasta ahora.

La única lágrima del dios rodó por el rostro rugoso de Bill. Se la quitó de
encima y murmuró:

—Me olvidé de las lágrimas. Estúpido Mar Salado.

—¿Querías conocerme? —preguntó Hart, su voz alta y ligera, una voz de


niño con todo su miedo y desolación expuesto.

—Maldición, sí, quería conocerte.

El Guardián ya no se parecía en nada a Bill. Era alto y delgado, su rostro


anguloso, sus ojos de un inocuo tono azul grisáceo, y Hart supo que eso era lo que
su madre había visto cuando conoció a un hombre llamado Jeff y se enamoró de
él. Se trataba de su padre y, por primera vez en su vida, la idea no le partió el
corazón en dos.

—¿Y amabas a mamá? —Hart sonó ahora aún más joven.

La boca delgada del dios se curvó a un lado.

—Claro que sí. Claro que sí. Ahora está en casa. Vino conmigo a casa.

—La he visto.
—Lo sé.

—En serio la extraño.

—También lo sé.

Hart se quedó mirando a su padre, absorbiéndolo, con el corazón


rompiéndose y recomponiéndose una y otra vez. El sol desapareció en el horizonte,
y las estrellas parpadearon una a una. El Guardián contempló el mundo como si
pudiera verlo todo, mucho más allá de lo que Hart podía asimilar. Cuando el dios
se volvió de nuevo hacia su hijo, su cabeza se movió en la dirección opuesta, de
modo que fue su segunda cara la que mostró a Hart, con ojos tan pálidos e incoloros
como el cielo de la mañana en un día nublado.

—De todos modos, todas esas almas terminaron atrapadas en Tanria, lo cual
tiene sentido. No podían quedarse en el mundo mortal, pero gracias a mí y al
Abuelo Hueso, no pudieron entrar en la Casa del Dios Desconocido cuando se
suponía que debían hacerlo, de modo que quedaron atrapados en el único lugar del 371
mundo que está entre la vida y la muerte. La cosa es que, un alma sin cuerpo se
confunde mucho en el plano mortal. Después de un tiempo, esa alma piensa que
se supone que está viva y busca un cuerpo para habitar de modo que pueda seguir
existiendo a su manera terrible. En ese momento, no había humanos en Tanria, por
lo que no era un gran problema, pero cuando la gente comenzó a llegar, las cosas
se pusieron feas muy rápido. Intentamos acorralar a las almas perdidas, pero a esas
alturas era como arrear gatitos asilvestrados, y no había nada que pudiera hacer
más que abrir la puerta a las almas que murieron demasiado pronto porque
abandoné mi puesto hacía treinta y seis años y creé las cosas que creo que llamas
drudges.

—No lo entiendo. ¿Por qué no pudiste abrir la puerta, y también dejar entrar
a las almas perdidas?

—No vendrían.

—Pero vinieron cuando abrí la puerta.

—Técnicamente, abriste una puerta: la puerta de tu casa. Tanria siempre


fue el lugar donde ibas a morir por primera vez. Por eso estaba allí, y vaya, a los
drudges no les gustó eso. Eres como un puente, ¿sabes? Mitad humano, mitad dios.
Cuando abriste la puerta desde afuera, arreglaste lo que tu papá jodió.
El Guardián extendió la mano y, cuando Hart no se apartó de él, la puso
sobre la desordenada cabeza rubia de su hijo, con un peso tranquilizador que
pareció una bendición.

—Estoy tan confundido —admitió Hart.

—Los mortales suelen estarlo.

—Entonces, ¿todos los drudges se han ido a casa? ¿Ya no hay más almas
perdidas en Tanria?

—Así es.

—¿Y soy mortal? ¿He muerto?

—Sí.

Sus hombros delgados se hundieron, pero intentó ser valiente.

—Está bien.
372
El Guardián lo empujó cariñosamente.

—¿Ves? Estás triste por irte, como todos los demás. Así que, después de
todo, no fue un desperdicio de treinta y seis años.

Hart se apartó cuando una pregunta apremiante surgió de las profundidades


de sus pensamientos confusos.

—¿Qué quisiste decir con lo de que había muerto «por primera vez»?

—Tienes dos muertes, pequeño semidiós, una de mi parte y otra de tu


madre.

—¿Eso no significa que tengo dos vidas que vivir?

—Lo mismo.

Su padre saltó de la rama, y extendió los brazos. Hart bajó de un salto y


soltó una risita cuando su padre lo atrapó y le hizo cosquillas. Caminaron tomados
de la mano hasta la casa con la música de las cigarras estridulando una canción con
la entrada del verano a su alrededor. Estaban casi en casa cuando su padre se
detuvo, se arrodilló a su lado y señaló a alguien en la distancia.

—¿Ves allí? Después de todo, vino a despedirse de ti.


De pie, en un campo iluminado por la luna, había un hombre sosteniendo
una lámpara en la oscuridad. Era difícil distinguir los rasgos de su rostro desde tan
lejos, pero levantó una mano a la que le faltaban las puntas de dos dedos, un gesto
que era una bendición y una absolución a la vez. Hart levantó su propia mano en
respuesta, y un gran peso pareció desprenderse de él. Se sintió más ligero que un
copo de álamo flotando perezosamente en el suelo.

Su padre se levantó y le dio un empujón hacia la casa.

—Ve. Ya vete a la cama.

El abuelo estaba sentado en los escalones traseros, fumando una pipa, cuyo
aroma dulce llenó la nariz de Hart con el olor a su hogar y consuelo.

—Buenas noches, abuelo.

El abuelo metió su pipa en el bolsillo de su overol y le dio unas palmaditas


en la cabeza a Hart. 373
—Buenas noches, cacahuete.

Cacahuete. Hart había olvidado que su abuelo lo llamaba así. Le sonrió al


anciano mientras su padre lo recogía y lo llevaba adentro.

Cuando cruzaron la puerta, mamá estaba en la cocina, fregando una olla en


el fregadero. Se secó las manos en un paño de cocina cuando lo vio, y sonrió,
mostrando el hueco de sus dientes frontales.

—¿Te vas a la cama?

Hart asintió, con la mejilla pegada al hombro de su padre. Ella le alisó el


cabello y besó la parte superior de su cabeza.

—Buenas noches. Te amo.

—También te amo. —Estaba tan cansado que apenas pudo formar las
palabras.

Su padre lo subió por las escaleras. Su cabeza apoyada en su hombro. Sus


brazos flácidos envueltos alrededor del cuello de su padre. Sus piernas colgando y
balanceándose con cada escalón. Entraron en la primera habitación a la izquierda,
y el padre de Hart lo depositó suavemente en su cama. Hart ya tenía puesto su
pijama favorito, uno de perros, aunque no recordaba habérselo puesto, y la boca le
sabía a pasta de dientes. Los ojos se le cerraron a medida que su padre subía la
manta y lo arropaba, pero luchó contra el sueño. Había algo que quería preguntar,
algo que necesitaba saber.

—¿Papá?

—¿Sí?

—¿Por qué se fueron los Dioses Antiguos?

—Probablemente porque la infinidad es algo terrible. Pero eso ya lo sabías,


¿no?

Hart lo sabía, pero la infinidad no parecía tan aterradora cuando su padre


estaba a su lado. Asintió, y su padre se inclinó para besarle la frente.

—Buenas noches, Hartley James. Te esperaré.

374
Era hora de coser las heridas de Hart. Algunos servicios fúnebres se saltaban
este paso, especialmente si el cuerpo estaba programado para la cremación. Mercy
aún no tenía idea de cuáles eran los arreglos de Hart, pero solo el Mar Salado podría
evitar que hiciera esto por él al final. Excepto que, mientras estaba de pie junto a
él con la aguja y el hilo en la mano, no se atrevió a hacerlo. Si lo cosía, tendría que
salar su cuerpo a continuación, y si salaba su cuerpo, tendría que recitar los
encantamientos sobre él, y si recitaba los encantamientos, tendría que envolverlo
en una lona, y si lo envolvía, nunca lo volvería a ver. Si hacía todas esas cosas,
tendría que construir su barco y enviarlo por el Mar Salado a la Casa del Dios
Desconocido. 375
Él ya se fue, le rogó su cansado cerebro aletargado a su corazón que
entendiera, pero su corazón aún no podía aceptarlo.

—Están aquí.

Papá estaba en la puerta. Mercy dejó la aguja y el hilo sobre la mesa,


agradecida por la interrupción pero reacia a dejar a Hart, incluso si no iba a ninguna
parte.

—Iré en un momento.

Su padre la dejó sola con el cuerpo. Mercy besó la sien de Hart, luego lo
cubrió con una lona como si lo estuviera metiendo en la cama. Se quitó el pañuelo
sudoroso, se alisó el cabello y se dirigió a la oficina, donde encontró a su padre,
Alma Maguire, y a una mujer menuda de pie alrededor del escritorio.

—No creo que hayas conocido a mi esposa, Diane —dijo Alma, más serena
de lo que había estado hace unas horas—. Diane, esta es Mercy Birdsall. Ella se
está encargando de nuestro Hart.

Nuestro Hart. ¿Por qué pensó que estaba solo, cuando claramente, estas dos
mujeres lo amaban tanto como…?

No se atrevió a terminar ese pensamiento o a decir «Encantada de


conocerte», así que simplemente extendió su mano. Diane pasó por alto la mano y
se zambulló directamente en ella, abrazándola con brazos esbeltos que eran más
fuertes de lo que parecían, brazos que probablemente habían abrazado a Hart de la
misma manera.

Prepárate: va a abrazarte. Mucho, le había advertido Hart.

Había pensado que no tenía más lágrimas que derramar, pero estaba
equivocada. Abrazar a Diane fue como abrazar a su propia madre, así que se aferró
a la mujer diminuta mucho más tiempo del que debería. Y Diane, por su parte, se
aferró a Mercy con la misma fuerza, jadeando con sollozos tan pequeños como
ella.

—Lo siento —dijo Mercy cuando pudo obligarse a alejarse.

—No tienes nada por qué disculparte. —Diane sacó un pañuelo de su bolso
y secó las mejillas de Mercy, aunque las suyas estaban húmedas—. Está limpio.
Lo prometo.
376
Una risa llorosa estalló en Mercy como el último e inesperado gorgoteo de
una cafetera. Aceptó el pañuelo y se sonó la nariz.

—Lo lavaré y te lo devolveré.

—Por favor, no te preocupes por eso. Tienes cosas más importantes en tu


plato.

Sabía que se refería a las docenas de cadáveres que se habían amontonado


en Birdsall e Hijo durante la noche y, sin embargo, «cosas más importantes» le
hicieron pensar en Hart, y «en tu plato» le hizo pensar en la mesa de preparación
y en el hecho de que estaba solo en los astilleros. Sabía que él en realidad no estaba
allí y, sin embargo, la culpa de haberlo abandonado yació espesa y pesada en su
pecho.

Papá recogió el archivo de Hart del escritorio y miró a las tres mujeres que
se apiñaban en la oficina diminuta.

—¿Todas están listas?

Asintieron, pero Mercy estaba bastante segura de que ninguna de ellas


estaba preparada para esto. ¿Cómo podrían estarlo?

Papá se pasó los antojos de la parte superior de las cejas a la punta de la


nariz y abrió la carpeta. Mercy vislumbró la firma de Hart en la parte inferior de la
página, los trazos de cada letra de su nombre creados con su mano viva. Los dedos
de Diane se deslizaron entre los suyos y apretaron, un reconocimiento de que este
momento era casi insoportable. Mercy estaba segura de que la mano de Alma
estaba sujeta con la misma fuerza.

—Solicitó un barco de nuestra serie vinlandiana, hecho de teca, por dentro


y por fuera.

El corazón de Mercy dio un vuelco cuando su padre la miró por encima de


sus anteojos.

—Nunca… nunca he hecho un vinlandiano.

—Lo harás bien.

—¿Y la teca? ¿Pidió teca?

—¿La teca es mala? —preguntó Alma.

—No, es el mejor material que hay. Es increíblemente caro. ¿Por qué 377
pediría el barco más caro que ofrecemos? Eso es muy impropio de él.

Pero en la pregunta estaba la respuesta. Últimamente no había examinado


los libros detenidamente, no desde que Lilian había comenzado la transición al
puesto de directora de oficina, pero eso explicaría por qué Birdsall e Hijo lo estaba
haciendo mejor de lo que debería. Claramente, solo esa orden los había mantenido
a flote durante los últimos dos meses. Mercy se había negado a aceptar el dinero
de Hart cuando él se lo ofreció, así que se lo dio de la única manera que pudo. El
latigazo del dolor la azotó una vez más. Presionó el pañuelo de Diane contra sus
ojos como si pudiera esconderse del dolor, y los dedos envueltos alrededor de los
suyos apretaron con más fuerza.

—Solicitó que sus restos sean llevados a las piras y que las cenizas sean
entregadas a Alma Maguire y Diane Belinder.

Mercy soltó un resoplido de incredulidad. Solo Hart podía ordenar el barco


funerario más lujoso que el dinero podía comprar, solo para quemarlo tan pronto
como estuviera dentro.

—¿Dijo lo que quería que hiciéramos con las cenizas? —preguntó Alma, su
voz áspera.

—Dejó eso a su discreción.


Alma asintió, y papá leyó la siguiente línea de los preparativos del funeral
de Hart.

—La llave de nacimiento de su madre debe enviarse a su tía, Patricia


Lippett, a quien creía que residía en Pettisville, Arvonia. ¿Conocen el paradero de
su tía?

Alma tomó la mano de su esposa y le dio un beso.

—Podemos investigarlo.

—Bien. En cuanto a sus pertenencias terrenales, incluidos todos y cada uno


de los bienes y el contenido de su cuenta o cuentas bancarias… —Papá arrojó la
carpeta sobre el escritorio, desdobló la última voluntad y testamento de Hart y
escaneó el documento. Se quitó los anteojos, se frotó la frente y miró a su hija
directamente a los ojos—. Mercy, te dejó todo a ti.

Eran casi las nueve de la mañana, y Mercy había estado despierta durante 378
más de veinticuatro horas, de modo que las palabras saliendo de la boca de su padre
tuvieron sentido una por una, pero parecía que no podía unirlas de manera
comprensible.

—¿Qué?

—Él te dejó todo.

Mercy no estaba segura de poder manejar más conmociones, y


definitivamente ninguna de esta magnitud. En el silencio que siguió, presionó su
mano contra su mejilla, intentando entender lo que significaba esto.

Alma se echó a reír y aplaudió.

—¡Bien por él! Vaya, a la tía Patty no le va a gustar eso.

—¡Alma! —la reprendió Diane, aunque una sonrisa jugaba en su propia


boca.

—Esa bruja fue horrible con él y lo sabes.

—¿Por qué? —preguntó Mercy. Ella quiso decir ¿Por qué yo?, no ¿Por qué
a la tía Patty no le va a gustar esto? Pero Alma respondió a la segunda pregunta.

—Tiene que ser una fortuna pequeña.


—Un millón doscientos mil al momento en que redactó su última voluntad
y testamento, según el documento en el archivo —coincidió papá con una precisión
numérica que detuvo el corazón de Mercy.

—Ese chico nunca gastó ni un centavo en sí mismo. Bueno, excepto para


comprar té importado. —La voz de Alma se quebró al final, un sonido que se hizo
eco de la fisura en el pecho de Mercy. Diane acarició la espalda de su esposa,
sorbiendo fuerte.

—No puedo aceptarlo —dijo Mercy.

—Él quería que lo tuvieras.

—Ustedes dos deberían tenerlo, no yo.

Diane se paró frente a ella y la tomó de los brazos, mirándola fijamente con
ojos azules cansados delineados con el tipo de patas de gallo que provienen de
décadas de luz solar y sonrisas. 379
—Esto es lo que él quería. Déjalo tener esto, aquí al final.

Mercy se salvó de contestar por un golpe en la puerta de la oficina. Era


Danny, sosteniendo su sombrero sobre su corazón.

—Lo siento. No fue mi intención interrumpir. Papá, Lil me envió para


llevarte a casa.

—Está bien, señor Birdsall. A Diane le gustaría despedirse, y luego


seguiremos nuestro camino —dijo Alma, estrechando la mano de Roy.

Despedirse. La palabra fue una cuchilla en el pecho de Mercy.

Papá se volvió hacia ella.

—También tienes que irte a casa.

—Estoy en casa.

—Sabes lo que quiero decir. Ve a la cama.

—Primero voy a terminar con él.

Los ojos de papá lucieron infinitamente tristes.

—Él no irá a ninguna parte.


—Papá, vete a casa —le rogó a este padre suyo que casi había muerto hacía
un año. El dolor de esa pérdida cercana, mezclado con su miseria actual, hizo que
Mercy se aferrara a lo poco que le quedaba. Se arrojó sobre él, abrazándolo con
fuerza—. Te amo tanto.

—Pastelito, también te amo. —Le dio unas palmaditas en la espalda,


consolando a su primer bebé—. Zeddie aún está aquí si necesitas algo.

Mercy resopló mientras se apartaba.

—¿Se supone que eso me hará sentir mejor?

Él respondió a su risa con una propia agridulce.

—Son incorregibles, todos ustedes.

Se fue con Danny, y Mercy sintió que el peso aplastante de las últimas horas
se asentó en sus huesos. No había querido dejar el cuerpo de Hart en el astillero;
ahora no estaba segura de estar a la altura de la tarea que tenía por delante.
380
Diane colocó una mano maternal a un lado del rostro de Mercy, y Mercy no
pudo evitar acomodar su mejilla en su calor esbelto.

—Me alegra que te haya tenido, aunque solo sea por un rato. Y me alegra
que ahora te tenga.

—Gracias —le dijo, agradecida por la gracia y amabilidad de la mujer.


Estaba segura de que no se lo merecía, no cuando se trataba de Hart. Se guardó el
pañuelo en el bolsillo y llevó a Diane al astillero, donde encontraron a Pen
esperando junto a la puerta. Tenía los ojos hinchados, y parecía mayor de lo que
había sido hace un día.

—¿Podemos hacer un trato de que no vamos a abrazarnos, porque los dos


perderemos la compostura si lo hacemos? —le preguntó a ella.

—Gracias. Sí. ¿Dónde está Zeddie?

—Está dormido.

—¿En mi cama?

—Lo siento. Era tarde, y ambos nos quedamos dormidos.

—Te perdono. ¿A él? No tanto.


Esperaba sacarle una sonrisa pequeña, pero se veía tan solemne como un
astillero.

—Quiero despedirme de él, pero al mismo tiempo no quiero verlo. No sé


qué hacer.

—Le puse una lona encima —le dijo Mercy—. Podrías entrar, despedirte y
verlo pero no verlo al mismo tiempo. ¿Eso te gustaría?

Pen asintió. Mercy abrió la puerta y entró. La habitación ya se sentía más


vacía, como si Hart estuviera ahora mucho más lejos de ella. Diane la siguió, pero
Pen se quedó en la puerta durante mucho tiempo antes de acercarse al cuerpo
cubierto sobre la mesa.

—¿Les gustaría que me vaya? —les preguntó a ambos.

Diana apretó su brazo.

—No, me gustaría que te quedes.


381
—Yo también —dijo Pen.

Mercy se apartó para darles espacio a medida que permanecían de pie junto
a la forma inmóvil de Hart.

Las manos de Pen temblaban a los costados.

—Hola, señor. Vine a despedirme. Lo siento si lo hago mal. Cuando mi


padre murió hace un par de años, sentí como si el Abuelo Hueso me hubiera sacado
un pedazo, y desde entonces he estado cargando un agujero gigante dentro de mí.
Papá siempre estuvo ahí para mí. En realidad, me escuchó. Me enseñó… no las
cosas de la escuela, sino las cosas de la vida que necesitaba saber, cómo afeitarme
y cómo lidiar con los pendejos y cómo hablar con un chico que me gustaba. Él era
el hombre que quería ser algún día, y luego, de repente, se fue, y no tenía a nadie
que me ayudara a entenderme. Hasta ti. Pensé que había perdido al único padre
que tendría, pero ahora también te estoy perdiendo a ti, y siento como si perdiera
a un padre otra vez.

—Ah —dijo Diane y sacó un pañuelo limpio para Pen. Lo tomó, pero no lo
usó. Tosió, luchando contra las ganas de llorar, luego se aclaró la garganta y siguió
adelante.
—Creo que soy parte de la razón por la que hiciste lo que hiciste, que es lo
que hace un buen padre, supongo, pero ¿cómo puedes dejarme así? Sé que no
debería gritarte cuando estás muerto, pero estoy cabreado contigo, señor.

Mercy no pudo soportarlo. Puso una mano en su hombro. Él levantó la mano


para rozar sus dedos con los suyos.

—¿Puedo verlo? —preguntó.

—¿Estás seguro de eso?

—Estoy seguro. Creo que necesito ver su rostro para despedirme.

—De acuerdo.

Mercy soltó su hombro, bajó la lona, y se alejó. Ya sentía que estaba


invadiendo la privacidad de Pen tal como estaba. También la de Diane.

—Guau, Mercy, esto es increíble. ¿Cómo lo arreglaste? 382


—¿Qué quieres decir? Aún no he hecho nada.

Miró hacia abajo. Los ojos de Hart estaban cerrados, en lugar de abiertos y
mirando a la nada. Tenía los labios marcados, pero ya no cortados. Entonces su
pecho se movió, expandiéndose de adentro hacia afuera, la inhalación y exhalación
audibles.

—Ah —susurró Diane una vez más, esta vez con asombro, y Pen se
tambaleó hacia atrás.

El corazón de Mercy latía tan fuerte que podía oírlo galopando en sus oídos.
Bajó aún más la lona, revelando el pecho y el estómago de Hart. Sus heridas se
estaban curando solas y su color comenzaba a regresar.

—¿Qué está sucediendo? —exigió Pen.

—Es un semidiós —dijo Diane en voz baja.

—Entonces, es… ¿es inmortal?

Mercy no podía hablar, pero Pen no necesitó una respuesta, no cuando podía
ver todas las pruebas que necesitaba cobrando vida sobre la mesa frente a ellos.

—¿Está vivo? ¡Está vivo!


Mercy vio a Pen bailando en su visión periférica, pero no podía apartar su
atención de Hart. Colocó una mano temblorosa sobre su pecho. Su piel estaba fría,
pero la carne debajo estaba menos rígida. No sintió nada. Hasta que lo hizo. Un
espasmo del corazón seguido de una pausa larga, luego otro latido, su vida
bombeando lenta pero seguramente a través de sus venas.

—¿Hay pulso? —preguntó Diane, una nota de tristeza tiñendo su esperanza.

Mercy asintió.

—Ah —susurró Diane por tercera vez. Las dos mujeres se miraron por
encima de Hart, ambas entendiendo que eso no era lo que él quería. Pero como
ninguna de las dos sabía si reír o llorar, terminaron bailando por turnos con Pen,
girando una polca vertiginosa alrededor de los barcos.

Diane volvió a la mesa sin aliento, le dio un empujón suave a Hart y lo llamó
por su nombre. Los tres lo rodearon, esperando que abriera los ojos, pero él no se
movió, salvo por el movimiento ascendente y descendente de su pecho. 383
—No quiero que despierte sobre la mesa —dijo Mercy—. Pen, ¿crees que
puedes ayudarme a subir las escaleras y llevarlo a la cama?

—¡Sí, señora! ¡Haré que Zeddie nos ayude! —Estampó un beso descuidado
en la mejilla de Mercy y subió rápidamente las escaleras, sus pies golpeando los
peldaños mientras gritaba por Zeddie.

—Se lo diré a Alma —dijo Diane, saliendo de la habitación con menos


entusiasmo que Pen.

Mercy volvió su rostro resplandeciente hacia Hart, pero un sabor agridulce


sazonó su felicidad. Debería estar muerto, pero no lo estaba, y ella sabía que esta
era su peor pesadilla hecha realidad.

—Oh, Hart-ache, lo siento. —Tomó su mano, cada vez más cálida en la


suya, y la presionó contra su corazón—. Y lo siento, pero no lo siento en absoluto.
Tenía los ojos cerrados y parecía que no podía abrirlos. Era consciente de
los sonidos a su alrededor, pero todo estaba amortiguado, como si estuviera bajo
el agua, aunque el silbido de su respiración y los latidos de su corazón eran
ensordecedores en sus oídos. Su conciencia zigzagueaba dentro y fuera, a veces en
la oscuridad bendita, a veces asomándose hasta el estado extraño del casi despertar.
Cuando sí salió a la superficie, su cuerpo estaba tan pesado que no pudo moverlo.
No había sentido de tiempo ni lugar ni memoria, solo la deriva. Una suavidad
familiar lo envolvió, arriba y abajo, oliendo a comodidad y satisfacción. Ella,
susurró su mente, desenrollando las sílabas como el filamento de una telaraña.
Tenía la sensación de que si podía aferrarse a ello, lo llevaría a donde necesitara
ir.
384
Algo húmedo y maloliente le azotó la mejilla con sonidos nauseabundos y
de succión. Levantó los párpados plomizos y se encontró cara a cara con el perro
más feo y dulce de Bushong.

Leonard, recordó. Gimió y, con un esfuerzo sobrehumano, se puso de lado,


alejándose de sus lamidas de adoración. Su mirada se posó en una mujer pequeña
sentada en una silla, con la cabeza colgando hacia un lado mientras dormía. Su
aliento era débil, y su lengua pesada mientras empujaba su nombre fuera de su
boca.

—¿Diane?

No se movió. La observó respirar, escuchó el sonido del aire entrando y


saliendo de su cuerpo al mismo tiempo que el perro meneaba la cola.

—Diane —dijo de nuevo, más fuerte, su boca comenzando a obedecer su


voluntad.

Los ojos femeninos se abrieron lentamente. Luego se sobresaltó y se


incorporó en la silla, como si fuera una marioneta, y el titiritero hubiera tirado de
los hilos.

—¡Hart! —Corrió hacia él y le puso la mano sobre la frente, como hacía su


madre cuando estaba enfermo—. ¿Cómo te sientes?
—Pesado —respondió, pero esa parecía una respuesta lamentablemente
inadecuada.

Ella le tomó el rostro entre sus manos delicadas y le besó la nariz.

—¿Alma está aquí? —balbuceó. Se sentía borracho.

—Iré a buscarla. Iré a buscar a todos. —Presionó su frente contra la de él,


y Hart captó el aroma de su jabón de bergamota antes de que lo abandonara.
Arrastró a Leonard fuera de la cama y salió corriendo de la habitación, gritando
«¡Está despierto!» cuando Hart nunca la había oído levantar la voz ni un día en su
vida.

Su garganta se sentía seca y agrietada. Vio un vaso de agua en la mesita a


su lado, y no fue hasta que se sentó que se dio cuenta de que estaba en una cama.
La familiaridad de su ubicación maulló en el fondo de su mente como un gato que
quería que lo dejaran entrar, pero todo lo que podía pensar era en lo sediento que
estaba y en lo mucho que deseaba un trago. Alcanzó el vaso y tanteó, casi 385
derribándolo antes de que pudiera agarrarlo con firmeza. Tragó el agua, fresca en
su garganta ardiente, chorros escapando a cada lado de su labio inferior y goteando
sobre su camisa. Dejó el vaso sobre la mesita y frunció el ceño ante las manchas
húmedas en la camiseta blanca de algodón liso estirada sobre su pecho. Le quedaba
pequeña. De hecho, no creía que fuera suya.

El gato metafórico de su memoria continuaba arañando la puerta trasera de


su cerebro con insistencia creciente. Hart apenas había comprendido que no estaba
en la casa de Alma y Diane cuando Duckers irrumpió en la habitación y lo derribó
sobre el colchón con más entusiasmo que Leonard. Hart gimió cuando la voz
familiar de Alma ladró:

—¡Idiota, sal de encima de él!

—No va a romperse. El hombre es irrompible. —Duckers le sonrió antes de


ayudarlo a sentarse nuevamente.

Hart examinó los rostros familiares que se cernieron sobre él: Duckers,
Alma, Diane y… ¿Zeddie Birdsall?

—Este es el apartamento de Mercy —dijo a medida que la sangre se escurría


de sus mejillas.

—Así es. —Alma le sonrió. ¿Por qué diablos estaría sonriendo en un


momento como este?
—Se supone que no debo estar aquí.

—¿Dónde está Mercy? —le preguntó Diane a Zeddie.

—En el astillero.

Alma lo agarró por el brazo y lo hizo salir por la puerta del dormitorio, la
puerta del dormitorio de Mercy.

—¡Bueno, ve a buscarla!

—Ah, cierto.

Zeddie fue a buscar a la última persona en el mundo que se suponía que


Hart debía ver. Tiró las mantas y se paró sobre pies inestables. De repente, todos
le pusieron las manos encima y se encontró en un mar de «¡No, no, no!» y
«¡Acuéstate!» y «¡Has estado fuera durante tres días!»

—Tengo que salir de aquí —insistió al mismo momento frenético en que se 386
dio cuenta de que no llevaba puesto nada más que la camiseta blanca y unos
calzoncillos bóxer de una talla más pequeña, cubiertos de diminutos perritos
calientes. Definitivamente no era suyo—. ¿Dónde está mi ropa?

Nadie lo escuchaba. Siguieron intentando convencerlo de que se detuviera,


se sentara, se acostara o escuchara mientras la cacofonía de su propia alarma daba
vueltas en su cabeza y salía a borbotones de su boca.

—¡Tengo que irme!

—Hart, cálmate.

—¡Se supone que no debo verla!

—Si pudieras…

Se liberó de sus manos y sus pantorrillas golpearon dolorosamente contra


el marco de la cama.

—¡NO PUEDO VERLA!

—¿Hart?

Su nombre pronunciado por esa boca se deslizó a través del ruido. Todos se
quedaron en silencio, incluido Hart.
Mercy estaba en la puerta de su propio dormitorio con Zeddie arrastrando
los pies nerviosamente detrás de ella. Llevaba la blusa con las flores amarillas
estampadas, el overol a la altura de la cintura y el cabello recogido en un pañuelo
amarillo. Sus anteojos rojos estaban un poco torcidos sobre su nariz.

Hart se congeló cuando sus ojos se encontraron a través de la habitación. Su


corazón apenas había comenzado a curarse, y verla ahora fue como volver a abrir
la herida. Se quedó allí, inexplicablemente vistiendo la ropa interior de otra
persona, incapaz de ocultar lo crudo y roto que estaba, mientras demasiadas
personas estaban allí para presenciar lo mucho que le dolía verla.

Solo entonces finalmente se le ocurrió preguntarse cómo había terminado


en primer lugar semidesnudo en la habitación de Mercy, porque estaba noventa y
nueve por ciento seguro de que no tenía nada que ver con sexo. No había forma
terrenal de que olvidara haber hecho el amor con Mercy. Mercy, que lo miraba con
una emoción que no podía identificar. No era ira, pero tampoco alegría.

—¿Recuerdas lo que pasó? —le preguntó Alma, tocándole el brazo de una


387
manera tierna que fue muy poco propia de Alma.

Sacudió la cabeza, aunque a decir verdad, no había intentado demasiado


recordar. Estaba bastante seguro de que recordar los eventos que lo habían llevado
al apartamento de Mercy con una ropa interior extraña sería una mala idea.

—Déjenme hablar con él —dijo Mercy, y para consternación de Hart, todos


salieron obedientemente de la habitación, dejándolo solo con ella.

No sabía qué decir, y aparentemente tampoco ella. El silencio gritaba entre


ellos.

—Lo siento —dijo por fin, dirigiendo sus palabras a la alfombra bordada a
sus pies—. Sé que no debería estar aquí. Me iré. Solo necesito mi… eh… ropa.

—Tuvimos que incinerarlas.

—Ah.

Estaba cada vez más seguro de que no quería recordar lo que había
sucedido, y el hecho de que eso hubiera llevado a la incineración de su ropa
fortalecía esa determinación.

—Tengo algunas adicionales en la bodega de mi duck —ofreció, su


desesperación por escapar matizando cada palabra.
—Dejaste tu autoduck en la Estación Norte. Zeddie y Pen irán mañana a
buscarlo.

¿La Estación Norte? ¿Por qué su auto estaba allí?

Su memoria lo alcanzó en fragmentos y pedazos fracturados. La resolución


de abrir la puerta. Prepararse en la Estación Norte. Saltlicker. El prado. La pelea.
El dolor. Las almas perdidas de Tanria volando a su alrededor y a través de él. Su
cuerpo cayendo a medida que la puerta se cerraba de golpe.

—Morí —dijo. Su cara se sintió entumecida.

—Sí.

—Estoy muerto.

—No.

Su atención se centró rápidamente en el rostro femenino. Tenía los ojos 388


enrojecidos detrás de los anteojos, como si hubiera estado llorando o estuviera a
punto de llorar, una mirada compasiva. No creía que pudiera lidiar con su lástima.
Quería salir corriendo de la habitación, de ella y de esa terrible compasión, pero se
interponía entre la puerta y él, así que volvió a mirar la alfombra.

—Sé que esto es lo último que querías —dijo—. Pero espero que ahora
saber la verdad sea un pequeño consuelo.

—¿Qué verdad? —repitió Hart vacíamente.

—Que eres inmortal.

Asintió distraídamente, y luego recordó todo. Todo. Su madre, su abuelo,


Gracie y Bill, y todos los lugares que había considerado su hogar. Recordó al
Guardián, su padre, hablando con él en la rama de un arce. Recordó la sensación
de las manos cálidas y el beso delicado de su padre mientras metía a Hart en la
cama con la promesa de dos muertes para morir y dos vidas para vivir.

Dejó que su mirada se dirigiera al rostro de Mercy una vez más. Ahora
entendía su compasión, y le conmovió que ella se preocupara lo suficiente por él
como para sentir pena por él, especialmente cuando era una preocupación que esta
vez podía disipar, para variar.

—No soy inmortal.

—Hart, estabas muerto. Y ahora ya no lo estás.


Casi le contó todo, pero ¿cuál era el punto? Había recuperado su vida, pero
aún tendría que vivirla sin Mercy. Al final, simplemente dijo:

—Lo sé. Tienes que confiar en mí en esto. No es que te haya dado muchas
razones para confiar en mí.

Observó la frente femenina fruncirse en confusión, una expresión tan dulce


que se permitió disfrutarla por un segundo antes de decir:

—Me quitaré de tu camino. Estoy seguro de que Alma y Diane pueden


llevarme a su casa.

—No puedes irte.

—Creo que es lo mejor.

Marchó directamente hacia él, y su corazón saltó en su pecho. Todo su


cuerpo se puso rígido con la expectativa, aunque no tenía idea de qué esperar
exactamente. ¿Una bofetada en la cara? ¿Un puñetazo en el estómago? ¿Una
389
patada en las bolas?

¿Un beso?

Abrió de un tirón el cajón junto a la cama, sacó un trozo de papel y lo


levantó para que él lo viera.

Querida amiga,

Mi queridísima

Mercy,

Quiso aullarle a la Novia de la Fortuna, pero eso no cambiaría el hecho de


que la carta estaba ahora en la mano de Mercy, que había leído sus palabras y visto
su corazón de una manera que nunca podría retractarse ni esconderse, y le hizo
sentir como si le hubieran arrancado la piel de la carne.

—Pero mi ropa fue incinerada —dijo impotente, con los ojos clavados en
la brutal honestidad de sus propias palabras.

La verdad es que, si alguien se molestara en arañar mi quebradiza


superficie escarpada, descubriría que mi corazón y mi alma pertenecen entera y
plenamente a Mercy Birdsall.
—Un nimkilim la sacó de tu peto y la entregó antes de que quemáramos tu
ropa. Un conejo.

Bassareus.

—Mierda —soltó Hart. Se giró al otro lado y agarró la cabecera de su


cama—. Lo siento.

—¿Por qué?

—Por todo.

—Necesito que seas más específico que eso.

Podía sentir los ojos femeninos clavados en su espalda.

—Siento no haberte contado lo de las cartas.

Otra pausa salvaje siguió a su disculpa.


390
—Estás fallando miserablemente en esto, así que te ayudaré. Déjame decirte
exactamente por qué deberías arrepentirte.

La furia en la voz de Mercy fue tan aguda que Hart se preparó.

—Deberías arrepentirte de haber pensado que no te perdonaría en algún


momento por no contarme de las cartas. Deberías arrepentirte de no haber podido
pasar por alto lo que dije con ira, y venir a hablar conmigo. Deberías arrepentirte
de ponerte en peligro cuando las personas que te aman prefieren mantenerte aquí.
¡Deberías arrepentirte de haber ido y salvado el mundo, y haberte matado en el
proceso, y haberme dejado aquí sin ti!

—Lo siento —sollozó.

—¡No quiero escuchar «Mercy, lo siento» o «Mercy, no te merezco» o


«Mercy, espero que encuentres a alguien más»! ¡Quiero escuchar «Mercy, te
amo»!

Golpeó la mesita de noche con la carta, y jadeó por aire. Hart soltó la
cabecera y se giró para mirarla, estupefacto, antes de encontrar sus palabras.

—Bueno, por supuesto que te amo, Mercy. ¿Eso estaba en debate?

Ella se echó a llorar.

—Por el amor de la Madre de los Dolores, ¿me abrazarías, por favor?


Hart obedeció, sus movimientos espasmódicos y mecánicos a medida que
envolvía los brazos alrededor de ella. Pero abrazar a Mercy era lo mismo que
volver a casa, y la atrajo más y más fuerte, sintiendo su calor contra él, respirando
el olor a pino de su cabello.

—Por favor, no me hagas dejarte ir —le susurró.

—Si alguna vez vuelves a dejarme ir, te estrangularé.

Mercy lo besó y pensó que podría caer de rodillas.

—Te amo —dijo ella contra sus labios.

—Dioses, yo también te amo. Tanto.

La besó e intentó no pegarle mocos ni lágrimas en el rostro. Por otra parte,


ella también estaba llorando, y no creía que a él le importaran en lo más mínimo
los mocos o lágrimas de ella.
391
—Ah, eso es dulce —dijo una voz familiar detrás de él.

Hart se giró para mirar a Bassareus, quien, por razones que Hart no podía
comenzar a comprender, lo miraba a él y a Mercy a través de la puerta abierta,
junto a Alma, Diane, Duckers, Zeddie y una lechuza, todos ellos sonriendo.

—¿Eso no es lo más lindo que han visto alguna vez? —preguntó Bassareus
al resto.

—Lo es —coincidió Zeddie con una sonrisa desagradable—. Ralston,


bonitos calzoncillos.

—Esta es la ropa interior de Zeddie, ¿no? —preguntó Hart a Mercy en voz


baja.

—Estábamos desesperados.

La lechuza aplaudió remilgadamente con sus alas blancas.

—¡Brava y bravo! Qué maravilloso final. Sí que disfruto de un final feliz.

—Señor, quiero recordarle que yo lo predije totalmente —intervino


Duckers.

Bassareus se sonó la nariz con el pañuelo.

—Jodidamente hermoso —lloró.


—¡Oigan!

Hart esperó hasta tener la atención de los dos adolescentes, con el carbón
en los dedos espolvoreando sus manos culpables. Cuando contemplaron sus dos
metros y cinco, sus ojos grises de semidiós y su placa de sheriff guiñando la luz
del sol hacia ellos, parecieron que iban a cagarse literalmente.

Dioses, este trabajo a veces era divertido.

Uno de ellos, la chica, fue lo suficientemente inteligente como para correr.


El chico permaneció inmovilizado en su lugar por la mirada helada de Hart. Las
chicas siempre eran más inteligentes que los chicos.
392
—¿Qué creen que están haciendo ahí? —preguntó Hart.

—Ah… ah… —El chico estaba tan asustado que el carbón se le cayó de la
mano de puro terror mientras Hart se cernía sobre él y miraba la obra del chico en
la pared exterior de la escuela:

La señora Sanderson es una burja

—La señora Sanderson puede ser una burja —pronunció la palabra


exactamente como la deletrearon: bur-ja—, pero la pobre mujer tiene mucho
trabajo por delante si tiene que enseñarles a deletrear bruja correctamente.

Hart tomó el carboncillo, tachó burja y demostró la ortografía correcta en


su letra ordenada y en bloques. Luego tiró el carbón y dirigió al chico su mirada
más acerada. El chico gimió.

—Thomas, vamos a saludar a tu padre, y a ver si nos presta un cubo de agua


jabonosa y unos trapos para que puedas limpiar esto.

Hart supervisó todo el esfuerzo, desde la censura del padre de Thomas a su


hijo hasta la limpieza del chico de la placa manchada. Hacia el final, Hart cedió y
dejó que su perro Trudie se acercara al chico para que lo acariciara.

Cuando Thomas terminó, era hora de que Hart se fuera a casa. En el camino,
se detuvo para ver como los trabajadores retiraban el cartel de Servicios Funerarios
Cunningham con una satisfacción complaciente. La coordinación de Mercy con
las otras funerarias de la frontera, combinada con su investigación sobre las
prácticas turbias del funerario, había puesto a Cunningham fuera del negocio y en
la cárcel. Hart estaba tan orgulloso de Mercy que apenas podía ver con claridad.
Y, en privado, estaba encantado de que la participación de Nathan McDevitt en la
detención de Cunningham hubiera llevado al ex de Mercy a seguir una carrera en
la Oficina de Investigación de las Islas Federadas de Cadmus, lejos de Eternity.

Un ladrido agudo apartó su atención del extinto negocio de


emprendimiento. Trudie agitó la cola, sabiendo que debía sentarse como se le había
ordenado, pero perdiendo la paciencia rápidamente. Al momento en que Hart la
miró a los ojos, ligeramente desorbitados, su gruesa cola golpeó el suelo.

—¿Lista para ir, Trudie True? —preguntó a su compañera superhéroe de


cómics, llamada así por la mejor amiga de Gracie Goodfist. El metrónomo de su
cola aumentó su ritmo dramáticamente. Era baja pero robusta con el tipo de caja
torácica abombada que a Hart le gustaba acariciar con un golpecito hueco 393
satisfactorio—. Entonces, vamos.

Caminó a su lado como su sombra, su cola siempre en movimiento, su boca


una sonrisa constante a medida que se dirigían a Sepultureros Mercy, pasando por
la casa de la familia en el camino. Roy estaba sentado en una mecedora en el porche
delantero, tallando un barco. Cuando no estaba esculpiendo barcos, era frecuente
encontrarlo durmiendo la siesta con Emma Jane. Era lo más bonito que Hart
hubiera visto nunca. Trudie corrió delante de él para recibir el afecto que le
correspondía de su abuelo humano.

—Hola, sheriff —llamó Roy mientras dejaba su cuchillo y pasaba su gran


mano por la adorable cabeza de Trudie.

—Hola, papá. Recuerda que esta noche hay una barbacoa en casa de Alma
y Diane.

—Entre todos ustedes, ya me lo han recordado siete veces. Zeddie ha hecho


unas veinte guarniciones. Y galletas.

Hart se iluminó.

—¿Snickerdoodles8?

8
Snickerdoodles: tipo de galletas de azúcar hechas con crémor tártaro y bicarbonato de sodio, rebozadas
en azúcar y canela.
—Creo que sí, pero no me deja comer ninguna.

—Cruel —se lamentó Hart antes de entrar para robar una. Se metió en la
cocina, donde el plato de galletas estaba sobre la encimera. Zeddie y Duckers
estaban demasiado ocupados besándose contra la nevera como para darse cuenta
de que Hart estaba allí de pie, comiendo una—. ¿No deberías estar trabajando? —
le preguntó a su antiguo aprendiz.

Duckers siguió manteniendo sus labios pegados a los de Zeddie a medida


que éste le daba el dedo medio a Hart a sus espaldas.

—Esta noche hay barbacoa en casa de Alma y Diane —les recordó Hart
mientras tomaba otro bocado—. Traigan estas.

Duckers finalmente se alejó de la boca de Zeddie.

—Señor, sin ofender, pero por favor váyase.

—Duckers, sabes que ahora puedes llamarme Hart, ¿verdad?


394
—Hart, sabes que ahora puedes llamarme Pen, ¿verdad?

Hart lo consideró mientras el sabor de la canela permanecía en su lengua.

—No. No puedo hacerlo.

—Eres tan malo como Mercy —gruñó Zeddie a medida que agarraba la
mano de Duckers y lo guiaba hacia la escalera.

—Gracias.

—Oiga, señor, vi un dragón volando sobre el Sector W-13. No es broma —


dijo Duckers por encima del hombro mientras Zeddie lo arrastraba por las
escaleras.

Hart tuvo que levantar la voz para ser escuchado cuando los dos jóvenes
entraron en la habitación de Zeddie y cerraron la puerta.

—Maldito Mar Salado, ¿cuántas veces tengo que decirte que no hay
dragones en Tanria?

Duckers soltó una carcajada sonora detrás de la puerta. Hart negó con la
cabeza, pero también reía.
Al salir, Hart le dio una palmadita en el hombro a Roy y le entregó una
galleta robada antes de dirigirse a su casa. A media manzana de Sepultureros
Mercy, alcanzó a Danny, quien estaba empujando a Emma Jane en un cochecito
por el paseo marítimo.

—¿Listo para unas costillas?

—Estoy listo para cualquier comida que no tenga que cocinar o limpiar —
dijo Danny.

Trudie pegó su nariz en la cara de Emma Jane. La niña se rio, mostrando


los dos dientes de abajo. Hart metió la mano en el cochecito y la levantó. Le
encantaba que el tío Hart la tomara en brazos, porque la hacía más alta que los
demás. Le besó el cuello, su punto de cosquilleo, y la hizo chillar de risa.

—¿Quieres que recoja a tu esposa? —preguntó Hart a Danny cuando


llegaron a Sepultureros Mercy.
395
—Por supuesto.

—Vamos, mi pequeñita Emma Jane.

Llevó a la bebé dentro con él, haciéndola rebotar con sus rizos oscuros
mientras caminaban por el vestíbulo, con la música del transistor de Mercy
filtrándose desde detrás de la puerta cerrada del astillero. Leonard levantó la cabeza
de su sillón favorito y meneó su pequeña protuberancia.

—Leonard, bájate —le ordenó Hart, pero cuando Trudie saltó a la otra silla,
lo dio por perdido. Entró en la oficina, donde Lilian estaba ordenando su
escritorio—. Mira lo que encontré —anunció.

—¡Ahí está mi niña! —Lil extendió las manos, pero Hart abrazó a su
sobrina contra su pecho y le hizo cosquillas en su barriguita gorda, haciéndola reír.
Esa risita era el mejor sonido del mundo.

—Lo siento, señora, pero el que lo encuentra se lo queda —dijo Hart en su


mejor voz de sheriff.

La bebé contorsionó su cara cuando un horrible sonido de chorro salió de


su pañal. Un hedor igualmente horrible lo siguió. Hart entregó Emma Jane a su
madre inmediatamente.

—Aquí tienes. Es toda tuya.


Apenas se apartó del camino cuando Lilian le dio un manotazo a medida
que agarraba a Emma Jane con la otra.

—E.J., tu madre es una mujer aterradora —informó a su sobrina.

—Al menos no parezco un pozo de carbón.

Hart miró su camisa y frunció el ceño ante las rayas negras.

—Buen punto.

Dejó a Lilian para que se ocupara del bebé y el pañal, y subió las escaleras.
Cuando entró en el apartamento, mojó la mano en el cuenco de agua salada con
flores azules que había junto a la puerta, y tocó la llave de su madre en el altar. Se
cambió la camisa y se peinó antes de bajar a tiempo para ver a Horatio y Bassareus
entrando en el muelle.

—¡Holaaaaa! —gritó Horatio, levantando sus gafas de conducir sobre su


frente.
396
—Hola, imbécil —dijo Bassareus.

—Pensé que no volverías hasta mañana.

—Querido, somos mucho mejores escoltando a los difuntos a sus túmulos


finales que nuestra contraparte humana —dijo Horatio mientras se dirigía
directamente a la nueva nevera en el muelle y recuperaba una botella de vino
espumoso Veuf Didier—. Y la paga es muy superior a la del Servicio Postal
Federado. Eso lo mantiene a uno motivado, ¿no es así, Bassie?

Bassareus agarró la botella de whisky que estaba encima de la nevera y sacó


el corcho con los dientes.

—Si me llama Bassie una vez más, voy a meterle esta botella por el culo.

Hart sacó su reloj del bolsillo y vio que era casi la hora de irse.

—Si quieren ir, esta noche hay barbacoa en casa de Alma y Diane.

Los nimkilim estallaron en risas histéricas.

—Cree que queremos ir a una fiesta mortal —dijo Horatio.

—¡Perdedor!
—Están despedidos —dijo Hart a ambos, lo que les hizo reír más fuerte.
Sacudió la cabeza, pero sonreía a medida que se dirigía al astillero. El volumen de
la música subió bruscamente cuando abrió la puerta y encontró a Mercy contando
urnas en el armario de suministros. Llevaba su vestido amarillo, el que había
llevado cuando Hart entró en el vestíbulo de Birdsall e Hijo hace años y casi lo
arruinó con el amor de su vida, o el amor de sus vidas, por así decirlo. La tomó por
sorpresa, la estrechó en sus brazos y la hizo bailar por el astillero.

—¡Me has dado un susto de muerte! —se rio a medias, y protestó cuando
él la hizo pasar a través de un paso de baile, la hizo girar y luego la llevó hacia él
nuevamente, bailando al ritmo de la música. Ella lo golpeó en el pecho con
exasperación—. La mayoría de la gente comienza con un hola.

Se inclinó para besarla.

—Hola, Mercy-cordiosa.

Ella le sonrió con hoyuelos y todo. 397


—Hola, Sweet-Hart.
398

Megan Bannen es una ex bibliotecaria pública cuyo debut en YA, The Bird
and the Blade, fue elegido en los Indies Introduce Summer/Fall 2018, elegido el
Summer 2018 Kids’ Indie Next List y elegido Kirkus Best YA Historical Fiction
of 2018. Si bien la mayor parte de su carrera profesional la pasó en bibliotecas
públicas, también vendió equipaje, escribió subvenciones y enseñó inglés en el
país y en el extranjero. Vive en el área de Kansas City con su esposo y sus dos
hijos. Se la puede encontrar en línea en meganbannen.com.
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