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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Siete meses después
Agradecimientos
Acerca del autor
Reconocimiento para el autor
Libros de este autor
Se armó la Filomena
K.Dilano
Primera edición: febrero de 2024
Se armó la Filomena
©K. Dilano
Copyright © 2024 por K. Dilano.
Todos los Derechos Reservados.
Edición: ©K. Dilano
Maquetación: ©Rachel’s Design
Corrección: Lorena Losón (Llyc correcciones)
Ilustración de cubierta: Lucía Valero, @luciavc.illustrations
Diseño de portada: ©Rachel’s Design
Foto de autora: ©Mimosafotografia
Todos los derechos reservados. Este libro ha sido publicado en modalidad de
autopublicación por el autor, oficiando también como editor. Ninguna sección de
este material puede ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio sin la
autorización expresa de su autor. Esto incluye reimpresiones, extractos, fotocopias,
grabación o cualquier otro medio de reproducción (electrónico, mecánico u otros).
La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad
intelectual.
La obra que tiene en sus manos es una novela de ficción. Cualquier semejanza con
la realidad es pura coincidencia. Tanto personajes como lugares o intervenciones
son producto de la imaginación de la autora.
ISBN: 9788409579211
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Publicado e impreso por Amazon KDP
Gracias por comprar este libro.
***
Xavier despertó desubicado, sudoroso e intentó incorporarse,
pero el mareo, el dolor de cabeza y tanta gente reunida a su
alrededor le llevaron a tumbarse de nuevo en el sitio con la
respiración acelerada.
Parecía un mal sueño. Pero no.
Se llevó la mano a la cabeza y notó un chichón de
dimensiones colosales y varias tiritas de aproximación que le
hicieron aullar de dolor al presionarse la frente.
Apretó los ojos con fuerza y, al abrirlos, revisó a su
alrededor para dar con la persona que esperaba ver. Aquella
que no conseguía sacar de su mente desde hacía días. La mujer
que deseaba más que a nada en el mundo y a la que esperaba
no haber perdido, otra vez, fuera o no fuera a haber
matrimonio entre ellos algún día.
Sí, matrimonio, ¿por qué no? Ese era su deseo y tenía que
hacerlo, a costa del rechazo de muchos de los que le conocían
y que le dirían que el hombre es el único animal que tropieza
dos veces con la misma piedra por pequeña que sea. Pero qué
más daba. Tenía que reconocer que la vida en pareja le
gustaba. Deseaba casarse con aquella mujer y que fuese la
madre de sus hijos, aunque nunca hubieran hablado de ello.
Tenía puesta la chaqueta aún y tocó el bolsillo interior para
cerciorarse de que allí seguía lo que llevaba dentro, en su sitio
y a buen recaudo. Pero no la veía y empezó a agobiarse al
tener encima a demasiados invitados de boda, con mascarillas
puestas, y que no hacían más que mirarle como a un bicho
raro.
***
Dedicado a Loreto y al valor de darle cuerpo a una pequeña
historia
Capítulo 1
Última semana de soltería
***
Entre el 6 y el 7 de enero, Alba liquidó toda la comida que
había preparado. Suerte que se había dejado libres las dos
tardes enteras para cocinar lo que, previsiblemente, había
calculado que vendería el fin de semana anterior a la vuelta al
cole. Un fin de semana lleno de padres que necesitarían
comida precocinada por ser días de devoluciones de regalos
navideños y rebajas. También un fin de semana de los más
fríos de aquel invierno, lo que la obligó a tener que cocinar
con cuello alto y un forro polar bajo el delantal. Suerte que su
madre estaba en la playa y no tendría que subir cien veces a la
casa a cargar de leña la chimenea.
Tan rápido se le pasaron las horas que ni siquiera se enteró
de que había empezado a nevar. Cuando terminó, colocó todo
en su sitio, limpió la cocina para tenerla lista para el día
siguiente y cerró el local.
Antes de subir el par de escalones que la conducían a su
casa, vio la fina capa de nieve que cubría la calzada y se quedó
allí unos minutos, disfrutando de los copos al caer sobre su
cara y sonriendo ante aquella estampa tan rara de ver en los
últimos años.
La luz de las farolas permitía apreciar el grosor y la
velocidad a la que caían aquellos copos. Sobre la carrocería de
los coches se empezó a formar una capa blanca y compacta
que contrastaba con el color oscuro del suyo y el de su vecino;
lo que le hizo cruzar la calle, con cuidado de no ir a resbalarse,
y levantar los limpiaparabrisas delanteros y traseros, como
siempre le vio hacer a su padre, para evitar que se helaran las
escobillas y no se pudiesen separar del cristal hasta pasado
mucho rato después.
Xavier también llevaba un rato mirando hacia la ventana,
sentado como estaba en el sofá.
Estando tan cerca de la sierra madrileña, para él aquello era
de lo más bucólico que había: nieve, frío, un buen fuego en la
chimenea, una copa de vino en la mano, y solo le faltaba el
calor de una mujer a su lado; aunque sacudió la cabeza,
entrecerrando los ojos, puesto que se negaba a pensar en ello
cada vez que se le pasaba por la cabeza o su hermana le decía
que le iba a presentar a alguna de sus amigas. Mejor dejar que
el tiempo hiciera su función y que cerrase bien la herida antes
de embarcarse en una nueva relación o echar un polvo con
cualquiera por ahí.
Se levantó para acercarse a la ventana del salón y vio a su
casera, esta vez con el pelo rojo vivo, cerca de su coche y
manipulando sus limpiaparabrisas.
—¡Eh, tú! —Abrió la ventana—. ¿Qué le haces a mi
coche?
—De nada, desagradecido —respondió ella, mirando hacia
arriba.
Él arrugó el entrecejo y soltó la copa que llevaba en la mano
sobre la mesa del comedor.
—¿Otra vez te has vuelto a teñir? En serio, tienes un grave
problema con eso. Cuando tu pelo no lo soporte más, se te va a
caer a puñados.
—¡Oye, rubito, a mi pelo no le pasa nada! Son mascarillas
de color que se van con los lavados. Y sé un poco más
educado y dame las gracias, que te estaba haciendo un favor.
—Te daría las gracias si supiera lo que le estás haciendo a
mi coche. ¿Por qué me levantas los limpia?
—Para evitar que mañana los tengas congelados y tardes un
siglo en poder usarlos. ¿Es que no lo sabías? Los tíos soléis
saber esas cosas.
—Pues yo no. Soy de Castelló y allí no nieva.
—Pero vivías por la carretera de La Coruña con tu querida
novia. ¿Nunca os nevaba por allí tampoco?
—¡Perdona! Exnovia. Y harías bien en no mencionármela,
que llevaba varios días sin acordarme de ella y de toda su
familia.
—¿Tampoco has ido a esquiar nunca?
—No. Y espero que deje de nevar, porque la poca ropa que
tengo adecuada para salir a la intemperie con este frío me la
dejé en casa de la innombrable.
—Pues está cuajando y a base de bien; así que apréndete
esto, porque la próxima vez te va a tocar salir a ti.
—Bien, gracias, me has evitado tener que bajar yo.
—De nada, hombre —dijo ella mientras recorría los pocos
pasos que la separaban de su casa—. Hasta mañana.
—Descansa, Alba —le deseó, quedando tentado de
ofrecerle una copa de vino que degustar con él, aunque evitó
decirlo en el último momento y, en cambio, dijo—: Por cierto,
de todos los colores que te he visto, este es el que mejor te
queda.
***
Por la mañana, Alba despertó temprano. La persiana de su
habitación parecía haberse trabado y no pudo subirla; ya que le
dio miedo romperla y desistió antes de que tuviera que esperar
al lunes siguiente para llamar a un persianista.
Después de arreglarse y bajar a la cocina para prepararse un
café, entendió el porqué de todo. Por la ventana se veía todo
blanco.
Los coches, la calzada y las aceras habían desaparecido bajo
una tonelada de nieve que los había cubierto por completo, la
puerta del bar de Andrea tenía un metro de nieve o más;
imposible el acceso, a no ser que mediase una pala de por
medio y un trabajo extenuante que le abriese una vía para
entrar y salir.
—¡Mierda! —exclamó en alto, corriendo hacia la puerta de
acceso a su casa. Aunque algo la contuvo de abrirla, y primero
se le ocurrió mirar por una de las ventanas laterales desde las
que se podía ver quién llamaba a su puerta. Asombrada,
descubrió que en su zaguán había una montaña de nieve casi
tan alta como la que lideraba la sierra madrileña a cuyos pies
descansaba su pequeño pueblo—. ¡No me jodas!
Se llevó una mano a la frente y comenzó a hiperventilar
mientras pensaba la manera de arreglar aquello.
Estaba sola, sin posibilidad de salir ni de acceder al local;
sobre todo eso, que era lo que más le urgía de todo.
Por suerte, había guardado toda la comida en las cámaras
frigoríficas, pero eso no evitaría que se echasen a perder
algunas cosas que debían ser consumidas en dos días a lo
sumo; aunque, claro estaba, si conseguía clientes que llegasen
hasta allí para comprarlo, si no, estaría tirando una verdadera
fortuna a la basura.
—¡Mierda, joder, mierda! —Al instante, sonó su móvil—.
¡Dime! —le espetó a Andrea en cuanto vio su nombre en la
pantalla del teléfono.
Fue corriendo a la televisión para ver las noticias, como
bien le había dicho su amiga, y descubrió el caos que se había
montado.
«LA MAYOR NEVADA EN MEDIO SIGLO
PARALIZA ESPAÑA.
Hay alerta en más de la mitad de las
provincias del centro de la península
y están bloqueadas ciudades como
Madrid y el resto de su comunidad, así
como cientos de carreteras por todo el
país.
Se prevé que no pare de nevar durante
las próximas horas, con temperaturas
de menos diez grados en la capital y
hasta veinticinco grados bajo cero en
la provincia de Teruel.
Debido a las fuertes nevadas, algunos
automovilistas desprevenidos han
quedado atrapados en la carretera
durante horas, se han suspendido los
transportes públicos y ha habido
multitud de daños materiales en
estructuras, rotura de ramas y caídas
de árboles».
Carreteras cortadas, máquinas quitanieves que no daban
abasto, árboles y ramas partidas dentro y fuera de los parques,
trenes parados, el aeropuerto con sus pistas llenas de nieve y
los consiguientes retrasos y anulaciones, pueblos
incomunicados, gente esquiando y divirtiéndose con los
trineos por mitad de la Gran Vía madrileña y Andrea que no
paraba de hablar y de decirle que le iba a tocar coger la pala
del garaje y salir a abrir una vía como fuera para llegar al
pueblo.
Pero Alba le dijo que se olvidara del bar. Que allí nadie se
iba a mover, a no ser que fuera para quitar nieve y poco más; y
eso si el cielo se apiadaba de todos y no nevaba más, lo cual
no parecía que fuese a suceder, ya que el cielo estaba gris, feo
y con unas nubes que parecía que guardasen en su interior
nieve para repartir varios días.
Parecía que la había convencido y decidieron hablar más
tarde, ya que Alba recordó dónde estaba la pala de su padre y
le colgó para ir al cuarto de los trastos.
Minutos después, la tenía en sus manos, pero poco iba a
poder hacer con ella desde dentro de una casa cuya única
puerta al exterior y camino de acceso estaba trabado con un
buen paquetón de nieve.
De repente, se acordó de su vecino, el barbudo criticón, su
inquilino indeseado, pero que, con un poco de suerte, no
tendría su puerta de acceso bloqueada al estar al otro lado de la
fachada que había recibido el peor envite de todos, viendo
como estaba la calle principal por la que no se podía ni
caminar sin usar raquetas de nieve.
Alba corrió hasta la cocina y abrió la ventana para asomar
medio cuerpo fuera y comprobar cómo estaba la entrada al
portal.
—¡Eureka! —exclamó en alto.
Ahora, solo quedaba llamar a su inquilino para que la
ayudase a abrir una vía de escape y otra de acceso al local.
Capítulo 13
Se armó la filomena
***
La mañana del martes antes de la boda de Sebas, Alba se
acercó hasta la consulta, que le quedaba a tan solo cien metros,
para llevarle unos cruasanes rellenos y recién horneados a
Xavier y a Sara.
Sabía que él tenía que atender a tres clientes antes de bajar a
Madrid. Cuando llegó, le abrió la puerta una chica que estaba
esperando dentro a que la atendiesen. Nada más entrar, le dio
las gracias y gritó:
—¡Sara! —Sonrió a aquella chica rubia y agraciada, con
rasgos de actriz de Hollywood y vestida con ropa ajustada que
dejaba entrever su voluptuosa forma mientras en una mano
sostenía el plato de los cruasanes y en la otra el manojo de
llaves del local y de su casa.
—¡Voooy! —se escuchó una voz a lo lejos.
Frente a aquella chica, Alba se sintió de menos con su pinta
de cocinera, con gorro incluido, y recién salida de entre los
fogones. Y, por un momento, se le pasó por la cabeza la idea
de que ojalá tuviese la cita con Sara, en vez de con Xavier,
porque posar sus ojos sobre aquella preciosidad era una cosa,
pero evitar la tentación de caer presa de sus encantos al posarle
las manos encima sería algo difícil de superar.
Alba evitó seguir pensando en aquello, ya que, si de algo se
sentía orgullosa, era de no ser celosa y confiar plenamente en
la persona con la que estuviera en ese momento. Además de
que ya lo habían hablado y de que Xavier era todo un
profesional y además de que… En ese instante, Alba desvió
sus ojos a las manos de aquella hermosa mujer para ver si su
estado le tranquilizaba un poco más la conciencia, y se fijó en
que esta portaba en el dedo anular de su mano izquierda una
alianza de compromiso que ella conocía bien.
Se trataba de un anillo caro, rodeado de zafiros y diamantes
sobre una base de oro blanco y tan resplandeciente como lo
vio dos meses atrás, cuando Xavier se lo enseñó en el bar y
que tanto le costó conseguir que se lo devolviera la mujer a la
que se lo había entregado en su día.
Por un minuto, se sintió desfallecer. No todos los días se
veían aquellas maravillas en dedos tan jóvenes. Sin poder
apartar la mirada de aquella mano, Alba le preguntó a la chica:
—Precioso anillo. ¿Es de pedida?
La mujer se miró el dedo, disfrutando de aquel espectáculo
que le adornaba la falange y lucía hermoso y resplandeciente.
—Sí, y espero que no se le olvide al hombre que está ahí
dentro.
A Alba le pareció ver que señalaba con la barbilla hacia la
puerta en la que, normalmente, Xavier impartía sus masajes, y
pensó que ojalá a quien estuviera dándoselo en ese instante
fuese al novio de aquella mujer.
De pronto, Sara salió de su cuarto seguida por una señora de
mediana edad.
—Buenos días, Alb…, ¿qué haces tú aquí? —Sara se dirigió
a la joven y no pareció haberle hecho mucha gracia el verla—.
¿Cómo has entrado?
—Buenos días para ti también, Sarita. Abrió él.
—¡¿Cómo dices?! ¿A ver, para qué has venido? —la
increpó mientras cobraba a su paciente.
—Pues eso no es asunto tuyo, la verdad.
—Sí lo es si le vas a trastornar más de la cuenta. Te
recuerdo que le dejaste hecho polvo hace un par de meses.
Alba estaba viendo aquella diatriba como quien mira un
partido de tenis, de una a otra y sin salir de su sorpresa.
—Harías bien en meterte en tus asuntos —respondió la
joven, esperando a que la señora pagase y se largase de una
vez, y que aquella otra muchacha soltase el plato que llevaba
en la mano y que se marchase también por donde había
entrado. Pero allí ninguna parecía moverse de su sitio y
empezó a sentirse incómoda, por lo que se puso de pie para
quedar a su altura.
—¡Hola, Alba! Que no te he dicho nada —saludó Sara—.
¿Eso que traes es para nosotros? —Alba asintió con la cabeza
y le pasó el plato que liberaba un aroma de lo más apetecible,
bajo la lámina de papel de aluminio que lo cubría—. Le va a
venir bien la bollería que hace nuestra amiga, porque se quedó
en los huesos después de la que armaste. —Clavó su mirada
sobre la rubita con toda la ira focalizada en ella.
—¡Mira, métete en tus asuntos! —La chica levantó la mano
izquierda con el dedo medio mirando hacia el techo y, en ese
instante, Sara se fijó en algo.
—¿Esa alianza…?
La puerta de la consulta de Xavi se abrió y una señora
regordeta salió de ella.
Al instante, se escuchó gritar en alto a Xavier:
—¡Marta, entra!
A Alba se le cortó la respiración y, sin despedirse siquiera,
abrió la puerta y huyó de allí corriendo.
Capítulo 18
Encerrona
***
Xavier siguió el coche de Marta todo el trayecto.
Necesitaba llegar a la otra punta de Madrid, en donde estaba
su anterior casa, antes de que se formase el atasco de salida de
los trabajos y no llegase a las siguientes citas que tenía
concertadas por la tarde.
Parecía que Marta estaba de buenas, y eso era algo que
había que aprovechar. Con ella nunca se sabía. Era bastante
impredecible, aunque también cautivadora y extremadamente
sexy. Sabía que los hombres se fijaban en ella; tal vez
demasiado. Pero aquello ya no le importaba, le daba
exactamente igual, con tal de que, por un rato, no se tirasen los
trastos a la cabeza.
Era agradable poder reír junto a ella y hablar de cosas
banales que no les recordasen cada dos por tres que su boda se
había ido al traste. Todavía sentía el tacto de su piel en la
punta de sus dedos. La suavidad y la blancura que siempre le
había ensimismado y que hacía escasos minutos le había
causado un amago de erección como hacía tiempo que no
había sentido con ella, pero que pudo controlar a tiempo.
Notó que, aquella mañana, Marta se había perfumado más
de la cuenta y, a través de la mascarilla, aquel aroma le había
evocado sus mejores momentos. Mientras recorría con sus
manos la espalda que tantas veces había rozado y besado,
sintió que ella liberaba algo de rencor y de ira.
Todo había cambiado desde la Filomena. Aquella tormenta
que había colapsado Madrid hizo que tuviese la necesidad
imperiosa de hacerse con la ropa de abrigo que se mantenía en
los armarios de la casa que finalmente ella se quedó.
La primera tarde que pudo moverse con el coche e ir a
buscarla, ella le recibió afable y aquello le hizo respirar
tranquilo, soltando toda la tensión que había acumulado en las
horas previas al encuentro.
Le faltaron algunas cosas por recoger: ropa de cama y un
edredón que ella misma le había llevado a la tintorería, pero no
le importó pasar a recogerlo en otro momento, y a eso iba ese
día. Incluso le había parecido un detalle que se hubiera
desplazado para que le diese un masaje a aquel pueblo al que
nunca consiguió llevarla, ni en las muchas invitaciones que
Sara les había hecho cuando aún eran pareja.
Habían pasado dos meses y ya la veía con otros ojos.
Mucho más madura y menos crítica, aunque le había contado
el encontronazo que había tenido con Sara; lo que le llevó a
pensar que tenía que hablar con ella. De hecho, debería de
haberlo hecho hacía tiempo, así como llamarla por teléfono
para decirle que se la iba a encontrar en la consulta, pero es
que todo había surgido demasiado rápido.
Cuando llegaron al portal de la casa, Marta le hizo una señal
para que aparcara en una plaza que quedaba libre. Poco
después, le abría la puerta del apartamento.
—Si quisieras, podrías volver a tener una copia de las
llaves. —Xavier frunció el entrecejo ante aquella propuesta
que para nada se esperaba, y refrenó el paso antes de cruzar el
umbral—. No te hagas ilusiones, era broma —rectificó al ver
que su propuesta podía hacer que él se diese la vuelta y que su
renovada buena relación se terminase antes de tiempo—. Solo
lo he dicho porque igual te apetece quedarte aquí alguna noche
si terminas tarde con los clientes de la zona. No es por nada,
pero ese pueblo al que te has ido a vivir está un poco a
desmano. —Ella se apartó para que entrase y le mostró las
manos, con las palmas boca arriba, para que le pasase su
impermeable tres cuartos—. Creo que es la segunda vez que te
veo llevar tanta ropa de abrigo. Te estás ruralizando.
—Estuve a punto de morir congelado durante la Filomena,
así que ahora no me lo quito para nada.
—En serio, Xavi, no encontraste nada más cerca de Madrid
para irte a vivir. Tu casa es muy cuca, pero ni siquiera tiene
vistas. Además, huele a fritanga. ¿Seguro que es legal que
tengas justo debajo el local de tu casera y que esté cocinando
todo el día ahí? A ver si va a ser como esas cocinas ilegales de
los edificios de Madrid.
Xavier la había recibido en su casa para que no fuera sola
hasta la consulta y le ofreció un café mientras se duchaba y
terminaba de arreglarse.
—El negocio de Alba es perfectamente legal. Tiene licencia
y todo está en orden.
—Ya, ya, pero te atufa toda la casa —dijo mientras se
dirigía a la cocina—. ¿Te apetece una cerveza?
Xavier negó con la cabeza y miró alrededor para ver si veía
su edredón y el resto de ropa de cama por algún lado.
—Demasiado pronto para mí, tengo masaje a partir de las
cuatro.
—Aún quedan un par de horas, quédate a comer algo.
—No, que luego se monta atasco y voy pillado de hora.
¿Dónde están las cosas?
Ella se acercó a él y le señaló con la cabeza el pasillo que
llevaba a su habitación. A él le extrañó que no hiciese el
amago de ir a buscarlo, por lo que fue él mismo a cogerlo.
Cuando entró en su anterior cuarto, lo vio extendido sobre la
cama. Se trataba de una colcha edredón de los que le gustaba
usar a él, ya que era demasiado caluroso y acostumbraba a
dormir en calzoncillos del calor que pasaba con la calefacción.
—Había pensado que podíamos darnos un homenaje antes
de irte con él y no volver a veros a ninguno de los dos durante
mucho tiempo.
—¡Maaarta! —Xavier arrastró su nombre en un intento de
reprenderla, sin entrar a más.
—Hemos pasado muy buenos momentos bajo ese edredón,
Xavi. —La mano de ella se metió por debajo de su polo de
manga larga y él se apartó igual que si le hubiese quemado con
ella.
—Ja està bé, Marta!
Se fue directo a por la prenda de cama y comenzó a
doblarla.
—Te he echado de menos, Xavi. Este apartamento es
demasiado grande para mí sola. —Ella caminó hacia él, en un
afán por cortarle el paso.
—¡Basta ya, te he dicho! Lo de este piso ya no es asunto
mío, ¿vale? Y, de lo demás, vamos a dejarlo estar. Haz el favor
de dejarme pasar.
Pero ella se echó sobre él y le atrapó por el cuello.
—¡Marta, que pares de una vez! ¿De acuerdo? Estoy con
otra persona. —Con aquello último que dijo, evitó que le
besara—. Y déjame pasar, haz el favor. ¿O me vas a hacer
saltar la cama?
—¿Que estás con otra? ¿Con quién?
—Eso no es de tu incumbencia. Te repito que me dejes
pasar.
—Ahí tienes la cama. —Señaló con la barbilla—. Tú
mismo. Sáltala si quieres.
Xavier terminó saltando y, refunfuñando, agarró su abrigo
de encima de la silla en donde lo había dejado ella y se dispuso
a salir por la puerta sin volver la vista atrás.
—¿Y las sábanas? No esperarás que te las lleve a ese pueblo
de mala muerte, ¿verdad?
—Haz lo que quieras con ellas. Por mí como si las quemas.
Y, dando un portazo, salió corriendo de allí.
Capítulo 19
Hermetismo total
***
El sábado previo a la boda, decidió ir a hablar con Sara y
enterarse al menos de si había que ir de etiqueta o qué tipo de
traje tenía que lucir al día siguiente.
—Estoy por ir a alquilar uno —confesó una vez que se
sentó en la mesa de la cocina, tras quitarse el abrigo.
—¿No tienes un traje cualquiera que ponerte? —preguntó
ella mientras le pasaba un café caliente—. No hay que ir de
esmoquin ni nada de eso.
—Todos mis trajes los tengo en Castelló. Y, además, no creo
ni que me queden bien. Estoy bastante más delgado que
cuando los usaba. Pero no pienso ir hecho un adefesio a esa
boda y que Alba no me quiera ni ver.
—Nos va a costar bastante que ella quiera volver a mirarte.
Además, tiene a Andrea de su parte y eso es luchar contra dos
titanes, por mucho que hayas encontrado el anillo. Pero de
Andrea me ocupo yo. —Sara cogió su bolso y su abrigo y le
agarró del brazo—. ¡Venga, acábate el café! Y que no se diga
que no le echo yo una mano a un amigo, por muy
capullamente que se haya comportado. Vamos a irnos de
tiendas y, de paso, nos vamos a dar una vueltecita por el
hospital de tu ex, a ver si la vemos por allí.
Capítulo 21
La boda
- Aliana López
Excelente experiencia para todos los sentidos… Una gran
historia contada de con una narrativa que atrapa desde el
primer párrafo…
- Cliente Amazon
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La maleta ardiente de Luna Beltrán