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The migrations that take place in the context of globalization have to cope with a
paradoxical issue: on one hand, the financial capital does not find any obstacles
in its expansion, on the other, migratory flows are restricted as never before.
These facts determine the circulation of immigrant women by denying the
capacity of social agency of their migratory strategies. Despite of it, the current
situation presents a chiaroscuro panorama where the situations of exploitation are
mixed with the empowerment of immigrants women, inverting their position into
the making-decisions process inside the domestic group, the kinship, and the
gender relationships. At the same time, the hegemony of receiving countries is
consolidated, provoking a "new colonialism" that is based on the
trasnationalisation of labour and the reproductive tasks.
a) Hipótesis y objetivos
Para ello, seleccionamos a los dos colectivos más representativos de la actual inmigración
en España y en Andalucía: los marroquíes y los ecuatorianos, con el objeto de establecer
una comparación entre ambos que nos permitiera responder a las cuestiones planteadas con
mayor grado de eficacia y validez.
b) Metodología:
c) Técnicas de investigación
Análisis y explotación de los datos estadísticos disponibles sobre la emigración en
las sociedades de origen.
Análisis y explotación de los datos estadísticos sobre la inmigración en España,
prestando una atención especial a las variables de género y de inserción sociolaboral
Análisis y explotación de los datos estadísticos sobre la inmigración en Sevilla
Análisis de los datos sobre remesas de los migrantes ecuatorianos y marroquíes
Revisión bibliográfica de la literatura sobre migraciones, centrada en los estudios
referentes al género, las remesas y el codesarrollo
Realización de catas etnográficas en la ciudad de Sevilla con el objetivo de conocer
las redes sociales existentes: diversidad de modelos y grado de articulación con el
endogrupo y con la sociedad local. Estas catas se basaron en un trabajo de campo
intensivo de tres meses de duración en las que se entrevistaron a los miembros de
las asociaciones de inmigrantes, al personal de las ONGs de apoyo a la inmigración,
y a los responsables de las políticas migratorias en los niveles autonómico y local.
Se realizó un seguimiento de las actividades desarrolladas por los colectivos
inmigrantes, tanto formales como informales, y se comenzó la observación-
participación basada en la presentación del proyecto y sus objetivos a los miembros
de los colectivos seleccionados.
Una vez adquirido un conocimiento básico sobre el funcionamiento de las redes sociales y
sus relaciones con las diversas asociaciones e instituciones públicas y privadas se procedió
al diseño de las entrevistas. Para probar su eficacia se seleccionaron una serie de
informantes clave, nodos centrales de sus respectivas redes sociales, y se les realizaron 10
entrevistas en profundidad que nos permitieron efectuar las modificaciones pertinentes al
cuestionario.
Las migraciones masivas han seguido unas pautas diferenciadas en relación a la pertenencia
del sujeto a los sistemas de sexo/género, los cuales, a su vez, están en relación con las
distintas culturas étnicas y nacionales presentes en los distintos Estados-nación. (Balibar y
Wallerstein, 1991) Como hemos venido afirmando a lo largo de nuestras publicaciones,
(Martín, 2006a, Martín y Sabuco, 2005) hombres y mujeres desarrollan diferentes
estrategias tanto para la emigración como para la inserción social en los países de
inmigración. Esta diferencia es claramente perceptible tanto en las políticas de inmigración
como en las representaciones sociales que se originan sobre los procesos migratorios.
Como señala Sassen, (2003: 46) “las dinámicas de género han sido invisibilizadas en
términos de su articulación concreta con la economía global. Este conjunto de dinámicas
puede encontrarse en los circuitos alternativos transfronterizos…, en los cuales el rol de las
mujeres, y especialmente la condición de mujer migrante, es crucial.” Y es que las
migraciones transnacionales aparecen como un lugar privilegiado para estudiar la
transformación de los patrones de género. En este sentido, el estudio de la formación de las
unidades domésticas transnacionales arroja datos esclarecedores sobre el empoderamiento
de las mujeres, permitiendo la validación de determinadas hipótesis formuladas por el
feminismo de la globalización al respecto. Permiten observar la creación de nuevas formas
de solidaridad transfronterizas, pero también de nuevas formas de explotación, y las
experiencias de pertenencia y de elaboración de identidad que representan las nuevas
subjetividades femeninas. Volviendo a Sassen (2003: 50) “mujeres e inmigrantes emergen
como el equivalente sistemático del proletariado, un proletariado que se desarrolla fuera de
los países de origen. Además, y por otra parte, las demandas de la fuerza de trabajo del
máximo nivel profesional y gerencial, en las ciudades globales, son tales, que los modos
corrientes de manejar las tareas y los estilos de vida domésticos se vuelven inadecuados.
Como consecuencia estamos observando el retorno de las llamadas “clases de servidumbre”
compuestas en su mayoría por inmigrantes y mujeres inmigrantes”. Una contribución
empírica a este enfoque puede encontrarse en Martín y Sabuco (2006). Para una visión que
combina las aportaciones teóricas con los datos empíricos el trabajo de Martínez Veiga
(2004) constituye un referente imprescindible.
En la ciudad de Sevilla, como en otras ciudades del Estado español, se están produciendo
una serie de transformaciones en el seno de las unidades familiares que suponen un
incremento muy significativo del trabajo doméstico asalariado. Aunque no son los únicos,
destacaremos tres factores significativos: 1) la incorporación de las mujeres a los mercados
de trabajo, 2) la recomposición de los hogares mediante el incremento del número de
hogares monoparentales y de las “familias reconstituidas”, y 3) el aumento de la esperanza,
y no siempre de la calidad, de vida, y consiguientemente, del número de ancianos
dependientes. Estos factores, aunque inciden en el incremento de la demanda en el servicio
doméstico, no contribuyen a una mejora de las condiciones laborales ni a un mayor
reconocimiento social de esta actividad. La situación de precariedad económica y de no
reconocimiento social determina que las mujeres autóctonas abandonen el sector,
particularmente en su ejercicio por cuenta propia, prefiriendo la contratación en empresas
dedicadas a la externalización de estos servicios. Por otra parte, la cada vez más
significativa feminización de las migraciones ha propiciado una serie de cambios en el
servicio doméstico, (Herranz, 1998, Martínez Veiga, 2000) destacándose una ampliación de
la actividad, que de ayuda complementaria pasa a desempeñarse a tiempo completo. La
progresiva importancia del servicio doméstico como “yacimiento de empleo” incide en la
transformación de las estrategias migratorias, propiciando la prioridad de las mujeres sobre
los varones, ya que para éstas resulta mucho más fácil encontrar un empleo estable.
(Martín, 2006 a) A su vez, la llegada masiva de mujeres inmigrantes permite ampliar el
campo de los servicios domésticos y del cuidado a un mayor número de hogares, que se
hubieran visto obligados a prescindir de estos servicios si la demanda hubiera tenido que
ajustarse a la legalidad laboral, ya de por si precaria, del sector. La doble exclusión de la
migrante: como inmigrante, y, por tanto, extranjera, y como doméstica, y, por tanto, como
“no productiva” conlleva una mayor disponibilidad a trabajar duro por menos dinero, y
convierte sus servicios en asequibles para personas con recursos escasos. Sin embargo, el
colectivo mayoritario, el marroquí, presenta una serie de inconvenientes en relación a la
disponibilidad laboral requerida por el “empresariado doméstico”. En la medida en que
estamos hablando de una “comunidad diaspórica” con unas redes sociales sólidamente
asentadas en destino, muchas de ellas han llegado a constituir un hogar propio en el que
trabajar y tienen familiares dependientes a los que cuidar. Por otra parte, las recién llegadas,
con una red débil y con acuciantes necesidades de trabajar para reagrupar a sus familias o
para mantenerlas en su lugar de origen, tienen que afrontar el importante inconveniente de
la barrera lingüística. Este factor dificulta de manera significativa la relación entre la
empleadora y la empleada, y se superpone a la existencia de diferentes prácticas y
representaciones sobre las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. Por último, aunque
no en menor grado, las mujeres marroquíes deben enfrentar los desencuentros que tienen
lugar en relación al uso del pañuelo como marcador corporal de la práctica de la religión
musulmana, que se erige como una frontera cultural entre la empleadora y la trabajadora.
La llegada de las migrantes latinoamericanas viene a resolver dos de las barreras culturales
citadas: por un parte la religión, pero, sobre todo, elimina la frontera lingüística. Sin
embargo no son desdeñables otros factores que pocas veces se encuentran presentes en los
discursos: la mayor lejanía geográfica –que no cultural, en el imaginario de la sociedad
receptora- de los lugares de procedencia, unido a la mayor debilidad de las redes en un
primer momento de llegada, presenta una serie de ventajas para las empleadoras al ampliar
la disponibilidad de las trabajadoras, quienes, además, deben afrontar en los primeros
momentos el pago de una deuda mucho más importante debido al mayor coste del viaje.
De esta forma, las latinoamericanas pasan a ocupar los primeros lugares en el ranking de
preferencias de las empleadoras, aunque no por ello se ven libres de prejuicios. Así, dentro
de este colectivo tienen preferencia las más blancas sobre las indígenas o las negras. E
incluso dentro del grupo de las mujeres blancas la forma de vestir se convierte en un factor
para la selección de las trabajadoras. No deja de ser curioso que, mientras el uso del
pañuelo se convierte en un estigma para las mujeres musulmanas, llevar ropa demasiado
ceñida o escotada sea también un marcador estigmatizado si quien viste de esta manera es
una mujer inmigrante.
Son estas redes las que sostienen los proyectos de las mujeres y las que permiten su
empoderamiento, limitando el impacto que el evidente y consciente descenso de clase
supone para las mismas, particularmente en los primeros momentos de su experiencia
migratoria. La frustración que podría derivarse de su inserción en el servicio doméstico,
muchas veces en condiciones de servidumbre, es contrarrestada con una percepción
fundamentalmente instrumental de su actividad. La representación social que se desarrolla
no incluye al trabajo como ámbito de sociabilidad, sino como la herramienta que permite
conseguir los objetivos de reproducción social. La mayoría de las migrantes opta, pues, por
elaborar un discurso pragmático, dibujando una balanza donde la resignación se contrapesa
con los objetivos alcanzados. Frases como: “esto es lo que hay”, o “ya sabíamos a lo que
veníamos” constituyen una parte de la argumentación, la otra parte la constituyen
razonamientos que enfatizan la ganancia económica en términos de diferencia salarial en
origen y en destino. Esta realidad parece reforzar la percepción de que en las sociedades de
la globalización el trabajo pierde centralidad simbólica en la misma medida en que la gana
el salario. (Alonso, 2000) Sin embargo, para muchas de estas mujeres, más importante que
el beneficio monetario son otras cuestiones que a veces no aparecen en este discurso, pero
si en otros momentos, o que son fáciles de observar en el estudio detallado de las
entrevistas. Estas cuestiones hacen referencia a los procesos de empoderamiento
experimentados por muchas, aunque no todas, de las mujeres entrevistadas. Nos referimos a
la autoridad alcanzada en el manejo de los mecanismos de reagrupación familiar y de la
reconstitución de las redes sociales, que pueden acabar con situaciones de dependencia,
abuso y subordinación en origen, o al menos minimizar su impacto. Esta autoridad, unida al
prestigio que conlleva, les permite a su vez generar nuevas cadenas migratorias y de
cuidado en origen y en destino destinadas a afianzar la nueva situación de poder de la
mujer. En este sentido, es interesante destacar que la situación de “jefas de hogar”
(Gregorio, 1998) las coloca en una posición de mayor agencia social y de superioridad
simbólica sobre muchas de las mujeres autóctonas para las que trabajan, invirtiendo la
relación de subordinación existente en el ámbito laboral.
Resulta interesante comprobar cómo a medida que la experiencia migratoria se dilata en el
tiempo y se va accediendo a una situación de mayor estabilidad laboral y de regularización
de la estancia en el país el colectivo ecuatoriano comienzan a cambiar los objetivos de su
proyecto migratorio. (Atienza y Acosta, 2004) Si en un primer momento su meta era
maximizar el ahorro e invertirlo en origen, básicamente en la compra o reforma de la casa
familiar, conforme se produce la reagrupación familiar el esfuerzo se concentra en la
compra de una vivienda en destino. Varios factores contribuyen a este cambio, conectados
con la situación en la sociedad de origen y en la de destino.
Una de las razones tiene que ver con la profunda desconfianza hacia el gobierno y sus
instituciones. (Bretón y García, 2003) Los migrantes ecuatorianos, tanto los hombres como
las mujeres, manifiestan un fuerte pesimismo acerca del futuro del país ya que consideran
que la clase política es la responsable del colapso económico que les llevó a emprender el
proyecto migratorio. La dinámica de corrupción que ha marcado a los gobiernos actúa en
una doble dirección: por una parte, desincentiva el retorno, y por otra afianza el acierto de
la decisión emprendida por los y las migrantes.
Sin embargo, aunque la desconfianza en el futuro del país es un elemento desactivador del
retorno como estrategia a corto o a medio plazo, prácticamente ninguna de las mujeres
entrevistadas descartaron el retorno definitivo, aunque fueron muchas las que lo ligaron con
el cese de su actividad laboral. Se produce así una dicotomía entre “país de trabajo” y “país
de vida”, particularmente relevante entre quienes mantienen a sus familiares en Ecuador.
Para quienes han reagrupado a sus familias, o la han creado en Sevilla, Ecuador se
convierte en el paraíso en el que disfrutar, en un futuro muchas veces impreciso, de los
beneficios del duro trabajo desempeñado en las sociedades de destino.
Sin embargo, esta afirmación debe ser matizada. Aunque la corriente general se manifieste
claramente favorable a estas tesis, no podemos negar que de ellas se desprende un tono
triunfalista que no se corresponde exactamente con la realidad. En primer lugar, porque los
inmigrantes se integran en sectores de muy baja productividad, que son precisamente los
que más crecen en términos de empleo. En esta dinámica, la inversión de los migrantes se
encuentra limitada también a estos sectores, de manera que los negocios emprendidos
suelen generar poco margen para la ganancia y el empleo. Por otra parte, la inversión en la
vivienda se encuentra mediatizada por el alto precio del alquiler y favorecida por la práctica
del realquiler, generando situaciones de hacinamiento y de mantenimiento de la precariedad
habitacional. Además, la inserción de los inmigrantes en el tejido económico y social del
país de destino les lleva a adoptar los mismos patrones de comportamiento que los
nacionales sobre la base de asimilar las pautas de endeudamiento de la sociedad receptora.
En la práctica, se contrae una deuda importante que obliga a grandes esfuerzos y sacrificios
que añadir a los inherentes a la propia experiencia migratoria y que tiene importantes
repercusiones sobre la red transnacional.
Hemos optado por definir a la migración marroquí como un proceso diásporico. Aunque en
la práctica resulta complicado diferenciar los términos de migración y diáspora, creemos
que está distinción puede ser operativa para la comparación que nos ocupa. De esta forma,
la realidad nacional marroquí cuenta, desde su conformación, con una “ciudadanía
ausente”, que, si bien no ha sido tenida en cuenta en el proceso de toma de decisiones, si
que ha sido convocada por los poderes del Estado como parte de la comunidad nacional, en
la medida en que sus remesas son muy importantes para la economía de Marruecos.
Además, los migrantes mantienen vivos los lazos con su país básicamente mediante dos
estrategias diferenciadas pero articuladas entre sí: el retorno vacacional y la activación de
redes multinacionales de carácter diaspórico que ponen en circulación información,
personas y bienes, como hemos tenido ocasión de comprobar.
Por otra parte, y aunque nuestro planteamiento se encuentra muy alejado de posiciones
esencialistas sobre la “mediterraneidad”, es evidente que la realidad histórica de contactos y
desencuentros entre ambas orillas del “Mare Nostrum” forma parte de nuestro acervo
cultural. En nuestro trabajo de campo en el Rif conocimos a familias orgullosas de sus
parientes que habían servido en el ejército español, que habían trabajado como domésticas
en casas de militares y funcionarios del Gobierno en la época del Protectorado, e incluso
que habían formado parte de la “Guardia Mora” del general Franco, y que estaban felices
de volver a hablar español con nosotras. Muchas más familias nos hablaban con orgullo de
sus ascendientes, que lucharon contra el ejército español. La huella de la presencia española
en la zona es una realidad tan evidente como delicada, como suelen serlo todos los vínculos
coloniales.
La sensación de compartir con estos migrantes y sus familias una herencia común no estaba
ausente, muy al contrario, de nuestra experiencia, intelectual y sensual, en Ecuador. Sin
embargo, al mismo tiempo éramos conscientes, más que nunca, del axioma de Renan
(1882) acerca de que la nación se compone mucho más de olvidos, que de memorias,
compartidos. Ecuador se nos presenta en los textos y discursos oficiales mucho más
cercana, en la medida en que conecta con el “glorioso” pasado colonial. Sin embargo,
Marruecos, y en concreto el Protectorado, refieren directamente a una fractura política entre
la ciudadanía que acompañó la entrada del Estado-nación español en la modernidad, y
cuyas consecuencias se mantienen todavía vivas en la actualidad.
A este factor hay que añadir otro de carácter más general. El colonialismo del siglo XIX fue
legitimado ideológicamente sobre las bases de un “racismo científico” que proporcionó la
coartada de legitimidad que las potencias occidentales esgrimieron para lanzarse a la
empresa de esquilmar los recursos de los territorios conquistados, en un contexto muy
alejado de la tradición humanista del siglo XVI de rechazo de la explotación y genocidio de
las poblaciones indígenas. En este sentido, debemos recordar que sólo muy recientemente
los científicos sociales de las antiguas colonias del Siglo XIX han conseguido hacer oír su
voz en los circuitos científicos internacionales para denunciar la colonización del
pensamiento sobre y en sus países, que ha demostrado tener mayor capacidad de
supervivencia que la colonización política. Esta perspectiva colonial condiciona nuestra
mirada y, también, nuestra aproximación científica a la realidad social de Marruecos,
(Ramírez, 1998, Aixelá, 2000) y, en particular, extiende un velo a través del cual
observamos la situación de las mujeres, la mayoría de las veces sin tomar en consideración
sus propios puntos de vista sobre el tema.
Este velo ha acompañado a las mujeres en sus migraciones, si bien es en los últimos años, y
particularmente a raíz del 11 de septiembre de 2001, (Álvarez, 2002) cuando ha llegado a
constituirse en el símbolo de una sinécdoque que elimina el sujeto-mujer mediante un
proceso de reificación consistente en la construcción de una entidad –la mujer musulmana-
a la que se dota de una existencia superorgánica. Así, las mujeres musulmanas son una
parte indistinguible de la Umma, la comunidad de creyentes. En esta concepción no hay
lugar para el individuo, sea hombre o mujer. El creyente pertenece a una categoría diferente
e incluso opuesta al ciudadano. Adoptando de manera exclusiva la perspectiva Emic de la
Religión musulmana, se acepta que la sumisión a la divinidad que conforma la doctrina
coránica es la regla que rige toda la vida de las personas. Este planteamiento, certeramente
criticado por Rodinson (1981) y por otros intelectuales como Said, (1990) es
particularmente grave para el caso de las mujeres, que son contempladas desde una
perspectiva que aúna la misoginia de las religiones del Libro, la desigualdad de género
presente en tantas sociedades, y no sólo las del Tercer Mundo, y las consecuencias del
subdesarrollo y de la pobreza sobre la subordinación de las mujeres para construir un ser
dependiente y alienado que debe ser liberado, incluso, sin contar con su opinión.
Con esta afirmación pretendemos llamar la atención sobre los riesgos de adoptar posiciones
absolutistas, en las que, bajo la pretensión de liberar a las mujeres musulmanas, se les niega
su condición de sujeto, ignorando los numerosos e interesantes ejemplos de agencia social
desplegados por estas mujeres a lo largo de su vida. (Salahdine, 1991, Nair, 1997, Mernissi,
1998) Queremos traer aquí el razonamiento de Salua, una de nuestras informantes, cuando
al comparar las relaciones de género en Marruecos y en España enfatizaba que la principal
diferencia estribaba en que en Maruecos había unas reglas muy rígidas…que pocas
mujeres, especialmente las mas jóvenes, seguían, mientras que en España el control social
no se basaba en la norma, sino en mecanismos más sutiles de alienación de las mujeres, lo
que dificulta y esconde el sexismo existente.
Sin embargo, no podemos ignorar que la religión sigue siendo en las sociedades
musulmanas la principal fuente de legitimación del control de las mujeres por parte de sus
grupos domésticos y de la sociedad en general. Aunque realizar esta afirmación nos obliga
a precisar las diferentes posturas religiosas existentes y romper la visión reificada y
monolítica del Islam que predomina en Occidente. Las miradas, el control de los vecinos
del que nos hablan las mujeres del Norte y que les obliga a adoptar en sus viajes de retorno
la vestimenta tradicional son un mecanismo diferente al referenciado por las mujeres de las
ciudades del Sur, como Casablanca o Rabat, cuando señalan que “los de las barbas” les
impiden ponerse la minifalda o un escote pronunciado, como estaban acostumbradas a
hacer hasta hace sólo unos pocos años. En este sentido, asumimos la diferenciación que
establece la socióloga iraní Nayereh Tohidi (2006) entre 1) el Islam
tradicional/conservador, 2) el Islam reformista liberal/moderno y 3) el Islamismo
revolucionario o Islam radical.
Como sucedía en el caso de las mujeres ecuatorianas, las mujeres marroquíes se muestran
muy críticas con la situación económica y política de su país. Sin embargo, estas críticas no
están tan personalizadas en la clase política, salvo en algunos casos de mujeres que
participan o han participado en movimientos sociales, tanto en Marruecos como en España.
Una parte de ellas adopta un discurso que es muy similar al de las mujeres andaluzas que
emigraron en los años sesenta del pasado siglo. Este discurso enfatiza el contraste entre la
riqueza natural y potencial de su país y la situación de pobreza, que no de miseria, de sus
habitantes. Sin embargo, las causas de esta contradicción aparecen algo difuminadas:
oscilando entre los gobernantes y el monarca, sin apuntar directamente hacia este último.
Resulta interesante destacar el contraste entre la libertad de expresión de las mujeres
ecuatorianas y la ambigüedad y discreción de las marroquíes, fruto evidente de culturas
políticas muy diferentes.
Conclusiones
El estudio de las comunidades transnacionales (Kearney, 1995, Portes, 1997) nos ofrece
nuevas vías de exploración de los movimientos migratorios y de análisis de la participación
de los migrantes en la vida social, política y cultural en la “era de la información”.
(Castells, 1997) Este enfoque incide en que los cambios en los modelos económicos y
culturales deben traducirse en una revisión del marco teórico y conceptual que ha
caracterizado el estudio de los procesos migratorios. (Martín, 2006 b) Particularmente
relevante resulta la reconsideración de los sujetos sociales. Si en el enfoque tradicional las
unidades de análisis centrales eran el individuo, por una parte, y la clase social por otra, la
inclusión de las comunidades transnacionales como unidad de análisis permite dibujar la
complejidad de los procesos y la pluralidad de agentes sociales involucrados. Así, los
estudios sobre los procesos migratorios realizados desde el enfoque neoclásico enfatizaban
el nivel individual de la toma de decisiones planteando el proceso como el resultado de un
análisis racional articulado sobre la evaluación de los costos y los beneficios. Por otra parte,
los estudios centrados en la clase social como el nivel de análisis central (Wallerstein, 1974,
Eades, 1987) dibujan un mundo de estructuras que determinan la acción de los sujetos.
Ambas unidades de análisis son imprescindibles pero insuficientes para entender la acción
de los sujetos sociales en el marco de las sociedades de la globalización. En este marco, la
dimensión transnacional de las migraciones pone en cuestión las definiciones impuestas por
los estados, emisor (emigrante) y receptor, (inmigrante). La condición del sujeto se ajusta a
esta realidad transnacional, y lo que le caracteriza es una suerte de ubicuidad que señala
hacia la idoneidad del término migrante como forma de describir un modelo de circulación
de los sujetos en el que están presentes las personas y sus redes.
En este sentido, resulta necesario realizar un toque de atención a las políticas de igualdad
que se implementan en los países occidentales. (Young, 2000, de Lucas, 2003) Su énfasis
en la incorporación de las mujeres a la toma de decisiones se basa en una concepción de la
ciudadanía que abre una brecha insalvable entre las personas del mismo género, pero de
distinto origen étnico-nacional. Por otra parte, las políticas de inserción sociolaboral para
las mujeres inmigrantes se diseñan sin cuestionar en absoluto este modelo de ciudadanía
excluyente, lo que sólo puede redundar en el mantenimiento de las desigualdades
intragénero pero también intergénero, al reproducir, con pautas relativamente nuevas, el
modelo hegemónico de dominación. Por otra parte, la reproducción de los roles de género
no es la única consecuencia remarcable de estos modelos de inserción de la inmigración
femenina. Una de las hipótesis con las que estamos trabajando en la actualidad, y que ha
demostrado su validez en nuestras últimas investigaciones, es la de que la circulación de
trabajadoras inmigrantes articula nuevas realidades transnacionales en las que se consolida
la superioridad de los países de llegada mediante la desestabilización estructural de los
países de origen, al provocar una crisis en los modelos de género, y en concreto en la
masculinidad, y una alteración en los patrones de parentesco. (Martín y Sabuco, 2006)
Bibliografía
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