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En Chile hay más de 3.500 mujeres privadas de libertad, lo que nos sitúa como el tercer país de
Sudamérica con mayor proporción de reclusas. La mayoría tiene un historial de violencia y abuso
(62%), son madres (89%) y tienen bajo compromiso delictual. Tomando en cuenta eso, la autora
plantea que hay que cambiar la forma cómo el sistema penitenciario trata a las mujeres, pues además
reciben muy pocas visitas. La columna propone la inclusión de la perspectiva de género en la práctica
penitenciaria.
Esta columna se basa en datos recopilados bajo la línea de investigación sobre género y delito
desarrollada en el Centro de Estudios Justicia y Sociedad UC y la publicación “Datos en Perspectiva: La
condena penal y social de las mujeres privadas de libertad en Chile”.
Globalmente, hay más de 714.000 mujeres y niñas en las cárceles, las que componen el 7% de la
población carcelaria mundial, con un aumento significativo de más del 50% desde 2000 a 2017[1]. En
Chile hay más de 3.512 mujeres privadas de libertad, representando el 8,4% del total de personas en
reclusión[2]. Esta cifra nos sitúa como el tercer país de América del Sur con la mayor proporción de
mujeres privadas de libertad (7,1%), sólo superado por Guyana Francesa (7,3%) y Bolivia (8%)[3].
Los delitos que las mujeres cometen son menos graves y violentos. Además, sus trayectorias
delictuales son más cortas y abandonan el delito más tempranamente
https://www.ciperchile.cl/2021/04/15/la-invisible-vida-de-las-mujeres-privadas-de-libertad/ 1/3
7/11/23, 12:27 La invisible vida de las mujeres privadas de libertad - CIPER Chile
En mayor medida que los hombres, su involucramiento delictual está fuertemente marcado por la
vulnerabilidad (Brennan et al. 2012; Nuytiens and Christiaens 2017; Richie 2001; Simpson et al.
2008). La Perspectiva de Trayectorias Femeninas en la Criminología releva la yuxtaposición entre
victimización y delito que caracteriza a esta población, evidenciado distintos perfiles de
involucramiento delictual femenino, destacando principalmente el rol que la violencia doméstica y la
vulnerabilidad económica y social podrían jugar en este proceso (Miller and Mullins 2006; Daly
2013). Un estudio realizado en Chile con una muestra de 225 mujeres que egresaron de la cárcel
en Santiago[4], dio cuenta que 62% de ellas experimentaron algún tipo de maltrato siendo
menores de edad. Específicamente, 48% experimentó violencia verbal y 45% violencia física y/o
sexual. Entre quienes sufrieron violencia física y/o sexual antes de cumplir la mayoría de edad,
20% estuvo bajo custodia estatal en algún momento, y 28% vivió en la calle. Estas experiencias
tempranas de violencia y victimización se extienden también en las relaciones de pareja: 69%
reporta haber experimentado violencia física o sexual en alguna relación. Aunque no existen
datos que permitan comparar lo anterior con una muestra de hombres equivalente, los números dan
cuenta de una realidad alarmante que merece ser considerada.
Aproximadamente el 89% de las mujeres presas son madres[3]. En todas las cárceles de mujeres
existen secciones materno-infantil para embarazadas y madres con hijos/as lactantes de hasta 2 años.
No obstante, en resguardo del “Interés superior del niño” de la Convención sobre los Derechos del
Niño y de algunas disposiciones de las Reglas de Bangkok, se ha cuestionado el encarcelamiento del
menor como una solución, y se ha planteado la posibilidad de generar alternativas de reclusión o el
uso de ésta como último recurso[4], todas medidas que aún no se han puesto en práctica en Chile. De
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hecho, la Ley Sayen, que busca que las mujeres privadas de libertad que estén embarazadas o tengan
hijos menores de 3 años puedan postergar el cumplimiento de su condena en una cárcel, aun duerme
en el Congreso. Los conflictos de las reclusas que son madres se han visto agudizados por la
pandemia, ya que la ausencia de visitas les ha impedido ver a sus hijos e hijas por períodos
prolongados[5].
Menos de la mitad de las mujeres en las cárceles (sólo 1.571) recibieron al menos una visita
durante 2018, lo que da cuenta de su marcada situación de abandono, a diferencia de los
hombres que son en su mayoría visitados por mujeres. En las cárceles chilenas hay 573 mujeres
migrantes, en su mayoría como imputadas[6]. Las mujeres migrantes recluídas experimentan mayor
vulnerabilidad, particularmente las indígenas debido a barreras culturales —hablar una lengua
indígena y bajos niveles de educación que dificultan el acceso a la justicia—. Asimismo, estas mujeres
son rara vez visitadas y son profundamente marginadas en las cárceles. Estos casos dan cuenta de una
falta de lo establecido en las reglas de Nelson Mandela[7], respecto de la representación diplomática y
consular.
La invisibilidad de las mujeres en conflicto con la ley es de vital importancia dentro del contexto
chileno, donde las construcciones culturales de la feminidad han restringido a las mujeres a roles
anclados en la ética del cuidado, que no hacen más que profundizar las desigualdades de género y
dificultar su proceso de reinserción social. Es clave entender que las políticas penitenciarias con
perspectiva de género deben estructurarse en bases sólidas que desafíen las jerarquías de género y de
clase, en lugar de hacer que estas mujeres acepten su posición dentro del orden social. Tal como
plantea Goodkind (2009), si no se abordan estas desigualdades que han contribuido a la participación
de las mujeres en la delincuencia, su involucramiento delictual terminará finalmente perpetuándose.
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