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. En el siglo VI a.C.

, Tales de Mileto comprobó que al frotar una pieza de


ámbar con una lana ésta podía atraer objetos livianos, como hilos o
plumas. Fenómenos similares fueron observados a lo largo de los siglos,
pero su estudio sistemático no comenzó hasta el siglo XVI. En el año
1600, William Gilbert publicó De Magnete, una obra en la que se refiere
por primera vez a este fenómeno con el nombre de
electricidad (electricitas, en latín), que deriva de la palabra griega para
el ámbar, elektron (electrum, en latín). Este científico observó que otros
muchos materiales se comportaban como el ámbar, mientras que otros
no ejercían atracción alguna, y en base a este comportamiento los
clasificó en eléctricos y aneléctricos

La electrización de un cuerpo por fricción o rozamiento se denomina


efecto triboeléctrico (triboelectricidad).

En el siglo XVII, Otto von Guericke ideó el primer generador


electrostático. Esta máquina consistía en una bola de azufre,
atravesada por un eje metálico y anclada a una estructura de
madera, que hacía girar con una mano y frotaba con la otra. La esfera
podía mantener una gran cantidad de carga y se la podía descargar
acercándole el extremo de un conductor. Con la bola de azufre cargada,
Guericke observó una variedad de manifestaciones que hoy asociamos a
la electricidad estática, tales como chispas, chisporroteos y atracción o
repulsión de objetos livianos. Gracias a ella comprobó que la atracción
que ejerce un cuerpo electrizado se convierte en repulsión una vez
que han entrado en contacto.
Generador
electrostático de Otto von Guericke (Fuente: Wikipedia)

Posteriormente, Charles du Fay, en el siglo XVIII, describió dos tipos de


electricidad, ya que observó que cuando se acercaban dos cuerpos de
vidrio frotados con seda se repelían, igual que cuando se acercaban dos
piezas de ámbar frotadas con lana. Sin embargo, el vidrio electrizado y el
ámbar electrizado se atraían entre sí. Esto llevaba a pensar que existía
un tipo de electricidad positiva (la del vidrio, o electricidad vítrea) y otra
negativa (la del ámbar o el azufre, o electricidad resinosa). Benjamin
Franklin entendió que la electricidad era una especie de fluido que
poseían los cuerpos y que podía pasar de uno a otro. Si los cuerpos
poseían iguales cantidades de electricidad positiva y negativa se
conseguía la neutralidad.

Para entender cómo se produce ese flujo de electricidad de un cuerpo a


otro tuvieron que pasar aún dos apasionantes siglos, durante los cuáles
se comprendieron los fenómenos eléctricos y su relación con los
magnéticos, y se descubrieron las características más íntimas de
la estructura atómica.

Hoy sabemos que existen tres tipos de partículas subatómicas: el


electrón, el protón y el neutrón. En el núcleo atómico se encuentran
los protones, con carga positiva, y los neutrones, que no tienen carga
eléctrica. En torno al núcleo se encuentra una nube de electrones, que
poseen carga negativa. Los átomos en su estado natural poseen el
mismo número de protones que de electrones, es decir, son
eléctricamente neutros, ya que la carga del protón es igual en módulo a
la carga del electrón. Esta cantidad se conoce como unidad
fundamental de carga:

Los electrones más alejados del núcleo están menos atraídos y tienen
mayor movilidad, por lo que son susceptibles de escapar de la propia
estructura atómica e incorporarse a las capas más externas de otro
átomo. Así, el átomo que pierde electrones tendrá una carga neta
positiva, mientras que el átomo que los adquiere manifestará una
carga neta negativa.

Texto publicado en
la revista Scientific American a finales de 1899.

La carga es una magnitud aditiva, es decir, la carga eléctrica total de un


cuerpo es la suma de las cargas eléctricas de las partículas que lo
constituyen, y siempre será un múltiplo entero de la unidad
fundamental de carga, por lo que se dice que la carga está
cuantizada. Eso significa que la carga sólo puede tomar ciertos valores
discretos, siempre múltiplos de e: cualquier cuerpo en la naturaleza
tiene una carga que es N veces el valor de e.
Las cargas que cede un cuerpo son aceptadas por otro, es decir, la carga
se conserva. Esto se conoce como principio de conservación de la
carga.

Cuando dos cuerpos se frotan entre sí, se produce una transferencia de


electrones desde uno, que queda cargado positivamente, hacia otro,
que adquiere carga negativa. Esto es lo que ocurría al frotar un vidrio con
un paño de seda (la seda transfiere electrones al vidrio) o el ámbar con la
lana (el ámbar cede electrones a la lana). También vimos que dos vidrios
electrizados, o dos piezas de ámbar electrizadas, se repelían, mientras
que el vidrio y el ámbar, previamente electrizados, se atraían. La
conclusión evidente es que los cuerpos con cargas opuestas se
atraen y aquellos que tienen cargas del mismo signo se repelen. La
magnitud de esta atracción o repulsión viene dada por la ley de
Coulomb.

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