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Cuentos con moraleja: «La liebre y la tortuga», sobre la humildad y el valor del esfuerzo

una fábula con moraleja, escrito originalmente por Esopo, y retocado años después por La
Fontaine y Samaniego, "La liebre y la tortuga".

Se trata de una crítica a la arrogancia, el orgullo y la soberbia que transmite un mensaje


fundamental: a veces yendo despacio se puede llegar muy lejos en la vida, como resume el
proverbio italiano “Chi va piano va sano e va lontano”, es decir, que quien va poco a poco, va
seguro y llega lejos.

El cuento “La liebre y la tortuga”

Había una vez una liebre y una tortuga que vivían en el campo. La liebre era famosa entre los
animales por ser muy veloz y se pasaba el día correteando de un lado a otro sin parar, mientras
que la tortuga caminaba siempre con pasos lentos y cansados, pues además de tener que soportar
el peso de su gran caparazón no era demasiado ágil.

A la liebre le parecía muy divertido ver a la tortuga arrastrando sus patas regordetas con tanta
lentitud, cuando a ella le bastaba un pequeño impulso para saltar de un sitio a otro con gran
agilidad. Por eso, cuando por casualidad se cruzaban en el campo, la liebre siempre se reía de ella
y solía hacer comentarios burlones que a la tortuga no le sentaban nada bien.

– ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja!, se reía a carcajadas la liebre. A
ese paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas que llegar pronto a tu
destino? ¡Date prisa! ¡Vamos!

La tortuga siempre pasaba de sus comentarios burlones. Sin embargo, un día se hartó de tal
modo, que decidió enfrentarse a la liebre de una vez y por todas.

– Tú serás tan veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera – dijo
convencida la tortuga.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué graciosa! ¡Si hasta un caracol es más rápido que tú! No me ganarías ni
aunque fuese a tu propio ritmo – contestó la liebre riéndose a carcajadas.

– Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos y hacemos una carrera?

– ¡Cuando quieras! Total, estoy segura que ganaré – respondió la liebre mofándose.

– ¡Pues muy bien! Nos veremos mañana entonces a esta misma hora junto al campo de flores y
veremos quién es más rápida de las dos ¿Te parece? – le dijo.

– ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo, en un gesto de insolencia y arrogancia.

Luego, la liebre se fue dando saltitos y la tortuga se alejó con la misma tranquilidad de siempre,
cada una por su lado. La noticia corrió como la pólvora y los animales del campo no tardaron en
enterarse del reto. Dudosos por el resultado, decidieron acudir al punto de encuentro para ver con
sus propios ojos el resultado de la carrera.

Al día siguiente la liebre y la tortuga fueron las primeras en llegar al lugar que habían convenido.
El resto de animales también asistieron, pues la noticia de la curiosa carrera había llegado hasta
los confines del bosque. De hecho, durante la noche, una familia de gusanos se encargó de hacer
surcos en la tierra para marcar la pista de competición. En tanto, la zorra fue la elegida para
marcar las líneas de salida y de meta, mientras que un cuervo se preparó para ser el árbitro.

Cuando todo estuvo a punto, el cuervo gritó “Preparadas, listas, fuera”, y la liebre y la tortuga
comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era habitual en ella. En cambio, la
liebre salió disparada como nunca antes. Sin embargo, después de un buen tramo, se detuvo y al
ver que le llevaba mucha ventaja a la tortuga, se paró a esperarla y de paso, se burló una vez más
de ella.

– ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! Aquí te espero – gritó fingiendo un bostezo.

Finalmente, la tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse
unos metros más adelante. De nuevo esperó a la tortuga, quien tardó varios minutos en llegar
hasta donde estaba ya que por mucha prisa que se daba no podía andar muy rápido.

– ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan lento como tú pueda competir con un animal
tan ágil como yo. Te ganaré y lo sabes.

A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida
de que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar de primera. Sin embargo,
en una de esas paradas, algo inesperado sucedió.

La liebre y la tortuga moraleja

A pocos metros de la meta, la liebre se sentó bajo un árbol y de tan aburrida que estaba se
quedó dormida. Dando pasitos cortos pero seguros, la tortuga llegó hasta donde estaba y siguió su
camino hacia la meta. Cuando la tortuga estaba a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se
despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero ya no había nada que hacer. Vio con
asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria mientras era ovacionada por todos
los animales del campo.

La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada por su falta de humildad y su exceso
de arrogancia, le pidió perdón a la tortuga y nunca más volvió a reírse de ella.

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