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JOAN ALIAGA
UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE VALENCIA
XIMO COMPANY
UNIVERSITAT DE LLEIDA
NOTA INTRODUCTORIA
A unque es verdad que los historiadores del arte acostumbramos a citar los trabajos de
nuestros colegas con un inequívoco punto de estima y reconocimiento por lo que de
positivo suponen sus diversas verificaciones y aportaciones al desarrollo y progreso de nuestra
disciplina, este escrito desea ahondar en el citado reconocimiento, subrayando y agradeciendo
el valor de tantos estudios.
Si por una parte deseamos contribuir con nuestro pequeño granito de arena en lo que se refiere
a nuestra particular visión y revisión de la historia de la pintura valenciana de los siglos XIV al
XVI, destaca por otro lado, como acaba de expresarse, ese sincero deseo de reconocer y hacer
explícito que muy poco podríamos decir (nosotros o quien fuere), de nuevo, sin el rico bagaje
acumulado por los historiadores del arte y otros eruditos que nos han precedido.
Parece una simple perogrullada, pero a nuestro juicio conviene evidenciar lo evidente con el fin
de hacer verdaderamente explicito lo que de hecho debiera ser ordinario en nuestro rol de his-
toriar las manifestaciones artísticas. A saber: agradecer lo que otros colegas han hecho, aporta-
do, dicho y escrito antes que nosotros. Porque convendremos en reconocer que incluso de los
errores, desenfoques y omisiones, propios y ajenos, a menudo se ha obtenido (o cuando menos
se ha estimulado) un mayor y más preciso conocimiento de los hechos artísticos en general.
Creemos sinceramente que muy poco de lo que hasta ahora se ha escrito sobre pintura valen-
ciana medieval y moderna es desaprovechable en un ulterior y más positivo desarrollo de nues-
tra disciplina.
Es evidente que debemos poner un punto final a estas notas de agradecimiento a la historiografia
sobre la pintura valenciana Gótica y del Renacimiento que nos ha precedido. Pedimos excusas
por las involuntarias omisiones, con la sincera exhortación a que alguien, algún día, con mayor
tino y bagaje, escriba un texto más completo y crítico de todo lo sucedido. A nosotros, al menos,
nos ha servido para redactar lo que sigue a continuación con la lúcida convicción de que, como
se asevera con razón desde el campo de la antropología social: ninguna cultura (léase en este
caso ningún historiador del arte) puede atribuirse más de un 10% de los conocimientos que
posee. Eso nos descansa, alivia (y hasta nos estimula sobremanera), al tiempo que nos permite
escribir con entera libertad. Sólo un 10%, y quizá ni eso, nos pertenece. Vanitas vanitatis, como
dirían algunos escolásticos y aseveraban ya en el siglo XVI nuestros predecesores.
El patrimonio pictórico valenciano alcanzó en el siglo XV una de las etapas más brillantes de
toda su historia. La potencia creativa del momento y la calidad de las obras conservadas de
aquella centuria son el mejor testimonio del liderazgo ejercido por los valencianos del siglo de
oro en el contexto de la Corona de Aragón y los reinos mediterráneos. Pero la pintura más anti-
gua corresponde a los últimos años del siglo XIII y al primer tercio del XIV, periodo que los his-
toriadores del arte han denominado protogótico, francogótico o también gótico lineal, siguiendo,
en este último caso, una terminología por razones de estilo. Se sabe muy poco de los artífices
de estas obras que, en su gran mayoría, representaron en los muros de las primitivas iglesias.
Esta forma de pintar pronto quedó en desuso por la introducción de nuevas técnicas artísticas
en el momento de la consolidación del nuevo reino cristiano.
Los nuevos retablos en madera sustituyeron a las primitivas pinturas de los muros en la litur-
gia cristiana. La pérdida de funcionalidad de lo antiguo, las reformas y ampliaciones en el inte-
rior de los edificios provocó, en algunos casos, que los murales fueran ocultados por nuevas
formas arquitectónicas o simplemente bajo una nueva capa de pintura.
Desgraciadamente son muy pocas las obras que se han conservado de estos inicios de la pintu-
ra gótica valenciana. La técnica mural empleada es muy rudimentaria así como los materiales
utilizados en su factura. Los escasos medios disponibles y el desconocimiento de los procedi-
mientos pictóricos desarrollados en otros territorios, condujeron a la ejecución de una débil y
poco resistente pintura al seco aplicada directamente sobre el muro.
Las pinturas más antiguas conservadas las encontramos en la iglesia de la Sangre de Llíria. Allí
podemos ver de manera fragmentada, y en lugares recónditos, diversas escenas de la vida de
santa Bárbara, concretamente en la parte superior de la bóveda de una de las capillas construi-
das en una ampliación de época posterior a la fábrica original de la iglesia. Otros motivos ico-
nográficos localizados representan el martirio de san Pedro de Verona y santo Domingo, escena
recortada por el arco de acceso en otra capilla, y un obispo también parcialmente conservado
Por último, reseñar las pinturas de la iglesia de Santiago Apóstol de la Pobla de Vallbona, des-
cubiertos hace pocos años a los pies del templo. Representan diversas escenas de la vida de la
Virgen y de los santos Abdón y Senén. Estos murales, mucho más coloristas, pertenecen a una
época muy posterior. Podría tratarse de la obra de un taller local del primer cuarto del siglo XV
que imita la pintura de los retablos del gótico internacional.
Frente al anonimato de las obras del periodo inicial, hacia 1340 empiezan a definirse los nom-
bres de los primeros pintores en lo que podemos denominar la forja de la pintura gótica valen-
ciana, aunque la escasez de obras conservadas hasta las últimas décadas de siglo XIV, dificulta
una correcta comprensión global de este segundo periodo llamado italogótico o italocatalán. Pin-
tores de origen catalán como Ramon Destorrents o Jaume Serra estuvieron vinculados a los talle-
res valencianos en 1353 y 1370, respectivamente. Ellos debieron de conocer de cerca la expe-
riencia giottesca de Ferrer Bassa (doc. Valencia 1348) en los murales de la capilla de San Miguel
del monasterio de Pedralbes.
De este momento solo nos queda el testimonio de una obra que encaja dentro de este estilo con
claras referencias a la pintura sienesa. Se trata del políptico de santa Bárbara conservado actual-
mente en el Palacio Condal de Cocentaina, que hasta hace unos años se encontraba en un pési-
mo estado de conservación. Por fortuna se ha podido recuperar una obra que en 1968 dio por
perdida Silvia Llonch en uno de los trabajos más completos que se han realizado de la pintura
italogótica valenciana.121 Los esquemas compositivos y otros aspectos formales nos permiten
aproximar la pieza a los retablos de los Santos Juanes de Santa Coloma de Queralt y el de San
Esteban de la iglesia de Santa María de Gualter, los dos conservados actualmente en el Museo
Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Sin lugar a dudas, el de Cocentaina es el retablo valen-
ciano más antiguo conservado muy próximo al desaparecido retablo de Santa Lucía en Albal (se
conservan buenas fotografías en el Instituto Amatller de Barcelona).
Otra obra recuperada, que también estuvo a punto de perderse, es la extraordinaria tabla de San
Miguel conservada en la parroquia de Sot de Ferrer. Aunque su datación en el tercer cuarto del
siglo XIV es cercana al políptico de Cocentaina su concepción es distinta. José Pitarch y Andrea
de Marchi la relacionan con la pintura pisana de Francesco Traini y el Maestro de San Torpé.122
En el estudio sobre esta obra, en el catálogo de la exposición, Claudie Ressort propone acerta-
damente la identificación de los escudos heráldicos de la tabla con el mercader Pere Bou.
Unas décadas más tarde, Francesc Serra II, sobrino de Jaume Serra, y Llorenç Saragossa insta-
lan sus talleres en Valencia y llegan a dominar una amplia área de actividad que tendrá una fuer-
te repercusión en las comarcas valencianas, especialmente en el Maestrazgo.
Un numeroso corpus de obras que los estudiosos de la pintura gótica valenciana han clasifica-
do como Maestro de Villahermosa continúa siendo de momento un tema de investigación com-
plejo por falta de base documental. Estilísticamente mantienen una relativa uniformidad con
influencias de las producciones catalanas del periodo italogótico y los primeros trazos del góti-
co internacional. De este grupo de obras cabe resaltar las conservadas actualmente en la iglesia
La identificación del pintor, o pintores, es una cuestión todavía no resuelta. Guillem Ferrer,
Francesc Serra II o Llorenç Saragossa son algunos autores documentados en Cataluña y en el
territorio valenciano que historiadores como Ainaud de Lasarte (1968), Gudiol Ricart (1955),
Hériard Dubreuil (1975), José Pitarch (1979, 1981), Leandro de Saralegui (1935), Pérez Mar-
tín (1934), Rodríguez Culebras (1990), Sanpere i Miquel (1924) y Silvia Llonch (1967) han tra-
tado de identificar con el enigmático pintor.
Es difícil aceptar una procedencia común de todas estas obras. No es posible encajar todo este
extenso y variado corpus de obras bajo una sola autoría. Por el momento, la falta de documen-
tos de archivo y datos clarificadores nos incita a continuar en la investigación e intentar sacar a
la luz propuestas estables que ayuden a comprender mejor este apasionante capítulo de la his-
toria de la pintura gótica valenciana.
Sin conexión estilística con este grupo de obras, pero del mismo periodo, destacamos el retablo
de San Pedro y San Pablo de la parroquia de Sant Pere de Xàtiva, también presente en esta expo-
sición, aunque fuera de las sedes expositivas por localizarse en su iglesia original abierta al culto.
La obra se ejecutó en distintos momentos, desde finales del siglo XIV al XVI. La parte primitiva,
la principal, tiene una calidad muy superior al resto. Como sostiene Josep Ferre, la tabla central
dedicada a los titulares está muy influida por la pintura catalana de finales de siglo, mientras
que las calles laterales se inspiran en el gótico internacional.
En 1389, el justicia de Xàtiva remitió al justicia civil de Valencia una reclamación de tres ciu-
dadanos setabenses. Asensi Miralles, Jaume Jofré y Esteve Carbó exigían al pintor Francesc Serra
que devolviera un retablo que guarda en su casa de Valencia “en poder del dit Francesch Serra e
Llorenç Saragossa (doc. 1363-1406) continúa siendo uno de los grandes retos de la historia
del arte de la Corona de Aragón. Contemporáneo de Pere Serra, su reconocimiento viene
avalado por ser considerado por el rey Pere IV el Ceremonioso como el mejor pintor de la
ciudad de Barcelona, aunque quizás la historiografía haya sobrevalorado estas palabras. A
pesar de las numerosas noticias documentales, en toda la Corona, a excepción de Mallorca,
sólo una obra puede ser identificada como suya: el retablo de la Virgen, San Martín y Santa
Águeda de Jérica documentado en 1395-1396 y desaparecido en 1936. La propuesta la rea-
lizó Pérez Martín a partir de los documentos según los cuales Llorenç Saragossa cobró una
parte del mencionado retablo. José Pitarch (1979) rechazó la propuesta al no aceptar la rela-
ción del documento con el estilo pictórico de la obra de Jérica y atribuir las obras del Maes-
tro de Villahermosa a Llorenç Saragossa. Hériard Dubreuil (1975, 1987), retomando a Pérez
Martín, abrió de nuevo la posibilidad de atribuir a Saragossa el retablo de Jérica. Para el
investigador francés, hay obras europeas de finales del siglo XIV que concuerdan plenamen-
te con el estilo del retablo de la Virgen, San Martín y Santa Águeda. Llorenç Saragossa pudo
tener información visual sobre las producciones internacionales de la Europa del momento
por la posición privilegiada que le daba su relación con el rey. De esta forma, Hériard
Dubreuil, relaciona el trono de la Virgen de Jérica con un fresco de la Virgen con el Niño
conservado en el Museo dell’Opera di Santa Croce de Florencia, atribuido al Maestro de San
Martino en Mensola y datado en 1387, o la escena de san Martín y el pobre de Jérica con el
folio 412 vº del Breviario de Carlos V de la Biblioteca Nacional de París, realizado entre
1364-1370, o también con el tríptico de san Martino a Carcheri de San Martino, situado por
Miklós Boskovits en torno a 1400.
Las obras de Villahermosa del Río no manifiestan unas calidades técnicas y estilísticas pro-
pias de un pintor como Llorenç Saragossa considerado por el rey Pere IV como el mejor pin-
tor de la ciudad de Barcelona. La calidad del Maestro de Villahermosa está por debajo de
otros contemporáneos como Pere Serra que no tuvo tal consideración. En todas estas obras,
que deben situarse a finales del siglo XIV, existen importantes diferencias de factura formal
entre ellas, por ejemplo, entre la Virgen de Torroella de Montgrí, de una calidad más sutil y
delicada, y la Virgen de Penella del Museo de la Catedral de Valencia.
Los últimos años del reinado de Juan I el Cazador (1387-1396) y, fundamentalmente, el reina-
do de Martín I el Humano (1396-1410) es el momento decisivo en el que se producen las trans-
formaciones más importantes de la pintura valenciana del gótico internacional, a nivel cuanti-
tativo y cualitativo. No obstante, las crisis de subsistencia producidas por las sequías durante las
últimas décadas del siglo XIV, las plagas de peste de 1394, 1395 y 1401 condicionaron un lento
desarrollo económico del reino123 que repercutió de forma dramática en el mundo rural.
Cuando en marzo de 1402 la ciudad se prepara para recibir a los reyes, se pone en marcha un
amplísimo equipo de obreros, carpinteros, sastres, pintores y orfebres que se encargan de reali-
zar los entremeses y la fiesta real. Se hacen tres entradas solemnes, una para el rey, otra para la
reina y otra para la nuera, Blanca I de Navarra. Tal fue el éxito y la magnificencia del evento que
en enero de 1403 todavía se recordaba de la siguiente manera: “Ítem, com per Consells passats
sia estat proveit que les festes de la entrada del senyor Rey e la senyora Reyna fossen fetes alta-
ment e en aquella bellea que mils pogués esser fet ab la peccúnia de la Ciutat e les dites festes
sien estades fetes e celebrades axi altament e maravellosa quals james no foren vistes en aquest
Regne e per ventura en altres semblants e de tan gran maravella,...”.124 La entrada de la realeza
se realizó por el Portal Nou que, aunque todavía inacabado, se decoró y enveló al igual que se
hizo en la plaza de la catedral. Pero fue en la puerta de los Serranos donde se preparó un gran
espectáculo siguiendo un riguroso protocolo. Se hizo un decorado que representaba el cielo y,
sobre este, se escenificó el descendimiento desde las torres de unos ángeles que coronaron a los
reyes y les ofrecieron las llaves de la ciudad.125 Además, se ofreció al rey una procesión extraor-
dinaria del Corpus Christi como un espectáculo más, fuera del tiempo litúrgico, de gran visto-
sidad, reconocimiento y aprecio. También se representó una gran cabalgata de reyes y empera-
dores al más puro estilo renacentista, “lo parament de Aristòtil, e de Virgili, e de Tristany, e de
Isolda, e de Jafon, e de Europra, e de Eneas, e de Temiramis, e de Lançalot, e de Ginebre, e de
Salamó, e del comte de Barcelona, e de la imperadriu, e del Papa, e los de Caladín, dels quals
sobre dits paramens agué de fer ab son or e argent e colós”.
Así pues, desde finales del siglo XIV, en los alrededores de la plaza de los Caixers de Valencia se
concentra un número destacado de obradores que abastecerán la principal demanda pictórica
de todo el reino. Desde ese momento, la ciudad emerge como un núcleo artístico potente y
moderno. El oficio de pintor se desarrolló como una actividad libre con formas de cooperación
entre los maestros pero sin una organización gremial. Hacia 1400, los pintores no aparecen
entre los veintidós oficios que tienen representación política en el Consell de la Ciutat, aunque
desde hacía algunas décadas entre los miembros elegidos por el oficio de freneros vemos a pin-
tores como Domingo del Port, Domingo de la Rambla o Gonçal Peris. Esto es una prueba del
peso político que en este momento ostentan los pintores y su voluntad de estar representados
en el Consell.
Por lógica, todos estos pintores vecinos o habitantes de paso de la misma ciudad, “civis valen-
ciae” o “commorans valenciae”, debieron de conocerse e intercambiar muchísimas experiencias,
trabajos de carpintería, dorados, técnicas del oficio, modelos iconográficos, patrones o “papers
de mostres…” En este contexto, los pintores llegados de otras tierras debieron de encontrar la
dotación necesaria para realizar nuevas obras. Son precisamente esos pintores foráneos, proce-
dentes de distintos países de la Corona de Aragón, Italia y Europa central, los que forjarán la
identidad del taller valenciano del gótico internacional a partir de un nuevo paradigma figura-
tivo. La estabilidad y la potencia de la pintura de este momento se concreta en las luces apor-
tadas por los pintores Llorenç Saragossa, Esteve Rovira, Marçal de Sas, Pere Nicolau, Gerardo
Starnina, Nicolò d’Antonio, Simone di Francesco y Guerau Gener.128
De todos ellos, Pere Nicolau (doc. 1390-1408) es el que mejor se identifica con la definición de
escuela valenciana, especialmente después de conocer los detalles biográficos y profesionales de
su taller que se desprenden de la documentación de los procesos judiciales iniciados tras su
muerte entre los pintores Gonçal Peris y Jaume Mateu sobre la herencia del difunto. Pere Nico-
lau es originario de Igualada (Barcelona), aunque poco se sabe de su etapa formativa y de sus
contactos anteriores a la llegada a Valencia donde crea un importante taller. Recientemente, Ruiz
i Quesada ha planteado una interesante propuesta129 según la cual Pere Nicolau pudo haber
colaborado con el taller de Esteve Rovira en la etapa de éste último en Barcelona (doc. 1369,
1384-1385). La ruta posterior de Esteve hacia Valencia pudo influir en el itinerario que segui-
rá Nicolau en la última década del siglo XIV. El periodo de formación con un maestro del góti-
co internacional en Barcelona, pero diferenciado de la escuela catalana del momento, encaja con
Desde 1392 a 1394, el rey Juan I estrecha sus relaciones con Valencia. Un monarca llamado el
Amador de la Gentileza, coleccionista de libros, aficionado a la música, la astrología o la alqui-
mia, y una corte afrancesada debido al influjo de la soberana Violante de Bar, fomentó un
ambiente humanista que repercutió muy positivamente en el atractivo artístico de la ciudad y
propició la llegada de importantes pintores motivados por las expectativas que ofrecía la ciudad
más próspera de la Corona en ese momento. Es justo en esta época cuando se produce el cam-
bio estilístico y se documenta por primera vez la presencia de Marçal de Sas, “pictor Alemany”,
y Pere Nicolau.
Pero desde finales de la década anterior, entre 1387-1389, ya se constata la presencia en Valen-
cia del pintor Esteve Rovira, un maestro todavía poco conocido al que se le ha prestado poca
importancia debido a las lagunas documentales existentes. Ya en 1920, Almarche publicó un artí-
culo alusivo titulado “Mestre Esteve Rovira de Chipre, pintor trecentista desconocido”.133 Rovira
es el pintor más cotizado del momento en toda la península, como lo demuestra la suma de 1.500
florines de oro de Aragón que pacta por el retablo mayor de la catedral de Toledo. Sin lugar a
Es muy interesante la referencia al dominio de la pintura al fresco por parte del pintor, tanto
antes como después del viaje a España. La mayor parte de los documentos de Starnina encon-
trados remiten a este tipo de trabajos, lo cual indica que es un experto en esta técnica pictórica
prácticamente desconocida en el territorio valenciano hasta finales del siglo XV. Sabemos que
antes de 1393 había estado pintando junto con Nicolò d’Antonio unos murales sobre la pasión
de Jesucristo encargados por Pedro Fernández de Burgos para un beneficio en la capilla de San
Salvador de la catedral de Toledo.138 El comitente es un hacendado ciudadano, recaudador del
arzobispo Pedro Tenorio, que hizo una cuantiosa donación al cabildo de todos sus bienes.
Dos años después de terminar los murales de Toledo, localizamos a Starnina muy cerca de Xàti-
va cuando entrega y cobra un retablo para Pere Macip, rector de la iglesia de L’Énova en 1395.
Unos días después aparece su testimonio en el testamento de Francesco di Bernardo, un ciuda-
dano florentino afincado en Valencia y, a finales del mismo año, el 24 de noviembre, Starnina
nombra procuradores a los mercaderes Giovanni Stefano y Simone d’Estagio, para poder viajar
de nuevo a Toledo y finiquitar el trabajo de los murales que pintó para Fernández de Burgos. El
pago se efectúa el 22 de diciembre de 1395. En esta ocasión, su colega Nicolò d’Antonio se
queda en Valencia y delega el cobro del trabajo en su socio.139 Volveremos a tener referencias de
Nicolò unos años más tarde como testimonio en el pago de un censal.
La última actividad documentada de Starnina en Valencia es el trabajo a sueldo que realiza para
el Consell de la Ciutat para preparar los entremeses de la entrada del rey Martín. El Mestre Girar-
do de Jacobo se incorpora el 1 de julio de 1401 a un gran equipo de pintores que en ese justo
momento está compuesto por Domingo del Port, Marçal de Sas, Gonçal Peris, Antoni Exarch y
Joan de la Porta. También participan los orfebres Bernat y Bertomeu Santalina y el escultor Joan
Llobet. El trabajo del florentino tan solo dura cinco días. A partir del 6 de julio desaparecen todas
las referencias y poco después se paralizan los trabajos como consecuencia de una epidemia de
peste. Cuando en febrero de 1402 se reanudan los trabajos, ya no queda rastro del florentino en
Valencia ni tampoco de otros pintores que también habían abandonado la ciudad.
Vasari describe algunos detalles del la vida del pintor, como su fuerte carácter, pero resulta espe-
cialmente significativa la alusión que hace a las relaciones con los mercaderes que llegaban a
Florencia. Este dato se refleja perfectamente en los documentos valencianos, según los cuales la
colonia de pintores florentinos tenía una colaboración estrecha con los mercaderes de la misma
nacionalidad. Ello les facilitó la capacidad de movimiento, la organización del oficio y la aper-
tura hacia otros destinos, incluida la exportación de obras. La pretensión de tener una relevan-
cia de poder político en las decisiones que afectan al oficio se pueden entender en el papel que
desempeña Simone di Francesco como miembro electo en el Consell de la Ciutat. No es des-
cartable que el pintor Esteve Rovira también estuviera incluido en este círculo.
Entre las transacciones del mercader florentino Simone d’Estagio, encontramos una actividad
relacionada con el abastecimiento de material artístico. En 1395 suministra al capítulo de la
catedral de Valencia “octo pecias panni aurei de diaspre, coloris de morat, lavorat d’or de Colun-
ya” para los pies del altar mayor.140
La personalidad del pintor alemán Marçal de Sas (doc. 1390-1410) es uno de los más sorpren-
dentes por lo que respecta a su capacidad de integración en los talleres valencianos y colabora-
ción con los diferentes maestros. Era gustador del vi grec, como sus colegas pintores cuando son
gratificados por el Consell por los trabajos para la entrada real en 1401 y 1402. El “mestre Mar-
çal”, que es como frecuentemente aparece citado, es un personaje apreciado y reconocido por
sus contemporáneos con posibilidades de adaptación a las diversas circunstancias profesiona-
les. Su procedencia imprecisa –en algunos casos figura como “pintor alemany”– y debatida por
la historiografía, podría corresponder a la ciudad de Sas van Gent, próxima a Gante, Flandes.
Este dato y su única obra documentada, La duda de santo Tomás, conservada en el Museo de la
Catedral de Valencia (doc. 1400), han motivado, quizás en exceso, que la crítica interprete su
estilo con carácter marcadamente expresivo. Aunque la expresión es manifiesta en esta pintura,
en otras obras como el retablo de San Jorge del Victoria and Albert Museum de Londres (h.
1405) o en el cuaderno de dibujos del Gabinetto Disegni e Stampe degli Uffizi de Florencia (h.
La obra del Maestro Marçal tuvo una gran repercusión importante en la escuela valenciana con
el impulso de la variante flamenquizante y expresiva, prácticamente desconocida en los talleres
de tradición italocatalana de la segunda mitad del XIV. De esta manera, la aportación del pintor
alemán se integró en el lenguaje de la pintura autóctona convirtiéndose así en un rasgo identi-
tario propio que se extendió hasta la llegada del nuevo código realista flamenco.
Otro de los grandes maestros del gótico internacional valenciano que ocupa un lugar preferente
dentro del conjunto global de la pintura valenciana y mediterránea del siglo XV es Miquel Alcanyís,
documentado en Valencia, Barcelona y Palma de Mallorca entre 1407 y 1447. La mayor parte de
producción artística se centra en el territorio valenciano. En 1426 realiza un retablo para la igle-
sia de Castellón de Xàtiva dedicada a la Virgen de la Asunción. Esta villa perteneció a la juris-
dicción de Xàtiva hasta el siglo XVI y por un privilegio de Felipe II pasó a denominarse Villa de
Castellón de Villanueva.
La crítica ha puesto especial interés en resaltar las claves florentinas de su catálogo y los víncu-
los con Gerardo Starnina. En algún momento, determinadas posiciones historiográficas, espe-
cialmente por parte de los especialistas Bernard Berenson y G. Pudelko,142 lo identificaron con
el anónimo Maestro del Bambino Vispo, cuestión que en la actualidad está completamente
resuelta como ya se ha comentado, a favor de Gerardo Starnina. Estos debates científicos son
totalmente comprensibles cuando nos enfrentamos a obras tan próximas como el retablo de
Bonifacio Ferrer o el retablo de la Santa Cruz del Museo de Bellas Artes de Valencia y demuestra
la afinidad a la nueva figuración y la proximidad de Miquel Alcanyís al círculo florentino. Sin
lugar a dudas, el corpus de obras de Alcanyís es uno de los más apasionantes por su alta cali-
dad y la coherencia estilística, así como por su interés iconográfico. Este conjunto está com-
puesto principalmente por los retablos de la Santa Cruz del Museo de Bellas Artes de Valencia,
el retablo de la Virgen y San Marcos de la colección Serra-Alzaga, el retablo de San Miguel con-
servado parcialmente en el Museo de Bellas Artes de Lyon y en la antigua colección Jackson
Higgs; el retablo de La Ascensión, San Vicente Mártir y San Gil de la Hispanic Society of America
y Metropolitan Museum de Nueva York y la tabla del Abrazo ante la Puerta Dorada del Museo
Catedralicio de Segorbe. De procedencia mallorquina destaca la tabla de San Antonio de la igle-
sia de San Nicolás de Palma y el retablo de la Virgen de la Merced, Santa Bárbara y Santa Tecla
del monasterio del Puig de Pollença en Palma de Mallorca.
Leandro de Saralegui, en 1954 denominó al autor del retablo de la Santa Cruz, Maestro de
Gil y de Pujades y poco después, en 1956 lo identificó de un modo convincente con Miquel
Alcanyís. A partir de aquí se concretó el catálogo de su obra.143 La clave para esta atribución
fue un documento del 30 de octubre de 1421 relativo al contrato de un retablo dedicado a
san Miguel, entre el pintor y el clérigo de Jérica, Bartolomé Terol. Saralegui propuso la iden-
tificación de la obra documentada con los restos de un retablo conservado desde 1917 en el
Museo de Bellas Artes de Lyon que representa escenas de la caída de los ángeles rebeldes,
san Miguel liberando las almas del Purgatorio, san Miguel entregando las almas a san Pedro,
aparición en el monte Gargajo, extracción de la flecha por el obispo de Siponto y procesión
al monte Gargano. Otra tabla que representa un calvario se conservó hasta 1968 en la colec-
ción Jackson Higgs de Nueva York.144
A pesar de la precisión del contrato observamos que no se describen las escenas de las calles late-
rales, curiosamente las que se han conservado, y remite al modelo del retablo de Portaceli. No obs-
tante, la tutela del mentor queda reseñada: “Miquel darà fermança a conexença de mossèn Andreu
Garcia, prevere”. Las distintas ápocas que se suceden entre diciembre de 1421 y noviembre de 1422
permiten conocer la evolución de la obra. El 29 de abril el retablo está completamente dibujado,
“com fos deboxat ja lo dit retaule”, y el 14 de noviembre terminado.
Es precisamente en los retablos que se pintan para las capillas de la catedral de Valencia donde
se da un mayor número de asociacionismo entre maestros para realizar conjuntamente la obra
de un cliente. El plazo de ejecución del retablo encargado por Pere Torrella en 1405 debió de
cumplirse rigurosamente, incluso por adelantado, puesto que el 25 de noviembre del mismo
año, dos de los tres socios anteriores, Guerau Gener y Gonçal Peris, pactan con el albacea del
difunto Jacobo Prats la realización de otro retablo para la capilla de santo Domingo, “capelle
sancti Dominici sedis Valentie in qua est beneficium per dictum quondam Iacobum Prats”. La
tabla principal se conserva actualmente en el Museo del Prado y hoy se ha convertido en una
pieza fundamental para la comprensión del estilo pictórico de estos dos maestros. Previamen-
te, en 1401, Gener había pintado el retablo de San Bartolomé y Santa Isabel de Hungría para el
claustro de la catedral de Barcelona por un precio similar al retablo valenciano. Rosa Alcoy ha
propuesto que el pintor pudo haberse formado en el taller de Valencia durante la década ante-
rior.152 Pero es justamente la tabla de Santo Domingo del Prado junto con la tabla de Santa Marta
y San Clemente de la catedral de Valencia (1412) y la tabla de San Jaime del MNAC, procedente
de Algemesí (1423), las obras que identifican y documentan el estilo personal de Gonçal Peris. En
todas ellas se advierte el rigor de un estilo que todavía mantiene dependencias de los postulados de
la tradición italocatalana, con manifiestas influencias de modelos y muestras del expresionismo ger-
mánico. La diferencia cualitativa con su homónimo Gonçal Peris Sarrià se aprecia claramente al
comparar estas tres pinturas con el extraordinario retablo de San Martín y el pobre, Santa Úrsula y
San Antonio Abad (h. 1440) del Museo de Bellas Artes de Valencia (h. 1440), o el monumental reta-
blo de Rubielos de Mora (1418)153 de Sarrià cuya cronología, en este último caso, está dentro del
periodo de actividad de Peris.
Fuera del ámbito de los talleres valencianos recordemos que los florentinos Starnina y D’Anto-
nio también realizaron juntos los murales de la capilla del Salvador en la catedral de Toledo. Es
evidente que la pintura mural por sus dimensiones y técnica requiere de un mayor esfuerzo
colectivo de artífices como ocurrió años más tarde en la capilla mayor de la catedral de Valen-
cia. A partir de 1431, una vez finalizadas las obras de la catedral de Valencia, comienzan las tare-
as de pintura en el altar mayor, la bóveda, incluida su clave y las paredes del presbiterio. El
lunes, 20 de agosto de 1431, el Joan Çanon, presbítero y administrador de los gastos de las
obras de la catedral, encarga la pintura de los guardapolvos del retablo mayor al pintor Gonçal
Sarrià. Unas semanas después, el pintor empezaba a dibujar sobre papel los modelos “per a
deboxar los patrons de les ymatges que se havien de fer en les dites polseres”. Garcia Sarrià, pin-
tor y sobrino de Gonçal, que compartía el taller familiar, se ocupó de la pintura y dorado de la
clave de la bóveda, por lo que cobró la cantidad de 400 sueldos.
En el mes de julio de 1432 se inician los trabajos de pintura de la bóveda de la capilla mayor.
Miquel Alcanyís, acompañado de Felip Porta y Berenguer Mateu, fueron los encargados de
comenzar dibujando en lo más alto los ángeles que posteriormente ellos mismos pintarían
durante cuatro meses junto con Gonçal Sarrià, Garcia Sarrià, Bernat Portolés, Bertomeu Çaco-
ma, Esteve Pla, Francesc Maysó, Gaspar Gual, Joan Esteve, Joan Mirabais, Miquel Alforja, Pere
Navarro, Pere Stopinya, Antoni Carbonell, Auziàs Pintor. En los libros de obra de la catedral de
Valencia se detallan los pagos, “les messions de pintar del cap de la capella major de la Seu”
realizados por estos diecisiete pintores.
Años más tarde, en 1469, un trágico incendio en el altar mayor destruyó todo el retablo y car-
bonizó los murales. La iconografía de las pinturas perdidas debió de permanecer en la memo-
ria del capítulo de la catedral cuando en 1472 se encargaron de nuevo las pinturas de la capilla
mayor a los pintores italianos Paolo da San Leocadio y Francesco Pagano, esta vez con un nuevo
estilo plenamente renacentista y muy distante de los parámetros del gótico internacional.
Recientemente y por fortuna a favor del patrimonio cultural valenciano, este extraordinario con-
junto mural ha vuelto a ver la luz.
Necesariamente todo este tipo de trabajos, desde los entremeses de la entrada real hasta la pin-
tura de la capilla mayor de la catedral, el artesonado o el porche de la Casa de la Ciutat, requie-
ren un número tan elevado de mano de obra que debieron de concentrar la práctica totalidad
de los pintores activos en ese momento en la ciudad. Todos ellos tienen un mismo objetivo y
necesitaron compartir e intercambiar su experiencia profesional. Esta circunstancia, y muy
especialmente cuando se trata de asociaciones para la realización de un retablo, es fundamen-
tal a la hora de entender e interpretar las variantes y derivaciones estilísticas de la pintura valen-
ciana de este momento, justo cuando coinciden pintores de orígenes muy diversos. Empeñarse
en concretar las autorías de las obras conservadas bajo un solo nombre no siempre es lo más
acertado y con demasiada frecuencia se convierte en un error que a menudo cometemos los his-
toriadores del arte. En ocasiones se exageran los problemas o se fuerzan propuestas desmesu-
radas por tener una visión obsesiva o desenfocada del problema planteado.
teros del Centenar de la Ploma, Victoria and Albert Museum de Londres; el retablo de la Santa
Cruz también en el Museo de Bellas Artes de Valencia; el retablo de La Ascensión, San Vicente
Mártir y San Gil de la Hispanic Society of America y Metropolitan Museum de Nueva York, y las
tablas de un retablo de San Miguel conservadas en el Museo de Bellas Artes de Lyon y en la anti-
gua colección Jackson Higgs.
La mayor parte de estas obras no tienen atribuida, de momento, una autoría definida y unáni-
me por la crítica historiográfica, pero sus variaciones estilísticas apuntan con frecuencia a la
intervención de un taller o a la asociación de diferentes maestros como en los documentos ante-
riormente citados. En este sentido, en el estudio que Carl Brandon dedica al retablo de Los
sacramentos, encargado por Bonifacio Ferrer, plantea159 una posible colaboración de Starnina
con un pintor autóctono para poder introducirse el florentino en el mundo artístico valenciano.
Esta circunstancia explicaría la presencia en el retablo de algunos elementos estilísticos añadi-
dos ajenos a la escuela florentina y otros afines al arte contemporáneo borgoñés.
El gran valor de este pequeño retablo en todos sus aspectos –artístico, estético e iconográfico–
ha despertado un gran interés por la historiografía del arte desde principios del siglo XX. Sin
lugar a dudas, es el mejor ejemplo del nuevo paradigma figurativo del gótico internacional en
su vertiente italiana. El papel del comitente no pasa desapercibido en esta obra tan importante.
Aparece reprensado en la predela junto a su familia, en un retrato de perfil, tonsurado y con el
¿Gerardo Starnina? detalle del donante, Retablo de Fray Bonifacio Ferrer, h. 1396, Museo de Bellas Artes de Valencia.
El gótico internacional es un estilo ecléctico que se configura desde la diversidad de formas ori-
ginadas de las principales escuelas europeas. El retablo de Bonifacio Ferrer es un claro ejemplo
de la confluencia de fuentes distintas como la florentina, la franco-flamenca o la parisina. La
lapidación de San Esteban (h. 1346) de los Museos Vaticanos, una de las últimas producciones
realizadas por Bernardo Daddi, se muestra como un referente compositivo de la misma escena
en la predela del retablo valenciano. Daddi, discípulo de Giotto, supo adaptar los modelos de
su maestro hacia un lenguaje más suave y realista que aquí nuestro pintor reelabora en clave
internacional. Hériard Dubreuil destacó las conexiones directas entre estos dos pintores a tra-
vés de sus sucesores Puccio di Simone, Orcagna, Nardo y Jacopo di Cione.163
El eclecticismo del repertorio formal empleado en el retablo remite en ocasiones a obras poste-
riores de Starnina como el políptico de Lucca que se encuentra repartido en diferentes colec-
ciones: la Dormición de la Virgen en el Philadelphia Museum of Art; la Asunción de la Virgen en
Harvard University, The Fogg Art Museum, Cambridge (Mass.); las tablas de San Miguel Arcán-
gel, San Juan Bautista, San Juan Evangelista y Santiago Apóstol del Museo Nazionale di Villa Gui-
nigi de Luca y, por último, la predela con la Adoración de los pastores en una colección particu-
lar de Turín, la Adoración de los Reyes Magos del Nelson Atkins Museum de Kansas City y la
Presentación de Jesús en el templo, de la colección Rob Smeets de Milán.164 Todas estas piezas dis-
persas pertenecientes a un políptico pintado por Starnina hacia 1405 se han podido recompo-
ner gracias a las investigaciones de Alvar Gonzales Palacios, Andrea De Marchi y Milvia Bollati.
La tipología del rostro de Cristo en el retablo de Bonifacio Ferrer coincide con un dibujo de
modelos realizado en la región de Bohemia a finales del siglo xv y que a su vez vuelve a utili-
zar el autor del retablo de la Santa Cruz del Museo de Bellas Artes de Valencia. Pero hay más
detalles en el retablo de Portaceli que, como cita Brandon, son elementos atípicos de Florencia
o se parecen poco al estilo de Gerardo Starnina. Los paisajes rocosos, el giro del cuerpo de Cris-
¿Miquel Alcanyís? detalle del rostro de Cristo, Retablo de la Santa Cruz, h. 1405,
Museo de Bellas Artes de Valencia.
to en la escena del bautismo, la figura de san Pablo cayendo del caballo, o las figuras que ocul-
tan sus rostros con los ropajes en el Cristo Varón de Dolores de la predela, tienen una conexión
muy directa con el arte contemporáneo centroeuropeo.
La identificación de la obra con Starnina, a pesar de ser un tema cada vez menos cuestiona-
do, continúa presentado algunas lagunas y otros avances. Justo en el momento en que debió
de pintarse el retablo, existe un vacío documental del pintor (22 de diciembre de 1395 y 7
de julio de 1398) mientras que el resto de pintores florentinos permanecen en la ciudad. La
proximidad de Bonifacio Ferrer con el círculo artístico florentino queda ahora documentado
con la exhumación en el Archivo Municipal de Valencia de unos acuerdos municipales165
referentes a una provisión de trescientos florines destinada a fray Bonifacio Ferrer, prior de
Portaceli, que se encuentra en Aviñón, en la corte de Benedicto XIII: “tro en quantitat de tre-
ents florins a obs o mester de la provisió o provisions papals que·n cort del Sant Pare per nom
de la ciutat demanà sobre lo fet dels coronats”. Unos meses después, Simone d’Estagio, mer-
cader de Florencia, que había sido procurador de Gerardo di Jacobo en 1395, tramita una
letra de cambio pagada por Bonifacio Ferrer, “pagats al honrat en Simó d’Estajo, mercader flo-
rentí, cent florins d’or comuns d’Aragó, los quals per letra de cambi sua, dreçada a l’honrat
n’Andreu de Tieri, mercader florentí en Avinyó, ha liurats o fer liurar e comptar per mans del
dit n’Andreu e complir al reverent e religiós frare Bonifaci Ferrer, resident en cort del pare
sant en la ciutat d’Avinyó”. Es evidente que el comitente de la obra tenia recursos suficientes,
posiblemente de la venta del señorío de Alfara antes de tomar el hábito de cartujo, como
apunta García Borras, para contratar a uno de los pintores más cotizados y relevantes del
momento en Valencia. También era un requisito que su autor o autores tuvieran la capacidad
para expresar con los pinceles toda la carga iconográfica que conlleva la obra. En estas cir-
cunstancias, y en ese momento, los pintores que reunían estas condiciones son Gerardo Star-
nina, Esteve Rovira o Marçal de Sas.
Leandro de Saralegui propuso a Esteve Rovira, y Hériard Dubreuil no descartó la hipótesis con
la supuesta estancia de éste en Florencia hacia 1380. La propuesta no ha tenido mayor reper-
cusión crítica fundamentalmente por la escasez de referencias documentales de Rovira y la
fuerza que cobra Starnina con su identificación con el Maestro del Bambino Vispo. Los nexos
entre el retablo de Portaceli, la predela de Alpuente y al retablo de la Santa Cruz del Museo de
Bellas Artes de Valencia, caracterizados por una fuerza expresiva común propia de un pintor
nórdico, deja las puertas abiertas a una posible colaboración del Maestro Marçal de Sas.
La última obra que merece una especial atención por su gran calidad técnica es el retablo de la
Santa Cruz que, procedente del convento de Santo Domingo de Valencia, se conserva en el Museo
de Bellas Artes de Valencia. De nuevo la combinación de modelos florentinos, que parecen saca-
dos literalmente del retablo de Bonifacio Ferrer, y la carga expresiva, que apunta hacia la prede-
la de Alpuente o al retablo del Centenar de la Ploma, nos sitúan en un difícil reto de interpreta-
ción que solo se puede comprender desde la participación colegiada de dos maestros.
La disposición abigarrada de las figuras en la parte inferior de la tabla central con una extraor-
dinaria galería de rostros nos remite al horror vacui de la batalla del Puig en el retablo de Lon-
dres. El drama de los crucificados, especialmente el mal ladrón,
es propio de un gran maestro que está en contacto o dispone de
información directa de la pintura europea del momento.
La nueva técnica al óleo ya había sido experimentada en los trabajos de Sarrià para el cabildo
de la catedral de Valencia en 1431: “paguí a·n Goçalbo Sarrià, pintor per lo pintar del faristol
nou (…) lo qual per la grassesa de la fusta se hac a pintar ab colors an olí e ginolí e altres maes-
trics”. En el retablo de Xàtiva el pintor garantizaba que su pintura no se desprendería al menos
durante cinco años: “lo dit mestre Goçalbo que si dins cinch anys per culpa sua la pintura sor-
tira o scupira lo dit retaule que la harà tornar a ses despeses”. Solo la seguridad en los nuevos
materiales pictóricos podía permitir al pintor esta licencia.
La formación de Gonçal Peris Sarrià la situamos en el taller de Pere Nicolau a finales del siglo
XIV. En la testificación del pintor Joan Justícia, en el proceso de 1409, cita a Gonçal Sarrià como
uno de los pintores que frecuentaban el taller de Nicolau. Así, su trayectoria profesional se desarro-
lla al mismo tiempo que la de Jaume Mateu, con quien comparte algunos trabajos, aunque Sarrià
seguramente abandonó mucho antes el taller del maestro. Entre el 8 y el 27 de marzo de 1402
trabaja a sueldo en la continuación de los entremeses que se preparan para la fiesta de los reyes
y que se había cancelado en julio de 1401 por la epidemia de peste. Gonçal Sarrià participa con
los pintores Antoni d’Exarch, Antoni Peris, Baltasar, Domingo del Port, Francesc Despuig, Fran-
cesc Vidal, Joan Borrell, Joan Peris, Pere Colivella, Sanxo Vilalba, Guillem Arnau y Guillem
Scoda. Otros pintores que habían iniciado el mismo trabajo el año anterior, en las atarazanas del
puerto, ya no aparecen en estas fechas puesto que debieron abandonar la ciudad: Marçal de Sas,
Domingo Adzuara, Gerardo Starnina, Gonçal Peris, Joan Manyes, Joan Porta, Joan Sanç y Vicent
Serra.
Nuevos documentos, todavía inéditos, que se suman a los numerosos existentes, sitúan a Gon-
çal Peris Sarrià realizando importantes trabajos en la segunda década del siglo XV, aunque su
momento de mayor actividad y prestigio fue en la década de 1430. El bellísimo retablo de San
Martín y el pobre, Santa Úrsula y San Antonio Abad (h. 1440) del Museo de Bellas Artes de Valen-
cia, a pesar de ser una obra atribuida, es una de las pinturas más relevantes del siglo XV por su
excepcionalidad, al tratarse de una obra filoflamenca, cumbre de la escuela valenciana del gótico
internacional. La influencia de la pintura flamenca de Lluís Dalmau, tras su regreso de Flandes
en 1431, es perceptible en la consistencia de las imponentes figuras de san Antón y santa Úrsula
tratados como auténticos retratos verídicos. El nuevo estilo llega en un momento en el que el pin-
tor está totalmente consolidado y en plenitud de su carrera, por lo que no se produce un cam-
bio muy significativo en su obra. Todavía están presentes otros elementos más tradicionales como
la figura más cortesana y elegante de san Martín, las historias de la vida del santo titular en las
tres escenas del ático o las casas de la predela con el Christus patiens en el centro.
Por último, un retablo de esta época, de difícil adjudicación por su eclecticismo formal, es el
procedente de la catedral de Burgo de Osma (h. 1430), cuyas piezas se conservan en el museo
de la catedral de la misma ciudad, el Museo del Louvre y el Museo Marès de Barcelona. Crono-
lógicamente pertenece a la década anterior a la del retablo de San Martín y todavía no ha reci-
bido la influencia del arte flamenco. La tabla principal representa a la Virgen entronizada con el
En septiembre de 1431 Lluís Dalmau (h. 1400-h. 1461), pintor del rey Alfonso el Magnánimo
(1396-1458; coronado monarca en 1416), viajó pensionado a Flandes con el expreso manda-
to del rey de aprender a pintar como “mestre Johan lo flamenc”, es decir, como el famoso Jan
van Eyck (h. 1390-1441). Es un indicio claro e inequívoco de por dónde iba el gusto áulico
europeo de aquellos años. El objetivo de Dalmau era taxativo: debía aprender a copiar literal-
mente las obras, las formas y las maneras eyckianas, tal cual lo anhelaban y deseaban también,
y por lo que competían con vehemencia, muchos otros monarcas homólogos de la Europa del
cuatrocientos. Y se sabe, además, que Alfonso el Magnánimo poseía entre su tesoro artístico
más privado y preciado un San Jorge y un tríptico de la Anunciación realizados por el famoso
Jan Van Eyck.176 Incluso sabemos también, entre otros muchos ejemplos que avalan lo que
aquí se está proponiendo, que los Jurados del Ayuntamiento de Valencia adquirieron, todavía
en 1494, es decir, muy a finales del siglo XV, un retablo del Juicio Final realizado por Vrancke
van der Stockt (Bruselas, ca. 1420-1495), seguidor del famoso pintor flamenco Roger Van der
Weyden. Como escribió Josep Gudiol en 1955, hacia 1440 Flandes se puso de moda en Valen-
cia y en toda España; se explica así, por ejemplo, la clara apuesta flamenca del Retablo de San
Martín y el pobre, Santa Úrsula y San Antonio Abad que Gonçal Peris Sarrià, pintor iniciado en
el Gótico Internacional, realizó hacia 1440, obra importante a la que ya nos hemos referido en
las páginas anteriores.
Es cierto que numerosos libros de nuestras bibliotecas especializadas acentúan (a nuestro juicio
excesivamente) la potencia pictórica del Quattrocento (siglo XV) italiano, pero la verdadera reali-
dad estética de la Europa de buena parte de la mencionada centuria (y en Valencia sin duda)
proclama con absoluta justeza y sin apenas fisuras que tanto el popolo minuto como los monar-
cas y las clases pudientes de aquella centuria miraron más hacia Jan Van Eyck (Flandes) que
hacia Masaccio (Italia).
Aunque las razones de este nuevo gusto puedan ser muchas, conviene destacar, como ya hiciera
Laínez Alcalá en 1935, referido al conjunto del territorio español, que existe “una indudable
afinidad de temperamento que hace que la semilla del arte de Flandes fructifique en tierras his-
panas”.177 De hecho, y de acuerdo ahora con un lúcido pensamiento de José Camón Aznar, con
la corriente o estilo hispanoflamenco estamos, nada más y nada menos, que ante “una de las
cimas de la sensibilidad española”.178 Ahora bien, parece justo señalar que la razón última de
esta clara afinidad entre la pintura flamenca en general y la española en particular reside en una
especie de sentimiento religioso similar entre ambas culturas visuales. Según Diego Angulo
buena parte de nuestra inclinación descansa en “el carácter más acusadamente devoto de los
primitivos flamencos”.179 Recuérdese, como ha insistido varias veces Jacques Le Goff, que en
Jan Van Eyck llegó con la embajada del duque de Borgoña a Valencia en 1427, donde fracasó la
misión de obtener para Felipe el Bueno la mano de la sobrina del rey Alfonso el Magnánimo, la
princesa Isabel, hija del último conde de Urgel, Jaime II. Aquí, qué duda cabe, el pintor del rey
de la Corona de Aragón, Lluís Dalmau, conocería por primera vez al famoso maestro del duque
de Borgoña. Sin embargo, el 19 de octubre del año siguiente (1428), Jan Van Eyck salió de
nuevo de Flandes, esta vez en dirección hacia Portugal, con el objeto de asistir a la petición de
mano de la mayor de las hijas del rey Juan I, la princesa Isabel. Su llegada a Lisboa tuvo lugar
en diciembre de 1428, momento en el que, curiosamente, coincidió de nuevo con Lluís Dal-
mau, quien fue a la capital lusitana acompañando al séquito del infante D. Pedro de Portugal,
séquito que a su vez había viajado a Valencia con el fin de obtener la mano de la princesa Isabel,
aquella que precisamente el año anterior le fue negada a Felipe el Bueno. Dalmau acaso llevaba
en su viaje un retrato de la prometida para la corte de Lisboa, con todo lo que ello pudo suponer
a un nivel de recíprocos intercambios artísticos entre el pintor flamenco y el valenciano. Luego,
con el viaje de Dalmau a Flandes en septiembre de 1431, el flamenquismo ya fue una incues-
tionable realidad, no sólo en Valencia, sino en toda la Corona de Aragón, a pesar de que Alfon-
so el Magnánimo, residente en Nápoles desde 1442, pronto se convirtió en “més príncep del
Renaixement italià que rei dels catalans”.182
Triunfó de tal modo y con tanta claridad el nuevo gusto hiperrealista flamenco, que el 29 de
octubre de 1443 Dalmau fue capaz de pintar a los consejeros de Barcelona “ab le façs així
pròpies com ells vivents les han” (tomado del contrato para realizar la Virgen de los Consejeros
del Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona),183 es decir, con los rostros de cada conse-
jero tal y como eran en verdad, o lo que es lo mismo, retratándolos junto a la mencionada Vir-
gen con la máxima fidedignidad posible. Todo esto, clave para la historia de la pintura valen-
ciana e incluso hispana, no se exigió ni se dio en ningún contrato del Gótico Internacional.
La Mare de Déu dels Consellers (o “Virgen de los Consejeros”) es una obra extraordinaria, muy
importante e influyente (aunque quizá de forma un tanto indirecta) en el marco de la pintura
catalana y valenciana del siglo XV. Son soberbios, por ejemplo, los precisos retratos de los cinco
consellers (Ramon Savall y Antoni Vilatorta a la derecha, bajo la protección de San Andrés, y el
Conseller en Cap Joan Llull, Francesc Llobet y Joan de Junyent a la izquierda, bajo la protec-
Con Lluís Dalmau, sin embargo, surge la primera y muy importante duda historiográfica de la
pintura valenciana de este periodo. Una pregunta básica y obvia que podríamos resumir del
siguiente modo: ¿Qué pudo pintar, Dalmau, en Valencia, desde que regresó de Flandes en 1436
(o quizá antes) hasta que contrató en Barcelona, en 1443, la citada Verge dels Consellers? Resul-
ta como mínimo muy curioso y extraño, por no decir incomprensible, que no nos quede ni un
solo resto seguro en Valencia del pintor del rey, del pintor más influyente, prestigioso y solici-
tado de todo el territorio valenciano. Sabemos por Mercedes Gómez-Ferrer que ya desde el 22
de diciembre de 1425 (tres años antes de la fecha hasta ahora barajada por la crítica) está vin-
culado al Real, donde cobra un trabajo como cofrenero o decorador y donde realiza unas señales
en una de las puertas de la segunda torre del “Real vell”,184 pero esta misma autora juzga
desalentador no encontrar encargos pictóricos significativos para el maestro más destacado de
este periodo, con “unas extraordinarias dotes” y con quien además el rey gastó “una importante
suma para su aprendizaje pictórico en Flandes”.185Fue quizás a partir de este desolador panora-
ma que Dalmau pidió en 1438 a su hemano Manuel, mercader, que le alquilara una casa en
Barcelona, aunque nada seguro hay de su traslado a Barcelona antes de 1443, cuando contrata
el mencionado Retablo de la Verge dels Consellers.186
Diversos autores (Tormo, 1923, p. 146 y 1932a, p. 22, 1932b, fasc. I, p. 32; Post, 1935, p.138-
142; Martin-Méry, 1954, pp. 98-99; Gudiol, 1955, pp. 239-240; Camón, 1966, pp. 383-384;
Ruiz Quesada, 1997, p. 127; Alcoy, 1998, p. 302) consideraron que tal vez en los estilemas tan
rotundamente flamencos de una preciosa Anunciación del Museo San Pío V de Valencia (una de
las tablas más hermosas del siglo XV en toda la Corona de Aragón) podría estar la personalidad
del Lluís Dalmau valenciano tras su regreso de Brujas donde aprendió la maneras pictóricas de
Jan van Eyck y otros maestros flamencos. Otros expertos, sin embargo, prefieren adjudicar la
citada obra al Maestro de Bonastre que bautizó Saralegui en 1960, o bien, como planteara José
y Pitarch en 1986, al Jacomart en sus primeros años de actividad en Valencia, antes de partir
hacia Nápoles, requerido por el rey en 1442. Incluso se ha pensado también en la posibilidad
de que en la rica personalidad del Maestro de Bonastre se escondiera no sólo la de Jacomart,
sino la de otro pintor anónimo valenciano muy interesante, a quien la crítica hasta ahora ha con-
venido en llamar el Maestro de la Porciúncula (Saralegui, 1937; Post, 1947, p. 825). Esta últi-
ma hipotésis fue planteada por Montolio y Ruiz Quesada en 2003, y por este último en 2006.187
Todo son propuestas atractivas que deben tenerse muy en cuenta, si bien, como indicó José
Pitarch en 2001, conviene esperar a que la documentación o nuevos datos pictóricos confirmen
con más veracidad alguna de las hipótesis hasta ahora planteadas. Según Pitarch cualquiera de
ellas debe mantenerse, por ahora, “con el freno de mano puesto”.188
LUIS ALIMBROT
decir, una inequívoca obra flamenca, de corte eyckiano, que refuerza y expli-
ca muy bien la perfecta incidencia de los registros pictóricos de “Mestre Johan
lo flamenc” en tierras valencianas. También se le atribuye una atractiva Cruci-
fixión de la antigua colección Bauzá, cuyo gusto por las figuras pulcras,
aunque histriónicas, diminutas y abigarradas, es lo que mejor lo distingue.
Charles R. Post propuso en 1943 que en la figura del poco conocido Jordi Alim-
brot (doc. en Brujas hasta 1461, y en Valencia entre 1463 y 1481), hijo del
Alimbrot anterior, podría residir la notable personalidad anónima del Maestro
de San Lucas (activo en el Alto Palancia, Catellón, h. 1450-1465), pero más allá
de la clara vocación eyckiana que se observa en la sobria figura central del San
Lucas que da nombre al retablo y maestro homónimo, no hay pistas, suficientes,
que nos permitan sostener, con plena convicción, la mencionada identificación.
Aunque nada hay seguro, quizá sea preferible mantenerlo como un buen maes-
tro anónimo que, por otra parte, ya fue capaz, al menos en un singular com- Maestro de San Lucas: Retablo de San Lucas, h.
partimento del retablo citado como el de las “predicaciones y curaciones mila- 1463, Museo Diocesano, Segorbe.
El conocido como Maestro de la Porciúncula, parece que pudo estar activo en el Reino
de Valencia entre 1450 y 1470. De todos modos, en algunas formas y repertorios deco-
rativos de este gran maestro anónimo también se observan algunos resortes de signo
italianizante. Conviene advertir, en este sentido, que Jacomart, visitó Italia en 1442,
y que en su regreso definitivo a Valencia en 1448 pudo haber traído y difundido entre
los maestros valencianos de aquella época algunas de las primeras novedades del
Renacimiento italiano.
Según Ruiz Quesada existen relaciones formales y decorativas entre algunas obras de
Jan van Eyck que el Magnánimo tuvo en su colección de Nápoles (por ejemplo el lla-
mado Tríptico Lomellini adquirido en 1444 durante la estancia de Jacomart en la corte
partenopea) y la Virgen de la Porciúncula, lo que podría avalar la identificación entre
ambos maestros. Añade, además, el mismo autor, que tal vez Jacomart llegó a ver en
Génova (en el hipotético viaje que pudo hacer para asesorar al rey en la compra del
mencionado Tríptico Lomellini) otra importante obra de Van Eyck: el Tríptico de la Vir-
gen con el Niño, San Miguel y Santa Catalina que el citado pintor había realizado en
1437 para la familia genovesa de los Giustiniani y que ahora se conserva en la
Maestro de la Porciúncula: Virgen de la
Porciúncula, h. 1450, Museu Nacional Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde. Una obra que de acuerdo con Ruiz Quesada
d’Art de Catalunya, Barcelona. habría podido inspirar el baldaquino y diversos elementos decorativos de la principal
BERTOMEU BARÓ
Otro maestro importante y de calidad, además de bastante relacionado con la obra del
Maestro de la Porciúncula es Bertomeu Baró, documentado en Valencia entre 1464 y Bertomeu Baró: Virgen con el Niño,
1479. Aunque los estilemas de Baró recogen todavía mucho de la lógica influencia fla- ángeles y familia de donantes, h. 1470,
Museo de Bellas Artes, Bilbao.
menca, el conjunto de sus hechuras plásticas ya parece dirigirse con una mayor con-
vicción hacia el mundo figurativo de inspiración e influencia italiana que Paolo da
San Leocadio y su socio Francesco Pagano comenzaron a propagar en Valencia a par-
tir de junio de 1472. Recordemos, por otra parte, que Baró llegó a colaborar en 1470
con el italiano Nicolás Florentino mientras éste se disponía a emprender las que resul-
taron fallidas (murió ese mismo año) pinturas murales del Altar Mayor de la Catedral
de Valencia.
En el Museo de Bellas Artes de Bilbao se conserva una de sus mejores obras: una pre-
ciosa tabla de Baró, firmada, que bien merece un atento y pausado estudio. Se trata
de una exquisita Virgen con el Niño, ángeles y familia de donantes que aparece parcial-
mente firmada “...berthomeu... ar...” (h. 1470), y que constituye sin duda una de las
mejores tablas tardogóticas del rico museo de bilbaíno. Es especialmente seductora la
cabeza de la Virgen, admirablemente resuelta con una pincelada de inconfundible
embrujo idealizado, y que consecuentemente entronca con la voluntad plástica del
Renacimiento italiano.
A Baró también le pertenece una refinada Virgen de la Leche que se conserva en la igle-
sia parroquial de Ademúz (h. 1460-1470). En este caso destaca el rostro introvertido
de la Virgen (de nuevo italianizado) y el buen retrato del donante arrodillado a los
pies, representado con una escala algo más reducida, como acostumbra a suceder con
los donantes de la pintura española. Al fondo vemos una especie de diminuta capilla
gótica con finas cresterías, figurillas, baquetones y cárdinas en grisalla.
Estamos ante un tipo de pintura (la de Jacomart y Reixac) que suaviza los
aspectos más virulentos del realismo flamenco, y que en cambio ofrece poses,
expresiones, miradas, y ademanes algo más en sintonía con la tradición deco-
rativista del gótico valenciano anterior, contemporizando, además, con
algunos aspectos de la nueva impronta del humanismo figural y decorativo
Joan Reixach (?): San Benito, 1448,
Museo de la Catedral de Valencia.
de signo clásico italiano (recuérdese que Jacomart estuvo en Nápoles y en
Tívoli). De ambos maestros, Joan Reixac, mucho más longevo que Jacomart,
se encargará de extender con un gran éxito el mencionado estilo pictórico hasta los albores del
siglo XVI.
Se ha comentado (por pistas documentales convincentes) que la obra que suponíamos de Jaco-
mart podría ser de Reixac. Tendríamos entonces, en esta última figura, una especie de gran y
afortunadísimo maestro de la pintura valenciana del siglo XV. En cambio, el anónimo Maestro
de Bonastre podría ser el verdadero Jacomart. Se trata, sin embargo, como ya se ha señalado
también en su momento, de una hipótesis perfectamente verosímil y al mismo tiempo comple-
tamente abierta. He aquí una de las mayores grandezas de la disciplina de la historia del arte.
De todos modos es posible que, Jacomart y Reixach hubieran podido ser socios (algo, por otro
lado, muy frecuente y normal en aquella época) aunque esto hubiera podido suceder en la som-
bra de los contratos nominales de uno y otro pintor. No sería la primera vez que esto sucede en
el terreno de la pintura valenciana e hispana en general. Partimos, para lo dicho, de una premisa
básica y medular en la Historia del Arte Medieval: el concepto de taller en el desarrollo de la
pintura valenciana de los siglos XIV, XV y XVI. Sabemos, por ejemplo, y con toda certeza (véase
Todo esto no es óbice para que se admita y reconozca que obras que se
creían de Jacomart están documentalmente relacionadas con Reixac (San
Benito de la Catedral de Valencia, Retablo de la Santa Cena de Segorbe, y
Retablo de Alfonso Borja de Xàtiva). En el San Benito de la catedral de Valen-
cia Reixac cobró una parte el 30 de octubre de 1448, por más que pueda y
deba aducirse que en esa misma fecha Reixac estaba realizando el Retablo
de Santa Catalina de Villahermosa del Río con unos parámetros formales y
estilísticos sensiblemente diferentes. Es decir ¿debemos admitir como con-
cluyente que el mencionado San Benito sea obra exclusiva de Joan Reixac
por más que formalmente diste mucho de lo que en idéntica fecha este
mismo pintor estaba realizando, con toda certeza, en Villahermosa del Río?
Otros aspectos que merecen una seria revisión tienen que ver con el San
Miguel de Reggio nell’Emilia (procedente de Burjasot) y todo lo que atañe
a la Santa Margarita del Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona, y
al ostentoso Retablo de Santa Úrsula del mismo museo catalán. Ya se ha
Jacomart (?): Santa Margarita, 1456,
señalado en su momento las dudas que se plantean si todo quiere atribuirse Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona.
por un igual a Joan Reixac.201 Estamos, por tanto, en definitiva, ante otro
problema historiográfico que a nuestro juicio y por el bien de todos debería permanecer
abierto; con “el freno de mano puesto” como bien opinó en su día Antoni José i Pitarch.
* * * * *
Por razones obvias de espacio debemos resumir al máximo la atención a los pintores activos en
la zona de Castellón: el Maestro de Altura (activo en Altura y toda la zona del Alto Palancia en
el entorno de 1450), quien muestra algunos estilemas filohuguetianos; el atractivo Maestro de
Segorbe (activo también en la amplia zona del Alto Palancia y en Cataluña entre h. 1450 y h.
1480, y muy afín, en definitiva, al ya citado Maestro de San Lucas); o bien el catalán Valentí
Montoliu (activo a partir de 1448 en la zona del Maestrazgo), autor junto con su extenso cír-
culo de un peculiar y “barbarote realismo”,202 que incidió en la obra del mallorquín Martí
Torner, activo en el reino de Valencia, especialmente en tierras de Morella, entre 1480 y 1497.
Del mismo modo que debemos postergar para otra ocasión el tema de la enorme influencia en
Cuando en junio de 1472 llegó al puerto de Valencia el todopoderoso cardenal Rodrigo de Borja,
vicecanciller de la Iglesia de Roma y arzobispo de Valencia, se produjo algo más que una excep-
cional visita diplomática a la capital del reino valentino. Dos años antes, el 21 de mayo de 1469,
día de Pentecostés, ardió el Altar Mayor de la Catedral de Valencia “ab unes espurnes que havien
sortit de matí a la missa fent-se la palometa” .206 Ese mismo año, para reparar tal fatalidad, el bene-
ficiado mosén Joan Ridaura fue a Castilla para requerir los servicios de Nicolás Florentino, aunque
éste falleció en noviembre de 1470, al poco de haber intentado iniciar las pinturas murales de la
catedral levantina. Entonces es cuando aparecen en escena el cardenal Borja y los pintores Paolo
da San Leocadio y su socio Francesco Pagano, autores por fin, en la cabecera de la catedral de
Valencia, del conjunto de pintura mural más precoz (con permiso de Florentino en su obra al fres-
co de Salamanca en 1455) pero sobre todo importante y destacado de todo el Renacimiento. Algo
verdaderamente excepcional, principalment pintado por un joven, Paolo da San Leocadio, quien
lo inició con 24 años y lo acabó en 1481 con 33. Antes hubo un fracaso estrepitoso de Joan Reixac
(o Pere Reixac) de continuar en 1471 lo iniciado por Florentino, lo que de nuevo indica la merma
creativa (y por supuesto en este caso fundamentalmente técnica) del mencionado pintor.207 Al
margen de este pequeño percance, desde un punto de vista de mecenazgo resulta claro que Rodri-
go de Borja convirtió su catedral en una privilegiada atalaya y punta de lanza de la renovación pic-
tórica valenciana y peninsular en clave renacentista.
Se ha especulado que Pagano se habría podido formar en la corte de Ferrara, junto a Paolo,
ambos al servicio o vinculados al magisterio de los grandes maestros ferrareses Cosme Tura y
Francesco del Cossa, pero también es plausible la posibilidad de que hubiera trabajado antes en
Roma, de acuerdo con la referencia de “habitant en Roma” que aparece en el testamento que
Pagano realizó en Valencia el 25 de julio de 1476. Incluso, de acuerdo, con la sagaz e inteligente
Adele Condorelli, es posible que también Leocadio, a quien en alguna documentación se le
* * * * *
de Jérica y documentado en Valencia entre 1511 y 1517), cuyas formas, aunque bastante per-
sonales, son también muy italianizadas. En la zona alicantina podríamos referirnos a la figura
del Maestro de Onil, con unos presupuestos estilísticos algo semejantes a los de los maestros
citados anteriormente. Y no nos olvidemos del influjo de la tradición valenciana principalmente
representada por Reixac y continuada por el Maestro de Perea y también en parte por el citado
Maestro de Xàtiva.
Aunque Paolo da San Leocadio y los Hernando empujaron mucho para hacer realidad el triun-
fo del Renacimiento en Valencia, nos parece justo considerar a Vicent Macip como un impor-
tante precursor del nuevo rumbo rafaelesco que tomará la pintura valenciana a partir de 1525,
poco después de “l’alçament popular, la guerra i la repressió de les Germanies”.214 Su obra tiene
mucho del magisterio de San Leocadio (y también, aunque menos, de los Hernando), pero
pronto, junto a su hijo Joan de Joanes, será quien reorientará la pintura valenciana hacia el
En cuanto a su estricta formación artística, y aunque nada se sabe con plena seguridad, es muy
posible que Joan de Joanes hubiera visitado Italia –quizá por expreso deseo y recomendación
de su padre– con el fin de conocer y perfeccionar mucho mejor el personal estilo rafaelesco de
su pintura.216 Aunque unas tablas de Sebastiano del Piombo que se encontraban en Valencia
también debieron influir en su primera formación. Pero además del valor de estos influjos,
¿Dónde reside lo fundamental del embrujo plástico de la pintura joanesca? Nos parece que hay
PINTORES POSTJOANESCOS
Aunque sea de una forma breve nos gustaría mencionar los nombres de Joan de Joanes: Bautismo de Cristo, detalle de Cristo,
1535, Catedral de Valencia .
algunos seguidores de Joan de Joanes. Es verdad que el techo creativo de
Joan de Joanes no fue alcanzado por ningún otro pintor activo en Valen-
cia y su reino durante los últimos años del siglo XVI, pero hubo maestros
de buen oficio. Tenemos, por ejemplo, a la activa familia de los Requena,
bien estudiada por F. Benito, entre cuyos diversos miembros (Gaspar el
Viejo y Gaspar el Joven, Vicente el Viejo y Vicente el Joven) destaca
Vicente Requena el Joven (Valencia 1556 – h. 1607), autor de diversas
obras en el monasterio jerónimo de San Miguel de los Reyes en Valencia,
en el Monasterio de Santa Maria del Puig (Valencia), en la Basílica de los
Desamparados de Valencia y en algunas pinturas del “Brazo Eclesiástico”
que se conservan en la “Sala Nova” del Palacio de la Generalitat Valen-
ciana realizadas en 1592.
En cuanto al fraile jerónimo Nicolás Borrás debemos señalar que tras los
brillantes estudios realizados por Lorenzo Hernández Guardiola en
1976 su pintura ha sido correctamente filiada y sobre todo bien distin-
guida y reconocida. Nos parece que Borrás es el discípulo de Joanes con
más y mejor oficio pictórico, con un dibujo apurado, capaz y riguroso
que le lleva a dominar cualquier tipo de expresión, figuración y com-
posición plástica. Es cierto que Borrás fue fundamentalmente un “propa-
gador de imágenes en clave devota” (G. Mayans), pero no por ello dejó
de alcanzar un techo creativo bastante personal y elevado. Una obra, por
ejemplo, como el Camino del Calvario del retablo mayor de la iglesia del
Monasterio de San Jerónimo de Cotalba (Alfauir, Valencia, conservada
en el Museo San Pío V de Valencia) que Borrás realizó entre 1575 y
1579, demuestra un gran oficio pictórico, además de un inteligente
manejo de algún grabado del Pasmo de Sicilia de Rafael, en el que sin
duda se inspira la tabla borrasiana.
Cuando muere Borrás en 1612 Sariñena y sobre todo Ribalta ya han orien-
tado la pintura valenciana hacia unos derroteros distintos de los perfila-
dos por Joan de Joanes. Éste optó por una luz diáfana y un colorido ruti-
Juan Sariñena: Cristo a la Columna, 1587, Museo del lante. Ribalta, en cambio, coherente con los nuevos rumbos de la pintura
Patriarca, Valencia .
europea que había conocido en El Escorial, optó por atenuar la luz y el
colorido de sus obras, optó por un nuevo naturalismo en clave tenebrista. Este nuevo rumbo
fue iniciado en buena parte por Juan Sariñena (h. 1545-h. 1620), un maestro mucho más
interesante de lo estimado por muchos especialistas que se han ocupado de la pintura valen-
ciana en el filo de 1600, y quien, precisamente, tuvo oportunidad de permanecer en Roma,
cuna del nuevo giro estilístico europeo, en un crucial período que va de 1570 a 1575. Aprendió
entonces la lección del llamado “manierismo reformado”, de acuerdo con el nuevo espíritu
derivado de la Professio Fidei Tridentinae (es decir, derivado de la Contrarreforma católica en toda
su máxima expresión) propuesto desde 1563 por Pío IV y los españoles Diego Laínez y Alfon-
so Salmerón (entre otros grandes protagonistas de aquel gran evento católico), y sabiamente
desarrollado en Valencia por el Patriarca San Juan de Ribera. Si Borrás supo oscurecer sus tonos
cromáticos, Sariñena tuvo la valentía de abandonar la vía idealizada del mundo joanesco, para
explorar y ahondar de un modo progresivo en el terreno de la realidad más cruda y desnuda de
los objetos y personajes representados. Se trata de un nuevo aporte clave en el desarrollo de la
pintura valenciana a caballo entre los siglos XVI y XVII. De hecho, poco antes del 15 de octubre
de 1580 Sariñena había pintado para la Generalitat Valenciana “un retrat al viu de la figura de
l’invictíssim senyor rei en Jaume”. Lo demuestra también el severo retrato que hizo de San Luís
NOTAS:
1 ESCOLANO, Década primera... 1610, vol. I, Libro quinto, cap. XXX, nº 10, columnas 1132-1133.
2 XIMENO, Escritores..., 1747, tomo I, pp. 114-115. ORELLANA, Biografía pictórica..., 1967, pp. 57-71. CEÁN Diccionario histórico...,
1800, pp. 317-325. ALCAHALÍ, Diccionario Biográfico..., 1897, pp. 156-169. TORMO, Desarrollo de la pintura del siglo XVI..., 1902, pp.
86-93.
3 ZARCO, Documentos para la Historia de las Bellas Artes..., vol. LV, 1870, pp. 201 314.
4 ARQUÉS, Colección de pintores, ed. a cargo de I. Vidal Bernabé y L. Hernández Guardiola, 1982 (ms. s. XVIII).
5 PAHONER, Recopilación de especies perdidas..., in. en 1756 (ms.).
6 SUCÍAS, Los monasterios del Reino de Valencia, 3 vols., 1909 (ms.); del mismo autor: Notas útiles para la historia..., 1911 (ms.).
7 Inventario General, copia de los inventarios particulares de las Pinturas, Esculturas y Gravados..., 1838 (ms).
8 Pueden verse, a título de ejemplo, las certeras aclaraciones sobre Vicent Macip obtenidas de Sucías por SAMPER, “Una tabla de Santa
Ana con la Virgen...”, 1994, pp. 35-38.
9 TEIXIDOR, Antigüedades..., 2 vols. 1895 (ms. de 1767).
10 ORELLANA, Valencia antigua y moderna, 1923 (ms. c. 1780).
11 CRUILLES, Guía urbana de Valencia..., 1876, 2 vols.; Los gremios de Valencia, 1883. BOIX, Manual del viagero, 1849; Valencia histórica
y topográfica, 1862 (vol. I) y 1863 (vol. II). CARBONERES, Nomenclator de las puertas..., 1873. LLORENTE, España, sus monumentos...,
1889, 2 vols. CHABÁS, “Las pinturas del Altar Mayor...”, 1891. ALCAHALÍ, Diccionario Biográfico..., 1897.
12 VICIANA, Crónica de la ínclita..., 1564, vol. II, pp. 13 y 344.
13 VILLAGRASA, Antiguedad de la iglesia catedral de Segorbe, 1664, p. 183.
14 PONZ, Viaje de España, 1, tomos I-IV, 1988 (1ª ed., 1772-1774).
15Ibid. , p. 763.
16 VILLANUEVA, Viage literario á las Iglesias de España..., 1803-1852, 22 tomos, 32 vols.
17 VILLANUEVA, Viage literario á las Iglesias de España, 1803, tomo I, pp. 39 y 154.
18 CEÁN, Diccionario histórico..., 6 vols., 1800.
19 VIÑAZA, Adiciones al diccionario histórico tomo primero: Edad Media, 1889.
20 Exposición Regional Valenciana. Año 1909, 1909, p. 12 (núms. 187, 206 y 208), p. 16 (núms. 273 a 281).
21 TRAMOYERES, “Exposició retrospectiva a València”, 1909-1910, pp. 728-731.
22 Exposición Nacional en Valencia. Año 1910, 1910., núms. 1115 a 1120; cfr. GÓMEZ, “Llorenç Saragossà. Escenas de la vida de San
Lucas”, La memoria recobrada, 2005, pp. 24-29 y 255.
23 Exposición Nacional..., 1910, núm. 1463. Recuérdese también la Exposición Morellana de Arte, 1928. Muy completa también, aunque
referida al arte español en general (incluido el valenciano) fue la internacional de 1929: GÓMEZ MORENO, Exposición Internacional de
Barcelona, 1929. Más variada fue la de De Barnaba da Modena a Francisco de Goya, 1939. Del mismo año fue la Exposición del Servicio Mili-
tar de Defensa y Recuperación..., 1939. Y de fecha posterior fue muy significativa también la de Primitivos Mediterráneos, 1952, con diversas
e importantes tablas valencianas. Destaca igualmente la vicentina celebrada en el Convento de Santo Domingo: Exposición Vicentina,
1955, reseñada por AGUILERA, “Las obras y los días. La exposición vicentina”, 1956, pp. 124-132.
24 TORMO, Catálogo de las tablas de primitivos españoles, 1911.
25 TORMO, Jacomart..., 1913.
26 TORMO, Levante, 1924; Monumentos de españoles en Roma, 2 vols., 1942. Són importantes también, en el terreno de la pintura que
nos ocupa, los siguientes títulos de Tormo: Varios estudios de artes y letras, 1902; “Notas bibliográficas. S. Sanpere y Miquel...”, 1907, pp.
262-281; “Los pintores cuatrocentistas: Juan Rexach”, 1908, pp.775-788, ídem, XII, 1908, pp. 1064-1079; “Obras recién halladas del
pintor San Leocadio”, 1908, pp. 164-169; “Gerardo Starnina en España”, 1910, pp. 82-101; Un Museo de Primitivos..., 1912; “Yáñez de
la Almedina...”, 1915, pp. 198-205; Bartolomé Bermejo, 1926; “Rodrigo de Osona, padre e hijo, y su escuela (I)”, 1932, pp.101-147, ídem
(II), 1933, pp. 153-210; Valencia. Los museos..., 2 fasc. 1932; “Comentario a la Filiación Histórica”, 1932, pp. 21-26 y 1933, pp. 99-102.
27 TRAMOYERES, Instituciones Gremiales, 1889; “Un Colegio de pintores en Valencia”, Almanaque de las Provincias, 1898, pp. 159-162;
BIBLIOGRAFÍA
Aportamos aquí toda la bibliografía citada, más algún título que también nos ha parecido opor-
tuno añadir. Dado que hemos pretendido hacer una extensa selección de la historiografía que
se ha ocupado hasta el presente de la pintura Gótica y del Renacimiento en Valencia, ofrecemos
de nuevo todos los títulos ordenados alfabéticamente. Nos gustaría que iluminaran el panorama
de nuestra disciplina y que significaran nuestro más profundo agradecimiento a todos los
autores citados.