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Solo ataque (prueba de combate)

Relaran aterrizó en el suelo de ladrillo levantando una nube de polvo a su alrededor. El


edificio del que había saltado se encontraba ahora en llamas, y grupos de personas se
congregaban a los extremos de la calle, bañadas por la luz del sol atardeciente.
El Llamador cayó un momento después. Relaran había logrado asesinar a sus dos
compañeros antes de que pudieran cumplir la invocación, pero el Llamador aún podía
realizarla por sí mismo.
Relaran se avalanzó hacia él para no darle tiempo, pero el Llamador logró invocar su
maza a tiempo. Sus brazos de hueso impactaron contra el mango del brillante martillo y
Relaran pudo sentir como estos se rompían y desquebrajaban. A pesar de que
técnicamente sus huesos ya no eran parte de él —porque en la redistribución de sus
huesos también era especialmente cuidadoso en separar los nervios y arterias— de
alguna manera aún le dolían, aunque era un dolor mucho más soportable que si le
rompieran los huesos directamente.

El Llamador lo rechazó de un martillazo en el costado y logró que Relaran rodara varios


metros. Intentó detenerse clavando una de sus garras de hueso al duro suelo de
piedra, pero solo consiguió que su brazo se rompiera con la inercia.
Con uno de sus dos brazos desarmado sólo le quedaba redistribuir bien su fuerza y su
agilidad entre su cuerpo. El arte de la redistribución le permitiría regenerar sus huesos
y volver a trasladarlos a sus brazos, pero requeriría un tiempo que no tenía.
Cuando recobró su estabilidad y levantó la mirada se percató de que el Llamador había
aprovechado la distancia para iniciar la invocación. Relaran inmediatamente se levantó
y empezó a correr hacia él, pero era demasiado tarde.
—¡Rata! —dijo el soldado, una esfera del mismo color y material que su martillo (una
ceniza amarilla-ámbar brillante) había aparecido a pocos centímetros de su pecho— La
fuerza de la ciudad, indistinta y total, que recae en nosotros. Su respiración, su visión,
su sabiduría. ¡Todo caerá sobre tí!
«Las muertes que has causado, el caos al que has sometido este distrito, todo termina
aquí. Mi alma sirve a la ciudad, y la ciudad y su gente te verán caer. ¡Yo te enjuicio!»
Relaran se encontraba sólo a escasos metros del Llamador cuando subió su maza y
golpeó la esfera flotante, impactándola contra el suelo y creando una onda expansiva

Solo ataque (prueba de combate) 1


que recorrió toda la calle. La maza del soldado se desvaneció y rápidamente cayó de
rodillas, había muerto.
El destino que le esperaba a Relaran, sin embargo, era posiblemente peor que la
muerte.
Las multitudes a los lados de la calle ya sumaban varios centenares de personas,
Relaran pensó en correr hacia ellos y confundirse entre la gente para tener alguna
esperanza de supervivencia, pero recordó los horrores que había visto cometer a las
bestias protectoras antes. La ciudad quería una muerte honorable, y la ciudad siempre
conseguía lo que quería.
De las ventanas, de los marcos de las puertas y los desagües, de los huecos entre los
ladrillos del suelo e incluso desde la misma gente emanó la misma energía que
componía el mazo del Llamador, la misma energía que permitía a Relaran mover sus
huesos y sus órganos de lugar, de cambiar su musculatura y aumentar o disminuir su
visión, la ceniza amarillesca brillaba por los aires y se reunía justo frente al cuerpo del
Llamador. Cuando hubo la suficiente cantidad, la ceniza tomó inmediatamente la forma
de un hombre de armadura y lanza.
El hombre era más grande que Relaran, de unos dos metros y medio de altura, y el
brillo de la ceniza que lo componía palpitaba y cambiaba de posición en su cuerpo. El
hombre —si es que se podía llamar a esa construcción de ceniza un «hombre»— miró
por un momento su lanza, y esta se transformó en un gran espadón, luego en una
maza, un arco, un escudo y luego una lanza nuevamente, a pesar de no tener
facciones reconocibles, pareció estar satisfecho con el resultado.

Relaran había escuchado historias del trabajo de los Llamadores. Antaño, cuando las
murallas sólo eran conocidas por los distritos interiores, la primera línea de defensa era
compuesta por los soldados de más alto rango de la guardia. Personas que incluso se
adentraban en las profundidades de los pozos en las regiones alejadas y hacían
labores de reconocimiento para mantener a salvo a la ciudad.
Cuando inevitablemente morían la administración hacía grandes esfuerzos por
recuperar sus cuerpos, dependiendo de la importancia del soldado dedicaban incluso
divisiones enteras sólo para traer de vuelta el cadáver, muchas personas —con justa
razón, vale decir— encontraban este comportamiento inexplicable hasta que
aparecieron los Llamadores.
Lo que Relaran tenía frente a él eran los doce mejores soldados que había alguna vez
visto la ciudad, sus almas amalgamadas en una bestia implacable de protección,

Solo ataque (prueba de combate) 2


alimentada por las calles y avenidas de la ciudad. La gente lo llamaba Triaros,
«Fuerzas».
El Triaros convirtío su lanza en un escudo y embistió a Relaran, él logró redistribuir su
musculatura a sus piernas a tiempo como para lograr un único salto de varios metros
que lo lanzó sobre la cabeza del soldado, pero el escudo rápidamente se convirtió en
una maza que lo golpeó y lo devolvió al suelo, impactándo contra un muro.
Relaran perdió la conciencia momentáneamente. Redistribuir la mayor parte de sus
músculos a sus piernas lo había dejado sin ningún recurso para aguantar un golpe de
tal magnitud, se levantó con sus brazos del suelo y observó el charco que había creado
con la sangre que brotaba de su nariz y boca, junto con algunos dientes que se le
habían caído por el golpe contra el muro.
El Triaros no perdió tiempo y agarró a Relaran por el cuello, levantándolo y
empujándolo contra el muro. Ya no tenía fuerzas para luchar.

Mientras perdía la conciencia, Relaran se concentró en la cara de la bestia. El Triaros


no tenía ningún tipo de facción —ni nariz, ni boca, ni siquiera cuencas para los ojos—
pero de alguna manera desprendía un aire de tranquilidad. A veces algunos «rotros» —
vacíos y prácticamente iguales al original— se aparecían y se alejaban unos cuantos
centímetros del rostro original, sólo para crisparse y desaparecer.

El Triaros aflojó su agarre al cuello de Relaran, debía ejecutarlo, no dejarlo inconciente.


Mantuvo la mano con la que sostenía su cuello y alzó la otra, había hecho desaparecer
su arma y en cambio ahora tenía un guante que hacía incluso más grande sus enormes
manos.

La bestia golpeó a Relaran en la cara, destruyendo su rostro y gran parte de su cabeza.


Una explosión de sangre baño la calle de rojo, pero la criatura permaneció intacta.
Lo que quedaba de Relaran se deslizó del agarre del Triaros, este lo dejó caer al suelo
y se retiró lentamente al centro de la calle, en donde se disolvió en ceniza.

El cuerpo sin cabeza de Relaran yacía sentado frente a un muro en la mitad de la calle,
los últimos rayos de luz del sol atardeciente iluminaban su cuerpo inerte. La multitud
que había visto la pelea se había ido hace ya tiempo, los guardias tenían órdenes de
dejar el cuerpo al aire libre hasta la mañana siguiente.

Algo se movió dentro de él.


Los músculos de sus piernas se contrajeron y viajaron hasta su pecho y su cuello, en
donde empezó a formarse un nuevo rostro. Su cuerpo redistribuyó el pelo de su pecho

Solo ataque (prueba de combate) 3


y sus brazos a su nueva cabeza, ocupó algo de sus costillas para crear algunos dientes
primitivos y un solo ojo ocupó un lugar en su cara, acompañado de una ridícula nariz y
una boca demasiado grande para sus proporciones. Ya se ocuparía de verse bien.
El arte de la redistribución lo hacía capaz de mover sus huesos, su sangre y sus
músculos. Incluso podía mover y cambiar el lugar y los atributos de órganos más
complicados, como su cerebro.

Relaran vivía otro día. La rebelión se extinguiría con la noticia de su muerte, la guardia
ya no estaría en alerta y descuidarían los castillos administrativos. Era hora de golpear.

Solo ataque (prueba de combate) 4

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