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All content following this page was uploaded by William Oswaldo Aparicio Gómez on 01 February 2021.
Aparicio-Gómez, William-Oswaldo
https://orcid.org/0000-0002-8178-1253
Resumen
Dios se manifiesta en el contexto histórico siguiendo un largo proceso, este constituye el presupuesto
más importante para leer pedagógicamente la Historia de la Salvación. Este desenvolvimiento de la
acción divina ocurre a través de los siglos en medio del quehacer humano circunscrito en una cultura,
en nuestro caso, la del pueblo de Israel; Dios es quien toma la iniciativa y le lleva progresivamente al
conocimiento de su voluntad, y el pueblo, desde su contexto, asiente o no con el plan que Dios le
tiene reservado. La acción educativa emprendida por Dios suele presentarse en la Biblia con el
término musãr, utilizado al mismo tiempo como instrucción y corrección. Esta doble acepción del
término deja entrever que la meta de la educación divina es que el pueblo alcance la sabiduría o el
conocimiento de Dios, y el medio privilegiado para alcanzarla es la corrección. Teniendo en cuenta
esta base, la presentación que se hará a continuación no pretende agotar el tema, ya que todo el
contenido escriturístico en su conjunto podría leerse desde la clave educativo-pedagógica; se intenta
tan sólo remarcar etapas significativas de la Historia de la Salvación que, leídas desde la pedagogía
divina, manifiestan con mayor propiedad, la acción educativa de Dios en favor de la humanidad.
Palabras clave
La educación del pueblo de Israel lleva al conocimiento de Dios, pero conocer, en este caso no sólo
se refiere a la percepción de una realidad, sino también el dejarse afectar por ella. La relación entre
ambos está basada en una adhesión personal del uno hacia el otro, porque de donde procede el
conocimiento para los hebreos no es de la inteligencia sino del corazón, tal como lo indica el libro de
los Proverbios: Guarda mis mandatos y vivirás, mi enseñanza como la niña de tus ojos. Átatelos a
los dedos, grábatelos en el corazón (Prov 7,2-3). El conocimiento de Dios, pertenece al ámbito
relacional, procede del corazón, de donde provienen no sólo los pensamientos y los juicios, sino
también los deseos y las opciones que van constituyendo la existencia humana. Dios habla al corazón
y el pueblo emprende la búsqueda del rostro de Yahvé.
Las palabras y las obras salvíficas son los medios que Dios ha escogido para manifestarse al hombre.
Estos medios aparecen acompañados de un proceso educativo que permite reconocer a Dios en cuanto
se manifiesta a través de los acontecimientos de la historia. Por esta razón, Dios es presentado según
los esquemas de la educación humana, y el amor constituye el medio principal del cual Dios se sirve
para educar a Israel: yo enseñé a caminar a Efraín tomándole por los brazos, pero ellos no sabían
que yo les cuidaba. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor; yo era para ellos como los
que alzan un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer (Os 11,3-4).
En la imagen del padre que va en busca del hijo perdido, el escritor sagrado acude, por ejemplo, a la
ternura como una manera de manifestar su amor: enseñarle a andar, llevarlo en brazos, manifestarle
su amor y ternura, inclinarse para darle de comer. Dios se manifiesta como un padre que ama a su
pueblo, y se siente afectado cuando Israel no corresponde a su solicitud paternal. Esta iniciativa divina
se ve truncada en ocasiones por la dinámica infidelidad-abandono que genera la respuesta del pueblo
de Israel; la alternancia entre amor y castigo, de la cual hace eco toda la Escritura, va presentando a
un Dios que se acerca a su pueblo y se le manifiesta enseñándole: así te darás cuenta, en tu corazón,
de que Yahvé tu Dios te educa igual que un hombre educa a su hijo, y guardarás los mandamientos
de Yahvé tu Dios siguiendo sus caminos y temiéndole (Dt 8,5-6).
El conocimiento que Dios tiene de Israel se extiende hasta a los pensamientos y deseos más íntimos,
tal como lo afirma el salmista: Tú me escrutas Yahvé, y me conoces; sabes cuándo me siento y me
levanto, mi pensamiento percibes desde lejos; de camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te
son todas mis sendas (Sal 139,1-3). Dios se manifiesta con gestos de salvación, emprendiendo la
iniciativa de establecer una Alianza con su pueblo, fundada en una relación de fidelidad y de amor.
La Alianza entre Dios y el pueblo de Israel: Vosotros seréis mi pueblo, yo seré vuestro Dios (Ex 6, 7;
Lev. 26,12; Deu 26,16-19, 29,12; 2 Sam 7, 24; Jer 7, 23) constituye el primer paso del proceso
pedagógico, el ideal está fijado; la iniciativa divina supone el inicio de una relación interpersonal y
dinámica en la que Dios conoce a su pueblo y se le da a conocer con sus palabras, pero sobretodo con
sus obras. La finalidad de la acción pedagógica de Dios aparece sintetizada en las palabras que dirige
a su pueblo: sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo (Lev 19,2), y que es a la vez la
finalidad de la Alianza; este es el punto más alto en la correspondencia entre Dios y su pueblo. La
motivación divina coincide con la base del proceso educativo: “ser santo”, lo cual no es algo ya
conseguido, necesita de tiempo y cuidado por parte de Dios para que el hombre pueda alcanzar la
meta y llevar así a plenitud la imagen y semejanza que Dios le otorgó desde la creación como sello
de su dignidad. Mientras más entendían los israelitas la alianza que los vinculaba con Dios, más
crecían en humanidad.
El libro del Deuteronomio nos presenta la Ley no sólo como manifestación de la voluntad de Dios,
sino como la manifestación de Dios mismo. Él acompaña el proceso histórico de su pueblo y le enseña
cómo llegar a conocerle; la Ley posee un carácter pedagógico, en sí misma no es fin, es tan sólo un
medio del cual se vale Dios para manifestarse al hombre.
Desde el cielo te ha hecho oír su voz para instruirte, y en la tierra te ha mostrado su gran
fuego, y de en medio del fuego has oído sus palabras. Porque amó a tus padres y eligió a su
descendencia después de ellos, te sacó de Egipto personalmente con su gran fuerza, desalojó
ante ti naciones más numerosas y fuertes que tú, te introdujo en su tierra y te la dio en
herencia como la tienes hoy. [...] Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te
prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la
tierra que Yahvé tu Dios te dará para siempre (Dt 4,36-40).
La referencia a la Ley aparece luego enumerar la solicitud de Yahvé por su pueblo en la historia;
primero, se presenta a Dios comprometido con su pueblo que le enseña el camino hacia Él,
manifestado en la plenitud de las circunstancias histórico-temporales: larga vida y una tierra para
siempre.
De las pruebas sufridas durante al marcha a través del desierto, Israel aprende una lección:
experimentando dependencia aprendió a reconocer que el amor de Dios por su pueblo es como el de
un padre por su hijo; sin embargo, Dios no limita el proceso que sigue su pueblo, al contrario lo
estimula: Yahvé marchaba delante de ellos: de día en una columna de nube, para guiarlos por el
camino, y de noche en columna de fuego, para alumbrarlos, de modo pudiesen marchar de día y de
noche (Ex 13,21) Si Dios se hubiera quedado como nube en medio de su pueblo lo habría nublado
todo y no los habría podido llevar al lugar de su destino, Israel se habría extraviado.
Tal como la nube o la llamarada en medio del desierto, la Ley va constituyendo la referencia vital del
pueblo; las acciones humanas son “legales” en cuanto se adecuen al querer de Dios. Enseñar la Ley
es dejar que Dios se manifieste en favor de su pueblo: Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único
Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden
en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas
tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como
una señal y serán como una insignia entre tus ojos, las escribirás en las jambas de tu casa y en tus
puertas (Dt 6,4-9)
La familia, especialmente los padres por medio de la catequesis, debe ir continuando la obra divina,
respondiendo progresivamente a las preguntas que suele hacerle el niño; esta pedagogía del
acompañamiento en la fe está en continuidad con el acompañamiento que Dios hace a su pueblo, lo
cual constituye la actualización histórica de la pedagogía divina en el ámbito familiar:
Cuando en el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué son estos estatutos, estos preceptos y
estas normas que Yahvé nuestro Dios os ha prescrito?, dirás a tu hijo: Éramos esclavos del
faraón en Egipto, y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahvé realizó a nuestros
propios ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra el faraón y contra toda
su casa. Y nos sacó de allí para traernos y entregarnos la tierra que había prometido con
juramento a nuestros padres. Y Yahvé nos mandó que pusiéramos en práctica todos estos
preceptos, temiendo a Yahvé nuestro Dios, para que nos vaya siempre bien y nos mantenga
en vida como el día de hoy. Tal será nuestra justicia: cuidar de poner en práctica todos estos
mandamientos ante Yahvé nuestro Dios, como él nos ha mandado (Dt 6,20-25).
1.4 La sabiduría, el recurso de la pedagogía divina
Dios se manifiesta desde la constitución misma del hombre por medio de la sabiduría, e inicia, de ahí
en adelante, el ejercicio de una acción pedagógica: [...] con tu sabiduría formaste al hombre para
que dominase sobre tus criaturas, gobernase al mundo con santidad y justicia y juzgase con rectitud
de espíritu (Sb 9,2-3). Esa misma Sabiduría es propuesta por el autor del libro de la Sabiduría como
el recurso divino que el hombre debe pedir para poder discernir la voluntad de Dios en el acontecer
de cada día: Dame la sabiduría entronizada junto a ti, y no me excluyas de entre tus hijos. Porque
soy siervo tuyo, hijo de tu esclava, un hombre débil y de vida efímera, incapaz de comprender el
derecho y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hombres, si le falta la sabiduría que
proviene de ti, será tenido en nada. (Sb 9,4-6).
Dios ofrece a la humanidad el don de la sabiduría con la que Él creó al hombre, para que el hombre
pueda volver a Dios. El camino está señalado, hace falta que el hombre acuda a la sabiduría como el
recurso por excelencia para llegar a Dios. Sólo tiene que pedirla, como Salomón. Y esto ocurre cuando
el hombre es consciente de su debilidad y se da cuenta que necesita de Dios, de su sabiduría; entonces
se deja guiar, deja que Dios sea su pedagogo, su acompañante, el que le guía hasta la propia
realización personal.
La tarea no es fácil, se requiere dar un salto de confianza, negarse ante el propio afán de dominio y
autodeterminación desordenada. El recurso a la sabiduría constituye el don de Dios en el Antiguo
Testamento para que lo humanamente imposible pueda llegar a ser realidad. Entonces, aquello que
parecía tan lejano se encontrará en los mandamientos y en la Ley misma, acercarse depositando en
Dios la esperanza podrá hacer posible que Él sea quien guíe la vida de los hombres: Medita los
preceptos del Señor, practica sin cesar sus mandamientos. Él mismo fortalecerá tu corazón, y te
concederá la sabiduría que deseas. (Sb 6,37)
Llegar hasta este punto constituye la dirección correcta de la respuesta humana ante la iniciativa
divina, mediada por la pedagogía; sin embargo, esta situación supone otra previa que si bien es
diferente es complementaria y a la vez imprescindible. La reprensión, la corrección y el castigo son
necesarios para que el hombre pueda conocer sus limitaciones, y con esta conciencia, pueda optar por
seguir en la búsqueda de Dios o por confiar más en sus propias fuerzas. Quien acepta la corrección
va por sendas de vida; quien desprecia la reprensión se extravía (Prov 10,17). Esta alusión se hace
constante bajo la imagen paternal de Dios y su solicitud por el pueblo: No desprecies, hijo mío, la
instrucción de Yahvé, que no te enfade su reprensión, porque Yahvé reprende a quien ama, como un
padre a su hijo amado (Prov 3,11-12)
En el caso de Job, el sentido de la corrección sigue este matiz pedagógico, las situaciones difíciles
constituyen una lección dolorosa, pero saludable; la confianza en Dios pasa por el desconcierto de las
limitaciones humanas y se proyecta hacia un futuro prometedor (Cf. Job 6,17-27). Las circunstancias
históricas hacen posible asumir la presencia de Dios en los actos de cada día, incluso en los más
difíciles de integrar a la constitución misma del hombre, por ejemplo, el mal, el sufrimiento y la
muerte.
El profeta habla de la experiencia que ha tenido de Dios; la veracidad de sus palabras radica en la
conciencia de que Dios le envía a hablar, y la justificación de su mensaje esta en el conocimiento de
la situación del lugar donde se encuentra.
El profeta se dirige al pueblo utilizando imágenes que le hagan comprensible el mensaje que desea
transmitir, la paciencia del profeta manifiesta la paciencia de Dios mientras espera que el pueblo se
convierta. El proceso pedagógico es necesario para que la enseñanza del profeta tenga éxito. Oseas,
por ejemplo, muestra el carácter educativo de los castigos enviados por Yahvé haciendo alusión a los
intentos infructuosos del esposo que trata de atraer a sí a la infiel (Cf. Os 2,4-15), y que concluirá con
la última tentativa: Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón (Os 2,
16). Dios insiste, recurriendo incluso a los recuerdos de la juventud de Israel, cuando todavía era
joven y no tenía otro Dios; entonces, su ideal coincidía con la realidad porque no conocía los dioses
extranjeros y era fiel a Yahvé. Los recursos pedagógicos de Dios aparecen de muchas maneras, todos
ellos constituyen tan sólo medios para manifestar el amor que tiene por su pueblo.
El profeta Amós también refiere en un poema los intentos de Yahvé por atraer al pueblo hacia Él (Cf.
Am 4,6-12). El pueblo debería haberse vuelto hacia Él convirtiéndose, en cambio, no le reconoce en
su propia historia, ni siquiera cuando le castiga. Los reprensiones que Dios ha enviado a su pueblo
con la intención de suscitar un cambio en sus vidas, han sido frustrados por la ausencia de la
conversión del pueblo. Se manifiesta un Dios que se conmueve ante la negativa de su pueblo; en el
caso del texto que se ha citado, después de cada castigo Dios habla [...] pero no habéis vuelto a mí
(Am 4,6.8.10.11) y suena dramático. Es el drama de un Dios que ama a su pueblo y “sufre” la negativa
de la conversión. Los castigos han sido inútiles, por eso a pesar de que el pueblo no responder como
debería, Yahvé seguirá confrontándose con Él, hasta ése punto llega el interés por el bienestar de su
pueblo.
No puede olvidarse que la terquedad del pueblo se mantiene en pie y choca así con la iniciativa divina;
los profetas reiteran una y otra vez esta situación en sus oráculos buscando que el pueblo se convierta
y vuelva así al seno del Dios que espera por él. No obstante, hay un elemento que aparece en la
transversalidad, no solo de los libros proféticos sino de toda la Escritura, la libertad del hombre
siempre aporta el elemento definitivo cuando se trata de responder a la iniciativa divina, Yahvé sabe
esperar e insistir, pero no obliga a nadie a ser feliz.
La riqueza de la relación entre Jesús y el Padre es tan estrecha que ha venido al mundo para comunicar
a los hombres lo que ha aprendido del Padre, a saber, la Revelación de la relación única que le une
como Hijo al Padre (Cf. Jn 10,37-38). El Hijo está en perfecta armonía de pensamiento y de acción
con el Padre, su obra en el mundo sólo tiene sentido si coincide con el querer del Padre, así, la
obediencia aparece ya como la constante de la misión salvadora del Hijo de Dios.
Sin lugar a dudas la base de la pedagogía de Jesús es la relación con el Padre, y la obediencia a su
voluntad constituye el paradigma educativo de la acción salvadora de Jesús. Él hace posible que el
hombre pueda participar de la relación filial que el Padre mantiene consigo, aquí radica la novedad
del Evangelio: Dios guía a su Hijo y el hijo se deja guiar, abriendo así la puerta de la Salvación a
todos los hombres. Jesús haciéndose hombre asume la condición humana y acompaña a los hombres
en el proceso de la fe, que es el camino hacia Padre, por medio de la obediencia; Es el Hijo el primero
que obedece y es fiel a la voluntad de Dios.
Jesús, sin el ánimo de abolir la Ley y los profetas, promulga la nueva Ley, en la que alcanza su
cumplimiento la Ley antigua: No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido
a abolir sino a dar cumplimiento. (...)Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más
pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio,
el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos (Mt 5,17-19).
La renovación que hace Jesús de la Ley manifiesta la plenitud de su mensaje, enseña que la Ley sólo
tiene una dimensión pedagógica, susceptible de actualizaciones conforme el hombre esté preparado
para asumirlas en su contexto vital. La puesta al día que hace Jesús de la Ley trae consigo la liberación
personal de todo aquello que determina al hombre desde fuera; cuando se presenta una lectura
pedagógica de la Ley desde la clave del amor (Cf. Mt 5, 21-48), esta aporta un significado capaz de
actualizarse por sí mismo a través de la historia sin mancillar en lo más mínimo la libertad humana,
antes bien, llevando a plenitud la mediación de la Ley, ahora desde el prisma del Mensaje Evangélico:
Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad
a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. (Mt 5,
43-45)
Esta invitación resume todas las demás, puede proponerse como una buena síntesis del mensaje que
trae Jesús, según el cual todo hombre debe seguir el proceso de reconciliación con el hermano, siendo
el amor la medida de la conversión. La interpretación que hace Jesús de la Ley abre un nuevo
horizonte, y la enseñanza que se deriva de aquí constituye la novedad de su mensaje. Enseñar a amar
adquiere una amplitud universal, Jesús no invita sólo a amar al círculo fraterno o de quienes se recibe
afecto, sino que alcanza incluso a los enemigos. La lección de amar es tan complicada de comprender
por el hombre que sólo puede entenderse como expresión del amor de Dios, que es para todos. Amarse
los unos a los otros como Dios los ama es a la vez lección y distintivo de quienes siguen a Jesús.
Renovar la Ley por el amor constituye la enseñanza más densa y a la vez más amplia de Jesús y
sintetizada a partir de la relación que Jesús hace extensiva a quienes desean hacer suyas sus
enseñanzas: Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 43-45). El
punto de mira para los seguidores no debe ser sólo Jesús, sino el Padre que es de quien Él viene a dar
testimonio, es decir, que sólo en la profunda relación con Dios es posible amar incondicionalmente a
todos los hombres.
Hasta aquí el Nuevo Testamento nos hace más comprensible que la Ley ha sido pedagogo y tutor del
pueblo de Dios en estado de infancia porque antes de que llegara la fe, estábamos bajo la vigilancia
de la ley, en espera de la ley que habría de manifestarse. De manera que la ley fue nuestro pedagogo
hasta que llegó Cristo, para ser justificados por la fe (Gal 3,23-25). Cuando el pedagogo cumple con
su cometido, cada hombre está preparado para comenzar a vivir, desde la perspectiva creyente, una
nueva Vida en Cristo. Una vez que ha venido el Salvador, el pueblo de Dios no está sometido ya al
pedagogo, Cristo, como aparece en la Carta a los Romanos, liberando al hombre del pecado, lo libera
también de la tutela de la Ley (Cf. Rm 6,1-19; 7, 1-7).
La fidelidad de Jesús a la misión que le encomienda el Padre ratifica el Mensaje que quiere enseñar.
Desde esta dimensión relacional, Jesús es presentado por los evangelistas como el maestro que se
encuentra enseñando en lugares públicos, en las sinagogas y en el Templo; los temas de su enseñanza
versan sobre la realidad en que vive: las prácticas religiosas, la familia, los preceptos morales, el
poder político. Jesús no se limita sólo a decir lo que había que hacer, además da ejemplo: hablaba de
la pobreza quien no tenía dónde inclinar la cabeza (Cf. Mt 8,20), y sobre la caridad lavando los pies
a sus discípulos (Cf. Jn 13,14ss). El Mensaje de Jesús posee la autoridad del maestro que enseña
siendo fiel a sus palabras: Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente se asombraba
de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (7,28-29)
La autoridad consiste en la fuerza de convicción, respaldada por su estilo de vida.
A Jesús se le atribuye un método pedagógico utilizado en su tiempo por los maestros, se trata de las
parábolas: Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas, según podían entenderle; no les
hablaba sin parábolas; pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Mc 4,33-34). La
parábola es el abrebocas del seguimiento de Jesús, solamente quien se adhiere a su persona puede
comprender sus palabras, su pedagogía está vinculada a una actitud de vida, a una acogida de su
Mensaje vital en la vida misma de quien se acerca a Él. Quienes no acuden a Él se quedarán en la
ignorancia, pero quien le escucha y le sigue participará del conocimiento de Dios del cual Jesús es
portavoz.
Jesús confirma el motivo de su enseñanza, la venida del Reino de Dios, con los milagros, ellos tienen
una función pedagógica, revelan de la verdadera identidad de Jesús, que el pueblo que le sigue no
entiende, ni tampoco sus discípulos. Sus milagros inauguran la transformación del mundo ligado a la
corrupción en un mundo regenerado, en una nueva creación. La acción taumatúrgica de Jesús ilumina
la historia humana porque da testimonio del proceso de Salvación que Dios ofrece a todo hombre, o
en palabras de Jesús: Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios es que ha llegado a vosotros el
Reino de Dios (Lc 11,20).
Jesús ayuda a sus coetáneos a reconocer que el Reino de Dios ya está aquí. Ahora bien, cuando es Él
mismo es reconocido como Cristo, puede revelar un misterio mucho más difícil de aceptar: la cruz,
entonces su educación viene a ser mucho más exigente: corrige a Pedro (Cf. Mt 16,22ss) y saca una
lección de la pequeña envidia entre el grupo (Cf. Mt 20,24-28).
El momento culminante de la acción pedagógica que Jesús lleva a cabo como testigo de la pedagogía
divina, y a la vez como Maestro, se hace evidente cuando Él mismo se identifica con los que debe
educar tomando el castigo que pesa sobre la humanidad, y cargando con sus flaquezas, o en palabras
de Juan, quitando el pecado del mundo: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
(Jn 1,29). Con su muerte da testimonio de su misión pero no puede hacerse entender por sus
discípulos, conviene que el proceso pedagógico siga siendo conducido por el Espíritu Santo.
La Salvación alcanzada por Jesús para todos los hombres no es estática en sí misma, antes bien, posee
una dinamicidad tal que se hace necesario que cada hombre se sienta involucrado en el proceso de su
propia salvación, el quehacer pedagógico de Dios no se agota en las fronteras de los acontecimientos
histórico-salvíficos. Jesús mismo expresa a sus discípulos que la plenitud de la Salvación está en
continuidad con la historia de cada hombre y de todos los hombres, por eso afirma categóricamente
que el Espíritu Santo, enviado por el Padre continuará con el Obra Salvadora llevada a cabo por Jesús:
Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el padre
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14,25-26)
El Espíritu da testimonio del Padre, en continuidad con la misión salvadora de Jesús: Cuando venga
él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino
que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir (Jn 16,13-14) Para Juan, en la enseñanza
de Jesús y en el envío del Espíritu se realiza plenamente, en armonía con las promesas de los profetas,
aquel conocimiento profundo y vital que había comenzado a darse entre Dios y su pueblo en el
contexto de la Alianza. El proceso pedagógico alcanza su plenitud gracias a la acción pneumatológica
de Dios en el acompañamiento histórico del hombre en su historia personal y comunitaria.
Habéis echado en el olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no
menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él. Pues a quien
ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que reconoce. Sufrís para corrección
vuestra. Como a hijos os trata Dios, y qué hijo hay a quien su padre no corrige? Mas si
quedáis sin la corrección, que a todos toca, señal de que sois bastardos y no hijos. Además,
teníamos a nuestros padres terrestres, que nos corregían, y les respetábamos. No someternos
mejor al Padre de los espíritus para vivir? Eso que ellos nos corregían según sus luces y
para poco tiempo! Mas él, para provecho nuestro, y para hacernos partícipes de su santidad.
Cierto que ninguna corrección es, a su tiempo agradable, sino penosa; pero luego produce
fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por tanto, robusteced las manos caídas y
las rodillas vacilantes y enderezad para vuestros pies los caminos tortuosos, para que el cojo
no se descoyunte, sino más bien se cure (Heb 12,5-13).
A los ojos de la fe, las pruebas de esta vida forman parte de la pedagogía paternal de Dios con respecto
a sus hijos. Este argumento ya ha sido referenciado por la connotación de la expresión bíblica de
educación, musãr; en este contexto la reflexión pedagógica en torno al hecho educativo está motivado
por la corrección. Aquí se considera la tribulación como una corrección que supone y, por tanto,
manifiesta la paternidad de Dios, revelación que hace posible la filiación divina: la acción pedagógica
de Dios-Padre.
El sufrimiento constituye el camino y la ocasión más propicios para asumir la existencia en la vida
de cada día. La acción pedagógica de Dios demuestra su actuar amoroso, la inquietud que parece
manifestar ante el hijo que no descubre lo mejor para sí le lleva a dejar que encuentre en las pruebas
y sufrimientos la mejor corrección, y en este sentido confirman la solicitud paternal de Dios para con
nosotros, señal y prueba de la condición filial que se nos ha sido dada por la acción salvadora de su
Hijo.
La vida diaria, con todas sus penalidades y sueños fallidos, es ocasión propicia para que el hombre se
haga consciente de la propia debilidad y poder así acoger la acción amorosa de un Dios que se
manifiesta en los detalles más sencillos así como en los más dolorosos. Las pruebas perfeccionan y
transforman al hombre, por eso, sólo en la adhesión a la persona de Cristo tendrá sentido la corrección
paterna. Cuando llegan las calamidades y los malos momentos, entonces aparece la ocasión propicia
para comprender que todos los acontecimientos de la vida forman parte del proyecto salvador de
Dios-Padre hacia sus hijos.
Conclusiones
Referencias bibliográficas