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TALLER LITERATURA DEL REALISMO Página 1 de 3

ESTUDIANTE:
ASIGNATURA: ESPAÑOL – SEGUNDO PERÍODO FECHA: Mayo 8 de 2023
DOCENTE: LUDDY VILLAMIZAR C. CURSO: 10 -
Caracterizo los principales momentos de la literatura española, atendiendo a particularidades
COMPETENCIAS: temporales, geográficas, de género y de autor a partir de producciones literarias de la
literatura Ilustración, el Romanticismo y el Realismo.

REALISMO
La segunda mitad del siglo XIX fue una época de graves tensiones sociales y políticas que afectaron de forma decisiva la
historia de España. Socialmente, la situación podría resumirse así: · La burguesía, los grandes empresarios y
terratenientes, constituye la clase dominante del país. Se instala en el poder y se vuelve cada vez más conservadora y
moderada. · Los progresistas, integrados por pequeños empresarios, artesanos y militares de baja graduación, se
enfrentan al conservadurismo y a los privilegios de los ricos. · El proletariado, clase a la que pertenecen los obreros y
campesinos, intenta defender sus intereses; socialismo y anarquismo se enfrentan al sistema político dominante.

Culturalmente, en la época realista se desarrollan dos corrientes filosóficas que ejercieron fuerte influencia:

 El positivismo, corriente filosófica que surge tras los avances técnicos y científicos, propone la observación
rigurosa y la experimentación como únicos métodos para llegar al conocimiento de la realidad. Se desechan las
corrientes románticas en las que predominaba el sentimiento y la imaginación. El realismo literario se alimentó
de la objetividad y de la exaltación de la realidad del positivismo, para plasmar el mundo social casi que
siguiendo el mismo método experimental de las ciencias.
 La filosofía marxista surge como reacción contra el idealismo y el liberalismo. Junto a la teoría, el marxismo
propone una “praxis”: transformar el mundo, abolir la sociedad burguesa e implantar el socialismo. El realismo
tomó del marxismo la fuerza de denuncia de la situación social y la crítica al capitalismo industrial.

CARACTERÍSTICAS
 La observación rigurosa y la reproducción fiel de la vida están en el centro del Realismo.
 La pintura de caracteres, que da origen a la gran novela psicológica en que se profundiza en los temperamentos
de los personajes (Flaubert, Dostoyevski). En ambos terrenos, la pintura va acompañada con frecuencia por una
intención social o moral: crítica de lacras de uno u otro tipo.
 Las descripciones, de ambientes y de tipos, adquieren un papel importante.
 El estilo tiende a la sobriedad, a la objetividad. En los diálogos, la lengua se adaptará a la índole de los
personajes.
 Los autores asumen una posición crítica de la realidad. Rechazan lo fantástico e imaginario.
 Los escritores reflejan con precisión tanto los ambientes (costumbres, lugares, vestidos, etc.) como los
caracteres de las personas.
 La actitud del autor es a priori objetiva e impersonal ya que actúan como un notario o un cronista que por lo
general no está presente en el relato. Se suele utilizar el narrador en 3ª persona.
 El estilo suele ser natural y la lengua adaptada a la situación y la condición de vida de los personajes: culta,
popular e incluso vulgar.
 Se enfoca en lo social. Los escritores trasladaron el foco de su escritura desde el individuo hacia la sociedad y los
problemas y luchas que ocurrían en su interior.

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CUATRO SOCIALISTAS – EMILIA PARDO


De los pasajeros que se habían embarcado en Cádiz con rumbo a las africanas costas, cuatro, agrupados en la popa,
conversaban. No se ha visto cosa más heterogénea que las cataduras de los cuatro. Uno era membrudo y rechoncho, y a
pesar de vestir la holgada blusa del obrero, a tiro de ballesta se le conocía ser de aquellos del brazo de hierro y de la
mano airada, y que había de caerle bien a su tipo majo el marsellés y el zapato vaquerizo. Gastaba aborrascadas patillas
negras, y chupaba un puro grueso y apestoso. El otro, caballero por su ropa, y por sus trazas, era alto y descolorido, de
cara inteligente y seria; sus ojos miopes, fatigados, de rojizo y lacio párpado, los amparaban lentes de oro. El tercero era
un viejecito, tan viejecito, que le temblaba la barba al hablar, y la falta de diente le sumía la boca debajo de la nariz; y si
no mentía el burdo sayalote negruzco, el manto de la misma tela y color, con cruz roja, el cordón de triple nudo y las
sandalias, pertenecía a alguno de los numerosos colegios de Misioneros Franciscanos establecidos en el litoral de África. El
cuarto..., es decir, la cuarta, llevaba el desarirado hábito de las Hermanitas de los Pobres; era joven, coloradilla, de cara
inocentona y alegre, parecida a la de ciertas efigies de palo que se ven en los templos de aldea. El obrero estaba sentado
sobre un fardo, con las piernas muy esparrancadas; los demás, de pie, reclinados en la borda. —Pues na, que el hombre se
cansa de vivir a la sombra y aguantando mal quereres —gruñía el de la blusa, ceceando y escupiendo de costado—. O ha de
ser un borreguiyo que diga amén a cuanto se le antoje al patrón, y se deje chupar la sangre toda, o ya sa fastidiao. Y
aluego le cuelgan a usté el sambenito; que levanta usté de cascos a los demás, y que donde está usté se armó la gresca.
Porque me vieron en un mitin, ya too Dios que se desmandaba tenía yo la culpa. Porque un día cae una pelotera cerilla...,
un descuido..., en el almacén, y se alsa una llamará que se quería tragar la fábrica..., ¿quién había de ser? Curro, y
aposta. Yasté ve que... fumando. —Pues mucho cuidadito —respondió el de los lentes— con que en el gran establecimiento
agrícola industrial en que le daré a usted trabajo caiga cerilla ninguna... ¿eh? Porque yo tengo tan malas pulgas como los
patronos. —Y es la fija; toos los burgueses, idénticos —declaró el obrero con voz opaca y sombrío mirar. —No soy burgúes
—repuso con imperceptible desdén el aludido—. Mi padre hacía zapatos en Écija. A fuerza de privaciones me dio carrera.
Seguí la de ingeniero mecánico. No poseo un céntimo de capital; sólo tengo mi cabeza y mi corazón. Paso al África a
dirigir en parte una empresa que se funda con dinero inglés y brazos españoles, a competencia con las industrias
francesas, que son allí las boyantes. Estaré al frente de los talleres. Se me ha dado carta blanca, y podré aplicar las
nuevas y humanitarias ideas sociológicas relativas a la vida fabril. Bajo mi dirección no habrá explotados. Se amparará a la
mujer y al niño. Se ensayará la cooperación. Moralidad, equidad, justicia. Si no, dejo el puesto. Pero... ¡al que me
revuelva el cotarro..., sin escrúpulo ninguno, y como a un lobo rabioso..., le salto la tapa de los sesos! Usted verá si le
trae cuenta entrar en mis talleres. Habíase puesto en pie el obrero, y en sus morenas facciones y por su frente de bronce,
expuesta al sol, corrían como olas encrespadas arrugas profundas, surcos de odio. Su mano se crispó en la cintura,
señalando bajo la blusa el relieve de la ancha navaja cabritera. Mas de pronto, y sin transición, con la movilidad del
meridional, adoptó expresión halagüeña, melosa, casi humilde y dirigiéndose al franciscano y a la hermanita más que al de
los lentes, exclamó: —¡Pues no que no entraría! Clavos timoneros soy capaz de arrancar con los dientes pa enviar algo de
parné a la mujer y a los chiquititiyos. El corazón traigo como una lenteja, de que se me queden allá hambreando, después
de tantas crujidas y tantas necesidades como aguantaron ya en este pinturero mundo. En especial la gurruminiya de once
meses me la llevaría yo, si pudiera, en los hombros, como San Cristóbal, y le daría yo tortas de almíbar amasás con mi
sangre. ¡Por éstas!

LA REGENTA – LEOPOLDO ALAS


Pero como de abandonarse a sus instintos, a sus ensueños y quimeras se había originado la nebulosa aventura de la barca
de Trébol, que la avergonzaba todavía, miraba con desconfianza, y hasta repugnancia moral, cuanto hablaba de relaciones
entre hombres y mujeres, si de ellas nacía algún placer, por ideal que fuese. Aquellas confusiones, mezcla de malicia y de
inocencia, en que la habían sumergido las calumnias del aya y los groseros comentarios del vulgo, la hicieron fría,
desabrida, huraña para todo lo que fuese amor, según se lo figuraba. Se la había separado sistemáticamente del trato
íntimo de los hombres, como se aparta del fuego una materia inflamable. Doña Camila la educaba como si fuera un
polvorín. «Se había equivocado su natural instinto de la niñez; aquella amistad de Germán había sido un pecado, ¿quién lo

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diría? Lo mejor era huir del hombre. No quería más humillaciones». Esta aberración de su espíritu la facilitaban las
circunstancias. Don Carlos no tenía más amistad que la de unos cuantos hongos, filosofastros y conspiradores; estos
caballeros debían de estar solos en el mundo; si tenían hijos y mujer, no los presentaban ni hablaban de ellos nunca. Anita
no tenía amigas. Además don Carlos la trataba como si fuese ella el arte, como si no tuviera sexo. Era aquella una
educación neutra. A pesar de que Ozores pedía a grito pelado la emancipación de la mujer y aplaudía cada vez que en
París una dama le quemaba la cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia tenía a la hembra por un ser
inferior, como un buen animal doméstico. No se paraba a pensar lo que podía necesitar Anita. A su madre la había querido
mucho, le había besado los pies desnudos durante la luna de miel, que había sido exagerada; pero poco a poco, sin
querer, había visto él también en ella a la antigua modista, y la trató al fin como un buen amo, suave y contento. Fuera
por lo que fuere, él creía cumplir con Anita llevándola al Museo de Pinturas, a la Armería, algunas veces al Real y casi
siempre a paseo con algunos libre-pensadores, amigos suyos, que se paraban para discutir a cada diez pasos. Eran de esos
hombres que casi nunca han hablado con mujeres. Esta especie de varones, aunque parece rara, abunda más de lo que
pudiera creerse. El hombre que no habla con mujeres se suele conocer en que habla mucho de la mujer en general; pero
los amigotes de Ozores ni esto hacían; eran pinos solitarios del Norte que no suspiraban por ninguna palmera del Mediodía.

Aunque Ana llegaba a la edad en que la niña ya puede gustar como mujer, no llamaba la atención; nadie se había
enamorado de ella. Entre doña Camila y don Carlos habían ajado las rosas de su rostro; aquella turgencia y expansión de
formas que al amante del aya le arrancaban chispas de los ojos, habían contenido su crecimiento; Anita iba a
transformarse en mujer cuando parecía muy lejos aún de esta crisis; estaba delgada, pálida, débil; sus quince años eran
ingratos: a los diez tenía las apariencias de los trece, y a los quince representaba dos menos.

TALLER EN PAREJAS

1. Analice, ¿Cómo se evidencia la influencia de las dos corrientes filosóficas en el trasfondo de cada fragmento?
2. Analice y estructure dos características en cada fragmento.
3. Ubique cada fragmento en la etapa respectiva del Realismo. Defienda su postura con dos argumentos.

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