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Cuando estaba en el colegio, sabía que quería ir a la universidad y estudiar para hacer
algo en el mundo de la medicina. Tenía muchos amigos que pensaban ir a escuelas de comercio
Decían que me pasaría toda la vida estudiando y acumulando deudas, mientras que ellos
estarían en el mundo real, ganando dinero y haciendo lo que les gustaba. Yo sabía que me
encantaba servir a la gente, y el mundo de la medicina parecía ofrecérmelo, pero tenía que
convertirme en un experto en lo que aprendía. La cuestión era que no estaba seguro adónde
gustaba la idea de la Universidad de Utah, y un par de universidades más de la costa este. Todos
eran lugares con los que tenía vínculos personales y que me "sonaban cool". Mientras me
debatía sobre esta decisión, sin saber a dónde ir, había una cosa que yo sabía con certeza. No
quería ir a la BYU.
Sí. Mis padres fueron a la BYU. Sí. Ellos no se habrían conocido si no hubieran ido a la
BYU. Sí. Mis dos hermanos mayores también fueron a BYU y les encantó. Pero yo estaba
decidido a ir a cualquier otra universidad. No quería ser un eslabón más en la cadena: estudiar
en la BYU después de mi misión, conocer a una chica, casarme pronto y formar una familia a los
22 años. Quería seguir mi propio camino. Mis amigos pensaban que estaba demente por querer
estudiar medicina, y mi familia pensaba que estaba demente por querer ir a otra universidad
a poco empezaba a comprender cuánto valían realmente 1.000 o 40.000 dólares. Fue entonces
cuando me di cuenta: BYU era probablemente una opción excelente. Envié mi solicitud a pesar
de todo y me admitieron.
Ahora, en mi último año, estoy muy agradecido por haber podido venir a BYU. Pude
estudiar español y conocer a tantas personas increíbles, una de las cuales hoy es mi esposa.
Estoy seguro de que mi camino habría sido muy diferente, y echando la vista atrás, me siento