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Sólo era un juego

Donna Carlisle

Sólo era un Juego (1993)


Título Original: It’s only make relieve (1992)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Tentación 437
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Stone Harrison y Allison Carter

Argumento:
El atractivo ingeniero Stone Harrison necesitaba una esposa
cuanto antes. Un magnífico contrato dependía de que
estuviera casado. A menos que la encantadora Allison
Carter aceptara ayudarle, perdería su mejor oportunidad
profesional. El problema era cómo convencerá Allison.
Allison Carter estaba dispuesta a hacer muchas cosas para
salvar su negocio, pero hacerse pasar por la prometida de
un desconocido no era una de ellas. Stone era el hombre
más guapo que había visto en su vida, pero el juego podía
volverse demasiado peligroso…
Donna Carlisle – Sólo era un juego

Capítulo Uno
Allison frunció el ceño sin dejar de mirar la pantalla de su ordenador y
preguntó:
—¿Cómo dices que se llama?
—Stone —replicó Penny—. Stone Harrison.
Aquello despertó el interés de Allison y levantó los ojos hacia su
compañera.
—¿Seguro que has oído bien el nombre?
Penny le dedicó una mirada impaciente mientras se movía
rápidamente en la pequeña oficina, atareada en recoger papeles e informes
y guardarlos en su maletín.
—Vamos, Allison, esto es serio. ¿Has terminado con ese documento?
—¿Qué clase de nombre es ese? —Allison golpeó una tecla del
ordenador como si pretendiera que los números en pantalla le fueran más
favorables, pero no le sirvió de nada y suspiró—: Acepta mi consejo y ve sin
él.
Penny la miró con ansiedad.
—¿Crees que es tan grave?
—Créeme, peor de lo que imaginas.
Penny pareció insegura unos instantes, pero se recuperó en seguida.
—No te preocupes. Estoy segura de que a Harry se le ocurrirá alguna
forma brillante de sacarnos de esta. Siempre se le ocurre.
Harry era su contable y había probado en muchas ocasiones su
habilidad para sacar de apuros a la empresa Las chicas del cóctel desde su
creación tres años atrás. Pero Allison dudaba en su fuero interno de que
esta vez fuera capaz de sacarse otro milagro del sombrero… y era un
milagro lo que hacía falta para mantener la empresa a flote unos meses
más.
Murmuró con desgana:
—Como no nos preste el dinero para pagar los impuestos —dio en la
tecla de almacenamiento y los números se borraron de la pantalla.
—Por eso mismo —dijo Penny cerrando de golpe su maleta—, es
fundamental que consigamos el encargo del señor Harrison.
—¿Y por qué tengo que hacerlo yo? —insistió Allison—. Ya sabes la
mala impresión que causo. Tú eres la que da la cara. Ese fue el trato: tú
encandilas a los clientes y yo trabajo. Si ese tipo es importante, no querrás
que lo pierda a la primera de cambio.
Penny pareció considerar el problema mientras se atusaba el pelo y se
miraba de reojo en el espejo de la puerta. Penny había sido modelo de alta

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costura y Miss California, éxitos que todavía servían a su trabajo y que


cultivaba con pasión.
—Mira, lo haría si no fuera por esa cita con el dentista nada más acabar
con Harry. Además… —puso una confianza algo forzada en su tono además
de su mejor sonrisa—. Lo harás muy bien, estoy segura.
Allison sugirió como último intento:
—¿Qué te parece si me reúno yo con Harry y voy a que me miren los
dientes en tu lugar?
—No seas caprichosa. Sabes de sobra que sólo saldremos de la crisis si
las dos nos lanzamos en busca de clientes, así que empieza a practicar.
—La última vez que practiqué —le recordó sombríamente Allison—,
terminamos organizando una boda de dieciocho mil dólares por ocho mil.
—Sigo sin entender cómo te dejaste hacer —admitió Penny—. En la
oficina eres tan eficaz…
—Y la vez anterior, casi tenemos un juicio.
—No dejes que te intimiden —aconsejó Penny—. No dejes de repetirte
que nuestros clientes son gente normal y corriente.
Allison apoyó la barbilla en la mano antes de contestar amargamente:
—La gente corriente no llena sus piscinas con orquídeas ni organiza
cenas con candelabros en montañas a las que sólo se accede en
helicóptero. Nuestros clientes son ricos, mimados y extravagantes. No
tienen nada normal y tengo todo el derecho del mundo a sentirme
intimidada.
—Bueno… —Penny le dio una palmadita final y cogió el maletín— que
por lo menos no te saquen rebajas. Por otra parte, el señor Harrison es
perfectamente normal, te lo prometo.
—¿Ah sí? ¿Por eso se llama Stone?
—No es asunto tuyo cómo se llame —la mirada de Penny era
amenazante—. Y no se te ocurra preguntárselo.
—¿Cómo se gana la vida?
—No lo sé. Construye castillos o algo así.
Penny se detuvo ante la puerta, puso cara de ir a explicarlo, decidió
que no tenía explicación y dijo simplemente:
—Sé amable… y ten cuidado —y cerró la puerta.
—Castillos —repitió Allison en el cuarto vacío—, ¿por qué no?
La oficina de la empresa Las chicas del cóctel era en realidad el
comedor de la casa de Allison en Los Angeles. El inventario se reducía al
contestador automático, el ordenador y el armario archivador, todos
fundamentales para ahorrar dolores de cabeza. La palabra «ahorrar» se
había vuelto la favorita de Allison en el último año.

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La idea de organizar una empresa de servicios exclusivos para festejos


y celebraciones había sido de Allison. El nombre de Las chicas del cóctel era
idea de Penny y todavía lo discutían algunas veces. Al comienzo de su
aventura, parecían la pareja perfecta para un negocio así. Allison ponía su
talento para la empresa y Penny sus contactos personales: su padre había
sido diplomático y su ex-marido un productor musical que le había regalado
por el divorcio una lista de contactos con personajes de la jet y famosos. Los
Angeles estaba lleno de elegantes, excéntricos y millonarios y Las chicas
del cóctel era una idea perfecta para aquel momento… casi perfecta.
El casi era la historia de la vida de Allison. Casi había obtenido su
licenciatura en cine, casi su otra licenciatura en historia. Estuvo a punto de
marcharse a Europa con un impulsivo y excéntrico artista del que estaba
casi enamorada. Estuvo a punto de obtener un puesto de ejecutiva en una
empresa floreciente en Canadá, con la posibilidad a corto plazo de ser
vicepresidente, y al perder la oportunidad por los pelos, había decidido
tomar el toro por los cuernos y hacer su propio negocio.
Entonces había recordado la cantidad de amigos que le habían pedido
que les ayudara a organizar sus bodas, sus fines de semana románticos, sus
cenas y así había sobrevenido la idea, casi perfecta, de montar Las chicas
del cóctel.
Al menos, así le gustaba recordar los inicios. La verdad era que Penny y
ella, sentadas ante una botella de vino y llorando sobre sus males, Penny
por su divorcio reciente, Allison por su estado casi permanente de paro, se
habían puesto a contar sus bazas: Allison tenía una casa cuya renta apenas
conseguía pagar, Penny su pensión mensual. Allison tenía una educación
ecléctica y un particular instinto para reconocer los matices que convierten
un acontecimiento festivo en fracaso o éxito y Penny su libro con
direcciones y teléfonos que no salen en las guías. Allison era una cocinera
excelente y Penny una autoridad en vinos. Las dos buscaban
desesperadamente un trabajo y estaban dispuestas a todo.
Algunas cosas habían conspirado para convertir la primera aventura de
Allison en el mundo de la empresa en un casi éxito. Diez años antes, su
negocio hubiera prosperado, pero en la época en que lo lanzaron la gente
era más prudente con su dinero. La prudencia estaba más de moda que la
excentricidad y los locos millonarios eran una especie en extinción. Allison
odiaba tratar con los clientes y vender el producto, de ahí que necesitara a
Penny. Pero por alguna razón, Penny era incapaz de acceder a la gente
normal que planea bodas normales con un presupuesto normal. Soñaba
siempre con coches de caballos, millones de flores y gastos enloquecidos, lo
que les vetaba el segmento de mercado que las hubiera mantenido en
momentos difíciles.
Para colmo, Las chicas del cóctel era un nombre atroz para un negocio.
Allison se sentía responsable de la idea, la oportunidad, incluso los clientes,
pero el nombre era asunto exclusivo de Penny.
Allison recogió la tarjeta que Penny había dejado sobre la mesa y la
miró con el ceño fruncido. Hablando de nombres con mala sombra: Stone

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Harrison. ¿Qué clase de nombre era Stone? Muy apropiado para un


constructor de castillos, sin duda.
Y de pronto, Allison se estiró mirando la puerta por la que su socia
había salido con tanta prisa. Penny había olvidado decirle qué clase de
servicio de Las chicas del cóctel deseaba el señor Harrison. Una boda, un
cumpleaños, una recepción, una bienvenida, ningún motivo… Había tantas
celebraciones como ocasiones, o mejor dicho más. ¿Cómo iba a prepararse
para la entrevista si no sabía para qué había llamado el cliente?
—Bien —masculló—. Gracias, Penny.
Sólo esperaba que el señor Harrison no contemplara gastarse mucho
dinero, porque siempre sienta peor perder grandes negocios que negocios
pequeños.
Con la expresión de un mártir camino del suplicio, comprobó la
dirección, cogió la chaqueta y salió de la oficina. Castillos, nada menos.

—¡Carla! —gritó Stone, colgando el teléfono de golpe. Apretó el botón


del intercomunicador y gritó de nuevo—: ¡Carla!
No hubo respuesta, así que se puso en pie y volvió a gritar.
Su secretaria apareció en la puerta del despacho, tranquila y sin
apresurarse, mirándolo fríamente.
—¿Su majestad desea?
Stone se cogió la cabeza con las manos y suspiró:
—¡Aspirina!
La mirada de Carla pasó de la superioridad a una cariñosa
condescendencia.
—¿No ha habido suerte?
Stone fue hasta la ventana y la abrió para contemplar un ejemplo
perfecto de paisaje californiano en otoño, muy parecido al mismo paisaje en
verano.
—Tengo treinta y dos años —anunció—, no tengo enfermedades ni
malos hábitos, soy brillante, independiente, moderadamente rico, bastante
guapo…
—Bien alimentado —ayudó Carla—, no mal vestido…
Él asintió, agradecido.
—¿Por qué entonces me resulta imposible encontrar una mujer que
quiera salir conmigo?
—¿Por qué? —Carla hablaba con exagerado entusiasmo.
—No estoy pidiendo que me acompañen a dar una vuelta por el
espacio sideral. Es sólo una boda…

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—Por Dios, Stone. No le puedes pedir a una mujer que te acompañe a


una boda formal con menos de un día de anticipación. Y menos a la boda de
tu ex-mujer.
Stone se volvió hacia ella y preguntó con toda inocencia:
—¿Por qué no? —y con su mejor sonrisa—. Por cierto, Carla, ¿qué haces
mañana?
Esta le dedicó una mirada dura.
—Lavarme la cabeza.
—¿No podrías…?
—Con mi marido.
Stone pareció hundido y volvió a mirar por la ventana.
—Todo es culpa de Susan. ¿Qué clase de mujer terminaría con una
relación perfecta y sin motivo alguno dos días antes de una boda a la que
debo asistir? Tú eres mujer, explícamelo.
—Oh, no sé. A lo mejor tiene algo que ver con el hecho de que la hayas
dejado plantada cientos de veces, la mayoría sin dignarte a avisarla. O con
el hecho de que olvidaras su cumpleaños y también la Navidad. O que
dejaras a sus padres bajo la lluvia esperándote tras haber prometido ir a
buscarlos.
—No fue culpa mía —objetó Stone sin parecer en absoluto deprimido—.
Tú tenías que recordármelo.
—Con el hecho de que seas egoísta, desconsiderado, exigente y
francamente mimado. Aparte de eso, no se me ocurre ninguna razón por la
que alguna mujer en su sano juicio pueda vivir sin ti.
Stone pareció inquietarse.
—No soy mimado —declaró.
Se peinó con los dedos, frunció el ceño y soltó el aire.
—No podía suceder en un momento peor. Susan sabía que contaba con
ella para el mes que viene, mientras estén los japoneses.
—En eso sí que puedo ayudarte. En relaciones sociales eres un
desastre, con o sin Susan. Vas a tener que contratar esa empresa de la que
te hablé…
—Sabes lo que significa para mí ese contrato —prosiguió Stone sin
escuchar—. Y sabes cuánto odio lo de salir y cenar y ser simpático y tendré
que hacerlo. ¿Por qué son dos cosas que van juntas, me lo puedes explicar?
Con una mujer, tienes esa faceta social asegurada, y por eso se casan casi
todos los hombres, si quieres mi opinión.
—Recordaré tu opinión para la posteridad —replicó Carla—. Y mientras
tanto, tienes que entretener a esos señores y no tienes anfitriona… aunque
ese es el menor de tus problemas.

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Ignorando la última parte de su observación, Stone estuvo de acuerdo


con la primera.
—Eso es. ¿Y me llamas desconsiderado? ¿Qué dirías de una mujer que
me abandona en este lío?
El timbre de la puerta exterior sonó, anunciando un visitante. Carla
dedicó a su jefe una mirada irónica mientras decía:
—Sí, es una pena que Susan no decidiera que tenía el corazón roto en
un momento más conveniente, ¿verdad?
Stone no supo cómo replicar y quedó aturdido, pero sólo unos
instantes. El corazón de Susan no estaba roto en absoluto. Él jamás había
tenido una relación lo bastante intensa como para dañar su corazón o el de
su pareja. Y eso incluía la relación con su esposa. Más bien sospechaba que
Susan se había alegrado bastante de terminar con él. En pocos meses
quedarían a comer y bromearían sobre su relación pasada, como solía
ocurrirle con todas las mujeres de su vida.
Pero seguía teniendo un problema.
—A lo mejor mi madre —masculló. Pero su madre ya tenía compañía
para la boda.
Stone Harrison era brillante en unas cuantas actividades, pero no
precisamente en resolver las pequeñas complicaciones de la vida, como
hacer reservas, recordar citas o mantener relaciones constantes. Su madre
le acusaba siempre de vivir con un sólo pie en el mundo real y tenía algo de
razón. Pero si era sincero consigo mismo, y solía serlo a menos que le
causara demasiadas molestias, tenía que reconocer que la razón principal
de su incapacidad para llevar una vida personal normal era que esta no le
interesaba en absoluto.
No estaba acostumbrado a enfrentarse con muchas complicaciones a
la vez. El contrato Hiroshito consumía su energía. Lo deseaba más y había
trabajado más en ello que en nada en su vida. La posibilidad de una ruptura
sentimental en aquel momento no le había pasado por la cabeza y
normalmente se limitaría a ignorar lo ocurrido y enterrarse en el trabajo.
Pero no tenía esa lujosa posibilidad. Todos sus conocidos iban a estar en la
boda de Melinda. Incluida su madre. Y su ex-mujer se tomaba demasiado en
serio su vida personal. Si se presentaba sin una pareja…
Se masajeó las sienes. El dolor de cabeza que había fingido para
enternecer a Carla se estaba volviendo real. Con suerte se convertiría en
una jaqueca descomunal y no tendría que asistir a la boda.
Un golpe ligero en la puerta sacó a Stone de sus ensoñaciones. Carla
sólo llamaba cuando tenía que presentar a un visitante y Stone no esperaba
a nadie. Pero no recordaba haber mirado su agenda, así que todo era
posible.
Carla entró delante de una mujer joven que llevaba una cartera.
—Señor Harrison —anunció con voz de secretaria perfecta—, esta es
Allison Carter, de la empresa Las chicas del cóctel —y mientras Stone la

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miraba sin entender nada, Carla le tendió una tarjeta de visita y le guiñó
discretamente el ojo—. La solución a todos sus problemas.
Stone tardó unos segundos en comprender y otros en creérselo.
Mientras Carla desaparecía cerrando la puerta, Stone miró la tarjeta y a la
mujer parada frente a él, con el mismo aire confuso. ¿Las chicas del cóctel?
¿Qué clase de broma era esa?
La mujer extendió la mano con un gesto muy profesional.
—Señor Harrison —dijo—, es un placer conocerle.
Y entonces comprendió que no era una broma. De hecho, debía ser la
solución a sus problemas.
La mano de la mujer era pequeña y suave, pero su apretón firme.
Tanto que le sorprendió. De hecho todo en ella le sorprendió, lo que
demostraba la dificultad de juzgar a la gente por prejuicios. Llevaba una
falda plisada corta con una chaqueta roja larga, medias negras y zapatos de
medio tacón. Su maletín era de piel con iniciales grabadas en el cierre.
Llevaba el pelo castaño claro cortado por debajo de las orejas y retirado de
la cara con una cinta. Todo muy conservador. Tenía buena figura, pero no
era perfecta, mucho menos voluptuosa. Era… mona. No veía otra forma de
definirla. Mona. En absoluto lo que uno espera de una mujer que se dedica a
esos trabajos.
Circunstancias que hubieran desconcertado a cualquier otro hombre,
pero si algo sabía hacer Stone, era adaptarse a las situaciones nuevas y
convertir lo extraño en favorable. Aquella situación era por lo menos
inusual, pero tardó sólo unos instantes en calcular las ventajas y
preguntarse cómo no se le había ocurrido a él. Necesitaba compañía para la
boda, una anfitriona para sus invitados, una especie de azafata. Una mujer.
Y Carla, con su clásico ingenio, había dado con la única solución posible:
una profesional del trato con hombres.
Se dio cuenta de que llevaba un rato mirándola con aire absorto y que
su silencio empezaba a ser incómodo. Dijo rápidamente:
—Bueno, señorita… —miró la tarjeta—. Carter. Por favor, siéntese.
Durante el camino hasta la oficina del señor Harrison, Allison se había
repetido todas las razones por las que odiaba tratar con clientes, y hasta
encontrarse frente a frente con él, no le habían parecido razones de mucho
peso. Allison sabía que había algo en su apariencia que impedía que la
gente la tomara del todo en serio. La habían llamado mona tantas veces
que sabía que era un handicap profesional. Estaba habituada a las miradas
de valoración de los hombres, aunque no recordaba otro examen tan
insistente como el que acababa de hacerle Stone Harrison, y lo aceptaba
como parte del trabajo. A lo que no estaba acostumbrada era a quedarse
cortada ante un hombre, particularmente ante un cliente.
Gracias a Penny y a la naturaleza excéntrica del trabajo, había
conocido toda clase de caracteres, celebridades, ricos perezosos y
excéntricos. Bastantes hombres. Algunos muy guapos, por lo menos tanto
como Stone Harrison. Le había resultado increíblemente fácil resistirse a sus

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encantos, pero Harrison la había cogido desprevenida. No era en absoluto


como lo esperaba.
Su oficina estaba en la sexta planta de un edificio del centro de la
ciudad. La recepción era muy elegante y su despacho de cristales
cromados, un sitio moderno y lleno de tecnología punta. En medio de ello,
Stone llevaba vaqueros gastados y una camiseta negra, tenía el pelo
moreno revuelto, la barbilla sombreada por la barba incipiente y los ojos
grises más extraordinarios y sensuales que Allison había visto en su vida.
Estaban enmarcados por cejas negras y las pestañas que los rodeaban eran
tan negras y espesas como dibujadas en carboncillo para acentuar el efecto
de los ojos grises. Estos daban la impresión de poder ver el otro mundo.
Miraron a Allison y esta rogó, durante un ridículo segundo, que jamás
dejaran de mirarla.
Era atractivo, sin duda. Sorprendente, desde luego. Pero sobre todo,
era simpático; Allison sintió que le caía bien nada más verlo. Antes de que
abriera la boca, ya sabía que era el hombre más interesante que había
conocido… y eso lo decía una mujer que casi había huido a Europa en
brazos de un artista. Por eso se sentía sin defensas ante él mientras la
estudiaba y por eso Allison olvidó de pronto qué hacía allí.
Se sentó en la silla que le indicaron y carraspeó, intentando recuperar
la compostura. Era un cliente, se recordó. Más interesante de lo normal,
pero un cliente al fin y al cabo, y le había prometido a Penny que no metería
la pata. En la puerta había leído «Empresas Stonewall» y se dedicara a lo
que se dedicara, era evidente que ganaba dinero si podía permitirse aquella
oficina.
Le dedicó su mejor sonrisa y dijo:
—Tiene que perdonarme, señor Harrison, pero me temo que no estoy
del todo informada. ¿Qué clase de fiesta piensa celebrar?
Él la miró.
—A lo mejor debo preguntar —dijo en tono sugerente—, qué ofrece
usted.
Y cuando Allison abría al boca para recitar la lista de celebraciones,
Stone pareció censurarse y levantó la mano.
—No hace falta, gracias. Mire, esto… —sonrió y separó las manos, en
un gesto que desarmó a Allison—. Lo crea o no es la primera vez que hago
algo así. No me siento muy cómodo.
Tenía un rostro joven, no infantil, pero expresivo, abierto, aventurero.
Cuando sonreía, había un brillo en sus ojos y una expresión en el límite de la
picardía y Allison no tuvo más remedio que corresponder a su sonrisa.
Dijo con su voz más cálida y profesional:
—Lo comprendo. Pero no hay por qué sentirse incómodo. Mucha gente
necesita nuestra ayuda por una razón u otra y para eso está Las chicas del
cóctel. Estamos especializadas en lo que necesita.

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Stone le lanzó otra mirada que estaba entre la timidez y la franca


curiosidad y dijo:
—¿Cómo sabe lo que necesito? —de nuevo levantó la mano para
detener la respuesta—. No me conteste. No creo que esta sea una
conversación para una oficina.
—Si prefiere que quedemos en otro momento…
Stone la miró de nuevo y se echó a reír. Tenía una risa capaz de hacer
que cualquiera se relajara con él y aunque Allison no entendía su diversión,
sonrió de nuevo.
—No —dijo con los ojos brillantes—, no se me ocurre un momento
mejor.
—Pues entonces —Allison se puso el maletín sobre las rodillas—, si me
cuenta qué necesita…
—Nada personal —contestó Stone rápidamente y con tanto énfasis que
Allison levantó la mirada de su maletín—. Eso es lo primero que tenemos
que dejar sentado.
El hombre miraba su cartera con tanta fascinación como si no pudiera
imaginarse qué contenía y deseara con toda su alma descubrir el secreto.
Allison pensó que con un nombre como Stone lo normal era que fuera un
tipo extraño.
Y entonces, Stone añadió con la misma urgencia:
—No porque usted no me… no porque no me gustara…
Hizo un gesto que implicaba un halago general hacia su persona y
Allison sonrió ligeramente. No era sólo raro, estaba para que lo encerraran.
Era de esperar. ¿Acaso no acababan en desastres todas sus entrevistas con
clientes? Si fuera lista se marcharía antes de que aquello le costara dinero.
Y entonces Stone sonrió, se acarició la barbilla con los nudillos en un
gesto adorable, y comentó:
—Sé que está acostumbrada a esto, pero para mi es muy raro todo.
—No se preocupe —dijo Allison sin comprometerse y dispuesta a abrir
el maletín.
—Debe pensar que soy un idiota. Podemos, no sé, relajarnos y volver a
empezar.
Allison vaciló, pero sólo segundos.
—No creo que sea un idiota —declaró.
—Bien.
Allison decidió que tenía una sonrisa que podía deshacer el hielo. Stone
empezó a rodear su mesa, una superficie de obsidiana negra sobre una
base curva cromada, y Allison pensó que iba a sentarse en su silla y poner
distancia profesional entre ellos, pero en vez de eso, Stone se apoyó en la
mesa, cruzó los brazos y la miró como si esperara que iniciara una
conversación amistosa e intrascendente.

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Intentó recordar los consejos de Penny, pero fue en vano. No estaba


hecha para el trato con los clientes.
Allison se estaba aclarando la garganta, dispuesta a intentarlo de
nuevo, cuando él dijo:
—La estoy mirando mucho, espero que no le moleste. Es que no es en
absoluto lo que esperaba, debe estar acostumbrada a que se lo digan. Me
gusta —añadió para reconfortarla—. Una imagen muy profesional, pero no
fría. Es usted muy … mona. ¿No le importa que se lo diga?
—De hecho —replicó Allison—, odio que me llamen mona.
Pero su corazón latía de sorpresa y placer. No podía mantenerse
objetiva ante este nuevo giro en la conversación.
Stone sonrió.
—Ya me lo imagino. Es como cuando la gente me dice que represento
veinticinco años, aunque lo digan como cumplido. Pero me he esforzado
demasiado en dejar de ser joven.
—Exacto —asintió Allison—. Los cachorros son monos y a los jóvenes
de veinticinco años no se les toma en serio.
—Exacto.
Compartieron una mirada de entendimiento y complicidad, tan pura,
frágil y emocionante como un rayo de sol en un día de niebla. Allison se dijo
que le caía bien. Y de pronto, se alegró muchísimo de haber asistido a la
cita.
Stone estaba asombrado de lo fácil que resultaba todo. Aquella mujer
podía haber sido vulgar, mal vestida o dura. No sólo era atractiva y
presentable, encima se podía hablar con ella. Incluso sentía que podía llegar
a apreciarla y tuvo que recordarse que ella sólo estaba haciendo su trabajo.
Pero lo hacía a la perfección. Todo en ella resultaba perfecto y Carla había
tenido razón… ¿cómo hubiera conseguido si no una pareja para una boda?
Si deseas un trabajo bien hecho, busca un profesional. Resultaba evidente.
Comentó con buen humor.
—Sabe, no estaba seguro de que esto fuera a salir bien. Pero ahora
pienso que va a resultar.
Allison sonrió, cruzando las manos sobre su maletín.
—Bueno, me alegra mucho que lo diga.
—Entonces… —Stone miró la tarjeta—. Allison. Esta es la situación. Lo
primero es lo primero. Tengo que ir a la boda de mi ex-mujer mañana por la
noche. Es muy formal y mi novia me dejó plantado hace dos días, así que
necesito una acompañante.
Ante la mirada inexpresiva de Allison, Stone prosiguió:
—Eso será todo. Acompañarme a la cita y nada más. Cuatro o cinco
horas como mucho.

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Allison había oído invitaciones más galantes en su vida, pero estaba


tan aturdida y encantada que no se le ocurrió protestar. Intentó ocultar su
alegría y preguntó:
—¿Me está pidiendo que sea su pareja para la boda?
Él se quedó desconcertado unos instantes.
—¿Le parece bien? Es algo que puede hacer, ¿verdad?
Allison no pudo evitarlo y rió en voz baja. Más que raro, pensó, pero
merece la pena permitirle algunas locuras.
—Sí —dijo—, supongo que es algo que puedo hacer. Aunque no me
deja mucho tiempo —aunque ya había pensado en un vestido comprado en
rebajas para alguna ocasión y que no había estrenado. Era perfecto para
una boda.
—Eso me dijo mi secretaria. Pero va a ser una boda estupenda. Mucha
comida, champán, una banda de músicos y… —volvió a dedicarle otra de
sus sonrisas arrebatadoras— no soy mal bailarín. A lo mejor incluso lo pasa
bien.
Allison se reclinó en la silla, disfrutando de cada aspecto de su
personalidad.
—No me extrañaría —murmuró.
—Deberíamos hablar de dinero —prosiguió él—, porque si esto se
interpone en algún otro trabajo que pensara hacer…
Allison rió, algo confusa.
—Un momento, no estoy segura…
—¿Cobra usted por horas o cómo?
Allison pestañeó.
—Bueno, cobramos según el trabajo, aunque hay unos gastos fijos…
Él asintió.
—Claro está.
—Pero como no hemos hablado de lo que desea…
De nuevo Stone pareció intimidado.
—Ya le dije, no quiero nada personal. No quiero que piense que no es
atractiva, y que no me gustaría, pero por ahora, prefiero dejarlo en el
negocio. Sólo la boda, ¿vale? ¿Cuánto será?
Un pinchazo de lucidez pugnaba por atravesar la mente de Allison pero
se negaba a aceptarlo. Dijo con cautela:
—¿Por hacer qué?
—Por la boda.
—¿Qué pasa con la boda?
Ahora el hombre parecía impaciente.

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—¿Cuánto me cobrará por acompañarme a la boda?


El pinchazo se convirtió en un estallido y la sospecha en certeza
absoluta que iba extendiendo la humillación por cada nervio de su cuerpo. A
pesar de ello, como si deseara torturarse, Allison se vio obligada a repetir:
—¿Quiere pagarme para que le acompañe a la boda?
—Bueno, es normal. No lo va a hacer gratis.
Esta vez no había duda. Allison se había metido hasta el cuello en la
humillación y aquel iba a ser, sin duda, la peor y más vergonzante de sus
citas con clientes. Algún día podría reírse de aquella escena, pero del
momento, tenía que salir de allí.
¡Y pensar que se había creído que Stone deseaba salir con ella!
Cogió su maletín con fiereza y se puso en pie, levantando la barbilla
mientras se daba la vuelta hacia la salida.
—Gracias por la oferta, señor Harrison —dijo con una voz culta y
refinada de la que se hubiera sentido orgullosa Penny—, pero no puedo
aceptar. Quizás debería llamar a un servicio de citas.
Abrió la puerta y la cerró con fuerza, sin volverse a mirar.
Stone la vio salir, boquiabierto. Miró la tarjeta, la puerta y gritó por fin.
—¡Creí que lo había hecho!
Pero, por supuesto, ella no podía oírle.

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Capítulo Dos
—Siempre dije que era un nombre idiota —repitió Allison—. ¡Las chicas
del cóctel! Siempre lo he dicho, siempre. ¿No es verdad?
Durante las dos primeras horas de su discurso, Penny se había
mostrado comprensiva, incluso había procurado ocultar su buen humor.
Poco a poco su atención se había ido agotando y llevaba un rato ignorando
por completo a su amiga. Pero Allison no necesitaba el interés de su
compañera para proseguir. Cada vez que su mente volvía a asomarse sobre
la humillante escena de la mañana, se sentía tan indignada y ofendida
como se había sentido al salir del despacho de Stone Harrison.
—Se pensó que yo era una… —pero no encontró un término que no
hubiera usado ya en las últimas horas y se sintió aún más idiota—. Ya sabes
qué se pensó que era.
Sonó el teléfono y Penny descolgó, diciendo:
—Las chicas del cóctel —hubo una pausa y Allison adivinó, por la
mirada de Penny, quién llamaba. Penny cubrió el auricular con la mano y
dijo—. Es él otra vez.
Allison se cruzó de brazos y dio la espalda a su amiga.
Penny habló al teléfono:
—Señor Harrison, no sabe cuánto lo siento…
La primera vez, Allison había colgado al reconocerlo. La segunda
llamada había sido de su secretaria explicando todo el malentendido. Allison
había estado a punto de ablandarse con la secretaria, pero su discurso
sonaba demasiado aprendido de memoria, como si el propio Stone se lo
estuviera dictando por detrás. No obstante, era evidente que el hombre
estaba complicándose la vida para excusarse por un malentendido del que
él no tenía ninguna culpa y Allison no era capaz de seguir enfadada. Pero
momentos después de despedirse en buenos términos de la secretaria el
propio Stone Harrison se había puesto al teléfono, preguntando a qué hora
podía pasar a recogerla al día siguiente. Allison había estallado de nuevo: el
tipo se lo tomaba todo a broma.
Le había colgado otra vez. Ahora tenía dos ramos de rosas, blancas y
rojas, sobre su mesa. Stone había llamado ocho veces durante la última
hora y Allison sentía que aquello se había convertido en una guerra de
caracteres.
Debería haberse sentido halagada. Estaba, de forma secreta, intrigada.
También estaba llena de sospechas y recelo y demasiado avergonzada para
dar marcha atrás en su actitud.
Y eso era, por supuesto, lo esencial. Estaba cohibida y avergonzada. No
podía reprocharle a Stone un error que sin ser del todo natural, tampoco era
de extrañar. No había querido insultarla y se había disculpado de sobra.
Podía reprocharle no tener el suficiente buen gusto como para olvidar todo

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el asunto y desaparecer en el anonimato del que nunca debió salir, pero


aquella cabezonería formaba parte de su encanto —o de su locura— según
se mirara. Pero lo cierto era que Allison se sentía mucho más enfadada
consigo misma que con él. Y aunque una parte de sí misma deseaba con
toda su fuerza que olvidara el asunto, otra no podía evitar desear su
constancia.
Penny colgó el teléfono con una expresión reflexiva.
—Bueno, es un comienzo —se recostó en su silla, apoyando una uña
perfectamente pintada sobre su barbilla—. Hemos conseguido un trabajo
por una de tus entrevistas, aunque parezca imposible. Este caballero debe
estar loco.
—Si crees que tiene gracia… —Allison la miró con enfado, pero Penny
no hablaba en broma. La curiosidad fue más fuerte que el pudor y Allison
preguntó—: ¿Qué trabajo?
—Francamente, no sé qué ha visto en ti, pero cada uno tiene sus
gustos.
Las nubes empezaban a acumularse en los ojos de Allison y Penny
decidió abandonar su aire conspirador con una sonrisa.
—Un trabajo de verdad. Parece ser que tiene que dar una cena el mes
que viene para unos clientes importantes y por eso nos llamó su secretaria.
Allison ocultó su alivio con un movimiento de hombros. Ya era bastante
malo haberse visto envuelta en aquella horrible y estúpida escena. Pero
hacer el ridículo y perder el trabajo hubiera sido demasiado para un día.
Que algo bueno saliera de aquella metedura de pata la hacía sentirse mejor.
—Cena de negocios —murmuró—. Buen trabajo.
—De hecho, es bastante más. Tenemos que organizar toda una
semana de vida social… todo discreto, con gusto, a pequeña escala, el tipo
de cosa que te gusta a ti —el tono de Penny era indiferente y Allison
contuvo su interés—. Y es una suerte que te guste ese estilo, porque a mí
me aburre a muerte y porque el cliente exige que lo organices tú.
Allison esperaba algo así y miró a su amiga, esperando el resto.
—La otra condición es que le acompañes mañana.
Allison giró sobre sus tacones y fue hacia la ventana, reprimiendo una
exclamación de ira.
—¿Por qué me hace esto? —preguntó—. ¿Por qué a mí?
Penny se encogió de hombros.
—¿Por qué no se lo preguntas? Mejor, ¿por qué no vas con él y acabas
con el asunto? ¿Por qué es tan grave?
Allison se dio la vuelta.
—¿Estás loca?
La expresión de Penny mostró simpatía.

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—¿Tan horrible es?


—Bueno, no —Allison admitió con torpeza—, si te refieres a la pinta…
—Pero es un imbécil, ¿no?
—No, no exactamente. De hecho, me pareció bastante agradable y…
—¡Claro! —Penny alzó las manos y los ojos al cielo—. Ahora lo
entiendo. Es guapo y simpático, por lo tanto no puedes salir con él. ¿Cómo
puedo ser tan tonta?
Allison le dio la espalda a su compañera con aire de total indiferencia y
simuló buscar un papel en el archivador.
—Por Dios, Allison, consigues más en una tarde que yo en dos meses y
quieres echarlo a perder. ¡Eso es alta traición!
Allison cerró con un golpe el cajón.
—Vamos, Penny, estoy hablando en serio.
—Claro que es serio. No te he contado lo que ha dicho Harry.
Y Allison no deseaba oírlo. No necesitaba detalles, ya conocía la
esencia de la catástrofe.
—Esto no es una subasta, Penny, y no soy el premio. Además, ¿por qué
no sales tú con él?
—Porque no me lo ha pedido.
—Bueno, estoy segura de que lo haría si pensara que estás disponible.
No creo que le importe mucho con quién ir.
—Gracias, encanto.
—Vamos, Penny, ¿no ves que está divirtiéndose a mi costa? Consiguió
avergonzarme y quiere seguir con el juego.
—¿Para qué?
—Porque está loco, como todos nuestros clientes.
—Para mí, la loca eres tú. Es una boda, querida. No podría ser más
respetable.
—Es la boda de su ex-mujer —corrigió Allison—. ¿Qué clase de hombre
asiste a la boda de su ex-mujer y se mete en tantos jaleos para conseguir
una acompañante?
—La clase de hombre —sugirió Penny, que había esperado para soltar
la noticia con el mayor efecto posible— capaz de pagarnos el doble de
nuestro precio por una cena, además de cinco noches completas de
entretenimiento y un cincuenta por ciento de prima por tenernos ocupadas
toda la semana.
Allison miró a su socia. Se le había secado la boca.
—¿Eso dijo?
Penny asintió.

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—Eso significa…
—Que podríamos pagar los impuestos y salir del atolladero.
Allison reflexionó. Pensó, como hacia todos los días, si no había llegado
la hora de cambiar de trabajo. Se preguntó dónde estaba la línea precisa
entre el orgullo y la necesidad y recordó los ojos gris humo de Stone
Harrison. ¿Podía alguien tan guapo ser un peligro?
—Mis zapatos color marfil irán de maravilla con tu vestido melocotón —
dijo Penny con entusiasmo.
Allison la miró severamente.
—¿Los zapatos con las perlas?
—Y el broche para el pelo a juego —asintió Penny—. Sólo me lo he
puesto una vez.
Ninguna de las dos solía asistir a lugares donde fueran adecuados los
zapatos de satén y los vestidos vaporosos. Y Allison no iba a tener otra
oportunidad de estrenar un vestido tan bonito que pronto se pasaría de
moda.
—Seguro que es una boda nudista. Él está loco, su mujer lo estará
también…
—Ex-mujer —la corrigió Penny. Estaba marcando un número—. Allison
Carter para el señor Harrison, por favor.
Y mientras Allison la miraba horrorizada, Penny le tendió el teléfono.
—Pregúntale si es nudista. Incluso así, te prestaré los zapatos —añadió
con generosidad.
Allison miró el auricular. Y después, dispuesta a mostrarle a Stone
Harrison la clase de mujer que era ella y a Penny todo su carácter, lo cogió
con firmeza. Pero nada más acercarlo a su oreja y escuchar la voz del señor
Harrison, sintió que toda su determinación se evaporaba y su garganta se
tensaba.
—Allison —dijo él con un calor que viajó por los cables y acarició su piel
—, me alegro mucho de oírla. ¿Significa que me ha perdonado?
Allison quería decir, «claro, como no». Su instinto como mujer y como
empresaria la empujaba a hacerlo. Su sentido común repetía que era la
única forma de terminar con aquella situación absurda y de paso con él.
Pero la parte traidora de su mente que no quería terminar con él debía ser
más fuerte de lo que había imaginado, pues se oyó decir:
—¿Por qué me hace usted esto?
Su silencio parecía desconcertado.
—¿Qué estoy haciendo?
—Las flores, las llamadas…
—Oh, eso —su tono era displicente y escuchó un ruido de papeles—. Mi
secretaria me obligó a hacerlo.

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—Ya entiendo.
—Dice que soy egoísta, exigente e insensible.
Volvió a oír movimiento y ruido de papeles agitados al otro lado de la
línea. El ejecutivo ajetreado no dejaba de trabajar mientras se ocupaba con
paciencia de desplegar sus encantos para calmarla. Allison deseaba
enfadarse. Debería sentirse ofendida, pero su técnica era eficaz,
precisamente por ser tan inesperada y poco convencional.
Así todo, habló con irritación.
—Creo que la entiendo.
—En mi defensa diré que sólo la primera docena de rosas fue idea de
mi secretaria. La segunda fue idea mía.
—Según la teoría de que si una docena calma los ánimos…
—Dos será mejor. Eso es.
—Dos es una ostentación —señaló Allison puntillosamente—. Es falso.
Debería haber escuchado a su secretaria.
Hubo otra pausa sorprendida.
—Oh —Allison casi podía verle encogerse de hombros—, nunca me doy
cuenta de esas cosas. Por eso necesito alguien como usted —y añadió con
una celeridad cómica— como su empresa, quiero decir. Mi secretaria me ha
explicado lo que hacen de verdad: organizar cócteles y recepciones y me
parece estupendo… aunque debo reconocer que las cosas me parecieron
más sencillas cuando me creí que estaba en otra clase de negocio. En
realidad, toda la culpa es de mi secretaria.
—No me gustan los hombres que culpan a los demás de sus errores.
—Verdad, pero no me importa gustarle o no. Sólo quiero que venga
conmigo.
Allison respiró profundamente.
—Señor Harrison —dijo lo más amablemente que pudo—, si de verdad
comprende en qué trabajamos, sabrá que los favores personales a los
clientes no forman parte del servicio.
—Supongo que se ofendería si le digo que debería hacerlo.
—Sí —cortó Allison—, me ofendería.
—¿Cómo podría entonces persuadirla de que olvide nuestro mal
comienzo y acepte mi invitación personal para mañana?
Hasta ese momento, Allison se había preparado para mandarle a paseo
y afrontar las consecuencias, pero las palabras de ruptura no salieron.
Quizás fue por su forma de decirlo, la sinceridad que recordaba más a
un hombre a punto de firmar un contrato que intentando dulcificar a una
mujer ofendida. Como mujer harta de recibir charlas paternalistas, Allison
apreciaba la claridad.

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Quizás fue culpa de Penny, escuchando con ansiedad la conversación,


y que aprovechó ese instante para decir:
—¿Te he contado que tengo un bolso a juego?
Allison era humana y no podía rechazar la tentación. Hacía tanto
tiempo que no se vestía bien y salía con alguien que le gustara. Y que no
era mal bailarín…
Exclamó:
—¡Si no le conozco!
—Perfecto. Así todavía no tiene nada contra mí.
La mirada brillante e interrogativa de Penny empezaba a atacarle los
nervios. Se giró, protegiendo el auricular con un hombro para sentirse en
privado.
—Escuche —dijo en tono razonable—, no me puedo creer que un
hombre como usted no tenga una agenda llena de nombres de mujeres
deseando salir con usted.
—Es verdad —admitió Stone—, la tengo y normalmente salen conmigo.
Pero parece que hay una extraña regla sobre el tiempo con el que hay que
avisar a una mujer para ir a una boda. Alguien debería ocuparse de escribir
todas esas reglas.
Parecía tan molesto que Allison tuvo que disimular una sonrisa.
—A lo mejor lo hago yo —dijo—, mientras tanto…
—Espere, no siga —interrumpió él—. Sé que va a negarse con
amabilidad y escúcheme antes. Escuche, estaba dispuesta a venir conmigo
a la boda antes de descubrir que yo creía que era una profesional. Me he
disculpado y ha aceptado mis disculpas. Le he mandado un número
ostentoso de rosas y hemos acordado olvidar nuestro previo desencuentro.
Ahora quiero saber, ¿cuál es el problema? ¿Qué ha cambiado desde esta
mañana?
Visto así, Allison no tenía una respuesta que pudiera ofrecer. Penny
estaba revolviendo un cajón y cuando Allison se volvió a mirarla, blandió
triunfalmente un bote de laca de uñas color melocotón.
Allison frunció el ceño.
—¿Es usted siempre tan obstinado?
—Es una de mis más nobles virtudes —explicó él.
Allison buscó un argumento para seguir luchando.
—El caso es que no estoy en el negocio, como ya ha descubierto.
—¿Y cómo suele quedar con hombres para salir? Los conocerá
trabajando, ¿no? Pues nosotros nos hemos conocido trabajando. Le pedí que
saliera. Aceptó. ¿Qué hay de malo en ello?
Perfectamente razonable. Seductoramente convincente.
—Piense en ello como una cita profesional.

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Allison habló en tono exasperado.


—¡A eso me refería exactamente! No forma parte de nuestros servicios
ir con…
—¿Nunca queda a cenar con los clientes?
—Sí, a veces, pero…
—Yo también. Sólo que esta vez la llevo a una boda. Y discutiremos el
trabajo.
Allison intentó responder pero se dio cuenta de que llevaba un rato
discutiendo por el puro placer de hacerlo. Y sospechaba que él también.
Sonrió.
—Se está metiendo en un lío espantoso, sólo para probar algo.
—¿Qué?
—Que puede conseguir lo que desea si se empeña en ello.
Hubo un silencio y Allison pensó que se había pasado. Casi lo sentía…
aunque no mucho.
Y entonces le oyó reír suavemente.
—Ya sabía que me iba a gustar usted —dijo—. ¿La recojo a las seis y
media?
—Muy bien —dijo Allison y le dio su dirección.
—Por cierto —dijo Stone antes de colgar—, le dije que era formal,
¿verdad?
—Sí.
—¿Sabe qué se supone que tengo que ponerme?
Allison sonrió de nuevo.
—Suele significar —dijo en tono frívolo—, chaqueta y corbata para el
hombre. O esmoquin.
Su silencio sugería que había deseado no oír aquello. Después
masculló:
—Y ahora tendré que buscarme uno.
Allison oyó un clic y comprendió que había colgado. Mirando el teléfono
con estupor dijo en voz baja:
—Y si no lo encuentra, ¿habrá cita?
Entonces colgó a su vez y se volvió hacia la radiante Penny con una
sonrisa algo desconcertada, pero valiente.
—Bueno —dijo—, empieza a sacar el material, parece que vamos de
boda.

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Capítulo Tres
Allison sabía muy bien que había sido manipulada. No era la primera
vez ni sería la última. Pero nunca se había sentido manejada con tanta
gracia ni había disfrutado tanto de todo el proceso. Aunque hubo momentos
durante el siguiente día en los que se preguntó «¿qué estoy haciendo?», no
llegó a arrepentirse de haber aceptado.
—Sigo pensando que esta no es forma de empezar un negocio —gruñó
dando la espalda a Penny que le estaba abrochando los minúsculos botones
que cerraban el vestido color melocotón.
—¿Por qué un negocio? ¿Por qué no lo consideras una cita?
—Pues entonces contéstame a esto —Allison se abrochó a su vez los
botones delanteros—, ¿por qué estás tan interesada en que le acompañe?
—Porque es bueno para el negocio, claro está.
—Pues lo que yo decía.
Penny metió otro botón en su pequeño ojal y dijo:
—Todo está calculado. Si consigo terminar con estos botones, jamás
podrás quitarte el vestido, así que no se te ocurra cambiar el trabajo por el
placer.
Allison sonrió y comentó:
—No creo que eso sea un problema.
—Pero dijiste que era una belleza.
—No dije una belleza… aunque lo es —admitió—. Pero alguien que
intenta alquilar una mujer para que le acompañe, bueno, no me interesa.
—Hmm, ya entiendo —Penny terminó con un último botón e hizo
girarse a Allison hacia el espejo—. Hablando de bellezas…
Allison expulsó el aire en aprobación sincera. El vestido era una
imitación de los años veinte, pero modernizado. La tela melocotón estaba
cubierta por encaje color marfil que cubría el cuello largo y las mangas
estrechas. La cintura era baja y la falda se recogía por delante a la altura de
sus rodillas. Llevaba medias marfil y zapatos elegantes del mismo color.
Había pasado mucho tiempo rizándose el pelo, pero el resultado valía la
pena. Su melena, recogida por un pasador, caía en suaves rizos que
enmarcaban su rostro. El color melocotón hacía que su piel pareciera
translúcida y los labios pintados de un color similar ponían en evidencia sus
ojos azules llenos de brillo. Pocas veces en su vida se había sentido Allison
hermosa, pero esa era una de ellas.
Sonrió con satisfacción.
—Muy bien —dijo—, ha valido la pena.
Las dos se volvieron hacia la ventana atraídas por el sonido de un
coche frenando.

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—Es pronto —se sorprendió Allison.


—Espera, no olvides esto —Penny le tendió el bolso de mano—. ¿Tienes
las llaves?
—Llaves —confirmó Allison— y el teléfono de los taxis.
—¿Para qué?
—¿Quién sabe? A lo mejor el tipo bebe como un cosaco. Mi madre
siempre dice…
—Que no salgas de casa sin el teléfono de los taxis. Y estés preparada
para lo peor. Son un encanto.
Allison cerró el bolso mientras sonaba el timbre. Su corazón latió más
rápido, como siempre le ocurría ante una primera cita.
Se miró por última vez, colocándose un rizo sobre la frente y corrió
escaleras abajo.
—Corre, tienes que conocerle.
—¿Con esta pinta? —Penny señaló sus vaqueros y camiseta vieja con
aire espantado—. Ni hablar. Espiaré desde la escalera para verle.
Allison dedicó una mirada impaciente a su amiga. Penny estaba más
guapa en camiseta y sin maquillar que la mayoría de las mujeres —Allison
incluida— después de tres horas de arreglos y esfuerzos. El timbre de la
puerta sonó de nuevo y Penny se despidió con la mano.
—¡Date prisa! No querrás que se marche…
Allison rió y se dirigió a la puerta mientras Penny se escondía tras la
baranda de la escalera.
Estaba ligeramente sonrojada y sin aliento cuando abrió la puerta, pero
lo que vio la dejó boquiabierta. Bajo la suave luz amarilla de su porche
estaba el hombre más guapo que había visto en toda su vida, aparte de en
las películas. Llevaba una chaqueta blanca con una desenvoltura que
hubiera admirado James Bond. La primera vez que le vio tenía el pelo
despeinado sobre la frente y en esta ocasión se lo había retirado de la cara
cuidadosamente, aunque su excesiva largura le daba un aire aventurero. Al
mirarla sus ojos expresaron una admiración sincera y Allison sintió que su
corazón latía todavía más de prisa. Estaba a punto de soltar un ¡Wow!
admirativo, pero se contuvo y dijo:
—Veo que has encontrado una chaqueta.
—Veo que tú has encontrado… todo —sus ojos la recorrieron, de los
rizos al encaje que cubría sus hombros y el escote, hasta sus rodillas y los
elegantes zapatos. No había nada insincero en su voz cuando observó:
—Estás muy guapa, de verdad —y añadió con aire de estar muy
satisfecho de sí mismo—. Esto va a salir muy bien.
Allison pensó que tendría que ofenderse por ese comentario que
recordaba demasiado lo mercantil de su cita, pero no quería estropear su

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placer. Y uno no puede ofenderse con una persona que te mira como la
estaba mirando Stone. Así que sonrió y se apartó de la puerta, diciendo:
—¿Quieres pasar?
Casi podía sentir a su amiga retorciéndose para ver la puerta y a su
invitado.
Stone miró por encima de su hombro el vestíbulo, pero se excusó:
—Creo que no, al parecer me equivoqué con la hora y empieza a las
siete, o sea que tenemos que darnos prisa —se volvió hacia la calle y señaló
la limousine gris plata que brillaba a la luz del porche—. El bar está lleno,
así que podemos tomar una copa de camino.
Esta vez Allison no pudo evitarlo.
—¡Wow! —exclamó y se volvió a cerrar la puerta. Penny la odiaría por
no hacerle pasar—. Bonito coche.
Stone sonrió y le tocó ligeramente el brazo mientras bajaban las
escaleras.
—Nunca me han acusado de falta de estilo.
—Ya veo. ¿Es tuyo?
—Lo alquilé para la tarde. Supuse que no sería fácil aparcar. Además,
quería impresionarte.
Allison le miró divertida.
—Considérame impresionada.
—Perfecto. Me encanta tener dinero, todo es mucho más fácil.
—Eso tengo entendido —murmuró Allison mientras el conductor abría
la puerta para que subiera. Se instaló en el interior de madera y tapicería
gris y pensó que si aquello era tener dinero, se acostumbraría fácilmente.
Había una pequeña televisión a un lado y una radio de la que salía música
suave de Vivaldi. El bar estaba repleto de botellas minúsculas de licor,
zumos y vinos. Junto a ella había una hielera que debía contener champán,
pero Allison miró mientras Stone se sentaba a su lado y sólo contenía hielo.
—A ver —invitó éste, examinando el surtido de botellas—, ¿qué quieres
tomar?
Allison vaciló.
—Nada, supongo. Seguro que se me caería en el vestido.
Stone sonrió.
—No creas, los conductores de Rolls suelen ir muy suaves.
Especialmente, Jeff. ¿Verdad, Jeff?
El conductor miró por el retrovisor.
—Lo intento, señor.
—¿Qué tal un martini? —sugirió—. Es blanco y si se te cae no se
notará. ¿Sabes mezclar un martini?

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Levantaba las botellas, buscando la ginebra y Allison decidió rendirse.


—Bueno, tomaré una tónica. Eso no mancha.
—Vino blanco mejor —decidió Stone—, así tomaremos una copa cada
uno —seleccionó una botella—. ¿Sabes algo de vinos?
—Lo sé todo de vinos. Es mi trabajo. Pero prefiero una tónica.
Stone empezó a descorchar la botella comentando:
—Espero que no seas muy exigente. Este no debe ser una de tus
cosechas para impresionar a snobs.
Allison le observó mientras servía dos copas.
—Eres la clase de hombre «yo me ocupo de todo», ¿verdad?
—Mucha gente diría que soy egoísta y desconsiderado.
—¿Quién soy yo para discutírselo?
Pero Stone le dedicó una de sus impresionantes sonrisas y le tendió el
vaso.
—Vamos —dijo en tono de persuasión—, quiero hacer un brindis.
En aquellas circunstancias, Allison no iba a rechazarlo y se alegró
cuando él levantó la copa en su honor.
—Por Allison —dijo solemnemente— que me ha salvado la vida.
Allison sonrió y asintió con buen humor.
—Eres insoportable. ¿Te lo han dicho también?
—Todo el tiempo —dio un trago de vino—. Pero lo digo en serio. No
sabes cuánto te lo agradezco.
Allison hizo un gesto generoso, un poco cohibida por su sinceridad.
—Oye, por un paseo en limousine y una botella de vino…
—Resulta que Melinda, mi ex-mujer, es un poco… hiperprotectora.
Siempre se está ocupando de mí. Y si me hubiera presentado sin nadie en la
boda, no sabes el rollo que me habría dado.
Allison miró su vaso de vino y formó la pregunta con todo cuidado.
—Sé que no es asunto mío, pero me pregunto… No sé, me extraña que
te metas en un jaleo así para asistir a la boda de tu ex-mujer.
Stone se reclinó en el asiento y levantó ligeramente un hombro.
—Es verdad. Pero es que toda mi familia es un poco rara.
Allison procuró no parecer muy curiosa, pero él sonrió y explicó:
—Melinda no es una ex-mujer cualquiera. Crecimos juntos y nos
casamos más porque todo el mundo lo esperaba que porque lo deseáramos.
Tardamos menos de ocho meses en comprender que había sido un error… o
al menos fue lo que tardó Melinda. Por fortuna, o desgraciadamente, a
veces lo dudo, el matrimonio no arruinó nuestra amistad. Se preocupa

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porque cree que me rompió el corazón —dio un trago de vino—. A mí me


preocupa que no lo hiciera.
Había un sentido oculto en aquella declaración y Allison sintió una
curiosidad intensa. Pero como Penny le había dicho muchas veces, uno de
sus defectos era la manía de organizar a la gente como organizaba sus
ceremonias, y tenía que esforzarse en no reunir toda la información que le
faltaba. La vida personal de Stone Harrison no era asunto suyo.
Todo lo que le pedían que hiciera era charlar amigablemente y no
ofenderle.
Así que dijo:
—¿Hace cuánto que os divorciasteis?
—Casi cinco años. Y te juro que nadie se siente tan feliz por esta boda
como yo. Estar casada tendrá ocupada a Melinda.
—¿Y no le molestará que vayas con una acompañante?
Stone se echó a reír.
—¡Qué ocurrencia! Estará emocionada. Sobre todo al verte —volvió a
mirarla, juzgándola de pies a cabeza y asintió con satisfacción—. Eres
exactamente el tipo de chica que habría elegido para mí. Refinada, discreta,
agradable.
Allison contuvo una oleada de indignación.
—Dicho así, parezco un trozo de pan.
Stone rió y levantó la copa de nuevo.
—Pero un pan de la mejor calidad. Sabes —añadió tras beber—,
después de que me dejaras ayer, seguí tu consejo y llamé a una empresa
de acompañantes profesionales. Ni siquiera ellos podían conseguirme
alguien en tan corto plazo… alguien que sirviera para una boda. Así que es
verdad que me has salvado la vida, Allison, y no sabes cuánto lo aprecio.
Allison se alegró de no estar bebiendo vino. Se hubiera atragantado
ante la ofensa que le impedía hacer otra cosa que mirarle. Stone, con aire
de no haber roto un plato, miraba por la ventanilla y parecía feliz.
Cuando Allison recuperó la voz, se esforzó en no gritarle.
—Déjame que lo entienda. ¿Yo era la segunda opción después de una
prostituta?
Él la miró con sorpresa.
—Chica de alterne —corrigió—. Y no había duda. Siempre te preferí a ti.
Allison tomó aire.
—¿Y por eso me mandaste las flores y las llamadas? ¿Porque el servicio
profesional no respondía?
Stone asintió sin el menor pudor.

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—Estaba totalmente desesperado y debo reconocer que me lo hiciste


pasar mal. Pero lo importante es que al final aceptaste, y todo ha salido
bien.
El coche tomó una curva y frenó. Allison dejó el vaso sobre una
superficie, conteniéndose para no tirarle el vino a la cabeza. Él sonrió y
anunció:
—Ya estamos.
Allison consiguió una sonrisa tensa. Sé educada. La voz en su interior
era la de Penny. Es un cliente. Por lo tanto, dijo, muy educadamente:
—¿La gente te ha dicho también que eres un cretino?
Stone mostró sólo un segundo de sorpresa.
—A veces. Pero no lo suficiente. ¿He dicho algo insultante, verdad?
El enfado de Allison se convirtió en una especie de abatimiento
incrédulo. ¿Cómo podía ser alguien tan grosero y encantador a la vez?
¿Cómo se salía con la suya? ¿Por qué le resultaba tan imposible enfadarse
en serio con él?
El conductor abrió la portezuela y Allison separó los ojos de Stone con
dificultad. Carraspeó, pero no pudo quitar la dureza de su voz.
—¿Insultante? No seas tonto.
Se dispuso a bajar del coche, pero Stone le rozó el brazo. Su expresión
era seria y parecía preocupado.
—Sé que te he insultado —dijo—. A veces soy un imbécil. No me
preguntes por qué, pero lo soy… como hay gente que siempre se retrasa o
que lleva mal cortado el pelo. Lo siento mucho. Te juro que eres la última
persona en el mundo a la que querría insultar.
No había duda de la sinceridad de su tono y cuando su expresión se
dulcificó y su sonrisa la obligó a sonreír involuntariamente, Allison supo
perfectamente cómo se salía con la suya.
—Te propongo algo —ofreció Stone—. Si me prometes no seguir
enfadada conmigo, puedes decirme todas las veces que lo pienses que soy
un imbécil. Yo no me enfadaré, ¿te parece?
Su mirada era cálida en la semi oscuridad del coche, su sonrisa
invitaba como una caricia, su tono ofrecía confianza y amistad. Allison
vaciló, pero estaba empezando a descubrir lo que sin duda muchas mujeres
habrían descubierto antes que ella: era imposible resistirse al encanto de
Stone Harrison.
—Es un trato —dijo sin conseguir esbozar una sonrisa.
Él se relajó y sonrió ampliamente.
—Te prometo que no te arrepentirás.
Allison se sonrió interiormente y saliendo del coche, murmuró:
—Más te vale.

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Ni siquiera Stone con su carácter obstinado, incorregible y arrogante


podía interferir en el amor de Allison por las bodas. Le encantaban. No le
importaba quién se casara, ni cómo, si la boda era rica o pobre, religiosa o
civil, discreta o espectacular. Disfrutaba enormemente de la ceremonia y el
entorno.
Inmediatamente fue arrastrada por el placer del espectáculo. Le
fascinaba el simbolismo del ritual: los padrinos, serios y altos, que antaño
llevaban espadas para escoltar al novio hasta el lugar de encuentro,
protegiéndole de sus enemigos o rivales; las damas de honor,
representantes de la dote de la novia, encargadas de ayudarla y servirla,
pero sobre todo de proteger su virtud hasta el momento de la entrega a su
postrer defensor, su marido. Todo era antiguo y emocionante, un vínculo
eterno con costumbres milenarias y oscuras. Cuando la ceremonia era
hermosa, Allison sentía escalofríos de emoción recorriendo su piel.
Melinda había sabido cómo hacerlo. La iglesia era una fantasía de rosa
salmón y velas marfileñas. Montones de rosas, todas del mismo salmón
perfecto, daban la bienvenida a los invitados, brillando bajo la luz misteriosa
y emotiva de los candelabros. Rosas y lazos color marfil decoraban los arcos
de la iglesia, las columnas y el altar. Había lazos de satén en cada banco y
una iluminación mágica que daba la ilusión de que sólo los candelabros
estratégicamente dispuestos servían para dar luz a toda la iglesia. El efecto
era elegante sin ser ostentoso, romántico sin caer en lo cursi.
Ella y Stone llegaban tarde. Un tenor y una soprano estaban
terminando un dúo y nada más sentarse ellos, dos niños empezaron a
desenroscar una alfombra de color salmón que llegaba hasta el altar,
mientras otros dos desenvolvían la alfombra paralela blanca. Stone miró a
su alrededor con satisfacción.
—Vaya —comentó—, parece que se casa con alguien de dinero. Me
alegro por ella.
Allison le hizo callar al sonar las primeras notas de la marcha nupcial.
En cabeza de la procesión iba una niña pequeña vestida de encaje, lazando
a su alrededor pétalos de rosa de una canastilla y Allison se relajó para
gozar de la celebración.
Desde el primer momento había sentido una gran curiosidad por saber
cómo sería la ex-mujer de un hombre como el peculiar Stone Harrison.
Había observado que los hombres con éxito y dinero tenían una tendencia a
elegir a sus mujeres y amantes según sus medidas corporales, lo que no
probaba nada salvo que eran hombres. Allison se había imaginado a
Melinda como una chica rubia, con busto generoso y delgada de piernas,
convencionalmente guapa y muy bien educada, una ex-modelo o algo así.
No era que viera nada malo en ello: su descripción imaginaria de Melinda
podía convenir perfectamente a su mejor amiga, Penny. Simplemente
Allison se sorprendió al ver que la novia no tenía nada que ver con lo que
había esperado.
Para empezar era morena e incluso en aquella ocasión llevaba el pelo
muy sencillo, recogido en un moño. Tenía un rostro abierto y amistoso,
radiante de felicidad, y una bonita figura que no era en absoluto propia de

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

una modelo. A Allison le gustó nada más verla, pero no entendía por qué le
había gustado a Stone. Claro que se habían divorciado.
La novia llevaba un vestido largo color salmón y sus damas iban de
marfil, variación sobre el tema habitual que Allison encontró de muy buen
gusto y adecuado para una segunda boda. La ceremonia tuvo una selección
musical exquisita. Melinda se casaba con un hombre distinguido con las
sienes plateadas que la miraba con adoración y cuando la pareja salió con
otra marcha triunfal, Allison observó que la mujer tenía una mirada
maravillosamente empañada.
Allison estuvo a punto de llorar también, por puro contagio mientras la
masa de invitados iba saliendo por los pasillos.
—Ha sido muy bonito —comentó a su acompañante—. Gracias por
invitarme.
Stone miró el reloj.
—Un poco largo, para mi gusto. Cuando yo me casé tardamos cinco
minutos. Lo tenía medido. Si hubiera sabido que esta iba a ser tan larga,
ceno algo antes. Estoy muerto de hambre.
Allison le miró sin moverse, aunque estaba bloqueando el pasillo.
—¿Que calculaste tu boda?
Stone sonrió a alguien y la empujó para que siguiera.
—No era nada así. Sólo el juez un sábado por la tarde. Creo que
Melinda siempre deseó una boda elegante. Las mujeres se ponen tontas con
esas cosas.
—¿Y no tienen razón? —Allison movió la cabeza con censura.
Stone comprendió su mirada e insistió:
—¿Qué? Esto no me califica de cretino; es sentido común. Estás igual
de casado en cuatro minutos que en cuarenta y las rosas y velas no tienen
nada que ver con el asunto.
Mientras hablaba, Stone la iba guiando entre la multitud, saludando de
vez en cuando a un conocido y Allison se tragó su impaciencia. Aquello era
una boda y ella su pareja. Su trabajo consistía en parecer encantada. Lo que
no le impidió replicar:
—No se trata de eso. Es el gesto, ¿no lo entiendes? Es simbólico. Es el
ritual y los recuerdos lo que cuenta. Una mujer se acordará el resto de su
vida, incluso más allá del matrimonio.
—Sigo pensando lo mismo.
—Oh, vamos —habló con exasperación—. ¿Es que no sabes nada del
romance?
—Sé un montón de ese tema —insistió Stone—. Te mandé rosas, ¿no?
Cuando le miró vio chispas en sus ojos y recordó lo imposible que era
hablar en serio con él. Comentó:

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—Eres muy simpática y estás muy guapa, pero no tienes ningún


sentido del humor, ¿verdad?
Allison sonrió dulcemente.
—Tengo un gran sentido del humor, he venido contigo.
Él se echó a reír y su forma de apretar suavemente el brazo de Allison,
con confianza amistosa, la hizo olvidar que no intentaba ser graciosa. Qué
tipo tan increíble, se dijo Allison, que iba de sorpresa en sorpresa. Era un
tipo insoportable y cada vez le parecía más atractivo.
La recepción tenía lugar en un club privado y aunque Stone hizo una
salida más que veloz de la iglesia, dado que estaba muerto de hambre, el
camino estaba lleno de coches cuando llegaron. Las puertas abiertas del
club dejaban escapar pasos y risas, luz y música, mientras camareros en
traje descargaban de sus abrigos a los invitados que iban llegando.
Stone se mostró impaciente con la cola de coches para aparcar.
—Debe haber una lista de invitados —gruñó.
Allison replicó, divertida.
—Claro, es protocolario.
—Es una estupidez. Alguien los conocerá o no estarían allí. El problema
de las bodas es el de la vida… se tarda demasiado en llegar a lo bueno.
Y antes de que Allison pudiera decir nada, cogió su mano y abrió la
puerta.
—No te importa andar, ¿verdad? Esos zapatos no parecen incómodos y
no es lejos.
Allison ya sabía que daba igual si le importaba o no; tuvo que
apresurarse para no quedarse atrás. Llevándola suavemente por el brazo,
Stone avanzó, adelantando grupos a buen paso, saludando aquí y allá pero
sin detenerse hasta que Allison rogó:
—Por favor, para. No quiero llegar sudando y agotada.
Apenas le dedicó una mirada mientras la asía por el codo para hacerla
subir las escaleras.
—Estás muy bien. Si no nos damos prisa se lo comerán todo. ¿Quién
hubiera pensado que Melinda conocía a tanta gente?
Allison le miró con impotencia, pues ya había aprendido que intentar
disuadirlo de una acción en curso era imposible.
La cola de invitados era breve y por fin Stone tuvo que detenerse,
aunque no pudo evitar adelantarse para ver cuánto tenían que esperar.
Allison sentía cómo sus rizos se deshacían y su peinado se descomponía por
una carrera de cinco minutos desde el coche que había acabado con su
obra de arte. Hubiera deseado reparar su peinado, pero era imposible sin
espejo.
Tocó el brazo de Stone.

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—Me perdonarás, pero voy a ir a un baño y reparar los daños de tu


carrera sobre mi pelo.
—Ni hablar —Stone la cogió por el brazo para que no se escapara—. Si
te vas ahora, no pasaremos en nuestro turno. Además, estás muy guapa.
Dentro de cinco minutos podrás ir.
—¡De todos los tipos…!
No pudo terminar su frase indignada, porque la pareja que les precedía
se volvió para saludar a Stone. Aquello pareció hacerle olvidar el hambre e
inició una conversación animada con ellos. Allison esperó ser presentada a
sus amigos, que de vez en cuando la miraban con curiosidad, pero Stone no
parecía ser consciente de su obligación social. Allison les sonrió débilmente
y dejó vagar su mirada. Tenía ganas de pellizcar a Stone, pero no creía que
sirviera de mucho. Algún día alguien tendría que enseñarle educación, pero
no iba a empezar ella tan ardua tarea.
Aunque quizás no fuera una tarea tan desagradable, al fin y al cabo.
—¿Me engañan mis ojos? ¿O ese joven atractivo es el famoso Gregory
Harrison?
Allison levantó la ceja y murmuró:
—¿Gregory?
La voz pertenecía a una mujer de mediana edad vestida de azul con
una capa a juego. El vestido era un poco estrecho para ella y la capa algo
dramática, pero los llevaba con tan segura elegancia que resultaba
encantadora. Su cabello canoso estaba recogido en un moño alto y
decorado con una horquilla con diamantes. Sus ojos despertaron una ávida
curiosidad en Allison que a la vez se adelantó y deseó esconderse tras
Stone.
Los ojos de Stone brillaron mientras besaba la mejilla de la mujer.
—La belleza de la noche. Me alegro de que escaparas de tu oficial para
un día como hoy.
—Calla, eres terrible. ¿Y si alguien te oyera? —hablaba con Stone pero
sus ojos no se separaban de Allison—. ¿Dónde está tu educación? ¿Quién es
esta encantadora criatura?
Por fin, pensó Allison irónicamente.
Stone dijo:
—Stella Blake, tengo el gusto de presentarte a Allison Carter, mi…
Fue entonces cuando Allison tuvo aquella nefasta inspiración. Nacida
de su deseo de justicia, de sus ganas de castigar a Stone por haberla puesto
tras una prostituta en la lista, haberla ignorado antes sus amigos, haber
estropeado su peinado. ¡Y sobre todo la había acusado de no tener sentido
del humor!
Dio un paso al frente, extendiendo la mano con una sonrisa.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Prometida —dijo amablemente—. Es un placer conocerla, señora


Blake.
Pero la otra mujer ignoró la mano tendida y Allison tuvo la terrible
sensación de que había metido la pata con su bromita. Stella Blake la miró
con labios temblorosos y ojos repletos de lágrimas. Y antes de que Allison
pudiera hacer otra cosa que lanzar una mirada desesperada y desolada a
Stone, la mujer exclamó:
—¡Oh, querida! —y abrazó a Allison con fuerza.
Atrapada y estupefacta, Allison se dio cuenta de que eran el centro de
la atención general. Se giró un poco para mirar a Stone, pero este no fue de
gran ayuda.
Sólo dijo, en tono neutro:
—Allison, dile hola a mi madre.

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Capítulo Cuatro
Stone sabía que tenía que rescatar a Allison, pero primero se sintió
demasiado sorprendido y después empezó a hacerle mucha gracia el
malentendido. Miró a Allison, atrapada en el abrazo formidable de su madre
y con aspecto de conejito entre los brazos cariñosos de un oso pardo, y
pensó: Le está bien empleado.
Sabía por qué lo había hecho. La había irritado con sus comentarios
sobre la duración de la ceremonia y con su insistencia en correr hacia la
recepción. Había decidido castigarle, haciéndose pasar por su novia, y
Stone no se lo reprochaba. Muy a menudo su actitud inspiraba a las mujeres
pequeños actos de rebelión con la clara intención, irritada y maternal, de
hacerle aprender una lección de la vida. No terminaba de entender el
razonamiento que las obligaba a aquellas demostraciones de fuerza, y no le
interesaba mucho entenderlo, pero esta última le había desconcertado
particularmente. ¿Qué quería probar Allison diciéndole a su madre que
estaban comprometidos?
Su madre exclamó entonces:
—¡Gregory, mal hijo! ¿Cómo me has ocultado algo así? Y yo que estaba
muerta de preocupación por ti, rebuscando en la lista de hijas casaderas de
mis amigas, lista cada vez más exigua por cierto, y tú mientras tanto a
punto de casarte. ¿Cómo has podido?
Y entonces Stone añadió a su pensamiento anterior: les está bien
empleado a las dos.
Su madre era una maravilla y la quería enormemente, pero llevaba
cinco años obsesionada con la idea de que sentara la cabeza y criara una
familia. Como casamentera era tan mala como Melinda, y había llegado al
punto de ocultarle toda su vida social. Así todo, solía descubrir cuándo
estaba libre de compromisos y entonces empezaba su desgracia.
Comenzaba la ronda de presentaciones, las cenas reducidas, las entradas
para el teatro y las «hijas de una vieja amiga de paso por la ciudad». Incluso
le daba conferencias sobre la tristeza de la vida de soltero y sus peligros
morales.
Y no sólo ella. Todo el mundo parecía conocer a la mujer perfecta para
él y si se descuidaba se veía enredado en una sucesión de citas a ciegas
con hermanas de sus amigos o amigas de sus hermanas cada vez que
cortaba una relación. Por no hablar de una reunión como la de aquella
noche; se hubiera pasado la noche bailando con mujeres desconocidas y
justificándose por no poder llamarlas el lunes. Pero estaba salvado…
Alguien le dio una palmada en el hombro.
—Stone, viejo zorro, ¿es verdad?
Y una voz femenina exclamó:
—¡No puedo creerlo! Stone Harrison, el último soltero de oro.

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Mientras su madre volvía a abrazar a Allison y declaraba:


—¡No se lo había contado a su propia madre! No te ofendas, querida,
es una de las cosas que tendrás que conocer de mi hijo… No tiene ningún
sentido de lo social. Y mi educación no tiene nada que ver.
Allison empezaba a parecer desesperada mientras intentaba separarse
de los besos maternales.
—En realidad, señora Harrison, perdón, señora Blake…
—Segundo matrimonio, querida. Era un encanto de hombre pero sólo
me duró unos diez años cuando le pillé. Llámame Stella.
—Oh, gracias, Stella. Pero me temo que esto es…
Stone disfrutó unos instantes del rostro sonrojado de Allison, pero no
quería dejarla hablar. Dio un paso hacia ella, le rodeó los hombros con un
brazo posesivo y dijo:
—¿Ves lo que ha pasado, cariño? Te dije que ocurriría si se te escapaba
—ante la mirada indignada de Allison se dirigió a su madre—. Queríamos
darte una sorpresa —y añadió con un abrazo cariñoso—. Pero tú lo has
estropeado, ¿verdad, cielo?
Los ojos de su madre se oscurecieron mirándole, pero se volvió hacia
Allison con una sonrisa de acogida.
—No le hagas ni caso. Tú y yo vamos a sentarnos y tener una larga
conversación.
Allison tartamudeó:
—Pero…
—¡Stone! ¡Cariño!
Era la novia y Stone vio con placer que aquello les haría saltarse la
cola.
—Perdona, madre —dijo y cogió a Allison por el brazo.
Esta estuvo a punto de recuperar la coherencia antes de encontrarse
ante los novios.
—¿Estás loco? —murmuró—. No es posible que le dejes creer…
Stone replicó con inocencia:
—Si ha sido idea tuya.
—Pero yo no sabía que era tu madre, por Dios.
Stone sonrió.
—Me encantan las bromas, ¿a ti no?
Allison no pudo contestar, aunque no tenía respuesta para tanto
descaro porque estaban ante la pareja de recién casados. Decidió
imponerse una nueva regla: las personas como ella, sencillas y espontáneas
no debían jamás dejarse arrastrar por malévolos impulsos y gastar bromas

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como aquella. Luego no sabían cómo salir del atolladero, mientras que las
personas como Stone siempre sabían aprovechar las situaciones.
Stone besó a la novia y dio un sincero apretón de manos al novio, que
parecía un hombre con dinero, atractivo y educado. Cuando Stone la
presentó, Allison hizo los comentarios de rigor sobre la belleza de la
ceremonia e intentó apartarse cuanto antes. En vano.
Melinda declaró:
—Stone Harrison, sólo tú harías algo así, y en mi boda, para colmo.
¿Cómo puedes justificarte? No, no digas nada —se volvió hacia Allison con
los ojos llenos de felicidad y brillantes de curiosidad—. ¿Es cierto? Stone
tiene un humor idiota y nunca me creo nada de lo que dice, así que dime…
¿de verdad estáis comprometidos?
Allison abrió la boca para contestar con claridad, pero Stone volvió a
abrazarla y a decir en su lugar.
—¿Se romperá tu corazón si te digo que lo estamos?
Melinda echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada.
—¿Romperse? Si no fuera ya la mujer más feliz del mundo… —deslizó
la mano en la de su nuevo marido con una mirada de adoración— esta
noticia me haría serlo.
Stone comentó en un tono que hizo que Allison le mirara sorprendida:
—¿Lo dices en serio, verdad?
Melinda estaba radiante de alegría.
—Claro que es en serio. Verte con alguien y tan feliz como yo soy, claro
que lo deseo. Aunque… —simuló enfado— nunca te perdonaré por no
habérmelo dicho. ¿Cómo has podido ocultarme algo así?
Habían ido demasiado lejos y Allison decidió cortar la broma, pero de
nuevo Stone la interrumpió.
—Este es tu día —dijo cariñosamente—. No queríamos meternos en
medio. Y sigue siendo tu día, no te ocupes de nosotros.
Melinda rió de nuevo.
—¿Estás tonto? Me has hecho el mejor regalo del mundo.
Stone se inclinó y besó la mejilla de Melinda.
—Felicidades, pequeña. Que seas feliz.
Melinda sonrió a Allison con alegría.
—Tú y yo vamos a ser buenas amigas. En cuanto vuelva del viaje,
tenemos que quedar a comer. ¡Tenemos tanto de que hablar!
Allison tartamudeó de nuevo:
—La boda ha sido… muy hermosa.
Stone la arrastró lejos.

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—Esto —declaró entonces Allison— ha sido lo más cruel que he visto


nunca. Primero engañas a tu madre, y luego a la novia el día de su boda.
Eres un invitado en su casa…
—Es un club —replicó Stone con aire ausente ante la reprimenda—. Y
alquilado.
—Y tú le has mentido, poniéndola en ridículo, por no hablar de mí. Es
un encanto y no se merece que la traten así. Voy a aclararlo todo ahora
mismo.
Se dio la vuelta para marchar, pero de nuevo Stone la cogió del brazo
en un movimiento lleno de gracia, casi coreográfico, que la hizo girar como
una bailarina y quedar sentada y con un vaso de champán en la mano.
—No te muevas —dijo Stone sirviéndose otro vaso de la bandeja
presentada por un camarero—. Tenemos que hablar de esto.
—¿De qué? —insistió Allison—. Sí, lo admito, se te dan mejor las
bromas que a mí, ¿es eso lo que quieres oír? Pero no quiero seguir
participando en esto. O decimos la verdad o me marcho.
El banco en el que Stone la había obligado a tomar asiento era
minúsculo, de terciopelo y decorado con flores; parecía preparado para
hacer fotos en él. Dos personas cabían muy apretadas y cuando Allison
intentó levantarse, descubrió que no podía salir sin la cooperación de Stone.
Este dijo:
—Relájate y tómate el champán. Vamos a hablar un minuto.
Desde su posición en el banco, Allison tenía una visión perfecta de sus
muslos masculinos, fuertes y vestidos elegantemente, pero para verle la
cara tenía que forzar el gesto, lo que la irritaba sobremanera.
—Habla lo que quieras, pero no me vas a convencer con una copa de
champán.
Stone sonrió.
—Menos mal que tenemos mucho más que una copa.
De pronto se sentó a su lado en el banco. Allison se apretó contra un
extremo, pero parecía que no quedaba una sola parte de su cuerpo que no
estuviera en contacto con él; el muslo duro y cálido contra sus piernas, la
cadera contra la cadera, su brazo rozando sus hombros. Intentó ponerse
recta y mirarle a los ojos, pero era difícil. Su proximidad era un poco
abusiva y la ponía nerviosa, sobre todo porque él parecía totalmente
ignorante de la molestia que causaba, con la confianza de un hombre
acostumbrado a la intimidad con las mujeres. Los ojos gris humo estaban lo
bastante cerca como para hipnotizarla. Allison intentó apartar la mirada, sin
resultado.
Stone habló con pasión:
—Ya sé que me has hecho un favor inmenso viniendo conmigo.
Allison dio un trago de champán y tranquilizó su ánimo y sus sentidos.

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—No intentes el numerito de la sinceridad conmigo, ¿vale? Ya me ha


engañado unas cuantas veces.
—No intento ser sincero —se defendió Stone—, sólo honrado. Escucha,
si le dices la verdad a Melinda se enfadará conmigo, se enfadará contigo y
le estropearemos el día de su boda y yo me tendré que marchar sin haber
cenado.
Allison levantó los ojos con resignación y él prosiguió:
—Dentro de dos horas se va de luna de miel y estará un mes fuera de
la ciudad. ¿Por qué hacerla infeliz? ¿No has visto lo contenta que se ponía?
Allison vaciló. Se le ocurrían unas cuantas cosas que pensar sobre un
hombre cuya ex-mujer se alegraba tanto de verle convertido en el problema
de otra. Pero también se le ocurrían cosas muy distintas sobre un hombre
tan preocupado por la felicidad de una mujer a la que no amaba desde
hacía tiempo. No estaba segura de entender la situación pero no era quién
para juzgarla.
Lo cierto era que Melinda se había alegrado mucho y no había ningún
mal en dejarla pensar que estaban juntos. Cuando volviera de la luna de
miel, Stone le contaría cualquier cosa; Allison no iba a volver a verla.
Además no le hacía ninguna gracia tener que quedar mal en la boda de esa
mujer tan simpática.
Allison se sorprendió a sí misma mirando la copa de champán. O la
bebida era más fuerte de lo que pensaba o los ojos de Stone más
convincentes, pues parecía dispuesta a aceptar participar en una charada
poco digna.
Movió la cabeza para convencerse a sí misma.
—Es una locura. No puedo simular que soy tu novia cuando apenas te
conozco. Tu propia madre…
—La mantendré alejada, te lo prometo. Hay quinientas personas aquí,
no será difícil evitarla. Sólo tienes que sonreír y poner cara de que me
adoras y eso no es difícil, ¿verdad? Y claro, cuando te presente como mi
novia, no lo niegues.
Eran sus ojos, pensó Allison dando otro trago. Definitivamente los ojos.
Atentos y seductores, con la sombra de una sonrisa en la profundidad,
mirando a las mujeres como si estuviera abriendo su corazón por vez
primera para desvelar sus secretos… o sus deseos.
Sólo con esfuerzo pudo Allison romper el hechizo.
—Señor Harrison —comenzó con firmeza.
—Stone. Me llamo Stone.
Ella vaciló y le miró con curiosidad.
—¿Puedo preguntarte algo?
Él pareció relajarse y dio un trago de su copa. Al mover el brazo rozó el
de Allison pero el roce casual tuvo algo de caricia.

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—Todo lo que quieras.


—¿Qué significa Stone?
Hubo chispas en sus ojos.
—No nos conocemos lo suficiente para eso.
Allison frunció el ceño y levantó su copa, intentando retirarse hacia el
límite del banco mientras su brazo volvía a rozarlo el hombro. Olía a un
perfume desconocido para ella, rico y prohibido.
Propuso con cierta torpeza:
—Me parece justo. Tampoco nos conocemos como para pedirme un
favor así.
—¿Y si lo suplico?
—Oh, por Dios —de nuevo intentó ponerse en pie y marcharse.
Una vez más Stone la retuvo, cogiéndola por la mano.
—Mira —dijo—, no sé cómo decirte esto sin parecer un cretino una vez
más, pero ¿sabes lo que implica ser un hombre heterosexual soltero con mi
edad y con dinero en esta ciudad?
Allison le miró con impertinencia.
—Todo lo que sé es que ayer ibas a contratar una profesional para que
te acompañara a la boda.
Stone hizo un gesto de indiferencia.
—Eso no tiene nada que ver. Lo que intento explicarte es que cuando
eres un soltero como yo las mujeres salen de las piedras, armadas hasta los
dientes…
Allison masculló una exclamación indignada y se puso en pie; él la
retuvo por la muñeca con una mirada impaciente.
—Intento decirte que cada amigo bien intencionado y familia de los
alrededores intenta continuamente ayudarme a encontrar a la mujer
adecuada y es insoportable. Todos los que conozco en el mundo están hoy
aquí y si llegan a descubrir que estoy libre de nuevo… —dejó la frase
inacabada como si la consecuencia fuera demasiado abominable para ser
descrita y continuó—. Pero bastarán unas horas de simulación por tu parte
para ahorrarme semanas, incluso meses, de desgracia. ¿Qué dices ahora?
Allison le miró de frente.
—Eres un ser ególatra, absorbente, afectado y ruin. No veo una sola
razón en el mundo para sentirme inclinada a ayudarte.
Stone pasó por alto sus críticas y se centró en su última frase.
—Te compensaré por ello. No espero que lo hagas…
La mano de Allison se estrechó sobre la copa semi vacía.
—Si me estás ofreciendo pagarme…
Él sonrió rápidamente y levantó una mano para defenderse.

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—Claro que no es eso. Pero significa mucho para mí y si me sigues te


daré…
Algo en la expresión de Allison debió advertirle del peligro, pues se
detuvo. Ella le invitó fríamente:
—¿Qué me darás?
Stone sonrió con un gesto encantador. No tenía que tocarla para que
Allison sintiera el efecto de aquella sonrisa llenando su cuerpo, acariciando
su piel como un rayo de sol. Dijo:
—¿Qué te parece un beso?
El corazón de Allison se puso a latir más rápido y no pudo evitar mirar
sus labios. Tenía una boca muy bonita, con fuerza y amable a la vez, llena
de humor y de sensualidad. Sus labios debían ser suaves, aunque
exigentes, audaces, experimentados, ardientes…
Allison tragó saliva y le miró a los ojos ocultando sus pensamientos
lascivos.
—Debes pensar que tus besos son muy valiosos.
—No lo sé —admitió con modestia—, pero hay gente que opina que sí.
Y además… ¿nunca has hecho nada sólo porque es divertido?
Allison levantó las cejas.
—¿Crees que poner en escena una mentira ante cuatrocientos amigos
tiene gracia?
—Desde luego, ¿y tú qué puedes perder?
Allison se asomó a los ojos grises profundos y danzarines y se
preguntó: eso, ¿qué pierdo yo?
Más tarde le echaría la culpa al vino y los ojos seductores y juguetones,
pero lo cierto era que se trataba de la misma mujer que se había ido a
Nueva Orleans haciendo auto-stop, que casi se marcha a Europa con un
artista y que ante una botella de vino vacía y un montón de facturas
impagadas le había dicho a su amiga Penny: ¿Qué podemos perder? Y hacía
mucho que no hacía ninguna tontería sólo por divertirse. Bastaba con ser
irresponsable y audaz un ratito y dejar que otro cargara con las
consecuencias. ¿Qué podía perder?
Así que miró a Stone, se terminó el vaso y dijo:
—¿Por qué no?
Una mezcla de sorpresa y alivio iluminó su cara unos instantes.
Después volvió a ser el mismo hombre de negocios.
—Bien —dijo, cogiéndola por las manos y poniéndola en pie—. Y ahora
podemos comer. Podrías simular un desmayo y nos dejarían pasar primero.
Allison le lanzó una mirada amarga.
—Ya podrá ser el beso mejor del mundo —masculló.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Sus ojos brillaron y la cogió por la cintura con su habitual familiaridad


afectuosa.
—El mundo dejará de dar vueltas —prometió.
—No puedo esperar —ironizó Allison.
Stone rió para sí y la empujó para que pasara delante mientras
murmuraba soñadoramente.
—Lo curioso es que yo tampoco.
Si Allison hubiera supuesto en qué se estaba metiendo, nunca hubiera
aceptado el engaño. Había calculado que el salón era inmenso, la fiesta
animada y que a pesar de la pretensión de Stone de conocer a todo el
mundo, muy pocos invitados se molestarían en comprobar si estaba
disponible o comprometido. Además, en pocas horas no tendría tiempo de
hablar con muchos.
Pero perdió la cuenta: siempre había pensado que Penny tenía un
inmenso círculo de amistades, pero hasta su popularidad palidecía
comparada con la de Stone Harrison. La gente con la trabajaba, la gente
con la que había hecho negocios, los que habían estudiado con él, los que
conocían a su madre, aquellos que conocían a Melinda, las que habían
salido con él o los hombres cuyas novias habían salido con él en alguna
ocasión… todos los paraban, los besaban y analizaban largamente a Allison
mientras les deseaban suerte. Stone iba ocupándose de todos sin dejar ni
un momento de disfrutar del bufete. Llegó un momento en que una perfecta
extraña cogió a Allison del brazo y le preguntó confidencialmente:
—¿Tiene usted idea de lo que se lleva? ¿Cómo lo pescó?
—Con red —contestó Allison hastiada de su papel.
Stone abandonó por un instante la mousse de salmón e intervino:
—Lo ves, Carolyn, ya te dije que jamás me casaría con alguien sin
sentido del humor.
Carolyn, bastaba verla, era un ejemplar perfecto de esa peculiar
carencia y sin duda fue eso, o quizás la mirada gatuna y poco franca que le
lanzó lo que despertó el instinto defensivo de Allison. O quizás fue
simplemente que no había modo de quitársela de encima.
Carolyn se deslizó junto a Stone y le pasó el brazo bajo el suyo. Stone,
que intentaba sostener un plato en una mano y el tenedor y el vaso en la
otra, hizo una pequeña actuación de equilibrista para no tirarlo todo.
—Esto es demasiado misterioso —siguió Carolyn—. Tenéis que
contármelo todo. ¿Cómo os habéis conocido?
—Trabajando —contestó Stone e intentó, sin éxito, liberar su brazo.
Carolyn rió ligeramente.
—¿Por qué será que no me sorprende?

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—En realidad —intervino Allison—, luchábamos los dos por aparcar en


el mismo lugar —las palabras salían sin pudor de su boca—. Yo pensé que
era el tipo más arrogante y grosero que…
Stone le lanzó una mirada admirativa y completó la historia sin
esfuerzo.
—Y yo creí que la habían soltado del siquiátrico. Conducía como una
enferma. Sigue haciéndolo, claro.
—Para acortar —resumió Allison con alegría—, nuestros coches
chocaron y…
—Yo descubrí que era mi cita de las once…
—Yo descubrí que él era Stone Harrison.
—Amor a primera vista —concluyó Stone y los dos se miraron con
cariño.
Carolyn murmuró insegura:
—Qué… encanto.
Allison se adelantó para recoger el plato de Stone que amenazaba con
derramarse sobre el generoso escote de Carolyn.
—Dame el plato cariño, antes de que lo tires todo —su impulso hubiera
sido darle un empujoncito al plato en la buena dirección, pero se contuvo y
dedicó una sonrisa edulcorada a Carolyn—. A veces es insufrible, ¿sabe a
qué me refiero?
Para que Stone soltara el plato era necesario que Carolyn soltara su
brazo y parecía no tener ganas de hacerlo. Allison continuó gatunamente.
—Claro que es culpa mía. Llegué tarde a casa y no cenamos nada.
Carolyn levantó la ceja.
—¿Estáis viviendo juntos? Pensé que…
Allison intentó parecer apenada mientras se volvía hacia Stone.
—¿Eso también era un secreto?
Pero Stone le dio un suave abrazo con la mano libre. Sus ojos estaban
llenos de diversión.
—Cariño, no tenemos secretos para mis amigos. Y Carolyn es una vieja
amiga.
Carolyn le miró como si no supiera en absoluto cómo tomárselo, pero
Stone no le permitió replicar. De pronto, exclamó:
—Cielo, es nuestra canción, vamos a bailar.
Allison se alegró de dejar a Carolyn y Stone también. En cuanto se
alejaron de ella, se echó a reír.
—Qué bien se nos da —declaró—. Vamos a buscar a otro y repetirlo.
—Si tengo que rescatarte de otra Carolyn, pediré horas extras. ¿Es una
ex-novia?

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—No, mis ex-novias son mucho más simpáticas.


—¿Y esta es nuestra canción? ¿No podías haber elegido algo más
romántico?
Stone le pasó el brazo por los hombros mirándola con los ojos llenos de
chispas.
—¿Es que no lo estás pasando bien?
Allison sabía que no debía divertirse tanto. Todo el propósito de aquella
velada era comercial: conseguir un cliente y discutir con él las condiciones
del trabajo. Todavía no sabía ni en qué trabajaba Stone. Ni siquiera sabía su
verdadero nombre. Hasta el momento lo único que había hecho era mentirle
a su madre y a su ex-mujer, tomarle el pelo a una vieja amiga y simular que
iba a casarse con un hombre al que conocía desde hacía dos horas. No creía
que a Penny aquello le pareciera un comportamiento muy profesional.
Pero se lo estaba pasando bien.
Tomó aire y le miró:
—Dijiste que íbamos a hablar de negocios.
—¿Ah sí? —mientras atravesaban la masa de gente su mano se movía
de forma ausente por su espalda e incluso si la caricia era inconsciente y
demasiado impersonal para ser llamada caricia, estaba creando un extraño
estremecimiento nada impersonal en su destinataria.
Allison aceleró un poco el paso, separándose de él unos centímetros y
dejó de sentir la mano en la espalda. Se sintió muy virtuosa mientras decía:
—Claro que lo prometiste. Y deberíamos…
Él repuso:
—Una de las cosas que debes aprender de mi carácter es que a
menudo digo cosas que no pienso, sobre todo si me facilita conseguir lo que
deseo.
Ella se detuvo y se volvió para mirarle.
—Quieres decir que mientes.
Stone intentó intelectualizar en su defensa.
—Una mentira es algo muy relativo. Digamos que manipulo la verdad.
Allison le miró con ironía.
—Me parece que se te da muy bien manipular.
Él le contestó con su sonrisa modesta.
—Lo practico cada vez que puedo.
Irresistible, pensó Allison. Sabía que debía censurarlo como mujer,
como profesional e incluso como cómplice en la conspiración, pero no era
capaz. Era irresistible.
Stone comentó para terminar con el tema.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Los negocios más tarde, te lo prometo. Esto es una fiesta —de pronto
inclinó la cabeza ante las primeras notas de una nueva canción y dijo con
una mirada llena de promesas—. ¿Bailas un tango?
—¿Yo? —Allison dio un paso atrás, casi asustada—. No, ni hablar.
Stone la cogió por la mano.
—Te enseñaré.
—Pero…
El hombre la abrazó con un movimiento dramático, pegándose a ella y
forzando su gesto, obligándola a inclinarse bajo su mirada perversa.
—Querida, acaba de empezar la mejor noche de tu vida.

No mintió. A las tres de la mañana, Allison se hundió en el asiento de la


limousine con la cabeza que le daba vueltas, los músculos temblorosos, la
memoria llena de las impresiones y sorpresas de la velada. Otras parejas,
que tomaban el aire o se marchaban, los saludaron moviendo la mano y
Allison contestó a sus adioses, riendo, hasta que el conductor cerró la
puerta.
—¿Dónde has aprendido esos bailes exóticos? —preguntó Allison
dejando caer la cabeza en el asiento—. Estoy agotada. No sabía que nadie
fuera a clase de baile en estos tiempos.
Stone hizo una pequeña mueca.
—Siendo hijo de mi madre, había que hacerlo. Baile de salón de los
nueve a los doce años, hasta que tuve edad suficiente para rebelarme e
iniciar mi etapa punk. Más tarde comprendí el favor que me había hecho mi
madre. Siempre podré ganarme la vida como gigolo en los cruceros.
Allison se echó a reír.
—¿Etapa punk?
Stone se desabrochó la chaqueta, apoyó el brazo en el respaldo del
asiento y se volvió hacia ella.
—Después tuve una etapa en una banda de motoristas. No, hablo en
serio… iba con chaqueta de cuero y todo el rollo. Me duró tres meses.
Atravieso etapas rápidamente.
Era difícil imaginar al sofisticado caballero de aquella noche vestido de
cuero en plena rebelión juvenil. Las luces de las farolas y de los coches
jugaban sobre su rostro, dulcificando sus rasgos, revelando pequeños
fuegos en sus ojos profundos al mirarla. Tenía el cabello revuelto por el
baile y la blanca anchura de su camisa impecable bajo la chaqueta abierta
resultaba extrañamente tentadora. Allison veía subir y bajar su pecho al
respirar y tuvo que apartar la mirada antes de ser descubierta.
Hundió su rostro en el ramo nupcial y rió suavemente.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Muchacho, la de explicaciones que tendrás que dar el lunes por la


mañana.
—Da igual, ha valido la pena —sonrió lentamente, recordando con
placer—. Ha sido perfecto, ¿verdad? Ni aunque lo hubiésemos ensayado.
Intentaré que te perdonen las tres o cuatro mujeres a las que tumbaste
intentando coger al vuelo esa cosa.
—¡No es verdad! —Allison le golpeó con el ramo y los dos rieron.
—Fue perfecto —repitió Stone—. Claro, comprenderás que Melinda es
una lanzadora magnífica, entrena con un equipo femenino de béisbol y te
lanzó directamente el ramo.
—Me di cuenta de que está desesperada por verte casado y dejar de
ocuparse de ti. Pero no me importa —Allison se hundió más en el asiento,
llevándose de nuevo el ramo delicioso a la cara—. Coger el ramo trae suerte
y yo necesito suerte.
—Como todos nosotros.
Para su sorpresa, Stone cogió uno de sus rizos y jugó con él,
retorciéndolo entre sus dedos.
—También podías haber cogido un trozo de la tarta. Si lo pones debajo
de la almohada, sueñas con el hombre que va a ser tu marido.
Allison le miró y Stone sonrió con sorna, tirando de su mechón.
—Ya te dije que soy un entendido en romance.
El movimiento de sus dedos en su cabello era acariciante y su
proximidad la hipnotizaba, combinándose con la alegría de la noche. Allison
sonrió soñadoramente.
—Me gustan las bodas —dijo con un suspiro. Se volvió hacia él y la
mano de Stone se encontró acariciando su cuello—. Al principio eso era mi
empresa, una especie de consultorio para bodas y servicios de catering. Eso
era antes de que Penny se empeñara en ese estúpido nombre.
—Que suena a otro tipo de negocio.
—Exacto.
El calor de su mano en el cuello era maravilloso, parecía lanzar oleadas
de placer al ritmo de los latidos del corazón. Había una luz en sus ojos que
resultaba difícil ignorar; en contraste con ella el gris se había vuelto casi
negro.
Pero Allison se obligó a apartar la vista. Tragó saliva y dijo:
—Hablando de negocios.
Stone no apartó la mano, o quizás un poco. Allison sintió que la presión
sobre su piel aumentaba, pero no estaba segura.
—No hemos hablado de ello y no lo haremos. Tengo una cita contigo o
con tu colega la semana que viene. Entonces nos ocuparemos de cerrar el
trato.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

No se había imaginado la caricia de sus largos dedos en la nuca. Los


escalofríos bajaban por su espina dorsal. Tampoco se imaginó la suave
presión que la obligó a volver la cabeza hacia él ni la llama brillante y dulce
que había en los ojos de Stone y que la dejó sin respuesta.
La limousine frenó. Los dos estaban inmovilizados por la riqueza del
tiempo suspendido, pero la puerta del conductor rompió el hechizo. Allison
miró a otro lado.
—Me lo he pasado muy bien, Stone.
Él sonrió y dejó caer su mano.
—Te acompaño a la puerta.
El aire frío sobre su piel caliente la hizo estremecerse y se arrebujó en
su chal de encaje mientras buscaba las llaves. Ojalá no fuera el final de la
noche. Se preguntó qué diría Stone si le invitaba a pasar.
Le costó un par de intentos abrir la puerta. No seas tonta, Allison.
Invítale a entrar. Se volvió hacia él, sonriendo.
—Te invitaría, pero son casi las tres de la mañana…
—Y necesitamos dormir para estar guapos —le tendió el ramo que se
había dejado olvidado en el asiento del coche—. ¿Te he dicho ya lo que he
apreciado el que me salvaras la vida? Estuviste genial.
Allison sonrió de nuevo.
—Sólo quince veces. Pero me he divertido mucho —dejó de sonreír
para añadir—. ¿Me prometes que se lo contarás a tu madre nada más
levantarte?
—Té lo juro —le aseguró Stone—. Mientras tanto… —alargó la mano y
Allison creyó que iba a empujar la puerta. Pero apoyó la mano en el marco
detrás de su cabeza— siempre pago mis deudas —apoyó la otra mano del
otro lado de la puerta, atrapándola con su cuerpo. Se inclinó hacia ella; sus
muslos se rozaron, pero no empujó más allá.
La besó.
No fue sólo un beso. Fue una lenta invasión, una combustión, un
despertar completo de cada sentido de su cuerpo. No la tocó. Sólo su boca
estaba en contacto con su cuerpo; primero sus labios, suaves, calientes,
deshaciendo su resistencia. Después su lengua, probando y jugando con
ella. Y luego todo él, calor y humedad, en una lenta infiltración que se fue
ampliando hasta que no hubo parte de ella, ni una célula, ni un terminal
nervioso o fibra neuronal que quedara al margen de la sensación. Allison
dejó de respirar y su corazón enloqueció. Sus músculos se relajaron,
mientras su piel ardía y su cabeza se hundía en la entrega. Y eso no fue
todo: su cerebro parecía a punto de estallar de excitación ante su presencia
y el ansia sexual creado por un sólo beso en sus entrañas no se parecía a
nada que hubiera conocido.
Después de que apartara la cabeza, las sensaciones siguieron ahí,
imborrables. Tardó un instante en poder abrir los ojos; y un momento más
antes de recuperar el aliento. Estaba apoyada en la puerta y sus piernas no

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

la sostenían. Las manos de Stone seguían a cada lado de sus hombros. Él


estaba levemente sonrojado y había un fuego lento y encendido en sus ojos,
el mismo fuego que había provocado tan hábilmente en ella. Pero sonreía
con amabilidad.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Dejó el mundo de dar vueltas?
Allison tuvo que apoyar las manos en el marco para sostenerse. Se
aclaró la garganta para contestar:
—Más o menos.
—Bien —dijo Stone con una sonrisa más profunda.
No se movió, no se acercó ni alejó. Su cara llenaba su campo de visión
y Allison sólo podía esperar su siguiente movimiento con los ojos abiertos y
la carne dolorosa de expectación y ansia. Lentamente, Stone bajó la cabeza
hacia ella y apoyó la frente en la suya. Allison dejó de respirar.
—Stonewall —dijo en voz baja—. Eso significa Stone, por mi
tatarabuelo que luchó junto al general Stonewall Jackson —se irguió,
sonriendo—. Buenas noches, Allison. Ha sido un placer.
Estaba a mitad de camino del coche cuando Allison pudo decir:
—Sí, ha sido un placer.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Capítulo Cinco
Sabía a vino caliente. Stone seguía saboreando, recordando el beso a
las diez de la mañana del día siguiente y recordar era como una droga…
como una resaca sin dolor ni molestias. Le tenía encantado y despistado y
resultaba bastante irritante para cualquier propósito práctico, pero no podía
evitar volver deliberadamente sobre el recuerdo, deseando que la
experiencia durara. Stone solía vivir en el presente, por no decir en el futuro
y permanecer en algo ocurrido horas antes no era propio de él. Aunque
nada en su comportamiento había sido propio de él desde que conoció a
Allison Carter.
Le había encantado. Muchas mujeres le encantaban, era cierto, y
disfrutaba de cada encuentro con un placer sin sombra que era tan natural
en él como respirar. Pero Allison era distinta. Le había hechizado y era
víctima voluntaria de su encanto, pero sabía por experiencia que eso no
duraría mucho. Lo que sí parecía durar y le sorprendía y maravillaba y
obligaba a recordar escenas de la noche una y otra vez era que le gustara
tanto y le cayera tan bien. Tenía ganas de verla de nuevo cuanto antes.
Stone necesitaba dormir pocas horas. Le gustaba creer que era un
rasgo de genio y tenía la costumbre de llegar a la oficina hacia las seis de la
mañana, usando las horas de soledad para las tareas más creativas. A pesar
de haberse acostado tarde, estaba en su despacho a la hora de siempre. La
diferencia era que esas horas no estaban resultando ni creativas ni
productivas.
Por regla general, Carla no le molestaba hasta mediodía. A cambio, él
no la molestaba a ella pidiéndole café o llamadas hasta esa hora. En los
buenos días no veía a nadie hasta la hora de la comida. Supo que no iba a
ser un día muy bueno cuando sonó el interfono, sacándole de su
ensoñación. Supo también que si Carla le molestaba a esa hora tenía que
ser por algo importante.
Apretó el botón y antes de que pudiera saludar a su secretaria,
escuchó su voz fría.
—Tenemos que hablar, pero antes Mark Farmington está en la línea
uno.
Mark Farmington era el enlace americano de la corporación Hiroshito.
Él y Stone habían trabajado juntos durante un año y por esa razón, Carla
había respetado su llamada. Aunque Stone no entendía por qué necesitaba
hablar con él.
Un buen ejecutivo hubiera apretado el botón para hablar directamente
y averiguarlo. Stone abrió la boca para preguntarle a su secretaria qué
deseaba Mark, pero Carla colgó antes de que pudiera hablar. Stone miró la
luz roja en la línea uno con inmensa pereza y por fin, apretó la tecla.
—Mark —dijo—, hacía tiempo que no hablábamos —puso los pies sobre
su mesa mientras echaba hacia atrás la silla reclinable intentando hablar

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

con naturalidad—. La última vez que supe de ti estabas en Londres. ¿Pasa


algo?
Mark rió.
—Yo podría preguntar lo mismo. He oído que hay que darte la
enhorabuena.
Stone se preguntó de qué estaría hablando. Cuando lo comprendió,
Mark hablaba de nuevo.
—Para ser sincero, me podías haber ahorrado unas cuantas
preocupaciones con habérmelo dicho. ¿No es la misma chica que conocí la
última vez que nos vimos? ¿Cómo se llamaba?
—Susan —replicó Stone en tono ausente—. No, no es ella. ¿Cómo te
has enterado? ¿Y por qué te preocupaba ese asunto?
—¿Recuerdas a Janet Wells de Logan and Price? Sigo trabajando con
ella en un contrato de publicidad y cuando nos vimos esta mañana, me
contó…
—Ya —murmuró Stone, algo asombrado—, el mundo es un pañuelo.
—Seré sincero contigo, Stone —Mark hablaba muy en serio—. Esto me
quita un peso de la conciencia. Por lo que yo sé, estás en cabeza para
conseguir el proyecto. La competencia no tiene nada que hacer.
Stone se sentía como si se hubiera perdido un trozo de conversación y
no pudiera entender el resto y empezaba a arrepentirse de haber
descolgado el teléfono. Dijo con prudencia:
—¿Pero?
—Pero nada. Los ingenieros de Hiroshito me han apoyado todo el
tiempo, y el comité entero, de hecho.
—¿Por qué me suena que esta historia no tiene final feliz?
—Sí, hombre —le aseguró Mark—. Era tan solo que… odio hablarte de
esto.
—¿Qué? —ahora que le habían tranquilizado, Stone sentía una
curiosidad creciente—. ¿Debo iniciarme en algún rito oriental?
Mark se echó a reír, sintiéndose incómodo.
—Caliente, pero sólo si crees que casarse es algún rito oriental…
Stone frunció el ceño, preguntándose si no habría madrugado
demasiado para asimilar el champán ingerido la noche anterior.
—¿De qué estás hablando?
—Para un americano no es fácil de entender, es un problema cultural y
ese es mi trabajo, facilitar el puente. Pero la empresa que obtenga el
contrato trabajará con Hiroshito una temporada… será parte de la
corporación familiar, por así decirlo. Y la compañía tiene un sentido muy
familiar, Stone. La verdad es que la única condición que se ha interpuesto
entre tú y el contrato hasta ahora ha sido el hecho de que seas soltero.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Por un momento, Stone creyó que había oído mal. Mark interpretó su
silencio como simple asombro.
—Ya sé lo que piensas —repuso—. Parece una demencia, pero cuando
eres tan grande como Hiroshito te puedes permitir tus propias reglas y una
de ellas es que todos los puestos altos y ejecutivos están cubiertos por
hombres casados. Es una forma de entender el negocio…
—Ya —por fin Stone encontró su voz y levantó la mano en forma de
inútil protesta—. Espera un minuto, a ver si lo entiendo. Me estás diciendo
que soy la mejor propuesta, ¿verdad?
—Totalmente.
—¿Pero que es probable que no consiga el trabajo porque no estoy
casado?
—No es eso. Era un problema cuando ibas de mujer en mujer, pero
ahora que has decidido sentar la cabeza y ser un pilar de la sociedad…
—Espera, en primer lugar —Stone le interrumpió indignado—, no voy a
ser empleado de Hiroshito. Sólo quiero su dinero. No pueden…
—Pueden lo que quieran, amigo. Quieren que sus asociados sean
hombres responsables y seguros, y eso para ellos significa hombres de
familia. Tal como lo ven, pueden fiarse de un hombre casado, este tendrá
que trabajar más para sacar adelante a los suyos. Pero es innecesario que
te enfades. Ya no es problema. Aunque —admitió Mark con un suspiro— si
fueras capaz de fijar la fecha antes de que tomen la decisión final, sería una
gran ayuda.
—En segundo lugar —dijo Stone y se detuvo. Había estado a punto de
decir «no pienso casarme», pero por alguna razón dijo otra cosa—, esto es
lo más demencial que he oído en mi vida.
De nuevo Mark rió:
—Espera a llevar un tiempo con los japoneses y aprenderás mucho.
Mira, queremos conocer a la afortunada y brindar por la boda. ¿Te parece
que Sarah te llame y fijemos un día para vernos?
Stone no podía negarse.
—Sí, claro.
—Y escucha, Stone. Si las cosas salen como espero el mes que viene,
durante la visita del comité de planificación, tendré que felicitarte de nuevo.
Después de colgar, Stone se quedó un minuto preguntándose cómo
todo aquello había podido surgir de una bromita vengativa de la señorita
Allison Carter. ¿Formaría parte del hechizo? Tuvo que esforzarse en pensar
que era algo muy real por raro que pareciera.
Tenía un buen problema y sólo podía hacer una cosa.
Se inclinó para llamar a Carla.
—Carla —ordenó—. Llama a mi madre, por favor.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—No es la cenicienta —dijo Allison. Su expresión era embobada


mientras bebía café—. Más bien como… ¿recuerdas la escena del baile de
Mi fair lady?
Los ojos de Penny brillaron mientras empezaba a tararear: Podría
haber bailado toda la noche.
—Eso es —Allison no podía deshacerse de la sonrisa soñadora que se
pegaba a sus labios, ni siquiera bebiendo el malísimo café que preparaba
Penny—. Puro romance —entonces miró a su compañera alarmada por sus
palabras y se corrigió al instante—. No es que él y yo y vamos, que no fue
eso, ya me entiendes.
—Ya lo sé, y te considero una boba por ello.
Allison frunció el ceño y esperó que no se le notara el repentino calor
en las mejillas, resultado inmediato de recordar la despedida de Stone
Harrison. Se defendió:
—No es verdad.
—¿Ah no? ¿Quién que no sea una boba romántica puede pensar en
ganarse la vida con las bodas? ¿Y quién se empeña en las rosas y esas
cursiladas mientras yo quiero poner motoristas de negro para escoltar a la
novia? Por cierto, me sigue gustando la idea de las motos —añadió Penny.
Allison sonrió y dio otro trago.
—Ayer debieron encargar todas las rosas color salmón de la ciudad —
recordó—. Si yo la hubiera planeado hubiera pedido rosas blancas. Me gusta
la simplicidad.
Penny puso cara de horror.
—¿Rosas blancas en una boda? Parecería un funeral.
—Me gustan las rosas blancas —pero sonrió con los ojos mientras
miraba los dos ramos que seguían sobre su mesa. También empezaban a
gustarle las rosas rojas. Y las amarillas.
No tenían ninguna cita, lo que era tristemente habitual en aquellos
tiempos, y el ambiente de la oficina y sala de estar no podía ser más
relajado. Penny, que se hubiera vestido con tacones y traje de chaqueta
aunque su trabajo hubiese consistido en cargar basuras, había renunciado a
las formas y apoyaba en la mesa sus pies descalzos. Allison vestía cómodos
pantalones de chandal y un gran jersey de lana y llevaba el pelo recogido
en un moño improvisado. Penny la había despertado al llegar por la mañana
y le había costado hacerle bajar a la oficina. En cualquier caso, calzado y
maquillaje no estaban en su programa matutino. Tumbada en el sofá, bebía
lentamente su café, mirando de lejos la televisión encendida y sonriendo
tontamente cada vez que se acordaba de la noche anterior.
Penny comentó:

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Para alguien que organizó tal jaleo por esta boda, has tenido suerte.
La comida era buena, la diversión asegurada y tú te mueres por las bodas,
cursi como eres…
—¡No lo soy!
—¡Cogiste el ramo!
Allison se encogió de hombros, algo cohibida. La razón por la que había
cogido el ramo, la razón por la que la novia se lo había lanzado no era algo
que quisiera explicar tan temprano.
—Y podía haber sido mucho peor como cita —concluyó Penny—. El tipo
era un pecado ambulante. ¡Y el coche!
—¿Qué hiciste, espiar por la ventana?
Penny asintió con vigor.
—Pues claro. El hombre es un cliente y tengo que conocerlo. Le miré
todo lo que pude.
Allison no pudo evitar sonreír ante el entusiasmo de su amiga.
—Tienes razón —admitió—, lo pasé bien. Tú ganas y cambiamos de
tema.
—¿Qué sabes del trabajo que tenemos que hacer para él?
Allison se llevó la taza a los labios para ganar tiempo y en aquel
momento sonó el teléfono.
Penny apartó los pies de la mesa y asumió una pose profesional nada
más escuchar el teléfono. Tras unos segundos, tendió el auricular a Allison,
preguntando:
—¿Conoces a una tal señora Blake?
—No —Allison se incorporó y cogió el teléfono—. ¿Un cliente?
—O un agente fiscal.
Con aquella idea contestó Allison, hablando con recelo:
—Soy Allison Carter, ¿en qué puedo ayudarla?
—Allison —la voz al otro lado era amigable y le resultaba muy familiar
—, soy Stella Blake, la madre de Gregory, aunque insista en ser llamado
Stone. Espero que no sea muy temprano. Nos acostamos tarde anoche,
¿verdad?
La garganta de Allison estaba tan seca por la sorpresa que apenas si
pudo pronunciar una sola sílaba.
—S… sí.
—No sabes lo que sentí no verte más ayer —prosiguió Stella con más
energía—. ¿Cómo pudimos estar separadas? Imagínate, mi hijo me presenta
a su prometida y no nos decimos más de doce palabras.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

El miedo se había convertido en horror y Allison estaba tan paralizada


que no podía haber hablado para salvar su vida. Y lo peor era que no tenía
ni idea de qué debía decir.
Pero Stella Blake no necesitaba respuesta para proseguir con
entusiasmo:
—Vamos a remediarlo lo antes posible. ¿Estás libre para comer? Sé que
estas no son formas, pero debes saber que soy horriblemente impaciente,
un rasgo que ha heredado mi hijo, me temo. Tenemos tanto de qué hablar y
no puedo esperar a saberlo todo de ti. ¿Te parece bien la una? Puedo
mandarte a buscar o…
—Señora Blake —Allison se sentía como una persona que se ahoga y
busca el aire en vano.
—Stella, querida.
—Stella —y Allison vio que no podía continuar. Miró a Penny en una
súplica muda, pero recibió sólo una mirada neutra y curiosa. Su amiga
intentaba adivinar qué estaba pasando. Tampoco Allison se lo hubiera
podido explicar. Stone no le había contado la verdad a su madre. El canalla
se lo había prometido, pero no lo había hecho.
Allison reunió su valor, sus dedos se aferraron al auricular y dijo:
—Stella, siento decir que ha habido un malentendido. Yo…
Y frente al silencio cortés e interrogativo con que la mujer recibió sus
palabras, Allison comprendió que no podía continuar. ¿Cómo iba a decirle a
esa mujer inofensiva que la había abrazado y había llorado de emoción y
que esperaba al otro lado que había sido la víctima de una broma idiota?
Por mucho que quisiera culpar a Stone de lo ocurrido, era ella quien había
lanzado la idea y mentido en primer lugar. Hubiera tenido que presentar sus
excusas a toda la fiesta.
Como el silencio se hacía tenso, Stella dijo:
—Cielo, he llamado en mal momento, ¿verdad?
—No —dijo Allison rápidamente—, en absoluto. Pero es que… —no
había elección. Se preparó para lo que iba a ser la prueba más dura de su
vida—. Me parece muy bien quedar a comer.
—Estupendo. ¿Te parece Stephanie's? ¿A la una?
Allison se despidió y colgó el teléfono con dedos temblorosos.
—¿Quién era? —preguntó Penny—. Parece que te han invitado a un
linchamiento.
—Más o menos —replicó Allison—. Mi propio linchamiento.
Tragó saliva y miró con desconsuelo a su amiga.
—¡Oh, Penny —murmuró—, si supieras en qué lío me he metido!

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Capítulo Seis
Allison pasó las siguientes dos horas alternando la búsqueda de Stone
y la búsqueda de cobardes excusas cada vez más fantasiosas para no
quedar a comer con su madre. El mismo Stone había temido decirle la
verdad. ¿Por qué tenía que ser Allison quien hiciera el trabajo sucio? Se
sentía furiosa con Stone y si hubiera conseguido dar con él le hubiera
encantado decirle claramente lo que pensaba de su galantería, pero el
señor Harrison estaba fuera de la oficina o se negaba a ponerse al teléfono.
Y al final Allison supo, como había supuesto desde el principio con
horror, que no tendría más remedio que apretar los dientes y dar la cara.
Había hecho una tontería y la habían pillado. Tenía que pagar por pasarse
de lista, así de simple.
Pero eso no le impedía maquinar venganzas cada vez más crueles para
Stone Harrison mientras iba camino de la cita.
Penny creía firmemente en la frase hecha de que la ropa hace a la
mujer y había insistido en que Allison se vistiera para la batalla con
brillantes colores. Su filosofía era que resultaba imposible mostrarse tímida
con un vestido amarillo y con un chal morado prendido al hombro. Allison no
creía mucho en las virtudes del atuendo sobre su valentía, pero desde luego
su ropa imposibilitaba toda fuga una vez que entrara en el restaurante. En
efecto, Stella Blake la vio inmediatamente desde la ventana y levantó la
mano como saludo.
Allison tragó saliva, se puso recta y se abrió camino hasta la mesa. Ni
siquiera intentó sonreír. No había razón para posponer lo inevitable con
falsas cortesías.
Tampoco se sentó. No pensaba ser bien recibida tras anunciar lo que
debía anunciar. Tomó aire y comenzó con firmeza:
—Señora Blake…
—Stella, por favor —la mujer cogió su mano y la apretó cariñosamente
—, y puedes sentarte. Te prometo que no muerdo.
Había un destello en sus ojos que recordó de forma lacerante a Allison
los increíbles ojos de su hijo, y con el recuerdo algo se iluminó en su mente,
una sospecha que le hizo obedecer y tomar asiento junto a la mujer. Antes
de que Allison tuviera tiempo de lanzarse a su preparado discurso
exculpatorio, Stella hizo un gesto para acallarla y habló con tono exigente
propio de un trato de negocios:
—Tenemos mucho de qué hablar y poco tiempo —dijo—. Para empezar,
haz el favor de tranquilizarte. Sé que no estás comprometida con mi hijo,
nunca lo has estado y sin duda estás dispuesta a no ser jamás novia suya,
aunque me reservo el derecho de poner en duda este tema más adelante.
Siento mucho que mi ansiedad te haya hecho pasar un mal trago, pero
sospeché que sólo vendrías a comer conmigo si pensabas que me debías
una explicación personal.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Todo el aire escapó de los pulmones de Allison en un suspiro aliviado


mientras miraba a la mujer con desconcierto:
—Pero, creí que Stone… que él no…
De nuevo Stella hizo un gesto para callarla y sonrió.
—Lo supe casi desde el principio, cariño. Conozco a mi chico desde
hace treinta y dos años y nunca ha sabido mentirme. Y aunque reconozco
que me engañaste unos minutos, lo que no es nada fácil, por cierto —
levantó su vaso y sus ojos se movieron escrutando a Allison con una mirada
experta—, mi hijo tuvo la cortesía de llamarme esta mañana para confirmar
mis sospechas. Aunque sus motivos no han sido precisamente altruistas,
debo reconocer que se ha mostrado bastante honrado.
Allison no sólo no sabía qué decir sino que ni siquiera sabía qué pensar
y se sentía bastante idiota. Quizás debería haberse molestado por las
manipulaciones de la otra mujer, pero se sentía demasiado aliviada.
También tenía que haber sentido gratitud hacia Stone por haber confesado
y haberla salvado del suplicio, pero estaba demasiado enfadada con todos
sus líos y manejos. No se imaginaba por qué razón había querido verla
Stella, a menos que fuera por la satisfacción de hacerle pasar un mal
momento, pero suponía que no tenían nada más que decirse.
Carraspeó y reunió las asas de su bolso preparándose para ponerse en
pie mientras decía:
—No sé cómo excusarme. Lo que hice fue una tontería y sólo me
alegro de que no molestara demasiado a nadie. No suelo ser así y no tengo
excusa, salvo… —miró a Stella con franco arrepentimiento y añadió, algo
melodramáticamente— que fue un impulso loco y que no sabía que eras su
madre.
Stella Blake estalló en carcajadas. Tenía una risa gruesa y alegre, lo
bastante alta para que varias cabezas se volvieran y lo bastante fresca y
descarada para que todos sonrieran con indulgencia antes de volver a sus
asuntos. Allison no sabía si hundirse en la silla a la espera de una
reprimenda o escabullirse cuanto antes hacia la salida.
Como si leyera su mente, Stella puso su mano sobre la de Allison y dejó
de reír para declarar:
—Ves, por eso quería conocerte. Rápida y honrada, para no hablar de
la integridad tan difícil de encontrar en estos tiempos. Eres perfecta —
decidió y la miró con afecto y malicia—, lo harás a la perfección.
Stella le dio una última palmadita en la mano antes de volver a su
bebida y Allison dijo con voz vacilante:
—Me alegra que no estés enfadada. Pero creo que no entiendo muy
bien…
—Claro que no lo entiendes, pero lo harás cuando te lo explique. Pero
qué anfitriona estoy hecha. Ni siquiera te he dado al oportunidad de pedir —
terminó el contenido de su vaso y levantó la mano en dirección al camarero
—. La comida no es gran cosa —confió—, pero es saludable y los postres

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

valen la pena. Te recomiendo la sopa y la ensalada y algo pecaminoso para


terminar.
Contra toda lógica, y Allison tenía razones de sobra para estar
incómoda con aquella mujer, descubrió que le encantaba la compañía de
Stella Blake. Después de pedir, Allison se encontró casi a gusto aunque
seguía sin saber qué hacía allí y no estaba segura de querer averiguarlo.
Nada más desaparecer el camarero, Stella se recostó en la silla y
empezó sin preámbulos:
—Quiero dejar claro que mi presencia no debe ser entendida como
apoyo a los actos de mi hijo. Es un joven presuntuoso que se pasa siempre
de listo y lo último que deseo es que sientas que te presiono lo más mínimo.
No obstante…
Allison, que había tomado un sorbo de agua, lo tragó rápidamente. A
pesar de su confusión, sabía que lo que se aproximaba no iba a gustarle.
—Perdona, ¿qué ha hecho Stone? ¿Qué tiene que ver conmigo?
—No ha hecho nada, pero está a punto de hacerlo. Y algo tiene que ver
contigo —se inclinó mirando a Allison con simpatía—… si tu quieres, claro.
Allison movió la cabeza, intentando sonreír.
—Me temo que me he perdido.
—Te lo diré —dijo Stella abruptamente—. Siento que tu compromiso
con Stone sea falso, pero no me molesta especialmente que mintieras. Le vi
desconcertado unos segundos y eso es algo que pocas mujeres han
conseguido con mi hijo. Te aplaudo por ello. Además, no veo ninguna razón
para que le ayudes en un lío en el que se ha metido él solo. Sin embargo…
—y de nuevo sus ojos brillaron de picardía como los de Stone—. Si lo
piensas un segundo, creo que la oportunidad que está a punto de
ofrecérsete es demasiado buena para que la rechaces.
Allison bebió de nuevo, obligándose a guardar la calma. Pero recordaba
la última «oportunidad» que Stone le había ofrecido y murmuró:
—Tengo la sensación de que esto no va a gustarme mucho.
—Tonterías —dijo Stella con seguridad—. Cada mujer tiene una
ambición secreta de domar a la fiera, y estarás de acuerdo en que mi
Gregory necesita urgentemente ser domado.
Y como adelantándose a una protesta que Allison no pensaba
emprender, Stella levantó la mano y prosiguió:
—Ya sé, ya sé que es muy educado y tiene cierto encanto superficial al
que yo misma cedo de vez en cuando, pero en lo concerniente a las
relaciones humanas sinceras, es un caso desesperado. Querías enseñarle
una lección, ¿verdad? Bueno, hace falta más de una tarde para que aprenda
la clase de lección que necesita. Y pocas mujeres me parecen capaces de
hacerlo.
Allison ya estaba segura de que aquello no le gustaba nada.
—No creo que…

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—No te reprocharía que te levantaras y no volvieras. De hecho, en tu


lugar haría eso. Pero si lo haces, él encontrará otra persona y se convencerá
de que siempre se sale con la suya, concepto que no necesita ser reforzado.
Así que piensa en ello, querida, y decidas lo que decidas, debes saber que
tienes todo mi apoyo.
Allison tenía mucho que decir en ese punto, empezando por preguntar
de qué le estaban hablando, pero cuando abrió la boca, no supo por dónde
empezar. Además lo que vio por encima del hombro de Stella congeló sus
palabras definitivamente.
Stone avanzaba hacia la mesa con la natural confianza y la gracia de
movimientos que Allison tan bien recordaba. Llevaba una camisa gris con
las mangas subidas y el cuello entreabierto y la corbata tan suelta que
parecía haber tirado de ella violentamente. Su atuendo lo completaban
vaqueros negros y zapatillas de deporte. Tenía el pelo revuelto y algo de
barba y varias mujeres se volvieron a su paso.
Se inclinó sobre su madre y le dio un beso en la mejilla. Después sus
ojos se encontraron con los de Allison y esta no pudo evitarlo: sólo podía
recordar el efecto devastador del beso que había derretido sus huesos y su
voluntad la noche anterior. Al momento sintió que le ardían las mejillas.
Peor aún, pues nada más mirarle supo que él estaba pensando en lo mismo,
y se sintió irritada y cohibida. Los hombres tan dotados no deberían
pasearse recordando a las mujeres por miradas o roces lo sensibles que
estas eran a sus encantos.
Stella dijo con impaciencia:
—Llegas pronto, como siempre. No puedo imaginarme de dónde has
sacado tu aberrante sentido del tiempo. Bueno, siéntate. Espero que vengas
comido, porque nosotras ya hemos pedido y no vamos a esperarte.
Stone sonrió a su madre y dijo:
—Hola, Allison, gracias por venir.
Fue en ese momento en el que Allison comprendió dos cosas: había
sido arrastrada con la mayor amabilidad manipuladora a una situación de la
que no podía salir vencedora y aquella era su última oportunidad de salir
huyendo.
Se dijo a sí misma que sólo permanecía sentada porque el camarero
eligió ese momento para servir la sopa.
Stone se sentó entre Allison y su madre y pidió un refresco. Cuando el
camarero se alejó, se volvió hacia Allison y dijo:
—Supongo que mamá te ha explicado la situación.
—Claro que no lo he hecho —replicó Stella con tono despectivo—.
Desde el principio te dije que desapruebo tu pequeño plan y que no pienso
hacerte el trabajo sucio. Por otra parte, eres demasiado mayor para correr
hacia mamá cada vez que te metes en un lío.
Stone sonrió irónicamente.

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—Gracias, madre. Eres exactamente lo que un hombre necesita cuando


está intentando ganarse la confianza de una señorita —se volvió hacia
Allison—. Por cierto, sólo la llamé porque te lo prometí.
—Y porque querías saber mi opinión sobre tu plan.
Allison probó la sopa.
—Es verdad, admito que quería la opinión de una mujer. Y —prosiguió
mirando a Allison— como ella insistió en comer contigo…
—Te dije que aparecieras en los postres.
—He llegado pronto para impedir que hagas más estragos de los
necesarios, pero veo que llego tarde. Allison ni siquiera me habla —señaló
Stone.
—Lo que prueba que tiene más sentido común que muchas mujeres —
Stella cogió su cuchara—. ¿Qué tal la sopa, querida?
—Bastante buena —replicó Allison.
El camarero trajo el refresco de Stone y Allison observó cómo sus
dedos se cerraban sobre el vaso, dedos finos y delgados, manos fuertes con
muñecas cubiertas de vello castaño, manos de mago capaces de manipular
el cuerpo de una mujer con la misma facilidad con la que su labia y su
encanto impertinente podían manipular sus emociones.
Allison volvió a ocuparse de la sopa, pero esta había perdido todo
sabor. Notaba que sus mejillas se sonrojaban y que su pulso se había
acelerado. Bebió agua y no miró a Stone cuando este comenzó a hablar.
Lo hizo con decisión:
—Voy a explicarlo. Estoy luchando por un trabajo, el mayor de mi vida
y el de mayor prestigio. Llevo un año trabajando en ello. La compañía que
podría contratarme es japonesa… la gente a la que me tienes que ayudar a
entretener el mes que viene, ¿recuerdas?
El camarero sirvió las ensaladas y Allison le sonrió, evitando el contacto
visual con Stone. Una sola mirada de sus ojos grises y se hubiera ahogado
en su cuento, incapaz de resistir a las peticiones más ofensivas que pudiera
hacerle. Stone prosiguió:
—El caso es que esta gente tiene ideas precisas sobre la calificación de
los que trabajan con ellos. Sólo contratan ejecutivos casados y parece que
aplican el mismo criterio para aquellos que van a hacer negocios a largo
plazo con ellos. Así que aunque mi oferta es la mejor, ni siquiera me
consideraban para el proyecto hasta esta mañana, cuando les llegó la
noticia de que estaba comprometido e iba a casarme… contigo.
Con gran esfuerzo, Allison consiguió no dejar caer el tenedor, pero no
pudo evitar mirarle lentamente. Buscó en sus ojos la burla o la trampa, pero
sólo vio objetividad en ellos y una pizca de ansiedad, como si él mismo no
pudiera creerse el giro que habían tomado los acontecimientos. Pasó a
mirar a su madre, pero ella estaba disfrutando de la ensalada y parecía no
interesarse por otra cosa.

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—Sé que empezó como una broma, Allison —repuso Stone—. Pero
convencimos a demasiada gente con nuestro estilo. Y ahora mira las
consecuencias.
Ya está, pensó Allison, la culpabilidad. No tendría que haberle mirado.
Comió un poco de ensalada.
—A esto quiero llegar. Si pudiéramos mantener el rumor un par de
meses más, hasta que tenga el contrato, sería estupendo. Después tenemos
una disputa de amantes, cortamos la relación y nadie sabrá nada de la
verdad.
Allison apuntó al tomate y el tenedor se escurrió, golpeando el plato y
rompiendo el silencio de la mesa.
Stone dijo con sencillez:
—Eso es todo, creo. ¿Qué piensas? Debes tener alguna pregunta.
Allison dejó el tenedor con cuidado y se llevó la servilleta a los labios
antes de decir:
—Sólo una.
Stone esperó que la formulara.
—¿Quién paga la comida?
Stone guiñó los ojos.
—Yo.
—En ese caso —Allison cogió el tenedor de nuevo—, tomaré postre.
Frente a ella, Stella rió por lo bajo.
—Bien dicho, querida.
Stone no sabía a quién mirar.
—Claro —siguió con precaución— que en realidad no tendrás que hacer
nada… simplemente no negar que estás comprometida conmigo si te
encuentras con alguien. Y hacer el papel durante una semana o algo más,
durante la visita de los japoneses, en alguna reunión social. Pero no te
ofreceré pagarte por ello —le aseguró con generosidad—. Ya sé lo que
opinas de convertir los favores personales en transacciones comerciales.
Allison tenía unas cuantas buenas respuestas, desde la observación de
que ella decidía lo que se pagaba y lo que no, a la mera pregunta de con
qué derecho se creía él para pedirle favores de tal calibre. Supo que
cualquier comentario sería inútil y se limitó a murmurar:
—Por lo menos aprendes rápido —mientras tragaba un trozo de
lechuga.
—Pero —dijo Stone—, comprendo que este problema no es del todo
culpa tuya.
En esta ocasión, Allison no pudo evitar una mirada de escándalo que él
ignoró por completo.

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—Y no pretendo que te molestes por nada. Yo sacaré un contrato con


tu colaboración y te compensaré.
Su madre, que había mostrado un autocontrol admirable al no
intervenir en la conversación, dijo irónicamente:
—¿Hablas de un incentivo, querido?
Stone le hizo tan poco caso como a Allison y sacó un papel doblado de
su camisa.
—Mi secretaria ha hecho varias llamadas esta mañana. Esto es una
lista de personas que pueden necesitar un servicio como el tuyo y que me
deben favores.
Allison observó:
—Ni siquiera sabes lo que hace mi empresa.
—No —admitió él—, no del todo. Pero mi secretaria sí lo sabe y ha
hecho la lista. Los trabajos son tuyos si los quieres.
Le ofreció el papel y Allison vaciló, sintiéndose tentada por el diablo. Su
destino estaba en aquella lista; si miraba, su alma estaba perdida.
Cogió la lista.
Había media docena de nombres. No eran famosos de pacotilla, o
estrellas de la noche, sino algunos de los millonarios más importantes de la
ciudad, y con más influencia pública. Debajo de cada nombre estaba escrito
«aniversario», «cumpleaños» «retiro», «banquete de premios». Eran
trabajos genuinos. Importantes contactos sólidos, el tipo de clientes que
Allison había buscado desde el principio. Era lo más parecido a la tentación
suprema que Allison había visto en su vida.
El silencio se hacía espeso mientras Allison leía el papel y Stone
esperaba su respuesta. Stella lo rompió, doblando su servilleta y
anunciando:
—Por mucho que me muera de curiosidad, veo que mi labor ha
concluido —se inclinó hacia Allison y añadió—: ¿Ves cómo es incorregible?
Es un trabajo perfecto para ti —y volviéndose a Stone declaró—: Ten en
cuenta que me salto el postre por dejarte solo y espero una compensación.
Y no te pases con la propina, cielo —concluyó dándole un cachete al pasar
—, el servicio es muy regular.
Allison la vio alejarse con una expresión algo aturdida y luego se volvió
hacia Stone. Se miraron unos segundos largos hasta que Allison dijo:
—Empiezo a entender lo que me contaste.
—¿De mi familia?
Todo el episodio era tan extraño e inverosímil que no le pareció raro
que Stone entendiera al momento a qué se refería su comentario. Por el
contrario, explicó:
—Mi padre tenía un circo.

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Allison estuvo a punto de preguntarle más cosas, pero se retuvo a


tiempo. Miró de nuevo la lista y carraspeó:
—Stone…
Él dijo rápidamente.
—Quiero que sepas que no le pedí que me ayudara. Para empezar, no
lo hubiera hecho y además todo lo que pueda decir de mí empeorará las
cosas.
Allison sonrió:
—Tenéis una relación muy peculiar, pero Stone…
Este comentó lentamente:
—Es muy importante para mí, Allison.
Podía haber dicho decenas de argumentos, cientos, y hecho otros
tantos movimientos, pero a Allison le bastó mirarle a los ojos y supo que por
primera vez desde su encuentro, estaba diciendo la verdad desnuda. No
sólo era importante para él, era lo más importante de su vida. Y se lo estaba
confiando.
Allison volvió a mirar el papel que apretaban sus manos y dejó escapar
un pequeño suspiro de impotencia.
—Sólo una pregunta.
Él se relajó un poco.
—¿Qué quieres saber?
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Allison.
Una sonrisa lenta y feliz se apoderó de sus rasgos y sus ojos brillaron.
La tomó de la mano.
—Ven —dijo, obligándola a ponerse en pie—, te lo mostraré.

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Capítulo Siete
—Me debes el postre —se quejó Allison mientras Stone la arrastraba a
su despacho ante la mirada atónita de su secretaria. Pero la queja no era
sincera, puesto que se sentía como un niño a punto de iniciar una aventura,
hasta tal punto era contagioso el entusiasmo de Stone. Sus roces, aunque
fueran involuntarios, resultaban eléctricos y Allison, sin tener ni idea de lo
que iba a enseñarle, se sentía privilegiada por estar a punto de verlo, a
menos que aquella fuera su reacción natural ante su mera compañía.
—No necesitaba una demostración, ¿sabes? —añadió Allison—. Me
bastaba con una respuesta. Te hubiera creído de palabra.
Él rió y cerró la puerta tras ellos.
—No, no me hubieras creído.
Allison recordaba el despacho de su primera cita. Todo lo relacionado
con aquel encuentro estaba grabado en su memoria: la decoración de
cromo y obsidiana, el gris y el negro, lo claro y lo oscuro combinados con
gracia. Una de las paredes estaba cubierta de armarios empotrados
recubiertos de cristal ahumado y la otra de ventanales que daban a la calle.
Stone dio a un botón oculto en su mesa y grandes persianas eléctricas
cerraron las ventanas dejando la habitación iluminada tan sólo por
pequeños puntos de luz auxiliar.
Cogió a Allison de la mano, la llevó hasta el centro del cuarto y
poniéndole las manos en los hombros la hizo girarse hacia los cristales
ahumados de la pared.
—Quédate aquí —ordenó—, no te muevas.
Volvió a su mesa y Allison contempló con sorpresa cómo otro botón
provocaba un movimiento de los cristales: bajo estos emergió la pantalla de
un ordenador disimulado en la pared. Un escalofrío de emoción y cierto
miedo recorrió la espalda de Allison mientras esperaba obedientemente en
mitad de la habitación. Miró a Stone, concentrado en su teclado, con el
rostro iluminado misteriosamente por la escasa luz y le pareció un extraño:
un hombre oscuro y hermoso, distante e intrigante, absorbido por su propio
mundo creativo.
Pero su voz era la de siempre, familiar y alegre.
—¿No te asusta la oscuridad, no?
Allison no pudo evitar echar una mirada a la puerta.
—No, claro que no. ¿Qué…?
De pronto el cuarto quedó completamente a oscuras.
Allison no temía a la oscuridad. Pero había una diferencia entre la
oscuridad normal y aquella negrura completa y repentina, sin puntos de
referencia conocidos. Incluso el lejano sonido del teclado había terminado y
no sabía dónde estaba Stone. Igual la había dejado sola. Se esforzó en

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quedarse quieta, intentando penetrar la oscuridad y procurando que su voz


no sonara inquieta.
—Stone…
—Mira hacia arriba —contestó este suavemente.
Allison no sabía de dónde venía su voz y había algo muy emocionante
en ello; reconfortante, pues no estaba sola, pero enervante, al no saber lo
que estaba preparando. Y aun sabiendo que todo estaba preparado con
efectismo, incluidas la soledad y oscuridad, sintió que temblaba.
Levantó la vista hacia el techo y su respiración se cortó. El techo se
había abierto a un cielo hermoso y azul, lleno de estrellas tan brillantes que
deseó alzar la mano y coger un puñado. Sólo una vez había visto un cielo
así, una noche en el desierto, y se había quedado tan impresionada como lo
estaba en aquel momento. Apenas comenzaba a asimilar el milagro cuando
ocurrió algo extraordinario. Sintió el roce de la brisa en su mejilla y las
estrellas, contra toda lógica, se movieron. Entonces comprendió que no era
el cielo, sino el suelo el que se había puesto en movimiento, ascendiendo
hacia el cielo. Gritó y alargó los brazos para recuperar el equilibrio y
entonces sintió que Stone la abrazaba por detrás, mientras decía:
—No te asustes, no vas a caerte. Mira.
Los brazos la sostenían con firmeza y Stone no se movía. Tras unos
segundos, Allison se relajó lo suficiente, apoyando las manos en sus brazos
y echando hacia atrás la cabeza para mirar las estrellas. El viento
aumentaba, levantando su cabello, poniendo carne de gallina en su piel
expuesta. El cielo nocturno los iba rodeando hasta que se encontraron
parados, más bien volando, en el espacio oscuro rodeado de estrellas. Los
latidos del corazón de Allison eran como estallidos repentinos en su pecho.
No conseguía respirar por la emoción y sus uñas se aferraban a los brazos
de Stone. Y aunque tenía ganas de gritar como un niño con aquella increíble
y primaria combinación de asombro y miedo, no podía emitir un sólo sonido.
Estaba perdida en la magnífica experiencia, completamente entregada a la
fantasía fabulosa, cautivante y terrorífica. Se agarró a Stone como si la vida
le fuera en ello y expulsó el aire retenido por su asombro.
Y entonces la velocidad disminuyó y el viento pareció reducirse a una
lenta brisa con oleadas irregulares. Los estallidos de luz que habían sido
estrellas se fueron metamorfoseando en formas planetarias, extraños
colores de otros mundos, atmósferas irreales y masas de tierra en armonías
misteriosas, que corrían a los lados de Allison como pasan las nubes por la
ventana de un avión. Sólo que allí no había ventanas ni avión, y era ella la
que recorría, carente de gravedad, el espacio. Ella y Stone se abrazaban
mientras los mundos bailaban ante ellos.
El movimiento disminuyó y se encontraron en la superficie de un
planeta de otra galaxia. Un cielo rojizo se extendía sobre ellos, iluminado
por el brillo de un sol violeta en la lejanía. Allison sentía el calor de aquel sol
perdido en su mejilla derecha. Al este, se balanceaban dos lunas naranjas,
una encima de la otra. A sus pies había una oscuridad cubierta de neblina,
pero al mirar más lejos, pudo distinguir las arenas ondulantes y las dunas

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de un desierto dorado. El aire era ahora caliente y seco y olía a un aroma


antiguo y rico de pergamino, de piedras bajo el sol eterno del desierto.
Absolutamente extraño y misterioso. Absolutamente real.
Allison pudo musitar:
—¡Dios mío! Eres un mago.
Distinguió la sonrisa en la voz de Stone.
—No, sólo un ingeniero. Bienvenida a Celiton, mi hogar lejos del hogar.
Terminado el efecto del viaje galáctico, Allison aflojó la presión de sus
uñas en la carne de Stone, pero no le dejó ir. La sensación de
desorientación era tan fuerte que temía que si salía del círculo protector de
sus brazos, podría caerse del filo del mundo. Continuaba el calor en su
frente, el aroma del aire, los colores cambiantes, vibrantes y poéticos de un
cielo de otro mundo. Sabía que no era real, pero la ilusión era tan perfecta
que su corazón latía descompasadamente ante la belleza del mundo
encontrado. Tenía la garganta apretada por la turbación y sus sentidos se
negaban a aceptar que aquello no podía existir. Por otra parte no quería que
Stone dejara de abrazarla.
En algún momento del viaje, se había pegado completamente a él, y
tenía la cabeza sobre su hombro, las nalgas contra su ingle y sentía el calor
y la fuerza de sus muslos. El calor del cuerpo de Stone la rodeaba, se añadía
al brillo radiante que los rodeaba, pero no era un calor agobiante o
enfebrecido, más bien se parecía al calor de una cama en invierno o de la
playa bajo los rayos del sol, penetrante, vital y rica en sensaciones. Sentía
los latidos de su corazón, y el ritmo fuerte y seguro era como el ritmo de
aquel planeta extraño y el movimiento de su pecho era su propio
movimiento. Su aroma a hierba fresca, mezclada con el olor seco del suelo
alienígena formaba una combinación mareante, sutilmente erótica.
Tomó aire lentamente, sensualmente y el calor penetró en sus
músculos, obligándola a hundirse más profundamente en su abrazo. Su
proximidad era tan enervante como lo había sido el viaje estelar, y era lo
único sólido en aquel mundo cambiante. Y el creador de aquel mundo le
parecía igualmente una tierra ignota llena de misterios.
Allison habló antes de que todo su sentido común desapareciera.
—¿No hemos salido de la oficina, verdad? —su voz sonó algo infantil.
—No te lo voy a decir —habló pegando su boca al oído de Allison, y su
aliento acarició su cuello. De nuevo podía escuchar, ya que no ver, su
sonrisa.
—El truco de los buenos magos, cariño, es que nunca veas la tramoya.
Al hablar su aliento hizo que se agitara un mechón de cabello de Allison
y quizás porque le hacía cosquillas llevó la mano a su pelo para apartarlo.
Un gesto perfectamente inocente que no pudo seguir siéndolo. Los dedos
de Stone se quedaron junto a la piel de Allison, acariciando lentamente su
cara con dulzura intencionada, dibujando líneas sobre su piel. El corazón de
Allison se agitó mientras los dedos recorrían suavemente su mandíbula,

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

subían hacia las orejas, deteniéndose sólo un instante en el lóbulo con un


roce tentador y breve. Los dedos de la otra mano se abrieron sobre su
costado, haciendo que la curva del pulgar reposara bajo su seno izquierdo,
formando un soporte perfecto que no era sin embargo una caricia.
Stone respiró profundamente y su pecho se levantó mientras cada uno
de sus músculos se estiraban y retraían contra ella, envolviéndola con un
calor irresistible. Allison sentía los latidos de su corazón, cada vez más
agitados como los de ella. Cuando expulsó el aire, Allison sintió que su
respiración era desigual y acarició con timidez el brazo musculoso bajo su
mano, el hueso de la muñeca, el vello oscuro y la piel caliente como el sol.
Sopló con mayor intensidad el ardiente viento del desierto, provocando
una ráfaga del misterioso olor de aquel mundo y enfriando la capa de
transpiración que cubría la frente de Allison. Los dedos de Stone seguían
recorriendo su cuello con una caricia enloquecedora que iba de su oreja a la
garganta, reposando luego en la curva de su cuello. La atención de Allison
estaba concentrada con dolorosa intensidad en la posición de su otra mano
e intentaba controlar el ritmo de su respiración que hacía henchirse sus
senos hasta que la mano se movió al fin, hacia abajo. Stone tenía la boca
pegada a su cuello, los labios tan cerca que casi sentía su roce, que nunca
llegaba a realizarse. De pronto, extendió los dedos sobre sus costillas,
acariciando delicadamente su cintura, dirigiéndose con dulce presión hacia
abajo, hasta abrirse sobre su abdomen. La lenta y firme presión de la mano
de Stone en su estómago era dulce y deliberada y provocó que el delicioso
ardor en su interior se abriera como una flor y estallara, debilitando sus
músculos, dejándola sin aliento y sin voluntad. Los colores giraron y
cambiaron, un viento caliente se levantó y Allison escuchó un trueno
distante que sólo era el latido combinado de sus corazones. Sin casi
intentarlo, Stone podía convertirla en una masa gimiente de deseo pegada
a él. Le bastaba con una caricia.
Y al mismo tiempo, Allison supo que el cambio en la actitud de Stone
era voluntaria y llevada a cabo con un esfuerzo intenso de voluntad.
Alrededor de ellos, el cielo rojo se iba oscureciendo y la neblina ascendía del
suelo, cubriendo la tierra ante ellos. El aire sabía a ozono. Los músculos
tensos contra Allison empezaron a relajarse, uno por uno, la presión en su
abdomen cedió, así como el aliento pegado a su cuello, húmedo y caliente,
y poco a poco Stone se fue apartando. Finalmente, con una desgana
evidente en todos sus movimientos, dio un paso atrás y dejó que sus manos
se apoyaran sin presión sobre las caderas de Allison.
Cuando la niebla empezó a levantarse, tanto en el paisaje como en su
cerebro, Allison comprobó que el entorno había cambiado. Frente a ellos se
elevaba una pared de piedra, perfecta en cada detalle, cubierta de musgo y
de líquenes antiguos. En el centro, flanqueada por dos antorchas de madera
encendidas, estaba una enorme puerta abierta. Tres veces más alta y dos
veces más ancha que el hombre más corpulento, el oscuro y abierto orificio
parecía ocupar toda la pared que Allison recordaba y llevaba dios sabía
dónde.

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—Dios mío… —consiguió pronunciar, y la sorpresa mitigó en parte,


aunque no del todo, la desilusión por la separación de Stone. El aire que los
rodeaba tenía ahora un olor frío y mohoso.
—Entra —la empujó Stone con una ligera presión—. Atraviesa la
puerta.
Allison miró a sus pies y vio que había una senda iluminada con una luz
naranja que podía ser el reflejo de las antorchas. Poco a poco, tomó
conciencia de una serie de ruidos de fondo, el correr del agua y el croar
lejano de las ranas. Parecía que estaban sobre un puente. Y este atravesaba
un foso.
Allison movió la cabeza para negarse.
—No hay nada ahí. Entraré en un armario.
—No, ya verás —la empujó de nuevo—. Confía en mí.
Confiar en él era algo que nunca debía hacer, pensó Allison. Había
confiado en él cuando apagó las luces y su cabeza seguía aturdida por el
efecto del despegue. Había confiado en él cuando la rodeó con sus brazos
para evitar su caída y había caído en algo mucho más peligroso. ¿A dónde
la llevaría ahora su confianza?
Tragó saliva.
—Tú primero.
—No puedo. No puedo pasar delante tuyo o caeré al agua.
Allison intentó girar la cabeza para mirarle pero su rostro era sólo una
sombra entre las sombras. Su boca estaba de nuevo seca.
—Sabes muy bien que debajo nuestro está el suelo —dijo.
Él se limitó a replicar con objetividad:
—¿Estás segura?
Allison dio un paso hacia adelante con precaución, y luego otro. Stone
seguía con las manos en su cintura como para guiar sus inseguros pasos. La
puerta siniestra se acercaba y el fuego de las antorchas hacía bailar las
sombras sobre el brazo extendido de Allison, que no podía quitarse de la
cabeza qué había algo muy familiar en la escena; la pared de piedra, la
enorme puerta amenazante, el sonido del agua y las sombras naranjas.
Estaban ante la puerta, tan cerca de su boca oscura que sentía el aliento
frío que parecía emanar de su interior. Estiró la mano, introduciéndola con
temor en la oscuridad, esperando encontrar el cristal de los armarios del
despacho. Se extrañó al no encontrar resistencia y el miedo le hizo echarse
hacia atrás. De nuevo los brazos de Stone le impidieron perder el equilibrio.
Se volvió a mirarle y su expresión, iluminada ahora por la luz de las
antorchas, era inocente.
—Avanza —dijo—, no hay peligro.
Allison contuvo el aliento y dio un paso hacia la puerta.

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Cuando entró una suave luz desconocida puso en evidencia que se


encontraba en un corredor estrecho. El agua caía a borbotones en algún
lugar fuera de su vista y olía a tumba cerrada. Ante ella se abría una
escalera en espiral que descendía abruptamente y a su alrededor había
antorchas dispuestas en círculo, como en un torreón. Las piedras estaban
ennegrecidas por el humo. A su derecha estaba colgado el retrato de un
hombre en traje antiguo con una faz pálida y unos penetrantes ojos negros.
De pronto recordó dónde había visto todo aquello.
—Pero —exclamó—, esto es como el castillo de los horrores del parque
de atracciones Yesterday de Modesto. Estuve el año pasado con mi sobrino.
Stone se colocó a su lado, sonriendo:
—¿Lo pasasteis bien?
—¡Fabuloso! —asintió Allison—. No sabes lo bueno que es. ¡Hablando
de tecnología realista! Y lo que…
Dejó de hablar al empezar a comprender.
—Claro —dijo bajando la voz—, tú construyes castillos. Esto no es como
el de Modesto…
—Este es el castillo de los horrores de Yesterday —admitió Stone—. O
al menos una de sus salas. Este fue el primer prototipo a gran escala que
construí y sigo buscando formas de mejorarlo —se adelantó—. Pasaré yo
primero. Las escaleras son estrechas y algo tramposas. Por supuesto en
Modesto son más grandes. Agárrate al pasamanos.
Pero ya llevaba unos cuantos escalones antes de que Allison
recuperara su presencia de espíritu y le siguiera. Se aferró con fuerza al
pasamanos y bajó hasta él.
—¿Esto es lo que haces? ¿Construyes parques de atracciones?
—Parques temáticos —le corrigió Stone—. Y no los construyo, sólo los
diseño. Y no todo el parque, sólo ciertos componentes. Yo invento el
concepto del castillo encantado como este o de una aventura como la de las
profundidades marinas del parque de las tres islas de Hawai. ¿Has estado
en ese?
Volvió la cabeza y Allison negó sin dejar de apresurarse tras él
mientras la escalera se estrechaba y hundía en la negrura. La voz de Stone
creaba un eco misterioso al golpear en las paredes y sus pisadas resonaban
en las losas del suelo.
—Pues merece la pena verse. Estás en un submarino, a unos pocos
metros bajo el agua aunque te sientes a gran profundidad, y te persigue un
tiburón blanco, te ataca un pulpo gigante y caes por un foso marino en
caída libre hasta que te salva en el último minuto un sumergible robotizado.
Te lo juro, es fantástico.
Allison asintió mareada:
—Ya he oído hablar de ello. ¿Lo inventaste tú?

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Más o menos. Bueno, mi equipo me ayudó un poco —Stone se detuvo


en un escalón y la pared que estaba tras el codo de Allison se disolvió de
pronto convirtiéndose en un cristal que se abría sobre una sala donde varios
hombres y mujeres trabajaban en sus mesas, indiferentes a los intrusos que
los observaban desde un castillo medieval. La desorientación era tan
intensa que Allison se sentía al borde del desmayo.
—George, aquel —señaló Stone—, trabajaba en la NASA antes de
unirse a nosotros. Es un mago de la electrónica. No hay nada que Meg no
sepa de lásers y holografías.
Siguieron bajando mientras Stone iba señalando a los trabajadores.
—Aquellos, Ted y Franklin, son expertos en animación —la ventana de
la pared se cerró y se abrió otra más abajo, revelando la imagen alucinante
de un dragón de gran tamaño, tumbado sobre su espalda y con las tripas
abiertas de la que emergían cables y placas electrónicas. Un hombre
trabajaba con un destornillador mientras otro pulsaba botones sobre el
hombro del dragón. Si Allison no hubiera estado a esas alturas inmunizada
contra la sorpresa, hubiera gritado ante el espectáculo.
—Y allí —otra ventana en otra pared—… está el corazón de la
operación. El departamento de investigación y desarrollo. Si quieres saber
qué material se usaba para la ropa interior de las señoras en 1560, estos lo
averiguan. Si necesitamos saber a qué velocidad circula el viento en un
planeta a docenas de años luz, lo calculan. Si no es posible, buscan una
forma de hacerlo posible. Así que ves que no trabajo solo.
—No —murmuró Allison, tan sorprendida por la visión del trabajo como
lo había estado por sus resultados en el piso superior—. Ni siquiera sabía
que existía un trabajo como este. ¿Y todo para los parques temáticos?
—Sobre todo. De vez en cuando trabajamos para el cine en unión con
una productora de efectos especiales, pero nuestros servicios son algo
caros.
—Efectos especiales —repitió Allison—, ¡qué emocionante!
Él sonrió ante su sorpresa.
Debió ser efecto de la sonrisa, o quizás fuera porque en aquel
momento se cerró la última ventana y la escalera quedó en penumbra, el
caso es que ocurrió lo inevitable. Allison perdió pie y con un grito ahogado
cayó en la oscuridad.
Stone la cogió con un movimiento del brazo y la puso contra la pared.
El gesto le empujó contra ella, atrapándola entre la pared y su cuerpo.
Durante unos segundos, se miraron, respirando y calmándose tras la subida
de adrenalina causada por la alarma y el alivio. Y de pronto Allison supo que
ninguno iba a moverse.
Los muslos de Stone estaban apretados contra los suyos, su pecho
pegado a sus senos. Tenía los labios entreabiertos y una vivacidad llena de
sombras en los ojos que llenaba el mundo entero con su hipnótica luz.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Stone levantó las manos para coger su rostro y acercó tanto los labios
que Allison casi pudo sentirlos. Entonces, tomó aire para calmarse y se
separó de ella, murmurando:
—Allison, tienes que darme una respuesta pronto.
Ella abrió los ojos, tragándose la frustración.
—¿Por qué?
Stone acarició con los pulgares las comisuras de su boca.
—Porque no voy a poder contenerme mucho más tiempo y voy a
besarte.
Su pulgar se deslizó entre sus labios entreabiertos, sólo una fracción de
segundo y ella saboreó su piel con la punta de la lengua. Sintió una
convulsión en la garganta y pasó un rato antes de que pudiera hablar.
—¿Por qué no puedes besarme antes de que te dé la respuesta?
Él sonrió, amable y desilusionado, apartando las manos de su cara.
—Porque no quiero que me acuses de usar influencia indebida.
—Un beso —contestó Allison, hipnotizada— no es más que un beso.
Un brillo de pasión estalló en sus ojos grises y a Allison le bastó verlo
para dejar de respirar. Pero Stone controló el fuego con la misma seguridad
y sonrió ampliamente. Había un mundo de promesas en su sonrisa.
—Así es —asintió y se separó.
La tomó de la mano y la guió unos escalones más. Guando llegaron
abajo, Allison había recuperado casi un ritmo de corazón normal. La
intensidad de la escena de la escalera empezó a borrarse y Stone habló con
voz natural:
—Pues ya lo has visto. El gran paseo que reservo a personas a las que
deseo impresionar —la llevó hasta una gran sala, la famosa sala del
banquete donde en el parque de Modesto, la dama del castillo asesinaba a
su marido de forma bastante violenta y se daba a entender que los
comensales colaboraban en la destrucción de la evidencia del crimen.
—Normalmente terminamos el paseo con un banquete servido aquí —
añadió Stone, señalando la larga mesa de madera con sus platos y vasos de
plata, esperando a los invitados—. Perdona, pero no sabía que ibas a venir.
Allison le lanzó una mirada recelosa.
—No quiero ni preguntar que hay en el menú.
Stone rió y se apoyó en la esquina de la mesa poniendo los pies sobre
el banco.
—Bueno —dijo con un gesto expansivo—, ¿qué te ha parecido?
Allison miró a su alrededor las paredes oscuras, las tapicerías antiguas
y gastadas, los candelabros y el hogar inmenso donde ardía el fuego.
—Estoy impresionada —dijo—. Y honrada por haber merecido tal
paseo. ¿Qué mujer no lo estaría?

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—En realidad —comentó con una pequeña mueca, como si el hecho le


sorprendiera—, nunca había traído a una mujer… sólo por cuestiones
profesionales, claro está.
Los dos parecieron pensar en lo mismo a la vez. Si ella no estaba allí
por motivos profesionales, ¿por qué motivos? Y si no le había enseñado
aquello para impresionarla y vender su producto, ¿por qué había
compartido con ella algo tan importante, algo que no le enseñaba a nadie
según acababa de admitir?
Stone no tenía una respuesta y su siguiente frase pareció aumentar la
confusión de Allison tanto como la suya.
—Lo cierto es que, aparte de los que trabajan aquí, eres la única
persona que ha visto el proyecto espacial Celiton que te mostré al principio.
Es el programa principal de la oferta a Hiroshito y no pensaba revelarlo
hasta el mes que viene.
Allison sintió que la emoción la recorría, por la certeza de haber
compartido con Stone algo que pocos conocían y por el recuerdo de una
experiencia que le había parecido única. La experiencia de la ilusión y de su
abrazo.
—Es increíble —dijo con sinceridad.
La sonrisa que llenó los ojos de Stone estaba llena de complicidad.
Extendió las manos hacia ella y sin pensarlo, Allison dio un paso hacia él.
Stone la atrajo hasta sus rodillas con los ojos plateados llenos de vida. Dijo
en voz baja:
—Quiero que sepas que aunque no hubiera pasado esto, ya estaba
pensando medios para verte de nuevo.
Sus manos la retenían con fuerza y sentía su pulso acelerado. Allison le
creyó, aunque era una locura.
—Pensé que no querías usar tu influencia.
Stone sonrió y el corazón de Allison empezó a derretirse.
—Lo intento.
Ella hizo un débil esfuerzo por liberarse. Aunque unos centímetros de
mesa separaban sus muslos de la ingle de Stone, imaginaba perfectamente
su calor atravesando la tela.
—No es buena idea mezclar trabajo y placer. Sobre todo en esta clase
de trabajo.
—¿Eso quiere decir que vas a ayudarme?
Allison consiguió liberar sus manos. Él la dejó marchar. Tenía que
alejarse para pensar claramente.
—Veamos si está claro. Quieres que mienta a extraños…
—Digamos que simularemos.
—Quieres que mienta —repitió Allison— para conseguir un trabajo cuya
condición es la mentira, ¿no?

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Stone la miró con confusión y Allison no se lo reprochó. Ella misma no


sabía muy bien qué había dicho. Él se defendió, no obstante.
—Es una regla idiota, discriminatoria y antediluviana. Si fuera algo
relevante para el trabajo, sería distinto. Lo que me separa de este proyecto
es personal y no tiene nada que ver con la calidad de mi trabajo y se
merecen que los engañe.
Allison no tenía ningún argumento contra aquello.
—Vamos —continuó él persuasivamente—, ¿nunca jugaste a hacerte
pasar por alguien cuando eras pequeña? Esto es otro juego de simulación y
ayer lo hicimos muy bien juntos.
Allison le miró con curiosidad.
—Me parece que hay mucha simulación en tu vida —señaló la sala
medieval—. Todo esto… eres como un niño en un mundo de juegos. Parece
que te niegas a conocer el mundo real.
Un destello brilló en sus ojos.
—La vida perfecta —asintió Stone.
Un reto, había dicho su madre. Una oportunidad que nunca se igualaría
de probarse a sí misma.
—Lo haré —dijo secamente —y alzó la mano para adelantarse a la
respuesta entusiasta que Stone preparaba—. Pero debes saber que es una
decisión profesional. Necesitamos la lista de contactos que nos ofreces y no
queremos perder tu amistad. Eso es todo.
El brillo en los ojos había aumentado.
—¿Eso es todo? ¿No es porque yo te guste, un poquito?
Allison repitió con firmeza.
—No.
—Mentirosa.
—De eso no hay duda.
Él rió y saltó de la mesa, acercándose a ella.
—Vamos a divertirnos, Allison —declaró cogiendo sus manos—. Y para
mentir no podía haber elegido a alguien mejor. Muchas gracias —añadió en
serio—. No te arrepentirás.
Pero nada más mirarle y sentir la debilidad en todo su cuerpo ante su
sonrisa, comenzó a arrepentirse. En sus manos era un ser impotente.
Y estaba convencida de haber cometido el peor error de su vida.
Mientras le miraba, Stone recorrió con el brillo increíble de sus ojos su
rostro y bajó sin pudor por su cuerpo.
—Y en cuanto a no mezclar trabajo y placer… Lo intentaré, pero no lo
prometo.
Allison se alegró. Asintió y su voz sonó un poco afectada al decir:

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—Trato hecho.
—Bien —Stone sonrió—. ¿Cerramos el trato con un beso?
Allison apartó su mano y se la tendió con gesto severo.
—Sólo trabajo —le recordó.
Stone rodeó sus hombros con el brazo con un gesto de viejos
camaradas y le enseñó el cuarto.
—Entonces —dijo con naturalidad—, ¿cuándo te trasladas a vivir
conmigo?

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Capítulo Ocho
Allison no se trasladó a ninguna parte, pero Stone nunca había creído
que pudiera ser tan fácil. La joven aceptó la responsabilidad por haber
lanzado el rumor que recorría el círculo de amigos y conocidos de Stone y
dio con una solución para una situación que podía haber sido molesta. Le
ayudó a grabar un nuevo mensaje en el contestador automático «Hola, has
llamado a casa de Stone y Allison, en este momento, etc.…», y le entregó
una serie de objetos personales, maquillaje que estaba a punto de tirar y un
cepillo de dientes, para nutrir la curiosidad de la señora de la limpieza.
Stone se sintió algo ridículo al poner esos elementos en su cuarto de baño,
pero pronto descubrió que le gustaba verlos. La polvera en particular. Una
mañana mientras se afeitaba le había dado un golpe sin querer y todo el día
había olido como ella.
Allison aportó incluso un par de vestidos a punto de ser retirados de la
circulación y los colgó en su armario. También le gustaba mirarlos. Y como
toque final, entregó a Stone una fotografía enmarcada para el despacho.
Este tuvo que reconocer que no se le hubiera ocurrido, pero era
imprescindible. Todos sus amigos casados la tenían y los detalles —al fin y
al cabo el simulacro era su trabajo— eran la llave de la verosimilitud.
Lo que nunca había entendido era por qué los hombres ponían
fotografías de sus mujeres o novias en el despacho y no dejó de
preguntárselo en las semanas que siguieron a su acuerdo con Allison. Le
gustaba mirar la fotografía, era cierto. Allison llevaba un gran jersey azul
marino y reía, con las mejillas arreboladas y el cabello revuelto. Detrás de
ella, el océano. Era una fotografía muy buena y no se cansaba de mirarla.
Pero sospechaba que había algo oculto en el ritual de los retratos femeninos
en los despachos de los hombres. Miraba la fotografía y cada vez descubría
algo nuevo en ella. Pero finalmente, su sensación principal era de conexión
con otra cosa: la fotografía le recordaba que fuera de su mundo, creado por
él, había otro mundo, otra vida, y era una extraña sensación. Algo en lo que
no había pensado antes. Pasaban días sin que hablara con ella. No la había
visto más de unos minutos desde que la hizo visitar su torre mágica, y sin
embargo nunca estaba fuera de su mente, nunca lejos de él. Miraba el
retrato y sentía que pertenecía a algo, que formaba parte de una pareja y
aunque sabía que era sólo una simulación, reconocía que el sentimiento era
fuerte y crecía día a día.
Estaba mirando la fotografía cuando Carla abrió la puerta y entró en el
despacho. Se quedó quieta y miró con asombro a su alrededor: la mesa
estaba limpia, el ordenador tapado, el sistema electrónico encerrado en los
armarios de cristal oscuro, los papeles ordenados.
—Señor —dijo Carla—. Esta mujer no sólo es una santa, además hace
milagros. Nunca habías terminado de trabajar tan temprano desde que te
conozco.
Carla sabía la verdad sobre su compromiso, puesto que era imposible
engañarla. Como su madre, lo desaprobó en un principio, pero había ido

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cambiando de opinión desde que Allison había empezado a organizar su


vida.
Stone se levantó y cogió la chaqueta de la silla donde la había tirado
por la mañana.
—Hoy damos nuestra primera cena —dijo con un guiño—, y me temo
que si llego tarde no viviré para contarlo.
—¡Ni que fuera la primera cita a la que llegas tarde! ¿Qué clase de
magia hace esa mujer?
Stone sostuvo con el dedo el cuello de su chaqueta y se la colgó de un
hombro.
—No hace falta magia —aseguró con una sonrisa— cuando un contrato
multimillonario está en juego.
—Así que eso era lo que necesitabas para aprender cortesía. Siempre
creí que eras insobornable.
Mientras salía, Stone dio un amigable golpecito a Carla en el hombro.
—Es que no habías encontrado mi precio.
Pero Stone sabía que Carla tenía razón. Cuando estaba en un proyecto
nunca salía de la oficina antes de la diez de la noche y a veces pasaba la
noche en el despacho, tumbándose de vez en cuando en el sofá en espera
de la inspiración. Y él mismo se preguntaba si su ansiedad por llegar a casa
era motivada por el contrato en juego o porque sabía que Allison le
esperaba.
Stone tenía un dúplex en la parte norte de la ciudad, elegante y
decorado por un profesional. Llevaba cuatro años viviendo allí y no hubiera
podido describir ni una sola de sus seis habitaciones. Si cenaba, lo hacía
fuera o con amigos y sólo usaba el piso para cambiarse de ropa y dormir.
Cuando la mujer de Mark, Sarah, le llamó para invitarles a cenar, decidió
insistir en que la reunión fuera en su casa. Eso era lo que hacía un hombre
de familia y tenía que pensar en esos detalles para dar autenticidad a su
estrategia.
No entendió muy bien por qué Allison no compartía su entusiasmo por
la cena, pero se imaginaba que tenía algo que ver con el hecho de que la
hubiera avisado por la mañana. El recuerdo del silencio helado con el que
había acogido la descripción entusiasta de su iniciativa era uno de los
motivos por los que deseaba llegar pronto a casa.
Al entrar en su piso, le costó reconocer el lugar y comprendió que su
ayuda no era necesaria. Todo relucía con sutil elegancia. Las flores frescas
humanizaban la decoración, como la suave música clásica y el fuego
encendido en el hogar. Stone ni siquiera se había molestado en averiguar si
la chimenea podía usarse. La mesa estaba puesta con vajilla blanca y
servilletas colocadas en los vasos y algo exquisito se estaba cociendo en la
cocina. Se sintió tan sorprendido que sólo deseó poder quedarse allí a
respirar las nuevas fragancias domésticas.
Llamó, sin embargo, a Allison.

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Se movió por la habitación, deteniéndose para tocar las flores,


examinar la mesa, admirar los aperitivos dispuestos en la mesita y aprobar
la selección del bar. Iba a servirse una bebida, un lujo del que nunca había
disfrutado en su casa por la simple razón de que siempre olvidaba comprar
botellas, pero cambió de opinión. Lo mejor de todo era que aquella noche
no tenía que beber solo.
De nuevo dijo:
—¡Allison! —y al no escuchar respuesta fue hacia las escaleras.
Se encontró con ella saliendo del cuarto de invitados. Llevaba un
vestido rojo con escote y mangas estrechas, un cuerpo ajustado y una falda
larga que caía graciosamente hasta las pantorrillas. Todo en ella, de la
curva de su pecho hasta la línea delgada de la cintura y la suave curvatura
de las caderas; del cabello peinado con naturalidad hasta los hombros
blancos y la femenina garganta terminada en la atracción del escote; de los
ojos azules sorprendidos a la punta de los pies, todo hubiera dejado sin
aliento a cualquier hombre.
Tenía un cepillo en la mano y una manga del vestido desabrochada. Sin
motivo aparente, la sorpresa en sus ojos se convirtió en molestia y dijo:
—Llegas pronto.
Él intentó apartar la mirada de la forma, deliciosamente definida, de
sus senos.
—Quería ayudar.
—¡A buenas horas! Gracias, pero está todo bajo control —hizo un gesto
hacia la habitación—. Usé el baño de invitados para cambiarme, no te
importará.
—Claro que no. El salón está precioso. Si hubiera sabido que volver a
casa era tan agradable, lo hubiera hecho más a menudo.
Aquello la obligó a sonreír a su pesar.
—Este es mi trabajo, ¿sabes? Cocino, decoro, organizo. Suelo preferir,
no obstante… —le lanzó una mirada por encima del hombro— que me
avisen con algo más de seis horas.
—Acuérdate de mandarme la factura —la siguió al cuarto de
huéspedes y se apoyó en la puerta. El aroma del baño y de los polvos le
hizo sonreír.
—Desde luego. En serio, Stone… —Allison inclinó la cintura y se cepilló
el pelo con fuerza—. No me extraña que no te duren las novias más de un
mes. ¿Practicas para ser tan maleducado o te sale naturalmente?
—Cuestión de suerte, supongo.
Allison se puso recta, con el cabello flotando a su alrededor y le miró:
—¿De verdad eres incorregible, no?
Stone se separó de la puerta, sonriendo frívolamente.
—Déjame que te ayude con el vestido.

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—Bueno —masculló Allison—, al menos llegaste a tiempo. Supongo que


es un progreso.
Estiró el brazo hacia él y Stone empezó a abrochar los pequeños
botones de la muñeca. Al inclinarse junto a ella, se sintió invadido por un
dulce perfume y miró involuntariamente la suave palpitación de su pecho.
Nunca había supuesto que abrochar botones pudiera ser tan erótico como
desabrocharlos. Necesitó toda su fuerza de voluntad para no demostrarle
hasta qué punto le estimulaba la tarea.
Pero en cuanto metió el último botón en su ojal, Allison retiró el brazo y
se volvió hacia el espejo.
—Tienes algo más de media hora para cambiarte —comentó.
Cogió una pinza para el pelo de un pequeño estuche de maquillaje y
con gestos hábiles se sujetó el pelo sobre la cabeza. Tenía las mejillas
sonrojadas y Stone sintió cierta emoción al percibirlo. Quizás se tratara de
una reacción ante su presencia, pero quería averiguarlo. Deseaba acercarse
a ella, poner las manos en su cintura y besar el cuello blanco expuesto por
su gesto. Pero un sentimiento oscuro y poco común en él, un gesto sin duda
caballeroso, le advirtió que no era el momento adecuado para tal
comportamiento. Y la extraña impresión se vio reforzada por la mirada
cautelosa que le lanzó Allison desde el espejo mientras se ponía unos
pendientes de aro.
Así que se limitó a sonreír y se volvió hacia la puerta.
—Es agradable tener una mujer en casa —dijo con sinceridad.
En cuanto salió, Allison expulsó el aire y se apoyó en la mesa ante el
espejo, dejando que sus músculos se relajaran. Estaba tan nerviosa como
una recién casada en su primera cena y la aparición de Stone, tan guapo y
atractivo y cómodo en su propia casa mientras ella salía de la ducha y
estaba sin peinar y descalza, no había hecho más que empeorar su
desconcierto: le costaba recordar que no era más que un trabajo.
Lo cierto era que había preparado celebraciones más comprometidas
en menos tiempo y estaba acostumbrada a pasar tardes en cocinas ajenas.
Conocía las recetas de memoria, el servicio de flores y de limpieza había
funcionado como siempre y la vajilla era estándar. Podía haber organizado
todo aquello medio dormida, salvo por un detalle.
El detalle era Stone. Mientras trabajaba en su cocina, se había
preguntado si alguna vez comía en casa. Al encender el fuego, le había
imaginado sentado solo frente al hogar en noches solitarias. Sentía
curiosidad por todo lo suyo, quién había decorado su casa y qué música le
gustaba. Peor aún, había elegido los platos de la cena pensando sólo en qué
le gustaba, no en el éxito de la cena. El vestido que llevaba estaba
igualmente dedicado a Stone, no a sus invitados. Su único deseo había sido
ver en sus ojos el brillo que efectivamente Stone tenía al mirarla.
Durante los últimos diez días había intentando arreglar las cosas por
teléfono, verle sólo para citas rápidas y eficaces, evitando cualquier
situación demasiado personal. ¿El motivo? Stone era irresistible y ella lo

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

sabía muy bien. Su única esperanza era mantener la relación tan distante y
profesional como fuera posible. Pero nada más verle en su piso, supo que su
estrategia había fracasado. Había cocinado para él, le había puesto la mesa,
se había duchado en su ducha y no estaba trabajando… era parte de su
vida.
Nadie tenía que avisarla de que una actitud así era muy peligrosa para
una mujer que quería preservar su corazón de, todo daño. Pero hacía
demasiado tiempo que Allison no vivía peligrosamente.
Stone entró en la cocina mientras ella retiraba la verdura del fuego.
—¿Cuál me pongo? —preguntó.
Allison colocó la cazuela en la encimera y se volvió hacia él, quitándose
el guante de cocina. Acababa de ducharse y afeitarse y tenía el pelo
húmedo en las sienes. Llevaba unos pantalones grises de lana y una bonita
camisa rosa que muy pocos hombres hubieran resistido. En cada mano
llevaba una corbata, una clásica de rayas rosas y grises y otra gris sobre
negro. La escena era tan doméstica que Allison tuvo que sonreír.
—Esta —señaló la rosa y gris—. Es una cena informal.
—Nunca me acuerdo de esa regla.
—Pero —añadió severamente—, no me pidas que te la ponga. Eso sería
demasiado amable por mi parte.
Stone sonrió, lanzó la corbata descartada sobre una silla y se pasó la
otra por el cuello alzado de la camisa.
—Huele muy bien.
—Es un pollo guisado, ensalada del tiempo, cazuela de verduras y de
postre una tarta de frambuesas.
—Bien, comida de verdad. Siempre supe que me casaría con una mujer
que hiciera comida de verdad, o la comiera, al menos. Esta es la primera
comida en meses que no tiene la palabra «mousse» o «escalfado» para
definir un plato.
Allison rió abriendo la nevera.
—Bueno, podía haber puesto filetes con patatas, pero me parecía
demasiado obvio. Tienes una buena nevera.
—¿Ah sí? Nunca la utilizo.
Allison empezó a colocar la ensalada en platillos individuales,
decorando cuidadosamente cada uno con las aceitunas, mientras Stone
usaba una superficie de aluminio como espejo para hacerse el nudo.
—Se me había olvidado lo agradable que es la cocina —admitió—. A lo
mejor vuelvo a comer en casa de vez en cuando.
—No me creo que nunca hayas cenado con alguien en tu cocina.
—Pues así es. Supongo que nunca se me ocurrió invitar a alguien y mis
relaciones nunca duran lo suficiente como para que la chica se atreva a
sugerirlo.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Allison le miró de reojo.


—Debe haber algo patológico en un hombre que no es capaz de tener
una relación lo bastante larga como para invitar a la chica a cenar.
—Capacidad de atención limitada —dijo él, poniéndose recto con un
nudo bastante impecable—. Seis semanas, máximo. ¿Puedo ayudar en algo
propio de un hombre? No se me da bien pelar ni raspar.
Allison le señaló la botella de vino en la mesa.
—¿Y abrir la botella? ¿Es lo bastante viril para ti?
—Preferiría abrir una lata, claro está. Un tipo que sufrió cuatro años
haciendo baile de salón tiene derecho a mostrarse sensible con esas cosas,
¿sabes?
Allison rió suavemente. Stone le había prometido que se divertiría y así
era.
—Tenemos que ponernos de acuerdo con nuestra versión —le recordó
mientras volvía a poner las ensaladas en la nevera—. Tus amigos no
dejarán de hacer preguntas y tenemos que contestar lo mismo. Lo primero
es saber cómo y cuando nos conocimos. Ya le soltamos lo del coche a tu
amiga Carolyn y podemos seguir con ese cuento…
—¿Por qué no decir la verdad? —sugirió Stone.
Allison se detuvo a mitad de gesto y le miró con sorna.
—¿Y por qué no se me ocurriría a mí?
—No, hablo en serio —Stone retorció el sacacorchos—. O al menos
quedarnos cerca de la verdad. Es más fácil de recordar.
—Si lo dice un experto en mentiras…
—Que sabe que la mejor manera de engañar es permanecer cerca de
lo que la gente espera ver. Apliquemos el mismo principio —sacó el corcho
y prosiguió—. Viniste a mi oficina para hablar de organizar cenas para los
visitantes de Hiroshito.
Allison movió la cabeza mientras cerraba la nevera.
—No está bien. Las fechas no funcionan. Según eso me habrías
conocido y pedido que me casara contigo el mismo día.
—Amor a primera vista —sugirió Stone.
—Nadie se creerá eso.
—Claro que lo creerán.
Allison estaba pasando la bayeta por la encimera dándole la espalda.
No supo que se había acercado hasta que sintió sus manos en las caderas,
girándola suavemente para que le mirara. Incluso entonces, se extrañó de
verle tan cerca. Llenaba todo su horizonte, llenaba cada uno de sus
sentidos. El olor de su colonia, el calor de su piel la envolvían como si se
hubiera sumergido en una corriente cálida y fragante. Su espalda estaba
pegada a la encimera y los muslos de Stone la atrapaban sin violencia

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

mientras acariciaba cariñosamente sus brazos. En cuanto a sus ojos, llenos


de luz y de sensualidad, llenaban el mundo.
—Así fue como ocurrió —dijo en voz baja—. Llegaste a mi oficina. Nada
más verte supe que había algo especial en ti. A lo mejor fue tu faldita corta,
o las medias negras —sonrió—. Tengo debilidad por las medias negras.
Allison sonrió también, intentando controlar su pulso y empezó a darse
la vuelta. Pero él no había terminado.
Alzó las manos, colocándolas sobre sus hombros, acariciando con
mirada ausente y toques ligeros sus omoplatos. Allison estaba hipnotizada.
—A lo mejor —repuso acariciando su pelo con la punta de los dedos—,
fue tu peinado, esa diadema tan infantil y a la vez poco inocente. O tu
forma de hablar o de moverte, o los destellos de tus ojos cuando te
enfadas… el caso es que todo lo tuyo me llegó al alma, directamente al
alma. Me quedé helado. Nunca pensé que algo así podría ocurrirme pero así
fue, en mi despacho, en cuestión de minutos. Estaba perdido. Entraste y
supe que tenías que ser mía. Supe desde ese instante, tan claramente como
no había sabido nada antes, que mi vida nunca volvería a ser la misma.
Es sólo un juego, se dijo Allison. No es más que una simulación, una
fantasía, un cuento… Pero lo hacía muy bien. Tenía la garganta seca y tenía
que separar los labios para respirar y se veía arrastrada a las profundidades
de aquellos ojos que hacían soñar, con el riesgo de perderse en ellos y no
saber emerger…
Stone acarició sus mejillas con los nudillos y siguió el gesto con los
ojos.
—Y tú —prosiguió roncamente—, tú me miraste y estuviste segura. Lo
sentiste, algo mágico, algo especial, algo que no podías dejar escapar. Nos
besamos.
Lentamente, acercó los labios a la boca de Allison, presionando con
exquisita sensualidad. Aunque breve, hizo subir la fiebre y las sensaciones
empezaron a bailar en el cerebro de Allison. Cuando se apartó, Allison le
echó los brazos al cuello para atraerle, pero se contuvo y dejó las manos
sobre sus hombros.
Los ojos de Stone ardían consumidos de fuego mientras miraba su
rostro, marcando cada zona que tocaban. Su aliento acariciaba los labios
abiertos de Allison y su voz era baja y sensual:
—Te llevé a mi castillo —inclinó la cabeza y depositó un beso ardiente
en la curva de su garganta—. Hicimos el amor en el dormitorio de la reina —
otro beso, bajo el lóbulo de la oreja. Las rodillas de Allison perdieron toda
rigidez—. Incendiaste mi alma, te metiste en mi piel, y fuiste el principio y el
fin de todo mi mundo. Juntos… —sus dedos apartaron la tela que cubría su
hombros un centímetro y probó con la lengua la carne expuesta—… fuimos
mágicos.
Allison había perdido la cordura, su cerebro giraba locamente y no
había ninguna simulación en su emoción.

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—Stone…
Este tomó su nuca con la mano y la besó de nuevo, largamente, en el
cuello, hasta que Allison echó la cabeza hacia atrás, arqueando el cuerpo
contra él.
—No podíamos imaginar el futuro sin el otro. Te pedí que te casaras
conmigo. Aceptaste. No nos hemos arrepentido ni durante un segundo.
La voz de Stone era ronca, gutural y su respiración agitada. Allison
estaba bañada en su calor y sentía contra la palma de su mano su pulso
fuerte y veloz. Si la besaba, una sola vez, no podrían retroceder, ni
disimular y su situación se volvería peligrosa. Y aunque cada pulgada de su
cuerpo ansiaba abrazarle y atraerle, puso rígidos los brazos, apartándole
con esfuerzo. Susurró:
—Stone, por favor…
Por un instante pareció no haberla oído. La llama que ardía en sus ojos
bastaba para encender su piel y levantó las manos como si quisiera
hundirlas en su cabello, acercarla y besarla salvajemente, bebería. Aunque
ella lo deseaba con la misma ansia, Stone debió leer una señal de alarma en
sus ojos, porque se detuvo. Sus manos se quedaron suspensas en el aire
unos instantes, formando una caricia imaginaria y luego cayeron hasta sus
hombros.
Bajó los ojos unos instantes y cuando volvió a mirarla el fuego estaba
casi bajo control. Dijo:
—Es posible que ocurriera así…
Allison tragó saliva, pero no pudo hablar. Cuando lo consiguió, su voz
sonó ronca:
—Stone, no hace ni dos semanas que nos conocemos —dijo—. Dos
semanas.
—Un día hubiera bastado. De otro modo seguiría viendo a Susan ya
que soy monógamo.
—Nadie nos creerá.
—Es posible —insistió Stone y lo más perturbador era que Allison
comenzaba a creerlo.
Sonó el timbre de la puerta y se separaron con un gesto abrupto de
culpables.
—¿Pueden ser ellos ya? —Allison se llevó las manos a las mejillas
calientes y al cabello, que se peinó con los dedos, mientras se estiraba la
falda—. Mira qué pintas tengo. ¿Se me ha corrido el lápiz de labios?
Stone sonrió:
—Tranquila, pareces exactamente una novia —y de pronto chasqueó
los dedos al recordar algo—. Hablando de eso… —buscó en su bolsillo— te
compré una cosa hoy.
Entre sus dedos sostenía un diamante.

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Allison exhaló el aire.


—¡Stone! ¿No es de verdad, espero?
—Claro que no —le cogió la mano—. Pero me han dicho que sólo un
experto podría conocer la diferencia —le colocó el anillo en el anular—.
¿Qué te parece?
Allison separó la mano, admirando el brillo del diamante y sintiendo
una emoción inevitable ante la joya. Desde luego era oro de verdad, eso
podía jurarlo. La piedra estaba montada sobre dos pequeñas esmeraldas, o
magníficas imitaciones, y si el diamante no era de verdad, se parecía
mucho. En cualquier caso, era un sortija preciosa.
Preguntó:
—¿Cómo has sabido la medida?
—Pregunté a tu socia.
Allison bajó la mano, sonriendo con satisfacción:
—¿Te diste cuenta de que una prometida necesita un anillo? ¿Hablaste
con mi socia para saber el tamaño y lo buscaste tú mismo en las joyerías?
Stone Harrison, quizás no seas un caso perdido —y cogiéndole de la mano
le llevó hacia la puerta.
La cena fue un éxito sin mácula. No sólo la cena, toda la velada fue
fantástica. Mark y Sarah Farmington eran personas encantadoras. Aunque
resultaba evidente que los estaban sometiendo a un interrogatorio, lo
hicieron con tanta simpatía y buen humor que era imposible tenérselo en
cuenta. Y por extraño que fuera, Allison y Stone superaron el examen.
Cuando Stone comenzó a narrar la absurda historia de su breve amorío,
Allison lo completó sin dificultades, embelleciendo con detalles cada etapa,
con una naturalidad convincente. Una caricia aquí, una amorosa mirada
allá, una sonrisa cómplice de vez en cuando fue todo lo que hizo falta para
que la propia Allison creyera que estaban inmersos en una aventura
apasionada. Y según avanzaba la noche, menos le costaba simular.
Hubo tan sólo un momento de confusión en la noche cuando Sarah
preguntó inocentemente si habían puesto fecha a la boda. Stone replicó sin
vacilar:
—Dieciséis de noviembre —y cogió la mano de Allison.
Esta vio inmediatamente todos los problemas que la fecha elegida
suponía y miró a Stone con alarma. Pero él se limitó a sonreír y a llevar los
dedos de Allison a su boca impidiéndole cualquier objeción. Sarah exclamó
de inmediato que eso no les daba tiempo a nada, apenas dos meses hasta
la fecha, y Allison tuvo que satisfacer sus dudas sobre la celebración, los
invitados y el traje. De no haber sido por la caricia sutil y erótica que Stone
estaba haciendo en su muñeca le hubiera tirado algo a la cabeza.
A las once de la noche, sentados frente al fuego, los dos cómplices
bebían brandy y se felicitaban de su éxito. Tenían los pies sobre la mesa de
café y Allison apoyaba la cabeza en el hombro de Stone. Su proximidad era
lo más natural, imbuidos como estaban de sus papeles de novios.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Hemos estado geniales —decidió Stone.


Allison asintió, sonriendo al brandy. El cansancio, el triunfo, la alegría
por la presencia de Stone, el efecto del vino, todo se combinaba para
hacerla flotar.
—Tengo que reconocer que tenías razón —admitió—. Nunca pensé que
nos saldría bien. Pero no dudaron en ningún momento; los hemos dejado
pensando que somos la pareja ideal.
Los dedos de Stone se movieron por su pelo, dibujando
inconscientemente formas sobre su piel. Allison supo que la estaba mirando
y su sonrisa la acarició tan tiernamente como sus dedos:
—Te lo dije —comentó—. Lo hacemos muy bien juntos.
Allison le miró con la intención de apartar la cabeza de sus
provocadores dedos.
—¿Cómo se te ocurrió darles una fecha? Eso nos va a liar. ¿Qué va a
pasar cuando llegue noviembre y no haya boda?
—El contrato tiene que estar firmado a mediados de octubre. A finales
de mes tenemos una pelea y ya está.
—Todo eso tiene poco margen —dijo Allison preocupada.
—Puede ser. Pero pensé que un largo noviazgo no tenía sentido con
dos personas tan enamoradas como nosotros.
Allison le miró con sorpresa y tardó unos segundos en comprender que
no hablaba de ellos, sino de su simulacro. Ocultó su confusión con otro
trago de brandy.
—La cena estaba muy buena, por cierto —añadió Stone y Allison sintió
que él también estaba un poco confuso y buscaba un terreno neutral—.
Todo era perfecto. ¿De verdad te gusta todo eso… cocinar y poner flores y
servilletas en los vasos? Conozco a muchas mujeres que lo encontrarían
poco digno de su talento.
Allison se rió, relajándose:
—Yo también conozco a muchas mujeres que opinan eso. Pero me
gusta. Quise ser una cocinera de primera y estuve a punto de irme a París a
conseguirlo. Incluso de niña hacia las mejores fiestas de muñecas de la
ciudad.
Stone bebió un poco:
—¿Qué pasó con París?
Allison se encogió de hombros.
—Encontré otra cosa que me gustaba más —le lanzó una mirada—.
Capacidad de atención limitada.
Los ojos de Stone bailaron mientras cogía la nuca de Allison con un
gesto de compañerismo amistoso.
—¿Ves todo lo que tenemos en común?

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—Pero yo he madurado —contestó Allison.


—Pues a lo mejor yo no soy un caso perdido —bebió de nuevo—. ¿Ese
es tu sueño, ser una gran cocinera en París?
Allison rió suavemente.
—No, por Dios. ¿Por qué lo preguntas?
—La fantasía es mi negocio —le recordó Stone. Su voz era natural y sus
gestos relajados y no dejaba de acariciar la nuca de Allison, lanzando
oleadas de calor por su columna vertebral—. Todos tenemos un sueño.
¿Cuál es el tuyo?
Quizás fue el brandy, quizás el baile lento de las llamas en la chimenea
o los lánguidos roces de los dedos de Stone en su cuello, el caso es que se
oyó decir:
—Esto.
Allison sintió su sorpresa y la pausa casi imperceptible en su caricia.
Sonrió y le miró un segundo.
—Es decir —hizo un gesto vago en dirección al fuego—, todo esto. El
anillo, el fuego, la cena elegante para cuatro, las fiestas, el brandy, el satén,
las rosas. Eso es mi fantasía —le miró otra vez con timidez—. Debería darte
las gracias por haberme dado la oportunidad de vivirlo.
Los ojos de Stone se habían oscurecido pero su sonrisa era amable.
—Ha sido un placer —dijo con suavidad.
Sus dedos pasaron a su oreja, acariciaron la curva de la mejilla,
rozando con deliberada lentitud sus labios entreabiertos. Allison tembló,
consciente de que podía pararle en cualquier momento pues sus ojos,
expectantes y llenos de placer, esperaban su respuesta. Por el contrario,
cuando Stone bajó la cabeza, ella fue al encuentro de su boca para beberle
y dejarse llenar de calor y sensaciones, saboreando cada instante de su
beso. Hundió con placer, casi con violencia, la mano en su cabello,
aferrándose a su cuello e ignorando las campanas de aviso que querían
detener su locura. Pero la fantasía era demasiado poderosa y las manos de
Stone demasiado expertas. Se dejó ir, segura de que el sentido común se
impondría demasiado pronto. Como siempre.
Cuando Stone apartó la boca, estaba excitada y ansiosa. Este le quitó
el vaso de brandy de los temblorosos dedos y volvió hacia ella. Allison tuvo
tiempo de decir antes de que sus labios la tomaran de nuevo:
—Stone, por favor…
—¿Qué? —seguía besándola suavemente, acariciando sus labios,
mientras hablaba. Con una mano la sostenía por la nuca, y con la otra
recorría su costado, del brazo a la cadera.
Allison tuvo que hacer un gran esfuerzo para recuperar el equilibrio y la
voz y mirarle a los ojos:
—Sólo es un juego, ¿te acuerdas? —murmuró—. No te dejes llevar por
el papel.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Él sonrió. La sonrisa tuvo el mismo efecto sobre ella que sus caricias,
fundiendo sus emociones como sus manos fundían su cuerpo.
—¿Eso estoy haciendo?
—Eso creo —pero hablaba sin convicción porque los labios de Stone se
habían posado sobre sus párpados. Sus manos tocaban ahora su cintura y
Allison sabía que debía detener su caricia, pero no lo hacía.
—¿Es eso lo que estas haciendo tú? —con la lengua, Stone recorrió los
labios húmedos de Allison, que sabían a brandy. Ella le besó de nuevo,
impaciente.
—Yo… sí. No. No lo sé.
Stone cogió su cara entre las manos y guardó silencio tanto tiempo que
Allison tuvo que abrir los ojos. La miraba con sobriedad e intensidad. Dijo
como para sí mismo:
—¿Acaso importa?
Aquella fue su última oportunidad para retroceder, para evitar el
peligro y volver al mundo real al que pertenecía. Pero ya no era posible
recordar dónde estaba la realidad y donde la fantasía. ¿Cuándo entró en su
despacho por primera vez se había tratado de amor a primera vista o de
una cómica confusión de identidades? ¿Habían imaginado el placer que
encontraban en brazos el uno del otro mientras bailaban toda la noche? ¿Y
su primer beso, había sido un simulacro? ¿No era cierto que ella sabía que
todo lo que había entre ellos, real o imaginario, los llevaba a aquel
momento?
Tendría que haber importado. Y si lo decía, él no la presionaría. La línea
estaría trazada y no volverían a cruzarla nunca.
Susurró:
—No —y le abrazó de nuevo.
Stone la cogió en brazos para subirla al piso de arriba. En sus más
románticas fantasías siempre se había imaginado en brazos de un hombre
llevándola en volandas por unas amplias escaleras hasta una cama inmensa
cubierta de seda. La escalera no era precisamente amplia, pero desde luego
la había levantado del suelo con pasión y del sofá a la cama no podía
recordar otra cosa que una neblina de suspiros y latidos de corazón. Al
llegar a la cama apenas si pudo percibir dónde estaba pues Stone la estaba
desnudando y acariciando con sus manos mágicas.
Le quitó la ropa con exquisita lentitud y cuidado, prolongando el placer
hasta la agonía; Allison estaba a punto de gritar cuando apartó la última
prenda. Cada milímetro de piel revelada por un botón o una cremallera era
acariciado con su lengua, que recorrió lentamente su espalda, se entretuvo
en sus senos, mordisqueando los pezones a través de la tela del sujetador.
Después, tras lamer su estómago, le bajó las medias y las braguitas.
Entonces le separó las piernas y Allison gimió de placer al sentir su
lengua en la parte interior de los muslos. La espiral de placer que cubría su
abdomen y sus senos se centró entre sus piernas, con una intensidad tal

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

que le hizo pensar alocadamente: tenía que haber sabido que sería así con
él.
Sin saber cómo, le había desabrochado la camisa con manos
impacientes y cuando se tumbó sobre ella, sintió el ardiente placer del
contacto de su pecho desnudo contra sus senos y acarició la extensión
suave y lisa de su espalda. Stone la besó mientras le desabrochaba el
sujetador, mareándola con su lengua y sus manos, pasando a besar sus
senos. Mientras Stone cubría de besos la piel delicada de su pecho, las
oleadas de placer la fueron arrastrando, aumentando cuando sus manos,
cercando delicadamente su ingle, sus muslos, se deslizaron hasta el
vibrante centro de su ansia…
Hacer el amor con él era como sumergirse en un mar de sensaciones,
en las que cada ola era más intensa y consumía su resistencia. Raptada y
exaltada, apenas tuvo conciencia de cómo terminó de desnudarle, tocando
con pasión su cuerpo desnudo. Su calor era el suyo, sus alientos se
mezclaban y el brillo de sus ojos era la única luz en la habitación. Sintió
cómo las piernas de Stone separaban sin violencia sus muslos y la suave,
lenta presión de su penetración la llenó de gozo. Allison le besó
perdidamente mientras sus manos memorizaban su rostro y sólo pudo
pensar que la fantasía se había hecho realidad y que aquello culminaba
todos sus sueños.
Después descansaron juntos en asombrado reconocimiento del
momento maravilloso que habían compartido, abrazándose mientras el
mundo volvía a su ritmo normal. Stone seguía acariciándola con los labios
pegados a su pelo. Allison sonrió, triste y secretamente, porque sabía lo que
él estaba pensando. La magia era parte de su vida. Aquella noche, le había
entregado esa magia y su mayor placer estaba en hacer realidad su
fantasía, pero los dos sabían que los milagros no son duraderos.
No podía pedirle más de lo que él estaba dispuesto a dar. Al fin y al
cabo, habían hecho un trato.
Tumbada sobre su corazón, entendió perfectamente porque le querían
las mujeres aunque no pudieran poseerle. Comprendió por qué aceptaban lo
que él ofrecía a sabiendas de que la condición de su afecto era que no podía
durar. Nadie tenía derecho a hacer reclamaciones, Allison menos que los
demás. La única promesa que él había hecho era que se divertirían juntos.
Sin embargo, sintió la ternura en su caricia, la ansiedad en su voz
cuando dijo:
—Allison, no quiero que pienses…
Allison le miró, enlazando los dedos con los de él y dijo reflexivamente:
—No me atreví, eso es todo.
Las caricias de su mano pararon y Stone preguntó:
—¿Qué?
Ella repuso:

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—París. Un artista loco que quería que me fuera con él a vivir de amor
y de sueños. Ir en autostop a New Orleans, marcharme a vivir a Canadá…
en cada ocasión rechacé la aventura en el último minuto porque tenía
miedo, porque no me atreví a dejarme llevar y hacer las cosas… sin pensar,
por divertirme.
Se puso sobre el codo, deslizando la rodilla entre las piernas de Stone.
Tenía los ojos brillantes mientras declaraba:
—Eres la mayor aventura de mi vida, Stone Harrison. Y me lo estoy
pasando mejor que nunca.
Y mientras él la tomaba entre sus brazos, Allison pensó realmente que
aquello le bastaba. Lo creyó de todo corazón.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Capítulo Nueve
Penny comentó con preocupación:
—No me gusta nada esto. Me parece que te estás dejando arrastrar por
todo el asunto.
—Oh, por Dios —Allison se miraba en el espejo, colocándose primero
una bufanda azul y luego una de un color tostado similar al del conjunto que
llevaba—. No es más que una comida con unos amigos de Stone.
—¿Qué clase de hombre tiene tantas amigas? ¿Que además están
empeñadas en comer contigo?
—¿Nunca has oído hablar de despedida de soltera?
Allison se encontró con la mirada de Penny en el espejo y se sonrojó,
apartando la vista.
—Es parte de mi trabajo. Si acepté hacerme pasar por la novia de
Stone…
—Para ayudarle con el contrato —señaló Penny—. Ir a comer con sus
amiguitas no tiene nada que ver con impresionar a sus asociados… —tomó
aire—. Casi apostaría que Stone no sabe nada de esta cita.
—Claro que lo sabe —replicó Allison con mal humor, descartando la
bufanda color tostado—. Su propia madre va a asistir —se puso la azul al
cuello y tras mirarse la tiró con un gesto impaciente. Quedaba horrible—. No
sé por qué te importa tanto. Tú eres la que pensabas que era todo una gran
idea.
—Sólo dije que salir con él era una gran idea —la corrigió Penny—. Pero
si te sientes mejor echándome la culpa por el gran simulacro del amor,
adelante. Lo único que me pasa es que me preocupo por ti. Fíjate, todo
empezó como una broma y bueno… mírate ahora. Casi vives con él, no
tienes tiempo para ningún otro cliente y ahora que por fin tenemos
trabajo… —cuando Allison abrió la boca para protestar, Penny se adelantó
—. No importa eso, no es de lo que quiero hablar. Es sólo que… —su
expresión era de pronto tímida—. Él dejó bien claro desde el principio que
era sólo un acuerdo de negocios, pero tú estás cada vez más metida en el
papel y me pregunto si no empiezas a olvidar que el anillo que llevas es
falso.
Allison soportó lo que le parecía un sermón injustificado con gesto
severo, arreglándose la bufanda tostada sobre el hombro. En el fondo
reconocía la verdad en las palabras de Penny y le dolían.
No le había contado a Penny que Stone y ella eran amantes, pero
suponía que se lo imaginaba. Casi estaba viviendo con él. Pasaba todas las
noches con él, en su casa o en su despacho y aunque justificara el tiempo
ante sí misma y ante los demás, por la necesidad de preparar la gran cena
para el grupo Hiroshito, el tiempo que pasaban juntos no podía en ningún
modo definirse como trabajo. Claro que preparaban la velada de

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espectáculo y presentación que Allison había imaginado, pero al terminar


pasaban horas bromeando y charlando, cuando no hacían el amor. Y
siempre acababan haciéndolo, puesto que la química que les unía parecía
no disiparse por muy cerca que se encontraran. Cuando estaba con Stone
todo le parecía lógico, fácil, perfecto. Sólo separada de él empezaba a
preocuparse y a preguntarse, como Penny, si no había confundido
definitivamente el juego y la realidad.
Tragó saliva y se obligó a mirar a su amiga. Dijo:
—Sé que no te he ayudado nada últimamente y lo siento mucho. Esto
no va a durar, y todo será normal de nuevo, te lo prometo.
Penny no parecía convencida, pero se esforzó en sonreír.
—Claro, Allison. Pero ten cuidado, ¿vale?

Por mucho que se esforzara, Allison no podía quitarse las palabras de


Penny de la cabeza. Al aceptar la invitación a comer de la madre de Stone,
le había parecido algo inofensivo, pero quizás fuera llevar demasiado lejos
el engaño. A lo mejor sólo se estaba poniendo en situación de darse un
batacazo.
Entre las seis mujeres que recibieron con alegría a Allison en la puerta
del café, sólo conocía a Stella y a Carolyn. Todas eran muy simpáticas y
Allison se llevó perfectamente con ellas, sin olvidar en ningún momento la
molesta impresión de que todas habían tenido una relación íntima con
Stone.
—Somos como una hermandad —dijo riendo Julia, una morenita muy
chic—. Las mujeres que han amado a Stone Harrison.
—Oh, para —protestó otra—. Allison se va a llevar una impresión
horrible. No es… —se apresuró en asegurar— que todas nos hayamos
acostado con él… eso sería un descaro, ¿verdad? ¿Y luego invitarte a comer
para comparar experiencias? —rió alegremente—. No, es que es tan fácil
enamorarse de él, ¿verdad? Es imposible no adorarle.
La madre de Stone, tras avisar al camarero para pedirle otro cóctel,
sugirió que cambiaran de tema, y Allison tuvo que pasar el resto de la
comida preguntándose cuáles entre las hermosas, interesantes, inteligentes
mujeres que la rodeaban habían sido las amantes de Stone.
Dio su habitual versión del amor a primera vista, pero no pareció
funcionar como las veces anteriores. Nadie pareció darse cuenta, no
obstante, de la falta de verdad que había en su tono.
—Debo reconocer que no salía de mi asombro cuando me enteré —
admitió una de las mujeres, cogiendo delicadamente una aceituna—. Pero
la verdad es que si me hubiera imaginado a Stone dispuesto a casarse,
hubiera sido así… con una pasión encendida, sin preguntas ni reflexión. Lo
único que me cuesta creer es que no te raptara para que os casarais en las
Vegas la noche misma.

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Allison sonrió sin ganas:


—Soy un poco más tradicional que eso.
—¿Has dicho que la boda será a mediados de noviembre? —esta vez
habló Carolyn—. ¿Y no habéis empezado a mandar invitaciones?
Ahí era siempre donde la fantasía fallaba. En la mente de Allison había
carros tirados por caballos y lazos blancos y la catedral iluminada por
candelabros y cientos de hermosos y radiantes invitados. Pero se vio
obligada a decir, bajando los ojos:
—Nos hemos decidido por una ceremonia discreta. Sólo la familia.
Hubo un silencio sorprendido y en cierto modo desilusionado. Después,
una dijo:
—Bueno, al menos nos diréis dónde tenéis la lista de bodas.
Lo extraño era que nadie lo había preguntado antes. Por unos
instantes, Allison dejó que su fantasía volara, imaginando vajillas de
porcelana, deliciosas sábanas marcadas y toallas de diseño.
Y entonces intervino Stella:
—No seas tonta, querida. Los dos son personas con buenos sueldos.
Quieren que las donaciones se entreguen al hospital infantil en honor a su
boda.
Hubo una ronda de aprobación y Allison lanzó una mirada agradecida a
Stella.
—Bueno, personalmente —dijo una espléndida rubia llamada Eileen—,
esto es lo más romántico que he oído en mi vida. Un amor como un
torrente, una ceremonia privada y una luna de miel en… —se detuvo con un
gesto de suspense.
Allison sonrió mirando a Stella.
—Japón, esperamos.
Hubo un coro de aprobación y alguien repitió:
—¡Qué romántico!
La sonrisa de Carolyn era pura sacarina.
—Mucho teatro, por supuesto. Stone siempre ha sido así. Encanto y
fascinación, pero en el fondo, poca sustancia.
Algunas de las mujeres se mostraron escandalizadas, pero Eileen dijo:
—No hay nada malo en eso si se hace con gusto y estilo, y para eso
Stone es un genio. Si no fuera por su pequeño problema con las seis
semanas…
Se paró en seco y se llevó los dedos a la boca, mirando a Allison.
—Oh, perdón, creo que no debí decir eso. ¿Todavía no lleváis juntos
seis semanas, verdad?

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Allison alzó la ceja con asombro y otra mujer, Diana, tendió la mano
para darle un apretón solidario en el brazo.
—No tiene nada que ver contigo, pero Stone nunca ha estado con una
mujer más de seis semanas. Luego se aburre.
—Oh —dijo Allison con una sonrisa forzada—, ya me lo contó.
—¿Veis? —Diane se dirigió al grupo como si aquello fuera un dato
definitivo—. Se lo ha contado.
—Y no es que engañe de mala fe a una mujer. Una se da cuenta de que
pone todo su corazón… durante un tiempo.
—Y como es tan inútil e irresponsable con las cosas importantes, nadie
se enfada. Todas queremos protegerle.
—Lo que a mi me ponía frenética era su costumbre de no dormir más
de dos horas por noche.
—A mí era el tiempo que pasaba en la oficina…
—Totalmente enterrado en su trabajo, perdido durante días y días.
—Y cuando estábamos en la misma habitación, a veces me preguntaba
si estábamos en el mismo planeta. Lo odiaba, en serio. ¿Te lo hace a ti,
Allison?
Allison tardó en comprender que se dirigía a ella. Su mente seguía
dándole vueltas a la frase «pone todo su corazón… durante un tiempo» con
deliberada parsimonia. Lo sabía. Ella lo sabía mejor que cualquiera de ellas.
Consiguió sonreír y dijo la simple verdad:
—Pues no. Nunca lo hace.
—Eso prueba que debes ser su alma gemela.
—O estará pasando una etapa.
—En serio, Carolyn, si te pintáramos manchas en la espalda y bigote no
tendrías que maullar tan alto para llamar la atención.
Allison pensó: «Pone todo su corazón…»
La comida se le hizo interminable, pero terminó por fin con besos y
risas y enhorabuenas sinceras. Allison pensó que eran todas encantadoras,
pero las odiaba con toda su alma. No por las razones obvias de celos, sino
porque no tenía nada que ver con ellas, su vida no se parecía a la de ellas y
las había engañado; se había visto envuelta en historias ajenas y cada vez
se comprometía más.
Cuando todas se marcharon, Stella pidió a Allison que la acompañara a
su coche. Allison se sentía demasiado confusa y deprimida para negarse.
Stella esperó un rato antes de hablar.
—Debes pensar que soy una vieja odiosa por haberte preparado esta
trampa.
Allison la miró con asombro:
—No, claro que no.

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—Y peor por haberlas dejado hablar como lo han hecho. Pero pensé
que era importante que escucharas lo que tienen que contar.
Allison no sabía cómo contestar. No entendía muy bien lo que Stella
quería decir.
Stella se sonrió con ingenio.
—Lo has superado como una dama. ¿Y aún te preguntas por qué no
intenté impedir que Gregory llevara a cabo este pequeño plan demente? —
se paró y miró a Allison—. Querida, eres un tesoro. En menos de un mes has
convertido a mi hijo en una persona que me cuesta reconocer, y lo digo con
gran alegría. Le has sacado de su mausoleo de oficina a la luz del día. Su
casa parece un hogar. Y lo más importante, has conseguido que se interese
por alguien que no sea su señoría durante casi un mes. Lo que es un
milagro. Pero has cometido un error, ¿verdad? —alzó la mano y dio una
palmadita en la mejilla de Allison, con los ojos llenos de simpatía—. Te has
enamorado de él.
Era así de simple. Allison no sabía por qué le parecía tan sencillo
reconocer lo que no quería admitir en su fuero interno. Ni por qué la
comprensión en los ojos de aquella mujer la afectó mucho más que la
ansiedad de su mejor amiga. Pero lo cierto fue que miró a Stella y asintió.
—Sí —dijo—, me he debido enamorar —sonrió y señaló con un gesto
vago el restaurante del que habían salido—. Es fácil, como dijo alguien.
Stella suspiró.
—Me gustaría decir que lo siento. No quiero que lo pases mal. Pero,
cariño, le has sentado tan bien. ¿Puedo esperar…?
Allison necesitó todo su valor para seguir sonriendo y apretar la mano
de la mujer.
—No te preocupes por mí —dijo—. Comprendo que es difícil de creer,
pero sé lo que me hago. Es sólo cuestión de unas semanas y luego…
La ansiedad tembló en la voz de Stella:
—¿Y luego?
Eso era el problema, por supuesto. No sabía. Nadie lo sabe. Pero buscó
una respuesta:
—Y luego… no me arrepentiré.

Stone estaba asombrado de los cambios que había operado su vida


desde que Allison se hacía cargo de ella. Siempre se había considerado un
hombre feliz, pero suponía que era un ejemplo perfecto de los que no saben
lo que se pierden. Le encantaba ser parte de un dúo. Le encantaba decir:
«voy a consultarlo con Allison». Le gustaba mirar su fotografía en el
despacho y llamarla sin motivo en mitad del día. Le hacía ilusión pensar que
cada noche dormiría con él y compartir cosas con ella. Eso era algo que
nunca le había ocurrido anteriormente.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Pensando en sus amantes del pasado, vio las mujeres de su vida como
una serie de relaciones agradables y superficiales. Con ellas, todo le parecía
atadura y no privilegio. Con Allison todo era diferente. No podía entender
por qué se había sentido tan incapacitado para el compromiso toda su vida.
Y había más. No se cansaba de hacer el amor con ella. Había veces en
que pensaba que no sólo compartían placer, que hasta las fibras de su piel
se comunicaban con ella. Pasaban días enteros sin que pudiera quitarse su
sabor, su olor, la sensación de su piel de la cabeza y del cuerpo y eso le
asustaba y emocionaba. No había conocido antes aquel sentimiento, casi
una obsesión, aquella conexión misteriosa y aunque no le ponía nombre, no
podía ocultárselo.
No pensó en ningún momento que llegaría un día, muy cercano, en que
todo terminaría.
Le gustaba hacer cosas por ella. Le gustaba la forma en que sus ojos se
iluminaban cuando la sorprendía con un ramo de flores comprado en la calle
o con chocolatinas de su tienda preferida, o simplemente cuando recordaba
comprar vino para la cena. Empezaba a comprender por qué esas cosas
eran importantes en una relación. Antes le parecían bobadas. Pero oír a
Allison reír de placer o exclamarse por el asombro, verla emocionarse o
dulcificarse… eso era importante. Y cada vez más se daba cuenta de que
sus horas más alegres pasaban planeando formas de hacerla feliz.
Habían quedado en cenar juntos en su casa y Stone la esperaba
cuando llegó; nada más verla supo que no estaba bien.
—No me lo digas —comentó besándola en la frente—. Has comido con
mi madre.
Mucho antes de la hora de cenar, el valor que Allison había mostrado
ante Stella se había desvanecido. La prueba de dominio había dejado paso a
la desesperación y el remordimiento. Penny tenía razón. Stella también.
Allison era una loca por dejar que aquello continuara. Le había entregado su
corazón a un hombre que no sólo no reconocía su regalo sino que no
hubiera sabido qué hacer con él. Se le había escapado el juego de las
manos y merecía el dolor que se aproximaba. Tenía que detener la locura
cuanto antes.
Pero al llegar a casa de Stone no se sentía una loca; sabía por qué no
podía detener el juego: por momentos como aquel. Como Penny había
imaginado, no le había contado nada a Stone de la comida de las amigas,
pero él lo había adivinado al instante. Por eso pudo decir la verdad.
—Tu madre y seis de tus ex-novias.
Stone gimió y le pasó el brazo por los hombros, llevándola al salón.
—No puedo entender a las mujeres. ¿Cómo se te ha ocurrido asistir a
eso?
Allison reposó agradecida la cabeza en el hombro de Stone.
—Me pareció interesante. Todas piensan que eres adorable, por cierto.

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—Naturalmente —rió, pero le cogió la cara para que le mirara. Su


expresión era grave—. Allison, nunca ha sido así con ninguna de ellas. Con
las demás mujeres, todo era luchar por acordarme de quedar bien, pero
contigo es fácil. No sé por qué pero supe desde el primer momento que
contigo todo iría bien, todo sería perfecto y natural.
Allison sonrió, le pasó los brazos por el cuello y supo por qué le amaba
tanto. Con él todo era hermoso y no sabía por qué.
—Stone —dijo amablemente—, esta relación es tan fácil para ti porque
tú la inventaste. Porque estás jugando, haciéndote pasar por otro y eso es
lo que sabes hacer mejor.
El aleteo de perturbación, casi de desilusión en sus ojos podía haber
sido una negación. El corazón de Allison saltó al verlo con una esperanza
loca cuya existencia ni siquiera conocía.
Y entonces, él sonrió y besó su pelo.
—Debes tener razón —dijo frívolamente.
Y antes de que el sabor amargo de una inexplicable tristeza se
instalara en la garganta de Allison, Stone la cogió de la mano y la arrastró
escaleras arriba.
—Voy a enseñarte algo.
Su entusiasmo era contagioso, como siempre y Allison no opuso
resistencia. En la puerta del dormitorio, Stone se detuvo y ordenó:
—Cierra los ojos.
—Oh, Stone, no creo… —pero cerró los ojos y reprimió una sonrisa de
placer infantil. Stone abrió la puerta y tapándole los ojos con la mano, le
hizo atravesar el umbral.
Allison percibió al instante el olor, rico, romántico, tentador, la clase de
olor que puede saborearse. Olor a pan recién sacado del horno y a vino rojo
y a ajo y junto a ellos, otros olores indefinibles, como el de la lluvia recién
caída sobre las calles y la humedad antigua. En la distancia, se escuchaban
los lejanos sonidos del tráfico y de vez en cuando, una ráfaga de música
salida de algún bar. Antes de que Stone retirara la mano y dijera en voz
baja «abre los ojos», Allison sabía dónde se encontraban.
Un ático en París. La pared detrás de ellos estaba decorada con posters
de películas y carteles franceses. En medio del cuarto había una mesa con
un mantel rojo de cuadros y los alimentos que olían tan exquisitamente. En
las tres otras paredes se extendía la ciudad al atardecer, el Sena con sus
puentes bajo ellos, las estrellas en el cielo, las luces de los coches y de las
farolas y los neones animando el cuadro. Y a lo lejos la figura familiar de la
torre Eiffel. Una brisa suave movía los faldones de la mesa y acariciaba las
piernas de Allison, trayendo hasta ella nuevos olores del río, de la calle y
transportándola a un lugar que sólo había visto en sueños.
—No puedo darte París —dijo Stone—. No por ahora, al menos. Pero
pensé que esto bastaría por el momento.

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Allison se sintió de pronto tan conmovida que no pudo respirar ni


hablar. Se volvió hacia él, dejando que cada fibra de su cuerpo expresara su
amor y su felicidad.
—Oh, Stone —susurró y cogiéndole el rostro entre las manos, le besó.
El festín que les esperaba fue olvidado mientras las olas del deseo se
apoderaban de ellos. Toda fuerza abandonó las piernas de Allison que se
dejó caer al suelo, arrastrando con ella a Stone. Y aunque debajo de ellos no
estaba el suelo frío y duro de una terraza de París, sino una moqueta,
Allison no se dio cuenta. La ilusión era perfecta.
Allison metió las manos bajo el jersey de Stone y se lo sacó por la
cabeza, acariciando las líneas familiares de su pecho, lamiendo su piel
suave. Le gustaba sentir la aceleración de su pulso, su respiración más
profunda, la forma en que la asía por las caderas en respuesta a sus
caricias. Pero cuando la iba a apretar contra él, Allison le detuvo y con un
suave empujón le hizo tumbarse de espaldas.
Después se sentó sobre sus muslos, contemplando la luz en los ojos de
Stone mientras se quitaba la chaqueta, se desabrochaba lentamente la
blusa. Stone le acariciaba las rodillas y sus ojos eran un juego de luces y
sombras. Juguetonamente, Allison le pasó su bufanda por el pecho y la cara
y la dejó caer cubriéndole el rostro. Escuchó su risa ahogada.
—Eres una mujer perversa —se quitó la bufanda de los ojos y la miró
con deseo— y hermosa —le pasó la bufanda por el cuello y tirando de los
bordes, la atrajo hacia sí para besarla.
Como siempre que hacían el amor, Allison se sintió inmersa en él,
entregada a las sensaciones. Stone le quitó la camisa y le desabrochó el
sostén. Acariciaba su espalda con firmeza y la llenó de placer al empezar a
succionar un pezón mientras ella le desabrochaba el cinturón y le bajaba la
cremallera. Allison sintió la exhalación de aire de Stone cuando deslizó la
mano dentro del pantalón para acariciar su virilidad. Sentía su placer tan
intensamente como si fuera propio.
Con las manos y la boca exploró el cuerpo delgado y firme, los
músculos que conocía tan bien y que la llenaban de sorpresa y excitación
cada vez que los tocaba. Cuando le tomó dentro de ella, se sintió como si
volviera a casa. Sólo así se sentía segura de lo que compartían. Si había
algo desesperado en su forma de buscarle y moverse sobre él, era porque
cada vez le echaba más de menos cuando estaban separados. Si había un
ansia demasiado frenética en sus besos, era sin duda porque sabía que les
quedaba poco tiempo. Y si seguía abrazada a él mucho tiempo después de
la satisfacción física, sólo era porque sabía que pronto le perdería para
siempre y nada podría borrar el vacío que sentiría. Sólo quería que aquello
durara un poco más. Sólo necesitaba que fuera real.
Mientras descansaban, enlazados bajo el cielo estrellado de París y
Stone seguía besándole el rostro, Allison intentó relajar su abrazo fiero y
pensó: No me arrepentiré, nunca. Stone le había dado París y aunque sólo
fuera una ilusión, le amaría siempre por eso.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Se movió entre sus brazos, obligándose a soltarle un poco y abrir los


ojos. Él la miró con pasión:
—Ojalá pudieras ver —susurró— lo hermosa que estás ahora.
Allison le tocó la cara. Era imposible que alguien fuera más hermoso
que Stone tal como ella le veía en aquel momento. Tenía el cabello húmedo,
el rostro caliente y los ojos llenos de vida y de paz. Le quería. Deseaba
decírselo más que nada en el mundo.
Pero sonrió y dijo:
—¿Dónde conseguiste la comida?
Los ojos de Stone brillaron.
—Llamé a un servicio de comidas. Sabía que no sería tan bueno como
el que hubieras organizado tú, pero no había más remedio.
—París bajo las estrellas —murmuró—. Qué maravilla.
Sabía que el programa holográfico de París había sido diseñado para el
proyecto Hiroshito. Sabía también el enorme esfuerzo que había hecho falta
para instalar los equipos en aquella habitación y adaptarla para el
espectáculo. No lo había llevado a cabo en un impulso, sino que lo había
preparado con tiempo. Allison se preguntó si haría lo mismo por todas las
mujeres y esperó que no fuera así.
En uno de aquellos momentos de magia y perfecta comunicación en
que Stone parecía leer su mente, dijo suavemente:
—Nunca había deseado compartir esto con nadie antes de conocerte.
—¿París?
—París, Celiton… mis sueños.
Ella sonrió trémulamente, amándole con locura. Le acarició los labios
con la punta del dedo. Su voz estaba llena de la lenta y lúcida comprensión
mientras decía:
—Nunca ves la tramoya, ¿verdad? Tú diseñas la ilusión, conoces cómo
funciona cada parte, pero cuando te metes en la fantasía, no ves la
tramoya. Te lo crees completamente.
—Claro —dijo él besándole la mano—, ¿tú no?
Y aquel, por supuesto, era el problema. Allison se lo creía. Desde el
principio se lo había creído.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Capítulo Diez
Aunque Allison siempre había sido consciente del límite de su relación,
se sorprendió por lo rápido que pasaron las dos semanas siguientes. Ella y
Stone trabajaron juntos como una máquina bien engrasada preparando la
representación final y aquellos fueron quizás los días más felices de su vida;
trabajando con él, compartiendo ideas, y siendo, por un breve lapso, parte
de su mundo.
Los tres miembros del grupo Hiroshito responsables de la asignación
del proyecto llegaron junto con sus tres esposas a pasar una semana de
trabajo y relaciones sociales. Dos eran japoneses y uno inglés y con Mark, el
intermediario, formaban un grupo colorista.
Allison se había ocupado de organizar el tiempo de Stone de forma que
tuviera libres las mañanas para cuestiones técnicas y reuniones y las tardes
para diversiones que a menudo terminaban en cena. Puesto que los valores
familiares parecían tan importantes para la gente de Hiroshito, Allison
pensó que mostrar los mismos intereses por parte de Stone, organizando
excursiones y reuniones de todo el grupo, sería apropiado, y acertó. Pensó
también que puesto que sólo uno de los hombres había visitado
anteriormente California, todos tendrían ganas de aprovechar el viaje de
negocios para hacer turismo y de nuevo acertó. Preparó paseos por la
playa, visitas turísticas y cenas en lugares típicos, todo lo que ella querría
ver si visitara la zona por vez primera y sólo evitó los parques de
atracciones o temáticos que pudieran competir con la gran exhibición final
de Stone.
Mientras este se ocupaba de las negociaciones, Allison llevaba de
compras o a los museos a las esposas, cuando no se quedaban
tranquilamente tomando el sol en la piscina en el mejor estilo californiano.
Encontró a las mujeres japonesas más tradicionales y modosas que las
mujeres que acostumbraba a tratar, pero siempre se mostraban
respetuosas e interesadas por las costumbres americanas. A su vez, se
interesó por su civilización, fascinante en su novedad, y le encantó oírlas
describir sus casas y ciudades. La mujer inglesa, que poseía un sentido del
humor impagable, conectó en seguida con Allison y no tardaron en hacerse
amigas. Le contó que cuando viajaban echaba de menos Japón, mucho más
que Inglaterra y Allison deseó tener la oportunidad de conocer un país tan
sorprendente y hermoso como inalcanzable.
Se daba cuenta de que estaba siendo juzgada tanto como Stone, pero
era parte de su trabajo superar los exámenes, sólo que nunca recordaba
que era un trabajo. Aunque la técnica de indagación de las mujeres era
sutil, Allison supo contestar a todas las preguntas con honradez. Cuando
Sarah le comunicó en privado que las demás mujeres la consideraban
encantadora, Allison se sintió emocionada como si de veras importara,
como si tuviera alguna oportunidad de acabar viviendo en Japón junto a un
marido que necesitara su opinión y apoyo.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Si la semana no hubiera sido tan frenética e intensa, Allison se hubiera


dormido todas las noches llorando sobre lo que estaba a punto de perder.
Pero ella y Stone estaban demasiado agotados cada noche como para otra
cosa que dormir abrazados. Muchas veces Allison soñaba con Japón. Sabía
que para el éxito de su trabajo era fundamental que no viera la tramoya.
Todo dependía de su confianza en la verdad. Lo que era fácil por otra parte;
amaba demasiado a Stone para no creer en su fantasía.

El tema del parque que Stone había diseñado era el de «Otros


mundos». La premisa era que el visitante fuera transportado a los lugares
más emocionantes y únicos de la tierra, o del espacio, sin salir de su ciudad.
Cabían tanto el misterio y la aventura de una caverna submarina, como el
peligro de la jungla o el enigma de una pirámide Maya. Las ciudades más
fascinantes del mundo y los lugares más lejanos del universo. Una
combinación de vistas, sonidos, aromas y texturas llevaba a casa lo lejano,
hacía real lo imaginario, formaba un viaje inolvidable. El prototipo se
construiría en Japón pero el proyecto consideraba seis parques en otros
lugares del mundo; para Stone era un sueño hecho realidad.
El grupo había visto planos, vídeos, había discutido precios y plazos
durante toda la semana. Conocían otros ejemplos del talento de Stone y su
grupo pero no habían visto todavía ninguno de los prototipos del nuevo
parque. Allison había planeado centrar la revelación en una comida móvil:
consistía en tomar el primer plato en Celiton, el segundo en una cabaña en
la selva y el postre en un café de París. El paseo convirtió en niños a todo el
grupo. Al llegar a Celiton ya estaban riendo y gritando de emoción y placer.
En el segundo plato, el leve pero constante tono formal que había imperado
desde el principio desapareció por completo. Para la hora del café en París,
todos charlaban y compartían recuerdos como viejos amigos.
Allison supo que todo el trabajo había valido la pena cuando escuchó
cómo Mark murmuraba en voz baja a Stone:
—¡Inspirado! Absolutamente brillante. La mejor agencia de publicidad
de Nueva York no hubiera organizado una presentación más original. No en
vano te consideran un genio.
Y creyó que su corazón iba a estallar de orgullo cuando Stone replicó
con naturalidad:
—Fue idea de Allison. De hecho tienes que agradecerle a ella toda la
tarde y tengo que darte la razón… ha sido genial —la miró y sonrió. Con
París a sus pies y una vela, en la mesa, entre ellos, no sólo compartían el
éxito de la velada, también sus preciosos recuerdos.
Stone alzó la copa con los ojos brillantes y dijo sin dejar de mirarla:
—Señoras y señores, un brindis por mi prometida, lo mejor de la
empresa Stonewall.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

El clamor de los «salud, salud» y el entrechocar de vasos no alcanzaron


el cerebro de Allison, demasiado perdida en los ojos de Stone. Aquel era el
mejor momento de la semana; quizás el mejor de su vida.
Mark golpeó su vaso con una cucharilla para atraer la atención de
todos.
—Propongo otro brindis —alzó su vaso—. Por Stone y Allison, una
maravillosa pareja, un gran equipo y los últimos miembros de la familia
Hiroshito.
Los vasos chocaron y nadie habló. Stone estaba muy quieto y Allison
también.
—Enhorabuena, Stone —sonrió Mark—. Te dije que la decisión sería
mañana, pero después de lo que hemos visto no hay nada que discutir. Sólo
daros la bienvenida —se volvió hacia Allison— a los dos.
Pudieron contenerse hasta llegar a casa. Una vez dentro, Stone
encendió la lámpara mientras Allison cerraba la puerta. Se miraron a través
del cuarto y estallaron en carcajadas a un tiempo.
Con un grito de victoria, Stone corrió hasta Allison para cogerla en
brazos, hacerla girar, cubrirla de besos.
—¡Lo conseguimos! Dios mío, lo hemos conseguido… Está hecho, no
me lo creo…¡lo hemos hecho!
—Lo conseguiste tú. Nunca lo dudé. Stone, eres un tipo brillante.
—¡Y tú has estado genial! Te han adorado. Dios, Allison, ha sido
increíble; ni yo pensé que pudiéramos hacerlo tan bien. ¿Somos o no los
mejores?
Y volvió a besarla, haciéndola dar vueltas como un loco y Allison le
devolvió los besos, riendo y mareada, abrazada a él.
Por fin se sentaron, pegados el uno al otro, intentando calmarse y sin
dejar de reírse mientras la realidad se imponía poco a poco. Sólo que la
realidad para Allison no era la misma que para Stone.
Allison contemplaba el encantamiento que iba llenando los ojos de
Stone mientras comprendía poco a poco.
—Lo he conseguido—dijo en voz baja—. Tengo el contrato y no puedo
creerlo. Lo he deseado tanto tiempo… Allison, ¿sabes lo que significa?
—Significa —replicó ella, acariciando con ternura su nuca— que vas a
ser un ingeniero famoso y que miles de personas podrán ver sus sueños
hechos realidad. ¿Podrías pedir algo más?
—No —Stone la estrechó contra su pecho—, y no podría haberlo hecho
sin ti.
Allison le detuvo, poniendo una mano en su pecho y separándose poco
a poco. Se obligó a sonreír.
—Oye, me has pagado por ello, ¿recuerdas?
Stone la miró. La confusión remplazó en sus ojos a la felicidad.

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—Allison…
—Stone, me siento tan orgullosa de ti —le dijo con voz animada—, de
ti, de mí, de lo que hemos hecho juntos. Lo merecías. Pero… —siguió
separándose de él— sólo firmé para un plazo corto, ¿no le acuerdas? Y ha
terminado.
—No lo entiendo —Stone hablaba con voz ronca y sus ojos buscaban
los de Allison como buscando algún signo que contradijera sus palabras—.
Lo nuestro… Allison, era más que un trabajo. Por Dios, ¿qué quieres decir?
Allison le hizo una caricia maternal en la mejilla.
—Ya lo sé —dijo suavemente— y he disfrutado de cada instante. Pero
los dos sabíamos que era sólo un juego, ¿verdad? No podía durar.
Él bajó los ojos. Separó lentamente las manos de la cintura de Allison.
—Sí —suspiró después de un rato—, supongo que así es.
Pasaron unos minutos antes de que Allison tuviera el valor de añadir:
—Eres el hombre de las seis semanas, Stone. Y mi tiempo terminó
ayer.
Stone exhaló el aire y se pasó la mano por el cabello.
—Tienes razón, sólo que yo… nunca había pensado en el futuro. Nunca
pensé en el final.
Y Allison dijo en tono neutro.
—Quizás eso sea el problema.
Ninguno supo qué añadir. El silencio, cauteloso, desolado y vacío, llenó
el salón.
Por fin, Allison dijo con gran esfuerzo:
—Ya he llevado mis maletas a casa —quiso sonreír ante la sorpresa
escandalizada de sus ojos, pero no pudo. Ni siquiera se había dado cuenta
de que había empaquetado sus cosas—. Mañana o cuando sea les puedes
decir que hemos roto y todo habrá terminado. Saldrá bien.
Después de un rato, Stone asintió:
—Ya, claro —pero su mirada seguía siendo de asombro y confusión,
como la de un hombre en el escenario de un accidente que no quiere creer
lo que está viendo—. Como lo planeé.
Allison asintió.
—Eso es.
Se puso en pie y fue hacia la puerta. Allí se detuvo y sacándose el
anillo, cruzó el cuarto hacia Stone.
—Gracias —pudo sonreír por última vez, tendiéndole el anillo—, ha sido
un viaje increíble.
Y entonces, rápidamente, antes de que le resultara imposible, salió de
su casa.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—No me puedo creer que hayas hecho eso —dijo Penny. Su tono
estaba lleno de preocupación cuidadosamente oculta, el tipo de voz que
uno utiliza en los funerales—. Como lo habías planeado. Sabías que debías
dejarle… y lo has hecho.
La sala de estar de Allison estaba a tono con el acento de duelo de
Penny, con las cortinas echadas, la correspondencia sin abrir, el contestador
puesto y una sola luz de mesa iluminando la estancia. Allison estaba
sentada en el sofá, con las piernas dobladas y una taza de té caliente entre
las manos. Dijo en tono ausente.
—Ya conocía el precio antes de aceptar.
—Y yo no lo arreglé con mis consejos. Oh, Allison, lo siento tanto.
Porque… ¿tu no simulabas el amor, verdad?
Allison negó lentamente, soñadoramente.
—Incluso algunas veces… me pareció que él tampoco simulaba.
—No lo entiendo —dijo Penny—. No entiendo cómo puedes dejarle
cuando sabes que le quieres.
—No podía soportar la espera de descubrirlo en su mirada. Verle una
mañana y darme cuenta de que ya había concluido. De que no me
necesitaba más. Hubiera sido peor para él, decirme que era el final,
hacerme daño. De esta manera, parecía parte del guión. No llegó a ser muy
real.
Tragó un poco de té y le supo amargo, como amasado con lágrimas.
—Y te diré un secreto —añadió mirando la taza—. Todo el tiempo
esperé que lo negara, que me retuviera. Si hubiera dicho algo o hecho un
gesto para impedirlo… pero no hizo nada.
Penny pasó el brazo por los hombros de su amiga, dispuesta a darle
toda su simpatía y consuelo. Pero no dijo nada, pues no había nada que
decir.

Aquellos debían haber sido los días más felices de la vida de Stone. Se
estaba embarcando en la mayor aventura para un hombre… no sólo un
sueño hecho realidad, también la culminación de una vida de lucha por
hacer lo imposible y tocar las estrellas. Sólo tenía treinta y dos años y
estaba en la cima de su carrera. ¿Por qué le parecía entonces una victoria
tan vacua e insípida?
Conocía la respuesta, por supuesto. Porque cada vez que se le ocurría
un detalle para completar el proyecto quería contárselo a Allison. Porque se
volvía hacia ella para comentar algo y no estaba. Porque había llevado su
mano al teléfono una docena de veces al día antes de darse cuenta de que
ya no tenía derecho a llamarla; porque seguía volviendo a casa cada noche,

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

esperando que estuviera en su salón y porque la soledad y vacío que sentía


eran lo peor que le había sucedido en su vida.
Firmó el contrato, pero cuando Mark propuso que quedaran para
celebrarlo le contó que Allison y él habían previsto una cena privada. No fue
capaz de contarle la historia de su trágica ruptura aunque se la sabía de
memoria. Sólo su madre y Carla sabían la verdad. Su secretaria llevaba seis
días sin hablarle y su madre colgaba el teléfono cada vez que la llamaba.
Tenía un mes para arreglar sus asuntos y cerrar su oficina, puesto que
todo el negocio y todo el personal se trasladaban a Japón. Allison le hubiera
ayudado a organizarse, hubiera sabido qué debía llevarse y qué abandonar.
Al principio, absorbido por la mudanza, se enfadó con ella. ¿Cómo se atrevía
a dejarle cuando más la necesitaba? ¿Cómo había podido reducir a un
trabajo con fecha de entrega lo que habían vivido juntos? ¿Por qué se había
salido de su vida tan insensiblemente?
Pero lo cierto era que había sido un trabajo… ¿o no? Los dos habían
aceptado los términos desde el principio. Se lo habían pasado muy bien y
trabajado perfectamente juntos pero los dos sabían que era sólo un juego
de máscaras. No tenía derecho a enfadarse con ella.
Intentó negar la evidencia. El fin del trabajo no suponía que no
pudieran seguir viéndose. Aunque no fuera lo mismo, podían ser amigos. Él
seguía siendo amigo de sus ex-novias. Se llamaban, comían, se reían
juntos… pero no se imaginaba haciendo esas cosas con Allison. No era
como sus otras novias y nunca lo había sido. Con ella era todo o nada.
Y se había quedado con nada.
El sexto día llegó tarde al despacho, como le ocurría últimamente y
Carla le comunicó sin mirarle:
—Tu madre te espera dentro.
Casi perdió el equilibrio por la sorpresa. Carla llevaba una semana
asistiéndole sin hablarle, pero la ruptura de su silencio helado no le pareció
buena señal, como tampoco la presencia de su madre. Así que entró en su
despacho algo nervioso.
Al verla sonrió y fue a abrazarla, pero su madre levantó la mano para
detenerle y dijo con un gesto teatral:
—No te molestes. No pienso perdonarte.
Stone masculló:
—Oh, por Dios —rodeó su mesa y se sentó, resignado a lo peor—.
Venga —la invitó—, suéltalo.
Stella puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él con gesto
severo.
—Gregory Stone Harrison, te he aguantado muchas cosas a lo largo de
los años. Arañas en mi tetera, tinta en mis papeles, apliques eléctricos
reventados y rehechos de forma absurda, cumpleaños olvidados, llamadas
omitidas, regalos inapropiados… Pero esto… esto va demasiado lejos. Esto
es estupidez refinada. Es incomprensible.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

—¿Quieres parar? —exclamó Stone dando un golpe en un estallido de


mal humor que le sorprendió tanto a él como a su madre—. ¿Queréis parar
todas? —se puso en pie y fue hacia la ventana—. Me gustaría que alguien
se dignara a explicarme qué pasa. ¿Por qué soy tratado como un criminal?
Era un trato, por Dios. Los dos sabíamos cómo iba a acabar cuando
empezamos. Y además, fue ella la que se marchó, no al revés.
—Y eso —declaró su madre con un gesto satisfecho— es lo único bueno
de todo este asunto. Por una vez en tu vida alguien se te ha adelantado y
ha valido la pena verlo. ¡Pero tú eres el idiota que la ha dejado marchar!
Stone se volvió lentamente hacia ella. Pero antes de que pudiera
replicar, Stella continuó:
—Y en cuanto a qué pasa, querido muchacho, pasa simplemente que
ella te quería. Y no finjas que tú no la quieres porque te conozco muy bien.
Esa chica era lo mejor que te ha pasado en tu vida y has jugado con sus
emociones. La utilizaste, la engañaste y la dejas ir… ¡Me avergüenzo de
llamarte mi carne!
Stone miró la fotografía sobre su mesa. Tenía que haberla devuelto, o
apartado, pero no había sido capaz. Carraspeó, pero su voz no sonó muy
natural cuando replicó:
—Era sólo un juego. Un simulacro.
Stella le miró con sorna.
—Si te crees eso, te mereces lo que te ocurre. Y en cuanto a la forma
en que la has tratado… He venido a decirte mi opinión sobre ti, nada más —
cogió de la mesa un afilado cuchillo para abrir sobres y se lo tendió con
dramatismo—. Y ahora te dejo solo. Espero que hagas lo único honorable.
Se dio la vuelta y salió sin mirar atrás.
Stone se hundió en su silla. Allison le miraba desde la fotografía,
hermosa y alegre. Cogió el retrato y lo contempló mucho tiempo. Después
descolgó el teléfono.

La expresión de Mark era de absoluto asombro:


—Así que… era mentira. Tú y Allison no teníais ninguna intención de
casaros. Fue sólo un teatro para mejorar tus oportunidades de conseguir el
contrato.
Stone asintió:
—No me pareció poco honrado en ese momento. La regla sobre
hombres casados me parece absurda y arbitraria y pensé que era injusto
que se interpusiera en mi camino siendo la mía la mejor oferta.
—Puede ser —accedió Mark con desagrado—, pero…
—Pero hay cosas que han cambiado —prosiguió Stone—. Casi todo. Y
me parece mal lo que hice, así que deseaba decírtelo.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Mark se llevó la mano a la barbilla, nervioso por la revelación y soltó el


aire:
—Stone, me siento decepcionado. Todos lo estarán. Pero en cierto
modo, puedo entender lo que hiciste y un contrato es un contrato. El trabajo
sigue siendo tuyo.
Stone movió la cabeza con pesar:
—No, no lo entiendes. La razón por la que he venido a verte es
informarte de que deberías considerar las demás ofertas, porque no sé si
podré hacer el trabajo.
Esta vez Mark se quedó mudo de sorpresa e incredulidad y Stone
prosiguió:
—Resulta —explicó sonriendo— que nunca se me ocurrió preguntarle a
Allison qué le parece irse a vivir a Japón.

Allison no dejaba de repetirse que dos semanas de duelo era suficiente


para una relación que nunca había existido, pero según se acercaba el
dieciséis de Noviembre, fecha de su falso enlace, su depresión empeoraba.
Sin saber por qué, seguía esperando que Stone la llamara. Todo el mundo la
llamaba, su madre, su secretaria, sus amigos. Allison dejaba que los
mensajes se apilaran en el contestador automático, en espera de la única
voz que podía cambiar su vida. Pero no llegaba.
Y en sus momentos de lucidez sabía que nunca llegaría. Había
cumplido su parte en el trato y aunque Stone debía recordarla con cariño
estaba muy ocupado, a punto de abrir un nuevo capítulo en su vida, de
embarcarse en una gran aventura… y no la necesitaba. Allison siempre lo
había sabido y era hora de ocuparse de su propia vida.
Le hubiera resultado mucho más fácil recuperarse de haber sido capaz
de enterrarse en el trabajo, en algún proyecto intenso que la mantuviera
ocupada. Gracias a los contactos de Stone, el futuro de Las chicas del cóctel
parecía sólido, por lo menos para un año. Pero por el momento, sólo tenían
una boda, tan romántica y tradicional, tan llena de lazos y rosas y
sentimientos que Penny declaraba que le daba náuseas. Exactamente el
tipo de celebración que encantaba a Allison en circunstancias normales.
Pero en aquel momento, no era capaz de ocuparse de los sueños de otra
persona y le dejó todo el trabajo a Penny, encerrándose en su casa mientras
el mundo seguía su curso. Como Stone seguía su curso sin ella.
Se convenció de que en cuanto pasara la maldita fecha de su boda
falsa, empezaría a luchar por olvidar a Stone y recomponer su vida. Así que
el quince de Noviembre lloró toda la noche por última vez, renunció a
cualquier resto de esperanza y se preparó para afrontar el primer día del
resto de su vida con valor y fuerza.
Tras una noche de dolor e insomnio, despertó de un sueño agitado
escuchando a los lejos el sonido de las trompetas. Se puso la almohada

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

sobre la cabeza, pero el ruido aumentaba y poco a poco fue reconociendo


una marcha nupcial. Comprendió que su socia debía estar probando música
en el estéreo.
—Por Dios, Penny —masculló, hundiéndose bajo las mantas.
Pero la música se hacía más fuerte, sacándola del sueño hasta que
comprendió que no podía ser el tocadiscos. Parecía provenir de fuera… de
la calle bajo su ventana.
Allison saltó de la cama, maldiciendo su suerte y fue hasta la ventana.
Retiró con brusquedad los visillos, guiñó los ojos por la luz y miró hacia
abajo. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz volvió a restregárselos, incapaz
de creer lo que veía.
Bajo su ventana había un carruaje tirado por caballos blancos. El
carruaje estaba decorado con lazos blancos y rosas blancas. Detrás del
coche hacían cola una serie de limusinas blancas y de una de ella salía la
marcha nupcial que la había despertado. Una variedad de invitados reían y
saludaban desde los coches descapotables o desde la calle, vestidos de
boda y con aspecto risueño.
Consciente de pronto de que podían verla en su ventana, Allison dio un
paso atrás, pensando que su socia se había vuelto loca. ¿Qué hacía esa
gente bajo su ventana? Jamás tendría que haber dejado que organizara una
boda sola…
Cogió la bata y gritó a su amiga mientras se dirigía a la puerta. Pero en
aquel momento la puerta se abrió y Penny apareció en el umbral, dejando a
Allison con la boca abierta.
Su amiga llevaba un vestido rosa de tafetán y organza casi igual al que
llevaban algunas de las invitadas que Allison había visto por la ventana.
Tenía las mejillas y los ojos brillantes y lo más increíble era que llevaba
entre los brazos un vestido de novia completo de satén color marfil.
Allison consiguió hablar, pero su voz era ronca y tartamudeaba:
—P… Penny, ¿que haces con…?
Pero en ese momento Stella Blake entró en el cuarto, llevando un
vestido de encaje rosa y un increíble sombrero lleno de plumas. Llevaba en
brazos unos cientos de metros de velo de novia. Y mientras Allison
intentaba recuperar la voz, apareció Stone.
Iba vestido de frac y llevaba un sombrero entre las manos. Estaba tan
impresionantemente guapo que Allison se hubiera desmayado de no ser por
la sorpresa de verle aparecer en su dormitorio. Su rostro era serio y tenía
una mirada llena de ternura con la luz juguetona en el fondo que Allison
conocía tan bien. En aquel momento Allison comprendió que estaba
dormida y deseó no despertar de aquel sueño tan tonto.
Stella Blake rompió el encantamiento tirando una almohada al suelo a
los pies de Allison y ordenando:
—Venga, hay que moverse, hijo. Tenemos veinte minutos para arreglar
a la novia y llegar a la iglesia.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Stone lanzó a su madre una mirada impaciente.


—Será mejor —dijo— que no le recuerdes de inmediato quién va a ser
su suegra.
Y Penny apretó el brazo de Stella.
—Mejor que los dejemos solos —la instó. Miró a Allison con una enorme
emoción y sacó a Stella, que parecía muy ofendida, del cuarto.
Allison y Stone quedaron a solas y ella supo que no era un sueño.
Se miraron largamente, dejando que el latido de sus corazones llenara
la habitación. Después, Stone hizo un gesto señalando la ventana, por
donde entraba el sonido de las trompetas. Sonrió con algo de timidez pero
sin dejar de mirarla con pasión.
—Los efectos especiales son mi especialidad —le recordó—. Espero
que no te haya molestado.
Allison no podía contestar. Sólo podía mirarle y esperar que no
desapareciera de pronto.
Stone prosiguió:
—Quería darte tu fantasía, Allison. Caballos blancos, encaje y rosas…
seguro que lo hubieras hecho mucho mejor tú, pero quería sorprenderte.
Sólo espero… —escudriñó el rostro de Allison con ansiedad— que no te
importe que yo forme parte de la fantasía.
Stone dio un paso hacia ella y le cogió las manos. Dobló la rodilla en la
almohada a sus pies y dijo, mirándola:
—Fue amor a primera vista. No pensé que pudiera sucederme a mí,
pero sucedió. Todo lo tuyo entró en mí y me llegó al alma. Incendiaste mi
corazón, te metiste en mi piel, te convertiste en el principio final de todo mi
mundo. Juntos, somos mágicos y no puedo imaginar el futuro sin ti.
Buscó en el bolsillo y sacó algo de él. Sostuvo la mano de Allison y le
deslizó un anillo ni el anular.
—Allison, ¿quieres casarte conmigo? Por favor.
A través de una cortina de lágrimas ardientes, Allison miró sus dedos.
El diamante falso relampagueaba bajo la luz del sol y era lo más hermoso
que había visto en su vida.
—Es mi anillo —murmuró Allison.
—En realidad explicó Stone con un gesto de culpa—, busqué una
imitación, pero no encontré ninguno que me gustara. Te mentí, Allison —se
puso en pie sin soltar su mano—. Es de verdad, siempre ha sido de verdad.
Una carcajada de intensa alegría escapó de Allison aunque seguían
cayéndole lágrimas por las mejillas. Le echó los brazos al cuello y se
abrazaron con fuerza.
—Sí —asintió Allison, cenando los ojos para que no se desbordara la
felicidad que inundaba su corazón—, siempre ha sido de verdad.

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Donna Carlisle – Sólo era un juego

Fin

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