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A mediados del sigo II a.C.

, en Siracusa, Italia, Arquímedes -sí, uno de los más famosos científicos de


la antiguedad clásica- fue confrontado por el tirano Hierón II con un problema que hasta entonces no
parecía tener solución. Hierón II, necesitaba saber si su corona estaba echa solamente de oro o si, por el
contrario, el orfebre lo había engañado y había fundido una parte del peso total de la corona de plata.
Nosotros, desde el siglo XXI, podemos ver que el problema consistía en calcular la densidad de un
objeto irregular. Sin embargo, cuando esta pregunta ocupó el pensamiento de Arquímedes existian
herramientas solo para calcular el peso de un objeto, pero no para calcular el volumen de cuerpos
irregulares. ¡Eureka! Salió gritando el sabio griego por las calles de Siracusa. Corría desnudo ya que
había dado con la solución mientras tomaba un baño. Había tenido una idea. Había descubierto algo. El
científico griego notó, cuando entró en la bañera, que el nivel de agua subía y que éste era proporcional
al volumen del objeto sumergido. Una idea simple. Una abstracción de ciertos principios básicos que
ahora le permitian obtener una solución para un problema que tanto le había ocupado el pensamiento.
Hierón, aquí esta la solución. Tu orfebre es un tramposo y te ha engañado. Tu corona no esta hecha
solamente de oro, a pesar de que así lo parezca. Si no me crees, coloca en una balanza la cantidad
exacta de oro que le ofreciste a ese ladron para construir tu corona en un plato, y en el otro plato coloca
tu corona. Descubrirás que en el aire pesan exactamente lo mismo, pero si sumerges la balanza en un
balde de agua te daras cuenta de que la plata no es igual de densa que el oro.

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