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Honorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, a los amados hijos Domingo, prior
de San Román de Toulouse, y a sus frailes tanto presentes como venideros,
profesos en la vida regular, a perpetuidad.
Conviene que a los que han elegido la vida religiosa se les dé la protección y
amparo apostólico, no sea que la incursión temeraria de algunos o los aparte de
su propósito regular de portarse como religiosos o debilite, Dios no lo quiera, la
energía o vigor de la sagrada religión.
Y en primer lugar ciertamente establecemos que la Orden Canonical, que está allí
instituida según Dios y según la Regla de San Agustín, se mantenga y guarde en
el mismo lugar en todos los tiempos de manera inviolable.
Nadie presuma exigir de vosotros o quitar a la fuerza diezmos de los frutos nuevos
de vuestros huertos, cultivados con vuestras propias manos y a vuestra costa, ni
de los pastos de vuestros animales.
Os está permitido ciertamente recibir clérigos y laicos libres y sin obligación que,
huyendo del mundo, desean ingresar en la vida religiosa y también retenerlos
entre vosotros sin ninguna contradicción.
A tu muerte ahora prior de dicho lugar o a la muerte de tus sucesores, nadie sea
nombrado superior antepuesta cualquier clase de astucia o violencia a no ser que
sea la persona que los frailes, de común acuerdo o al menos con el consenti-
miento de la mayoría o de la parte más sana, hayan elegido según Dios y según la
Regla de san Agustín.
La paz de nuestro Señor Jesucristo sea, pues, para todos los que guarden los
derechos del susodicho lugar, y perciban ya en la tierra el fruto de la buena acción
y ante el juez supremo hallen los premios de la paz eterna. Amén. Amén. Amén.
Adiós.
Mantened, Señor, mis pasos en tus caminos [Salmo 16,5]. San Pedro, San Pablo.
Honorio Papa III.