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El documento describe una caminata por un pueblo español en primavera, observando la naturaleza y a la gente. El autor nota arrayanes, retamas, una ermita blanca construida cerca y flores de jaramago amarillas. También ve a una mujer mayor cuidando bueyes, una joven con una mantilla adornada con madroños y niños jugando entre árboles.
El documento describe una caminata por un pueblo español en primavera, observando la naturaleza y a la gente. El autor nota arrayanes, retamas, una ermita blanca construida cerca y flores de jaramago amarillas. También ve a una mujer mayor cuidando bueyes, una joven con una mantilla adornada con madroños y niños jugando entre árboles.
El documento describe una caminata por un pueblo español en primavera, observando la naturaleza y a la gente. El autor nota arrayanes, retamas, una ermita blanca construida cerca y flores de jaramago amarillas. También ve a una mujer mayor cuidando bueyes, una joven con una mantilla adornada con madroños y niños jugando entre árboles.
En una soleada mañana de primavera, me adentré en la vega cercana al pueblo,
donde el arrayán, un pequeño arbusto de hojas verdes y hermosas flores blancas,
crecía en grupos alrededor de las retamas sin vida. Mientras caminaba, una brisa ligera hizo que las ramas se cimbraran suavemente. Al llegar al pueblo, me uní a un corro de aldeanos que se habían reunido para charlar y compartir historias. Noté que una de las mujeres llevaba un vestido adornado con un embozo de Holanda, que contrastaba con el paisaje enjuto que rodeaba el lugar. En el centro del corro, alguien mencionó una anécdota sobre la enjundia de una gallina que se había escapado de la granja. Cerca de donde estábamos, se construyó una pequeña ermita blanca, un lugar de paz en medio de la naturaleza, donde los pueblerinos llegaban en romería para encontrar consuelo. La construcción de la ermita había sido una faena por toda la solería y el pedernal necesitados , pero valió la pena, ya que se convirtió en el refugio para muchos. Al lado de la ermita, florecían jaramagos, mi planta preferida con hermosas flores amarillas que añadían un toque de color a las calles del pueblo. En el camino de regreso, vi a una mujer mayor, conocida por ser machorra y soltera toda su vida, cuidando de sus yuntas de bueyes. Al seguir caminando , noté a una hermosa joven con una mantilla española preciosamente adornada con madroños que colgaban de su cabello oscuro. Continué mi camino y noté que en la plaza central, un zagal tenía pedernales para encender fuegos, lo que me recordó por un segundo cuán útil es la naturaleza en nuestra vida cotidiana. Cerca de allí, un grupo de niños jugaba entre los árboles tronchados. A medida que el sol se ponía, decidí finalmente volver a casa, agradeciendo por la sosegada tranquilidad que la naturaleza y la comunidad me habían brindado en ese día.