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Licenciatura en Educación e Innovación Pedagógica

Área Académica 5

Hernández Silva, Héctor Cuauhtémoc


13 de septiembre de 1988, La Jornada, suplemento Masiosare

¿Quién aventó a Juan Escutia?*


¡Banderita mexicana!
¡Banderita tricolor!
Me recuerdas al soldado
que hizo libre a mi nación1

Nuestra memoria histórica está conformada por una serie de mitos y leyendas. En la llamada
"historia de bronce" o historia oficial, el objetivo de cada uno de ellos ha sido afianzar sentimientos
nacionalistas de orgullo hacia nuestro país y para con aquellos individuos que la forjaron con
entusiasmo, entrega y hasta heroicidad, sin importarles nada, incluso la vida, con tal de servir,
defender o beneficiar a su patria. En efecto, aquellos mismos liberales que pugnaron por una
historiografía racional, objetiva y científica, no se amilanaron para utilizar tergiversaciones y cuentos
con el fin de consolidar nuestra identidad mexicana, todo esto, por supuesto, en aras de la nación.

Para ilustrar lo anterior, en este texto se abordarán algunos aspectos que permiten conocer el
proceso de mitificación por el que surgieron los Niños Héroes de Chapultepec, una de las grandes
leyendas patrias de nuestro imaginario nacional.2

Bajo la imagen de estos soldados rememoramos los desgraciados sucesos y resultados del
enfrentamiento bélico que tuvimos hace 150 años con los Estados Unidos. Hoy se recuerda esa
derrota con la celebración de la muerte de los cadetes del Colegio Militar frente al invasor en Ia
Batalla de Chapultepec del 13 de septiembre de I847, victoria norteamericana que dejó a su merced
las puertas de la capital del país y su consecuente ocupación, con la que se iniciaron las
negociaciones finales entre las dos naciones, las cuales culminarían con la cesión mexicana de
territorios que representaban, más o menos, la mitad de lo que habíamos heredado de los tiempos
coloniales. El resultado de la guerra contra los Estados Unidos no sólo significó esta pérdida, sino el
inicio de la hegemonía de este país sobre nuestro destino histórico.

Un acontecimiento de tal trascendencia no podía faltar en nuestro calendario cívico-histórico. Sin


embargo, con el correr de los años, tan importante derrota fue eclipsada por la conmemoración
festiva de la hazaña realizada por los Niños Héroes de Chapultepec ¿Cómo uno de los
acontecimientos fundamentales de nuestra historia llegó a convertirse únicamente en la celebración
de los cadetes muertos del Colegio Militar? Este proceso historiográfico sólo se puede revelar con un

1 Recitación escolar clásica cuando el autor de este trabajo cursaba la escuela primaria allá por los años sesenta.

2La tesis de licenciatura de María Elena Carda Muñoz y Ernesto Frtische Aceves, Los niños héroes, de la realidad al mito
(México, UNAM-FFYL, 1989, es un buen trabajo sobre este tema; Enrique Plasencia de la Parra, para su artículo
"Conmemoración de la hazaña épica de los niños héroes: su origen, desarrollo y simbolismos", Historia Mexicana, rol. XLV,
núm. 2 (178), octubre-diciembre de 1995, pp. 241-279, retama gran parte de su información de este trabajo recepcional.

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estudio amplio acerca de la historia de la historia de la invasión norteamericana. En las siguientes
líneas, tan sólo se muestran algunas pistas al respecto tomando como eje de estudio a estos seis
paladines.

DE LOS USOS DE LA HISTORIA


La investigación histórica no sólo se ocupa de explicar los procesos, acontecimientos y personajes
del pasado, también puede esclarecer el cómo estos elementos se convierten en símbolos
ideológicos, explicativos y/o identitarios, contribuyendo a dilucidar las razones que aclaran la creación
de estos emblemas. Así pues, el trabajo es un estudio en el que, como lo ha señalado Lawrence
Stone,3 "el acontecimiento, e} individuo, incluso la captación de algún estado anímico o forma de
pensar del pasado, no son fines en sí mismos, sino el medio de esclarecer alguna cuestión más
amplia que va mucho más allá de la narración de que se trate y sus personajes”.4

Hasta donde sabemos, todas las sociedades humanas de las que tenemos noticia necesitan de un
paseo común para justificarse e identificarse. Este fue el caso de las naciones que surgieron en el
mundo occidental, las cuales, entre otras cosas, tuvieron que imaginarse e inventar una historia
común que enlazara a las diversas colectividades y grupos sociales que las conformaban.5 El
nacionalismo es el "ejemplo clásico de una cultura de la identidad que está andada en el pasado por
medio de mitos disfrazados de historia[...] Inevitablemente, la versión nacionalista de su historia
consiste en anacronismos, omisiones, descontextualizaciones y, en casos extremos, mentiras".6

En 1992, en los nuevos libros de texto gratuito de historia para las escuelas primarias, no
aparecieron escritos los nombres de los seis cadetes del Colegio Militar muertos en la batalla de
Chapultepec de 1847. Esta omisión la aprovecharon tanto marxistas y progresistas como
reaccionarios y priistas para atacar a miembros del grupo cultural Nexos, que habían sido los
encargados de coordinar la redacción del libro. El nacionalismo recalcitrante fue utilizado como arma
en esta lucha de intereses y diversos sectores de la sociedad participaron en la polémica mostrando
su posición al respecto. El mismo presidente Salinas de Gortari tuvo que intervenir y declarar que
estos cadetes eran “parte esencial de nuestra historia” y que el Estado siempre estará dispuesto “a
promover el recuerdo de los hechos históricos y a honrar la memoria de los Niños Héroes de
Chapultepec”, porque “el paso del tiempo es sinónimo del olvido de las épicas hazañas de los
paladines”, y una sociedad “que tiene conciencia de sus héroes es un pueblo maduro que valora el

3Este autor la define como la ordenación básicamente cronológica del material en "un solo relato coherente, aunque con
argumentos secundarios" y concentrándose "en el hombre y no en las circunstancias". Lawrence Stone, “The Revival of
Narrative: Reflections on a New Old Historial”, Past and Present, núm. 85 (noviembre de I979), pp. 3-24, citado en Eric
Hobsbawm, Sobre La Historia, Barcelona, Crítica-Grijalbo, 1998, p. 191.

4 Eric Hobsbawm, "Sobre el renacer de la narrativa", Sobre la Historia, op. cit,p. 191.

5 Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, México, FCE, 1993, pp. 63-227.

6 Eric Hobsbawm, "La historia de la identidad no es suficiente", Sobre la Historia, op. cit., p. 270.

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presente y piensa con lucidez”. Otro grupo que intervino en aquel zafarrancho fue el magisterio
nacional, principal difusor de la visión histórica liberal, romántica y heroica. Desde los “ultras” hasta
los “charros” expresaron su descontento por medio de fotos, artículos e infinidad de declaraciones. En
la ceremonia conmemorativa de la independencia en el Angel hubo movilización de personas
armadas de enormes carteles en que se Ieía: “Los héroes, parte esencial de nuestra historia”.7 Lo que
nunca se hizo fue analizar el proceso historiográfico que había elevado a estos "jóvenes
maravilla" (sin ser precisamente los acompañantes (te Batman) a la calidad de héroes imprescindibles
de nuestra memoria histórica nacionalista.

La "historia de bronce" ha sido uno de los vehículos más importantes en la forja del sentimiento
nacional: nos proporciona un pasado genérico con el que nos identificamos y nos hace partícipes de
un destino común. La imagen que promueve del devenir histórico tiene, objetivos políticos e
ideológicos muy concretos, que gravitan en la lucha por el poder que desarrollan los grupos humanos
de una sociedad determinada en un tiempo definido.

En la conformación de México como nación, la historiografía también tuvo un pape! de primera


importancia en la implantación del imaginario social y de la memoria histórica que compartimos. Tal
ha sido su éxito que ahora todos nos sentimos e identificamos como mexicanos.

Se ha definido a la memoria como un conjunto complejo de funciones que dan al hombre la


capacidad de conservar determinadas informaciones por medio de las cuales se pueden actualizar
impresiones e informaciones del pasado. Es por ello que los fenómenos de la memoria "no son más
que los resultados de sistemas dinámicos de organización y existen s6lo en cuanto la organización
los conserva o los reconstituye".8 La memoria histórica nacional se encarga de guardar esta
información por medio de dos elementos: el conocimiento de las cosas como un saber mnemotécnico
(memorístico, pues) y la conmemoración periódica de los hechos para sostener su recuerdo. El
primero de ellos lo proporciona por el sistema educativo y el segundo el calendario cívico-nacional
establecido. La escuela, los profesores y las ceremonias cívicos han sido, por excelencia, los
baluartes de este discurso nacionalista.

SEPTIEMBRE MES DE LA PATRIA


El calendario no sólo es la medición del tiempo cósmico, sino también un objeto social que rige la
vida pública y cotidiana, y un elemento esencial de quienes detentan el poder. Se manipula y se

7 La Jornada, núm. 2879, lunes 14 de septiembre de 1992, p. 1. Lo referente a su inclusión en los vítores de la ceremonia
del grito por parte del presidente v~ase en el mismo periódico núm. 2881, jueves I7 de septiembre de I992, p. 25; en la p. 14
de este mismo número se ve la fotografía de las personas que llevaron los carteles alusivos, muy bien pintados, repitiendo la
frase de Salinas respecto a los cadetes, como también lo hizo Ernesto Zedillo, en ese entonces secretario de la SEP, en su
discurso del 16 de septiembre ante la Columna de la Independencia (p. 15).

8 Jacques Le Goff, El orden de la memoria, Barcelona, Paidós, 1991, p. 132.

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controla. Una de sus aplicaciones es la regulación del festejo de aquellos hechos que recuerden la
conformación del orden de cosas vigente por medio de actos que consoliden el statu quo.

Se le ha llamado a septiembre mes de la Patria, por la serie de acontecimientos cardinales para el


proceso histórico mexicano que se verificaron, en diferentes años, durante sus días, pero más que
nada por aquellos relacionados con la guerra de Independencia, suceso primigenio de nuestra
identidad nacional.

En las primeras décadas de existencia como país soberano hubo polémica por determinar la fecha
con la cual celebrar nuestra emancipación política (16, inicio de la revolución insurgente iniciada por
Hidalgo, o 27, fecha de entrada del ejército trigarante a la capital y de conclusión del movimiento
iturbidista), lo que traía el peliagudo problema de resolver la paternidad de nuestra bella nación:
¿Hidalgo o Iturbide? De lo que no había duda, como suele suceder en estos casos, era de la
identidad de nuestra madre, nada menos que la virgencita morena de Guadalupe, por lo cual, el 12 de
diciembre quedó establecida en la Constitución de 1824 como fiesta nacional obligatoria. Total, que
las dos posibles soluciones, por haberse realizado en septiembre, para nada afectaron la importancia
histórica adquirida por este mes.

Ya en la vida independiente se le fueron sumando otras fechas a septiembre, de las cuales


sobresalen el nacimiento de José María Morelos el 30, o el triunfo de Antonio López de Santa Anna
en Tampico frente a la expedición española de reconquista el 11 de septiembre de 1829, día que se
celebraba con gran boato en aquellos años cuando el militar jalapeño era el hombre indispensable de
la política mexicana.9

EL RECORDATORIO DE LA GUERRA DEL 47


La guerra contra los Estados Unidos, cuyo triunfo cumplió su 150 aniversario el año pasado, sumó
nuevas fechas a septiembre. Todas ellas desagradables. Después de una serie de campañas
victoriosas iniciadas desde mayo de 1846, las tropas invasoras llegaron a las orillas de la ciudad de
México para dar el golpe final. El 8 de septiembre de 1847 se enfrentaron en Molino del Rey a las
fuerzas mexicanas en una batalla sangrienta, la cual fue festejada como victoria por las dos partes, al
grado de que desde los años cincuenta de la centuria pasada fue considerada por nuestros gobiernos
generales como la fecha emblemática que recordaba este conflicto internacional. La celebración en
ese día duró hasta más o menos los años veinte de este siglo que fenece. Posteriormente, el 13 de
septiembre vino a sustituir dicha conmemoración. En esta fecha se había verificado la última batalla
formal entre los dos ejércitos beligerantes y con su resultado la capital quedó a merced del invasor.

Militares egresados del Colegio Militar fueron quienes iniciaron la tradición de recordar, en las
fechas conmemorativos del 47, los nombres de los cadetes muertos en Chapultepec, así como de
prestigiar el valor, patriotismo y una y mil virtudes más de los cadetes de dicha institución. Miguel

9En la segunda mitad del siglo XIX se vinieron a sumar otras fechas importantes a septiembre, como la muerte de Ignacio
Zaragoza eu 1863, o el cumpleaños de Porfirio Díaz el día 15.

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Miraramón, uno de los antihéroes favoritos de la historia liberal, fue de los primeros en mencionar
como presidente los nombres de sus compañeros caídos.10 Sin embargo, no fue sino hasta

principios de los años ochenta de.1 xix en que las figuras heroicas de los cadetes del Colegio Militar
muertos ante el invasor, empezaron a ser promovidas de manera permanente.

Dos factores fueron fundamentales para ello: la profesionalización del ejército porfirista iniciada por
el general Sóstenes Racha, así como la aparición de una historiografía que permitió apuntalar este
proceso de institucionalización. El Colegio Militar y su prestigio fueron la punta de lanza para el logro
de los objetivos. El primero se logró con una reforma profunda a su organización administrativa y
académica. Lo segundo con el recuerdo de páginas gloriosas en que hubieran actuado miembros de
dicha escuela castrense. La mesa estaba puesta para aquellos jóvenes muertos en el 47.

LA GLORIFICACIÓN DE LOS NIIÑOS HÉROES


Lo épico era uno de los elementos principales de la visión individualista y romántica que se tenía
en el siglo pasado respecto a la marcha histórica de las naciones. Y este valor titánico se reflejaba en
la animosidad de los individuos. La bravura cobraba cuerpo en las figuras de Lucas Balderas, Gelati,
Xicoténcatl, Cano, Antonio de León, o en el inmortal acto del general Anaya. Las muertes y los gestos
no eran más que una confirmación de todo este heroísmo derramado en aras de la patria. Pero
faltaba algo, un símbolo que significara todo ello y que cobrara arraigo en el imaginario social.

Para ello se recuperó la participación de los cadetes del Colegio Militar en la batalla de
Chapultepec, enalteciendo sus acciones y cantando las muertes de los seis miembros que
sucumbieron ante la metralla enemiga. La Asociación de ex-alumnos del Colegio Militar, fundada en
1871, fue un promotor incansable de ello. Por fin, en septiembre de 1882 se inauguró el monumento
conmemorativo de tan loable sacrificio a las faldas del Cerro de Chapultepec, mediante una
ceremonia a la que asistió el presidente-general Manuel González. En el monumento conmemorativo
se inscribieron los nombres de los muertos, heridos y participantes de dicha institución en esa batalla.

La historiografía también contribuyó a este encumbramiento: Roa Bárcena, Manuel Balbontín, el


mismo Sóstenes Rocha y la obra México a través de los siglos, perpetuaron esta nueva memoria
sobre la guerra del 47. Las celebraciones anuales, las lecciones de historia en las escuelas y los
cantos de los poetas también pusieron su grano de arena para que este nuevo símbolo prevaleciera.
Un momento apoteótico fue el poema declamado por Amado Nervo el 8 de septiembre de 1908, por
el cual los cadetes no sólo confirmaron su paso al salón de la fama del panteón histórico nacional
sino que fueron canonizados como niños:

10Hay que recordar que Miguel Miraramón fue uno de las prisioneros de aquel 13 de septiembre de 1847, por lo que estuvo
a punto de convertirse en héroe pero, para su desgracia, no murió, tan s6lo fue hecho prisionero. Por sus andanzas
posteriores y su filiación conservadora pasó a la historia oficial como todo lo contrario, es decir, coma un traidor, todo par
haberle dada tanta lata a Juárez y por haber apoyado a Maximiliano.

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Como renuevos cuyos aliños
un viento helado marchita en flor,
así cayeron los héroes niños
ante las balas del invasor.

LA APOTEOSIS DEL EVENTO


Y después vino el delirio. Surgieron las narraciones en las que se presentaría la vida de los Niños
Héroes y las descripciones de su participación, palabras, gestos y acciones en el suceso cumbre de
su vida, el asalto a Chapultepec, las cuales provocarían en la actualidad la envidia a las comisiones
que investigan las muertes de Colosio, Ruiz Massieu, el obispo Posadas o Paco Stanley. Casi paso a
paso, palabra por palabra, estos autores lograron plasmar las acciones de los cadetes, sus
ubicaciones y el momento cumbre de su muerte.

Como por arte de magia, surgieron testimonios sobre sus acciones durante el asalto al fuerte de
Chapultepec. Después de décadas de inexistencia, ingratitud y olvido fueron recobrados sus actos:

La tragedia era hórrida. Ya en los patios del alcázar un pelotón yanqui se dirigió
hacia la Torre del Mirador. Allí le recibió a tiros el alumno centinela Vicente Suárez, que
cayó acribillado. En la otra Torre del Caballero Alto, el pequeño Francisco Márquez
abatió a varios asaltantes [por desgracia no llegó hasta nosotros el número de caldos.
La E. rnonsivaniana], con los que peleó hasta no poder más y caer sobre el manto rojo
de su generosa y patriótica sangre. Fernando Montes de Oca, que aún estaba en el
alba de la vida, fue a socorrerle [y] luchó desventajosamente con las tropas enemigas,
que se echaron sobre 41 acribillándole a tiros y bayonetazos. Agustín Melgar, muy
jovencito también, un niño como sus compañeros, peleó como un titán contra el grupo
que le quería hacer añicos, pues le dieron balazos en una pierna, otro en el brazo
izquierdo y un bayonetazo en el costado derecho. Aún estaba vivo cuando le llevaron
al improvisado puesto de socorros, donde murió después de que le fue amputada la
pierna acribillada a tiros. Se dice que expiró sonriente. Es que debió tener conciencia
de haber cumplido con su deber con la Patria hasta el último momento de su vida
ejemplar.11

Tan sólo faltaba la escena delirante. Y ésta fue mejor y más allá que un simple giro de 180 grados.
Uno de ellos, Juan Escutia (al que no se le ha podido comprobar su inscripción como cadete del
Colegio, su actuación en el evento del 13 de septiembre y mucho se teme de si en realidad existió),
ya herido y conocedor del inevitable triunfo enemigo, corrió a donde estaba la bandera mexicana con
el fin de protegerla; para impedir que se convirtiera en trofeo del invasor se envolvió en ella y se lanzó
al vacío estrellándose en las rocas del promontorio. íQué momento tan excelso! ¡El propio Nervo lo
hubiera deseado para su poema a "Los niños mártires de Chapultepec”! ¡El conocimiento de tal

11 La épica tragedia de Chapultepec, México, Ediciones de Campaña ProCivismo e historia, MCMLXV, p. 17.

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suceso lo hubieran añorado los historiadores románticos de mediados del XIX! Pero ni en ese
entonces ni aún en 1908, fecha en que el vate de Tepic pronunció aquel inolvidable poema, que
todavía los niños sesenteros de primaria oíamos en las ceremonias cívicas escolares de septiembre,
les había, llegado la noticia de tan inigualable hazaña.

Morir por la patria. Tan noble honor y desprendimiento provocó, en un principio, una disputa acerca
del personaje que realizó la acción: Heriberto Frías, por ejemplo, señaló al coronel Xicoténcatl como
el actor del suceso; en los expedientes de la Defensa Nacional, para los años veinte del presente
siglo, fueron señalados otros de los cadetes (Agustín Melgar y Francisco Montes de Oca), como los
inmolados en tal hazaña. En la imagen popular que se conserva hoy de la batalla de Chapultepec ha
quedado Juan Escutia como el ejecutante de la proeza. Lo cierto es que en la cruda realidad los
norteamericanos tomaron el castillo y sus banderas, llevándoselas como trofeos de guerra a su país.

Tal parece que esta leyenda se fraguó en la segunda o tercera década del presente siglo. Su éxito
ha sido memorable. Es de las pocas escenas, si no es que la única, que recuerdan la mayoría de los
mexicanos sobre este acontecimiento y ha permanecido como representativa de aquel suceso. El
significado traducido de esta imagen, que ha perdurado a través de varias generaciones, es el del
sacrificio que reclama la patria de todos los mexicanos. Morir por la patria es tan excelso como vivir
con los sueldos ahora existentes. Estas acciones patrióticas están a la altura de la contestación
valerosa que el general Pedro María Anaya dio al comandante norteamericano cuando Ie exigió, en la
toma de Churubusco, la entrega de sus pertrechos militares: “Si hubiera parque no estaña usted
aquí”, frase que algunos mexicanos de ahora gustosos le lanzaríamos al autor de la política
económica y salarial del régimen actual.

Hasta este momento de la investigación no tenemos el nombre del primer autor material que en un
texto aventó a Juan Escutia de manera inmisericorde hacia las laderas del cerro. A quien sí
conocemos es al autor intelectual del homicidio. Estamos seguros que la muerte de Juan Escutia fue
un crimen de Estado para perpetrar nuestro nacionalismo. Como los otros magnicidios políticos
recientes, la muerte del cadete se realizó con premeditación, alevosía y ventaja en aras del bien
nacional ¡Qué la Patria les premie su sacrificio!

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