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Victoria Vera
Catherwood, Christopher
Guerras en nombre de Dios. - 1a ed., 1a reimp. - Ciudad Autónoma
de Buenos Aires : El Ateneo, 2014.
224 p. ; 23x16 cm.
ISBN 978-950-02-0430-9
2. Las cruzadas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
3. El superpoder islámico.
Ascenso y caída del Imperio Otomano, 1354-1922 . . . 77
Conclusión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215
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¿CONFUNDIDOS?
es algo que, en mi opinión, suele incidir aun en los autores más cul-
tos cuando tocan las cuestiones religiosas que constituyen el núcleo
de este libro. Justo antes de escribir esta introducción, leí dos libros
fascinantes acerca del siempre espinoso tema de la jihad, un término
usado tanto para expresar el esfuerzo por llegar a ser un buen mu-
sulmán, como, en otros casos, para hacerle la guerra a otras creen-
cias. ¿Es el Islam natural e instintivamente una religión pacífica? ¿O,
por el contrario, es una fe que lleva la violencia en su mismo centro,
y que siempre ha sido así desde sus orígenes, unos mil trescientos
años atrás? Un libro argumentaba a favor del primer punto de vista;
el segundo, a favor del otro, y los respectivos volúmenes fueron la
fuente de las citas que encabezan este capítulo.
Uno de los problemas que he observado es que el análisis del pa-
sado musulmán está condicionado, con demasiada frecuencia, por el
bando en el que se ubican los autores en este debate sobre un tema
muy actual: la guerra cultural del siglo XXI. O todos los musulma-
nes creen secretamente en la necesidad de una violenta guerra re-
ligiosa, y en la matanza de infieles en gran escala, o el Islam es una
fe increíblemente pacífica, y las alevosías de algunos musulmanes
que se equivocaron en los siglos pasados no tienen verdadera im-
portancia y pueden ser justificadas en el contexto de épocas más
ignorantes y primitivas.
Estos puntos de vista, por cierto, se contradicen. Ambos, de ma-
nera incorrecta, tiñen el pasado con lo que pensamos que determi-
nados grupos creen hoy en día. Sin embargo, reconocemos –o al
menos espero que lo hagamos– que los cristianos no se comportan
ahora como lo hacían en el siglo XVI, cuando un grupo de creyentes
se sentía con derecho a quemar al otro en la hoguera. Las religiones
no pueden considerarse en términos absolutos. En nuestros tiempos,
el Islam atraviesa un cambio radical: por primera vez en su historia,
una enorme proporción de fieles está viviendo fuera del reino de su
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go, Cook nos muestra, a partir de sus escritos y de sus acciones, que
no era este el caso de algunos eminentes líderes sufíes del pasado,
como al-Nuwayri en la Edad Media, quien participó en batallas, y
otros gobernantes musulmanes con inclinaciones bélicas aún más
marcadas. Los sufíes, en los siglos pasados, han sido tan militaris-
tas en su interpretación de la jihad como todos los demás, aunque
algunos, como al-Ghazali, el gran filósofo, pusieron más énfasis en
los aspectos interiores que en la versión violenta.
Así pues, mientras las numerosas sectas sufíes, desde los Balcanes
hasta el norte de África, practicaron la jihad interior, los musul-
manes de todo tipo estaban comprometidos como soldados en la
versión militar, la de la conquista. El Islam estuvo, de hecho, en per-
manente avance, conquistando nuevos territorios desde el año 632
hasta 1683, un período de más de mil años. El predominio de Occi-
dente es increíblemente reciente y, si naciones como la China o la
India nos alcanzan durante este siglo XXI, la hegemonía de Occiden-
te será considerada como una fase de transición que no duró mucho
más de cuatrocientos años, menos de la mitad del tiempo de la su-
premacía islámica. Dentro de cien años, tanto el dominio de Occi-
dente como el del Islam serán considerados fenómenos del pasado
si continuamos avanzando hacia otro fenómeno que bien podría
llegar a llamarse “el milenio asiático”.
“¿Quién empezó?”
Cuántas veces un profesor o un padre, furiosos, entran en la ha-
bitación donde dos niños están peleándose, solo para que cada niño
le eche la culpa al otro de haber empezado la pelea.
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ese entonces, ya estaba llegando al Indo hacia el este y, hacia el año 711,
casi toda África del Norte estaba en sus manos.
En este momento es importante mencionar que no todos los
pueblos que ellos conquistaban eran forzados a convertirse al Islam.
Los árabes seguían siendo minoría en los nuevos dominios, a menu-
do limitados a las ciudades que servían de guarniciones, y desde las
cuales se controlaban los territorios conquistados.
Algunos pueblos dominados se convirtieron. Sin embargo,
bajo el gobierno de los omeyas, que retuvieron el poder hasta el
año 750, cuando casi todos fueron masacrados, la verdadera au-
toridad y la clase alta pertenecían al pequeñísimo grupo árabe do-
minante, similar en muchos sentidos a la reducida elite británica
que gobernó en la India en los tiempos del Raj. Los conversos,
musulmanes pero no árabes, eran llamados mawalis, y la mayoría
de ellos, especialmente los de Persia, se hallaban resentidos por su
situación de inferioridad.
Los cristianos, los judíos y otros grupos monoteístas que no se
convertían eran conocidos como dhimmis, o “pueblos del Libro”, a
quienes el Corán les otorgaba cierto estatus especial, aunque siem-
pre secundario. En años recientes, sobre todo debido a un escritor
conocido con el seudónimo de Ba’t Yeor, el preciso estatus de los
dhimmis bajo el dominio musulmán se ha vuelto motivo de polémi-
ca, no solo en los círculos académicos sino también como parte de
las guerras culturales en los Estados Unidos a partir de 2001.
Es difícil saber quién tiene razón, y qué trato recibían en realidad
los dhimmis. Me inclino a pensar que el trato que recibían variaba
mucho tanto geográfica como cronológicamente: había gobernan-
tes islámicos ilustrados, como los omeyas en al-Ándalus, en España,
mientras que otros eran crueles, opresivos y no vacilaban en asesinar
a los súbditos que se rehusaban a someterse. En otras palabras, es im-
posible generalizar.
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