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ALEJANDRO JODOROWSKY

La realidad es como si fuese un símbolo: es decir, cada cual se forma de ella una imagen que
corresponde a su herencia genética, familiar, social y cultural.

La sociedad en todas sus formas ve como algo malo que quieras ser tu mismo.

Para sanarse, el enfermo tiene que comprender que la mayoría de las veces el origen de su
padecimiento es de naturaleza psicológica. Esa enfermedad le da una forma de identidad, de
pertenencia a quien lo enfermó: generalmente, algún miembro de su familia. La enfermedad
es el único lazo que lo ata a los seres que el quiere, pero que no lo amaron en la forma en que
el necesitaba ser querido. Si reconocemos que nunca nos amaron, comenzamos a sanarnos.

Si nuestro matrimonio va mal, no nos preguntamos porque va mal. Solamente pedimos que
nuestra pareja regrese, que las cosas vuelvan a ser “como antes”. No deseamos cambiar. No
deseamos hacer el trabajo de introspección, por ende no deseamos evolucionar.

Extraer un tumor es aliviar al enfermo, pero no es sanarlo espiritualmente. Allí radica la


verdadera sanación.

La enfermedad física puede ser un aviso del inconsciente para que el paciente afronte un
problema psicológico determinado. Ante esta situación de conflicto, si el ego intelectual,
emocional o libidinal no logran encarar la verdad, el cerebro creara un mal tratando de buscar
en el cuerpo una solución al problema.

Podría decirse que la curación consiste (prescindiendo de las prohibiciones familiares, sociales
y culturales) en el reconocimiento y la realización de lo que uno es.

Muchos niños padecen males psicológicos que arrastraran hasta la madurez, porque sus
padres no supieron acariciarlos con la debida ternura. Y, si estos, no lo hicieron, fue porque a
su vez ellos no conocieron una autentica ternura por parte de sus propios padres. Dejando de
lado los rencores se aprende a perdonar y a amar sin exigir nada a cambio, obteniendo la tan
esperada serenidad.

Sin un alma desarrollada nadie está despierto. (pag.34)

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