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Disculpen que vuelva como la burra al trigo a pesar de estar inhabilitada por Ana

Obregón. A mí no se me ha muerto un hijo, es verdad. Ni siquiera tengo hijos, por lo tanto


estoy incapacitada para comentar, al parecer, cualquier reacción llevada a cabo por una
mujer que ha pasado por esa horrible circunstancia. Y además de mi incompetencia
natural, es que Ana lo pone también dificilísimo, porque te lleva a terrenos de compasión
extrema de la que es muy complicado alejarse. Esa compasión es la que de verdad te
inhabilita para decir que a un hijo no se le sustituye con otro, ni con una nieta, por mucha
soledad y vacío que se padezca.

Que «ya nunca más voy a estar sola» como primer argumento cuando esa niña nació,
suena más a un paliativo sentimental que a otra cosa. Que mostrarla en una portada es
robar a esa cría su privacidad y que si, encima, ha habido dinero de por medio, es un
disparate. Que jurarle a un hijo que le vas a salvar, que le vas a curar y sentirte mal por
no haberlo conseguido, a lo único que puede llevarte es a la puerta de un psicólogo. Que
mantener intacta la habitación de un hijo muerto y meter ahí a su hija es una sustitución
en toda regla y esa niña no se merece ser sustituta de nadie y de nada. Que asegurar que
te hubiera gustado más un niño, pero que a lo mejor le vas a dar un hermanito a tu nieta,
frivoliza tanto la situación que es muy difícil, Ana Obregón, no sentir un profundo pudor,
una profunda incomodidad moral.

A lo mejor es porque somos unos antiguos todos a los que se nos hace bola esto de la
gestación subrogada, qué se yo. Igual necesitamos abrir nuestra mente y acostumbrarnos
a que, si se tiene dinero, se puede conseguir hasta un ser humano.

Mientras llega el momento de ser moderna, mis profundos deseos de felicidad para esa
pequeña. Poder tenerlo todo no es sinónimo de nada porque la dicha no se puede comprar.
Que te quieran mucho por lo que eres y no por lo que quieren que signifiques.

Mª José Navarro, La Razón, 9-3-2023

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