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Créditos
MODERADORA
grisy taty
4
TRADUCCIÓN
Mona
CORRECCIÓN
grisy taty
DISEÑO
Kaet
Contenido
Importante ___________________________________________________________ 3
Créditos ______________________________________________________________ 4
Sinopsis ______________________________________________________________ 8
Capítulo Uno - Stella ___________________________________________________ 9
5 Capítulo Dos - Lincoln ________________________________________________ 17
Capítulo Tres - Stella _________________________________________________ 21
Capítulo Cuatro - Edward _____________________________________________ 31
Capítulo Cinco - Stella ________________________________________________ 37
Capítulo Seis - Stella __________________________________________________ 42
Capítulo Siete - Lincoln _______________________________________________ 46
Capítulo Ocho - Stella_________________________________________________ 52
Capítulo Nueve - Stella________________________________________________ 58
Capítulo Diez - Edward _______________________________________________ 64
Capítulo Once - Killian ________________________________________________ 70
Capítulo Doce - Stella _________________________________________________ 75
Capítulo Trece - Lincoln_______________________________________________ 80
Capítulo Catorce - Stella ______________________________________________ 88
Capítulo Quince - Edward _____________________________________________ 93
Capítulo Dieciséis - Stella _____________________________________________ 98
Capítulo Diecisiete - Lincoln __________________________________________ 103
Capítulo Dieciocho - Stella ___________________________________________ 105
Capítulo Diecinueve - Killian _________________________________________ 110
Capítulo Veinte - Stella ______________________________________________ 116
Capítulo Veintiuno - Lincoln __________________________________________ 121
Capítulo Veintidós - Stella ____________________________________________ 127
Capítulo Veintitrés - Edward _________________________________________ 133
Capítulo Veinticuatro - Stella _________________________________________ 139
Capítulo Veinticinco - El Hacedor de Ángeles __________________________ 143
Capítulo Veintiséis - Stella ___________________________________________ 147
Capítulo Veintisiete - Lincoln _________________________________________ 152
Capítulo Veintiocho - Stella___________________________________________ 157
Capítulo Veintinueve - Killian _________________________________________ 159
Cold Dark Souls _____________________________________________________ 164
Acerca de la Autora _________________________________________________ 165
6
7
libro uno
Sinopsis
Un Romance Oscuro “Por Qué Elegir”
¿Q ué hace a un asesino?
No me refiero a la piel y los huesos de un hombre, sino a
lo que les dio forma, lo que los llevó por el camino oscuro y
sangriento que tomaron. Somos iguales, universalmente,
9 técnicamente, pero nadie puede negar que existe una marcada diferencia entre
los justos y los malvados. Los asesinos y los salvadores. Los buenos y los malos.
Y, por supuesto, ya me conoces. Este artículo no trata de crímenes
pasionales, porque todos somos capaces de ataques de ira y violencia cuando se
nos lleva al límite.
Cuando digo qué hace a un asesino, lo que realmente quiero decir es qué
hace a un asesino en serie. ¿Qué hace que alguien mate a varias personas de
forma premeditada en varias ocasiones, normalmente de la misma forma
espantosa?
Los asesinos en serie siempre han fascinado a la opinión pública, y yo
misma admitiría libremente ser una de esas personas. Los noticiarios, las vistas
judiciales... estoy obsesionada como la que más. Como una adicta, no tengo
suficiente, y supongo que por eso siempre envío artículos como éste para el
número de los miércoles del Local Tribune.
Pero no importa mucho, porque aquí estás, todavía leyendo. Eso significa
que eres tan esclavo de esto como yo. Es bueno para ti, en realidad, porque voy
a decirte algo que los psicólogos no dirán, algo que los medios de comunicación
nunca se atreverían a emitir en sus canales de noticias. Es una verdad que puede
hacer tambalear tu base imaginativa de asesinos en serie, aunque si eres como
yo, no te sorprenderá.
Esta es la verdad que la mayoría no quiere oír: los asesinos en serie son
como tú y como yo. Ellos son nosotros, y nosotros somos ellos. No podrías elegir
a un asesino en serie de una rueda de reconocimiento, no podrías sentir a un
asesino en serie acechándote por la calle. Tienden a mezclarse, que es en lo que
nosotros, como humanos, somos tan buenos. Evitando el ojo público,
pretendiendo no ser interesantes. Los asesinos en serie son maestros del disfraz,
gurús de su sangriento oficio. Es por eso que algunas de sus juergas duran
décadas.
Claro, algunos de ellos pueden haber tenido una mala infancia. Algunos
han sufrido abusos físicos, mentales o sexuales. Algunos son marginados, el
raro de la clase en el que nunca te fijaste mientras crecías.
Pero les planteo lo siguiente: no todas las malas infancias convierten a los
niños en aspirantes a asesinos en serie, y no todos los niños callados y raros de
tu clase resultaron ser alguien como Jeffrey Dahmer o Ed Gein. Es, casi
aterradoramente, difícil señalar y predecir quién crecerá para convertirse en el
próximo BTK.
Y si de alguna manera puedes, dirígete al FBI. Estoy segura de que les
encantaría tenerte.
Los psicólogos dirían que hay un desequilibrio en sus cerebros, que les
falta un componente clave de la vida humana, de la emoción humana: la
empatía. Y, lógicamente, todos estamos de acuerdo porque tiene sentido.
¿Quién podría acabar con la vida de otra persona, quién podría arrancar la piel
del hueso y hacer pantallas con el cuero seco? Seguramente no alguien que
10 siente empatía por sus víctimas.
Una vez más, voy a hacer de abogado del diablo y decir que, como
sociedad, carecemos de empatía. Nos avergonzamos unos de otros, culpamos a
las víctimas de delitos violentos, decimos a nuestros sin techo que es culpa suya
que vivan en la calle. No nos responsabilizamos de nadie más, y me atrevería a
decir que no nos importa nadie más que nosotros mismos.
¿Me equivoco?
¿Puede demostrarlo?
¿Cómo es un asesino? La investigación y las emisoras de noticias le
harían creer que todo está resuelto, pero estoy aquí para decirle que no es tan
simple. Estoy aquí para decirte la única respuesta real a esa pregunta.
No lo sabemos.
La pantalla del portátil era demasiado brillante para mí, así que pulsé el botón
de brillo varias veces, atenuando la pantalla mientras releía lo que había escrito.
Tomé un sorbo de café solo, sin azúcar ni nata. Su sabor amargo seguía caliente
mientras tragaba.
Me senté en la cafetería en la que siempre me sentaba cuando escribía mis
artículos para el Local Tribune. Una tienda de pueblo con apenas una docena de
mesas y viejas máquinas ruidosas y oxidadas. El nuevo Starbucks que había al final
de la calle casi les había dejado fuera del negocio, pero siempre habría gente como
yo, gente que se negaba a cambiar.
El cambio no siempre es bueno, lo sabía por experiencia.
Tras guardar el documento, mis ojos miraron la hora. Mierda. Tenía
exactamente diez minutos para enviar el artículo por correo electrónico a mi jefe y
correr calle abajo y atravesar el tráfico hasta las oficinas del Tribune. Eso sí que era
esperar hasta el último minuto para entregar el trabajo.
Rápidamente hice lo que tenía que hacer, cerré el portátil y terminé los últimos
sorbos de café. Mientras me afanaba en meter el portátil en la bandolera, sentí que
alguien me miraba.
Levanto la vista y me encuentro con los ojos verde claro de un hombre sentado
a unas mesas de distancia. No parecía mucho mayor que yo; en todo caso, parecía
uno o dos años más joven. Yo solo tenía veinticinco años, una jovencita si nos
ateníamos a los estándares actuales.
Pero bueno, al menos ya no vivía con mis padres; alquilé una casa en la ciudad
con mi mejor amiga del instituto. No estábamos demasiado lejos de nuestro pueblo
natal, pero sí lo suficiente como para no tener que preocuparnos por ver a nadie que
conociéramos del instituto cuando salíamos a hacer la compra. No solía caerle bien a
la gente, por la razón que fuera, y nadie de nuestro pueblo natal se dejaría atrapar en
11 una ciudad como esta.
Demasiado pobre. Demasiado de clase media-baja para ellos.
Pero volvamos al hombre.
No era una supermodelo y llevaba el pelo castaño recogido en un moño
desordenado. No se me veía el escote, pues llevaba una simple camiseta negra que
me llegaba hasta el cuello y me cubría los brazos. Vaqueros y botas. Un atuendo
normal para el clima a veces cálido, a veces frío que teníamos aquí. Mi madre siempre
había dicho que yo era guapa, única, pero yo no pensaba lo mismo. Aparte de la única
característica que me definía, pensaba que era normal en general.
Era mi heterocromía. Mi ojo izquierdo era marrón ámbar cálido, del color del
chocolate con leche. ¿Pero mi ojo derecho? Era de un azul asombrosamente brillante
y luminoso. Cuando la gente me miraba, solían hacer comentarios sobre mi mirada
única y lo bonita que era.
Era ridículo y exasperante lo mucho que un simple ojo azul podía cambiar la
perspectiva que la gente tenía de ti. Pero claro, cuando me conocían, no era solo una
chica guapa con unos ojos raros. Era extraña en todos los sentidos, lo cual funcionaba
bien, porque la mayoría de la gente tampoco me caía bien. Era simpática y amable
con ellos, pero ¿querría salir con ellos? No. Callie era la única amiga que necesitaba.
Miré fijamente al hombre. Era bastante guapo, pero no me llamaba la atención.
Pelo castaño corto, unos tonos más claro que el mío. Parecía bastante delgado, pero
quizá fuera porque estaba sentado.
Una vez que nuestras miradas se encontraron, fue una batalla sin palabras.
¿Quién apartaría primero la mirada?
Yo, porque tenía que ir a una reunión.
Me levanté del asiento, me colgué el bolso al hombro y me dirigí a la puerta.
Tiré la taza de café y empujé la puerta de cristal con la espalda. Era... tan molesto que
la gente me mirara como si fuera un fenómeno de circo porque mis ojos eran
diferentes. De acuerdo, los médicos habían dicho que la diferencia de color era casi
inaudita para alguien con heterocromía, pero para mí no era más que una excusa.
Una excusa médica para que los demás me miren.
No me gustaba que me miraran. La naturaleza intrusiva inherente al hecho de
que me miraran nunca me gustó. Al igual que los asesinos de mis artículos —y los de
la vida real, suponía— yo también quería pasar desapercibida, que nadie se fijara en
mí. No era mucho pedir. Que me dejaran ser un engranaje más de la máquina que era
la sociedad humana.
El sol brillaba en lo alto mientras me apresuraba por la acera, cruzando
imprudentemente una vez que no pasaban coches. La acogedora cafetería estaba al
borde del distrito comercial de la ciudad, y las oficinas del Tribune se encontraban
en el centro, entre los bancos, los restaurantes y los grandes almacenes. Era casi la
una, lo que significaba que tenía que acelerar el ritmo, porque si no llegaría tarde y
Killian no me dejaría de molestar. Mi jefe siempre intentaba exigirme más que a los
12 demás, por alguna razón.
Era molesto.
Apresuré el paso, prácticamente corriendo para cuando el edificio de oficinas
del Tribune apareció a la vista. Un pequeño edificio de una planta, nada
impresionante. En algún momento fue otro banco, pero éste quebró.
Cómo quebró un banco, nunca lo sabré.
Pero, de todos modos, el Tribune lo compró, hizo unas pequeñas obras para
convertir su interior en un espacio diáfano y ¡bum!, el periódico local pasó de ser un
edificio viejo y anticuado a un auténtico establecimiento comercial.
Ocurrió hace como veinte años, así que no estaba muy segura de la historia, ya
que entonces tenía cinco años, pero es lo que Killian me había contado.
Las puertas de entrada a la oficina me ofrecieron poca resistencia cuando entré,
encontrándome con el desordenado interior del edificio. Escritorios, escritorios y
más escritorios, cada uno con su propio ordenador y pilas de papeles, estaban
dispuestos en la zona delantera. Los archivadores se alineaban a ambos lados de las
paredes, y el despacho privado de Killian estaba al fondo. Había una parte separada
del edificio donde se imprimía el periódico, pero nunca volví allí. No me hacía falta.
Me acerqué a mi escritorio, colgué la correa de mi bolso contra el respaldo de
la silla y saqué el portátil mientras una mujer pasaba a mi lado y murmuraba:
—Por poco no lo consigues.
Sandy, creo que se llamaba. Una mujer bastante agradable. De mediana edad,
se había divorciado recientemente, si la banda blanca de piel de su dedo anular
servía de indicio. Desde que se quitó el anillo, había optado por ropa escotada y
ajustada, junto con un maquillaje que ni Callie se habría puesto en el instituto.
Llamando la atención, supongo.
—Ya estoy aquí —murmuré, siguiéndola a ella y a los demás empleados a
tiempo parcial hasta la zona de conferencias de la parte trasera. Básicamente era una
gran mesa redonda con sillas giratorias, justo delante de las paredes de cristal que
rodeaban el despacho de Killian. No era una sala de reuniones privada, eso habría
sido demasiado.
Cada uno se fue a su sitio. Yo conocía la mayoría de sus nombres y ellos me
conocían a mí, pero no solían hablarme. Lo cual estaba bien, porque como dije, no
necesitaba amigos. Los amigos eran sólo personas a las que les dabas la oportunidad
de decepcionarte. Era la triste verdad que había aprendido en mi vida. Callie era más
que suficiente.
Algunos trabajaban con tabletas, otros sólo con blocs de notas. Yo era la única
que llevaba un portátil, que tenía unos cuantos años. Aún no tenía dinero para
cambiarlo, así que esperaba que durara. Ahora mismo, la mayor parte de mi dinero
se iba en el alquiler y las facturas de los servicios públicos. Ni siquiera tenía coche.
No lo necesitaba aquí.
13
Y, obviamente, de ninguna manera me arrastraría hasta mis padres para
pedirles dinero. Los dejé, dejé esa vida, hace mucho tiempo.
Cuando dejé el portátil y levanté la tapa, Killian salió de su despacho. Llevaba
unos elegantes pantalones negros y un chaleco oscuro sobre la camisa abotonada,
con las mangas remangadas como si fuera una especie de gran apostador en Las
Vegas. Era un hombre bastante guapo, principalmente irlandés, si es que su pelo rojo,
sus ojos claros y la inmensa cantidad de pecas que tenía en la cara significaban algo.
—Stella —Killian pronunció mi nombre lentamente, como hacía siempre—, me
alegra ver que te has unido a nosotros.
Cómo odiaba que me llamaran la atención delante de todos. Que me señalaran,
que me sacaran de entre la masa anónima, era lo único que odiaba por encima de
todo. Él lo sabía, pero aun así lo hacía cada vez que nos reuníamos. Era lo único con
lo que podía contar de él, y me incomodaba cada vez.
Me removí en el asiento, muy incómoda, y murmuré:
—Siempre estoy aquí. —Era cierto, nunca me perdía una reunión. Siempre
estaba aquí, justo a tiempo. Nunca llegaba tarde ni temprano.
¿Por qué iba a pasar aquí más tiempo del necesario? Nunca entendí a la gente
que llegaba a su trabajo quince minutos antes. Eran quince minutos enteros que
podían haber utilizado para hacer literalmente cualquier otra cosa.
Killian aún no había terminado conmigo.
—¿Y tu artículo para el periódico de esta semana?
—Lo envié hace diez minutos. —Mi respuesta debió de ser divertida, porque
todos los comensales empezaron a reírse entre dientes y enseguida intentaron
disimular su diversión. Hice todo lo posible por ignorarlos. Mi vida no giraba en torno
a otras personas o a su aprobación, y eso incluía la de Killian.
Lo único que hizo Killian fue asentir con la cabeza, guardándose para sí el por
supuesto que sí. A estas alturas, no debería sorprenderse. Es lo que yo hacía, lo que
he hecho desde el primer día en este trabajo, y era lo que seguiría haciendo hasta
que renunciara o me despidieran: entregar mis artículos en el último segundo
posible.
La reunión se alargaba y yo intentaba tomar notas sobre el objetivo de los
periódicos de la semana siguiente: el Local Tribune publicaba un periódico los
miércoles y otro los domingos, así que nunca me faltaba trabajo. Pero yo sólo
trabajaba a tiempo parcial, como todo el mundo. Una forma que tenía la empresa de
evitar pagar el seguro médico.
Pero a mí no me importaba mucho. No tenía seguro. Si me pasaba algo, sólo
quería morir. No pierdas el tiempo tratando de salvarme, ¿sabes? Yo no era
importante.
Sólo era... yo.
14 Cuando terminó la reunión y todo el mundo estaba recogiendo para marcharse
o volver a sus mesas, Killian me sorprendió.
—Stella, ¿puedes esperar un poco? Hay algo de lo que quiero hablarte. —Entró
en su despacho y me pidió que lo siguiera, sabiendo que tenía que hacerlo porque
era mi jefe, aunque no era mucho mayor que yo.
Nunca tuve problemas con Killian. Era un buen tipo, supongo, pero después de
la fiesta de Navidad del año pasado, cuando se emborrachó tanto que prácticamente
se me tiró encima... y luego vomitó en mis zapatos, bueno. Era difícil mirarlo de la
misma manera después de eso. En ese momento, acababa de superar una ruptura
muy mala, así que lo dejé en paz, no le di mucha importancia. Todo el mundo tiene
derecho a tener su propia crisis mental de vez en cuando. La vida era dura.
No, no sólo dura. La vida era una absoluta mierda.
Cerré el portátil y lo recogí mientras me levantaba. Tuve que esconder la
entrada del blog que había empezado a escribir en lugar de tomar notas durante la
reunión. Por fin estaba recibiendo suficiente tráfico de Internet en mi blog para
empezar a ganar algo de dinero con él, y no estaba dispuesta a dejarlo por un trabajo
a tiempo parcial. Era un blog que empecé en la escuela secundaria, cuando bloguear
se consideraba un poco más genial que ahora.
Aunque estaba segura de que había gente por ahí que nunca lo consideró
genial. Callie estaba entre ellos, pero me apoyaba igualmente. Normalmente.
En cuanto entré en su despacho, cerró la puerta y bajó las persianas. Un poco
raro, y seguramente daría que hablar a los demás, porque ya pensaban que Killian y
yo manteníamos algún tipo de relación secreta, pero no dije nada. Me senté en uno
de los dos sillones de cuero frente a su escritorio, esperando a que diera la vuelta y
se sentara en su gran y caro sillón.
Pero no se sentó en su silla, sino que se interpuso entre el escritorio y yo,
apoyando el culo en él, como si quisiera hacerse el genial o algo así. Si supiera que
sus esfuerzos eran en vano conmigo.
—Stella —empezó Killian, cruzándose de brazos. Brazos que, según noté, eran
un poco más musculosos de lo que me había dado cuenta. Era más fuerte de lo que
parecía. Huh—. Sé que te di permiso para escribir lo que quisieras escribir, pero...
Ah, así que aquí era donde intentaba que escribiera sobre otras cosas. Cosas
además de asesinos en serie y las banalidades de la sociedad humana. Cómo debería
escribir sobre los equipos deportivos locales u otras estupideces.
Lo ignoré de inmediato, porque no me interesaba nada más. Si quería
obligarme a escribir sobre la nueva zona de juegos del parque local o sobre las zonas
en construcción, le esperaba otra cosa. Saldría por esa maldita puerta y no volvería
la vista atrás, a pesar de que me gustaba este trabajo. La vida era demasiado corta
para ser miserable.
15 Quién demonios sabe cuánto tiempo siguió, pero al final se detuvo y preguntó:
—¿Me estás escuchando siquiera?
¿Qué podía hacer? ¿Mentir? No era una mentirosa.
—No —dije, manteniendo la cabeza alta, aunque ocupaba una posición de
inferioridad.
—Sé que tus... artículos han ganado un poco de seguimiento de culto… son
nuestros artículos más visitados en línea, pero... —Killian parecía tener dificultades
para hablar.
No estaba segura de lo que intentaba decir.
—¿Me estás despidiendo? —Era lo último que necesitaba, pero sería capaz de
encontrar un trabajo en otro sitio rápidamente, especialmente si el jefe era un
hombre. Los hombres siempre se enamoraban más de mis ojos, siempre tenían más
problemas para ver más allá de ellos. No dejaba de utilizar mi único rasgo distintivo
en mi favor cuando lo necesitaba.
Odiaba hacerlo, pero lo haría.
—No, no —se apresuró a decir, extendiendo un brazo hacia mí. Pero no me
tocó, porque habría sido inapropiado. Estaba segura de que tenía miedo de volver a
tocarme, después de cómo había actuado en la fiesta de Navidad—. No, no te estoy
despidiendo. Sólo... te pido que intentes encontrar otra cosa sobre la que escribir. Al
menos para el periódico impreso. Puedes seguir escribiendo tus magníficos artículos
para nuestro sitio web, pero nuestros suscriptores impresos son en su mayoría
ancianos. No creo que quieran leer sobre asesinos en serie dos veces por semana.
Tardé en asentir. Supuse que podría intentar pensar en otra cosa sobre la que
escribir, pero no le prometía nada. Apenas había otra cosa que mantuviera mi interés,
y si no me interesaba aquello sobre lo que escribía, mis artículos serían una mierda.
Las palabras no fluirían; mis dedos sólo se cernirían sobre el teclado.
—Está bien. Es todo lo que pido. —Killian suspiró, sus ojos cayeron por debajo
de los míos. No sabía qué miraba. Mis labios, mi pecho, otras partes del cuerpo. No
me importaba dónde estaban sus ojos, sólo que nuestro encuentro había terminado.
No dije nada más mientras me levantaba y me dirigía a la puerta.
Killian tenía algo más que decir, porque estaba detrás de mí de repente,
agarrando la puerta antes de que yo pudiera.
—Sabes... mañana es mi cumpleaños.
Congelada, no estaba segura de lo que debía hacer con esta información.
Estaba muy cerca de mí, a menos de medio metro. Podía oler su aftershave. No
olía mal.
—Sé que estás fuera, pero... los otros y yo vamos a tomar algo. Deberías unirte
a nosotros. —Hubo una pausa, demasiado larga, antes de que abriera la puerta de un
tirón y me dejara escapar.
Mientras me apresuraba a marcharme, sabía que las bebidas eran lo último que
16 me apetecía, sobre todo cuando se trataba de Killian.
¿Otra cosa sobre mí?
No salía con nadie.
Capítulo Dos - Lincoln
L
mi alma.
a sensación del agua caliente sobre mi piel era una de las mejores del
mundo. Estaba a la altura de follar, cazar y matar. Éxtasis puro. Casi
como si el agua pudiera realmente limpiarme, purificar la oscuridad de
30
Capítulo Cuatro - Edward
E
averiguaría.
dward bajó la cabeza, apretó los labios contra mi garganta y me besó
con engañosa suavidad. Ese hombre, con cuerdas permanentemente
atadas a los cuatro postes de su cama, sabía que era más salvaje de lo
que sugería su apariencia. ¿Hasta qué punto era salvaje? Pronto lo
42
Sus manos rozaron mi pecho, sus dedos rozaron mis pezones, los pellizcaron y
tiraron de ellos, provocando en mí sonidos que nunca antes había emitido. No quería
que parara, aunque me doliera un poco. Quizá era algo nuevo.
No esperaba que fuera un encuentro de cuento de hadas, así que cuando su
boca bajó en vez de subir hasta mis labios, no gemí ni me quejé. Quería ver lo que su
boca podía hacer.
La boca de Edward se dirigió al pezón más cercano, sus dientes rozaron la
piedrecita levantada y su lengua bailó en remolinos a su alrededor. Me encontré
arqueando la espalda y abriendo las piernas bajo él, una respuesta natural a una
sensación tan excitante.
Quería más, y más tendría.
Su boca abandonó mi pezón.
—Eres una glotona, ¿verdad? —preguntó Edward en un susurro después de
que me abriera de piernas. ¿No me había dicho que las quería abiertas ante él? No
podía evitar lo que hacía mi cuerpo, que a esas alturas me resultaba extraño—. Bien,
porque esta noche me siento generoso.
Mientras hablaba, sus manos recorrieron mi cuerpo, sobre mi vientre plano.
Una de ellas se clavó en mi cadera mientras la otra... mientras la otra iba a un lugar
donde ninguna mano había ido antes. Ni siquiera la mía.
Nunca le había visto sentido a tocarme. La masturbación no era algo que se me
pasara por la cabeza mientras crecía, ni siquiera de adolescente. Nunca sentí
realmente la necesidad o el impulso de tener una liberación. Pero esta noche, esta
noche todo eso cambió, y era algo que deseaba más que nada.
Sus dedos se deslizaron contra mí, curvándose a lo largo de mi cuerpo,
acariciando la parte más sensible de mí. Dejé escapar un gemido; salió de mí antes
de que pudiera detenerlo... y también lo habría detenido, porque no quería que
Edward supiera hasta qué punto me había entregado a él.
Me hacía trabajar con facilidad, como si tocara un instrumento que llevaba años
tocando, algo que dominaba desde hacía mucho tiempo. Edward era mi maestro, mi
violinista y mi amo. Se concentró sobre todo en un nódulo de piel rosada y suave en
mi vértice, observándome mientras me retorcía y gemía. No me sentí cohibida; quizá
debería haberlo hecho. No era algo que hicieran las mujeres normales, no con
desconocidos.
Pero no me importaba. Esta noche, preocuparme por lo que hacían las mujeres
normales era lo último en lo que pensaba. Me rendí.
—Estás tan mojada para mí —murmuró Edward, su mirada azul se dirigió a la
mía—. Te sientes increíble. No puedo esperar a estar dentro de ti, a sentirte a mi
alrededor. —Sus palabras eran sucias y me hicieron desearlo más, algo que ni
siquiera creía posible. Ya era esclava de su voluntad, ¿qué más quería de mí?
Me metió un dedo, sólo uno, que probablemente era más que suficiente, ya que
43 la única otra cosa que había estado dentro de mi vagina era mi ginecólogo en mi
revisión anual. No me dolió, al contrario, apenas lo sentí. Quería más aquí abajo, más
que me hiciera sentir algo.
Como si me hubiera leído el pensamiento, Edward metió otro dedo y bajó la
boca hasta mi vértice. Sacó la lengua mientras sus dedos me acariciaban, moviéndose
a lo largo de mí de la forma adecuada. Mi espalda se arqueó de nuevo. Se me cerraron
los ojos. No podía sentarme y mirar su cara entre mis piernas. Era demasiado.
Me perdí en lo que me hizo. La verdad es que podría haber sacado un cuchillo
en ese momento y yo ni siquiera habría pestañeado. Incluso si mis muñecas no
estuvieran atadas, detenerlo habría sido lo último en mi mente.
Edward me tenía justo donde quería y yo disfrutaba de cada cosquilleo de
placer que recorría mi cuerpo gracias a su lengua y sus dedos.
En realidad, debería dar las gracias a todas las mujeres que habían estado aquí
antes que yo, porque sin ellas, Edward no habría tenido práctica. Llegar a un nivel de
destreza como éste debía de requerir práctica; yo no era tan ingenua como para
pensar lo contrario.
Mi cuerpo empezó a tensarse, los dedos de mis pies se apretaban y mis dedos
se cerraban en puños. Algo crecía en mi interior, crecía y crecía en espiral hasta que
era innegable, hasta que el placer estalló en mi interior y me inundó como un
maremoto de éxtasis. Gemí con fuerza, incapaz de contenerme.
Cuando Edward retiró lentamente sus dedos de mí, me pregunté: ¿habría sido
un orgasmo? ¿Era por eso que aún sentía un pequeño cosquilleo, incluso después de
que la sensación hubiera desaparecido? Sin duda me apetecía otro.
De repente entendí a mi mejor amiga loca por el sexo. Todo este tiempo, Callie
había sabido dónde estaba.
Edward levantó la cabeza y dijo:
—El primero de muchos que pienso darte esta noche. —La forma en que lo dijo,
con tanta naturalidad, me hizo estremecer aún más. El poder que este hombre ejercía
sobre mí era una locura y no tenía sentido, pero ya no podía luchar contra él.
Se levantó de la cama y se colocó a los pies, con la mirada perdida entre mis
piernas, que seguían deseando su tacto y su boca. Más, gritaba mi cuerpo, dame más.
Edward empezó a quitarse la ropa, y rápidamente mi cuerpo sintió el deseo de algo
más.
Su cuerpo era... más impresionante sin ropa. Edward tenía músculos, eso ya lo
sabía, pero no sabía hasta qué punto hasta que vi su cuerpo desnudo. Las venas
abultadas de sus brazos, sus pectorales definidos, el paquete de seis que se asentaba
en su estómago bajo el ombligo y la forma de V que llevaba a su virilidad. Tenía que
considerarse bien dotado. No me sorprendió ver su polla preparada, dura y erecta,
anticipando el siguiente paso.
Iba a perder literalmente mi virginidad con un desconocido, y no me importaba
lo más mínimo.
44
Antes de que pudiera parpadear, estaba otra vez encima de mí, apoyando la
frente contra la mía. Edward no dijo nada, pero sentí que su mano se movía entre
nosotros y colocaba la cabeza de su polla contra mí. Inspiré, conteniendo el aliento
en los pulmones, sin saber qué debía esperar. Su polla era más larga y gruesa que los
dedos que me había metido. ¿Me dolería? ¿No estaba preparada? Estábamos a punto
de cruzar el punto de no retorno.
Debió ver mi inquietud, porque susurró:
—Relájate, Stella. Haré que te sientas bien, lo prometo.
No entendía cómo podía prometerme algo así, pero en realidad no había
margen para discutir. Empujó dentro de mí lentamente, como si tuviera cuidado
conmigo. Supongo que lo agradecí, pero no era como si él supiera que era mi primera
vez, y yo no iba a admitirle que era virgen antes de esto. Qué vergüenza.
Edward soltó el gemido más sexy que un hombre puede proferir cuando estuvo
completamente dentro de mí, su longitud llenándome por completo. Puede que al
principio me doliera un poco, más bien me incomodara, pero a medida que seguía
empujando con las caderas, entrando y saliendo de mí, la incomodidad desapareció
y pude concentrarme en el cálido cuerpo que tenía sobre el mío.
Dios, cuánto deseaba tocarlo. Abrazarlo y sentir su pecho gruñir contra el mío
mientras empujaba dentro de mí. Pero no podía, porque estaba atada y sujeta. Era
casi como si yo fuera una participante involuntaria, y no podía evitar preguntarme si
le ayudaba a excitarse saber que yo estaba sujeta debajo de él. Por supuesto, yo era
la última persona viva con derecho a juzgar a nadie, así que lo dejé pasar.
Lo dejé pasar porque estaba disfrutando de estar atada tanto como a él le
gustaba estar al mando.
Edward mantuvo un ritmo constante, casi como si quisiera alargarlo. De nuevo,
no podía culparlo: yo tampoco quería que aquello acabara. Me sentía demasiado bien
para acabar tan pronto, demasiado bien. El destino había tenido que ver con que nos
conociéramos esta noche, porque yo nunca lo habría hecho con un desconocido
cualquiera.
Edward y yo... éramos parecidos en más de un sentido.
Estaba tan perdida en Edward —y por extensión, él estaba tan perdido en mí—
que no oímos nada más allá del dormitorio.
Desafortunado, porque pronto no estuvimos solos.
Otro hombre irrumpió en la habitación, tratando de desabrocharse el botón
superior de su uniforme oscuro. Tenía el pelo negro y corto a los lados, un poco más
largo en la parte superior, y sus ojos eran de un marrón oscuro, prácticamente negros.
Su mirada se posó en Edward y en mí, y ni siquiera se sorprendió de pillarnos in
fraganti, ni de las cuerdas que me sujetaban los brazos.
Ni siquiera pude golpear a Edward en la espalda, no pude encontrar mi voz
para alertarle de la presencia del otro hombre. El otro hombre, vi rápidamente la
placa en su pecho, era un maldito policía.
45 Si Edward pudiera dejar de empujar dentro de mí, probablemente podría
encontrar mi voz y advertirle que estábamos a punto de ser arrestados o algo así, pero
él no se detendría. No le importaba.
Y me di cuenta de que al policía tampoco. En lugar de reaccionar como
cualquier persona en su sano juicio habría reaccionado al ver a dos personas
practicando sexo, el hombre moreno continuó desabrochándose la camisa,
observando cada aspecto de nuestras posturas.
Yo, atada y debajo de Edward. Edward, aporreándome, los sonidos
resbaladizos de mi coño elevándose en el aire.
Oh, Dios.
El policía ni siquiera estaba aturdido. ¿Era este su compañero de cuarto?
¿Ellos... hacían esto todo el tiempo? No sabía qué pensar. Todo lo relacionado con el
sexo seguía siendo nuevo para mí, por no hablar de la atracción instantánea que había
sentido por Edward. ¿Debería apartarme del policía y mirar en otra dirección?
¿Debería fingir que ni siquiera está ahí? Era lo que hacía Edward.
Como si percibiera mi confusión, Edward susurró:
—Oye, ahora céntrate en mí, Stella. —Apretó su nariz contra mi mejilla y
añadió—: En mí y en lo mojada que estás. Córrete por mí otra vez.
No era como si pudiera tener un orgasmo a la orden.
Quería enseñarle los dientes. Quería decirle que no era una simple muñeca,
pero el fastidio en mi interior se desvaneció casi al instante cuando hice lo que me
ordenó. Me concentré en él, como si fuera la única persona de la habitación. Sentí su
longitud deslizarse dentro y fuera de mí. Sus manos se dirigieron a mi garganta, como
si fuera a estrangularme, y una emoción me recorrió. Con o sin otro hombre en la
habitación... Me gustaba tan duro como a Edward, aparentemente.
La segunda vez que me corrí, lo hice a un público con dedos enroscados
alrededor del cuello.
Capítulo Siete - Lincoln
69
Capítulo Once - Killian
L a prueba del vestido era el martes. No podía olvidarlo, así que hice una
nota en la nevera al día siguiente. Mientras lo escribía, Callie salió del
vestíbulo con un traje de negocios y unos tacones que hacían clic en la
baldosa. Llevaba el pelo castaño alisado con mechones que le enmarcaban la cara.
Sus ojos castaños oscuros estaban enmarcados con sombra de ojos ahumada y rubor
75 en las mejillas. Con la ropa ceñida a sus curvas, tenía buen aspecto. Sexy y profesional
al mismo tiempo.
Ni que decir, quería todos los detalles de mi noche con Edward y Lincoln. No
podía creer que me hubiera acostado con dos hombres la misma noche. De una
manera extraña, creo que estaba orgullosa de mí.
—Así que —dijo Callie, tomando su bolso—, ¿emocionada por tu cita de esta
noche con los tipos buenos? —Dos hombres a la vez era su sueño, había bromeado.
Todo lo que había tenido antes era un chico y otra mujer, de a tres.
Esto fue antes de John, sin embargo. Ahora era estrictamente monógama.
—Bueno, la hice con Edward, así que no sé si veré a Lincoln esta noche. —
Mientras lo decía, secretamente esperaba ver a ambos. Eran dos hombres diferentes,
y llenaban diferentes partes de mí. ¿Quién sabía que me gustaba lo rudo? ¿Quién
sabía que me gustaba un hombre que no temía tomar lo que quería?
Cuando Killian había intentado ligar conmigo el año pasado, estaba borracho.
Nunca me gustaron los borrachos. Olían mal y su comportamiento era muy deficiente.
Killian no había sido diferente.
Esperaba que nuestra cita de mañana fuera diferente. Diablos, todavía no
estaba segura de por qué le había dicho que sí.
—Oh, ¿con cómo los describiste? Apuesto a que nunca tienen a sus mujeres uno
a uno. Siempre compartiendo. Súper celosa ahora mismo, cosa que ya sabes. —Callie
esperó un momento antes de añadir—: Y una cita con Killian mañana. Tienes más
acción que yo, Stella. No podré ver a John hasta dentro de unos días. Está fuera de la
ciudad en viaje de negocios. —Hizo un ruido de fastidio.
Más acción. No es que quisiera mucha acción, pero no podía negar el hecho de
que parecía que iba a tropezar con penes en los próximos dos días. Por supuesto, no
planeaba acostarme con Killian… ¿Pero Edward y Lincoln? Sería una mentirosa si
dijera que no esperaba estar con ellos, o al menos con Edward.
Qué raro, porque hace unos días era virgen en todos los sentidos de la palabra.
Ahora era como si surgiera la zorra que llevo dentro y se sintiera bien saliendo y
recibiendo un poco. ¿Quién era yo para negarle a mi cuerpo el placer básico de la
vida, es decir, el sexo?
—Mi cita con Killian es sólo una cita —dije, moviéndome para apoyarme en la
isla frente a ella—. Y no tengo grandes esperanzas en ella, después de todo lo que
pasó con él en el pasado.
—Sabes que podría acabar mal, ¿verdad? Podría intentar sacarte algo otra vez,
y tú se lo niegas, y entonces ¡pum! te despiden. Sé que te encanta tu trabajo en el
Tribune —dijo Callie—, y no quiero que te hagan daño. —Rodeó el mostrador y me
abrazó—. Espero que sepas lo que haces... —El abrazo terminó y ella sonrió al
soltarme—. Y que tengas cuidado. Sigues tomando la píldora, ¿verdad? ¿La tomas a
la misma hora todos los días?
76 Puse los ojos en blanco.
—Sí, mamá.
Se rio, tomó su bolso y salió por la puerta en menos de un minuto.
Me pasé el día arreglando mi próxima entrada del blog y trabajando en mi
artículo. Tuve que ir a la oficina unas horas para hacer mi tiempo, pero en cuatro horas
estaba en casa y duchándome. Se acercaba mi cita con Edward y, con suerte, con
Lincoln, y quería cada centímetro de mí limpio.
¿Me atarían de nuevo? ¿Me harían otra cosa, algo más? ¿O no tendrían tanto
interés en mí, puesto que ya me tenían? No parecían el tipo de hombres que se
quedan mucho tiempo con una sola mujer, y supuse que no podía culparlos. Los
hombres siempre fueron tan arrogantes con el sexo y las relaciones, porque no eran
ellos los que podían quedarse embarazados.
No dejaría que mi pesimismo restara importancia a lo que sentía hacia ellos.
Sentimientos que no podía explicar. Estaba, sorprendentemente, emocionada por
volver a verlos. Quería verlos, pasar más tiempo con ellos. Quería que me follaran.
Sólo... ¿Qué alienígena loco tomó el mando de mi cerebro cuando no estaba
mirando? Nunca había tenido pensamientos como esos, nunca había querido que un
chico, y mucho menos más de uno, me follara. No estaba actuando como yo misma.
Y me sentí genial. Me sentí feliz.
Me vestí con leggings y una camiseta más larga, incluso me maquillé un poco.
Algo que nunca hacía, porque me parecía inútil, algo que inevitablemente se correría
o se lavaría, pero quería estar guapa. Me di cuenta de que quería impresionar a
Edward y a Lincoln. Quería que me desearan más de una vez.
Una droga.
Lo que yo quería ser para ellos era una droga. Quería que se volvieran adictos
a mí, igual que yo me había vuelto adicta a ellos tras una sola noche. Las tornas debían
cambiar para ellos, era justo. Debían desearme tanto como yo los deseaba a ellos, y
si no me deseaban al final de la noche, tal vez no estaba destinado a ser.
Después de estar con ellos, lo supe.
Sólo sabía que tenía que estar con alguien que supiera que me necesitaba.
Alguien que pudiera demostrarlo con sus acciones, porque cuando se trataba de
palabras... bueno, las palabras a menudo eran mentiras, al menos cuando me las
decían a mí. Las acciones no mentían.
No me veía como alguien que necesitara tener novio para sobrevivir. Había
vivido tanto tiempo sola y podía seguir. Pero la cosa era que no quería. Ya no. No
después de estar con Edward y Lincoln.
Aquellos tipos me habían hecho adicta a ellos tras una sola noche. Si a cambio
no me convertía en la droga que ellos necesitaban para sobrevivir... no sabía lo que
haría. Algo no bonito, probablemente.
Cuando estuve lista para mi cita, me di cuenta de que aún me quedaba algo de
77 tiempo, así que me senté y saqué el portátil, releyendo mi artículo. No tenía que
entregarlo hasta mañana al final de la jornada laboral para el periódico del domingo,
pero por una vez estaría bien no tener que apresurarme a enviárselo por correo
electrónico a Killian para que lo revisara.
Fue... perfecto.
91 —¿Qué quieres que haga? —susurró Edward, mientras su otra mano subía por
mi camisa, por debajo del sujetador, desafiándome sin palabras a reaccionar.
No lo hice, ni siquiera mientras sus dedos me pellizcaban el pezón una y otra
vez. Sólo dije:
—Quiero que me folles. Quiero sentirte dentro de mí. Quiero que me folles tan
fuerte que olvide mi propio nombre. —Bien, en cierto modo era un reto, pero sabía
que Edward estaría a la altura.
Un hombre como él no dejaría pasar palabras como esas. Tomaría al toro por
los cuernos y lo montaría.
O, más concretamente, me montaría.
Edward no dijo nada antes de empujar dentro, y yo contuve un grito ahogado,
casi había olvidado la sensación de ser una con él. Es extraño sentirse tan llena. Más
extraño aún, querer estar más llena. Deseando más como una drogadicta a la heroína.
Mientras Edward me penetraba, no pude evitar preguntarme por qué no usaba
los grilletes. Los vi en las esquinas de su cama y supe que los usaba. Si no, no las
tendría. ¿Por qué no las usó conmigo? ¿Me consideraba demasiado frágil, demasiado
débil para soportarlas? La otra noche había dicho que iba despacio conmigo, ¿cuántas
veces pensaba tenerme aquí?
Los sonidos del sexo bloqueaban mis pensamientos. Húmedo y resbaladizo,
Edward pudo bombear dentro de mí una y otra vez, y yo lo acepté. Aún tenía la camisa
y el sujetador puestos, lo que significaba que él no tenía nada que mirar más que mi
cara mientras me follaba, nada más que mi expresión.
Qué tonto tan adorable. Yo era la maestra en contener mis expresiones.
Pero no quería parecer fría, así que de vez en cuando dejaba escapar un
gemido, un gemido de garganta profunda que le decía que quizás disfrutaba más que
él. No se estaba follando a un cadáver. Yo tenía que participar al menos un poco.
—Estás muy tensa —murmuró Edward, con los ojos brillantes de lujuria y deseo
y el cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. Me di cuenta de que mi cuerpo estaba
igual. Tenía calor, en parte gracias a que aún llevaba puesta la mitad de la ropa—.
¿Por qué te sientes tan bien, Stella? Es como si tu coño estuviera hecho para mí.
No tenía ni idea de cómo responderle, o si siquiera quería una respuesta, sobre
todo porque yo sentía lo mismo. Mi cuerpo era suyo; podía usarlo como quisiera. Yo
estaba más que dispuesta a dárselo como y cuando lo necesitara.
El torso de Edward se dobló y finalmente me soltó la cara, moviendo la mano
junto a mi cabeza mientras apretaba su nariz contra la mía. Al estar tan cerca de él,
tuve que cerrar los ojos y me concentré en el calor de su cuerpo contra el mío, aunque
tuviera una capa de ropa entre nuestros pechos.
—Ahora eres mía —susurró con urgencia, desesperadamente.
Mía. Como si me hubieran reclamado.
Como si pudiera reclamarme.
92 En cierto modo, supongo que así era, tanto con sus palabras como con su polla.
Y tal vez fue porque sus embestidas se hicieron más rápidas, o tal vez fue el tono de
sus palabras susurradas, pero algo caliente creció dentro de mí. Placer en su forma
más cruda, surgiendo hacia mí en una ola que no podía negar.
Mi cuerpo se sacudió con el orgasmo y dejé escapar un gemido agudo, un
instinto natural, al igual que mis dedos de manos y pies. La tensión que se había
acumulado en mi cuerpo se desvanecía lentamente, el orgasmo se alejaba mientras
la polla de Edward palpitaba en mi interior. Sabía que él también iba a correrse, y
prácticamente podía sentir cómo mi sexo lo ordeñaba por todo lo que valía.
Cuando los temblores de Edward cesaron, susurró:
—Voy a follarte toda la noche, Stella. Voy a reclamar cada uno de tus agujeros
como míos y cubrirte con mi semen. Quiero hacerte gritar mi nombre antes de que
salga el sol.
Sus palabras me provocaron escalofríos y sólo pude asentir. Mañana tenía
trabajo, por no hablar de una extraña cita con Killian, pero sin duda estaba dispuesta
a tener más orgasmos y más de Edward.
Tal vez todo lo que necesitaba era una mano firme y una polla dura. O las
palabras de Edward. Tal vez, después de todo este tiempo, por fin había encontrado
donde debía estar.
Capítulo Quince - Edward
102
Capítulo Diecisiete - Lincoln
N o estaba seguro de cómo iría esta cita. Por supuesto, sabía cómo quería
que fuera, pero cómo quería que sucedieran las cosas y cómo sucedían
en realidad eran a menudo dos cosas extremadamente diferentes. Yo
era un planificador —y normalmente se me daba bien planificar— pero
cuando Stella entró en escena, fue como si mi mente saliera volando por la ventana y
110 perdiera todo el sentido. No podía explicarlo.
Stella no se parecía a nadie que hubiera conocido antes. Pasaba desapercibida
para la mayoría de la gente, y lo único que llamaba la atención eran sus ojos, con los
que había nacido y no podía cambiar. Supongo que podría haberse puesto lentillas
de colores o algo así, pero ¿por qué ocultar lo que la naturaleza le había dado? Sus
ojos eran hermosos, el par de ojos más fascinante que jamás había visto.
La conocía lo suficiente como para saber que la había cagado en la fiesta de
Navidad del año pasado. Sabía que el alcohol me afectaba; una vez que empezaba a
beber, sólo dejaba de hacerlo cuando terminaba la noche, así que, en realidad,
debería haberlo sabido. Todos pensaban que estaba trastornado por mi reciente
ruptura con Julie, pero no era así.
El hecho es que al final de nuestra relación, Julie no me importaba en absoluto.
Mucho antes de que terminara, había conocido a Stella. Yo no creía en el amor
a primera vista —más bien en la lujuria a primera vista— pero con Stella lo sentí. En
el fondo, sabía que debía ser mía. Teníamos que estar juntos. Ni siquiera me pregunté
por qué ella no podía darse cuenta, porque sabía que yo no había sido el modelo de
buen comportamiento a su alrededor.
Y luego, en el bar, el día de mi cumpleaños, cuando creía que por fin estaba
progresando, volví a cagarla. ¿Por qué nunca podía tener un respiro? me había
preguntado, lo que me había llevado al baño con Sandy. Pero mientras Sandy se
arrodillaba ante mí y me desabrochaba los pantalones, yo no podía dejar de pensar
en Stella, incluso con la mente embriagada por el alcohol, así que la detuve. Con el
tiempo. Me llevó un tiempo, pero lo hice.
Cuando salí, la había visto hablando con un hombre en el bar. Un extraño.
Como si él pudiera darle lo que yo no podía. Como si fuera diferente a mí. ¿Qué haría
falta para que Stella se diera cuenta de que yo estaba hecho para ella y ella para mí?
Había pensado, deprimido. No era la primera vez que tenía esos pensamientos, pero
esperaba que fuera la última.
Pero la verdad era que sabía lo que tenía que hacer mucho antes de ese
momento.
Tenía que dejar a Stella a solas, lejos de su portátil y sus artículos. Tenía que
pasar tiempo con ella a solas para demostrarle que yo no era un mal tipo. La adoraría
como a una diosa, la trataría como a una princesa. Como una maldita reina. Ningún
otro hombre besaría el suelo que ella pisaba como yo lo haría. Como yo lo hice.
Fue perfecto cuando mencionó que quería ver la escena del crimen. Ni yo
mismo podría haberlo planeado mejor. Ofrecerme a conducir, ir con ella, observar
su rastro alrededor de la casa, abrazada a la cinta amarilla de precaución, había sido
un espectáculo. Era tan hermosa cuando estaba concentrada en cazar a un asesino.
Una pequeña periodista al acecho.
Ir con ella a la cafetería, descubrir dónde pasaba gran parte de su tiempo, no
había tenido precio, aunque no me había hecho demasiada gracia ver a aquel tipo de
ojos verdes observándola. Sabía que mucha gente tenía que mirarla, porque su
111 mirada era muy llamativa, pero me sentía extrañamente protector con ella, como si
ya fuera mía para protegerla.
Pronto. Pronto lo sería. La compensaría, le haría olvidar mis errores. Y juraría
dejar el alcohol, aunque ya era un poco tarde para eso.
Stella no se había arreglado mucho para esta noche, pero no esperaba menos
de ella. Sabía que era el tipo de chica de champú seco, y yo estaba más que bien con
sus moños y sus leggings. Yo no la cambiaría, y la única razón por la que le había
pedido que dejara de escribir sobre asesinos en serie era porque los dueños del
periódico me lo habían pedido.
Ahora, después de ese cadáver, no harían ni pío durante un tiempo. La
popularidad de sus artículos se dispararía, y tal vez incluso podría conseguirle un
puesto a tiempo completo en el Tribune.
Había leído y revisado el artículo que me envió para el periódico del domingo.
Fue... esclarecedor en formas que nunca anticipé. Su mente realmente funcionaba de
manera diferente. Estaba constantemente sorprendido por ella.
¿Y el Creador de Ángeles? Qué nombre tan pegadizo. Sabía que no tardaría en
llegar a los principales medios de comunicación, y por eso subí su artículo a la página
web antes de irnos del Tribune. Si alguien tenía derecho a elegir un apodo, esa era
Stella. Se lo merecía, con todo el trabajo que dedicaba a sus artículos y a su blog.
Sin embargo, nunca admitiría en voz alta que leía su blog. No me parecía
correcto. Su blog era su espacio personal, y hasta que no me diera la bienvenida, no
quería entrometerme. No volvería a cometer el mismo error.
Stella y yo nos sentamos en un reservado oscuro de uno de los restaurantes de
la ciudad. El tema de este en particular era el Lejano Oeste, y tenía fotos de vaqueros
en la pared, junto con espuelas y cabezas de bisonte. No tenía ni idea de si las cabezas
de bisonte eran reales —un poco desconcertante si lo eran— pero las barras de pan
que este lugar daba antes de las comidas eran increíbles.
—Entonces —dijo Stella, pelando la corteza del pan antes de comerse la parte
interior más blanda—, ¿de qué suele hablar la gente cuando tiene una cita?
Sinceramente, podría sentarme allí y verla comer, pero sabía que eso sería
espeluznante. Intentaba por todos los medios no parecer un chico entusiasta y ansioso
cuando se trataba de Stella. No estoy seguro de lo bien que lo logré, si es que lo logré.
Sus palabras fueron calando poco a poco y dije:
—Normalmente se conocen. Supongo que nos hemos adelantado. Espera un
segundo, ¿eso significa que no has tenido muchas citas antes? —La perspectiva de
que nadie saliera con ella me sorprendió y, extrañamente, me tranquilizó.
Me gustaba oírlo. Era como si ya fuera mía, aunque seguía pensando que la
había visto salir del bar con aquel tipo. Sabía que no era ese tipo de chica, así que
quizá se fueron al mismo tiempo. Definitivamente no se habría ido a casa con un
desconocido. Stella era mucho más inteligente que eso.
112 Y, de todos modos, si había alguien con quien debía irse a casa, era conmigo.
—No le gusto a la gente —dice—. Entonces, ¿por qué querría alguien llevarme
a una cita? —Cuando la miré incrédula, Stella añadió—: No me mires como si
estuviera loca. No me lo estoy inventando.
No lo dudé.
—Eso es sorprendente.
Se encogió de hombros en cuanto llegaron nuestras ensaladas. Otra forma en
que este lugar te llenaba antes de que salieran los platos principales, pero estaba
bien. Me moría de hambre.
—¿Por qué? —Su voz era tranquila, insegura. Esta mujer necesitaba una
inyección de confianza, y si tenía que ser yo quien se la diera, lo haría. La colmaría de
cumplidos interminables si fuera necesario, hasta que por fin se diera cuenta de lo
especial que era.
Y si otros no lo vieron, que se jodan.
—Eres increíble, Stella. Eres una escritora increíble. Cualquiera que lea lo que
escribes sabe que pones pasión en tu trabajo. Eres motivada, trabajadora, aunque a
veces te pases con los plazos —dije con una sonrisa—. No te pareces a nadie que haya
conocido antes, y lo digo de la mejor manera posible.
—Sólo soy diferente por mis ojos. —Stella se pasó las manos por los brazos,
parecía deprimida, como si prefiriera estar hablando de cualquier otra cosa, de
cualquier cosa que no fuera ella misma. Era casi como si no se sintiera cómoda en su
propia piel.
Yo lo cambiaría.
—Tus ojos pueden ser una parte de ello —admití—, pero no la única razón. La
forma en que hablas de tus ojos, es como si los odiaras.
Mezcló lentamente su ensalada, eligiendo los picatostes antes de comerse el
resto.
—Sí los odio.
Ahora me tocaba a mí preguntar.
—¿Por qué? —Y de verdad, quería saber por qué. Eran unos ojos preciosos,
aunque fueran diferentes a todos los que había visto antes. Al final de la noche, haría
que Stella se diera cuenta de que diferente no significaba necesariamente malo.
A veces, ser diferente era bueno.
Si todos los miembros de la sociedad fueran iguales, no habría creatividad, ni
películas ni libros. Hay que celebrar nuestras diferencias, no nuestras igualdades.
¿Quién demonios se levantó un día y quiso ser normal, mezclarse con los demás?
¿Quién quería estar en una fila y ser exactamente igual a todas las personas a tu
alrededor? Yo no quería, y desde luego esperaba que Stella tampoco, y si quería, le
haría ver la verdad.
113 —La gente sólo quiere acercarse a mí por mis ojos —murmuró Stella—. Creen
que es genial o algo así. No quieren acercarse a mí por mí.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque una vez que me conocen, se van. —Stella se mordió el labio inferior
antes de llevarse un tenedor de ensalada a la boca—. Sólo tuve una amiga en el
instituto, y sigue siendo mi única amiga.
Asentí, recordando.
—Cierto. Ya la habías mencionado antes. ¿Callie?
—Sí. Callie es la única que se ha quedado.
Aparté la ensaladera y me apoyé en la mesa, queriendo cerrar el espacio que
nos separaba.
—¿Y si otras personas intentaran acercarse a ti, pero tú fueras demasiado
cerrada para dejarlos entrar?
Entonces me miró. Me miró de verdad. Por una fracción de segundo, pensé que
me había visto tal como era, pero luego apartó la mirada y supe que no me había visto.
—Creo que es difícil encontrar a alguien a quien quiera acercarme. Soy... rara,
Killian. Ya lo sabes. Deja de fingir que no lo ves.
—No eres rara, y tus ojos no son lo que te define.
Stella tragó saliva y un pequeño atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro. Era
una sonrisa genuina, diminuta y superficial, pero una sonrisa. Era una sonrisa que
quería guardar para más tarde. Con suerte, esta noche vería más sonrisas, más
grandes.
Nuestros platos llegaron en diez minutos. Yo pedí un filete con patatas fritas,
mientras que Stella se quedó con los palitos de pollo, como una niña de diez años.
Podría haberme burlado de ella por su elección, a lo que me contestó:
—Nunca sabes lo que te va a tocar, pero ¿pollo? Nunca te puedes equivocar
con el pollo. —Hablaba como si fueran palabras de vida o muerte.
Me reí entre dientes, sintiendo la necesidad de pasar por encima de la mesa y
agarrarle la mano. Dios, quería hacerle ver que lo nuestro tenía mucho sentido, que
era lo correcto. ¿Por qué era tan inconsciente? ¿Qué hacía falta para que se diera
cuenta de que el Sr. Perfecto estaba delante de ella todo el tiempo? Sí, había cometido
errores, pero intentaba enmendarlos.
Necesitaba que ella lo viera.
También necesitaba saber si se fue a casa con ese tipo del bar... por razones.
—Todavía no puedo creer que no hayas salido mucho —dije mientras cortaba
mi filete. De reojo, observé su reacción. Apenas pestañeó, como si no tuviera nada
que ocultar, y tal vez no era así. Tal vez todo estaba en mi cabeza.
Quizá necesitaba tomarme un maldito calmante.
114 —¿Eso significa que nunca te han tomado de la mano? —Bromeé—. ¿Nunca te
han besado? —Stella no reaccionó. Hmm. Así que tal vez ella no había ido a casa con
él—. ¿Alguna vez lo has pensado? ¿Has querido?
Lo que debería haber hecho era seguirla hasta la salida del bar y ver si se iba
andando a casa o si se metía en el coche de él. Si Stella se hubiera ido a casa con él...
no estaría contento. Estaría muy, muy molesto. Demasiado molesto para las palabras.
—Es complicado. ¿He querido hacer esas cosas por el mero hecho de hacerlas?
Sí y no. Estuve celosa de Callie en el pasado, pero sólo porque sentía que eso nos
separaba, me hacía aún más diferente. Con la persona adecuada, yo... lo haría todo
con la persona adecuada.
Sus palabras me hicieron feliz, casi me hicieron olvidar al desconocido del bar.
Stella era una buena persona, muy reservada. Las probabilidades de que tirara todo
por la borda y se fuera a casa con un extraño eran mínimas. No encajaba con su
personalidad. Debería dejar de preocuparme por eso y seguir adelante.
La cena pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cuando fui a pagar la cuenta, el
teléfono de Stella zumbó y vi cómo lo cogía y sus ojos pasaban por la pantalla leyendo
lo que aparecía. La expresión de su rostro se transformó en una de asombro, de
conmoción y maravilla.
Sabía lo que era —lo que tenía que ser, porque sólo una cosa hacía tan feliz a
Stella— antes de que dijera:
—Han encontrado otro cadáver. —Lo que no preví que dijera fue—: Tengo que
irme. —Tomó su bolso y se dispuso a salir de la cabina; yo la habría seguido si hubiera
pagado ya, pero el camarero aún no había venido por la libreta negra con mi tarjeta
de débito.
Salió corriendo del restaurante antes de que pudiera alcanzarla. Lo que
debería haber hecho era dejarle la cuenta, pero yo no era el tipo de hombre que cena
y se da a la fuga. El servicio del restaurante había sido bueno; no se merecían eso.
Igual que yo no merecía que me dejaran plantado por un cadáver.
Para cuando recuperé mi tarjeta de débito y garabateé una propina en la copia
del recibo del restaurante, ni siquiera pude verla en el estacionamiento. Stella debe
haber corrido en el momento en que salió.
Carajo.
Me quedé allí un rato, a la luz menguante, viendo pasar los coches de la calle,
sumido en mi rabia. No podía culpar a Stella, porque sabía cómo era con su obsesión.
Se sentía atraída por lo desconocido como una polilla por la llama. Sin embargo, no
era así como yo quería que fuera la noche. En absoluto.
Quería que se diera cuenta de que debía estar conmigo, y nuestra próxima
parada habría sido un paso más hacia ello. Le habría demostrado lo considerado que
podía llegar a ser, pero mi oportunidad fue arrebatada por el protagonismo del
115 Creador de Ángeles y sus víctimas. A los ojos de Stella, sólo había una manera de que
yo pudiera estar en el mismo plano que un asesino, sólo podía hacer una cosa para
hacérselo ver.
Para que me vea, todo yo.
Menos mal que tenía un plan alternativo. No era lo que quería hacer, pero era
mejor que no hacer nada. Me negué a renunciar a Stella, me negué a dejarla ir. Por
todo lo santo y bueno del mundo, le haría ver que el hombre perfecto para ella había
estado delante de ella todo el tiempo.
Stella tendría que ver tarde o temprano que yo no iba a ninguna parte.
Capítulo Veinte - Stella
C orrí lo más rápido que creo que he corrido nunca, a través de la distancia
más lejana jamás recorrida, sólo para llegar a la escena del crimen y ver
las furgonetas de las noticias, las luces intermitentes de la policía y la
multitud de vecinos entrometidos reunidos en la calle. En cuanto recibí la notificación
de la emisora de noticias local, en cuanto vi la foto de la casa, lo supe.
116
Lo sabía porque la casa estaba en una calle a pocas manzanas de la mía. Era
una casa por la que pasaba casi a diario. Y ahora era la segunda escena del crimen
para el Creador de Ángeles.
Mientras me abría paso entre el murmullo de la gente, no pude evitar tener una
esperanza egoísta: el cuerpo estaba dispuesto de la misma manera, las manos atadas
juntas como si rezaran al morir. Si tenía un modus operandi diferente, entonces mi
apodo de Hacedor de Ángeles era inútil.
Pero no tenía por qué preocuparme, me di cuenta cuando me puse al frente de
la multitud, contra la cinta amarilla de la escena del crimen. Pude ver a través de las
ventanas delanteras de la casa, cristales gigantes cuya luz estaba encendida en el
interior. El cuerpo estaba sentado en el sofá del salón, empapado en sangre y rezando
con las manos sobre las rodillas. Cualquiera en la calle podía verlo.
A quince metros de distancia, por lo que me resultaba difícil ver los detalles,
pero era más joven. De unos veinte años. Cabello castaño. Todavía llevaba su ropa,
aunque estaba empapada en sangre, lo que indicaría que este asesino no estaba
matando a estas personas con un propósito sexual. Los estaba matando por otra razón,
pero ¿cuál era?
Estudié la escena, como si las escenas exteriores de espeluznantes asesinatos
fueran lo mío. En cierto modo, suponía que lo eran, pero solo por el cadáver y sus
implicaciones.
Esto se acercaba a casa. ¿Dónde se encontraría el próximo cadáver? ¿Era sólo
una coincidencia que yo viviera no muy lejos de aquí?
La pareja que debía de ser la dueña de la casa estaba ocupada hablando con
la policía. Una pareja de mediana edad, abrazados con fuerza. La mujer sollozaba
mientras el esposo tartamudeaba:
—Volvimos de vacaciones un día antes. Como dije antes, entramos y... la
encontramos. Yo no... nunca la había visto antes…
—¿Entrada forzada? —El policía estaba ocupado garabateando algo en un
pequeño bloc de papel. Evidentemente, no era la primera vez que interrogaban a la
pareja, y dentro de la casa los forenses ya estaban ocupados reuniendo pruebas. Sin
la luz encendida dentro de la casa, el cuerpo no sería visible si la cortina estuviera
corrida, no con la hora del día que era.
Pero la cortina no estaba corrida, lo que significa que el cuerpo debe de haber
sido colocado aquí recientemente, de lo contrario la gente seguramente se habría
dado cuenta antes, ¿no?
—Ninguna que yo haya visto —habló el esposo, con voz temblorosa.
Si no se forzó la entrada, significa que quien lo hizo tenía una llave o podía forzar
una cerradura. Yo apostaría por lo segundo, simplemente porque cualquiera que
tuviera una llave de esta casa sería sospechoso, al menos por un tiempo. Esta pareja
podría demostrar fácilmente que estaban fuera de la ciudad.
Quería quedarme, pero a medida que el sol se ponía y la oscuridad se cernía
117 sobre el mundo, sabía que no podía. Me picaban los dedos; tenía que escribir sobre
esto. Tendría que escribir una entrada no programada en el blog.
Salí de la multitud y me dirigí a casa. Antes de quitarme los zapatos, puse las
noticias locales en la televisión. En la pantalla apareció otro anuncio de última hora y,
cuando dejé la bolsa en el sofá, oí a Callie caminando con tacones detrás de mí.
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? —preguntó, demasiado arreglada
para una noche en casa.
Apenas la miré mientras respondía:
—Han encontrado otro cadáver. —Señalé el televisor y Callie soltó un gemido.
—No quiero pensar en asesinatos ahora mismo, Stella. Voy a salir con las
chicas. Vamos a bailar como si tuviéramos veinte años otra vez. —Callie soltó una
risita, aunque yo no le veía la gracia, porque sólo teníamos veinticinco. Además,
¿cómo iba a querer ir a bailar ahora? Se movió alrededor del sofá, dándome una
palmada en la rodilla—. ¿Quieres venir? Te vendría bien aliviar el estrés.
Negué con la cabeza, inclinándome a su lado para ver la televisión.
—Espera. ¿No se suponía que estabas en una cita con Killian? ¿Qué ha pasado?
—La expresión dichosa de Callie se desvaneció en seriedad, y de repente se puso
muy sombría cuando me preguntó—: ¿Quieres que lo cancele? Puedo, si ha pasado
algo y quieres hablar…
—Estoy bien, vete —murmuré. ¿Por qué no se iba ya? Entiende la indirecta y
vete, Callie.
—Siempre puedes soltarte y divertirte conmigo…
—Estaré bien aquí, gracias. —Normalmente ni siquiera me preguntaba si
quería ir con ella, porque sabía que diría que no. ¿Qué hacía esta noche tan diferente?
¿Mi cita con Killian? Ya lo había olvidado.
Callie levantó las manos.
—Bien, bien. Me iré. Pero si me necesitas esta noche, mándame un mensaje.
Mantendré mi teléfono en vibrador.
En cuanto se fue, saqué mi portátil y abrí un documento de Word en blanco. La
inspiración era mía esta noche, y no la soltaría hasta tener un post listo. No debería
estarlo, pero me alegré por el segundo cadáver; significaba que estábamos un paso
más cerca de tener oficialmente nuestro propio asesino en serie. El Creador de
Ángeles de Eastland.
Me perdí en mis palabras.
Otro cuerpo fue encontrado esta noche. No tengo que decirte cómo me
hace sentir. Si has seguido este blog durante mucho tiempo, ya deberías saberlo.
No voy a decir que estoy feliz de que alguien encontró la muerte a manos del
Creador de Ángeles, pero estamos mucho más cerca de tener un verdadero
118 asesino en serie en nuestras manos.
El cuerpo fue encontrado en una casa no muy lejos de la mía. Debería
tener miedo, pero no lo tengo. Puede que sea una de las pocas personas que no
teme a la muerte ni a lo que venga después. No soy religiosa, así que la idea de
una vida después de la muerte no me reconforta en absoluto.
Lo que me interesa.
Lo que tengo es curiosidad.
Lo que soy es... tantas cosas diferentes que las palabras no alcanzan a
describir.
¿Quién es el Creador de Ángeles? ¿Por qué dispone los cadáveres de tal
manera que da pie a que se rece por ellos? Las dos víctimas fueron descubiertas
casi una tras otra, pero la primera llevaba mucho tiempo muerta, encerrada y
olvidada en una casa en ruinas. Ésta había sido apoyada en un sofá en un barrio
animado, a la vista de todos. La segunda víctima era más reciente.
Esto significa que nuestro Creador de Ángeles está evolucionando. No
puedo aventurarme a adivinar cómo será su próxima víctima, pero sé de corazón
que será un espectáculo sangriento y glorioso. Será...
132
Capítulo Veintitrés - Edward
N o podía creer que Lincoln hubiera ido a matarla. Sí, era consciente de
que mis obsesiones a veces se me iban de las manos, pero Stella no se
parecía a nadie que hubiera conocido antes. Lo había sabido antes de
poner mis ojos en ella. Era diferente en el mejor de los sentidos, y por extraño que
parezca, había sido necesario intentar matarla para que Lincoln se diera cuenta.
133
En eso tenía que concentrarme: en el hecho de que no la había matado. Ella lo
había convencido, de algún modo, de que al no temer a la muerte, a su figura que
avanzaba, era una de los nuestros. Además, por lo que había oído, la forma en que se
aplastaba contra él cuando la empuñaba con la navaja era... erótica, como mínimo.
Dios, ojalá hubiera estado allí para presenciarlo. Aunque si hubiera estado allí,
probablemente habría intervenido y lo habría detenido, porque no podía imaginarme
una vida sin ella. Ahora que la conocía, ahora que había sentido cada centímetro de
su cuerpo contra el mío, no había forma posible de que quisiera una vida sin Stella.
Era más que adicto a ella y a su extrañeza; la necesitaba como necesitaba el aire para
respirar.
Cuando Lincoln me la trajo a casa, pasé la siguiente hora con ella en mi cama
después de echarlo. Necesitaba estar a solas con ella, asegurarme de que estaba
bien, de que no le había hecho daño a nada. Si lo hubiera hecho, si hubiera marcado
su pálida y bonita piel, no sabía qué habría hecho.
¿Me habría enfadado? Probablemente. ¿Querría herir algo que le importaba en
igual medida? Oh, definitivamente. El problema con Lincoln era que nunca se
preocupó por nadie más que yo, lo cual me parecía bien. Ayudaba con nuestro estilo
de vida.
Pero cuando se trataba de Stella, tenía que sentir algo, tenía que sentirse cerca
de ella de un modo en que nunca antes se había sentido cerca de otra mujer. De
acuerdo, no era la mujer más normal del mundo, pero no necesitábamos la
normalidad, porque no éramos normales.
Diablos, éramos lo más alejado de la normalidad. Éramos un par de tipos que
vivían el uno con el otro y a los que les gustaba compartir todos los aspectos de
nuestras vidas, incluso la gente que llevábamos a casa para follar. No todo el mundo
era tan relajado con esas cosas, lo sabía. No todo el mundo entendería nuestro estilo
de vida, asesinatos ocasionales aparte.
Stella era perfecta para nosotros. Tampoco era normal. Si había una mujer
hecha para nosotros, era ella. Ella había visto el cuerpo que Lincoln había dejado en
su cama, y apenas reaccionó. Si alguien podía soportar un cadáver así, era perfecta
para nosotros.
Ella era nuestra, y haría que Lincoln se diera cuenta muy pronto.
Al final, después de asegurarme de que estaba bien y de disculparme
profusamente por lo que Lincoln había intentado hacerle —es decir, atarla y
follármela hasta que se le nublaron los ojos por el sexo y los orgasmos— dejé entrar
a Lincoln en la habitación.
Era definitivamente diferente a como era con ella antes. Lo que había sucedido
en su casa lo había cambiado, porque Lincoln no era tan dominante en la cama como
solía ser. No era gentil exactamente, pero a su manera, lo era. Incluso la miraba
mientras la penetraba, directamente a sus ojos de otro color, ojos que había dicho en
134 numerosas ocasiones que no le gustaban. Ojos que supuestamente lo volvían loco.
Tal vez Lincoln estaba empezando a darse cuenta de que volverse loco a veces
era el único camino a seguir. ¿Y volverse loco con Stella? Lo mejor.
Cuando terminamos, el espacio entre las piernas de Stella estaba rosado e
hinchado, agotado y dolorido, pero no se quejó. De hecho, durmió profundamente,
casi roncando en mi cama. Su cara tenía la expresión más pacífica mientras dormía,
tranquila y serena. Era una expresión que nunca tenía cuando estaba despierta; tal
vez por eso no podía dejar de mirarla, observando cómo su pecho desnudo subía y
bajaba con cada respiración.
Mientras la miraba fijamente, no podía evitar preguntarme qué había creado a
esta mujer. Qué la había formado de niña para convertirla en lo que era: alguien que
apenas sonreía ni mostraba emoción alguna. Sabía que tenía emociones en el
corazón, porque había visto destellos de felicidad y satisfacción cuando estaba con
nosotros, así que era casi como si las ocultara al mundo. Escondía sus emociones en
un lugar seguro y sólo las dejaba salir cuando sabía que nadie se burlaría de ella por
ello.
Quizá fuera eso. Tal vez se habían burlado de ella mientras crecía. Su obsesión
por los asesinos en serie no era algo nuevo, y los niños podían ser crueles. Si había
estado tan interesada en asesinos como lo estaba ahora mientras estaba en la escuela,
no dudaba que se burlaran de ella. Años de burlas le harían eso a una persona. Las
personas eran criaturas horribles. Por eso normalmente no me importaba demasiado
cuando las mataba... o ayudaba a su muerte si estaba haciendo un trabajo para la
familia.
Y luego, por supuesto, no pude evitar preguntarme si sus padres la apoyaban.
Apenas tenía contacto con ellos, lo sabía, así que lo dudaba mucho. Sin un sistema de
apoyo, ¿cómo demonios se suponía que Stella iba a crecer y ser normal?
Pero ella nos había encontrado. O, mejor dicho, yo la había encontrado a ella,
así que ya no importaba. Su pasado no importaba; sólo importaba su futuro, porque
me condenaría si la dejaba salir de mi vida ahora que la tenía.
Las horas de la mañana llegaron antes de lo que deseaba y me levanté antes de
que la luz del sol adornara las ventanas. Bajé las escaleras y empecé a desayunar.
Dentro de unas horas tendría que ir a trabajar, pero eso significaba que aún me
quedaba algo de tiempo con Stella. La dejaría en su casa de camino, aunque su casa
estaba en la dirección opuesta. No me importaba. Significaba pasar más tiempo con
ella.
Mientras estaba cerca de la estufa, me preguntaba qué haría falta para que se
mudara con nosotros. Probablemente no estábamos preparados para eso, pero era
algo que me rondaba por la cabeza. La quería aquí con nosotros. Quería llegar a casa
del trabajo y encontrarla tumbada en el sofá, sin más ropa que una camiseta. Quería
tenerla constantemente, veinticuatro horas al día y siete días a la semana.
Quizá me estaba pasando. Tal vez era demasiado y demasiado pronto, pero no
me importaba. Quería lo que quería, y la quería a ella. Quería que Stella se convirtiera
oficialmente en una de nosotros, y vivir con nosotros era el primer paso. Los otros
135 pasos... esos no podían ser apresurados. Llegarían con el tiempo.
Hmm. Quizá Lincoln y yo podríamos enseñarle el sótano pronto, a ver qué le
parecía. Dudaba que huyera. En todo caso, Stella sería curiosa y preguntaría para qué
servía cada instrumento. Su mente era a la vez curiosa y morbosa, y era algo que yo
adoraba de ella.
Oí a Lincoln levantarse y arrastrar los pies hacia la ducha, lo que significaba
que Stella estaba sola en mi habitación, dormida. Le había desatado las muñecas hacía
un rato después de ver quemaduras rojas alrededor de ellas. Anoche nos habíamos
puesto un poco salvajes, pero ella no se había quejado ni una sola vez. No era de las
que se quejaban, lo cual era bueno. Quejarse irritaba a Lincoln como ninguna otra
cosa.
Al cabo de un rato, Lincoln bajó los escalones, apenas seco. Estaba desnudo y
se desplomó en el sofá mientras cogía el mando a distancia y encendía la televisión.
Nunca parecía importarle mucho su desnudez, ni siquiera cuando las ventanas
estaban abiertas de par en par. Aquí no había aceras, así que era muy raro que
alguien le viera.
Cortando fruta para acompañar el desayuno, le lancé una mirada. Más bien una
mirada fulminante, pero apenas me prestaba atención.
—Tienes suerte de haber cambiado de opinión —le dije, negándome a
echarme atrás, incluso cuando me miró fijamente con sus ojos oscuros. A diferencia
del único ojo ámbar de Stella, que contenía calidez y un color claro y almibarado, los
ojos de Lincoln eran tan oscuros que sólo eran un tono más claro que el negro. Si la
parca tuviera una mirada, estaba seguro de que sería parecida.
Pero no le tenía miedo. Quizá durante una fracción de segundo, antes de que
me hiciera presente en aquel almacén abandonado hacía tantos años, pero en
realidad no. No sentía miedo. Simplemente no lo sentía.
Me enfrentaría a la bestia.
Levantó una sola ceja, burlón.
—¿La tengo? —preguntó Lincoln, totalmente indiferente—. ¿Qué habrías hecho
tú, Ed? ¿Intentar matarme por venganza? Ambos sabemos que soy la única persona
en el mundo a la que nunca matarías.
—Tienes razón —murmuré, descontento. Lincoln era la razón por la que todavía
estaba aquí, y nunca lo olvidaría. Éramos hermanos unidos por la sangre.
Pero, dicho esto, me sentía extrañamente protector con Stella, teniendo en
cuenta que sólo la había conocido cara a cara la semana pasada. Era como si ya fuera
parte de la familia. Nuestra disfuncional e improvisada familia de asesinos, tanto en
serie como contratados.
—Pero no estoy por encima de la tortura —añadí.
Lincoln soltó una carcajada, levantando los pies sobre la mesita.
136 —¿Me habrías torturado? ¿Todo por ella? Maldita sea, Ed, sabía que lo llevabas
mal, pero no sabía que ya estábamos a ese nivel.
Ya. Como si Stella fuera sólo una fase. Como si esto hubiera pasado antes.
Sí, puede que haya intentado invitar a mujeres a nuestras vidas en el pasado,
con la esperanza de que fueran nuestro eslabón perdido, pero nunca dieron
resultado. Y esas mujeres no se parecían en nada a Stella.
¿Por qué Lincoln estaba tan en contra de admitir que Stella fue prácticamente
moldeada para nosotros? Era perfecta. Encajaba en nuestras vidas sin problemas y
estaba más que de acuerdo con que la compartiéramos. Apenas reaccionaba ante los
cadáveres. ¿Qué más podíamos pedir? ¿Qué más quería este bastardo?
Sabía que probablemente no quería que nadie se uniera a nosotros, siempre
se opuso rotundamente a tener un tercero. No había eslabón perdido a sus ojos. Si se
salía con la suya, seguiríamos siendo un dúo para siempre. Con suerte, la presencia
de Stella podría hacerle cambiar de opinión.
Con un poco de suerte, no volvería a intentar matarla, porque si lo hacía, si lo
conseguía, sabía que me derrumbaría. Era muy poco lo que me mantenía unido, lo
que mantenía intacta mi cordura. El reino de la locura era mi hogar, carisma y
hoyuelos aparte.
—Tortura, ¿eh? —Lincoln continuó, ajeno a mí en la cocina—. Hacía tiempo que
no teníamos que torturar a nadie por la familia. —Y entonces, justo cuando empecé a
preguntarme si tendría que decir algo más, para proteger a Stella de él, dijo algo que
me dejó atónita—: ¿Crees que ella disfrutaría haciendo algo así?
¿Me... me estaba preguntando si pensaba que Stella disfrutaría torturando a
alguien?
Hacer sangrar a alguien, oír sus gemidos de dolor... no se parecía a nada que
alguien pudiera experimentar, a menos que lo hubiera hecho antes. ¿Pero lo
disfrutaría Stella? No sabría decirlo. Sabía que estaba insensibilizada ante la muerte,
pero ¿llegar tan lejos como para infligir dolor a otra persona y disfrutarlo? No lo sabía.
No estaba seguro, así que mantuve la boca cerrada, ensimismado, mientras
imaginaba a Stella clavando un cuchillo en la piel de alguien, presionando lo
suficiente como para cortar la capa superior y dejar que la sangre brotara en una línea
limpia y fina. ¿Sonreiría mientras infligía dolor o preferiría mirar? Hmm. Quizás era
algo en lo que podía pensar hoy. Algo que podría planear, tal vez.
No quería excederme, pero cuando se trataba de Stella, no conocía la
moderación. Ella me hacía sentirlo todo, y yo quería darle la oportunidad de
experimentar el mundo. Y si eso incluía dolor y muerte, estaría más que feliz de estar
a su lado y guiarla a través de ellos.
—No lo sé —susurré, pero me diste una idea maravillosa.
Antes de que Lincoln pudiera decir nada más, Stella bajó las escaleras dando
tumbos y soltando un bonito bostezo antes de murmurar algo sobre un café. Le dije
que le traería una taza, y ella asintió, pasándose los finos dedos por el pelo revuelto y
137 dirigiéndose al sofá donde estaba sentado Lincoln. O no era consciente de su
desnudez o no le afectaba en absoluto. No sabía qué era más gracioso.
En cuanto le di una taza de café —negro, como a ella le gustaba— Stella
prácticamente lo aspiró. Cuando la taza se había consumido por la mitad, agarró el
mando a distancia y cambió de canal hasta que dio con un telediario temprano. En
ese momento estaban hablando del tiempo, pero la siguiente noticia iba a ser sobre
el cadáver encontrado anoche.
—Lo llamo el Creador de Ángeles —habló en voz baja, a nadie en particular. A
ninguno de nosotros, a los dos. Hice una pausa en el corte de la fruta, observando el
asombro que se formaba en su rostro—. Anoche pude ver el cadáver. Está
evolucionando, cada vez más seguro de sí mismo.
—El primer cadáver se encontró hace sólo unos días —murmuró Lincoln,
frunciendo el ceño. No le entusiasmaba que le hubiera cambiado de emisora, pero no
le importaba lo suficiente como para volver a hacerlo—. Ningún asesino se vuelve tan
confiado tan rápido. O lleva tiempo matando o lo ha planeado. —Habló con
convicción, como si fuera el mismísimo Creador de Ángeles.
Que no lo era. Ninguno de nosotros lo era. Nos gustaba matar, pero no
hacíamos un espectáculo público de ello.
Stella se calló, pensando en las palabras de Lincoln. Tardó en asentir.
—Creo que tienes razón, pero eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué más tiene
planeado? ¿Y quién es su público? ¿A quién quiere como testigo? Dejar el cuerpo en
una casa, cerca de una ventana...
Serví la fruta cortada en tres platos distintos y me centré en las tortillas.
—Atrevido —dije—. Es obvio que quiere que alguien le preste atención.
—¿Pero quién? —preguntó ella—. ¿Quién quiere que preste atención? —Stella
frunció los labios, labios que todavía estaban un poco crudos por las actividades de
la noche anterior—. ¿Y si... y si es a mí a quien quiere? Me encontraron a través de
mis artículos, así que no es tan descabellado. ¿Y si ustedes dos no fueran los únicos
asesinos que leen mis cosas?
Hice una pausa y miré a Lincoln a los ojos. Estaba seguro de que no quería a
nadie más husmeando alrededor de Stella —y eso incluía a su puto jefe y al tipo que
fuera su Creador de Ángeles— y parecía que Lincoln pensaba lo mismo. Un paso más
allá de querer matarla.
Pasó un momento antes de que dijera:
—No está fuera de lo posible. Deberías tener cuidado. No vayas sola a ninguna
parte. —Me habría ofrecido a pasar el día investigando al Creador de Ángeles, pero
tenía trabajo. Además, Lincoln era el policía, no yo.
—Callie siempre está fuera —dijo Stella—. La mayor parte del tiempo estoy
sola en casa.
—Entonces quizá deberías quedarte aquí —le dije.
138 Ella negó con la cabeza.
—No. Si todo esto es por mí, quiero verlo terminado.
La miré fijamente, sabiendo exactamente lo que quería decir. Quería ver qué
más haría por ella, cuántas personas más acabarían en sus manos en su nombre. Stella
podía estar muy equivocada, y tal vez el Creador de Ángeles no se estuviera
centrando en ella; tal vez todo fuera una gran coincidencia, pero era difícil pensar eso
cuando yo la había encontrado de la misma manera. Cosas más raras habían pasado.
¿Y si este Creador de Ángeles quería su atención porque quería que escribiera
sobre él? La mayoría de los asesinos de hoy en día querían fama, ser inmortalizados.
Incluso si su teoría era como agarrarse a un clavo ardiendo, porque hasta donde yo
sabía no había pruebas que apuntaran a su inclusión de Stella, era posible. La policía
se le habría echado encima si hubiera una conexión evidente entre ella y el Creador
de Ángeles.
—Bien, pero sin riesgos innecesarios —dije—. Intenta estar a salvo, y si crees
que está cerca de ti, llámame.
Lincoln se rio en silencio, consiguiendo soltar una risita:
—Menudo héroe.
Stella sonrió un poco.
Sabía que no había nada que pudiera hacer para que Stella se diera cuenta de
que, si iba tras ella, sólo daría unos cuantos pasos antes de ir directamente por ella.
Si su obsesión era como la mía, sólo era cuestión de tiempo que intentara tenerla, sin
importarle lo que ella quisiera. Aunque, con sus extraños procesos de pensamiento,
tal vez ella lo querría igual que nos quería a Lincoln y a mí. Tal vez no éramos
suficientes para ella.
No. Me negué a pensar en ello. No lo haría. Sólo me volvería loco.
Y ahora mismo, teníamos toda la locura que necesitábamos con el Creador de
Ángeles.
Capítulo Veinticuatro - Stella
143
S é que no es mi hora habitual de publicación, pero me parece que no
puedo guardarme mis pensamientos. Sé que todos están
acostumbrados a mis pensamientos incoherentes —a veces doy
rienda suelta a mis entradas en el blog, soy más libre con mis palabras aquí de
lo que nunca lo soy con los artículos que publico en el periódico local— pero esta
entrada... va a ser diferente a las demás.
Porque, aunque normalmente divago sobre mis pensamientos o te doy
datos poco conocidos sobre los muchos asesinos en serie de la historia, el post
de hoy no tratará de eso. Esto es diferente a cualquier otro post que he hecho.
Es un post de llamada. Este post está destinado a los ojos de una sola
persona, aunque sé que más de un conjunto lo verá. Mi blog ha sido y será
siempre público, y quizá por eso mi alcance es tan amplio. Estás acostumbrado
a que te diga la verdad en mis otros artículos si me sigues allí, así que voy a ser
franca.
Esto es para ti. Sabes quién eres. No tienes ninguna duda de que esto no es
para ti, lo cual es bueno, porque nunca esperaría que alguien como tú tuviera
dudas de sí mismo. ¿Cómo podrías, con todo lo que has hecho y todo lo que
planeas hacer?
Ambos sabemos que aún no has terminado. Ambos sabemos que habrá
más por venir. Más muerte, más sangre, más preguntas. No finjamos lo
contrario, tú y yo. Ambos somos más listos que eso.
Vayamos al grano: este artículo es para ti, simplemente porque quiero
hacerte algunas preguntas. ¿Por qué ellas? ¿Te importaban sus vidas o
simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado?
Aunque supongo que para ti sería lo contrario: estaban en el lugar adecuado en
el momento adecuado para convertirse en una de tus víctimas. Pero estoy
divagando.
¿Por qué rezan? ¿Es la salvación lo que buscan, incluso después de la
muerte? ¿O es a ti a quien rezan, a su dios de sangre y muerte, a su salvador del
caos del mundo? Después de todo, ¿qué podría darles Dios que tú no pudieras?
¿Cuánto tiempo has planeado esto? ¿Cuántos años llevas con estas ideas
en la cabeza, formulándose en tu mente hasta que tienes algo concreto?
¿Has matado antes? Apuesto a que sí. Apuesto a que el asesinato no es
nada nuevo para ti, lo que plantea otra pregunta.
¿Por qué hacer esto ahora? ¿Qué hubo en esta semana que te hizo decidir
que era la semana para desatarte sobre el mundo, un azote sobre la humanidad?
Dímelo, porque me muero por saberlo.
La verdad es que quiero saber más de ti. Necesito saber más. Si estás
leyendo esto, y tengo la fuerte sensación de que es así, cuéntame más. Quiero
saber más de ti, qué te hizo, qué pensamientos pasan por tu cabeza mientras
descuartizas a tus víctimas y dispones sus manos hacia el cielo.
¿Por qué hacerles rezar cuando ya están muertos? ¿Qué sentido tiene todo
esto?
144 ¿Eres un hombre religioso? ¿Crees en Dios? ¿En una vida después de la
muerte? Por favor, dime, quiero saber todo lo que hay que saber sobre ti, porque
no puedo evitar sentir que yo te traje aquí. No es que yo te haya hecho, per se;
no es que te haya hecho de la piedra y te haya soltado por el mundo. Pero he
tenido algo que ver, como todos los que adoran leer sobre gente como tú.
Nosotros te hicimos. Nosotros te creamos. La sociedad te ha fallado, y
ahora quieres hacerla pagar y que nosotros miremos y nos preguntemos.
Pero no te tengo miedo, a diferencia de los demás. No te tengo miedo ni a
lo que puedas hacer.
Ahora es cuando puede que te estés haciendo tus propias preguntas. ¿Por
qué no tengo miedo? ¿Por qué no te tengo miedo como el resto de la población?
Después de todo, en teoría podrías atacar en cualquier momento. Podrías ser
cualquiera, llevar cualquier cara, y nadie lo sabría. ¿Por qué soy tan atrevida
como para decirte libremente que no tengo miedo?
Porque no lo tengo. Porque, como tú, soy diferente a los demás. Porque
soy curiosa y soy lógica. No hay nada que temer en esta vida. Nada en absoluto.
El miedo es una construcción hecha por el hombre. El miedo no es real.
No te tengo miedo, y si alguna vez te conociera, te lo diría a la cara. Puede
que creas que tienes el poder, puede que creas que eres imparable, pero no eres
más que un hombre. En el fondo, no eres tan diferente a mí. Nos parecemos en
más cosas de las que crees.
Cuéntame más sobre ti. De dónde vienes. Cuéntamelo todo sobre ti, y te
prometo que te haré justicia de una forma que las cadenas de noticias nunca,
nunca podrían. No te psicoanalizaré; sólo diré lo que es. Lo que será. Te daré el
respeto que mereces, porque estás por encima de los demás. Eres sólo un
hombre, y sin embargo eres mucho más.
Eres más que tu piel y tus huesos juntos. Eres tu mente, y me muero por
ahondar en ella y sentir lo que tú sientes.
A estas alturas, aunque no seas tú a quien me dirijo, probablemente ya
habrás adivinado a quién va dirigida esta entrada del blog. Incluso puede que
estés pensando en comentar y hacerte pasar por él. En ese caso, sabré que no lo
eres, porque la persona con la que estoy hablando nunca haría algo tan estúpido,
así que déjalo estar, y deja que venga a mí sin tu interferencia.
Sí, todo esto es para ti, Creador de Ángeles. Quiero respuestas.
Estaré esperando tu próxima revelación con la respiración contenida. No
me hagas esperar demasiado.
No podía creer que se atreviera a escribir una entrada entera dedicada a mí.
Casi como si fuera sólo para mis ojos. Ella sabía que hice todo esto por ella. Lo sabía,
y aun así estaba tan ciega. Nunca dejaba de sorprenderme lo ciega que puede ser la
gente.
145 Hasta que los hice ver. Hasta que los obligué a arrodillarse y a rezar a cualquier
Dios en el que creyeran. ¿Su Dios respondió alguna vez? No, porque no había Dios.
No había ningún ser supremo en el cielo que pudiera salvarlos de su dolor. No había
nada allá arriba que pudiera salvarlos de mí.
No es que me creyera un ser todopoderoso. Como ella había dicho, no era más
que un hombre. Sin embargo, era un hombre que sabía de lo que era capaz. Todos
los demás nunca estaban a la altura de su potencial. Yo los ayudaba.
Eso parecía no ser algo que ella entendiera.
Decía ser como yo, casi decía conocerme, y sin embargo era tan ajena a todo
lo que yo hacía. No me conocía. Recientemente me había dado cuenta de que si quería
llamar su atención, tendría que ser algo grande.
¿Qué mejor manera que llamar a su animal interior? ¿Qué mejor manera que
excitar a la bestia que lleva dentro? Si era como yo, necesitaba una llamada de
atención. Stella Wilson recibiría una, y yo esperaba que fuera lo que ella quería.
¿Quería sangre? ¿Quería muerte y destrucción? Entonces la tendría.
Estaba harto de pasar desapercibido, de ser invisible para los demás. Quería
que todos me vieran como era, no como fingía ser. Quería ser el centro de atención y
quería que ella estuviera conmigo.
Ella debería estar conmigo. Yo le haría ver la luz, ver la verdad del asunto. Ella
era mía, sólo que no lo sabía.
Me pareció irónico que publicara este post hoy. Irónico porque tenía a otra
persona, lista para irse. Ella todavía estaba viva, pero no lo estaría por mucho tiempo.
Tenía un lugar preparado, y antes de leer esta entrada de blog, en realidad tenía un
plan que involucraba a Stella. Todo tendría que moverse en mi línea de tiempo, pero
yo podría hacer que funcione. Tenía que hacerlo.
¿Cuántas veces me había visto? ¿Cuántas veces habíamos estado en el mismo
maldito sitio y no tenía ni idea de a quién estaba mirando? Estaba cansado de ser un
extraño en mi propia piel. Esta no era la vida que quería vivir. Necesitaba un cambio,
y esta noche lo conseguiría. Muy pronto, ella lo vería.
Esta noche, todo cambiaría.
Esta noche, Stella se daría cuenta de que siempre había sido mía.
146
Capítulo Veintiséis - Stella
158
Capítulo Veintinueve - Killian
N o fue así como pensé que sería. No era para nada como había planeado
que fuera nuestro fin de semana. Si Stella no hubiera huido de mí, todo
podría haber ido según lo previsto. Pero no, aquí estaba yo, en las
primeras horas del amanecer, aparcando mi coche a pocas casas de la suya, saliendo
con el ceño fruncido.
159
Llevaba guantes de cuero, y me picaban mientras me dirigía a la acera y subía
por su entrada. Después de echar un vistazo a mi espalda para asegurarme de que no
había nadie mirando, me metí la mano en el bolsillo y saqué mi equipo. En un minuto
entré por la puerta principal y la cerré tras de mí.
La casa no era suya. Era alquilada, la misma casa en la que había estado los
últimos años, desde que se graduó en la universidad y se mudó aquí con su amiga.
Callie.
Tras esperar un momento y no oír nada, me puse a investigar a mi querida
Stella. Encontré un desorden en el salón, un plato de pizza a medio comer y una sola
lata de gaseosa. Una manta colgaba sobre el sofá, usada. Pasé la mano enfundada en
cuero por encima, enrosqué lentamente los dedos alrededor de ella y me la llevé a la
cara, inhalando.
Como la lavanda. Como Stella. Un aroma calmante.
Dejé la manta en el suelo y salí al pasillo. Parecía que no había nadie en casa,
lo cual era bueno, porque ahora mismo necesitaba tiempo para pensar. Sabía que
Stella se había ido a casa con aquel rubio del bar. En el fondo, en mis entrañas, lo
sabía y lo odiaba.
Así que hice un poco de acecho. Era algo que se me daba extraordinariamente
bien.
Imagina mi sorpresa cuando descubrí que no sólo estaba con un hombre, sino
con dos. Dos hombres, pero ella ni siquiera podía mirarme durante más de un minuto
sin que el asco cruzara su rostro. Esos tipos no sabían quién era. No la conocían como
yo. La conocía desde hacía años. Había roto con Julie por ella. Terminé las cosas para
nosotros, porque sabía que Stella se suponía que era mía.
No la entregaría a dos extraños.
Eché un vistazo rápido al cuarto de baño, mirándome en el espejo antes de
abrir el botiquín y mirar dentro de los cajones del tocador. Lo dejé todo como lo
encontré y estaba a punto de cerrar el último cajón cuando algo redondo y naranja
llamó mi atención. Vacilante, lo saqué del cajón y lo giré para ver el nombre de la
receta y la fecha.
Tenía un año y seguía lleno.
No reconocí el nombre del medicamento, pero lo archivé en mi cabeza
mientras devolvía el pastillero al cajón y lo cerraba lentamente.
La habitación de Stella estaba justo al lado del cuarto de baño, y fui
directamente allí, examinando el espacio. No era una habitación enorme, pero estaba
llena de su olor. Su ropa y sus pertenencias. Nunca me había sentido tan cerca de ella
como ahora, cuando estaba en su habitación, sin conocerla. Aquí era donde dormía,
cuando no estaba atrapada por esos dos imbéciles.
Aquí era donde haría mía a Stella.
Porque ella sería mía; sólo que aún no lo sabía.
164
Me llamo Stella y, tras veinticinco años de vida, por fin empiezo a comprender
lo que significa estar viva.
Edward y Lincoln han tomado mi vida y la han convertido en un torbellino de
sexo, dolor y sangre. Me han enseñado cosas que nunca habría imaginado, me han
hecho sentir emociones reales y genuinas por primera vez en mi vida. Se lo debo
todo.
Hay una oscuridad dentro de mí, una que no sabía que existía hasta Edward y
Lincoln, y juntos nuestras bestias chocan y hacen algo verdaderamente nuevo y
aterrador. Nos parecemos en más de un sentido.
Pero el Hacedor de Ángeles se acerca cada día que pasa. Cuando se revele
ante mí, cuando finalmente se despoje de su máscara y salga a la luz... ¿qué haré?
¿Qué puedo hacer? Me siento atraída por él igual que me siento atraída por mis dos
psicópatas.
Pase lo que pase, sabes que va a ser sangriento.
Este es un romance oscuro, por qué elegir, destinado a lectores mayores de 18
años.
Acerca de la Autora
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Hola, chicos. Soy escritora, oficinista, esposa, madre de dos perros y dos gatos,
y la mitad de una extraña pareja de jóvenes adultos que cambian las casas en las que
viven con el objetivo de no tener hipoteca (¡para poder centrarme finalmente en mi
carrera de escritora!). Ni que decir tiene que estoy ocupada.
Aun así, encuentro tiempo para escribir, leer y disfrutar de la vida. Ojalá tuviera
más horas al día.
Si estás activo en Goodreads y tienes intereses similares, hazte amigo mío. No
muerdo. O si prefieres seguir mis reseñas, también puedes hacerlo.
¡Feliz lectura!
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