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El talón de Aqquiles|

AQUILES YA HABIA RESUELTO Varios proble-


mas y era todo un aprendiz de héroe. Pero
como todo héroe, y como todo Aquiles, tenía
un punto débil. Y Aquiles ya se había dado
cuenta de cuál era: la linda y dulce Violeta.
Cada vez que Violeta se acercaba a Aquiles
no le salian las palabras... ¡Ni una sola! Se po-
nia colorado, las palabras se le atoraban en la
garganta y se iba corriendo. Cada vez que le
sucedia esto, Aquiles pensaba que las palabras
eran horribles...
Un día, Aquiles llegó refunfuñando de la
plaza y su mamá le preguntó qué le pasaba.
Quiero hablar con Violeta, pero cada vez
que la veo me quedo mudo -le contó.
Mmmm -pensó la mamá-. Si las pala-
bras no salen por la boca, pueden salir por las
manos.
Cómo? -Aquiles no entendía nada.
-Escribiéndole -le explicó la mamá- Vas
a ver que, cuando escribís lo que sentís, las

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palabras se tranquilizan y después vas a hoa-
blar con Violeta sin ningun problema.
A Aquiles le pareció una muy buena idea
y
enseguida, se puso a escribir. Al principio lo
costó um poco: hizo dos poemas, que corrigió
como diez veces, hasta que por fin le gustaron.
Uno lo anotó en un corazón de cartulina roja
y lo guardó en un sobre. Se lo llevó a Beto, el
quiosquero, y le pidió que se lo diera a Violeta
con un alfajor. Pero le recalcó que no le dijera
quién se lo había escrito.
Beto le garantizó su silencio; estaba dispues-
to a ayudar a Aquiles. Además, le contó que él
había sufrido por amor hacía unos años y aún
extrañaba a la mujer que misteriosamente se
había ido de su lado.
El poema de Aquiles era este:

Violda, sos u n a
{lor
qme hacebrillar el sol
Te endrego mi
corayón
iundo cow cle
afajo.
El otro poema Aquiles lo
escribió con fibras
de colores en una noja de
cuaderno y lo puso
dentro de la novela que violeta
había reserva-
do en la biblioteca. Decía asi:

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Cada vey que nne
mináo,
s palabras se me van.
Yo quiero ser u
amg
pero a hatate no me animo,

Esta vez, Aquiles se escondió detrás de un


estante porque queria ver qué cara ponía Vio-
leta. Ella abrió el libro, leyó el poema y
al levantar la mirada... vio al aprendiz
de héroe. Antes de que pudiera salir
corriendo, la nena le preguntó:
-Aqui, vos sos el que escribís los
versos?
-Si, soy yo. Querés que vayamos a
jugar a la plaza? -dijo de un tirón, sin poder
creer que le salieran tantas palabras juntas.
-Dale -le contestó Violeta y agregó-: me
gustan mucho tus poemas.
- E n serio?
Si...
Y hablando y hablando, se fueron a la plaza.
Y hablando y hablando, pasaron la tarde ente-

ra en las hamacas. Desde esa tarde, a Aquiles


e parecieron hermosas las palabras. Y, ade-
volvían
mas, descubrió que las palabras se

Violeta.
mas lindas cuando la que hablaba era

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