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DIE IA

UNCIÓN
RITUAL DE LA UNCIÓN
Y D E LA

PASTORAL DE ENFERMOS
R E FO R M A D O SE G U N LOS D ECRETO S D EL C O N C ILIO VA­
TICA N O II, A PRO BA D O PO R EL EPISCO PA D O ESPA Ñ O L Y
C O N FIR M A D O PO R LA SA G RA D A C O N G R E G A C IO N PA RA
EL C U LTO DIV IN O

CUARTA EDICIÓN

E ditorial A lfredo Ortells • E ditorial Balmes • E ditorial Carlos


H ofmann • L a E ditorial Católica E ditorial Coculsa • E ditorial
D esclée de Brouwer • E ditorial E set • E diciones M arova • E dicio­
nes M ensajero • E diciones P aulinas • E ditorial E l P erpetuo Soco­
rro • P romoción P opular C ristiana (PPC) * E ditorial R egina • E di­
torial Sal T errae • E ditorial Verbo D ivino

1987
E ste R itual fu e confirm ado p o r la Sagrada Congregación para el Cul­
to D ivino p o r decreto del 20 de febrero de 1974 (Prot. 165/74).
En esta cuarta edición del R itual de la U nción y de la Pastoral de en­
ferm os se han incorporado las modificaciones que han de hacerse en las
nuevas ediciones de los libros litúrgicos, de acuerdo con el Código de dere­
cho canónico de 1983 (cf. Notitiae, 207 [septiembre de 1983], pp. 551-552;
Pastoral litúrgica, 135-136 [marzo de 1984], pp. 17-19).

© C O M ISIÓ N EPISCO PA L ESPA Ñ O LA D E L IT U R G IA

La propiedad de este texto está reservada a la Comisión


Episcopal Española de Liturgia, encargada de conceder
el derecho de reproducción.

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I.S .B .N .: 84-288-0463-X Printed in Spain
Imprim e: Credograf, S.A. - Ripollet (Barcelona)
COMISION EPISCOPAL ESPAÑOLA
DE LITURGIA

PRESENTACIÓN
La Iglesia, fiel al mandato y al ejemplo de Cristo, ha mostrado
siempre especial celo y delicadeza por la atención a los enfermos.
Esta preocupación pastoral se ha plasmado en la publicación de
un nuevo Ritual que, siguiendo las orientaciones y doctrina del
Concilio Vaticano II, ordena y canaliza los diferentes ritos y accio­
nes pastorales, que van desde la visita al enfermo hasta la reco­
mendación del alma en su agonía.
El nuevo Ritual de la Unción será un adecuado instrumento de
acción pastoral en manos de sacerdotes de parroquias, capellanes
de hospitales, religiosas y religiosos hospitalarios, enfermeras y
familiares de los enfermos.
Según se prevé en el n. 38 e), del Ritual, los «Praenotanda»
deTa edición latina han sido enriquecidos con un nuevo capítulo
titulado «Orientaciones Doctrinales y Pastorales de la Conferencia
Episcopal Española». Es como un Directorio de pastoral de los
enfermos que señala las pautas de acción en este campo para las
diócesis españolas.
Tanto las traducciones como las adaptaciones y las orientacio­
nes doctrinales y pastorales, preparadas por una comisión de es­
pecialistas, han sido sometidas a la aprobación del Episcopado
Español y confirmadas por la Sagrada Congregación para el
Culto Divino (Prot. n. 165/74).
Aunque puede ser utilizado este Ritual a partir de su publica­
ción, la fecha de entrada en vigor se deja a la ulterior determina­
ción del Ordinario de cada diócesis.
Madrid, 12 de abril de 1974.
Narciso Jubany Arnáu
Cardenal Arzobispo de Barcelona
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia
Esta nueva edición del «Ritual de la Unción y de la Pastoral de los
enfermos» se publica en tamaño manual por sus características es­
peciales, ya que normalmente es un libro que no es utilizado en la
iglesia, sino en la casa del enfermo o en clínicas u hospitales. Esta es
la razón de que se edite en formato más manejable y fácil de llevar.
Se ha añadido un apéndice con el Ordinario de la Misa y la Plega­
ria Eucarística II para facilitar la celebración de la Eucaristía junto
al enfermo (Orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado
Español n. 80).
CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA
UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

PABLO, OBISPO,
Siervo de los Siervos de Dios,
para perpetua memoria

La Sagrada Unción de los enfermos, tal como lo reconoce y en­


seña la Iglesia Católica, es uno de los siete sacramentos del Nuevo
Testamento, instituido por Jesucristo Nuestro Señor, «esbozado ya
en el evangelio de Marcos (Me 6, 13), recomendado a los fieles y
promulgado por el Apóstol Santiago, hermano del Señor. ¿Está en­
fermo alguno de vosotros ? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que
recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y
la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha come­
tido pecado, lo perdonará. (St 5,14-15)'.»

Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran,


desde tiempos antiguos, en la Tradición de la Iglesia, especialmente
en la litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido
se pueden recordar de manera particular la carta de nuestro prede­
cesor Inocencio I a Decencio, Obispo de Gubbio12y el texto de la ve­
nerable oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: «En­

1CON. TRID., Sess. XTV, De extr. unct. cap. 1 (cf. ibid. can. I): CT, VII, 1,355-
356; Denz-Schòn, T 1695,1716.
2Ep. Si Instituía Ecclesiastica, cap. 8:PL, 20, 559-561; Denz-Schòn. 216.
vía, Señor, tu Espíritu Santo Defensor», que fue introducido en la
Plegaria Eucarística1*3 y se conserva aún en el Pontifical Romano4.
A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición li­
túrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las par­
tes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el Santo
Oleo, y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las
unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros ritua­
les de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana preva­
leció desde el Medievo la costumbre de ungir a los enfermos en los
órganos de los sentidos, usando la fórmula: «Por esta santa Unción y
por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los peca­
dos que has cometido», adaptada a cada uno de los sentidos5.
La doctrina acerca de la Santa Unción se expone también en los
documentos de los Concilios Ecuménicos, a saber, el Concilio de
Florencia y sobre todo el de Trento y el Vaticano II.
El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la
Unción de los enfermos6; el Concilio de Trento declaró su institu­
ción divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la carta de San­
tiago acerca de la Santa Unción, especialmente lo que se refiere a la
realidad y a los efectos del Sacramento: «Tal realidad es la gracia del
Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún que­
dan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta
el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina mi­
sericordia, con lo cual el enfermo, confortado de este modo, sobre­
lleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más

1Liber Sacramentorum Romande Aeclesiae Ürdinis Anni Circuli, ed. L.


MOHLBERG (Rerum Ecclesiasticarum Documenta, Fontes, IV), Roma I960, p.
61 ; Le Sacramentaire Grégorien, ed. J. DESHUSSES (Spicilegium Frjburgense,
16), Fribourg 1971, p. 172; cf. La Tradition Apostolique de Saint Hippolyte, ed. B.
BOTTE (Liturgiewissenschaftliche Quellen und Forschungen, 39), Münster in
W. 1963, pp. 18-19; Le Grand Euchologe du Monastère Blanc, ed. E. LANNE
(Patrologia Orientalis, XXVIII, 2), Paris 1958, pp. 392-395.
J Cf. Pontificale Romanum: Ordo benedicendi Oleum Catechumenorum et Injir-
morum et conficiendi Chrisma, Città del Vaticano 1971, pp. 11-12.
5Cf. M. ANDRIEU, Le Pontifical Romain au Moyen-Age, 1.1, Le Pontifical Ro­
main du Xlle siècle (Studi e Testi, 86), Città del Vaticano 1938, pp. 267-268; t, 2,
Le Pontificale de la Curie Romaine au XHIe siècle (Studi e Testi, 87), Città del Va­
ticano 1940, pp. 491-492.
6 Decr. pro Armeniis, G. HOFMANN, Conc. Florent, 1/11, p. 130; Denz-Schön.
1324 s.
fácilmente las tentaciones dei demonio que lo hiere en el talón (Gn
3,15) y consigue a veces la salud del cuerpo si fuera conveniente a la
salud de su alma»7. El mismo Santo Sínodo proclamó además que
en las palabras del Apóstol se indica con bastante claridad que «esta
unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos
que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de
vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribun­
dos»8. Finalmente, por lo que se refiere al ministro propio, declaró
que éste es el presbítero9.
Por su parte el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: «La
“Extremaunción”, que puede llamarse también, y más propiamente,
“Unción de los enfermos”, no es sólo el sacramento de quienes se
encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo
oportuno para recibirlo empieza cuando el cristiano comienza a es­
tar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez»10. Por lo de­
más, que el uso de este sacramento sea motivo de solicitud para toda
la Iglesia, lo demuestran estas palabras. «Con la Sagrada Unción de
los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia enco­
mienda los enfermos al Señor paciente y glorioso, para que los alivie
y los salve (cf. St 5, 14-16), e incluso los exhorta a que, asociándose
voluntariamente a la pasión y a la muerte de Cristo (Rm 8, 17; Col
1, 24; 2 Tm 2, 11-12, 1P 4, 13), contribuyan así al bien del Pueblo
de Dios»,11.

* * *

Todos estos elementos debían tenerse muy en cuenta al revisar el


rito de la Santa Unción, con el fin de que lo susceptible de ser cam­
biado se adapte mejor a las condiciones de los tiempos actuales12.

7CONC. TR1D., Sess. XIV, De extr. unct., cap. 2: CT, VII, I, 356; Denz-Schon.
1696.
8 Ibid., cap. 3: CT, ibid.; Denz-Schon. 1698.
y Ibid., cap. 3, can. 4: CT, ibid.; Denz-Schon. 1697, 1719.
l0CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctiim Concilium, n. 73: AAS, 56 (1964)
118-119.
11Ibid. Const. Lumen Gentium, n. 11: AAS, 57 (1965) 15.
12Cf. CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 1: AAS, 56 (1964)
97.
Hemos pensado, pues, cambiar la fórmula sacramental de ma­
nera que, haciendo referencia a las palabras de Santiago, se expre­
sen más claramente los efectos sacramentales.
Como por otra parte el aceite de oliva, prescrito hasta el presente
para la validez del Sacramento, falta totalmente en algunas regiones
o es difícil de conseguir, hemos establecido, a petición de numero­
sos Obispos, que en adelante pueda ser utilizado también, según las
circunstancias, otro tipo de aceite, con tal de que sea obtenido de
plantas, por parecerse más al aceite de oliva.
En cuanto al número de unciones y a los miembros que deben ser
ungidos, hemos creído oportuno proceder a una simplificación del
rito.

* *

Por lo cual, dado que esta revisión atañe en ciertos aspectos al


mismo rito sacramental, establecemos con nuestra Autoridad
Apostólica que en adelante se observe en el Rito Latino cuanto si­
gue:

EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS


SE ADMINISTRA A LOS GRAVEMENTE ENFERMOS UN­
GIÉNDOLOS EN LA FRENTE Y EN LAS MANOS CON
ACEITE DE OLIVA DEBIDAMENTE BENDECIDO O, SE­
GÚN LAS CIRCUNSTANCIAS, CON OTRO ACEITE DE
PLANTAS, Y PRONUNCIANDO UNA SOLA VEZ ESTAS PA­
LABRAS: «PER ISTAM SANCTAM UNCTIONEM ET SUAM
PIISSIMAM MISERICORDIAM ADIUVET TE DOMINUS
GRATIA SPIRITUS SANCTI UT A PECCATIS LIBERATUM
TE SALVET ATQUE PROPITIUS ALLEVET».

Sin embargo, en caso de necesidad, es suficiente hacer una sola


unción en la frente o, por razón de las particulares condiciones del
enfermo, en otra parte más apropiada del cuerpo, pronunciando ín­
tegramente la fórmula.
Este Sacramento puede ser repetido, si el enfermo, que ha reci­
bido la Unción, se ha restablecido y después ha recaído de nuevo en
la enfermedad, o también si durante la misma enfermedad el peligro
se hace más serio.
Establecidos y declarados estos elementos sobre el rito esencial
del Sacramento de la Unción de los enfermos, aprobamos también
con nuestra Autoridad Apostólica el Ritual de la Unción de los en­
fermos y de su pastoral, tal como ha sido revisado por 1a Sagrada
Congregación para el Culto Divino, derogando o abrogando al
mismo tiempo, si es necesario, las prescripciones del Código de De­
recho Canónico o las otras leyes hasta ahora en vigor; siguen en
cambio teniendo validez las prescripciones y las leyes que no son
abrogadas o cambiadas por el mismo Ritual. La edición latina del
Ritual, que contiene el nuevo rito, entrará en vigor apenas sea publi­
cada; por su parte las ediciones en lengua vernácula, preparadas por
las Conferencias Episcopales y aprobadas por la Sede Apostólica,
entrarán en vigor al día señalado por cada una de las Conferencias;
el Ritual antiguo podrá ser utilizado hasta el 31 de diciembre de
1973. Sin embargo, a partir del 1 de enero de 1974, todos los intere­
sados deberán usar solamente el nuevo Ritual.
Determinamos que todo cuanto hemos decidido y prescrito tenga
plena eficacia en el Rito Latino, ahora y para el futuro, no obstando
a esto —en cuanto sea necesario— ni las Constituciones ni las Dis­
posiciones Apostólicas emanadas por nuestros predecesores, ni las
demás prescripciones, aun las dignas de especial mención.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 30 de noviembre de 1972,


año décimo de nuestro Pontificado.

PABLO PP. VI
RITUAL DE LA UNCIÓN
Y DE LA
PASTORAL DE LOS ENFERMOS

«PRAENOTANDA»
DE LA EDICIÓN TÍPICA DEL RITUAL
ROM ANO

I. La enfermedad humana y su significación


EN EL MISTERIO DE SALVACIÓN
1 . Las enfermedades y los dolores han sido siempre conside­
rados como una de las mayores dificultades que angustian la
conciencia de los hombres. Sin embargo, los que tienen la fe
cristiana, aunque las sienten y experimentan, se ven ayudados
por la luz de la fe, gracias a la cual perciben la grandeza del mis­
terio del sufrimiento y soportan los mismos dolores con mayor
fortaleza. En efecto: los cristianos no solamente conocen, por
las propias palabras de Cristo, el significado y el valor de la en­
fermedad de cara a su salvación y la del mundo, sino que se sa­
ben amados por el mismo Cristo que en su vida tantas veces vi­
sitó y curó a los enfermos.

2 . Aún cuando la enfermedad se halla estrechamente vincu­


lada a la condición del hombre pecador, no siempre puede con­
siderarse como un castigo impuesto a cada uno por sus propios
pecados (cf. Jn 9, 3). El mismo Cristo, que no tuvo pecado, cum­
pliendo la profecía de Isaías, experimentó toda clase de sufri­
mientos en su Pasión y participó en todos los dolores de los
hombres (cf. Is 53, 4-5); más aún, cuando nosotros padecemos
ahora, Cristo padece y sufre en sus miembros configurados con
él. No obstante, todos esos padecimientos son transitorios y pe­
queños comparados con el peso de gloria eterna que realizan en
nosotros (cf. 2 Co 4,17).
3 . Entra dentro del plan providencial de Dios el que el hom­
bre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque
solícitamente la salud, para que pueda seguir desempeñando sus
funciones en la sociedad y en la Iglesia, con tal de que esté siem­
pre dispuesto a completar lo que falta a la Pasión de Cristo para
la salvación del mundo, esperando la liberación en la gloria de
los hijos de Dios (cf. Col 1, 24; Rm 8,19-21).
Es más: en la Iglesia, los enfermos, con su testimonio, deben
recordar a los demás el valor de las cosas esenciales y sobrena­
turales y manifestar que la vida mortal de los hombres ha de ser
redimida por el misterio de la muerte y resurrección de Cristo.

4 . No basta sólo con que el enfermo luche contra la enferme­


dad, sinc que los médicos y todos los que de algún modo tienen
relación con los enfermos han de hacer, intentar y disponer todo
lo que consideren provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo
de los que sufren; al comportarse así, cumplen con aquella pala­
bra de Cristo que mandaba visitar a los enfermos, queriendo in­
dicar que era el hombre completo el que se confiaba a sus visitas
para que le ayudaran con medios físicos y le confortaran con
consuelos espirituales.

II. LOS SACRAMENTOS QUE HAY QUE DAR


A LOS ENFERMOS
A La Unción de los enfermos
5 . Los Evangelios muestran claramente el cuidado corporal y
espiritual con que el Señor atendió a los enfermos y el esmero
que puso al ordenar a sus discípulos que procedieran de igual
manera. Sobre todo, reveló el sacramento de la Unción que, ins­
tituido por él y proclamado en la carta de Santiago, fue cele­
brado siempre por la Iglesia en favor de sus miembros con la un­
ción y la oración de los presbíteros, encomendando a los
enfermos al Señor doliente y glorioso para que los alivie y los
salve (cf. St 5,14-16), exhortándolos también para que asocián-
dose libremente a la pasión y muerte de Cristo (cf. Rm 8, 17)1
colaboren al bien del pueblo de Dios2.
En efecto, el hombre, al enfermar gravemente, necesita de
una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia,
no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su
fe.3
Por eso Cristo robustece a sus fieles enfermos con el sacra­
mento de la Unción fortaleciéndolos con una firmísima protec­
ción.
La celebración del sacramento consiste primordialmente en
lo siguiente: previa la imposición de manos por los presbíteros
de la Iglesia, se proclama la oración de la fe y se unge a los enfer­
mos con el óleo santificado por la bendición de Dios: con este
rito se significa y se confiere la gracia del sacramento.

6 . Este sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu


Santo, con lo cual el hombre entero es ayudado en su salud, con­
fortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tenta­
ciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal modo que
pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también lu­
char contra ellos e, incluso, conseguir la salud si conviene para
su salvación espiritual; asimismo, le concede, si es necesario, el
perdón de los pecados y la plenitud de la Penitencia cristiana.4

» En la santa Unción, que va unida a la oración de la fe (cf. St


5,15), se expresa ante todo la fe que hay que suscitar tanto en el
que administra como, de manera especial, en el que recibe el sa­
cramento; pues lo que salvará al enfermo es su fe y la de la Igle­
sia, que mira a la muerte y resurrección de Cristo, de donde
brota la eficacia del sacramento (cf. St 5 , 15)5 y entrevé el reino
futuro cuya garantía se ofrece en los sacramentos.

1Cf. también Col 1, 24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4, 13.


2Cf. Cone. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 1: Denz-Schón. 1965;
Cone. Vat. II, Const. Lumen gentium, n. 11:AAS57 (1965) 15.
3Cf. Conc. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 1: Denz-Schon. 1964.
4Cf. Ibid., prooem, y cap. 2: Denz-Schon. 1694 y 1696.
5Cf. Sto. Tomás, In IVSententiarum, d. 1, q. 1, a. 4, qc. 3.
a) De aquellos a quienes se ha de dar la Unción de los enfermos
8 . En la carta de Santiago se declara que la Unción debe
darse a los enfermos para aliviarlos y salvarlos.6 Por lo tanto,
esta santa Unción debe ser conferida con todo cuidado y dili­
gencia a los fieles que, por enfermedad o avanzada edad, vean
en grave peligro su vida.7
Para juzgar la gravedad de la enfermedad, basta con tener un
dictamen prudente y probable de la misma,8 sin ninguna clase
de angustia, y si fuera necesario, consultando la situación con el
médico.

9 . Este sacramento puede celebrarse de nuevo en el caso de


que el enfermo, tras haberlo recibido, llegara a convalecer;
puede también repetirse si, en el curso de la misma enfermedad,
la situación llegara a ser crítica.

10 . Puede darse la santa Unción a un enfermo que va a ser


operado, con tal de que una enfermedad grave sea la causa de la
intervención quirúrgica.

1 1 . Puede darse la santa Unción a los ancianos, cuyas fuer­


zas se debilitan seriamente, aun cuando no padezcan una enfer­
medad grave.

1 2 . Ha de darse la santa Unción a los niños, a condición de


que comprendan el significado de este sacramento. En la duda si
han alcanzado el uso de razón, se les debe administrar el sacra­
mento.81™

1 3 . Tanto en la catcquesis comunitaria como en la familiar


los fieles deben sei instruidos de modo que sean ellos mismos
los que soliciten la Unción y, llegado el tiempo oportuno de re-

6 Cf. Cone. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 2: Denz-Schon. 1698.
7Cf. Cone. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, n. 73: AAS 56 (1964) 118-
119.
8Cf. Pius XI, Epist. Explorata res, 2 febr., 1923.
8bisCf. C.I.C., can. 1005.
cibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de
modo que no cedan al riesgo de retrasar indebidamente el sa­
cramento. Expliqúese la naturaleza de este sacramento a todos
cuantos asisten a los enfermos.

14. Ha de darse la santa Unción a aquellos enfermos que,


aun habiendo perdido el uso de los sentidos y el conocimiento,
cuando estaban en posesión de sus facultades lo hayan pedido al
menos de manera implícita.90

15. El sacerdote que ha sido llamado cabe un enfermo que ya


ha muerto, rece por él y pida a Dios que lo absuelva de sus peca­
dos y lo admita misericordiosamente en su reino; pero no le ad­
ministre la Unción. Si dudara de la certeza de la muerte, ha de
darle el sacramento con el rito descrito más abajo (nn. 229-
230).lu
No se dé la Unción de los enfermos a quienes persistan obsti­
nadamente en un pecado grave manifiesto.

b) Del ministro de la Unción de los enfermos


16. Sólo el sacerdote es el ministro propio de la Unción de
los enfermos.11 Los Obispos, los párrocos y vicarios parroquia­
les, los capellanes de sanatorios y los superiores de comunida­
des religiosas clericales, ejercen ordinariamente el oficio de este
ministerio.12

17. A todos ellos pertenece el disponer con una catcquesis


adecuada a los enfermos y a los que les rodean, mediante la co­
laboración de religiosos y seglares, y administrar el sacramento
a los mismos enfermos.
Corresponde al Obispo diocesano la ordenación de aquellas
celebraciones en las que, tal vez, se reúnen muchos enfermos
para recibir la santa Unción.

9Cf,C.I.C., can. 1006.


l0Cf.C.I.C„ can. 1005.
11Cf. Conc. Trid., Sessio XIV, De extrema unctione, cap. 3 y can. 4: Denz-
Schón. 1697 y 1719; C.I.C., can. 1003,1.
l2Cf.C.I.C., can 1003,2.
18 . Por una causa razonable, cualquier otro sacerdote puede
administrar este sacramento, con el consentimiento al menos
presunto del ministro del que se habla más arriba en el
n. 16, al que se informará posteriormente de la celebración del
sacramento.

1 9 . Cuando dos o más sacerdotes se hallan ante un mismo


enfermo, uno puede decir las oraciones y hacer la Unción con su
fórmula, y los otros pueden distribuirse entre sí las otras partes
del rito, como los ritos iniciales, la lectura de la palabra de Dios,
las invocaciones y moniciones. Todos pueden hacer a la vez la
imposición de manos.

c) De las cosas que se necesitan para celebrar la Unción


26. La materia apta del sacramento es el aceite de oliva o, en
caso necesario, otro óleo sacado de las plantas.13

2 1. El óleo que se emplea en la Unción de los enfermos debe


ser bedecido para este menester por el Obispo o por un presbí­
tero que tenga esta facultad en virtud del derecho o de una espe­
cial concesión de la Santa Sede.
Además del Obispo, puede, en virtud del derecho, bendecir
el óleo empleado en la Unción de los enfermos:

d) los que jurídicamente se equiparan al Obispo diocesano;


b) cualquier sacerdote, en caso de necesidad, pero dentro
de la celebración del sacramento.14

La bendición del óleo de los enfermos se hace normalmente


en la misa crismal que celebra el Obispo, en el día del Jueves
Santo.15

13Cf. Ordo benedicendi Oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi


Chrisma, Praenotanda, n. 3. Typis Polyglottis Vaticanis 1970.
14Cf. C.I.C., can. 999.
15Cf. Ordo benedicendi Oleum catechumenorum et infirmorum et conficiendi
Chrisma, Praenotanda, n. 9. Typis Polyglottis Vaticanis 1970.
22 . Cuando, según el n. 21 b), un sacerdote haya de bendecir
dentro del mismo rito el óleo, éste puede ser llevado por el pro­
pio presbítero o, también puede ser preparado por los familia­
res del enfermo en un recipiente adecuado. Si, celebrado el sa­
cramento, sobrara óleo bendecido, póngase en un algodón y
quémese.
Cuando el sacerdote se sirva de un óleo que ha sido bende­
cido previamente por el Obispo o por otro sacerdote, llévelo en
el recipiente en el que habitualmente se guarda. Dicho reci­
piente debe ser de material apto para conservar el óleo, estar
limpio y contener suficiente cantidad de óleo empapado en un
algodón para facilitar su uso. En este caso, el presbítero, una vez
terminada la Unción, vuelve a llevar el recipiente al lugar donde
se guarda dignamente. Cuídese de que este óleo esté siempre en
buen estado: para ello se renovará convenientemente, bien cada
año tras la bendición que hace el Obispo el Jueves Santo, bien
con mayor frecuencia si fuera necesario.

2 3 . La Unción se confiere ungiendo al enfermo en la frente y


en las manos; conviene distribuir la fórmula de modo que la pri­
mera parte se diga mientras se unge la frente y la segunda parte
mientras se ungen las manos.
Pero, en caso de necesidad, basta con hacer una sola unción
en la frente o, según sea la situación concreta del enfermo, en
otra parte conveniente del cuerpo, pronunciando siempre la fór­
mula íntegra.

2 4 . No hay inconveniente en que, teniendo en cuenta las pe­


culiaridades y tradiciones de los pueblos, se aumente el número
de unciones o se cambie el lugar de las mismas, lo cual se consig­
nará en los respectivos Rituales particulares.

2 5 . Esta es la fórmula por la que en el rito latino se confiere


la Unción a los enfermos:
Por esta Santa Unción y por su bondadosa misericordia, te
ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre
de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfer­
medad.
B. El Viático
2 6 . En el tránsito de esta vida, el fiel, robustecido con el Viá­
tico del Cuerpo y Sangre de Cristo, se ve protegido por la garan­
tía de la resurrección, según las palabras del Señor: «El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resuci­
taré en el último día» (Jn 6, 54).
A ser posible, el Viático debe recibirse en la misa de modo
que el enfermo pueda comulgar bajo las dos especies, ya que,
además, la comunión en forma de viático ha de considerarse
como signo peculiar de la participación en el misterio que se ce­
lebra en el sacrificio de la misa, a saber, la muerte del Señor y su
tránsito al Padre.16

2 7 . Están obligados a recibir el Viático todos los bautizados


que pueden comulgar. En efecto: todos los fieles que se hallan
en peligro de muerte, sea por la causa que fuere, están someti­
dos al precepto de la comunión; los pastores vigilarán para que
no se difiera la administración de este sacramento y así puedan
los fieles robustecerse con su fuerza en plena lucidez.17

2 8 . Conviene, además, que el fiel durante la celebración del


Viático renueve la fe de su Bautismo, con el que recibió su con­
dición de hijo de Dios y se hizo coheredero de la promesa de la
vida eterna.

29 . Son ministros ordinarios del Viático el párroco y los vi­


carios parroquiales, los capellanes y el superior de la comunidad
en los institutos religiosos o sociedades de vida apostólica cleri­
cales, respecto a todos los que están en la casa. En caso de nece­
sidad, o con permiso, al menos presupuesto, del ministro com­
petente, cualquier sacerdote o diácono puede administrar el
Viático; si no hay un ministro sagrado, cualquier fiel debida­
mente designado.

16 Cf. S. Congr. Rituum, Instructio Eucharisticum mysterium, 25 de mayo de


1967, nn. 36, 39,41: AAS 59 (1967) 561, 562, 563.
l7Cf. S. Congr. Rituum, Instruction Eucharisticum mysterium, 25 de mayo de
1967, n. 39: AAS 59 (1967), 562.
El diácono debe seguir el orden descrito en el Ritual
(nn. 175-200) para el sacerdote; los otros fieles deben adoptar
el orden descrito para el ministro extraordinario en el Ritual de
la sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa
(nn. 68-78).

C. El rito continuo

3 0 . Con el fin de facilitar ciertos casos particulares en los


que, sea por una enfermedad repentina o por otros motivos, el
fiel se encuentra como de improviso en peligro de muerte, existe
un rito continuo por el cual el enfermo puede recibir la fuerza de
los sacramentos de la Penitencia, de la Unción y de la Eucaristía
en forma de Viático.
Mas si urge el peligro de muerte y no hay tiempo de adminis­
trarle los tres sacramentos en el orden que se acaba de indicar,
en primer lugar, dese al enfermo la oportunidad de la confesión
sacramental que, en caso necesario, podrá hacerse de forma ge­
nérica; a continuación se le dará el Viático, cuya recepción es
obligatoria para todo fiel en peligro de muerte. Finalmente, si
hay tiempo, se administrará la santa Unción.
Si, por la enfermedad, no pudiese comulgar, se celebrará la
santa Unción.

31. Si hubiera de administrarse al enfermo el sacramento de


la Confirmación, téngase presente cuanto se indica más abajo en
los números 203, 217, 231-233.
En peligro de muerte y siempre que el Obispo no pueda venir,
tienen en virtud del derecho facultad para confirmar el párroco,
e incluso cualquier presbítero.18

l8Cf. Ordo Confirmationis, Praenotanda, n. 7c.


III. Los OFICIOS YMINISTERIOS CERCA DE LOS
ENFERMOS
3 2 . En el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, si padece un
miembro, padecen con él todos los demás miembros (1 Co 12,
26).19 De ahí que sean muy dignas de alabar la piedad hacia los
enfermos y las llamadas obras de caridad y mutuo auxilio para
remediar las necesidades humanas20; igualmente, todos los es­
fuerzos científicos para prolongar la vida21 y toda la atención
que cordialmente se presta a los enfermos, sean quienes sean los
que así procedan, deben considerarse como una preparación
evangélica y, de algún modo, participan en el misterio reconfor­
tador de Cristo.22

3 3 . Por eso conviene sobremanera que todos los bautizados


ejerzan este ministerio de caridad mutua en el Cuerpo de Cristo,
tanto en la lucha contra la enfermedad y en el amor a los que su­
fren como en la celebración de los sacramentos de los enfermos.
Estos sacramentos, como los demás, revisten un carácter comu­
nitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su
celebración.

3 4 . La familia de los enfermos y los que, desde cualquier ni­


vel, los atienden, tienen una parte primordial en este ministerio
reconfortador. A ellos les corresponde en primer lugar fortale­
cer a los enfermos con palabras de fe y con oraciones en común,
encomendarlos al Señor doliente y glorioso e, incluso, exhortar­
los para que asociándose libremente a la pasión y muerte de
Cristo, colaboren al bien del pueblo de Dios.23 Al hacerse más
grave la enfermedad, a ellos corresponde prevenir al párroco y
preparar al enfermo con palabras prudentes y afectuosas para
que pueda recibir los sacramentos en el momento oportuno.

19Cf. Cone. Vat. II, Const. Lumen gentium, n. 7: AAS 57 (1965) 9-10.
20 Cf. Cone. Vat. II, Deer. Apostolicam actuositatem, n. 8: AAS 58 (1966) 845.
21 Cf. Cone. Vat. II, Const. Gaudium et spes, n. 18: AAS 58 (1966) 1038.
22 Cf. Cone. Vat. II, Const. Lumen gentium, n. 28: AAS 57 (1965) 34.
23 Cf. Ibid., n. 21.
35. Recuerden los sacerdotes, sobre todo los párrocos y to­
dos los que se mencionan en el n. 16, que pertenece a su misión
visitar a los enfermos con atención constante y ayudarles con
inagotable caridad.24 Deberán, sobre todo en la administración
de los sacramentos, estimular la esperanza de los presentes y fo­
mentar su fe en Cristo paciente y glorificado, de modo que,
aportando el piadoso afecto de la madre Iglesia y el consuelo de
la fe, reconforten a los creyentes e inviten a los demás a pensar
en las realidades eternas.

3 6 . Para que pueda percibirse mejor todo lo que se ha dicho


de los sacramentos de la Unción y del Viático y para que la fe
pueda alimentarse, robustecerse y expresarse mejor, es de la
mayor importancia que tanto los fieles en general como sobre
todo los enfermos sean instruidos mediante una catcquesis ade­
cuada que les disponga a preparar la celebración y a participar
realmente en ella, sobre todo si se hace comunitariamente.
Como se sabe, la oración de la fe que acompaña a la celebración
del sacramento es robustecida por la profesión de esa misma fe.

37. Al preparar y ordenar la celebración de los sacramentos,


el sacerdote se informará del estado del enfermo, de modo que
tenga en cuenta su situación, en la disposición del rito, en la
elección de lecturas de la Sagrada Escritura y oraciones, en la
posibilidad de celebrar la misa para administrar el Viático, etc.
Si es posible, el sacerdote debe determinar previamente todas
estas cosas de acuerdo con el enfermo o con su familia, expli­
cando la significación de los sacramentos.

IV. A daptaciones que competen a las


Conferencias E piscopales

3 8 . En virtud de la Constitución de Sagrada Liturgia (art. 63


b), es competencia de las Conferencias Episcopales preparar el
ritual particular correspondiente a este título del Ritual Ro­

24Cf.CJ.C, can. 529,1.


mano, en consonancia con las necesidades de cada país, para
que, una vez reconocido por la Santa Sede, pueda utilizarse en
la región a que va destinado.

En este campo, pertenece a las Conferencias Episcopales:


a) Determinar las adaptaciones, de las que se habla en el ar­
tículo 39 de la Constitución de Sagrada Liturgia.
b) Considerar con objetividad y prudencia lo que realmente
puede aceptarse entre lo propio del espíritu y tradición de
cada pueblo; por lo tanto, deberán ser sometidas al juicio y
consentimiento de la Santa Sede aquellas otras adaptacio­
nes que se estimen útiles o necesarias.
c) Mantener algunos elementos existentes en los antiguos Ri­
tuales particulares de enfermos, siempre que estén en con­
sonancia con la Constitución de Sagrada Liturgia y las ne­
cesidades actuales; de lo contrario, deberán revisarse.
d) Preparar las versiones de los textos de modo que respon­
dan realmente a la idiosincrasia de las diferentes lenguas y
al espíritu de las diversas culturas, añadiendo, siempre que
parezca oportuno, melodías para ser cantadas.
é) Si fuera necesario, adaptar y completar los «praenotanda»
del Ritual Romano para lograr una participación más cons­
ciente y viva de los fieles.
f) En la edición de los libros litúrgicos bajo la responsabilidad
de las Conferencias Episcopales, distribuir la materia se­
gún el método que parezca más adecuado para su uso pas­
toral.

39. Cuando el Ritual romano ofrece varias fórmulas a elec­


ción del usuario, los Rituales particulares pueden añadir otras
fórmulas parecidas.
V. A d a p t a c io n e s q u e c o m p e t e n a l m in is t r o

4 0 . Teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de


cada caso, así como los deseos de los enfermos y de los fieles, el
ministro puede usar las diversas facultades que se le ofrecen en
la ejecución de los ritos.
a) Primordialmente atenderá a la situación de fatiga de los en­
fermos y a las variaciones que experimente su estado físico
a lo largo del día y de cada momento.
Por esta razón, podrá abreviar la celebración.
b) Cuando no haya asistencia de fieles, recuerde el sacerdote
que en él y en el enfermo está la Iglesia. Por lo tanto, pro­
cure proporcionar al enfermo, antes o después de la cele­
bración del sacramento, el amor y ayuda de la comunidad,
bien por sí mismo, bien, si el enfermo lo admite, por medio
de otro cristiano de la comunidad.
c) Si, después de la Unción, el enfermo se repusiera, aconsé­
jele con suavidad que agradezca a Dios el beneficio reci­
bido, por ejemplo, participando en una misa de acción de
gracias o de otra manera parecida.

41. Por lo tanto, observe la estructura del rito en la celebra­


ción, pero acomodándose a las circunstancias del lugar y de las
personas. Hágase el acto penitencial al comienzo del rito o des­
pués de la lectura de la Sagrada Escritura, según convenga. En
lugar de la acción de gracias sobre el óleo, utilice una monición
si le parece mejor. Todo esto habrá de tenerlo muy en cuenta,
sobre todo cuando el enfermo se encuentra en un sanatorio y
hay otros enfermos en la misma sala que, acaso, no participan de
ningún modo en la celebración.
ORIENTACIONES DOCTRINALES
Y PASTORALES
DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

I. Sentido y alcance del Ritual

4 2 . «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22, 33).


Jesús ha venido para que los hombres «tengan vida y la tengan
en abundancia» (Jn 10,10). La Iglesia continúa esta obra de Je­
sús y, como él y sus primeros Apóstoles, se inclina ante la huma­
nidad dolorida para, «en nombre de Jesucristo Nazareno», le­
vantarla y hacerla caminar (cf. Hch 3,6).

4 3 . Todo el inmenso esfuerzo de los hombres de todas las


culturas por superar la enfermedad, el progreso de la medicina y
los avances insospechados de la cirugía, son reconocidos por la
Iglesia como el cumplimiento de un designio de salvación plena
trazado por Dios, si bien los trasciende, al mismo tiempo, al ilu­
minar a la luz de la fe el verdadero y último destino del hombre.

4 4 . El Ritual se sitúa, pues, no tanto en un contexto de


muerte cuanto en una perspectiva de vida, sobre todo en el sa­
cramento de la Unción de los enfermos, cuya administración re­
ducida en la práctica a los moribundos, es considerada, desde el
Concilio Vaticano II, como una limitación que hay que corregir.
Por lo demás, el Ritual sigue con atención las múltiples y va­
riadas situaciones y etapas por las que puede pasar el hombre
enfermo —que muchas veces desembocarán en la muerte— y
para cada momento le ofrece la fuerza consoladora del Espíritu
y la presencia fraternal de la Iglesia.
45. Cierto que la enfermedad y el dolor humanos continúan
siendo un misterio, como lo son, en mucho mayor grado, el su­
frimiento y la muerte del Hijo de Dios hecho Hombre. Nuestra
fe en él tiene la fuerza de transformar nuestros sufrimientos y
enfermedades, al sentirnos miembros de su Cuerpo, continua­
dores de su Pasión y cooperadores de su Redención. Pero, a la
vez, sabemos que él ha triunfado de la muerte y que es capaz de
comunicar su energía vivificadora a todo nuestro ser, corporal y
espiritual (cf. 1 Ts 5, 23). Nuestra fe en su señorío universal so­
bre la creación entera alienta nuestra esperanza de una salva­
ción en plenitud y no pone límites a nuestros deseos de alcan­
zarla para nosotros y para nuestros hermanos. Para conseguir
los frutos de esa fe y esa esperanza, en la realización de los sig­
nos sacramentales instituidos por Cristo, pone hoy la Iglesia en
nuestras manos este Ritual.

4 6 . Pero muy exiguos serían los resultados que se alcanza­


rían con él si intentásemos aplicar sus directrices pastorales sólo
en los momentos críticos. La utilidad y eficacia de la reforma
que supone este Ritual sólo puede garantizarse mediante la
práctica de una pastoral que comienza mucho antes de la situa­
ción de crisis, se desarrolla dentro de la misma y, en caso de sa­
lud recuperada, se prolonga tras la enfermedad. A estas tres si­
tuaciones deberá corresponder, por lo tanto, una pastoral
adecuada, cuyo contenido, finalidad y aplicación, se describen a
continuación.

II. LOS ENFERMOS EN LA PASTORAL DE LA IGLESIA

47. Todos los cristianos deben ser instruidos diligentemente


sobre el misterio de la enfermedad y sobre sus obligaciones para
con los enfermos, así como sobre el sentido cristiano de la
muerte, para que, en cada circunstancia, puedan participar ac­
tiva e inteligentemente en los sacramentos que la Iglesia pone a
su disposición. La catcquesis insistirá principalmente en estos
puntos:
a) La comunidad cristiana tiene unas obligaciones muy con­
cretas para con sus enfermos. Los discípulos de Cristo reci­
bieron el encargo del Señor de representarlo y de perpe­
tuar su solicitud por ellos, como miembros de su Cuerpo.
Si es verdad que los Obispos, presbíteros y diáconos, por
razón de su ministerio, deben manifestar su preferencia por
los enfermos, la obligación de atenderlos es cometido de
todos y cada uno de los componentes de la comunidad cris­
tiana.
b) La enfermedad, a la luz de la Biblia y de la Tradición, es
consecuencia de la condición pecadora del hombre. Sin
embargo, los hombres, uniendo sus dolores a los padeci­
mientos de Jesús, colaboran en la edificación del pueblo de
Dios y completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1,
24). Por lo tanto, si bien cada enfermo debe luchar para re­
cuperar la salud, no podrá olvidar nunca que también es
llamado a abrirse a esta nueva intervención de Cristo en su
vida y asociarse más profunda y personalmente al Misterio
Pascual.
c) La santa Unción está destinada a los que se encuentran se­
riamente afectados por la enfermedad y no a los moribun­
dos. Descúbrase cómo, en esa especial situación de ansie­
dad y prueba, el hombre necesita verse robustecido con el
sacramento de la Unción y ayudado con la gracia del Espí­
ritu Santo, para vencer las tentaciones del enemigo, superar
la angustia de la muerte y recuperar, tal vez, la salud per­
dida.

4 8 . Además de la catcquesis propiamente dicha, la acción


pastoral estará orientada también a suscitar equipos que, como
inmediatos colaboradores de los pastores, visiten, consuelen y
ayuden a los enfermos. A estos equipos se les dará una forma­
ción más amplia y profunda sobre la significación de cada uno
de los sacramentos de los enfermos y sobre su celebración litúr­
gica.

4 9 . El proceso de mentalización del pueblo de Dios es siem­


pre lento y dificultoso, pero es necesario em prender esta tarea
con ánimo y constancia. Los pastores que tienen cura de almas
deben ser los primeros en asimilar el espíritu del Ritual para
aplicarlo luego convenientemente en la práctica.

5 0 , De todos modos, es urgente iniciar y proseguir una ac­


ción amplia, dirigida a todos, y una mayor profundización en el
conocimiento de los sacramentos de enfermos por parte de al­
gunos miembros de la comunidad más directamente vinculados
con el cuidado material y espiritual de los que sufren. Esta acti­
vidad pastoral, que puede revestir muy variadas formas, encon­
trará cauces muy adecuados:

a) En la predicación ordinaria de la Iglesia, aprovechando los


tiempos litúrgicos y los textos bíblicos más apropiados, que
pueden ofrecer la oportunidad de hablar sobre el cuidado
de los enfermos.
b) En reuniones de estudio y reflexión de pequeñas comuni­
dades, de movimientos apostólicos y de asociaciones de ca­
ridad, muy especialmente en las que se preocupan de la
asistencia a los enfermos.
c) Teniendo un recuerdo especial para los enfermos de la co­
munidad en la oración de los fieles de la celebración euca-
rística y en las preces de Laudes y Vísperas, especialmente
cuando alguno de ellos haya recibido algún sacramento a lo
largo de la semana.
E n las celebraciones comunitarias por los enfermos o con
los enfermos en santuarios, peregrinaciones, reuniones pe­
riódicas de enfermos, etc.
e) Convocando y admitiendo a la celebración de la Eucaristía
en casa del enfermo (cuando se vea oportuna y conve­
niente) a familiares, vecinos y amigos.

5 1 . Hágase ver que la situación en que se encuentran los en­


fermos puede ser muy diversa. Solamente cuando llegue el mo­
mento de entrar en un contacto personal y frecuente, se podrán
captar las formas precisas por las que puede manifestarse una
verdadera solidaridad cristiana.
5 2. Aunque durante todo el año la comunidad cristiana debe
tener particular preocupación, bajo todos los aspectos, por sus
miembros enfermos y hacer llegar hasta ellos sus cuidados en
todos los sentidos, es conveniente dedicar algún tiempo del año
para tenerlos presentes de una manera más viva y especial. Con­
vendrá mantener y revitalizar la tradición, muy extendida en Es­
paña, de llevar la comunión a los ancianos y enfermos el do­
mingo de la octava de Pascua, y aprovechar los días precedentes
a esa fecha para prepararlos a una celebración en la que puedan
vivir el misterio pascual los que no pudieron participar, entre la
comunidad de los sanos, en la comunión en la Muerte y Resu­
rrección de Cristo.

ni. Pastoral inmediata

Necesidad y contenido de esta pastoral


5 3 . La enfermedad y la vejez siempre han sido situaciones
personales especialmente delicadas, pero puede afirmarse, con
razón, que, a pesar de las mejoras sociales de nuestro tiempo, en
el mundo actual —especialmente en las regiones desarrolladas—
constituyen una situación crítica que se ha agudizado por el am­
biente materialista.

5 4 . Los aspectos somáticos, psicológicos, sociales y religio­


sos que se entremezclan en un mismo enfermo, dan lugar a si­
tuaciones diferenciadas dentro de una misma enfermedad.
Entre los aspectos somáticos y psicológicos habrá que tener
en cuenta la distinta situación de un anciano, un enfermo a corto
o a largo plazo, los enfermos crónicos o los que precisan una in­
tervención quirúrgica. En unos, la esperanza de curación es
grande, en otros se ha perdido totalmente; hay quien padece an­
siedad, otros soledad. A ello habrá que sumar la formación cul­
tural, que, según los casos, será alivio o tortura para el enfermo.
Y no faltará quien necesite ayuda material para poder sanar.
55 . Sin olvidar estos aspectos, siempre condicionantes, se
tendrán muy presentes, sobre todo los distintos niveles de fe
cristiana, para actuar siempre gradualmente, con discreción y
pudor, evitando todo lo que pueda provocar dolor, resenti­
miento o alejamiento.
No debe faltar, a lo largo del doloroso itinerario que recorre
el enfermo, la presencia alentadora de la Iglesia que le ayuda a
vivir con pleno sentido cristiano cada una de las etapas de su en­
fermedad, y, en todo momento, la acción primordial del
sacerdote irá dirigida a crear y favorecer un clima de paz no sólo
en el enfermo, sino también en la familia.

56 . No se puede olvidar que, en la enfermedad, el cuerpo, le­


jos de ser olvidado y menospreciado, es objeto de atención, cui­
dado y esfuerzo, juntamente con el alma: es el hombre entero,
«cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad»,
el que se quiere salvar y recuperar para la vida.
Convencidos de esta unidad sustancial en el hom bre (alma-
cuerpo) y de la interdependencia de ambos, la pastoral del en­
fermo procura crear el clima propicio para superar la prueba
del alma y del cuerpo a fin de conseguir la salud de ambos, o, en
su caso, para ayudar al enfermo a la entrega humilde y confiada
en manos del Padre.

Responsables de la pastoral

57 . Entre los múltiples responsables de esta pastoral, cabe


destacar:

a) E l Obispo
A él incumbe la obligación de promover y dirigir la pastoral
de toda la diócesis, manifestando una atención especial hacia los
más pobres y desamparados. Su presencia cerca de los enfer­
mos, ya para presidir una celebración, ya para una visita de con­
suelo, será un testimonio claro de su oficio de Padre y Pastor de
todos. Por lo demás, como moderador de las celebraciones en
las que se congregan enfermos de varias parroquias o de diver-
sos sanatorios para recibir la santa Unción, procurará facilitar
este tipo de celebración colectiva y orientarla de forma conve­
niente.

b) Los presbíteros
La presencia del presbítero junto al enfermo es signo de la
presencia de Cristo, no sólo porque es ministro de los sacra­
mentos de la Unción, la Penitencia y la Eucaristía, sino porque
es especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo. La pre­
sencia humilde y servicial junto al enfermo o anciano en un
apostolado nada brillante es testimonio de su fe. Por lo demás,
el respeto y la discreción le sugerirán los momentos más oportu­
nos de ayuda para que el enfermo vaya progresando en su iden­
tificación con Cristo paciente.
Responsabilidad especial corresponde a los Párrocos y sus
colaboradores, a los capellanes de clínicas y a los superiores de
comunidades religiosas, para quienes el cuidado de los enfer­
mos debe ser considerado como una importante obligación de
su ministerio.

c) Las comunidades religiosas sanitarias


Las comunidades religiosas que tienen como misión el servi­
cio a los enfermos, en los hospitales y en otras organizaciones
sanitarias, deben dar especialmente testimonio de fe y de espe­
ranza teologal, en medio de un mundo cada vez más tecnificado
y materialista.
La capacitación y competencia profesional serán medios para
un mejor servicio de caridad, teniendo la preocupación cons­
tante de educar en la fe a enfermos y familiares, y de humanizar
la técnica para hacer de ella el vehículo del amor de Cristo. Cui­
dar a los enfermos en nombre de la Iglesia, como testigos de la
compasión y ternura del Señor, es el carisma propio de las co­
munidades religiosas en las instituciones sanitarias.

d) Los laicos
Una de las grandes ocasiones para testimoniar que la Parro­
quia es una comunidad de amor, la ofrece la enfermedad de uno
de sus miembros, durante la cual, los lazos que vinculan a una y
otro (parroquia y enfermo) no sólo no se rompen, sino que ad­
quieren un sentido nuevo que debe ser robustecido por el amor,
pues, como dice el Apóstol, «si padece un miembro, todos los
miembros padecen con él» (I Co 12, 26). Una manera de hacer
palpable y visible esta fraterna solidaridad puede ser usar, de
acuerdo con lo prescrito en cada diócesis, la facultad concedida
a los laicos de llevar la sagrada comunión a los enfermos. Por lo
demás, será necesario coordinar los esfuerzos individuales para
evitar que unos enfermos se vean privados de las ayudas más
elementales mientras otros son visitados, confortados y ayuda­
dos, acaso con exceso.
Asimismo, la comunidad parroquial atenderá las necesidades
de los enfermos sin ningún tipo de discriminación y alentará la
promoción de las asociaciones y fraternidades de enfermos, ya
que son éstos los que, por sintonizar de manera más directa con
otros enfermos, podrán realizar una gran labor pastoral en este
campo. De este modo será patente que es una comunidad cató­
lica, esto es, abierta a las necesidades de todos los hombres.
Convendrá tener en cuenta que, si bien hay que dar razón de la
fe y la esperanza cristianas, ha de evitarse todo tipo de proseli-
tismo o coacción, opuesto a la dignidad de la persona humana y
a la libertad religiosa. También se tendrán en cuenta las especia­
les circunstancias de cada enfermo, a fin de ser utilidad y no es­
torbo.
El laico que trabaja en el campo sanitario no sólo ejercita una
de las más nobles profesiones, sino que ejerce, de hecho, un
apostolado frecuentemente misionero. La honradez y la compe­
tencia profesional son sin duda una condición indispensable que
difícilmente puede ser suplida por ningún otro tipo de celo
apostólico.
La familia cristiana, como Iglesia doméstica, sometida a
prueba por la enfermedad de uno de los suyos, ha de manifestar
que es una comunidad natural de amor humano y cristiano, no
sólo en la abnegación y entrega personal y en la solidaridad de
todos, sino atendiendo al bien espiritual del enfermo. A los fa­
miliares, como creyentes, les debe preocupar llamar a los pres­
bíteros de la Iglesia, o a cualquiera que tenga la responsabilidad
de la pastoral de la enfermedad. Ellos son genuina representa­
ción de la Iglesia en todo el itinerario del enfermo.
Coordinación necesaria

58. Se impone, dentro del mismo centro sanitario, una coor­


dinación entre la actividad del capellán, las religiosas, los laicos
sanitarios y la familia, para que ninguna de las necesidades de
los enfermos quede desatendida y a todos ellos llegue la ayuda y
el consuelo. Y ello no sólo por razón de una buena organiza­
ción, sino porque como creyentes forman una comunidad cris­
tiana. Todos colaborarán para que los servicios religiosos de la
casa estén pensados y realizados en función de una atención a
los enfermos y no de una comodidad particular.
Igualmente ha de procurarse la mayor coordinación entre los
capellanes y las parroquias. De esta manera, el centro sanitario
será una prolongación de la parroquia de donde procede el en­
fermo y adonde ha de volver.
A nivel diocesano, la creación de secretariados de apostolado
sanitario hará posible una pastoral de conjunto en coordinación
con la pastoral caritativa de la Iglesia.

IV. Pa storal sacram ental

59 . Toda la pastoral de los enfermos encuentra plena culmi­


nación en la celebración de los sacramentos. Conviene subrayar
que una buena celebración en la que participen activamente el
presbítero, el enfermo, la familia y la comunidad cristiana, será
siempre la mejor catcquesis para el pueblo de Dios y superará
en eficacia toda otra actividad en este campo.
Por eso será necesario revisar una pastoral exclusivamente
«sacramentalista», reducida al empeño de hacer aceptar los sa­
cramentos, y una pastoral exclusivamente orientada «al bien
morir», que sólo lograría que los fieles vieran al sacerdote como
mensajero de la muerte.

6 0 . Para las varias y sucesivas etapas que recorra el hombre


en el camino de su enfermedad, el Ritual prevé la adecuada
ayuda sacramental. Esta progresiva asistencia espiritual res­
ponde a la naturaleza misma de los sacramentos de los enfer­
mos, a la vez que se acomoda mejor a los avances técnicos de la
medicina que logra, en muchos casos, retrasar la muerte.

Los sacram entos de los enfermos


1) La Penitencia

61. La actitud de conversión, el deseo del perdón de Dios y


su celebración son una condición esencial de toda la vida cris­
tiana. Hay que reconocer que un momento crítico en la vida hu­
mana, como es la enfermedad, puede ser ocasión propicia para
oír la llamada de Dios a la conversión.

62. En cuanto a la celebración, es importante evitar la mez­


cla y confusión de Sacramentos. El Ritual prefiere que la Peni­
tencia sea recibida, si es posible, con anterioridad a la celebra­
ción de los demás Sacramentos de enfermos.

2) Comunión de enfermos

63. La Eucaristía, sin ser un sacramento específico de la en­


fermedad, tiene estrecha relación con ella. Primero, porque el
enfermo, que ya vive en la fe la incorporación de su enfermedad
a la Pasión de Cristo, puede tener el deseo de celebrarla sacra­
mentalmente. En segundo lugar, porque la Eucaristía servirá
para descubrir al enfermo, tentado de encerrarse egoístamente
en sí mismo, el sentido de comunión total con Dios y los hom­
bres que Cristo da a la vida.

64. Ciertos elementos del rito (el acto penitencial, las lectu­
ras, la homilía, etcétera) sirven para clarificar algunas de las exi­
gencias de la celebración entre las que cabe destacar las siguien­
tes:
a) La celebración debe ser signo en que se reconozca que la
Eucaristía es un momento fuerte de la vida del enfermo y
de la de aquellos que le acompañan, a los cuales se ha de
procurar asociar a la recepción del Sacramento. Evítese, en
la medida de lo posible, una distribución de la Eucaristía
que, por la rutina u otras causas, no revista el carácter de
una verdadera celebración.
b) Por lo mismo ha de preferirse, siempre que sea posible, la
comunión dentro de la misa, que pone de relieve su dimen­
sión comunitaria y su relación con la acción eucarística.
Cuando no sea posible la celebración en casa del enfermo,
podría preceder una misa en la parroquia o centro hospita­
lario. No se olvide, sin embargo, que el fin primario y prin­
cipal de la reserva eucarística consiste en la posibilidad de
llevar la comunión a los enfermos que no han podido parti­
cipar en ia misa.
c) También convendrá escoger el momento más oportuno
para el enfermo, evitando la coincidencia con los cuidados
médicos, horas de comidas, etc., con el fin de que disponga
de un momento de calma suficiente para atender al don
que recibe y a la plegaria personal.

3) La Santa Unción

65. La Unción de los enfermos es el sacramento específico


de la enfermedad y no de la muerte. D e acuerdo con la doctrina
del Concilio Vaticano II, el Rito de la Unción está concebido y
dispuesto para tal situación, como lo demuestra el cambio de la
fórmula sacramental y el resto de las oraciones, orientadas, con­
forme a la más genuina Tradición, hacia la salud y restableci­
miento del enfermo. La neta distinción establecida con el Viá­
tico, como sacramento del tránsito de esta vida, ayuda a situar la
santa Unción en su justo momento.

6 6 . La Unción es sacramento de enfermos y sacramento de


Vida, expresión ritual de la acción liberadora de Cristo que in­
vita y al mismo tiempo ayuda al enfermo a participar en ella. La
catequesis a todos los niveles ha de insistir en esto. Pero será
poco eficaz o inútil la catequesis, si la práctica sacramental vi­
niese a desmentirla dejando su celebración para última hora. Es
muy aconsejable, al menos alguna vez durante el año, y siempre
que sea posible, la celebración comunitaria y colectiva, si hay
varios enfermos capaces de trasladarse a un mismo lugar. Tales
celebraciones, bien organizadas, valdrían por muchos sermones
para el cambio de mentalidad que se desea.

6 7 . Es importante evitar el contraste del sacramento con los


cuidados sanitarios, empeñados solamente en la recuperación
de la salud. La Santa Unción no es, de ningún modo, el anuncio
de la muerte cuando la medicina no tiene ya nada que hacer.
Más aún, la Unción no es ajena al personal sanitario y asisten-
cial, pues es expresión del sentido cristiano del esfuerzo técnico.
Por todo ello, sería muy de desear que el personal sanitario par­
ticipara en la celebración para que pudiera abrir mejor el con­
junto de su acción terapéutica a la vertiente sobrenatural, propia
del sacramento.

6 8 . La lucha por la salud no agota el sentido de la Unción.


Sacramento de Vida en tal situación, debe ayudar a vivir la en­
fermedad conforme al sentido de la fe; lo cual es bien distinto de
ayudar a bien morir. El enfermo ha de ver en la Unción no la ga­
rantía de un milagro, sino la fuente de una esperanza.

6 9 . Como sacramento del restablecimiento, la pastoral de la


Unción debe preparar al enfermo para su reintegración a la vida
ordinaria. El enfermo que ha recorrido el itinerario sacramental
de la enfermedad y ha recobrado la salud, se reincorpora a su
actividad normal tras haber vivido un peculiar encuentro con
Cristo. Una pastoral postsacramental le hará descubrir la urgen­
cia de vivir más evangélicamente sus relaciones con Dios y con
los hermanos y le vinculará más estrechamente con la comuni­
dad cristiana, a la que, con gratitud al consuelo que de ella reci­
bió durante la enfermedad, tratará de dar ahora un testimonio
más claro de su fe.

a) Sujetos del sacramento de la Unción

70 . El Ritual determina claramente quiénes son los destina­


tarios de la Santa Unción. Entre ellos, se enumera a los ancia­
nos. Los responsables de asilos y residencias destinados a aten-
der a personas de avanzada edad recordarán que la mayor parte
de los ancianos acogidos en esas instituciones son sujeto de la
Unción.
Asimismo, los comatosos y amentes no de nacimiento son
también sujetos de la Unción, siempre que se pueda presumir
razonablemente que la habrían solicitado si tuvieran expedito el
uso de sus facultades.
Los moribundos, en caso de súbito peligro de muerte, son
también sujeto de la Santa Unción. E n cambio, no lo son nunca
los muertos: sólo en caso de duda de muerte, es potestativo pero
no obligatorio ungirles bajo condición.
Aun en estas circunstancias, no deberá faltar una oración di­
rigida por el sacerdote pidiendo a Dios que perdone los pecados
de quien acaba de fallecer. Dios es siempre misericordioso, y la
Iglesia, a la que representa también en este momento el ministro,
es portadora de la salvación en Cristo.

b) La celebración de la Santa Unción

7 1 . La bendición del óleo ha sido puesta de relieve en el Ri­


tual, al permitir al presbítero que lo bendiga en caso necesario o,
si ya está bendecido, al hacerle pronunciar una oración de ac­
ción de gracias, de modo semejante a como se hace con el agua
bautismal. A esta especial atención en torno al santo óleo debe
corresponder un trato noble y digno tanto en la conservación y
custodia de la materia del sacramento como en su aplicación al
enfermo, que deberá hacerse con cantidad suficiente de óleo
para que aparezca visiblemente como una verdadera Unción.

7 2 . Una celebración digna y cuidada hará descubrir la es­


tructura y dinámica de todo el rito que, al igual que sucede con
los otros sacramentos, encierra diversos elementos. E n efecto,
los ritos iniciales vienen a crear un clima sagrado para constituir
la comunidad en oración; la liturgia de la Palabra intenta ilumi­
nar el conjunto de la celebración a la luz de la revelación; la litur­
gia del signo subraya la importancia de la oración de la fe, la im­
posición de manos, y la propia Unción como un momento culmi­
nante de la celebración; finalmente, los ritos conclusivos tratan de
vincular a la comunidad en el cuidado de los enfermos.
73 . El rito, tal como está presentado, puede parecer excesivo
para un enfermo. Por eso, lo primero que hay que tener en
cuenta es su estado de salud y de fuerzas. El ministro puede, por
esta razón, abreviarlo. El nivel de fe es asimismo importante
para elegir la forma del rito y los diversos elementos. También
habrán de ser tenidas en cuenta las personas que le rodean, sea
la familia, sean otros enfermos, que tal vez ocupan la misma sala
en su sanatorio.

7 4 . La celebración comunitaria, en cuanto sea posible, ha de


manifestar el sentido eclesial del sacramento. En ciertos casos,
será factible la presencia de algunos miembros de la comunidad;
en otros muchos, la comunidad se verá reducida a la presencia
de la familia; incluso, no faltarán ocasiones en las que se hallarán
solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender
a este último que allí está la Iglesia representada.

75. Además del Rito continuo para casos muy excepciona­


les, existe la posibilidad de dos tipos de celebración: el Rito or­
dinario sin misa o con misa, y el rito con una gran asamblea,
también con o sin misa. Lo que distingue, pues, a este segundo
Rito del primero no es el número de enfermos (que, en ambos
casos, puede ser uno solo), sino la presencia de una amplia
asamblea de fieles.
Si bien deberá preferirse una celebración con una asamblea
numerosa de fieles, más amplia que la propia comunidad fami­
liar, el responsable de la Unción de los enfermos elegirá, entre
las varias opciones que le ofrece el Ritual, aquel modo de cele­
bración que, consideradas todas las circunstancias externas y te­
niendo en cuenta el nivel de fe del paciente, le parezca más
oportuno. Este mismo criterio le aconsejará administrar el sa­
cramento dentro o fuera de la celebración eucarística.

76. Son muy aconsejables las celebraciones en las que, a ser


posible, bajo la dirección del Obispo, enfermos provenientes de
distintos centros hospitalarios o de diversas parroquias se con­
greguen en un determinado lugar, para recibir el sacramento de
la Unción. Si ha precedido una buena catequesis, este tipo de ce-
lebración puede ayudar en gran manera a descubrir la plena sig­
nificación del sacramento, a situar su recepción en su debido
momento y a subrayar el papel que corresponde a todos y cada
uno de los miembros de la comunidad cristiana en la pastoral de
la enfermedad. Si se hallan presentes varios presbíteros, podrán
imponer las manos y realizar las unciones, acompañadas de sus
respectivas fórmulas, sobre distintos enfermos, pero dejando al
celebrante principal la recitación de las oraciones presidencia­
les.

Los sacram entos de los m oribundos

a) El Viático

77 . El Viático es el sacramento del tránsito de la vida, fun­


ción específica que ahora, en el Ritual, ha quedado más clara­
mente subrayada.

7 8 . La comunión en forma de Viático no se diferencia esen­


cialmente de otra participación en la Eucaristía, si bien, tal
como señala la fórmula del rito, marca la última etapa de la pe­
regrinación que inició el cristiano en su Bautismo. Es, pues, una
circunstancia especialísima que será subrayada por el ministro,
haciendo ver al enfermo que, con esta comunión solemne, viene
a completar un itinerario eucarístico comenzado el día de su pri­
mera comunión.

7 9 . Para que, por un lado, el Viático pueda expresar toda


esta significación y, por otro, sea una aceptación consciente de
la muerte como paso con Cristo a la Vida, el enfermo debe reci­
birlo en plena lucidez.

80 . Siempre que sea posible, el Viático debe recibirse dentro


de la misa y esto, no sólo para dar posibilidad de recibir la co­
munión bajo las dos especies, sino, sobre todo, para hacer más
clara y visible la participación sacramental en el Misterio de
Muerte y Resurrección de Cristo, que se renueva en la misa.
Esta celebración puede tenerse en casa del enfermo.
La Profesión de fe sigue a las lecturas, supliendo incluso al
Credo de la misa. Con esta profesión realizada en la cercanía de
la muerte, el fiel aviva y actualiza la fe que recibió en el Bau­
tismo y la proclama ante la Iglesia.

b) Rito continuo

8 1 . La realidad desborda muchas veces las previsiones y


desbarata los cuadros teóricos. El peligro de muerte repentina
se puede presentar inesperadamente. Para esta circunstancia
está pensando el llamado Rito continuo.
El pastor de almas hará un uso inteligente y no indiscrimiado
de las posibilidades del Rito continuo, no extendiéndolo más
allá del caso para el que está hecho.

V. La Iglesia encomienda y entrega el


MORIBUNDO A DIOS:
EL TRÁNSITO DEFINITIVO
8 2 . La Iglesia ha estado presente a lo largo de toda la enfer­
medad, y al llegar el momento de la merte, no abandona al cris­
tiano, sino que le ayuda a hacer su tránsito a la Vida eterna en
unión con Cristo, y lo entrega a la Iglesia celeste, por medio de la
oración. Su presencia allí, en esos momentos, es, ciertamente,
compañía, consuelo y plegaria. Pero, sobre todo, es un signo: Si
el cristiano se salva formando parte del Pueblo de Dios, a la
hora de alcanzar la salvación, también lo hace dentro del Pueblo
de Dios peregrinante que lo entrega a su porción gloriosa ya en
el cielo. Por eso, es más significativa en este momento la presen­
cia del sacerdote a su lado.

8 3 . Mientras el moribundo es consciente, la Iglesia ora con él


y por él, para ayudarle a vencer la angustia natural de la muerte,
uniendo su muerte a la de Cristo, que por su muerte venció la
nuestra. Cuando el enfermo no puede ya rezar, la Iglesia ora por
él y le entrega a la Iglesia celeste, al mismo tiempo que ella
misma se consuela con el sentido pascual de la muerte.
8 4 . Teniendo en cuenta las actuales dificultades para lograr
una presencia personal del sacerdote o del diácono, será muy
recomendable la formación de laicos para este ministerio. Ellos
tendrán que ejercer, no pocas veces, los oficios concernientes a
la muerte cristiana.

85 . Puesto que los hombres mueren cada vez en mayor


número dentro de las instituciones sanitarias y lejos de sus co­
munidades naturales, los capellanes de esos centros hospitala­
rios prestarán un gran servicio pastoral con su esfuerzo por ro­
dear los últimos momentos de la vida humana de un clima de
comunidad. En este mundo en que el hombre respira un aire de
soledad insoportable, los capellanes trabajarán por crear, al me­
nos, lazos fraternales en torno a los moribundos.

A p é n d ic e . L a C o n f ir m a c ió n

8 6 . Todo cuanto se dice en el ritual sobre la Confirmación


debe ser una ocasión propicia para recordar el empeño de la
Iglesia en lograr que todo bautizado complete el itinerario de su
iniciación cristiana, aunque sea en esta ocasión tan particular.
Pero debe quedar siempre claro que la Confirmación no es un
sacramento de enfermos.
CAPÍTULO I

VISITA Y COMUNIÓN DE LOS


ENFERMOS

I. Visita a los enfermos


8 7 . Todos los cristianos, participando en la solicitud y el
amor de Cristo y de la Iglesia hacia los que sufren, deben preo­
cuparse con gran esmero de los enfermos y, según cada caso, vi­
sitarlos, confortarlos en el Señor y ayudarlos fraternalmente en
sus necesidades.

8 8 . Pero de modo especial los párrocos y cuantos atienden a


los enfermos traten de decirles palabras de fe, con las que pue­
dan descubrir la significación de la enfermedad humana dentro
del misterio de salvación; más aún, procuren exhortarles de
forma que, iluminados por la fe, sepan unirse a Cristo doliente, y
en último término, lleguen a santificar su enfermedad con la ora­
ción que les dará fuerzas para sobrellevar sus dolores.
Procuren llevar gradualmente a los enfermos, según sea su es­
tado, hacia una participación viva y frecuente de los sacramen­
tos de Penitencia y Eucaristía y, sobre todo, hacia la recepción
de la Unción y del Viático a su debido tiempo.

8 9 . Conviene que los enfermos, bien sea solos, bien con sus
familiares o con los que les atienden, sean conducidos a la ora­
ción, tomándola primordialmente de la Sagrada Escritura, me­
ditando aquellos pasajes que iluminan el misterio de la enferme­
dad humana en Cristo y en su obra, o también, tomando de los
salmos y de otros textos fórmulas y sentimientos de súplica.
Para lograr esto, ayúdenlos con los medios necesarios; más aún,
procuren los sacerdotes orar algunas veces con los mismos en­
fermos.

9 0 . En su visita a los enfermos, el sacerdote, sirviéndose de


los elementos más apropiados, y preparándola en fraterna con­
versación con el enfermo, podrá componer una plegaria común
a modo de breve celebración de la palabra de Dios. Acompañe a
la lectura de la Biblia una plegaria tomada de los salmos, de
otros textos oracionales o de las letanías; al final, bendiga al en­
fermo, imponiéndole las manos si le parece oportuno.

n. La comunión de los enfermos


9 1 . Los pastores de almas deben esmerarse en facilitar al
máximo el acceso de los enfermos y ancianos a la Eucaristía,
aun cuando su estado no sea grave ni haya peligro de muerte.
Siempre que sea posible, déseles la comunión cada día, sobre
todo durante el tiempo pascual. La comunión puede adminis­
trarse a cualquier hora del día.
Observando lo que se dice más abajo en el n. 169, puede
darse la Eucaristía bajo la sola especie de vino a los enfermos
que no pueden recibirla bajo la especie de pan.
Los que asisten al enfermo pueden recibir la comunión junto
con él, respetando lo establecido por el derecho.

9 2 . Al llevar la sagrada Eucaristía para administrar la comu­


nión fuera de la iglesia, deben llevarse las sagradas especies
guardadas en un estuche u otro recipiente, según las costumbres
y maneras propias de cada lugar.

9 3 . Los que viven con el enfermo o los que los cuidan procu­
ren preparar adecuadamente la habitación y provean una mesa
cubierta con un mantel para colocar sobre ella el Sacramento.
Dispóngase también, si es costumbre, un vaso con agua bendita
y el hisopo o un ramo pequeño apto para la aspersión, y cirios
sobre la mesa.
1. R it o o r d in a r io d e l a c o m u n ió n
DE LOS ENFERMOS

94. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministerio


que va a realizar, llega a la habitación, y, con sencillas y afectuo­
sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede
decir, si le parece, este saludo:
La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­
sentes.
O bien:

La paz del Señor sea con vosotros (contigo).

95. Otras fórmulas de saludo:

V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el am or


del Padre y la com unión del Espíritu Santo esté
con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
96. O bien:

V. L a gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de


Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros.
R. Bendito es Dios, P adre de nuestro Señor Jesu­
cristo.
O bien:

R. Y con tu espíritu.

Una vez colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora


junto con los presentes.
9 7 . Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay que
bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el
n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:
Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en
Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

9 8 . Si es necesario, escuche el sacerdote la confesión sacra­


mental del enfermo.

9 9 . Pero cuando no se celebra dentro del rito la confesión


sacramental del enfermo o hay otros que han de comulgar, el sa­
cerdote invita a todos al acto penitencial.

Primera fórmula

100. El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:


Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.

Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos,


hacen la confesión:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante voso­
tros, hermanos, que he pecado mucho de pensa­
miento, palabra, obra y omisión.

Dándose golpes de pecho añaden:


Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los
ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­
cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
I ] sacerdote concluye:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Segunda fórmula

101 . El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:


Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote dice:
V. Señor, ten m isericordia de nosotros.
R. Porque hem os pecado contra ti.
V. M uéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
El sacerdote concluye:
Dios todopoderoso tenga misericordia de noso­
tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
R. Amén.

Tercera fórmula

102. E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:


Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Visita y comunión de los enfermos

Se hace una breve pausa en silencio.

Después el sacerdote, o uno de los presentes, hace las siguien­


tes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que por el misterio pascual nos has obtenido


la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las
maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
V. Tú que por la com unión de tu cuerpo nos haces
participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­
dad.
R. Señor, ten piedad.
El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga m isericordia de noso­


tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
R. Amén.

10 3 . A continuación, puede leerse por uno de los presentes o


por el mismo sacerdote algún texto de la Sagrada Escritura, v. g.:

Jn 6, 54-55
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­
dadera bebida.
Jn 6, 54-58
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­
dadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él.
El Padre que vivé me ha enviado, y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que
come este pan vivirá para siempre.

Jn 14,6
—Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va
al Padre, sino por mí.

Jn 14,23
—El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

Jn 15,4

Permaneced en mí, y yo en vosotros.


Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no per­
manecéis en mí.

1 Co 11,26

Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz,


proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
O bien: Jn 14, 27; Jn 15, 5; 1 Jn 4,16.
Si parece oportuno, puede hacerse una breve explicación de estos
textos.

104. El sacerdote introduce la oración dominical con estas o


parecidas palabras:
Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la
oración que el mismo Cristo nos enseñó:
Y todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado


sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu vo­
luntad así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro
de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deu­
das, así como nosotros perdonam os a nuestros deudo­
res, y no nos dejes caer en la tentación, mas libranos
del mal.

105. El sacerdote muestra el Santísimo Sacramento, di­


ciendo:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor.
El enfermo y los que van a comulgar dicen una sola vez:

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero


una palabra tuya bastará para sanarme.

106. El sacerdote se acerca al enfermo y, mostrándole el Sa­


cramento, dice:

El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).


El enfermo responde:
Amén.
Y comulga.
Los demás comulgantes reciben el Sacramento en la forma
acostumbrada.

10 7 . Una vez distribuida la comunión, el ministro purifica


los vasos sagrados. Pueden seguir unos momentos de silencio.
Luego, el sacerdote concluye con esta oración:
Oremos. Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y
eterno, te suplicamos con fe viva que el Cuerpo (la
Sangre) de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
nuestro hermano (nuestra hermana) acaba de recibir,
le conceda la salud corporal y la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Puede utilizar también una de las siguientes oraciones:

1 0 8 . Señor, que por el misterio pascual de tu Hijo


realizaste la redención de los hom bres, concédenos
avanzar por el cam ino de la salvación a quienes, ce­
lebrando los sacram entos, proclam am os con fe la
m uerte y resurrección de Cristo.
Q ue vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

1 0 9 . Oh, Dios, que has querido hacernos partíci­


pes de un mismo pan y de un mismo cáliz, concéde­
nos vivir tan unidos en Cristo que fructifiquemos
con gozo para la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
110. A lim entados con esta Eucaristía, te hacemos
presente, Señor, nuestra acción de gracias, im plo­
rando de tu m isericordia que el E spíritu Santo m an­
tenga siem pre vivo el am or a la verdad en quienes
han recibido la fuerza de lo alto.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1 1 1 . Finalmente, el sacerdote bendice al enfermo y a los


presentes, bien haciendo sobre ellos la señal de la cruz con el co­
pón si ha quedado sacramento, bien utilizando alguna de las si­
guientes fórmulas:

112. —Que Dios Padre te bendiga.


R. Amén.
—Q ue el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Amén.
—Q ue el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.
—Q ue el Señor proteja tu cuerpo y salve tu
alma.
R. Amén.
—Q ue haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a
la vida eterna.
R. Amén.
—Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo
y Espíritu Santo.
O bien:
113. —Jesucristo, el Señor, esté siem pre a tu lado
para defenderte.
R. Amén.
—Q ue él vaya delante de ti para guiarte y vaya
tras de ti para guardarte.
R. Amén.
—Q ue él vele p o r ti, te sostenga y te bendiga.
R. Amén.
—(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo
y E spíritu Santo.
R. A m én.)

114. O bien:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +


y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acom­
pañe siempre.
R. Amén.

Puede emplearse también algunas de las fórmulas del Misal


para el final de la Misa.
2. R it o b r e v e d e l a c o m u n ió n d e e n f e r m o s

11 5 . Este rito sirve cuando hay que dar la sagrada comunión


a varios enfermos que moran en varias dependencias de una
misma casa, por ejemplo, en sanatorios, hospitales o clínicas. Si
parece conveniente, pueden añadirse algunos elementos toma­
dos del rito ordinario.

1 16. Si hay enfermos que quieren confesarse, el sacerdote


los oirá y absolverá en el momento más oportuno, antes de que
comience a distribuir la comunión.

117. El rito puede comenzar o en la iglesia o en la capilla o


en la primera habitación. El sacerdote dice esta antífona:
¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra co­
mida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se
llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!

1 1 8 . Luego, el sacerdote, acompañado si es posible por al­


guna persona que porte un cirio, se acerca a los enfermos y dice
una sola vez a todos los enfermos que están en la misma sala o a
cada uno en particular:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor.

1 19. Cada uno de los comulgantes dice:


Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme.
Y reciben la comunión en la forma acostumbrada.

120 . La oración final puede decirse en la iglesia, en la capilla


o en la última habitación, y no se da la bendición.
CAPÍTULO II

UNCIÓN DEL ENFERMO


R it o o r d in a r io

Preparativos de la celebración

121 . El sacerdote, antes de administrar la santa Unción a un


enfermo, se informará de su estado, de modo que tenga en
cuenta su situación en la disposición del rito y en la elección de
lecturas de la Sagrada Escritura y oraciones. Si le es posible, el
sacerdote debe determinar estas cosas de acuerdo con el en­
fermo o con su familia, explicando la significación del sacra­
mento.

122 . Cuando sea necesario oír al enfermo en confesión sa­


cramental, el sacerdote, si es posible, irá al enfermo antes de ce­
lebrar la Unción. En el caso de que el enfermo haya de confe­
sarse durante la Unción lo hará al principio del rito. Pero
cuando no haya confesión dentro del rito, hágase el acto peni­
tencial.

1 23. El enfermo que no está en cama puede recibir el Sacra­


mento en la iglesia o en otro lugar conveniente, en el que haya
un asiento adecuado para el enfermo y donde puedan reunirse
al menos los parientes y amigos, los cuales participarán en la ce­
lebración. En los sanatorios, el sacerdote deberá tener en cuenta
la situación de los otros enfermos que, tal vez, se encuentran en
la misma habitación. Vea si éstos pueden participar algo en la
celebración o si se cansan o si, por no profesar la fe católica, se
sienten de algún modo molestados.
124. El rito que se va a describir sirve también para el caso
en que se dé la Unción a varios enfermos a la vez, siempre que
sobre cada uno se hagan la imposición de manos y la Unción
con su fórmula; todo lo demás se dirá una sola vez en plural.

Ritos iniciales

1 25. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministe­


rio que va a realizar, llega al enfermo y, con sencillas y afectuo­
sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede
decir, si le parece, este saludo:
La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­
sentes.
O bien:
La paz del Señor sea con vosotros (contigo).

1 26. Otras fórmulas de saludo:

V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el am or


del Padre y la com unión del Espíritu Santo esté
con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.

12 7 . O bien:
V. L a gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de
Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros.
R. Bendito es Dios, Padre de nuestro Señor Jesu­
cristo.
O bien:
R. Y con tu espíritu.
1 28. Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay
que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el
n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:
Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en
Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

1 2 9 . Seguidamente se dirige a los presentes con estas o pare­


cidas palabras:
Queridos hermanos: E n el Evangelio leemos que
nuestro Señor Jesucristo curaba a los enfermos, que
acudían a él en busca de salud. El mismo, que durante
su vida sufrió tanto por los hombres, está ahora pre­
sente en medio de nosotros, reunidos en su nombre, y
nos dice por medio del apóstol Santiago: «¿Está en­
fermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de
la Iglesia, y que recen sobre él, después de ungirlo con
óleo, en nombre del Señor. Y la oración de fe salvará
al enfermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pe­
cado, lo perdonará».
Pongamos, pues, a nuestro hermano enfermo en
manos de Cristo, que lo ama y puede curarlo, para que
le conceda alivio y salud.

13 0 . O bien puede decir la siguiente oración:


Señor, Dios nuestro, que por medio de tu apóstol
Santiago nos has dicho: «¿Está enfermo alguno de vo­
sotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que re­
cen sobre él, después de ungirlo con óleo, en nombre
del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, -y el
Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdo­
nará».
Escucha la oración de quienes nos hemos reunido
en tu nombre y protege misericordiosamente a N.,
nuestro hermano enfermo (y a todos los otros enfer­
mos de esta casa).
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

A cto penitencial.

1 31. Si no hay confesión sacramental, hágase el acto peni­


tencial.

1 32. Primera fórmula


E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:
Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos p o r reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos,
hacen la confesión:

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante voso­


tros, hermanos, que he pecado mucho de pensa­
miento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añaden:

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.


Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los
ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­
cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
El sacerdote concluye:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

1 33. Segunda fórmula


El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­


bración, com encem os por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote dice:
V. Señor, ten m isericordia de nosotros.
R. Porque hem os pecado contra ti.
V. M uéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
E l sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga m isericordia de noso­


tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
R. Amén.

13 4 . Tercera fórmula
E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:
Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, com encem os por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote, o uno de los presentes; hace las siguien­
tes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.
V. Tú que p or el misterio pascual nos has obtenido
la salvación; Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las
maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
V. Tú que por la com unión de tu cuerpo nos haces
participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­
dad.
R. Señor, ten piedad.
El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga m isericordia de noso­


tros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida
eterna.
R. Amén.

Liturgia de la Palabra

Proclamación de la Palabra de Dios.

1 3 5 . A continuación, puede leerse por uno de los presentes o


por el mismo sacerdote algún texto de la Sagrada Escritura, v. gr.:
Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo
Evangelio según San M ateo 8,5-10.13.
Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le
acercó, rogándole:
—Señor, tengo en casa un criado que está en cama
paralítico y sufre mucho.
Jesús le contestó:
—Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó:
—Señor, no soy quien para que entres bajo mi te­
cho. Basta que lo digas de palabra, y mi criado que­
dará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y
tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve», y
va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo
hace.
Al oírlo Jesús quedó admirado y dijo a los que le se­
guían:
—Os aseguro que en Israel no he encontrado en na­
die tanta fe.
Y al centurión le dijo:
—Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.
Palabra del Señor.
U otra lectura apropiada, tomada, por ejemplo, de las que fi­
guran en los nn. 260 ss. Si parece oportuno, puede hacerse una
breve explicación de estos textos.

Liturgia del Sacramento

Letanía:
1 36. Puede recitarse ahora o después de la Unción, o tam­
bién en ambos momentos. El sacerdote puede abreviar o adap­
tar el formulario según aconsejen las circunstancias.
Con humildad y confianza invoquemos al Señor en
favor de N., nuestro hermano.
—Dígnate visitarlo con tu misericordia y confor­
tarlo con la santa Unción.
R. Te rogamos, óyenos.
—Líbralo, Señor, de todo mal.
R. T e rogamos, óyenos.
—Alivia el dolor de todos los enfermos (de esta
casa).
R. Te rogamos, óyenos.
—Asiste a los que se dedican al cuidado de los en­
fermos.
R. T e rogamos, óyenos.
—Libra a este enfermo del pecado y de toda tenta­
ción.
R. Te rogamos, óyenos.
—Da vida y salud a quien en tu nom bre vamos a
im poner las manos.
R. Te rogamos, óyenos.

137. O bien:

—Tú, que soporaste nuestros sufrimientos y


aguantaste nuestros dolores, Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
—Tú, que te com padeciste de la gente y pasaste
haciendo el bien y curando a los enfermos,
Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
—Tú, que m andaste a los apóstoles im poner las
m anos sobre los enferm os, Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.

138. O bien:

O rem os al Señor p o r nuestro herm ano enferm o y


por todos los que lo cuidan y están a su servicio.
—M ira con am or a este enfermo.
R. T e rogamos, óyenos.
—D a nueva fuerza a su cuerpo.
R. Te rogamos, óyenos.
—Alivia sus angustias.
R. Te rogamos, óyenos.
—Líbralo del pecado y de toda tentación.
R. Te rogamos, óyenos.
— Ayuda con tu gracia a todos los enfermos.
R. Te rogamos, óyenos.
—Asiste con tu pod er a los que se dedican a su
cuidado.
R. T e rogamos, óyenos.
—Y da vida y salud a este enfermo, a quien en tu
nom bre vamos a im poner las manos.
R. Te rogamos, óyenos.
13 9 . A hora el sacerdote, en silencio, impone las manos so­
bre la cabeza del enfermo.

Bendición del óleo

1 4 0 . Cuando, según lo dicho en el n. 21, el sacerdote haya


de bendecir el óleo dentro del rito, procederá así:

Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has que­


rido sanar las dolencias de los enfermos por medio de
tu Hijo: escucha con amor la oración de nuestra fe y
derram a desde el cielo tu Espíritu Santo Defensor so­
bre este óleo.
Tú que has hecho que el leño verde del olivo pro­
duzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo,
enriquece con tu bendición este óleo, para que
cuantos sean ungidos con él sientan en el cuerpo y en
el alma tu divina protección y experimenten alivio en
sus enfermedades y dolores.
Que por tu acción, Señor, este aceite sea para noso­
tros óleo santo, en nombre de Jesucristo, nuestro Se­
ñor.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

141. O bien:

—Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por


nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo
al mundo.
R- Bendito seas por siem pre, Señor.
—Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has re­
bajado haciéndote hom bre como nosotros, para
curar nuestras enfermedades.
R- Bendito seas por siempre, Señor.
—Bendito seas, Dios, Espíritu Santo D efensor,
que con tu poder fortaleces la debilidad de
nuestro cuerpo.
R- Bendito seas por siempre, Señor.
M uéstrate propicio, Señor, y santifica con tu b en ­
dición este aceite, que va a servir de alivio en la en­
ferm edad de tu hijo, y p o r la oración de nuestra fe li­
b ra de sus males a quien ungimos con el óleo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R- Amén.

142. Si el óleo está ya bendecido, dice sobre él una oración


de acción de gracias:

—Bendito seas, Dios, Padre todopoderoso, que por


nosotros y por nuestra salvación enviaste tu Hijo
al mundo.
R- Bendito seas por siempre, Señor.
—Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has
rebajado haciéndote hom bre com o nosotros,
para curar nuestras enferm edades.
R- Bendito seas por siempre, Señor.
—Bendito seas, Dios, E spíritu Santo Defensor,
que con tu poder fortaleces la debilidad de
nuestro cuerpo.
R- Bendito seas por siempre, Señor.
Mitiga, Señor, los dolores de este hijo tuyo, a
quien ahora, llenos de fe, vamos a ungir con el óleo
santo; haz que se sienta confortado en su enfermedad
y aliviado en sus sufrimientos.
P or Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Santa U nción

1 4 3 . El sacerdote toma el santo óleo y unge al enfermo en la


frente y en las manos, diciendo una sola vez:
Por esta santa Unción y por su bondadosa miseri­
cordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo.
R. Amén.
Para que, libre de tus pecados, te conceda la salva­
ción y te conforte en tu enferm edad.
R. Amén.

144. Después dice esta oración:


Oremos.
Te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia
del Espíritu Santo, cures el dolor de este enfermo, sa­
nes sus heridas, perdones sus pecados, ahuyentes todo
sufrimiento de su cuerpo y de su alma y le devuelvas la
salud espiritual y corporal, para que, restablecido por
tu misericordia, se incorpore de nuevo a los quehace­
res de su vida.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
1 45. O bien:
Señor Jesucristo, que para redimir a los hombres y
sanar a los enfermos, quisiste asumir nuestra condi­
ción humana, mira con piedad a N., que está enfermo
y necesita ser curado en el cuerpo y en el espíritu.
Reconforta y consuela con tu poder a quien hemos
ungido en tu nombre con el óleo santo, para que le­
vante su ánimo y pueda superar todos sus males (y ya
que has querido asociarlo a tu Pasión redentora, haz
que confie en la eficacia de su dolor para la salvación
del mundo).
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

Otras oraciones adaptadas a las diversas condiciones del enfermo:

146. Para un anciano.


Señor, mira con bondad a nuestro hermano que,
sintiéndose débil por el peso de sus años, pide recibir
la gracia de la santa Unción para bien de su cuerpo y
de su alma; concédele que, confortado con el don del
Espíritu Santo, permanezca en la fe y en la esperanza,
dé a todos ejemplo de paciencia y así manifieste el
consuelo de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

1 47. Para uno que está en peligro grave.


Señor Jesucristo, Redentor de los hombres, que en
tu Pasión quisiste soportar nuestros sufrimientos y
aguantar nuestros dolores, te pedimos por nuestro
hermano N., que está enfermo; tú, que lo has redi­
mido, aviva en él la esperanza de su salvación y con­
forta su cuerpo y su alma.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.

1 4 8 . Para cuando se administran conjuntamente la Unción y


el Viático:
Padre de misericordia y Dios de todo consuelo,
mira con amor a tu hijo N., que en su angustia pone en
ti toda su esperanza; alívialo con la gracia de la santa
Unción y reanímalo con el Cuerpo y la Sangre de tu
Hijo, Viático para la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

14 9 . Para uno que está en agonía.


Padre misericordioso, tú que conoces hasta dónde
llega la buena voluntad del hombre, tú que siempre es­
tás dispuesto a olvidar nuestras culpas, tú que nunca
niegas el perdón a los que acuden a ti, compadécete de
tu hijo N., que se debate en la agonía.
Te pedimos que, ungido con el óleo santo y ayu­
dado por la oración de nuestra fe, se vea aliviado en su
cuerpo y en su alma, obtenga el perdón de sus pecados
y sienta la fortaleza de tu amor.
Por Jesucristo, tu Hijo, que venció a la muerte y nos
abrió las puertas de la vida y contigo vive y reina por
los siglos de los siglos.
R. Amén.
Conclusión del rito

1 5 0 . El sacerdote introduce la oración dominical con estas o


parecidas palabras:
Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la
oración que el mismo Cristo nos enseñó:
Y todos juntos dicen:
Padre nuestros, que estás en los cielos, santificado
sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu vo­
luntad así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro
de cada día dánosle hoy, y perdonamos nuestras deu­
das, así como nosotros perdonamos a nuestros deudo­
res, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos
del mal.
Si ha de comulgar el enfermo, después de la oración domini­
cal se procede como se indica en el rito de la comunión de enfer­
mos (nn. 105-110).

151. El rito se concluye con la bendición del sacerdote:


—Que Dios Padre te bendiga.
R. Amén.
—Q ue el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Amén.
—Q ue el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.
—Q ue el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.
—Q ue haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a la
vida eterna.
R. Amén.
—(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os
bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo ► {< y E s­
píritu Santo.
R. Amén.)

15 2 . O bien:
Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para de­
fenderte.
R. Amén.
Que él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras de
ti para guardarte.
R. Amén.
Q ue él vele por ti, te sostenga y te bendiga.
R. Amén.
—(Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes, os
bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo ^ y Es
píritu Santo.
R. Amén.)

153. O bien:
La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo ► }<
y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acom­
pañe siempre.
R. Amén.
Puede emplearse también alguna de las fórmulas del Misal
para el final de la Misa.
15 4 . Cuando lo permita el estado del enfermo y, sobre todo,
cuando éste haya de recibir la sagrada comunión, podrá confe­
rirse la santa Unción dentro de la Misa, ya en la iglesia, ya tam­
bién en la casa del enfermo o en un lugar adecuado del sanatorio.

155. Siempre que se confiere la santa Unción dentro de la


Misa, el sacerdote, con vestiduras blancas, dirá la M isa por los
enfermos (n. 248 ss.). Si coincide con alguna dominica de A d­
viento, Cuaresma y Pascua, con una solemnidad, con el miérco­
les de Ceniza o con una feria de la Semana Santa, se dirá la Misa
del día, manteniéndose, si parece oportuno, la fórmula de la
bendición final (nn. 151-153).
Las lecturas se tomarán de las propuestas en el Leccionario
de Misas rituales en el Ritual de la Unción (nn. 260 ss.), a no ser
que el bien del enfermo y los presentes aconseje seleccionar
otras distintas.
Cuando no pueda celebrarse la Misa por los enfermos, una de
las lecturas puede tomarse de los textos que se acaba de indicar,
siempre que no coincida el día con el Triduo Sacro, con la Nativi­
dad del Señor, la Epifanía, la Ascensión, Pentecostés, Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo u otras solemnidades de precepto.

156. La santa Unción se confiere después del Evangelio y de


la homilia, de la siguiente manera:
a) Después del Evangelio, el sacerdote describirá en su homi­
lia la significación de la enfermedad humana en la historia
de la salvación y la gracia del sacramento de la Unción,
pero teniendo siempre en cuenta el estado del enfermo y
las demás circunstancias de las personas.
b) La celebración de la Unción comienza con la letanía (n.
136); pero si la letanía o la oración universal se recitan des­
pués de la Unción, comenzará con la imposición de manos
(n. 139). Siguen después la bendición del óleo, si hay que
hacerla (n. 21), o la oración de acción de gracias sobre di­
cho óleo (n. 142) y la Unción (n. 143).
c) Luego, si la letanía no ha precedido a la Unción, se dice la
oración universal y se concluye con la oración de después
de la Unción (nn. 144-149).

Continúa después la Misa como de costumbre con la prepa­


ración de los dones. El enfermo y los presentes pueden comul­
gar bajo las dos especies.

C e l e b r a c ió n c o m u n it a r ia d e l a U n c ió n

1 5 7 . El rito que se describe a continuación puede utilizarse


en grandes reuniones de fieles, como pueden ser las peregrina­
ciones u otras asambleas de una diócesis, de una ciudad, de una
parroquia o de una asociación de enfermos.
También puede servir, si se juzga oportuno, en hospitales, sa­
natorios y clínicas.
Pero si, a juicio del Obispo diocesano, son muchos los enfer­
mos que van a recibir a la vez la santa Unción, aquél o su dele­
gado cuidarán de que se observen todas las normas sobre la dis­
ciplina (nn. 8-9), la preparación pastoral y la celebración
litúrgica de la santa Unción (nn. 17,158 y 159).
Al Obispo diocesano o su delegado pertenece designar, en su
caso, a los sacerdotes que han de tomar parte en la celebración
del sacramento.

1 58. La celebración comunitaria de la Unción tendrá lugar


en la iglesia o en otro lugar apropiado en el que los enfermos y
los fieles puedan más fácilmente reunirse.

15 9 . Es necesario que preceda una adecuada preparación


pastoral de los enfermos que van a ser ungidos, de los otros en­
fermos que, acaso, estén presentes, y de los demás fieles que
puedan asistir, aunque no estén enfermos.
Cuídese también de favorecer una plena participación de to­
dos, principalmente por medio del canto, que facilite la unani­
midad de los fieles, suscite la oración común y manifieste la ale­
gría pascual que debe envolver todo el rito.
Celebración fuera de la Misa

160. Conviene que los enfermos que deseen confesarse, se


acerquen al sacramento de la Penitencia antes de celebrar la
Unción.

161. El rito comienza con la recepción de los enfermos, en


la cual se manifiesta, por un lado, la solicitud de Cristo por las
enfermedades del hombre y, por otro, la función de los enfer­
mos en el pueblo de Dios.

1 6 2 . Luego, si se juzga oportuno, se hace el acto penitencial


(n. 131 ss.).

163. Sigue la celebración de la palabra de Dios, que puede


constar de una o varias lecturas, intercalándose algún cántico.
Las lecturas pueden tomarse del Leccionario para los enfermos
(n. 260 ss.), a no ser que el bien de los enfermos o de los presen­
tes aconseje seleccionar otras distintas. Tras la homilía, puede
guardarse un breve momento de silencio.

164. La celebración del sacramento se inicia con la letanía


(n. 136) o con la imposición de manos (n. 139). Mientras se
efectúa la Unción, se pueden entonar cánticos apropiados. La
fórmula debe ser oída al menos una vez por los asistentes. Sigue
la oración universal, si es que se dice después de la Unción, y se
concluye con la oración final (nn. 144-149) o con el Padrenues­
tro, que puede ser cantado por todos.
Si hay varios sacerdotes, cada uno impone las manos sobre al­
gunos enfermos y los ungen diciendo la fórmula en cada caso y
dejando para el celebrante la recitación de las oraciones.

1 65. Antes de la despedida, se da la bendición (nn. 151-


153). La celebración puede terminarse muy bien con un cántico
adecuado.
Unción del enfermo

Celebración dentro de la Misa

166. La recepción de los enfermos se hace al comienzo de la


misa en la monición inicial. En cuanto al orden de la celebra­
ción, obsérvese cuanto se dice más arriba en los nn. 163-165.
CAPÍTULO in

EL VIÁTICO
167. Corresponde a los párrocos y a los sacerdotes, a quie­
nes les ha sido confiado la atención espiritual de los enfermos,
procurar que éstos, cuando se hallen en próximo peligro de
muerte, sean fortalecidos con el Viático del Cuerpo y de la San­
gre de Cristo. Para ello, deberá hacerse una previa y conve­
niente preparación pastoral del enfermo, de su familia y de los
que le cuidan, teniendo en cuenta las circunstancias de cada
caso.

168. Puede administrarse el Viático o bien dentro de la


Misa, si se tiene la celebración eucarística junto al enfermo
(n. 26), o bien fuera de la Misa, según el rito y las normas que se
indican luego.

169. Se puede dar la comunión bajo la sola especie de vino a


aquellos enfermos que no la puedan recibir bajo la especie de
pan.
Si no se celebra la Misa junto al enfermo, guárdese después
de la Misa y en el sagrario la Sangre del Señor en un cáliz debi­
damente cubierto, y llévese al enfermo en un recipiente cerrado
para evitar cualquier riesgo de derrame. Para administrar el Sa­
cramento, elíjase en cada caso el modo más apto entre los que se
proponen en el rito de la comunión bajo las dos especies. Si, una
vez dada la comunión, quedase algo de la preciosísima Sangre
del Señor, deberá sumirla el ministro, que hará también las
oportunas abluciones.

170. Todos cuantos participan en la celebración pueden co­


mulgar bajo las dos especies.
E l V iá t ic o d e n t r o d e l a M isa

1 7 1 . Siempre que se dé el Viático dentro de la Misa, el sa­


cerdote, con vestiduras blancas, podrá decir la Misa para admi­
nistrar el Viático (n. 256) o la Misa de la Santísima Eucaristía. Si
coincide con alguna dominica de Adviento, Cuaresma y Pascua,
con una solemnidad, con el miércoles de Ceniza o con una feria
de la Semana Santa, se dirá la Misa del día, manteniéndose, si
parece oportuno, la fórmula de la bendición final (nn. 151-153)
o la fórmula que aparece al final de la Misa.
Las lecturas se tomarán de las propuestas en el Leccionario
de Misas rituales o de las que se indican más adelante (n. 260
ss.), a no ser que el bien del enfermo y de los presentes aconseje
seleccionar otras distintas.
Cuando esté prohibida la Misa votiva, una de las lecturas
puede tomarse de los textos que se acaba de indicar, siempre
que no coincida el día con el Triduo Sacro, con la Natividad del
Señor, la Epifanía, la Ascensión, Pentecostés, Santísimo Cuerpo
y Sangre de Cristo u otra solemnidad de precepto.

1 7 2 . Si fuera necesario, el sacerdote acogerá la confesión sa­


cramental del enfermo antes de la celebración de la Misa.

1 7 3 . La Misa se celebra como de costumbre, si bien el sacer­


dote habrá de tener en cuenta lo que sigue:
a) Después del Evangelio, y si le parece oportuno, hará una
breve homilía en la que, atendidas la situación del enfermo
y demás circunstancias, exponga la importancia y significa­
ción del Viático (cf. nn. 26-28).
b) Hacia el fin de su homilía, sugiera, si hay que hacerla, la
profesión de fe que renovará el enfermo (n. 188). Esa pro­
fesión de fe hace las veces del Credo en la Misa.
c) A daptará a esta celebración la oración universal, tomando
el texto de los elementos que se indican más abajo (n. 189);
pero puede omitirse, si ha precedido la renovación de la
profesión de. fe o si se prevé que el enfermo pueda fatigarse
demasiado.
d) El sacerdote y todos los presentes pueden ofrecer la paz al
enfermo en el momento indicado en el Ordinario de la
Misa.
é) Tanto el enfermo como los que están presentes pueden co­
mulgar bajo las dos especies. Pero al dar la comunión al en­
fermo, úsese la fórmula propuesta para el Viático (n. 192).
f) Al final de la Misa, el sacerdote puede emplear una fór­
mula especial de bendición (nn. 197-199), añadiendo el
formulario de la indulgencia plenaria en peligro de muerte
que empieza con las palabras: Que Dios todopoderoso (n.
186).

E l Viático fuera de la Misa


1 7 4 . Si el enfermo quisiera confesarse (para lo que el sacer­
dote debe estar siempre solícito) hágalo, a ser posible, antes de
recibir el Viático. Si se confiesa dentro de la misma celebración,
lo hará al comienzo del rito. De lo contrario, y también en el
caso en que haya otros enfermos que quieran comulgar, hágase
oportunamente el acto penitencial.

Ritos iniciales

Saludo
1 7 5 . El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministe­
rio que va a realizar, llega al enfermo y, con sencillas y afectuo­
sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede
decir, si le parece, este saludo:
La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí pre­
sentes.
O bien:
La paz del Señor sea con vosotros (contigo).
17 6 . Otras fórmulas de saludo:
V. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el am or
del Padre y la com unión del E spíritu Santo esté
con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.
177. O bien:
V. La gracia y la paz de Dios, nuestro P adre,'y de
Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros.
R. Bendito es Dios, P adre de nuestro Señor Jesu­
cristo.
O bien:
R. Y con tu espíritu.

Una vez colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora


junto con los presentes.

1 7 8 . Luego, si' es oportuno, rocía con agua bendita (si hay


que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el
n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:
Que esta agua nos recuerde nuestro bautismo en
Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.
1 7 9 . Luego, con esta monición o con otra más adaptada a la
situación del enfermo, se dirige a los presentes:
Queridos hermanos, nuestro Señor Jesucristo, an­
tes de pasar de este mundo al Padre, nos legó el sacra­
mento de su Cuerpo y de su Sangre, para que, robuste­
cidos con su Viático, prenda de resurrección, nos
sintamos protegidos a la hora de pasar también noso-
tros de esta vida a Dios.
Unidos por la caridad con nuestro hermano, ore­
mos por él.

Acto penitencial

180. Si fuera necesario, el sacerdote acoge la confesión sa­


cramental del enfermo, la cual puede hacerse de modo genérico
si no se puede hacer de otro modo.

181. Pero cuando no se celebra dentro del rito la confesión


sacramental del enfermo, o hay otros enfermos que han de co­
mulgar, el sacerdote invita a todos al acto penitencial.

182. Prim era fórmula


E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:
Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos,
hacen la confesión:
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante voso­
tros, hermanos, que he pecado mucho de pensa­
miento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añaden:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Y a continuación:
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los
ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­
cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. A m én

1 83. Segunda fórmula


El sacerdote invita a los fíeles a la penitencia:
Hermanos: para participar con fruto en esta cele­
bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote dice:

V Señor, ten m isericordia de nosotros.


R. Porque hem os pecado contra ti.
V. M uéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

18 4 . T ercera fórmula
El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­


bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después, el sacerdote, o uno de los presentes, hace las si­
guientes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que por el m isterio pascual nos has obtenido


la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las
maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
V. Tú que por la com unión de tu cuerpo nos haces
participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­
dad.
R. Señor, ten piedad.
E l sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

1 85. El sacramento de la Penitencia o el acto penitencial


pueden concluirse con la indulgencia plenaria, en peligro de
muerte, que el sacerdote otorgará al enfermo de esta manera:

En nombre de nuestro santo Padre el Papa N ., te


concedo indulgencia plenaria y el perdón de todos los
pecados. E n el nom bre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo.
R. Amén.
1 86. O bien:
Que Dios todopoderoso, por la m uerte y resurrec­
ción de Cristo, te perdone todas las penas de esta vida
y de la otra, te abra las puertas del paraíso y te lleve a
los gozos eternos.
R. Amén.

Liturgia de la Palabra

Proclamación de la Palabra de Dios

1 8 7 . Es muy conveniente que el sacerdote o uno de los pre­


sentes lean un texto breve de la Sagrada Escritura, v. g.:

Jn 6,54-55
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­
dadera bebida.

Jn 6, 54-58
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es ver­
dadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que
come este pan vivirá para siempre.
Jn 14,6
—Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va
al Padre, sino por mí.

Jn 14, 23
—El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él y haremos m orada en él.

Jn 15, 4
Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sar­
miento no puede dar fruto por sí, si no permanece en
la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

1 Co 11,26
Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz,
proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Puede seleccionarse otro texto adecuado entre los que se pro­


ponen más adelante (nn. 260 ss.) o del Leccionario de Misas ri­
tuales. U na explicación del mismo será muy oportuna, siempre
que pueda hacerse.

Profesión de fe bautismal

188. Conviene también que, antes de recibir el Viático, el


enfermo renueve la profesión de fe bautismal. Para ello, el sacer­
dote, después de crear con palabras adecuadas un ambiente
propicio, preguntará al enfermo:

— ¿Crees en Dios, P adre todopoderoso, creador


del cielo y de la tierra?
R. Sí, creo.
— ¿Crees en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Se­
ñor, que nació de santa M aría Virgen, murió,
fue sepultado, resucitó de entre los m uertos y
está sentado a la derecha del Padre?
R. Sí, creo.
— ¿Crees en el E spíritu Santo, en la santa Iglesia
católica, en la com unión de los santos, en el
perdón de los pecados, en la resurrección de la
carne y en la vida eterna?
R. Sí, creo.

Letanía

18 9 . Luego, si las condiciones del enfermo lo permiten, se


hace una breve letanía con éste o parecido formulario, respon­
diendo el enfermo, si puede, y todos los presentes.
Invoquemos, queridos hermanos, con un solo cora­
zón a nuestro Señor Jesucristo, y digámosle: Te roga­
mos por nuestro hermano.
R. T e rogamos por nuestro hermano.
— A ti, Señor, que nos am aste hasta el extrem o y
te entregaste a la m uerte para darnos la vida.
R. T e rogamos por nuestro herm ano.
— A ti, Señor, que dijiste: «El que com e mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna».
R. Te rogamos por nuestro herm ano.
— A ti, Señor, que nos invitas al banquete en que
ya no habrá ni dolor, ni llanto, ni tristeza, ni se­
paración.
R. T e rogamos por nuestro herm ano.
Viático

1 90. El sacerdote introduce la oración dominical con estas o


parecidas palabras:
Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la
oración que el mismo Cristo nos enseñó:
Y todos juntos dicen:

Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado


sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu vo­
luntad así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro
de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deu­
das, así como nosotros perdonamos a nuestros deudo­
res, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos
del mal.

19 1 . El sacerdote muestra el Santísimo Sacramento, di­


ciendo:

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del


mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor.
El enfermo, si puede, y los que van a comulgar dicen una sola vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme.

19 2 . El sacerdote se acerca al enfermo y, mostrándole el Sa­


cramento, dice:
El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).
E l enfermo responde:
Amén.
Y ahora, o después de dar la comunión, añade el sacerdote:
El mismo te guarde y te lleve a la vida eterna.
E l enfermo responde:
Amén.
Los presentes que deseen comulgar reciben el Sacramento en
la forma acostumbrada.

1 93. Una vez distribuida la comunión, el ministro purifica


los vasos sagrados. Pueden seguir unos momentos de silencio.

Conclusión del rito

1 94. El sacerdote dice la oración final.


Oremos.
Dios todopoderoso, cuyo Hijo es para nosotros el
camino, la verdad y la vida, mira con piedad a tu
siervo N , y concédele que, confiando en tus promesas
y fortalecido con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, lle­
gue en paz a tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Otras oraciones:

19 5 . Señor, tú que eres la salvación eterna de los


que creen en ti, concede a tu hijo N., que, fortalecido
con el pan y el vino del Viático, llegue seguro a tu
reino de luz y de vida.
P or Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
19 6 . Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y
eterno, te suplicamos con fe viva que el C uerpo (la
Sangre) de nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
nuestro herm ano (nuestra herm ana) acaba de reci­
bir, le conceda la salud corporal y la salvación
eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

197. Y bendice al enfermo y a los presentes con algunas de


estas fórmulas:
— Q ue Dios Padre te bendiga.
R. Amén.
— Q ue el Hijo de Dios te devuelva la salud.
R. Aanén.
— Q ue el Espíritu Santo te ilumine.
R. Amén.
— Q ue el Señor proteja tu cuerpo y salve tu alma.
R. Amén.
— Q ue haga brillar su rostro sobre ti y te lleve a la
vida eterna.
R. Amén.
— (Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo ^
y Espíritu Santo.
R. Amén.)
1 98. O bien:

Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para de­


fenderte.
R. Amén.
Q ue él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras
de ti para guárdate.
R. Amén.
— (Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo ► }<
y Espíritu Santo.
R. Amén.)

199. O bien:
La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo
y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acom­
pañe siempre.
R. Amén.

Puede emplearse también alguna de las fórmulas del Misal


para el final de la Misa.

2 0 0 . Puede bendecir también con el Sacramento, si ha so­


brado, haciendo con él la señal de la cruz sobre el enfermo.
ORDEN QUE SE HA DE SEGUIR PARA
DAR LOS SACRAMENTOS AL ENFERMO
QUE SE HALLA EN INMEDIATO PELIGRO
DE MUERTE

Rito continuo de la penitencia, U nción y V iático

2 01 . Si el enfermo quisiera confesarse (para lo que el sacer­


dote debe estar siempre solícito) hágalo, a ser posible, antes de
recibir la Unción y el Viático. Si se confiesa dentro de la misma
celebración, lo hará al comienzo del rito antes de la Unción. De lo
contrario, y también en el caso de que haya otros enfermos que
quieran comulgar, hágase oportunamente el acto penitencial.

2 02 . Cuando urge el peligro de muerte, hágase pronto una


sola Unción sobre el enfermo y désele a continuación el Viático.
Si el peligro de muerte es inminente, se administrará inmediata­
mente el Viático, tal como se establece en el n. 30, de forma que
el enfermo, fortalecido con el Cuerpo de Cristo en su tránsito de
esta vida, se vea protegido por la prenda de la resurrección. Los
fieles que se hallan en peligro de muerte tienen la obligación de
recibir la Sagrada Comunión.

2 0 3 . En cuanto sea posible, no se deben dar en un rito conti­


nuo la Confirmación en peligro de muerte y la Unción de los en­
fermos, pues al haber en ambas una unción pueden confundirse
dos sacramentos que son diferentes. Pero, en caso de necesidad,
se conferirá la Confirmación inmediatamente antes de la bendi­
ción del óleo de los enfermos, omitiendo la imposición de ma­
nos que pertenece al rito de la Unción.
198. O bien:

Jesucristo, el Señor, esté siempre a tu lado para de­


fenderte.
R. Amén.
Q ue él vaya delante de ti para guiarte y vaya tras
de ti para guárdate.
R. Amén.
— (Y a todos vosotros, que estáis aquí presentes,
os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo >í*
y Espíritu Santo.
R. Amén.)

199. O bien:

La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo


y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y os acom­
pañe siempre.
R. Amén.

Puede emplearse también alguna de las fórmulas del Misal


para el final de la Misa.

2 0 0 . Puede bendecir también con el Sacramento, si ha so­


brado, haciendo con él la señal de la cruz sobre el enfermo.
ORDEN QUE SE HA DE SEGUIR PARA
DAR LOS SACRAMENTOS AL ENFERMO
QUE SE HALLA EN INMEDIATO PELIGRO
DE MUERTE

Rito continuo de la penitencia, U nción y V iático

201 . Si el enfermo quisiera confesarse (para lo que el sacer­


dote debe estar siempre solícito) hágalo, a ser posible, antes de
recibir la Unción y el Viático. Si se confiesa dentro de la misma
celebración, lo hará al comienzo del rito antes de la Unción. De lo
contrario, y también en el caso de que haya otros enfermos que
quieran comulgar, hágase oportunamente el acto penitencial.

2 02 . Cuando urge el peligro de muerte, hágase pronto una


sola Unción sobre el enfermo y désele a continuación el Viático.
Si el peligro de muerte es inminente, se administrará inmediata­
mente el Viático, tal como se establece en el n. 30, de forma que
el enfermo, fortalecido con el Cuerpo de Cristo en su tránsito de
esta vida, se vea protegido por la prenda de la resurrección. Los
fieles que se hallan en peligro de muerte tienen la obligación de
recibir la Sagrada Comunión.

2 0 3 . En cuanto sea posible, no se deben dar en un rito conti­


nuo la Confirmación en peligro de muerte y la Unción de los en­
fermos, pues al haber en ambas una unción pueden confundirse
dos sacramentos que son diferentes. Pero, en caso de necesidad,
se conferirá la Confirmación inmediatamente antes de la bendi­
ción del óleo de los enfermos, omitiendo la imposición de ma­
nos que pertenece al rito de la Unción.
Ritos iniciales

204. El sacerdote, vestido cual conviene al sagrado ministe­


rio que va a realizar, llega al enfermo y, con sencillas y afectuo­
sas palabras, saluda al enfermo y a cuantos están con él. Puede
decir, si le parece, este saludo:
La paz del Señor a esta casa y a todos los aquí p re­
sentes.
O bien:
La paz del Señor sea con vosotros (contigo).

Otras fórmulas de saludo:

205. V. L a gracia de nuestro Señor Jesucristo, el


am or del P adre y la com unión del E sp í­
ritu Santo esté con todos vosotros.
R. Y con tu espíritu.

206. O bien:
V. La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre,
y de Jesucristo, el Señor, esté con todos
vosotros.
R. Bendito es Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo.
O bien
R. Y con tu espíritu.

Una vez colocado el Sacramento sobre la mesa, lo adora


junto con los presentes.
2 0 7 . Luego, si es oportuno, rocía con agua bendita (si hay
que bendecir el agua, se hace con la oración propuesta en el
n. 259) al enfermo y a la habitación, diciendo esta fórmula:
Que esta agua nos recuerde nuestro Bautismo en
Cristo, que nos redimió con su muerte y resurrección.

2 0 8 . Si parece conveniente, el sacerdote trate de preparar,


con palabras fraternales, al enfermo a la celebración de los sa­
cramentos, leyendo, según las circunstancias, un texto breve del
Evangelio que invite a la penitencia y al amor de Dios.
Puede servirse de las siguientes monición o de otra más apro­
piada a la situación del enfermo:
Queridos hermanos, nuestros Señor Jesucristo está
siempre entre nosotros, ayudándonos con la gracia de
sus sacramentos. El es quien, por el ministerio de los
sacerdotes, perdona los pecados a los penitentes, for­
talece con la Unción santa a los enfermos y, por medio
del Viático de su Cuerpo, sostiene en la esperanza de
la vida eterna a cuantos esperan su retom o. Dispongá­
monos, pues, a ayudar con nuestra oración a este her­
mano nuestro, que ha pedido recibir estos sacramen­
tos.

Penitencia

2 0 9 . Si fuera necesario, el sacerdote acoge la confesión sa­


cramental del enfermo, la cual puede hacerse de modo genérico
si no se puede hacer de otro modo.

2 1 0 . Si el enfermo no hace confesión sacramental o hay


otros que quieren comulgar, el sacerdote invita a todos al acto
penitencial:
Primera fórmula

211 . El sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­


bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos juntos,
hecen la confesión.

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante voso­


tros, hermanos, que he pecado mucho de pensa­
miento, palabra, obra y omisión.
Dándose golpes de pecho añade:

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.


Y a continuación:

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los


ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que inter­
cedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
E l sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R- Amén.

212. Segunda fórm ula


E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­


bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.
Se hace una breve pausa en silencio.

Después, el sacerdote dice:

V. Señor, ten m isericordia de nosotros.


R. Porque hem os pecado contra ti.
V. M uéstranos, Señor, tu misericordia.
R. Y danos tu salvación.
E l sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

213, T ercera fórmula


E l sacerdote invita a los fieles a la penitencia:

Hermanos: para participar con fruto en esta cele­


bración, comencemos por reconocer nuestros peca­
dos.

Se hace una breve pausa en silencio.


Después, el sacerdote, o uno de los presentes, hace las si­
guientes u otras invocaciones con el Señor, ten piedad.

V. Tú que p or el misterio pascual nos has obtenido


la salvación: Señor, ten piedad.
R. Señor, ten piedad.
V. Tú que no cesas de actualizar entre nosotros las
maravillas de tu pasión: Cristo, ten piedad.
R. Cristo, ten piedad.
V. Tú que por la com unión de tu cuerpo nos haces
participar del sacrificio pascual: Señor, ten pie­
dad.
R. Señor, ten piedad.
El sacerdote concluye:

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros,


perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

2 1 4 . El Sacramento de la Penitencia o el acto penitencial


pueden concluirse con la indulgencia plenaria en peligro de
muerte, que otorgará el sacerdote de esta manera:
E n nombre de nuestro santo Padre el Papa N., te
concedo indulgencia plenaria y el perdón de todos los
pecados.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
R. Amén.

215. Obien:

Que Dios todopoderoso, por la muerte y resurrec­


ción de Cristo, te perdone todas las penas de esta vida
y de la otra, te abra las puertas del paraíso y te lleve a
los gozos eternos.
R. Amén.

2 1 6 . Luego, si las condiciones del enfermo lo permiten, se


hace la profesión de fe bautismal (n. 188) y una breve letanía,
respondiendo el enfermo, si puede, y todos los presentes:
Las fórmulas que siguen pueden adaptarse de forma que ayu­
den a expresar mejor la oración del enfermo y de los presentes.
Oremos por nuestro hermano N., e invoquemos al
Señor que ahora lo va a reconfortar con sus sacramen­
tos.
— Para que Dios reconozca en nuestro herm ano el
rostro dolorido de su Hijo, roguemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
— Para que lo sostenga y conserve en su am or, ro ­
guemos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.
— Para que le conceda su fuerza y su paz, rogue­
mos al Señor.
R. Te rogamos, óyenos.

2 1 7 . Si hay que conferir el sacramento de la Confirmación


dentro del rito continuo, el sacerdote procede como se indica
más abajo en los nn. 231-233. Luego, omitida la imposición de
manos de la que se habla en el n. 218, bendice el óleo, si es nece­
sario, y hace la Unción, tal como se describe en los nn. 219-221.

Santa U nción

2 1 8 . El sacerdote impone en silencio las manos sobre la ca­


beza del enfermo.

219. Si hay que bendecir el óleo (n. 21), lo hace ahora.


Bendice, >f< Señor, este óleo y también al enfermo
que con él será ungido.
Otras fórmulas en los nn. 140-141.
2 2 0 . Pero si el óleo ya está bendecido, puede decir la ora­
ción de gracias sobre dicho óleo:
— Bendito seas, Dios, P adre todopoderoso, que
por nosotros y p o r nuestra salvación enviaste tu
Hijo al mundo.
R. Bendito seas p o r siempre, Señor.
— Bendito seas, Dios, Hijo unigénito, que te has
rebajado haciéndote hom bre com o nostros,
para curar nuestras enferm edades.
R. Bendito seas por siempre, Señor.
— Bendito seas, Dios, Espíritu Santo D efensor,
que con tu p oder fortaleces la debilidad de
nuestro cuerpo.
R. Bendito seas p o r siempre, Señor.
— Mitiga, Señor, los dolores de este hijo tuyo, a
quien ahora, llenos de fe, vamos a ungir con el
óleo santo; haz que se sienta confortado en su
enferm edad y aliviado en sus sufrimientos.
P or Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

2 21 . El sacerdote toma el santo óleo y unge al enfermo en la


frente y en las manos, diciendo una sola vez:
Por esta santa Unción y por su bondadosa miseri­
cordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo.
R. Amén.
Para que, Ubre de tus pecados, te conceda la salva­
ción y te conforte en tu enferm edad.
R. Amén.
2 2 2 . El sacerdote introduce la oración dominical con estas o -
parecidas palabras:
Y ahora, todos juntos, invoquemos a Dios con la
oración que el mismo Cristo nos enseñó:
Y todos juntos dicen:
Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado
sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu vo­
luntad así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro
de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deu­
das, así como nosotros perdonam os a nuestros deudo­
res, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos
del mal.

Viático

223. El sacerdote muestra el Santísimo Sacramento, di­


ciendo:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor.
E l enfermo, si puede, y los que van a comulgar dicen una sola vez:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero
una palabra tuya bastará para sanarme.

2 2 4 . El sacerdote se acerca al enfermo y, mostrándole el Sa­


cramento, dice:
El Cuerpo de Cristo (o la Sangre de Cristo).
El enfermo responde:
Amén.
Y ahora o después de dar la comunión, añade el sacerdote:
El mismo te guarde y te lleve a la vida eterna.
E l enfermo responde:
Amén.
Los presentes que deseen comulgar reciben el Sacramento en
la forma acostumbrada.

2 2 5 . Una vez distribuida la comunión, el ministro purifica


los vasos sagrados. Pueden seguir unos momentos de silencio.

Conclusión del rito

226. El sacerdote dice la oración final.


Oremos.
Dios todopoderoso, cuyo Hijo es para nosotros el
camino, la verdad y la vida, mira con piedad a tu
siervo N., y concédele que, confiando en tus promesas
y fortalecido con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, lle­
gue en paz a tu reino.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Otras oraciones en los nn. 195-196.

227. Y bendice al enfermo y a los presentes.


La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo ^
y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R. Amén.
Otras fórmulas de bendición en los nn. 197-199.
Finalmente, tanto el sacerdote como los presentes pueden dar
la paz al enfermo.
U n c ió n sin V iá t ic o

2 2 8 . Si las circunstancias aconsejan que se confiera al en­


fermo en inmediato peligro de muerte solamente la Unción sin
el Viático, obsérvese el rito que se indica más arriba en los
nn. 208-222, excepto lo que sigue:

a) Adáptase la monición inicial (n. 208) de este modo:

Queridos hermanos: Nuestro Señor Jesucristo nos


dice por medio del Apóstol Santiago: «¿Está enfermo
alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Igle­
sia, y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo,
en nombre de Señor. Y la oración de fe salvará al en­
fermo, y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado,
lo perdonará».
Pongamos, pues, a nuestro hermano enfermo en
manos de Cristo, que lo ama y puede curarlo, para que
le conceda alivio y salud.

b) Concluida la Unción, el sacerdote dirá la oración más apro­


piada a la situación del enfermo (nn. 146-149).

La Unción cuando se duda si el enfermo vive

229. Cuando el sacerdote duda si el enfermo vive, ha de


conferir la Unción de esta manera:
Acercándose al enfermo, si hay tiempo, dice en primer lugar:
Con humildad y confianza invoquemos al Señor en
favor de N , nuestro hermano, para que lo visite con su
misericordia y lo conforte con la santa Unción.
R. Te rogamos, óyenos.
230. E inmediatamente le da la Unción, diciendo:
Por esta santa Unción y por su bondadosa miseri­
cordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo.
R. Amén.
Para que, libre de tus pecados, te conceda la salva­
ción y te conforte en tu enfermedad.
R. Amén.
Según los casos puede añadir una oración apropiada a la si­
tuación del enfermo (nn. 146-149).
LA CONFIRMACIÓN EN PELIGRO
DE MUERTE

2 3 1 . Siempre que lo permitan las circunstancias se obser­


vará el rito íntegro, tal como se describe en el ritual de la Confir­
mación. En caso de necesidad se procede así:
El sacerdote impone las manos sobre el enfermo mientras
dice esta oración:
Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesu­
cristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo,
a este siervo tuyo y lo libraste del pecado, escucha
nuestra oración y envía sobre él el Espíritu Santo De­
fensor; llénalo de espíritu de sabiduría y de inteligen­
cia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de
ciencia y de piedad; y cólmalo del espíritu de tu santo
temor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

2 3 2 . Después, con la extremidad del dedo pulgar de su


mano derecha empapado de Crisma, hace la señal de la cruz en
la frente del confirmando diciendo:
N., recibe por esta señal el D on del Espíritu Santo.
E l confirmado, si puede, responde:
Amén.
Según los casos, y teniendo en cuenta todas las circunstancias
pueden añadirse otros elementos de preparación y conclusión
tal como se proponen en el Ritual de la Confirmación.

2 3 3 . En caso de extrema necesidad basta con que el sacer­


dote haga la crismación y diga la fórmula sacramental:
N., recibe por esta señal el D on del Espíritu Santo.
LA ENTREGA DE LOS MORIBUNDOS
ADIOS
(Recomendación del alma)

234. La caridad hacia el prójimo urge a los cristianos a que


expresen la comunión con los hermanos que van a morir, implo­
rando con ellos y por ellos la misericordia de Dios y la confianza
en Cristo.

235. Las oraciones, letanías, jaculatorias, lecturas bíblicas y


los salmos que se incluyen en este capítulo para encomendar el
alma a Dios tienen como primordial finalidad que el mori­
bundo, si todavía tiene conocimiento, imitando a Crito dolorido
y moribundo que, al morir, destruyó nuestra muerte, supere con
su poder la innata ansiedad de la muerte y la acepte con la espe­
ranza de la vida celestial y de la resurrección.
Los presentes, aunque el moribundo haya perdido el conoci­
miento, encontrarán en estas plegarias una fuente de consuelo al
descubrir el sentido pascual de la muerte cristiana. Con frecuen­
cia será conveniente subrayar este sentido con un signo visible,
haciendo la señal de la cruz sobre la frente del moribundo,
donde fue marcado por vez primera en el bautismo.

236. Las preces y lecturas que siguen, más otras que pueden
añadirse, deben ser elegidas en función del estado espiritual y
corporal del enfermo y teniendo en cuenta todas las circunstan­
cias del lugar y de las personas. Hágase todo con voz lenta y
suave e intercalando momentos de silencio. En muchos casos,
convendría recitar con el enfermo alguna jaculatoria, repitién­
dola, quizá, varias veces, con suavidad.
2 3 7 . Inmediatamente después de que el enfermo haya expi­
rado, conviene que todos se pongan de rodillas y el sacerdote, el
diácono, si están presentes, o uno de los presentes dice la ora­
ción que se indica más adelante en el n. 247.

2 3 8 . Los sacerdotes y diáconos procuren, en cuanto pue­


dan, asistir personalmente a los moribundos en compañía de sus
familiares, y recitar las preces de la recomendación del alma y
de la expiración; con su presencia aparecerá con mayor claridad
que el cristiano muere en comunión con la Iglesia. Cuando, de­
bido a sus graves oficios pastorales, no puedan hacerse presen­
tes, no olvides de prevenir a los seglares para que asistan a los
moribundos y reciten con ellos las oraciones que aquí se indican
u otras parecidas; para ello, convendrá que los seglares dispon­
gan de los textos convenientes.

239. Fórm ulas breves


— ¿Q uién podrá apartarnos del am or de Cristo?
(Rm 8, 35).
— E n la vida y en la m uerte somos del Señor (Rm
14, 8).
— Tenem os una casa que tiene una duración
eterna en los cielos (2 Co 5,1).
— Estarem os siem pre con el Señor (1 Ts 4 ,1 7 ).
— V erem os a Dios tal cual es (1 Jn 3, 2).
— H em os pasado de la m uerte a la vida, porque
amamos a los herm anos (1 Jn 3 ,14).
—- A ti, Señor, levanto mi alma (Sal 2 4 ,1 ).
— El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 2 6 ,1 ).
— E spero gozar de la dicha del Señor en el país de
la vida (Sal 2 6 ,1 3 ).
— Mi alma tiene sed del Dios vivo (Sal 41, 3).
— A unque camine p o r cañadas oscuras, nada
temo, porque tú vas conmigo (Sal 22, 4).
— Venid vosotros, benditos de mi Padre, dice el
Señor Jesús, heredad el reino preparado para
vosotros (M t 25, 34).
— Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso, dice el Señor Jesús (Le 23, 43).
— E n la casa de mi P adre hay muchas estancias,
dice el Señor Jesús (Jn 14, 2).
— D ice el Señor Jesús: Voy a prepararos sitio y os
llevaré conmigo (Jn 14, 2-3).
— E ste es mi deseo: que los que me confiaste estén
conmigo, dice el Señor Jesús (Jn 17, 24).
— T odo el que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn
6 ,40).
— A tus manos, Señor, encom iendo mi espíritu
(Sal 30, 6a).
— Señor Jesús, recibe mi espíritu (Hch 7, 59).
— Santa M aría, ruega por mí.
— San José, ruega p o r mí.
— Jesús, José y M aría, asistidme en mi agonía.

24§. Lecturas bíblicas

Pueden tomarse de las que se indican en los nn. 260 y ss.

241. Si el moribundo pudiera soportar una plegaria más


larga, en aconsejable que, según las circunstancias, los presentes
recen por él recitando las letanías de los santos (o algunas de sus
invocaciones) con la respuesta «ruega por él», haciendo especial
mención del santo o de los santos patronos del moribundo o de
la familia. Pueden también recitarse algunas de las oraciones
más conocidas.
Cuando parece que se acerca el momento de la muerte, al­
guien puede decir, según las disposiciones cristianas del mori­
bundo, una o varias de estas oraciones:

242. Oraciones
Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el
nombre de Dios Padre todopoderoso, que te creó, en
el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió
por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti
descendió.
Entra en el lugar de la paz y que tu m orada esté
junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa M aría
Virgen, M adre de Dios, con San José y todos los ánge­
les y santos.

243. Q uerido herm ano, te entrego a Dios, y, como


criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu H a­
cedor, que te form ó del polvo de la tierra. Y al dejar
esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen M aría y to ­
dos los ángeles y santos.
Q ue Cristo, que sufrió m uerte de cruz p o r ti, te
conceda la libertad verdadera. Q ue Cristo, Hijo de
Dios vivo, te aloje en su paraíso. Q ue Cristo, buen
Pastor, te cuente entre sus ovejas. Q ue te perdone
todos los pecados y te agregue al núm ero de sus ele­
gidos. Q ue puedas contem plar cara a cara a tu R e­
dentor y gozar de la visión de Dios p o r los siglos de
los siglos.
244. — Acoge, Señor, en tu reino a tu siervo para
que alcance la salvación, que espera de tu
misericordia.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo de todos sus su­
frimientos.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
N oé del diluvio.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
A brahán del país de los caldeos.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
Job de sus padecimientos.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
M oisés del p o d er del faraón.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
D aniel de la fosa de los leones.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
los tres jóvenes del horno ardiente y del
poder del rey inicuo.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
Susana de la falsa acusación.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
David del rey Saúl y de las m anos de G o­
liat.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, com o libraste a
Pedro y Pablo de la cárcel.
R. Amén.
— Libra, Señor, a tu siervo, p o r Jesús, nues­
tro Salvador, que p o r nosotros sufrió
m uerte cruel y nos obtuvo la vida eterna.
R. Amén.

245. Señor Jesús, Salvador del m undo, te enco­


m endam os a N. y te rogamos que lo recibas en el
gozo de tu reino, pues p o r él bajaste a la tierra. Y
aunque haya pecado en esta vida, nunca negó al P a­
dre, al Hijo y al E spíritu Santo, sino que perm ance-
ció en la fe y adoró fielmente al Dios que hizo todas
las cosas.

246. Puede también decirse o cantarse esta antífona:


Dios te salve, Reina y M adre de misericordia, vida,
dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve.
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspi­
ramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a noso­
tros esos tus ojos misericordiosos, y, después de este
destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre.
¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen M a­
ría!
247. Después de que haya expirado, dígase:
R. V enid en su ayuda, santos de Dios; salid a su en­
cuentro, ángeles del Señor. Recibid su alma y
presentadla ante el Altísimo.
V. Cristo, que te llamó, te reciba, y los ángeles te
conduzcan al regazo de A brahán.
R. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
V. Dale, Señor, el descanso eterno, y brille para él
la luz perpetua. Recibid su alma y presentadla
ante el Altísimo.

Oremos. Te pedimos, Señor, que tu siervo N.,


m uerto ya para este mundo, viva para ti, y que tu
am or misericordioso b o rre los pecados que cometió
por fragilidad humana.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

U otra fórmula del Ritual de exequias.


CAPÍTULO VII

FORMULARIOS DE MISAS

POR LOS ENFERMOS

248. ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 6, 3-4


Misericordia, Señor, que desfallezco, cura, Señor,
mis huesos dislocados; tengo el alma en delirio.
O bien: Cf. Is 53, 4
El Señor soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores.

249. ORACIÓN COLECTA


Tú quisiste, Señor, que tu Hijo Unigénito soportara
nuestras debilidades, para poner de manifiesto el va­
lor de la enfermedad y la paciencia; escucha ahora las
plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos en­
fermos, y concede a cuantos se hallan sometidos al do­
lor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse
elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dicho­
sos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la
redención del mundo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Dios y Señor nuestro, salvación eterna de cuantos
creen en ti, escucha las oraciones que te dirigimos por
tus hijos enfermos; alívialos con el auxilio de tu miseri­
cordia para que, recuperada la salud, puedan darte
gracias en tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.

250. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS


Oh Dios, bajo cuya providencia transcurre cada
instante de la vida, recibe las súplicas y oblaciones que
te ofrecemos por nuestros hermanos enfermos, para
que, superado todo peligro, nos alegremos de verles
recobrar la salud.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

251. ANTÍFONA D E COM UNIÓN Col 1, 24


Completo en mi carne los dolores de Cristo, su­
friendo por su cuerpo que es la Iglesia.

252. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COM UNIÓN


Oh Dios, singular protector en las enfermedades,
muestra el poder de tu auxilio con tus hijos enfermos,
para que, aliviados por tu misericordia, vuelvan sanos
y salvos a tu santa Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
n
POR LOS M ORIBUNDOS

ANTÍFONA DE ENTRADA Rm 14, 7-8


Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno
muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Se­
ñor; si morimos, morimos para el Señor. E n la vida y
en la muerte somos del Señor.
O bien: Cf. Is 53,4
El Señor soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores.

253. ORACIÓN COLECTA


Oh Dios, lleno de poder y de amor, que, al decretar
la muerte, le abriste al hombre con tu misericordia las
puertas de la vida eterna; mira con piedad a tu hijo que
lucha en agonía, para que, asociado a la pasión de
Cristo y sellado con su sangre, pueda llegar a tu pre­
sencia limpio de todo pecado.
Por nuestro Señor Jesucristo.

254. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS


Recibe, Señor, la ofrenda que te presentamos por tu
hijo moribundo; concédele por ella el perdón de sus
pecados, y ya que soportó en esta vida, porque así lo
has querido, los dolores de la enfermedad, dale el des­
canso eterno en la vida futura.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN Col 1, 24
Completo en mi carne los dolores de Cristo, su­
friendo por su cuerpo que es la Iglesia.
O bien: Jn 6, 54
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día —dice el Se­
ñor.

255. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN


Dígnate, Señor, confortar piadosamente a tu hijo
por la eficacia de este sacramento, para que, en la hora
de la muerte, pueda vencer al enemigo y entrar con tus
ángeles en la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

III

PARA EL VIATICO

Fuera de los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, de las


solemnidades y de las ferias del Miércoles de Ceniza y de toda la Se­
mana Santa, puede decirse, oportunamente, la Misa por los enfer­
mos con las oraciones que siguen:
256. ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso, cuyo Hijo es para nosotros el
camino, la verdad y la vida, mira con piedad a tu
siervo N , y concédele que, confiando en tus promesas
y fortalecido con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, lle­
gue en paz a tu reino.
Por nuestro Señor Jesucristo.
257. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Padre santo, mira con bondad esta ofrenda: que ella
haga presente de nuevo ante tus ojos el Cordero pas­
cual, cuya pasión abrió las puertas del paraíso, e intro­
duzca por tu gracia a tu siervo N. en el reino eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

258. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN


Señor, tú que eres la salvación eterna de los que
creen en ti, concede a tu hijo N. que, fortalecido con el
pan y el vino del viático, llegue seguro a tu reino de luz
y de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN PARA BENDECIR EL AGUA

259. Bendito seas, Señor, Dios todopoderoso, que


te has dignado bendecirnos y transform arnos inte­
riorm ente en Cristo, agua viva de nuestra salvación;
haz, te pedimos, que los que nos protegem os con la
aspersión o el uso de esta agua sintamos, por la
fuerza del Espíritu Santo, renovada la juventud de
nuestra alma y andem os siem pre en una vida nueva.
P or Jesucristo, nuestro Señor.
O bien:
Señor, Padre santo, dirige tu mirada sobre nosotros,
que, redimidos por tu Hijo, hemos nacido de nuevo
del agua y del Espíritu Santo en la fuente bautismal;
concédenos, te pedimos, que todos los que reciban la
aspersión de esta agua queden renovados en el cuerpo
y en el alma y te sirvan con limpieza de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
LECCIONARIO PARA EL
RITUAL DE ENFERMOS

LECTURAS
DEL ANTIGUO TESTAM ENTO

I
Elias, desfallecido por el camino, es confortado por el Señor

260. Viático es la comida para la vía o camino. En la angustia


de muerte (v. 4) que el hombre de Dios, Elias, experimenta, el viá­
tico de pan y agua que Dios le depara, le permite seguir un duro
camino de 40 días (como los 40 años del desierto) y poder llegar
así al monte donde Dios se le revelará.

Lectura del primer libro de los Reyes 19,1-8


E n aquellos días, Ajab contó a Jezabel lo que había
hecho Elias, cómo había pasado a cuchillo a los profe­
tas. Entonces Jezabel mandó a Elias este recado:
—Que los dioses me castiguen si mañana a estas ho­
ras no hago contigo lo mismo que has hecho tú con
cualquiera de ellos.
Elias temió y emprendió la marcha para salvar la
vida.
Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado.
LECCIONARIO PARA EL
RITUAL DE ENFERMOS

LECTURAS
DEL ANTIGUO TESTAM ENTO

I
Elias, desfallecido por el camino, es confortado por el Señor

260. Viático es la comida para la vía o camino. En la angustia


de muerte (v. 4) que el hombre de Dios, Elias, experimenta, el viá­
tico de pan y agua que Dios le depara, le permite seguir un duro
camino de 40 días (como los 40 años del desierto) y poder llegar
así al monte donde Dios se le revelará.

Lectura del prim er libro de los Reyes 19,1-8


E n aquellos días, Ajab contó a Jezabel lo que había
hecho Elias, cómo había pasado a cuchillo a los profe­
tas. Entonces Jezabel mandó a Elias este recado:
—Que los dioses me castiguen si mañana a estas ho­
ras no hago contigo lo mismo que has hecho tú con
cualquiera de ellos.
Elias temió y emprendió la marcha para salvar la
vida.
Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado.
El caminó por el desierto una jornada de camino, y
al final se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte
diciendo:
—Basta ya, Señor, quítame la vida, pues yo no valgo
más que mis padres.
Se echó debajo de la retama y se quedó dormido.
De pronto un ángel lo tocó y le dijo:
—Levántate, come.
Miró Elias y vio a su cabecera un pan cocido en las
brasas y una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a
echarse. Pero el ángel del Señor le tocó por segunda
vez diciendo:
—Levántate, come, que el camino es superior a tus
fuerzas.
Se levantó Elias, comió y bebió, y con la fuerza de
aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta no­
ches, hasta el Horeb, el monte de Dios.
Palabra de Dios.

II
¿Por qué dio luz a un desgraciado?

261. E l dolor y enfermedad de Job le llevan a una crisis pro­


funda que pone en entredicho el sentido de una existencia tan
llena de dolor y de miseria. La visión de Dios que se manifiesta al
fin del libro, le llevará a aceptar —aunque no lo comprenda— su
dolor y bendecir la mano que le hiere.

Lectura del libro de Job 3 ,1 -3 .1 1 -1 7 .2 0 -2 3


Job abrió la boca y maldijo su día, diciendo:
—¡Muera el día en que nací,
la noche que dijo: «Se ha concebido un varón»!
¿Por qué al salir del vientre no morí,
o perecí al salir de las entrañas?
¿Por qué me recibió un regazo
y unos pechos me dieron de mamar?
A hora dormiría tranquilo,
descansaría en paz,
lo mismo que los reyes de la tierra
que se alzan mausoleos;
o como los nobles que amontonan oro
y plata en sus palacios.
A hora sería un aborto enterrado,
una criatura que no llegó a ver la luz.
Allí acaba el tumulto de los malvados,
allí reposan los que están rendidos.
¿Por qué dio luz a un desgraciado
y vida al que la pasa en amargura,
al que ansia la muerte que no llega
y escarba buscándola, más que un tesoro,
al que se alegraría ante la tumba
y gozaría al recibir sepultura,
al hombre que no encuentra camino
porque Dios le cerró la salida?
Palabra de Dios

III

Recuerda que mi vida es un soplo

262. Junto a momentos de intensa plenitud la vida ofrece al


hombre otros de angustia y desengaño. Por eso es normal que
desde el fracaso y la enfermedad vea Job así su propia vida: dura
como la lucha y el trabajo (v. 1), rápida como un soplo (v. 7), in­
cierta como una nube (v. 9).
Lectura del libro de Job 7,1-4.6-11
E n aquellos días, habló Job diciendo:
El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,
sus días son los de un jornalero.
Como el esclavo, suspira por la palabra,
como el jornalero, aguarda el salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré?
Se alarga la noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días correnm ás que la lanzadera
y se consumen sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo,
y que mis ojos no verán más la dicha,
los ojos que me ven no me miran,
y cuando me mires tú, habré desaparecido.
Como la nube pasa y se deshace,
el que baja a la tum ba no sube ya;
no vuelve a su casa,
su morada no vuelve a verlo.
Por eso no frenaré mi lengua,
hablará mi espíritu angustiado
y mi alma amargada se quejará.
Palabra de Dios.

IV

¿Qué es el hombre para que le des importancia?

263. A toda fe en la resurrección acompaña la duda del ani­


quilamiento y de la no supervivencia (vv. 16, 21). Esta duda pro-
funda se mantiene en Job junto con el vivo sentimiento de la cer­
canía de Dios que le busca (v. 20), le mira (v. 19), le visita (v. 18) y
le atiende hasta la propia sorpresa (v. 17).

Lectura del libro de Job 7,12-21


E n aquellos días, habló Job diciendo:
¿Soy el monstruo marino o el Dragón
para que me pongas un guardián?
Cuando pienso que el lecho me aliviará
y la cama soportará mis quejidos,
entonces me espantas con sueños
y me aterrorizas con pesadillas.
Prefería morir asfixiado,
y la muerte, a estos miembros que odio.
No he de vivir por siempre:
déjame, que mis días son un soplo.
¿Qué es el hombre para que le des importancia,
para que te ocupes de él,
para que le pases revista por la mañana
y lo examines a cada momento?
¿Por qué no apartas de mí la vista
y no me dejas ni tragar saliva?
Si he pecado, ¿qué te he hecho?
Centinela del hombre,
¿por qué me has tomado como blanco,
y me he convertido en carga para ti?
¿Por qué no me perdonas mi delito
y no alejas mi culpa?
Muy pronto me acostaré en el polvo,
me buscarás y ya no existiré.
V

(Para los moribundos)


Yo sé que está vivo mi Vengador

2 6 4 . E l pensamiento de que Dios nos está castigando y persi­


guiendo (vv. 21-22): «me ha herido la mano de Dios, que me per­
sigue») nos asalta a nosotros como a Job en los momentos de su­
frimiento inexplicable. Sin embargo, eso debe coexistir con la
fuerte convicción de que él es el verdadero y último fiador y salva­
dor que nos lleva a ver a Dios (v. 26; cf. Jn 1, 18).

Lectura del libro de Job 1 9 ,1 .23-27a


Respondió Job:
¡Ojalá se escribieran mis palabras,
ojalá se grabaran en cobre,
con cincel de hierro y en plomo
se escribieran para siempre en la roca!
«Yo sé que está vivo mi Vengador
y que al final se alzará sobre el polvo:
después que me arranquen la piel,
ya sin carne, veré a Dios;
yo mismo lo veré, y no otro,
mis propios ojos lo verán.»
Palabra de Dios.
VI

¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría?

2 6 5 . Si ya le es difícil al hombre predecir acontecimientos fu ­


turos intraterrenos (v. 14), cuánto más saber qué es lo que le
puede pasar una vez terminada esta vida (v. 16). Para ello necesi­
tamos sabiduría, consejos y espíritu de lo alto (v. 17). A sí nos
identificaremos con Dios hasta conocer lo que él conoce de noso­
tros y querer lo que él quiere hacer de nosotros.
Lectura del libro de la Sabiduría 9 ,9 -1 1 .1 3 -1 8
Señor misericordioso,
contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.
M ándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.
Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y m e guiará prudentemente en mis obras
y me guardará en su esplendor.
¿Qué hombre conoce el designio de Dios,
quién comprende lo que Dios quiere?
Los pensamientos de los mortales son mezquinos
y nuestros razonamientos son falibles;
porque el cuerpo mortal es lastre del alma
y la tienda terrestre abruma la mente que medita.
Apenas conocemos las cosas terrenas
y con trabajo encontramos lo que está a mano:
pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo,
quién conocerá tu designio,
si tú no le das sabiduría
enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?
Sólo así serán rectos los caminos de los terrestres,
los hombres aprenderán lo que te agrada;
y se salvarán con la sabiduría
los que te agradan, Señor, desde el principio.
VII

Fortaleced las manos débiles

266. E l destierro operó en el pueblo judío, como tremenda


enfermedad, una total frustración de sus ideales en cuanto a su
propio destino histórico y religioso. Desde ese desánimo y frustra­
ción surge una esperanza renovada en el poder de Dios, que hará
resurgir para el pueblo una vida de paz y de gozo, completamente
renovada.

Lectura del Profeta Isaías 35,1-10


Esto dice el Señor:
E l desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso,
se alegrará con gozo y alegría.
Tiene la gloria del Líbano,
la belleza del Carmelo y del Sarión.
Ellos verán la gloria del Señor,
la belleza de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes,
decid a los cobardes de corazón:
Sed fuertes, no temáis.
M irad a vuestro Dios, que trae el desquite;
viene en persona, resarcirá y os salvará.
Se despegarán los ojos del ciego,
los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo,
la lengua del mundo cantará.
Porque han brotado aguas en el desierto,
torrentes en la estepa;
el páramo será un estanque,
lo reseco, un manantial.
E n el cubil donde se tumbaban los chacales
brotarán cañas y juncos.
Lo cruzará una calzada
que llamarán Vía Sacra:
no pasará por ella el impuro
y los inexpertos no se extraviarán.
No habrá por allí leones,
ni se acercarán las bestias feroces,
sino que caminarán los redimidos
y volverán por ella los rescatados del Señor.
V endrán a Sión con cánticos:
en cabeza, alegría perpetua;
siguiéndolos, gozo y alegría.
Pena y aflición se alejarán.
Palabra de Dios.

VIII
El soportó nuestros sufrimientos

2 6 7 . Ya sabe el profeta que no le van a creer (53, 1). ¿ Cómo


va a poder considerarse bendecido por Dios aquel a quien Dios
mismo ha humillado (v. 4) y triturado (v. 10)? Y, sin embargo, lo
afirma sin vacilar, lleno de esperanza: con su dolor, aceptado sin
rechistar, intercediendo por los pecadores entre los que se le
cuenta, parecía morir para siempre (Sb 3, 2-4), pero no es así.
Tendrá éxito. Sus cicatrices nos curan. No sufrió en vano.

Lectura del Profeta Isaías 5 2 ,1 3 —53,12


Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos:
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?
¿A quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como un brote, como raíz en
tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado
por los hombres, como un hombre de dolores, acos­
tumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan
los rostros; despreciado y desestimado.
E l soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros
dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de
Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices
nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo
su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros
crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no
habría la boca; como un cordero llevado al mata­
dero, como oveja ante el esquilador, enmudecía
y no habría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malechores;
porque murió con los malvados, aunque no había
cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará;
con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes,
con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre
los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e
intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios.

IX

El Espíritu del Señor me ha enviado para consolar a los afligidos

268. E l espíritu de Dios presente y operante en nosotros es un


espíritu que obra en nuestro interior esperanza, salvación, gracia
y consuelo. Se trata de dejarle obrar, abandonando la mirada
egoísta y preocupada hacia nosotros mismos, y permitiendo que
él transforme en gozo nuestro luto, en alabanza nuestro abati­
miento.

Lectura del Profeta Isaías 6 1 ,1 - 3 a


E l Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
M e ha enviado para dar la Buena Noticia a los que
sufren, para vendar los corazones desgarrados.
para proclamar la amnistía a los cautivos
y a los prisioneros la libertad;
para proclamar el año de gracia del Señor,
el día del desquite de nuestro Dios;
para consolar a los afligidos,
los afligidos de Sión;
para cambiar su ceniza en corona,
su traje de luto en perfume de fiesta,
su abatimiento en cánticos.
Palabra de Dios.
i f c t t tr a s

DEL NUEVO TESTAM ENTO

I
En nombre de Jesús, echa a andar

269. Dios responde, por medio de Pedro y Juan, a la petición


del tullido. Y responde curándole y yendo así más allá de la
misma petición, que es la de una mera limosna (v. 3). No es tan
importante lo que se pide cuanto el hecho mismo de pedir. Orar a
Dios es fundamentalmente exponer nuestra indigencia, darle
cuenta y darnos cuenta de nuestra limitación.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 3,1-10


E n aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la
oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas
a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los
días en la Puerta H erm osa del templo para que pidiera
limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo
a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a
su lado, se le quedó mirando y le dijo:
—Míranos.
Clavó los ojos en ellos esperando que le darían algo;
Pedro le dijo:
—No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en
nombre de Jesucristo Nazareno, e'cha a andar.
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al
instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se
puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos
en el templo por su pie, dando brincos y alabando a
Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en
la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sen­
tado en la Puerta Hermosa, quedaron estupefactos
ante lo sucedido.
Palabra de Dios.

II

La fe en quien Dios resucitó


le ha restituido completamente la salud

270. Pedro explica en su discurso las razones últimas de la


curación que acaba de realizar con el tullido. Toda acción cura­
tiva y salvadora es en primer lugar una mediación del poder sana­
dor de Dios (vv. 12-13), y en segundo lugar un reflejo y anticipo de
la salvación plena y verdadera que tenemos en Jesús por la fe
(v. 16).

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 3,11-16


En aquellos días, mientras el paralítico curado se­
guía aún con Pedro y Juan, la gente, asombrada, acu­
dió corriendo al Pórtico de Salomón donde ellos esta­
ban. Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra:
—Israelitas, ¿qué os llama la atención?, ¿de qué os
admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos
hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud?
E l Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de
nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al
que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato,
cuando había decidido soltarlo.
Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto
de un asesino; matasteis al autor de la vida; pero Dios
lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos tes­
tigos.
Como éste que veis aquí y que conocéis ha creído
en su nombre, su nombre le ha dado vigor; su fe le ha
restituido completamente la salud, a vista de todos vo­
sotros.
Palabra de Dios.

III

No se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos

271. Todos sentimos desde nuestra indigencia y desde nuestro


dolor la necesidad de salvación. Ante esa necesidad apremiante
surgen en nuestra vida diversos salvadores que ocupan nuestra es­
peranza. Pedro nos repite que sólo en Cristo está la verdadera sal­
vación (v. 12). Sólo él ha vencido de verdad la muerte.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12


En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo,
dijo:
—Jefes del pueblo y senadores, escuchadme; por­
que le hemos hecho un favor a un enfermo, nos inte­
rrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese
hombre. Pues quede bien claro, a vosotros y a todo Is­
rael, que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó
de entre los muertos; por su nombre, éste se presenta
sano ante vosotros.
Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los ar­
quitectos, y que se ha convertido en piedra angular;
ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha
dado otro nombre que pueda salvarnos.
IV

Aquel a quien Dios resucitó, no ha conocido la corrupción

2 7 2 . La religión judía era una religión fundada en la promesa


(vv. 32, 34). La cristiana, a pesar de reconocer cumplidas en
Cristo aquellas promesas, no pierde por ello su carácter funda­
mental de esperanza: el cristiano cree y espera, contra toda espe­
ranza, que también en él se realizará la plena salvación del dolor
y de la muerte realizada en Cristo.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 13,32-39


E n aquellos días, Pablo dijo:
—Nosotros os anunciamos que la promesa que
Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los
hijos resucitando a Jesús. A sí está escrito en el salmo
segundo:
«Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy».
Su resurrección para no volver a morir la anunció
diciendo:
«Os cumpliré la promesa que aseguré a David»; y
así dice en otro lugar:
«No dejarás a tu fiel conocer la corrupción».
David murió después de haber cumplido la misión
que Dios le dio para su época; se juntó con sus padres
y conoció la corrupción. Pero aquél a quien Dios resu­
citó no ha conocido la corrupción. Sabedlo, herm a­
nos: os anunciamos que por él se os perdonan los pe­
cados, que él justificará, al que crea, de lo que no pudo
justificarlo la ley de Moisés.
V

El compartir sus sufrimientos


es señal de que compartiremos su gloria

2 7 3 . E l Espíritu de Dios es energía interior que continúa en


nosotros la obra de Cristo y nos va configurando con él. Ese Espí­
ritu nos impulsa a ver en Dios a nuestro Padre (w. 14-16) y nos
lleva a padecer como Cristo para así ser como él glorificados
(v. 17).

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los


Romanos 8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido no un espíritu de esclavitud,
para recaer en el temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos,
que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio
concorde: que somos hijos de Dios;
y si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo;
pues el compartir sus sufrimientos
es señal de que compartiremos su gloria.
Palabra de Dios.

VI

Aguardando la redención de nuestro cuerpo

2 7 4 . Los dolores de parto son punto de partida de una vida


nueva, están henchidos de esperanza y convergen en la cruz,
donde se vence a la muerte. E l sufrimiento forma parte del ca-
mino que conduce a otra patria, donde nuestra condición que­
dará radical y divinamente transformada.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los


Romanos 8,18-27
Hermanos:
Considero que los trabajos de ahora no pesan lo
que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la
creación, expectante, está aguardando la plena manifes­
tación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustra­
ción, no por su voluntad, sino por uno que la sometió;
pero fue con la esperanza de que la creación misma se
vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para en­
trar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera
está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior,
aguardando la hora de'sér híjós dé Dios, la redención
de nuestro cuerpo.
Porque en esperanza fuimos salvados. Y una espe­
ranza que se ve, ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá es­
perando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo
que no vemos, esperamos con perseverancia.
A sí también el Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que
nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables.
El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo
del Espíritu, y que su intercesión por los santos es se­
gún Dios.
VII

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?

2 7 5 . Cristo es la Palabra («yo os amo») que el Padre pronun­


cia y nos entrega. El que da lo más está dispuesto a dar todo lo de­
más (v. 32). Por eso no puede haber ni sufrimientos ni enfermedad
ni muerte que pueda separarnos de ese amor que está sobre noso­
tros. Sólo huyendo voluntariamente de ese Amor, que se ha entre­
gado por nosotros y a nosotros, lograríamos separarnos de él.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los


Romanos 8 , 31b-35, 37-39

Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra no­
sotros?
El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo en­
tregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará
todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
Dios es el que justifica.
¿Quién condenará?
¿Será acaso Cristo que murió,
más aún, resucitó y está a la derecha de Dios,
y que intercede por nosotros?
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la
aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el ham­
bre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel
que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni
muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente,
ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni
criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios
manifiestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
VIII

Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres

2 7 6 . Pablo recuerda, y se lo recuerda a los cristianos de Co-


rinto, cómo llegó a su ciudad, al barrio de los desechados por la
sociedad, que entusiásticamente se habían abierto a la fe. Venía
de Atenas (Hch 17), donde había podido comprobar por con­
traste cómo la sabiduría enorgullecía al hombre y cerraba su ac­
ceso a la fe en Dios.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a


los Corintios 1,18-25
Hermanos:
El mensaje de la cruz es necedad
para los que están en vías de perdición;
pero para los que están en vías de salvación
—para nosotros— es fuerza de Dios.
Dice la Escritura:
«Destruiré la sabiduría de los sabios,
frustaré la sagacidad de los sagaces».
¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el letrado?
¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos?
¿No ha convertido Dios en necedad
la sabiduría del mundo?
Y como, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo
conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios
valerse de la necedad de la predicación
para salvar a los creyentes.
Porque los judíos exigen signos,
los griegos buscan sabiduría;
pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos,
necedad para los griegos;
pero para los llamados a Cristo —judíos o griegos—:
fuerza de Dios
y sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres;
y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Palabra de Dios.

IX

Cuando un miembro sufre, todos sufren con él

277. No estamos solos. Saberse formando parte de un cuerpo


da sentido a nuestros triunfos y a nuestros sufrimientos. Todo ad­
quiere un significado en el conjunto, incomprensible desde la es­
trecha mira individual. Eso llevará a los demás miembros a sinto­
nizar con tus sufrimientos (v. 26) y a ti a sintonizar con los de los
otros.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo


a los Corintios 1 2 ,1 2 -2 2 ,24b-27
Hermanos:
Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos
miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar
de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres,
hemos sido bautizados en un mismo Espíritu,
para formar un solo cuerpo.
Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo.
Si el pie dijera: «No soy mano, luego no forma parte
del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?
Si el oído dijera: «No soy ojo, luego no formo parte
del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?
Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría?
Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería?
Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de
los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría
el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero
el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano:
«No te necesito»;
y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito».
Más aún, los miembros que parecen más débiles son
más necesarios.
A hora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo
dando mayor honor a los más necesitados.
A sí no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los
miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él;
cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.
Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un
miembro.
Palabra de Dios.
X
(Para los moribundos)
Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado

278. La fe se vive en comunidad. A h í se animan y exigen los


creyentes a creer y esperar. La palabra que se predica y se cree es
entonces el mejor argumento de nuestra esperanza. Esa palabra
dice: Cristo ha resucitado, luego es posible la resurrección del
cuerpo mortal, luego es también posible nuestra resurrección.
Animémonos mutuamente con esa palabra (1 Ts 4, 18).

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo


a los Corintios 15,12-20
Hermanos:
Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los
muertos, ¿cómo es que decía alguno que los muertos
no resucitan?
Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resu­
citó; y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación
carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos
embusteros, porque en nuestro testimonio le atribui­
mos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que no
ha hecho si es verdad que los muertos no resucitan.
Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo
ha resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe
no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los
que murieron con Cristo, se han perdido.
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida,
somos los hombres más desgraciados.
¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el
primero de todos.
XI

Nuestro interior se renueva día a día

279. Sigue siendo válida y luminosa la distinción paulina en­


tre hombre exterior e interior. Llevamos nuestro tesoro en vasos
de arcilla. Importa poco que el vaso exterior visible (v. 18) se vaya
deteriorando si nuestra atención y cuidado se centra en mantener
y acrecentar el tesoro interior.

Lectura de la segunda carta dél Apóstol San Pablo a


los Corintios 4,16-18
Hermanos:
No nos desanimamos.
A unque nuestra condición física se vaya deshaciendo,
nuestro interior se renueva día a día.
Y una tribulación pasajera y liviana
produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria.
No nos fijamos en lo que se ve,
sino en lo que no se ve.
Lo que se ve, es transitorio;
lo que no se ve, es eterno.
Palabra de Dios.
XII
(Para los moribundos)
Tenemos una casa eterna en los cielos

280. Caminar en la vida es peregrinar. La mejor morada es


más posada que hogar. E l Hogar del Padre al que van caminando
sus hijos alienta nuestra esperanza y relativiza al tiempo todos los
lazos que nos unen al lugar de nuestras tareas.

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo


a los Corintios 5 ,1 .6 -1 0
Hermanos:
Es cosa que ya sabemos: Si se destruye este nuestro
tabernáculo terreno, tenemos un sólido edificio cons­
truido por Dios, una casa que no ha sido levantada por
mano de hombre y que tiene duración eterna en los
cielos,
Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que,
mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor.
Caminamos sin verlo, guiados por la fe.
Y es tal nuestra confianza, que preferimos deste­
rrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos
en agradarle.
Porque todos tendremos que com parecer ante el
tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo
que hayamos hecho en esta vida.
XIII

Os anuncié el Evangelio con motivo de una enfermedad mía

281. Pablo empezó enfermo su evangelización en Galacia


(v. 13) y lleno de dolores siguió predicando después (v. 19) con su
palabra y ejemplo. Podemos hacer mucho a pesar de nuestra en­
fermedad. E l dolor y la muerte podrá ir haciendo su obra en no­
sotros mientras conseguimos que hagan su obra la alegría y la
vida en cuantos nos rodean.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los


Gálatas 4 ,12-19
Poneos en mi lugar, hermanos, por favor, que yo me
puse en el vuestro. E n nada me ofendisteis. Recordáis
que la primera vez os anuncié el Evangelio con motivo
de una enfermedad mía, pero no me despreciasteis ni
sentisteis asco de mí, aunque era una prueba para vo­
sotros por mi estado físico; al contrario, me recibisteis
como a un mensajero de Dios, como a Jesucristo en
persona.
¿Habéis olvidado lo felices que os sentíais? Puedo
afirmar en vuestro honor que, a ser posible, os
habríais sacado los ojos para dármelos. ¿Y ahora me
he hecho enemigo vuestro por ser sincero con voso­
tros?
El afecto que ésos os tienen no es bueno, quieren
aislaros para acaparar vuestro afecto. Sería bueno, en
cambio, que os interesarais por lo bueno siempre, y no
sólo cuando estoy ahí con vosotros. Hijos míos, otra
vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo
tome forma en vosotros.
XIV

Estuvo enfermo, pero Dios tuvo misericordia de él

282. Pablo, que tantas veces afirma su deseo de morir para


gozar de lleno del Señor, se entristece, sin embargo, con sólo el
pensamiento de que su ayudante y amigo pueda morir (vv. 26-27).
Por eso quiere que todos participen como él de la alegría de verle
sano de nuevo (v. 29).

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipen-


ses 2 ,2 5 -3 0
Hermanos:
H e creído necesario enviaros a Epafrodito, nuestro
hermano, cooperador y camarada mío, vuestro en­
viado y ministro en mis necesidades, puesto que está
suspirando por todos vosotros y está angustiado, por­
que ha llegado a noticia vuestra que estuvo enfermo.
Ciertamente que estuvo a punto de morir; pero Dios
tuvo misericordia de él, y no sólo de él, sino también
de mí, para que yo no tuviera tristeza sobre tristeza.
A sí pues, le envío más prestamente, para que, vién­
dole de nuevo, os alegréis y yo quede menos triste. Re­
cibidle, pues, en el Señor con toda alegría y honrad a
los que son como él, que por el servicio de Cristo es­
tuvo a la muerte, habiendo puesto en peligro su vida
para suplir en mi servicio vuestra ausencia.
XV
Completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo

283. Los sufrimientos que Pablo padece están llenos para él


de sentido. Los sufre pensando en otros («por vosotros»; v. 24) y ve
en ellos el modo de prolongar la acción salvadora de Cristo
(v. 24), que se ciñó a un espacio y tiempo muy reducidos. Siente
además que el mismo Cristo es energía que obra poderosamente
en él (v. 29) para llevar a cabo esa continuación de su obra.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colo-
senses 1,22-29
Hermanos:
Ahora, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su
cuerpo de carne, habéis sido reconciliados y Dios
puede admitiros a su presencia como a un pueblo
santo sin mancha y sin reproche.
La condición es que permanezcáis cimentados y es­
tables en la fe, e inamovibles en la esperanza que escu­
chasteis en el Evangelio.
Es el mismo que se proclama en la creación entera
bajo el cielo, y yo, Pablo, fui asignado a su servicio. Me
alegro de sufrir por vosotros:
así completo en mi carne los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia,
de la cual Dios me ha nombrado ministro,
asignándome la tarea de anunciaros a vosotros
su mensaje completo:
el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos
y generaciones
y que ahora ha revelado a su pueblo santo.
Dios ha querido dar a conocer a los suyos
la gloria y riqueza que este misterio
encierra para los gentiles:
es decir, que Cristo es para vosotros
la esperanza de la gloria.
Nosotros anunciamos a ese Cristo;
amonestamos a todos, enseñamos a todos,
con todos los recursos de la sabiduría,
para que todos lleguen a la madurez
en su vida cristiana:
ésta es mi tarea,
en la que lucho denodadamente
con la fuerza poderosa que él me da.
Palabra de Dios.

XVI

No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de


nuestras flaquezas

2 8 4 . No es el menor fruto de la enfermedad el de experimen­


tar en la propia carne el sufrimiento y el dolor que a tantos her­
manos nuestros afecta (v. 15). E l dolor, como la alegría, puede
encerrarnos en nosotros mismos y hacernos olvidar que debemos
compartirlos. La solidaridad en el dolor une, impulsa a la súplica
(vv. 16. 7) y enseña la aceptación y la obediencia.

Lectura de la carta a los Hebreos 4 ,14-16; 5, 7-9


Hermanos:
Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos
—Jesús, el Hijo de Dios—, Mantengamos firmes la fe
que profesamos.
Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en
todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. A cer­
quémonos, por tanto, confiadamente al trono de gra­
cia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para
ser socorridos en el tiempo oportuno.
Cristo, en los días de su vida mortal,
a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de
la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente.
El, a pesar de ser Hijo,
aprendió, sufriendo, a obedecer.
Y, llevado a la consumación,
se ha convertido para todos los que le obedecen
en autor de salvación eterna.
Palabra de Dios.

XVII

La oración de fe salvará al enfermo

2 8 5 . E l espíritu entonado deberá volverse a Dios para ala­


barle (v. 13b), el espíritu abatido, para orar, presentando su aflic­
ción y su limitación (v. 13a). Esa oración personal del enfermo le
une más fuertemente con Dios. La oración de unos por otros no
sólo aumentará la unión con Dios, sino la unión y solidaridad de
todos.

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 5,13-16


Queridos hermanos:
¿Sufre alguno de vosotros? Rece.
¿Está alegre alguno? Cante cánticos.
¿Está enfermo alguno de vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen
sobre él,
después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor.
Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo
curará,
y, si ha cometido pecado, lo perdonará.
Así, pues, confesaos los pecados unos a otros,
y rezad unos por otros, para que os curéis.
Mucho puede hacer la oración intensa del justo.
Palabra de Dios.

XVIII

Alegraos, aunque de momento tengáis que sufrir un poco

2 8 6 . E l gozo de aquello en que esperamos (v. 3) deberá hacer


superar las pruebas y tristezas de que está lleno el camino (v. 6).
Esas pruebas servirán para acrisolar nuestra fe y nuestra espe­
ranza (v. 7). La prueba hace peor al mal dispuesto, pero mejor al
bueno.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro


1 ,3 -9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,


que en su gran misericordia,
por la resurrección de Jesucristo de entre los
muertos,
nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza
viva,
para una herencia incorruptible, pura, impere­
cedera,
que os está reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe
para la salvación que aguarda a manifestarse en el
momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que
sufrir un poco, en pruebas diversas: así la com­
probación de vuestra fe
—de más precio que el oro que, aunque perece­
dero, lo aquilatan a fu e g o -
llegará a ser alabanza y gloria y honor
cuando se manifieste Jesucristo.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis;
no lo veis, y creéis en él;
y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado,
alcanzando así la meta de vuestra fe:
vuestra propia salvación.
Palabra de Dios.

XIX

Aún no se ha manifestado lo que seremos

2 8 7 . E l que ama no descansa hasta elevar al amado y hacerlo


semejante a él. Esa es nuestra esperanza: que el amor que Dios
nos tiene, experimentado ya en nuestra vida (v. 1), no cesará hasta ha­
cernos semejante a él.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 3,1-2


Queridos hermanos:
Mirad que amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos!
E l mundo no nos conoce
porque no le conoció a él.
Queridos: ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es.
XX

Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor

2 8 8 No debemos dejarnos atar y limitar por un pasado y un


presente dolorosos (v. 4), sino afirmarnos con renovada fe en la ab­
soluta novedad de lo que nos espera (w. 1 y 4). Debemos estar
abiertos a la súbita aparición de «lo nuevo» en nuestra vida y a la
profunda transformación que ello es capaz de realizar en nosotros.

Lectura del libro del Apocalipsis 21,1-7


Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la prim era tierra han
pasado, y el mar ya no existe.
Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
que descendía del cielo, enviada por Dios,
arreglada como una novia que se adorna para su
esposo.
Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
—Esta es la morada de Dios con los hombres:
acampará entre ellos.
Ellos serán su pueblo
y Dios estará con ellos.
Enjugará las lágrimas de sus ojos.
Ya no habrá muerte, ni luto,
ni llanto, ni dolor.
Porque el primer mundo ha pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo:
—«Ahora hago el universo nuevo.»
Y volvió a decirme:
—Escribe: estas palabras son verdaderas y
fidedignas.
Y añadió:
—Está hecho:
Yo soy el Alfa y la Omega,
el Principio y el Fin.
Los sedientos beberán de balde
de la fuente de agua viva.
El que ha vencido es heredero universal:
Yo seré su Dios y él será mi hijo.
Palabra de Dios.

XXI
(Para los moribundos)

¡Ven, Señor Jesús!


2 8 9 . La vida es un camino que no hacemos solos. Lo recorre­
mos caminando hacia un Dios que está viniendo a nuestro en­
cuentro. E l cristiano que exclama «Ven, Jesús», está pidiendo que
se intensifique y actualice en su espíritu esa presencia del Espíritu
de Jesús que es ya realidad. «Amen» es la palabra confiada, llena
de esperanza, de que así será.

Lectura del libro del Apocalipsis 2 2 ,1 7 .2 0 -2 1


El Espíritu y la novia dicen: ¡Ven!
E l que lo oiga, que repita: ¡Ven!
E l que tenga sed y quiera,
que venga a beber de balde el agua de la vida.
E l que atestigua esto responde:
«Sí, vengo en seguida.»
—Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
La gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén.
S A L M O S R E S P O N S O R IA L E S

290. Is 3 8 ,1 0 .1 1 .1 2 abcd. 16 (R.: 17b)


R. Tú, Señor, detuviste mi alma ante la tum ba va­
cía.
Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que m archar hacia las puertas del
Abismo;
me privan del resto de mis años.» R.
Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no m iraré a los hom bres
entre los habitantes del mundo.» R.
«Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Com o un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.» R.
Los que Dios protege, viven
y entre ellos vivirá mi espíritu:
me has curado, me has hecho revivir. R.

II
291. Sal 6, 2-4a. 4b-6. 9-10 (R.: 3a)
R. M isericordia, Señor, que desfallezco.
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera.
M isericordia, Señor, que desfallezco,
cura, Señor, mis huesos dislocados.
Tengo el alma en delirio. R.
Y tú, Señor, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, Señor, liberta mi alma,
sálvame, por tu misericordia:
porque en el reino de la muerte nadie te invoca,
y en el Abismo, ¿quién te alabará? R.
A partaos de mí, los malvados,
porque el Señor ha escuchado mis sollozos;
el Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi oración. R.

IIT
292. Sal 24, 4bc-5ab. 6 y 7bc. 8-9. 10 y 14. 15-16
(R.: Ib)
R. A tí, Señor, levanto mi alma.
Señor, enséñam e tus caminos,
instrúyeme en tus sendas;
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios
y Salvador. R.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el cam ino a los pecadores;
hace cam inar a los humildes con rectitud,
enseña su cam ino a los humildes. R.
Las sendas del Señor son m isericordia y lealtad,
para los que guardan su alianza y sus m an­
datos.
E l Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza. R.
Tengo los ojos puestos en el Señor,
porque él saca mis pies de la red.
M írame, oh Dios, y ten piedad de mí,
que estoy solo y afligido. R.

IV

293. Sal 26,1. 4. 5. 7-8a. 8b-9ab. 9cd-10 (R.: 14)


R. E spera en el Señor, sé valiente, ten ánimo.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién tem eré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará tem blar? R.
U na cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contem plando su templo. R.
El me protegerá en su tienda
el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su m orada,
me alzará sobre la roca. R.
Escúchame, Señor, que te llamo,
ten piedad, respóndem e.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» R.
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas tu rostro.
N o rechaces con ira a tu siervo. R.
Q ue tú eres mi auxilio;
no me deseches, no m e abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi m adre me abandonan,
el Señor me recogerá. R.

294. Sal 33, 2-3, 4-5. 6-7. 10-11. 12-13. 17 y 19


(R.: 19a; o bien: 9a)
R. El Señor está cerca de los atribulados.
O bien:
Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclam ad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.
Contem pladlo y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias. R.
Todos sus santos, tem ed al Señor,
porque nada les falta a los que lo temen;
los ricos em pobrecen y pasan ham bre,
los que buscan al Señor
no carecen de nada. R.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el tem or del Señor;
¿hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R.
Pero el Señor se enfrenta con los m alhechores,
para bo rrar de la tierra su memoria.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R.

VI

295. Sal 41, 3. 5; Sal 42, 3. 4 (R.: Sal 41, 2)


R. Com o busca la cierva corrientes de agua, así mi
alma te busca a ti, Dios mío.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿Cuándo entraré a ver el rostro de D ios? R
Recuerdo otros tiempos,
y desahogo mi alma conmigo:
como m archaba a la cabeza del grupo
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta. R.
Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu m onte santo,
hasta tu morada. R.
Q ue yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. R.

VII

296. Sal 62, 2-3. 4-6. 7-9 (R.: 2b)


R. Mi alma está sedienta de ti, Dios mío.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contem plaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria! R.
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
M e saciaré com o de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R.
E n el lecho me acuerdo de ti
y velando m edito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la som bra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti
y tu diestra me sostiene. R.
297. Sal 7 0 ,1 -2 . 5-6ab. 8 -9 .1 4 -1 5ab (R.: 12b;
o bien: 23)
R. Dios mío, ven aprisa a socorrerme.
O bien:
Te aclamarán mis labios, Señor,
mi alma, que tú redimiste.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
E n el vientre m aterno ya me apoyaba en ti,
en el seno, tú me sostenías. R.
Llena estaba mi boca de tu alabanza
y de tu gloria, todo el día.
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas,
no me abandones. R.
Yo, en cambio, seguiré esperando,
redoblaré tus alabanzas;
mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación. R.
IX

298. Sal 85,1-2. 3-4. 5 -6 .1 1 .1 2 -1 3 .15-16ab


(R.: la ; o bien: 15a y 16a)
R. Inclina tu oído, Señor, escúchame.
O bien:
Dios clemente y misericordioso, mírame y
ten compasión de mí.
Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo,
salva a tu siervo, que confía en ti. R.
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti. R.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en m isericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R.
Enséñam e, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad,
m antén mi corazón entero
en el tem or de tu nom bre. R.
Te alabaré de todo corazón, Dios mío,
daré gloria a tu nom bre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del Abismo profundo. R.
Pero tú, Señor, Dios clem ente y m isericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten com pasión de mí,
da fuerza a tu siervo. R .

299. Sal 89, 2. 3-4. 5-6. 9-10ab. lOcd y 1 2 .1 4 y 16


(R , 1)
R. Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
A ntes que naciesen los montes,
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios. R.
Tú reduces el hom bre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó,
una velada nocturna. R.
Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R.
Y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.
A unque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta. R.
La mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.
Enséñame a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato. R.
Por la m añana sácianos de tu m isericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Q ue tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria. R.

XI

300. Sal 101, 2-3. 24-25. 2 6-28.19-21 (R.: 2)


R. Señor, escucha mi oración, que mi grito
llegue hasta ti.
Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti:
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí,
cuando te invoco, escúchame en seguida. R.
El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;
y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»
Tus años duran por todas las generaciones. R.
Al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos;
ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siem pre el mismo,
tus años no se acabarán. R.
Q uede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Q ue el Señor ha m irado desde su escelso san­
tuario.
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos,
y librar a los condenados a muerte. R.

XII

301. Sal 102, 1-2. 3-4. 11-12. 13-14. 15-16. 17-


18 (R.: la, o bien: 8)
R. Bendice, alma mía, al Señor.
O bien:

El Señor es compasivo y misericordioso,


lento a la ira y rico en clemencia.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
El perdona todas tus culpas,
y cura todas tus enferm edades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R.
Com o se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R.
Com o un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro. R.
Los días del hom bre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe
su terreno no volverá a verla. R.
Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos. R.

XIII

302. Sal 122, l-2a. 2bcd (R.: 2)


R. N uestros ojos están en el Señor,
esperando su misericordia.
A ti levanto mis ojos,
a ti, que habitas en el cielo.
Com o están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores. R.
Com o están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia. R.
303. Sal 142,1-2. 5-6. 10 (R.: la , o bien: 1 la )
R. Señor, escucha mi oración.
O bien:
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo.
Señor, escucha mi oración,
tú que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú que eres justo, escúchame.
No llames ajuicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo
es inocente frente a ti. R.
Recuerdo los tiem pos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos,
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti com o tierra reseca. R.
Enséñam e a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana. R.
ALELUYA Y VERSÍCULOS
ANTES DEL EVANGELIO

I
304. Sal 32, 22
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

II
305. M t 5, 4
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.

III
306. M t 8 ,1 7
Cristo tomó nuestras dolencias
y cargó con nuestras enfermedades.

IV
307. M t 11, 28
Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré,
dice el Señor.
V
308. 2 Co 1, 3b-4a
Bendito sea el Padre de las misericordias
y Dios de toda consolación,
que nos consuela en todas nuestras tribulaciones.

VI
309. E f 1, 3
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo,
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

VII
310. S t l , 12
Dichoso el hombre que soporta la prueba,
porque una vez aquilatado,
recibirá la corona de la vida.
EVANGELIOS

Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande


en el cielo

311. Las bienaveturanzas son una buscada y total contraposi­


ción al deseo de dicha inmediata que invade al hombre. Constitu­
yen la quintaesencia del programa de Jesús y sólo se comprenden
cuando se las considera practicadas por Jesús. Es su punto de
vista sobre la existencia humana, que él convirtió en norma y vida
de su propia existencia.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo


5, l-1 2 a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la
montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él
se puso a hablar enseñándolos:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos
es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la
Tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán conso­
lados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanza­
rán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos ve­
rán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos
se llamarán «los Hijos de Dios».
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan,
y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad
alegres y contentos, porque vuestra recompensa será
grande en el cielo.
Palabra del Señor.

II

Señor, si quieres, puedes limpiarme

312. Una fe profunda en la omnipotencia de Dios alienta la


oración del leproso: «Si quieres, puedes limpiarme.» Basta que él,
que todo lo puede, lo quiera. Pero sigue siendo libre Dios, Señor
de la historia y de la naturaleza, para dejar seguir a ésta su curso.


f< Lectura del santo Evangelio según San Mateo 8,1-4
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente.
En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le
dijo:
—Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Extendió la mano y lo tocó diciendo:
—¡Quiero, queda limpio!
Y en seguida quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo:
—No se lo digas a nadie, pero para que conste, ve a
presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que
mandó Moisés.
Palabra del Señor.
III

El cargó con nuestras enfermedades

3 1 3 . No se oponen una personalidad consciente de la propia


valía y una aceptada humildad ante Dios. E l centurión sabe ejer­
citar la autoridad (v. 9) y, sin embargo, se siente indigno de la vi­
sita de Jesús (v. 8). Su súplica está llena de fe (v. 10) y de delica­
deza (v. 8: que no entre Jesús —ju d ío— en casa de un pagano y
pierda la pureza ritual).

Lectura del santo Evangelio según San M ateo


8 , 5-17; o bien: 5-13; o bien: 14-17

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un


centurión se le acercó diciéndole:
—Señor, tengo en casa un criado que está en cama
paralítico y sufre mucho.
El le contestó:
—Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó:
—Señor, ¿quién soy yo para que entres bajo mi te­
cho? Basta que lo digas de p alabra y mi criado que­
dará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y
tengo soldados a mis órdenes: y le digo a uno «ve», y
va; al otro, «ven», y viene; a mi criado, «haz esto», y lo
hace.
Cuando Jesús lo oyó quedó adm irado y dijo a los
que le seguían:
—Os aseguro que en Israel no he encontrado en na­
die tanta fe. Os digo que vendrán muchos de Oriente y
Occidente y se sentarán con A brahán, Isaac y Jacob
en el Reino de los Cielos; en cam bio, a los ciudadanos
del Reino los echarán afuera, a las tinieblas.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Y al centurión le dijo:
—Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.
Y en aquel momento se puso bueno el criado.
[Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la sue­
gra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le
pasó la fiebre, se levantó y se puso a servirles.
Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él
con su palabra expulsó los espíritus y curó a todos los
enfermos. A sí se cumplió lo que dijo el profeta Isaías:
«El tomó nuestras dolencias
y cargó con nuestras enfermedades».]
Palabra del Señor.

IV

Venid a mí todos los que estáis cansados

314. Las cargas y fatigas de nuestra vida se transforman en


carga y yugo de Cristo (vv. 29-30) cuando nos sentimos identifica­
dos con él y continuadores de su vida y programa (v. 28). Sólo el
que tiene el corazón humilde recibe la revelación de Dios (v. 25),
que supera todo conocimiento y es fuente de aguante y energía.

>t> Lectura del santo Evangelio según San Mateo


11,25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
—Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y enten­
didos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Pa­
dre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado
mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobia­
dos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encon­
traréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero
y mi carga ligera.
Palabra del Señor.

Jesús curó a muchos

315. Precede a las curaciones la humildad suplicante de los


enfermos que se postran a sus pies (v. 30). Y sigue a la curación la
alabanza a Dios (v. 31), el reconocimiento de que es de Dios, de
donde vino la salvación.

►ELectura del santo Evangelio según San Mateo


15,29-31
En aquel tiempo, Jesús, bordeando el lago de Gali­
lea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos,
lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a
sus pies y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos sa­
nos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a lo -
ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel.
Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis

316. A l final nos examinarán del amor. Se nos preguntará


cómo nos portamos con los enfermos y cuantos necesitaron nues­
tra ayuda y no cómo y cuándo confesamos y reconocimos explíci­
tamente al Señor. Eso demuestra la pregunta extrañada de los co­
locados a la derecha: «¿ Cuándo te vimos enfermo a ti ?»


}<Lectura del santo Evangelio según San Mateo
25,31-40
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando venga en su gloria el Hijo del H om bre, y to­
dos los ángeles con él, se sentará en el trono de su glo­
ria y serán reunidas ante él todas las naciones.
El separará a unos de otros, como un pastor separa
las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su iz­
quierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
—Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el
reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo:
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed
y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitas­
teis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán:
—Señor, ¿cuándo te vimos con ham bre y te alimen­
tamos, o con sed y te dimos de beber?, ¿cuándo te vi­
mos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vesti­
mos?, ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
—Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno
de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Palabra del Señor.

VII

Viendo la fe que tenían, dijo: tus pecados quedan perdonados

317. La fe (v. 5) que remueve montañas es la que está dis­


puesta a remover cualquier obstáculo (v. 4), la que cree contra
toda esperanza. La fe verdadera es activa y nos pide poner dt
nuestra parte todo lo que esté a nuestro alcance. Jesús no desecha
sino aprecia (v. 5) este esfuerzo personal.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos


2 , 1-12
En aquel tiempo, volvió Jesús a Cafarnaún, y se
supo que estaba en casa.
Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la
puerta.
El les proponía la Palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no
podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas en­
cima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:
—Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban
para sus adentros:
—¿P o r q u é h ab la éste así? B lasfem a. ¿Q u ién p u e d e
p e rd o n a r p eca d o s fu e ra d e D ios?
Jesú s se dio cu e n ta d e lo qu e p e n sa b a n y les dijo:
—¿P o r q u é p en sáis eso ? ¿ Q u é es m ás fácil: decirle
al p aralítico «tus p eca d o s q u e d a n p e rd o n a d o s» o d e­
cirle «levántate, coge la cam illa y e ch a a and ar» ?
P ues, p a ra q u e veáis q u e el H ijo del H o m b re tiene
p o te sta d en la tie rra p a ra p e rd o n a r pecados... en to n ­
ces le dijo al paralítico:
—C o n tig o hablo: L ev án tate, coge tu cam illa y vete a
tu casa.
Se levantó in m ed iatam en te, cogió la cam illa y salió
a la vista d e todos.
Se q u e d a ro n ató n ito s y d ab an gloria a D ios di­
ciendo:
—N u n c a h em o s visto u n a co sa igual.
P a la b ra d el S eñor.
VIII

¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

318. Querríamos, como los apóstoles, que la presencia de Je­


sús en nosotros ahuyentase de nuestra vida todo temor y zozobra.
Y nos sorprende la indiferencia de Dios, que parece dormir (v. 38)
ante el peligro de la vida en que nos encontramos. Dios es incom­
patible con el naufragio, pero no con la inseguridad y embates
que amenazan nuestra vida. Pensar lo contrario es tener poca fe
(v. 40).


I* Lectura del santo Evangelio según San Marcos
4,35-41
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
—Vamos a la otra orilla.
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como es­
taba; otras barcas lo acompañaban.
Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían
contra la barca hasta casi llenarla de agua.
El estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole:
—Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
—¡Silencio, cállate!
El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo:
—¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Se quedaron espantados y se decían unos a otros:
—¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas
le obedecen!
Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí

319. El ciego logra su curación después de haber vencido el


respeto humano. A las increpaciones para que se calle responde
confesando con voz más alta la mesianidad de Jesús (v. 48). A sí
merece que Jesús le llame (v. 49) y le cure. Bartimeo vence tam­
bién la tentación egoísta de la ingratitud y, curado, sigue a Jesús
(v. 52) como le había seguido enfermo.
►f« L e c tu ra del san to E v angelio según San M arcos
10,46-52
E n aquel tiem p o , al salir Jesús d e Jericó c o n sus dis­
cípulos y b astan te gente, el ciego B artim eo (el hijo de
T im eo) estaba sen tad o al b o rd e del cam ino p id ien d o li­
m osna. A l o ír que era Jesús N azareno, em pezó a gritar:
—H ijo d e D avid, Jesús, te n co m p asió n d e mí.
M u ch o s le reg añ a b an p a ra qu e se callara. P e ro él
g ritab a más:
—H ijo d e D avid, te n co m p asió n de mí.
Jesú s se d etu v o y dijo:
—L lam adlo.
L lam aro n al ciego, diciéndole:
—A n im o , lev án tate, qu e te llam a.
S oltó el m an to , dio u n salto y se acercó a Jesús.
Jesú s le dijo:
—¿ Q u é qu ieres q u e haga p o r ti?
E l ciego le contestó:
—M aestro , q u e p u e d a ver.
Jesús le dijo:
—A n d a , tu fe te h a cu rad o .
Y al m o m en to re c o b ró la vista y lo seguía p o r el ca­
m ino.
X

Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos

320. El Evangelio es una noticia de salvación con hechos y


palabras. Por eso comienza a veces esa salvación por la curación
de enfermedades (v. 18) y de toda clase de mates (v. 17). Son las
señales con que el Señor va prestando su confirmación a la pala­
bra predicada (v. 20). Y, sin embargo, la adhesión de nuestra fe
(v. 14) no debe depender de que existan o no esas señales.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos


1 6 ,1 5 -2 0

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once, y les


dijo:
--Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a
toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista
a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos:
echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben
un veneno mortal, no les hará daño. Im pondrán las
manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al
cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclarmaron el Evangelio por todas
partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la
Palabra con los signos que los acompañaban.
Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído

321. Juan, que había anunciado a Jesús como el Mesías,


duda de ello en la cárcel, porque no se está cumpliendo una de las
esperanzas proféticas:«Liberará de la prisión a los cautivos». Je­
sús le comunica las otras esperanzas que con él se están cum­
pliendo, entre las cuales no figura la que a Juan más interesa. La
acción de Dios no llenará siempre nuestros anhelos y no por eso
deberá desfallecer nuestra esperanza.

►í< L e c tu ra del san to E v angelio según S an L ucas


7,19-23
E n aquel tiem p o , Ju a n envió a dos d e sus discípulos
a p re g u n ta r al Señor:
—¿ E re s tú el q u e h a d e venir, o te n em o s q u e e sp e ­
r a r a o tro ?
L o s h o m b res se p re se n ta ro n a Jesús y le dijeron:
—Ju an el B au tista n o s h a m a n d a d o a p reg u n ta rte:
« ¿E res tú el q u e h a d e venir, o te n em o s q u e e s p e ra r a
otro ?»
Y en aq u ella o casió n Jesú s cu ró a m u ch o s d e en fer­
m ed ad es, ach aq u es y m alos espíritus, y a m u ch o s cie­
gos les o to rg ó la vista.
D esp u és co n testó a los enviados:
—id a an u n c ia r a J u a n lo qu e habéis visto y oído: los
ciegos ven, los inválidos and an , los le p ro so s q u e d a n
lim pios, los so rd o s oyen, los m u e rto s resu citan y a los
p o b re s se les an u n cia la B u en a N oticia. Y dich o so el
q u e n o se sienta d e fra u d a d o p o r mí.
P a la b ra del S eñor.
XII

Curad a los enfermos

3 2 2 . Los mensajeros del Reino (v. 9) deberán ser mensajeros


de paz (v. 5) y de salvación (v. 9), tratando por su parte de dar
concreción material a ese mensaje salvador con la salvación y ali­
vio de enfermedades y dolencias.

►f1 Lectura del santo Evangelio según San Lucas


1 0 ,5 -6 .8 - 9

En aquel tiempo, dijo Jesús:


—Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz
a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará so­
bre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pue­
blo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a
los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de voso­
tros el Reino de Dios.»
Palabra del Señor.
xin
¿Quién es mi prójimo?

323. Jesús cambia, al final de la parábola (v. 36), el plantea­


miento. No pregunta, ¿quién es tu prójimo? (v. 29), sino ¿quién
se ha hecho prójimo del que se encontró necesitado de ayuda? E l
cristiano no deberá preguntarse quien es su prójimo, sino si él se
siente de verdad próximo al que padece necesidad.

«í< L e c tu ra del san to E v angelio según S an L ucas


10,25-37
E n aquel tiem p o , se p re se n tó u n le tra d o y le p re ­
g u n tó a Jesú s p a ra p o n e rlo a p ru eb a:
—M aestro , ¿qué tengo que h a c e r p a ra h e re d a r la
v id a etern a?
E l le dijo:
—¿Q u é está escrito en la L ey?, ¿qué lees en ella?
E l le tra d o contestó:
—« A m arás al S eñ o r tu D ios c o n to d o tu co raz ó n y
co n to d a tu alm a y c o n to d a s tus fuerzas y c o n to d o tu
ser. Y al p ró jim o co m o a ti m ism o».
E l le dijo:
—B ien dicho. H a z esto y te n d rá s la vida.
P ero el letrad o , q u e rie n d o a p a re c e r co m o justo,
p re g u n tó a Jesús:
—¿Y q u ién es m i pró jim o ?
Jesú s dijo:
—U n h o m b re b ajab a d e Jeru salén a Jericó, cayó en
m an o s d e u n o s b an d id o s, q u e lo d e sn u d a ro n , lo m o ­
liero n a palo s y se m a rc h a ro n , d eján d o lo m edio
m u erto . P o r casu alid ad, un sacerd o te b ajab a p o r aquel
cam in o y, al verlo, dio u n ro d e o y p asó d e largo. Y lo
m ism o hizo u n a levita q u e llegó a aquel sitio: al verlo
dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde
estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le
vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montán­
dolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y
lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándo­
selos al posadero, le dijo:
—Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré
a la vuelta.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como
prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
El letrado contestó:
—El que practicó la misericordia con él.
Díj ole Jesús:
—Anda, haz tú lo mismo.
Palabra del Señor.

XIV

Pedid y se os dará

3 2 4 . La fuerza y eficacia de la oración reside no en el que


pide, sino en la bondad del padre, Dios, a quien se pide (v. 13).
Eso debe hacernos confiados y persistentes en la petición (w.
5-10), sabiendo, sin embargo, que el objeto infalible y supremo de
nuestra oración es el del Espíritu de Dios que en ella se nos comu­
nica.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas


1 1 ,5 -1 3
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene du­
rante la medianoche para decirle:
«A m igo, p ré sta m e tres pan es,
p u es u n o d e m is am igos h a venido d e viaje
y n o tengo n a d a q u e ofrecerle.»
Y, d esd e d e n tro , el o tro le responde:
«N o m e m olestes; la p u e rta está cerrad a;
m is añ o s y yo estam o s acostados:
n o p u e d o lev an tarm e p a ra dártelos.»
Si el o tro insiste llam ando, yo os digo qu e, si no se
lev an ta y se los d a p o r se r am igo suyo, al m e n o s p o r la
im p o rtu n id a d se le v an tará y le d a rá c u an to necesite.
P ues así os digo a vosotros:
P ed id y se os d ará,
b u scad y hallaréis,
llam ad y se os abrirá;
p o rq u e q u ien p ide, recibe,
q u ien busca, halla,
y al q u e llam a se le abre.
¿Q u é p a d re e n tre v o so tro s, c u an d o el hijo le p ide
p an , le d a rá u n a p ie d ra ?
¿O si le p id e u n pez, le d a rá u n a serp ien te? ¿O si le
p id e un huevo, le d a rá u n esco rp ió n ?
Si v o so tro s, pues, q u e sois m alos, sabéis d a r cosas
b u en as a v u estro s hijos, ¿cu án to m ás v u estro P a d re
celestial d a rá el E s p íritu S anto a los q u e se lo p id en ?
P ala b ra d el S eñor.
XV

Dichosos los criados a quienes el señor los encuentre en vela

3 2 5 . La vida es servicio y nuestro papel respecto a Dios es el


de los criados con su dueño (vv. 36-37), administradores (v. 42)
que no tienen en su mano bienes propios. La vida es vela conti­
nua (v. 35. 38, etc.), responsabilidad permanente de dar lo mejor
de nosotros mismos (cf. v. 48).


í» Lectura del santo Evangelio según San Lucas
1 2 ,3 5 -4 4

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


—Tened ceñida la cintura y encendidas las lámpa­
ras. Vosotros estad como los que aguardan a que su
señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y
llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentre en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los
encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué
hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la
hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre.
Pedro le preguntó:
—Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o
por todos?
El Señor le respondió:
—¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien
el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que
les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo en-
c u e n tre p o rtá n d o s e así. O s aseguro qu e lo p o n d rá al
fre n te d e to d o s sus bienes.
P a la b ra del S eñor.

XVI

¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador

3 2 6 . La oración del que se humilla penetra las nubes. ¿Exhi­


bimos en la oración nuestros merecimientos o sirve ella para ha­
cernos caer en la cuenta de nuestras faltas y limitaciones? Lo más
serio y verdadero que podemos mostrar a Dios es nuestra condi­
ción de pecadores.

►í* L e c tu ra del S anto E v angelio según S an L ucas


18, 9-14
E n aquel tiem p o , dijo Jesú s esta p a rá b o la p o r algu­
no s q ue, te n ién d o se p o r justos, se sen tían seguros d e sí
m ism os, y d e sp re c ia b a n a los dem ás:
—D o s h o m b res su b iero n al te m p lo a o ra r. U n o era
u n fariseo; el o tro , u n pu b lican o . E l fariseo, erguido,
o ra b a así en su in terior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, p o r ­
q u e n o soy co m o los dem ás: la d ro n e s, injustos, ad ú lte­
ro s; ni co m o ese p u b licano. A y u n o dos veces p o r se­
m a n a y pago el d iezm o d e to d o lo q u e tengo.
E l pu b lican o , en cam bio, se q u e d ó atrá s y no se
atre v ía ni a lev an tar los ojos al cielo; sólo se go lp eab a
el p ech o , diciendo: ¡Oh D ios!, te n co m p a sió n d e este
p eca d o r.
O s digo q u e éste bajó a su casa ju stificad o y aquél
no. P o rq u e to d o el q u e se en altece será h u m illad o y el
q u e se hum illa será enaltecido.
P a la b ra del S eñor.
XVII

(Para los moribundos)


Esta es la voluntad del Padre: que no pierda nada de lo que me dio

3 2 7 . Se salva y recibe la vida de Dios quien cree en el Hijo


(v. 40). Esta fe en Jesús comporta un seguimiento que lleva a la
imitación. E l creyente deberá convertir su vida, como Jesús, en un
hacer no la propia voluntad, sino la de Dios que le envía (v. 38).
Convertirse, como él, en ser-de-Dios-para-los-hombres.

►E Lectura del santo Evangelio según San Juan


6 ,3 5 -4 0
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
—Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará
hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed; pero
como os he dicho, habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que
venga a mí, no lo echaré afuera; porque he bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del
que me ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no
pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el
último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve
al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resuci­
taré en el último día.
(Para los moribundos)
El que come este pan vivirá para siempre

328. La Eucaristía nos identifica con Cristo (v. 56) y con su


muerte. Comer la carne de Cristo y beber su sangre (v. 53) es
aceptar que la muerte de Cristo, y también la nuestra, tiene sen­
tido y termina en la resurrección.

►E Lectura del santo Evangelio según San Juan


6,53-58
E n aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
—Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del
H om bre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en voso­
tros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verda­
dera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en
mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yp vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por
mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que
come este pan vivirá para siempre.
XIX

No pecó, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios

3 2 9 . Seguimos inclinados a ver en la enfermedad y en el sufri­


miento un castigo de Dios por nuestros pecados (v. 2). La res­
puesta de Cristo («para que se manifiesten en él las obras de
Dios») nos aclara, aunque sólo sea un poco, la incomprensibili­
dad del doloryde la enfermedad. También a partir de ellos puede
hacer en nosotros su obra el Señor.

►E Lectura del santo Evangelio según San Juan


9 ,1 7
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre
ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron:
—Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que
naciera ciego?
Jesús contestó:
—Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se mani­
fiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día
tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene
la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el
mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto escupió en la tierra, hizo barro con la sa­
liva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
—Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa
Enviado).
El fue, se lavó, y volvió con vista.
El buen pastor da la vida por las ovejas

330. En los momentos de dolor y soledad nada anima tanto


como sentirse amado y buscado. En Cristo se tiene la seguridad
de ese amor. Pastor que prefiere la vida de sus ovejas a la suya
propia, es el ejemplo sublime de un amor libre (v. 18) y total: en­
trega de la propia vida (v. 15) y a todos (v. 16).


i« Lectura del santo Evangelio según San Juan
10, 11-18
E n aquel tiempo, dijo Jesús:
—Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida
por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y
huye; y el lobo hace estragos, y las dispersa; y es que a
un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las
mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este re­
dil; también a éstas las tengo que traer, y escucharán
mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida
para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo
la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y
tengo poder para recuperarla. Este mandato he reci­
bido del Padre.
LECTURAS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
También pueden leerse las lecturas de la Pasión del Señor, tal
como se hallan en el domingo de Ramos, años A, B y C, y el Viernes
santo, o en la Misa votiva del Misterio de la Santa Cruz.

I
Si este cáliz no puede pasar, hágase tu voluntad

331. Ni siquiera a Cristo se le ahorra la angustia del dolor y el


temor a la muerte (vv. 38-39). Pero vence su angustia con una ora­
ción insistente (v. 44) y continuada, que le lleva a identificarse con
la voluntad del Padre (v. 42) y a hacer que la voluntad de éste
prive sobre la suya propia.

►PLectura del santo Evangelio según San M ateo


26, 3 6 -4 6

En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos a un


huerto, llamado Getsemani, y les dijo:
—Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
empezó a entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:
—M e muero de tristeza: quedaos aquí y velad con­
migo.
Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y
oraba diciendo:
—Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí
este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que
tú quieres.
Y se acercó a los discípulos y los encontró dormi­
dos.
Dijo a Pedro:
—¿No habéis podido velar una hora conmigo? Ve­
lad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu
es decidido, pero la carne es débil.
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba di­
ciendo:
—Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo
lo beba, hágase tu voluntad.
Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque
estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por
tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
—Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca
la hora y el Hijo del H om bre va a ser entregado en ma­
nos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está
cerca el que me entrega.
Palabra del Señor.

n
Muerte y resurrección del Señor

332. E l ocultamiento y muerte de Dios le llega también a Je­


sús, que se siente abandonado (v.. 34). Pero a este NO aparente de
Dios sucederá con la resurrección el SI de Dios a todo lo que Je­
sús había realizado en su vida y con su muerte.


í* Lectura del santo Evangelio según San Marcos
15, 3 3 -3 9 ; 1 6 ,1 -6
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinie­
blas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús
clamó con voz potente:
—Eloí, Eloí, lamá sabactaní. (Que significa: Dios
mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?)
Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
—Mira, está llamando a Elias.
Y uno echó a correr y, em papando una esponja en
vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber di­
ciendo:
—Dejad, a ver si viene Elias a bajarlo.
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había
expirado, dijo:
—Realmente este hombre era Hijo de Dios.
Pasado el sábado, M aría la Magdalena, M aría la de
Santiago y Salomé com praron aromas para ir a embal­
samar a Jesús. Y muy temprano, el prim er día de la se­
mana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían
unas a otras:
—¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del se­
pulcro?
Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso
que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron
un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se
asustaron. El les dijo:
—No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el
crucificado?
No está aquí.
Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.
Palabra del Señor.
ra
Muerte y resurrección del Señor

333. La entrega consciente de Jesús en manos del Padre


(v. 46) subraya en el último momento de su vida lo que ésta había
sido desde el comienzo: una aceptación de la voluntad del Padre
que le pedía entregar la vida por sus hermanos. No merece la
pena vivir la vida si no es para entregarla.

►ELectura del santo Evangelio según San Lucas


23, 44-49; 24, l-6 a
E ra ya eso de mediodía cuando se oscureció el sol y
toda la región quedó en tinieblas, hasta la media tarde.
El velo del templo se rasgó por medio.
Jesús gritó con fuerza:
—Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Y dicho esto, expiró.
Viendo lo que sucedía, el centurión glorificaba a
Dios diciendo:
—Realmente, este hombre era inocente.
La muchedumbre que había acudido al espectácu­
lo, al ver lo ocurrido, se volvía a la ciudad dándose
golpes de pecho.
Sus conocidos se mantenían a distancia, y también
las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y
que estaban mirando.
El primer día de la semana, de madrugada, las muje­
res fueron al sepulcro llevando los aromas que habían
preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro.
Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas por esto, se les pre­
sentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas,
despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron:
—¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No
está aquí. Ha resucitado.
Palabra del Señor.

IV

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su


gloria?
334. El contacto con Jesús va haciendo descubrir a los dos dis­
cípulos el sentido oculto del dolor (v. 26), que hasta entonces les te­
nía entristecidos (v. 17) y les había trastocado sus inmediatas espe­
ranzas terrenas (v. 21). El contacto con Dios en la oración nos hará
también a nosotros ir descubriendo lo esencial que está oculto a los
ojos.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas


2 4 ,1 3 -3 5

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo


día, el primero de la semana, a una aldea llamada
Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban co­
mentando todo lo que había sucedido. Mientras con­
versaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se
puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces
de reconocerlo.
El les dijo:
—¿Qué conversación es ésa que traéis, mientras vais
de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que
se llamaba Cleofás, le replicó:
—¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sa­
bes lo que ha pasado allí estos días?
El les preguntó:
-¿ Q u é ?
Ellos le contestaron:
—Lo de Jesús el Nazareno, que fue un Profeta pode­
roso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pue­
blo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nues­
tros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el fu­
turo libertador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que
sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro
grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de
mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e in­
cluso vinieron diciendo que habían visto una aparición
de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algu­
nos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo en­
contraron como habían dicho las mujeres; pero a él no
le vieron.
Entonces Jesús le dijo:
—¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anun­
ciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías
padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los pro­
fetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escri­
tura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de
seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo:
—Quédate con nosotros porque atardece y el día va
de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa
con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió
y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo recono­
cieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
—¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba
por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusa-
lén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, que estaban diciendo:
—Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha apare­
cido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el ca­
mino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

Vio y creyó

3 3 5 . Los apóstoles son fundamento de la Iglesia por ser los tes­


tigos de la Resurrección. En ella está la base de nuestra fe y de
nuestra esperanza. Con su victoria sobre la muerte ha librado Jesús
a la humanidad de la angustiosa y pesada losa que nos oprimía. .

►E Lectura del santo Evangelio según San Juan


20 , 1-10
El primer día de la semana, María Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio
la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el
otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepul­
cro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo co­
rría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al se­
pulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero
no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que
le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las
vendas, sino enrolladas en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que ha­
bía llegado primero el sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escri­
tura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Los discípulos se fueron de nuevo a casa.
Palabra del Señor.
A P É N D IC E

ORDINARIO DE LA MISA
C E L E B R A D A C O N PA R T IC IP A C IÓ N D E L P U E B L O

Ritos iniciales

Reunido el pueblo, el sacerdote con los ministros va al altar mien­


tras se entona el canto de entrada.
Cuando llega al altar hace con los ministros la debida reverencia y
besa el altar. Después se dirige con los ministros a la sede.
Terminado el canto de entrada el sacerdote y los fieles, de pie, se
santiguan mientras el sacerdote, de cara al pueblo, dice:
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo.
El pueblo responde:
Amén.
El sacerdote saluda al pueblo:

Primera fórmula
El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor del Padre
y la comunión del Espíritu Santo
esté con todos vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Segunda fórmula
El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:
La gracia y la paz de Dios, nuestro Padre,
y de Jesucristo, el Señor,
esté con todos vosotros.
El pueblo responde:
Bendito es Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Y con tu espíritu.

Tercera fórmula
El sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo, diciendo:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
El obispo, en vez de El Señor esté con vosotros, en este primer
saludo, dice: La paz esté con vosotros.

El sacerdote, o el diácono, u otro ministro idóneo, puede hacer


una monición muy breve para introducir a los fieles a la misa del día.
A continuación se hace el acto penitencial:

Primera fórmula
El sacerdote invita a los fíeles al arrepentimiento con estas pala­
bras u otras semejantes:
Hermanos: Antes de celebrar los sagrados misterios re­
conozcamos nuestros pecados.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después, hacen todos en común la confesión de sus pecados:
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Golpeándose el pecho, dicen:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Luego prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
El sacerdote concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde;
Amén.

Segunda fórmula
El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento:
Hermanos: Antes de celebrar los sagrados misterios re­
conozcamos nuestros pecados.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote dice:
Señor, ten misericordia de nosotros.
El pueblo responde:
Porque hemos pecado contra ti.
Sacerdote:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Pueblo:
Y danos tu salvación.
El sacerdote concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.

Tercera fórmula
El sacerdote invita a los fieles al arrepentimiento:
Hermanos: Antes de celebrar los sagrados misterios
reconozcamos nuestros pecados.
Se hace una breve pausa en silencio.
Después el sacerdote, u otro ministro idóneo, dice las siguientes
invocaciones u otras semejantes:
Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos:
Señor, ten piedad.
El pueblo, responde:
Señor, ten piedad.
Sacerdote:
Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten
piedad.
Pueblo:
Cristo, ten piedad.
Sacerdote:
Tú que estás sentado a la derecha del Padre para inter­
ceder por nosotros: Señor, ten piedad.
Pueblo:
Señor, ten piedad.
El sacerdote concluye con la siguiente plegaria:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.

Siguen las invocaciones Señor, ten piedad, a no ser que ya se ha­


yan utilizado en alguna de las fórmulas del acto penitencial.

V. Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.


V. Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad.
V. Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.
A continuación, si la liturgia del día lo prescribe, se canta o se
dice el himno:
Gloria a Dios en el cielo,
y en la tierra paz a los hombres
que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria
te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias.
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor Hijo único, Jesucristo,
Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre:
tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros:
porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre.
Amén.
Acabado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos mo­
mentos.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración
colecta. Al final, el pueblo aclama:
Amén.

Liturgia de la Palabra

El lector lee la primera lectura, que todos escuchan sentados.


Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
El salmista o el cantor proclama el salmo, y el pueblo intercala la
respuesta, a no ser que el salmo se diga seguido sin estribillo del
pueblo.
Si hay alguna otra lectura, se lee como la primera.
Para indicar el fin de la lectura, el lector dice también:
Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
Sigue el Aleluya o, en tiempo de Cuaresma, el canto antes del
evangelio.

Después el diácono que ha de proclamar el evangelio, inclinado


ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición, diciendo:
Iube, domne, benedícere.
El sacerdote en voz baja dice:
Dóminus sit in corde tuo et in lábiis tuis:
ut digne et competénter annúnties Evangélium suum:
in nomine Patris, et Fílii, »E et Spíritus Sancti.
El diácono responde:
Amén.

Si no hay diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en se


creto:
Munda cor meum ac lábia mea, omnípotens Deus, u
sanctum Evangélium tuum digne váleam nuntiáre.
Después el diácono o el sacerdote dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
El diácono o el sacerdote:
Lectura del santo Evangelio según San N.
Y mientras tanto hace la señal de la cruz sobre el libro y sobre su
frente, labios y pecho.
El pueblo aclama:
Gloria a ti, Señor.
Después el diácono o el sacerdote proclama el evangelio.
Acabado el evangelio, el diácono o el sacerdote dice:

Palabra de Dios.
Todos aclaman:
Te alabamos, Señor.
Después besa el libro, diciendo en secreto:

Per evangélica dicta deleántur nostra delícta.

Seguidamente tiene lugar la homilía.


Acabada la homilía, si está prescrito, se hace la profesión de fe:

Creemos en un solo Dios,


adre todopoderoso,
'reador de cielo y tierra,
e todo lo visible y lo invisible.
1
'reemos en un solo Señor, Jesucristo,
lijo único de Dios,
íacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios,
Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza que el Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros los hombres
y por nuestra salvación
bajó del cielo,

En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan:

y por obra del Espíritu Santo


se encarnó de María, la Virgen,
y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato:
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo,
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creemos en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.
Y en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Reconocemos un solo bautismo
para el perdón de los pecados.
Esperamos la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro.
Amén.
Después se hace la oración universal u oración de los fieles.

Liturgia eucarìstica

Acabada la liturgia de la palabra, comienza el canto de ofertorio.


Se coloca en el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el misal.
Conviene que los fieles expresen su participación en la ofrenda,
bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la eucaristía,
bien aportando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de
los pobres.
El sacerdote se acerca al altar, toma la patena con el pan y, man­
teniéndola un poco elevada sobre el altar, dice en secreto:
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este pan,
fruto de la tierra y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos;
el será para nosotros pan de vida.
Después deja la patena con el pan sobre el corporal.
Si no se canta el ofertorio, el sacerdote puede decir en voz alta es­
tas palabras; al final el pueblo puede aclamar:
Bendito seas por siempre, Señor.
El diácono, o el sacerdote, echa vino y un poco de agua en el cáliz,
diciendo en secreto:
Per huius aquae et vini mystérium
eius efficiámur divinitátis consortes,
qui humanitátis nostrae fíeri dignátus est párticeps.
Seguidamente el sacerdote toma el cáliz y, manteniéndolo un
poco elevado sobre el altar, dice en secreto:
Bendito seas, Señor, Dios del universo,
por este vino,
fruto de la vid y del trabajo del hombre,
que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos;
el será para nosotros bebida de salvación.
Después deja el cáliz sobre el corporal.
Si no se canta al ofertorio, el sacerdote puede decir en voz alta es­
tas palabras; al final el pueblo puede aclamar:
Bendito seas por siempre, Señor.
A continuación, el sacerdote, inclinado, dice en secreto:
ín spíritu humilitátis et in ánimo contrito
suscipiámur a te, Dómine;
et sic fíat sacrifícium nostrum in conspéctu tuo hódie,
ut pláceat tibi, Dómine Deus.
Seguidamente el sacerdote, a un lado del altar, se lava las manos,
diciendo en secreto:
Lava me, Dómine, ab iniquitáte mea,
et a peccáto meo inunda me.
Luego, en el centro del altar y de cara al pueblo, extendiendo las
manos, dice:
Orad, hermanos,
para que este sacrificio, mío y vuestro,
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El pueblo responde:
El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su nombre,
para nuestro bien
y el de toda su santa Iglesia.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración
sobre las ofrendas. Al final, el pueblo aclama:
Amén.
P L E G A R IA E U C A R ÍS T IC A

PR E F A C IO
El sacerdote comienza la plegaria eucarística.
Con las manos extendidas dice:
V. El Señor esté vosotros.
R. Y con tu espíritu.
El sacerdote, elevando las manos, prosigue:
V. Levantem os el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
El sacerdote, con las manos extendidas, añade:
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
E n verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque reconocemos como obra de tu poder admirable
no sólo haber socorrido nuestra débil naturaleza
con la fuerza de tu divinidad,
sino haber previsto el remedio
en la misma debilidad humana,
y de lo que era nuestra ruina
haber hecho nuestra salvación,
por Cristo, Señor nuestro.
Por él,
los ángeles te cantan con júbilo eterno,
y nosotros nos unimos a sus voces
cantando humildemente tu alabanza:
O bien:
E n verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
E n ti vivimos, nos movemos y existimos;
y, todavía peregrinos en este mundo,
no sólo experimentamos
las pruebas cotidianas de tu amor,
sino que poseemos ya en prenda la vida futura,
pues esperamos gozar de la Pascua eterna,
porque tenemos las primicias del Espíritu
por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos.
Por eso,
Señor, te damos gracias
y proclamamos tu grandeza
cantando con los ángeles:
Al final del prefacio junta las manos y, en unión del pueblo, con­
cluye el prefacio, cantando o diciendo en voz alta:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
H osanna en el cielo.
PLEGARIA EUCARÌSTICA II
El sacerdote, con las manos extendidas, dice:
Santo eres en verdad, Señor,
fuente de toda santidad:
Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas,
dice:
Santifica estos dones
con la efusión de tu Espíritu,
Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz
conjuntamente, diciendo:
de manera que sean para nosotros
Cuerpo y Sangre
de Jesucristo, nuestro Señor.
Junta las manos.
En las fórmulas que siguen, las palabras del Señor han de ser pro­
nunciadas con claridad, como lo requiere la naturaleza de las mis­
mas palabras.
El cual,
cuando iba a ser entregado a su Pasión,
voluntariamente aceptada,
Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, pro­
sigue:
tomó pan,
dándote gracias, lo partió
y lo dio a sus discípulos diciendo:
Se inclina un poco.
T omad y comed todos de él,
PORQUE ESTO ES MI CUERPO,
QUE SERÁ ENTREGADO PORVOSOTROS.
Muestra al pueblo el pan consagrado, lo deposita sobre la patena
y lo adora haciendo genuflexión.
Después prosigue:
Del mismo modo, acabada la cena,
Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosi­
gue:
tomó el cáliz,
y dándote gracias de nuevo,
lo pasó a sus discípulos diciendo:
Se indina un poco.
Tomad y bebed todos de él,
PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
Sangre de la alianza nueva y eterna.
QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS
Y PORTODOS LOS HOMBRES
PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
H aced esto en conmemoración mía.
Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo
adora haciendo una genuflexión.
Seguidamente dice:
Este es el Sacramento de nuestra fe.
Y el pueblo prosigue, aclamando:
Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice:
Así, pues, Padre,
al celebrar ahora el memorial
de la muerte y resurrección de tu Hijo,
te ofrecemos
el pan de vida y el cáliz de salvación,
y te damos gracias
porque nos haces dignos de servirte en tu presencia.
Te pedimos humildemente
que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos
del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Acuérdate, Señor,
de tu Iglesia extendida por toda la tierra;
y con el Papa N.,
con nuestro obispo N.

Si el celebrante es obispo dice: conmigo, indigno siervo tuyo.

y todos los que en ella cuidan de tu pueblo,


llévala a su perfección por la caridad.

En las misas por los difuntos se puede añadir:


Recuerda a tu hijo (a) N.
a quien llamaste (hoy)
de este mundo a tu presencia:
concédele que así como ha compartido
ya la muerte de Jesucristo
comparta, también, con él
la gloria de la resurrección.
Acuérdate también de nuestros hermanos
que durmieron con la esperanza
de la resurrección,
y de todos los que han muerto en tu misericordia,
admítelos a contemplar la luz de tu rostro.
Ten misericordia de todos nosotros,
y así, con María, la Virgen M adre de Dios,
los apóstoles
y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
com partir la vida eterna
y cantar tus alabanzas.
Junta las manos.
Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz y, sosteniéndolos
elevados, dice:
Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.
El pueblo aclama:
Amén.
RITO D E COMUNIÓN

Una vez que ha dejado el cáliz y la patena, el sacerdote, con las ma­
nos juntas, dice:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad,
así en la tierra como en el cielo;
el pán nuestro de cada día, dánosle hoy,
y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores,
y nos dejes caer en la tentación,
mas líbranos del mal.
El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos, Señor, de todos los males
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Junta las manos
El pueblo concluye la oración aclamando:
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre. Señor.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice en voz alta:
Señor Jesucristo,
que dijiste a los apóstoles:
«Mi paz os deio, mi paz os doy.»
No mires nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.
Junta las manos.

Tú que vives y reinas


por los siglos de los siglos.
El pueblo responde:
Amén.

El sacerdote, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las ma­


nos, añade:
La paz del Señor sea siempre con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
Seguidamente, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote,
añade:
Daos fraternalmente la paz.
Y todos, según la costumbre del lugar, se dan la paz, manifes­
tando la caridad común.
Después toma el pan consagrado, lo parte sobre la patena, y deja
caer una parte del mismo en el cáliz diciendo en secreto:
Haec commíxtio Córporis et Sánguinis Dómini nostri
lesu Christi fíat accipiéntibus nobis in vitam aetérnam.
Mientras tanto se canta o se dice:
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
danos la paz.
A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en se­
creto:
Dómine lesu Christe, Fili Dei vivi,
qui ex voluntóte Patris,
cooperánte Spíritu Sancto,
per mortem tuam mundum vivificásti:
libera me per hoc sacrosánctum Corpus et
Sánguinem tuum
ab ómnibus iniquitátibus meis et univérsis malis:
et fac me tuis semper inhaerére mandátis,
et a te numquam separári permitías.
O bien:

Percéptio Córporis et Sánguinis tui, Dómine lesu Christe,


non mihi provéniat in iudícium et condemnatiónem:
sed pro tua pietáte prosit mihi
ad tutaméntum mentís et córporis,
et ad medélam percipiéndam.
El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, soste­
niéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, di­
ciendo:
Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.
Dichososo los llamados a la cena del Señor.
Y, juntamente con el pueblo, añade una sola vez:
Señor, no soy digno
de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.
El sacerdote dice en secreto:
Corpus Christi custódiat me in vitam aetérnam.
Y comulga reverentemente el cuerpo de Cristo.
Después toma el cáliz y dice en secreto:
Sanguis Christi custódiat me in vitam aetérnam.
Y bebe reverentemente la sangre de Cristo.
Después toma la patena o el pixis, se acerca a los que quieren co­
mulgar y les muestra el pan consagrado, que sostiene un poco ele­
vado, diciendo a cada uno de ellos:
El Cuerpo de Cristo.
El que va a comulgar responde:
Amén.
Y comulga.
Si se comulga bajo las dos especies, obsérvese el rito acostum­
brado.
Acabada la comunión, el sacerdote, el diácono o el acólito puri­
fica la patena sobre el cáliz y también el cáliz.
Mientras hace la purificación, el sacerdote dice en secreto:
Quod ore súmpsimus, Dómine, pura mente capiá-
mus, et de múnere temporáli fíat nobis remédium
sempitérnum.
Si se juzga oportuno, se pueden guardar unos momentos de si­
lencio o cantar un salmo o cántico de alabanza.
Seguidamente, de pie, el sacerdote dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos
momentos, a no ser que este silencio ya se haya tenido antes.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración
después de la comunión. Al final, el pueblo aclama:
Amén.
Rito de conclusión
Después tiene lugar la despedida. El sacerdote extiende las ma­
nos hacia el pueblo y dice:
El Señor esté con vosotros.
El pueblo responde:
Y con tu espíritu.
El sacerdote bendice al pueblo diciendo:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.
El pueblo responde:
Amén.
Se puede anteponer otra fórmula de bendición más solemne o la
oración sobre el pueblo.
Seguidamente el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos
juntas, dice:
Podéis ir en paz.
El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.
Después el sacerdote besa con veneración el altar, como al co­
mienzo.
Hecha la debida reverencia, se retira.
ÍNDICES
ÍN DICE D E CITAS BÍBLICAS

ANTIGUO TESTAMENTO
Pag.
IREYES
19.1-8 Elias, desfallecido por el camino, es confor­
tado por el Señor............................... 121
JOB
3.1- 3.11-17.
20-23 ¿Por qué dio luz aun desgraciado?........... 122
7.1-4. 6-11 Recuerda que mi vida es un soplo............. 123
7,12-21 ¿Qué es el hombre para que le des impor­
tancia? ............................................ 124
19,1.23-27a Yo sé que está vivo mi Vengador............. 126
SABIDURÍA
9, 9-11.13-18 ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das
sabiduría?........................................ 126
ISAÍAS
35.1- 10 Fortaleced las manos débiles ................... 128
52,13—53,12 El soportó nuestros sufrimientos ............. 129
61, l-3a El Espíritu del Señor me ha enviado para
consolar alos afligidos ....................... 131

NUEVO TESTAMENTO
HECHOS
3.1- 10 En nombre de Jesús, echa a andar ............ 133
3,11-16 La fe en quien Dios resucitó le ha restituido
completamente la salud...................... 134
4, 8-12 No se nos ha dado otro nombre que pueda
salvamos ......................................... 135
13,32-39 Aquel a quien Dios resucitó, no ha cono­
cido la corrupción............................. 136
Pag.
ROMANOS
8.14-17 El compartir sus sufrimientos es señal de
que compartiremos su gloria.................. 137
8.18-27 Aguardando la redención de nuestro
cuerpo............................................ 137
8,31b-35,37-39 ¿Quién podrá apartarnos del amor de
Cristo?............................................ 139

1 CORINTIOS
1.18-25 Lo débil de Dios es más fuerte que los hom­
bres................................................ 140
12.12-22. Cuando unmiembro sufre, todos sufren con
24b-27 él.................................................... 141
15.12-20 Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo
ha resucitado.................................... 143
2 CORINTIOS
4,16-18 Nuestro interior se renueva día a día......... 144
5,1.6-10 Tenemos una casa eterna en los cielos ...... 145
GÁLATAS
4.12-19 Os anuncié el Evangelio con motivo de una
enfermedad mía................................ 146
FILIPENSES
2,25-30 Estuvo enfermo, pero Dios tuvo misericor­
dia de él .......................................... 147
COLOSENSES
1,22-29 Completo en mi carne los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo ..................... 148
HEBREOS
4.14- 16; 5, 7-9 No tenemos un Sumo Sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaque­
zas ................................................. 149
SANTIAGO
5.13-16 La oración de fe salvará al enfermo .......... 150
índice de citas bíblicas
Pag.
1 PEDRO
I, 3-9 Alegraos, aunque de momento tengáis que
sufrir un poco................................... 151
1 JUAN
3.1- 2 Aún no se ha manifestado lo que seremos... 152
APOCALIPSIS
21.1-7 Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni do­
lor .................................................. 153
22,17.20-21 ¡Ven, Señor Jesús! ................................ 154

EVANGELIOS

MATEO
5, l-12a Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo....... 170
8.1- 4 Señor, si quieres, puedes limpiarme........... 171
8, 5-17 El cargó con nuestras enfermedades.......... 172
II, 25-30 Venid a mí todos los que estáis cansados .... 173
15,29-31 Jesús curó amuchos............................... 174
25, 31-40 Cada vez que lo hicisteis con uno de estos
mis humildes hermanos, conmigo lo hi­
cisteis .............................................. 175
26,36-46 Si este cáliz no puede pasar, hágase tu vo­
luntad ............................................. 192
MARCOS
2.1-12 Viendo la fe que tenían, dijo: tus pecados
quedan perdonados........................... 176
4, 35-41 ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis
fe? ................................................. 178
10,46-52 Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí. 179
15,33-39;
16,1-6 Muerte y resurrección del Señor............... 193
16,15-20 Impondrán las manos alos enfermos y que­
daránsanos...................................... 180
Pag,
LUCAS
7,1 9-23 Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y
oído .................................................. 181
10.5- 6.8-9 Curad a los enfermos................................ 182
10,25-37 ¿Quién es mi prójimo? .............................. 183
11.5- 13 Pedid y se os dará .................................... 184
12,35-44 Dichosos los criados a quienes el señor los
encuentre en vela................................. 186
18,9-14 ¡OhDios!, ten compasión de este pecador .. 187
23,44-49;
24, l-6a Muerte y resurrección del Señor................. 195
24,13-35 ¿No era necesario que el Mesías padeciera
esto para entrar en su gloria? ............... 196

JUAN
6, 35-40 Esta es la voluntad del Padre: que no pierda
nada de lo que me dio ........................... 188
6,53-58 El que come este pan vivirá para siempre ... 189
9.1-7 No pecó, sino para que se manifiesten en él
las obras de Dios ................................. 190
10,11-18 El buen pastor de la vida por las ovejas ........ 191
20.1- 10 Vio y creyó ............................................ 198
SALMOS RESPONSABLES
Pág.
SALMOS
6, 2-4a. 4b-6. 9-10 ........................................................ 155
24,4bc-5ab. 6 y 7bc. 8-9.10 y 14.15-16 .......................... 156
26.1. 4. 5. 7-8a. 8b-9ab. 9cd-10 ...................................... 157
33.2- 3. 4-5. 6-7.10-11.12-13,17 y 19......................... 158
41,3. 5; Sal 42,3. 4 ....................................................... 159
62.2- 3. 4-6. 7-9 ........................................................ 160
70.1- 2. 5-6ab. 8-9.14-15ab........................................ 161
85.1- 2. 3-4. 5-6.11.12-13.15-16ab............................. 162
89.2. 3-4. 5-6.9-10ab. lOcd y 12.14 y 16 ......................... 163
101.2- 3.24-25.26-28.19-21 ..................................... 164
102.1- 2. 3-4.11-12.13-14.15-16.17-18...................... 165
122, l-2a. 2bcd............................................................ 166
142.1- 2.5-6.10 ....................................................... 167

ISAIAS
38,10.11.12abcd. 16 ................................................... 155

ALELUYA Y VERSÍCULOS ANTES DEL EVANGELIO

SALMO
32,22 ......................................................................... 168
MATEO
5 ,4 ............................................................................ 168
8,17........................................................................... 168
11,28......................................................................... 168
2 CORINTIOS
1, 3b-4a...................................................................... 169
EFESIOS
1 ,3 ............................................................................ 169
SANTIAGO
1,12.......................................................................... 169
ÍNDICE GENERAL
Pag.

PRESENTACIÓN D E LA COMISIÓN EPISCOPAL


ESPAÑOLA DE L IT U R G IA ............................................... 5

N OTA A LA SEGUNDA EDICIÓN ................................. 6

CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DE PABLO VI SO­


BRE E L SACRAM ENTO D E LA UNCIÓN D E LOS
ENFERM OS .............................................. 7

«PRAENOTANDA» D E LA EDICIÓN TÍPICA DEL


RITUAL R O M A N O .............................................................. 13

I. L a enfermedad humana y su significación en el mis­


terio de salvación ......................................................... 13
II. Los SACRAMENTOS QUE HAY QUE DAR A LOS ENFERMOS .. 14
A. La Unción de los enfermos ................................... 14
B. El V iá tic o ................................................................. 20
C. El rito co n tin u o ....................................................... 21
III. Los OFICIOS Y MINISTERIOS CERCA DE LOS ENFERMOS ...... 22
IV. A daptaciones que competen a las C onferencias
E piscopales ..................................................................... 23
V. A daptaciones que competen al ministro................... 25

ORIENTACIONES DOCTRINALES Y PASTORALES


D EL EPISCOPADO E S P A Ñ O L ......................................... 27
I. Sentido y alcance del R itual ..................................... 27
II. Los enfermos en la pastoral de la Iglesia ............... 28
III. P astoral inmediata ....................................................... 31
IV. P astoral sacramental................................................. 35
V. L a iglesia encomienda y entrega el moribundo a
D ios: el tránsito definitivo ......................................... 42
A péndice. L a C onfirmación .................................................. 43
C apitulo I

VISITA Y COMUNIÓN DE LOS ENFERMOS........... 45


I. V isita de los enfermos...................................... 45
II. La comunión de los enfermos ............................ 46
Rito ordinario.................................................. 47
Rito breve........................................................ 56

C apítulo II

ÜNCION DEL ENFERMO...................................... 57


Rito ordinario.................................................. 57
La Unción dentro de la Misa............................... 73
Celebración comunitaria déla Unción................... 74

C apítulo III

EL VIÁTICO.......................................................... 77
El Viático dentro de la Misa................................ 78
El viático fuera de la Misa .................................. 79

C apítulo IV

ORDEN QUE SE HA DE SEGUIR PARA DAR LOS


SACRAMENTOS AL ENFERMO QUE SE HALLA
EN INMEDIATO PELIGRODE MUERTE............... 91
Rito continuo de la Penitencia, Unción y Viático .... 91
Unción sinViático............................................ 101

C apítulo V

LA CONFIRMACIÓNEN PELIGRODE MUERTE .... 103


C apítulo VT

LA ENTREGA DE LOS MORIBUNDOS A DIOS (RE­


COMENDACIÓN DEL ALMA) ............................... 105

C apítulo VII

FORMULAROS DE MISAS.................................... 113

C apítulo VIII

ORACIÓN PARA BENDECIR EL AGUA ................ 119

C apítulo IX

LECCIONARO PARA EL RITUAL DE ENFERMOS 121


Lecturas del Antiguo Testamento ........................ 121
Lecturas del Nuevo Testamento.......................... 133
Salmos responsoriales ....................................... 155
Aleluya y versículos antes del evangelio................ 168
Evangelios...................................................... 170
Lecturas de la Pasión del Señor........................... 192

A péndice

ORDINARIO DE LA MISA..................................... 201

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