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Se dice que muchos, muchos años antes de la llegada de los españoles a nuestra
tierra sucedió lo que voy a contar: había llovido mucho en aquel año y continuaba
lloviendo desde la mañana hasta la noche, sin que un rayo de sol ni de luna
iluminara los campos. Las madres y se aterrorizaban los niños porque veían caer
del cielo torrentes de agua en forma de grandes culebras que azotaban los
campos, destruían los sembrados, las ciudades, el huracán azotaba los árboles y
sus ramas se rompían como enormes gigantes heridos, y el hogar tolteca corría
peligro. Así estaba aquel país de nuestros antepasados en los días del diluvio.
¿Por qué el cielo se mostraba tan severo los hombres? ¡Ah!, porque habían
faltado a su deber, no eran trabajadores, ni adoraban a sus dioses, ni eran
respetuosos con los otros hombres, sus hermanos.
Entonces los hombres pensaron hacer algo para salvarse: construyeron una gran
Pirámide, como una montaña, que llamaron Tula, alta hasta el cielo, para escapar
de la inundación. Ahí elevaron un altar a Tláloc, el dios de las lluvias, y a
Quetzalcóatl, el dios del viento; y subieron a sus familias por las grandes
escalinatas de piedra hasta llegar a la cumbre.