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Donna Carlisle
Argumento:
El atractivo ingeniero Stone Harrison necesitaba una esposa
cuanto antes. Un magnífico contrato dependía de que
estuviera casado. A menos que la encantadora Allison
Carter aceptara ayudarle, perdería su mejor oportunidad
profesional. El problema era cómo convencerá Allison.
Allison Carter estaba dispuesta a hacer muchas cosas para
salvar su negocio, pero hacerse pasar por la prometida de
un desconocido no era una de ellas. Stone era el hombre
más guapo que había visto en su vida, pero el juego podía
volverse demasiado peligroso…
Donna Carlisle – Sólo era un juego
Capítulo Uno
Allison frunció el ceño sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador y
preguntó:
—¿Cómo dices que se llama?
—Stone —replicó Penny—. Stone Harrison.
Aquello despertó el interés de Allison y levantó los ojos hacia su
compañera.
—¿Seguro que has oído bien el nombre?
Penny le dedicó una mirada impaciente mientras se movía
rápidamente en la pequeña oficina, atareada en recoger papeles e informes
y guardarlos en su maletín.
—Vamos, Allison, esto es serio. ¿Has terminado con ese documento?
—¿Qué clase de nombre es ese? —Allison golpeó una tecla del
ordenador como si pretendiera que los números en pantalla le fueran más
favorables, pero no le sirvió de nada y suspiró—: Acepta mi consejo y ve sin
él.
Penny la miró con ansiedad.
—¿Crees que es tan grave?
—Créeme, peor de lo que imaginas.
Penny pareció insegura unos instantes, pero se recuperó en seguida.
—No te preocupes. Estoy segura de que a Harry se le ocurrirá alguna
forma brillante de sacarnos de esta. Siempre se le ocurre.
Harry era su contable y había probado en muchas ocasiones su
habilidad para sacar de apuros a la empresa Las chicas del cóctel desde su
creación tres años atrás. Pero Allison dudaba en su fuero interno de que
esta vez fuera capaz de sacarse otro milagro del sombrero… y era un
milagro lo que hacía falta para mantener la empresa a flote unos meses
más.
Murmuró con desgana:
—Como no nos preste el dinero para pagar los impuestos —dio en la
tecla de almacenamiento y los números se borraron de la pantalla.
—Por eso mismo —dijo Penny cerrando de golpe su maleta—, es
fundamental que consigamos el encargo del señor Harrison.
—¿Y por qué tengo que hacerlo yo? —insistió Allison—. Ya sabes la
mala impresión que causo. Tú eres la que da la cara. Ese fue el trato: tú
encandilas a los clientes y yo trabajo. Si ese tipo es importante, no querrás
que lo pierda a la primera de cambio.
Penny pareció considerar el problema mientras se atusaba el pelo y se
miraba de reojo en el espejo de la puerta. Penny había sido modelo de alta
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miraba sin entender nada, Carla le tendió una tarjeta de visita y le guiñó
discretamente el ojo—. La solución a todos sus problemas.
Stone tardó unos segundos en comprender y otros en creérselo.
Mientras Carla desaparecía cerrando la puerta, Stone miró la tarjeta y a la
mujer parada frente a él, con el mismo aire confuso. ¿Las chicas del cóctel?
¿Qué clase de broma era esa?
La mujer extendió la mano con un gesto muy profesional.
—Señor Harrison —dijo—, es un placer conocerle.
Y entonces comprendió que no era una broma. De hecho, debía ser la
solución a sus problemas.
La mano de la mujer era pequeña y suave, pero su apretón firme.
Tanto que le sorprendió. De hecho todo en ella le sorprendió, lo que
demostraba la dificultad de juzgar a la gente por prejuicios. Llevaba una
falda plisada corta con una chaqueta roja larga, medias negras y zapatos de
medio tacón. Su maletín era de piel con iniciales grabadas en el cierre.
Llevaba el pelo castaño claro cortado por debajo de las orejas y retirado de
la cara con una cinta. Todo muy conservador. Tenía buena figura, pero no
era perfecta, mucho menos voluptuosa. Era… mona. No veía otra forma de
definirla. Mona. En absoluto lo que uno espera de una mujer que se dedica a
esos trabajos.
Circunstancias que hubieran desconcertado a cualquier otro hombre,
pero si algo sabía hacer Stone, era adaptarse a las situaciones nuevas y
convertir lo extraño en favorable. Aquella situación era por lo menos
inusual, pero tardó sólo unos instantes en calcular las ventajas y
preguntarse cómo no se le había ocurrido a él. Necesitaba compañía para la
boda, una anfitriona para sus invitados, una especie de azafata. Una mujer.
Y Carla, con su clásico ingenio, había dado con la única solución posible:
una profesional del trato con hombres.
Se dio cuenta de que llevaba un rato mirándola con aire absorto y que
su silencio empezaba a ser incómodo. Dijo rápidamente:
—Bueno, señorita… —miró la tarjeta—. Carter. Por favor, siéntese.
Durante el camino hasta la oficina del señor Harrison, Allison se había
repetido todas las razones por las que odiaba tratar con clientes, y hasta
encontrarse frente a frente con él, no le habían parecido razones de mucho
peso. Allison sabía que había algo en su apariencia que impedía que la
gente la tomara del todo en serio. La habían llamado mona tantas veces
que sabía que era un handicap profesional. Estaba habituada a las miradas
de valoración de los hombres, aunque no recordaba otro examen tan
insistente como el que acababa de hacerle Stone Harrison, y lo aceptaba
como parte del trabajo. A lo que no estaba acostumbrada era a quedarse
cortada ante un hombre, particularmente ante un cliente.
Gracias a Penny y a la naturaleza excéntrica del trabajo, había
conocido toda clase de caracteres, celebridades, ricos perezosos y
excéntricos. Bastantes hombres. Algunos muy guapos, por lo menos tanto
como Stone Harrison. Le había resultado increíblemente fácil resistirse a sus
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Capítulo Dos
—Siempre dije que era un nombre idiota —repitió Allison—. ¡Las chicas
del cóctel! Siempre lo he dicho, siempre. ¿No es verdad?
Durante las dos primeras horas de su discurso, Penny se había
mostrado comprensiva, incluso había procurado ocultar su buen humor.
Poco a poco su atención se había ido agotando y llevaba un rato ignorando
por completo a su amiga. Pero Allison no necesitaba el interés de su
compañera para proseguir. Cada vez que su mente volvía a asomarse sobre
la humillante escena de la mañana, se sentía tan indignada y ofendida
como se había sentido al salir del despacho de Stone Harrison.
—Se pensó que yo era una… —pero no encontró un término que no
hubiera usado ya en las últimas horas y se sintió aún más idiota—. Ya sabes
qué se pensó que era.
Sonó el teléfono y Penny descolgó, diciendo:
—Las chicas del cóctel —hubo una pausa y Allison adivinó, por la
mirada de Penny, quién llamaba. Penny cubrió el auricular con la mano y
dijo—. Es él otra vez.
Allison se cruzó de brazos y dio la espalda a su amiga.
Penny habló al teléfono:
—Señor Harrison, no sabe cuánto lo siento…
La primera vez, Allison había colgado al reconocerlo. La segunda
llamada había sido de su secretaria explicando todo el malentendido. Allison
había estado a punto de ablandarse con la secretaria, pero su discurso
sonaba demasiado aprendido de memoria, como si el propio Stone se lo
estuviera dictando por detrás. No obstante, era evidente que el hombre
estaba complicándose la vida para excusarse por un malentendido del que
él no tenía ninguna culpa y Allison no era capaz de seguir enfadada. Pero
momentos después de despedirse en buenos términos de la secretaria el
propio Stone Harrison se había puesto al teléfono, preguntando a qué hora
podía pasar a recogerla al día siguiente. Allison había estallado de nuevo: el
tipo se lo tomaba todo a broma.
Le había colgado otra vez. Ahora tenía dos ramos de rosas, blancas y
rojas, sobre su mesa. Stone había llamado ocho veces durante la última
hora y Allison sentía que aquello se había convertido en una guerra de
caracteres.
Debería haberse sentido halagada. Estaba, de forma secreta, intrigada.
También estaba llena de sospechas y recelo y demasiado avergonzada para
dar marcha atrás en su actitud.
Y eso era, por supuesto, lo esencial. Estaba cohibida y avergonzada. No
podía reprocharle a Stone un error que sin ser del todo natural, tampoco era
de extrañar. No había querido insultarla y se había disculpado de sobra.
Podía reprocharle no tener el suficiente buen gusto como para olvidar todo
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—Eso significa…
—Que podríamos pagar los impuestos y salir del atolladero.
Allison reflexionó. Pensó, como hacia todos los días, si no había llegado
la hora de cambiar de trabajo. Se preguntó dónde estaba la línea precisa
entre el orgullo y la necesidad y recordó los ojos gris humo de Stone
Harrison. ¿Podía alguien tan guapo ser un peligro?
—Mis zapatos color marfil irán de maravilla con tu vestido melocotón —
dijo Penny con entusiasmo.
Allison la miró severamente.
—¿Los zapatos con las perlas?
—Y el broche para el pelo a juego —asintió Penny—. Sólo me lo he
puesto una vez.
Ninguna de las dos solía asistir a lugares donde fueran adecuados los
zapatos de satén y los vestidos vaporosos. Y Allison no iba a tener otra
oportunidad de estrenar un vestido tan bonito que pronto se pasaría de
moda.
—Seguro que es una boda nudista. Él está loco, su mujer lo estará
también…
—Ex-mujer —la corrigió Penny. Estaba marcando un número—. Allison
Carter para el señor Harrison, por favor.
Y mientras Allison la miraba horrorizada, Penny le tendió el teléfono.
—Pregúntale si es nudista. Incluso así, te prestaré los zapatos —añadió
con generosidad.
Allison miró el auricular. Y después, dispuesta a mostrarle a Stone
Harrison la clase de mujer que era ella y a Penny todo su carácter, lo cogió
con firmeza. Pero nada más acercarlo a su oreja y escuchar la voz del señor
Harrison, sintió que toda su determinación se evaporaba y su garganta se
tensaba.
—Allison —dijo él con un calor que viajó por los cables y acarició su piel
—, me alegro mucho de oírla. ¿Significa que me ha perdonado?
Allison quería decir, «claro, como no». Su instinto como mujer y como
empresaria la empujaba a hacerlo. Su sentido común repetía que era la
única forma de terminar con aquella situación absurda y de paso con él.
Pero la parte traidora de su mente que no quería terminar con él debía ser
más fuerte de lo que había imaginado, pues se oyó decir:
—¿Por qué me hace usted esto?
Su silencio parecía desconcertado.
—¿Qué estoy haciendo?
—Las flores, las llamadas…
—Oh, eso —su tono era displicente y escuchó un ruido de papeles—. Mi
secretaria me obligó a hacerlo.
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—Ya entiendo.
—Dice que soy egoísta, exigente e insensible.
Volvió a oír movimiento y ruido de papeles agitados al otro lado de la
línea. El ejecutivo ajetreado no dejaba de trabajar mientras se ocupaba con
paciencia de desplegar sus encantos para calmarla. Allison deseaba
enfadarse. Debería sentirse ofendida, pero su técnica era eficaz,
precisamente por ser tan inesperada y poco convencional.
Así todo, habló con irritación.
—Creo que la entiendo.
—En mi defensa diré que sólo la primera docena de rosas fue idea de
mi secretaria. La segunda fue idea mía.
—Según la teoría de que si una docena calma los ánimos…
—Dos será mejor. Eso es.
—Dos es una ostentación —señaló Allison puntillosamente—. Es falso.
Debería haber escuchado a su secretaria.
Hubo otra pausa sorprendida.
—Oh —Allison casi podía verle encogerse de hombros—, nunca me doy
cuenta de esas cosas. Por eso necesito alguien como usted —y añadió con
una celeridad cómica— como su empresa, quiero decir. Mi secretaria me ha
explicado lo que hacen de verdad: organizar cócteles y recepciones y me
parece estupendo… aunque debo reconocer que las cosas me parecieron
más sencillas cuando me creí que estaba en otra clase de negocio. En
realidad, toda la culpa es de mi secretaria.
—No me gustan los hombres que culpan a los demás de sus errores.
—Verdad, pero no me importa gustarle o no. Sólo quiero que venga
conmigo.
Allison respiró profundamente.
—Señor Harrison —dijo lo más amablemente que pudo—, si de verdad
comprende en qué trabajamos, sabrá que los favores personales a los
clientes no forman parte del servicio.
—Supongo que se ofendería si le digo que debería hacerlo.
—Sí —cortó Allison—, me ofendería.
—¿Cómo podría entonces persuadirla de que olvide nuestro mal
comienzo y acepte mi invitación personal para mañana?
Hasta ese momento, Allison se había preparado para mandarle a paseo
y afrontar las consecuencias, pero las palabras de ruptura no salieron.
Quizás fue por su forma de decirlo, la sinceridad que recordaba más a
un hombre a punto de firmar un contrato que intentando dulcificar a una
mujer ofendida. Como mujer harta de recibir charlas paternalistas, Allison
apreciaba la claridad.
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Capítulo Tres
Allison sabía muy bien que había sido manipulada. No era la primera
vez ni sería la última. Pero nunca se había sentido manejada con tanta
gracia ni había disfrutado tanto de todo el proceso. Aunque hubo momentos
durante el siguiente día en los que se preguntó «¿qué estoy haciendo?», no
llegó a arrepentirse de haber aceptado.
—Sigo pensando que esta no es forma de empezar un negocio —gruñó
dando la espalda a Penny que le estaba abrochando los minúsculos botones
que cerraban el vestido color melocotón.
—¿Por qué un negocio? ¿Por qué no lo consideras una cita?
—Pues entonces contéstame a esto —Allison se abrochó a su vez los
botones delanteros—, ¿por qué estás tan interesada en que le acompañe?
—Porque es bueno para el negocio, claro está.
—Pues lo que yo decía.
Penny metió otro botón en su pequeño ojal y dijo:
—Todo está calculado. Si consigo terminar con estos botones, jamás
podrás quitarte el vestido, así que no se te ocurra cambiar el trabajo por el
placer.
Allison sonrió y comentó:
—No creo que eso sea un problema.
—Pero dijiste que era una belleza.
—No dije una belleza… aunque lo es —admitió—. Pero alguien que
intenta alquilar una mujer para que le acompañe, bueno, no me interesa.
—Hmm, ya entiendo —Penny terminó con un último botón e hizo
girarse a Allison hacia el espejo—. Hablando de bellezas…
Allison expulsó el aire en aprobación sincera. El vestido era una
imitación de los años veinte, pero modernizado. La tela melocotón estaba
cubierta por encaje color marfil que cubría el cuello largo y las mangas
estrechas. La cintura era baja y la falda se recogía por delante a la altura de
sus rodillas. Llevaba medias marfil y zapatos elegantes del mismo color.
Había pasado mucho tiempo rizándose el pelo, pero el resultado valía la
pena. Su melena, recogida por un pasador, caía en suaves rizos que
enmarcaban su rostro. El color melocotón hacía que su piel pareciera
translúcida y los labios pintados de un color similar ponían en evidencia sus
ojos azules llenos de brillo. Pocas veces en su vida se había sentido Allison
hermosa, pero esa era una de ellas.
Sonrió con satisfacción.
—Muy bien —dijo—, ha valido la pena.
Las dos se volvieron hacia la ventana atraídas por el sonido de un
coche frenando.
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placer. Y uno no puede ofenderse con una persona que te mira como la
estaba mirando Stone. Así que sonrió y se apartó de la puerta, diciendo:
—¿Quieres pasar?
Casi podía sentir a su amiga retorciéndose para ver la puerta y a su
invitado.
Stone miró por encima de su hombro el vestíbulo, pero se excusó:
—Creo que no, al parecer me equivoqué con la hora y empieza a las
siete, o sea que tenemos que darnos prisa —se volvió hacia la calle y señaló
la limousine gris plata que brillaba a la luz del porche—. El bar está lleno,
así que podemos tomar una copa de camino.
Esta vez Allison no pudo evitarlo.
—¡Wow! —exclamó y se volvió a cerrar la puerta. Penny la odiaría por
no hacerle pasar—. Bonito coche.
Stone sonrió y le tocó ligeramente el brazo mientras bajaban las
escaleras.
—Nunca me han acusado de falta de estilo.
—Ya veo. ¿Es tuyo?
—Lo alquilé para la tarde. Supuse que no sería fácil aparcar. Además,
quería impresionarte.
Allison le miró divertida.
—Considérame impresionada.
—Perfecto. Me encanta tener dinero, todo es mucho más fácil.
—Eso tengo entendido —murmuró Allison mientras el conductor abría
la puerta para que subiera. Se instaló en el interior de madera y tapicería
gris y pensó que si aquello era tener dinero, se acostumbraría fácilmente.
Había una pequeña televisión a un lado y una radio de la que salía música
suave de Vivaldi. El bar estaba repleto de botellas minúsculas de licor,
zumos y vinos. Junto a ella había una hielera que debía contener champán,
pero Allison miró mientras Stone se sentaba a su lado y sólo contenía hielo.
—A ver —invitó éste, examinando el surtido de botellas—, ¿qué quieres
tomar?
Allison vaciló.
—Nada, supongo. Seguro que se me caería en el vestido.
Stone sonrió.
—No creas, los conductores de Rolls suelen ir muy suaves.
Especialmente, Jeff. ¿Verdad, Jeff?
El conductor miró por el retrovisor.
—Lo intento, señor.
—¿Qué tal un martini? —sugirió—. Es blanco y si se te cae no se
notará. ¿Sabes mezclar un martini?
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una modelo. A Allison le gustó nada más verla, pero no entendía por qué le
había gustado a Stone. Claro que se habían divorciado.
La novia llevaba un vestido largo color salmón y sus damas iban de
marfil, variación sobre el tema habitual que Allison encontró de muy buen
gusto y adecuado para una segunda boda. La ceremonia tuvo una selección
musical exquisita. Melinda se casaba con un hombre distinguido con las
sienes plateadas que la miraba con adoración y cuando la pareja salió con
otra marcha triunfal, Allison observó que la mujer tenía una mirada
maravillosamente empañada.
Allison estuvo a punto de llorar también, por puro contagio mientras la
masa de invitados iba saliendo por los pasillos.
—Ha sido muy bonito —comentó a su acompañante—. Gracias por
invitarme.
Stone miró el reloj.
—Un poco largo, para mi gusto. Cuando yo me casé tardamos cinco
minutos. Lo tenía medido. Si hubiera sabido que esta iba a ser tan larga,
ceno algo antes. Estoy muerto de hambre.
Allison le miró sin moverse, aunque estaba bloqueando el pasillo.
—¿Que calculaste tu boda?
Stone sonrió a alguien y la empujó para que siguiera.
—No era nada así. Sólo el juez un sábado por la tarde. Creo que
Melinda siempre deseó una boda elegante. Las mujeres se ponen tontas con
esas cosas.
—¿Y no tienen razón? —Allison movió la cabeza con censura.
Stone comprendió su mirada e insistió:
—¿Qué? Esto no me califica de cretino; es sentido común. Estás igual
de casado en cuatro minutos que en cuarenta y las rosas y velas no tienen
nada que ver con el asunto.
Mientras hablaba, Stone la iba guiando entre la multitud, saludando de
vez en cuando a un conocido y Allison se tragó su impaciencia. Aquello era
una boda y ella su pareja. Su trabajo consistía en parecer encantada. Lo que
no le impidió replicar:
—No se trata de eso. Es el gesto, ¿no lo entiendes? Es simbólico. Es el
ritual y los recuerdos lo que cuenta. Una mujer se acordará el resto de su
vida, incluso más allá del matrimonio.
—Sigo pensando lo mismo.
—Oh, vamos —habló con exasperación—. ¿Es que no sabes nada del
romance?
—Sé un montón de ese tema —insistió Stone—. Te mandé rosas, ¿no?
Cuando le miró vio chispas en sus ojos y recordó lo imposible que era
hablar en serio con él. Comentó:
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Capítulo Cuatro
Stone sabía que tenía que rescatar a Allison, pero primero se sintió
demasiado sorprendido y después empezó a hacerle mucha gracia el
malentendido. Miró a Allison, atrapada en el abrazo formidable de su madre
y con aspecto de conejito entre los brazos cariñosos de un oso pardo, y
pensó: Le está bien empleado.
Sabía por qué lo había hecho. La había irritado con sus comentarios
sobre la duración de la ceremonia y con su insistencia en correr hacia la
recepción. Había decidido castigarle, haciéndose pasar por su novia, y
Stone no se lo reprochaba. Muy a menudo su actitud inspiraba a las mujeres
pequeños actos de rebelión con la clara intención, irritada y maternal, de
hacerle aprender una lección de la vida. No terminaba de entender el
razonamiento que las obligaba a aquellas demostraciones de fuerza, y no le
interesaba mucho entenderlo, pero esta última le había desconcertado
particularmente. ¿Qué quería probar Allison diciéndole a su madre que
estaban comprometidos?
Su madre exclamó entonces:
—¡Gregory, mal hijo! ¿Cómo me has ocultado algo así? Y yo que estaba
muerta de preocupación por ti, rebuscando en la lista de hijas casaderas de
mis amigas, lista cada vez más exigua por cierto, y tú mientras tanto a
punto de casarte. ¿Cómo has podido?
Y entonces Stone añadió a su pensamiento anterior: les está bien
empleado a las dos.
Su madre era una maravilla y la quería enormemente, pero llevaba
cinco años obsesionada con la idea de que sentara la cabeza y criara una
familia. Como casamentera era tan mala como Melinda, y había llegado al
punto de ocultarle toda su vida social. Así todo, solía descubrir cuándo
estaba libre de compromisos y entonces empezaba su desgracia.
Comenzaba la ronda de presentaciones, las cenas reducidas, las entradas
para el teatro y las «hijas de una vieja amiga de paso por la ciudad». Incluso
le daba conferencias sobre la tristeza de la vida de soltero y sus peligros
morales.
Y no sólo ella. Todo el mundo parecía conocer a la mujer perfecta para
él y si se descuidaba se veía enredado en una sucesión de citas a ciegas
con hermanas de sus amigos o amigas de sus hermanas cada vez que
cortaba una relación. Por no hablar de una reunión como la de aquella
noche; se hubiera pasado la noche bailando con mujeres desconocidas y
justificándose por no poder llamarlas el lunes. Pero estaba salvado…
Alguien le dio una palmada en el hombro.
—Stone, viejo zorro, ¿es verdad?
Y una voz femenina exclamó:
—¡No puedo creerlo! Stone Harrison, el último soltero de oro.
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como aquella. Luego no sabían cómo salir del atolladero, mientras que las
personas como Stone siempre sabían aprovechar las situaciones.
Stone besó a la novia y dio un sincero apretón de manos al novio, que
parecía un hombre con dinero, atractivo y educado. Cuando Stone la
presentó, Allison hizo los comentarios de rigor sobre la belleza de la
ceremonia e intentó apartarse cuanto antes. En vano.
Melinda declaró:
—Stone Harrison, sólo tú harías algo así, y en mi boda, para colmo.
¿Cómo puedes justificarte? No, no digas nada —se volvió hacia Allison con
los ojos llenos de felicidad y brillantes de curiosidad—. ¿Es cierto? Stone
tiene un humor idiota y nunca me creo nada de lo que dice, así que dime…
¿de verdad estáis comprometidos?
Allison abrió la boca para contestar con claridad, pero Stone volvió a
abrazarla y a decir en su lugar.
—¿Se romperá tu corazón si te digo que lo estamos?
Melinda echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada.
—¿Romperse? Si no fuera ya la mujer más feliz del mundo… —deslizó
la mano en la de su nuevo marido con una mirada de adoración— esta
noticia me haría serlo.
Stone comentó en un tono que hizo que Allison le mirara sorprendida:
—¿Lo dices en serio, verdad?
Melinda estaba radiante de alegría.
—Claro que es en serio. Verte con alguien y tan feliz como yo soy, claro
que lo deseo. Aunque… —simuló enfado— nunca te perdonaré por no
habérmelo dicho. ¿Cómo has podido ocultarme algo así?
Habían ido demasiado lejos y Allison decidió cortar la broma, pero de
nuevo Stone la interrumpió.
—Este es tu día —dijo cariñosamente—. No queríamos meternos en
medio. Y sigue siendo tu día, no te ocupes de nosotros.
Melinda rió de nuevo.
—¿Estás tonto? Me has hecho el mejor regalo del mundo.
Stone se inclinó y besó la mejilla de Melinda.
—Felicidades, pequeña. Que seas feliz.
Melinda sonrió a Allison con alegría.
—Tú y yo vamos a ser buenas amigas. En cuanto vuelva del viaje,
tenemos que quedar a comer. ¡Tenemos tanto de que hablar!
Allison tartamudeó de nuevo:
—La boda ha sido… muy hermosa.
Stone la arrastró lejos.
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—Los negocios más tarde, te lo prometo. Esto es una fiesta —de pronto
inclinó la cabeza ante las primeras notas de una nueva canción y dijo con
una mirada llena de promesas—. ¿Bailas un tango?
—¿Yo? —Allison dio un paso atrás, casi asustada—. No, ni hablar.
Stone la cogió por la mano.
—Te enseñaré.
—Pero…
El hombre la abrazó con un movimiento dramático, pegándose a ella y
forzando su gesto, obligándola a inclinarse bajo su mirada perversa.
—Querida, acaba de empezar la mejor noche de tu vida.
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Capítulo Cinco
Sabía a vino caliente. Stone seguía saboreando, recordando el beso a
las diez de la mañana del día siguiente y recordar era como una droga…
como una resaca sin dolor ni molestias. Le tenía encantado y despistado y
resultaba bastante irritante para cualquier propósito práctico, pero no podía
evitar volver deliberadamente sobre el recuerdo, deseando que la
experiencia durara. Stone solía vivir en el presente, por no decir en el futuro
y permanecer en algo ocurrido horas antes no era propio de él. Aunque
nada en su comportamiento había sido propio de él desde que conoció a
Allison Carter.
Le había encantado. Muchas mujeres le encantaban, era cierto, y
disfrutaba de cada encuentro con un placer sin sombra que era tan natural
en él como respirar. Pero Allison era distinta. Le había hechizado y era
víctima voluntaria de su encanto, pero sabía por experiencia que eso no
duraría mucho. Lo que sí parecía durar y le sorprendía y maravillaba y
obligaba a recordar escenas de la noche una y otra vez era que le gustara
tanto y le cayera tan bien. Tenía ganas de verla de nuevo cuanto antes.
Stone necesitaba dormir pocas horas. Le gustaba creer que era un
rasgo de genio y tenía la costumbre de llegar a la oficina hacia las seis de la
mañana, usando las horas de soledad para las tareas más creativas. A pesar
de haberse acostado tarde, estaba en su despacho a la hora de siempre. La
diferencia era que esas horas no estaban resultando ni creativas ni
productivas.
Por regla general, Carla no le molestaba hasta mediodía. A cambio, él
no la molestaba a ella pidiéndole café o llamadas hasta esa hora. En los
buenos días no veía a nadie hasta la hora de la comida. Supo que no iba a
ser un día muy bueno cuando sonó el interfono, sacándole de su
ensoñación. Supo también que si Carla le molestaba a esa hora tenía que
ser por algo importante.
Apretó el botón y antes de que pudiera saludar a su secretaria,
escuchó su voz fría.
—Tenemos que hablar, pero antes Mark Farmington está en la línea
uno.
Mark Farmington era el enlace americano de la corporación Hiroshito.
Él y Stone habían trabajado juntos durante un año y por esa razón, Carla
había respetado su llamada. Aunque Stone no entendía por qué necesitaba
hablar con él.
Un buen ejecutivo hubiera apretado el botón para hablar directamente
y averiguarlo. Stone abrió la boca para preguntarle a su secretaria qué
deseaba Mark, pero Carla colgó antes de que pudiera hablar. Stone miró la
luz roja en la línea uno con inmensa pereza y por fin, apretó la tecla.
—Mark —dijo—, hacía tiempo que no hablábamos —puso los pies sobre
su mesa mientras echaba hacia atrás la silla reclinable intentando hablar
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Por un momento, Stone creyó que había oído mal. Mark interpretó su
silencio como simple asombro.
—Ya sé lo que piensas —repuso—. Parece una demencia, pero cuando
eres tan grande como Hiroshito te puedes permitir tus propias reglas y una
de ellas es que todos los puestos altos y ejecutivos están cubiertos por
hombres casados. Es una forma de entender el negocio…
—Ya —por fin Stone encontró su voz y levantó la mano en forma de
inútil protesta—. Espera un minuto, a ver si lo entiendo. Me estás diciendo
que soy la mejor propuesta, ¿verdad?
—Totalmente.
—¿Pero que es probable que no consiga el trabajo porque no estoy
casado?
—No es eso. Era un problema cuando ibas de mujer en mujer, pero
ahora que has decidido sentar la cabeza y ser un pilar de la sociedad…
—Espera, en primer lugar —Stone le interrumpió indignado—, no voy a
ser empleado de Hiroshito. Sólo quiero su dinero. No pueden…
—Pueden lo que quieran, amigo. Quieren que sus asociados sean
hombres responsables y seguros, y eso para ellos significa hombres de
familia. Tal como lo ven, pueden fiarse de un hombre casado, este tendrá
que trabajar más para sacar adelante a los suyos. Pero es innecesario que
te enfades. Ya no es problema. Aunque —admitió Mark con un suspiro— si
fueras capaz de fijar la fecha antes de que tomen la decisión final, sería una
gran ayuda.
—En segundo lugar —dijo Stone y se detuvo. Había estado a punto de
decir «no pienso casarme», pero por alguna razón dijo otra cosa—, esto es
lo más demencial que he oído en mi vida.
De nuevo Mark rió:
—Espera a llevar un tiempo con los japoneses y aprenderás mucho.
Mira, queremos conocer a la afortunada y brindar por la boda. ¿Te parece
que Sarah te llame y fijemos un día para vernos?
Stone no podía negarse.
—Sí, claro.
—Y escucha, Stone. Si las cosas salen como espero el mes que viene,
durante la visita del comité de planificación, tendré que felicitarte de nuevo.
Después de colgar, Stone se quedó un minuto preguntándose cómo
todo aquello había podido surgir de una bromita vengativa de la señorita
Allison Carter. ¿Formaría parte del hechizo? Tuvo que esforzarse en pensar
que era algo muy real por raro que pareciera.
Tenía un buen problema y sólo podía hacer una cosa.
Se inclinó para llamar a Carla.
—Carla —ordenó—. Llama a mi madre, por favor.
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—Para alguien que organizó tal jaleo por esta boda, has tenido suerte.
La comida era buena, la diversión asegurada y tú te mueres por las bodas,
cursi como eres…
—¡No lo soy!
—¡Cogiste el ramo!
Allison se encogió de hombros, algo cohibida. La razón por la que había
cogido el ramo, la razón por la que la novia se lo había lanzado no era algo
que quisiera explicar tan temprano.
—Y podía haber sido mucho peor como cita —concluyó Penny—. El tipo
era un pecado ambulante. ¡Y el coche!
—¿Qué hiciste, espiar por la ventana?
Penny asintió con vigor.
—Pues claro. El hombre es un cliente y tengo que conocerlo. Le miré
todo lo que pude.
Allison no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de su amiga.
—Tienes razón —admitió—, lo pasé bien. Tú ganas y cambiamos de
tema.
—¿Qué sabes del trabajo que tenemos que hacer para él?
Allison se llevó la taza a los labios para ganar tiempo y en aquel
momento sonó el teléfono.
Penny apartó los pies de la mesa y asumió una pose profesional nada
más escuchar el teléfono. Tras unos segundos, tendió el auricular a Allison,
preguntando:
—¿Conoces a una tal señora Blake?
—No —Allison se incorporó y cogió el teléfono—. ¿Un cliente?
—O un agente fiscal.
Con aquella idea contestó Allison, hablando con recelo:
—Soy Allison Carter, ¿en qué puedo ayudarla?
—Allison —la voz al otro lado era amigable y le resultaba muy familiar
—, soy Stella Blake, la madre de Gregory, aunque insista en ser llamado
Stone. Espero que no sea muy temprano. Nos acostamos tarde anoche,
¿verdad?
La garganta de Allison estaba tan seca por la sorpresa que apenas si
pudo pronunciar una sola sílaba.
—S… sí.
—No sabes lo que sentí no verte más ayer —prosiguió Stella con más
energía—. ¿Cómo pudimos estar separadas? Imagínate, mi hijo me presenta
a su prometida y no nos decimos más de doce palabras.
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Capítulo Seis
Allison pasó las siguientes dos horas alternando la búsqueda de Stone
y la búsqueda de cobardes excusas cada vez más fantasiosas para no
quedar a comer con su madre. El mismo Stone había temido decirle la
verdad. ¿Por qué tenía que ser Allison quien hiciera el trabajo sucio? Se
sentía furiosa con Stone y si hubiera conseguido dar con él le hubiera
encantado decirle claramente lo que pensaba de su galantería, pero el
señor Harrison estaba fuera de la oficina o se negaba a ponerse al teléfono.
Y al final Allison supo, como había supuesto desde el principio con
horror, que no tendría más remedio que apretar los dientes y dar la cara.
Había hecho una tontería y la habían pillado. Tenía que pagar por pasarse
de lista, así de simple.
Pero eso no le impedía maquinar venganzas cada vez más crueles para
Stone Harrison mientras iba camino de la cita.
Penny creía firmemente en la frase hecha de que la ropa hace a la
mujer y había insistido en que Allison se vistiera para la batalla con
brillantes colores. Su filosofía era que resultaba imposible mostrarse tímida
con un vestido amarillo y con un chal morado prendido al hombro. Allison no
creía mucho en las virtudes del atuendo sobre su valentía, pero desde luego
su ropa imposibilitaba toda fuga una vez que entrara en el restaurante. En
efecto, Stella Blake la vio inmediatamente desde la ventana y levantó la
mano como saludo.
Allison tragó saliva, se puso recta y se abrió camino hasta la mesa. Ni
siquiera intentó sonreír. No había razón para posponer lo inevitable con
falsas cortesías.
Tampoco se sentó. No pensaba ser bien recibida tras anunciar lo que
debía anunciar. Tomó aire y comenzó con firmeza:
—Señora Blake…
—Stella, por favor —la mujer cogió su mano y la apretó cariñosamente
—, y puedes sentarte. Te prometo que no muerdo.
Había un destello en sus ojos que recordó de forma lacerante a Allison
los increíbles ojos de su hijo, y con el recuerdo algo se iluminó en su mente,
una sospecha que le hizo obedecer y tomar asiento junto a la mujer. Antes
de que Allison tuviera tiempo de lanzarse a su preparado discurso
exculpatorio, Stella hizo un gesto para acallarla y habló con tono exigente
propio de un trato de negocios:
—Tenemos mucho de qué hablar y poco tiempo —dijo—. Para empezar,
haz el favor de tranquilizarte. Sé que no estás comprometida con mi hijo,
nunca lo has estado y sin duda estás dispuesta a no ser jamás novia suya,
aunque me reservo el derecho de poner en duda este tema más adelante.
Siento mucho que mi ansiedad te haya hecho pasar un mal trago, pero
sospeché que sólo vendrías a comer conmigo si pensabas que me debías
una explicación personal.
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—Sé que empezó como una broma, Allison —repuso Stone—. Pero
convencimos a demasiada gente con nuestro estilo. Y ahora mira las
consecuencias.
Ya está, pensó Allison, la culpabilidad. No tendría que haberle mirado.
Comió un poco de ensalada.
—A esto quiero llegar. Si pudiéramos mantener el rumor un par de
meses más, hasta que tenga el contrato, sería estupendo. Después tenemos
una disputa de amantes, cortamos la relación y nadie sabrá nada de la
verdad.
Allison apuntó al tomate y el tenedor se escurrió, golpeando el plato y
rompiendo el silencio de la mesa.
Stone dijo con sencillez:
—Eso es todo, creo. ¿Qué piensas? Debes tener alguna pregunta.
Allison dejó el tenedor con cuidado y se llevó la servilleta a los labios
antes de decir:
—Sólo una.
Stone esperó que la formulara.
—¿Quién paga la comida?
Stone guiñó los ojos.
—Yo.
—En ese caso —Allison cogió el tenedor de nuevo—, tomaré postre.
Frente a ella, Stella rió por lo bajo.
—Bien dicho, querida.
Stone no sabía a quién mirar.
—Claro —siguió con precaución— que en realidad no tendrás que hacer
nada… simplemente no negar que estás comprometida conmigo si te
encuentras con alguien. Y hacer el papel durante una semana o algo más,
durante la visita de los japoneses, en alguna reunión social. Pero no te
ofreceré pagarte por ello —le aseguró con generosidad—. Ya sé lo que
opinas de convertir los favores personales en transacciones comerciales.
Allison tenía unas cuantas buenas respuestas, desde la observación de
que ella decidía lo que se pagaba y lo que no, a la mera pregunta de con
qué derecho se creía él para pedirle favores de tal calibre. Supo que
cualquier comentario sería inútil y se limitó a murmurar:
—Por lo menos aprendes rápido —mientras tragaba un trozo de
lechuga.
—Pero —dijo Stone—, comprendo que este problema no es del todo
culpa tuya.
En esta ocasión, Allison no pudo evitar una mirada de escándalo que él
ignoró por completo.
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Capítulo Siete
—Me debes el postre —se quejó Allison mientras Stone la arrastraba a
su despacho ante la mirada atónita de su secretaria. Pero la queja no era
sincera, puesto que se sentía como un niño a punto de iniciar una aventura,
hasta tal punto era contagioso el entusiasmo de Stone. Sus roces, aunque
fueran involuntarios, resultaban eléctricos y Allison, sin tener ni idea de lo
que iba a enseñarle, se sentía privilegiada por estar a punto de verlo, a
menos que aquella fuera su reacción natural ante su mera compañía.
—No necesitaba una demostración, ¿sabes? —añadió Allison—. Me
bastaba con una respuesta. Te hubiera creído de palabra.
Él rió y cerró la puerta tras ellos.
—No, no me hubieras creído.
Allison recordaba el despacho de su primera cita. Todo lo relacionado
con aquel encuentro estaba grabado en su memoria: la decoración de
cromo y obsidiana, el gris y el negro, lo claro y lo oscuro combinados con
gracia. Una de las paredes estaba cubierta de armarios empotrados
recubiertos de cristal ahumado y la otra de ventanales que daban a la calle.
Stone dio a un botón oculto en su mesa y grandes persianas eléctricas
cerraron las ventanas dejando la habitación iluminada tan sólo por
pequeños puntos de luz auxiliar.
Cogió a Allison de la mano, la llevó hasta el centro del cuarto y
poniéndole las manos en los hombros la hizo girarse hacia los cristales
ahumados de la pared.
—Quédate aquí —ordenó—, no te muevas.
Volvió a su mesa y Allison contempló con sorpresa cómo otro botón
provocaba un movimiento de los cristales: bajo estos emergió la pantalla de
un ordenador disimulado en la pared. Un escalofrío de emoción y cierto
miedo recorrió la espalda de Allison mientras esperaba obedientemente en
mitad de la habitación. Miró a Stone, concentrado en su teclado, con el
rostro iluminado misteriosamente por la escasa luz y le pareció un extraño:
un hombre oscuro y hermoso, distante e intrigante, absorbido por su propio
mundo creativo.
Pero su voz era la de siempre, familiar y alegre.
—¿No te asusta la oscuridad, no?
Allison no pudo evitar echar una mirada a la puerta.
—No, claro que no. ¿Qué…?
De pronto el cuarto quedó completamente a oscuras.
Allison no temía a la oscuridad. Pero había una diferencia entre la
oscuridad normal y aquella negrura completa y repentina, sin puntos de
referencia conocidos. Incluso el lejano sonido del teclado había terminado y
no sabía dónde estaba Stone. Igual la había dejado sola. Se esforzó en
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Stone levantó las manos para coger su rostro y acercó tanto los labios
que Allison casi pudo sentirlos. Entonces, tomó aire para calmarse y se
separó de ella, murmurando:
—Allison, tienes que darme una respuesta pronto.
Ella abrió los ojos, tragándose la frustración.
—¿Por qué?
Stone acarició con los pulgares las comisuras de su boca.
—Porque no voy a poder contenerme mucho más tiempo y voy a
besarte.
Su pulgar se deslizó entre sus labios entreabiertos, sólo una fracción de
segundo y ella saboreó su piel con la punta de la lengua. Sintió una
convulsión en la garganta y pasó un rato antes de que pudiera hablar.
—¿Por qué no puedes besarme antes de que te dé la respuesta?
Él sonrió, amable y desilusionado, apartando las manos de su cara.
—Porque no quiero que me acuses de usar influencia indebida.
—Un beso —contestó Allison, hipnotizada— no es más que un beso.
Un brillo de pasión estalló en sus ojos grises y a Allison le bastó verlo
para dejar de respirar. Pero Stone controló el fuego con la misma seguridad
y sonrió ampliamente. Había un mundo de promesas en su sonrisa.
—Así es —asintió y se separó.
La tomó de la mano y la guió unos escalones más. Guando llegaron
abajo, Allison había recuperado casi un ritmo de corazón normal. La
intensidad de la escena de la escalera empezó a borrarse y Stone habló con
voz natural:
—Pues ya lo has visto. El gran paseo que reservo a personas a las que
deseo impresionar —la llevó hasta una gran sala, la famosa sala del
banquete donde en el parque de Modesto, la dama del castillo asesinaba a
su marido de forma bastante violenta y se daba a entender que los
comensales colaboraban en la destrucción de la evidencia del crimen.
—Normalmente terminamos el paseo con un banquete servido aquí —
añadió Stone, señalando la larga mesa de madera con sus platos y vasos de
plata, esperando a los invitados—. Perdona, pero no sabía que ibas a venir.
Allison le lanzó una mirada recelosa.
—No quiero ni preguntar que hay en el menú.
Stone rió y se apoyó en la esquina de la mesa poniendo los pies sobre
el banco.
—Bueno —dijo con un gesto expansivo—, ¿qué te ha parecido?
Allison miró a su alrededor las paredes oscuras, las tapicerías antiguas
y gastadas, los candelabros y el hogar inmenso donde ardía el fuego.
—Estoy impresionada —dijo—. Y honrada por haber merecido tal
paseo. ¿Qué mujer no lo estaría?
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—Trato hecho.
—Bien —Stone sonrió—. ¿Cerramos el trato con un beso?
Allison apartó su mano y se la tendió con gesto severo.
—Sólo trabajo —le recordó.
Stone rodeó sus hombros con el brazo con un gesto de viejos
camaradas y le enseñó el cuarto.
—Entonces —dijo con naturalidad—, ¿cuándo te trasladas a vivir
conmigo?
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Capítulo Ocho
Allison no se trasladó a ninguna parte, pero Stone nunca había creído
que pudiera ser tan fácil. La joven aceptó la responsabilidad por haber
lanzado el rumor que recorría el círculo de amigos y conocidos de Stone y
dio con una solución para una situación que podía haber sido molesta. Le
ayudó a grabar un nuevo mensaje en el contestador automático «Hola, has
llamado a casa de Stone y Allison, en este momento, etc.…», y le entregó
una serie de objetos personales, maquillaje que estaba a punto de tirar y un
cepillo de dientes, para nutrir la curiosidad de la señora de la limpieza.
Stone se sintió algo ridículo al poner esos elementos en su cuarto de baño,
pero pronto descubrió que le gustaba verlos. La polvera en particular. Una
mañana mientras se afeitaba le había dado un golpe sin querer y todo el día
había olido como ella.
Allison aportó incluso un par de vestidos a punto de ser retirados de la
circulación y los colgó en su armario. También le gustaba mirarlos. Y como
toque final, entregó a Stone una fotografía enmarcada para el despacho.
Este tuvo que reconocer que no se le hubiera ocurrido, pero era
imprescindible. Todos sus amigos casados la tenían y los detalles —al fin y
al cabo el simulacro era su trabajo— eran la llave de la verosimilitud.
Lo que nunca había entendido era por qué los hombres ponían
fotografías de sus mujeres o novias en el despacho y no dejó de
preguntárselo en las semanas que siguieron a su acuerdo con Allison. Le
gustaba mirar la fotografía, era cierto. Allison llevaba un gran jersey azul
marino y reía, con las mejillas arreboladas y el cabello revuelto. Detrás de
ella, el océano. Era una fotografía muy buena y no se cansaba de mirarla.
Pero sospechaba que había algo oculto en el ritual de los retratos femeninos
en los despachos de los hombres. Miraba la fotografía y cada vez descubría
algo nuevo en ella. Pero finalmente, su sensación principal era de conexión
con otra cosa: la fotografía le recordaba que fuera de su mundo, creado por
él, había otro mundo, otra vida, y era una extraña sensación. Algo en lo que
no había pensado antes. Pasaban días sin que hablara con ella. No la había
visto más de unos minutos desde que la hizo visitar su torre mágica, y sin
embargo nunca estaba fuera de su mente, nunca lejos de él. Miraba el
retrato y sentía que pertenecía a algo, que formaba parte de una pareja y
aunque sabía que era sólo una simulación, reconocía que el sentimiento era
fuerte y crecía día a día.
Estaba mirando la fotografía cuando Carla abrió la puerta y entró en el
despacho. Se quedó quieta y miró con asombro a su alrededor: la mesa
estaba limpia, el ordenador tapado, el sistema electrónico encerrado en los
armarios de cristal oscuro, los papeles ordenados.
—Señor —dijo Carla—. Esta mujer no sólo es una santa, además hace
milagros. Nunca habías terminado de trabajar tan temprano desde que te
conozco.
Carla sabía la verdad sobre su compromiso, puesto que era imposible
engañarla. Como su madre, lo desaprobó en un principio, pero había ido
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sabía muy bien. Su única esperanza era mantener la relación tan distante y
profesional como fuera posible. Pero nada más verle en su piso, supo que su
estrategia había fracasado. Había cocinado para él, le había puesto la mesa,
se había duchado en su ducha y no estaba trabajando… era parte de su
vida.
Nadie tenía que avisarla de que una actitud así era muy peligrosa para
una mujer que quería preservar su corazón de, todo daño. Pero hacía
demasiado tiempo que Allison no vivía peligrosamente.
Stone entró en la cocina mientras ella retiraba la verdura del fuego.
—¿Cuál me pongo? —preguntó.
Allison colocó la cazuela en la encimera y se volvió hacia él, quitándose
el guante de cocina. Acababa de ducharse y afeitarse y tenía el pelo
húmedo en las sienes. Llevaba unos pantalones grises de lana y una bonita
camisa rosa que muy pocos hombres hubieran resistido. En cada mano
llevaba una corbata, una clásica de rayas rosas y grises y otra gris sobre
negro. La escena era tan doméstica que Allison tuvo que sonreír.
—Esta —señaló la rosa y gris—. Es una cena informal.
—Nunca me acuerdo de esa regla.
—Pero —añadió severamente—, no me pidas que te la ponga. Eso sería
demasiado amable por mi parte.
Stone sonrió, lanzó la corbata descartada sobre una silla y se pasó la
otra por el cuello alzado de la camisa.
—Huele muy bien.
—Es un pollo guisado, ensalada del tiempo, cazuela de verduras y de
postre una tarta de frambuesas.
—Bien, comida de verdad. Siempre supe que me casaría con una mujer
que hiciera comida de verdad, o la comiera, al menos. Esta es la primera
comida en meses que no tiene la palabra «mousse» o «escalfado» para
definir un plato.
Allison rió abriendo la nevera.
—Bueno, podía haber puesto filetes con patatas, pero me parecía
demasiado obvio. Tienes una buena nevera.
—¿Ah sí? Nunca la utilizo.
Allison empezó a colocar la ensalada en platillos individuales,
decorando cuidadosamente cada uno con las aceitunas, mientras Stone
usaba una superficie de aluminio como espejo para hacerse el nudo.
—Se me había olvidado lo agradable que es la cocina —admitió—. A lo
mejor vuelvo a comer en casa de vez en cuando.
—No me creo que nunca hayas cenado con alguien en tu cocina.
—Pues así es. Supongo que nunca se me ocurrió invitar a alguien y mis
relaciones nunca duran lo suficiente como para que la chica se atreva a
sugerirlo.
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—Stone…
Este tomó su nuca con la mano y la besó de nuevo, largamente, en el
cuello, hasta que Allison echó la cabeza hacia atrás, arqueando el cuerpo
contra él.
—No podíamos imaginar el futuro sin el otro. Te pedí que te casaras
conmigo. Aceptaste. No nos hemos arrepentido ni durante un segundo.
La voz de Stone era ronca, gutural y su respiración agitada. Allison
estaba bañada en su calor y sentía contra la palma de su mano su pulso
fuerte y veloz. Si la besaba, una sola vez, no podrían retroceder, ni
disimular y su situación se volvería peligrosa. Y aunque cada pulgada de su
cuerpo ansiaba abrazarle y atraerle, puso rígidos los brazos, apartándole
con esfuerzo. Susurró:
—Stone, por favor…
Por un instante pareció no haberla oído. La llama que ardía en sus ojos
bastaba para encender su piel y levantó las manos como si quisiera
hundirlas en su cabello, acercarla y besarla salvajemente, bebería. Aunque
ella lo deseaba con la misma ansia, Stone debió leer una señal de alarma en
sus ojos, porque se detuvo. Sus manos se quedaron suspensas en el aire
unos instantes, formando una caricia imaginaria y luego cayeron hasta sus
hombros.
Bajó los ojos unos instantes y cuando volvió a mirarla el fuego estaba
casi bajo control. Dijo:
—Es posible que ocurriera así…
Allison tragó saliva, pero no pudo hablar. Cuando lo consiguió, su voz
sonó ronca:
—Stone, no hace ni dos semanas que nos conocemos —dijo—. Dos
semanas.
—Un día hubiera bastado. De otro modo seguiría viendo a Susan ya
que soy monógamo.
—Nadie nos creerá.
—Es posible —insistió Stone y lo más perturbador era que Allison
comenzaba a creerlo.
Sonó el timbre de la puerta y se separaron con un gesto abrupto de
culpables.
—¿Pueden ser ellos ya? —Allison se llevó las manos a las mejillas
calientes y al cabello, que se peinó con los dedos, mientras se estiraba la
falda—. Mira qué pintas tengo. ¿Se me ha corrido el lápiz de labios?
Stone sonrió:
—Tranquila, pareces exactamente una novia —y de pronto chasqueó
los dedos al recordar algo—. Hablando de eso… —buscó en su bolsillo— te
compré una cosa hoy.
Entre sus dedos sostenía un diamante.
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Él sonrió. La sonrisa tuvo el mismo efecto sobre ella que sus caricias,
fundiendo sus emociones como sus manos fundían su cuerpo.
—¿Eso estoy haciendo?
—Eso creo —pero hablaba sin convicción porque los labios de Stone se
habían posado sobre sus párpados. Sus manos tocaban ahora su cintura y
Allison sabía que debía detener su caricia, pero no lo hacía.
—¿Es eso lo que estas haciendo tú? —con la lengua, Stone recorrió los
labios húmedos de Allison, que sabían a brandy. Ella le besó de nuevo,
impaciente.
—Yo… sí. No. No lo sé.
Stone cogió su cara entre las manos y guardó silencio tanto tiempo que
Allison tuvo que abrir los ojos. La miraba con sobriedad e intensidad. Dijo
como para sí mismo:
—¿Acaso importa?
Aquella fue su última oportunidad para retroceder, para evitar el
peligro y volver al mundo real al que pertenecía. Pero ya no era posible
recordar dónde estaba la realidad y donde la fantasía. ¿Cuándo entró en su
despacho por primera vez se había tratado de amor a primera vista o de
una cómica confusión de identidades? ¿Habían imaginado el placer que
encontraban en brazos el uno del otro mientras bailaban toda la noche? ¿Y
su primer beso, había sido un simulacro? ¿No era cierto que ella sabía que
todo lo que había entre ellos, real o imaginario, los llevaba a aquel
momento?
Tendría que haber importado. Y si lo decía, él no la presionaría. La línea
estaría trazada y no volverían a cruzarla nunca.
Susurró:
—No —y le abrazó de nuevo.
Stone la cogió en brazos para subirla al piso de arriba. En sus más
románticas fantasías siempre se había imaginado en brazos de un hombre
llevándola en volandas por unas amplias escaleras hasta una cama inmensa
cubierta de seda. La escalera no era precisamente amplia, pero desde luego
la había levantado del suelo con pasión y del sofá a la cama no podía
recordar otra cosa que una neblina de suspiros y latidos de corazón. Al
llegar a la cama apenas si pudo percibir dónde estaba pues Stone la estaba
desnudando y acariciando con sus manos mágicas.
Le quitó la ropa con exquisita lentitud y cuidado, prolongando el placer
hasta la agonía; Allison estaba a punto de gritar cuando apartó la última
prenda. Cada milímetro de piel revelada por un botón o una cremallera era
acariciado con su lengua, que recorrió lentamente su espalda, se entretuvo
en sus senos, mordisqueando los pezones a través de la tela del sujetador.
Después, tras lamer su estómago, le bajó las medias y las braguitas.
Entonces le separó las piernas y Allison gimió de placer al sentir su
lengua en la parte interior de los muslos. La espiral de placer que cubría su
abdomen y sus senos se centró entre sus piernas, con una intensidad tal
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que le hizo pensar alocadamente: tenía que haber sabido que sería así con
él.
Sin saber cómo, le había desabrochado la camisa con manos
impacientes y cuando se tumbó sobre ella, sintió el ardiente placer del
contacto de su pecho desnudo contra sus senos y acarició la extensión
suave y lisa de su espalda. Stone la besó mientras le desabrochaba el
sujetador, mareándola con su lengua y sus manos, pasando a besar sus
senos. Mientras Stone cubría de besos la piel delicada de su pecho, las
oleadas de placer la fueron arrastrando, aumentando cuando sus manos,
cercando delicadamente su ingle, sus muslos, se deslizaron hasta el
vibrante centro de su ansia…
Hacer el amor con él era como sumergirse en un mar de sensaciones,
en las que cada ola era más intensa y consumía su resistencia. Raptada y
exaltada, apenas tuvo conciencia de cómo terminó de desnudarle, tocando
con pasión su cuerpo desnudo. Su calor era el suyo, sus alientos se
mezclaban y el brillo de sus ojos era la única luz en la habitación. Sintió
cómo las piernas de Stone separaban sin violencia sus muslos y la suave,
lenta presión de su penetración la llenó de gozo. Allison le besó
perdidamente mientras sus manos memorizaban su rostro y sólo pudo
pensar que la fantasía se había hecho realidad y que aquello culminaba
todos sus sueños.
Después descansaron juntos en asombrado reconocimiento del
momento maravilloso que habían compartido, abrazándose mientras el
mundo volvía a su ritmo normal. Stone seguía acariciándola con los labios
pegados a su pelo. Allison sonrió, triste y secretamente, porque sabía lo que
él estaba pensando. La magia era parte de su vida. Aquella noche, le había
entregado esa magia y su mayor placer estaba en hacer realidad su
fantasía, pero los dos sabían que los milagros no son duraderos.
No podía pedirle más de lo que él estaba dispuesto a dar. Al fin y al
cabo, habían hecho un trato.
Tumbada sobre su corazón, entendió perfectamente porque le querían
las mujeres aunque no pudieran poseerle. Comprendió por qué aceptaban lo
que él ofrecía a sabiendas de que la condición de su afecto era que no podía
durar. Nadie tenía derecho a hacer reclamaciones, Allison menos que los
demás. La única promesa que él había hecho era que se divertirían juntos.
Sin embargo, sintió la ternura en su caricia, la ansiedad en su voz
cuando dijo:
—Allison, no quiero que pienses…
Allison le miró, enlazando los dedos con los de él y dijo reflexivamente:
—No me atreví, eso es todo.
Las caricias de su mano pararon y Stone preguntó:
—¿Qué?
Ella repuso:
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—París. Un artista loco que quería que me fuera con él a vivir de amor
y de sueños. Ir en autostop a New Orleans, marcharme a vivir a Canadá…
en cada ocasión rechacé la aventura en el último minuto porque tenía
miedo, porque no me atreví a dejarme llevar y hacer las cosas… sin pensar,
por divertirme.
Se puso sobre el codo, deslizando la rodilla entre las piernas de Stone.
Tenía los ojos brillantes mientras declaraba:
—Eres la mayor aventura de mi vida, Stone Harrison. Y me lo estoy
pasando mejor que nunca.
Y mientras él la tomaba entre sus brazos, Allison pensó realmente que
aquello le bastaba. Lo creyó de todo corazón.
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Capítulo Nueve
Penny comentó con preocupación:
—No me gusta nada esto. Me parece que te estás dejando arrastrar por
todo el asunto.
—Oh, por Dios —Allison se miraba en el espejo, colocándose primero
una bufanda azul y luego una de un color tostado similar al del conjunto que
llevaba—. No es más que una comida con unos amigos de Stone.
—¿Qué clase de hombre tiene tantas amigas? ¿Que además están
empeñadas en comer contigo?
—¿Nunca has oído hablar de despedida de soltera?
Allison se encontró con la mirada de Penny en el espejo y se sonrojó,
apartando la vista.
—Es parte de mi trabajo. Si acepté hacerme pasar por la novia de
Stone…
—Para ayudarle con el contrato —señaló Penny—. Ir a comer con sus
amiguitas no tiene nada que ver con impresionar a sus asociados… —tomó
aire—. Casi apostaría que Stone no sabe nada de esta cita.
—Claro que lo sabe —replicó Allison con mal humor, descartando la
bufanda color tostado—. Su propia madre va a asistir —se puso la azul al
cuello y tras mirarse la tiró con un gesto impaciente. Quedaba horrible—. No
sé por qué te importa tanto. Tú eres la que pensabas que era todo una gran
idea.
—Sólo dije que salir con él era una gran idea —la corrigió Penny—. Pero
si te sientes mejor echándome la culpa por el gran simulacro del amor,
adelante. Lo único que me pasa es que me preocupo por ti. Fíjate, todo
empezó como una broma y bueno… mírate ahora. Casi vives con él, no
tienes tiempo para ningún otro cliente y ahora que por fin tenemos
trabajo… —cuando Allison abrió la boca para protestar, Penny se adelantó
—. No importa eso, no es de lo que quiero hablar. Es sólo que… —su
expresión era de pronto tímida—. Él dejó bien claro desde el principio que
era sólo un acuerdo de negocios, pero tú estás cada vez más metida en el
papel y me pregunto si no empiezas a olvidar que el anillo que llevas es
falso.
Allison soportó lo que le parecía un sermón injustificado con gesto
severo, arreglándose la bufanda tostada sobre el hombro. En el fondo
reconocía la verdad en las palabras de Penny y le dolían.
No le había contado a Penny que Stone y ella eran amantes, pero
suponía que se lo imaginaba. Casi estaba viviendo con él. Pasaba todas las
noches con él, en su casa o en su despacho y aunque justificara el tiempo
ante sí misma y ante los demás, por la necesidad de preparar la gran cena
para el grupo Hiroshito, el tiempo que pasaban juntos no podía en ningún
modo definirse como trabajo. Claro que preparaban la velada de
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Allison alzó la ceja con asombro y otra mujer, Diana, tendió la mano
para darle un apretón solidario en el brazo.
—No tiene nada que ver contigo, pero Stone nunca ha estado con una
mujer más de seis semanas. Luego se aburre.
—Oh —dijo Allison con una sonrisa forzada—, ya me lo contó.
—¿Veis? —Diane se dirigió al grupo como si aquello fuera un dato
definitivo—. Se lo ha contado.
—Y no es que engañe de mala fe a una mujer. Una se da cuenta de que
pone todo su corazón… durante un tiempo.
—Y como es tan inútil e irresponsable con las cosas importantes, nadie
se enfada. Todas queremos protegerle.
—Lo que a mi me ponía frenética era su costumbre de no dormir más
de dos horas por noche.
—A mí era el tiempo que pasaba en la oficina…
—Totalmente enterrado en su trabajo, perdido durante días y días.
—Y cuando estábamos en la misma habitación, a veces me preguntaba
si estábamos en el mismo planeta. Lo odiaba, en serio. ¿Te lo hace a ti,
Allison?
Allison tardó en comprender que se dirigía a ella. Su mente seguía
dándole vueltas a la frase «pone todo su corazón… durante un tiempo» con
deliberada parsimonia. Lo sabía. Ella lo sabía mejor que cualquiera de ellas.
Consiguió sonreír y dijo la simple verdad:
—Pues no. Nunca lo hace.
—Eso prueba que debes ser su alma gemela.
—O estará pasando una etapa.
—En serio, Carolyn, si te pintáramos manchas en la espalda y bigote no
tendrías que maullar tan alto para llamar la atención.
Allison pensó: «Pone todo su corazón…»
La comida se le hizo interminable, pero terminó por fin con besos y
risas y enhorabuenas sinceras. Allison pensó que eran todas encantadoras,
pero las odiaba con toda su alma. No por las razones obvias de celos, sino
porque no tenía nada que ver con ellas, su vida no se parecía a la de ellas y
las había engañado; se había visto envuelta en historias ajenas y cada vez
se comprometía más.
Cuando todas se marcharon, Stella pidió a Allison que la acompañara a
su coche. Allison se sentía demasiado confusa y deprimida para negarse.
Stella esperó un rato antes de hablar.
—Debes pensar que soy una vieja odiosa por haberte preparado esta
trampa.
Allison la miró con asombro:
—No, claro que no.
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—Y peor por haberlas dejado hablar como lo han hecho. Pero pensé
que era importante que escucharas lo que tienen que contar.
Allison no sabía cómo contestar. No entendía muy bien lo que Stella
quería decir.
Stella se sonrió con ingenio.
—Lo has superado como una dama. ¿Y aún te preguntas por qué no
intenté impedir que Gregory llevara a cabo este pequeño plan demente? —
se paró y miró a Allison—. Querida, eres un tesoro. En menos de un mes has
convertido a mi hijo en una persona que me cuesta reconocer, y lo digo con
gran alegría. Le has sacado de su mausoleo de oficina a la luz del día. Su
casa parece un hogar. Y lo más importante, has conseguido que se interese
por alguien que no sea su señoría durante casi un mes. Lo que es un
milagro. Pero has cometido un error, ¿verdad? —alzó la mano y dio una
palmadita en la mejilla de Allison, con los ojos llenos de simpatía—. Te has
enamorado de él.
Era así de simple. Allison no sabía por qué le parecía tan sencillo
reconocer lo que no quería admitir en su fuero interno. Ni por qué la
comprensión en los ojos de aquella mujer la afectó mucho más que la
ansiedad de su mejor amiga. Pero lo cierto fue que miró a Stella y asintió.
—Sí —dijo—, me he debido enamorar —sonrió y señaló con un gesto
vago el restaurante del que habían salido—. Es fácil, como dijo alguien.
Stella suspiró.
—Me gustaría decir que lo siento. No quiero que lo pases mal. Pero,
cariño, le has sentado tan bien. ¿Puedo esperar…?
Allison necesitó todo su valor para seguir sonriendo y apretar la mano
de la mujer.
—No te preocupes por mí —dijo—. Comprendo que es difícil de creer,
pero sé lo que me hago. Es sólo cuestión de unas semanas y luego…
La ansiedad tembló en la voz de Stella:
—¿Y luego?
Eso era el problema, por supuesto. No sabía. Nadie lo sabe. Pero buscó
una respuesta:
—Y luego… no me arrepentiré.
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Pensando en sus amantes del pasado, vio las mujeres de su vida como
una serie de relaciones agradables y superficiales. Con ellas, todo le parecía
atadura y no privilegio. Con Allison todo era diferente. No podía entender
por qué se había sentido tan incapacitado para el compromiso toda su vida.
Y había más. No se cansaba de hacer el amor con ella. Había veces en
que pensaba que no sólo compartían placer, que hasta las fibras de su piel
se comunicaban con ella. Pasaban días enteros sin que pudiera quitarse su
sabor, su olor, la sensación de su piel de la cabeza y del cuerpo y eso le
asustaba y emocionaba. No había conocido antes aquel sentimiento, casi
una obsesión, aquella conexión misteriosa y aunque no le ponía nombre, no
podía ocultárselo.
No pensó en ningún momento que llegaría un día, muy cercano, en que
todo terminaría.
Le gustaba hacer cosas por ella. Le gustaba la forma en que sus ojos se
iluminaban cuando la sorprendía con un ramo de flores comprado en la calle
o con chocolatinas de su tienda preferida, o simplemente cuando recordaba
comprar vino para la cena. Empezaba a comprender por qué esas cosas
eran importantes en una relación. Antes le parecían bobadas. Pero oír a
Allison reír de placer o exclamarse por el asombro, verla emocionarse o
dulcificarse… eso era importante. Y cada vez más se daba cuenta de que
sus horas más alegres pasaban planeando formas de hacerla feliz.
Habían quedado en cenar juntos en su casa y Stone la esperaba
cuando llegó; nada más verla supo que no estaba bien.
—No me lo digas —comentó besándola en la frente—. Has comido con
mi madre.
Mucho antes de la hora de cenar, el valor que Allison había mostrado
ante Stella se había desvanecido. La prueba de dominio había dejado paso a
la desesperación y el remordimiento. Penny tenía razón. Stella también.
Allison era una loca por dejar que aquello continuara. Le había entregado su
corazón a un hombre que no sólo no reconocía su regalo sino que no
hubiera sabido qué hacer con él. Se le había escapado el juego de las
manos y merecía el dolor que se aproximaba. Tenía que detener la locura
cuanto antes.
Pero al llegar a casa de Stone no se sentía una loca; sabía por qué no
podía detener el juego: por momentos como aquel. Como Penny había
imaginado, no le había contado nada a Stone de la comida de las amigas,
pero él lo había adivinado al instante. Por eso pudo decir la verdad.
—Tu madre y seis de tus ex-novias.
Stone gimió y le pasó el brazo por los hombros, llevándola al salón.
—No puedo entender a las mujeres. ¿Cómo se te ha ocurrido asistir a
eso?
Allison reposó agradecida la cabeza en el hombro de Stone.
—Me pareció interesante. Todas piensan que eres adorable, por cierto.
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Capítulo Diez
Aunque Allison siempre había sido consciente del límite de su relación,
se sorprendió por lo rápido que pasaron las dos semanas siguientes. Ella y
Stone trabajaron juntos como una máquina bien engrasada preparando la
representación final y aquellos fueron quizás los días más felices de su vida;
trabajando con él, compartiendo ideas, y siendo, por un breve lapso, parte
de su mundo.
Los tres miembros del grupo Hiroshito responsables de la asignación
del proyecto llegaron junto con sus tres esposas a pasar una semana de
trabajo y relaciones sociales. Dos eran japoneses y uno inglés y con Mark, el
intermediario, formaban un grupo colorista.
Allison se había ocupado de organizar el tiempo de Stone de forma que
tuviera libres las mañanas para cuestiones técnicas y reuniones y las tardes
para diversiones que a menudo terminaban en cena. Puesto que los valores
familiares parecían tan importantes para la gente de Hiroshito, Allison
pensó que mostrar los mismos intereses por parte de Stone, organizando
excursiones y reuniones de todo el grupo, sería apropiado, y acertó. Pensó
también que puesto que sólo uno de los hombres había visitado
anteriormente California, todos tendrían ganas de aprovechar el viaje de
negocios para hacer turismo y de nuevo acertó. Preparó paseos por la
playa, visitas turísticas y cenas en lugares típicos, todo lo que ella querría
ver si visitara la zona por vez primera y sólo evitó los parques de
atracciones o temáticos que pudieran competir con la gran exhibición final
de Stone.
Mientras este se ocupaba de las negociaciones, Allison llevaba de
compras o a los museos a las esposas, cuando no se quedaban
tranquilamente tomando el sol en la piscina en el mejor estilo californiano.
Encontró a las mujeres japonesas más tradicionales y modosas que las
mujeres que acostumbraba a tratar, pero siempre se mostraban
respetuosas e interesadas por las costumbres americanas. A su vez, se
interesó por su civilización, fascinante en su novedad, y le encantó oírlas
describir sus casas y ciudades. La mujer inglesa, que poseía un sentido del
humor impagable, conectó en seguida con Allison y no tardaron en hacerse
amigas. Le contó que cuando viajaban echaba de menos Japón, mucho más
que Inglaterra y Allison deseó tener la oportunidad de conocer un país tan
sorprendente y hermoso como inalcanzable.
Se daba cuenta de que estaba siendo juzgada tanto como Stone, pero
era parte de su trabajo superar los exámenes, sólo que nunca recordaba
que era un trabajo. Aunque la técnica de indagación de las mujeres era
sutil, Allison supo contestar a todas las preguntas con honradez. Cuando
Sarah le comunicó en privado que las demás mujeres la consideraban
encantadora, Allison se sintió emocionada como si de veras importara,
como si tuviera alguna oportunidad de acabar viviendo en Japón junto a un
marido que necesitara su opinión y apoyo.
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—Allison…
—Stone, me siento tan orgullosa de ti —le dijo con voz animada—, de
ti, de mí, de lo que hemos hecho juntos. Lo merecías. Pero… —siguió
separándose de él— sólo firmé para un plazo corto, ¿no le acuerdas? Y ha
terminado.
—No lo entiendo —Stone hablaba con voz ronca y sus ojos buscaban
los de Allison como buscando algún signo que contradijera sus palabras—.
Lo nuestro… Allison, era más que un trabajo. Por Dios, ¿qué quieres decir?
Allison le hizo una caricia maternal en la mejilla.
—Ya lo sé —dijo suavemente— y he disfrutado de cada instante. Pero
los dos sabíamos que era sólo un juego, ¿verdad? No podía durar.
Él bajó los ojos. Separó lentamente las manos de la cintura de Allison.
—Sí —suspiró después de un rato—, supongo que así es.
Pasaron unos minutos antes de que Allison tuviera el valor de añadir:
—Eres el hombre de las seis semanas, Stone. Y mi tiempo terminó
ayer.
Stone exhaló el aire y se pasó la mano por el cabello.
—Tienes razón, sólo que yo… nunca había pensado en el futuro. Nunca
pensé en el final.
Y Allison dijo en tono neutro.
—Quizás eso sea el problema.
Ninguno supo qué añadir. El silencio, cauteloso, desolado y vacío, llenó
el salón.
Por fin, Allison dijo con gran esfuerzo:
—Ya he llevado mis maletas a casa —quiso sonreír ante la sorpresa
escandalizada de sus ojos, pero no pudo. Ni siquiera se había dado cuenta
de que había empaquetado sus cosas—. Mañana o cuando sea les puedes
decir que hemos roto y todo habrá terminado. Saldrá bien.
Después de un rato, Stone asintió:
—Ya, claro —pero su mirada seguía siendo de asombro y confusión,
como la de un hombre en el escenario de un accidente que no quiere creer
lo que está viendo—. Como lo planeé.
Allison asintió.
—Eso es.
Se puso en pie y fue hacia la puerta. Allí se detuvo y sacándose el
anillo, cruzó el cuarto hacia Stone.
—Gracias —pudo sonreír por última vez, tendiéndole el anillo—, ha sido
un viaje increíble.
Y entonces, rápidamente, antes de que le resultara imposible, salió de
su casa.
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—No me puedo creer que hayas hecho eso —dijo Penny. Su tono
estaba lleno de preocupación cuidadosamente oculta, el tipo de voz que
uno utiliza en los funerales—. Como lo habías planeado. Sabías que debías
dejarle… y lo has hecho.
La sala de estar de Allison estaba a tono con el acento de duelo de
Penny, con las cortinas echadas, la correspondencia sin abrir, el contestador
puesto y una sola luz de mesa iluminando la estancia. Allison estaba
sentada en el sofá, con las piernas dobladas y una taza de té caliente entre
las manos. Dijo en tono ausente.
—Ya conocía el precio antes de aceptar.
—Y yo no lo arreglé con mis consejos. Oh, Allison, lo siento tanto.
Porque… ¿tu no simulabas el amor, verdad?
Allison negó lentamente, soñadoramente.
—Incluso algunas veces… me pareció que él tampoco simulaba.
—No lo entiendo —dijo Penny—. No entiendo cómo puedes dejarle
cuando sabes que le quieres.
—No podía soportar la espera de descubrirlo en su mirada. Verle una
mañana y darme cuenta de que ya había concluido. De que no me
necesitaba más. Hubiera sido peor para él, decirme que era el final,
hacerme daño. De esta manera, parecía parte del guión. No llegó a ser muy
real.
Tragó un poco de té y le supo amargo, como amasado con lágrimas.
—Y te diré un secreto —añadió mirando la taza—. Todo el tiempo
esperé que lo negara, que me retuviera. Si hubiera dicho algo o hecho un
gesto para impedirlo… pero no hizo nada.
Penny pasó el brazo por los hombros de su amiga, dispuesta a darle
toda su simpatía y consuelo. Pero no dijo nada, pues no había nada que
decir.
Aquellos debían haber sido los días más felices de la vida de Stone. Se
estaba embarcando en la mayor aventura para un hombre… no sólo un
sueño hecho realidad, también la culminación de una vida de lucha por
hacer lo imposible y tocar las estrellas. Sólo tenía treinta y dos años y
estaba en la cima de su carrera. ¿Por qué le parecía entonces una victoria
tan vacua e insípida?
Conocía la respuesta, por supuesto. Porque cada vez que se le ocurría
un detalle para completar el proyecto quería contárselo a Allison. Porque se
volvía hacia ella para comentar algo y no estaba. Porque había llevado su
mano al teléfono una docena de veces al día antes de darse cuenta de que
ya no tenía derecho a llamarla; porque seguía volviendo a casa cada noche,
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