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Sebastián

Sentado en la sala de espera del consultorio médico, Sebastián Cáceres debería haber
estado relajado. La iluminación era suave, la música, tranquilizante; el sofá en el que
estaba sentado era cómodo. Los peces ángel nadaban lentamente en su pecera de cristal
reluciente. Pero Sebastián no se sentía para nada tranquilo. Quizá era la recepcionista;
se preguntaba si ella estaba calificada para atender alguna urgencia que derivara de su
problema. Su aspecto era un poco como el de un tejón, con su hoyo detrás de la
computadora. Desde hacía varios minutos, con cada latido de su corazón se iba
sintiendo peor.
Su corazón era la clave. Al principio, cuando Sebastián se sentó, ni siquiera lo había
notado: latía en silencio haciendo su trabajo dentro de su pecho. Pero entonces, sin aviso
previo, había comenzado a demandar su atención. Primero sólo se había saltado uno o
dos latidos, pero después de un minuto había comenzado a golpear con ferocidad el
interior de su pared torácica. Cada latido se había vuelto un golpe doloroso y lacerante
que le obligaba a sostenerse el pecho. Trataba de mantener sus manos bajo su chaqueta
para no atraer demasiado la atención.
El corazón latiente y el dolor en el pecho sólo podían significar una cosa: después de
dos semanas de sufrir ataques cada cierto tiempo, Sebastián comenzó a entender el
mensaje. Entonces, justo en el momento previsto, empezó la falta de aire. Parecía
originarse en la región izquierda de su pecho, donde su corazón estaba causando todo el
daño. Fue subiendo por sus pulmones hasta alcanzar la garganta, y luego le apretó el
cuello, de manera que sólo podía introducir un poco de aire cada vez.
¡Estaba muriendo! Por supuesto, el cardiólogo que Sebastián había consultado la
semana anterior le había asegurado que su corazón sonaba tan bien como una campana
de bronce, pero esta vez él sabía que iba a fallar. No podía imaginar por qué no había
muerto antes; lo había temido en cada ataque. Ahora parecía imposible que sobreviviera
a éste. ¿Siquiera lo deseaba? Ese pensamiento le hizo de pronto querer vomitar.
Sebastián se inclinó hacia delante para poder sujetar tanto su pecho como su abdomen
de la manera más discreta posible. Difícilmente podía sostener algo: en sus dedos
habían comenzado el hormigueo y el adormecimiento usuales, y podía sentir el temblor
de sus manos que trataban de contener los distintos padecimientos que se habían
apoderado de su cuerpo.
Miró hacia el otro lado de la habitación para verificar si la Srta. Tejón se había dado
cuenta. De ese sitio no llegaba ninguna ayuda; ella seguía escribiendo en su teclado.
Quizá todos los pacientes se comportaban de esta manera. De repente, había un
observador. ¡Sebastián se estaba mirando! Cierta parte de él flotaba libre y parecía
mantenerse suspendida, a una altura a la mitad de la pared. Desde ese punto de
observación, podía mirar hacia abajo y contemplar con lástima y desdén la carne
trémula que era, o había sido, Sebastián Cáceres.
En ese momento, el espíritu de Sebastián vio que la cara del Sebastián se había puesto
muy roja. Un aire caliente había llenado su cabeza, que parecía expandirse con cada
respiración. Flotó todavía más alto y el techo se desvaneció; voló hacia los rayos
brillantes del sol. Apretó los párpados, pero no pudo evitar que la luz cegadora entrara a
sus ojos.
Sebastián abrió los ojos para descubrir que estaba recostado sobre su espalda en el piso
de la sala de espera. Dos personas estaban inclinadas sobre él. Una era la recepcionista.
No reconoció a la otra persona, pero supuso que debía ser el clínico de salud mental que
debía entrevistarlo.
“Siento como si usted hubiera salvado mi vida”, dijo.
“No en realidad”, respondió el clínico. “Usted está bien. ¿Le pasa esto a menudo?”
“Ahora, cada dos o tres días”. Sebastián se sentó con cuidado. Después de un momento,
les permitió ayudarle a ponerse de pie y pasar al consultorio.
Al inicio no estaba claro en qué momento había comenzado su problema. Sebastián
tenía 24 años y había pasado cuatro trabajando para las FFAA. Desde su despido, había
dado algunas vueltas y luego se había mudado con sus compañeros mientras trabajaba
en construcción. Seis meses antes había conseguido un trabajo como cajero en una
gasolinera.
Estaba bien: estar sentado dentro de una cabina de cristal todo el día dando cambio,
pasando las tarjetas de crédito por el scanner y vendiendo chicle. El salario no era
estimulante, pero no tenía que pagar renta. Incluso si cenaba fuera casi todas las noches,
Sebastián aún tenía dinero suficiente para salir los sábados por la noche con su chica.
Ninguno de ellos bebía o usaba drogas, de modo que incluso eso no le hacía gastar
dinero.
El problema había comenzado un día después de que Sebastián había estado trabajando
durante un par de meses, cuando el jefe le dijo que saliera en la grúa con Bruce, uno de
los mecánicos. Se habían detenido en la carretera para levantar un auto viejo que tenía
quemado el motor. Por alguna razón, tuvieron dificultad para subirlo a la grúa.
Sebastián estaba junto a la grúa del lado por el que circulaban los autos tratando de
controlar el elevador de acuerdo con las instrucciones que Bruce le gritaba. De pronto,
pasó rugiendo junto a él una caravana de cabezas de tráiler. El ruido y la ráfaga de
viento tomaron a Sebastián por sorpresa. Giró al lado de la grúa, cayó y rodó hasta
detenerse a pocos centímetros de distancia de donde pasaban las enormes llantas.
El color de Sebastián y su frecuencia cardiaca habían vuelto a la normalidad. El resto de
su historia fue fácil de contar. Siguió saliendo en la grúa, aunque se sentía asustado y
cerca del pánico cada vez que lo hacía. Sólo iba cuando estaba Bruce, y evitaba con
recelo colocarse del lado del tráfico vehicular.
Pero eso no era lo peor del problema; siempre había la posibilidad de renunciar y
conseguir otro trabajo. A últimas fechas, Sebastián había estado sufriendo estos ataques
en otros momentos, cuando menos lo esperaba. Ahora nada parecía desencadenarlos;
simplemente ocurrían, si bien no cuando estaba en casa o dentro de su cabina de cristal
en el trabajo. Cuando fue de compras la semana anterior, tuvo que abandonar el carrito
lleno con la despensa que iba a comprar para su madre. Ahora ni siquiera quería ir al
cine con su novia. Durante las últimas semanas, le había sugerido pasar la noche del
sábado en su casa para ver la televisión. Ella no se había quejado todavía, pero él sabía
que sólo era cuestión de tiempo.
“A penas tengo fuerza suficiente para resistirlo durante la jornada”, dijo Sebastián.
“Pero tengo que tomar las riendas de esto. Estoy demasiado joven para pasar el resto de
mi vida como un ermitaño metido en una cueva”.
Giuliana Hidalgo, Coriana Jacho, Daniel Álvarez, Geovanna Ube

Signos y Síntomas

1. Aumento del ritmo cardíaco.


2. Aumento y sensación de ahogo
3. Dificultad para respirar.
4. Sensación de dolor en el pecho.
5. Ataques de pánico recurrentes.
6. Hormigueo y adormecimiento en las manos.
7. Temblores en las manos.
8. Mareos y sensación de desvanecimiento.
9. Evitación de situaciones que podrían desencadenar ataques.
10. Experimentación de episodios incluso en momentos inesperados.
11. Observación de sí mismo desde una perspectiva desapegada durante el ataque.
12. Su cardiólogo descartó alguna afección hacia su corazón (estaba en buen
estado).
13. Tras un pensamiento recurrente experimentó nauseas.
14. Tras un ataque de pánico experimentó un desmayo acompañado de una
despersonalización.

Signos y Síntomas Claves para el Diagnóstico:

1. Ataques de pánico recurrentes, con una duración limitada.


2. Preocupación persistente sobre futuros ataques de pánico.
3. Cambios en el comportamiento para evitar situaciones temidas.
4. Preocupación acerca de las consecuencias sociales o profesionales de los
ataques.

Diagnostico Presuntivo:

(300.01) Trastorno de Pánico.

 Se presume que el paciente padece del Trastorno de Pánico, dado que cumple
con más de 4 criterios de diagnóstico que son esenciales para asignar tal
Trastorno y también este diagnóstico es respaldado puesto que los ataques de
pánico no están asociados a ningún factor y el paciente los presenta
inesperadamente.

Diferenciales:

(309.81) Trastorno de estrés post-traumático con ataques de pánico


 Se puede confundir con este trastorno porque hay una sintomatología parecida
sin embargo el ataque de pánico es breve y repentino, mientras que en el
Trastorno por estrés post traumático las experiencias traumáticas son una
respuesta prolongada que se manifiestan de una forma distinta como pesadillas
recurrentes.
(300.23) Trastorno de ansiedad social (fobia social)

 Se podría confundir con este trastorno debido al miedo a presentar ataques de


pánicos, que pudieran o no presentarse, pero en la ansiedad social predomina un
miedo intenso a ser juzgado en situaciones sociales y también por la naturaleza
de los temores mientras que en el Trastorno de pánico no es así.

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