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Como decía Groucho Marx: «Nunca perteneceré a ningún club que admita como socio a

alguien como yo». Las parroquias políticas y sociales, eficaces para el Linkedin
consuetudinario, las sectas y cultos de la mundanidad…, no me atraen. No quiero
aplicarle a mi mismidad adjetivos calificativos como «atlética» del Atlético de toda la
vida de la prefectura de Fukui, Japón, o que me pongan en la lápida, sin mi espectral
permiso, que pertenecí al Partido Popular Indio (BJP), donde serví, o me serví, con
fruición. Etecé. Si bien admito, pues lo considero un orgulloso atributo más que una mera
descripción, denominarme «cervantina». No sé si lo soy, pero yo «me siento». ¡Muy!
Adoro a Cervantes. Incluso me gusta su triste figura, aunque su retrato (que se suele dar
por «oficial» y se ponía antes en los libros de texto, cuando había libros de texto) sea un
«deepfake».

En fin, que el algoritmo googleiano lo sabe y me manda noticias de él. Así veo que hay
quien acusa a Cervantes de «asesino y ladrón». Lo dicen –tan pichis– gentes que hablan
con pasmosa seguridad procesal, como si hubiesen estado presentes cada vez que el Gran
Cervantes cometía –según ellos– alguna infracción del Código Penal. ¡Y qué crímenes!,
¡los peores! ¡Asesino, ladrón…! Tras escuchar esas botarates aseveraciones, tontas en
vísperas, y reflexionar al respecto, me pregunto, cual tertuliano en Youtube comparando
agravios como si fueran precios de manzanas, qué sería de la lengua inglesa si los
anglosajones se dedicaran a tirar piedras contra la cumbre de su literatura con idéntica
satisfacción, y par regodeo, con que algunos españolitos denigran lo suyo. Qué pasaría si
en vez de convertir a Shakespeare en un bardo enamorado («Shakespeare in Love»), se
dedicaran a insultarlo públicamente llamándolo homicida y mangante, como ciertos
astrosos de la cultureta hacen con «mi» Cervantes… Pero en la España del Tito Berni y
las «dos hembras a 100 pavos», nunca faltará quien diga: «¡Oh! Tenemos algo bueno y
poderoso, el idioma español, y un genio excelso como Cervantes, así que…, venga,
¡vamos a jod*rlos a los dos!».

Ángela Vallvey, La Razón, 3-4-2023

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