El día 11 de marzo tuvo lugar en el salón de actos del Instituto Español de Enseñanza
Media "Nuestra Señora del Pilar" de Tetuán (Marruecos) una conferencia, seguida con gran interés por un público compuesto de profesores, padres, alumnos e invitados, sobre "El debate en torno al choque de civilizaciones", a cargo de D. Fernando Quesada Castro, invitado por nuestro profesor de Filosofía D. Marcial Caballero. El profesor Quesada ha aceptado muy amablemente responder por escrito -expresamos aquí una vez más nuestro agradacimiento-a una serie de preguntas hechas por mí, Sulaimane Mezzouji, alumno de 1º de Bach, para la revista del Centro. Nos satisface poder reproducir aquí la entrevista completa, cuya versión sólo parcial -por razones de espacio- aparece en el nº 15 de nuestra revista El Pilar, correspondiente al presente curso escolar 2009-2010. Pregunta: En líneas generales, ¿a qué se refería Samuel Huntington con El choque de civilizaciones? Respuesta. La aparente sencillez de la pregunta implica, en el caso de Huntington, una compleja red de significados y de sujetos a los que se dirige. Citando por la traducción en castellano de dicha obra, Huntington afirma que: “En el mundo de la posguerra fría, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales”. (p. 21) En principio, algunos teóricos de Relaciones Internacionales y politólogos creyeron que el asumir la diversidad de culturas y de valores como guías en la interrelación entre los pueblos daría un juego más humano y cargado de matices que el atenerse únicamente a una estrategia, dominante, en la que los pueblos o naciones encuentran su acomodo en función del poderío armamentístico que posean. Ahora bien, a renglón seguido de la anterior afirmación, establece que “la gente usa la política no sólo para promover sus intereses sino también para definir su identidad. Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos quiénes no somos, y con frecuencia sólo cuando sabemos contra quiénes estamos… En este nuevo mundo, la política local es la etnicidad; la política global es la política de las civilizaciones. La rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de las civilizaciones” (p. 22). Es decir que, a la postre, lejos del primer horizonte humanizado que nos parecía entrever, estamos ante dos hechos de primera magnitud y que definen la tesis de Huntington. En primer lugar, como resultado de los procesos de descolonización y de las interrelaciones impuestas por la globalización, nos encontramos en un período en que la política cede su puesto a la etnicidad, a la determinación de los pueblos por sus señas identitarias, a procesos de redefinición comunitaria y, sobre todo, religiosa. Ahora bien, en el caso de Huntington, tan importante como esa especie de introversión de los pueblos hacia sus señas más primarias étnicas y religiosas, es establecer claramente “contra quiénes estamos”, “quiénes no son de los nuestros”, expresiones que recuerdan sin ambages la determinación schmitiana de la política como la contraposición amigo-enemigo, expresión de la genealogía de lo que fue el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Más aún, llega a afirmar que es, que existe y estamos dentro de “la ubicuidad del conflicto. Es humano odiar. Por propia definición y motivación, la gente necesita enemigos”(p. 153). Así, todo conflicto, enfrentamiento o guerra, sea entre dos personas o entre pueblos enteros, queda ligado y legitimado por la propia naturaleza humana y por la cultura o por la civilización a la que pertenezcamos, sin distinguir entre lo justo y lo injusto, entre crimen y castigo, cualquiera que sea la civilización dentro de la cual nacemos, y que para el profesor estadounidense son 9: desde la Occidental a la Latinoamericana, la Africana, la Islámica, la Sínica, la Hindú, la Ortodoxa, la Budista y la Japonesa. Aunque frente a todo este marasmo de civilizaciones contrapuestas y que generan un cierto caos, zanja, en la página 39, la situación actual en los siguientes términos: “El mundo es en cierto modo dos, pero la distinción principal es la que se hace entre Occidente como civilización dominante hasta ahora y todas las demás, que, sin embargo, tienen poco en común entre ellas, por no decir nada”. De aquí que venga a concluir en la página 369 que lo importante, en cualquier caso es: “que los Estados Unidos se reafirmen en su identidad como nación occidental y definan su papel a escala mundial como líder de la civilización occidental”, y ello porque la civilización occidental “es valiosa, no porque sea universal, sino porque es única” (p. 373). Esta situación de «civilización única», contra cualquier veleidad multicultural o mestiza, sin entender el significado ilustrado de la igualdad en la diferencia, obliga a Occidente, y más propiamente a Estados Unidos (luego explicaremos por qué), “a preservar, proteger y renovar las cualidades únicas de la civilización occidental”. Y el camino propuesto no se aparta, nuevamente, del enfrentamiento: se trata de “refrenar el desarrollo del poderío convencional y no convencional de los países islámicos y sínicos… para mantener la superioridad tecnológica y militar occidental sobre otras civilizaciones”. (p. 374) Hemos llegado, pues, en un rodeo a través de este nuevo modelo mundial de civilizaciones plurales, a una suerte de situación reformada de nueva «Guerra Fría», con la contraposición mundial en dos partes: la Occidental y las demás. Una advertencia clave, que no deja de ser más retórica que real: este diseño del nuevo mundo tan complejo como arbitrario y «líquido», es válido –según nuestro autor- sólo para unos pocos años: los que engloban los “finales del siglo XX y principios del siglo XXI” (p. 14). ¿Alguien puede creer que se pueda construir todo un andamiaje como el sostenido en este mundo babélico para tratar de entender quiénes somos y contra quiénes hemos de actuar en un espacio de tiempo que apenas puede contrastarse su plausibilidad ni siquiera en una generación de personas? ¿Se puede atribuir algún valor a una hipótesis de recreación humana de las identidades, del surgimiento de naciones y del movimiento que todo ello generará en el mundo multicultural, pluripolar, que califica de “anárquico, está plagado de conflictos tribales y de nacionalidad”, metiendo a este genio maligno del mundo multicivilizacional en una botella de la que uno se va a desprender muy rápidamente, en 15 o 20 años, bien tirándola al desierto de los países que más petróleo poseen o echándola al mar que surge frente al Atlántico? P.: Huntington habla de choques de civilizaciones y dentro trata sobre el enfrentamiento cristiano-musulmán ¿Sería entonces civilización igual a religión? R. Efectivamente, para Huntington: “la religión es una característica definitoria básica de las civilizaciones” (p. 53). Más aún, haciendo suya la afirmación de Christopher Dawson, concluye con este autor que: “las grandes religiones son los fundamentos sobre los que descansan las grandes civilizaciones”. En páginas anteriores había sentenciado que: “Sangre, lengua, religión, forma de vida” es lo que distingue a pueblos o civilizaciones entre sí; pero, sin embargo, el elemento “más importante suele ser la religión… En una medida muy amplia, las principales civilizaciones de la historia humana se han identificado estrechamente con las grandes religiones del mundo; y personas que comparten etnicidad y lengua pueden, como en el Líbano, la antigua Yugoslavia y el subcontinente asiático, matarse brutalmente unas a otras porque creen en dioses diferentes”. (p. 47) Esta mezcla entre raza y religión, además de traernos ecos terribles de un pasado reciente, nos conduce a un fundamentalismo religioso letal, cainita, que atraviesa la obra de nuestro autor, para quien “la revitalización de la religión en gran parte del mundo está reforzando estas diferencias culturales”(p. 23). Lejos, pues, de un pensamiento racional, democrático, mestizo, que atienda la interculturalidad y la pluralidad, se nos abre un abismo absolutamente excluyente, forjado en un tipo de pensamiento metaracional, que nos enfrenta sin remisión, por cuanto que el cultivo de nuestra propia identidad nos aboca a definirnos precisamente “sólo cuando sabemos contra quiénes estamos”.(p.22) Y en este mundo nuestro moderno dislocado, en palabras de Huntington, en el que las señas de identidad constituyen el único refugio para los individuos, según el propio Huntington, “la aparición simultánea de movimientos «fundamentalistas» en prácticamente todas las religiones del mundo es una manifestación de estas nuevas circunstancias, y la revancha de Dios no queda restringida a los grupos fundamentalistas”.(p. 151) Así como la violencia y la guerra se declaran «ubicuos» con la propia existencia de los seres humanos, condenados a un enfrentamiento sin fin, la religión se convierte en la causa, en el fundamento y en la legitimación de ese enfrentamiento ya imparable. La revancha de Dios, como se sabe, fue el libro que, en 1991, escribió Gilles Kepel, poco antes que apareciera la tesis del «enfrentamiento entre culturas». Su tesis estaba centrada en torno a 1977, período en el que ascendieron al poder: Carter, Jomeini, Juan Pablo II y el primer ministro de Israel, Menájem Beguin, líder de un partido religioso. Esta conjunción de personalidades de marcado carácter religioso en el orden del poder y de la política, llevó al francés Kepel a establecer una supuesta era en que la religión vendría a suplantar a la política: cristianos, judíos y musulmanes marcarían los dictados de la política. Esta hipótesis, absolutamente falaz y construida sobre cimientos tan retóricos como acríticos y acientíficos, obligó al propio Kepel a abandonarla precipitadamente. Pero Huntington intentó sacar mucho más rendimiento de esa «revancha de Dios». Concretamente, para nuestro autor, una Europa políticamente laica se está precipitando hacia una erosión total de su poder y de su propia identidad occidental frente al empoderamiento y a la influencia decisiva de los Estados Unidos, debido a que “los estadounidenses, a diferencia de los europeos creen mayoritariamente en Dios, se consideran gente religiosa y asisten a la iglesia en gran número… Sin los Estados Unidos, Occidente se convierte en una parte minúscula y decreciente de la población del mundo, en una península sin trascendencia, situada en el extremo de la masa euroasiática” (pp. 365 y 368). La religión, pues, está en la base de esta nueva era del «enfrentamiento de civilizaciones». Los europeos sabemos algo de este planteamiento: la guerra más larga llevada a cabo en Europa, 30 años, y la más terrible y sanguinaria fue la llamada “Guerra de Religión”. Desde entonces nos hemos esforzado por el respeto y la defensa de las creencias de cada cual, pero sin que las religiones puedan dictar los términos en que los grupos, los pueblos, las naciones, han de establecer los marcos constitucionales de su convivencia. Esta es una decisión que ha de establecerse políticamente en el espacio público, en el cual todos y cada uno, hombres y mujeres por igual, disfruta del derecho a la expresión libre, el diálogo y la votación –en términos de mayorías- para solventar los problemas de una convivencia en paz, en la que cada cual pueda conformar el modo de vida particular que crea más propio y feliz. Desde esta perspectiva, Díaz Salazar, profesor y sociólogo universitario español, católico practicante y especializado en los problemas de los límites y problemas de la religión, ha establecido el lema de nuestro tiempo: hay que “aprender la laicidad… para mejorar la convivencia nacional” (Cfr. Rafael Díaz Salazar: «Aprender a ser laicos». El País, 7/12/2009) P.: ¿Cuál fue la causa que hizo que el nombre de este libro suene por todas partes del mundo? R. En razón de la limitación de espacio, que espero no haber sobrepasado mucho, yo indicaría ahora solamente dos razones en orden a explicar la difusión del libro de Huntington. La primera: Estados Unidos posee entre 700 y 800 bases militares en el mundo, según la documentación que puede consultarse, 11 de reciente emplazamiento, repartidas en más de 65 países. Además de ello, tropas militares estadounidenses se encuentran asentadas en 156 países, con más de 255.000 efectivos. Esto explica, en parte, que un libro en el cual, pese a sus tesis centrales quiere ejercer de mero guía de la nueva situación multicultural de nuestro tiempo globalizado, su autor dice que no pretende encender la guerra, lo cierto es que sí la preconiza «performativamente», en términos filosóficos, esto es, pretende ejecutar acciones a través de palabras. Siendo este el resultado real de su obra, no es extraño que el ingente número de países y lugares del ancho mundo en que se encuentra la influencia militar estadounidense, además de la dependencia de la economía y de los programas de «ayuda» de EE.UU. tenga que atender el horizonte de realidad social y humana que se dibuja desde «el Imperio». En segundo lugar, el libro no está dirigido a los académicos, pues resulta tan infundado en sus tesis como falta de todo rigor en los conceptos utilizados, tales como cultura, civilización o religión; así como carece de toda plausibilidad su reparto de lo que denomina «fracturas sistémicas», en el orden de las relaciones internacionales; desconoce temas centrales, como el mundo islámico, que cita por fuentes de segunda y tercera mano; ha resultado fallido en sus prognosis centrales, como el de la revuelta de Japón contra EE.UU., etc. El libro está dirigido a políticos, medios de comunicación, a los cientos de fundaciones, revistas y centros dedicados a la difusión del pensamiento conservador y del cristianismo más politizado y situado en la extrema derecha, como es el caso de la actual corriente denominada Tea Party, que arrastra a los republicanos a las posiciones más duras en el terreno político y más extremas en lo religioso. El propio Huntington regentaba la Cátedra fundada y subvencionada en Harvard por la conocida conservadora Familia Olin, dedicada desde el siglo XIX a la construcción de armas. P.: La guerra más importante, que podría ocurrir en el 2020 sería entre China y EEUU. Pero dentro de este futuro conflicto, ¿dónde podemos meter al mundo musulmán, siendo éste el enemigo principal? R. Creo, para ir sintetizando la exposición, que la figura del islam pertenece a lo que E. Said denominó «orientalismo». Este término identifica la creación de ciertos prototipos de pueblos o naciones que responden al esquema binario descrito por Huntington: «ellos» y «nosotros». En concreto, las potencias colonizadoras, especialmente Inglaterra y Francia –que llegarían a crear catorce Estados, entregados a reyes o emires sin participación de sus pueblos- conformaron dos tipos bien diferenciados: los europeos, como pueblos superiores en función de sus intereses colonizadores, que se vieron obligados a tutelar a ciertos pueblos «extraños», los pueblos árabes, amén de musulmanes. Así, de 1815 a 1914, coincidiendo con la expansión colonizadora especial se articula, escribiría Said, el prototipo de los occidentales que son "racionales, pacíficos, liberales, lógicos, capaces de mantener valores reales" y, por otro lado, los orientales que no poseen ninguno de estos valores. Esta diferencia «construida» desde el poder, nacida de la superioridad militar y económica de un momento histórico determinado no acorde con la historia real de dichos pueblos árabes y musulmanes, legitimaba el control, el dominio y la imposición culturalmente de los países citados. Desde esta perspectiva, el mundo musulmán, como acontece en gran parte hoy, es una visión política y un producto de la posibilidad de estigmatizar al contrario como «extraño», con las connotaciones peyorativas que conviene en cada momento o situación. En este contexto y desde esta perspectiva, traía yo a colación, en mi obra: Sendas de democracia: entre la violencia y la globalización, la afirmación de Platón en el Crátilo, según la cual quien tiene el poder impone el nombre, designa las cosas y les presta su significado. Y la obra de Huntington sólo se explica desde el «lugar» en el mundo en que es escrita: desde el poder que otorga vivir en el «el Imperio». Afirmación que se completa con una de las tesis centrales que intenta estatuir el autor estadounidense: cualquier mezcla de «su pueblo» con «otros pueblos» deslegitimaría el poder de los Padres Fundadores de EE.UU., haría «irreconocible» al padre, se rompería la cadena de la genealogía que otorga la identidad a una estirpe. En mi obra anteriormente citada dedico un capítulo a identificar y aclarar los tres grandes peligros de pueblos y razas que inquietan a Huntington hasta el paroxismo: los negros, los hispanos y los musulmanes. De aquí, la machacona insistencia de Huntington en su lucha contra la multiculturalidad: “El futuro de de los Estados Unidos y el de Occidente dependen de que los estadounidenses reafirmen su adhesión a la civilización occidental. Dentro del país, esto significa rechazar los diversos y subversivos cantos de sirena del multiculturalismo. En el plano internacional supone rechazar los esquivos e ilusorios llamamientos a identificar los Estados Unidos con Asia. Sean cuales sean las conexiones económicas que puedan existir entre ellas, la importante distancia cultural existente entre las sociedades asiáticas y estadounidenses impide su unión en una casa común” (p. 368). Ahora bien este rechazo a cualquier forma de mestizaje y unión contra natura de civilizaciones distintas, en este caso Asia, lleva aparejada la propuesta emanada de la Guía de Planificación del Ministerio de Estados Unidos, filtrada en 1992, según afirma Huntington, quien la hace suya: “Nuestra estrategia actualmente se debe volver a concentrar en impedir la aparición de futuros competidores potenciales a escala mundial”. (p. 375) No es extraño que el siguiente libro escrito, tras El choque de civilizaciones, se titule: ¿Quiénes somos? Los desafíos de la identidad nacional estadounidense. Nueva York, 2004. Pregunta ¿Por qué Huntington ve a Occidente debilitado siendo este económicamente muy desarrollado? R.- He de reconocer que cada pregunta de Sulaimane entraña casi un tratado y siempre temo cualquier reduccionismo o esquematismo que desfigure a un autor. Pero lo cierto es que hasta la llegada de Obama, Estados Unidos suspiró por una unión con Europa en función de esa estrategia de no permitir competidores a escala mundial. Así Brzezinski, el que fuera Consejero de Seguridad con el Presidente Carter (1977-1981), analista reputado de política exterior, crítico de la política exterior solitaria que preconizó George W. Buhs, llega a afirmar varias veces, en su obra: El dilema de EE.UU. ¿Dominación global o liderazgo global? (2004): “El terreno de juego sólo está igualado de verdad entre Estados Unidos y la Unión Europea. Si esas dos partes llegan a un acuerdo, pueden dictar juntas a todo el mundo las normas reguladoras del comercio y las finanzas globales… si actuaran juntos, Estados Unidos y Europa serían, en la práctica, omnipotentes en la escena global” .(p.116) Desde esta perspectiva, la ira y el horror de Huntington es que no se llegue a establecer esa alianza que comprende lo que denomina como «Civilización Occidental». Sin ambos miembros podría hacerse realidad la tesis que en los años 1920 había enunciado el alemán Oswald Spengler: La decadencia de Occidente. No es por azar que sea el autor citado por Huntington en la nota 1, capítulo dos, a quien toma en parte como maestro, ya que el autor alemán había realizado el enunciado principal de la obra de este último al afirmar: «La historia del mundo es la historia de las grandes culturas». Pero Spengler había sostenido que toda gran cultura se comporta como un organismo: nace, se desarrolla y muere. Y esta es el gran drama al que responde El enfrentamiento de culturas. El autor estadounidense trata por todos los medios de revertir, de alterar esta tesis que apunta a la incontenible, a la irremediable decadencia de toda gran cultura, al proceso de sucesión de los grandes imperios. Desde el Imperio de Roma a los modernos como el de España, Inglaterra y actualmente Estados Unidos. Huntington lucha por hacer verosímil y plausible el hecho de que Estados Unidos permanezca como potencia «única» y «solitaria», quizás, pero determinante del proceso mundial. El problema de Europa, ahora agravado con la crisis económica es que, como escribe Robert Kagan, Europa y Estados ya no comparten el mismo objetivo: “Ha llegado el momento de dejar de fingir que Europa y Estados Unidos comparten la misma visión del mundo o incluso que viven en el mismo mundo”. (Poder y debilidad. Europa y Estados Unidos en el nuevo orden mundial, 2003, p.9.) Robert Kagan, neoconsrvador es hijo de Donald Kagan y hermano de Frederick, igualmente neoconservadores. Es coautor del «Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC)». Europa, argumentará Robert Kagan, aspira a “un mundo autosuficiente regido por normas de negociación y cooperación transnacionales… Entretanto Estados Unidos sigue enfangado en su propia historia, ejerciendo su poder en un mundo anárquico y hobbesiano en el que el derecho y los usos internacionales han dejado de merecer confianza y donde la verdadera seguridad, la defensa y el fomento de un orden liberal siguen dependiendo de la posesión y el uso del poderío militar” (pp. 9-10). Este es el motivo de desencuentro y de una marcha no en paralelo de ambas potencias, sino cada vez más divergentes: frente a la política y la diplomacia de Europa, Estados Unidos boga por el poder militar, sin asumir ninguno de los tratados internacionales, que no tienen vigencia en este mundo anárquico y hobbesiano, como mostró George W. Bush al declarar una guerra tan torticera y engañosa en sus «razones» como ilegal en las formas, arropado por Estados menores -contra las normas de la ONU-, aunque, para nuestra desgracia, el entonces presidente de España, José María Aznar formará parte de la cohorte irresponsable y deslegitimada de quienes optaron por seguir ser Marte (R. Kagan) o dios de la guerra, frente a Venus (Europa) diosa del amor y la felicidad. Y aunque Huntington no sea partidario en principio, aunque luego llegaría a desdecirse, en su obra El choque de civilizaciones, ni del internacionalismo ni del aislacionismo de Estados Unidos, sí preconiza la recuperación de varios organismos nacidos con la guerra fría, aunque hubieran de ser reformulados. Así lo presenta en un interesante, y no menos extraño, artículo: The Lonely Superpower («La Superpotencia Solitaria»), 1999. Huntington deja entrever que tras la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín, el mundo parece encaminarse hacia un extraño híbrido: un mundo unipolar, en cuanto sigue dominando Estados Unidos; pero, al mismo tiempo, está emergiendo con fuerza un mundo multipolar, representado hoy especialmente por los llamados Estados Bric: China, India, Rusia y Brasil. Esta dualidad y especie de esquizofrenia pronosticada por Huntington tuvo su realización más emblemática en la actuación tan engañosa como arrogante del guerrero presidente George W. Bush, al declarar la guerra a Irak contra todos los tratados internacionales aprobados en la ONU. De los años gloriosos representados por el período de los 90, hemos comprobado que la arrogancia de Estados Unidos le ha acarreado el abandono de sus socios tradicionales y su incapacidad para hacer frente por sí solos a los problemas que se han venido configurando en nuestro presente. El pronóstico de la superpotencia solitariase ha escenificado en nuestros días. P.: Desde siempre la humanidad busca la paz, pero hasta el momento jamás la tuvo por completo. ¿Cree usted que llegará algún día que respiraremos ese aire de paz? R. Creo que el afán de diálogo y la esperanza sin límite en el orden de la paz es más grande en Sulaimane que la tozudez de los hechos históricos. Estos últimos nos muestran una humanidad más sufriente y desgarrada por la guerra que la supuesta alma bella que dibuja nuestro entrevistador. Creo, atendiendo a la propia historia, que el mal es algo mucho más real y profundo de lo que desearíamos. Y en este mismo orden de realidad, la guerra ha sembrado la desolación y la muerte en un número enorme de hombres y mujeres de todas las épocas y de todas las regiones. Lo cual no significa que la guerra sea un dato insuperable o que tengamos que caer en el pesimismo. Por el contrario, sospecho que la ira frente a tantos sufrimientos, la memoria siempre presente de las causas que llevaron a los enfrentamientos y sus desastrosas consecuencias, la protesta renovada contra el deseo de violencia que muestran muchos gobernantes, el levantamiento de los pueblos contra los dirigentes que los convierten en carne de cañón para acabar siempre comprobando que las guerras no solucionan ningún problema, todo ello junto, más el creciente desarrollo moral y la conquista necesaria del control político necesario por parte de los ciudadanos, serán los mejores antídotos contra la guerra. Nada humano nos puede ser extraño o indiferente. Es necesario, pues, que abandonemos el miedo y mantengamos la esperanza. Pero la esperanza es algo que se aprende en la propia conquista de los derechos que hombres y mujeres del mundo han de hacer suyos: la igualdad en la libertad, el mantenimiento del espacio público como lugar para dar razones sobre el modo más conveniente y justo de vivir juntos, y la autonomía material y subjetiva, que permita el que podamos ser realmente sujetos de nuestros proyectos de vida. Una forma de vida que se entrevió entre los griegos y que aún nos afanamos en hacer realidad. P.: Civilización universal ¿algo bueno o malo? R. Me va a permitir que le responda desde los planteamientos de uno de los autores más lucidos y penetrantes del mundo árabe: Mohammed Abed Al-Yabri. Y me voy a servir de una obra breve, pero que es la síntesis de una parte importante de su pensamiento, me refiero a su Crítica de la razón árabe, aparecida en castellano el año 2001. Para Al-Yabri: “no existe una modernidad absoluta, universal y a escala planetaria, sino múltiples modernidades, diferentes de una época a otra y de un lugar a otro… La modernidad es un mensaje y un impulso renovador: modernización tanto de la mentalidad como de los criterios intelectuales y perceptivos… Tal es nuestra concepción de la modernidad en el sentido de cómo debería ser definida atendiendo a nuestra realidad árabe contemporánea. Ha de consistir en dos principios ineludibles: racionalidad y democracia” (pp. 38- 39). Así, pues, no hay un planteamiento maniqueo: o civilización universal, impuesta siempre desde el poder, o relativismo cultural: todas las culturas valen igual, todas son igualmente verdaderas. En el primer caso no se trata propiamente de civilización universal sino de poderío particular de una o de un grupo particular sobre el resto de las demás. En el segundo caso, si establecemos que todas son igualmente válidas y verdaderas equivale a decir que ninguna es válida ni verdadera. Pues, en este caso tendrían igual cabida aquellas culturas que han buscado la pureza de la raza exterminando a los que no son de su estirpe, que aquellas que han mantenido que un ser trascendente, objeto de una fe propia, es la fuente de las leyes que rigen a los pueblos, imponiéndose a los que no participen de esa fe o no crean en un ser trascendente, o serían igualmente válidas las civilizaciones que han tenido como un hecho central de sus comunidades el sacrificio de humanos para aplacar a los dioses, o las civilizaciones que, en función de un supuesto destino histórico, han ejercido un mayor poderío militar para conquistar y esclavizar pueblos y naciones. Al-Yabri propone el diálogo y la convivencia desde los criterios de racionalidad y verdad universal, de democracia y de igualdad en la diferencia. Es decir, trata de establecer como nivel de lo humano que ha de ser asumido por todas las civilizaciones, - asumiendo que cada tradición ha de realizar el proceso necesario desde el “espíritu crítico producido por nuestra propia cultura”- aquel conjunto de principios que marcan lo que denomina la «contemporaneidad», principios que han de validarse desde el interior mismo de la modernidad en cuanto “progreso logrado a escala planetaria” (p. 38). Principios que, como anotamos, él cifra en la razón, como fuente de verdad universal, y en la democracia, como forma de organizar la convivencia humana en el sentido de aquello que no solamente presta seguridad sino también la forma más justa de convivir en la pluralidad. Desde esta perspectiva no tiene sentido decir que la racionalidad y la democracia son importaciones de Occidente o de cualquier otra civilización, sino que son el logro contemporáneo de una modernidad planetaria. Lo que implica, al mismo tiempo, que la tradición árabe, en este caso, “debe partir necesariamente del espíritu crítico producido por nuestra propia cultura árabe”. No caben, en este caso, hacer lecturas «tradicionales» de la tradición, lecturas fundamentalistas que se refugian en tiempos pasados. Desde esta perspectiva, he intentado por mi parte teorizar lo que he denominado “derecho de interpelación”. Esto es, guiados por la razón y la democracia como los modos de relacionarnos que hemos conseguido y que se plasman en el hecho de que todos participamos de la ciencia validada universalmente, de los modos de confianza política universal para llevar a cabo los intercambios económicos, de la interrelación universal de las distintas creaciones culturales y de otros órdenes, de los derechos universales que hemos ratificado en la ONU, etc., estamos en condiciones de pedir razones y de participar en la argumentación racional necesaria en los casos de conflicto entre pueblos o naciones, entre culturas o civilizaciones. Creo que Averroes representa perfectamente, para Al-Yabri y para mí mismo, este derecho a la interpelación, el dejarse interpelar. En primer lugar, Averroes buscó en la ciencia de la antigüedad, concretamente de los griegos, la explicación científica de hechos de la naturaleza que se ignoraban en su momento, especialmente referidos a la medicina, sin importarle que la verdad de los mismos se encontrara en el «otro», en una civilización distinta. Asimismo, no le importó romper con la concepción «tradicional» de la tradición que imponía la religión como fuente de conocimiento de la ciencia natural. En realidad, no se trata de una doble verdad como, a menudo se le achaca a Averroes. Más bien, éste último distinguió dos órdenes de ser, el orden de lo sagrado o divino y el propio de la naturaleza y de lo humano contingentes. Al ser dos órdenes de ser radicalmente distintos, el acceso a los mismos son también diferentes: la religión y la ciencia. Ni tienen un objeto común ni tampoco una fuente de conocimiento igual. “Nuestra posición, subraya Al-Yabri, no deriva aquí de ningún tipo de corriente nacionalista, ni de estrecha minusvaloración de los logros conseguidos por la humanidad. Consideramos, sin embargo, que estos logros nos serán siempre ajenos mientras no los adaptemos a las exigencias de nuestra especificidad histórica. Se trata de dar fundamento a dichos logros en nuestra cultura” (p.160). De este modo, desde el derecho a la interpelación que obliga a una lectura crítica y racional de la tradición y desde la separación de órdenes de realidad, los correspondientes respectivamente a la religión y al orden de la naturaleza y lo humano, cabe plantearse la existencia de una pluralidad de civilizaciones o culturas que reconozca al otro como un igual en la diferencia, no como “el que no es de los nuestros” en los términos belicosos y de violencia ubicua de Huntington. Creo que, de este modo, podríamos comenzar un largo diálogo, posiblemente tenso y largo, pero que promete no romperse en función de la raza o la religión. Los más optimistas, junto con los realistas, esperamos que la interpelación mutua conlleve efectos de mestizaje y de intercambio en diversos órdenes de vida material y en el político-moral.[1] Pregunta: ¿Cuál es la solución que presenta Huntington? ¿Y cuál sería la suya? R. En razón de la brevedad, que creo haber superado con creces, le diría que la posición de Huntington ya ha sido expuesta. Para mayor abundamiento, el autor estadounidense es decidido partidario del relativismo cultural. Llega a afirmar que “la creencia de Occidente en la universalidad de su cultura adolece de tres males: es falsa; es inmoral; y es peligrosa” (P. 372). Lo que a primera vista podría parecer que es una concesión a la pluralidad de civilizaciones es, más bien, un modo de mantener un doble principio presente en su obra. Primero, desde el relativismo que profesa, Occidente ningún tipo de deuda ni de compromiso con ninguna otra civilización, en función de ser ella única. En segundo lugar, su papel es, más bien y como hemos trascrito en sus propias palabras, evitar que las demás civilizaciones puedan alcanzar un nivel técnico y militar que ponga en peligro su superioridad frente a todas las demás. Mi posición consiste en romper la propuesta que él hace para distinguir una civilización de otra, es decir: sangre, lengua, religión y formas de vida. Además de la componente filo-nazi de dicha caracterización que busca la pureza de la raza, hemos podido comprobar a lo largo de la historia que esta delimitación de la civilización ha llevado siempre a la imposición de unos pocos sobre los demás. Dicha conformación de las civilizaciones tiene un doble problema y comporta una trampa igualmente doble. Como ha visto muy bien la profesora Celia Amorós, al descomponer los términos de la caracterización civilizatoria nos aparece lo que Sartre denomina: “la especie humana, ese club tan distinguido”. Es decir, se nos aclara que la especie humana propiamente dicha corresponde siempre a una civilización superior, la correspondiente a: varón, blanco, occidental y que habla inglés o cualquier otro idioma europeo. Pero al mismo tiempo, se descubre la segunda exclusión o trampa: sirve para que no aparezcan, no se visibilicen las mujeres. Mi apelación anterior a los dos principios básicos de la modernidad: racionalidad y democracia, así como la distinción clara entre religión y orden de lo humano, se traduce no en la consideración relativista de las civilizaciones o culturas sino en el reconocimiento del otro dentro del derecho a la interpelación y la apuesta decidida por el mestizaje.
[1] En el momento de enviar esta entrevista he sentido como un chasquido que me ha
recorrido todo el cuerpo, una profunda melancolía. He podido saber por la prensa que ha muerto Al-Yabri. Ya no podremos discutir este verano con él, como pensábamos, su posición sobre la modernidad planetaria, ni su concepto de política, según su último texto traducido al francés: La raison politique en Islam, hier et aujourd’hui. ¡Ojalá viva mucho tiempo entre nosotros a través de su obra! Escrito por entrevistafquesada el 04/06/2010 17:43 | Comentarios (0)