Está en la página 1de 1

O HENRY - 100 HISTORIAS SELECTAS 6

II
Un cosmopolita en un café A MEDIANOCHE EL CAFÉ estaba abarrotado. Por
casualidad, la mesita en la que yo me sentaba había escapado a la mirada de los
recién llegados, y dos sillas vacías extendían sus brazos con venal hospitalidad a
la afluencia de clientes. Y entonces un cosmopolita se sentó en una de ellas, y yo
me alegré, pues sostenía la teoría de que desde Adán no había existido ningún
verdadero ciudadano del mundo.
Oímos hablar de ellos, y vemos etiquetas extranjeras en muchos equipajes, pero
encontramos viajeros en lugar de cosmopolitas. Invoco su consideración de la
escena: las mesas con tableros de mármol, la gama de asientos de pared
tapizados en cuero, la alegre compañía, las damas vestidas con demostración,
hablando en un exquisito coro visible de gusto, economía, opulencia o arte, los
peinados femeninos seductores y amantes de la largueza, la música sabiamente
al servicio de todos con sus incursiones en los compositores; la mezcla de
charlas y risas y, si se quiere, el Würzburger en los altos conos de cristal que se
inclinan hacia tus labios como una cereza madura se balancea en su rama al pico
de un arrendajo ladrón.
Un escultor de Mauch Chunk me dijo que la escena era verdaderamente
parisina. Mi cosmopolita se llamaba E. Rushmore Coglan, y se oirá hablar de él
el próximo verano en Coney Island. Va a establecer allí una nueva "atracción",
me informó, ofreciéndome una diversión digna de un rey. Y entonces su
conversación sonó a lo largo de paralelos de latitud y longitud. Tomó el gran
mundo redondo en la mano, por así decirlo, con familiaridad, despectivamente,
y no parecía más grande que la semilla de una cereza Maraschino en una uva de
mesa.
Hablaba sin respeto del ecuador, saltaba de continente en continente, se
burlaba de las zonas, fregaba el alta mar con su servilleta. Con un gesto de la
mano hablaba de cierto bazar de Hyderabad. ¡Whiff! Te haría esquiar en Lap
land. ¡Zip! Ahora montabas las rompientes con los Kanakas en Kealaikahiki.
¡Presto! Te arrastró a través de un pantano de robles de Arkansas, te dejó secar
por un momento en las llanuras alcalinas de su rancho de Idaho, y luego te
metió en la sociedad de los archiduques vieneses. Enseguida te hablaría de un
resfriado que adquirió en una brisa lacustre de Chicago y de cómo el viejo
Escamila lo curó en Buenos Aires con una infusión caliente de la hierba
chuchula. Usted habría

También podría gustarte