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«Que Dios tenga piedad y nos

bendiga, ilumine su rostro sobre


nosotros» (Sal 66,2). Es
particularmente significativo que al
comienzo de cada año Dios proyecte
sobre nosotros, su pueblo, la
luminosidad de su santo Nombre, el
Nombre que viene pronunciado en la
solemne fórmula de esta bendición
bíblica. En este inicio de año,
imploremos la bendición de Dios sobre
nosotros, sobre nuestras familias, sobre
nuestro país y sobre el mundo entero.
La paz se encuentra entre los anhelos
más profundos de todos los corazones.
La paz, como la creación entera, es
gracia de Dios que se nos ha confiado
para que la gestionemos, la realicemos
y la disfrutemos.
Sigamos el ejemplo de los humildes
pastores ( Lc 2,16-21) quienes vieron
más allá de las apariencias y dieron
gloria y alabanza a Dios. Ellos vieron
que en aquel niño estaba presente la
esperanza de Israel y de toda la
humanidad. Sintieron que estaban ante
el amanecer de un cielo nuevo y una
tierra nueva. Por eso su admiración,
alegría profunda, su gozo, su acción de
gracias, contemplación y de adoración.

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