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HISTORIA DE LA QUÍMICA

Los primeros hombres que empezaron a utilizar instrumentos se servían de la


naturaleza tal como se encontraba. Así por ejemplo las piedras, ramas de árboles
o huesos de animales podían constituir valiosas herramientas. Sin embargo, la
naturaleza también modificaba las cosas, como por ejemplo la carne obtenida a
través de la caza podía empezar a oler mal y a descomponerse, como los jugos de
frutas que con el tiempo podían convertirse en otro tipo de bebidas.

Este tipo de alteraciones que ocurren en la naturaleza y que van acompañadas de


un cambio fundamental en su estructura son el objeto de estudio de lo que hoy
llamamos Química.

Con la conquista del fuego, el hombre aprende a extraer y a trabajar los metales,
por lo tanto a beneficiarse deliberadamente de algunas transformaciones que
experimentan los elementos con el calor. Algunos de los primeros metales
utilizados por el hombre fueron el cobre y el oro, que se encontraban seguramente
en estado libre en la naturaleza, los cuales tienen una propiedad distintiva: son
maleables; es decir, pueden aplanarse y formar láminas sin que se rompan, como
ocurre con las piedras, que se pulverizan, las maderas que se astillan y se parten.

Los hombres se dieron cuenta de que al cobre podía dotárselo de filo cortante,
como el de los instrumentos de piedra, pero su filo se mantenía por más tiempo
que el de los de piedra. Solamente la falta del cobre libre en la naturaleza impidió
que su uso se extendiera.

El cobre se hizo más abundante cuando se descubrió que podría obtenerse de


piedras azuladas. El cómo se realizaron estos descubrimientos probablemente
jamás lo sabremos. Pero pudo haber ocurrido unos 4.000 años a. de C. en la
península del Sinaí o en las zonas montañosas al este de Samaria, lo que hoy es
Irán. Este metal fue utilizado en la confección de herramientas en los centros más
desarrollados de la civilización. En el tercer milenio a. de C., se descubrió que al
mezclar estaño con cobre se formaba un nuevo metal; a esta aleación (nombre
que se le asigna a la unión de metales) se le llamó bronce, y hacia el año 2000 a.
de C. ya era bastante común como para ser utilizado en la confección de armas y
corazas. Con posterioridad a la Edad de Bronce viene otro descubrimiento
importante, un metal más duro: el hierro. Lamentablemente este mineral era
demasiado escaso, en un principio las únicas fuentes de hierro eran trozos de
meteoritos, que eran demasiado raros de encontrar. Además, hasta ese momento
no existía ningún procedimiento para extraerlo de las piedras, ya que se requiere
un calor más intenso para fundir el hierro que para fundir el cobre.

El secreto de la fundición del hierro fue develado en el extremo oriental de Asia


Menor alrededor del 1.500 a. de C. Los hititas, que habían levantado un imperio en
esa región, fueron los primeros en utilizarlo en la confección de herramientas. El
hierro puro (hierro forjado) no es muy duro; sin embargo, se mejoraba su dureza al
mezclarlo con una cantidad suficiente de carbón, formándose una aleación con
este metal, que conocemos con el nombre de acero.

Hacia el año 800 a. de C., las artes químicas se encontraban bastantes


desarrolladas. Esto era particularmente cierto en Egipto, donde sobresalieron
especialmente en la extracción de los metales como el cobre, plomo, hierro, oro y
plata; además, los sacerdotes estaban muy interesados en los métodos de
embalsamado y conservación del cuerpo humano después de la muerte.

Ellos no solo eran expertos metalúrgicos, sino que también trabajaban con
extraordinaria habilidad los pigmentos minerales y las infusiones vegetales.
Maestros en la fabricación del vidrio y la cerámica, aplicaron el proceso bioquímico
de la fermentación a la fabricación del pan y la cerveza. Debemos destacar que
las prácticas de todos estos procedimientos fueron desarrolladas como un arte y
no como una ciencia.

No podemos olvidar que las prácticas de las artes químicas también se


desarrollaban en China e India, especialmente en el trabajo de la pirotecnia, los
trabajos de las telas y perfumes.

Grecia (650 a. de C y 380 a. de C)

Los filósofos griegos estaban más interesados en buscar una explicación racional
al origen del universo. Uno de los temas que desarrollaron fue el de la divisibilidad
de la materia.
En el siglo V a.C., Leucipo fue el primero en poner en duda la indivisibilidad de la
materia, ya que suponía que si la materia se divide en infinitas partes, se iba a
llegar a un punto en que la materia sería tan pequeña que no se podría seguir
dividiéndose. Demócrito, discípulo del anterior, llamó a esta partícula átomo.
Además, supuso que los átomos de cada elemento eran diferentes y le
proporcionaba a la materia distintas propiedades.

Durante los años 383-322 a.C., un conjunto de filósofos, y entre los cuales destaca
Aristóteles de Estagira, no aceptaba la idea atomística.

Aceptó la idea de los cuatro elementos. La idea estaba basada en la existencia de


cuatro propiedades fundamentales: caliente, húmedo, frío y seco. La combinación
de estas propiedades da origen a los cuatro elementos o cuerpos simples: tierra,
aire, fuego y agua.

Cuatro elementos o cuerpos simples: tierra, aire, fuego y agua.

Estableció que todas las sustancias estaban compuestas por estos cuatro
elementos en distintas proporciones.

Período de la alquimia (350 a.C-1500 d.C.)

Este período en la historia de la química, en Europa es prácticamente una “edad


oscura”, ya que el mantenimiento y la extensión de la alquimia estuvo en manos
de los árabes durante cinco siglos. Todavía permanecen algunos términos
derivados del árabe: álcali, alambique, alcohol, garrafa, circón, nafta.

El más importante alquimista fue Jabir ibn-Hayyan, conocido en Europa después


como Geber. Entre muchos aportes, destacan la descripción del cloruro de amonio
y enseñó cómo preparar albayalde (carbonato de plomo), destiló el ácido acético a
partir del vinagre.

Sin embargo, el objetivo más importante de este período fue el aporte relacionado
con la transmutación de los metales, que consistía en la pretensión de la
transformación de los metales en oro. Consideraba que el mercurio era el metal
por excelencia y por otra parte el azufre poseía la propiedad de ser combustible.
Jabir creía que los metales estaban formados por mezclas de mercurio y azufre;
por lo tanto, solamente bastaba hallar algún material que facilitase la combinación
entre el mercurio y el azufre como también la proporción exacta para formar oro.

Esta sustancia activadora para los griegos era el xerion, que significa “seco”. Los
árabes la llamaron al-iksir, y en Europa se convirtió finalmente en “elixir”, llamada
vulgarmente “piedra filosofal”. Este poderoso elixir tenía otras propiedades como el
de curar todas las enfermedades y otorgar la inmortalidad, por ello se le llamaba el
“elixir de la vida”. Esta idea fue la que tomó forma como el período de la
iatroquímica.

Los primeros alquimistas hicieron muchas contribuciones importantes. Por


ejemplo, desarrollaron un sistema para poner símbolos a las sustancias que
empleaban, y aun cuando son muy distintos a los empleados hoy en día. éste fue
el inicio de la simbología química que utilizamos actualmente.

Durante el siglo XVII, la alquimia entró en decadencia, y en el siglo XVIII se


transformó en lo que hoy conocemos como química.

El Flogisto (1650-1774)

A partir de 1650, época en que comenzó a aplicarse el fuego en las máquinas de


vapor, también llevó a los hombres a prestar mayor interés por este fenómeno y
sus posibles nuevas aplicaciones.

Dentro de este ámbito, los químicos comenzaron a preocuparse más a fondo del
tema de la combustión. Según las concepciones griegas, todo lo que arde
contiene en sí el fuego, que bajos ciertas condiciones es capaz de liberarse.

Para explicar este fenómeno, Georg Ernest Stahl propone una teoría para la
inflamabilidad de los cuerpos que él llamó flogisto (“hacer arder”). La propuesta
fundamentada por Stahl consistía en que todos los cuerpos combustibles perdían
algo cuando ardían: el flogisto; al mismo tiempo quedaba un residuo, conocido
como ceniza o “cal” (actualmente óxido), que carecía de flogisto y que por lo tanto
no podía seguir ardiendo.
Asimismo la teoría del flogisto era aplicable también, según Stahl, al
enmohecimiento de los metales, que para él era equivalente a la combustión de la
madera; afirmó que los metales contenían flogisto, pero no cuando estaban
enmohecidos.

Esta idea era importante porque permitió proponer una explicación a la conversión
de algunos minerales en metal. Según los flogisistas, cuando un mineral se
calienta con una sustancia muy rica en flogisto, como es el caso del carbón
vegetal, éste pasa desde el carbón al mineral, transformando el carbón en cenizas
(cal), sustancia pobre en flogisto, mientras que con el mineral pasa todo lo
contrario.

Existía no obstante un fenómeno que Stahl ni sus discípulos pudieron resolver.


Como hemos analizado los cuerpos que arden, como la madera o el papel,
parecían consumirse en gran parte al entrar en combustión, quedando un residuo
(cenizas) que era mucho más ligera que el cuerpo original. Esta situación es
coherente con la explicación de la liberación del flogisto. Sin embargo, cuando los
metales se enmohecían también liberaban flogisto, pero al enmohecerse el metal
éste aumentaba de masa.

Esta contradicción y este problema sin resolver no parecía tan importante en


aquella época, ya que los químicos de entonces no les daban importancia a las
mediciones con precisión. Por lo tanto, las variaciones de las masas se podían
obviar. Después de casi cien años la teoría del flogisto fue perdiendo fuerza y
credibilidad. Uno de los hechos significativos fue el descubrimiento del dióxido de
carbono por parte de Joseph Black.

Período Moderno (1774 a nuestros días)

La química moderna se inició con la investigación de los gases sometidos al vacío


y diversas presiones, realizadas por Torricelli, Blaise Pascal, Robert Boyle en el
siglo XVIII.

En 1772, un noble francés llamado Antoine Laurent Lavoisier (1774-1794) empezó


a experimentar con la combustión e introduce la balanza para determinar las
masas de las sustancias antes y después del proceso.

Lavoisier rechazó la teoría del flogisto y propuso en su lugar que cuando una
sustancia se quema se asocia al oxígeno del aire. Además, introduce en la
química moderna la medición cuantitativa y no solo cualitativa a la
experimentación.

En 1789, Lavoisier publicó su “Traité élémentaire de chimie”, que fue el primer


texto de química moderna. En él se incluía una lista de todos los elementos, o
mejor dicho, de todas las sustancias que él consideraba elementos. Cabe hacer
notar que de las treinta y tres sustancias nombradas sólo dos estaban totalmente
equivocadas. Estas eran la “luz” y lo “calórico” que, como quedó en evidencia más
tarde, no eran sustancias, sino formas de energía. De los treinta y uno elementos
restantes, algunos eran verdaderos elementos y otros en cambio eran compuestos
que podían descomponerse en sustancias más simples.

En el mismo año que se publicó su libro triunfó la Revolución Francesa,


degenerando rápidamente en feroces excesos de terror. Lavoisier por desgracia
fue una de las víctimas de la guillotina. Así en 1794 dejó de existir uno de los más
grandes químicos que haya existido.

Por todas estas contribuciones al desarrollo de la ciencia es recordado actual y


universalmente como el “padre de la química”.

El método científico

La química, al igual que otras ciencias como la física y la biología usan métodos
empíricos o experimentales para comprender de mejor manera algunos
fenómenos que ocurren en la naturaleza. Esto nos parece una práctica lógica e
indispensable hoy día. Pero antes del siglo XVII, no era un proceso habitual.
Aunque ante un mismo problema los científicos pueden analizar una situación
desde distintos puntos de vista, lo hacen siguiendo algunas pautas comunes que
ha adquirido el nombre de “método científico”. Este método es un enfoque general
que se puede resumir en el siguiente esquema.

Método Científico

Este proceso es muy dinámico, ya que permite plantear nuevas hipótesis. Si la


experimentación no comprueba la planteada, se parte desde un principio haciendo
otra serie de observaciones que llevaran al planteamiento de nuevas hipótesis,
como asimismo se pueden realizar nuevos diseños experimentales hasta
comprobar las hipótesis planteadas. Las hipótesis que resisten las pruebas
experimentales y demuestran ser útiles para explicar y predecir un
comportamiento, reciben el nombre de teorías.

De hecho, la primera manifestación química que captó nuestro interés fue la


generación del fuego, hace más de 1.600.000 años. Eso que hoy llamamos
combustión, fue estudiada y replicada posiblemente por nuestros ancestros de la
especie Homo erectus.

A partir del momento en que aprendimos a producir el fuego y manejarlo a


voluntad, ya sea para cocinar nuestra comida o, mucho después, para fundir
metales, hornear cerámicas y llevar a cabo otras actividades, un nuevo mundo de
transformaciones físicas y químicas estuvo a nuestro alcance, y con él, un nuevo
entendimiento de la naturaleza de las cosas.
Las primeras teorías respecto a la composición de la materia surgieron en la
Antigüedad, obra de filósofos y pensadores cuyas hipótesis se basaban tanto en la
observación de la naturaleza, como en su interpretación mística o religiosa. Su
propósito era explicar por qué las distintas sustancias que conforman el mundo
poseen diferentes propiedades y capacidades de transformación, identificando
para ello sus elementos básicos o primarios.

Una de las primeras teorías que intentó dar respuesta a este dilema surgió en la
Grecia del siglo V a. C., obra del filósofo y político Empédocles de Agrigento, quien
propuso que debía haber cuatro elementos básicos (cuatro como las estaciones)
de la materia: aire, agua, fuego y tierra, y que las distintas propiedades de las
cosas dependían de la proporción en que estuvieran mezclados.

Esta lógica sirvió para que luego la escuela hipocrática de medicina griega
propusiera su teoría de los cuatro humores que componían el cuerpo humano
(sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). Por otro lado, el célebre filósofo
Aristóteles (384-322 a. C.) luego añadió el éter o quintaesencia como el elemento
puro y primordial que conformaba a las estrellas y los astros del firmamento.

Sin embargo, el más importante precursor de la química en la Antigua Grecia fue


el filósofo Demócrito de Abdera (c. 460-c.370 a.C.), quien propuso por primera vez
que la materia estaba compuesta de partículas mínimas y fundamentales: los
átomos (del griego atomón, “indivisible” o “sin partes”).

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