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ACTO PRIMERO

Escena primera

Sala en casa de Clerimont.


(Entra Clerimont, terminando de arreglarse, seguido
por su Paje)

CLERIMONT.- ¿Acabaste de perfeccionar la canción


que te di, muchacho?

PAJE.- Sí, señor.

CLERIMONT.- Quiero oírla.

PAJE.- La oiréis, señor; pero, por mi fe, nadie más.

CLERIMONT.- ¿Por qué, si te place?

PAJE.- Porque os daría peligroso nombre de poeta en la


ciudad señor; y a mí me haría malquisto en la casa
donde intentáis ser admitido, cuya señora forma el
argumento de la canción, y donde ahora soy la
cosa más bienvenida por debajo de un hombre que
entra en ella.

CLERIMONT.- Lo creo; y por encima de un hombre


también, si te sacasen la verdad en el potro.

PAJE.- No a fe, señor. Confesaré antes del tormento.


Las gentiles dueñas juegan conmigo y me tienden
sobre la cama, y me llevan a ver a milady; y ella
me besa con su rostro embadurnado de aceite y
me pone una de sus pelucas en la cabeza, me
pregunta si quiero ponerme su camisa de dormir,
y yo digo que no; y entonces, me da un
bofetoncillo y me llama ¡inocente! y me deja
escapar.

CLERIMONT.- No es maravilla que la puerta esté


cerrada para tu amo, cuando la entrada es tan
fácil para ti... Está bien, señor mío, no volverás a
ir por allá, no sea que antes de quince días, me vea
obligado a buscar tu voz entre los volantes de
milady. Cantad, señor mío.

PAJE.- (cantando)

Atildada siempre, siempre ataviada...


(Entra Truewit.)

TRUEWIT.- ¡Perfectamente! ¡Aquí está el hombre que


puede derretir el tiempo y no sentirlo! El que
entre la querida fuera de casa, el amigo del alma
dentro de casa, el buen comer, el blando
alojamiento, las finas ropas y su violín, piensa que
las horas no tienen alas, ni el día caballos de
posta. Muy bien, señor galán, si la peste cayese
sobre vos en este instante, o si mañana os
condenasen a pena capital, entonces empezaríais a
pensar y a valorar cada artículo de vuestro tiempo,
a estimarle en su precio verdadero, y darlo todo
por él.

CLERIMONT.- Y ¿qué ha de hacer un hombre?

TRUEWIT.- Pues, nada; o, sea lo que sea, cuando lo ha


hecho, es igualmente inútil. Inquirir sobre la
próxima carrera de caballos o la partida de caza,
apostar, elogiar a Puppy o a Peppercorn, White-
foot o Franklin; jurar por el partido de
Whitemmane; hablar muy alto para que los lores
puedan oíros; visitar a las ladies por la noche, y
ser capaz de describirles de arriba a abajo al mejor
jugador de bolos o de la pelota sobre el verde.
Esas son las cosas en que os ejercitáis los
hombres elegantes y yo con vosotros.

CLERIMONT.- Pues ya que tengo tu autoridad, no


pienso cambiar de vida. Todo lo demás son
consideraciones; cuando tengamos la cabeza gris
y las piernas flacas, húmedos ojos y miembros
encogidos, pensaremos en ellas, rezaremos y
ayunaremos.

TRUEWIT.- Sí, Y destinaremos únicamente a la virtud


el tiempo en que nuestra falta de capacidad no nos
deja emplearlo en el mal.

CLERIMONT.- Precisamente. Lugar habrá entonces.

TRUEWIT.- Sí, como si un hombre hubiera de dormir


todo el plazo que le dan, y pensar en hacer su
negocio el último día. ¡Oh, Clerimont, nos
burlamos sutilmente del tiempo porque es cosa
incorpórea y no sujeta a los sentidos, con vanidad
y miseria! No procuramos acabar con nuestra
maldad, sino sólo cambiar su materia.

CLERIMONT.- ¿Es que no piensas dejar eso de lado


ahora que...?

TRUEWIT.- ¡Considera nuestro mal común! ¿Con qué


justicia podremos quejarnos de que los grandes
hombres no se dignan mirarnos, ni jamás tienen
tiempo de dar a nuestros asuntos el despacho que
aguardamos, cuando nosotros mismos no lo
hacemos? Ni nos miramos, ni nos oímos.

CLERIMONT.- ¡Fú!, has estado leyendo las


moralidades de Plutarco o de cualquier otro
tedioso como él. ¡Y cómo se te nota y qué mal te
sienta! Juro a Dios que se te va a corromper el
ingenio. Háblame de hebillas, de plumas, de
damas, de volantes y cosas por el estilo; y deja en
paz al Estoicismo hasta que te dediques a
componer sermones.

TRUEWIT.- Está bien, señor mío; puesto que no


aprovecha, he aprendido a malgastar mi bondad lo
menos posible. Seguro, no haré bien a nadie
contra su voluntad. ¿Cuándo estuviste en el
colegio

CLERIMONT.- ¿En qué colegio?

TRUEWIT.- ¡Como si no lo supieras!

CLERIMONT.- No, a fe. No he llegado hasta ayer a la


Corte.

TRUEWIT.- ¿Y aún no te llegaron las nuevas? Una


nueva fundación, señor mío, aquí en la ciudad, de
damas que a sí mismas se llaman las colegiadas,
una orden entre damas de la Corte y señoras del
campo, que viven de lo que les dan sus maridos; y
que proporcionan entretenimiento a todos los
ingenios y elegantes del tiempo presente, como
ellas dicen; ensalzan o derriban a gritos lo que les
place o lo que les desplace en un cerebro o en una
moda con la más masculina o mejor dicho
hermafrodítica autoridad; y cada día ganan para su
colegio a un nuevo catecúmeno.

CLERIMONT.- ¿Quién es su presidenta?


TRUEWIT.- La grave y juvenil matrona, lady Haughty.

CLERIMONT.- - ¡Cómase la viruela su rostro otoñal,


su beldad remendada! Allí no se admite a hombre
alguno, hasta que ella se ha pintado y perfumado
y lavado y refregado, sino a este mancebo que
ves; y se limpia en él los labios aceitados como en
una esponja. He hecho una canción (te ruego que
la escuches) sobre el asunto. .

PAJE.- (canta)
Atildada siempre, siempre ataviada, cual si fuerais
siempre de fiesta y de gala; empolvada siempre,
siempre perfumada... Presumo, señora, aunque no
las causas ocultas de este arte vean la luz clara,
que no todo es sano ni suave fragancia. Dadme el
talle airoso, natural, la cara que ostente, sencilla,
la flor de la gracia; las ropas que floten libres,
descuidadas, el cabello al viento como rubias alas.
La dulce, la ingenua sencillez me gana, mas, los
adulterios del arte que engañan hieren en los ojos
pero no en el alma.

TRUEWIT.- Yo estoy decididamente del otro lado. Me


place un buen atavío más que toda la hermosura
del mundo. ¡Oh! una mujer es entonces como un
delicado jardín; y no uno solo; puede variar a cada
hora, tomar a menudo consejo de su espejo y
elegir lo mejor. Si tiene lindas orejas, mostrarlas;
hermoso cabello, dejarlo suelto; buenas piernas,
llevar ropas cortas; linda mano, mostrarla a
menudo; practicar todas las artes para enmendar el
aliento; limpiar los dientes, refinar las orejas;
pintarse y jactarse de que se pinta.

CLERIMONT.- ¡Cómo! ¿En público?

TRUEWIT.- El resultado, no la manera; ésa debe ser


privada. Muchas cosas que en el hacerse parecen
sucias, una vez hechas, placen. Una dama, en
verdad, debe estudiar su rostro, cuando pensamos
que está durmiendo; cuando las puertas están
cerradas, los hombres no deben inquirir; todo
dentro es, entonces, sagrado. ¿Es que nos
corresponde a nosotros ver cómo se ponen las
pelucas, los dientes falsos, el color del rostro, las
cejas, las uñas? Los doradores no trabajan sino
encerrados. No deben descubrir cuán poco sirve,
con ayuda del arte, para adornar un mucho.
¿Cuánto tiempo colgó la lona delante de Aldgate?
¿Se consintió que el pueblo viese el amor y la
caridad de la ciudad mientras eran ruda piedra
antes de estar pintadas y bruñidas? No. Pues
tampoco deben los caballeros que las sirven
acercarse a sus damas sino cuando están
completas y acabadas.

CLERIMONT.- Bien dicho, Truewit.

TRUEWIT.- Y una dama prudente debe tener siempre


guardia en la plaza para poder hacer las cosas con
seguridad. Una vez, seguí a un mal educado que
entró en una cámara, donde la pobre señora, a
toda prisa y turbada, se puso apresuradamente la
peluca para ocultar su calva; y la infeliz, se la
puso al revés.

CLERIMONT.- ¡Oh, prodigio!

TRUEWIT.- Y el inconsciente estúpido se estuvo una


hora haciéndole cumplidos por el reverso mientras
yo esperaba que empezase a hablar por el anverso.

CLERIMONT.- Debiste haberla ayudado.

TRUEWIT.- No a fe. Lo que hice fue dejarla como


dejaremos esta conversación si te place, y
pasaremos a otra. ¿Cuándo has visto a Delfín
Eugenio?

CLERIMONT.- No en estos tres últimos días. ¿Iremos


a verlo esta mañana? He oido decir que está muy
melancólico.

TRUEWIT.- Su enfermedad es su tío. Ayer encontré a


ese tieso pedazo de formalidad -su tío quiero
decir- con un inmenso turbante de gorros de
dormir en la cabeza, que le tapaban los oídos.
(48)
CLERIMONT.- Sí; así acostumbra a salir a la calle. No
puede sufrir ruido alguno.

TRUEWIT.- Eso dicen. Mas, su dolencia ¿es tan


ridícula como se cuenta? Dicen que ha hecho
tratos con las pescaderas y naranjeras para que no
pregonen en su calle; que ha prohibido entrar en
su casa a los deshollinadores.
CLERIMONT.- y pasar por su calle a los barrenderos.
No puede soportar a los vendedores de manzanas;
en cuanto oye pregonar a uno de ellos, se
desvanece.

TRUEWIT.- Debe ser tremendo.

CLERIMONT.- Ni un martillazo aguanta. No consiente


que vivan en su parroquia los caldereros, ni los
armeros. Pretendió que colgasen a un aprendiz de
hojalatero en un alboroto de Martes de Carnaval
por pertenecer a oficio tan ruidoso.

TRUEWIT.- Un cornetín o un oboe deben asustarlo


terriblemente.

CLERIMONT.- Le ponen fuera de juicio. Da una


pensión a los rondas de noche de la ciudad para
que no se acerquen con sus músicas a su barrio.
Mi paje se divirtió una noche en hacer de
pregonero a la puerta de su casa, hasta que salió el
hombre con un espadón en la mano; entonces,
echó a correr y allí lo dejó esgrimiendo contra el
aire.

PAJE.- Señor, ha elegido para vivir una calle tan


estrecha por los dos cabos que no admite coches,
ni carros, ni ninguno de los ruidos comunes; y
nosotros como le tenemos afecto, nos las
arreglamos para llevar hasta él los que podemos
de cuando en cuando para que se ejercite y
reanime. Porque se volvería tonto en tanto
silencio. Su valor sin acción se enmohecería. Una
vez convencí a un perrero para que pasara por allí
con los perros de cuatro parroquias, ellos ladrando
y él gritando; y salió con la cabeza convertida en
sangriento espectáculo para la multitud. Y otra
vez un esgrimidor que marchaba orgulloso a
ganar un premio salió con el tambor con que
anunciaba su paso trágicamente agujereado por
haber tomado la calle del buen viejo a petición
mía.

TRUEWIT.- ¡Buena burla! ¿Y qué hace con las


campanas?

CLERIMONT.- ¡Oh, en tiempos de la Reina, tenía que


huir de la ciudad todos los sábados a las diez y
todas las vísperas de fiesta! Pero ahora con la
peste, la perpetuidad del campaneo le ha hecho
imaginar una estancia con dobles paredes y triple
techo; las ventanas cerradas y calafateadas; y allí
vive a la luz de una vela. Despidió a un criado, la
semana pasada, porque llevaba zapatos nuevos
que crujían. Y este paje mío cuando va a servirlo,
lo hace con medias de tenis o con zapatillas con
suela de lana; y se hablan por medio de un canuto.
¡Mira quién viene aquí!

DELFÍN.- ¿Cómo va? ¿Qué os aqueja, señores? ¿Estáis


mudos?

TRUEWIT.- Casi convertido en piedra me tienes con


los cuentos de tu tío. En mi vida oí prodigio
semejante.

DELFÍN.- Quisiera que dejaseis en paz ese asunto,


amigos, por causa mía. A fuerza de hablar de ello,
vosotros y otros, me habéis llevado al mal
concepto en que me tiene.

TRUEWIT.- ¿Qué sucede?


(50)
DELFÍN.- Sucede que me va a desheredar, ni más ni
menos. Piensa que yo y mis amigos somos los
autores de todos los ridículos actos y monumentos
que se cuentan de él.

TRUEWIT.- ¡Pardiez!, me gustaría ser autor de algo


más para molestarle; tal propósito lo merece: te da
derecho a fastidiarlo. Te diré lo que liaría de
buena gana: compondría un falso almanaque; lo
haría imprimir Y lo pregonaría desde lo alto de la
Torre un día de coronación y lo mataría con el
ruido del pregón. ¡Desheredarte! No puede,
hombre, ¿No eres su pariente más cercano, hijo de
su hermana?

DELFÍN.- Sí, pero jura que me tirará por la borda, y se


casará.

TRUEWIT.- ¡Cómo! ¡Eso sí que es portento! ¿No


puede soportar el ruido y va a atreverse a tomar
mujer?

CLERIMONT.- Tú, por lo visto, no estás al tanto de su


mejor ardid. Ha pagado a un individuo que lleva
ya medio año recorriendo toda Inglaterra para
encontrarle una mujer muda; de cualquier forma,
de cualquier calidad, con tal de que sea capaz de
tener hijos; su silencio, dice, es dote suficiente.

TRUEWIT.- Fío en Dios que no habrá encontrado


ninguna.

CLERIMONT.- Aún no; mas ha oído hablar de una que


vive en la calle vecina a la suya, que, según dicen,
tiene un hablar suavísimo; que es muy poco amiga
de gastar palabras; que no suele emplear más de
media docena por día. Y ahora anda detrás de ella,
y con ella se quiere casar.

TRUEWIT.- ¡Es posible! ¿Quién es el agente en este


negocio?

CLERIMONT.- ¡Figúrate! Un barbero, un tal


Rapabarbas; hombre honrado que le cuenta a
Delfín todo cuanto ocurre.
(51)
TRUEWIT.- ¡Me aplastas de asombro! ¡Una mujer, un
barbero, y no le gusta el ruido!
CLERIMONT.- ¡Sí, a fe! El buen hombre, rapa
silenciosamente y no repiquetea las tijeras ni
castañetea los dedos; y tal continencia en un
barbero le parece virtud tan eminente, que lo ha
hecho presidente de su consejo.

TRUEWIT.- ¿Se puede ver al barbero o a la mujer?

CLERIMONT.- Sí, es posible.

TRUEWIT.- Te lo ruego, Delfín, vamos allá.

DELFÍN.- Ahora tengo que hacer, no puedo.

TRUEWIT.- Señor mío, no es posible que tengáis un


quehacer más importante que éste; la haremos
hablar, creedme; o si no quiere, podemos contarle
tales cosas que interrumpa el tratado; lo
desharemos. Estás obligado en conciencia a
atormentarle puesto que sospecha de ti sin motivo.

DELFÍN.- No, de ninguna manera. No consiento.


Nunca tendrá queja alguna de mí; no podrá decir
que me opuse a ninguno de sus caprichos. Que
tengan las estrellas la culpa de mi mala fortuna.
Yo seré inocente.

TRUEWIT.- Sí, Y pobre, y pedirás limosna; hazlo,


inocente. Cuando alguno de sus lacayos le haya
hecho un heredero o su barbero, si él no puede
hacerlo. ¡Inocente!... Te lo suplico Ned, dime
dónde vive esa mujer. Y que él sea todo lo
inocente que quiera.

CLERIMONT.- Vive, precisamente, cerca del barbero;


en la casa donde duerme John Daw.
(52)
TRUEWIT.- ¿No te burlas de mí?

CLERIMONT.- ¿Por qué?

TRUEWIT.- ¿Y el que se piensa casar con ella lo sabe?

CLERIMONT.- No puedo decírtelo.

TRUEWIT.- Sería una acusación suficiente contra ella.


CLERIMONT.- ¿Por qué?

TRUEWIT.- ¡No se habla de otra cosa en la ciudad,


señor mío! ¡Jack Daw! ¡Y es él quien la enseña a
no hablar! Dios te ampare. También yo tengo que
hacer.

CLERIMONT.- ¿Es que no quieres ir a su casa


tampoco?

TRUEWIT.- No quiero correr el peligro de encontrarme


con Daw. Les tengo mucho cariño a mis orejas.

CLERIMONT.- Creí que estabais en muy buenas


relaciones.

TRUEWIT.- Sí, pero a distancia.

CLERIMONT.- Dicen que es un gran erudito.

TRUEWIT.- Sí; Y él es el primero en decirlo. ¡Que la


viruela se lo lleve! Su erudición no es sino
pretensión. ¡Compra libros, pero no aprovecha de
ellos sino los títulos!

CLERIMONT.- La gente dice que sabe mucho.


TRUEWIT.- Lamento que la gente conspire de ese
modo para mantenerlo en el error.

CLERIMONT.- ¡Por mi fe, le he oído decir cosas muy


buenas!
(53)
TRUEWIT.- Es posible; no hay nadie tan
desesperadamente ignorante que pueda negarlo:
¡ojalá fueran suyas! Dios quede con vosotros,
caballeros. (Sale a toda prisa)

CLERIMONT.- ¡Qué salida tan brusca!

DELFÍN.- Escucha. Eres un hombre demasiado abierto.


Dices todo lo que sabes.

CLERIMONT.- ¿Y por qué no? Truewit es hombre


muy honrado.

DELFÍN.- Así lo creo. Pero es demasiado franco, y no


sabe guardar secretos.

CLERIMONT.- En eso, Delfín, estás equivocado; sé de


quien se ha fiado de él y no ha tenido motivo de
arrepentirse de su confianza.

DELFÍN.- No lo disputo, Ned; pero en cualquier asunto,


cuantos menos intervengan en él, mayor
seguridad. Ahora que estamos solos, si quieres ir
allá, te acompañaré.

CLERIMONT.- ¿Cuándo estuviste tú?

DELFÍN.- Anoche. ¡Cómo nos divertimos! Se armó un


Decamerón que ni a Boccaccio mismo se le
hubiera ocurrido. Daw no hace otra cosa que
cortejarla. Pero lleva el camino equivocado.
Quisiera yacer con ella, y elogia su pudor; desea
que hable libremente, y exalta su silencio en
versos; versos que lee, y jura ser los mejores que
haya escrito hombre alguno. Luego se duele de su
mala fortuna, patalea, escandaliza porque no lo
nombran consejero y le llaman a dirigir los
asuntos del Estado.

CLERIMONT.- Vayamos, te lo ruego. Me complacería


tomar parte en ello... Un poco de agua, muchacho.
(Sale el Paje)
(54)
DELFÍN.- Estamos invitados a comer juntos, él y yo,
por uno que hace poco se ha acercado a él, el
señor La-Foole.

CLERIMONT.- ¡Oh, es un precioso maniquí!

DELFÍN.- ¿Lo conoces?

CLERIMONT.- Sí, Y él también te conocerá si te ha


visto una sola vez, aunque te haya encontrado en
la iglesia en lo mejor de las oraciones. Es uno de
los galanes aunque no de los ingenios. Es capaz
de saludar a un juez cuando está sentado en el
tribunal, a un obispo en el púlpito, a un abogado
cuando está en la barra pronunciando su defensa,
a una dama cuando está bailando disfrazada y con
antifaz, sin importarle descubrirla. Da comedias y
cenas, y pesca a los invitados desde el balcón, a
voces, cuando pasan a caballo o en coche. Tiene
un alojamiento en el Strand sólo para eso y para
vigilar a las señoras que van a las tiendas donde se
venden objetos de China o a la Bolsa, para poder
hacerse el encontradizo como por azar, y
obsequiarlas gastando dos o trescientas libras en
chucherías para que se rían de él. Nunca le falta
un banquete en proyecto o dulces en su habitación
para que las mujeres se detengan y suban atraídas
por el cebo.

DELFÍN.- ¡Excelente! Anoche era un joven apuesto y


galán. ¡Ahora lo será más! ¿Cómo se llama? Se
me olvidó su nombre de pila.

(Vuelve a entrar el Paje)

CLERIMONT.- Sir Amoroso La-Foole.

PAJE.- Abajo está un caballero que pide lo anuncie con


ese nombre.

CLERIMONT.- ¡Corazón! Viene a invitarme a cenar.


Pondría la vida.
(55)
DELFÍN.- Muy posible. Manda que suba, te lo ruego.

CLERIMONT.- Muchacho, guíale.

PAJE.- ¿Con una tranca, señor?


CLERIMONT.- ¡Fuera de aquí! (Sale el Paje) Le haré
que nos explique su árbol genealógico; y qué nos
piensa dar de comer; y quiénes son sus invitados;
y cómo van sus afortunados amores; sin tomar
aliento.

IA-FOOLE.- ¡Salve, amado sir Delfín! ¡Honorable


señor Clerimont!

CLERIMONT.- ¡Sir Amoroso! Honráis en extremo mi


alojamiento con vuestra presencia.

IA-FOOLE.- ¡A fe mía es un alojamiento lindo; casi tan


primoroso como el mío!

CLERIMONT.- ¡Oh, no, señor!

IA-FOOLE.- Perdonadme, señor; si estuviera en el


Strand, os aseguro que sí. He venido, señor
Clerimont, a rogaros que vengáis a servir, en la
comida, a dos o tres señoras esta noche.

CLERIMONT.- ¿Cómo decís, señor? ¿Servirlas? ¿Me


habéis visto alguna vez llevar platos?

IA-FOOLE.- No, señor, dispensadme; he querido decir


a hacerles compañía.

CLERIMONT.- ¡Oh, eso sí lo haré! La ambigüedad de


vuestra frase, creedlo, señor, os expondría a una
querella por hora con los terribles muchachos de
esta ciudad, si tratáis con ellos.
(56)
IA-FOOLE.- Lamentaría en extremo, señor, llegar a
querellarme con hombre alguno.

CLERIMONT.- Lo creo, señor. ¿Dónde es el festín?

IA-
FOOLE.- En casa de Tom Otter, señor.

DELFÍN.- ¿Tom Otter? ¿Quién es?

IA-FOOLE.- El capitán Otter, señor. Es una especie de


jugador, pero tiene mando en mar y en tierra.

DELFÍN.- ¿Animal Amphibium?


IA-FOOLE.- Sí, señor. Su mujer es la rica propietaria
de esa tienda de objetos de China, que las gentes
de la Corte visitan tan a menudo; es muy
divertido; ella es la que manda en la casa.

CLERIMONT.- Entonces, ella es el capitán Otter.

IA-FOOLE.- Decís muy bien, señor; ella es parienta


mía. La- Foole por parte de madre, e invitará a
unas cuantas señoras para complacerme.

CLERIMONT.- ¿Pertenece a los La-Foole de Essex?

IA-FOOLE.- No, señor, a los La-Foole de Londres.

CLERIMONT.- (aparte) Ya está en su terreno.

IA-FOOLE.- Proceden todos de nuestra casa, los La-


Foole del Norte, los La-Foole del Oeste, los La-
Foole de Este y del Sur... Somos una de las más
antiguas familias de Europa... pero yo,
personalmente, desciendo en línea recta de los La-
Foole de Francia, y llevamos en el escudo
amarillo u or, sobre jaqueles de azur y gules y tres
o cuatro colores más, lo cual es un escudo de
armas muy notable, y en ocasiones, ha sido
llevado solemnemente por diversos nobles
de nuestra casa... mas dejemos eso; hoy la
antigüedad ya no se respeta... Me enviaron un par
de gamos bien cebados, caballeros, y media
docena de faisanes, una o dos docenas de
francolines y algunas otras aves que quisiera
comer en buena compañía antes de que se echen a
perder; vendrán una o dos grandes señoras, lady
Haughty, milady Centauro, la señora Dol Mavis, y
todas ellas vienen para conocer a la dama
silenciosa, señora Epicena, que el honorable sir
John Daw ha prometido traernos... y además la
señora Trusty, dueña de milady, también estará
allí, y este honorable caballero Delfín, y vos,
señor Clerimont... y nos alegraremos y tendremos
violines y danzaremos... He sido un locuelo en
mis tiempos y he malgastado bastantes coronas
desde que era paje de milord Lofty en la Corte, y
después caballero introductor de milady, que me
armó caballero en Irlanda cuando a mi hermano
mayor le plugo morirse... aquel día vestí un jubón
de oro que podía competir con cualquiera de los
que llevó caballero ninguno en el viaje a la Isla o
en Cádiz, sin despreciar a nadie; y con él me lucí
ante mis amigos de la Corte, y después fui a
visitar a mis renteros en el campo y a vigilar mis
tierras, a contratar nuevos arrendamientos, a
cobrar mi dinero, a gastarlo a la vista de la tierra
de que había salido, con las señoras. Y ahora, aún
puedo permitirme unos cuantos placeres.
(57)
DELFÍN.- ¿Aún os agradan las damas, señor?

CLERIMONT.- Déjale respirar que aún no ha tomado


aliento.

DELFÍN.- ¡Ojalá pudiera hacer siquiera la mitad que


vos en tal terreno!

IA-FOOLE.- No, señor, perdonad; quise hablar de


dinero, del cual aún puedo usar con cierta
largueza. Tengo que invitar a un huésped más o
dos y hablar con ellos otro tanto, señores. Me
despido un tanto bruscamente, con la esperanza de
que no faltaréis... Vuestro servidor. (Sale)
(58)
DELFÍN.- No faltaremos, no, sir Precioso La-Foole;
mas si tengo algún crédito con sir Daw faltará aquella a
quien las damas vienen a conocer.

CLERIMONT.- ¿Oíste jamás a hombre más


presuntuoso?

DELFÍN.- O a un pajarraco como el otro que hará


traición a su dama con tal de lucirse. Esto hay que
evitarlo.

CLERIMONT.- Vamos allá. (Salen)


(59)

ACTO SEGUNDO

Escena primera

Sala en casa de Moroso.


(Entra Moroso, con un canuto en la mano, seguido por
Mute)

MOROSO.- ¡Y que no pueda yo hallar método más


compendioso que el de este canuto para ahorrar a
mis criados el esfuerzo de la palabra y a mí las
discordancias del sonido! Vamos a ver. Todas las
razones, no siendo las mías, me afligen;
antójanseme rudas, impertinentes y tediosas. ¿No
será posible, muchacho, que me respondas por
señas y yo te entienda? No hables aunque te
pregunte. ¿Quitaste el aldabón de la puerta como
te mandé? Respóndeme no por la palabra sino por
el silencio; a menos que tengas que responder
negativamente. (Mute hace una reverencia) Muy
bien. ¿Y has clavado una manta muy gruesa o un
cubrecama de plumas al exterior de la puerta para
que si golpean con las dagas o con un pedazo de
ladrillo, no puedan hacer ruido? Responde con la
pierna a no ser que debas decirme que no. (Mute
hace una reverencia) ¡Muy bien! Esto no es
solamente modestia en el criado sino discreción
en el amo. ¿Fuiste a buscar a Rapabarbas, el
barbero, y le dijiste que venga a verme?
(Reverencia de Mute) Bueno. ¿Va a venir ahora
mismo? No me respondas sino con las piernas a
menos que sea lo contrario; si es que no va a
venir, mueve la cabeza o encógete de hombros.
(Mute hace una reverencia) Eso es. Los italianos y
los españoles tienen razón en esto; es una
gravedad sobria y gentil. ¿Cuánto tardará en venir
Rapabarbas? Si una hora, levanta la mano entera;
si media, dos dedos; si un cuarto de hora, uno.
(Mute levanta un dedo doblado) Está bien; medio
cuarto de hora. ¡Bueno! ¿Y le diste llave para que
entre sin llamar? (Mute hace una reverencia)
¡Bien! ¿Están bien engrasados los goznes y la
cerradura? ¿Y la alfombra de las escaleras, no está
rota ni pelada en ningún escalón? (Mute hace una
reverencia) Muy bien. Ya veo que con mucha
doctrina y empeño, podré conseguirlo. No te
alejes. El gran Turco en su divina disciplina es
admirable, y excede a todos los potentados de la
tierra. Siempre se hace servir por mudos; y todas
sus órdenes se ejecutan; sí, hasta en la guerra,
según he oído, y en sus marchas, la mayor parte
de sus órdenes y direcciones se dan por señas y en
silencio, ¡arte exquisito! Y estoy cordialmente
avergonzado y a menudo irritado, viendo que los
príncipes de la Cristiandad tengan que sufrir que
un bárbaro les aventaje en punto tan alto de
felicidad. Luego practicaremos un poco más.
(Suena fuera un cuerno de caza) ¿Qué es eso?
¡Oh, oh! ¿Qué villano, que monstruo de la
humanidad es ése? Ve a ver. (Sale Mute. Vuelve a
sonar el cuerno) ¡Oh! ¡Cortadle el pescuezo,
cortadle el pescuezo! ¿Qué asesino, qué perro del
infierno, qué demonio puede ser eso?
(61)
MUTE.- (volviendo a entrar) Es un correo de la Corte.

MOROSO.- ¡Fuera, villano! ¿También tú quieres tocar


tu cuerno?

MUTE.- ¡Ay de mí! Es un correo de la Corte, señor, y


dice que tiene que hablaros bajo pena de muerte.

MOROSO.- ¡Bajo pena de la vida, cállate!

(Entra Truewit con un cuerno de caza en una mano y un


ronzal en la otra)

TRUEWIT.- Con vuestra licencia, señor... soy


forastero; ¿vuestro nombre es el señor Moroso?
¡Demonio! ¡Todos pitagóricos en esta casa! Es
extraño. ¿Qué decís, señor? ¡Nada! ¿Ha estado
entre vosotros Harpócrates con su maza? Está
bien, señor. Empiezo a creer que sois aquel a
quien vengo buscando. Me arriesgaré a hablaros.
Vuestros amigos de la Corte, señor, se
encomiendan a vos...
(62)
MOROSO.- ¡Oh, hombres! ¡Oh, costumbres! ¿Dónde
se vio jamás tal impertinencia?

TRUEWIT.- Y están preocupadísimos, señor, por causa


vuestra.

MOROSO.- ¿De quién sois lacayo?

TRUEWIT.- Señor, soy criado de mí mismo y vuestro


compadre.

MOROSO.- ¡Alcánzame mi espada!

TRUEWIT.- Lacayo, si obedeces, probarás la mitad de


mi daga; y vos la otra mitad, si os movéis, señor.
Tened paciencia. Os intimo, en nombre del rey a
que me oigáis sin rebeldía. Dicen que vais a
casaros. ¡A casaros! ¿Habéis oído bien, señor?

MOROSO.- ¿Qué tenemos con eso, mal educado


compadre?
TRUEWIT.- ¡Pardiez! Vuestros amigos, señor, se
maravillan de que teniendo tan cerca el Támesis
donde poder ahogaros tan cómodamente; o el
puente de Londres desde el cual podríais dar un
lindo salto y caer suavemente para dejaros llevar
por la corriente; o habiendo en la ciudad un
campanario tan primoroso, como el Bow para
arrojaros desde él, o altura más bizarra como San
Pablo; o si os agradara más hacerlo en casa, para
acabar antes, una ventana de la guardilla, una
viga, con esta soga (le muestra el ronzal) para que
podáis confiar a este nudo vuestra grave cabeza
mejor que a los lazos del matrimonio; o tomar un
poco de sublimado, y escapar del mundo como
una rata; cualquier cosa, señor, antes de seguir al
duende Himeneo. ¡Ay, señor! ¿Es que esperáis
encontrar en estos tiempos una esposa casta?
¿Ahora? ¿Cuándo hay tantos bailes de máscara,
comedias, sermones puritanos, gentes locas y
otras cosas extrañas que ver diariamente en
público y en privado? Si hubierais vivido, señor,
en tiempos del rey Etheldred o de Eduardo el
Confesor, podríais tal vez haber hallado, en
alguna aldea, una moza estúpida y helada que se
hubiera contentado con un solo hombre: ahora,
preferirían quedarse con un solo ojo o una sola
pierna. Os explicaré, señor, los monstruosos
azares que correréis con una esposa.
(63)
MOROSO.- Señor mío, ¿he robado alguna vez sus
tierras a algún amigo vuestro? ¿He comprado sus
posesiones? ¿Me he aprovechado de alguna de sus
hipotecas? ¿Les he discutido algún derecho de
sucesión? ¿Les he hecho algún bastardo? ¿Qué he
hecho para merecer esto?

TRUEWIT.- Nada, señor, nada sino vuestro anhelo de


matrimoniar.

MOROSO.- Porque si hubiera mandado asesinar a


vuestro padre, forzado a vuestra madre, raptado a
vuestras hermanas...

TRUEWIT.- Si lo hubierais hecho, os mataría.

MOROSO.- Pero es lo que estáis haciendo, señor.


Venganza céntuple sería para todos los actos
facinerosos que pudieran nombrarse hacer lo que
hacéis.
TRUEWIT.- ¡Ay de mí!, señor, no soy sino un
mensajero; no hago sino deciros lo que debéis oír.
Parece que vuestros amigos, señor, se cuidan de la
salvación de vuestra alma, señor, y quisieran que
conocieseis los peligros (mas, a pesar de ellos,
podéis hacer lo que os plazca, no intento
persuadiros, señor). Si, después de casado, vuestra
mujer se escapa con un volatinero o con el francés
que anda sobre la cuerda floja, o con el que baila
la jiga, o con un esgrimidor por su excelencia en
el manejo de las armas, no será culpa de ellos, y
tendrán la conciencia tranquila, puesto que estáis
advertido de lo que puede acaeceros. Sufrid
valientemente; señor, pues me veo obligado a
deciros todos los peligros a que estáis expuesto. Si
es bonita, joven y lozana, nunca golosina atrajo
más moscas; todos los jubones amarillos y las
grandes escarapelas de la ciudad estarán aquí. Si
fea y contrahecha, se acompañará con ellos y
comprará los jubones y las escarapelas, señor. Si
es rica, y os casáis con su dote y no con ella,
reinará en vuestra casa con tanto imperio como
una viuda. Si noble, todos sus deudos serán
vuestros tiranos. Si fecunda, orgullosa como mayo
y caprichosa como abril, necesitará doctores,
parteras, enfermeras, antojos cada hora; sí, se le
antojará hasta el más delicado pedazo de hombre.
Si instruida, ¿dónde hubo papagayo semejante?
No bastará todo vuestro patrimonio para los
huéspedes que invitará a que la oigan hablar latín
y griego; y para darle gusto, tendréis que yacer
con ella en esas mismas lenguas. Si puritana,
tendréis que agasajar a todos los hermanos cada
tres días; saludar a todas las hermanas; invitar a
toda la devota familia o mejor dicho bosque de
ellos y oír interminables ejercicios, cánticos,
catecismos, que no os agradan pero en los cuales
tendréis que tomar parte, para complacer a la
celosa matrona vuestra esposa que por la santa
causa, os saqueará de lo lindo. ¿Empezáis a sudar,
señor? Pues esto no es ni la mitad, a fe mía; haréis
lo que os plazca, como os he dicho antes. No
vengo a persuadiros (Mute está procurando
marcharse) ¡Por mi fe, señor lacayo, si os movéis
os daré de palos!

MOROSO.- ¡Oh! ¿Qué pecado he cometido? ¿Qué


pecado he cometido?
(64)
TRUEWIT.- Luego, si amáis a vuestra esposa o
digamos si estáis chocho por ella, señor, ¡oh,
cómo os atormentará y se complacerá en vuestras
torturas! No podréis gozarla sino cuando a ella le
plazca; no querrá estropear su hermosura, su cutis;
o tendrá que ser en pago de esta joya, de esta
perla; tendréis que comprar de nuevo cada media
hora de placer con el mismo trabajo y el mismo
gasto que empleasteis para cortejarla. Tendréis
que aguantar los criados que a ella le plazcan; la
compañía que se le antoje; tal amigo no ha de
visitaros sin su licencia; y al que más ama fingirá
odiarle más que a ninguno, para despistar vuestros
celos; fingirá estar celosa de vos; y por ello, se irá
a vivir con su amiga o su prima en el Colegio, a
fin de que la instruyan en los misterios de escribir
cartas, sobornar criados, domesticar espías, saber
dónde podrá conseguir el rico traje para una gran
fiesta, otro nuevo para la siguiente, otro más rico
para la tercera; habrá que servirla en vajilla de
plata; querrá tener la sala llena con una sucesión
de lacayos, ayudas de cámara, introductores y
mensajeros, además de los bordadores, joyeros,
encajeras, costureras, plumistas, perfumistas; sin
reparar en cómo la tierra disminuye y las fanegas
se derriten ni darse cuenta del cambio cuando el
mercero se lleva vuestros bosques por sus
terciopelos; nunca pesará lo que su orgullo cuesta,
señor; besará a un paje o a un barbilindo... que
aún está esperando la barba; será estadista, estará
al tanto de todas las noticias, de lo que se hizo en
Salisbury, o en la Corte, de lo que está en
proyecto; o se dedicará a censurar a los poetas y a
los autores y los estilos y a compararlos: el de
Daniel con el de Spenser; el de Jonson con el de
otro joven, etcétera, etcétera; o se creerá hábil en
controversias y en las mismas marañas de la
teología; y tendrá a menudo en la boca "el estado
de la cuestión", y luego se deslizará a las
matemáticas y demostraciones; y responderá en
religión a uno, en Estado a otro, en liviandad a un
tercero.
(66)
MOROSO.- ¡Oh! ¡Oh!

TRUEWIT.- Todo esto es muy cierto, señor. Y luego


irá disfrazada a casa de un saludador o a la de una
mujer que le eche las cartas; donde la primera
pregunta que hará será cuánto tardaréis en
moriros; la segunda, si su presente "servidor" la
ama; la siguiente, cuando tendrá uno nuevo. ¿Y
cuántos? ¿Quién de su familia será mejor tercero,
varón o hembra? ¿Ganará en posición social en su
próximo matrimonio? Y anotará las respuestas y
creerá en ellas más que en las Sagradas Escrituras.
Acaso, hasta llegue a estudiar el arte.

MOROSO.- Gentil señor mío. ¿Habéis terminado? ¿Os


habéis divertido conmigo bastante? Pensaré en
todas esas cosas.

TRUEWIT.- Sí, señor; y luego volverá a casa


empapada en vapor y en sudor, por haber ido a
pie, y se estará tumbada un mes entero para
hacerse una cara nueva toda llena de aceite y
excremento de pájaro; y al levantar se, se lavará
con leche de burra, y se frotará con un nuevo
ungüento. Señor, Dios os ampare. Una cosa más
que a poco se me olvida. Y es que aquella con
quien vayáis a casaros puede haber hecho de
antemano una escritura de traspaso de su
virginidad, como las viudas prudentes
acostumbran a hacerlas de su hacienda, antes de
casarse, en favor de algún amigo, señor. ¿Quién
puede decirlo? O si aún no la ha hecho, puede
hacerla el día de la boda o la noche antes, y
adelantar la fecha de vuestra cornudez. En la
naturaleza se dan estos casos. No es cosa
imposible, señor, ni inventada por mí. ¡Dios os
tenga de su mano! Tomaréme la libertad de
dejaros esta soga, señor, como recuerdo. ¡Hasta la
vista, Mute! (Sale)

MOROSO.- ¡Ven, llévame a mi cámara; mas, antes,


cierra la puerta! (Truewit toca el cuerno fuera)
¡Oh, cierra la puerta! ¿Es que vuelve?
(67)
(Entra Rapabarbas)

RAPABARBAS.- Señor, soy yo, vuestro barbero.

MOROSO.- ¡Oh, Rapabarbas, Rapabarbas! Aquí ha


estado conmigo un rebana-cabezas; ayúdame a
llegar a mi cama, y dame alivio con tus consejos.
(Salen)
Escena segunda

Sala en casa de sir John Daw.


(Entran Daw, Clerimont, Delfín y Epicena.)

DAW.- Bueno, al menos, dejadla negarse por su propio


impulso; yo no tengo nada que ver en ello; mas no
le place ser invitada a fiestas semejantes ni tener
visitas todos los días.

CLERIMONT.- ¡Oh!, no se negará en modo alguno... a


quedarse en casa si le importa vuestra reputación.
¡Pardiez! Habéis de saber que os invitan con el
propósito de veros y de que se rían de vos la
presidenta del colegio y sus espías. (Aparte a
Epicena) Este trompetero os ha pregonado.

DELFÍN.- No vayáis. (Aparte a Epicena) Dejad que se


rían de él en vuestro lugar, por no haberos llevado
y dejadle entregado a su extemporánea facultad de
hacer el tonto, y hablar a voces para divertir a la
concurrencia.

CLERIMONT.- Va a entrar en sospechas. Hablad alto.


Os lo ruego, señora Epicena, mostradnos vuestros
versos; tenemos licencia de sir John Daw; no
escondáis el mérito de vuestro servidor ni vuestras
propias glorias.

EPICENA.- Serán las glorias de mi servidor, ya que


habéis logrado su venia tan pronto.
(68)
DELFÍN.- Sus vanaglorias, señora.

DAW.- ¡Mostradlos, mostradlos, dueña mía! Me atrevo


a reconocerlos por míos.

EPICENA.- Juzgad, entonces, a quién corresponde la


gloria.

DAW.- Los leeré yo mismo; un autor debe recitar sus


propias obras. Es el Madrigal de la Modestia.
(Lee)
Modesta sois y hermosa tal vez porque bondad, porque
hermosura si no la misma cosa, vecinas son que
acerca la natura.

DELFÍN.- ¡Muy bueno!


CLERIMONT.- Sí ¿verdad?

DAW.- (recita)
Nunca noble virtud anduvo sola. Sí, dos en una
hechura.

DELFÍN.- ¡Excelente!

CLERIMONT.- ¡Por favor, repítalo, sir John!

DELFÍN.- ¡Hay en esas dos líneas algo tan raro y


peregrino!

CLERIMONT.- ¡Silencio!

DAW.- (recita) Nunca noble virtud anduvo sola. Sí, dos


en una hechura. Así, si a la modestia, casta viola,
ensalzo, dulce y pura con ella, a una voz sola,
ensalzo el esplendor de la hermosura. Y
ensalzando a las dos, modesta, hermosa, os
ensalzo a vos.
(69)
DELFÍN.- ¡Admirable!

CLERIMONT.- ¡Cómo repiquetea, y qué divinamente


tintinea el final!

DELFÍN.- Sí, es Séneca.

CLERIMONT.- No; para mí, es Plutarco.

DAW.- Dejaos de Plutarco y de Séneca. Odio tales


comparaciones. Son mis propias imaginaciones,
por la luz que nos alumbra. No sé por qué esos
nombres logran tanto crédito entre caballeros.

CLERIMONT.- Son muy graves autores.

DAW.- ¡Graves asnos! Meros ensayistas. Unas cuantas


sentencias sueltas, y eso es todo. Cualquier
hombre podría estar hablando así un siglo entero.
Si alguien se tomara el trabajo de recogerlas y
observarlas, cada hora diría yo tantas cosas
buenas como ellos.

DELFÍN.- ¿De veras, sir John?

CLERIMONT.- Por fuerza. ¡Viviendo como vive entre


ingenios y apuestos galanes!
DELFÍN.- ¡Y siendo como es su presidente!

DAW.- Ahí está Aristóteles, un hombre completamente


vulgar; Platón un discurseador; Tucídides y Livio,
tediosos y secos; Tácito, una verdadera maraña; a
veces vale la pena desenredarla, pero pocas.

CLERIMONT.- ¿Qué pensáis de los poetas, sir John?


(70)
DAW.- No merecen ni el nombre de autores. Homero,
un asno viejo, aburrido, prolijo; habla de
matachines y lomos de buey; Virgilio, de cómo se
abona la tierra y de las abejas; Horacio, no sé de
qué.

CLERIMONT.- Eso lo creo.

DAW.- y lo mismo Píndaro, Licofronte, Anacreonte,


Cátulo, Séneca el trágico, Lucano, Propercio,
Tíbulo, MarciaI. Juvenal, Ausonio, Estacio,
Policiano, Valerio Flaco y el resto...

CLERIMONT.- ¡Gran saco de nombres ha reunido!

DELFÍN.- ¡Y cómo lo vuelca! ¡Policiano con Valerio


Flaco!

CLERIMONT.- ¿No te lo había descrito bien?

DELFÍN.- Mejor, imposible.

DAW.- Y Persio un loco contrahecho, que no hay quién


sufra.

DELFÍN.- En fín, ¿a quiénes tenéis por autores, sir John


Daw?

DAW.- A Syntagma juris civilis; a Corpus juris civilis; a


Corpus juris canonici; a la Biblia del rey de
España...

DELFÍN.- ¿La Biblia del rey de España es un autor?

CLERIMONT.- Sí, y Syntagma otro.

DELFÍN.- ¿Qué fue ese Syntagma, señor?

DAW.- Un letrado civil, un español.


DELFÍN.- ¿De seguro, Corpus era holandés?
(71)
CLERIMONT.- Sí, los dos Corpuses, los conocí;
fueron muy corpulentos autores.

DAW.- y luego están Vatablo, Pomponacio, Symanca;


los demás no valen la pena de ocupar la atención
de un erudito.

DELFÍN.- ¡Por Dios, señora, que tenéis un servidor


simplemente erudito (aparte) en títulos!

CLERIMONT.- Asómbrame que no lo llamen a los


altos puestos y lo hagan consejero. El Estado
necesita de hombres semejantes.

DELFÍN.- ¡Es hombre extraordinario!

CLERIMONT.- No, es ordinario. Mas a decir verdad es


lo que el Estado necesita.

DELFÍN.- Todo llegará.

CLERIMONT.- Dame que pensar el que una dama


pueda estar tan callada acerca de las dotes del
caballero que la sirve.

DAW.- Esa es su virtud, señor mío. He escrito algo


también sobre su silencio.

DELFÍN.- ¿En verso, sir John?

CLERIMONT.- ¿Cómo podría ser de otro modo?

DELFÍN.- y ¿Cómo podréis justificar el ser poeta, vos


que tal desprecio mostráis a los antiguos?

DAW.- Porque no todo hombre que escribe en verso es


poeta: tenéis ingenios que escriben versos y, sin
embargo, no son poetas; son poetas que viven de
su oficio, pobres cuitados.
(72)
DELFÍN.- ¿Vos no vivís de vuestros versos, sir John?

CLERIMONT.- No. Y sería gran lástima. ¡Vivir de sus


versos un caballero! No los compuso con ese fin,
supongo.
DELFÍN.- Y sin embargo, el noble Sidney vive de los
suyos y su noble familia no se avergüenza de ello.

CLERIMONT.- Sí, él mismo lo proclama; pero sir John


es más prudente; no quiere estorbar tanto su
propia elevación a los altos puestos. No creo que
lo pienses. Vuestros versos, mi buen sir John, y
nada de poemas.

DAW.- (recita)
El silencio en la mujer y la elocuencia en el
hombre igual virtud al revés. Ciego ha de ser
quien lo niegue o no lo alcance a entender.

DELFÍN.- Yo no, desde luego. ¡Razones, razones!

DAW.- (recita)
Pues es cierto; un negro vicio femenino puede ser
clara virtud masculina, como sucede también que
lo que es vicio en el hombre virtud sea en la
mujer. Con "aumento", demostrado lo habéis bien
pronto de ver: Yo sé hablar, y sabe ella con
modestia enmudecer.
¿Me habéis comprendido, caballeros?
(73)
DELFÍN.- No, a fe. ¿Qué queréis decir al decir "con
aumento", sir John?

DAW.- Pues quiero decir que cuando la cortejo por la


causa común de la humanidad, y ella no dice nada
más consentire videtur, a su tiempo está grávida.

DELFÍN.- Entonces, ésta es la balada de la procreación.

CLERIMONT.- Os equivocáis. Éste es el madrigal de


la procreación.

EPICENA.- Servidor mío, servíos devolverme mis


versos.

DAW.- Si los pedís en voz alta, los tendréis. (Sale,


llevándose los papeles)

(Entra Truewit con el cuerno de caza)

CLERIMONT.- Aquí tenemos otra vez a Truewit...


¿Dónde has estado, en nombre de la locura en ese
traje y con ese cuerno?
TRUEWIT.- Allí donde su sonar hubiera taladrado de
gozo vuestros oídos, si hubierais podido alcanzar
a escucharlo. Delfín, cae de hinojos y adórame; he
prohibido las amonestaciones, muchacho; he
estado con tu virtuoso tío y he roto los esponsales.

DELFÍN.- Espero que no sea verdad.

TRUEWIT.- Sí, a fe mía; si esperas otra cosa, me


arrepentiré. Este cuerno me dio entrada en la casa:
bésale. No tuve otro recurso para entrar que
fingirme correo de posta; mas una vez dentro,
volviéronse las tornas y el que se convirtió en un
poste fue él, o en una piedra, o en la cosa más
tiesa que exista, con la tronada que desplomé
sobre él acerca de las incomodidades de una
esposa y las miserias del matrimonio. Si alguna
vez se vio una Gorgona en forma de mujer, él
pudo verla en mi descripción. Le he quitado el
regusto para siempre... ¿Qué, no me aplaudís, no
me adoráis, señores? ¿Por qué estáis mudos? ¿Os
habéis vuelto estúpidos? No sois dignos del
beneficio.
(74)
DELFÍN.- ¿No te lo dije? jMalhaya...!

CLERIMONT.- Más valiera que hubieras llevado el


beneficio a otra parte.

TRUEWIT.- ¿Por qué?

CLERIMONT.- jPardiez! Has hecho la cosa más


desconsiderada, más ruda, más vil que un hombre
pudo nunca hacer a un amigo.

DELFÍN.- ¡Amigo! Si el enemigo más maligno que


tengo hubiese estudiado cómo perjudicarme, no
habría podido dar con daño más grande.

TRUEWIT.- Pero ¿en qué, por amor de Dios?


¡Caballeros, volved en vos!

DELFÍN.- Esto lo presagié mucho antes que tú.

CLERIMONT.- ¡Ojalá mis labios se hubieran soldado


cuando hablé de ello! ¿Qué es lo que os ha
movido a tal impertinencia?
TRUEWIT.- Amigos, no pongáis ese rostro extraño
para pagar mi cortesía. ¡Fuera esa máscara!
¡Hacer el bien y verse pagado de este modo!

DELFÍN.- Ante el cielo, te digo que me has deshecho.


Cuanto estuve planeando y madurando durante
cuatro meses, lo has echado por tierra en un
minuto. Ahora que estoy perdido, puedo hablar. A
esta señora, la tenía alojada aquí de propósito, y
para poder llegar hasta mi tío, había profesado
este obstinado silencio, por causa mía. Siendo mi
leal amiga, y tal que por obtener la buena suerte
de casarse con mi tío, me habría consentido
amplias condiciones; y ahora todas mis
esperanzas abortaron completamente merced a
este desdichado accidente.

CLERIMONT.- Esto sucede cuando un hombre es


ignorantemente oficioso, presta servicios sin saber
para qué; no sé qué virtuoso prurito te impulsó.
No has representado papel más absurdo en tu
vida, ni has cometido mayor infracción contra la
amistad.

DELFÍN.- A fe mía, podrías perdonarle de mejor grado;


la mayor parte de la culpa es tuya.

CLERIMONT.- Ya lo sé. ¡Ojalá no lo fuera!

(Entra Rapabarbas)

DELFÍN.- ¿Cómo va, Rapabarbas? ¿Qué nuevas traes?

RAPABARBAS.- Las mejores, señor, las más felices.


Esta mañana estuvo con vuestro tío un caballero
loco. (Ve a Truewit) Pienso que el caballero es
ése... que casi le ha trastornado el juicio a fuerza
de hablar, amenazándole para que no se casase...

DELFÍN.- Sigue, te lo ruego.

RAPABARBAS.- Vuestro tío, señor, piensa que lo ha


hecho incitado por vos; y jura que, si le agrada la
señora, y es en verdad tan inclinada al silencio
como yo se lo he dicho, se ha de casar con ella
hoy mismo, instantáneamente, sin demorarse ni
un minuto más.
DELFÍN.- Excelente. ¡Mucho más de lo que
esperábamos!
(76)
TRUEWIT.- ¡Más de lo que esperábamos! Por la luz
que nos alumbra, sabía que así había de ser.

DELFÍN.- Amigo Truewit, perdóname.

TRUEWIT.- No. He sido ignorantemente oficioso,


impertinente; éste ha sido el absurdo, el vil
papel...

CLERIMONT.- Ahora quieres atribuirte como mérito,


lo que fue mero azar.

TRUEWIT.- ¡Azar! Mera previsión. La fortuna no tiene


nada que ver con esto. Vi de antemano que, por
ley natural, había de resultar así: mi genio nunca
me engaña en estas cosas. Demostradme cómo
hubiera podido ser de otro modo.

DELFÍN.- Ea, caballeros, no discutáis. Ahora está bien.

TRUEWIT.- ¡Ay! Lo dejaré marchar con su


desconsiderado, su vil, y cuanto se le ocurrió
decirme.

CLERIMONT.- ¡Calla, extraño justificador de ti


mismo, que quieres ser más cuerdo de lo que
fuiste, gracias al resultado casual!

TRUEWIT.- ¡Casual! Nunca me persuadirás de que no


he previsto lo que iba a suceder tan bien como las
mismas estrellas.

DELFÍN.- Bueno, caballeros, ya basta. Entretened a sir


John Daw con razones mientras yo envío a la
dama con instrucciones.

TRUEWIT.- Desearía que antes, me hicieses el favor de


presentarme a ella.

CLERIMONT.- El señor Truewit, señora, amigo


nuestro.
(77)
TRUEWIT.- Lamento no haberos conocido antes,
señora, para celebrar la peregrina virtud de
vuestro silencio.
(Salen Delfín, Epicena y Rapabarbas)

CLERIMONT.- Si hubieras llegado antes, la hubieses


oído bien celebrada en los madrigales de sir John
Daw.

TRUEWIT.- (adelantándose hacia Daw que entra)


¡John Daw, Dios os guarde! ¿Cuándo habéis
visto a La-Foole?

DAW.- No le he visto desde anoche.

TRUEWIT.- ¡Qué milagro! Creí que erais inseparables.

DAW.- Ha ido a invitar a sus huéspedes para la fiesta de


esta noche.

TRUEWIT.- ¡Ah, sí! Es cierto. ¡Qué mala memoria


tengo para ese hombre! Yo soy uno de ellos.
Acabo de encontrarlo cabalgando sobre el que él
llama su delicado y fino corcel, cubierto de
espuma a fuerza de correr de calle en calle y de
persona en persona para recordarles la invitación.

CLERIMONT.- ¿Por temor a que la olviden?

TRUEWIT.- Sí; nunca un pobre capitán se tomó más


trabajos para enrolar hombres que él con esta
comida para enrolar invitados.

DAW.- Es su cuarto banquete, señor.

CLERIMONT.- ¿Eso decís, sir John?

TRUEWIT.- No; John Daw no faltará, siendo su mejor


amigo, y derrochará en su honor talento e ingenio.
¿Dónde está su amada, para escucharlo y
aplaudirlo? ¿Se marchó?
(78)
DAW.- ¿Se ha marchado la señora Epicena?

CLERIMONT.- Sí, se fue hace ya tiempo con sir


Delfín, supongo que a la fiesta.

TRUEWIT.- ¡Se fue antes que él! ¡Eso es injuria


manifiesta, desgracia y media; negarse a ir en su
compañía a semejante fiesta, siendo él galán
apuesto y además un ingenio!
CLERIMONT.- Se lo tragará como si fuera nata; es
más capaz de leer a Juri civili que de admitir que
nunca una querida pueda hacerle agravio.

DAW.- Bien; si le place ir sin mí ¡allá ella! Luego lo


pagará; se estará sentadita en su cuarto sola y
muda una semana entera, John Daw lo garantiza.
¿Es que me rechaza?

CLERIMONT.- No lo toméis con tanto calor, señor.


No os rechaza; no hace sino descuidaros un poco.
A decir verdad, Truewit, tú tienes la culpa. ¿Por
qué quieres meterle en la cabeza que ella lo
agravia?

TRUEWIT.- Por muchas vueltas que le des, lo rechaza


palpablemente; y si yo fuera él, no volvería a
hablar con ella en todo el día.

DAW.- ¡Por la luz que nos alumbra, así lo he de hacer!

TRUEWIT.- Ni con ella ni con nadie, señor.

DAW.- Eso no lo prometo, caballeros.

CLERIMONT.- (aparte) ¡Con lo feliz que se hubiera


sentido toda la concurrencia! Si lo hubierais
podido conseguir que así lo hicierais.

DAW.- ¡A fe mía, he de estar harto melancólico!


(79)
CLERIMONT.- Como un perro lo estaría yo en vuestro
lugar.

TRUEWIT.- O como un caracol o como un piojo de


cabeza de cerdo; me enrollaría como un carrete y
no habría quién me desenrollase.

DAW.- Así lo haré. Lo juro por este mondadientes.

CLERIMONT.- ¡Muy bien hecho! Ya empieza a


rechinar los dientes de ira.

DAW.- ¿Nos vamos, caballeros?

CLERIMONT.- Si estáis verdaderamente melancólico,


más valdrá que vayáis delante, solo.
TRUEWIT.- Os seguiremos como perros, de lejos.
(Sale Daw)

CLERIMONT.- ¿Pusiéronse jamás en venta para hacer


reír dos varas de caballerosidad como ésta?

TRUEWIT.- ¡Es un topo parlante, que lo ahorquen! ¡No


ha habido nunca hongo más tonto! Un cuitado tan
nada que ni siquiera sabe lo que quisiera ser.

CLERIMONT.- Sigámosle; mas, antes vayamos a


buscar a Delfín que debe estar rondando la casa al
acecho de noticias.

TRUEWIT.- Que me place. (Salen)

Escena tercera

Sala en casa de Moroso.


(Entran Moroso y Mute, seguidos por Rapabarbas y
Epicena.)
(80)
MOROSO.- ¡Bienvenido, Rapabarbas! Acércate con la
hermosa que viene bajo tu guarda; y en voz queda
suplícale al oído que se despoje del antifaz.
(Epicena se quita el antifaz) ¡Eso es! ¿La puerta
está cerrada? (Mute hace una reverencia) ¡Basta!
Ahora Rapabarbas, con el mismo método que uso
para mis criados, te preguntaré. Según entiendo,
¿esta gentil señora es la que has buscado y traído,
con la esperanza de que me plazca en condición y
persona de esposa? No respondas sino con una
reverencia a menos que sea lo contrario.
(Rapabarbas hace una reverencia) Muy bien lo has
hecho. Entiendo además, Rapabarbas, que estás al
tanto de su nacimiento, educación y cualidades, ya
que de otro modo no la hubieras propuesto para
mi aceptación en la grave consecuencia del
matrimonio. (Rapabarbas hace una reverencia)
Esto entiendo, Rapabarbas. Responde únicamente
con una reverencia, no siendo lo contrario.
(Rapabarbas vuelve a inclinarse) Lo haces muy
bien, Rapabarbas. Ponte ahora un poco a un lado,
y déjame examinar su condición y aptitud para mi
afecto. (Se acerca a ella y la contempla) Es
excelentemente hermosa y de especialísimo
atractivo; suave composición o armonía de
miembros; su temple de belleza tiene la misma
altura de mi sangre. El truhán me ha provisto
excesivamente bien por de fuera; ahora, la probaré
por dentro. Acercaos, hermosa y gentil señora; no
toméis a rudeza mi comportamiento que, por ser
inusitado, puede pareceros extraño. (Epicena hace
una reverencia) No, señora, vos podéis hablar
aunque Rapabarbas y mi criado no puedan;
porque de todos los sonidos sólo la dulce voz de
una hermosa tiene el tono justo para mis oídos. Os
ruego que me habléis, señora; dicen que el amor
salta al primer encuentro de los ojos. ¿Sentís que
tal movimiento se haya súbitamente promovido
dentro de vos gracias a alguna buena parte que
hayáis visto en mí? ¿Eh, señora? (Epicena hace
una reverencia) ¡Ay de mí, señora, esas
respuestas, por medio de silenciosas cortesías de
vos para mí, son demasiado ásperas y concisas!
He sido educado en la Corte; y la que haya de ser
mi mujer debe estar dotada de cortesanos y
audaces encantos. ¿Sabéis hablar, señora?
(81)
EPICENA.- Juzgad vos mismo, señor. (Habla en voz
muy queda)

MOROSO.- ¿Qué habéis dicho, señora? Hablad, os lo


ruego.

EPICENA.- Juzgad vos mismo, señor.

MOROSO.- ¡Juzgo divina vuestra suavidad! Pero,


naturalmente, señora, ya que recomiendo el
silencio por doctrina y lo procuro con industria, si
queréis someteros a mi juicio, y no os place
emplear la lengua que es el primer placer de las
mujeres, ¿tendréis por plausible responderme con
gestos silenciosos, siempre que mis discursos
vayan de acuerdo con lo que estéis pensando?
(Epicena hace una reverencia) ¡Excelente!
¡Divina! ¡Si fuera posible que siguiera así!...
Silencio, Rapabarbas, has hecho tu fortuna para
siempre, lo mismo que has hecho mi felicidad si
esto dura. Quiero examinarla un poco más.
Amada señora, soy cortesano, os digo, y debo
tener los oídos alimentados con placenteras e
ingeniosas conversaciones, con lindos melindres,
con burlas y juegos por la que intente elegir para
mi lecho-esfera. Las damas de la Corte creen
desesperada mengua de su agilidad de ingenio y
buena educación el no ser capaces de dar ocasión
a que un hombre las corteje; y cuando se ha
entablado un discurso de amores, no poder
proveer tan buena materia como el cortejador para
continuarlo. Y vos sola ¿habréis de diferir tanto
de todas que mientras ellas, con tanto esfuerzo,
afición y trabajo, procuran parecer eruditas,
juiciosas, agudas, ingeniosas y llenas de fantasía,
podáis enterrar en vos misma vuestras gracias
silenciosamente, y fiarlas más bien a la clara
conciencia de vuestra virtud que a la glorificación
del mundo que os rodea?
(82)
EPICENA.- (en voz muy queda) Me dolería que así no
fuese.

MOROSO.- ¿Qué habéis dicho, señora? ¡Hablad alto,


dulce señora mía!

EPICENA.- Me dolería que así no fuese.

MOROSO.- Ese vuestro dolor me llena de alegría. ¡Oh,


Moroso, eres el más feliz de los hombres! ¡Ojalá
puedas contenerte! Quiero hacer solamente una
prueba más, y ésa con el mayor tacto y respeto a
su sexo. Oídme, hermosa señora: también me
placerá encontrar en aquella que elija por corcel
mío, que sea la primera y principal en todas las
modas, que aventaje a todas las damas de la Corte,
por lo menos en una quincena, en celebrar consejo
con los sastres, lenceros, encajeras, bordadores, y
en ocasiones hasta dos veces al día, para estar
informada de las modas de Francia, y poder luego
variar como la naturaleza o más a menudo que
ella, y aventajada con ayuda del Arte su émula
sirviente. Esto lo quiero, y ¿cómo podréis vos,
señora, con vuestra frugalidad de palabra, dar las
múltiples pero necesarias instrucciones, para este
justillo, aquellas mangas, estas faldas, aquel
acuchillado, este punto, ese bordado, aquel encaje,
este alambre, aquellos lazos, este volante, aquella
escarapela, tal cinturón, tal abanico, el otro chal,
estos guantes? ¿Eh? ¿Qué decís, señora?

EPICENA.- (En voz queda) Os lo dejaré a vos, señor.

MOROSO.- ¿Qué habéis dicho, señora? Servíos subir


un tono.
EPICENA.- Lo dejaré a vos y a vuestro buen juicio,
señor.
(83)
MOROSO.- ¡Admirable criatura! No os importunaré
más. No pecaré contra tan suave sencillez.
Permitid que me atreva a imprimir sobre esos
divinos labios el sello que los ha de hacer míos.
Rapabarbas, te doy gratis el alquiler de tu casa.
No me des las gracias sino con una reverencia.
(Rapabarbas sacude la cabeza) Ya entiendo lo que
quieres decir, que es pobre y que sus deudos han
muerto. Me trae con su silencio una dote
riquísima, Rapabarbas; y teniendo en cuenta su
pobreza, ha de ser aún más amante y obediente,
Rapabarbas. Vete ahora mismo y búscame un
ministro de Dios que tenga la voz queda para que
nos case; y ruégale no sea importuno sino lo más
breve que pueda; ve, a toda prisa, Rapabarbas.
(Sale Rapabarbas) Tú, conduce a la que ya es tu
señora al comedor. (Sale Mute seguido por
Epicena) ¡Oh, felicidad mía! ¡Cómo voy a
vengarme de mi insolente sobrino y de sus
conspiraciones para impedir que me case! Esta
noche engendraré un heredero, y a él lo arrojaré
de mi casa como ajeno a mi sangre. Tal vez
pretendía armarse caballero e imaginaba que, por
este medio, iba a reinar sobre mí; se me impondría
por su título. No, señor deudo; ahora podéis
traerme las cartas del décimo lord y de la
décimosexta lady, señor pariente; y no os servirán
de nada, señor deudo. Vuestra misma caballería
tendrá que arrodillarse ante mí y yo, señor deudo,
la rechazaré. Os reclamarán los derechos de
ejecución, y no podréis pagarlos. Vuestra
caballería tendrá, para alimentarse, que comer de
prestado en las más miserables mesas redondas y
que contarle cuentos a la huéspeda cuando llegue
la hora de pagar la cuenta, o se verá obligada a
hacer algo peor, irse a buscar derecho de asilo en
Cole-Harbour y a toda prisa. Vuestra caballería
espantará a todos los amigos a fuerza de cartas
pidiendo un préstamo; y cuando una de las
ochenta epístolas haya traído diez chelines de
respuesta. vuestra caballería tendrá que ir a "Las
Grullas" o al "Oso", o al "Pie del Puente" a
emborracharse de desesperación por no tener
dinero para pagar en una taberna decente, o invitar
a los acreedores antiguos a tener paciencia con la
caballería nueva, quiere decirse a fiar en ella.
Hará el número diez en la lista para aprovecharse
de la limosna del pucherito y el jarro de cerveza, y
su caballería no le servirá de nada para ablandar el
corazón de la viuda del panadero o el hostelero.
Ofrecerá su caballería como garañón a todas las
juguetonas esposas de la City, y lo rechazarán
mientras aceptan los servicios de un maestro de
baile o del más despreciable calavera; carecerá de
ropa y, por lo tanto, de ingenio, para embaucar a
los abogados. No le quedará ni la esperanza de
marcharse en busca de fortuna a Constantinopla,
Irlanda o Virginia, y así su última y mejor fortuna
será convertir en Lady a Dol Desgasta-sábanas o
a Catalina la Ordinaria, para que su caballería
pueda comer. (Sale)
(84)

Escena cuarta

Callejón cercano a la casa de Moroso. (Entran Truewit,


Delfin y Clerimont)

TRUEWIT.- ¿Estás seguro de que no se ha marchado?

DELFIN.- No, estuve en la tienda desde que entró.

CLERIMONT.- Mas puede haber salido por la otra


callejuela.
(85)
DELFÍN.- No. Le dije que estaría aquí esperándolo.
Aquí le di cita.

TRUEWIT.- Entonces, es un bárbaro demorándose así.

DELFÍN.- Allí viene.

CLERIMONT.- Y se ha dejado a la dama dentro, lo


cual es muy buena señal.

(Entra Rapabarbas)

DELFÍN.- ¿Qué hay, Rapabarbas? ¿Resulta o no?

RAPABARBAS.- Más de lo que pudierais imaginar,


señor, omnia secunda. No pudierais haber pedido
al Cielo que saliera mejor. Saltat senex, como dice
el proverbio. Triunfa en su felicidad, admira a la
novia. ¡Me ha dado gratis el alquiler de mi casa!
Y ahora voy en busca de un ministro del Señor,
silencioso, que los case, y sanseacabó.

TRUEWIT.- ¡Pardiez! Traele uno de los no-


conformistas que ahora están reducidos al
silencio; uno de los hermanos celosos le
atormentaría pura y simplemente.

RAPABARBAS.- Cum privilegio, señor.

DELFÍN.- ¡De ninguna manera! No hagas ahora nada


que pueda crear dificultades; cuando esté hecho y
terminado, estoy con vosotros para cualquier clase
de burlas.

RAPABARBAS.- Lo cual será dentro de media hora,


señores, gracias a mi destreza. Tramad entretanto
lo que podáis, bonis avibus. (Sale)
(86)
CLERIMONT.- ¡Cómo suelta latines el maldito!

TRUEWIT.- Si queremos, las burlas de este día, han de


ser regocijo de la posteridad.

CLERIMONT.- Decreto: Pierda su corazón el que no


haga la parte que le toca.

DELFÍN.- Y, por mi parte, ¿qué he de hacer?

TRUEWIT.- Trasladar todos los invitados de La-Foole


y su banquete aquí para celebrar el festín de la
novia.
DELFÍN.- Qué me place. Mas ¿cómo lograrlo?

TRUEWIT.- Yo me encargo de encaminar hacia aquí a


todos los invitados, y luego seguirán los manjares.

CLERIMONT.- Sí, hagámoslo, por Dios. Será una


excelente comedia de aflicción, con tantos y tan
diversos ruidos.

DELFÍN.- Mas, ¿no estarán ya los invitados en la otra


casa?

TRUEWIT.- Respondo por las damas colegiadas; uno


de sus rostros no tiene aún extendido el fondo de
color, ni está planchada aún la camisa de la otra.
CLERIMONT.- ¡Oh! En un día de banquete se habrán
levantado antes que de costumbre.

TRUEWIT.- Más valdrá ir y ver y estar seguros.

CLERIMONT.- ¿Quién sabe la casa?


(87)
CLERIMONT.- Yo os guiaré. ¿No habéis estado nunca
en ella?
DELFÍN.- Yo, no.

CLERIMONT.- Yo, tampoco.

TRUEWIT.- ¿Dónde habéis vivido entonces? ¡No


conocer a Tom Otter!

CLERIMONT.- ¡No, por Dios! ¿Qué es?

TRUEWIT.- Una especie de animal, digno par de Daw


o de La-Foole, si no los aventaja. Y derrama
latines como el barbero. Es el súbdito de su mujer,
la llama princesa, y en ocasiones, como la de hoy,
la sigue arriba y abajo por la casa como un paje,
sin sombrero, en parte por el sofoco y en parte por
reverencia. En este instante estará poniendo en
orden su toro, su oso y su caballo.

DELFÍN.- ¿Qué son ellos, en nombre de la Esfine?

TRUEWIT.- Has de saber que, en sus tiempos, se


distinguió grandemente en el Patio de los Osos; y
de aquel sutil deporte tomó la ingeniosa
denominación de las principales copas con que se
emborracha. A una la llama su toro, a otra, su oso,
a otra, su caballo. y luego tiene unos cuantos
vasos menores a los cuales ha puesto por nombre
su ciervo y su mono; y éstos de varios grados; y
nunca está contento, ni encuentra perfecta
diversión alguna, hasta que las saca todas y las
coloca en orden sobre el aparador.

CLERIMONT.- ¡Por amor de Dios! Si no vamos


pronto, nos vamos a perder el espectáculo.

TRUEWIT.- No importa, tiene otras mil gracias tan


buenas como ésa que le explicarán un día entero.
Se burlará de su mujer, con frases harto vulgares,
a sus espaldas; mas, frente a frente...
(88)
DELFÍN.- No hablemos más de él. Vayamos a verlo, os
lo ruego. (Salen)
(89)

ACTO TERCERO

Escena primera

Sala en casa de Otter.


(Entran el Capitán Otter, con sus copas, y la señora
Otter)

OTTER.- Princesa mía, oídme pauca verba.

SEÑORA OTTER.- Por la luz que nos alumbra, os


mandaré encadenar con vuestros bulldogs y
vuestros oseznos si inmediatamente no os
mostráis más cortés. Juro que os enviaré a la
perrera. ¡También hoy habéis de provocarme con
vuestro toro, vuestro oso y vuestro caballo! ¡Ni
una sola vez han de venir los cortesanos o las
señoras colegiadas a esta casa sin que la convirtáis
en un Martes de Carnaval! Quisiera que os
hubieseis puesto vuestra gorra de terciopelo de
Pentecostés y que llevaseis el báculo en la mano
para recibirlos. Os lo ruego, hacedlo.

OTTER.- No, no Princesa mía, de ninguna manera.


Salvo vuestro parecer, dulce princesa mía, dadme
vuestra licencia... Los cortesanos me conocen
precisamente por estas cosas; hablan de ellas
como características de mi humor, y así las
reciben y las esperan. El toro, el oso y el caballo
de Tom Otter son conocidos en toda Inglaterra, in
rerum natura.

SEÑORA OTTER.- Os aseguro que si volvéis a


pronunciar sus nombres, os envío in natura al
Jardín de París. ¿Son un oso o un toro para
mezclarse en sociedad con grandes señoras?
Pensadlo con discreción y buena política.

OTTER.- ¡Siquiera el caballo, buena princesa!

SEÑORA OTTER.- ¡Sea! Cedo en lo del caballo. Les


place estar bien montadas, lo sé. También a mí me
agrada.
(91)
OTTER.- Y éste es un bello corcel exquisito: Poetarum
Pegasus. Salvo vuestro parecer, princesa, el
mismo Júpiter se convirtió en taurus, es decir toro,
salvo vuestro parecer princesa mía.

(Entran Truewit, Clerimont y Delfín, sin que Otter y su


mujer los vean)

SEÑORA OTTER.-A fe de mujer honesta, os enviaré a


la otra orilla del río, y os entregaré al director del
jardín si pronunciáis una sílaba más. ¿Acaso mi
casa o mi techo han de estar corrompidos con el
olor de osos y toros cuando yo los he perfumado
para las grandes damas? ¿Está esto de acuerdo
con el documento que firmamos al casarme con
vos? ¿No está escrito que yo seré princesa y
reinaré en mi propia casa? ¿Y que seréis mi
súbdito y me obedeceréis? ¿Qué me trajisteis que
os consienta ser tan perentorio? ¿Acaso os doy
vuestra media corona cada día para gastarla donde
os plazca, con vuestros tahures, para que me
dejéis y atormentéis en momentos como éste?
¿Quién os da el necesario sustento, decid me?
¿Para vos y para vuestros caballos? ¿Vuestros tres
vestidos completos al año? ¿Vuestros cuatro pares
de calzas, uno de seda y tres de estambre?
¿Vuestra ropa blanca limpia. vuestras golas y
puños, cuando puedo conseguir que los llevéis
puestos? Es maravilla que hoy los tengáis encima.
¿Quién os relaciona con cortesanos o nobles
personajes que asoman la cabeza para saludaros
desde sus coches y vienen a veros en vuestra
casa? ¿Os había siquiera dirigido una mirada un
lord o una lady antes de que me hubiese casado
con vos, a no ser en las fiestas de Pentecostés, y
eso en la ventana de la casa de banquetes cuando
os asomabais todos a ver a Ned Whiting o a Jorge
Stone que estaba en la picota?

TRUEWIT.- ¡Por amor de Dios, vamos a quitárselo de


entre las manos!
(92)
SEÑORA OTTER.- Respondedme a esto. ¿No os elevé
hasta mí, sin otro atavío que un viejo y grasiento
jubón de ante con puntas y mangas verdes, con los
codos rotos? Eso lo habéis olvidado.

TRUEWIT.- Lo va a sacar de quicio, si no lo


amparamos a tiempo. (Adelantan)
SEÑORA OTTER.- ¡Oh, aquí están ya algunos de los
galanes! Ve, pórtate con distinción y con buena
moralidad. De lo contrario, aseguro que deshago
tu exposición.

TRUEWIT.- Con vuestra licencia, hermosa señora


Otter, me tomo la libertad de presentaros a estos
caballeros.
SEÑORA OTTER.- Cosa que no será ni molesta ni
difícil, señor.

TRUEWIT.- ¿Cómo va nuestro noble capitán? ¿Siguen


en rerum natura el toro, el oso y el caballo?

OTTER.- Sí, sic visum superis.

SEÑORA OTTER.- Si tenéis deseos de intimar con


ellos, hacedlo, señores. Podéis pasar y proveeros
de las tostadas con manteca que se preparan para
los faisanes.
Ve tú a ver si están listas. (Le da un empujón y lo hace
salir de la sala)

CLERIMONT.- ¡Con qué tirana está casado este pobre


infeliz!

TRUEWIT.- La diversión vendrá luego cuando se


suelte.

DELFÍN.- ¿Se atreve a hablar alguna vez?

TRUEWIT.- No hay anabaptista que hable con mayor


libertad; mas ahora, repara en el lenguaje de ella.
(93)
SEÑORA OTTER.- Caballeros, habéis llegado
idóneamente. Mi primo, sir Amoroso, estará aquí
brevísimamente.

TRUEWIT.- En buena hora, señora mía. ¿No estuvo


aquí sir John Daw a preguntar por él y por los
invitados?

SEÑORA OTTER.- ¡Oh! No puedo asegurároslo, señor


Truewit. Aquí llegó un melancolísimo caballero
con golilla, que preguntó a mi súbdito creo que
por otro caballero.

CLERIMONT.- Sí, era él, lady.


SEÑORA OTTER.- Mas se marchó en seguida, me
atrevo a declarároslo.

DELFÍN.- ¡Con qué elegante selección de palabras se


expresa esta dama!

TRUEWIT.- ¡Oh, señor, es la única cortesana auténtica


que no lo es de nacimiento, en toda la City!

SEÑORA OTTER.- (remilgada) Eso lo decís por fe,


caballero, y de oídas.

TRUEWIT.- No, por cierto, señora; la prueba está en


cómo se comporta la Corte con vos.

SEÑORA OTTER.- Soy humilde sierva de la Corte y


de los cortesanos, señor.

TRUEWIT.- Decid más bien que son vuestros idólatras.

SEÑORA OTTER.- ¡Oh, no, señor!

(Entra Rapabarbas)

DELFÍN.- ¿Qué es eso, Rapabarbas? ¿Hay algún


tropiezo?
(94)
RAPABARBAS.- ¡Oh, no, señor! Omnia bene. Nunca
han estado las cosas más en su quicio. Todo está
seguro. He acertado de tal modo a darle gusto con
el cura, que lo ha recibido casi con tanto deleite
como el que espera lograr dentro de poco.
DELFÍN.- ¿Qué es el tal vicario?

RAPABARBAS.- Uno que pescó un resfriado, señor, y


apenas se le oye a seis pulgadas de distancia.
Habla como un junco sin ahuecar, o como si
tuviera el gaznate lleno de tuétano; un individuo
rápido, excelente barbero de oraciones. He venido
a deciros, señor, que podéis omnem movere
lapidem, es decir aprestaros para vuestras burlas.

DELFÍN.- ¡Gracias mil, honrado Rapabarbas! Estate


cerca con la llave para dejarnos entrar.

RAPABARBAS.- No faltaré, señor. Ad manum. (Sale)

TRUEWIT.- Bueno, voy a vigilar mis coches.


CLERIMONT.- Ve; y te enviaremos a Daw si tú no lo
encuentras. (Sale Truewit)

SEÑORA OTTER.- ¿Se marchó el señor Truewit?

DELFÍN.- Sí, señora. Ha sucedido algo desagradable.

SEÑORA OTI'ER.- ¡Oh! Así me lo hizo presumir la


fisonomía de ese joven que entró; además, que la
noche pasada tuve un sueño referente al nuevo
cortejo y a mi señora la Alcaldesa que siempre es
ominoso para mí. Se lo conté a milady Haughty el
otro día cuando su Honor se dignó venir aquí a
ver unas cuantas cosillas de China: y ella se lo
explicó según Artemidoro y desde entonces he
comprobado que es completamente cierto. Hame
hecho ya hartos agravios.
(95)
CLERIMONT.- ¿Vuestro sueño, señora?

SEÑORA OTI'ER.- Sí, señor; apenas sueño con algo


de la City. Una vez, me manchó un mantel de
damasco que costara dieciocho libras; otra vez,
me quemó un traje de raso negro, estando yo en
pie junto a la lumbre en la cámara de lady
Centaure, en el Colegio. La tercera vez, en el baile
de máscaras de lord, me regó todo el guarda-
infante y la gola con gotas de cera de una vela y
no pude asistir al banquete. La cuarta, estaba
tomando el coche para ir a Ware a visitar a una
amiga, y me salpicó de barro todo el vestido
nuevo... justillo de raso rojo y faldas de terciopelo
negro... el caballo del carro de un cervecero, y me
desmayé del susto y tuve que cambiarme el
vestido, no sé cuántos días tuve que estar
confinada en mi cuarto con la angustia que me
produjo.

DELFÍN.- ¡Crueles desdichas, señora!

CLERIMONT.- Yo no viviría en la City, si fuera tan


fatal para mí.

SEÑORA OTI'ER.- Ciertamente, señor; pero ahora


sigo el consejo de mi médico, y sueño lo menos
posible.

DELFÍN.- Hacéis muy bien, señora.


(Entra sir John Daw, y Clerimont se lo lleva aparte)

SEÑORA OTTER.- ¿Gustáis de pasar a las otras


habitaciones, caballeros?

DELFÍN.- Señora, agradecemos la cortesía; pero nos


quedaremos aquí para hablar con un caballero, sir
John Daw, que acaba de llegar. Luego os
seguimos, señora.

SEÑORA OTI'ER.- Cuando mejor os plazca. Esta


fiesta no es sólo mía sino de mi primo sir
Amoroso.
(96)
DELFÍN.- Lo sé, señora.

SEÑORA OTTER.- Claro que, en cierto modo, es mía


también; mas es en su honor y por eso ni mi
nombre ni el de mi casa figuran para nada.

DELFÍN.- Sois generosísima con vuestro deudo.

SEÑORA OTTER.- Estoy para serviros, señores. (Sale)

CLERIMONT.- (acercándose con Daw) Así, pues, sir


Daw, no estáis enterado de lo que ha sucedido.

DAW.- No lo sé, así me ahorquen.

CLERIMONT.- Os lo diré. En este momento, ya está


casada. Y entretanto, vos creíais que había venido
a la fiesta con sir Delfín. Os aseguro que sir
Delfín ha sido para vos el amigo más noble y leal
de que pueda jactarse caballero de vuestras
prendas. Ha descubierto todo el enredo, y de tal
manera ha hecho comprender a vuestra amiga la
vergüenza de haberse portado así con vos, que ella
lo reconoce y desea la perdonéis, y os dignéis
honrar la fiesta de sus bodas con vuestra
presencia. Ha de casarse -dice- con un caballero
muy rico, su tío, el viejo Moroso; y me encargó en
particular que os dijese que desde ahora podrá
haceros más favores que antes y con mayor
tranquilidad.

DAW.- ¿Eso dijo, en verdad?


CLERIMONT.- ¿Quién pensáis que soy yo, sir John?
Preguntad a sir Delfín.

DAW.- No, os creo. Amigo sir Delfín, ¿dijo que desea


mi perdón?

DELFÍN.- Os aseguro que lo dijo, sir John.


(97)
CLERIMONT.- Es lo mejor que podéis hacer para
vengar el agravio que os ha hecho. La-Foole
proyectó esta fiesta para celebrar la boda y se
tomó el trabajo de invitar a las damas colegiadas y
os hizo prometer que la traeríais; para burlarse de
vos cuando os hubieseis presentado con ella como
vuestra amiga. Mas ahora que sir Delfín la ha
traído a conciencia de su yerro, a condición de
que llevéis a todas las señoras invitadas al lugar
donde ahora se encuentra y os mostréis muy
alegre, ella dará un banquete en vuestro nombre; y
con eso dejará burlado a La-Foole, para demostrar
que seguía gozando de su favor y, en resumen,
seréis el héroe del día.

DAW.- Como caballero que soy, juro que la respeto y la


perdono.

CLERIMONT.- ¡Pues, a ello! Truewit ha ido delante a


ver si están listos los coches, y para poneros al
corriente de todo si os encontraba antes que
nosotros. Reuníos con él y todo irá bien. (Entra sir
Amoroso La-Foo1e) Ved, ahí llega vuestro
antagonista; no os deis por enterado, pero
mostraos muy jovial.

IA-FOOLE.- ¿Han venido las damas, sir John, y vuestra


dulce amiga? (Sale Daw sin responderle) ¡Sir
Delfín! Sois extraordinariamente bienvenido, lo
mismo que el honorable señor Clerimont. ¿Dónde
está mi prima? ¿No habéis visto a las damas
colegiadas, señores míos?

DELFÍN.- ¿Colegiadas? ¿No sabéis, sir Amoroso, hasta


que punto se burlan de vos?

IA-FOOLE.- ¿Qué decís, señor?

CLERIMONT.- ¿Habéis hablado con tal amabilidad a


sir John Daw que os ha hecho tal afrenta?
IA-FOOLE.- ¿En qué? ¿Cómo? ¿Dónde? Permitidme
que os ruegue me comuniquéis lo que sepáis,
señores.

CLERIMONT.- Su amiga se ha casado hoy con el tío


de sir Delfín, vecino de vuestra prima, y él se ha
llevado allá a todas las damas para inutilizar
vuestra fiesta y burlarse de vos. También hubiera
querido llevarnos consigo y apartarnos de vos;
pero le hemos dicho lo que se merece, creo.

IA-FOOLE.- ¿Sir John me ha agraviado tan


inhumanamente?

DELFÍN.- Así lo ha hecho, sir Amoroso, malignísima y


traicionerísimamente; mas, si queréis seguir
nuestro consejo, tomaréis, a fe, vuestro desquite.

IA-FOOLE.- Así lo haré, buenos amigos. ¿Cómo, os lo


ruego?

DELFÍN.- Señor, tomad todos vuestros faisanes y


vuestros francolines y vuestra mejor carne y
ponedlo ahora en las fuentes de plata de vuestra
prima aquí presente; y no digáis nada, mas
envolveos en una toalla limpia como si fuerais el
maestresala que ha de servir la mesa, y con la
cabeza desnuda, marchad confiado delante de
nosotros (es aquí a dos pasos, señor). Nosotros os
ayudaremos; lo pondréis todo sobre el aparador, y
diréis a todos que son muy bien venidos, lo cual
demostrará que todo es vuestro y tornará contra él
la burla que ha querido haceros; y en cuanto a
vuestra prima, en lugar de preocuparse aquí en su
casa con el cuidado de prepararlo todo y dar la
bienvenida a los invitados, dejará que otras hagan
el trabajo y será la invitada principal; se sentará
con las señoras colegiadas, y la honrarán como a
ellas y le dirigirán tantos brindis como la más
importante de ellas.

IA-FOOLE.- Voy a decírselo. Hecho. Resuelto. (Sale)


(99)
CLERIMONT.- Se lo ha tragado. Nunca lo hubiera
creído.

DELFÍN.- Bien. Ya tenemos invitados y manjares.


Ahora, ¿dónde encontramos la música?
CLERIMONT.- El olor de carne asada, atravesando la
calle, atraerá a unos cuantos violinistas.

DELFÍN.- ¡Ojalá pudiera atraer a los trompeteros!

CLERIMONT.- Siempre hay esperanza. Tienen noticia


de todas las fiestas. Están en buena
correspondencia con todos los cocineros de
Londres; apostaría veinte contra uno a que
acudirán.

DELFÍN.- Será día solemne para mi tío y para nosotros


buena diversión.

CLERIMONT.- Sí, con tal que podamos sujetar la


emulación entre La-Foole y Daw e impedir que se
expliquen.

DELFÍN.- ¡Bah! No hay sino adularlos, como dice


Truewit, y entonces se les caza como en una red.
Llegarán a creer que son lo que nosotros les
decimos, ni más ni menos. No tienen nada, ni
siquiera el uso de sus sentidos sino por tradición.
(Entra La-Foole ataviado como un maestresala)
Mira, ahí tienes ya a sir Amoroso envuelto en su
toalla. ¿Habéis convencido a vuestra prima?

LA-FOOLE.- Sí, es muy dócil. Dice que hará todo lo


que sea preciso con tal de que La-Foole no quede
burlado.

DELFÍN.- ¡Noble parienta! ¡Será una invención


pulverizante! ¡Reducirá a polvo las maniobras de
vuestros enemigos, y los hará saltar con su propia
mina!

LA-FOOLE.- Nosotros le daremos fuego, os lo


garantizo.
(100)
CLERIMONT.- Mas habéis de llevar la cosa sin ruido,
y no parecer enteraros en modo alguno de...

(Entra el Capitán Otter)

OTTER.- Caballeros, mi princesa dice que os podéis


llevar toda su vajilla de plata; festinate. Y ha ido
a cambiar un poco su atavío para ir en vuestra
compañía.
CLERIMONT.- ¿Y vos también, capitán Otter?

DELFÍN.- Os lo rogamos encarecidamente.

OTTER.- Si, señor; así intento hacerlo. Mas a mi vez os


ruego a vos, primo mío, sir Amoroso y a vosotros,
señores, pidáis a mi princesa que me consienta
llevar conmigo mi toro, mi oso y mi caballo.

CLERIMONT.- Eso desde luego, capitán Otter.

LA-FOOLE.- Mi prima no lo consentirá nunca.

DELFÍN.- Se avendrá a la razón, sir Amoroso.

LA-FOOLE.- Dice que no son decorosos ante las


damas.

OTTER.- Pero son decora y eso es mucho más.

CLERIMONT.- Si, sí; escuchará nuestras razones.


¿Acaso Pasifae, que era una reina, no amó a un
toro? ¿Y Calisto, la madre de Arcas, no se
convirtió en osa y transformada en estrella, la
señora Úrsula, está en los cielos?

OTTER.- ¡Oh, señor! ¡Si yo hubiera sabido decir otro


tanto! Hubiera mandado pintar esas historias en el
Patio de los Osos, ex Ovidii metamorphosi.

DELFÍN.- ¿Dónde está vuestra princesa, capitán?


Conducidnos hasta ella, os lo ruego.
(101)
OTTER.- Así lo haré.

CLERIMONT.- Daos prisa, sir Amoroso. (Salen)

Escena segunda

Sala en casa de Moroso.


(Entran Moroso, Epicena, el Sacerdote y Rapabarbas)

MOROSO.- Señor, aquí hay un ángel para vos y un par


de ángeles para vuestro resfriado. No os asombre
este exceso de mi liberalidad. Conviene que
demos gracias una vez a la fortuna y dos a la
naturaleza por todo beneficio que nos otorgan;
además, ésta que es vuestra imperfección es mi
solaz.

SACERDOTE.- (hablando como si estuviese resfriado)


Doy gracias a vuestra señoría; también ahora el
solaz es mío.

MOROSO.- (a Rapabarbas) ¿Qué dice?

RAPABARBAS.- Dice, praesto, señor, que siempre que


vuestra señoría necesite un servicio de esta índole,
está a vuestras órdenes. Atrapó el resfriado
velando y cantando con los compañeros.

MOROSO.- No más. Le doy las gracias.

SACERDOTE.- Dios guarde a vuestra merced, y le dé


mucha alegría con su linda esposa. (Tose) ¡Uh,
Uh, Uh!

MOROSO.- ¡Oh, oh! Espera, Rapabarbas. Que me


devuelva cinco chelines. Así como es debida
liberalidad recompensar beneficios, es equidad
multar injurias. Venga mi dinero. ¿Qué dice?

RAPABARBAS.- Que no tiene cambio, señor.


(102)
MOROSO.- Pues que lo busque.

RAPABARBAS.- (al sacerdote) Vuelve a toser.

MOROSO.- ¿Qué dice?

RAPABARBAS.- Que os dará el cambio en tos, señor

SACERDOTE.- (tosiendo) ¡Uh, Uh, Uh!

MOROSO.- ¡Fuera, fuera de aquí! ¡Tápale la boca!


¡Llévatelo!
Le perdono la multa.

(Sale Rapabarbas llevándose al clérigo)

EPICENA.- ¡Qué vergüenza, señor Moroso, tratar con


tal violencia a un hombre de Iglesia!

MOROSO.- (con espanto) ¡Cómo!


EPICENA.- No corresponde a vuestra gravedad y
crianza en la Corte, según decís, hacer agravio
semejante ni a un aguador ni a cualquier otro ser
más molesto, y mucho menos a hombre de su
hábito.

MOROSO.- Entonces... ¿sabéis hablar?

EPICENA.- Sí, señor.

MOROSO.- ¡Hablad, pues!

EPICENA.- Sí, señor. ¿Pensabais haberos casado con


una estatua o con un muñeco de movimiento?
¿Uno de esos títeres franceses, cuyos ojos se
mueven por medio de un alambre? ¿D con alguna
inocente del asilo que estuviese ante vos con la
boca abierta como un lenguado, contemplándoos?

MOROSO.- ¡Oh, impudor! ¡Una mujer evidente! ¡Eh,


Rapabarbas!
(103)
EPICENA.- No os enojéis con Rapabarbas, señor. Ya es
demasiado tarde. Confieso que he rebajado algo
de pudor que tenía cuando firmaba como
doncella; mas espero que aún me quede lo
bastante para merecer el estado y la dignidad de
ser vuestra esposa.

MOROSO.- ¡¡¡Habla!!!

EPICENA.- ¡Sí, señor, hablo!

(Entra Mute)

MOROSO.- ¿Qué es esto, señor mío? ¿No está en casa


ninguno de mis criados? ¿Dónde está ese
impostor de Rapabarbas? (Mute hace señas)

EPICENA.- (a Mute) ¡Hablad, mancebo, hablad a


vuestro dueño! No quiero este silencio forzado,
contra naturaleza en mi casa, en la familia que he
de gobernar. (Sale Mute)

MOROSO.- ¡Ya es mi regente! ¡Me he casado con una


Pentesilea, con una Semíramis! ¡He vendido mi
libertad a una rueca!

(Entra Truewit)
TRUEWIT.- ¿Dónde está el señor Moroso?

MOROSO.- ¡Éste aquí otra vez! ¡El Señor tenga piedad


de mí!

TRUEWIT.- Os deseo toda clase de gozos, señora


Epicena, en compañía de vuestro grave y digno
esposo.

EPICENA.- Os devuelvo las gracias todo lo


amistosamente que tal deseo merece.

MOROSO.- ¡Y también tiene conversación!


(104)
TRUEWIT.- Dios os guarde, señor, y os dé gran
contento en vuestra hermosa elegida. Antes, fui
para vos el pájaro de la noche, el búho; mas ahora
soy el mensajero de paz, la paloma, y os traigo las
albricias de muchos amigos en la celebración de
esta hora buena.

MOROSO.- ¿Qué hora, señor?

TRUEWIT.- La hora de vuestro matrimonio, señor.


Alabo vuestra resolución, que a pesar de cuantos
peligros os hice patentes, en la voz de un nocturno
cuervo, os ha hecho ir adelante y hacer vuestra
santísima voluntad. Lo cual demuestra que sois
hombre constante en vuestros fines y tenaz en
vuestros propósitos y que no os dejáis atemorizar
por zurdos clamores.

MOROSO.- y ¿cómo habéis llegado a saber tanto?

TRUEWIT.- ¿Cómo podíais esperar, señor, impedir que


un secreto, confiado a un barbero, dejase de correr
por la ciudad? Con más seguridad pudierais
haberlo fiado al gremio de aguadores o al
tahonero o la infantería que da escolta a la Corte.
¿Ha podido vuestra gravedad echar en olvido el
viejo resto de cita clásica: lipis et tonsoribus
notum? Ea, señor, perdonaos a vos mismo la falta,
y dignaos tener comunicación con vuestros
amigos. Ahora llegarán a visitaros tres o cuatro
elegantes damas del Colegio con su tren de
miñones y acompañantes.
MOROSO.- ¡Cerrad las puertas! ¡Cerrad las puertas!
¿Dónde están todos los que comen mi pan?
¿Dónde están las bocas que me devoran? (Entran
varios criados) ¡Echad la barra a las puertas,
lacayos!

EPICENA.- ¡Lacayo será el que haga tal oficio!


Dejadlas abiertas. Quisiera ver al que se atreva ni
a mirarlas. ¿He de consentir que se alce una
barricada contra mis amigos, que se me prive del
placer que puedan causarme con su honrosa
visita?

(Salen los criados)


(105)
MOROSO.- ¡Oh, imprudencia amazónica!

TRUEWIT.- Señor, a fe mía, en esto tiene razón. Y me


parece es más continente que vos. ¿Quisierais ir al
lecho ahora mismo, señor, antes de mediodía?
Hombre de vuestra edad y de vuestras canas,
podría mostrar más respeto a esta reverenda
ceremonia, y no subir al lecho nupcial como un
toro o una cabra montés; y aguardar la debida
razón y ascender a él con religión y temor. Tales
delicias se alcanzan en el humor y silencio de la
noche; y es bien dar el día a placeres más francos,
a las alegrías del festín, de la música, de la danza,
de la conversación; todos los tendremos, señor,
para hacer vuestro himeneo exaltado y feliz.

MOROSO.- ¡Ay, mi tormento, mi tormento!

TRUEWIT.- Señor, si pasáis la primera media hora de


él tan tediosamente y con tanta molestia, ¿qué
consuelo o qué esperanza podrá encontrar después
esta hermosa señora en la consideración de tantos
años como han de venir?

MOROSO.- Para aflicción mía. Buen señor, marchaos y


dejad que ella sola se ocupe en proporcionármela.

TRUEWIT.- He terminado, señor.

MOROSO.- ¡Ese maldito barbero!

TRUEWIT.- Sí, en verdad, señor, un maldito pícaro.


MOROSO.- Me he casado con su vihuela, aflicción
común a todos los hombres. ¡Plaga sobre todas las
plagas!

TRUEWIT.- ¡Las diez plagas de Egipto juntas!


(106)
MOROSO.- ¡Vengadme de él, señor!

TRUEWIT.- Está muy bien, señor. Si le echáis un par


de maldiciones más, os aseguro que las aguantará.
Por ejemplo, que le den las viruelas, intentando
curar de ellas a otro, o que mientras esté rizando
el cabello de otro hombre, se le caiga el suyo; o
que por haber quemado los rizos de un rufián, éste
le saque los sesos con las tenacillas calientes.

MOROSO.- No, dejad que el malvado viva malamente.


¡Que le entre la picazón y que su tienda esté tan
piojosa que nadie se atreva a acercarse a él, ni él a
acercarse a nadie!

TRUEWIT.- ¡Que se trague las bolas de rasurar como


píldoras, y no haya quien lo purgue!

MOROSO.- ¡Que su calentador esté siempre frío!

TRUEWIT.- Con hielo perpetuo en lugar de rescoldo.

MOROSO.- ¡Y sin esperanza de volver a ver lumbre!

TRUEWIT.- Hasta que llegue al infierno.

MOROSO.- ¡Que sus sillas estén siempre vacías, sus


tijeras se le llenen de herrumbre y sus peines se
pudran en las cajas!

TRUEWIT.- ¡Tremendo! ¡Y ojalá olvide su invención


de fabricar linternas de papel!

MOROSO.- Que no haya una sola alcahueta en el año


condenada a la carreta, para que no puedan
emplear sus bacías para acompañarla con música;
y que tenga que contentarse, por falta de pan, con
comerse las esponjas.
(107)
TRUEWIT.- Y remojarlas con tragos de loción, y buen
provecho le haga.

MOROSO.- O que por falta de alimento...


TRUEWIT.- Tenga que comerse la cera de los oídos.
Señor, os ayudaré. O arrancarse sus propias
muelas y añadirlas a la cuerda del laúd.

MOROSO.- No, mejor será que las haga, polvo y le


sirvan de harina para hacer pan.

TRUEWIT.- Más valdrá que haga harina con muelas de


molino.

MOROSO.- Que todas las heridas y quemaduras que,


ha curado en otros, caigan sobre él.

TRUEWIT.- Y que se olvide el modo de curarse a sí


mismo, señor; o, si lo recuerda, que tenga que
gastar su ropa blanca en hilas y no le quede ni un
andrajo para taparse las carnes.

MOROSO.- Que tenga gota perpetua en las manos... Y


ahora, no más, señor.

TRUEWIT.- Si, la última maldición fue demasiado


fuerte. Podríais contentamos con un poco menos
para tomar venganza; que nunca pueda volver a
pintar el asta de la bandera.

MOROSO.- Buen señor, en mi ira, me he olvidado, de


quién soy.

TRUEWIT.- O que no encuentre fabricante de peines


que le haga crédito.

MOROSO.- No más, señor.


(108)
TRUEWIT.- o que habiendo roto su espejo de
desesperación, caiga en otra más grande no
pudiendo comprar. . .

MOROSO.- No más, os lo ruego.

TRUEWIT.- O que no encuentre clientes que no sean


deshollinadores.

MOROSO.- Señor...

TRUEWIT.- O que, por casualidad, corte el cuello a un


carbonero con la navaja de afeitar y lo cuelguen.
MOROSO.- Lo perdonaré por no seguir oyéndoos. Os
suplico, señor.

(Entran Daw, precediendo a Lady Haughty, Lady


Centauro, Señora Dol Mavis y Trusty)

DAW.- Por aquí, señora.

MOROSO.- ¡Oh, el mar irrumpe sobre mí! ¡Otro


diluvio! ¡Una inundación! ¡Me aplastará el ruido!
¡Ya lo siento batir en mis orillas! ¡Siento dentro
de mí un terremoto!

DAW.- ¡Albricias, dueña mia!

MOROSO.- ¡También tiene siervos!

DAW.- He traído algunas damas para que os vean y os


conozcan. Milady Haughty. (Según va
presentándolas, Epicena las besa) Milady
Centauro, la señora Dol Mavis... la señora Trusty,
dueña de milady Haughty... ¿Dónde está vuestro
marido? Permitid que lo veamos. ¿No puede
soportar el ruido? Dejad que me acerque a él.

MOROSO.- ¡Valiente anunciador!


(109)
TRUEWIT.- Señor, os presento a sir John Daw, siervo
de vuestra esposa.

MOROSO.- ¡Daw, y siervo suyo! ¡Estaba escrito!


¡Infeliz de mí con tales siervos de ella! (Se
dispone a retirarse)

TRUEWIT.- Señor, debéis besar a las señoras; no


podéis retiraras ahora; se acercan para saludaros.

LADY HAUGHTY.- Pero, señor Moroso, ¿es posible


que queráis robarnos así un matrimonio, en medio
de tantos amigos y que no queráis ni saludarnos?
Ea, os daré un beso a pesar de mi justa querella.
¿Me dais licencia, señora, para usar de tal
familiaridad con vuestro marido?

EPICENA.- Vuestra señoría me honra con ello,


demostrándome que es tan digno de vuestro favor;
así como a él y a mí nos habéis hecho la gracia de
visitarnos, estando tan poco preparados para
recibiros.
MOROSO.- ¡Cumplimientos! ¡Cumplimientos!

EPICENA.- Mas haré recaer la culpa y la carga sobre


mi siervo aquí presente.

LADY HAUGHTY.- No será menester; señora; todos


tomaremos nuestra parte, antes de consentir en
que sufra uno solo.

MOROSO.- Ya lo sé. Y le enseñaréis vuestra ciencia si


la dejo aprenderla. (Se va a un lado, mientras
todos los demás hablan unos con otros)

LADY HAUGHTY.- ¿Ésta es la mujer silenciosa?

LADY CENTAURO.- Sí; dice Truewit que ha


encontrado la palabra en cuanto se ha casado.
(110)
LADY HAUGHTY.- ¡Ah, señor Truewit, os saludo!
¿Qué especie de criatura es la novia? Parece que
habla.

TRUEWIT.- Si, señora, creedlo, es una dama gentil de


comportamiento muy estricto y de buena raza.

LADY HAUGHTY.- ¡Y Jack Daw nos dijo que no


sabía hablar!

TRUEWIT.- Fue un plan que tramó, señora, sir Delfín


para ponerla en contacto con este viejo, que es su
tío, y en el cual le ayudamos unos cuantos
amigos; pero es mujer de gran compostura, y de
lengua e ingenio extremadamente felices. Esta
noche la veréis burlarse de Daw.

LADY HAUGHTY.- ¡Y él que nos trajo para que nos


riésemos de ella!

TRUEWIT.- Sucede a menudo, señora, que el que


piensa ser el gran ingenio es el gran necio.
Aseguro a vuestras señorías que no podrán reírse
de ella.

LADY HAUGHTY.- No. La haremos venir a nuestro


Colegio. Y si tiene ingenio, será una de las
nuestras, ¿no es así Centauro?
LADY CENTAURO.- Sí, a fe, señora, y haremos de
ella una dama colegiada, y Mavis y ella
sostendrán una discusión.

TRUEWIT.- Creedme, señora, la señora Mavis se


pondrá de su parte.

SEÑORA MAVIS.- Eso os lo diré cuando haya hablado


con ella para ponerla a prueba.

LADY HAUGHTY.- Trátala con mucha cortesía,


Mavis.
(111)
SEÑORA MAVIS.- Así lo haré, señora. (Le habla al
oído)

MOROSO.- (aparte) ¡Minuto bendito! ¡Si pudieran


hablar siempre en voz baja!

TRUEWIT.- Entretanto, señora, ¿no querríais ayudarme


a molestarlo un poco? Ya sabéis su dolencia,
habladle de las ceremonias de la boda, o
preguntadle si no os va a regalar guantes como es
costumbre, o...

LADY HAUGHTY.- Dejadlo por mi cuenta. Centauro,


ayúdame. Señor, recién casado, ¿dónde estáis?

MOROSO.- (aparte) ¡Ay, era demasiado


milagrosamente bueno para durar!

LADY HAUGHTY.- Aquí no se ven señales de boda;


no hay ni asomos de fiesta para la novia. ¿Dónde
están nuestros chales y nuestros guantes? Os
ruego que nos los deis. Al menos, hacednos saber
cuáles son vuestros colores y los de la novia.

LADY CENTAURO.- ¡Ay, señora! No ha preparado


nada.

MOROSO.- Si hubiese conocido al pintor de vuestra


señoría, le hubiera encargado la decoración.

LADY HAUGHTY.- ¡Buena respuesta, a fe mía,


Centauro! Pero escuchad, señor Moroso. Un
chiste no os absuelve así como así. Vos habéis
mamado la leche de la Corte y luego os han criado
con sus más fuertes manjares y vinos; habéis sido
un cortesano desde la punta del pie a la punta del
cabello, pudiéramos decir, ¡cómo es posible que
faltéis en punto tan alto de etiqueta, y despojéis
vuestras nupcias de toda muestra de solemnidad!
¡Cuánta vajilla de plata habéis perdido hoy
(mirando siquiera a vuestro provecho), cuántos
regalos, cuántos amigos por esta rusticidad!
(112)
MOROSO.- ¡Señora!

LADY HAUGHTY.- Perdonad, señor; estoy en el deber


de insinuaras vuestros errores. ¿No hay guantes?
¿No hay ligas? ¿No hay chales? ¿No hay
epitalamio? ¿No hay disfraces?

DAW.- Si, señora. El epitalamio lo compondré yo. Se lo


prometo a mi señora. Ya le tengo empezado.
¿Quiere oírle vuestra señoría?

LADY HAUGHTY.- Si, buen Jack Daw.

MOROSO.- ¿Os place, milady, mandar que os


dispongan una habitación para retiraras a solas
con vuestro amigo? Podéis elegir la que más os
agrade. Toda mi casa es vuestra. Sé cuál fue en
otros tiempos vuestro oficio en la City, aunque
ahora por desdicha vuestra os hayan encaminado
hacia mí; mas no quisiera romper ninguna de las
honrosísimas costumbres de vuestra señoría. Por
consiguiente, amable señora...

EPICENA.- Sois un novio muy mal criado atreviéndoos


a
hablar de ese modo a honorables señoras...

CENTAURO.- Si, es un novio harto grosero.

TRUEWIT.- Merecéis que os injerten, y que del injerto


os nazcan tales cuernos que alcancen de un cabo
al otro de esta isla. No toméis a mal lo que os
digo, señor. No llevan mis palabras la menor
malicia contra vos; hablo sólo para dar un poco de
ánimo a las damas.

MOROSO.- ¿Debo entender, señoras, que éste es


vuestro matón?

TRUEWIT.- Así Dios me ayude; si pronuncias una


palabra más, me llevo a la novia y os hago beber
una copa muy amarga. ¿Lo entendéis? Ea, daos
cuenta de que estáis entre amigos y acoged a los
que os quieren bien.
(113)
(Entra Clerimont seguido por unos cuantos músicos)

CLERIMONT.- Con vuestra licencia, señoras. ¿Deseáis


un poco de música? Os he traído una variedad de
ruidos. (Aparte a los músicos que empiezan a
tocar todos a un tiempo) Tocad todos, señores.

MOROSO.- ¡Oh, qué conspiración, qué conspiración,


qué conspiración, qué conspiración contra mí!
¡Hoy soy el yunque sobre el que todos martillan, y
han de hacerme pedazos! Esto es peor que el ruido
de una sierra.

CLERIMONT.- ¡No, son pelos, resina y tripas! Puedo


daros la receta.

TRUEWIT.- ¡Silencio, muchachos!

CLERIMONT.- ¡Seguid tocando, os digo!

TRUEWIT.- ¡Silencio, truhanes! Ahora veis quién es


vuestro amigo, señor. Tomad aliento, adoptad la
resolución de un mártir. Burlad con vuestra
paciencia todos sus intentos. No es mas que un
día, y yo, si fuera vos, lo sufriría heroicamente.
¿Es que un asno habría de ganarme en fortaleza?
No. Traicionáis vuestra flaqueza con vuestras
colgantes orejas y dais ocasión a que os insulten.
Sufrid con valor y constancia. (Atraviesa la
escena La- Foole en atuendo de maestresala,
seguido por otros criados cargados con fuentes y
seguidos por la señora Otter) Ved señor, qué
inesperado honor os hace vuestro sobrino. Aquí
viene una comida de bodas, precedida por un
caballero-maestresala para mayor solemnidad. Y
la amable señora Otter, vuestra vecina, a la cola.

MOROSO.- ¡Ha venido esa Gorgona, esa Medusa!


¡Escondedme, escondedme!
(114)
TRUEWIT.- Os garantizo, señor, que no ha de
convertiros en piedra. Tened valor para mirarla.
Servíos, habladla y conducid al comedor a
vuestros huéspedes. ¡No! Señora novia ¿queréis
hacer honor a las señoras? Vuestro esposo está
aquí avergonzado.
EPICENA.- ¿Se dignará, su señoría, pasar al comedor?

LADY HAUGHTY.- Con el beneficio de vuestra


compañía, señora.

EPICENA.- Siervo mío, cumplid vuestro deber.

DAW.- Honradísimo de que queráis mandarme, dueña


mía.

LADY CENTAURO.- Mavis, ¿os place su ingenio?

SEÑORA MAVIS.- Absolutamente bien. Muy


lindamente.

SEÑORA OTTER.- Éste es mi lugar.

SEÑORA MAVIS.- Me perdonaréis, señora Otter.

SEÑORA OTTER.- Soy dama colegiada.

SEÑORA MAVIS.- Pero no para ir a la mesa.

SEÑORA OTTER.- Pues tengo derecho.

SEÑORA MAVIS.- Eso lo discutiremos dentro. (Salen


las señoras)

CLERIMONT.- Me gustaría que esto hubiese durado


un poco más.

TRUEWIT.- Y que hubiesen mandado a buscar los


heraldos.
(Entra el Capitán Otter) ¡Capitán Otter!, ¿qué
nuevas?

OTTER.- He traído mi toro, mi oso y mi caballo a


escondidas, y ahí fuera están el tambor y las
trompetas para celebrar los brindis.
(115)
(El tambor y las trompetas suenan dentro)

MOROSO.- ¡Oh, oh, oh!

OTTER.- ¡Y sonarán cada vez que alcemos nuestras


copas, en honor de los valientes bretones que
somos, a fe mía! (Suenan otra vez)
MOROSO.- ¡Oh, oh, oh! (Sale de prisa)

TODOS.- ¡Adelante, adelante, adelante! (Salen todos


aprisa)
(116)

Acto cuarto

Escena primera

Sala en casa de Moroso. (Entran Truewit y Clerimont)

TRUEWIT.- ¿Hubo nunca novio más atormentado? ¿Ni


novio ni hombre?

CLERIMONT.- No he leído nada semejante en las


crónicas del reino.

TRUEWIT.- De seguro, después de todo este


purgatorio, no puede menos de ir a un lugar de
descanso.

CLERIMONT.- Me figuro que puede contar con ello.

TRUEWIT.- El escupir, el toser, la risa, los estornudos,


los eructos, el baile, el ruido de la música, y el
masculino y alto mando de la novia sobre toda la
servidumbre, deben hacerle pensar que se ha
casado con una furia.

CLERIMONT.- y representa su papel con bizarría.

TRUEWIT.- Si, aprovecha cuantas ocasiones de hablar


se le ofrecen; está a la altura de las circunstancias.

CLERIMONT.- ¡Y qué en serio se esfuerza Delfín por


convencerlo de que no tiene nada que ver en la
conspiración!

TRUEWIT.- Y casi ha logrado que le crea. Aquí viene.


(Entra sir Delfín) ¿Dónde está ahora? ¿Qué ha
sido de él, Delfín?

DELFÍN.- ¡Oh, sostenedme un poco o me desmayo de


risa! Se ha encaperuzado con todo su nido de
gorros de dormir, y se ha encerrado en el sobrado
de la casa, lo más alto que ha podido subir para
huir del ruido. He mirado por una rendija y lo he
visto cabalgando sobre el cruce de dos vigas del
techo como en el caballo de palo del
guarnicionero en Fleet Street, y allí, erguido,
piensa dormir.
(117)
CLERIMONT.- Mas ¿dónde están las colegiadas?

DELFÍN.- Se han encerrado con la novia.

TRUEWIT.- ¡Oh, la están instruyendo en la gramática


del Colegio! Si les cae en gracia, la harán
partícipe de todos sus secretos inmediatamente.

CLERIMONT.- Paréceme muy bien lady Haughty, a


pesar de lo que te dije en contra suya esta mañana.
Pienso volver contigo a tu casa.

TRUEWIT.- Créelo. Te dije la verdad. Las mujeres


deben remediar con afeites los daños que el
tiempo y los años han hecho en sus facciones.
Mujer inteligente, en cuanto reconoce en sí misma
el menor defecto, debe poner cuidado en
ocultarlo; y hace muy bien. Si es bajita, le
conviene estar casi siempre sentada, por temor a
que si está en pie crean que se sentó. Si tiene los
pies feos, ha de llevar la falda larga y el calzado
finísimo. Si tiene las manos gruesas, absténgase
de trinchar y lleve siempre guantes. Si el aliento
agrio, no hable nunca deprisa y siempre a
distancia. Si los dientes negros y estropeados, sea
parca en la risa especialmente si abre mucho la
boca al reír.

CLERIMONT.- Sí, porque hay mujeres que cuando.


ríen parece que relinchan.

TRUEWIT.- Y hay otras que andan estirando el


pescuezo como un avestruz y dando largos pasos.
Eso sí que no puedo sufrirlo. Agrádame la medida
en los pasos y el compás de la voz; hay gentilezas
que a veces atraen no menos que el rostro.
(118)
DELFÍN.- ¿Cómo puedes estudiarlas con tal exactitud?
Quisiera que me dieses lecciones.

TRUEWIT.- Si, pero debes renunciar a encerrarte en tu


cuarto un mes entero, embelesado en leer Amadís
de Gaula o Don Quijote como acostumbras. Y
venir a lugares donde abunda el material de
estudio, a la Corte, a las justas y torneos, a los
espectáculos públicos y a los banquetes, a las
comedias, a la iglesia de vez en cuando; allí
vienen a lucir sus nuevos atavíos, a ver y a ser
vistas. En tales lugares, un hombre puede
encontrar a quién amar y con quién jugar, a cuál
tocar una sola vez, con quién prenderse para
siempre. La variedad detiene su juicio. Una buena
moza para agradar a un hombre, no cae del techo
mientras él está tumbado panza arriba;
zanganeando con una pipa de tabaco. Es preciso ir
a buscarla donde está.

DELFÍN.- Si, Y no acercarse nunca demasiado.

TRUEWIT.- ¡Calla, hereje! Tu desconfianza hará que


no se te acerque nunca ninguna.

CLERIMONT.- Te dice la verdad.

DELFIN.- ¿Por qué?

TRUEWIT.- Un hombre, sin duda ninguna, siempre


puede vencer a una mujer. Piensa que has de
ganar y ganarás; porque aunque niegan, su deseo
es ser tentadas. La misma Penélope no pudo
resistir mucho tiempo. Ostende, ya lo has visto,
acabó por rendirse. Hay que perseverar y aferrarse
al propósito. Ellas bien quisieran solicitarnos, mas
no se atreven. Sin embargo, en su corazón está el
deseo de que nosotros nos atrevamos. Elógialas,
lisonjéalas, nunca te ha de faltar elocuencia ni
ellas han de dejar de creerte; hasta la más casta se
deleita en sentirse un poco forzada. Con las
lisonjas has de mezclar también algunos besos; si
los aceptan una vez, seguirán aceptándolos, y por
mucho que luchen, caerán vencidas.
(119)
CLERIMONT.- ¡Oh, pero un hombre debe cuidar de no
recurrir a la fuerza!

TRUEWIT.- Para ellas es violencia aceptable y la


mayor parte de las veces ocupa el lugar de la
mayor cortesía. Aquella a quien pudiste forzar y a
quien dejas marchar sin tocarla, aunque te dé las
gracias, te odiará desde entonces para siempre: y
alegre en el rostro, seguramente está triste en el
corazón.
CLERIMONT.- Mas todas las mujeres no se pueden
tomar del mismo modo.

TRUEWIT.- Eso es verdad. Ni todos los pájaros, ni


todos los peces. Si pareces sabihondo a una moza
ignorante, o jocundo a una melancólica o
ingenioso a una necia, inmediatamente empieza a
desconfiar de sí misma. Tienes que acercarte a
ella desde su propia altura, en su propia línea,
pues lo contrario hace que muchas que temen
fiarse de hombres nobles y dignos se echen en
brazos de un granuja. Si le agrada el ingenio, dale
versos, aunque los tomes prestados de un amigo o
los compres si no hay otro remedio. . Si le agrada
el valor, habla de tu espada, y menciona
frecuentemente tus querellas aunque no seas
aficionado a batirte. Si la actividad, que te vea a
menudo hecho un salvaje o saltando bancos para
fortalecerse. Si es aficionada a las buenas ropas y
al adorno, ten todas las mañanas consejo de
gabinete con tu sastre francés, tu barbero, tu
carnicero, etcétera. Que tus polvos, tu espejo y tu
peine sean tus relaciones más queridas. Ten más
cuidado del adorno de tu cabeza que de su
seguridad; y prefiere que se trastorne el imperio a
que se altere uno solo de tus cabellos. Eso la
seducirá. Si es codiciosa y avarienta, promete
mucho y da muy poco; así le conservarás el
apetito. Aparenta que vas a dar, mas sé como
campo estéril que rinde poco; o como un dado sin
suerte en manos de jugadores, necios. Que tus
regalos sean leves y lindos más bien que
preciosos. Que la ingeniosidad esté por encima
del costo. Regala cerezas o albaricoques, cuando
están abundantes, y di que te los han enviado del
campo aunque los hayas comprado en Cheapside.
Admira su atavío. Que te guste vista como quiera;
en cada traje, compárala a cualquier deidad;
inventa excelentes sueños y adivinanzas para
halagarla. Si es orgullosa, representa siempre
junto a ella el segundo papel; ama lo que ama ella,
elogia lo que ella elogia, no olvides poner de tu
parte a toda su casa y sus criados, y salúdalos a
todos por sus nombres (esto cuesta poco, si así
puedes comprarlos), y pensiona a su médico y a
su dueña principal. Tampoco estará mal que a ésta
le hagas un tanto el amor, de modo que siga en el
placer a su señora y no sea simple introductora.
Evita toda murmuración, si es parte interesada en
el crimen.
(120)
DELFÍN.- ¿En qué regazo de cortesana te quedaste
dormido, para llegar a ser tan sutil y avezado
cortejador?

TRUEWIT.- Ganas me dan, a fe, de preguntarte a ti, ya


que tanto te interesan tales misterios. Empiezo a
sospechar de tu diligencia. Habla. ¿Estás
enamorado en serio?

DELFÍN.- Sí, lo estoy. ¿Cómo podría ocultártelo a ti?

TRUEWIT.- Sepamos de cuál de ellas.

DELFÍN.- De todas las damas colegiadas.

CLERIMONT.- ¡Dios nos ampare! ¡Qué garañón!.


Tendremos que alojarte en la cuadra.

TRUEWIT.- Nada de eso. Así me gusta. Un hombre


debe amar cuerdamente, es decir, a todas las
mujeres; a una por el rostro, para dar gusto a la
vista; a otra por la piel, para agradar al tacto; a la
tercera, por la voz para lisonjear el oído; y cuando
los objetos se juntan, júntense también los
sentidos. ¿Te parecerá extraño si consigo que se
enamoren todas de ti, antes de que llegue la
noche?
(121)
DELFÍN.- Me parecerá que tienes el mejor de los
filtros, y que sabes más que Medea o el doctor
Foreman.

TRUEWIT.- Si no lo logro, que tenga que meterme a


saltimbanqui de por vida, para ganar la carne, y a
rufián para ganar el vino.

DELFÍN.- Así sea.

(Entra Otter con sus tres copas acompañado por Daw y


La-Foole)

OTTER.- ¡Oh, señores, gran suerte hemos tenido yo y


mis caballeros en hallaros aquí!

CLERIMONT.- ¿En qué podemos serviros, señor


capitán?
OTTER.- En presenciar la lucha entre mi toro, mi oso y
mi caballo.

DAW.- Sí, por cierto; el capitán desea que seamos sus


perros para animarlo.

DELFÍN.- Buen empleo.

TRUEWIT.- Muy bien. Presenciaremos la carrera.

LA-FOOLE.- Temo que si viene mi prima, se ofenda.

OTTER.- No temáis nada. Caballeros, he colocado en


sus puestos al tambor y a los trompeteros, y a uno
que les dará la señal cuando estéis listos. Aquí
está mi toro para mí, mi oso para sir John Daw y
mi caballo para sir Amoroso. Ahora, poneos vos a
mi lado, vos al lado suyo, y…
(122)
LA-FOOLE.- Quiera Dios que no venga mi prima.

OTTER.- San Jorge y San Andrés no temen a prima


ninguna. ¡Ea, sonad, sonad tambor y trompetas!
(Suenan el tambor y las trompetas) El rauco
strepuerunt cornua cantu. (Beben los tres)

TRUEWIT.- ¡Bien dicho, capitán! A fe mía, lucha bien


el toro.

CLERIMONT.- Apostamos por el oso.

TRUEWIT.- ¡Abajo! ¡Abajo, capitán!

DELFÍN.- ¡Oh! El caballo ya ha dado una coz a su


perro.

LA-FOOLE.- A fe de caballero, no puedo seguir


bebiendo.

TRUEWIT.- ¿Cómo es eso? Que alguien lo espolee.

LA-FOOLE.- Es contra mi conciencia. Mi prima se


enojará.

DAW.- Yo acabé con lo mío.

TRUEWIT.- Habéis luchado alta y bellamente, sir John.


CLERIMONT.- A la cabeza.

DELFÍN.- Como un oso excelente.

CLERIMONT.- Espero que no os enojéis por nuestras


bromas.

DAW.- En modo alguno. Ya veis que estamos


divirtiéndonos.
(123)
OTTER.- Sir Amoroso, no hay que andar con
equívocos. Debéis beberlo todo sin pensar en mi
prima.

CLERIMONT.- Pardiez, si no bebéis pensarán que


estáis ofendido por algo: echaréis a perder toda la
diversión.

LA-FOOLE.- No será. Beberé primero y hablaré


después.

OTTER.- Levantad al caballo que se ha caído, sir


Amoroso. No le tengáis miedo a prima ninguna.
Jacta est alea.

TRUEWIT.- Ahora ya está en vena, y se atreve a todo.


En cuanto se le nombre a su mujer, empezará a
hablar mal de ella desesperadamente.

CLERIMONT.- Nombrádsela.

TRUEWIT.- Nombrádsela vosotros, y yo iré a buscarla


para que lo oiga. (Sale)

DELFÍN.- Capitán Otter... la señora Otter viene hacia


aquí... vuestra esposa, señor.

OTTER.- ¡Esposa! ¡Fú! ¡Titivilitium! No existe cosa tal


en la naturaleza. Confieso, caballeros, que tengo
una cocinera, una lavandera, una criada de servir
que atiende a mis necesidades, y que lleva ese
título; mas asno ha de ser el que ata sus afectos a
un solo círculo. ¡Sólo el nombre de esposa quita el
apetito! Ea, volved a llenar las copas; otro turno.
(Vuelve a llenar las copas) Las esposas son
animales dañinos, asquerosos.

DELFÍN.- ¡Oh, capitán!


OTTER.- Más desnudas que la misma tierra, tribus
verbis...¿Dónde está Truewit?

DELFÍN.- Se ha escabullido, señor.


(124)
CLERIMONT.- Mas debéis seguir bebiendo y
divirtiéndoos.

DAW.- Sí, dame mi copa.

LA-FOOLE.- Y a mí, la mía.

DAW.- ¡Alegrémonos!

LA-FOOLE.- Tanto como os plazca.

OTTER- De acuerdo. Ahora, vos tendréis el oso, primo


mío, y sir John Daw el caballo, y yo seguiré con
el toro. ¡Tocad, Tritones del Támesis! (El tambor
y las trompetas vuelven a sonar) Nunc est
bibendum, nunc pede libero...

MOROSO.- (desde arriba) ¡Villanos, asesinos, hijos de


la tierra, traidores, ¿qué estáis haciendo ahí?

CLERIMONT.- ¡Oh! Ahora que las trompetas le han


despertado, tendremos su compañía.

OTTER.- Una esposa es un vil zapato viejo, un objeto


maléfico, una osezna nacida antes de tiempo, sin
buenos modales ni crianza, mala bestia.

(Entran sin ser vistos Truewit y la señora Otter)

DELFÍN.- Siendo así, ¿cómo os casasteis, capitán?

OTTER.- ¡Viruelas me coman! ¡Yo me casé con seis


mil libras! ¡De ellas me enamoré! No he dado un
beso a mi Furia hace cuarenta semanas.

CLERIMONT.- Cosa muy censurable, capitán.

TRUEWIT.- No, señora Otter, oidle primero.

OTTER.- Tiene un aliento peor que el de mi abuela,


profecto.
(125)
SEÑORA OTTER.- ¡Oh, traidor, embustero! Besadme,
gentil señor Truewit, y demostrad que es un
malvado calumniador.

TRUEWIT.- Prefiero creeros, señora.

OTTER.- Y lleva una peluca que parece una libra de


cáñamo retorcida en cordeles para atar zapatos.

SEÑORA OTTER.- ¡Oh, víbora, mandrágora!

OTTER.- ¡Oh, rostro espantable! Yeso que me gasta


cuarenta libras al año en mercurio y huesos de
cerdo. Todos sus dientes están hechos en
Blackfriars, sus cejas en el Strand y su cabello en
Silver Street. A cada parte de la ciudad, le debe un
pedazo.

SEÑORA OTTER.- (lanzándose hacia él) ¡No puedo


contenerme!

OTTER.- Se desarma antes de irse a la cama, y guarda


las piezas en veinte cajas; y hacia el mediodía del
día siguiente, se vuelve a armar como reloj
tudesco; y así va por toda la casa, sonando un
odioso toque de alarma, y luego, se calla durante
una hora, pero da los cuartos. ¿Me dais la razón,
caballeros?

SEÑORA OTTER.- La razón os la voy a dar yo con


mis cuartos, con mis cuartos. (Le pega)

OTTER.- ¡Deteneos, gentil princesa!

TRUEWIT.- ¡Fuerte, fuerte! (El tambor y las trompetas


rompen a tocar)

CLERIMONT.- ¡Batalla, batalla!

SEÑORA OTTER.- ¡Repugnante guardador de osos,


decid si me huele mal el aliento!
(126)
OTTER.- Salvo vuestro mejor parecer, amada princesa.
Caballeros, vigilad a mi oso y mi caballo

SEÑORA OTTER… ¿No tengo dientes? ¿No tengo


cejas? ¡Repítelo , bulldog!

TRUEWIT.- ¡Volved a tocar! ¡Volved a tocar!


(Tambor y trompetas vuelven a sonar)

OTTER.- Si, protesto, salvo vuestro mejor parecer

SEÑORA OTTER.- Ahora protestáis, porque os


zurran; pero, antes de zurraros, no protestabais,
señor mío. ¡Eres un judas que se presta a
traicionar a su princesa! Tengo que hacer un
ejemplo contigo. (Le pega)

(Entra Moroso con su larga espada)

MOROSO.- ¡Señora Otter, no tolero semejantes


ejemplos en mi casa!

SEÑORA OTTER.- ¡Ay! (La señora Otter, Daw y La-


Foole echan a correr)

MOROSO.- Señora Mary Ambree, vuestros ejemplos


son peligrosos... ¡Granujas, perros del infierno,
estentores! ¡Fuera de mi casa, hijos del ruido y del
tumulto, engendrados en un funesto día de mayo
cuando la galera del Lord Mayor va flotando
hacia Westminster! (Echa a los músicos) Sólo en
días tales se concibe un trompetero.

DELFÍN.- ¿Qué os duele, señor?

MOROSO.- Han deshecho el tejado, las paredes y las


ventanas con sus gargantas de cobre. (Sale)

TRUEWIT.- Más valdrá que le sigas, Delfín


(127)
DELFÍN.- Eso haré. (Sale)

CLERIMONT.- ¿Dónde están Daw y La-Foole?

OTTER.- Ambos han echado a correr. Buenos


caballeros, ayudadme a pacificar a mi princesa y
rogad a las damas que intercedan por mí. Ahora
tendré que irme a dormir con los osos una
quincena entera, y no aparecer hasta que haga las
paces, después del enojo que ha tomado. ¿No veis
mi cabeza de toro, caballeros?

CLERIMONT.- ¿No la lleváis puesta, capitán?


TRUEWIT.- No; mas después de lo acaecido, bien
pudiera hacerse una nueva.

OTTER.- ¡Oh, aquí está! Y venid a buscarme,


caballeros, preguntad por Tom Oter en Ratcliff, y
allí celebraremos otra lucha para consolarnos de
estos desastres. Aún queda bona spes. (Sale)

TRUEWIT.- Sí, capitán, marchaos mientras aún os


tenéis en pie.

CLERIMONT.- Celebro vernos libres de él.

TRUEWIT.- No hubiéramos podido quitárnoslo de


encima, si no hubiéramos traído a su mujer. Su
humor es tan tedioso al fin como risible al
comienzo. (Salen)

Escena segunda

Galería baja y abierta en la misma casa.


(Entran Lady Haughty, la señora Otter, la señora
Mavis, Daw, La-Foole, Lady Centauro y Epicena)

LADY HAUGHTY.- Preguntándonos estábamos por


qué gritabais de ese modo, señora Otter.
(128)
SEÑORA OTTER.- ¡Ay, señora, salió con un gran
espad6n desenvainado en ambas manos, y tenía
tan feroz aspecto! De seguro ha perdido el juicio.

SEÑORA MAVIS.- Pero vos ¿qué hacíais allí, señora


Otter?

SEÑORA OTTER.- ¡Ay, señora Mavis, estaba


castigando a mi súbdito, y no se me ocurri6 que
pudiese llegar el otro!

DAW.- Dueña mía, eso mismo debéis hacer vos:


aprended a castigar. La señora Otter corrige a su
marido de tal modo que él no se atreve a hablar,
salvo su parecer.

LA-FOOLE.- y sombrero en mano; debierais verlo para


aprender.

LADY HAUGHTY.- Lo digo con tristeza, pero es un


consejo bueno y maduro; ponedlo en práctica,
Moroso. De aquí en adelante te llamaré Moroso,
lo mismo que llamo a estas dos Centauro y Mavis.
Seremos cuatro en una.

LADY CENTAURO.- ¡Y vendréis al Colegio y viviréis


con nosotras!

LADY HAUGHTY.- Hazle sudar leche y miel.

SEÑORA MAVIS.- Aprende a dominarlo desde el


principio, y le dominarás siempre.

LADY CENTAURO.- Oblígale a que te compre coche


y cuatro caballos, a que te ponga dueña, doncella,
paje, caballero introductor, cocinero francés, y
cuatro lacayos.

LADY HAUGHTY.- Y vendrás con nosotras a Bedlam,


a las tiendas de China y a la Bolsa.

LADY CENTAURO.- Esto os abrirá las puertas de la


fama.
(129)
LADY HAUGHTY.- Aquí está Centauro que se ha
inmortalizado domando al salvaje de su marido.

SEÑORA MAVIS.- Sí, ha hecho el milagro del siglo.

(Entran Clerimont y Truewit)

EPICENA.- Mas, señoras mías, ¿os parece que es moral


tener tal pluralidad de servidores, y concederles
favores a todos?

LADY HAUGHTY.- ¿Por qué no? ¿Por qué habrían las


mujeres de negar sus favores a los hombres? ¿Se
empobrecen por ello o se desmejoran?

DAW.- Señoras, ¿pierde el Támesis algo de su grandeza


por el agua que da a los tintoreros?

LA-FOOLE.- ¿O disminuye una antorcha por consentir


que en ella se enciendan otras?

TRUEWIT.- Bien dicho, La-Foole. ¡Qué idea tan


nueva!

LADY CENTAURO.- Los temores que sienten las


mujeres son escrúpulos vanos.
LADY HAUGHTY.- Además, las mujeres no deben
olvidar que la vejez llega, así es que no hay que
dejar correr el tiempo sin darle su debido empleo.
Nuestros mejores días son los primeros que pasan.

SEÑORA MAVIS.- Somos ríos que no vuelven atrás,


señora; las que hoy apartan a sus amadores,
vivirán para yacer, vejestorios olvidados en un
helado lecho.

LADY CENTAURO.- Es verdad, Mavis. Y entonces,


¿quién pensará en llevarnos en coche, quién nos
escribirá, quién nos contará las noticias, quién
hará anagramas con nuestros nombres, o nos
invitará a las riñas de gallos, y nos besará las
manos durante toda la comedia, y desenvainará
sus armas para defender nuestro honor?
(130)
LADY HAUGHTY.- Nadie.

DAW.- Mi dueña, no es absolutamente ignorante en


tales materias. Presente está alguien que ha
podido gustar sus favores.

CLERIMONT.- ¡C6mo relincha este caballo de palo!

EPICENA.- Pero no con intención de que os pudierais


jactar de ello, siervo... ¿Y acaso no tenéis,
señoras, recetas excelentes para evitaros el tener
niños?

LADY HAUGHTY.- ¡Oh, sí! ¿Cómo de otro modo


podríamos conservar nuestra hermosura y nuestra
juventud? Los muchos partos hacen a una mujer
vieja, como las muchas cosechas hacen a una
tierra estéril.

(Entran Moroso y Delfín)

MOROSO.- ¡Oh, ángel maldito que me trajo con sus


consejos a este mal sino!

DELFÍN.- ¿Por qué, señor?

MOROSO.- ¡Que me haya dejado seducir tan


neciamente por un demonio en forma de barbero!
DELFÍN.- Ojalá, señor, hubierais tomado consejo de
más gentes; jamás debisteis haberos confiado
por completo a tal ministro.
(131)
MOROSO.- ¡Ay, sobrino! Ojalá pudiese remediar mi
error perdiendo un ojo, una mano o cualquier otro
miembro.

DELFÍN.- ¡Oh, tío, Dios no quiera que vayáis a


mutilaros para enojar a vuestra esposa!

MOROSO.- ¡Lo haría si pudiera librarme de ella! Y


además haría penitencia sepererogatoria en lo alto
de un campanario, en Westminster-Hall, en el
patio de la riña de gallos, en la caza de un venado,
encargando barcos en el muelle de la Torre...
¿Qué sitio peor hay? El puente de Londres, el
Jardín de París, Billinsgate en las horas en que
hacen más ruido y escándalo. Sí, escucharía toda
una comedia sin moverme de un asiento, aunque
fuera de las que no consisten sino en batallas
navales, tambores, clarines y tiros al blanco.

DELFÍN.- Espero que no sea menester tanto, señor.


Tened paciencia. Esto no es más que un día, y
pronto se pasa.

MOROSO.- ¡Ay, será para siempre, sobrino, lo preveo!


Contiendas y tumulto son el patrimonio que viene
con una mujer.

TRUEWIT.- Os lo dije, señor, y no quisisteis creerme.

MOROSO.- No abráis esas heridas, señor, para que


vuelvan a manar sangre, fue negligencia mía. No
añadáis aflicción a la aflicción. Me he dado cuenta
del efecto, demasiado tarde, observando a la
señora Otter.

EPICENA.- ¿Cómo estáis, señor?

MOROSO.- ¿Oísteis jamás pregunta más innecesaria?


¡Cómo si no lo estuviese viendo! Estoy como me
veis, emperatriz, emperatriz!

EPICENA.- No estáis bien, señor. Parecéis muy


enfermo; algo os ha alterado.
MOROSO.- ¡Oh, horribles, monstruosas
impertinencias! ¿No hubiera bastado con una,
señor? ¿No habría bastado con una?
(132)
TRUEWIT.- Si, señor; pero ésas son señales de bondad
femenina, señor, prendas ciertas de que tiene voz.

MOROSO.- ¡Ah, es eso! ¡Con tal de que no sea otra


cosa! ¿Qué decís?

EPICENA.- ¿Cómo os sentís, señor?

MOROSO.- ¿Vuelta a empezar?


Escuchadme, señor. Deberíais hacer las paces con
vuestra mujer, mediante condiciones
inconmovibles: su silencio.

EPICENA.- Señor, dicen que habéis perdido el juicio.

MOROSO.- No por vuestro amor, os lo aseguro. (A


Truewit) ¿Lo estáis viendo?

EPICENA.- ¡Ay, caballeros! Sujetadle, por amor de


Dios. ¿Qué he de hacer yo? ¿Quién es su médico,
decídmelo, el que mejor conoce el estado de su
cuerpo, para que yo pueda mandar a buscarlo?
¡Buen señor mío, hablad! Si no, mandaré a buscar
a uno de mis doctores.

MOROSO.- ¿Para qué? ¿Para envenenarme, para que


muera sin testar, y os deje en posesión de todos
mis bienes?

EPICENA.- ¡Señor, qué cosas dice, y que chispas le


echan los ojos! ¡Tiene las sienes verdes! ¡Mirad
qué manchas azules le brotan!

CLERIMONT.- Sí; es melancolía.

EPICENA.- ¡Caballeros, por amor del Cielo,


aconsejadme! ¡Señoras... siervo mío, vos que
habéis leído a Plinio y a Paracelso...! ¿Ni una
palabra, nadie, para confortar a una pobre mujer?
¡Ay de mí! ¡Qué destino el mío, haberme casado
con un hombre enajenado!
(133)
DAW.- Os diré, dueña mía...
TRUEWIT.- (aparte a Clerimont) ¡Qué exquisitamente
hace su papel!

MOROSO.- ¿Qué estáis diciendo, caballeros?

EPICENA.- ¿Qué me decís, siervo mío?

DAW.- Esta enfermedad en griego se llama manía, en


latín insania, furor, vel ecstasis melancholica, esto
es, egressio, cuando un hombre ex melancholico
evadit fanaticus.

MOROSO.- ¿Es que vais a dar una conferencia sobre


mí, estando aún vivo?

DAW.- Pero aun pudiera ponerse phreneticus, dueña


mía; y phrenetis no es sino delirium o cosa así.

EPICENA.- Esto es la enfermedad, siervo mío, mas ¿y


la cura? De la dolencia, estamos seguros.

MOROSO.- Dejad que me vaya.

TRUEWIT.- Señor, le rogaremos que guarde silencio.

MOROSO.- ¡Oh, no intentéis detenerla! Es una cañería


que surte con más fuerza cuando se destapa.

LADY HAUGHTY.- Moroso, te aconsejo que le hables


un poco de teología o de filosofía moral.

LA-FOOLE.- Sí, hay un libro excelente de filosofía


moral, señora. El de Renart el Zorro y todos los
demás animales que se llama Filosofía de Doni.
(134)
LADY CENTAURO.- Sí, le hay en verdad, sir Moroso.

MOROSO.- ¡Oh, miseria!

LA-FOOLE.- Se lo he leído entero a mi prima aquí


presente.

SEÑORA OTTER.- Sí, y es uno de los mejores libros


modernos.

DAW.- Más valdría que le leyese algo de Séneca y


Plutarco; Y los demás antiguos; los modernos no
sirven para esta dolencia.
CLERIMONT.- ¡Pero, sir John, si hoy mismo
estuvisteis denigrándolos!

DAW.- Sí, en algunos casos; más en casos como éste,


son los mejores, así como la Ética de Aristóteles.

LADY HAUGHTY.- ¿Dónde está Trusty, mi dueña?


Voy a resolver esta diferencia de opiniones.
Llámala, Otter, te lo ruego. Su padre y su madre
estaban ambos locos cuando me la entregaron.

MOROSO.- Así lo creo... Ea, caballeros, estoy


domesticado. Esto no es sino un ejercicio. Una
ceremonia del matrimonio que me veo forzado a
sufrir.

LADY HAUGHTY.- Y uno de ellos, no recuerdo cuál


de los dos, se curó con el Emplasto del Hombre
Enfermo y el otro con el libro de Green, Cuatro
Peniques de Ingenio.

TRUEWIT.- ¡Cura baratísima, señora!

(Entra Trusty)

LADY HAUGHTY.- Sí, y muy hacedera.

SEÑORA OTTER.- Señora Trusty, milady os manda a


llamar, para que decidáis en una controversia.

LADY HAUGHTY.- Trusty, ¿quién me dijiste que se


había curado con el Emplasto del Hombre
Enfermo? ¿Tu padre o tu madre?

TRUSTY.- Mi madre con el Emplasto, señora.

TRUEWIT.- Siendo así ¿fue el Emplasto de la Mujer


Enferma?

TRUSTY.- y mi padre con Los Cuatro Peniques de


Ingenio. Pero se emplearon también otros medios.
Teníamos un predicador que predicaba a los
enfermos mientras estaban dormidos; y así, les
mandaba que fuesen a la iglesia a ver a una mujer
que era su médico, tres veces por semana...

EPICENA.- ¿A dormir?
TRUSTY.- Desde luego. Y todas las noches leían los
libros hasta dormirse.

EPICENA.- Me complacería saber dónde puedo


procurarme esos libros

MOROSO.- ¡Oh!

LA-FOOLE.- Uno de ellos puedo proporcionároslo yo,


señora Moroso: Los Cuatro Peniques de Ingenio.

EPICENA.- Mas ¿vaya despojaros de él, sir Amoroso?


¿Podéis prescindir de él?

LA-FOOLE.- ¡Oh, sí! Por una semana o cosa así. Yo


mismo se lo leeré a vuestro marido si así lo
deseáis.
(136)
EPICENA.- No, señor, eso debo hacerlo yo; es mi
obligación.

MOROSO.- ¡Oh, oh, oh!

EPICENA.- Si consigue dormir, de seguro le hará


mucho bien.

MOROSO.- Lo que me haría bien es que pudieras


dormirte tú. ¿No tengo un amigo que la
emborrache, o le dé un poco de láudano o de
opio?

TRUEWIT.- ¡Ay, señor! En sueños, habla mucho más.

MOROSO.- ¡Cómo!

CLERIMONT.- Señor, ¿no lo sabíais? No cesa en toda


la noche.

TRUEWIT.- Y ronca como un marsupial.

MOROSO.- ¡Oh Destino, sálvame! ¡Sálvame, Destino!


Sobrino, ¿por cuantas causas puede divorciarse un
hombre?

DELFÍN.- A decir verdad, señor, no lo sé.

TRUEWIT.- De eso deberá informaros algún


eclesiástico o algún letrado de cánones.
MOROSO.- No descansaré, no pensaré en ninguna otra
esperanza, en ningún otro consuelo hasta que lo
sepa. (Sale con Delfín)

CLERIMONT.- ¡Ay, pobre hombre!

TRUEWIT.- Si seguís así, señoras, le haréis enloquecer


de veras.
(137)
LADY HAUGHTY.- No, ahora lo dejaremos respirar
un cuarto de hora, poco más o menos.

CLERIMONT.- Larga tregua, a fe mía.

LADY HAUGHTY.- ¿Ése que ha salido con él, es su


guardián?

DAW.- Señora, es su sobrino.

LA-FOOLE.- Sir Delfín Eugenio.

LADY CENTAURO.- Parece caballero muy


lamentable...

DAW.- Muchísimo. Este matrimonio lo deja sin nada.

LA-FOOLE.- No tiene un penique en la bolsa, señora.

DAW.- Está a punto de llorar el día entero.

LA-FOOLE.- Es un verdadero tiburón; el otro día me


desvalijó jugando al "primero".

TRUEW1T.- ¡Cómo hablan esos truhanes!

CLERIMONT.- Sí, el vino de Otter les ha hinchado el


ingenio como marea de primavera.

LADY HAUGHTY.- Gentil Moroso, entremos en la


casa. Me placen muchísimo tus divanes; nos
tenderemos en ellos, y seguiremos conversando.

(Salen Lady Haughty, Lady Centauro, la señora Mavis,


Trust y, La-Foole y Daw)

EPICENA.- (siguiéndolos) Os acompañaré, señoras.

TRUEWIT.- (deteniéndola) ¡Pardiez, quiero hacerlas


callar de una vez, a ellas y a sus galanes!
Escúchame, señora novia, puesto que eres una
mujer noble, continúa ahí dentro esta
conversación sobre Delfín; mas elógialo
superlativamente; exáltalo con toda la alteza de
afecto que puedas... llevo en ello un propósito que
mucho me importa, y sólo por dar un disgusto lo
antes posible a esos dos pajarracos, Daw y su
acompañante, estoy dispuesto a reverenciarle la
vida entera.
(138)
EPICENA.- Estuve ya a punto de hacerlo. Me dolía en
el alma oírles hablar tan mal de él.

TRUEWIT.- Si inventas algo, tendrás en mí un idólatra


hasta el fin de los tiempos.

EPICENA.- ¿Queréis entrar y presenciar lo que pienso


hacer?

TRUEWIT.- No. Me quedaré aquí. Consigue que los


arrojen de la reuni6n, es todo lo que pido; lo cual
no podrá hacerse sino ensalzando a Delfín a quien
tanto han rebajado.

EPICENA.- Os lo prometo. Pronto veréis salir a uno de


ellos. (Sale)

CLERIMONT.- ¡Qué par de cernícalos, siempre


halconeando detrás de las mujeres!

TRUEWIT.- ¡Sí, Y atacando a un águila como Delfín!

CLERIMONT.- Se va a volver loco cuando se lo


contemos. Ahí viene.

(Vuelve a entrar Delfín)

CLERIMONT.- ¡Oh, señor, bienvenido!

TRUEWIT.- ¿Dónde está tu tío?


(139)
DELFÍN.- Ha echado a correr, cubierto con todos sus
gorros de noche para ir a consultar a un casuista
acerca de su divorcio. Todo marcha
admirablemente.

TRUEWIT.- Lo mismo hubieras dicho si hubieses


estado aquí. Las señoras se han reído de ti de lo
lindo, en cuanto te marchaste.
CLERIMONT.- Preguntando si eras el guardián de tu
tío.

TRUEWIT.- Y ese par de cinocéfalos respondieron que


sí; y añadieron que eres un desdichado, pobre, que
vives de hacer trampas en el juego; y no tienes
más que tres trajes, y la benevolencia con que
unos cuantos lores se dejan engañar por ti, y lo
que sacas de las apuestas.

DELFÍN.- ¡Que me muera si no los apaleo! Vaya


atarlos a los dos a los barrotes de la cama de
milady y a darles de comer carne de mono.

TRUEWIT.- No será menester. Tendrás quien les


apalee por ti. Tengo un plan que dará resultado.
Confía en mí.

DELFÍN.- ¡Sí, tienes muchos planes! ¿No tenías uno,


para conseguir que todas las mujeres se
enamoraran de mí?

TRUEWIT.- Si no lo logro antes de que llegue la


noche, y ya poco falta, si no te invita cada una de
ellas, y no está dispuesta a todo por ti, hipoteca mi
ingenio.

CLERIMONT.- Ante Dios soy testigo de que lo


lograrás, y si así no fuere, te condeno a ser su
bufón para siempre.

TRUEWIT.- De acuerdo. Tal vez el de bufón sea el


mejor estado. ¿Ves esta galería? A cada lado hay
un gabinete; aquí voy a representar una
tragicomedia tal como la de Güelfos y Gibelinos;
la de Daw y La-Foole... me apoderaré del primero
que salga... vosotros dos me serviréis de coro
detrás del tapiz y daréis golpes y hablaréis
en los entreactos... si no consigo hacer que se
callen el resto del día... o del año, fracaso... Oigo
que viene Daw. Escondeos. (Se esconden) Y no
os riáis, por amor de Dios.
(140)
(Entra Daw)

DAW.- Me pregunto por dónde se saldrá al jardín.


TRUEWIT.- ¡Oh, Jack Daw! Me place encontraros...
En buena fe os digo que no quisiera siguiese
adelante esta situación entre vosotros. Yo lo
arreglaré.

DAW.- ¿Qué cuestión? ¿Entre quiénes?

TRUEWIT.- No finjáis; entre vos y sir Amoroso. Si me


estimáis, Jack, ahora debéis hacer uso de vuestra
filosofía y entregarme vuestra espada. No estamos
en la boda de los Centauros, aunque haya aquí una
dama de ese nombre. (Le quita la espada) La
novia me pide consiga que no se derrame sangre
en sus bodas; ya visteis cómo antes me habló al
oído.

DAW.- Espero acabar de leer a Tácito, y no pienso


asesinar a nadie.

TRUEWIT.- ¿No estáis acechando a sir Amoroso?

DAW.- ¡No, por mi orden de caballería!

TRUEWIT.- ¿Y por vuestra erudición?

DAW.- También lo juro por mi erudición.

TRUEWIT.- Entonces, os devuelvo vuestra espada, y


os pido perdón; mas no la dejéis de lado, porque
os atacarán. Pensé que os habíais dado cuenta de
ello, y que salíais aquí a desafiarlo; porque tenéis
en nada vuestra vida cuando se trata de vuestro
honor.
(141)
DAW.- No. No hay tal cosa, os lo aseguro. Él y yo
acabamos de separarnos como los mejores
amigos.

TRUEWIT.- No os fiéis de su careta. Desde la comida,


lo vi cambiar de rostro. He visto a muchos
hombres dolidos por pérdidas, por muertes, por
agravios, pero jamás vi ni leí de ninguno tan
ofendido como sir Amoroso. Y la causa es que le
hayáis quitado sus huéspedes, señor, iy lo
proclama a vuestras espaldas con tales amenazas e
insultos!... Ha dicho a Delfín que sois el asno
más infame...

DAW.- Por mí que le diga, si así le place.


TRUEWIT.- Y jura que sois tan declarado cobarde que
nunca le pediréis satisfacción de hombre a
hombre; y que, por consiguiente, hará lo que le
cumple hacer.

DAW.- Le daré cuántas satisfacciones quiera... menos la


de batirme.

TRUEWIT.- Si, señor; pero sabe Dios qué resolución


tomará; porque está sediento de sangre, y sangre
tendrá. Y ¿quién sino él sabe de dónde os la
piensa sacar?

DAW.- Os ruego, señor Truewit, que me sirváis de


mediador.

TRUEWIT.- Muy bien, señor. Escondeos en ese


gabinete hasta que yo vuelva. (Lo hace entrar en
el gabinete) Tendréis que consentir en que os
encierre con llave, ya que por mi propia
reputación, no puedo tolerar que nadie os vea
recibir un público agravio, mientras estoy tratando
el asunto; contened el aliento para que no os oiga
respirar. Os juro por mi fe, sir Amoroso no ha
pasado por aquí. Os ruego que tengáis piedad; no
lo asesinéis. Es tan buen cristiano como vos; venís
armado como si pretendierais vengaros en toda su
raza. Amigo Delfín, llévatelo de aquí. Jamás vi
hombre tan encolerizado que no quisiera hablar
con sus amigos ni atender a razones. ¿Jack Daw,
Jack Daw, dormís?
(142)
DAW.- (desde dentro) ¿Se ha marchado, Truewit?

TRUEWIT.- Sí. ¿Lo habéis oido?

DAW.- ¡Oh, señor! Sí.

TRUEWIT.- ¡Oído fino tiene!

DAW.- (saliendo del gabinete) ¿Y va tan armado como


decís?

TRUEWIT.- ¿Armado? No, sólo con sus armas.

DAW.- Sí, señor.


TRUEWIT.- Algún falso hermano en esta casa le ha
provisto de ellas lindamente; y si no ha sido nadie
de la casa, habrá sido Tom Otter.

DAW.- Ciertamente, es un capitán y su mujer es


parienta de sir Amoroso.

TRUEWIT.- Lleva un espadón tamaño para rebanaros


por las rodillas; ¡y el tal espadón ha engendrado
una daga! Y luego, va cargado de picas, alabardas,
carabinas, mosquetes, parece la sala de un juez de
paz; un hombre que posee dos mil libras al año,
no tiene derecho a tantas armas como las que él
lleva encima. Nunca hubo esgrimidor con tantas
hojas. Diríase que quiere asesinar a toda la
parroquia de Santa Pulqueria. Si pudiera llevar
vituallas para un año en los gregüescos, va lo
suficientemente armado para conquistar un país
entero.
(143)
DAW.- ¡Santo Dios! Pero ¿qué intenta? Os ruego, señor
Truewit, que tratéis con él.

TRUEWIT.- Está bien. Veré si puedo conseguir que


consienta en apaciguarse con un brazo o una
pierna; si no moriréis sólo una vez.

DAW.- No quisiera perder el brazo derecho; tengo que


escribir madrigales.

TRUEWIT.- Bueno. Si se contenta con el pulgar o el


dedo meñique, por mí no habrá inconveniente.
Podéis creer que haré cuanto pueda. (Lo vuelve a
encerrar)

DAW.- ¡Hacedlo, señor mío! (Clerimont y Delfín se


adelantan)

CLERIMONT.- ¿Qué has hecho?

TRUEWIT.- No me deja hacer nada; se me adelanta.


Ofrece su brazo izquierdo.

CLERIMONT.- ¡Su ala izquierda!

DELFÍN.- ¡Quítaselo!

TRUEWIT.- ¿Qué dices? Dejar lisiado a un hombre por


una broma. ¿Qué conciencia tienes? \
DELFÍN.- Para él no es pérdida. ¿De qué le sirven los
brazos a no ser para comer con cuchara? Por otra
parte, no es peor estropear el cuerpo de un hombre
que su reputación.

TRUEWIT.- A pesar de ser un erudito y un ingenio, no


piensa como tú. Además con nosotros no pierde
reputación ninguna, porque desde siempre le
hemos tenido por un asno. ¡A vuestros puestos!
(144)
CLERIMONT.- Déjame intervenir un tanto con el otro.

TRUEWIT.- Lo echarías todo a perder. Conozco tus


trucos.

CLERIMONT.- No; añadiré algunos detalles que a ti se


te escaparían y luego me dirás que son buenos.

TRUEWIT.- Perdona... de otro modo no sigo adelante.

DELFÍN.- Ven conmigo, Clerimont.

(Delfín y Clerimont vuelven a esconderse) (Entra La-


Foole)

TRUEWIT.- ¡Sir Amoroso!

LA-FOOLE.- ¡Señor Truewit!

TRUEWIT.- ¿Dónde vais?

LA-FOOLE.- Abajo, al patio, a hacer aguas.

TRUEWIT.- De ninguna manera, señor. Más valdrá que


pongáis a prueba vuestras calzas.

LA-FOOLE.- ¿Por qué, señor?

TRUEWIT.- (abriendo la puerta del otro gabinete)


Entrad aquí, si tenéis en algo vuestra vida.

LA-FOOLE.- ¿Por qué? ¿Por qué?

TRUEWIT.- Preguntad hasta que os corten el cuello,


esperad a que el alma frenética os encuentre.

LA-FOOLE.- ¿Quién es?


TRUEWIT.- Es Daw. ¿Queréis entrar?

LA-FOOLE.- Sí, sí, entraré, pero ¿qué ocurre?


(145)
TRUEWIT.- Si hubiese estado lo bastante sereno para
decírnoslo, habríamos tenido esperanza de
calmarlo; mas parece estar tan implacablemente
rabioso.

LA-FOOLE.- ¡Dejadle que rabie! Me esconderé.

TRUEWIT.- Hacedlo así, señor. Mas ¿qué le habéis


hecho ahí dentro que tal cólera le ha provocado?
¿Le habéis estropeado algún chiste delante de las
damas?

LA-FOOLE.- No, en mi vida le he estropeado un chiste


a nadie. La novia estaba elogiando a sir Delfín, y
él se marchó furioso y yo le seguía; a menos que
se ofendiera antes cuando estábamos bebiendo y
yo no quise apostar por su caballo.

TRUEWIT.- Bien puede ser. El caso es que anda


corriendo por todas las habitaciones de la casa con
una toalla en la mano, gritando: “¿Dónde está La-
Foole? ¿Quién ha visto a La- Foole?” Y cuando
Delfín y yo le preguntamos el motivo, no pudimos
sacar de él sino: “¡Oh, venganza, cuán dulce eres!
¡Con esta toalla lo he de estrangular!...” lo
cual nos ha llevado a la conjetura de que la causa
principal de su ira es que hayáis traído aquí sus
manjares, con una toalla, para desacreditarlo.

LA-FOOLE.- Es muy probable. Bien. Si está


encolerizado por eso, me estaré aquí hasta que se
le pase la ira.

TRUEWIT.- Resolución muy cuerda, señor, si podéis


tomarla rápidamente.

LA-FOOLE.- Puedo. Y si no, me marcharé al campo.

TRUEWIT.- ¿Cómo podréis salir de la casa, señor?


Sabe que estáis dentro, y es capaz de estaros
esperando siete días con sus siete noches hasta
que os atrape; será peor que un alguacil.
(146)
LA-FOOLE.- En ese caso, me estaré aquí.
TRUEWIT.- Tenéis que pensar con tiempo en cómo
proveeros de alimentos.

LA-FOOLE.- ¿Tendríais la gentileza de decir a mi


prima que me envíe empanada fría de venado, una
o dos botellas de vino y un vaso de noche?

TRUEWIT.- Mejor sería una silla, señor, de las que ha


inventado sir Ajax.

LA-FOOLE.- Si, mejor sería; y un jergón para


tenderme.

TRUEWIT.- No os aconsejaría en modo alguno que os


quedaseis dormido.

LA-FOOLE.- ¿No, señor? Siendo así, no me dormiré.

TRUEWIT.- Además, hay otro temor.

LA-FOOLE.- ¿Otro? ¿Cuál?

TRUEWIT.- No, de seguro, no puede romper esta


puerta a puntapiés. .

LA-FOOLE.- Me sentaré contra ella. Tengo buenas


espaldas.

TRUEWIT.- Mas si intenta abrirla con una tranca...

LA-FOOLE.- ¿Con una tranca? Que se atreva y sabré


responderle.

TRUEWIT.- Preparaos para lo peor. Ya ha mandado a


buscar pólvora y nadie sabe lo que es capaz de
hacer; acaso saltar el ángulo de la casa en el cual
sospecha que estáis. Ahí viene. ¡Aprisa! (Empuja
a La-Foole para h0acerle entrar en el gabinete, y
cierra la puerta) No, sir John Daw, os lo aseguro;
no ha pasado por aquí. ¿Qué intentáis hacer? ¡Por
Dios vivo, aquí no pondréis petardo ninguno!
Moriré antes de consentirlo. ¿No queréis fiaros de
mi palabra? Nunca conocí a nadie que no le diese
crédito... (Habla a través de la puerta por el
agujero de la cerradura) Sir Amoroso, no hay
modo de salir. Ha hecho un petardo con una olla
vieja de cobre, para forzar vuestra puerta. Pensad
en alguna satisfacción que darle o en alguna
condición que ofrecerle.
(147)
LA-FOOLE.- (dentro) Señor, le daré cualquier
satisfacción que pida. Aceptaré cualquier
condición que proponga. .

TRUEWIT.- Entonces, ¿lo dejáis entre mis manos?

LA-FOOLE.- Sí, señor; aceptaré cualquiera condición.

TRUEWIT.- (haciendo señas para que salgan a Delfín y


Clerimont) y ahora, ¿qué pensáis, señores? ¿No
era cosa difícil decidir cuál de los dos tenía más
miedo?

CLERIMONT.- Sí; pero éste tiene miedo con más


valor. Jack Daw es un cobarde llorón; La- Foole
es un cobarde valientemente heroico. Tiene miedo
con gran ademán y fuerte acento; me agrada en
extremo.

TRUEWIT.- ¿No hubiera sido lástima que esta pareja


hubiese quedado sin desenmascarar?

CLERIMONT.- ¿Puedo hacer una proposición?

TRUEWIT.- Muy breve; porque tengo que machacar el


hierro mientras está caliente.

CLERIMONT.- ¿Voy a buscar a las damas para la


catástrofe?

TRUEWIT.- ¡Bravo! Sí, en verdad.


(148)
DELFÍN.- De ningún modo. Dejémoslas continuar en
estado de ignorancia y seguir equivocándose. Que
los tengan por ingenios y galanes como hasta hoy
lo han hecho. Sería pecado sacarlas de su error.

TRUEWIT.- Yo quiero que las vayas a buscar, ahora


que pienso en ello, para un fin mío particular.
Búscalas, Clerimont, cuéntales lo sucedido, y
tráelas aquí a la galería.

DELFÍN.- Eso es vanidad extremada. Piensas que estás


perdido si no se hace pública alguna de tus burlas.

TRUEWIT.- Ahora has de ver lo muy injusto que eres


en esta ocasión. Clerimont, dirás que todo ello ha
sido obra de Delfín. (Sale Clerimont) No vuelvas
a fiarte de mí si todo no redunda en tu provecho.
En ese otro cuarto, hay una alfombra. Échatela
encima, cúbrete el rostro con esta banda, encájate
un cojín en la cabeza, y estate listo para cuando yo
llame a sir Amoroso.¡Fuera! (Sale Delfín) ¡John
Daw! (Abre uno de los gabinetes y hace salir de él
a Daw)

DAW.- ¿Qué buenas nuevas traéis, señor?

TRUEWIT.- A fe mía he argüido con él rudamente en


vuestro favor, le he dicho que sois un caballero,
un erudito, y que sabéis que la fortaleza consiste
en magis patiendo quam faciendo, magis ferendo
quam feriendo.

DAW.- Así es en verdad.

TRUEWIT.- y que estabais pronto a sufrir. Empezó en


verdad, en mi concepto, por pedir demasiado.

DAW.- ¿Qué pedía?

TRUEWIT.- Vuestro labio superior, y seis de los


dientes delanteros.
(149)
DAW.- Eso no es razonable.

TRUEWIT.- No, y así se lo dije bien claro; tanto no


podíais dar. Por fin, después de muchos
argumentos pro et con, logré que se contentara
con dos muelas, pero ésas las exige a toda costa.

DAW.- ¡Ah! ¿Lo conseguisteis? ¡Las tendrá!

TRUEWIT.- No las tendrá, señor, con vuestra licencia.


La conclusión es ésta: de aquí en adelante, habéis
de ser muy buenos amigos, y esta querella no se
ha de recordar ni habéis de hacer alusión a ella;
además, para que nunca pueda jactarse de haberos
hecho tal agravio en persona, vendrá aquí
disfrazado, os dará cinco puntapiés sin que nadie
lo vea, os quitará la espada y os volverá a encerrar
en ese gabinete durante el tiempo que le plazca,
que será muy poco, porque ahora mismo lo
pondremos a él en libertad.

DAW.- ¡Cinco puntapiés! Puede darme seis, señor mío,


con tal de que volvamos a ser amigos.
TRUEWIT.- Señor, no os rebajéis obligándome a
llevarle tal respuesta.

DAW.- Llevádsela, señor. Acepto de todo corazón con


tal de conservar su amistad.

TRUEWIT.- ¡Amistad! Si falta a ella, y no es amigo


vuestro cordialmente después de tales
condiciones, me tendrá mientras viva por
enemigo. Venid, señor. Llevadlo con valor.

DAW.- ¡Oh, esto no es nada!

TRUEWIT.- Cierto. ¡Qué Son seis puntapiés para un


hombre que lee a Séneca!
(150)
DAW.- Soy capaz de aguantar ciento.

TRUEWIT.- ¡Sir Amoroso!

(Vuelve a entrar Delfín disfrazado)

TRUEWIT.- ¡No habéis de dirigiros la palabra ni


recordar cuestiones antiguas!

DAW.- (mientras Delfín le da de puntapiés) ¡Uno, dos,


tres, cuatro, cinco! Protesto, sir Amoroso, tenéis
derecho a seis.

TRUEWIT.- Os dije que no hablarais. Ea, dadle seis


puesto que los necesita. (Delfín le da otro
puntapié) Vuestra espada. (Le quita la espada)
Ahora, volved a vuestro seguro refugio; ahora
mismo os encontraréis delante de las damas, y
seréis uno para otro fervientes amigos.(Encierra a
Daw en el gabinete) Dame la banda; al otro has de
pegarle a cara descubierta. Quédate cerca. (Delfín
se retira y Truewit abre el otro gabinete y hace
salir a La-Foole) ¡Sir Amoroso!

LA-FOOLE.- ¿Qué es eso? ¡Una espada!

TRUEWIT.- No puedo menos de traérosla a no ser que


tome sobre mí la querella. Aquí os envía su.
espada...

LA-FOOLE.- ¡No recibiré nada suyo!


TRUEWIT.- Quiere que la hinquéis en una pared, y os
rompáis la cabeza por varios sitios contra las
guardas.

LA-FOOLE.-No lo haré; decídselo rotundamente. No


puedo soportar el derramamiento de mi propia
sangre.

TRUEWIT.- ¿No queréis?


(151)
LA-FOOLE.- No. Daré cabezazos contra una pared, y
si eso no le satisface que venga él en persona a
darme los golpes.

TRUEWIT.- ¡Extraña obstinación cuando un hombre


pone todo su empeño en sacaros de un mal paso!
Le ofreceré otra condición. ¿La aceptaréis?

LA-FOOLE.- ¿Cuál es?

TRUEWIT.- ¡Que os dé los golpes en privado!

LA-FOOLE.- Está bien. Acepto, y pronto.

(Entran Lady Haughty, Lady Centauro, la señora Mavis,


la señora Otter, Epicena y Trusty, que se quedan
en el fondo)

TRUEWIT.- Entonces, debéis someteros a que os


vende los ojos con esta banda y os lleve a donde
él está, y donde os quitará la espada y os dará con
ella un golpe en la boca y otro en el cuello y os
retorcerá la nariz sans nombre.

LA-FOOLE.- De acuerdo. Mas ¿por qué taparme los


ojos?

TRUEWIT.- Por vuestro bien, señor. Porque si se torna


insolente después, y publica este asunto para
desacreditaros (lo cual espero que no ha de hacer),
podáis jurar seguramente y protestar, que jamás os
pegó viéndolo vos.

LA-FOOLE.- ¡Ah! Comprendo.

TRUEWIT.- No dudo que, después de esto, seréis


perfectamente buenos amigos, y no os atreveréis a
expresar ni un mal pensamiento uno en contra de
otro.
LA-FOOLE.- Yo no, así Dios me ayude.
(152)
TRUEWIT.- Ni él tampoco, señor. Si lo hiciera... (Le
tapa los ojos) Venid, señor. (Le hace dar unos
cuantos pasos) ¡Todos escondidos, sir John!

(Entra Delfín y le retuerce la nariz)

LA-FOOLE.- ¡Oh, sir John, sir John! ¡Oh, o-o-o-o-Oh...

TRUEWIT.- ¡Buen sir John, no retorzáis más que le


vais a arrancar la nariz! Sir John desea que volváis
a retiraros al gabinete. (Vuelve a encerrarlo) Ea,
ahora ya sois amigos. Espero que, entre vosotros,
toda amargura haya quedado enterrada; llegaréis a
ser, poco a poco, otros Damón y Pithias, y os
abrazaréis con la mayor lozanía de amistad que
cabe. Espero que de aquí en adelante, moderarán
un tanto su lenguaje. Delfín, te reverencio. ¡Por
amor de Dios! ¡Las damas nos han sorprendido!

(Adelantan Lady Haughty, Lady Centauro, señora


Mavis, señora Otter, Epicena y Trusty)

LADY HAUGHTY.- ¡Centauro, cómo nos hemos


engañado en nuestros juicios sobre esos
adulterados caballeros!

LADY CENTAURO.- No, señora. Mavis se engañó


más que nosotras. Por su recomendación entraron
en el Colegio.

SEÑORA MAVIS.- Yo recomendé su ingenio y


galanura, mas no su valor.

LADY HAUGHTY.- Sir Delfín es valiente y también


ingenioso, a lo que parece.

SEÑORA MAVIS.- Y también apuesto.

LADY HAUGHTY.- ¿Todo esto lo ha ideado él?


(153)
SEÑORA OTTER.- Así lo insinúa el señor Clerimont,
señora.

LADY HAUGHTY.- Querida Moroso, cuando vengáis


al Colegio, ¿le traeréis con vos? Parece
perfectísimo caballero.
EPICENA.-Así lo es, señora, creedlo.

LADY CENTAURO.- ¿Cuándo vendréis, Moroso?

EPICENA.- Dentro de tres o cuatro días, señora,


cuando tenga coche y caballos.

LADY HAUGHTY.- No, mañana, gentil Moroso;


Centauro os enviará su coche.

SEÑORA MAVIS.- Sí, hacedlo y traednos a sir Delfín.

LADY HAUGHTY.- Eso ya lo ha prometido, Mavis.

SEÑORA MAVIS.- Es caballero de aspecto muy digno,


señora.

LADY HAUGHTY.- Sí, y muy juicioso en su modo de


vestir.

LADY CENTAURO.- Sí, y no tan excesivamente


atildado como otros que parecen llevar el rostro
en un marco.

LADY HAUGHTY.- Sí, y que llevan cada cabello en


línea.

SEÑORA MAVIS.- Que usan lienzo más blanco que


nosotras, y se jactan de más atildamiento que el
hermafrodita francés.

EPICENA.- Sí, señoras, y luego, lo que dicen a una de


nosotras se lo han dicho a mil, y son únicos
ladrones de nuestra reputación, y piensan
rendirnos con este perfume o con aquel encaje, y
se ríen de nosotras despiadadamente cuando lo
consiguen.
(154)
LADY HAUGHTY.- El descuido de sir Delfín le sienta
muy bien

LADY CENTAURO.- Podría amar a un hombre con


esa nariz.

SEÑORA MAVIS.- O con esas piernas

LADY CENTAURO.- Tiene muy lindos ojos, señora.


SEÑORA MAVIS.- Y muy lindo cabello.

LADY CENTAURO.- Gentil Moroso, tráele primero a


mi habitación.

SEÑORA OTTER.- Dígnense vuestras grandezas


reunirse en mi casa, señora.

TRUEWIT.- (a Delfín) ¡Repara en cómo te miran,


hombre! ¡Están locas por ti, lo garantizo!

LADY HAUGHTY.- (adelantándose) Señor Truewit,


habéis separado a nuestro par de caballeros.

TRUEWIT: Yo no, señora; fue ingenio de sir Delfín; el


cual, si al hacerlo así, ha privado a Vuestra
Señoría de algún servicio de guardia, está
dispuesto a tomar a cargo la dulce tarea.

LADY HAUGHTY.- De eso no dudamos, señor.

LADY CENTAURO.- ¡Dios nos guarde, Mavis,


Haughty lo está besando!

SEÑORA MAVIS.- Vayamos en busca de la parte que


nos corresponde. (Se adelantan)

LADY HAUGHTY.- Más me contenta la buena fortuna


(además de haber desenmascarado a esos dos
cofres vacíos) de haber venido a descubrir mina
de virtudes tan rica como sir Delfín.
(155)
LADY CENTAURO.- Todas celebraríamos conferirle
el título de nuestra amistad y verlo en el Colegio.

SEÑORA MAVIS.- Profetizaría que no podrá encontrar


sociedad más grata; y espero que él también lo
crea así.

DELFÍN.- Mal criado sería, señora, si así no lo creyera.

TRUEWIT.- ¿No te lo dije, Delfín? Todas sus acciones


están gobernadas por la opinión ajena, sin razón
ni causa; ellas no saben por qué hacen nada, sino
que creen lo que oyen decir, y juzgan, elogian,
condenan, aman y odian sólo en competencia de
unas con otras. Cuando están solas únicamente
tienen inclinación natural a lo peor. Mas ¡adelante
ahora que ya las tienes!
LADY HAUGHTY.- ¿Volvemos adentro, Moroso?

EPICENA.- Sí, señora.

LADY CENTAURO.- Rogaremos que nos acompañe


sir Delfín.

TRUEWIT.- Quedaos, señoras, a presenciar la


entrevista de los dos amigos, Pílades y Orestes.
Os los traeré ahora mismo.

LADY
HAUGHTY.- ¿De veras, señor Truewit?

DELFÍN.- Sí, mas, nobles señoras, no deis a conocer


por ninguna señal exterior en vuestro
comportamiento hacia ellos que habéis
descubierto su necedad, y así podremos ver con
qué empaque y jactancia se comportan.
(156)
LADY HAUGHTY.- Así lo haremos, sir Delfín.

LADY CENTAURO Y MAVIS.- ¡Por nuestro honor,


sir Delfín!

TRUEWIT.- (acercándose a uno de los gabinetes) ¡Sir


Amoroso, sir Amoroso! Las damas están aquí.

LA-FOOLE.- (dentro) ¿De veras?

TRUEWIT.- Sí, mas salid poco a poco ahora que están


vueltas de espaldas, y encontraos aquí con sir
John como por azar cuando yo os llame... (Va al
otro gabinete) ¡Jack Daw!

DAW.- (dentro) ¿Qué decís, señor?

TRUEWIT.- Salid detrás de mí súbitamente, y nada de


ira en la mirada cuando encontréis a vuestro
adversario. ¡Ahora, ahora!

(La-Foole y Daw salen de sus respectivos gabinetes, y se


saludan)

LA-FOOLE.- Noble sir John Daw, ¿dónde habéis


estado?

DAW.- ¡Buscándoos andaba, sir Amoroso!


LA-FOOLE.- ¿A mí? Muy honrado, señor.

DAW.- El honrado soy yo.

CLERIMONT.- Se les han olvidado las espadas.

TRUEWIT.- ¡Hombre! Es un encuentro pacífico.

DELFÍN.- ¿Dónde está vuestra espada, sir John?

CLERIMONT.- ¿Y la vuestra, sir Amoroso?


(157)
DAW.- ¡La mía! Se la llevó mi paje para que le
arreglasen la empuñadura, ahora mismo.

LA-FOOLE.- También se rompió la empuñadura de oro


de la mía, y mi paje la mandó a arreglar.

DELFÍN.- ¿De veras, señor? ¡Cómo coinciden sus


disculpas!

CLERIMONT.- ¡Qué acuerdo en las empuñaduras!

TRUEWIT.- Y también en las puntas, os lo aseguro.

(Entra Moroso con las dos espadas en la mano)

SEÑORA OTTER.- ¡Ay de mí, señora! Ahí viene el


loco. ¡Huyamos!

(Las damas, La-Foole y Daw echan a correr)

MOROSO.- Caballeros, ¿qué hacen aquí estas espadas


desnudas?

TRUEWIT.- ¡Ay, señor! Aquí ha estado a punto de


haber un hombre muerto luego que os retirasteis;
un par de caballeros pelearon por los favores de la
novia. Nos vimos obligados a quitarles las armas.
Vuestra casa ha sido confiscada temporalmente.

MOROSO.- ¿Por qué causa?

CLERIMONT.- Por homicidio, señor. Como accesoria.

MOROSO.- ¡Y por sus favores!


TRUEWIT.- Sí, señor, pero por los pasados, no por los
presentes. Clerimont, llévales las espadas. Ya han
hecho todo el daño que podían hacer. (Sale
Clerimont con las dos espadas)
(158)
DELFÍN.- Señor, ¿hablasteis con el abogado?

MOROSO.- ¡Oh, no! ¡Hay tal ruido en aquel tribunal


que el susto me ha hecho volver a casa más aprisa
de lo que salí! ¡Tanto decir y contradecir, con su
vocear de citas, apelaciones, alegatos,
certificados, embargos, interrogatorios,
referencias, convicciones y aflicciones de todas
clases, entre doctores y procuradores que el ruido
de aquí es silencio comparado con aquél, una
especie de tranquila medianoche!

TRUEWIT.- Señor, si verdaderamente estáis decidido,


puedo traeros aquí un abogado muy competente y
un letrado en Teologia que os aclararán todo
escrúpulo.

MOROSO.- ¿Podéis hacerlo, señor Truewit?

TRUEWIT.- Si, y son personas serias y sobrias en


palabras, que arreglarán el asunto en una sala, con
uno o dos murmullos.

MOROSO.- Buen señor, espero de vos este beneficio, y


me pongo confiado en vuestras manos.

TRUEWIT.- ¡Ay, señor! Vuestro sobrino y yo hemos


estado avergonzados y a veces casi locos, viendo
cómo os engañan. Id, señor, y encerraos hasta que
os llamemos; pronto tendremos más que deciros.

MOROSO.- Haced lo que os plazca de mí, caballeros;


creo en vosotros y en vosotros fío.

(Sale Moroso)

TRUEWIT.- Podéis fiar. Os molestaremos cuanto


podamos.

DELFÍN.- ¿Qué vas a hacer, Ingenio?


(159)
TRUEWIT.- Encuéntrame, si puedes, a Otter y al
barbero.
Por cualquier medio y ahora mismo.
DELFÍN.- ¿Para qué? ¿Con qué propósito?

TRUEWIT.- He de hacer de ellos el más profundo


teólogo y el más grave letrado para que le...

DELFÍN.- No podrás, hombre. Sueñas despierto.

TRUEWIT.- No temas. Ponle al uno una toga con sus


bandas de piel, y una ropa canónica con grandes
mangas al otro, ponles en la boca unos cuantos
términos, y ya verás si no resultan un letrado y un
clérigo perfectos; y espero, sin agraviar la
dignidad de una ni otra profesión, puesto que son
personajes de farsa con el sólo propósito de hacer
reír, que le han de atormentar lindamente. El
barbero, si no recuerdo mal, salpica latines.

DELFÍN.- Sí, Y también Otter.

TRUEWIT.- Pues si no consigo que discutan el caso


para su mayor incomodidad, te permito que me
tengas por un Jack Daw o un La-Foole. Ve con
tus damas, pero antes manda que los busquen.

DELFÍN.- Así lo haré. (Salen)


(160)

Acto QUINTO

Escena primera

Sala en casa de Moroso.


(Entran La-Foole, Clerimont y Daw)

LA-FOOLE.- ¿Dónde encontrasteis nuestras espadas,


señor Clerimont?

CLERIMONT.- Delfín se las quitó al loco.

LA-FOOLE.- Quien, seguramente, se las habría quitado


a nuestros pajes.

CLERIMONT.- Muy posible, señor.

LA-FOOLE.- Gracias, gentil señor Clerimont. Sir John


y yo quedamos en deuda con vos.
CLERIMONT.- Quisiera poder decir otro tanto,
caballeros.

DAW.- Sir Amoroso y yo somos vuestros servidores,


señor.

(Entra la señora Mavis)

SEÑORA MAVIS.- Caballeros, ¿tiene alguno de


vosotros una pluma y un tintero? Quisiera escribir
una adivinanza en italiano para que sir Delfín la
traduzca.

CLERIMONT.- No, en verdad, señora. No soy


escribidor.

DAW.- Yo creo poder complaceros, señora. (Salen la


señora Mavis y Daw)

CLERIMONT.- Creo que los lleva en el mango de un


cuchillo.

LA-FOOLE.- No; tiene una caja de instrumentos.


(161)
CLERIMONT.- Como un cirujano.

LA-FOOLE.- Para las matemáticas; su escuadra, sus


compases, sus plumas de cobre, su lápiz de
plomo, para dibujar mapas de toda casa a donde
va y de toda persona con quien topa.

CLERIMONT.- ¡Cómo! ¿Mapas de personas?

LA-FOOLE.- Sí, señor; de Nomentack cuando estuvo


aquí y del príncipe de Moldavia, y de su amante la
señora Epicena.

(Vuelve a entrar Daw)

CLERIMONT.- ¡Oooh! Espero que no habrá


encontrado su latitud.

LA-FOOLE.- Sois un caballero muy chistoso, señor.

CLERIMONT.- Estamos solos y podemos permitirnos


alguna liviandad, y hablar con un tanto de
desenfado. Sir John, aquí estaba diciendo a sir
Amoroso que entre los dos os hacéis dueños de
las damas donde quiera que vais; arrastráis a todo
el género femenino.

DAW.- Mas bien nos hacen marchar delante cuando se


les antoja, señor.

CLERIMONT.- Nada de eso. Creo que eso lo hacen de


cuando en cuando, mas en realidad, sois los
primeros en sus afectos y dirigís todas sus
acciones.

DAW.- Yo, no. Eso, sir Amoroso.

LA-FOOLE.- Protesto, sir John.

DAW.- No. Espero llegar a altos puestos en el Estado,


mas, para las damas, vos tenéis la persona.
(162)
LA-FOOLE.- Sir John, vos tenéis la persona y además
la elocuencia.

DAW.- No, señor. No tengo elocuencia y, además, vos


tenéis la actividad.

LA-FOOLE.- Protesto, sir John; en cuestión de agilidad


no os falta ni un ápice para llegar a la mía;
levantáis tantos taburetes juntos, y saltaríais sobre
ellos, si se presentara ocasión.

CLERIMONT.- Bien; poneos de acuerdo, caballeros;


entre los dos os dividís el reino de los afectos
femeninos: lo veo y puedo darme cuenta de cómo
os observan y, en verdad, os temen. Podríais
contar extrañas historias, señores maestros, si
quisierais; lo sé.

DAW.- A fe mía, algo hemos visto, sí señor.

LA-FOOLE.- Faldas de terciopelo... es verdad... y


camisas bordadas o cosa así.

DAW.- Sí, y...

CLERIMONT.- Contadlo, sir John. No escatiméis a un


amigo el placer de oír, cuando vos habéis tenido
el deleite de gustar. .

DAW.- Pues... ea... No, que hable sir Amoroso.


LA-FOOLE.- No. Vos sir John.

DAW.- A fe mía. Sois vos quien debéis...

LA-FOOLE.- No; sois vos.

DAW.- Bien. Pues estuvimos...


(163)
LA-FOOLE.- En el gran lecho en Ware juntos en
nuestros tiempos. Seguid, sir John.

DAW.- No, no; seguid vos, sir Amoroso.

CLERIMONT.- ¿Y esas damas os acompañaban,


caballeros?

LA-FOOLE.- No... perdonadnos, señor.

DAW.- No debemos dañar reputaciones.

LA-FOOLE.- No importa... fueron éstas u otras. El


baño nos costó quince libras al volver a casa.

CLERIMONT.- ¿Lo oís, sir John? Si sois mi amigo,


quiero que me digáis una sola cosa.

DAW.- Si puedo, os la diré, señor.

CLERIMONT.- ¿Vivíais en la misma casa que la novia


de hoy?

DAW.- Sí, Y conversaba con ella horas enteras.

CLERIMONT.- Y ¿qué humor tiene? ¿Es


condescendiente, franca, libre?

DAW.- ¡Oh, extraordinariamente franca, señor! Yo era


su siervo, y sir Amoroso estaba a punto de serlo.

CLERIMONT.- ¡Vamos! Ambos habéis recibido sus


favores, lo sé; he oído hablar de ello.

DAW.- ¡Oh, no señor!

LA-FOOLE.- Nos perdonaréis, señor. No queremos


herir reputación ninguna.

CLERIMONT.- ¡Bah! Ahora ya está casada, y no


podéis perjudicarla con nada que digáis; por lo
tanto, hablad francamente. ¿Cuántas veces, eh?
¿Cuál fue el primero? ¡Eh!

(164)
LA-FOOLE.- En realidad, sir John tuvo su doncellez.

DAW.- Le place decir eso, señor. Pero él sabe lo que


sabe.

CLERIMONT.- ¿Es eso cierto, sir Amoroso?

LA-FOOLE.- Pues... hasta cierto punto.

CLERIMONT.- Os felicito, muchachos. Poco sabe el


señor Novio de todo esto; ni por mí ha de saberlo.

DAW.- ¡Que lo cuelguen! ¡Toro loco!

CLERIMONT.- Hablad quedo; ahí viene su sobrino,


con lady Haughty; os quitará las damas,
señores, si no lo impedís a tiempo. .

LA-FOOLE.- Si se las lleva, pronto las volveremos a


casa, os lo garantizo. (Sale con Daw.
CLERIMONT se aparta a un lado)

(Entran Delfín y Lady Haughty)

LADY HAUGHTY.- Os aseguro, sir Delfín, que lo que


me embarcó en esta aventura fue únicamente el
muy alto aprecio y la estima que he puesto en
vuestra virtud. Y no podía menos de decíroslo; ni
me arrepiento de lo que he hecho, puesto que
siempre es, en nosotros, muestra de cierta virtud
el amarla y estimarla en los demás.

DELFÍN.- Vuestra Señoría pone precio demasiado alto


a mi flaqueza.

LADY HAUGHTY.- Señor, sé distinguir las piedras


preciosas de los pedruscos...
(165)
DELFÍN.- (aparte) ¿Tan entendida eres en piedras?

LADY HAUGHTY.- y sin embargo debo sufrir que, al


juzgarme, admitáis igualdad de mérito con
Centauro o Mavis...
DELFÍN.- ¡Oh, no, señora! Harto veo que es mero
fondo que sirve para haceros destacar.

LADY HAUGHTY.- Veo que sois amigo de la verdad.


Eso me fuerza a teneros aún más amor. No es el
exterior, sino lo interior lo que aprecio más en el
hombre. Ellas no perciben la perfección eminente
y aman vulgar y rudamente.

LADY CENTAURO.- (dentro) ¿Dónde estáis, lady


Haughty?

LADY HAUGHTY.- Ahora voy, Centauro. Señor, mi


paje os mostrará mi habitación, y Trusty, mi
dueña, siempre estará despierta cuando lleguéis.
No temáis comunicarle cosa alguna porque es una
Fidelia. Os ruego, sir Delfín, que llevéis esta joya
en recuerdo mío. (Entra Lady Centauro) Centauro,
¿dónde está Mavis?

LADY CENTAURO.- Dentro, señora, escribiendo.


Ahora mismo os sigo. (Sale Lady Haughty) Voy a
decir unas palabras a sir Delfín.

DELFÍN.- ¿A mí, señora?

LADY CENTAURO.- Buen sir Delfín, no os fiéis de


Haughty, ni le deis crédito suceda lo que suceda.
Sir Delfín, os hago esta advertencia: es una
cortesana perfecta, y no ama a nadie sino por lo
que pueda servirla; y para servirse de ellos, los
ama a todos. Además sus médicos, por mucho que
los pague, no le dan patente de las más limpias; y
tiene más de cincuenta, y su rostro es puro yeso.
Vedla a mediodía. Aquí viene Mavis que tiene la
cara aun peor que ella. Ésta no os agradaría ni a la
luz de una vela. (Entra Mavis) Si queréis venir a
mi habitación una de estas mañanas temprano o
tarde por la noche, os diré más. ¿Dónde está
Haughty, Mavis?
(166)
SEÑORA MAVIS.- Dentro, Centauro.

LADY CENTAURO.- ¿Qué traéis ahi?

SEÑORA MAVIS.- Una adivinanza italiana para sir


Delfín. No la habéis de ver. (Sale Lady Centauro)
Buen sir Delfín, acertadla. Luego vendré a
buscarla. (Sale)
CLERIMONT.- (adelantándose) ¿Qué tal Delfín? ¿Has
podido librarte de esas damas?

DELFÍN.- ¡Pardiez, me rondan como hadas, me dan


joyas!
No puedo quitármelas de encima.

CLERIMONT.- No hables mal de ellas.

DELFÍN.- Perdón; no sé lo que me digo. En la vida me


vi tan asaltado. Una me ama por virtud y me
soborna con esto (muestra la joya), la otra me ama
con precaución, y con precaución quiere hacerse
mi dueña; la tercera me trae una adivinanza. Y
todas están celosas y hablan mal unas de otras.

CLERIMONT.- ¿Una adivinanza? Déjamela ver. (Lee)


«Sir Delfín; elijo este modo de comunicación para
conseguir el secreto. Estas señoras, lo sé, tienen
ambas esperanza y propósito de hacer de vos un
colegiado y su siervo. Si yo pudiera tener ese
honor, y aparecer como autora de obra tan noble,
fingiría mañana tomar medicina y me quedaría en
casa cuatro o cinco días, o más, esperando vuestra
visita.» ¡Adivinanza sutil, a fe mía! ¿qué
propósito real llevan en todo esto?

DELFÍN.- Nos falta Truewit para que nos lo aclare.


(167)
CLERIMONT.- Nos hace falta también para otra cosa.
Sus caballeros reformados están más altaneros e
insolentes que nunca.

DELFÍN.- Hablas en broma.

CLERIMONT.- Nunca borracho alguno de vino o de


vanidad, ha confesado tales historias de sí mismo.
Si pudiera creer que dicen la verdad, no apostaría
ni una pata de mosca por la fama de ninguna de
las mujeres que hay aquí; y en cuanto a la novia,
la han proclamado por suya claramente...

DELFÍN.- ¡Cómo! ¿Dicen que han gozado de ella?

CLERIMONT.- Sí; Y están dispuestos a detallar veces


y circunstancias, con causa y lugar. Casi los he
llevado a confesar que lo habían hecho hoy
mismo.
DELFÍN.- ¡No ambos!

CLERIMONT.- Sí, a fe. Con un poquito más de


empeño, me lo hubieran contado todo.

DELFÍN.- Veo que hemos de continuar divirtiéndonos


con ellos, queramos o no.

(Entra Truewit)

TRUEWIT.- ¡Ah, estáis aquí! Ven, Delfín. Ve a buscar


a tu tío ahora mismo. Te he preparado a mi
eclesiástico y a mi canónico, les he teñido las
barbas y todo. Los muy truhanes no se reconocen,
tan exaltados y alterados están. El subir trastorna a
cualquier hombre. Tú guardarás una puerta y yo la
otra y Clerimont se quedará en el centro para que
el viejo no tenga modo de escapar a sus
discusiones cuando entren en calor. Y luego, las
damas, según las instrucciones que he dado a la
novia, caerán sobre él en el desenlace. ¡Oh, la
broma será cumplida y sonada! ¡Pronto! ¡A
buscarle! (Sale Delfín) (Entran Otter disfrazado
de eclesiástico, y Rapabarbas de letrado en
Cánones) ¡Adelante, maestro doctor y reverendo
maestro, repasad vuestros papeles y
desempeñadlos bizarramente! Estáis bien
vestidos; representad bien. Si por azar perdéis la
memoria, no lo confeséis quedándoos callados, o
balbuceando o mirándoos uno a otro, sino seguid
hablando alto y aprisa. Accionad con vehemencia,
recordad los términos legales, y estáis en salvo.
Que el asunto vaya por donde quiera; por eso, no
os apuréis. Mas, al principio mostraos tan graves
y solemnes como vuestras ropas, aunque después
perdáis la gravedad y os convirtáis en un par de
juglares. Aquí llega. Componed vuestros rostros y
mirad con altanería mientras os presento. ,1
(168)
(Vuelven a entrar Delfín y Moroso)

MOROSO.- ¿Son éstos los dos letrados?

TRUEWIT.- Sí, señor. Dignaos saludarlos.

MOROSO.- ¡Saludarlos! No he de gastar el tiempo,


señor mío, en cosa tan infructuosa. Me pregunto
cómo han llegado a ser costumbre en nuestras
vidas esas formas comunes como Dios os guarde.
¡Seais muy bienvenido! ¡Me complace veros! No
sé que provecho se saca de ninguna de tales
palabras ya que, desde luego, en nada mejoran la
situación de aquel a quien se dirigen si está triste
o molesto.

TRUEWIT.- Es verdad, señor. Vayamos al asunto.


Caballeros, maestro doctor, reverendo maestro; os
he dado cabal conocimiento del asunto que os trae
aquí, y sé que no necesitáis más informes sobre el
estado de la cuestión. Éste es el caballero que
espera vuestra resolución, y, por lo tanto,
comenzad, si os place.
(169)
OTTER.- Dignaos empezar, señor doctor.

RAPABARBAS.- Dignaos comenzar, reverendo


maestro.

OTTER.- Me gustaría oír hablar primero al letrado en


cánones.

RAPABARBAS.- Debo dar a la teología el lugar


preferente que le corresponde.

MOROSO.- Señores míos, no me enredéis en


circunstancias. Sean cuales fueren los alivios que
podáis darme, dádmelos pronto. Sed rápidos en
devolverme la paz, si es que puedo tener
esperanza de lograrla. No me placen vuestras
disputas ni vuestros tumultos de tribunal. Y eso
no debe sorprenderos. Os explicaré por qué. Mi
padre al educarme, me advirtió que siempre debía
refrenar y contener mi mente sin consentirla que
fluyese en libertad; que debía mirar qué cosas
eran necesarias al gobierno de mi vida y cuáles
no; que abrazase las unas y rechazase las otras; en
resumen, que debía encarecer el reposo y evitar el
tumulto; y todo ello, ha llegado a ser para mí
segunda naturaleza. Por ello no voy a vuestros
pleitos públicos, ni a vuestros lugares de ruido; no
porque desdeñe las cosas que sirven a la
significación de la comunidad; sino meramente
por evitar el clamor y la impertinencia de los
oradores, que no saben guardar silencio. Y por
causa del ruido, he venido a ser cliente vuestro.
¡No sabéis qué miserias he tenido que soportar en
este día, qué torrentes de mal! ¡Mi propia casa da
vueltas a fuerza de tumulto! Vivo en un molino de
viento. El movimiento perpetuo está aquí, y no en
Eltham.

TRUEWIT.- Bien, buen maestro doctor, ¿queréis


romper el hielo? El reverendo maestro vadeará
después.

RAPABARBAS.- Señor, aunque indigno, y el más


flaco, así lo haré.
(170)
OTTER.- Esto no es presunción domine, doctor.

MOROSO.- ¡Otra vez!

RAPABARBAS.- Vuestra consulta es: ¿Por cuántas


causas puede conseguir un hombre divortium
legitimum, es decir, divorcio legal? Primero, es
preciso que comprendáis la naturaleza de la
palabra divorcio, a divertendo.. .

MOROSO.- Nada de excursiones sobre palabras, señor


doctor; al grano, y brevemente.

RAPABARBAS.- Respondo, pues, que la ley canónica


no concede el divorcio sino en pocos casos; y el
principal es en el caso común, el adulterio,: Pero
hay doce impedimentos, duodecim impedimenta
como los llamamos, todos los cuales no dirimere
contractum, sino irritum reddere matrimonium o
como decimos en ley canónica, no desatan el
nudo, pero son causa de nulidad.

MOROSO.- Os habla entendido; buen señor, evitaos la


impertinencia de la traducción.

OTTER.- Por vuestro interés no puede menos de


explicarlo lo más claramente posible.

MOROSO.- ¡Aún más!

TRUEWIT.- Señor, debéis dejar hablar a los letrados.


Proseguid con vuestros impedimentos, doctor.

RAPABARBAS.- El primero es impedimentu erroris.

OTTER.- Del cual hay varias especies.

RAPABARBAS.- Sí, como el error personae.


(171)
OTTER.- Si contratáis con una persona creyendo que es
otra.

RAPABARBAS.- Luego, error fortunae.

OTTER.- Si fuera una mendiga y creísteis que era rica.

RAPABARBAS.- Luego, error qualitatis.

OTTER.- Si resulta obstinada y testaruda, la que


pensasteis era obediente.

MOROSO.- ¡Cómo! Señor, ¿ése es impedimento legal?


Hable sólo uno, por favor, señores.

OTTER.- Si, ante copulam, mas no post copulam,


señor.

RAPABARBAS.- El reverendo maestro dice muy bien.


Nec post nuptiarum benedictionem, en verdad no
hace sino irrita reddere sponsalia, anula el
contrato; después del contrato, no obsta.

TRUEWIT.- ¡Ay, señor, de qué esperanza hemos caído!

RAPABARBAS.- El siguiente es conditio; si creísteis


que había nacido libre y resulta esclava, hay
impedimento de estado y condición.

OTTER.- Si, pero, maestro doctor, esas servidumbres


están sublatae ahora, entre nosotros los cristianos.

RAPABARBAS.- Con vuestro permiso, reverendo


maestro.

OTTER.- Permitidme que hable, maestro doctor.

MOROSO.- Señores, no disputéis por eso; no concierne


a mi caso; pasemos al tercero.

RAPABARBAS.- Muy bien. El tercero es votum; si una


de las partes contratantes ha hecho voto de
castidad. Mas esta práctica, como el reverendo
doctor ha dicho muy bien, ha desaparecido entre
nosotros, gracias sean dadas a la disciplina. El
cuarto es cognatio, si las partes contratantes son
parientes dentro de los grados previstos.
(172)
OTTER.- Sí. Señor, ¿sabéis cuáles son esos grados?

MOROSO.- Ni lo sé ni me importa, señor; no ofrecen


remedio en mi caso, estoy seguro.

RAPABARBAS.- Mas bien pudiera serlo una rama de


este impedimento que es cognatio spiritualis. Si
fuera usted su padrino, señor, el matrimonio seria
incestuoso.

OTTER.- Esa opinión es absurda y supersticiosa,


maestro doctor. No puedo sufrirla. ¿No somos
todos hermanos y hermanas y mucho más
parientes en esto que los padrinos y madrinas?

MOROSO.- ¡Ay de mí! Para terminar la controversia,


en mi vida he sido padrino de nadie. Pasemos.

RAPABARBAS.- El quinto es crimen adulterii; el caso


conocido. El sexto, cultus disparatas, diferencia de
religión. ¿Ha examinado usted a que religión
pertenece ella?

MOROSO.- No; preferiría que no perteneciese a


ninguna, a tomarme la molestia de investigarlo.

OTTER.- Pudierais haber encargado a otro.

MOROSO.- En modo alguno, señor. Adelante. ¿Creéis


que alguna vez llegaréis al fin?

TRUEWIT.- Sí, señor; ya va por la mitad. Adelante.


Paciencia y esperanza, señor.
(173)
RAPABARBAS.- El séptimo es vis; si hubo compulsión
o fuerza.

MOROSO.- ¡Oh, no! Por mi parte fue voluntario;


demasiado voluntario.

RAPABARBAS.- El octavo es ordo; si ella ha recibido


sagradas órdenes.

OTTER.- Eso también es superstición.

MOROSO.- No importa, reverendo doctor. ¡Ojalá


todavía quiera irse a un convento!
RAPABARBAS.- El noveno es ligamen; si estaba
usted, señor, unido a otra antes.

MOROSO.- Demasiado pronto me até a estas cadenas.

RAPABARBAS.- El décimo es publica honestas; lo


cual es inchoata quoedam affinitas.

OTTER.- Sí o affinitas orta ex sponsalibus; lo cual no


es sino leve impedimentum.

MOROSO.- En todo esto, no me llega ni un soplo de


alivio.

RAPABARBAS.- El onceno es affinitas ex fornicatione.

OTTER.- La cual no es menos vera affinitas que la otra,


maestro doctor.

RAPABARBAS.- Verdad, quoe oritur ex legitimo


matrimo nio. .

OTTER.- Decís bien, venerable doctor; y nascitur ex


eo, quod per conjugium duoe personae efficiuntur
una caro.
(174)
TRUEWIT.- ¡Ahora empieza lo bueno!

RAPABARBAS.- Entiendo lo que queréis decir, doctor


reverendo: ita per fornicationem aeque est verus
pater, qui sic generat...

OTTER.- Et vere filius qui sic generatur...

MOROSO.- ¿Y eso a mí que me importa?

CLERIMONT.- Ya entraron en calor.

RAPABARBAS.- El duodécimo y último es si forte


coire nequibis.

OTTER.- Sí, y éste es impedimentum gravissimum; ése


sí que completamente anula y desata. Si tenéis
manifestam frigiditatem, estáis libre, señor.

TRUEWIT.- Al fin llegó el consuelo, señor. Confesaos


hombre incapaz, y ella será la primera en pedir el
divorcio.
OTTER.- Sí, o si existiese morbus perpetuus et
insanabilis; como paralysis, elephantiasis, o cosa
parecida...

DELFÍN.- ¡Oh, mas la frigiditas es el camino más


correcto, caballeros!

OTTER.- Decís verdad, señor, y como consta en el


canon, doctor y maestro...

RAPABARBAS.- Entiendo, señor.

CLERIMONT.- ¡Antes de que haya hablado!

OTTER.- Que un muchacho o un niño de pocos años no


es sujeto apto para el matrimonio porque no puede
reddere debitum. Así es que los omnipotentes...
(175)
TRUEWIT.- (aparte a Otter) ¡Impotentes, langosta hi
de tal!

OTTER.- Los impotentes, quiero decir, son minime apti


ad contrabenda matrimonium.

TRUEWIT.- Matrimonium! Estáis empleando un latín


muy poco matrimonial. Matrimonia y que os
cuelguen.

DELFÍN.- Hombre, lo has asustado.

RAPABARBAS.- Mas entonces, reverendo maestro,


puede surgir una duda, en nuestro caso post
matrimonium: que la frigiditate praeditus... ¿Me
comprendéis?

OTTER.- Muy bien, señor.

RAPABARBAS.- El que no puede uti uxore pro uxore,


puede habere eam pro sorore.

OTTER.- ¡Absurdo, absurdo, absurdo, y meramente


apostático!

RAPABARBAS.- Perdón, reverendo maestro, os


probaré...

OTTER.- Podréis probar una voluntad, señor doctor;


mas no podréis probar otra cosa. ¿No reza el texto
de vuestro propio canon: «¿,Haec socianda vetant
connubia, facta retractant.?.

RAPABARBAS.- Os lo concedo; mas ¿en qué modo


pueden retractare, reverendo maestro?

MOROSO.- ¡Oh, esto es lo que yo temía!

OTTER.- In aeternum, señor.

RAPABARBAS.- Eso, con vuestra licencia, es falso en


teología.
(176)
OTTER- Es falso en humanidad, por decirlo así. ¿No es
prorsus inutilis ad thorum? ¿Puede praestare
ftdem datam? Me gustaría saberlo.

RAPABARBAS.- Sí; mas ¿y si convalere?

OTTER.- No puede convalere; es imposible.

TRUEWIT.- Señor, atended a los letrados. Van ~ar que


los despreciáis.

RAPABARBAS.- O si él simulare ser frigidum, odio


uxoris o cosa por el estilo...

OTTER.- Entonces, digo, es adulter manifestus.

DELFÍN.- En verdad, disputan muy doctamente.

OTTER.- Y prostitutor uxoris y esto es positivo.

MOROSO.- Buen señor, dejadme escapar.

TRUEWIT.- No me haréis ese agravio, señor.

OTTER.- Y, por lo tanto, si es manifeste frigidus,


señor...

RAPABARBAS.- Si es manifeste frigidus, os concedo...

OTTER.- Ésa era precisamente mi conclusión.

RAPABARBAS.- Y también la mía.

TRUEWIT.- Ea, oíd la conclusión, señor.

OTTER.- Siendo así, frigiditatis causa...


RAPABARBAS.- Sí, causa frigiditatis...

MOROSO.- ¡Oh, mis orejas!


(177)
OTTER.- Ella puede tener libellum divortii contra vos.

RAPABARBAS.- Si, divortii libellum, sin duda alguna.

MOROSO.- ¡Ecos felices, paciencia!

OTTER.- Si confesáis...

RAPABARBAS.- Lo cual yo haría...

MOROSO.- Haré lo que sea.

OTTER.- Y me descargáis in foro conscientiae. . .

RAPABARBAS.- Porque tenéis intención...

MOROSO.- ¡Aún más!

OTTER.- Exercendi potestate...

(Epicena entra corriendo, seguida por Lady Haughty,


Lady Centauro, señora Mavis, señora Otter, Daw
y La-Foole)

EPICENA.- No lo sufriré más. Señoras, os lo suplico


ayudadme. Nunca se hizo a una novia agravio
semejante: ¡que el mismo día de su boda, su
marido conspire contra ella, y una pareja de
mercenarios venga por pura forma a perpetrar una
separación! ¡Caballeros, si tenéis sangre o virtud
en las venas, no sufriréis semejantes alacranes
sobre mi marido, ni que vengan escorpiones a
reptar entre un hombre y su mujer!

MOROSO.- ¡Oh, variedad y mudanza de mi tormento!

LADY HAUGHTY.- Permitid que nuestros lacayos los


arrojen a palos a la calle.

LADY CENTAURO.- Os presto el mío.


(178)
SEÑORA MAVIS.- ¡Que los maten en el hall!
SEÑORA OTTER.- Como hicimos en mi casa con uno
por que escuchaba detrás de las puertas.

DAW.- Consiento en ello.

TRUEWIT.- Esperad, damas y caballeros. Oíd, antes de


proceder.

SEÑORA MAVIS.- Ya ha engatusado también a la


novia.

LADY CENTAURO.- Que empiecen por él.

LADY HAUGHTY.- Sí a fe.

MOROSO.- ¡Oh, generación humana!

DELFÍN.- Señoras, calmaos. Hacedlo por mí.

LADY HAUGHTY.- Sí, por sir Delfín.

LADY CENTAURO.- Haremos lo que él nos ordene.

LA-FOOLE.- ¡Es tan cumplido caballero de pies a


cabeza y lleva en el torneo tan buenos colores
como el que más!

TRUEWIT.- Sed breve, señor, y confesad vuestra


invalidez; en cuanto lo oiga, estará echando
lumbre por dejaros, y no habrá modo de decidirla
a quedarse con vos. Huirá de vos como si
estuvierais marcado por esclavo.

MOROSO.- Señoras. Debo pediros a todas perdón...

TRUEWIT.- ¡Silencio, señoras!

MOROSO.- Por un agravio que he hecho a todo vuestro


sexo, casándome con esta hermosa y virtuosa
dama...
(179)
CLERIMONT.- Escuchadle, señoras.

MOROSO.- Siendo culpable de una invalidez que,


antes de haber conferido con estos letrados, pensé
haber podido ocultar...
TRUEWIT.- Mas, ahora mejor informado por ellos, la
declara en conciencia y os da satisfacción de ello,
pidiéndoos público perdón.

MOROSO.- No soy hombre, señoras.

TODAS.- ¡Cómo!

MOROSO.- Estoy completamente inhabilitado en


naturaleza por razón de frigidez para cumplir los
deberes ni alguno de los menores oficios de
marido.

SEÑORA MAVIS.- ¡A él, monstruosa criatura!

LADY CENTAURO.- ¡Novio enconado!

LADY HAUGHTY.- ¡Y esto queríais ofrecer a una


dama tan joven!

SEÑORA OTTER.- ¡A una lady de sus aspiraciones!

EPICENA.- ¡Silencio! ¡Esto es una trampa, un ardid!


Huele mal, señoras. ¡Es una mera opinión suya!

TRUEWIT.- Si tal cosa sospecháis, señoras, podéis


hacerlo reconocer…

DAW.- Como es costumbre, por un jurado de médicos.

LA-FOOLE.- Sí, a fe mía. Eso estaría muy bien.

MOROSO.- ¡Ay de mí! ¿Tendré que sufrir también


eso?
(180)
SEÑORA OTTER.- No; que le reconozcan mujeres.
Nosotras mismas podríamos hacerlo.

MOROSO.- ¡A mí! ¡Ellas! ¡Peor que peor!

EPICENA.- No, señoras, no es necesario; yo lo acepto


con todas sus faltas. '

MOROSO.- ¡Esto es lo peor de todo!

CLERIMONT.- Entonces, doctor, ¿si ella no consiente,


no hay divorcio?
RAPABARBAS.- No. Si el hombre es frigidus, es de
parte uxoris, la ley sólo concede libellum divortii
a petición de la mujer. .

MOROSO.- ¡Peor, peor que lo peor!

OTTER.- Sí, lo mismo es en teología.

TRUEWIT.- Señor, no os descorazonéis por completo;


aún nos queda en nuestro desconsuelo un débil
rayo de esperanza. Clerimont, presenta tu pareja
de caballeros. ¿Qué fue lo que dijisteis, reverendo
doctor, sobre errore qualitatis? (Aparte) Delfín,
dile a la novia que muestre aspecto de ser culpable
y estar avergonzada.

OTTER.- Señor, en el errore qualitatis (que el maestro


doctor no quiso proseguir) se dice que si se
encuentra corrupta, es decir visitada o rota aquella
que fue pro virgine desponsa, es decir desposada
creyéndola doncella.. .

MOROSO.- ¿Qué, en tal caso?

OTTER.- Pues ello dirimere contractum y también


irritum reddere.
(181)
TRUEWIT.- Si ello es verdad, señor, tornamos a ser
felices. Aquí hay un par de honrados caballeros
que así lo afirman.

DAW.- Dispensad, señor Clerimont.

LA-FOOLE.- Tendréis que dispensarnos, señor


Clerimont.

CLERIMONT.- No hay remedio. Ahora tendréis que


hacerlo bueno, señores. No me tragaré mis
palabras por vosotros ni por hombre alguno. Harto
sabéis como me hablasteis.

DAW.- ¿Es esto digno de caballeros?

TRUEWIT.- (aparte a Daw) Jack Daw, es peor que sir


Amoroso; mucho más fiero. (Aparte a La-Foole)
¡Sir Amoroso, cuidado que en este Clerimont hay
diez Daws!

LA-FOOLE.- Confesaré, señor.


DAW.- Sir Amoroso, ¿así mancharéis vuestra
reputación?

LA-FOOLE.- Estoy resuelto.

TRUEWIT.- Lo mismo debierais hacer vos, Jack Daw.


¿Qué os detiene? No es más que una mujer, y en
desgracia; él se alegrará.

DAW.- ¿Eso creéis? Yo pensé que se encolerizaría.

CLERIMONT.- De prisa, caballeros. ¡Lo haréis y si no,


os las habréis conmigo!

TRUEWIT.- Puesto que es preciso, dicen que lo dirán,


señor, y que nunca se retractarán. (Aparte a ellos)
No tentéis su paciencia.
(182)
DAW.- ¿Es cierto, en verdad, señor?

LA-FOOLE.- Si, señor, lo aseguro.

MOROSO.- ¿Qué es lo que es cierto? ¿Qué es lo que


me aseguráis, señores?

DAW.- Que hemos conocido a vuestra esposa, señor.

LA-FOOLE.- Hablando con todo respeto. Fue nuestra


amante por decirlo así.

CLERIMONT.- Debéis hablar claro como me


hablasteis a mí.

OTTER.- Sí, la pregunta es: ¿La conocisteis carnaliter o


no?

LA-FOOLE.- ¡Carnaliter! ¿Qué más, señor?

OTTER.- Es bastante. Nulidad plena.

EPICENA.- ¡Estoy perdida, estoy perdida!

MOROSO.- ¡Oh, caballeros, permitid que os reverencie


y os adore!

EPICENA.- ¡Estoy perdida! (Llora)


MOROSO.- Si, doy mi mano y las gracias a estos
caballeros. (Da dinero a Otter) Reverendo doctor,
sufrid que os dé las gracias de otro modo.

LADY CENTAURO.- ¡Y han confesado!

SEÑORA MAVIS.- ¡Fuera con ellos, delatores!

TRUEWIT.- ¡Ya veis a qué seres otorgáis vuestros


favores, señoras!
(183)
LADY HAUGHTY.- Yo no aceptaría como legal su
testimonio, por caballeros cobardes.

SEÑORA OTTER.- ¡Pobre señora, cómo lo toma!

LADY HAUGHTY.- Consuélate Moroso. Ahora, te


quiero más, por eso mismo.

LADY CENTAURO.- También yo, te lo aseguro.

RAPABARBAS.- Mas, caballeros, ¿no la habéis


conocido después del matrimonium?

DAW.- Hoy no, señor doctor.

LA-FOOLE.- No, señor, hoy no.

RAPABARBAS.- Porque digo: por cualquier acto


anterior matrimonium es válido y perfecto; a no
ser que el digno esposo haya preguntado
precisamente delante de testigos si era virgo ante
nuptias

EPICENA.- No; eso no lo preguntó, os lo aseguro,


doctor y maestro.

RAPABARBAS.- Si no puede probar eso, es ratum


conjugium, a pesar de las premisas; y en modo
alguno pueden impedire. Ésta es mi sentencia. Y
la pronuncio.

OTTER.- Soy de la misma opinión que el maestro


doctor, señor. Si no hicisteis la pregunta ante
nuptias.

MOROSO.- ¡Oh, corazón mío! ¿No te rompes? ¿No te


quieres romper? Éste es el peor de todos los
peores, peores que el infierno ha podido inventar.
¡Casarse con una mala mujer, y tanto ruido!

DELFÍN.- Escuchadme. Veo que existe clara


confederación entre este doctor y este eclesiástico
para abusar de un caballero. Estáis
aprovechándoos de su aflicción. Marchaos,
compañeros... Y, caballeros, empiezo a sospechar
que estáis confabulados con ellos... Señor,
¿queréis escucharme?
(184)
MOROSO.- ¡No me hables! ¡No me quites el placer de
morir en silencio, sobrino!

DELFÍN.- Señor, os debo hablar. Mucho tiempo he sido


vuestro deudo pobre y despreciado, y muchos
malos pensamientos os han endurecido contra mí;
mas ahora se ha de ver si os amo y si procuro
vuestra paz, y la prefiero a todo cuanto existe en
el mundo. No seré largo ni molesto, señor. Si os
libro de esta unión infeliz absoluta e
instantáneamente, después de tanta perturbación,
cuando estáis casi desesperado, que…

MOROSO.- No puede ser.

DELFÍN.- Señor, si nunca vuelve a molestaros, ni un


murmullo referente a esto ¿qué puedo esperar o
merecer de vos?

MOROSO.- ¡Oh! Lo que quieras, sobrino. Me mereces


a mí y me tendrás.

DELFÍN.- ¿Me devolveréis vuestro favor perfecto y


vuestro amor más tarde?

MOROSO.- Eso, y todo lo demás. Propón tus


condiciones. Toda mi hacienda es tuya; manéjala;
soy tu pupilo.

DELFÍN.- No, señor. No seré tan poco razonable.

EPICENA.- ¿También sir Delfín va a ser mi enemigo?

DELFÍN.- Bien sabéis tío, que hace largo tiempo os


pedí que de vuestra renta que es de mil quinientas
libras al año, me otorgaseis quinientas de por
vuestra vida, y me aseguraseis el resto para
después; para lo cual, a menudo, por mí y por mis
amigos, he presentado a vuestra firma un
documento, que nunca habéis consentido en
firmar. Si ahora quisierais, señor...
(185)
MOROSO.- Lo tendrás sobrino. Firmaré eso y más.

DELFÍN.- Si no os dejo libre ahora mismo, y para


siempre, de este embrollo, tendréis poder
instantáneamente, ante todos los presentes, de
revocar el documento, y yo me comprometo a ser
esclavo de aquel a quien me diereis, para siempre.

MOROSO.- ¿Dónde está la escritura? La sellaré, o un


papel en blanco, en el cual tú, después, escribirás
lo que te parezca.

EPICENA.- ¡Ay de mí, la más infortunada y triste


dama!

LADY HAUGHTY.- ¿Será sir Delfín capaz de hacer


cosa semejante?

EPICENA.- ¡Buen señor, compadeceos de mí!

MOROSO.- Por lo visto, mi sobrino os conoce. ¡Atrás,


cocodrilo!

LADY CENTAURO.- De seguro, no lo hace con buen


fundamento.

DELFÍN.-Aquí está, señor. (Le da unos pergaminos)

EPICENA.- ¿También sir Delfín va a ser mi enemigo?

MOROSO.- Acércate, sobrino, dame la pluma. Todo lo


firmaré y sellaré lo que se te antoje, con tal de
obtener mi libertad. Eres mi salvador. Aquí está;
te lo entrego como mi propia escritura. Si falta en
él alguna palabra, o hay alguna escrita con errónea
ortografía, protesto ante el Cielo que no me
aprovecharé de ello. (Devuelve la escritura)
(186)
DELFÍN.- Por lo cual, aquí está vuestra libertad, señor.
(Quita a Epicena la peluca y todo su disfraz) Os
habéis casado con un mancebo, hijo de un
caballero a quien he estado adiestrando hace
medio año a mi costa grande, para lograr este
arreglo que ahora he hecho con vos. ¿Qué decís,
maestro doctor? ¿Supongo que esto es justum
impedimentum por error personae?

OTTER.- Sí, señor, in primo gradu.

RAPABARBAS.- In primo gradu.

DELFÍN.- Os doy las gracias, buen doctor Rapabarbas y


reverendo Otter. (Les arranca las barbas y las
togas) Agradeced, señor, que por vos se tomaron
tanto trabajo; y a mi amigo Truewit que los
capacitó para el asunto. Ahora podéis retiraros y
descansar; y vivir tan retraído como gustéis,
señor. (Sale Moroso) No os molestaré hasta que
me molestéis con vuestro funeral que no me
importa cuando llegue. Rapabarbas, no tendrás
que pagar el alquiler. No me des las gracias sino
con una reverenda, Rapabarbas. Y, Tom Otter,
vuestra princesa se reconciliará con vos. ¿Por qué
me estáis mirando, caballeros?

CLERIMONT.- ¡Un muchacho!

DELFÍN.- Sí, la señora Epicena.

TRUEWIT.- Está bien, Delfín, has escamoteado a tus


amigos la mejor mitad de la guirnalda,
ocultándoles esta parte de la conspiración; mas,
mucho bien te haga, porque te lo mereces,
muchacho. Y, Clerimont, llévate también la parte
que pudiera corresponderme por haber
conseguido inesperadamente la confesión de estos
dos caballeros. ¡Eh, sir Daw y sir La-Foole, ya
veis qué dama es la que os otorgó sus favores!
¡Todos os damos las gracias y también las
señoras, especialmente por haber mentido sobre la
dama en cuestión, aunque no hayáis dormido con
ella! Estoy seguro de que habíais llegado a
creéroslo. El que os hayamos dado unos cuantos
golpes en vuestros imaginarios personajes y el
que después esta Amazona, campeón de su sexo,
os haya burlado sutilmente, vaya por las
calumnias que las damas sufren de cucos de
vuestra especie. Sois de aquellos que ya que ni
por mérito ni por fortuna podéis esperar gozar de
su cuerpo, mentís sobre su fama y dañáis su
reputación. ¡Fuera de aquí, polillas del honor de
éstas y de todas las damas! Viajad para aprender a
hacer piruetas y muecas, y volved a casa con
nuevo material con que hacer reír: merecéis vivir
en un aire tan corrompido como el que suscitáis
con vuestras murmuraciones. (Salen Daw y La-
Foole) ¡Señoras, os ha dejado mudas esta nueva
metamorfosis! Mas aqui está la que ha vindicado
vuestra fama. De aquí en adelante, cuidaos de
semejantes insectos. Y que no os duela haber
descubierto unos cuantos misterios a este
caballerito. Casi tiene la edad necesaria, y dentro
de una docena de meses será buen visitante.
Entretanto, respondemos todos de su secreto, ya
que podemos hablar tan bien de su silencio.
(Adelantándose) Espectadores, si os gustó esta
comedia, levantaos alegremente, y ahora que
Moroso se marchó, aplaudid. Tal vez el ruido de
los aplausos lo cure o, al menos, le plazca.

FIN
(188)

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