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Cómo cocer una rana

En la década de los 90 del siglo pasado, un sociólogo, Joseph Overton, se dio cuenta de que
los políticos introducen cambios en las leyes que promulgan no en función de sus ideas
personales, sino en función de aquello que consideran más popular y, por lo tanto, más
susceptible de darles votos. La cuestión está en conseguir que una idea que era impensable
que se pudiera aplicar se convierta en algo tan popular que el político pueda aprobarla sin
coste electoral. Eso sólo se logra mediante un proceso de ingeniería social a través de los
medios de comunicación, que va cambiando la opinión pública lenta pero decididamente. Hay
muchos ejemplos: el aborto, la aprobación del matrimonio homosexual o la legalización de las
drogas en varios países. Los políticos pueden apoyar esa manipulación de la opinión pública,
pero en la mayor parte de los casos son otras fuerzas mucho más poderosas y con abundante
dinero las que lo llevan a cabo.

No sé si Overton tuvo ocasión de pasar unas vacaciones en España y se enteró del método
que se emplea para cocer una rana y de ahí extrajo su famosa teoría. El método es tan
inteligente como sencillo: se pone al batracio en agua a la temperatura ambiente y se va
elevando esa temperatura muy poco a poco. La rana no lo percibe y se queda quieta en el
recipiente donde está siendo cocida, hasta que ya no puede saltar y termina por morir. Pero si
la temperatura aumenta rápidamente, la rana da un brinco y se salva saltando fuera del
recipiente.

Si el método de cocción de las ranas -o el más académico de la ventana de Overton- lo


aplicamos a la Iglesia, podemos entender fácilmente lo que está pasando. Los cambios se
aplican lentamente, de forma que no se alarme a los católicos practicantes. Pero los que
aplican esos cambios saben perfectamente hacia donde van. Un aumento de la temperatura
del agua donde se cuece la rana se ha producido estos días con lo de la bendición de las
parejas homosexuales. Una vez aumentada la temperatura ya se empiezan a anunciar, para
hacerlas populares y por lo tanto aplicables, los nuevos pasos a seguir. Por un lado, se habla
ya abiertamente por parte de destacados obispos de que la práctica de la homosexualidad
debe ser aprobada (lo ha hecho esta semana el recién nombrado obispo de Bamberg, en
Alemania, con todo lo que eso significa) y por otro se insiste en la necesidad de que los curas
se casen (lo ha hecho también esta semana el obispo de Malta y famoso investigador de casos
de pederastia, monseñor Scicluna). Se ha dado el primer paso: bendecir las parejas
homosexuales y ahora se empieza a preparar el ambiente para los dos siguientes, que tendrán
un resultado final: los curas homosexuales casados. Dicho así, muchos se alarmarían y
escandalizarían, pero es cuestión de aumentar la temperatura poco a poco para que la rana no
se dé cuenta y se escape de la trampa mortal.

Sin embargo, el método no resulta tan infalible si hay varias ranas, que proceden de sitios
diferentes, cociéndose a la vez, porque puede resultar que alguna de ellas tenga la piel más
sensible y detecte antes la subida del calor, con lo cual se escapará de la trampa y alertará a
las demás. Eso ha pasado con algunos obispos en particular y, sobre todo, con los obispos de
África, que esta semana han dicho “no” de manera clara y colectiva a lo de la bendición de las
parejas homosexuales. Ha sido un rechazo pactado con el Papa y el cardenal Fernández,
como indica el propio documento, que le ha dado al prefecto de Doctrina de la Fe un argumento
para justificar su Declaración: En África se adepta que se rechace por su cultura (para algunos,
por su atraso cultural, que ve el ejercicio de la homosexualidad como algo malo). Pero a pesar
de que, posiblemente, se suavizó el documento de los africanos evitando toda referencia a la
Palabra de Dios y a la Tradición, la realidad es que África en bloque se ha negado a bendecir
ese tipo de parejas. De este modo, la Declaración va a ser aplicada -ahora legalmente- en su
intención original por los que ya la están aplicando (alemanes, etc, que se ríen de lo de no
hacerlo en templos y con un rito parecido al del matrimonio) y no va a ser aplicada por el resto.
Incluso los franceses y los norteamericanos han encontrado una manera de decir que “no” sin
enfrentarse a Roma: se bendice a las personas, pero no se habla de hacer eso con las parejas.

¿Qué va a pasar ahora? Los que tienen el mando del calor, saben que lo van a tener más difícil
para aumentar la temperatura donde se cuecen no una sino muchas ranas. Porque una de
ellas ya se ha escapado y ha señalado el camino a las demás. Se podrán aprobar los actos
homosexuales y los curas casados homosexuales, pero si con algo como la bendición “ligth” de
las parejas gay se ha armado este escándalo, con el siguiente paso van a ser muchas más las
ranas que se escapen de la trampa mortal. Quizá se pueda ir a una especie de “Iglesia de dos
velocidades”, a base de seguir con la selección de obispos, pero eso hará que la Iglesia deje de
ser una, apostólica y católica (que significa universal). Lo de que ya no sea santa
(santificadora) será también evidente para muchos. Lo de que monseñor Viganó está
preparando una Iglesia cismática es una señal de que hay muchos laicos que no aguantan el
aumento de la temperatura y están dispuestos a abandonar el recipiente donde se están
cociendo. Es posible incluso que sea eso lo que desean los que aumentan la temperatura, pero
corren el riesgo de quedarse sin ranas que cocer, como les está pasando a las Iglesias
protestantes. Y entonces se dirá aquella frase de San Atanasio sobre los arrianos, que negaban
la divinidad de Cristo y se habían hecho con el poder en buena parte de la Iglesia: ellos tienen
los templos, pero nosotros tenemos la fe.

Recemos.

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