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Quiroga, Horacio

11111111 1 1 11 1 rn
Cuentos de la Selva

* L I B O O 3 7 6 1 *
ÍNDICE

Viento Joven
I.S.B.N.: 956-12-1303-6.
15" edición: Mayo del 2002.

Obras Escogidas
I.S.B.N.: 956-12-1304-3.
16ª edición: Mayo del 2002.

© Derechos resenrados de la pre


sente edición
por Empresa Editora Zig-Zag, S.A. Cuentos de la selva
Editado por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A. LA TORTUGA GIGANTE 7
Los Conquistadores 1700. Piso 17. LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS 17
Teléfono 3357477. Fax 3357545.
E-mail: zigzag@zigzag. el EL LORO PELADO 27
Santiago de Chile. LA GUERRA DE LOS YACARÉS 39
· LA..QAMA CIEGA 55
Impreso por Imprenta Salesianos.
General Bulnes 19. Santiago de Chi ·HISTORIA DE DOS CACHORROS DE COATÍ
le. · Y DE DOS CACHORROS DE HOMBRE 67
0
EL PASO DEL YABEBIRÍ 79
'LA ABEJA HARAGANA 97

Otro cuento
EL POTRO SALVAJE . 111

Epi1ogo
VIDA Y OBRAS DE HORACIO QUIROGA 121
LA TORTUGA GIGANTE

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Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y
estaba muy contento porque era un hombre sano y traba­
jador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron
que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no
quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba
de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un
amigo suyo, que era director del Zoológico� le dijo un
día: ' ,,
-Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y
trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a
hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como
usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos
del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata
adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al mon-
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casi separada del cuello, y la
ya herida, y tenía la cabeza
te, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá o tres hilos de carne.
cabeza colgaba casi de dos , el hombre tuvo
mucho calor, Y eso le hacía bien. A pesar del hambre que sentía
yiv�� solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. y la llevó arrastrando con
lástima de la pobre tortuga, n tiras
Conua paJaros y bichos del monte, que cazaba con la e vendó la cabeza co
una soga hasta su ramada y l
escopeta, y después comía frutas. Dormía bajo los ár­ misa, porque no tenía más
de género que sacó de su ca
b�les y cuando hacía mal tiempo construía en cinco trapos. La había llevado
que una sola camisa, y no tenía inmensa, tan alta co­
nunutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba era
arrastrando porque la tortuga hombre.
sentado y fumando' muy contento en medio del bosque rno un
rno una silla, y pesaba co un rincón, y allí pasó
que �ramaba con el viento y la lluvia. La tor tuga quedó arrimada a
Había hecho un atado con los cueros de los ani­ erse.
días y días sin mov
días, y después le
�ales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado El hombre la raba todos los
cu
vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro
daba golpecitos co
n la mano sobre el lomo.
entonces fue el hom-
de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes La tor tuga sanó por fin. Pero
como una lata de querosene / fiebre y le dolía todo el
bre quien se enfermó. Tuvo
�l ho�bre tenía otra vbz buen color' estaba fuerte cuerpo..
más. La fiebre aumen-
y tema apetito. Precisamente un día en que tenía mucha Después no pudo levantarse
ham�re, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a quemaba de tanta sed. El
taba siempre, y la garganta le r avemente enfermo, y
g
la onlla de una gran laguna un tigre enorme que que ría hombre comprendió que estaba e te nía
comer una tortuga, y la ponía parada de canto para esta}Ja solo, porqu
habló en voz alta, aunque
meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al mucha fiebre .
re-. Estoy solo, ya
no
ver �l hombre el .tigre lanzó un rugido espantoso y se -Voy a morir-dijo el homb dé ag ua ,
tengo quién me
lanzo de un �alto sobre él. Pero ·el cazador, que tenía una puedo levantarme más, y no mbre y de sed.
ha
gran puntena, le apuntó entre los ojos' y le rompió la siquiera. Voy a morir aquí de el
ó más aún, y perdió
cabe�a. De�pués le sacó el cuero, tan grande que él solo Y al poco rato la fiebre subi
podna ser v1r de alfombra para un cuarto. conocimiento. y entendió lo que el
-Ahora -se dijo el hombre- voy a comer tor tuga' Pero la tortuga lo había oído,
nces:
que es una carne muy rica. cazador decía. Y ella pensó ento
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba
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-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía -Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no
mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a curar a él ahora. hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
Fue entonces a la laguna, buscó una caparazón de Dicho esto, cortó enredaderni finas y fuertes, que
tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y son como piolas, acostó con muclío cuidado al hombre
ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas
estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para aco­
a buscar en seguida raíces ricas y yuyito}tiernos que le modar bien la escopeta, los cueros y el mate con víbo­
llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin ras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al
darse cuenta de quién le.dába la comida, porque tenía cazador, y emprendió entonces el viaje.
delirio conla fiebre y no conocía a nadie. La tortuga cargada así, caminó, caminó y caminó
Todas las mañanas la tortuga recorría el monte de día y de.noche. Atravesó montes, campos, cruzó a
buscando raíces cada vez más ricas para darle al hom­ nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en
bre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre mo­
frutas. ribundo encima. Después de ocho o diez horas de cami­
El cazador comió así días y días sin saber quién le nar se detenía, deshacía los nudos y acostaba al hombre
daba la comida, y un día recobró el conocimiento'. Miró con mucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto
a todos lados y vio que estaba solo, pues allí no había bien seco.
más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le
vez en voz alta: daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque
-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de estaba tan cansada que prefería dormir.
nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos A veces tenía que caminar al sol; y como era vera­
Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, no, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría
y voy a morir aquí. de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua! a cada rato. Y cada vez la
Y como él lo .había dicho, la fiebre volvió esa tortuga tenía que darle de beber,.
tarde, más fuerte que antes, y perdió de nuevo el conoci­ Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada
miento. vez estaban más cerca de Buenos Aires, perp también
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía
dijo: menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces que-
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daba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre tortuga tan grande. ¿ Y eso que lleya en el lomo, qué'es?
recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz ¿Es leña?
alta: -No -le respondió con tristeza la tortuga-. Es un
-Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo hombre.
en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, -¿Y dónde vas con ese hombre? -añadió el curioso
solo en el monte. ratón.
Él creía que estaba siempre en la ramada, porque -Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires -respon­
no se d�ba cuenta de nada. La tortuga se levantaba dió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se
entonces, y emprendía de nuevo el camino. oía-. Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré...
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre -¡Ah, zonza, zonzé)J -dijo riendo el ratoncito-.
tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus ¡Nunca vi una tortuga'más zonza! ¡Si ya has llegado a
fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía Buenos Aires! Esa luz que 1ez allá es Buenos Aires.
una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza
para nada. inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y
''Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana emprendió la marcha.
en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y Y cuando era de madrugada todavía, el director del
no supo qué era:. Se sentía cada vez más débil, y cerró Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y
entonces los ojos para morir junto al cazador, peq.sando sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado
con tristeza que no había podido salvar al hombre que con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre
había sido bueno con ella. que se estaba muriendo. El director reconoció a su ami­
Y, sin embargo, estaba ya en Buenos Air��. y ella go, y el mismo fue corriendo a buscar remedios, con los
que el cazador se curó en seguida.
no lo sabía. Aquella luz que veía en· el cielo era el
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la
resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya
tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas
al fin de su heroico viaje,..
para que tomara remedios, no quiso separarse más de
Pero un ratón de hHjudad.,.:..:.posiblemente el raton­ ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy
cito Pérez- encontró a los"ctos. viajeros moribundos. chica, el director del Zoológico se comprometió a tener-
-¡Qué tortuga! -dijo el ratón-. Nunca he visto una la en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
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Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el
cariño que le tienen, pasea por todo el Jardín, y es la LAS MEDIAS DE LOS
misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo FLAMENCOS
el pastito alrededor de las jaulas de los monos.
El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce
desde lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de
horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin
que le dé una palmadita de cariño en el lomo.

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Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a
las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y
a los pescados. Los pescados, como no caminan, no
pudieron bailar; pero siendo un baile a la orilla del río
los pescados estaban asomados a la arena, y aplaudían
con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto
en el pescuezo un collar de bananas, y fumaban cigarros
paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de
pescado en todo el cuerpo, y caminaban meneándose,
como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios
por la orilla del río, los pescados les gritaban haciéndo­
les burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y
caminaban en dos patas. Además, cada una llevaba col-
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gada, como un farolito, una luciérnaga que se balan­ -Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos
ceaba. medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de
coral se van a enamorar de nosotros.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víbo­ Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río
ras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras -¡Tan-tan! -pegaron con las patas.
coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las
-¿Quién es?-respondió el almacenero.
verdes, una de tulverde; las amarillas, otra de tul amari­
-Somos los flamencos. ¿Tienes medias coloradas,
llo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con blancas y negras?
rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color
-No, no hay-contestó el almacenero-. ¿Están lo­
de las yararás.
cos?En ninguna parte van a encontrar medias así.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
coral, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, -¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y ne­
blancas y negras, y bailaban como serpentinas. Cuando gras?
las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la El almacenero contestó:
punta de la cola, todos los invitados aplaudían · como -¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No
locos. hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas ¿Quiénes son?
blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa -Somos los flamencos -respondieron ellos.
y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque Y el hombre dijo:
como tienen muy poca inteligencia no habían sabido -Entonces son con seguridad flamencos locos.
cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre Fueron a otro almacén.
todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora -¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y ne­
pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo gras?
ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se mo­ El almacenero gritó:
rían de envidia. -¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras?
Solamente a pájaros narigudos como,,ustedes se les ocu­
U� flamenco dijo entonces: rre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida! _ -- .
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Y el hombre los echó con la escoba. un momento, porque en vez de bailar van entonces a
Los flamencos recorrieron así todos los almace­ llorar.
nes, y de todas partes los echaban por locos. Pero los flamencos, como son tan tontos, no com­
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río, prendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y
se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras de
un gran saludo: coral, como medias, metiendo las patas dentro de los
-¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fue­
ustedes buscan. No van a encontrar medias así en nin­ ron volando al baile.
gún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero ten­
drán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísi­
lechuza, tíene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar mas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras
las medias coloradas, blancas y negras. querían bailar con ellos, únicamente, y como los fla­
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron mencos no dejaron un instante de mover las patas, las
volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron: víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aque­
-¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las llas preciosas medias.
medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comen­
de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víbo­ zaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bai­
ras de coral se van a enamorar de nosotros. lando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para
-¡Con mucho gusto! -respondió la lechuza-. Es­ ver bien.
peren un segundo, y vuelvo en seguida. Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy in­
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al quietas. No apartaban la vista de las medias, y se aga­
rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino chaban también tratando de tocar con la lengua las patas
cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién 9e los flamencos, porque la lengua de las víboras es
sacados a las víboras que la lechuza había cazado. como la mano de las personas. Pero los flamencos baila­
-Aquí están las medias -dijo la lechuza-. No se ban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y
preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la ya no podían más.
noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron
de pico, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de
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luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se menos, de las víboras de coral que los habían mordido
cayeran de cansados. eran venenosas.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, Pero los flamencos no murieron. Corrieron a
que ya no podía más, tropezó con el cigarro de un yaca­ echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor. Grita­
ré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víbo­ ban de dolor, y sus patas, que eran blancas, estaban
ras de coral corrieron con sus farolitos, y alumbraron entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasa­
bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas ron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las
medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque
orilla del Paraná. estaban envenenadas.
-¡No son medias! -gritaron las víboras-. ¡Sabe­ Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía
mos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han están los flamencos casi todo el día con sus patas colora­
matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros das metidas en el agua, tratando de -calmar el ardor que
como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de sienten en ellas.
coral! A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del
estaban descubiertos, quisieron volar, pero estaban tan veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el
cansados que no pudieron levantar una sola pata, Enton­ agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que
ces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enros­ encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no
cándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las pueden estirarla.
medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfureci­ Esta es la historia de los flamencos, que antes te­
das, y les mordían también las patas, para que murieran. nían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. To­
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado dos los pescados saben por qué es, y se burlan de ellos.
para o_tro, sin que las víboras de coral se desenroscaran Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no
de sus patas. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pes­
un solo pedazo de media, las víboras los dejaron libres, cadito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de
que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo
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EL LORO PELADO

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Había una vez una banda de loros que vivía en el monte.
De mañana temprano iban a comer choclos a la
chacra¡y de tarde comían naranjas. Hacían gran barullo
con sus gritos, y tenían siempre un loro de centinela ,en
los árboles más altos, para ver si venía alguien,
Los loros son tan dañinos como la langosta, porque
abren los choclos para picotearlos, los cuales, después,
se pudren con la lluvia. Y como al mísmo tiempo los
loros son ricos para comérselos guisados, los peones los
cazaban a tiros.
Un día un hombre bajó de un tiro a un loro centi­
nela, el que cayó herido y peleó un buen rato antes de
dejarse agarrar. El peón lo llevó a la casa, para los hijos
del patrón; los chicos lo curaron porque no tenía más
que un ala rota. El loro se curó muy bien, y se amanso/
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completamente. Se llamaba Pedrito. Aprendió a dar la de él, muy abajo, el río Paraná, que parecía una lejana y
pa �; le gustaba estar en el hombro de las personas y con ancha cinta blanca. Y siguió, siguió volando, hasta que
el pico _ les hacía cosquillas en la oreja. se sentó por fin en un árbol a descansar.
_ Y he aquí que de pronto vio brillar en el suelo, a
V1v1a suelto, y pasaba casi todo el día en los naran­
jos Y eucaliptos del jardín. Le gustaba también burlarse través de las ramas, dos luces verdes, como enormes
de las gallinas. A las cuatro o cinco de la tarde, que era bichos de luz.
la hora en que tomaban el té en la casa el loro entraba -¿Qué será? -se dijo el loro-. «¡Rica, papa!. ..»
también en el comedor, y se subía con el pico y las patas «¿Qué será eso...» «¡Buen día, Pedrito!...»
por el mantel, a comer pan mojado en leche. Tenía El loro hablaba siempre así, como todos los loros.
locura por el té ·con leche. mezclando las palabras sin ton ni son, y a veces costaba
T�to se daba Pedrito con los chicos, y tantas cosas entenderlo. Y como era muy curioso, fue bajando de
le d:,c1an las criaturas, que el loro aprendió a hablar. rama en rama, hasta acercarse. Enton.ces vio que aque­
Decia: «Buen día, lorito!...» «¡Rica la papa!...» «¡Papa llas dos luces verdes eran los ojos de un tigre que estaba
_
para Pe�to!...» Decía otras cosas más que no se pue­ agachado, mirándolo fijamente.
den decrr, porque los loros, como los chicos aprenden Pero Pedrito estaba tan contento con el lindo día,
con gran facilidad malas palabras. que no tuvo ningún miedo
uando llovía, Pedrito se encrespaba y se contaba -¡Buen día, tigre! -le dijo-. «La pata, Pedrito...»
, � Y el tigre, con esa voz terriblemente ronca que
� s1 mismo una porción de cosas, muy bajito. Cuando el
tiempo se componía, volaba entonces gritando como un tiene, le respondió:
loco. -¡Bu-en día!
Era, como se ve, un loro bien feliz, que además de -¡Buen día', tigre! -repitió el loro-: «¡Rica, pa-
_ pa....
' ¡nca,
• papa....
1 ¡nea,
• 1 »
papa ....
s�� libre, como lo desean todos los pájaros, tenía tam­
b1en, como las personas ricas, sufive o' clock tea. Y decía tantas veces «¡rica, papa!», porque ya eran
Ahora bien : en �edio de esta felicidad, sucedió que las cuatro de la tarde, y tenía muchas ganas de tomar té
_ con leéhe. El loro se había olvidado de que los bichos
una tarde de lluvia saho por fin el sol después de cinco días
de temporal, y Pedrito se puso a volar gritando: del monte no toman té con leche, y por esto convidó al
· -«¡Q é lindo día, lorito!... ¡Rica, papa!... ¡La tigre.

pata, Pednto! ...» -y volaba lejos, hasta que vio debajo -¡Rico té con leche! -le dijo-. «¡Buen día, Pedri-
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to!. .. » ¿Quieres tomar té con leche conmigo, amigo que es como el timón de los pájaros. Volaba cayéndose
tigre? en el aire de un lado para otro, y todos los pájaros que lo
Pero el tigre se puso furioso porque creyó que el encontraban se alejaban asustados de aquel bicho raro.
loro se reía de él, y además, comotenía a su vez hambre, Por fin pudo llegar a la casa, y lo primero que hizo
se quiso comer un pájaro hablador. Así que le contestó: fue mirarse en el espejo de la cocinera. ¡Pobre, Pedrito!
-¡Bue-no! ¡Acérca-te un po-co que soy sor-do! Era el pájaro más raro y más feo que puede darse, todo
El tigre no era sordo; lo que quería era que Pedrito pelado, todo rabó� y temblando de frío. ¿Cómo iba a
se acercara mucho para agarrarlo de un zarpazo. Pero el presentarse en el comedor, con esa figura? Voló enton­
lo �o no pensaba sino en el gusto que tendrían en la casa ces hasta el hueco que había en el tronco de un eucalipto
cuando él se presentara a tomar té con leche con aquel y que era como una cueva, y se escondió en el fondo,
magnífico amigo. Y voló hasta otra rama más cerca del tiritando de frío y de vergüenza.
suelo. Pero entretanto, en el comedor todos extrañaban su
-¡Rica, papa, en casa! -repitió gritando cuanto ausencia.
podía. -¿Donde estará Pedrito? -decían. Y llamaban-:
-¡Más cer-ca! ¡No oi-go! -respondió el tigre con ¡Pedrito! ¡Rica, papa, Pedrito! ¡Té con leche, Pedrito!
su voz ronca. · Pero Pedrito no se movía de su cueva, ni respondía
El loro se acercó un poco más y dijo: nada, mudo y quieto. Lo buscaron por todas partes,
-¡Rico, té con leche! pero el loro no apareció. Todos creyeron entonces que
-¡Más cer-ca to-da-vía! -repitió el tigre. Pedrito había muerto, y los chicos se echaron a llorar.
El pobre loro se acercó aún más, y en ese momento Todas las tardes, a la hora del té, se acordaban
el tigre dio un terrible salto, tan alto como una casa, y siempre del loro, y recordaban también cuánto le gusta­
alcanzó con la punta de las uñas a Pedrito. No alcanzó a ba comer pan mojado en té con leche. ¡Pobre Pedrito!
matarlo, pero le arrancó todas las plumas del lomo y la Nunca más lo verían porque había muerto.
cola entera. No le quedó ni una sola pluma en la cola. Pero Pedrito no había muerto, sino que continuaba
-¡Toma! -rugió el tigre-. Anda a tomar té con en su cueva sin dejarse ver por nadie, porque sentía
leche.... mucha vergüenza de verse pelado como un ratón. De
El loro, gritando de dolor y de miedo, se fue volan­ noche bajaba a comer y subía en seguida. De madrugada
do, pero no podía volar bien, porque le faltaba la cola descendía de nuevo, muy ligero, e iba a mirarse en el
32 33
espejo de la cocinera, siempre muy triste porque las lo distraería charlando, para que el hombre pudiera
plumas tardaban mucho en crecer. acercarse despacito con la escopeta.
Hasta que por fin un día, o una tarde, la familia Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol,
sentad� a la mesa a la hora del té vio entrar a Pedrito muy charlaba y charlaba, mirando al mism? ti���o a to�os
tranqmlo, balanceándose como si nada hubiera pasado. lados, para ver si veía al tigre. Y por f m smtto un rmdo
Todos se querían morir, morir de gusto cuando lo vieron . _
de ramas partidas, y vio de repente debaJO del arbol dos
bien vivo y con lindísimas plumas. luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.
-¡Pedrito, lorito! -le decían-. ¡Qué te pasó, Pedri­ Entonces el loro se puso a gritar:
to! ¡Qué plumas brillantes que tiene el lorito! -¡Lindo día!... ¡Rica, papa!... ¡Rico té con leche!
Pero no sabían que eran plumas nuevas, y Pedrito, ¿Q:uieres té con leche? ...
muy serio, no decía tampoco una palabra. No hacía sino El tigre enojadísimo al reconocer aquel loro �el�d?
comer pan mojado en té con leche. Pero lo que es ha­ que él creía haber muerto, y que tenía otra �ez lmd1s1-
blar, ni una sola palabra. mas plumas, juró que esa vez no se le escap��· y de sus
Por eso, el dueño de casa se sorprendió mucho ojos brotaron dos rayos de ira cuando rep1t10 con voz
cuando a la mañana siguiente el loro fue volando a ronca:
pararse en su hombro, charlando como un loco. En dos -¡Acér-ca-te más! ¡Soy sor-do!
minutos le contó lo que le había pasado: un paseo al El loro voló a otra rama más próxima, siempre
Paraguay, su encuentro con el tigre, y lo demás; y con­ charlando:
cluía cada cuento cantando: -¡Rico, pan con leche!... ¡ESTÁ AL PIE DE ESTE
-¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una ÁRBOL! ...
pluma! ¡Ni una pluma! Al oír estas últimas palabras, el tigre lanzó un rugi-
Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos. do y se levantó de un salto. , .,
El dueñe de casa, que precisamente iba en ese -¿Con quién estás hablando? -bramo-. ¿A quien
momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta
le has dicho que estoy al pie de este árbol?
para la estufa, quedó muy contento de poderla tener -¡A nadie, a nadie! -gritó el loro-._ ¡Buen día,
gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la . ....
Pednto! ¡La pata, 1onto
. '
escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Para­ y seguía charlando y saltando de rama en rama, y
guay. Convinieron en que cuando Pedrito viera al tigre,
acercándose. Pero él había dicho: está al pie de este
34 35
e había
árbol para avisarle al hombre, que se iba arrimando bien árbol, y todos lo felicitaron por la hazañarqu
agachado y con la escopeta al hombro. hecho.
el loro
Y llegó el momento en que el loro no pudo acercar­ Vivieron en adelante muy contentos. Pero
tigre, y todas
se más, porque si no, caía en la boca del tigre, y enton­ no se olvidaba de lo que le había hecho el
par� tomar el
ces gritó: las tardes, cuando entraba en el co�edor
tendidadelan­
té, se acercaba siempre a la piel del ugre,
le�he.
te de la estufa, y lo invitaba a tomar té .con
¡ TENCION.
-¡·Rica, papa '.... ·A , '
-¡Más cer-ca aún! -rugió el tigre, agachándose te con le-
-¡Rica, papa!... -le decía-. ¿Qmeres
para saltar. . e....
che?... ¡La papa para e1 tigr
1
. .,
-¡Rico, té con leche!. .. ¡CUIDADO, VA A SALTAR! todos se mor ían de risa . y Pednto tam b1en.
y
Y el tigre saltó, en efecto. Dio un enorme salto,
que el loro evitó lanzándose al mismo tiempo como una
flecha en el aire. Pero también en ese mismo instante el
hombre, que tenía el cañón de la escopeta recostado
contra un tronco para hacer bien la puntería, apretó el
gatillo, y nueve balines del tamaño de un garbanz9 cada
uno entraron como rayo en el corazón del tigre, que
lanzando un bramido)lue hizo temblar el monte entero,
cayó muerto.
Pero el loro, ¡qué gritos de alegría daba! ¡Estaba
loco de contento, porque se había vengado -¡Y bien
vengado!- del feísimo animal que le había sacado las
plumas!
El hombre estaba también muy contento, porque
matar a un tigre es cosa difícil, y, ademá�, tenía la piel
para la estufa del comedor.
Cuando llegaron a la casa, todos supieron por qué
Pedrito había estado tanto tiempo oculto en el hueco del
37
36
LA GUERRA DE LOS
YACARÉS

38 39
En un río muy grande, en un país desierto donde nunca
había estado el hombre, vivían muchos yacarés. Eran
más de cien o más de mil. Comían pescados y bichos
que iban a .tomar agua al río, pero sobre todo pescados.
Dormían la siesta en la arena de la orilla, y a veces
jugaban sobre el agua cuando había noches de luna.
Todos vivían muy tranquilos y contenJos. Pero una
tarde, mientras dormían la siesta, un yacaré se despertó
de golpe y levantó la cabeza porque creía haber sentido
ruido. Prestó oídos, y lejos, muy lejos, oyó efectiva­
mente un ruido sordo y profundo. Entonces llamó al
yacaré que dormía a su lado.
-¡Despiértate! -le dijo-. Hay peligro.
-¿Qué cosa?-respondió el otro, alarmado.
-No sé-contestó el yacaré que se había despertado
41
primero-. Siento un ruido desconocido. gris se cambió de repente en humo negro, y todos sintie­
El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un ron bien fuerte ahora el chas-chas-chas en el agua. Los
momento despertaron a los otros. Todos se asustaron y yacarés, espantados, se hundieron en el río, dejando
corrían de un lado para otro con la cola levantada. solamente fuera los ojos y la punta de la nariz. Y así
Y no era para menos su inquietud, porque el ruido vieron pasar por delante de ellos aquella cosa inmensa,
crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de hu­ llena de humo y golpeando el agua, que era un vapor de
mo a lo lejos, y oyeron un ruido de chas-chas en el río ruedas que navegaba por primera vez por aquel río. El
como si golpearan el agua muy lejos. v�por pasó, se alejó y desapareció. Los yacarés enton­
ces fueron saliendo del agua, muy enojados con el viejo
· Los yacarés se miraban unos a otros: ¿qué podía ser
yacaré, porque los había engañado, diciéndoles que eso
aquello?
era una ballena.
Pero un yacaré viejo y sabio, el más sabio y viejo -¡Eso no es una ballena! -le gritaron en las orejas,
de todos, un viejo yacaré a quien no le quedaban sino porque era un poco sordo-. ¿Qué es eso que pasó?
dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había El viejo yacaré les explicó entonces que era un
hecho una vez un viaje hasta el mar, dijo de repente: vapor, lleno de fuego, y que los yacarés se iban a morir
-¡Yo sé lo que es! ¡Es una ballena! ¡Son grandes y todos si el buque seguía pasando.
echan agua blanca por la nariz! El agua cae para atrás. Pero los yacarés se echaron a reír, porque creyeron
Al oír esto, los yacarés chiquititos comenzaron a que el viejo se había vuelto loco. ¿Por qué se iban a
gritar como locos de miedo, zambullendo la cabeza. y morir ellos si el vapor seguía pasando? ¡Estaba bien
gritaban: loco, el pobre yacaré viejo!
-¡Es una ballena! ¡Ahí viene la ballena! Y como tenían hambre, se pusieron a buscar pesca­
Pero el viejo yacaré sacudió de la cola al yacarecito dos.
que tenía más cerca. Pero no había ni un pescado. No encontraron un
-¡No tengan miedo! -les gritó-. ¡Yo sé lo que es la solo pescado. Todos se habían ido, asustados por el
ballena! ¡Ella tiene miedo de nosotros! ¡Siempre tiene ruido del vapor. No había más pescados.
miedo! -¿No les decía yo?-dijo entonces el viejo,yacaré-.
Con lo cual los yacarés chicos se tranquilizaron. Ya no tenemos nada que comer. Todos los pescados se
Pero en seguida volvieron a asustarse, porque el humo han ido. Esperemos hasta mañana. Puede ser que el
42 43
n
vapor no vuelva más, y los pescados volverán cuando do se detuvo. Los hombres que iban dentro miraron co
man daro n un
no tengan más miedo. anteojos aquella cosa atravesada en el río y
on­
Pero al día siguiente sintieron de nuevo el ruido en bote a ver qué era aquello que les impedía pasar. Ent
el agua, � vieron pasar de nuevo al vapor, haciendo ces los yacarés se levantaron y fueron al diqu e, y mir �­
babia
1�.ucho ruido y largando tanto húrno que oscurecía el ron por entre los palos, riéndose del chasco que se
cielo. llevado el vapor.
,
-Bueno �jeron entonces los yacarés-; el buque El bote se acercó, vio el formidable dique que
Pe�o
paso ayer, paso hoy, y pasará mañana. Ya no habrá más habían levantado los yacarés y se volvió al vapor.
bote
�s�ados ni bichos que vengan a tornar agua, y nos después volvió otra vez al dique, y los hombres del
rnonrernos de hambre. Hagamos entonces un dique. gritaron:
-¡Sí, un dique! ¡Un dique!-gritaron todos, nadan­ -¡Eh, yacarés!
la
do a toda fue�za hacia 1� orilla-. ¡Hagamos un diquj -¡Qué hay! "'""respondieron los yacarés, sacando
En seguida se pusieron a hacer el dique. Fueron cabeza por entre los troncos del dique.
-
todos al bosque y echaron abajo más de diez mil árboles -¡Nos está estorbando eso! -continuaron los hom
sobre todo..¡apachos y quebracho� porque tienen la ma: bres.
dera muy dura... Los cortaron con la especie de serru­ -¡Ya lo sabemos!
�ho que los yacarés tienen encima de la cola; los empu­ -¡No podemos pasar!
Jaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo ancho del -¡Es lo que queremos!
río, a mi metro uno de otro. Ningún buque podía pasar -¡Saquen el dique!
por allí, ni grande ni chico. Estaban seguros de que -¡No lo sacamos!
baja
nadie vendría a espantar los pescados. Y corno estaban Los hombres del bote hablaron un rato en voz
muy cansados, se acostaron a dormir en la playa. entre ellos·y gritaron después:
Al otro día dormían todavía cuando oyeron el chas­ -¡Yacarés!
chas-c�a� de� vapor To�os oyeron, pero ningunp se
: -¿Qué hay? -contestaron ellos.
levanto m abno_ los OJOS siquiera. ¿Qué les importaba el -¿No lo sacan?
bu�ue? Podía hacer todo el ruido que quisiera, por allí -¡No!
no iba a pasar. -¡Hasta mañana, entonces!
En efecto: el vapor estaba muy lej os todavía cuan- -¡Hasta cuando quieran!
44 45
Y el bote volvió al v
apor' mientras los yacar
locos, de contentos, és, de guerra, un acorazado con terribles cañones. El viejo
daban tremendo c
agua: Ningún vapor iba � � letazos en el yacaré sabio, qu e había ido una vez hasta el mar, se
a pasar por alh Y siempr
Pre' habna, pescados. e' siem- acordó de repente, y apenas tuvo tiempo de gritar a los
Pero al día siguiente volvi otros yacarés:
yacarés miraron el b ó el vaPor, Y cuando los
u � q edaron m u -¡Escóndanse bajo el agua! jLigero! jEs un buque
ya no era el mismo �2 : � dos de asombro:
q . ra otro, un buque de gu erra! ¡Cuidado! ¡Escóndanse!
ratón' mucho m,as grande de color Los yacarés desaparecieron en un instante bajo el
que el otro· l.·Q_ue, nuevo
era ése? ¿Ese también vapor agu a y nadaron hacia la orilla, donde quedaron hundi­
. Ni és . . quena , pasar? No iba a pasar
1 .
e, m otro, m nmgún o ' no· dos, con la nariz y los ojos únicamente fuera del agua.
tro!
-jNo, no va a pasar'. -g · En ese mismo momento, del buque salió una gran nube
ntaron los yacarés' lanzán
dose al dique cada cua1 - blanca de humo, sonó un terrible estampido, y una enor­
a su puesto entre los tro
El nuevo buque, como nco s. me bala de cañón cayó en pleno diqu e, justo en el me­
· el otro, se detu
tambten , como el otro ba�o vo le'-'ios' y dio. Dos o tres troncos volaron echos pedazos, y en
·, un bote que se acercó
dique. al seguida cayó otra bala, y otra y otra más, y cada una
··1
. D.entro venían un ofIcia y ocho marmeros· hacía saltar por el aire en astillas un pedazo de dique,
c1a1 gnt ,
o: El ot·1- hasta que no qu edó nada del dique. Ni un tronco, ni una
-jEh, yacarés! astilla, ni una cáscara. Todo había sido deshecho a ca­
-jQué hay! -respondiero ñonazos por el acorazado. Y los yacarés hundidos en el
n éstos·
-¿No sacan el dique? agua, con los ojos y la nariz solamente fuera, vieron
-No. pasar el buqu e de guerra, silbando a toda fuerza.
-¿No? Entonces los yacarés salieron del agua y dijeron:
-jNo! -Hagamos otro diqu e mucho más grande que el
el oficial-. Entonces lo v o otro.
echar;;��:1 : :a!��
e
am s a Y en esa misma tarde y esa noche misma hicieron
azos.
-jEchen! -contestaron lo otro dique, con troncos inmensos. Después se acostaron
s yacarés.
y el bote regresó al bu a dormir, cansadísimos, y estaban du rmiendo ;todavía al
que.
Ahora bien, ese buqu e de día siguiente cu ando �l buque de guerra llegó otra vez y
color ratón era un buque
el bote se acercó al dique.
46
47
- Eh,_ yacarés! -g
-!!Que hay! -responritódieelroonficloial. dos buques de guerra, y trajo hasta aquí un torpedo que
-,Saquen ese otro s yacar' es.
dique! no reventó. Vamos a pedírselo, y aunque está mu y eno­
-¡No lo sacamos! jado con nosotros los yacarés, tiene buen corazón y no
-¡Lo vamos a des querrá que muramos todos .
otro!...
hacer a cañonazo
s como al
El hecho es que antes , mu chos años antes, los
-¡Deshagan..., si pu yacarés se habían comido a un sobrinito del Surubí, y
eden!
Y hablaban así con éste no había qu erido tener más relaciones con los yaca­
orguUo �orqu
de que su nuevo e estaban segu
di ue no od a se ros rés. Pero a pesar de todo fueron corriendo a ver al Su ru­
todos los cañones � n r d eshe cho ni p
or
d mund� bí, que vivía en una gruta grandísima en la orilla del río
Pero un ra to despu .,
humo, y con un ho b
és el u� ue volvi o
rrib1e estampi do la a llenarse de
Paraná, y que dormía siempre al lado de su torpedo. Hay
surubíes que tienen hasta dos metros de largo y el dueño
medio del dique bala reventó en el
granada. La gran e es ta vez
habían tirado con del torpedo era uno de ésos.
�J::�:e t ontra -¡Eh, Su rubí! -gritaron todos los yacarés desde la
los troncos, hizo
saltar, despedaz
ó, redºu:,io : as t�illas entrada de la gruta, sin atr ever se a entrar por aquel
ó
La segunda reven tó e. no .
al lado de 1� .mer rmes vigas.
l
asunto del sobrinito.
as
de dique vol por n a y otro pedazo
el aire y a i iiue -¿Quién me llama? -contestó el Su rubí.
dique. y no quedó
ó ron deshaciendo el
nada d�l di q : . -¡Somos nosotros, los yacarés!
de guerra pasó ent 1 e, nada, nada. El
buque
onces de ant -No tengo ni qu iero tener relaciones con u stedes
hom bres les hacía de fos yacare,s, y los
n burla tap, -respondió el Surubí, de mal humor.
e
andose la bo
-B ueno -diJ. .eron e ca
n tonees 1 os y Entonces el viejo yacaré se adelantó u n poco en la
agua-. Vam
os a morir to
c rés ' saliendo del
dos, porque el buqu gruta y dijo :
a a
siempre y e va a pasar·
los pescad s n_o v -¡So y yo, Surubí! ¡Soy tu amigo el yacaré que hizo
olverán . y es
porq ue los yacarés ta ban tris tes,
ch�i UJtos se quej contigo el viaje hasta el mar!
El viejo, yacaré diiÍ b d e ham bre.
'J o e ntonc Al oír esa voz conocida , el Surubí salió de la gruta.
a a
es :
n

-Todavia tenemos u - .
mos a ver al SURUB na esper�n�a
de salvarnos. Va­ -¡Ah, no te había conocido! -le dijo cariñosamente
Í Yo hice el yiaJ_e a su viejo amigo-. ¿Qué quieres?
has ta el mar, y tien con él cuando fui
e �n torped0· El -Venimos a pedirte el torpedo. Hay un bu que de
vw un com ba te e
n tre
guerra que pasa por nu estro río y espanta a los pescados.
48
49
Es un buque de guerra, un acorazado. H1c1mos º
. un di-
º
dique, y comenzaron en seguida otro, pero mucho más
Surubí
qu�, y lo e chó a pique. Hicimos ótro, y lo echó también fuer te que los anterio res, porque po r consejo del
lado del otro.
a pique . Los p e scados se han ido, y
nos moriremos de colocaron los troncos bien juntos, uno al
hambre . Danos_ el torpedo, y lo echaremos a pique a él. Era un dique realmente formidable .,
E
, �_Surubi, al oír esto, pensó un largo rato, y de s­ Hacía apenas una hora que acababan de colocar el
guerra
pues dIJo: último tronco del dique, cuando el buque de
-Est� bien; les prestaré el torpedo, aunque m e apare ció otr a vez, y el bote
con el oficial y ocho marine­
acue rdo ste mp r os se acercó de nuevo al
dique. Los y acarés se treparon
!� de lo que hicieron con e l hijo de mi
a somaron la cabe za de l otro
� �
e rm o. ¿Qm e n sa be hacer r e ve ntar e l torpedo? entonce s por los troncos y
Nmguno sabía, Y todos callaron. lado.
-Está bien -dijo el Surubí, con orgullo- yo lo haré -¡Eh, yacarés! -gritó el oficial.
reventar. Yo sé ha ce r eso._ -¡Qué hay! -respondie ron los yacarés.
Organizaron entonces e l via je . Los yacarés s e a ta­ -¿Otra vez el dique?
ron todos unos con otros; de la cola de uno al cue llo de l -¡Sí, otra vez!
otro; de la cola de éste al cue llo de aquél, formando así -¡Saquen ese dique!
una lar a cade na de yacarés que tenía -¡Nunca!
� más de una cua­
dra_ . El mme nso Surubí empujó al torpedo hacia la co­ -¿No lo sacan?
rnente y se colocó bajo él, sosteniéndolo sobre eLiomo -¡No!
mos
para que flotara. y como las lianas con que e sta ban -Bueno; entonces, oigan-dijo el oficial-. V a
quier an ha otro
c
atados los yacarés uno detrás del otro
s e ha bían concluí­ a desha cer este dique, y para que no
er
a cañonazos.
�º '. el Surubí se pre ndió con los die ntes de la cola del los vamos a deshacer de spués a ustedes,
des, ni chicos,
ultlmo yacaré, y así e mprendie ron la
_ marcha. El Surubí No va a quedar ni uno solo vivo-ni gran
s- co�o ese
sostema el toryedo, y los yacarés tiraban, corriendo por ni gordos, ni flacos, ni jóvenes, ni vie j�
smo dos
la costa . �u bian, bajaban, salta ban por sobre las pie­ viejísimo yacaré que veo allí y que no tiene
.
dras, cornendo siem pre y arrastrando al torpedo que dientes en los co stados de la boca.
laba
le va?ta ba olas como un buque por la velocidad de la El viejo y sabio y acaré, al ver que el oficial hab
cornda. Pe ro a la mañana siguiente, bien temprano, de él y se burlaba, le dijo:
s, y
llega ban al lugar donde habían construido su último -Es cierto que no me quedan sino pocos diente
50 51
algunos rotos. ¿Pero usted sabe qué van a comer maña­ ¡ Ya era tiempo! En ese instante el acorazado lanza­
na estos dientes?-añadió, abriendo su inmensa boca. ba su segundo cañonazo y la granada iba a reventar entre
-¿Qué van a comer, a ver?-respondieron los mari­ los palos, haciendo saltar en astillas otro pedazo del
neros. dique.
-A ese oficialito -dijo el yacaré y se bajó rápida­ Pero el torpedo llegaba al buque, y los hombres
mente de su tronco. que estaban en él lo vieron: es decir, vieron el remolino
Entretanto, el Surubí había C(>locado su torpedo que hace en el agua un torpedo. Dieron todos un grito de
bien en medio del dique, ordenando a cuatro yacarés miedo y quisieron mover el acorazado para que el torpe­
que lo agarraran con cuidado y lo hundieran en el agua do no lo tocara.
hasta que él les avisara. Así lo hicieron. En seguida, los Pero era tarde; el torpedo llegó, chocó con el in­
demás yacarés se hundieron a su vez cerca de la orilla ' menso buque bien en el centro, y reventó.
dejando únicamente la nariz y los ojos fuera del agua. El No es posible darse cuenta del terrible ruido con
Surubí se hundió al lado de su torpedo. que. reventó el torpedo. Reventó, y partió el buque en
De repente el buque de guerra se llenó de humo y quince mil pedazos; lanzó por el aire, a cuadras y cua­
lanzó el primer cañonazo contra el dique. La granada dras de distancia, chimeneas, máquinas, cañones, lan­
reventó justo al centro del dique, e hizo volar en mil chas, todo.
pedazos diez o doce troncos. Los yacarés dieron un grito de triunfo y corrieron
Pero el Surubí estaba alerta y apenas quedó abierto como locos al dique. Desde allí vieron pasar por el
el agujero en el dique, gritó a los yacarés que estaban agujero abierto por la granada a los hombres muertos,
bajo el agua sujetando el torpedo: heridos y algunos vivos que la corriente del río arrastra-
-¡Suelten el torpedo, ligero, suelten! ba.
Los yacarés soltaron, y el torpedo vino a flor de Se treparon amontonados en los dos troncos que
agua. quedaban a ambos lados del boquete y cuando los hom­
En menos del tiempo que se necesita para contarlo, bres pasaban por allí, se burlaban tapándose la boca con
el Surubí colocó el torpedo bien en el centro del boquete las patas.
abierto, apuntando con un solo ojo, y poniendo en mo­ No quisieron comer a ningún hombre, aunque bien lo
vimiento el mecanismo del torpedo, lo lanzó contra el merecían. Sólo cuando pasó uno que tenía galones de
buque¡ oro en el traje y que estaba vivo, el viejo yacacaré se tiró
52 53
de un salto al agua, y ¡tac! en dos golpes de boca se lo LA GAMA CIEGA
comió.
-¿Quién es ése?-Preguntó un yacarecito ignorante.
-Es el oficial -le respondió el Surubí-. Mi viejo
amigo le había prometido que lo iba a comer, y se lo ha
comido.
Los yacarés sacaron el resto del dique, que para
nada servía ya, puesto que ningún buque volvería a
pasar
· por allí.
El Surubí, que se había enamorado del cinturón y
los cordones del oficial, pidió que se los regalaran, y
tuvo que sacárselos de entre los dientes al viejo yacaré,
pues habían quedado enredados allí. El Surubí se puso
el cinturón, abrochado por bajo las aletas, y del extremo
de sus grandes bigotes prendió los cordones de la espa­
da. Como la piel del Surubí es muy bonita, y las man­
chas oscuras que tiene se parecen a las de una víbora, el
Surubí nadó una hora pasando y repasando ante los
yacarés, que lo admiraban con la boca abierta.
Los yacarés, lo acompañaron luego hasta su gruta,
y le dieron las gracias infinidad de veces. Volvieron
después a sq paraje. Los pescados volvieron también,
los yacarés vivieron y viven todavía muy felices, porque
se han_ acostumbrado al fin a ver pasar los vapores y
buques que llevan naranjas.
Pero no quieren saber nada de buques de guerra.

54
Había una vez un venado -una gama-, que tuvo dos
hijos mellizos, cosa rara entre los venados. Un gato
montés se comió a uno de ellos11 y quedó sólo la hembra.
Las otras gamas, que la querían mucho, le hacían siem­
pre cosquillas en los costados.
Su madre le hacía repetir todas las mañanas, al
rayar el día, la oración de los venados. Y dice así:
l. Hay que oler bien primero las hqjas antes de
comerlas, porque algunas son venenosas.
2. Hay que mirar bien el río y quedarse quieto
antes de bajar a beber, para estar seguro de que no hay
yacarés.
3. Cada media hora hay que levantar bi�n alta la
cabeza y oler el viento, para sentir el olor del tigre.
4. Cuando se come pasto del suelo, hay que mirar
57
arla. N unca te
metas con los
siempre antes los yuyos para ver sz. haY vzboras , es muy peligroso ir a sac
nidos que veas.
Este es e1 padrenuestro de 1os �enados chicos . nta :
. La gamita gritó conte sí
Cuando la gamita lo hubo aprendido bien, su madre la m á! Los tábanos y la ur as
-¡Pero no pican , m a
dejó andar sola .

r ría el monte comiendo l as


t�-
Una tarde, sin embar O _mie�tras la g_amita reco-
�i tiemas, v10 de pronto
pican; las abejas, no.
-Est á s eq u iv
u
o c a d a , m
er te , nada más
i hij a -e ontinu
ó la madre-.
. Hay abej as y avispas
Hoy h as te n id o s
e vas a d ar un
ante ella , en el hueco de n
�\ que st�ba podrido, d , mi h ij a; p orque m
muy malas . Cu i d a o
muchas bolitas juntas qu� c:ig�ban . ;eman un color
. gran disgusto. mita.
á! -respondió la ga
-oscuro ' como el de las pizarras .
. -¡Sí, m amá! ¡Sí, mam , fue
añana siguien te
¿ Qué sería ? Ella tenía también un poco de miedo ' l p r m e qu e hi zo a l a m
Per o ombr e s en el
o i ro
pero como era muy traviesa ' di0 un cabezazo a aquellas e habían ab ier to los h
seguir los senderos qu d los nidos de a
bejas.
cosas, y dis ' paro, . t , p r v r con m ás facilida
mon a a e tenía
uno. Es ta vez el nido
e
.
Vio entonces que las bolitas habi'an raJ ado, y que Hasta que al fin halló rilla en la cintu , que
r a
caían gotas. Habían salido tamb�� ien muchas mosquitas o c , c una fajita am a
abej as
on
nido también er a
s uras
a del nid o . El
rubias de cintura muy fma, que caminaban apuradas por caminaban por encim e , pue sto que
estas
encima . ; p ro l a g amita p ensó qu
distin to e
ser más rica.
y as m?squitas no la picaron . abej as er an más
grandes , l a miel debía su
omend ació n de
er
ismo de la rec
Desp t � � � : ;:
t c ' :� � �y d. �spacito, probó una gota con S c o r d ó as im
o exage­
m amá exagera ba , com
e a

la punta de la 1 engua, Y se relamió ,con gran p 1acer : mamá; mas creyó que su i tas. Entonce s
le dio
. . . mp l m d res de las gam
aquell as gotas eran mi el y 1 iqm sima , po�que las ran sie re as a
do.
� un gran cabezazo al ni alieron en se g
bolas de co lor piz ar ra er�n u:::
�.1?ena de abeJitas que
uida
j lá nc l h ubie r a hecho! S
no pica ban porque no tenían agmJon . Hay abejas así. ¡O nu a o
caron en
i spas que la pi
a
. , v sp as, miles de av
ci n o de pi cadur as,
tos de a i
En dos mmutos la gamita se torno ,toda l a miel, y e
ll n r on to do el cuerp
todo el cu rp , l e a
cola ; y lo que es much
e o e o
loca de contenta fue a contarle a su ma ma . Pero la mamá
c ez , l a b ar riga , en la
l más de diez en s �
a ab a en o
la reprendió seriamente . en
j os . La picaron
. .. peor, en l os m is m os o
-Ten m ucho cuidado mi h.iJa -1e diJo-, con los
n idos de las abejas. La m ie . ·1 es una cosa muy rica, pero OJOS.
59
58
ecie pequeña ,
cuyos indivi­
a de una esp
pe r r
an ·no y por encima del color
:n
gu er o ; o e
La gamita , loca de dolor, corrió y corrió gritando, n un col� r
duos tie n e a sujeta po� dos
hasta que de repente t uvo que pararse porque no veía sp e c_ami�eta n egr
amarillo una bros. Tienen
e e cie
e l o s ho m
más: estaba ciega, ciega d el todoJ p P or encima d .
Los ojos se habían hinchado enormemente, Y no cintas. qu e asan
1
"1 p or que viven
siempre en los
l pr ns '
tamb 1 én la co a e
veía más. Se quedó quieta entonces, temblando de dolor de la cola.
y de miedo, y sólo podía llorar desesperadamente. árboles, y se cuel gan m,a 1 amistad estrech a entre e1
¿De dónde prove N adie lo sabía
en el m on­
-¡Mamá!... ¡Mamá!... oy el c z a o\
oso hormiguer : ;iegar el motivo a nuestros
a
Su madre, que había salido a buscarla, porque tar­ v ez h e
te ' pero algun a a
daba mucho, la halló al fin, y se desesperó también con
su gamita que estaba ciega . La llevó paso a paso hasta su oídos.
s, ll egó hasta el
cubil del oso
La pobre m a dr e, p ue
cubil, con la cabeza de .su hija recostada en su pescuezo,
hormiguero. 1 1 ó J·adeante.
y los· bichos del monte que encontraban en el camino se -¡Tan., ·1 tan • ·¡ tan. -llam 1 oso horm1gu · ero .
acercaban todos a mirar los oj os de la infeliz gamita.
uié n s? - respond"10 ,e
-¿ Q e
· La madre no sabía qué hacer. ¿Qué remedio podía
-¡ Soy yo, la gama1 me .
hacerle ella? Ella sabía bien que en el pueblo que estaba q re .la gama? . n
del otro lado del monte vivía un hombre que tenía reme­
_1. Ah,
-Vengo
b u e n o
p
!
e
¿
dir
Q
l
ue
e
,
una ªtarJ et
, .de r ec o m en d ,
acio

dios. El hombre era cazador, y cazaba también venados,


a
g amita ' mi hija
, esta ciega. .
ar
p ae l ca z a d o r. La el oso horm1gue-
pero era un hombre bueno. . g m it ? - l e r espondió
-iAh ' la a a
doy lo que
La madre tenía miedo, sin embargo, de llevar a su on . Si. es p o r ella , s1' le
r
ro-.. Es una b uena p ·ta nada escn·to... M,uéstrele esto,
e s a
hija a un hombre que cazaba gamas. Como estaba deses­ s1
perada se decidió a hacerlo. Pero antes quiso ir a pedir qme.,� e. Pero no n ece
una carta de recomendación al oso HORMIGUERO, que y la atenderá. . d l a cola ' el os
o hormigu ero le
y con el e xt r e m o e
ora ' completa-
era gran amigo del hombre. u� c a b e z a seca de víb
extendió a la
gama a s. .
Salió, pues, después de dejar a la gamita bi en ocul­ qu e t m a ún los colmillos venenoso m1-
mente seca, e a
.. el comedor de hor
ta, y atravesó corriendo el monte, donde �l tigre casi la ést r l e st o -d1J 0 aún
- M u e e
alcanza. Cuando llegó a la guarida de su amigo, no N o se preci sa más.. ero.'-respondió contenta la
g as -.
podía dar un paso más de cansancio. igu
-¡Gracias, oso horm
Este amigo era, como se ha dicho, un oso hormi- 61
60
gama-. Usted también es una buen
a persona. ayudando a bajar a la gamita-. Pe ro hay que tener mu­
. Y salió corriendo, porque era mu ar
y t de y pronto cha paciencia. Póngale esta pomada en los ojos todas las
iba a amanecer.
noches, y téngale veinte días en la oscuridad. De spués
Al p�sar por su cubil recogió a su
. hija, que se póngale estos lentes amarillos, y se curará.
queJaba s�empre, y juntas llegaro
n por fin al pue blo, -¡Muchas gracias, cazador! -respondió la madre,
donde tuvieron que caminar muy
despacito y ar rimarse muy contenta y agradecida-. ¿Cuánto le debo?
a las paredes, para que los perros n
o las sintieran. Ya -No es nada -respondió sonriendo e l cazador-.
estaban an te la puerta
del cazador. Pero tenga mucho cuidado con los perros, porque en la
-¡Tan! jtan! ¡tan! -golpearon.
otra cuadra vive precisamente un hombre que tiene pe­
-¿Qué hay?-respondió una voz de hom
adentro. bre, desde rros para seguir el rastro de los venados.
las gamas tuvieron gran miedo; apenas pisaban , y
-¡Somos las gamas!... jTENEMOS LA CAB
EZA DE se detenían a cada momento. Y con todo, los perros las
VÍBORA!
olfatearon y las corrieron media legua dentro del monte.
la madre se apuró en decir esto, para que el hom
supiera bien que ellas eran amigas del oso bre Corrían por una picada muy ancha, y delante la gamita
hormiguero. iba balando.
-¡Ah, ah! -dijo el hombre, abriendo la
puerta-. Tal como dijo el cazador se efectuó la curación.
¿Qué pasa?
Pero sólo la gama supo cuánto le costó tene r encerrada a
, �Venimos para que cure a mi hija, la gamita, que la gamita en el hueco de un gran árbol, durante veinte
esta ciega.
Y contó al cazador toda la historia d días interminables. Adentro no se veía nada. Por fin una
e las abejas. mañana la madre apartó con la cabeza el gran montón de
-¡Hum!... Vamos a ver qué tiene e
sta señorita ramas que había ar rimado al hueco del árb0l para que no
-dijo el cazador. Y volviendo a entrar
en la casa, salió entrara luz, y la gamita, con sus lente s amarillos, salió
de nuevo con una sillita alta, e hizo
sentar en ella a la corriendo y gritando:
gamita para poderle ver bien los ojos
sin agacharse mu­ -¡Veo, mamá! ¡Ya veo todo!
cho. Le examinó así los ojos, bien de cen
;a con un vidrio Y la gama, recostando la cabeza en una rama,
redondo muy grande, mientras la mam
á alumbraba con lloraba también de alegría, al ver curada a sa gamita.
el farol de viento colgado de su cuello.
-Esto no es gran cosa -dijo por fin el Y se curó del todo. Pero aun que curada, y sana y
cazador, . contenta, la gamita tenía un secreto que la entristecía. Y
62 63
. O enlozado lleno
de miel , y arrimaba la
el secreto es éste : ella quería a toda costa pagarle al me sa un JaIT . A veces l e dab a también ciga-
hombre que tan bueno había sido con ella y no sabía sillita alta para su anuga . on gran gusto y no les hacen
en c
cómo. rros que las gam�s c�m . rando l a n�a, porque el
mal. Pasab� 1 as el t 1 em o
r : ña , mientras afuera el
Hasta que un día creyó haber encontrado el medio. na estu le

ho mbr t m
,ª ero de p aja del
rancho.
e a
Se puso a recorrer la orilla de las lagunas y bañados, e
s cu d1an l al
viento y la llu vi a e
las
gam ita no iba sino en
a
buscando plumas de garza para llevarle al cazador. El
Por temor a los perro s, l a · de y empe baz
cazador, por su parte, se acordaba a veces de aquella
gamita ciega que él había curado. noches de t o rm eª·
n t y cua n do cai,a l a tar
a

l a mesa el jarrito con


l caz d or coloc aba en'
a llo v r, . l tomaba café y l eía,
e a
Y una n oche de lluvia estaba e l hombre leyendo en e
rvil l ta, m 1 � �
miel y la se e :n
: ::: t t bien cono cido de su
su cuarto, muy contento, porque acababa de componer l pu erta e 1
el techo de paja, que ahora no se llovía más; estaba esp eran d o en a

leyendo cuando oyó que llamaban. Abrió la puerta, y amiga l a gamita.


vio a la gamita que le traía un atadito, un plumerito todo
mojado de plumas de garza.
El cazador se puso a r eír, y la gamita, avergonzada
porque creía que el cazador se reía de su pobre regalo, se
fue muy triste. Buscó entonces plumas muy grandes,
bien s ecas y limpias, y una semana después volvió con
ellas; y esta vez el hombre, que se había reído la vez
anterior de cariño, no se rió esta vez porque la gamita no
comprendía la risa. Pero en cambio le regaló un tubo de
tacuara lleno de miel, que la gamita tomó loca de con­
tento.
Desde entonces la gamita y el cazador fueron gran­
des amigos. Ella se empeñaba siempre en llevarle plu­
mas de garza que valen mucho dinero, y se quedaba las
horas charlando con el hombre. Él ponía siempre en la
65
64
HISTORIA DE DOS CACHORROS
DE COATÍ Y DE DOS
CACHORROS DE HOMBRE

66 67
Había una vez un coatí que tenía tres hijos. Vivían en el
monte comiendo frutas, raíces y huevos de pajaritos.
Cuando estaban arriba de los árboles y sentían un gran
ruido, se tiraban al suelo de cabeza y salían corriendo
con la cola levantada.
Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes,
su madre los reunió un día arriba de un naranjo y les
habló así:
-Coaticitos: ustedes son bastante grandes para bus­
carse la comida solos. Deben aprenderlo, porque cuan­
do sean viejos andarán siempre solos, como todos los
coatís. El mayor de ustedes, que es muy amigo de cazar
cascarudos, puede encontrarlos entre lo·s palos podri­
dos, porque allí hay muchos cascarudos y cucarachas.
El segundo, que es gran comedor de frutas, puede en-
69
contrarlas en este nar
anj al; hasta
jas. El tercero, que diciembre ha brá naran­
no quiere comer modo que a1 �aer 1a tarde el coaticito tenía tanta hambre
pájaros, puede ir a to sino huevos de como de manana, y se sentó muy triste a l a orilla del
das partes, porque e
hay nidos de pájaros. n todas partes monte. Desde allí veía el campo' y pe�so, en 1a recomen-
Pero que no vaya n
nidos al campo, por unca a buscar dación de su madre.
que es peligroso.
..
»Coaticitos: h ay una so -<>·Por que, no quer rá mamá -se dlJO- que vaya a
la cosa a la cual deben
gran miedo. Son los pe tener buscar nidos en el campo_?
rros. Yo peleé una vez
Y sé lo que les digo; por c n Estaba pensando as1 cuando oyó' muy lejos, el
eso tengo un di
o ellos.
de los perros vienen sie ente roto. D etr ás
mpre los hombres co canto de un pájaro.
n un gran .
ruido, que mata. Cuan
do oigan cerca este ruid -¡Qué canto tan fuerte! -dijo �dm rado-. · ' Que,
de cabeza al suelo, po o, tírense �
r alto que sea el árbo S huevos tan grandes � �e ,
l.
hacen así los matarán c
on seg uridad
de un tiro.
i no lo El canto se repi ;io. �°::t�::�::��atí se puso a
·
Así ha bló la madre. Tod cor rer por entre e1 monte' cortando camino, porque el
os se bajaron ento
separaron, caminando nces y se canto había �onado muy s derecha El sol caía ya,
de derecha a izqui erda, y
quierda a derecha, como de iz­ pero el coat1 volaba con �a �ola levan�ada. Llegó a la
si hubieran perdido alg . .
que así camina ban los coa por­ onlla del monte, por fin'.y miro , e 1 campo · LeJios vio la
tís.
o,
El mayor que quería co casa de los hombres' y vio a un hombre con botas que
mer cascarudos, buscó en­ llevaba un caballo de l a soga. V10 también un pájaro
tre los palos podridos y
las hojas de yuyos, y enc muy grande que cantaba y enton ces e1 coaticito se gol­
tantos, que comió hasta ontró
quedarse dormido. El segun Peó la frente y dijo:
que prefería las frutas a do,
cualquier cosa, comió cu
naranjas quiso, porque antas -,. Qué zonzo soy! Ahora ya se, qué páiaro es e, se. Es
aquel naranjal estaba de
ntr , .
monte, como pasa en el o del un gallo ; mama me 1O mostró un día de arnba de un
Paraguay y Misiones, y
hombre vino a incomoda árbol. Los gallos tienen un cant • d' · y tienen
� h�S 1�;;�
ningún
rlo. El tercero, que era loc
los huevos de pájaros t o por muchas gallinas que ponen huev s. ' i diera co­
, uvo que andar todo el
encontrar únicam día para mer huevos de gallina!.··
ente dos nidos; uno de . . .
tres huevos, y uno de tó tucán , qu e tenía
r tola, que tenía Es sab1do que nada gusta tanto a los bichos chicos
cinco huevos chiquitos, sólo dos. Total, o los huevos de gallina. Dur ante u n rato
que era m uy poca comid
a; de :��:�i�!;oc�eO:cordó de la recomendación de su madre.
70
71
Pero el deseo p ud
o más, y s e
esperando que ce sentó a la o . .
rrara bien la noche p rilla del monte, chicos. Dejaron por fm de �ugar porque ya era de noche,
La noche cerró por ara ir al gallinero. y el hombre dijo entonces.
y paso a paso, fi n, y ent nces , en p unta de pie
se enca minó
o
-Voy a poner la tra pa cazar a la comadreja
escuchó atentame a la casa.
nte: no se sentía el menLlegó allá Y que viene a matar _los po�os ::� r los huevos.
coaticito, loco de or ruido. El a
ale y fue y armo 1� trampa Después comieron y se
dos mil huevos de gría porque iba a comer cien, mil, acostaron. Pero las cnaturas � tenían sueño, y saltaban
gal
primero que vio bie lina, entró en el gallinero, y lo de la cama del uno a la d�¡°otro y se enredaban en el
n
estaba solo en el suelo en la entrada fue un huevo que camisón. El padre, que leia en e1 comedor los dejaba
el final, como p ostre Pensó un instante en dejarlo para
.
p orque era un huevo hacer. Pero los chicos de repen . te se detuvieron en sus
pero la boca se le hiz m uy grande; saltos y gritaron:
o agua, y cla
huevo. vó s dientes en el , o la comadreja en la tramp_a!
lo -·Papá!
1 ¡Ha crud
Apenas lo mordió, . Tuké está ladrando., .1 Nosotros también queremos Ir,
cara y un inmenso do jTRAc!, un terrible golpe en la 1
papa.
lor en el hocico. ,1
. .
-¡Mamá, mamá! -g El padre consmtio, , per0 no sm • que 1as criaturas se
todos lados. Pero es ritó, loco de dolor, s
taba sujeto, y en ese altando a pusieran las sandalias pues nunca 1os deJ·aba andar des -
el ronco ladrido de un momento oyó
p erro. calzos de noche, �o� �emor a las víboras.
Fueron. ¿Que vieron allí?. Vieron a su padre que se
.
agachaba, temendo a1 perro con una mano, mientras
* . .
con la otra levantaba por la-co1a a un coatí , un. coaticit
.
. .
o
Chico aún que gntaba con un chillido rapid1S1mo y
,
Mientras el coatí esp ,
estridente, como un gn.11
que cerrara bien la era ba en la orilla
noche para ir al galliner del monte -¡Papa,, no lo mates. �· -diJ·eron las criaturas-. ¡Es
de la casa juga ba so o, el hombre
bre la gramilla con ,
muy chiquito! ¡Danoslo p ra nosotros!
criaturas rubias de sus hijos , dos a
cinco
se caían, se levantab y seis años, q ue c_orrían riendo, /
-Bueno, se lo voy a dar -respondió el padre-. Pero
.
a
caerse. El pa dre se ca n riendo otra vez, y volvían a cuídenlo bien, y sobre todo no se olviden de que los
ía tam bién, con gran a coatís toman agua como u tedes
legría de los
72 Esto lo decía porque ;os chicos habían tenido una
vez un gatito montés al cua1 a cada rato le llevaban
73
carne, que sacaban de la fiambrera; pero nunca le dieron sujetaron la lima entre los tres y empezaron el trabajo. Y
agua, y se murió. se entusiasmaron tanto, que al rato la jaula entera tem­
En consecuencia, pusieron al coatí en la misma blaba con las sacudidas y hacía un terrible ruido. Tal
jaula del gato montés, que estaba cerca del gallinero, y ruido hacía, que el perro se despertó, lanzando un ronco
se acostaron todos otra vez. ladrido. Mas los coatís no esperaron a que el perro les
. � cuando era más de medianoche y había un gran pidiera cuenta de ese escándalo y dispararon al monte,
silencio, el coaticito, que sufría mucho por los dientes dejando la lima tirada.
de la trampa, vio, a la luz de la luna, tres sombras que se Al día siguiente, los chicos fueron temprano a ver a
acercaban con gran sigilo. El corazón le dio un vuelco al su nuevo huésped, que estaba muy triste.
pobre coaticito al reconocer a su madre y sus dos herma­ -¡Qué nombre le pondremos?-preguntó la nena a
nos que lo estaban buscando. su hermano.
,....jMamá, mamá! -murmuró el prisionero en voz -¡Ya sé!-respondió el varoncito-. ¡Le pondremos
muy baja para no hacer ruido-. jEstoy aquí! j Sáquenme Diecisiete!
de aquí! jNo quiero quedarme, ma... má...! -y lloraba ¿Por qué Diecisiete? Nunca hubo bicho del monte
desconsolado. con nombre más raro. Pero el varoncito estaba apren­
Pero a pesar de todo estaban contentos porque se diendo a contar, y tal vez le había llamado la atencion
,
habian encontrado, y se hacían mil caricias en el hocico. aquel número.
Se trató en seguida de hacer salir al prisionero. El ·caso es que se llamó Diecisiete. Le dieron pan,
Probru:on primero c?rtar el alam�re tejido, y los cuatro uvas, chocolate, carne, langostas, huevos, riquísimos
se pusieron a traba.,ar con los dientes; mas no conse­ huevos de gallina. Lograron que en un solo día se dejara
guían nada. En tonces a la madre se le ocurrió de repente rascar la cabeza; y tan grande es la sinceridad del cariño
una idea, y dijo: de las criaturas, que al llegar la noche, el coatí estaba
-jVamos a buscar las herramientas del hombre! casi resignado con su cautiverio. Pensaba a cada mo­
Los hombres tien en herramientas para cortar fierro. Se mento en las cosas ricas que había para comer allí, Y
llaman limas. Tienen tres lados como las víboras de pensaba en aquellos rubios cachorritos de hombre que
cascabel. Se empuja y se retira. jVamos·a buscarla! tan alegres y buenos eran.
.
Fueron al taller del hombre y volvieron con la lima. Durante dos noches seguidas, el perro durmio, tan
Creyendo que uno solo no tendría . fuerzas bastantes cerca de la jaula, que la familia del prisionero no se
'
74 75
atrevió a acer
carse c
t�rc era no on gran sen
che lleg timie
libertad al ca . ar� n, e n uevo a bus nto. Cuando la
car 1a 1·una pa da que el coaticito había sido mordido al entrar, y no
d
ott·
-Mama.-. c1to, este les dI]' .o: ra dar
había respondido a su llamado, porque acaso estaba ya
yo no quiero .
:os y son muy buenos más de muerto. Pero lo iban a vengar bien. En un segundo,
co:::::t�º · Ho aquí. Me dan
h
st: por tab y me entre los tres, enloquecieron a la serpiente de cascabel,
a bi
S on como no en me iban a de3ar suelt dijeron que
sotr os. Son c o uy pr?nto saltando de aquí para allá, y en otro segundo cayeron
mos juntos. ach orritos ta m ., . sobre ella, deshaciéndole la cabeza a mordiscos.
mbte n, y Juga-
Los coatís s Corrieron entonces adentro, y allí estaba en efecto
res ig na
alva.,es qued .
ron . a¡on mu el coaticito, tendido, hinchado, con las patas temblando
ches a vi ;:.1:
si
met end o
t al coaticito v�::��s, pel ro se y muriéndose. En balde los coatís salvajes lo movieron;
· as as no-
E:fiectt.vamente lo lamieron en balde por todo el cuerpo durante un
, tod
madre y
. s us hennano as las noc hes, llovie .
ra o no, cuarto de hora. El coaticito abrió por fin la boca y dejó
c oat ci to s t'ban a pasar su
t
los coatís sal
les dab
;:11 p or e
vaje: sent ntre el tejido de a�:bre. , E
a
un ratº
él l
de respirar, porque estaba muerto.
Los coatís son casi refractarios, como se dice, al
Al ªbo . q ban a c o
fi te Y veneno de la víboras. No les hace casi nada el veneno, y
él mism� s �� �nce días, el coa:�;º :: a la jaula.
e aba suelto y hay otros animales como la mangosta, que resisten muy
tirones de o . a e noche a su J.aula.
reJas q
ue se llevab S al vo algunos bien el veneno de las víboras. Con toda seguridad el
g,allinero, to , a por andar coaticito había sido mordido en una arteria o una vena,
do marc .
haba bten. l cerca de
nan m hº y 1
porque entonces la. sangre se envenena enseguida, y el
lo
.
s i smos coatí
E I
:� u ra s s e qu
buenos ��e ;r
?n aquello
m
s s �;:: al e-
animal muere. Esto le había pasado al coaticito.
con cluid
o p or tomar � chorritos de himbre
�a ' ve lo
, hab1,an Al verlo así, su madre y sus hermanos lloraron un
r

Hasta que u c an no a 1 a s dos criatur


na noche m as largo rato. Después, como nada más tenían que hacer
mucho calor uy os cura e . allí, salieron de la jaula, se dieron vuelta pára mirar por
coatic it y � :�naba, los coatís que hac
o n i salvajes � ía última vez la casa donde tan feliz había sido el coati cito,
e
; �� ��� Y vieron en;;n::::: !f�S acercara:::;� �
d e I
y se fueron otra vez al monte.
i ..,,, una omento n
en . Pero los tres coatís, sin embargo, iban muy preocu­
entrada de 1a . onne víbora que es taba en que casi lo
Jaula. Los co en pados, y su preo cupación era ésta: ¿qué iban a decir los
atís compren ros cada en la
dieron en chicos, cuando, al día siguiente, vieran muerto a su
segUt-
76 querido coati cito? Los chi cos lo querían mu chísimo, y
77
O DE L Y AB EBIRÍ
ellos, los coatís, querían también a los cachorritos ru­ E L P AS
bios. Así es que los tres coatís tenían el mismo pensa­
miento, y era evitarles ese gran dolor a los chicos.
Hablaron un largo rato y al fin decidieron lo si­
guiente: el segundo de los coatís, que se parecía muchí­
simo al menor en cuerpo y en modo de ser, iba a quedar­
se en la jaula, en vez del difunto. Como estaban ente­
rados de muchos secretos de la casa, por los cuentos del
coaticito, los chicos no conocerían nada; extrañarían un
poco algunas cosas, pero nada más.
Y así pasó en efecto. Volvieron a la casa, y un
nuevo coaticito reemplazó al primero, mientras la ma­
dre y el otro hermano se llevaban sujeto a los dientes el
cadáver del menor. Lo llevaron despacio al monte, y la
cabeza colgaba, balanceándose, y la cola iba arrastran­
do por el suelo.
Al día siguiente los chicos extrañaron, efectiva­
mente, algunas costumbres raras del coaticito. Pero
como éste era tan bueno y cariñoso como el otro, las
criaturas no tuvieron la menor sospecha. Formaron la
misma familia de cachorritos de antes, y, como antes,
los coatís salvajes venían noche a noche a visitar al
coaticito civilizado, y se sentab�n a su lado a comer
pedacitos de huevos duros que él les guardaba, mientras
ellos le contaban la vida de la selva.

78
En el río Yabebirí, que está en Misiones, hay muchas
rayas, porque «Yabebirí» quiere decir precisamente
«Río-de.,las-rayas». t{ay tantas, que a veces es peligro­
so meter un solo pie en el agua. Yo conocí un hombre a
quien lo picó una raya en el talón y que tuvo que caminar
renqueando media legua para llegar a su casa: el hombre
iba llorando y cayéndose de dolor. Es uno de los dolores
más fuertes que se pueden sentir.
Como en el Yabebirí hay también muchos otros
pescados, algunos hombres van a cazarlos con bombas
de dinamita. Tiran una bomba al río, matando millones
de pescados. Todos los pescados que están cerca mue­
ren, aunque sean grandes como una casa. Y mueren
también todos los chiquitos, que no sirven para nada.
Ahora bien; una vez un hombre fue a vivir allá, y
81
no quiso que tiraran
bom bas de dinamit
a , porque tenía
-contestaron las rayas-. .1 Pero lo que es el tigre, ése no
lástima de los pesc
aditos. Él no s
en el río p ara e oponía a q
comer; pero no quería ue pescaran va a pasar_!
mente a millones de q u mataran inútil­
_.1 Cmdado con e'l.' -gritó aún el zorro-. ¡No se
e
pescaditos. Los ho
ban bombas se enojar mbres que tira­
o n al principio
, pero como el hom­ olviden de que es el t�gr• e .'
bre tenía un carácter
serio, aunque era m y pegando un bnnco, e1 zorro entró de nuevo en el
otros se fueron
a cazar a otra p
uy bueno, los
art e, y to dos los p
monte.
quedaron muy content escados
os. Ta n cont
nt s y Apenas acabab a de h er es o cuando el ho mbre
estaban a su a e o
gradecidos ��
, 1as ramas y aparec10 tod � �nsangrentado y la
a
migo que h
que lo conocían apena abía salvado a los pescaditos, aparto
s se acerca ba a la o camisa rota. La s angre le caia , por la cara y el pecho hasta
él andaba por la c rilla. Y cuando
osta fum an el pantalón, y de sde las arrugas del pantalón, la s angre
d o , las rayas lo
arrastrándose por el b seguían
ar ro, muy co caía a la arena.
a su ami o. nt en ta s d acompañar
Av�nzo, tambaleando haci. a la on. lla, porque estaba
e
g Él no sabía nada,
lugar. y vivía feliz en aquel
.
muy hendo, y entro, en el río. Pero apenas puso un pie en
Y sucedió que una ve
z, una tarde, un zorro el agua , 1as rayas que estab an amo ntonadas se apartaron
corriendo hasta el Y lleg ó
abe birí, y metió de su paso ; y él hombre llego, º el agu a al pecho hasta
rit las patas en el a
g ando : g ua, . .
la 1s1a, sm que una raya lo pie : arºa . y conforme llegó,
-¡Eh, rayas! ¡Li ero! .
g Ahí viene el ami o de us­ cayó desmayado en la m1s_ma arena ' por la gran cantI"dad
tedes, herido. g
de sangre que h abía perdido .
Las rayas, que lo oyero .
n, corrieron a
nsiosas a la Las r ayas no habí�n aún t� �� ie a-
orilla . Y le pr
eg untaron al z : ��' :��d!\C::� -
or r o : decer del todo a su amigo mon . ri
-¿Qué pasa ? ¿Dónde b le rugido les hizo dar un brinco e_n el agua.
está el h om bre
-¡Ahí viene! - ritó el ?
g zor ro de nuevo -¡El tigre! ¡El tigre! -gritaron todas, lanza, ndose
do con un tigre! ¡El ti -. ¡Ha pelea-
gr e vien e cor riendo! ¡ S como una flecha a la o�illa.
va a cruzar a la isla! ¡ eguram ente .
Dénle p aso, porque es un En efecto ' el t�gr� que h abía peleado con e1 hombre
bueno! hombre
y que lo vení a pers1gmendo había llegado a la, costa del
-¡Ya lo creo! ¡Ya lo c ·
reo que le vam Yabebirí. El ammal estaba· tamb", 1en muy herido, y la
os a dar paso!
sangre le cor ría por todo el cuerpo. yio al hombre caído
82
83
como muerto en .
1
se echo, al agua a 1s1a ' y 1anzando un rugido de
, para acabar •..ab.1a,
Pero apenas hu . de matarlo. El tigre sabía que las rayas están casi siempre en la
io como si le h bo metido una pata en el agu
f' orilla; y pensaba que si lograba dar UlJ. salto muy grande
a, sin-
clavos en las p ubieran clavado ocho o diez acaso no hallara más rayas en el medio del río, y podría
ata te
que defendían s y di u� salto atrás: eran las rribles así comer al hombre moribundo.
y le habían clava rayas
el p�so d;l o,
toda su fuerza i dn Pero las rayas lo habían adivinado y corrieron to­
el agui'J ó do co�
. El figre quedó r n e la cola. das al medio del río, pasándose la voz:
rur�; � al ver to oncando d do
da el 1ag.eua -de� l�r, con la pata en el -¡Fuera de la orilla! -gritaban bajo el agua-.
removieran el b a onUa turbia c
arro de on
1 d o , . omo s1. ¡Adentro ! ¡ A la canal! ¡ A la canal!
raya'\, que no lo . c o mp re nd1ó que eran las Y en un segundo el ejército de rayas se precipitó río
enfurecido: querían deJar pasar. Y enton
ces gritó adentro, a defender el paso, a tiempo que el tigre daba su
-¡Ah, ya sé lo enorme salto y caía en medio del agua. Cayó loco de
yas! ¡Salgan del que es ' ·son ust
Caminor. . ' edes, malditas ra- alegría, porque en el primer momento no sintió ninguna
-¡No salimos'. picadura, y creyó que las rayas habían quedado todas en
-respond1.eron las
-¡Salgan! rayas. la orilla, engañadas ...
-¡No salimos Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de
derecho a matarl ' ''Él es un hombre bueno! '·N
, o,·
. o hay aguijonazos, como puñaladas de dolor, lo detuvieron en
-·E
' I me ha heri , seco: eran otra vez las rayas, que le acribillaban las patas
do
-,·Lps dos se h a m1., a picaduras.
ustedes en el an herido,. ,.
. monte'· ·Aq 1, e Esoi s son as untos de El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor
c16n,. . . . '·No
se pas a! 1 - u stá ba'J o nuestra protec- era tan atroz, que lanzó un alarido y retrocedió corrien­
-¡Paso! -rugió
por última vez do como loco a la orilla. Y se echó en la arena de
-¡N1 NVNCr1 ",. -respondi·ero el tigre · costado, porque no podía más de sufrimiento; y la barri­
(Ellas d'· JJeron «m. nunC�> n las rayas. ga subía y bajaba como si estuviera cansadísimo.
hablan guaraní � porque así dic
-'·Vamo ' c om o en M 1s1
en los que
Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado
� a ver! -bramó ones.) .
para tomar imp aún el tigre. y con el veneno de las rayas.
ulso y dar un en retrocedió
onne salt Pero aunque habían vencido al tigre las rayas no
o.
84 estaban tranquilas porque tenían miedo de que viniera la
85
tigra Y otros tigres, y otros
m uchos m ás... y e
podrí,an defender más el p llas no sabían que había que defender el paso. Y una inmensa
a so.
ansiedad se apoderó entonces de la s rayas.
. En efecto, el monte bramó de nuevo, y apareció la -¡Va a pasar el río aguas más arriba! -gritaron-.
tigra, que se puso loca de
furor al ver al tigre tirado de ¡No queremos que mate al hombre! ¡Tene mos que de ­
costad� e? la arena. Ella vio
también el agua turbia por fender a nuestro amigo!
el �ovimiento de
las rayas, y se acercó al río.
casi el agua con la boca, y tocando Y se revolví� desesperadas entre el barro, hasta
gritó: enturbiar el río.
-¡Rayas! ¡Quiero paso!
-¡No hay paso! -respondie -¡Pero qué hacemos! -decían-. Nosotras no sabe­
ron las rayas. mos nadar ligero... ¡ La tigra va a pasar ante s que la s
�¡No va a quedar una sola
paso! -rugió 1a tigra. ray a con cola ' si no dan ra yas de a llá sepan que hay que defender e l pa so a toda
costa!
. -¡Aunque quedemos sin cola, no se pasa!-respon- Y no sabían qué hacer. Hasta que una rayita muy
dieron ellas.
-¡Por última vez, paso! inteligente, dijo de pronto :
-¡NI NUNCA! -gritaron las ra -¡Ya está! ¡Que vayan los dorados! ¡Los dor ados
yas. son amigos nuestros! ¡Ellos nadan m ás ligero que nadie !
La tigra enfurecida, había -¡Eso es! -gritaron todas-. ¡Qué vayan los dora­
metido sin querer
pata en el agua, y una ray una
dos!
a , acercándose desp
baba de clavarle todo el a ci o , aca ­
_ aguijón entre lo s
de dos. Al
Y en un instante la voz pa só y en otro instante se
brall,l�do de dolor del anim vieron ocho o diez filas de dor ados, un verdadero ejérci­
al, la s raya s respo
sonnendose: n dieron '
to de do,rados que nadaban a toda ve locidad aguas arri­
-¡Parece que todavía ten ba, y que iban dejando surcos en el agua, como los
emos cola!
Pero 1� tigra había tenido torpedos.
ent e la s C J a s se
una i dea, y con esa idea
: � alejaba de allí, co
steando el río aguas A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo de dar la
arnba, Y sm decir una pa orden de cer rar el paso a lo s tigres; la tigra ya había
labra.
Mas las rayas compren diero nadado, y estaba ya por llegar a la isla.
n tam bién esta vez cuál
ra
� l plan de su enemigo. El plan de su en
e Pero las rayas habían corrido ya a la otra orilla, y
este : pasar el río em igo era en cuanto la tigra hizo pie, las rayas se abalanzaron
por la otra par te, donde las
ra yas no contra sus patas, deshaciéndoselas a aguijonazos. El
86
87
animal, enfurecido y loco de dolor, bramab
a, saltaba en tigres que lo querían comer. El hombre herido se enter­
el agua, hacía volar nubes de agua a manoto
nes. Pero las neció mucho con la ami&tad de las rayas que le habían
rayas continuaban precipitándose contra
sus patas, ce­ salvado la vida, y dio la mano con verdadero cariño a las
rrándole el paso de tal modo, que la tigr
a dio vuelta, rayas que estaban más cerca de él. Y dijo entonces:
nadó de nuevo y fue a echarse a su vez a la
orilla, con las -¡No hay remedio! Si los tigres son muchos, y
cuatro patas monstruosamente hinchadas;
por allí tam­ quieren pasar, pasarán...
poco se podía ir a comer al hombre.
Mas las rayas estaban también muy cansada -¡No pasarán!-dijeron las rayas chicas-. ¡Usted es
s. Y lo nuestro amigo y no van a pasar!
que es peor, el tigre y la tigra habían acabad
o por levan­ -¡Sí pasarán, compañeritas! -dijo el hombre. Y
tarse y entraban en el monte.
¿ Qué iban a hacer? Esto tenía muy inqu añadió hablando en voz baja:
ietas a las -El único modo sería mandar a alguién a casa a
rayas, y tuvieron una larga conferencia.
Al fin dijeron: buscar el Winchester con muchas balas... pero yo no
-¡Ya sabemos lo que es! Van a ir a buscar
a los tengo ningún amigo en el río, fuera de los pescados .. :y
otros tigres y van a venir todos. ¡Van a ven
ir todos los ninguno de ustedes sabe andar por la tierra.
tigres y van a pasar!
-¡NI NUNCA! -gritaron las rayas más jóvenes -¿ Qué hacemos entonces? -dijeron las rayas an-
y que siosas.
no tenían tanta experiencia.
-¡Sí, pasarán, compañeritas! -respondier -A ver, a ver... -dijo entonces el hombre, pasán-
on triste­ dose la mano por la frente, como si recordara algo-. Yo
mente las más viejas-. Si son mucho
s acabarán por tuve un amigo ... un carpinchito que se crió en casa y que
pasar...
Vamos a consultar a nuestro amigo. jugaba con mis hijos... Un día volvió otra vez al monte y
Y fueron todas a ver al hombre, pues creo que vivía aquí, en el Yabebirí... pero-no sé dónde
no habían estará...
tenido tiempo aún de hacerlo, por defende
r el paso del Las rayas dieron entonces un grito de aleg�a:
río.
El hombre estaba siempre tendido; por -¡Ya sabemos!¡Nosotros l<_? conocem�s! ¡Tiene su
que había guarida en la punta de la isla! ¡El nos hablo una vez de
perdido mucha sangre, pero podía hablar
y moverse un usted! ¡Lo vamos a mandar a buscar en segm'd a.1
poquito. En un instante las rayas le
contaron lo que y dicho y hecho: un dorado muy grande vol� río
había pasado, y cómo habían defendido
el paso de los abajo a buscar al carpinchito; mientras el hombre disol-
88 89
d l nt e de la i sla, los
dorados cruzaban y
ti. gres . y p r
vía una gota de sangre seca en la palma de la mano, para dad.
recruzaban a �oda v eloci ez,.. un inmenso rugido hizo
o e a

hacer tinta, y con una espinita de pes�ado, que era la Ya era tiempo, otra v esemb o-
pluma, escribió en una hoja seca, que era el papel. Y de la onlla, y los tigres d
escribió esta carta : Mándenme con el carpinchito el
temblar el agua misma
caron en la�;;�: que todos los tigres de M�-
Winchester y una caja entera de veinticinco balas. Eran . s ,· p arecía entero herv ia
Apenas acabó el hombre de escribir, el monte ente­ tu v an lh. , P ero el Yab ebirí
siones puestas
lanzaron a 1a orilla, dis
a
ro tembló con un sordo rugido : eran todos los tigres que también de ray as, que se p aso .
es ier

s� acercaban a entablar la lucha. Las rayas llevaban la


a defender a to
do trance el
carta con la cabeza afuera del agua para que no se moja­ -¡Paso a los tigres !
dieron las ray as.
ra, y se la dieron al carpinchito, el cual salió corriendo -¡No hay paso ! -respon
por entre el pajonal a llevarla a la casa del hombre. -¡Paso, de nuevo !
Y y a era tiempo \ porque los rugidos, aunque leja­ ·No se pasa! · m· eto de
ni hij d r y , m
nos aún, se acercaban velozmente. Las rayas reunieron =�No va a quedar raya,
o e a a

entonces a los dorados que estaban esperando órdenes, raya ' si no dan paso ! eron las �ayas-.
l.· P e. ro ni
y les gritaron: -·Es .osible ! -respondi
m
P 1 h·J · s de tig res ni los metos de tigres , m
-¡Ligero, compañeros! ¡Recorran todo el río y den los ti• grl es, ' ,,
0
!:�!?�:::�
os i o

la voz de alarma! ¡Que todas las rayas estén prontas en s¡�: ;;:J::U!�\
::�s ru-
todo el río! ¡Que se encuentren todas alrededor de la todo
isla! ¡Veremos si van a pasar! gieron por última vez:
Y el ejército de dorados voló en seguida, río arriba -¡Paso pedimos !
y río abajo, haciendo rayas en el agua con la velocidad -¡NI NUNCA!
nzó entonces. Co n
un enorme
y la b t ll c m
que llevaban.
an�aron a1
y cay eron todos
o e
l
a a a
l tig
No quedó raya en todo el Yabebirí que no recibiera salto
p . � e ray ª!: .\.as ray as les acri­
se
d r
res

sobre un v e d
os
ida los
orden de concentrarse en las orillas del río, alrededor de . on 1as patas a agmJ onazos, y a cada her
r a e o iso

la isla . De todas partes, de entre las piedras, de entre el billar . do de dolor. P ero ellos se defen-
barro, de la boca de los arroyitos, de todo el Yabebirí tigres lanzaban un ru locos en el agua. y
zar p z , m n�teando como
entero, las rayas acudían a defender el paso contra los dían a a o s a

91
90
an h e cho ya de
masiado por
U t ede h
¡Déjenme solo! ¡ igres pasen!
s s
las rayas volaban po. r el arr. .
e con e1 vientre abierto por la s lo st a-
-
unas de los tigres. mí! ¡Dejen que -gritaron las rayas en un solo cl
-¡NI NUNCA! a en e l Yab
ebirí,
moi:ian
El Yabebirí parecía un no _de sangre. Las ra as
, a centenares. los Ugres recibían wnJén h y un a s o la raya viv
mor-. Mientras defenderem os al hombre bueno qu
a
,
a

que es nuestro río nosotras!


e

tembles heridas, y ..·;.,::;:, a tenderse y bramar en la


nos defendi
ó ant a
es ontento :
playa, horriblemente hin cha: las rayas, pisoteadas, x cla m ó enton ces , c
El hombre herido casi por morir, y apenas puedo
e

�hechas por las patas de los:--igres, no desistían; acu­ -¡Rayas! ¡Yo est
oy
e n cuanto
llegue el
�an sm cesar a defender el p aso. Algunas volaban por el les as eg uro qu e to yo
arr�, volvían a caer al río, y se precipitaban de nuevo hablar; pero yo a tener farra para largo rato ; es
Winchester, vam
os
contra los ti� b� es •
ro a ustedes! tu-
se lo ase gu as rayas en
Media hora duró esta 1ucha terrible. Al cabo de esa m ! --co n testaron l
-¡Sí, ya lo sab e os
media hora, todos los ti s a an otra �ez en la playa,
fa
sentados de tig� y r g u fe:�� � � siasmadas. n clu ir de ha bl
ar, porque la
e olor; m uno solo hab'1a c
Pero no pudier es, qu e ya h

o n o
pasado. " . En e fe ct o: los ti gr
z b g -
batalla recomen us cam ente en pie, y a
a a a
_Pero las rayas estaban amb1� . , n deshechas de can- br
se p i on
bían descansado,
u s er
} ltar, rugieron:
s anc 10. Muchas, mu chísim s hab1an muerto · y las. que uien va a sa
c m q as : paso!
ez po r tod
o
quedaban vivas di"Jeron: chánd os e o
z, y d u n a v
-¡Por última ve
e
as lanzát\d
ose a
- o p ow...1_
emos resistir dos ataques como e, ste. -r p nd ieron las ray
.1 Que, lN �¡NI NUNCA ! es o
ltad o a su ve
z al agua y
os dorados vayan a bus car refuerzos ! ,·Qué ven-
tigres h a bí an s a
la orilla. Pero los e lucha. Todo el yal,ebirí, ahora
de
gan en seg uida todas 1as raya s que haya en el Yabebiríl ía
recomenzó la terri rojo de sangre, y la sangre. hac
bl
y 1os dorados volaron o� vez río arriba y rí¿
. orilla a oril
la, estaba La s rayas volaban de
she­
aba)O, e iban tan ligeros que deJaban surcos en el agua, pla ya.
espuma en la aren s tigres bramaban de dolor ; p
ad e la ero
como los torpedos. y lo
Las rayas fueron entone . chas por el aire paso .
;:: ; , �er al_hombre nadie retrocedía
un , sino que avan-
-¡No podremos resistir . le dtJeron las rayas. ólo n o retro cedían
Y los tigre s a a toda
ados pasab
s no
Y aun algunas rayas lloraban, porque veían que no po- jé cit d e do r
el e o las
zaban. En ba lde y río abajo, llamando a las rayas:
r
drí an salvar a su amig o.
. velocidad río ar rib a
-¡v,ayanse ' rayas ! -respondió el hombre hend"-- V-•
93
92
rayas se habían concluido; todas estaban luchando fren­ tento- ¡El hombre tiene el Winchester! ¡Ya estamos
te a la isla y la mitad había muerto ya. Y las que queda­ salvadas!
ban estaban todas heridas y sin fuerzas. Y enturbiaban toda el agua verdaderamente locas
o,
-¡A la isla! ¡ Vamos todas a la orilla! de alegría. Pero el hombre proseguía tranquilo �irand
ue
Pero también esto era tarde: dos tigres más se ha­ y cada tiro era un nuevo tigre muerto. Y a cada tigre �
nn
bían echado a nado, y en un instante todos los tigres caía muerto lanzando un rugido, las rayas respondr
estuvieron en medio del río, y no se veía más que sus con grandes sacudidas de la cola.
sus
cabezas. Uno tras otro, como si el rayo cayera entre
cabezas, los tigres fueron muriendo a tiros . Aqu ello
Pero también en ese momento un animalito, un al
pobre animalito colorado y peludo cruzaba nadando a duró solamente dos minutos. Uno tras otro se fueron
ieron . Algu ­
toda fuerza el Yabebirí: era el carpinchito, que llegaba a fondo del río, y allí las palometas los com
nos boyaron después, y entonces los dorados los acom
:.
la isla llevando el Winchester y las balas en la cabeza r
pañaron hasta el Paraná, comiéndolos, y haciendo salta
para que no se mojaran.
el agua de contentos. ..
El hombre dio un gran grito de alegría, porque le tiem po las raya s, que tiene n muc hos h1JO S,
En poco
bre se
quedaba tiempo para entrar en defensa de las rayas. Le volvieron a ser tan numerosas como antes. El hom
le habí an
pidió al carpinchito que lo empujara con la cabeza para curó, y quedó tan agradecido a las rayas que
en las
colocarse de costado, porque él solo no podía; y ya en salvado la vida, que se fue a vivir a la isla. Y allí,
a Y fum ar
esta posición cargó el Winchester con la rapidez de un noches de verano le gustaba tenderse en la play
ci­
rayo. a la luz de la luna, mientras las rayas, hablando desp�
crnn ,
Y en el preciso momento en que las rayas, desga­ to se lo mostraban a los pescados, que no lo cono
bre,
rradas, aplastadas, ensangrentadas, veían con desespe­ c�ntándoles la gran batalla que, aliadas a ese hom
ración que habían perdido la batalla y que los tigres iban habían tenido una vez contra los tigres.
a devorar a su pobre amigo herido, en ese momento
oyeron un estampido, y vieron que el tigre que iba de­
lante y pisaba ya la arena, daba un gran salto y caía
muerto, con la frente agujereada de un tiro.
-¡Bravo, bravo! -clamaron las rayas, locas de con-
94 95
LA ABEJA HARAGANA

96 97
Había una vez en una colmena una abeja que no quería
trabajar, es decir, recorría los árboles, uno por uno para
lo
tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservar
para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas,
apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la
puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se
peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba
entonces a volar, muy contenta del lindo' día. Zumbaba
muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena,
volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las

otras abejas se mataban trabajando para llenar la colm
s
na de miel, porque la miel es el alimento de las abeja
recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a
99
disgustarse con el proceder de
la
la puerta de las colmenas h ay hermana haragana. En Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
si
ª?ejas que están de guardia pa empre unas cuantas -¡Sí, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he
ra cuidar
?ichos en la colmena. Estas abejas su que no entren prometido!
elen ser muy vie­
Jas, con gran experiencia de -No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido
la vida y tienen el lomo
pelado porque han perdido tod -le respondieron-, sino de que trabajes. Hoy es 19 de
os los p elos de rozar con­
tra la puerta la colmena. abril. Pues bien: trata de que mañana, 20, hayas traído
una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
. Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuan­ .
do. iba a entrar, diciéndole: y diciendo esto, se apartaron para deJarla entrar.
-Compañera: es necesario que Pero el 20 de abril pasó en vano como todos los
das las abeJas debemos trabajar trabajes, porque to­ demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo
.
La abejita contestó: se descompuso y comenzó a soplar un viento _frío.
-Yo ando todo el día volando, La abejita haragana voló apresurada hacia su col­
y me canso mucho.
mena, pensando en lo calentito que estaría allá dentro.
. -No :s cuestión de que te canses mucho -respon­
dieron-, smo de que trabajes Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de
un poco. Es la primera
advertencia que te h acemos. guardia se lo impidieron.
Y diciendo así la dejaron pasar -¡No se entra! -le dijeron fríamente.
.
Pero la abeja haragana no se c -¡Yo quiero entrar!-clamó la abejita-. Esta es m1
que a la tarde siguiente las abeja orregía. De modo colmena.
s que estaban de guardia
le dijeron: -Esta es la colmena de unas pobres abejas trabaja­
-Hay que trabajar, hermana. doras -le contestaron las otras-. No hay entrada para las
Y ella respondió en seguida: haraganas.
. . ,. . ,
-¡Uno de estos días lo voy a -¡Mañana sin falta voy a trabaJar! -ms1st10 la abe-
hacer!
-No es cuestión de que lo h agas jita.
-le respondieron- sino mañana uno de estos días -No hay mañana para las que no trabajan -respon­
mismo. Acuérdate de
esto. dieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y la dejaron pasar. Y esto diciendo la empujaron afuera.
Al anochecer siguiente se rep La abe jita, sin saber qué hacer, voló un rato aún;
itió la misma cosa.
pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de
100
101
, que la miraba
una culebra verde de lomo color ladrillo
sobre ella .
una hoj�, y �ayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido enroscada y presta a lanzarse
por el arre frío, y no podía volar más. era el hueco de un árbol
En verdad, aquella caverna mpo, y que la culebra
acía tie
. Arrastrándos� entonces por el suelo, trepanp
o y
que habían trasplantado h
.
ba� ando de los palitos y piedritas, que le parecían mon­
_ había elegido de guarida
que les gustan mucho.
tañas' llego a la puer ta de la colmena, a tiempo que Las culebras comen abejas, te su enemiga, mur-
comenzaban a caer frías gotas de lluvia. ntrarse an
Por esto la abejita, al enco
-¡Ay, mi Dios! -clamó la desamparada-. Va a muró cer rando los o jos: ltima hora que yo veo
llqver, Y me voy a morir de frío. -¡Adiós mi vida! Esta es la ú
Y tentó entrar en la colmena. la luz.
suya, la culebra no sola-
Pero de nuevo le cerraron el paso. Pero con gran sorpresa
le dijo :
-¡Perdón! -gimió la abeja-. ¡Déjenme entrar! mente no la devoró sino que de ser muy trabajadora
-Ya es tarde -le respondieron. -¿Qué tal, abejita? No has
ras.
-¡Por �avor, hermanas! ¡Tengo sueño! para estar aquí a estas ho
-Es mas tarde aún. eja-. No trabajo, y yo
-Es cierto -murmuró la ab
-¡Com�añeras, por piedad! ¡Tengo frío!
tengo la culpa.
-Imposible. ebra, burlona-, voy a
�Siendo así -agregó la cul
-¡Por última vez! ¡Me voy a morir! bicho como tú. Te voy a
Entonces le dijeron: quitar del mundo a un mal
-No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo comer, abeja.
amó entonces :
La abeja, temblando, excl
que es el descan so ganado con el trabajo. Vete. to! No es justo que usted
-¡No es justo eso, no es jus
Y la echaron.
ma p rqu e es m ás fu erte que yo. Los hombres
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas me c o o
saben lo que es justicia.
y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que a, enroscándose lige-
d� pronto rodó por un agujero ; cayó rodan do, mejor -¡Ah, ah! -exclamó la culebr ¿Tú crees que los
ombres?
ro-. ¿Tú conoces a los h os,
dicho, al fondo de una caverna. miel a ustedes son más just
hombres que le quitan la
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin
, grandísima tonta?
llego al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, 103
102
-No, no es por eso
dió la abeja. que nos qui. tan la miel -res
pon- cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que
-¿y por qué, ent estaba al lado de la colmena y que le daba la sombra.
onces?
-P�r��e son más int Los muchachos hacen bailar como trompos esas
elig
As1 dtJo la abeJI.. ta. p entes. cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
exclamando: ero la culebra se echó a reír
, -Esto es lo que voy a hacer -dijo la culebra-.
-¡Bueno! Con justici . ¡Fíjate bien, atención!
apróntate. a o sm e1 la, te voy a com
er; Y arrollando vivamente la cola alrededor del trom­
· Y se echó atrás ' para
lanzarse sobre la abeja. pito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con
ésta exclamó: Pero
tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumban­
-Usted hace eso porq do como un loco.
yo. ue es menos inteligente
que
-¿ Yo menos inteligen La culebra se reía, y con mucha razón, porque
culebra. te que tu, mocosa?-se jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un
rió la
-Así es -afirmó la abe trompito. Pero cuando el trompito, que se había queda­
ja. do dormido zumbando, como les pasa a los trompos c!_e
-Pues bien -dijo 1a c 1
mos a hacer dos pru bra-, vamos a verlo. V naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
ebas. � que hag a la p
a-
-Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer
rara, ésa gana. Si gano rueb a más
. :" s.1 yo, te como. eso.
gan
]I gan o yo?-preguntó la .abejita. -Entonces te como -exclamó la culebra.
as tú -repuso su enemig .
cho de pasar la noche a-, tien es el dere- -¡Un momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago
aquí, hasta que sea de
conviene? día. ¿Te una cosa que nadie hace.
-Aceptado -contestó -¿Qué es eso?
la a
La culebra se echó a r beja. -Desaparecer.
eír de ?uevo, porque se
había ocurrido una co
s . le -¿Cómo? -exclamó la culebra, dando un salto de
abeja. y he aquí lo que : ;�� Jamas podna hacer una sorpresa-. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
i
Salió un instante afuera -Sin salir de aquí.
abeja no tuvo tiempo d ' tan velozmente que
e nada. y volvió tra la -¿Y sin esconderse en la tierra?
yendo una -Sin esconderme en la tierra.
104
105
-Pues bien, ¡hazlor y -¿No me vas a hacer nada? -dijo la voz-. ¿Puedo
seguida-dijo la culebr s·I no 1 o haces, te como
en
a� contar con tu juramento?
El caso es que mien -Sí -respondió la culebra-. Te lo juro. ¿Dónde
abeja había tenido tie tras el tro�p1to bailab
m a, la estás?
o
hab'.1a vi.sto una plantita p de exammar la cave�a · y -Aquí -respondió la abejita, apareciend o súbita­
que crecía all' E n �
casi un yuyito, con gr b ustiUo,
andes hojas ��1 :: an mente de entre una hoja cerrada de la plantita.
moneda de d os centavos. o de una
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la
La abeja se arrimó a la
de no tocarla, y d .. , P 1anti.ta, tem.endo cuida plantita en cuestión era una sensitiva, muy común tam­
IJo asi: do bién aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad
-Ahora me toca a mí de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamen­
hacer el favor de darse v ' senora Culebra. Me va a te que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vege­
uelta, y contar hasta tre
do diga «tre s»,
búsqueme por todas s. Cuan­
tación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas
taré más! p artes, ¡Ya no es-
sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas
y así pasó, en efecto. se cerraran, ocultand o completamante al insecto.
«uno... dos... , tres» y La culebra diio 'J ráp1·dame
nte: La inteligencia de la culebra no había alcanzado
' s e volvió y ab
rió
g a�de era, de sorpres'a: 1a b ca c an
allí nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo
a �aJo, a todos lados, re no había nadie. Mir� arn.� a,
corrió los rin o.nes, l� . había observado, y se aprovechaba de él para salvar su
tan teó tod o con la lengu · plantita,
recido. ª
a. Inútil·· 1a ieJa habia
desapa-
vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada
La cule bra comprendió
entonces que . con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche
de l trom ito era m s1 su prueba
uy buena I� p�eba recordando a su enemiga la promesa que había hecho de
de 1� abe
p
simplemente extraord
inaria ·' " Que se babia ja era respetarla.
¿Dónde estaba? hecho? Fue una noche larga, interminable, que las dos
No había modo de hallar
la. pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caver­
-¡Bueno! -exclamó or r na, porque la tormenta se había desencadenado, y el
¿Dónde estás? p m-. Me d oy por vencida.
agua entraba como un río adentro.
Una voz que apenas se , Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la
salió del medio de 1a cue oia -1a voz de 1a abe jit
va. a- oscuridad más completa. De cuando en cuando la cule-
106 107
mbres
. a 1 fati. ga de cada uno. A esto los ho
muy supenor � a en la
bra sentía impulsos de lanzarse sobre l a abeja, y ésta y tienen raz ,
o n. N o hay otra filosofí
llaman ideal, .
creía entonces llegado el término de su vida. homb re y de una ab e3 a .
vida de u n
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche po­
dría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su
vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colme­
na, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
· Cuando llegó el día, y salió el sol, p0rque el tiempo
se h abía compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en
silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuer­
zo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar
sin decirle nada, porque comprendieron que l a que vol­
vía no era Ja paseandera haragana, sino una abeja que
había hecho en sólo una noche un duro aprendiz aje de la
vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella
recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el
otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo
aún tiempo de dar un a última lección antes de morir a las
jóvenes abejas que la rode aban:
-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo
quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi
inteligencia, y fue para salvar mi vida. No h abría nece­
sitado de ese esfuerzo, si hubiera trabajado como todas.
Me he cansado tanto volando de aquí para �llá, como
trabajando. Lo que me faltaba era l a noción del deber,
que adquirí aquella noche.
»Trabajen, compañeras, pens ando que el fin a que
tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es 109
108
EL PITTRO SALVAJE

110 111
Era un caballo, un joven potro de corazón ardiente, que
llegó del desierto a la ciudad, a vivir del espectáculo de
su velocidad.
Ver correr aquel animal era, en efecto, un espec­
táculo considerable. Corría con la crin al viento y el
viento en sus dilatadas narices. Corría, se estiraba; y se
estiraba más aún, y el redoble de sus cascos en la tierra
no se podía medir. Corría sin regla ni medida, en cual­
quier dirección del desierto y a cualqui�r hora del día.
No existían pistas para la libertad de su carrera, ni nor­
mas para el despliegue de su energía. Poseía extraordi­
naria velocidad y un ardiente deseo de correr. De modo
que se daba todo entero en sus disparadas salvajes -y
ésta era la fuerza de aquel caballo.
A ejemplo de los animales muy veloces, el joven
113
jo el caballo­
-Yo puedo correr ante el público -di
potro tenía pocas aptitudes para el arrastre. Tiraba mal, do ganar; pero mi
_ si me pagan por ello. No sé qué pue
sm coraje, ni bríos, ni gusto. Y como en el desierto o s hombres.
apenas alcanzaba el pasto para sustentar a los caballos modo de correr ha gustado a algun on-. Siempre
-Sin duda, sin duda ... -le respondier
d� �esado tiro, el veloz animal se dirigió a la ciudad a ... No es cuestión,
hay algún interesado en estas cosas
v1vrr de sus carreras. ones... Podríamos
sin embargo, de que se haga ilusi
En un_ principio entregó gratis el espectáculo de su
ofrecerle, con un poco
de sacrificio de nuestra parte...
gran �eloc1dad, pues nadie hubiera pagado una brizna del hombre, y
El potro bajó los ojos hacia la mano
de P�Ja por verlo -ignorantes todos del corredor que de paja, un poco de
había en él. En las bellas tardes, cuando las gentes vio lo que le ofrecían: era un montón
poblaban los campos inmediatos a la ciudad -y sobre pasto ardido y seco.
-No podemos más... Y asimismo...
todo los domingos-, el joven potro trotaba a la vista de o de pasto con
El joven animal consideró el puñad
todos, arrancaba de golpe, deteníase, trotaba de nuevo dotes de velocidad, y
que se pagaban sus extraordinarias
husmeando el viento, para lanzarse por fin a toda velo­ e la libertad de su
cidad, tendido en una carrera loca que parecía imposible recordó las muecas de los hombres ant trilladas.
tas
carrera, que cortaba en zigzag las pis
?e superar Y que superaba a cada instante, pues aquel me nte -. Algún día se
«No importa -se dijo alegre
J oven potro, como hemos dicho, ponía en sus narices, ré, entretanto, sos-
en sus cascos y su carrera, todo su ardiente corazón. divertirán. Con este pasto ardido pod
Las gentes quedaron atónitas ante aquel espectácu­ tenerme.» él quería era
Y aceptó contento, porque lo que
lo qu� se ap�taba de todo lo que acostumbraban ver, y
correr.
siguientes, por
Corrió, pues ese domingo y los
se retrraro� sm apreciar la belleza de aquella carrera.
«No importa -se dijo el potro alegremente-. Iré a cada vez dándose con
igual puñado de pasto cada vez, y
o momento pensó en
ver a un e�_ presario de espectáculos y ganaré, entretan­ toda el alma en su carrera. Ni un sol
to, lo suf1c1ente para vivir. » tas decorativas para
reservarse, engañar, seguir las rec
De qué había vivido hasta entonces en la ciudad omprendían su liber­
halago de los espectadores que no c
apenas él podía decirlo. De su propia hambre, segura� re con las narices
tad. Comenzaba el trote como siemp
mente, Y de algún desperdicio desechado en el portón de onar la tierra en sus
de fuego y la cola en arco; hacía res
los corralones. escape a campo tra-
Fue, pues, a ver a un organizador de fiestas. arranques, para lanzarse por fin a
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114
-. Ya llegará el
«No importa -se decía al egremente
viesa, en un verdadero torbellino de ansia, polvo y tro­ ...»
día en que se divier tan
nar de c�scos. Y por premio, su puñado de pasto sec o s v oces cambiadas
El tiemp o p asaba, entre tanto. La ­
que comia contento y descansado después del baño .
entr e los e spectadore
s cundieron por l a ciudad, traspa
A veces, sin embargo, mientras trituraba su j o ven un día en qu e l a a d­
saron sus puertas, y llegó p or fin nfiada y cieg a en
dentadura l o s duros tall os, pensaba en l a s re pleta s bol­ tó c o
mir ación de los hombres se as en
sas de avena que ve ía en las vidrieras, en l a gula de maíz re r a . L o s or g anizadores de espec­
aquel c aballo de car de
y alfalfa olorosa que desbordaba de los pesebres. atarlo , y el p o tr o , y a
táculos llegaron en trop el a contr
toda su vida por un
.
«No importa -se decía alegrem ente-. Pu edo dar­ edad madura, que h abía c orrido
l e en disputa apretadí­
me por conte nto con este rico pasto.» puñado de pasto, vio tendérse
bolsas de av ena y maíz
y continuaba corriendo con el vientre ceñido de simos fardos de alfalfa, macizas r el solo espectáculo
e-, po
hambre , co mo h abía corrido siempre. -todo en cantidad incalcul abl
de un a carrera .
_Poco a poco , sin embargo , los paseantes de los era vez un pe nsa -
domingo s se a c ostumbraro n a su libertad de car rera y Entonces el cab allo tuvo por prim
e n l o feliz que hubiera
comenzar�n a decirs� unos a o tros que aquel espectá¡u­ miento de amargur a, al pe nsar
n ofre cido l a milésima
lo de velocidad salvaJe, sin reglas ni cercas ca usaba una sido e n su juventud si l e hubiera el
ían glo rio sam ente e n
bella impresión. parte de lo que ahora l e introduc
-No corre por l as s endas, com o es costumbre gaznate .
ancólicament e- un
-decían-, �ero es �u� veloz. Tal vez tien� ese arranque «En aquel tiempo- se dijo mel
mulo , cuando mi cora­
porque se siente mas libre fuera de las pistas trilladas. y solo puñado de alfalfa c om o estí
hubiera hecho de mí al
se emplea a fondo. zón saltaba de deseos de cor rer,
stoy cans ado.»
En efecto, el j ove n p otr o, de ap etito nunca saciado más feliz de l os seres. Aho ra e v elo cidad era, sin
Y que obtenía ap enas de qué vivir c on su ardiente velo ci­ En efecto, estab a cans ado . Su l esp ectáculo
empre ,. y e l mism o e
duda , la misma de si e
dad, se empl� aba siempre a fondo por un puñ ad o de
de su salv a j e lib ert ad
. Pero no po seía ya el ansia d
pas!o : �orno s1 esa carrera fuera l a que iba a consagrarlo rante dese o de te nder
­
d�fmitlvamente. Y tras el ba ñ o , c omía c ontento su ra­ cor rer de otr os tiemp os. Aquel vib ntreg aba al egre por
tro e
se a fondo, que ant es el jov en po ui-
ción -la ración basta y mínima del más oscuro de los ora to nel ada s de e xq
más anónimos caballos. un montón de paj a, precis aba ah
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116
sito forraje para despertar. El triunfante caballo pesaba Pero dos hombres que contemplaban aquel lamen­
largamente las ofertas, calculaba, especulaba finalmen­ table espectáculo, cambiaron algunas tristes palabras.
te con sus descansos. Y cuando los organizadores se -Yo lo he visto correr en su juventud -dijo el pri­
entregaban por último a sus exigencias, recién entonces mero-; y si uno pudiera llorar por un animal, lo haría en
sentía deseos de correr. Corría entonces, como él sólo recuerdo de lo que hizo este mismo caballo cuando no
era capaz de hacerlo; y regresaba a deleitarse ante la tenía qué comer.
magnificencia del forraje ganado. -No es extraño que lo haya hecho antes -dijo el
Cada vez, sin embargo, el caballo era más difícil segundo-. Juventud y hambre son el más preciado don
de satisfacer, aunque los organizadores hicieran verda­ que puede conceder la vida a un fuerte corazón.
deros sacrificios para excitar, adular, comprar aquel Joven potro: Tiéndete a fondo en tu carrera, aun­
deseo de correr que moría bajo la presión del éxito. Y el que apenas se te dé para comer. Pues si llegas sin valor a
potro comenzó entonces a temer por su prodigiosa velo­ la gloria, y adquieres estilo para trocarlo fraudulenta­
cidad, si la entregaba toda en cada carrera. Corrió en­ mente por pingüe forraje, te salvará el haberte dado un
tonces por primera vez en su vida, reservándose, apro­ día todo entero por un puñado de pasto.
vechándose cautamente del viento y las largas sendas
regulares. Nadie lo notó-o por ello fue acaso más acla­
mado que nunca-, pues se creía ciegamente en su salva­
je libertad para correr.
Libertad... No, ya no la tenía. La había perdido
desde el primer instante en que reservó sus fuerzas para
no flaquear en la carrera siguiente. No corrió más a.
campo traviesa, ni a fondo, ni contra el viento. Corrió
sobre sus propios rastrQs más fáciles, sobre aquellos
zigzagues que más ovaciones habían arrancado. Y en el
miedo siempre creciente de agotarse, llegó el momento
en que el caballo de sarrera aprendió a correr con estilo,
engañando, escarceando cubierto de espumas por las
sendas más trilladas. Yun clamor de gloria lo divinizó.
118 119
Epílogo
VIDA Y OBRAS DE HORACIO QUIROGA

Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de


1879. Sus primeros veinticinco años los vivió en su patria de ori­
gen. Muy joven, se inicia en la literatura, colaborando en revistas
de Salto. Escribe poemas y artículos firmados con diferentes seu­
dónimos. En 1899, funda la Revista del Salto.
Le correspondió vivir en una época de grandes y constantes
cambios sociales y políticos, anteriores· al establecimiento de la
democracia en su país. En lo literario, predominaban corrientes
decadentistas y modernistas.
Ya en Montevideo, Quiroga participó de la bohemia de
1900. Por esos años presidió el "Consistorio del Gay Saber" y en
1901 publicó su primer libro: Los arrecifes de coral. Después de un
viaje no muy exitoso a París, en 1900 regresa a América, estable­
ciéndose en Buenos Aires. Argentina será, desde entonces, su
segunda patria.
Lee con entusiasmo a Dumas, Scott, Dickens, Balzac, Zola,
Maupassant, los Goncourt, Heine, Becquer, Hugo, etc. Pero la
lectura de Edgar Allan Poe ejerce sobre él un impacto notable.
Estudia la técnica cuentística del norteamericano, maestro indiscu­
tido de este género literario. En parte, de ese autor deriva su predi­
lección por temas terroríficos y fantásticos, como también un tono
marcadamente pesimista. De sus ensayos y reflexiones, Quiroga
elabora su "Decálogo del perfecto cuentista", en el que resume su
propia experiencia y la teoría de la composición de Poe.
Aunque en sus comienzos Quiroga acusa un predominio de
amaneramientos modernistas, con un abundante uso de galicismos,

121
a medida que va adquiriendo experiencia y oficio evoluciona hacia el contacto con la naturaleza bárbara ha sido fascinante. La selva le
un estilo propio. Se aparta de temas y formas del modernismo y fija proporciona abundantes historias, personajes interesantes y anéc­
su atención en lo americano, aunque dándole una proyección uni­ dotas que incorporará a sus relatos. Pero no todo allí es idílico: las
versal. Anuncia, con bastante anticipación, lo que años después condiciones malsanas y el trabajo esclavizante, conducen a la de­
será llamado el "mundonovismo" hispanoamericano. También el sesperación o al aniquilamiento moral y físico.
criollismo lo cuenta entre sus antecedentes. Estas experiencias irán tomando forma literaria y, sucesiva­
Quiroga es uno de los primeros escritores que descubren la mente, se condensarán en libros como Cuentos de amor, de locura
naturaleza americana como materia narrativa de sus obras. Es, y de muerte ( 1917), Cuentos de la selva ( 1918), El salvaje ( 1920),
también, uno de los primeros en cultivar nuevas formas del relato Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina degollada y otros
fantástico. Modalidad iniciada débilmente por los escritores argen­ cuentos (1925), Los desterrados (1926), El regreso de Anaconda
tinos en el siglo XIX. (1926) y Más allá (1935).
Su colaboración en la revista Caras y Caretas lo obliga a una En 1914, cambia de giro comercial hacia la fabricación de
cuidadosa elaboración de los cuentos. En aras de la brevedad, carbón y la producción de vino de naranjas, labores que no mejoran
deben estar despojados de todo elemento inconsistente, para con­
su situación económica. Además, intentó otras muchas activida-
centrarse en lo verdaderamente esencial y funcional. des: fabricaba cerámicas, tejía rede's, construía sus propios mue­
En 1902, ejerce como profesor de castellano en el Colegio
bles; elaboraba exquisitos dulces, fabricaba carteras y cinturones
Británico de Buenos Aires. Desde allí, parte hacia la región de
con cueros de víboras y ensayó muchos otros productos. Pero los
Misiones, como fotógrafo de una expedición dirigida por Lugones.
resultados fueron siempre adversos.
Esta experiencia en la selva lo marca profundamente. En 1904
viaja al Chaco como plantador de algodón. Sufre un rotundo fraca: En el aspecto personal, la vida de Quiroga se vio marcada por
so. la tragedia. De aquí deriva la principal vertiente pesimista y la
Vuelto a Buenos Aires, consigue una cátedra de castellano y angustia que trasuntan sus mejores cuentos, muchos de los cuales
. están inspirados en el tema de la muerte. En la ficción, son los
literatura en la Escuela Normal Nº 8. Allí se enamora de una
alumna, con la que se casa en 1909. No contento con la primera elementos violentos y la inestabilidad sicológica, tan f�!!CUentes,
experiencia empresarial fallida, compra un campo en San Ignacio, los que conf!er�n autentici�ad humana a los relatos. Pi,bfmuchos
.
en Misiones, hacia donde se traslada con su esposa. Su ilusión es de esos sufnmientos han sido reales en la vida del aufor: cuai:fdó:
prosperar como·cultivador de yerba mate. Allí nacerán su hija Eglé Horacio tenía sólo tres meses de edad, su padre,murió en url!l¿'¡r ,,;:
y su hijo Darlo. ;/dente de caza. Cuando contaba diecisiete años es el primero en
En San Ignacio, es nombrado juez de paz y oficial del Regis­ enfrentarse con el cadáver de su padrastro, Ascencio Barcos, que se
tro Civil. Alterna sus menesteres burocráticos y empresariales, sin suicida en septiembre de 1896. Cuando estaba ya en Buenos Aires
dejar de lado sus afanes literarios. Sus lecturas han ido diversifi­ da muerte, accidentalmente, a su mejor amigo, Federico Ferrando,
cándose. Incluye autores como los rusos Gorki, Turguenev y Dos­ mientras le enseñaba a manejar una pistola. A fines de 1915, su
toiewski; también figuran obras de Kipling, Anatole France y Flau- esposa Ana María, incapaz de soportar la dura vida de la selva ni el
bert entre sus preferencias. carácter inestable del marido, enloquece y se suicida, envenenán­
La vida en el territorio de Misiones le ofrece expreriencias dose.
variadas. Aunque sus empresas comerciales fracasan, en cambio, Vuelto a Buenos Aires, vive como ciudadano uruguayo. En-

122 123
tre los años 1917 y 1920, Quiroga desempeña labores consulares, rezagadas. La suma de ciento setenta cuentos, lo que es una enor­
hasta ascender al Consulado General de su país. midad para un hombre solo. Incluya Ud. algo como el doble de
En 1920 publica su única obra teatral, Las sacrificadas, ins­ artículos más o menos literarios y convendrá Ud. en que tengo mi
pirada en el cuento Una estación de amor. La pieza se representa derecho a resistirme a escribir más. Si en dicha cantidad de páginas
sin mucho éxito, lo que no sorprende al autor. Ya se ha convencido no dije lo que quería, no es tiempo ya de decirlo."
de que sus logros artísticos más significativos los alcanzará con los Escribió, también, dos novelas. La primera, e!} 1908, Histo­
cuentos. ria de un amor turbio. Algunos años después edita Pasado amor,
La mejor época de Quiroga, como escritor, se extiende entre cuyo tema tiene elementos autobiográficos, al igual que muchos de
los años 1917 a 1926. Ha estado un corto tiempo en Misiones, pero sus cuentos.
regresa a Buenos Aires. Se vuelve a casar en 1927, esta vez con una Es importante consignar que años más tarde, un escritor-de
joven de veinte años, María Elena Bravo, compañera de su hija tanta relevancia como Julio Cortázar reconocerá la maestría de
Eglé. Al año siguiente, 1928, nace su tercera hija, Pitoca. Quiroga en la composición de sus cuentos. Cortázar lo llama "el
Viaja a Misiones con su familia. Consigue trasladar su hermano Quiroga", cuando comenta el "Decálogo del perfecto
consulado a San Ignacio para establecerse en la región en forma cuentista", en el ensayo, Del cuento breve y sus alrededores, de
permanente. Pero pronto queda cesante, a raíz de un golpe de 1968 (Último Round).
Estado y el consiguiente cambio de gobierno en Uruguay.
Comienza, para él, una acelerada decadencia. A las dificul­
tades económicas se suman problemas ma:trimoniales y de salud. Los Cuentos de la selva
Su situación es tan precaria, que sus amigos se encargan de publi­
carle su último libro de cuentos, Más allá, en 1935. Con él obtiene El núcleo de los Cuentos de la selva se origina en los relatos que
un premio del Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay. Quiroga inventaba para entretener a sus gequeños, en Misiones.
Poco después, en 1936, debe volver a Buenos Aires, grave­ Por eso los llama "cuentos de mis hijos", al publicarlos en revistas.
mente.enfermo. Es operado, no se recupera y descubre el diagnósti­ En 1918 los recoge en un libro que titula Cuentos de la selva para
co de cáncer que. le han ocultado. Después de haber estado en casa niños. Es un conjunto de ocho relatos breves, escritos en prosa
de su hija Eglé, regresa al hospital. Esa noche se suicida con sencilla y clara. Sus notas emotivas e imaginativas, despiertan el
cianuro, al amanecer del 19 de febrero de 1937. Sus cenizas fueron interés juvenil.
llevadas a Uruguay. Los acontecimientos son protagonizados por animales de la
fauna norteña argentina. El ambiente físico está subentendido, más
bien insinuado que descrito. El acento de la narración está puesto
Su numerosa obra literaria sobre la convivencia del hombre con esos animales, en un entendi­
miento que se asemeja al de las fábulas. Esto se nota, tanto en la
Las numerosas obras de Horacio Quiroga lamentablemente hoy no personificación de fieras y aves, como en la presencia de un con­
están todas a nuestro alcance, por hallarse agotadas. texto moralizante. Se aconseja el respeto a la vida y a las condicio­
Casi al final de su vida, en carta a César Tiempo, Quiroga nes naturales de la selva; se muestran virtudes como la lealtad, la
dice: "Al recorrer mi archivo literario, a propósito de Más allá, gratitud, l.a fuerza de voluntad y la abnegación; al mismo tiempo, se
anoté ciento ocho historias editadas y sesenta y dos que quedaron fustigan la vanidad, el orgullo y la indolencia.
124 125
No obstante, en algunos de estos relatos se dan situaciones
violentas, ocasionadas por sentimientos negativos de crueldad y
venganza.
En este volumen se incluye, además, el cuento El potro
salvaje, que tiene un tema y un tono muy semejantes a los Cuentos
de la selva. Es un relato que exalta la espontaneidad y el desinterés
de la juventud.
La lectura de las obras de Horacio Quiroga es siempre atracti­
va. Nos enfrentamos a unos cuentos que parecen relatados por un
personaje más, participante de la acción misma. Al haber desapare­
cido· las insistentes palabras del narrador omnisciente, se logra esa
naturalidad y una gran comprensión de las motivaciones y senti­
mientos de los personajes. Esta cualidad, unida a la concisión del
lenguaje, al dinamismo de su estilo y a la tensión expresiva del
relato, dan a sus obras su sello de contemporaneidad. Con justa
razón sele ha considerado como un precursor del cuento hispanoa­
mericano actual.

MARÍA CECILIA JORQUERA DE ÜRLANDI


Profesóra de Castellano

l26
HORACIO QUIROGA

CUENTOS DE
LA SELVA

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