11 - Wed To The Dark Elf - Eden Ember (Multiautor)

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EL DESVÁN DE EFFY TRADUCCION DE LILITH - ARRANGED MONSTER MATE 11 - WED TO THE DARK ELF
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Esta es una traducción hecha por y para fans. El Desván de Effy realiza esta actividad de
manera altruista y sin ánimos de lucro, con el fin de dar a conocer las obras de autoras de
habla inglesa, en países de habla hispana.
Pueden ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con discreción para que podamos seguir
ofreciéndoles más libros (no comenten sobre esta, o cualquier otra de nuestras
traducciones, en los canales oficiales de las autoras). Si comparten esta traducción en otros
canales o blogs, les pedimos no eliminen nuestros créditos.
Si llegaran a publicarse estos libros en su idioma, por favor apoyen a la autora
comprando su obra. Este material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por
fans y amantes de la lectura, podría contener errores.
¡¡¡Esperamos de Corazón que disfruten la lectura!!!
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TRADUCCIÓN y CORRECCIÓN
EDICIÓN, PDF, E-PUB Y SUPERVICIÓN DE PROYECTOS

POR EL EQUIPO DEL DESVÁN DE EFFY
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Sinopsis
En un mundo gobernado por monstruos y dividido por facciones, una simple
coincidencia de ADN podría cambiar el destino de Alia Terra para siempre.
‘Wed to the Dark Elf’ te sumerge en el viaje que cambiará la vida de Iris
Flemming, una huérfana humana, y Vamen Blak, un formidable guerrero elfo
oscuro. Empujados por la tradición, pero unidos por una conexión inexplicable,
deberán sortear los disturbios políticos, la revolución que se avecina y sus
propias emociones contradictorias. ¿Será su amor el catalizador de la unidad
o la chispa que incendie sus mundos? Prepárate para una historia de amor,
guerra y transformación que te hará cuestionarte dónde están tus lealtades.
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Prologo
Nadie recuerda el mundo antes del Cambio. Fue hace miles de años, todo
perdido, todo olvidado. Científicos e historiadores dicen que antes, el mundo
era mejor, más brillante, y nuestro planeta nos pertenecía, a los humanos.
Había países orgullosos y ciudades bulliciosas, y la tecnología estaba en su
apogeo.
Apenas podemos imaginar todo eso. No hay pruebas, textos escritos, ni

imágenes de Alia Terra antes del Cambio. Todo lo que conocemos es el rostro
actual de Alia Terra. La tierra dividida arbitrariamente en territorios, las
ciudades amuralladas, los pobres viviendo en los márgenes, apenas
sobreviviendo.
Los monstruos.
Los templos donde las jóvenes vírgenes pueden hacerse una prueba de ADN
y ser emparejadas con uno de ellos. Un matrimonio arreglado con un monstruo
a menudo es la única manera en que una mujer puede salvarse o darle a su
familia una oportunidad de no morir de hambre.
Esto es Alia Terra. Pertenece a los monstruos, y nosotros les pertenecemos.
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Capítulo 1
Vamen
El viento del norte aúlla en las cumbres de las montañas y me muerde la piel.
Me ciño más la capa de piel y camino a través de los profundos ventisqueros.
Este es el dominio de mi pueblo, los Elfos Oscuros del Norte. Somos criaturas
del invierno, endurecidos y templados por el frío de estas tierras.
Mi fortaleza emerge de la nieve arremolinada, imponente piedra negra contra

las blancas laderas. El estandarte de mi clan, la Casa Blak, ondea al viento
sobre las murallas. Atravieso las imponentes puertas y los guardias se inclinan
a mi paso.
En el salón principal, el fuego arde en grandes chimeneas a lo largo de las

paredes. Mis capitanes y consejeros se reúnen en torno a la larga mesa de
madera del centro, se ponen en pie y cierran los puños en torno a sus
corazones cuando me acerco. Les dirijo una cortante inclinación de cabeza y
tomo asiento a la cabecera de la mesa.
"Informe", ordeno.
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El capitán Neroth se adelanta. "Todo va bien, mi señor. Nuestros exploradores
no han visto señales de que los clanes de hombres lobo invadan nuestras
fronteras".
Frunzo el ceño. Esas bestias salvajes han estado observando nuestras tierras
con avidez. Ya los hicimos retroceder una vez, a un gran coste. No nos
encontrarán complacientes si se atreven a amenazarnos de nuevo.
Los otros capitanes dan sus informes. Nuestras defensas son fuertes, los
suministros abundantes para el largo invierno que se avecina. Escucho con
media oreja, mis pensamientos a la deriva. He guardado estas tierras desde
que el Gran Cambio trajo a los nuestros a este nuevo y extraño mundo que los
humanos llaman Alia Terra. Hicimos nuestras las Montañas del Norte y
aplastamos a cualquiera que nos desafiara. Los humanos olvidaron que este
fue su planeta una vez. Ahora las razas monstruosas gobiernan, la humanidad
se arrastra por la suciedad a nuestros pies.
Un arañazo en la puerta interrumpe el consejo. Entra un joven paje con un

pergamino atado con una cinta negra. Corre a mi lado.
"Una misiva para usted, mi señor. Del Templo del Matrimonio".
La sala se queda en silencio. El matrimonio ha estado pesando en todas

nuestras mentes. Nuestra raza se reduce cada generación. Cojo el pergamino
y rompo el sello rojo sangre. Un nombre salta de la página, tinta negra sobre
pergamino desmenuzado.
Iris Flemming.
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Mi prometida, si hemos de creer a los sacerdotes del Templo. Me burlo en voz
baja. ¿Una chica humana, emparejada conmigo por un dudoso análisis de
sangre? Sin embargo, no puedo negar la importancia de continuar nuestro
linaje. Es el deber de un gobernante, por desagradable que sea.
Levanto la cabeza. "Preparaos para cabalgar hacia el Templo".
Se oyen murmullos alrededor de la mesa. Los dejo hablar. No hay objeciones.

Lo saben muy bien.
El viaje al templo será largo y agotador. No es que el frío me moleste, pero las
tierras humanas más allá de las montañas pondrán a prueba incluso mi
resistencia. Debo hacer este viaje, para recoger a mi novia y volver con los
míos.
Los sacerdotes afirman que su prueba de sangre es infalible. Que la

coincidencia de ADN crea un vínculo irrompible, dos almas destinadas la una
a la otra. Soy escéptico de que algo pueda atarme así. Pero les seguiré el juego,
aseguraré a la chica que han elegido y cumpliré con mi deber hacia mi pueblo.
Eso es todo.
Los días siguientes son un torbellino de preparativos: reúno provisiones,

preparo a mi destrier de guerra, Tormenta de Hielo, reviso armas y armaduras.
Rechazo una escolta. Para esto, viajo solo. Antes de partir, mis capitanes se
reúnen en el patio para despedirme.
Neroth me agarra del brazo. "Buen viaje, mi señor. Las nieves serán duras esta
temporada".
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Asiento bruscamente. He soportado cosas peores. Balanceándome a
horcajadas sobre Tormenta de Hielo, observo a mis guerreros reunidos por
última vez. "Servid fielmente en mi ausencia".
Con eso, espoleo a mi semental a través de las puertas. Sus cascos rocían
nieve en polvo mientras descendemos por los sinuosos senderos de la
montaña. Pronto la fortaleza se pierde de vista, y sólo quedamos yo y el aullido
de lobo del viento. No miro atrás.
Los árboles disminuyen a medida que alcanzo las estribaciones y son

sustituidos por rocas y matorrales. Las montañas dan paso a llanuras
onduladas. Los días se confunden en una bruma de nieve y viento. Raciono
cuidadosamente mis provisiones. Tormenta de Hielo es incansable, criado para
estos climas. Duermo en la silla cuando la fatiga se apodera de mí.
De noche hago acampadas frías, sin fuego que alerte a ojos hostiles. Mantengo
cerca mi larga espada élfica, aunque hace días que no veo a nadie. Una vez
veo una ciudad humana con chimeneas en el lejano horizonte y me alejo. Sus
asentamientos están fortificados con muros de pinchos, bastiones contra los
monstruos que gobiernan su mundo. Sólo siento desprecio por su debilidad.
La tierra se vuelve poco a poco verde y exuberante, un cambio chocante

respecto a casa. Pájaros extraños cantan en los bosques desconocidos. La
nieve se reduce a manchas en el suelo. Tormenta de Hielo resopla y agita la
cabeza ante los olores extraños. Le acaricio las crines heladas y sus músculos
se relajan. Estamos lejos de casa, viejo amigo, pero casi.
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Por fin, las agujas del Templo coronan el horizonte. Se me aprieta el pecho al
verlas. Aquí encontraré a la novia que supuestamente el destino ha elegido
para mí. Sacudo la cabeza, desterrando esa idea fantasiosa. Hago esto por
deber, no por destino.
Aun así... la duda me atormenta. ¿Podría existir realmente una mujer cuya alma
se entrelazará con la mía? ¿Nacida para estar a mi lado, dar a luz a mi
descendencia, unir nuestras líneas de sangre? ¿Una mujer humana?
Imposible.
Me fuerzo a reprimir mis preguntas mientras Tormenta de Hielo pasa bajo las
altísimas puertas del Templo, talladas con esmero. Un acólito vestido de blanco
se apresura a saludarme. Hace una reverencia tan baja que su nariz casi roza
las baldosas.
"Bienvenido, Lord Blak. Hemos esperado ansiosamente su llegada". Su sonrisa

es toda cortesía, pero sus ojos muestran desagrado. Como si yo fuera algo
desagradable que se ha quitado de encima. Muestro los dientes con una
sonrisa gélida. Que tiemble el pequeño fanático. Se adelanta a toda prisa,
guiándome por pasillos con columnas iluminadas con braseros, y nuestros
pasos resuenan en los techos cavernosos.
Me guía hasta una puerta de madera arqueada y vuelve a inclinarse. "Ella

espera dentro. Volveré pronto para la ceremonia". Acto seguido, gira sobre sus
talones y se marcha a toda prisa, claramente contento de estar lejos.
Me quedo solo ante la puerta cerrada, con una extraña indecisión. En unos
momentos conoceré a mi prometida. La chica con la que me casaré y a la que
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llevaré a casa. Al otro lado me espera un misterio. Un vistazo a mi futuro
predestinado.
Armado de valor, agarro el picaporte de hierro y abro la pesada puerta. Dentro,

mirando por la ventana arqueada, hay una joven esbelta con un vestido de lino
blanco. Se gira al oír el crujido de la puerta, con las manos entrelazadas. Unos
ojos verdes se cruzan con los míos.
Iris Flemming. Mi novia. Por fin está aquí.
Entro y cierro la puerta con fuerza.
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Capítulo 2
Iris
Me despierto antes del amanecer, como cada mañana desde hace años. El frío
se cuela por mi desgastada manta cuando salgo del desvencijado catre. Las
otras chicas del estrecho dormitorio siguen durmiendo, acurrucadas bajo sus
delgadas mantas. Parecen tan jóvenes mientras duermen, apenas se han
convertido en mujeres. Pero todas hemos florecido lo suficiente como para
atraer a un posible compañero. Por eso estamos aquí.
Me mojo la cara con el agua helada de la palangana y me pongo el vestido gris

del templo. Sólo tenemos dos vestidos de repuesto, ropa interior y zapatos que
me aprietan los dedos. El templo no proporciona mucho más. En caso de que
surja un compañero, nos dan un vestido de lino blanco adecuado para una
boda. Tengo mis dudas, ya que aún no se me ha presentado ninguno.
Abajo, en las cocinas, engullo pan duro y carne fibrosa mientras ayudo a
preparar el desayuno. La cocinera, Mira, me da una manzana magullada con
un guiño. Se lo agradezco en silencio y me la guardo en el bolsillo. Mira siente
debilidad por mí desde que llegué aquí de niño. Mis padres murieron a causa
de la fiebre roja, un huérfano más arrojado a la dudosa misericordia del templo.
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Sospecho que la propia Mira llevó una vez el vestido gris de una novia en
potencia. Hay tristeza en sus ojos cuando nos mira.
Una vez servido el magro desayuno, nos dedicamos a nuestras tareas: fregar
suelos interminables, lavar la ropa a mano en los pozos del patio, preparar la
comida para el día siguiente. Cualquier cosa con tal de ganarnos el sustento.
Mi mejor amiga, Lena, se une a mí doblando sábanas. Sus rizos rojos rebotan
mientras charla sobre los últimos cotilleos.
"¿Te has enterado? Katia ha sido emparejada".
le digo alerta. "¿De verdad? No lo ha dicho nunca". Una punzada de celos

asoma su fea cabeza. Pero, a pesar de todo, debería alegrarme por ella.
Katia durmió en la litera de arriba durante tres años. No puedo imaginarla

casada con una bestia corpulenta en un país lejano. Un temblor me recorre.
Queda una chica menos.
Lena asiente. "¡La ceremonia es hoy! Se va a casar con un señor dragón.

Imagínate, un dragón". Suspira soñadoramente pero luego capta mi expresión.
"Oh Iris, lo siento. No pensé..."
Me fuerzo a sonreír. "Es maravilloso para ella. Espero que encuentren la

felicidad".
Volvemos a concentrarnos en nuestro pliegue, con la sombra del futuro

planeando sobre nosotros. He visto a chicas volver de sus ceremonias con los
ojos hundidos y sollozando, o peor. Los moratones asoman por debajo de las
mangas. Algunas apenas caminan y vuelven cojeando para susurrarnos sus
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noches de bodas. Pero otras regresan llenas de nostalgia, mostrando
tímidamente regalos de tierras extranjeras y relatando maravillas que apenas
podemos imaginar. Esas historias mantienen a raya el escalofrío del miedo.
El día transcurre monótonamente. Cuando regresamos a los dormitorios antes

del toque de queda, una sirvienta se me acerca con rostro adusto. Se me cae
el estómago a los pies.
"Ven. Tienes visita".
Miro salvajemente a Lena. Me aprieta la mano, con los ojos muy abiertos. Esto
sólo puede significar una cosa. Le sigo con las piernas entumecidas, casi sin
respirar. Me tiembla todo el cuerpo.
La sirvienta, Cora, me conduce a una de las cámaras privadas de recepción.

Dudo ante la puerta. Me empuja suavemente. "Vamos, muchacha. No puedes
hacerle esperar".
A él. El que realiza las ceremonias. Él es la razón por la que cualquiera de

nosotras recibe una llamada como ésta.
Entro con piernas temblorosas. Un hombre espera de pie, alto e imponente,

vestido con una túnica blanca, las vestiduras de un sumo sacerdote del templo.
Su sonrisa parece burlona. En sus manos descansa un pergamino atado con
una cinta violeta. Un icono de huesos enroscados en una hélice lo marca con
el sello del destino. Compañero.
"Iris Flemming. Felicidades, niña. Hemos encontrado tu compañero perfecto."
La habitación se balancea peligrosamente. Esto es todo. Mi vida ya no es mía.
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El sacerdote se aclara la garganta, sacándome de mi aturdimiento. Me tiende
el pergamino. Lo cojo con dedos entumecidos. "Eres muy afortunada, Iris. No
todos los compañeros son tan afortunados".
Lo miro sin comprender sus palabras.
Me mira impaciente. "¡Vamos, niña, el pergamino! Léelo".
Con manos temblorosas, rompo el sello y despliego el pergamino. Allí, grabado

en negrita, hay un nombre:
Lord Vamen Blak de las Montañas del Norte.
Casi se me doblan las rodillas. ¿Uno de los señores de los elfos oscuros? Se
dice que son despiadados y crueles. Nadie que se aventure en sus dominios
regresa. El miedo surge en mí como la bilis. La sonrisa de satisfacción del
sacerdote me dice que este compañero le parece muy adecuado.
"Lord Blak llegará dentro de tres días para la ceremonia. Será mejor que te
prepares, muchacha". Y sale de la habitación, dejándome con el pergamino en
la mano como si fuera una sentencia de muerte.
Tres días. Tres días antes de estar atada para siempre a un monstruo. La
angustia amenaza con ahogarme. ¿Cómo puede ser el destino tan cruel? Este
matrimonio será mi perdición. A menos que...
Un plan desesperado se forma en mi mente. Tal vez podría huir del templo,
hacer una vida por mi cuenta aunque sea humildemente. Los planos rhozari al
este tienen tribus nómadas... podría unirme a ellos, desaparecer entre su
gente.
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Pero incluso cuando los pensamientos salvajes toman forma, mis hombros se
desploman derrotados. ¿Dónde encontraría comida o refugio? A los nómadas
no les importan las mendigas. Más allá de los muros del templo sólo hay
penurias y desesperación para las de mi clase. Al menos aquí tengo un techo,
una cama, suficiente para comer. Allá afuera estaría muerta en semanas, si no
me hubieran llevado antes los esclavistas.
No. Mi destino está sellado. En tres días conoceré al monstruo al que estoy
atada. Sólo puedo rezar para que su corazón no sea tan frío y duro como las
montañas de las que procede. Con pasos lentos, vuelvo a mi dormitorio. Las
otras chicas se arremolinan a mi alrededor, zumbando con preguntas, pero las
esquivo y me meto en mi litera, cubriéndome la cabeza con las mantas. No
consigo conciliar el sueño, mi mente da vueltas con oscuras imaginaciones
sobre el futuro que me espera.
Los días siguientes transcurren confusos. Trabajo, como, duermo, me siento

vacía y a la deriva. Lena hace todo lo que puede para levantarme el ánimo,
pero sus sonrisas alentadoras se desvanecen cuando cree que no estoy
mirando. Sabe tan bien como yo que este compañero no augura nada bueno.
El segundo día, Katia aparece en el patio de la lavandería, sonriendo

melancólicamente. Un collar de gemas brillantes adorna su garganta, más fino
que cualquier cosa que hayamos visto. La abrazo suavemente. "Te deseo toda
la felicidad". Me da las gracias, pero hay tristeza en sus ojos.
Esa noche lloro hasta quedarme dormida, llorando por la chica despreocupada
que nunca volveré a ser. Mañana conoceré mi destino.
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La mañana llega demasiado pronto. Me froto de pies a cabeza en el cuarto de
baño hasta que la piel se me pone en carne viva. Las sirvientas me bañan con
aceites dulces y perfume, y luego me visten con el fino traje de lino blanco de
una novia. Apenas reconozco a la muchacha de ojos hundidos que me mira
desde el espejo de bronce.
Por fin, me conducen a la cámara de recepción y me ordenan que espere. Mis

rodillas se golpean mientras temblores sacuden mi cuerpo. En cualquier
momento, el señor de los elfos oscuros cruzará esa puerta. Cuando me saque
de este lugar, no volveré jamás. Miro con nostalgia la ventana abierta y
vislumbro brevemente la posibilidad de escapar. Es inútil, lo sé. Aunque me
escapara de estos muros, no llegaría muy lejos a pie con este vestido.
Se oyen pasos pesados fuera y la puerta se abre con un chirrido. Me alejo de

la ventana, con el corazón en un puño, cuando entra una figura alta. Lleva una
armadura de cuero cubierta de intrincados trabajos metálicos. Un sable largo
y un hacha cuelgan de su cadera, y una ondulante capa de piel blanca cubre
sus anchos hombros. Pero es su rostro el que me inmoviliza, incapaz de apartar
la mirada.
Su piel es azul noche, con pómulos afilados y una fuerte mandíbula. Su larga
melena blanca le cae por la espalda en una trenza, aunque de frente parece
completamente calvo. Destacan sus orejas puntiagudas, perforadas con
tachuelas de ónice que hacen juego con sus brillantes ojos negros. Esos ojos
me observan ahora, penetrantes y calculadores. Me tiemblan las rodillas.
Da un paso más y cierra la puerta. El clic del pestillo parece sellar mi destino.
Aprieto las manos temblorosas, sin saber qué hacer o decir.
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Se acerca a mí con pasos lentos y decididos. Sus ojos brillan a la luz de las
antorchas, ven a través de mí, sopesan mi valor. Reprimo un escalofrío ante el
poder que emana de él en ondas perceptibles. Es un guerrero no sólo en
cuerpo, sino también en espíritu. Un líder de su pueblo que exige obediencia.
Se detiene a escasos centímetros de mí. Tan cerca, puedo ver cada ángulo de
su exótico rostro, la forma en que sus pupilas se contraen y luego se dilatan
extrañamente, con hendiduras verticales como las de un gato. Sus orejas se
agitan y giran como si estuvieran sondeando el aire que nos rodea.
Extraterrestre. Otro. Retrocedo, con el corazón retumbando en mis oídos.
Una sonrisa tuerce sus labios carnosos. "Así que eres la novia que el destino
ha elegido para mí". Su voz es grave, un rumor agradable. Alarga la mano y me
agarra un mechón de pelo entre sus dedos largos y como garras. Me tenso,
congelada. Con delicado cuidado, frota los mechones contemplativamente. "Es
extraño que me hayan hecho compañero de una niña abandonada. Aun así,
los sacerdotes insisten en que eres mi destino".
Me tiembla la voz, pero estoy decidida. "Si el destino nos ha unido, mi señor,
entonces soy tuya". El juramento hace que se me suba la bilis a la garganta,
pero me fuerzo a contenerla. Mi destino ya no me pertenece.
Me suelta el pelo y me mira a la cara. "¿Qué sabes tú del destino, muchacha?".
La pregunta me pilla desprevenida. ¿Duda también de los análisis de sangre

de los sacerdotes? De repente me doy cuenta de lo extraño que debe
parecerle todo este ritual. Me consuela poco que ambos nos encontremos
atrapados por fuerzas que escapan a nuestra comprensión.
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Levanto la barbilla. "No sé nada del destino ni de la suerte, mi señor. Soy una
chica humilde. Voy donde me guían". No añado que no tengo elección en el
asunto, a menos que quiera huir y enfrentarme a una muerte peor que la que
pudiera darme este elfo oscuro.
Me estudia un momento más, como si estuviera resolviendo un problema

complejo. Luego se vuelve bruscamente hacia la puerta. "Ven. Es la hora".
Se me revuelve el estómago, pero suavizo mi expresión para aceptarlo con

calma. Con pasos lentos, lo sigo fuera de la cámara para enfrentarme a mi
destino.
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Capítulo 3
Vamen
La chica me sigue mientras camino por los pasillos del templo. Iris Flemming.
Una cosa delicada, que apenas me llega al pecho. Su cabello color lino cae por
su espalda, en marcado contraste con su piel pálida. Mantiene su mirada
recatadamente baja, aunque puedo sentir su temblor.
Yo también siento la injusticia de este momento. Una novia humana para un

señor elfo oscuro parece una blasfemia. Sin embargo, cuando la miro, una
resonancia inexplicable zumba en mi sangre, como si ella debiera estar a mi
lado. Aprieto la mandíbula. La magia del sacerdote, nada más. No puedo
permitirme pensamientos fantasiosos sobre el destino. Mi deber es con mi
pueblo. Iris no es más que un peón en mi búsqueda de la paz en este planeta.
Entramos en una imponente cámara iluminada por braseros. Filas de bancos

de madera tallada se alinean en cada pared. En el extremo más alejado hay un
altar de piedra cubierto con telas violetas. Allí se reúnen los sacerdotes,
vestidos de negro y con rostro solemne. Cientos de humanos y monstruos se
han casado aquí a lo largo de los siglos. Los antiguos ritos unen a todas las
razas. Esta noche me unen a mí.
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Mientras caminamos por el pasillo, una inquietante melodía ceremonial emana
de las flautas de caña. La mano de Iris se apoya suavemente en mi antebrazo,
temblorosa. Mantengo la mirada al frente, ignorando las miradas escrutadoras
de los sacerdotes reunidos. Su magia de análisis de sangre y rituales nos ha
traído hasta aquí. Ahora recogerán el fruto de sus conjuros. Para bien o para
mal.
Nos detenemos ante el altar e inclinamos la cabeza cuando el Sumo Sacerdote

comienza la invocación, con su voz carrasposa resonando en los techos
abovedados. Las líricas palabras élficas suben y bajan como un hechizo,
invocando a los antiguos dioses para que presencien el ritual. Sintonizo con
los versos arcanos y noto que Iris se agita minuciosamente a mi lado. Huele a
ansiedad, un perfume de hierbas que no consigue enmascarar el hedor del
miedo. Me pregunto si saldrá corriendo hacia las puertas. Pero permanece
quieta y en silencio, con la cabeza gacha. Más valiente de lo que parece.
Por fin el Sumo Sacerdote termina sus conjuros. Ahora comienza la atadura.
Un acólito le ofrece una ornamentada caja de plata. Iris se queda sin aliento
cuando el Sumo Sacerdote levanta la tapa, revelando dos anillos que
descansan sobre terciopelo púrpura. Brillan en oro rosa, con un intrincado
diseño de nudos. Sus ojos humanos no pueden distinguir las runas ocultas
grabadas en el metal, hechizos élficos de amor y fertilidad. A pesar de su
evidente temor, en sus ojos brilla la esperanza cuando el sacerdote levanta el
anillo más pequeño.
Me pide la mano y desliza el anillo en mi cuarto dedo. Brilla sobre mi piel

oscura. Encaja a la perfección. La magia zumba en mi sangre, sutil pero
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inexorable. Las runas se vuelven doradas a medida que la atadura se afianza.
Iris se aferra a sus faldas, observando embelesada.
Extiendo la mano izquierda y el sacerdote coloca el anillo de Iris en mi palma.

Sus ojos se dirigen a los míos, abiertos e inseguros. Siento que suplica en
silencio alguna señal de clemencia. Pero mi corazón está atado por el deber.
Tomo su delicada mano entre las mías y siento cómo tiembla. Deslizo
suavemente la banda de rosa en su cuarto dedo. Jadea suavemente cuando
las runas brillan y el anillo se funde con ella. El metal se calienta sutilmente en
mi dedo, el latido del corazón de Iris resuena en el enlace. Aprieto la mandíbula.
El vínculo está sellado.
"Puedes besar a la novia".
Me sobresalto, la declaración del sacerdote me saca de mi aturdimiento. Iris

parece igualmente consternada y se lleva la mano marcada al pecho. Pero
estamos obligados a completar el rito.
Le paso una mano con garras por detrás del cuello y la atraigo hacia mí. Aspira
asustada, con las pestañas cerradas. Nuestros labios se encuentran, suaves y
castos. El contacto me produce una cascada de energía, como un relámpago
que me recorre la columna vertebral. Iris emite un pequeño sonido y su cuerpo
se balancea contra el mío durante un breve instante antes de que la suelte. El
beso no dura más que un latido, pero siento su huella en mi piel.
Los invitados rompen a aplaudir educadamente. Iris parece a punto de

desmayarse. Agacha la cabeza para ocultar las lágrimas calientes que huelo
en sus mejillas. Me quedo rígido, estremecido. Esta chica, esta humana, se ha
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grabado en mi espíritu a través de fuerzas sobrenaturales fuera de mi alcance.
Ahora estamos unidos para siempre.
La ceremonia concluye rápidamente. Iris y yo nos inclinamos ante los

sacerdotes y nos volvemos para salir. Las runas de mi anillo palpitan con su
cercanía. Vuelvo a ofrecer mi brazo más por instinto que por galantería. Los
dedos de Iris se posan en él como atraídos por un imán. Caminamos por el
pasillo en silencio, entre aplausos y miradas curiosas.
Fuera del santuario, Iris rompe por fin la compostura. Me arranca la mano y se
apoya en una columna, ahogando los sollozos. Hago una pausa, sin saber
cómo reaccionar. Consolar a una humana que llora me resulta tan extraño
como ella misma. Pero su angustia me atrae desde ese punto profundo en el
que nuestras almas se entrelazan.
"No llores", le digo con torpeza. "Tienes un marido que te mantiene. Un hogar.
Deberías estar contenta".
Se quita las lágrimas de rabia y me mira. "¿Y qué hay del amor? No te quiero,
monstruo. Me has robado la vida".
Su desafío enciende mi propio temperamento. "¿Crees que he elegido esto?

Actúo por deber, no por deseo. Los sacerdotes decidieron nuestro destino.
Enfádate con ellos, no conmigo". Espero que llore más por mi tono duro, pero
su expresión se endurece.
"Deber", repite con amargura. "Sí, ahora los dos somos prisioneros del deber".
Sus ojos se posan en su mano anillada, que brilla con magia contenida. Cuando
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vuelve a mirarme, las lágrimas han desaparecido, sustituidas por una fría
resignación.
"Perdona mi arrebato, esposo. Parece que estamos atrapados el uno con el

otro". Extiende el brazo como una invitación a regañadientes. "Vámonos".
La miro fijamente, sorprendido por el acero que hay en ella. Con cuidado,
aferro su mano a mi brazo. Ella se acerca sin miedo, unida a mí de forma
inquebrantable. Juntos caminamos hacia los establos donde me espera mi
semental, extrañamente satisfecho por el calor de la palma de su mano
filtrándose a través de mi túnica.
Quizá mi esposa no sea tan débil como parece.
Los mozos de cuadra sacan a Tormenta de Hielo, ensillado y aprovisionado

para nuestro viaje a casa. Mueve la cabeza con impaciencia, ansioso por partir.
Le acaricio el cuello, respirando su aroma familiar. Nos queda mucho camino
por recorrer.
Iris mira nerviosa al semental. "Parece... formidable".
"Él me ha llevado a través de la nieve profunda y el terreno áspero. No nos

fallará ahora". Tomo su mano y tiro de ella suavemente hacia adelante. "Ven.
Debe llevarnos a los dos".
Sus pasos se arrastran a regañadientes, pero me deja guiarla. La agarro por

las caderas y la elevo sin esfuerzo a horcajadas sobre Tormenta de Hielo.
Jadea y se sube las faldas para mantener las piernas modestamente juntas
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sobre el ancho corcel. Me columpio detrás de ella y agarro las riendas. Se
queda rígida como una piedra entre mis brazos.
Silbo y Tormenta de Hielo se lanza al galope a través de las puertas del templo.
Iris grita y cae de espaldas contra mi pecho. La atrapo con facilidad y le
chasqueo la lengua para que vaya más despacio.
"Todo va bien, señora. Sujétese a la silla".
Iris se adapta con cautela, claramente incómoda. Pero no tiene más remedio
que acomodarse para el largo viaje que le espera. Guío a Tormenta de Hielo
hacia el norte, hacia casa. Hacia su nueva vida. No mira atrás.
El terreno se vuelve accidentado a medida que nos alejamos del templo. La

temperatura baja por grados. Iris se acurruca más en su capa, temblando.
Cada vez que Tormenta de Hielo salta un peñasco o cruza un arroyo, se
sobresalta contra mi pecho con un grito ahogado. La rodeo con un brazo,
observando distraídamente su delicado cuerpo.
Cuando el sol se oculta, coronamos una colina y mi fortaleza montañosa se

vislumbra a lo lejos. Iris se pone rígida. Sé lo que ve: fríos e imponentes muros
de roca negra que parecen surgir de los propios picos escarpados. Un bastión
austero tallado en las implacables montañas. Mi tierra natal.
"¿Es ese... su castillo, mi señor?" Su voz vacila sólo ligeramente.
"Sí. Pero no llegaremos a él esta noche".
Ella asiente, sin hablar. Miro de reojo su perfil pensativo. "No eres lo que
esperaba, Iris Flemming."
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Se vuelve bruscamente. "¿Y qué esperabas?"
Me encojo de hombros. "Un ratón tímido. Parecías a punto de desmayarte

durante la ceremonia. Sin embargo, has soportado bien este viaje".
Un rubor rosado colorea sus mejillas. "He soportado pruebas peores. No me

subestimes".
Arqueo una ceja ante el desafío de su tono. Después de todo, mi pequeña

esposa humana tiene espinas. Qué intrigante. Quizá encuentre reservas de
valor cuando se enfrente a mi pueblo y vea el duro mundo del que ahora forma
parte. Necesitará esa fuerza, casada conmigo.
La noche cae pesada y se levanta un viento amargo. Busco en las colinas

iluminadas por la luna un lugar adecuado para acampar. Encuentro un saliente
resguardado contra una cresta, desmonto y bajo a Iris. Se frota las piernas con
cautela.
"Perdona la incomodidad. Ya te acostumbrarás a la silla".
Asiente con la cabeza, mirando nerviosa a su alrededor. La conduzco bajo la

roca y recojo maleza para hacer una hoguera. Pronto las llamas crepitan,
arrojando calor y luz sobre nuestro austero campamento. Iris parece a punto
de desmayarse. Me mira desde el fuego, enroscándose el anillo de rosa en el
dedo. Siento su movimiento en mi propia mano, como el aleteo de las alas de
una mariposa.
"¿Me dirás adónde vamos? Conozco tan poco de tus tierras". Su tono contiene
un deseo infantil de historias. Me pone en guardia.
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Permanezco en silencio un largo momento, sopesando cuánto deseo compartir
con esta extraña llamada esposa. Pero la luz del fuego suaviza sus rasgos
juveniles, y me encuentro diciendo: "Las montañas pueden ser duras, pero hay
belleza si sabes dónde buscar. Cavernas que brillan con vetas de cuarzo.
Tormentas de hielo que cubren de plata las altas cumbres. Las luces de nuestra
fortaleza parpadean bajo la luna".
Su expresión se vuelve melancólica ante mis descripciones. Tal vez pueda

ayudarla a facilitar su transición a este nuevo reino. Nuestros reinos, ahora
compartidos.
Me aclaro la garganta bruscamente, dándome cuenta de que esta noche he

revelado más dulzura de la que pretendía. Ella no hace ningún comentario,
simplemente agradece con un gesto de la cabeza el escaso conocimiento. Nos
acostamos en lados opuestos del fuego, con nuestro matrimonio todavía
entrelazado por hilos extraños y tenues. La escucho hasta que su respiración
se estabiliza en el sueño, sin guantes y con los brazos apretados contra el frío.
Vulnerable.
Mientras la observo, las runas de mi anillo se iluminan de vez en cuando se

agita. Nuestras almas están unidas por fuerzas fuera de mi alcance. Cierro el
puño, ocultando la extraña magia. Toda mi vida he permanecido vigilante,
dueño de mis dominios. Ahora esta humana ha burlado mi guardia de forma
imprevista.
El castañeteo de los dientes me obliga a acercarme a ella. Con facilidad, me

tumbo a su espalda y la estrecho entre mis brazos, aunque sólo sea para
calentar su cuerpo. Un profundo despertar se agita en mi interior, mis entrañas
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arden de deseo. Pero aquí hace frío para tomar a mi mujer. Por ahora, le
ofrezco mi calor y mi protección. Mis ojos no se cierran del todo, pero mi
cuerpo se relaja con su delgado cuerpo fundiéndose en mis músculos de
acero. ¿Podría enamorarme de una criatura así?
Reflexiono sobre estas revelaciones mientras vigilo durante la larga noche.
29
Capítulo 4
Iris
Me despierto justo antes del amanecer, con el aliento enturbiando el aire

gélido. Me duelen todos los músculos del interminable viaje de ayer y del suelo
implacable sobre el que he dormido. Abro los ojos de mala gana.
Al otro lado de la humeante hoguera, el señor elfo oscuro está de espaldas a

mí, ensillando su caballo. Vamen. Mi marido. La palabra aún me resulta extraña.
Se mueve con gracia, su cuerpo de guerrero es perfecto para esta dura tierra
a la que llama hogar.
Hogar. Nunca volveré a ver el único hogar que he conocido. Sin embargo, no
siento nostalgia del templo que me crió como a un cordero para el matadero.
Aún así, la inquietud anuda mi estómago al pensar en lo que me espera en
esas montañas lejanas.
Vamen se gira, captando mi mirada. "¿Durmió bien, señora?".
La cortés pregunta me sorprende. "Bastante bien, mi señor. Gracias".
Asiente brevemente y vuelve a asegurar las maletas en su semental. Me

levanto y pliego la capa y la manta, sintiéndome incómoda e insegura sobre
30
cómo actuar ante este extraño hombre al que el destino me ha unido. Somos
extraños formados por mundos diferentes. ¿Puede alguno de los dos formar
parte de la vida del otro?
Mis ojos se desvían hacia la rosa que brilla en mi dedo, inalterada a pesar del
largo viaje de ayer. Un recordatorio de las fuerzas que ahora nos atan. Me
pregunto si Vamen siente la misma inquietud que yo acerca de nuestra unión.
Su actitud estoica revela poco. Sé muy poco de él. Se mantuvo alejado de mí
toda la noche, nuestra unión aún no se ha consumado.
Pronto estamos montados y cabalgando de nuevo bajo la sombría luz del

amanecer. Mantengo la vista al frente, observando cómo el terreno se vuelve
cada vez más escarpado y traicionero. Cruzamos estrechos puentes de piedra
sobre barrancos en picado, sorteamos curvas cerradas y bordeamos
acantilados escarpados. El aire me muerde las mejillas y me agrieta los labios.
Me estremezco cada vez que el semental salta un nuevo obstáculo, pero el

brazo de Vamen me sujeta firmemente. Su cuerpo es un muro de calor a mi
espalda, y me encuentro a mí misma apoyándome en él por reflejo cuando las
temperaturas caen en picada. Afortunadamente, no comenta nada sobre mi
necesidad de aferrarme a él como un abrojo. La verdad es que su cercanía me
reconforta un poco en este extraño lugar. Sus músculos se flexionan y se
mueven con gracia mientras me apoyo en su fuerza.
A media mañana, los copos de nieve se arremolinan en el cielo gris. Me quedo

boquiabierta ante su delicada belleza, ya que he visto muy poca nieve antes.
Pero mi asombro se convierte rápidamente en alarma cuando los copos se
convierten en una aullante ventisca.
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"¡Sólo un poco más!" La voz de Vamen se oye por encima del viento. Me
acurruco en mi capa empapada, con las manos entumecidas dentro de los
guantes. Cada copo de nieve pica mis mejillas como un insecto helado. Estoy
perdida, a la deriva en un mundo de blanco y viento. Un grito amenaza con
salir de mis labios, pero lo contengo.
Por fin, unos muros de piedra emergen de las cortinas de nieve. La fortaleza
de Vamen. Desmonta dentro de la puerta y se levanta para bajarme. Mis
piernas se doblan y caigo en sus brazos.
"Perdóname", balbuceo entre dientes rechinantes. Pero él sólo me sostiene

hasta que recupero el equilibrio. Su rostro se suaviza ligeramente.
"Vamos a llevarte dentro, junto al fuego".
Me conduce a través del patio, donde los soldados elfos oscuros me miran y
susurran al pasar. Sus ojos afilados y sus rostros extraños me provocan
escalofríos. Sé que los de su clase han sido enemigos de la humanidad desde
los primeros tiempos oscuros tras el Cambio. ¿Qué pensarán al ver que su
señor regresa con una novia humana?
Dentro de los salones de piedra, el aire es tranquilo y sombrío, iluminado sólo

por antorchas parpadeantes. Vamen me guía a una cámara calentada por un
pequeño fogón. Me señala una silla de respaldo alto cerca del fuego. "Siéntate,
intenta calentarte. Haré que te suban tus cosas".
Me poso cautelosamente en el borde de la silla mientras Vamen se afana en

encender el fuego. Pronto me cubren los hombros con ricas pieles y me ponen
en las manos una taza de algo caliente y fragante. La bebida difunde su calor
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nutritivo por mis entrañas, ahuyentando el frío mortal. Aparece una sirvienta y
empieza a deshacer mi escaso equipaje en la alcoba. Hogar.
Vamen está ante mí, oscuro e imponente. "Tengo deberes que atender, señora.
Cualquier cosa que necesite, pídasela a los sirvientes. Hablaremos de nuevo
en la cena". Se marcha sin decir nada más y la puerta se cierra tras él.
A solas con mis pensamientos, hago balance de lo que me rodea. La alcoba

sólo tiene los muebles esenciales -cama, armario, tocador, chimenea-, pero
todos exquisitamente tallados en madera negra. Las estrechas ventanas están
cubiertas por pesadas cortinas. Observo que no hay ninguna puerta accesible
desde esta habitación. ¿Estoy confinada aquí, mantenida separada?
La inquietud me eriza la piel y pruebo la puerta principal que da al vestíbulo.

Para mi sorpresa, se abre con facilidad. Los guardias me miran con curiosidad
mientras me asomo al pasillo, pero no hacen nada por detenerme. Entonces
no estoy prisionera. Pero, ¿adónde podría ir? Ya me siento como un intrusa en
este mundo extraño.
Sin más opciones, dejo que la sirvienta me prepare un baño caliente y después
me vista con un fino vestido gris aparentemente destinado a la señora de la
casa. La tela es más suave que cualquiera que haya llevado antes, aunque
neutra y sencilla para sus estándares.
La muchacha se marcha y vuelve con un almuerzo a base de pan crujiente,

carne ahumada y más bebida caliente revitalizante. Como sola, escuchando el
lúgubre viento del exterior. Mi anterior asombro ante la nieve ha sido sustituido
por el temor a este amargo reino al que ahora debo sobrevivir. ¿Y qué hay de
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mi nuevo marido? Compartimos un solo beso en la boda y nada más desde
entonces. Lena y yo encontramos viejos libros en una biblioteca olvidada de
historias de la Tierra antes del Cambio. Historias de amor que hacían latir
rápido el corazón y sonrojar las mejillas. Mi luna de miel no fue nada de eso.
Sólo aire helado y amargo con un extraño. Me pregunto si alguna vez podría
mostrarme amabilidad.
Al anochecer, la criada vuelve para llevarme al comedor. Mi aliento se atasca

en la garganta cuando entramos en la cavernosa sala y todas las miradas se
vuelven hacia mí. Vamen se sienta en la mesa principal sobre un estrado
elevado. Me hace señas para que me siente en el asiento vacío a su derecha.
Mantengo la mirada baja mientras ocupo mi lugar junto a él, dolorosamente
consciente del curioso escrutinio del grupo de elfos acorazados que llenan las
mesas. Destaco como una lámpara brillante en una habitación muy oscura, con
aspecto de carne fresca y una curiosidad para muchos que nunca antes habían
visto a una humana.
Junto a Vamen se sienta un elfo de constitución poderosa con largas trenzas

blancas y rostro severo. Vamen realiza breves presentaciones. "Mi teniente,
Althir Stormblade. Y esta es Iris, últimamente del reino humano, ahora mi novia
por disposición de los sacerdotes".
Los penetrantes ojos plateados de Althir se clavan en mí. Inclina la cabeza con
cortesía, aunque no con calidez. "Saludos, señora. Pocos de los nuestros
toman esposas humanas. Eres... una compañera poco común".
Me muevo, desconcertada por su tono dubitativo, pero Vamen cambia de tema,

cosa que agradezco. Nos sirven platos y copas, y nos quedamos en silencio
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mientras comemos. El rico estofado de venado y el vino especiado calman un
poco mi estómago mareado. Entre bocado y bocado, miro a hurtadillas a
Vamen, cuyo exótico rostro me sigue pareciendo fascinante. Una vez me pilla
mirando y rápidamente desvío la mirada. ¿He detectado interés en su mirada?
Después de la comida, unos juglares tocan flautas de caña e instrumentos de

cuerda en el fondo de la sala. La música es inquietante, evocadora de los
gemidos del viento sobre la piedra desnuda. Vamen me ofrece su brazo y yo
lo cojo obedientemente, ignorando las miradas de recelo que nos dirigen
mientras me saca del salón.
De vuelta en mis habitaciones, el fuego se ha reducido a brasas. Vamen añade

un nuevo tronco, mirando fijamente las crecientes llamas. Permanecemos
incómodos en lados opuestos de la chimenea. Dos extraños unidos por lazos
irrevocables, pero separados por la cultura. El abismo entre nuestros mundos
nunca había sido tan grande.
Vamen rompe primero el pesado silencio. "Espero que la comida te haya

parecido aceptable".
"Sí, mi apetito ha vuelto, gracias".
Él asiente. "Es tarde. Deberías descansar". Se dirige hacia la puerta interior

pero se detiene, mirando hacia atrás. "Este matrimonio es... inesperado. Pero
aquí te cuidaremos. Hasta que nos acostumbremos".
Sonrío. "Nada como el presente para conocernos o acostumbrarnos el uno al

otro, como tú dices". Estoy nerviosa, pero tampoco puedo ignorar el calor que
me recorre el vientre.
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"Iris, soy tan nuevo en esto como tú. Quiero ser un buen compañero para ti. Si
alguna vez hago algo que te duela, dímelo".
Se sienta a mi lado después de deshacerse del resto de su ropa. Su cuerpo,

grueso y musculoso, hace que el calor me invada por dentro. Trago saliva y
me subo la manta, con el cuerpo desnudo bajo ella, y tiemblo de miedo y
excitación. Su cuerpo brilla con músculos abultados a la luz de las llamas, la
piel oscura se estira sobre su enorme fuerza. Se inclina hacia mí y me ofrece
una dulce sonrisa.
"Yo también soy nueva". Bajo la mirada tímidamente. Su mano me quita la

manta de las manos, se levanta y me mira por primera vez.
"¿Qué hago primero?" Me pregunta, sorprendiéndome su inocencia. Es el

Señor Elfo Oscuro de las Montañas del Norte y me está preguntando qué
hacer.
"¿Besarme?" Pregunto suavemente, deseando sus labios sobre los míos.

Sonríe más ampliamente y se inclina, presionando su boca contra la mía, la
lengua deslizándose entre mis labios. La lengua de Vamen se siente divina
cuando la desliza en mi boca, un profundo y ronroneante gemido vibra en su
pecho.
Alargo la mano y acaricio sus brazos, gimiendo en su beso. Vamen posa

suavemente su mano sobre mi pecho y lo aprieta suavemente, un profundo
ronroneo retumba en su pecho.
"¿Son sensibles los pechos?" Rompe el beso y murmura.
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"Sólo cuando me los tocan", respondo tímidamente. "Pero a veces, cuando una
mujer está excitada, sus pechos pueden volverse sensibles".
"¿Excitada cómo?" Sus dedos amasan suavemente mi carne.
"Cuando ella lo desea". Gimo suavemente, sintiendo el tacto de Vamen

moverse entre mis muslos. Acaricia el suave mechón de pelo y luego acaricia
su dedo arriba y abajo de mi hendidura.
"¿Desea qué?" Su aliento es áspero y caliente.
"Tocar. Besar". Gimo mientras Vamen me besa de nuevo. Su dedo se hunde

en mi interior y maúllo contra sus labios.
"¿Sexo?" Gruñe.
Asiento y gimo más fuerte. Vamen se ríe contra mis labios y empuja su dedo
más adentro. "Quiero oírte decirlo".
"Sexo", gimo. "Sexo. Por favor. Vamen". Me aferro a su fuerte brazo y giro las
caderas.
Retira el dedo y se lo lleva a los labios. Lo lame y suspira. "Sabe dulce".
Mis mejillas arden de vergüenza. Vamen sonríe y me besa más. "No seas
tímida. Es algo bueno". Me tumba hacia atrás y abre bien mis muslos. "Quiero
verte entera". Me frota los pliegues y me toca el capullo de arriba. "¿Qué es
esto?
"Ah..." Jadeo y Vamen me tapa la boca.
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"Shh, Iris", me susurra. "No podemos despertar a todos". Retira la palma de la
mano y acaricia el interior de mi muslo. "Dime qué es eso".
Me muerdo el labio y tiemblo. "Es la fuente del placer".
Vamen sonríe y se inclina, besándolo y arrastrando su larga lengua sobre él.

Me muerdo los nudillos para no gritar. Vamen besa y mordisquea. Utiliza su
dedo para abrirme mientras su lengua me lame. Mis muslos empiezan a
patalear y Vamen los sujeta.
"Iris, Shh", gime. "Quédate quieta". Se sienta, con la barbilla goteando y los
labios brillantes. "Sabes tan dulce". Se lame las mejillas y luego frota los dedos
contra mi vulva. "Se siente bien toda esta zona, ¿verdad?".
Me estremezco y tiemblo, sintiéndome como si hubiera sido golpeada por un

fuerte rayo de magia. Vamen desliza su dedo dentro de nuevo y gimo. "Sí. Sí...",
mi voz se quiebra.
Vamen se ríe y se tumba encima de mí, su peso pesado y cálido. "Iris, nunca
antes había sentido a una mujer".
"Yo tampoco". Le rodeo con los brazos.
Vamen me besa y frota su pene contra mi raja. "¿Te parece bien que te la
meta?".
Trago saliva y asiento. "Por favor".
Vamen me besa más mientras guía su pene hacia dentro. Gime y gruñe,
deslizándose hasta el fondo y luego se detiene un momento. "¿Duele?" Jadea.
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"Un poco", gimoteo. "Pero también sienta bien".
Vamen empieza a moverse y mi mente se queda en blanco. Me aferro a él,

besándolo y gimiendo en su oído. Los gruñidos de Vamen se vuelven bajos y
poderosos. Me penetra, haciendo que me derrita sobre las mantas.
Vamen me muerde el cuello y hunde sus dedos en mis caderas. Gruñe y aúlla,
tiembla y de repente se detiene. Se libera dentro de mí, su gruesa semilla me
llena. Vamen se agita y se vacía.
"Iris", gime. "¿Te ha gustado?"
Asiento débilmente. "Te has sentido de maravilla".
Vamen me besa, vuelve a entrar y se mueve lentamente. "Se siente mejor esta
vez". Resopla. "Iris, esto es increíble".
Suelto una risita y le beso. "Lo es." Le acaricio la espalda y levanto las caderas.
Vamen vuelve a quedarse quieto y libera su interior una vez más.
En la increíble secuela de hacer el amor, me quedo dormida acurrucada a su

lado, las mantas nos mantienen calientes mientras las nubes soplan el aire
gélido. Para ser una noche de luna de miel, sin duda sabía cómo complacerme.
"Prometo aprender a quererte y a tratarte como quieras. No quiero

decepcionarte".
Me acurruco en su abrazo. "No lo harás". De eso estoy segura. Nuestra primera

vez me hizo sonreír y sentir tanta satisfacción en el cuerpo que no puedo evitar
tener esperanzas.
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Me invita a descansar y me libera para que pueda usar las instalaciones. Tras
ponerme un suave camisón, me deslizo junto a él bajo las sábanas de seda. Mi
cuerpo se funde con el mullido colchón después de tantas noches en suelo
duro. Por un momento me siento como una huésped mimada. Pero el aullido
del viento más allá de las paredes pronto me recuerda lo contrario. A pesar del
calor, tiemblo.
Esta es mi vida ahora, atada a un señor extraño en una tierra extraña. Me

acurruco de lado, con la espalda en contacto con la suya, observando los
copos de nieve que se arremolinan más allá del cristal. En algún lugar, el
mundo de mi infancia sigue girando. Pero no puedo volver atrás.
Mi mano encuentra la banda de oro rosa en mi dedo, todavía ajena pero

también parte de mí ahora. El anillo de Vamen. El mundo de Vamen.
Mientras el sueño me arrastra lentamente, mis pensamientos se desvían a

momentos más amables del viaje hasta aquí. El firme abrazo del brazo de
Vamen sosteniéndome en la silla de montar. Su capa envuelta alrededor de
mis hombros junto a la fogata. Pequeñas pero sinceras amabilidades.
Quizá con el tiempo surjan más puntos en común entre nosotros, si

aprendemos a cultivarlos. Me aferro a esta chispa de esperanza mientras me
duermo en mi nuevo hogar.
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Capítulo 5
Vamen
Camino a grandes zancadas por los pasillos familiares, soldados y sirvientes

inclinan la cabeza respetuosamente a mi paso. Otro día supervisando mis
dominios, la única vida que he conocido en estas largas décadas desde que el
Gran Cambio arrojó a nuestra raza a esta dura tierra. Sin embargo, ahora mis
pensamientos se desvían hacia la joven esposa humana que espera en mis
aposentos. Iris. Una anomalía en mi mundo.
Sigo pensando en la lógica de los sacerdotes al hacernos compañeros. Ella

parece tan inadecuada para los climas brutales del Norte. Un pájaro cantor de
verano entre cuervos. Pero el anillo rúnico en mi mano susurra fuerzas arcanas
más allá de la razón. El destino nos une, por muchas dudas que me asalten.
De regreso a mis aposentos, encuentro a Iris sentada junto al fuego, peinando

las largas ondas de su cabello de lino. La criada que le asigné no está a la vista.
Iris se sobresalta a mi entrada, apretando el cepillo contra su pecho. Tal vez
esperaba estar en cama antes de mi regreso.
"Buenas noches, mi señor. No le esperaba tan tarde".
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"Por favor, eres mi esposa, llámame Vamen. Los días son largos aquí. Te
adaptarás".
Ella asiente, volviendo a su cepillado con especial atención a las llamas. La

observo desde la puerta, intrigado por la interacción de la luz del fuego sobre
las hebras rojas y doradas. A diferencia de las trenzas lisas y plateadas de
nuestras hembras.
"Tu pelo..." Dudo, no sé cómo expresar mi fascinación. "Perdóname, nunca

había visto algo parecido".
Iris parpadea sorprendida por mi torpe cumplido. Unos pequeños pies

descalzos asoman por debajo de su camisón. Parece empequeñecida sin los
finos vestidos y zapatos. Más joven. Vulnerable.
Me aclaro la garganta bruscamente, recordando que la corrección no tiene

cabida aquí. "Pero deberías estar en cama. Me retiraré a mi habitación".
"¡No!" suelta de repente. Ante mi ceja levantada se recompone, con los dedos
preocupados por el mango del cepillo. "Quiero decir... ¿no podríamos
sentarnos juntos un rato? ¿Cerca del fuego?"
Su petición me sorprende. Hemos procurado mantener las distancias,

inseguros de cómo manejar esta intimidad forzada. Sin embargo, asiento con
la cabeza antes de pensarlo mejor.
Iris se aparta sin decir palabra a un lado de la silla tapizada de piel. Tras una
pequeña vacilación, me acomodo en el extremo opuesto, procurando dejar un
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espacio respetuoso entre nosotros. Ambos miramos fijamente las llamas bajas,
con el único sonido del crepitar de los troncos.
Me pregunto cómo romper esta torpeza entre nosotros. Es mi mujer y, sin

embargo, me siento más extraño que familiar. No sé nada de ella más allá de
los escasos detalles de la misiva del templo que anunciaba la unión de nuestro
compañero. Su vida anterior es un misterio. La curiosidad me suelta la lengua.
Ninguna doncella elfa se sentaría conmigo de manera tan informal,

desatendida y en ropa de cama. Sin embargo, se siente... agradable. Incluso
reconfortante. Extiendo mi mano marcada ante mis ojos, recordando el calor
de su suave tacto. Sea cual sea el propósito del destino al unirnos así, no puedo
negar que despierta en mí un extraño sentimiento de protección.
Tal vez sólo eso demuestre que la magia tiene un fin más profundo. Con esta
revelación calentándome, finalmente hablo.
"¿Mencionaste una vez que te criaste al cuidado del templo?".
Iris asiente, con los ojos nublados. "Desde que era pequeña. Mis padres
murieron a causa de la fiebre roja".
"Lo siento." Es extraño pensar que esta mujer a mi lado creció huérfana. No
puedo imaginarme a una elfa desprovista de familia y clan. Tal fragilidad es
ajena a mi especie. Sin embargo, sobrevivió, como una mala hierba que se
abre paso a través de la piedra.
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Iris se encoge de hombros. "Fue una vida dura, pero no cruel. Lena y yo
encontrábamos maneras de reírnos". Una sonrisa nostálgica se dibuja en sus
labios. "La echo de menos sobre todo. Mi única amiga de verdad".
Me muevo inseguro, al tanto ahora de este dolor íntimo que no puedo esperar
curar. Pero la expresión de Iris no contiene amargura ni culpa. Su tranquila
resistencia se gana mi respeto.
"Tienes un valor digno de cualquier doncella elfa. Espero que con el tiempo
encuentre un hogar aquí".
Iris me mira directamente por primera vez desde que entré. Algo en su rostro
se suaviza. "Eres muy amable, Vamen. Haré lo que pueda".
Volvemos a callar, pero el silencio es menos tenso. Cuando los leños se

queman hasta convertirse en brasas incandescentes, Iris ahoga un delicado
bostezo detrás de la mano. Me pongo en pie y le ofrezco mi propia mano en
un gesto formal.
"Tengo que darme un baño". Sonríe somnolienta.
Reviso a los guardias y me aseguro de que todo esté en orden por esta noche.
Me dirijo hacia Iris. Ya se habrá bañado y estará lista para irse a la cama. Me
detengo en el retrete y me ocupo de asearla. Al entrar en el vestíbulo, me dirijo
a los criados. "Nada de interrupciones por esta noche a menos que sea de vida
o muerte". Me responden con una reverencia mientras atravieso las puertas
dobles de los aposentos de Iris y despido a sus sirvientes por esta noche.
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Mi ángel humano se relaja en la cama, con el pelo liso cayéndole sobre el
pecho izquierdo. Sus hermosos ojos me miran y una sonrisa se dibuja en su
rostro. Me acerco a ella, dispuesto a hacerla mía de nuevo.
"Marido mío, ¿has cambiado de opinión y has decidido unirte a tu mujer esta
noche?".
Mi cuerpo se relaja a su lado después de quitarme la bata.
Iris me rodea con sus brazos, me besa y me toca por todas partes. Le acaricio
el cuerpo, sus curvas son suaves y flexibles. La vuelvo a tumbar y le abro los
muslos. Su vulva está rolliza y lista para mí.
"Vamen", suspira Iris.
"Déjame limpiarte". Me arrodillo y lamo sus pliegues y su raja. Iris jadea y se

retuerce. Coloco mi mano sobre su vientre para mantenerla en su sitio. Le
chupo el clítoris y sus piernas patalean.
"¡Vamen! Acabo de bañarme, estoy limpia". gime.
"Shh, esposa", ronroneo. "Cálmate ahora". Beso sus muslos y su vientre y

luego me levanto. Beso a Iris, presionando mi polla dentro de ella.
Iris me maúlla al oído y se agarra a mí. Me muevo despacio, queriendo sentir

cada centímetro de ella. Iris está apretada y caliente. Podría quedarme dentro
de ella para siempre.
"Vamen..." Iris dice. "Eres tan grande".
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Sonrío y la beso. "Y tú eres tan suave". Beso su pecho y su cuello. Iris gime
más y arrastra los dedos por mi espalda. Gruño y me meto hasta el fondo.
"Estoy a punto de venirme", advierte Iris.
"Ven entonces". Le gruño al oído. Iris grita, tiembla y se aprieta a mi alrededor.

Gruño y me libero dentro de ella.
Me tumbo a su lado, besándola y tocándola. "¿Ha estado bien?" le susurro.
Iris asiente. "Sí." Me acaricia por delante. "No puedo creer que seas mi marido".
"Y tú, mi mujer". La beso y suspiro. "Es un honor."
Nos quedamos dormidos acurrucados, sus ligeros pliegues se adaptan

perfectamente a mí. Antes de que salga el sol, un golpe urgente en las puertas
me saca del encantador sueño con mi nueva esposa. El sirviente me llama a
mi cámara donde me necesitan. Un último beso en la mejilla de mi bella
humana y me levanto, me visto y me dirijo a mi habitación.
***
Las semanas siguientes transcurren de forma similar. Iris se atreve a explorar

la fortaleza, ya no es mi tímida ratoncita, sino una que mantiene la cabeza alta
mientras aprende nuestras costumbres. Algunos siguen murmurando sobre la
intrusa humana, pero ninguno se atreve a expresar sus dudas directamente,
sabiendo que cuenta con mi protección.
Toma las comidas matutinas en privado en su habitación, pero a menudo se

reúne conmigo para cenar y escucha embelesada mis relatos sobre las
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patrullas fronterizas y los informes de intendencia. Los detalles mundanos del
gobierno parecen fascinarla. A su vez, yo aprendo más sobre su vida en el
templo, por sencilla que fuera. Se va formando un entendimiento entre
nosotros, frágil como el hielo nuevo sobre un estanque.
Una mañana me llaman a la sala principal antes de lo habitual para una reunión
urgente. Todos mis capitanes están reunidos en torno a la gran mesa con
aspecto sombrío. Exijo una explicación.
Althir se adelanta, con cara de trueno. "Perdone la interrupción, mi señor. Pero

nuestros exploradores han informado con noticias terribles. Los clanes de
hombres lobo se han unido bajo un nuevo alfa. Se reúnen en masa,
preparándose para atacar".
Un frío miedo se apodera de mi corazón. Esas bestias viles nos superan en

número cinco veces. Sólo nuestras defensas los han mantenido a raya hasta
ahora. Si atacan unidos...
Golpeo la mesa con el puño, haciendo sonar las copas. "¿Cuándo?"
"Unas semanas, no más. Quieren tomarnos mientras los pasos estén

despejados".
Camino, con los pensamientos desbocados. Nuestras murallas son fuertes,

pero con el número y el salvajismo suficientes, podrían desbordar nuestras
puertas. Debemos prepararnos. Asegurar las reservas de alimentos para un
asedio, reunir a todos los combatientes, enviar jinetes en busca de ayuda. Tal
vez mis parientes del sur nos presten guerreros.
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Me vuelvo hacia los capitanes que esperan. "Prepárense. Tenemos mucho que
hacer antes de que los lobos lleguen a nuestra puerta". Todos se golpean el
corazón con el puño antes de salir corriendo a seguir mis órdenes. Todos
menos Althir, que se queda con el ceño fruncido.
"Mi señor... ¿quizás deberíamos enviar lejos a la mujer humana? De vuelta con
su gente, por su propia seguridad".
Mi primer instinto es negarme. Iris es mi esposa, su lugar está a mi lado. Sin

embargo, la idea de la guerra, de bestias voraces irrumpiendo en estos mismos
salones... Mis tripas se retuercen imaginando a la gentil Iris a su merced. Tal
vez Althir habla con sabiduría. Pero mi parte egoísta retrocede ante la idea de
perder su luz en mi oscuro mundo.
"Déjame pensarlo, viejo amigo. Aún tenemos tiempo". Althir se inclina y se

marcha.
Ahora estoy solo en el pasillo, atormentado por decisiones imposibles. Iris me

pone en peligro de formas que nunca preveí, escabulléndose de mi guardia
cuando menos puedo permitirme la debilidad. Con enemigos invasores a punto
de atacar, necesito claridad de objetivos, no sentimientos tiernos por una chica
humana.
Pero la idea de enviar a Iris al crudo invierno me aprieta el corazón como un

puño. Ella sola nunca sobreviviría el largo viaje. Y no puedo prescindir de los
hombres como escolta, no ahora. Instintos contradictorios luchan en mi interior
mientras miro fijamente los muros de piedra.
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Una suave pisada me saca de mis cavilaciones. Iris está enmarcada en la
puerta, oliendo a ansiedad.
"¿Vamen? Perdóname, pero he oído noticias sombrías... ¿es cierto que

amenazan invasores?".
Domino mi rostro con cuidadosa neutralidad. Ya no hay forma de ocultarlo. "Sí.

Pero no temas, aquí estarás bien protegida".
"Por supuesto." Se acerca un poco más y veo cómo se le hace un nudo en la

garganta al tragar saliva. "Pero mi lugar está a tu lado, esposo. Con todo lo que
venga".
Su mirada decidida me atraviesa. Ya conoce el difícil camino que le espera,

pero declara su lealtad sin rodeos. No leo vacilación en sus ojos, sólo un valor
silencioso. Tal vez más del que yo mismo puedo presumir.
Recorto la distancia que nos separa y la agarro firmemente por los hombros.
"Me honras, esposa. Sea cual sea el destino, lo afrontaremos como uno solo".
Iris pone sus manos sobre las mías, su anillo es un punto de calor contra mi
piel. En ese momento se disipa cualquier duda. Ella está destinada a recorrer
este camino conmigo, hacia la oscuridad o hacia la luz imprevista. Nuestros
destinos están ahora entrelazados, inquebrantables. Que pase lo que tenga
que pasar.
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Capítulo 6
Iris
La fortaleza se transforma de la noche a la mañana en una erizada armería que

se prepara para el asedio. Mire donde mire, los soldados pasan cargados de
madera y piedra para apuntalar los muros, empujan carros cargados hacia los
barracones o afilan las armas haciendo sonar los patios de entrenamiento con
el estridente beso de la piedra amolada. El aire se siente cargado de tensión,
presionando como una mano invisible.
Mis propios recelos se vuelven insignificantes ante el miedo tangible que se

cierne sobre las Tierras del Norte. Este pueblo, ahora mi pueblo, se enfrenta a
la invasión de voraces enemigos que no mostrarán piedad si penetran en estas
fortalezas. Y Vamen lidera la lucha que se avecina, llevando todo el peso de la
responsabilidad sobre sus hombros. No puedo añadir mis propias
preocupaciones a su carga.
Así que exploro donde puedo, ayudando a preparar medicinas, comprobando

las correas de las armaduras y cocinando en las humeantes cocinas,
intentando ser útil. Los criados me miran con curiosidad, pero aceptan mi
ayuda cuando se dan cuenta de que pongo de mi parte. El trabajo duro
mantiene mi mente firme en medio del pavor.
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Durante las comidas en el gran salón, escucho a Vamen y Althir contar el
número de tropas, suministros y planes de defensa, memorizando sus
palabras. Si llegan tiempos malos, necesitaré conocer cada detalle para ayudar
a sobrellevar a mi nuevo clan. Una noche, después de cenar, Vamen me pide
que le acompañe a inspeccionar la fortaleza interior. Tomo su brazo
agradecida, animada porque aún desea mi colaboración en esto.
Paseamos por los parapetos que rodean el patio, con el aliento empañando el
aire nocturno. Los soldados de guardia asienten respetuosamente a nuestro
paso. El rostro de Vamen parece tallado en piedra a la luz parpadeante de las
antorchas, y sólo el apretón de su mandíbula oculta la ansiedad que sé que se
esconde bajo ella. Pero su voz permanece firme, señalando la casa del pozo,
la herrería y el granero que nos sostendrán en un asedio prolongado.
Por fin nos detenemos en lo alto de la torre norte, contemplando las montañas
heladas que se desvanecen en la oscuridad. Vamen apoya ambas manos en
los merlones helados. "Si los muros exteriores caen, nos retiramos aquí al
torreón interior. No fallará". Su tono no admite dudas, pero oigo el miedo
silencioso. Si los lobos se abren paso, no habrá ningún lugar al que huir, sólo
una última y desesperada resistencia en estas mismas piedras.
Antes de que pueda pensarlo mejor, me acerco a Vamen, imitando su postura

con mis manos sobre la fría piedra. "Subestimas el valor de tu pueblo, esposo.
Y tu propia fuerza". Giro la cabeza para encontrarme con su mirada
ensombrecida. "Ten fe".
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Vamen busca mi rostro en silencio. Entonces su expresión se suaviza en grado
sumo. "Tienes sabiduría, esposa, a pesar de tu juventud". Sus dedos rozan
tentativamente mis nudillos. "Gracias."
Me siento absurdamente reconfortada por su gratitud. Sé que aún me

considera una niña que juega con la sabiduría. Pero si puedo ayudarlo aunque
sea un poco a atravesar la tormenta que se avecina, por ahora es suficiente.
Mi corazón palpita por el elfo oscuro, chispas de amor burbujean desde lo más
profundo de mi alma.
Demasiado pronto el frío nos llama de vuelta al interior. Mientras caminamos,

las zancadas de Vamen parecen menos pesadas. Cuando regresamos a
nuestros aposentos, algunas de las arrugas alrededor de sus ojos se han
suavizado. Lo considero una pequeña victoria.
Nos desplomamos en la cama blanda, nuestras ropas se caen al juntarnos. La

profunda risa de Vamen resuena a través de sus gruesos músculos, haciendo
que mi cuerpo cobre vida.
Vamen me besa la mejilla y el cuello.
Envuelvo mis brazos alrededor de su fuerte cuello. Hacer el amor nos resulta
fácil ahora, y después de un día tan largo, es un respiro bienvenido. Vamen me
besa el pecho, me lame los pechos y se lleva uno a la boca. Su fuerte lengua
se arremolina alrededor de la punta y sus agudos ojos me miran.
Me besa los pechos y las costillas. Me retuerzo y suelto una risita mientras mi
vientre se derrite con el calor que inunda mi pelvis.
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Vamen me besa aún más, su larga lengua recorre la línea de mi vientre. Me
muerdo el dedo y muevo las caderas para intentar encontrarlo.
Sonríe y se levanta para mirarme. Me besa, me empuja hacia las almohadas y

me abre los muslos. La sonrisa se extiende perversamente por su cara. "No te
muevas".
"¡Pues deja de provocarme!" Le riño.
Vamen se ríe y me besa los muslos y el monte. "Sólo quiero disfrutar de ti". Me
besa la vulva y me mira con ojos penetrantes. Me lamo los labios, mordiéndome
el dedo de nuevo mientras Vamen me abre con sus dedos. Su lengua me lame
y Vamen gime contra mí.
Se levanta y coloca mis piernas sobre sus hombros. Me besa el trasero y me

lo muerde. "Delicioso".
"¡Vamen!" Vuelvo a quejarme.
Otra risita retumba en su pecho y se acerca a mis muslos. "Qué impaciente".

Se levanta, me besa y se coloca dentro. Jadeo y Vamen gruñe.
Se mueve lenta y profundamente, observándome de cerca y estudiando mis

expresiones. Sus poderosos brazos me rodean mientras su cola se mueve
alegremente detrás de él. Vamen me besa, con la respiración agitada y pesada.
Le araño los brazos y la espalda, maullando y suspirando. Me besa de nuevo

cuando empiezo a levantar la voz.
"Silencio, mujer", me dice. "Alguien te va a oír".
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Gimo y Vamen sonríe, yendo más fuerte y rápido. Gruñe, grita y se libera en
mi interior. Me llena y se desploma sobre mí.
Vamen me besa y se ríe. "Te amo".
Toco su fuerte mejilla y sonrío. "Te amo".
A la mañana siguiente me despierto con el amanecer brillando en rojo a través

de las ventanas cubiertas de escarcha. Un mal presagio, o eso decían siempre
las viejas del pueblo. Sangre en la nieve al final del día. Murmuro una rápida
plegaria contra las visiones malignas. Pero el día pasa sin incidentes.
Al anochecer, Vamen es llamado después de la cena a los cuarteles para una

sesión de estrategia. Se hace tarde y no hay noticias. Camino por nuestras
habitaciones, esperando ansiosamente. Mis ojos se desvían a menudo hacia
las ventanas donde la noche permanece negra y quieta.
Cuando la puerta finalmente se abre, pasada la medianoche, vuelo al lado de

Vamen sin pensarlo. "¡Gracias al cielo! Has estado fuera tanto tiempo, que
había empezado a temer..." Vacilo al ver su expresión demacrada.
"Perdóname. ¿Pasa algo?"
Vamen se frota la cara con ambas manos. "Todo va bien. El consejo se

prolongó, debatiendo asuntos resueltos hace tiempo".
No hace ademán de retirarse a su habitación, así que le guío suavemente hasta

la silla de la chimenea. Deja que le quite la capa y las botas en silencio. Le
ofrezco una taza de sidra calentada en el fogón. Vamen la acepta con un
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cansado gesto de agradecimiento, con los ojos perdidos en el baile de las
llamas. Parece completamente agotado.
Me siento en un taburete a sus pies y le pregunto: "¿Hay alguna forma de aliviar

tu carga?". Sacude la cabeza con pesar. "Sí que ayudas, Iris. Tu luz en estos
pasillos es un bálsamo en tiempos oscuros".
Su franqueza me conmueve profundamente. Por impulso, pongo mi mano

sobre la suya, apoyada en el brazo de la silla. Sus dedos en forma de garra se
crispan por la sorpresa, pero luego se enroscan suavemente alrededor de los
míos. Ninguno de los dos se separa durante un largo momento. Cuando Vamen
por fin deja su copa vacía y se levanta, me pesa la reticencia en la lengua.
"¿No os quedáis, mi señor? Es tarde para retirarse por separado...".
Vamen hace una pausa, con el cansancio luchando contra el decoro en su

rostro. Pero luego asiente y me permite llevarlo a la alcoba. Le doy la espalda
para que se cambie de ropa mientras él se quita las capas exteriores, y luego
me deslizo bajo las mantas en el lado que me corresponde. Vamen se une a
mí tras una breve vacilación, y el colchón se hunde bajo su peso.
Murmuro suaves deseos de que descanse y dejo que el sueño me arrastre. A

lo largo de la noche me doy cuenta gradualmente del calor de Vamen contra
mi espalda, sus rodillas metidas detrás de las mías. Es más reconfortante que
incómodo, un refugio contra las tormentas que se avecinan.
El amanecer llega apagado a través de las pesadas cortinas. Abro los ojos y
veo que Vamen ya se ha levantado, poniéndose la túnica. Se detiene al verme
despertar.
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"Gracias por tu compañía anoche. Tenías razón, descansé mejor". Mira a un
lado, más vulnerable en la admisión de lo que nunca he oído de él. "Espero no
haberte inquietado".
Me incorporo, arrebujando las mantas contra el frío. "Claro que no, marido.
¿Has dormido bien?" Ante su asentimiento, sonrío suavemente. "Bien.
Afrontemos las pruebas de este día con ánimos renovados".
Vamen se acerca a la cabecera, con expresión seria. "Tu gracia y sabiduría son
un honor para tu espíritu, Iris. Soy muy afortunado por mi esposa". Aprieta mi
mano brevemente, y luego se despide para comenzar las tareas del día. Pero
sus tiernas palabras perduran mucho tiempo después.
A partir de esa noche, compartimos el lecho conyugal sin incomodidades. En

realidad, duermo mejor con la firme presencia de Vamen a mi lado. La inocente
intimidad me fortalece contra el miedo que acecha los pasillos. Se avecinan
tiempos difíciles, pero juntos capearemos el temporal.
Varios días más tarde, un jinete galopa a través de las puertas bañado en sudor.
Vamen corre hacia la sala y yo le sigo de cerca. El explorador entrega su
informe entre respiraciones agitadas.
"Mi señor... lobos en masa en la frontera... Prepárense para el asedio..."
Se desploma antes de poder decir más. Pero el mensaje es claro. La guerra

ha llegado por fin a las Tierras del Norte. Una mano agarra mi corazón como
una prensa, pero la cara de Vamen sólo muestra una resolución de hierro. Se
dirige a sus capitanes.
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"Preparaos. Sellen las puertas y protejan las murallas. Arqueros a sus puestos.
Esta noche defenderemos nuestras tierras contra la aullante oscuridad".
Su voz resuena con autoridad, encendiendo un coraje feroz incluso en mi

pecho. Las fuerzas del mal pueden estar a nuestra puerta, pero nos
enfrentaremos a ellas con fuerza y valor. El clan de Vamen no caerá fácilmente.
Mientras los soldados se apresuran a obedecer las órdenes de Vamen, él me

mira a los ojos desde el otro lado del pasillo, con la frente marcada por una
solemne promesa. Asintiendo, pongo un puño sobre mi corazón. Yo soy suya
y él es mío. Que vengan los lobos.
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Capítulo 7
Vamen
La espera crispa los nervios más que la batalla. Los soldados caminan por los
parapetos, contemplando las sombrías colinas del crepúsculo. En cualquier
momento los lobos crestarán esas crestas, aullando de sangre.
Mantengo a Iris a mi lado en el torreón central, con su brazo entrelazado al mío.

Se mantiene erguida y firme, pero noto que su pulso se acelera donde nuestros
miembros se aprietan. Está aterrorizada, pero lo disimula valientemente. Mi
valiente leona. Sé que nunca rehuirá su deber, aunque la guerra y la muerte la
aterroricen.
El crepúsculo se desvanece, sustituido por el vacío de la oscuridad total. Las

antorchas arden a lo largo de las paredes, dando a la noche un brillo infernal.
Seguimos esperando, con el aliento helando el aire. Entonces, un estruendo
como un trueno sacude las piedras bajo nuestros pies. De las negras colinas
brotan aullidos sobrenaturales y escalofriantes. Me dirijo a Iris por última vez.
"Quédate aquí. La puerta interior los detendrá". Mi mayor temor es separarme

de ella en el caos que está a punto de estallar. Pero Iris sacude la cabeza con
fiereza.
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"Iré a la tienda de los curanderos y ayudaré a atender a los heridos". Ante mi
protesta, me agarra de la mano, con los ojos encendidos. "¡No puedo
acobardarme inútilmente! Déjame servir donde pueda".
Su valentía me llena de orgullo, a pesar de que mis instintos me piden a gritos

que la mantenga a salvo tras barreras de piedra y acero. Asiento a
regañadientes y la agarro por el hombro. "Esta noche se valorará tu trabajo.
Mantente alerta".
Iris presiona algo contra mi palma: su peine de plata engastado con pálidas
piedras preciosas. "Para la suerte", susurra. Antes de que pueda responder, se
da la vuelta y se aleja corriendo por el patio. Aprieto el puño en torno al
delicado objeto, rezando para que esta no sea nuestra última despedida.
Un estruendo ensordecedor atrae mis ojos hacia las puertas exteriores. Los
lobos han traído un ariete y ahora astillan la gruesa madera como yesca seca.
Sólo tenemos unos minutos antes de que rompan las primeras defensas.
Desenvaino mis espadas y me dirijo hacia el caos, con la sed de batalla
creciendo en mis venas. La espera ha terminado: ahora luchamos.
Lo que sucede a continuación se convierte en una pesadilla de sangre y acero.

Los lobos atraviesan las puertas destrozadas, hiriendo y acuchillando nuestras
filas blindadas. Mantenemos nuestro muro, las espadas y las hachas resuenan
cuando encuentran resistencia. Mis propias espadas abaten una bestia
gruñona tras otra, y los cadáveres se amontonan a mis pies. Pero siguen
llegando, una marea oscura que intenta ahogarnos a todos.
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Un gigante de montaña nos atraviesa por el flanco y se eleva por encima de
los combatientes. Grito un desafío y salto sobre su espalda, clavándole ambas
espadas en su corpulento cuello. Se desploma, aplastando a los enemigos que
se encuentran debajo, antes de que yo libere mis armas. Al levantar la vista de
la carnicería, me quedo helado al ver un destello familiar de oro lechoso.
Iris ayuda a arrastrar a un soldado herido desde el frente, sin prestar atención
a la batalla que se libra peligrosamente cerca. Mientras la observo, un lobo se
abre paso y arremete contra su espalda expuesta, con sus garras cortantes.
"¡Iris!" Estoy demasiado lejos para intervenir. Ella gira al oír mi grito, con los
ojos desorbitados mientras la muerte desciende.
Una flecha silbante atraviesa las fauces de la bestia. Althir baja el arco, con el
rostro lívido. "¡Metedla dentro, mi señor! ¡Los tenemos!"
Sin preocuparme ya por la gloria o el deber, me abro paso hasta el lado de Iris
y la empujo hacia la torre central. Esta vez no discute. La puerta interior se
cierra tras nosotros, silenciando los sonidos de la matanza. Iris se desploma
contra la pared, con el pecho agitado. La estrecho entre mis brazos, sin
importarme quién pueda verla. Ella se aferra con la misma fuerza.
"¡Niña tonta, te advertí que te protegieras! ¿Por qué eres tan terca?".
Iris sacude la cabeza contra mi pecho. "Tenía que ayudar a salvar vidas, no
esconderme como una cobarde. Pero siento haberte causado temor". Sus
manos se retuercen en mi túnica mientras tiembla.
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Suavizo mi tono, acariciando su pelo. "Fuiste valiente, esposa. Pero estos
monstruos te destrozarían. No podría soportarlo". La confesión se me escapa
antes de que pueda contenerla. Iris levanta la vista, sus ojos brillan a la luz de
las antorchas.
"Tampoco lo haré si te hacen daño. Pero ahora los dos estamos a salvo". Se
pone de puntillas y me besa suavemente la mejilla. "Todo irá bien". Su dulce fe
me atraviesa el corazón. Ojalá pudiera creer tan firmemente que saldremos
indemnes de esta oscuridad a la luz del amanecer.
Por ahora, los muros interiores siguen en pie. La lucha continúa en el exterior,
pero ya no amenaza con extenderse a estos pasillos. Conduzco a Iris a
nuestros aposentos, donde nos despojamos de nuestras ropas
ensangrentadas y nos desplomamos en la cama. No hablamos, pero nos
abrazamos bajo las pieles. Si estas son nuestras últimas horas, quiero su olor
y su calor a mi lado.
En algún momento de la noche, los sonidos de la batalla se desvanecen. Se

instala un silencio espeluznante, sólo roto por los gemidos de nuestros propios
heridos, ahora a salvo tras las puertas centrales. Los lobos se han retirado con
la salida del sol. Hemos sobrevivido al primer ataque.
A la luz de la mañana, me entero del coste de nuestra victoria. Docenas de

heridos o muertos, nuestras puertas y fortificaciones exteriores destrozadas.
Llevará semanas reconstruirlas. Pero las bestias también sufrieron pérdidas.
Tal vez lo suficiente como para hacerles reconsiderar su derrota.
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En los días siguientes, tenemos pruebas de ello. Los exploradores informan
que el ejército de lobos se fractura de nuevo, las tribus se retiran a través de
la frontera. Apostaron al éxito de un ataque masivo. Ahora su fracaso ha hecho
añicos su tenue pacto. Las Tierras del Norte están a salvo de nuevo.
Pero nosotros hemos cambiado irrevocablemente. Aún llevo el peine de plata

de Iris en mi cinturón, el metal manchado de sangre oscura. Atravesamos
juntos el fuego abrasador, unidos por las penurias compartidas. Nadie sabe
qué nos espera ahora en estos tiempos difíciles. Pero seguimos adelante, codo
con codo.
Los últimos lobos se han ido, nos reunimos en el gran salón para un banquete
de victoria. Iris se sienta orgullosa a mi derecha, sonriendo cansada pero alegre
a los alborotados soldados que relatan sus heroicas hazañas. Mientras los
sirvientes recogen los restos de la comida, un juglar toca una alegre melodía
en la lira. Los hombres apartan los bancos y empujan a las doncellas para que
bailen animadamente. Suenan las risas, el sonido de los tiempos oscuros
desterrado.
Me vuelvo hacia Iris, con el corazón súbitamente animado. "Baila conmigo".
Parpadea sorprendida, pero acepta mi mano. La arrastro hacia los pasos

estridentes, haciéndola girar hábilmente bajo mi brazo. Sus faldas vuelan, su
pelo se suelta de la trenza y baila como lino dorado sobre su rostro sonrojado.
Es la gracia y la belleza en persona, un ave fénix que resurge del horror y la
pérdida.
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Cuando la música alcanza un crescendo estrepitoso, alzo a Iris en alto, con la
cara echada hacia atrás en un regocijo exultante. Por un momento somos
triunfantes, vencedores de la larga noche. Su risa clara ahuyenta las sombras
persistentes de mi alma. Que vuelvan algún día, las expulsaremos de nuevo,
juntos.
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Capítulo 8
Iris
En las semanas siguientes al asedio de los lobos, la vida en la fortaleza se

asienta en un nuevo ritmo. Las reparaciones dominan los días mientras
trabajamos para reconstruir las puertas destrozadas y reforzar los muros
contra futuros asaltos. Todas las mañanas me uno a los equipos de trabajo para
traer herramientas y materiales a los albañiles y carpinteros. El trabajo físico
me agota cada noche hasta dormir sin sueños, lo que me evita revivir los
horrores de la batalla cuando cierro los ojos.
Vamen supervisa todos los esfuerzos de reconstrucción al tiempo que se

ocupa de los cientos de detalles necesarios para mantener su dominio en
funcionamiento. Nos vemos sobre todo en las comidas o brevemente al final
del día, antes de que el sueño nos reclame. Pero la facilidad con la que nos
compenetrábamos antes de la guerra continúa, y nuestra confianza en el otro
se demuestra en la crisis. La tímida intimidad que crecía entre nosotros antes
es ahora un vínculo firme que ninguno da por sentado.
Una tarde en que las lluvias primaverales nos confinan en el interior, deambulo
por los pasillos de la fortaleza sin rumbo fijo, inquieta por la energía contenida.
Pocos son los que se atreven a recorrer los fríos pasillos durante el aguacero.
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Al pasar junto a una cámara de invitados en desuso, unos débiles sonidos me
hacen detenerme. Acerco el oído a la puerta y percibo un golpe sordo y luego
un tintineo metálico. Me pica la curiosidad, giro el picaporte sin hacer ruido y
me cuelo dentro.
La modesta habitación está abarrotada de cajas y muebles viejos. Unas

pesadas cortinas cubren la ventana, dejando el espacio en penumbra incluso
a mediodía. Tardo un momento en descubrir el origen de los ruidos: una parte
de la pared revestida de madera está ligeramente entreabierta. Una puerta
secreta, indetectable desde el exterior en el sombrío interior. Ahora está lo
suficientemente abierta como para revelar una franja de oscuridad más
profunda.
Miro detrás de mí, mordiéndome el labio con incertidumbre. Lo que haya al

otro lado probablemente no sea para mis ojos. Pero el misterio me atrae. Quizá
sólo un vistazo, suficiente para satisfacer mi curiosidad, y luego me marcho
rápidamente.
Con el corazón agitado, abro la puerta unos centímetros más y me cuelo por
el hueco. Más allá se extiende una negrura tenebrosa. Recorro a ciegas la
pared derecha con las manos hasta que percibo una antorcha en un
candelabro de hierro. Golpeo el pedernal hasta que chispea, consigo encender
la antorcha empapada en brea y la levanto del soporte. La luz del fuego se
derrama sobre las paredes toscamente labradas de piedra natural. Una
estrecha escalera desciende a la tierra bajo los cimientos del castillo.
Me planteo dar media vuelta. No me siento bien escabulléndome por pasadizos

secretos. Pero si estuviera realmente prohibido, ¿por qué dejarlo abierto para
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que cualquiera lo encuentre? Envalentonada, empiezo a bajar sigilosamente
los desgastados escalones, apoyando una mano en las frías y húmedas
paredes.
Las escaleras terminan en otra puerta de madera reforzada con bandas de

hierro. Al abrirla, da a una pequeña cámara con un escritorio polvoriento y más
antorchas entre paréntesis. Me tiembla el pulso. Debe de ser una especie de
estudio oculto. Pero, ¿por qué ocultarlo?
Enciendo más antorchas hasta que la habitación resplandece cálida y

luminosa. El escritorio contiene hojas de pergamino cubiertas de garabatos.
No son runas élficas comunes, sino un lenguaje más áspero y punzante que no
reconozco. Mapas y diagramas llenan el resto de las páginas. Nada de eso
significa nada para mí.
Rebusco entre los papeles, cada vez más segura de que este estudio esconde
secretos peligrosos. Pero no puedo leer nada, ignorante como soy de la
escritura extranjera. A punto de darme la vuelta y volver a subir por la estrecha
escalera, unas voces procedentes del pasillo de arriba me paralizan.
Unas pesadas botas pisan directamente por encima de mí. Recorro con la
mirada la sombría habitación, presa del pánico. Si me encuentran aquí, ¿qué
castigo me espera? La silla del escritorio se apoya en la pared del fondo. Dejo
caer la linterna sobre las piedras y me meto debajo del escritorio, apretándome
en el estrecho espacio y tirando de la silla para ocultarme. En menos de lo que
canta un gallo, la puerta oculta se abre. Entran dos pares de pasos.
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Me tapo la boca con las manos y apenas me atrevo a respirar. Los intrusos se
mueven por la cámara, hablando en voz baja. Distingo palabras del dialecto
comercial élfico que se utiliza habitualmente en la fortaleza. Al fijar la vista en
un hueco entre los listones de la silla, vislumbro a dos hombres elfos vestidos
con pieles oscuras tachonadas. No hay signos ni colores que identifiquen su
lealtad. Podrían ser cualquiera.
Uno rebusca entre la pila de pergaminos mientras el otro se apoya en la pared

limpiándose las uñas con una daga. "Este será el lugar perfecto", murmura el
primero. "Una vez terminados los túneles inferiores, podremos movernos
libremente hacia y desde el valle".
El otro gruñe en acuerdo. "Desliza a algunos de los nuestros disfrazados de

comerciantes. Entonces veremos lo bien que resisten estos muros a los
infiltrados". Escupe despectivamente al suelo. La repulsión me revuelve las
tripas. Estos elfos conspiran contra sus propios parientes, destinados a dejar
entrar enemigos en la propia fortaleza. Saboteadores y traidores.
Siguen discutiendo planes para colar fuerzas dentro, debilitando las defensas.
Grabo cada palabra traicionera en mi memoria. Vamen debe ser advertido.
Pero estoy atrapado aquí hasta que se vayan. Los minutos pasan interminables
hasta que finalmente los conspiradores se marchan, cogen la antorcha y
vuelven a cerrar la puerta secreta. La oscuridad me envuelve una vez más.
Me acurruco inmóvil en mi estrecho escondite, rezando para que no vuelvan.

Lo que parecía una atrevida curiosidad amenaza ahora con un peligro mortal.
Pero he aprendido secretos que podrían condenarnos a todos si no se
descubren.
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Una eternidad después, salgo de mi refugio con piernas temblorosas. La
antorcha sigue sin encender, así que subo las escaleras a tientas a través de
la más absoluta oscuridad. Al llegar arriba, abro la puerta oculta y me asomo.
Al no ver ni oír nada, vuelvo a entrar en la polvorienta habitación de invitados.
El pasillo vacío tampoco da señales de vida. Vuelvo corriendo a mis aposentos
y cierro la puerta tras de mí.
Me paseo por la alfombra frente a la chimenea, con un miedo nauseabundo

acumulándose en mi estómago. No sé si esos elfos me habrán visto. E incluso
si mi presencia pasa desapercibida, ahora tengo conocimiento de un complot
que podría acabar con todo el clan de Vamen. Pero, ¿cómo revelarlo sin admitir
que he entrado en lugares prohibidos? Vamen seguramente me expulsaría por
tal desafío.
Pero la idea de la traición supurando sin control me hiela la sangre. No puedo

sentarme en silencio. Debe haber alguna manera de exponer la amenaza y
mantener mis propias acciones ocultas. Me siento y empiezo a redactar
cuidadosamente una vaga advertencia, rezando para que sea suficiente para
salvarnos a todos. El miedo a decirla en voz alta, donde otros puedan oírla, me
hace garabatearla en el papel. Escribirlo tiene más sentido.
Cuando Vamen regresa esa noche, me encuentra sentada rígidamente junto al

fuego, con mi carta sin firmar doblada firmemente en la mano. Sus cejas se
fruncen de preocupación cuando se da cuenta de mi malestar. "Mi señora,
¿pasa algo?"
Me lamo los labios secos, eligiendo mis palabras con cuidado. "Vamen, yo...
creo que estás en grave peligro. Aquí, en tus propios salones". Levantándome
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apresuradamente, le ofrezco la carta. "No puedo decir más. Por favor, ten
cuidado".
Vamen frunce el ceño mientras lee mi críptica advertencia. Cuando vuelve a

mirarme, la sospecha arde en sus ojos negros. "¿Qué sabes de esto?"
Puntualiza la pregunta agitando la carta.
Miro fijamente al suelo. "Nada más, esposo. Sólo quiero protegerte".
Guarda silencio tanto tiempo que temo que me exija más respuestas que no
me atrevo a dar. Pero entonces dobla la carta y se la mete en el cinturón con
un gesto seco. "Os agradezco la advertencia, mi señora. Descansad ahora.
Haré averiguaciones discretas".
Casi se me doblan las rodillas de alivio. No me pide información que no puedo

revelar. Tal vez supone que simplemente escuché chismes de la casa. Sea lo
que sea lo que crea, rezo para que sea suficiente para descubrir la vil
conspiración antes de que sea demasiado tarde.
Vamen me coge suavemente en sus brazos, alisándome el pelo. "Calla ahora,

no te preocupes tanto. Todo irá bien". Su ternura casi rompe mi resolución de
no hablar nada más de lo que he presenciado. Pero el riesgo es demasiado
grande. Simplemente me aferro a él, confiando en que sabe mejor que nadie
cómo utilizar mis conocimientos ocultos para nuestra protección.
Los días siguientes transcurren tensos, mientras ambos escuchamos

atentamente cualquier agitación en las filas. Pero la fortaleza sigue su curso
normal, ignorante de la víbora que hay en su seno. Empiezo a temer que mi
advertencia haya caído en saco roto. Tal vez el estudio oculto ha sido
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trasladado, y su contenido condenatorio se ha esfumado. La desesperación
lucha con la cautela en mi mente. Puede que haya esperado demasiado.
Más de una semana después de entregar la misteriosa carta, Vamen me pide

que cene en privado con él. El miedo se apodera de mi corazón,
preguntándome si habrá descubierto mi engaño. Pero su expresión sigue
siendo cálida e imperturbable mientras nos sentamos juntos a tomar gachas
de miel y vino especiado. Vamen pone su mano sobre la mía, que descansa
cerca de mi plato.
"Tengo buenas noticias, esposa. Los traidores de los que advertiste han sido
capturados y encarcelados, a la espera de juicio".
Joy me levanta de mi asiento y me abraza sorprendido. "¡Los has descubierto!

¿Entonces estamos a salvo?"
Con una risita, Vamen devuelve mi repentino afecto. "Así es. Tu advertencia
me envió a cavar en la dirección correcta. Puede que hayas salvado a todo
este clan, Iris". Acaricia mi mejilla con ternura, olvidando todas las reservas por
el momento. "No importa cómo llegaste a este conocimiento, te debo toda mi
gratitud. Ahora eres realmente una hija de estos salones".
Su sincero elogio me llena de alivio y orgullo. He protegido mi nuevo hogar y

a mi familia. Y tal vez, de alguna manera, finalmente he demostrado ser digna
de la fe que Vamen mostró al hacerme su novia. No simplemente la humana
extranjera a la que se vio forzado, sino ahora valorada como su dama y
compañera. Puede que las amenazas no hayan terminado esta noche, pero al
menos las enfrentaremos juntos.
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Capítulo 9
Vamen
Aún resuenan en mis oídos los gritos de júbilo de Iris ante la noticia. Su nota
de advertencia catalizó la cadena de acontecimientos que puso al descubierto
una víbora en nuestro hogar. Aunque se niega a compartir sus fuentes, Iris ha
demostrado con creces su devoción y valentía. Cada día nos une más,
borrando viejas dudas.
Sin embargo, la inquietud sigue masticando mi médula. Los conspiradores de

nuestras mazmorras hablan poco, pero el interrogatorio continúa. Sea cual sea
su sucio propósito, es más profundo que un puñado de pícaros y descontentos.
Debo erradicar la fuente que amenaza mi gobierno.
Estos pensamientos me agobian mientras hago mis rondas nocturnas por los
puestos de centinela. La escarcha cubre las piedras, el invierno hunde sus
dientes una vez más en las Tierras del Norte. Ya casi no siento el frío. Un líder
en vigilia, como en incontables noches anteriores. Pero ahora hay fuegos más
cálidos esperando en mi hogar y en mi alcoba. El hogar me llama.
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Cuando vuelvo, Iris está sentada cepillándose el pelo junto al fuego, sumida en
sus pensamientos. Sale de su ensueño al verme entrar y sus labios se curvan
en una suave sonrisa. Pero la persistente arruga de su entrecejo revela su
persistente inquietud por los últimos acontecimientos. Me arrodillo ante su silla
y tomo sus pequeñas manos entre las mías.
"Sigues preocupada, mi amor. Lo veo claramente en tu cara".
Los dedos de Iris aprietan los míos. "Es que... ¿por qué iba un elfo a tramar
tales males contra los suyos? ¿Qué propósito más profundo los impulsa?" Sus
ojos suplican respuestas fuera de mi alcance.
Ojalá pudiera borrar todos los miedos. Pero los comparto. "Hablas sabiamente.
Debe haber alguna mano que guíe los hilos de estas marionetas. Me propongo
cortarlos todos".
"Pero ten cuidado, esposo". Iris se acerca, su aroma floral me envuelve. "El mal
que se esconde en las sombras puede atacar desde cualquier ángulo invisible.
Ten cuidado".
Qué inocencia, aún convencida de que la justicia y la luz deben prevalecer si

el héroe se mantiene firme. Ella no puede comprender la negrura que se
arrastra al borde de la luz del fuego. Acaricio su suave mejilla, deseando
protegerla un poco más de las duras verdades de la vida. Algunas cargas no
están hechas para sus hombros.
"Todo irá bien, Iris. Contigo a mi lado, siento un propósito renovado". La

confesión llega sin avisar. Esta joven humana ha despertado sentimientos y
vulnerabilidades que me eran ajenos antes de nuestro desafortunado
72
emparejamiento. Me encuentro anhelando su cercanía más allá de las
exigencias de engendrar herederos o acallar chismes. Una verdadera
compañera que ilumine mi camino.
Impulsivamente, recojo a Iris en mi regazo. Se acerca voluntariamente y me

rodea el cuello con los brazos. El simple placer de estrechar su esbelta figura
contra mí es un bálsamo para mi maltrecho espíritu. La inspiro, filtrando la
oscuridad del mundo durante este momento robado.
"Me das fuerzas", murmuro entre sus cabellos de lino. Sus labios tocan mi
mandíbula, una delicada caricia llena de emoción no expresada. Nos
aferramos, dos almas unidas contra las tormentas. Que se estrellen contra
estas paredes, no nos sacudirán.
Una tos en la puerta de la cámara rompe nuestra frágil paz. Levanto la vista y
veo que Althir se mueve torpemente, claramente incómodo por inmiscuirse en
semejante intimidad. Aplaco mi expresión, levantando suavemente a Iris
mientras me pongo en pie.
"¿Sí? ¿Qué te trae a estas horas?".
Althir lanza a Iris una mirada de disculpa. "Noticias urgentes, mi señor. Han
capturado a más disidentes que intentaban huir del valle". Su boca se tuerce
con desagrado. "Llevaban el escudo real del propio rey".
El hielo se apodera de mi corazón. El rey del norte que comparte nuestras

fronteras siempre se ha erizado ante mi autonomía en las montañas,
considerando mi reino como un estado vasallo en lugar de un dominio
independiente. Pero traicionarme abiertamente es una escalada descarada.
73
Iris se lleva la mano a la boca, consternada. Suavizo mi respuesta por su bien.
"Ya veo. Gracias por informarme. Continuaremos esta discusión mañana".
Aceptando mi despido, Althir se marcha con otra reverencia. En cuanto se

cierra la puerta, Iris me mira ansiosa. "¿El rey en persona se ha vuelto contra
ti? Entonces estás en desventaja, esposo".
Aplasto mi propio miedo. El rey del norte podría traer veinte mil espadas contra
mis mil si así lo deseara. Pero los pensamientos de guerra abierta deben
esperar una prueba sólida.
"Paz, Iris. Aún no conocemos su participación directa. Debo manejar esto con
delicadeza". Le aparté los mechones sueltos del pelo, viendo inmediatamente
que mis perogrulladas no la satisfacían. Su mirada se clava en mí, exigiendo la
verdad. Se lo debo.
"Si el rey se ha vuelto contra mí, las cosas podrían ponerse... difíciles. Pero no
te desanimes. Capearemos esta tormenta como hemos hecho con todas las
demás". Tomo su pequeña barbilla entre el pulgar y el nudillo, suavemente.
"Confía en mí, esposa".
Los ojos de Iris brillan a la luz del fuego, pero ella parpadea lágrimas de miedo
y asiente con valentía. "Confío en ti. Afrontaremos lo que venga, codo con
codo". Se pone de puntillas y me besa con firmeza y castidad. Una caricia
impregnada de su fe y devoción. Sólo puedo esforzarme por ser el hombre
que ella cree que soy, para guiarnos a través de este futuro súbitamente
incierto.
74
Durante los días siguientes interrogo a los disidentes personalmente, Iris insiste
en asistir para reforzar mi determinación. Su presencia resulta ser una ayuda
sorprendente. Mientras que mis interrogatorios sólo obtienen un silencio
petulante o falsedades risibles, el sondeo engañosamente suave de Iris saca a
la luz varios hilos de verdad que yo no veía. Sea cual sea la mancha de
decepción que la marcó en su día, ahora me ayuda con un corazón abierto y
un intelecto astuto. Al verla enfrentarse a los prisioneros, sólo siento un orgullo
feroz por la mujer sin par en la que se ha convertido ante mis ojos.
Poco a poco se va formando una imagen. Una red de agitadores enviados por
el propio rey para infectar mi corte, debilitando la fe en mi liderazgo. El plan va
más allá de la mera infiltración y el sabotaje. Más buscan socavarme y
sustituirme por completo por un gobernante títere que pueda controlar mejor
mi rebelde feudo montañés. Parece que los lobos a mi puerta no sólo vienen
con dientes, sino vestidos con pieles amistosas.
Esta campaña de traición silenciosa apuñala más hondo que cualquier derrota
en el campo de batalla. Pero Iris permanece impertérrita. "La mentira y el
engaño no pueden enfrentarse a la verdad y el valor", me declara con valentía
una noche. "Sacaremos a la luz esta corrupción y la cortaremos de raíz".
Su optimismo resuelto me anima. Pero en privado reconozco que las

probabilidades superan nuestras fuerzas actuales. Si el rey se ha vuelto contra
mí de verdad, puede que ni siquiera el coraje sea suficiente. Podría formar un
ejército mañana y arrasar mi fortaleza a finales de año. Debo conseguir aliados
y preparar a mi pueblo para las duras pruebas que se avecinan.
75
En primer lugar, envío jinetes a mis señores vecinos, insinuando sutilmente el
descontento en el norte. Un hombre sabio fortalece sus amistades antes de
que la necesidad le obligue. También duplico la guardia en nuestras fronteras,
vuelvo a poner en marcha planes de racionamiento de emergencia y acelero
el entrenamiento de los soldados de la generación más joven. No nos
enfrentaremos a nuestro enemigo sin estar preparados.
Por último, entrego a Iris una daga envainada, pequeña pero muy afilada, con
la empuñadura engastada con los colores de nuestra casa. Ella retrocede al
primer toque como si fuera una víbora.
"Esposo, no puedo... no sé cómo..."
"Debes aprender. Haré que nuestro mejor entrenador te instruya". Cierro sus
dedos alrededor de la empuñadura forrada de cuero. Parpadea y acepta el
arma de mala gana.
"Se acercan días peligrosos, Iris. No puedo estar siempre a tu lado. Pero me
sentiré mejor sabiendo que puedes protegerte, si es necesario".
Tragando saliva, asiente. Si los acontecimientos continúan su sombría

trayectoria, el valor y la determinación de Iris se enfrentarán a pruebas aún
más duras. Pero su espíritu es de acero templado bajo la seda.
Independientemente de cómo se desarrollen los próximos meses, nos
mantendremos unidos y nuestro clan atravesará la tormenta. De eso estoy
seguro ahora.
Iris comienza las lecciones de espada al día siguiente.
76
Capítulo 10
Iris
Me despierto mucho antes del amanecer, con el estómago revuelto por la

ansiedad. Hoy comienzo mi entrenamiento con las armas, una habilidad que
nunca imaginé que sería necesaria en mi nuevo papel como señora de estos
salones. Pero Vamen tenía razón al insistir. Oscuras noticias circulan como
aves carroñeras, amenazando todo lo que apreciamos. Debo convertirme en
acero, no sólo en seda.
Poniéndome pantalones sueltos y una túnica, salgo silenciosamente de

nuestros aposentos sin querer perturbar el descanso de Vamen. Ha vuelto a
trasnochar estas últimas noches, rumiando mapas y misivas, con el peso del
liderazgo claramente agotándole. Pero se niega a compartir todo el peso de la
carga, tratando de protegerme de las peores posibilidades ahora en
movimiento. Me duele el corazón, deseando poder estar realmente a su lado
como una igual en esta crisis, no como una damisela indefensa que necesita
protección. Tal vez estas lecciones de entrenamiento sean un primer paso
hacia ese sueño.
El patio del cuartel está vacío, salvo por Althir, que me espera junto a la puerta
de la NAS, como se le ordenó. Inclino la cabeza respetuosamente hacia el
77
canoso maestro de armas. Su expresión severa se suaviza un poco cuando me
acerco.
"Mi señora. ¿Lista para comenzar su instrucción?" Ante mi asentimiento, se da

la vuelta y abre la pequeña puerta que conduce al estrecho círculo de
entrenamiento rodeado por imponentes muros de madera. Armeros
desgastados y maniquíes de madera llenan el espacio. Sigo a Althir, con los
nervios en la garganta. Este respetado guerrero tiene ahora mi educación y mi
vida en sus manos llenas de cicatrices.
Althir se detiene en el centro del ring y se gira con la espada y el escudo en la

mano. "Primero, debemos evaluar tus habilidades. Coge esas espadas de
práctica y ven hacia mí".
Me resisto a la sugerencia de atacarle, pero Althir me anima con un gesto de

la cabeza. Tragándome la ansiedad, elijo una espada corta y una daga sin filo
y agarro sus empuñaduras de cuero con las palmas sudorosas. Parecen
sólidas y peligrosas, a diferencia de los utensilios de cocina o de jardín.
Althir me hace señas para que me acerque. "No te contengas. Debo ver tus
instintos antes de que podamos convertirlos en habilidades".
Respiro hondo y arremeto contra él con un grito destinado a reforzar mi valor.

En el último segundo, Althir esquiva mi salvaje tajo con facilidad, y mi espada
silba en el aire. Tropiezo con él, completamente desequilibrada. No intenta
contraatacar, sólo observa cómo recupero el equilibrio.
"Buena capacidad pulmonar, pero debes ver mejor los movimientos de tu

oponente. Otra vez".
78
Me reubico a varios pasos de distancia, haciendo rodar mis rígidos hombros.
Esta vez miro a Althir con cautela y giro a su izquierda, buscando una abertura.
Hago una finta baja y luego giro a la derecha, apuntando un golpe a su hombro.
Pero de nuevo se me anticipa, atrapando mi espada limpiamente en el filo de
su escudo y empujándome hacia atrás.
"Mejor. Sé impredecible, no telegrafíes tus pensamientos".
Resoplo con frustración. Apresurarme a ciegas contra él nunca tendrá éxito.

Esta vez me muevo con cuidado hacia su izquierda y le clavo la daga en la
rodilla, deteniéndome justo antes del contacto. Cuando intenta parar, giro la
espada en arco hacia su lado derecho. Pero incluso cuando desvía
limpiamente este golpe, veo que sus ojos se arrugan de satisfacción.
"Buen intento. Aprendes rápido".
Su elogio me llena el pecho de orgullo. Seguimos intercambiando golpes, y

Althir me da indicaciones y ánimos cuando muestro algún destello de habilidad
o instinto. Bajo su guía, empiezo a superar poco a poco mis miedos y mi
desconocimiento de la técnica adecuada. Mi agitación inicial da paso a un
verdadero juego de piernas y a golpes con precaución en lugar de meras
sacudidas. Entrenamos hasta que mi túnica se empapa de sudor y mis brazos
arden por el esfuerzo. Pero mi espíritu se siente más ligero de lo que ha estado
en semanas.
Por fin, Althir hace un alto y deja a un lado su escudo. "Bien hecho hoy, mi
señora. Con la práctica llegaréis a ser muy hábil". Me aprieta el hombro con
firmeza y yo resplandezco ante su aprobación. Este soldado curtido ofrece la
79
orientación que puede, aunque el mundo que siempre ha conocido ahora se
mueve en mareas inciertas. Tal vez sea en parte por eso por lo que muestra
tanta paciencia con una mujer que no debería estar empuñando acero
desnudo, y mucho menos aprendiendo a blandirlo. Las reglas y las tradiciones
ya no son válidas en estos tiempos caóticos.
A partir de ese día, me levanto cada mañana antes de que el sol asome por las
colinas y me dirijo al patio del cuartel. Bajo el riguroso pero benévolo
entrenamiento de Althir, poco a poco voy adquiriendo destreza con mis
espadas cortas emparejadas. Los movimientos y las formas dejan de ser torpes
y vacilantes para convertirse en extensiones instintivas de mis propias
extremidades. Mis muñecas se fortalecen, mis reacciones se agilizan. Aún no
soy una escudera, pero semanas de práctica diaria me infunden una tranquila
confianza en mí misma que llevo conmigo a las tareas domésticas del día.
Vamen comenta los cambios una noche durante la cena. "Ahora te mueves
diferente, Iris. Menos un ratón correteando y más un elegante gato salvaje
acechando". Su sonrisa es de aprobación divertida. "No debería
sorprenderme. Tienes el corazón de una guerrera, milady".
Agacho la cabeza, enrojecida de orgullo por su elogio. "Aún me queda mucho

camino por recorrer. Pero tu acero ha despertado algo en mí, esposo. Cuando
la oscuridad se cernía sobre mí, me sentía indefensa, débil. Ahora ya no".
Clavando una loncha de carne asada, añado con pesar: "Por supuesto, no
estoy segura de la utilidad de dos cuchillos contra una horda de lobos".
La expresión de Vamen se vuelve solemne. "La batalla nunca fue mi deseo

para ti, Iris. Pero el mundo cambia y las viejas reglas se desvanecen. Debemos
80
cambiar con él". Pone su mano con garras sobre la mía. "Sólo deseo
mantenerte a salvo, venga lo que venga".
"Lo sé. Le aprieto la mano. "Y yo diría lo mismo de ti".
Su pulgar traza lentos círculos en mi muñeca. "Contigo a mi lado, siento que

podría desafiar a los mismísimos dioses".
Son palabras altisonantes, pero el sentimiento que encierran me calienta hasta

la médula. Sea lo que sea lo que nos deparen los próximos días, lo
afrontaremos juntos, con corazones valientes y confianza en el otro para salir
adelante. Los males del mañana no pueden disminuir la luz que hay entre
nosotros esta noche. No tengo otro propósito que permanecer al lado de mi
marido y luchar por nuestro mundo. No puedo imaginar un mundo sin él. Su
pueblo es ahora mi pueblo. Puedo parecer una frágil y débil humana, pero mi
determinación es muy real.
Durante las semanas siguientes, las patrullas informan de un número creciente

de elfos desconocidos acechando en los pasos de montaña. Las escaramuzas
estallan cuando intentan sondear nuestras fronteras. Vamen duplica las
patrullas y envía sus propias bandas de guerra para contrarrestar cada
incursión. Pero la frecuencia sólo aumenta. Ambos sabemos que estos no son
simples invasores independientes. Las manos que los guían han puesto en
marcha acontecimientos que ahora no pueden detenerse fácilmente.
Oigo discusiones susurradas entre Vamen y Althir una noche mientras paso
por la sala de camino a nuestros aposentos. Althir insta a la acción preventiva,
pero Vamen insiste en la contención continua.
81
"Debemos mantenerlos a raya, esperar y ver qué estrategia más amplia surge".
El tono de Vamen no admite discrepancias. Sus voces se desvanecen antes
de que pueda averiguar más.
A pesar de los deseos de Vamen de protegerme de la política, entiendo que

mucho depende de un delicado equilibrio. Si atacamos primero, el rey podría
alegar justificación para invadir por la fuerza. Vamen camina en la cuerda floja,
tratando de no parecer ni débil ni provocador. Pero aquellos que reúnen a
nuestros enemigos no están tan limitados.
Mi propio entrenamiento progresa lenta pero constantemente. Los

interminables ejercicios y partidos de sparring empiezan a formar memoria
muscular en mis extremidades, arraigando las formas fundamentales en el
instinto. Aún paso más tiempo tumbada que de pie, pero Althir sonríe y me
levanta cada vez.
"A ese pedazo de tierra le gusta su sabor, mi señora. Quizá deberíamos coserle
algo de relleno a los pantalones".
Le saco la lengua, sabiendo que su burla significa aprobación. Puede que mis
habilidades nunca rivalicen con las de los guerreros de toda la vida, pero quizá
al menos pueda evitar ser un completo lastre. Vamen tenía razón al insistir en
que aprendiera algo más que labores de aguja y sumas domésticas. Juro en
silencio seguir practicando hasta que me sangren las manos y mi ropa se
convierta en harapos. Sean cuales sean los conflictos que se ciernen sobre
nuestras fronteras, me niego a ser una damisela indefensa escudada tras el
valor de los demás.
82
Tanto Vamen como yo caminamos sobre cristal quebradizo a medida que el
invierno se hace más profundo y las patrullas informan de incursiones cada vez
más audaces. Aún compartimos el lecho conyugal, pero la mayoría de las
noches llega tarde y se marcha temprano, con el rostro demacrado por los
incesantes esfuerzos por contener las volátiles tensiones. Le doy todo el ánimo
que puedo, pero mi propia impotencia me corroe. La empatía femenina no
ganará esta guerra incruenta. Debo ser más de lo que soy.
Una noche, después de que Vamen se haya ido, me levanto silenciosamente

de nuestra cama. Temblando sólo con mi ropa, me arrastro hasta el patio del
barracón bajo las estrellas heladas. El anillo de entrenamiento está vacío, las
sombras se aferran a sus esquinas. Envuelto en mis brazos contra el frío, me
dirijo a grandes zancadas hacia los estantes de espadas de práctica. Si el
sueño se me escapa, aprovecharé las horas. Mis manos llenas de ampollas se
cierran en torno a unas empuñaduras de cuero que me resultan familiares. Me
deslizo en las primeras formas, luego en las segundas, con los pies descalzos
deslizándose suavemente sobre la arena y la paja. Sin contenerme ni dudar,
sólo con la limpia precisión de las enseñanzas de Althir grabándose en mi
memoria.
Cuando vuelvo a mis aposentos justo antes del amanecer, me siento más
preparada para el día que me espera, sea lo que sea lo que requiera de mí.
Vamen se agita mientras me arrastro de nuevo bajo las pesadas pieles. Se
levanta sobre un codo, parpadeando somnoliento.
"¿Adónde habéis ido, mi señora?".
83
Le retiro el pelo revuelto y le beso la frente. "A recuperar el aliento. Todo va
bien".
Acepta mi murmullo y vuelve a acercarse a mí. Apoyo la mejilla en su hombro

y respiro profundamente su familiar aroma. Juntos tenemos fuerza suficiente
para lo que se avecina. Debo confiar en ello y creerlo.
84
Capítulo 11
Vamen
Mis dominios están al borde de la guerra. Las escaramuzas estallan a diario a

lo largo de las tierras fronterizas, mis patrullas chocan con incursores
desconocidos que no llevan colores ni sellos. Pero todos sabemos de quién
son las manos que los guían. Por fin, mi vecino del sur y rey ostensible ha
mostrado sus verdaderas ambiciones. Estas provocaciones calculadas ponen
a prueba mis reacciones, buscan el punto álgido para desencadenar una
batalla abierta. Y aun así contengo nuestras espadas, me esfuerzo por
mantener las manos firmes, aunque desgarre mis instintos.
La pretensión de legitimidad encubre las acciones del rey, incluso cuando cada
nueva incursión traspasa la línea de la soberanía. No puedo probar sus
intenciones. Pero cada semana que pasa mi paciencia y la confianza de mis
dominios se debilitan. Ansían acción, justicia y la determinación de un líder.
Cada noche, las acusaciones y dudas lanzadas en susurros detrás de las
manos me desollan en carne viva.
Sólo Iris permanece firme, mi ancla en esta inundación. Pero incluso a ella le
molesta permanecer inactiva mientras fuerzas invisibles la rodean cada vez
más, buscando su debilidad. Lo veo en la postura de sus hombros cuando las
85
oscuras noticias de cada día pesan más en nuestra mesa, y en sus ojos
atormentados que miran más allá de muros y fronteras. Sin embargo, su fe no
vacila.
"Vas por el buen camino, esposo", susurra cada noche contra mi pecho. Sus
delgados brazos me rodean con fuerza, nuestra cama es un arca que flota en
medio del caos. Yo también me aferro a ella, al sonido de su respiración y a la
ilusión de santuario del momento. La guerra se acerca, inexorable como la
marea. Y me temo que su primera víctima será toda pretensión de paz o piedad
por ambas partes. O peor, la pérdida de ella. Ella es mi corazón ahora, y no
puedo entenderlo. Mataré a todo el ejército enemigo para proteger a la persona
que más amo.
La vorágine estalla en una mañana aparentemente tranquila. Me encuentro

solo en la torre de vigilancia de la frontera, contemplando las onduladas colinas
cubiertas de niebla. Los informes de los exploradores insinuaban actividad más
al sur durante la noche. Tal vez otra salida sin sentido, o la reacción que he
estado esperando.
Un jinete solitario cruza una cresta lejana y se dirige directamente hacia

nuestras puertas. No lleva colores ni armadura. Un emisario, entonces. Cuando
se acerca, pido a los guardias que le permitan acercarse. Se detiene bajo la
torre, con el rostro inescrutable bajo la capucha. Extiende un pergamino sin
decir palabra, con la mirada fija al frente. Luego hace girar su montura y
regresa al galope por donde ha venido sin detenerse.
El pavor se agolpa en mis entrañas cuando rompo el sello rojo sangre. El

contenido garabatea una sola y cruda frase:
86
Se os convoca a arrodillaros ante vuestro legítimo rey.
El papel se arruga en mi puño blanco. Así comienza por fin. Desechada la

fingida cortesía, se revela la desnuda verdad de la ambición del rey. Quiere
verme doblar rodilla y cuello bajo su bota, renunciar a mi larga soberanía en
estas tierras. Tal vez debería sentir cierto alivio de que el subterfugio dé paso
a la honestidad, aunque sea brutal. Ahora podemos prescindir de eludir la
verdad y desenvainar las espadas abiertamente, como deben hacer los
guerreros.
Aun así, la sombría aceptación hace poco por enfriar mi furia cuando recorro
los pasillos a esa misma hora, llamando a gritos a mis capitanes. Encuentro a
Iris corriendo hacia mí, con el rostro desencajado por la preocupación. Acaricio
brevemente su mejilla para tranquilizarla antes de seguir hacia la sala de
asambleas, donde se reúnen mis fuerzas, con nubes de indignación en sus
frentes. Subo al estrado con los puños cerrados para calmar su temblor.
Durante largos segundos miro a los ojos de cada capitán y veo reflejados mi
temor y mi determinación. Por fin tomo aliento para pronunciar las palabras
que el destino me ha perseguido con inexorable certeza.
"¡Hombres de las montañas! Durante mucho tiempo hemos permanecido

vigilantes, asegurando el futuro de nuestro pueblo con sangre y sacrificio. Pero
la codicia desea lo que el honor ha construido. La serpiente del sur quiere que
nos arrodillemos, que abandonemos todo por lo que hemos sangrado. Pero
nunca nos rendiremos".
87
Los puños golpean el aire con una furia sin palabras. Levanto la mano para
pedir silencio, aunque su indignación y su sed de justicia arden como una
fragua en mi propio corazón.
"Por eso os invito, hermanos y hermanas, a defender nuestras tierras, nuestro

clan y el futuro de nuestros hijos. Iremos a la guerra, para que podamos tener
paz".
Un rugido sacude las vigas. Mis capitanes ya giran sobre sus talones, gritando
órdenes. La maquinaria de la guerra se pone en marcha, inexorable ahora. Lo
que ha estado hirviendo a fuego lento pronto derramará fuego y sangre. Los
cantos de valor y las hazañas triunfales de las crónicas ocultan la fealdad de
devorar tantas vidas. Pero el arrepentimiento ya no tiene cabida en el corazón
de un gobernante. Tomé mi decisión y desaté el torbellino. Ahora debemos
seguir nuestro curso, pase lo que pase.
Los preparativos y la concentración consumen las breves y amargas semanas

antes de que la nieve bloquee los pasos. Las patrullas se retiran por etapas de
las tierras fronterizas, incitando al enemigo a seguirlas. Los trenes de
suministros y los mensajeros recorren día y noche las carreteras heladas con
destino a los aliados cuyas espadas busco ahora abiertamente. El estruendo y
el caos de las guarniciones se traga todo lo demás, ahogando los
pensamientos sobre el coste o las consecuencias. Somos soldados con un
propósito. Todo lo demás debe esperar.
En medio del tumulto, Iris sigue siendo mi vínculo con la calma. Asiste a cada
consejo de guerra, escucha mis furiosas incertidumbres cada noche con
empatía y convicción a partes iguales. Su mirada clara me aparta del borde del
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abismo cuando la furia amenaza con desbordar la razón. Y sus suaves labios
me regalan momentos robados de inocencia y confianza, incluso cuando los
instintos más duros echan raíces en mi corazón. Sé que el derramamiento de
sangre que se avecina nos marcará a ambos. Pero su luz permanece fiel, su
rumbo inquebrantable. Sean cuales sean las manchas negras que lleven mis
manos, su amor me recordará que aún hay esperanza más allá.
El día antes de marchar, Iris se acerca a mí mientras medito a solas en la

cámara de mapas. Sin palabras, me coge de las manos y me guía hasta la cama
que hemos compartido este último año. Nuestro amor es tierno, dolorosamente
consciente de que puede ser nuestra última unión. No pronunciamos votos ni
hacemos promesas fervientes. Simplemente nos entregamos el uno al otro,
cuerpos y corazones entrelazados contra los vientos amargos que se avecinan.
Esta noche aún nos pertenecemos sólo a nosotros; mañana marchamos hacia
destinos inciertos. Mañana, todos los juramentos y deberes prevalecerán
excepto éste: Encontraré el camino de vuelta a sus brazos, a través de
cualquier campo de sangre y fuego. Esto lo sello en mi alma mientras nos
desplomamos en un silencio exhausto. Ni siquiera los dioses pueden decir lo
que nos espera al amanecer. Pero a pesar de todo, algún día volveré a sus
brazos.
Demasiado pronto despertamos, el mundo ya marcha hacia el caos. Los

mensajeros golpean las puertas, los regimientos se reúnen en el patio inferior,
las picas y las armaduras brillan bajo el débil sol. Todo tan familiar, pero nada
que haya conocido antes de este día. Iris me viste con mi uniforme de guerra
pieza por pieza, comprobando cada correa y hebilla. Cuando me levanta el
casco, le brillan las lágrimas en los ojos, aunque su voz se mantiene firme.
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"Vuelve a mí, esposo". Un último beso tan suave como el primero. Luego coloca
el yelmo sobre mi frente, y me convierto en acero y piedra. Lo que queda de
hombre o piedad en mí debe ceder ante la espada y el escudo. En los campos
de batalla, todo honor y gracia se inclinan ante el poder y la furia.
Desde las almenas contemplo las filas serpenteantes que se enroscan valle
abajo, un mar de puntas de lanza que huyen hacia el brumoso olvido. Nos
superan en número, pero el terreno y las líneas defensivas nos favorecen. Sólo
tenemos que aguantar hasta que los dientes del invierno fuercen su retirada.
Mis capitanes se golpean el corazón con el puño y se dedican a los últimos
preparativos. Con los dientes desnudos bajo mi yelmo sin rostro, desciendo las
escaleras hacia el destrier que me espera. La bestia de guerra se agita en mi
interior, hambrienta de sangre tras su largo letargo. Le suelto las riendas y
cabalgamos hacia la matanza.
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Capítulo 12
Iris
Observo desde la torre hasta que el estandarte de Vamen desaparece en el

distante caos de la batalla. El estruendo estremecedor de los escudos
chocando y los hombres gritando su furia retrocede tras el grueso de la
fortaleza. Pero el humo acre que se eleva sobre las colinas mantiene el terror
enroscado en mi pecho.
A la luz del crepúsculo, las filas de guardias y milicianos toman posiciones a lo

largo de las imponentes murallas, en un lúgubre silencio. Los heridos del
enfrentamiento inicial siguen siendo transportados a través de las puertas en
camillas ensangrentadas. Me armo de valor y voy a ofrecer la ayuda que puedo
en las tiendas de los curanderos.
El aire bajo la lona tendida está cargado de gemidos de dolor y del hedor de
los intestinos vaciados de los moribundos. Me tiemblan las manos al vendar
heridas, aplicar cataplasmas contra las quemaduras costrosas y ofrecer sorbos
de agua a los que son lo bastante coherentes para beber. Por cada hombre
que atiendo, otros dos son trasladados o dejan de respirar cerca de mí. La
sombra de la muerte se acerca cada vez más entre las hileras de palés.
91
He trabajado incontables horas cosiendo con estas mismas manos. Ahora
cosen carne desgarrada y empapan la sangre de los vivos. Lloro por la dulce
muchacha que una vez ocupó mi piel. Ella no podría haber soportado tales
vistas o aceros. Pero se ha ido, quemada por el fuego de la necesidad.
La luz gris del amanecer se filtra a través de las solapas de la tienda, seguida
por los fétidos olores de la fiebre y la gangrena que florecen en la estela de la
noche. Paso una hora inquieta durmiendo la siesta en un rincón antes de
levantarme para volver a revisar a los heridos. Hay más muertos, cuyos
cadáveres se llevan para quemarlos antes de que se extienda la enfermedad.
Los supervivientes se aferran obstinadamente a su dolorida conciencia, a la
espera de noticias sobre el curso de la batalla. Pero aún no ha llegado ningún
mensajero.
Hacia el mediodía, los estruendosos choques de metal vuelven a sobrevolar

las lejanas colinas. Murmuro una plegaria en voz baja. Que sea la hueste
enemiga rompiéndose contra nuestros muros y escudos. La astucia de Vamen
y Althir debe prevalecer. Me niego a considerar lo contrario.
Paso el día ayudando a un curandero a contener la hemorragia y aliviar los

peores sufrimientos lo mejor que podemos. Las tiendas rebosan de febriles y
moribundos. Cuando oscurece, empezamos a clasificar a los que tienen menos
probabilidades de pasar la noche, concentrando nuestras menguantes
provisiones y energía en los que tienen alguna esperanza vacilante. Es una
matemática brutal, sopesar vidas como si fueran monedas. Pero la avalancha
de cuerpos destrozados no disminuye.
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Ya entrada la noche, el joven paje Gantre llega resoplando a mi lado. "¡Mi
señora! Se le necesita urgentemente". Sigo su ejemplo hacia la imponente
puerta, con la desesperación royéndome los huesos. Más allá de este muro
sólo me espera la muerte. ¿Quién podría...?
Entonces veo la corpulenta figura de Althir bajando con cuidado de un carro

lleno de otros soldados maltrechos. Su pierna izquierda termina en la
pantorrilla, el muñón manchado de sangre oscura. Pero sus ojos grises como
el pedernal me encuentran al otro lado del patio, brillantes con un ferviente
propósito. El miedo se apodera de mi corazón mientras corro hacia él.
"¡Mi señora Iris! Los detuvimos, rompimos sus flancos y dispersamos sus
corazones. Pero otras noticias..." Me agarra de la muñeca con ferviente fuerza
cuando llego a su lado. "Debes ir con él. La propia mano del rey lo ha abatido".
El pavor deja caer un velo negro sobre mi vista. Vamen no. Dioses de arriba y
de abajo, no os lo llevéis ahora, no cuando estamos tan cerca de la paz. Obligo
a las palabras congeladas a salir de mis labios rígidos. "¿Dónde?" Mi corazón
late sin cesar, un siseo ensordecedor llena mis oídos.
Althir señala otro carro apilado con cuerpos cubiertos de mortajas. "El pabellón
del rey, detrás de las líneas. Boil conoce el camino. Cabalga veloz como el
viento, mi señora. Antes de que su luz abandone este mundo para siempre".
Aprieto el hombro de Althir, incapaz de pronunciar los miles de sentimientos

que se agolpan en mi corazón, y luego corro hacia los establos. Arrojando una
silla de montar sobre la mansa Ámbar, galopo hacia la noche sin mirar atrás.
93
La sabia yegua apenas necesita que la guíen, y sigue a la montura de Boil sin
equivocarse hacia los persistentes olores a sangre y muerte que se avecinan.
Pasamos junto a cadáveres esparcidos y torres de asedio abandonadas que

contrastan con la nieve, restos de la carnicería del día. No aflojo el paso, ni
siquiera cuando pasamos más allá de los fuegos centinela y nos adentramos
en una espeluznante oscuridad. Por fin, Gantre echa las riendas junto a un
enorme pabellón iluminado desde dentro por antorchas. No se atreve a
acercarse, pues es probable que estas tiendas sigan albergando heridos
enemigos. Con un susurro de agradecimiento, me bajo de Ámbar y avanzo
sola.
Las sombras parpadean siniestramente dentro de los pliegues caídos de la

amplia tienda. Me deslizo bajo la solapa trasera, con la espada preparada en el
puño. No hay movimiento ni sonido en el interior. Con cautela, me arrastro más
allá de una mesa llena de mapas y copas. El almizclado hedor animal se hace
más denso... hasta que mi pie tropieza con un obstáculo peludo. Ahogo un
grito. Un enorme lobo yace tendido de lado, con la garganta abierta en una
mueca carmesí. Garante de la línea real, pero inútil contra el cuchillo de un
asesino.
Más allá de su volumen, un tabique con cortinas oculta la cámara principal.

Atravieso las pesadas cortinas y preparo mi corazón para lo que me espera.
Los braseros arrojan una luz espeluznante sobre una escena sacada de una
retorcida pesadilla. Tapices y muebles rotos yacen destrozados y esparcidos
sobre alfombras ensangrentadas. Y entre los escombros, un cuerpo
inmovilizado bajo el enorme cadáver de un auroch con cuernos.
94
Corro al lado de Vamen con un grito ahogado. La sangre le cubre el pelo
mortalmente pálido por la espalda y se acumula debajo de él en los cortes que
le atraviesan el pecho y los hombros. Pero, milagrosamente, su respiración
sigue siendo superficial entre sus labios azules. Cuando me arrodillo cerca de
él, sus ojos se abren de par en par, nublados por el dolor.
"Iris..." Su susurro entrecortado apenas agita el aire. "Viniste..."
"Calla. No intentes hablar". Rasgo tiras de tela para presionarlas contra las
peores heridas, luchando contra el impulso de gritar y llorar. Pero él me agarra
la muñeca con una fuerza desesperada, forzando mi atención.
"Debes irte... ahora. No estás a salvo. Su bestia... aún acecha...".
Miro a mi alrededor, pero estamos solos. "Aquí no hay nadie, sólo fantasmas.
Ahora estate quieto".
Sacude la cabeza débilmente. "Las sombras... ven..."
Sus ojos se clavan en mi hombro con repentina alarma. Me doy la vuelta,

siguiendo su mirada asustada hacia la esquina oscura detrás de mí. Donde una
forma se desprende de la penumbra más profunda, avanzando a grandes
zancadas con un propósito firme. Se trata de un delgado elfo vestido de negro,
con la mano manchada de carmesí por una daga recién clavada. El asesino del
rey viene a terminar la carnicería.
"Corre, Iris..." La voz desvanecida de Vamen me incita a la acción. Empuño mi

propio cuchillo, colocándome directamente entre la figura que acecha y la
forma indefensa de Vamen.
95
"¡No te acerques más, engendro infernal!" Mi grito resuena trémulo en el
reducido espacio. Pero el asesino sólo sonríe, con una expresión carente de
calidez o conciencia. Levanta ambas manos ensangrentadas, disfrutando de
mi repulsión instintiva.
"Begorah, ella es una escupida ardiente, ¿no es así?". Su suave acento se burla
de la cortesía. "Pero tu príncipe está acabado, muchacha. Hazte a un lado".
No vacilo. "Ponle un dedo encima y te corto el cuello". Rezo para que mi voz
temblorosa no traicione el terror que hiela mis venas. Pero moriré antes de
entregar a mi marido al cuchillo de este monstruo. Que así sea.
El elfo hace una mueca con su sonrisa. "Valiente, valiente. Pero sólo prolongas
lo inevitable". Comienza a dar vueltas lentamente, como un gato, obligándome
a girar y mantener a Vamen protegido. "Deja que su luz se apacigüe, y no más
necesidad de sufrir esta triste noche".
Sus palabras casi destrozan mi determinación. Tal vez la compasión

concedería a Vamen un final rápido en lugar de días de sufrimiento a mi
cuidado de aficionada. Pero la idea de entregar su destino a esta malvada
criatura sabe a cenizas. Parpadeo ferozmente contra las lágrimas. Detrás de
mí oigo la lenta respiración de Vamen. No me queda tiempo.
Cuando el elfo arremete, me enfrento a él con mi propio gruñido de

desesperación. Su cuchillo me roza el brazo, pero me escabullo de su alcance.
Acortando distancias, golpeo y corto salvajemente, alejándolo de Vamen.
Chocamos contra un poste de la cama y caemos al suelo, mientras mi daga se
escapa. Gruñendo, el elfo me inmoviliza bajo su gran peso, con su propia
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espada clavándose en mi garganta. La rabia y el desprecio tuercen su rostro,
antes hermoso, hasta convertirlo en una máscara sin rostro.
"Habría acabado con él suavemente, paloma. Pero ahora puedes compartir su

agonía".
Su peso se desvanece de repente cuando la espada de Vamen estalla a través

de su pecho en un chorro de sangre caliente.
Ruedo libre, mirando a Vamen de rodillas detrás del asesino, con la cara
marcada con un propósito feroz. Retira su espada carmesí mientras su asesino
se desploma con un gemido gorgoteante. La enorme figura de mi marido
tiembla con el esfuerzo, pero sus ojos encuentran los míos, llenos de
desesperado amor y gratitud.
"Iris... vete..." Se desploma hacia delante, aferrándose a la conciencia por hilos

desgastados. Sollozando, acuno su cabeza en mi regazo, sin reparar en la
sangre pegajosa que nos empapa a los dos. Sus labios forman palabras mudas
que no puedo descifrar. Sé que tiene razón, debemos huir de este matadero
antes de que nos encuentren los aliados del asesino. Pero no puedo apartarme
del lado de Vamen ahora. Ni aunque pudiera levantar sola su peso muerto.
Las sombras parpadean fuera, las voces y las pisadas se acercan

inexorablemente. Me aferro a mi desvanecido marido, preparada para
encontrar nuestro destino entrelazado. Pero entonces la luz ámbar de las
antorchas se derrama sobre nosotros y unos fuertes brazos levantan a Vamen
de mi regazo. Miro entre lágrimas heladas a un anillo de sombríos elfos de las
montañas, con Althir cojeando a la cabeza.
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"Arriba muchacha, con cuidado. Gantre nos alcanzó justo a tiempo".
Sólo puedo asentir entrecortadamente, demasiado entumecida para sentir

alivio. Mientras los guerreros apresuran a Vamen a salir, Althir me envuelve en
su capa de lana contra el frío. Pero ni siquiera su amabilidad puede
descongelar el hielo de mi pecho. Sigo nuestra solemne procesión en silencio,
apartando mis ojos de la forma inerte en la litera improvisada. El pabellón del
rey arde detrás de nosotros, incendiado por los hombres de Althir. Nos
fundimos en las sombras, un rumor susurrado que huye de la verdad
condenatoria.
Sin embargo, aunque ganemos libres del campo de batalla, la esperanza sigue
encadenada en las ruinas de esa tienda. Me aferro a los restos de vida en
Vamen ahora sólo por instinto ciego. La aplastante masa del auroch debería
haber apagado su luz al instante. Que no lo hizo se siente como un milagro,
pero ¿de qué sirve un mero parpadeo contra sus graves heridas ahora? Todas
mis vagas artes de sanadora parecen inútiles contra unos ojos hundidos que
ya no encuentran los míos.
Detrás de nuestros muros, los curanderos sacuden la cabeza con un

pronóstico sombrío. Por derecho ya debería haber pasado al otro reino. Tal vez
sólo sea el ancla de mi tacto lo que aún mantiene su espíritu cerca, porque
cada vez que me retiro, se aleja más. Las hierbas y cataplasmas parecen
inútiles para detener las sombras que se filtran en su interior.
Así que permanezco en constante vigilia junto a la cama de Vamen, recitando

oraciones medio recordadas y alisándole la calva de sudor y el húmedo pelo
plateado de la espalda. Sus latidos menguantes y su respiración superficial se
98
convierten en mi mundo obsesionado. Todo lo demás retrocede,
intrascendente. La guerra, el destino del reino, las esperanzas y temores de
nuestro pueblo. ¿Qué importa, si su señor ahora se tambalea a las puertas de
la muerte? Déjenme negociar con dioses y demonios por igual si me lo
devuelven sano y salvo. Sólo un poco más de tiempo juntos, para ver crecer a
nuestro tierno recién nacido.
Mi propia mente exhausta conjura sueños febriles en las pequeñas horas entre
la medianoche y el amanecer. Anhelo el dichoso olvido, pero cada vez que
cierro los ojos, me esperan imágenes sangrientas. El rostro pálido e inmóvil de
mi marido no cede hasta que me despierto lo suficiente como para sentir su
débil pulso en las yemas de mis dedos. Entonces volvemos a ese mundo
intermedio entre un latido y el siguiente, ni muertos ni propiamente vivos.
Parece que languidecemos en ese limbo tortuoso durante toda la vida. Pero
finalmente llega el día en que los ojos de Vamen se abren claros y lúcidos,
encontrando mi cara como un salvavidas. Cuando sus labios agrietados dan
forma a mi nombre, mi corazón tartamudea y se reinicia, inundado por una
euforia vertiginosa. Bajo las mantas, su mano callosa busca la mía y la aprieta
suavemente. Llevo su palma a mi mejilla húmeda, proyectando sólo con el tacto
todas las emociones que mi voz no puede expresar. Sus ojos se llenan de
lágrimas, al igual que los míos.
Lo peor ya ha pasado. Amanece de verdad a través de la estrecha ventana de

la enfermería.
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Capítulo 13
Iris
Me despierto con la débil luz del sol filtrándose a través de los cristales de las
ventanas esmeriladas. El frío familiar del castillo parece más agudo esta
mañana, la mordedura del invierno se ha hundido profundamente en las
antiguas piedras. Me escondo más profundamente bajo las pieles, reacia a
abandonar su calor. Pero el deber me llama como cada día, sea o no la señora
de estos salones.
Con un suspiro de resignación, retiro las mantas y deslizo los pies en las
zapatillas que me esperan. Una criada debe de haber entrado mientras dormía
para avivar el fuego del hogar y tenderme la ropa. Me lavo la cara en la fría
palangana y me pongo la sencilla bata de lana. Vamen insiste en que me vista
con elegancia, acorde con mi posición. Pero en nuestros aposentos, la
comodidad gana a la formalidad.
Hablando de mi señor esposo, su lado de la cama está vacío, las sábanas frías.
Presiono con la palma de la mano la hendidura dejada por su cabeza. Se ha
levantado incluso antes que yo, sin duda para ocuparse de los interminables
asuntos de estado necesarios para dirigir nuestros dominios. En los meses
transcurridos desde que estuvo a punto de perderlo por la espada de un
100
asesino, Vamen ha volcado todo su legendario e incansable vigor en asegurar
una estabilidad duradera para su pueblo.
Aunque admiro su dedicación, me inquieta. Se esfuerza sin descanso, sin dejar

apenas tiempo para el descanso o para la nueva y tierna alegría que florece
entre nosotros. Sé que cree que es su deber reconstruir el orden con rapidez
y recompensar la lealtad de sus guerreros. Pero sigo preocupada por su salud
y por la tensión que se dibuja en su frente cada noche que pasa. Ganada la
guerra, no puede entregarse por completo como ofrenda de paz en el altar del
gobierno. El gobierno debe dejar espacio para la vida.
Me envuelvo los hombros con mi capa forrada de piel y bajo lentamente las
escaleras de caracol. De las cocinas aún no salen sabrosos aromas de pan y
carne asada, todavía es temprano. Tal vez pueda sorprender a Vamen con una
comida matutina privada en su estudio, darle un respiro necesario de los
interminables consejos y peticiones.
Pero cuando golpeo suavemente la robusta puerta de roble, no hay respuesta.

Más adelante en el pasillo, los guardias de las puertas del consejo se encogen
de hombros cuando pregunto si el señor ha sido visto fuera esta mañana.
Desconcertada, deambulo sin rumbo por los pasillos principales,
intercambiando saludos con criados de ojos somnolientos que acaban de
comenzar su trabajo diario. Pero nadie sabe dónde puede estar encerrado
Vamen. Algún asunto debe haberlo sacado urgentemente de nuestra cama
mucho antes del amanecer. ¿Pero qué?
Completo mi vuelta a nuestros aposentos esperando encontrar a Vamen de

vuelta. Pero sólo cenizas llenan la chimenea, la habitación quieta y silenciosa
101
como cuando la dejé. Una pizca de inquietud me punza. Hace un año, tales
ausencias inexplicables significaban que un grave peligro acechaba nuestras
tierras. Pero los pasos de montaña han permanecido en calma estos largos
meses desde el fin de la guerra. ¿Qué tarea urgente podría reclamar la
atención de mi marido tan temprano en una amarga mañana de invierno?
Sin un propósito claro, me encuentro a la deriva hacia las escaleras de caracol

que conducen a la torre norte. Cuando éramos niñas y explorábamos los
rincones olvidados del templo, mi amiga Lena y yo fingíamos ser princesas
prisioneras en el castillo de un hechicero. Nos turnábamos en el papel del
héroe audaz, subiendo interminables escaleras imaginarias hasta algún alto
parapeto donde la doncella esperaba ser rescatada de la monotonía.
Una sonrisa melancólica se dibuja en mis labios al recordar las dramáticas

travesuras de Lena y las tareas extra que nuestras imaginaciones nos hacían
ganar. Hacía tiempo que no pensaba en ella. Sin duda, ella misma encontró un
compañero y ahora ilumina algún rincón lejano del reino con su cálido espíritu.
La echo mucho de menos en mi nuevo papel, tan aislado de las pocas
confidentes que una vez conocí. Pero la rueda gira como debe. Sólo puedo
aprovechar al máximo el hilo que se me ha concedido, y animarme a que otros
hayan encontrado su propia felicidad.
El viento invernal atraviesa mi capa y mi vestido cuando salgo al tejado de la

torre. No veo ninguna figura encapotada vigilando en la cornisa almenada,
como mi fantasía infantil había imaginado a medias. Sacudo la cabeza cohibida
y me dispongo a dar media vuelta, pero me detengo al oír un bramido familiar
procedente del patio de abajo.
102
Me apresuro hacia el muro que me llega hasta la cintura y miro hacia abajo,
con la respiración entrecortada. Allí, en la plaza, veo a Vamen conversando
seriamente con el jefe del establo, sin que el viento les escuche. Hace un gesto
enfático hacia un carro cargado de maderos y un enorme tronco de pino atado
longitudinalmente que sobresale por encima del portón trasero. Frunzo el
ceño, desconcertada por esta carga misteriosamente urgente que requiere
tanto sigilo en este frío amanecer. Pero antes de que pueda llamar a Vamen,
se aleja a grandes zancadas hacia la entrada lateral de la sala, desapareciendo
de mi vista bajo la muralla.
Desciendo rápidamente los escalones de la torre, con la mente agitada por

preguntas sin respuesta. ¿Por qué ha ocultado Vamen algún proyecto que
requiera materiales tan engorrosos? ¿Y por qué tanta urgencia tan temprano
en un día de descanso y reflexión para nuestro pueblo? Con la primera luna
nueva comienzan los Doce Días de Renovación, el festival anual para purgar la
sombra del dolor y encender la llama de la esperanza en cada hogar.
Canciones y banquetes marcan su alegre duración... pero hoy anuncia el
solemne Día del Recuerdo antes de que puedan comenzar esas brillantes
celebraciones.
Bordeando la columnata que da al patio trasero, veo a Vamen dirigiendo a los

sirvientes mientras descargan el tronco de pino en un carro enganchado para
viajar más allá de las murallas. Tal vez hace los preparativos en algún pueblo
cuyos propios vendedores de velas de Navidad sufrieron pérdidas durante la
guerra. Mi inquietud inicial se desvanece al recordar la constante preocupación
de mi marido por su pueblo, aunque nuestros recursos sigan siendo escasos.
Sea cual sea la urgencia de su misión, la compasión debe guiar su rumbo.
103
Satisfecha con esta deducción, estoy preparada para dejar a Vamen con su
trabajo y buscar mis propias tareas que puedan alegrar este día reflexivo. Pero
cuando me dirijo al vestíbulo, vislumbro una cesta de piñas y haces de palos
pelados entre la madera desechada. La intriga me inmoviliza. ¿Por qué unos
materiales tan humildes, si esta operación cumple alguna solemne función de
Estado?
Antes de que mi curiosidad se imponga a la cortesía y me empuje a indagar en

todo el misterio, unas pisadas apresuradas suenan en las piedras del pasadizo
detrás de mí. Me doy la vuelta y veo acercarse a Vamen, que parece divertido
y molesto a partes iguales por mi descubrimiento. Agacho la cabeza con
recato, juntando las manos.
"Disculpa, esposo mío. No pretendía entrometerme en tus preparativos...".
Pero Vamen hace caso omiso de mi arrepentimiento, tomando mis manos frías
entre sus propias palmas enguantadas. "No importa. Esperaba mantener tu
sorpresa intacta un poco más, pero supongo que al final la habrías desvelado".
Su tono exasperado encierra un trasfondo de cariño que me calienta más de
lo que podría hacerlo cualquier brasero.
"¿Sorpresa, marido?"
Me pone un dedo en los labios antes de que pueda seguir preguntando. "Todo
se revelará esta noche. Por ahora sólo te pido paciencia, curiosa esposa". Su
sonrisa arruga las comisuras de sus ojos mientras me acerca, rozándome la
frente con un beso. Me hundo en su robusto cuerpo, reconfortada como
siempre por su cercanía. En este último año de confianza compartida, los
104
últimos muros que nos separaban se han hecho polvo. Ya no hay secretos que
arruinen nuestra unión.
Lo que hace que su evasiva sea aún más desconcertante... pero dejo a un lado
mis dudas y le devuelvo el abrazo, saboreando el latido de su corazón contra
el mío. Este fugaz momento de afecto me prepara para un día de doloroso
recuerdo.
Demasiado pronto Vamen se retira, con expresión solemne una vez más.
"Ahora debo ocuparme de los preparativos. ¿Te unirás a la procesión hacia el
monumento conmemorativo?"
La tristeza vuelve a recorrer los bordes de mi corazón al pensar en el deber

que me espera. Todavía hay muchos que lloran a los que perdieron la vida en
los sangrientos enfrentamientos de la guerra, hace ahora un año. Ninguna
curación llega sin cicatrizar antes las viejas heridas.
"Por supuesto. Me reuniré allí con las otras mujeres". Levanto la vista hacia su
amado rostro y rozo con el dorso de mis dedos su cincelada mejilla. "Hoy no
lleves cada carga solo, esposo. La pérdida nos persigue a todos".
Vamen gira la cabeza y me da un ferviente beso en la palma de la mano.

"Recordaremos juntos, como hacemos ahora con todas las cosas". Con una
persistente caricia en mi hombro, se aleja para atender su misterioso recado.
Lo observo hasta que su alta figura desaparece por la esquina del barracón,
reconfortada por saber que la luz aún prevalece contra el frío dolor en nuestros
corazones. Una rara bendición, en tiempos recientes tan oscuros.
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La lúgubre procesión hacia las Colinas del Ring comienza a media mañana bajo
un cielo gris que amenaza nieve. El viento entona un canto fúnebre a través de
las ramas desnudas para acompañar a los solemnes tambores mientras
recorremos el sinuoso sendero hasta el monumento conmemorativo en la cima
de la colina más alta. Allí descansan los huesos de los caídos, honrados por
inmensas piedras talladas. Sus nombres se leerán en voz alta antes de que sus
espíritus reciban el ritual de despedida hasta el año que viene. Un pequeño
consuelo para los que quedan atrás.
Ocupo mi lugar junto a la viuda de Althir, parpadeando para contener las

lágrimas mientras la guardia de honor comienza la recitación. Tantas voces
que conocí y amé callan ahora para siempre, mi mundo está más vacío por su
ausencia. Pero cuando la pequeña Filora, la preciosa hija de Althir, se acerca
a mí, la recojo y dejo que se ría y me tire de la trenza. La vida continúa, cueste
lo que cueste. Sólo fracasamos cuando el dolor detiene nuestros corazones.
Fijo esta verdad en mi mente como una vela encendida mientras
emprendemos el camino de vuelta a través del susurro de las hojas secas del
sendero de la necrópolis.
El día continúa apagado y gris, todas las tareas y conversaciones apagadas en

deferencia a este solemne momento de reflexión. Anhelo las brillantes
ceremonias de mañana, que reavivarán la alegría y la esperanza. Pero incluso
después de las sombras llega el amanecer. Sólo tenemos que mantenernos
firmes hasta entonces.
Paso la tarde con las demás damas nobles, cosiendo sedas conmemorativas y
horneando pan de especias para los festines de mañana. Tareas sencillas
calman mi espíritu melancólico. Pero Vamen sigue ausente tanto en la comida
106
del mediodía como en la de la noche, lo que aumenta mi curiosidad anterior.
Cualquiera que sea el proyecto encubierto que tanto le preocupa, debe ser de
vital importancia para exigir una labor tan incesante. Cuando pregunto a los
guardias de la puerta del cuartel, sólo sonríen con complicidad y me aseguran
que todo se sabrá esta noche. Resoplo de frustración al verme tan excluida.
Pero no puedo envidiar ningún esfuerzo sincero que pueda levantar el ánimo
de nuestro pueblo en estos momentos de dolor. Vamen guía sus dominios con
profundo amor; yo sólo debo confiar en su visión.
Mi paciencia se encuentra con su prueba final después de que concluya la

cena y Vamen siga sin aparecer. Los comensales comienzan a dispersarse
hacia las vigilias de luto o los hogares, listos para descansar este sombrío día.
Pero todos saben que el amanecer de mañana anuncia buenas nuevas.
Reprimo mi curiosidad y me dirijo a nuestra alcoba para esperar a Vamen y
exigirle una explicación por este secretismo tan irregular.
Pero cuando llego al pasillo de nuestros aposentos, el capitán elfo Tarath está
de centinela ante las puertas dobles. Se golpea el pecho con el puño en señal
de saludo. "Buenas vísperas, señora. Me ofrezco a hacerle compañía un rato
más". Su tono no admite discrepancias. Miro por encima de su hombro hacia
las puertas cerradas, mordiéndome el labio.
"¿Aún no ha terminado el señor su misterioso trabajo? Descansaré antes de

que se haga tarde...". Me sale más petulante de lo que pretendía. Pero Tarath
sólo sonríe, sin inmutarse por mi impaciente golpeteo de pies.
"Pronto, señora. Paciencia, sólo unos minutos más".
107
Suspirando, fuerzo la gentil quietud y le pregunto a Tarath por su nuevo hijo
para pasar el rato. Pero mis pensamientos siguen volviendo a las puertas
cerradas detrás de él. ¿Qué podría estar organizando Vamen que requiera
tanta privacidad?
Después de una interminable espera, pasos apresurados finalmente resuenan

en el pasillo vacío. Vamen aparece por la esquina, con un aspecto
entrañablemente despeinado por su prolongado trabajo. Da las gracias con la
cabeza a Tarath, que se marcha elegantemente para dejarnos solos. Tan
pronto como su corpulento cuerpo dobla la esquina, rodeo a Vamen,
golpeándole en el hombro.
"¿Ahora vas a explicar este enojoso misterio, marido?"
Riendo, me coge las manos y se las lleva a los labios. "Paz. Tu curiosidad se
aliviará pronto". Con un guiño juguetón, se coloca detrás de mí y me tapa los
ojos con las manos. Me pongo rígida por la sorpresa, pero no me resisto
mientras me guía lentamente hacia delante. Su cálido aliento me hace
cosquillas en la oreja.
"Sólo unos pasos más... ahí. Ahora, mira". Sus manos se apartan. Parpadeo y
me encuentro en el centro de nuestra modesta sala de estar. Me quedo
boquiabierta.
Guirnaldas de ramas de pino y brillantes guirnaldas plateadas cubren todas las

puertas y apliques. Las vigas del techo abovedado han sido decoradas con
cintas y... ¿velas? Docenas de gruesas velas arden alegremente en
candelabros pulidos sobre el elemento principal de la sala.
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Delante de la gran ventana se alza un altísimo árbol de hoja perenne, con ramas
cargadas de nueces doradas, ristras de cuentas y pequeñas velas encendidas
sobre las ramas. Bajo sus fragantes ramas yacen paquetes envueltos en
vistosos colores y astutos adornos de paja. Permanezco atónita, abrumada por
este espectáculo de historias desvanecidas de mi infancia.
"Vamen... ¿un árbol de Navidad?". Me doy la vuelta y lo encuentro mirándome

ansiosamente. Ante mi jadeante alegría, se hunde aliviado.
"Los villancicos más antiguos hablaban de ellos. Quería darte una sorpresa".
Me coge de las manos y me acerca al magnífico abeto. Respiro profundamente
su estimulante aroma.
"¿Cómo lo has conseguido sin que me diera cuenta?".
Se ríe entre dientes. "Confieso que Tarath y Gantre se excusaron a tu manera

mientras yo llevaba las cosas por el pasadizo". Ante mi risa asombrada
extiende las manos. "El pleno invierno debería estar lleno de magia. Hemos
tenido tan poca alegría verdadera durante tanto tiempo. Ahora que hemos
ganado la guerra, quería encender algo especial entre nosotros dos".
Parpadeo para contener unas lágrimas repentinas ante sus sinceras palabras.
Que, incluso en medio de la enorme carga que supone gobernar, recuerde un
capricho que una vez compartí, un fragmento de algo hermoso perdido... me
deja sin palabras. Sólo puedo atraer su rostro hacia el mío en un beso feroz.
Durante largos momentos nos perdemos en un mundo en el que sólo estamos
nosotros dos.
109
Cuando por fin nos separamos, Vamen me estrecha contra su pecho. "Esto no
es más que una pequeña muestra. Espero que en los años venideros tengamos
muchos recuerdos brillantes que compartir".
Mi melancolía anterior parece desvanecerse por completo gracias a su sincero

regalo. Pero ahora me toca a mí. Tomo aire y le sonrío. "Entonces empecemos
esta misma noche".
Le cojo la mano y la presiono suavemente sobre mi vientre aún plano. Sus ojos
se abren de par en par ante mi atenta mirada. Me río entre lágrimas de alegría
al ver cómo el asombro y la euforia pintan sus rasgos.
"Seremos una familia".
Con un grito, Vamen me abraza y nos hace girar en círculos. Me aferro a él,
compartiendo su contagiosa alegría mientras las llamas de las velas se
difuminan a nuestro alrededor. Una chispa brillante arde ahora en mi interior,
encendiendo la esperanza en el futuro. Sean cuales sean las alegrías o las
pruebas que vengan, las recibiremos juntos.
110
Epílogo Iris
Hago una pausa mientras tiendo la ropa para observar a mi hija Elia, que
camina inestable por la hierba. Sus manos regordetas se aferran tanto a los
insectos que zumban como a las flores que se mecen, examinando cada nuevo
descubrimiento con la misma precaución y deleite. A pesar de que la
mordedura del invierno aún se aferra a las mañanas de las montañas, la vida
ha vuelto a estas tierras. Y con ella, la alegría y la luz.
Sonriendo, vuelvo a sujetar la ropa. Cerca, en el patio, Vamen supervisa a los

reclutas en su entrenamiento, ladrando alguna corrección ocasional cuando un
golpe de lanza sale mal. Los ecos del acero y los gritos juveniles son sonidos
de renovación. Han pasado muchos meses desde el final de la guerra,
suficientes para que incluso las heridas más profundas empiecen a cicatrizar.
Hemos sufrido dolorosas pérdidas tanto dentro como fuera de estos muros.
Padres, hermanos, hijos. Las tragedias se extienden por generaciones. Pero
finalmente los días de luto dan paso a la celebración de una nueva vida y de
una paz duramente ganada.
Con el rey traidor abatido y un sabio consejo de aliados formado bajo la mano
firme de Vamen, las Montañas del Norte han entrado en una era próspera.
Nuestras fronteras son seguras, nuestros pueblos unidos en un propósito.
Todavía hay grietas de sospecha y viejos odios entre razas. Pero por ahora,
hemos forjado lazos lo bastante fuertes como para soportar cargas
111
compartidas y defender intereses comunes. El resto vendrá poco a poco, a
través de la paciencia y la compasión. Mis ojos humanos ven el futuro más
claro cada mañana mientras nos alzamos juntos bajo estas cumbres.
Vamen aparece cerca de la puerta de la cocina, con la piel brillante por su

propio entrenamiento. Su sonrisa resplandece sobre una piel teñida de
medianoche mientras levanta a nuestra chillona hija y la lanza hacia el cielo.
Sus risitas resuenan en las piedras. Ningún niño del castillo ha sido tan mimado
como nuestra pequeña estrella.
Rodeándome la cintura con sus fuertes brazos, Vamen me acerca para darme
un prolongado beso. Cuando por fin nos separamos, sus ojos de gato brillan
con merecida satisfacción.
"¿Me acompañas, esposa? Tengo un asunto que discutir".
Intrigada por su enigmática sonrisa, le cojo del brazo y dejo que me guíe hacia
los senderos del bosque, más allá de las dependencias. Nuestra hija salta entre
nosotros y se detiene a inspeccionar cada guijarro y cada capullo que
encuentra por el camino. El sol se filtra bruscamente a través de las hojas
recién brotadas, calentando las capas que se desprenden para el regreso de
la primavera. Vamen me mantiene expectante con su parloteo hasta que los
árboles se abren y revelan un claro brillantemente iluminado por el resplandor
de media mañana.
Delante hay una encantadora cabaña construida con madera y piedra de río.
Su belleza rústica me deja sin aliento. Vamen me guía por el sendero hasta la
puerta de roble tallado.
112
"Aún necesita arreglos, pero por ahora es lo bastante sólida. ¿Qué te parece?"
De repente tiene cara de niño.
"¿Tú... construiste esto para nosotros?" susurro asombrada.
"Para ti. Me roza la mejilla con ternura. "Has devuelto la luz a estos pasillos, Iris.
Me has dado bendiciones con las que nunca me atreví a soñar. Ahora deseo
que tú y nuestra hija tengáis vuestro propio lugar de paz, lejos de las presiones
de la corte".
Las lágrimas me punzan los ojos. Le echo los brazos al cuello, casi gritando de
alegría. "¡Es perfecto! Un refugio para nuestra familia".
Nuestra hija se mete entre nuestras piernas y echa la cabecita hacia atrás para
ver el pico del tejado. "¡Casa!", declara contenta, y nosotros nos reímos.
Durante las semanas siguientes, amueblamos poco a poco la acogedora casita

y discutimos planes para un pequeño jardín y, tal vez, animales. Todas
comodidades sencillas que no sabía que anhelaba tan profundamente. Este
pequeño refugio es un regalo que no tiene precio.
El día que nos mudamos con nuestras escasas pertenencias, Gantre viene a
despedirse temporalmente de nosotros. Me abraza como un oso.
"Te echaremos de menos en los pasillos, muchacha. Pero te seguiremos

viendo a menudo".
Sonrío entre lágrimas. "Por supuesto. Ninguno de los dos soportaría mucho
tiempo estar separados".
113
Vamen me levanta sobre el umbral mientras la luz dorada del crepúsculo baña
nuestras nuevas paredes. Dentro de la combinación de salón y comedor, un
jarrón de flores silvestres perfuma el aire. Nuestra hija empieza
inmediatamente a explorar todos los rincones y armarios, dejando pequeñas
huellas en todas las superficies. Su alegría me alegra el corazón.
Esa misma noche, cuando por fin se duerme en su pequeño dormitorio, Vamen
atiza los leños de nuestra chimenea. Lo rodeo con mis brazos por detrás y
apoyo mi mejilla en el constante latido de su corazón.
"Nunca podría haber imaginado que tal felicidad sería mía, la última vez que
estuvimos entre estos muros esperando la guerra. Ahora la luz de cada
mañana es un regalo renovado".
Vamen se gira y acuna mi cabeza contra su pecho. "Me trajiste de vuelta desde
el mismo borde de la muerte, me diste un nuevo propósito cuando todo parecía
perdido. Esta paz que hemos construido te pertenece, Iris. Mi luz guía".
Sus tiernas palabras suscitan nuevas lágrimas. Miro a la cara al hombre con el
que el destino me emparejó tan inesperadamente. El rostro de mi esposo,
amante, compañero del alma. El camino que nos ha traído hasta aquí ha sido
doloroso e incierto. Pero si tuviera la oportunidad, lo recorrería todo de nuevo
por este momento en sus brazos.
Aún nos queda mucho por vivir en familia en este refugio. El futuro brilla ahora
como una gema impecable, que encierra luz y esperanza en sus profundidades
cristalinas. Venga lo que venga, lo afrontaremos unidos.
114
Epílogo Vamen
Mi señora esposa espera abajo mientras hago un último reconocimiento de mis
dominios desde lo alto de la torre. Todo parece en orden, el patio bulle de
actividad, las patrullas salen a la hora prevista para mantener la paz vigilante
por la que tanto hemos luchado. Durante casi un año desde el final de la guerra,
he continuado con mi vigilancia, reacio a ceder el control ni siquiera por un día.
Pero por fin ha llegado el momento de dar un paso atrás y pasar las riendas a
mis consejeros de confianza. Ahora no sólo gobierno desde el deber, sino
también desde el impulso del corazón, recordando que la vida ofrece alegrías
más suaves que el mero servicio rígido. Iris me enseñó esa verdad. Ahora
escribiremos juntos el próximo capítulo, dondequiera que nos lleve.
Con un gesto de satisfacción, me dirijo a la familiar escalera de caracol. Iris

está en el patio, junto a los caballos cargados con nuestras modestas
posesiones. Su sonrisa encierra la promesa de una futura felicidad, antaño
inimaginable para mi espíritu largamente acorazado. Pero su amor me abrió en
dos y despertó anhelos más suaves bajo la férrea voluntad de proteger lo que
es mío.
La pequeña Elia corretea excitada por el equipaje, tirando de las correas y

hebillas sueltas más rápido de lo que su niñera puede abrocharlas. Me río y la
subo sobre mi cabeza mientras chilla de alegría. ¿Cómo puedo sentir
115
melancolía por renunciar a las solitarias vigilias de la autoridad cuando ahora
la risa y la luz esperan mi regreso a casa cada día?
Dejo a mi hija retorciéndose en los firmes brazos de Iris y monto en mi destrier.

Se pone a brincar, impaciente por salir a la carretera después de tanto tiempo
encerrado tras muros vigilados. Lo calmo con una palmada, sintiendo la misma
impaciencia. No estamos hechos para quedarnos estáticos. El horizonte
abierto llama.
Iris maneja con destreza las riendas del carro. Elia se posa a su lado,
parloteando canciones sin sentido. Pero cuando las puertas de la fortaleza se
alejan por el sinuoso camino de montaña, Iris mira hacia atrás y su rostro se
nubla brevemente. Acerco mi semental al carro para que pueda oírme por
encima del chirrido de las ruedas.
"Aún lo echarás de menos, durante un tiempo. Este fue tu primer verdadero

hogar".
Iris asiente, con los labios torcidos. "Parece que fue hace tanto tiempo la
primera vez que pasé bajo esas puertas, un tímido ratón agarrado a tu brazo.
Cuánto hemos avanzado".
"Más lejos de lo que me atrevía a soñar. Fuiste una brújula que me guió desde
los oscuros arrecifes cuando todo parecía perdido". Agarro su pequeña mano
y le doy un ferviente beso en la palma. "Ahora trazaremos juntos el rumbo".
Iris me regala una sonrisa radiante que disipa la melancolía. Mueve ligeramente
las riendas, poniendo en marcha nuestra pequeña caravana cuesta abajo bajo
116
la perezosa luz primaveral. "Por nuestra próxima aventura, esposo. El camino
nos espera".
Guío a mi semental para que siga a Iris. El camino está abierto, lleno de
posibilidades. Nuestra historia de monstruos y doncellas ha pasado a una
nueva era pacífica para nosotros, nuestra familia y nuestros pueblos unidos de
las Montañas del Norte. No sin costes ni sacrificios, pero saliendo fortalecidos
por haber superado juntos el crisol. Ahora miramos al futuro con corazones
alegres, pase lo que pase. Dondequiera que nos lleve el camino, lo
recorreremos de la mano hacia el sol naciente.
Fin
117

11 - Wed To The Dark Elf - Eden Ember (Multiautor)

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¡¡¡Esperamos de Corazón que disfruten la lectura!!!

EDICIÓN, PDF, E-PUB Y SUPERVICIÓN DE PROYECTOS

Apenas podemos imaginar todo eso. No hay pruebas, textos escritos, ni

Esto es Alia Terra. Pertenece a los monstruos, y nosotros les pertenecemos.

Mi fortaleza emerge de la nieve arremolinada, imponente piedra negra contra

En el salón principal, el fuego arde en grandes chimeneas a lo largo de las

Un arañazo en la puerta interrumpe el consejo. Entra un joven paje con un

"Una misiva para usted, mi señor. Del Templo del Matrimonio".

La sala se queda en silencio. El matrimonio ha estado pesando en todas

Levanto la cabeza. "Preparaos para cabalgar hacia el Templo".

Se oyen murmullos alrededor de la mesa. Los dejo hablar. No hay objeciones.

Los sacerdotes afirman que su prueba de sangre es infalible. Que la

Los días siguientes son un torbellino de preparativos: reúno provisiones,

Los árboles disminuyen a medida que alcanzo las estribaciones y son

La tierra se vuelve poco a poco verde y exuberante, un cambio chocante

"Bienvenido, Lord Blak. Hemos esperado ansiosamente su llegada". Su sonrisa

Me guía hasta una puerta de madera arqueada y vuelve a inclinarse. "Ella

Armado de valor, agarro el picaporte de hierro y abro la pesada puerta. Dentro,

Iris Flemming. Mi novia. Por fin está aquí.

Entro y cierro la puerta con fuerza.

Me mojo la cara con el agua helada de la palangana y me pongo el vestido gris

"¿Te has enterado? Katia ha sido emparejada".

le digo alerta. "¿De verdad? No lo ha dicho nunca". Una punzada de celos

Katia durmió en la litera de arriba durante tres años. No puedo imaginarla

Lena asiente. "¡La ceremonia es hoy! Se va a casar con un señor dragón.

Me fuerzo a sonreír. "Es maravilloso para ella. Espero que encuentren la

Volvemos a concentrarnos en nuestro pliegue, con la sombra del futuro

El día transcurre monótonamente. Cuando regresamos a los dormitorios antes

"Ven. Tienes visita".

La sirvienta, Cora, me conduce a una de las cámaras privadas de recepción.

A él. El que realiza las ceremonias. Él es la razón por la que cualquiera de

Entro con piernas temblorosas. Un hombre espera de pie, alto e imponente,

"Iris Flemming. Felicidades, niña. Hemos encontrado tu compañero perfecto."

La habitación se balancea peligrosamente. Esto es todo. Mi vida ya no es mía.

Lo miro sin comprender sus palabras.

Me mira impaciente. "¡Vamos, niña, el pergamino! Léelo".

Con manos temblorosas, rompo el sello y despliego el pergamino. Allí, grabado

Lord Vamen Blak de las Montañas del Norte.

Los días siguientes transcurren confusos. Trabajo, como, duermo, me siento

El segundo día, Katia aparece en el patio de la lavandería, sonriendo

Por fin, me conducen a la cámara de recepción y me ordenan que espere. Mis

Se oyen pasos pesados fuera y la puerta se abre con un chirrido. Me alejo de

Me suelta el pelo y me mira a la cara. "¿Qué sabes tú del destino, muchacha?".

La pregunta me pilla desprevenida. ¿Duda también de los análisis de sangre

Me estudia un momento más, como si estuviera resolviendo un problema

Se me revuelve el estómago, pero suavizo mi expresión para aceptarlo con

Yo también siento la injusticia de este momento. Una novia humana para un

Entramos en una imponente cámara iluminada por braseros. Filas de bancos

Nos detenemos ante el altar e inclinamos la cabeza cuando el Sumo Sacerdote

Me pide la mano y desliza el anillo en mi cuarto dedo. Brilla sobre mi piel

Extiendo la mano izquierda y el sacerdote coloca el anillo de Iris en mi palma.

"Puedes besar a la novia".

Me sobresalto, la declaración del sacerdote me saca de mi aturdimiento. Iris

Los invitados rompen a aplaudir educadamente. Iris parece a punto de

La ceremonia concluye rápidamente. Iris y yo nos inclinamos ante los

Su desafío enciende mi propio temperamento. "¿Crees que he elegido esto?

"Perdona mi arrebato, esposo. Parece que estamos atrapados el uno con el

Quizá mi esposa no sea tan débil como parece.

Los mozos de cuadra sacan a Tormenta de Hielo, ensillado y aprovisionado

Iris mira nerviosa al semental. "Parece... formidable".

"Él me ha llevado a través de la nieve profunda y el terreno áspero. No nos

Sus pasos se arrastran a regañadientes, pero me deja guiarla. La agarro por