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grisy taty
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TRADUCCIÓN

Mona
CORRECCIÓN

grisy taty
DISEÑO

Kaet
Contenido
Importante ___________________________________________________________ 3
Créditos ______________________________________________________________ 4
Sinopsis ______________________________________________________________ 8
Capítulo Uno - Stella ___________________________________________________ 9
5 Capítulo Dos - Lincoln ________________________________________________ 17
Capítulo Tres - Stella _________________________________________________ 21
Capítulo Cuatro - Edward _____________________________________________ 31
Capítulo Cinco - Stella ________________________________________________ 37
Capítulo Seis - Stella __________________________________________________ 42
Capítulo Siete - Lincoln _______________________________________________ 46
Capítulo Ocho - Stella_________________________________________________ 52
Capítulo Nueve - Stella________________________________________________ 58
Capítulo Diez - Edward _______________________________________________ 64
Capítulo Once - Killian ________________________________________________ 70
Capítulo Doce - Stella _________________________________________________ 75
Capítulo Trece - Lincoln_______________________________________________ 80
Capítulo Catorce - Stella ______________________________________________ 88
Capítulo Quince - Edward _____________________________________________ 93
Capítulo Dieciséis - Stella _____________________________________________ 98
Capítulo Diecisiete - Lincoln __________________________________________ 103
Capítulo Dieciocho - Stella ___________________________________________ 105
Capítulo Diecinueve - Killian _________________________________________ 110
Capítulo Veinte - Stella ______________________________________________ 116
Capítulo Veintiuno - Lincoln __________________________________________ 121
Capítulo Veintidós - Stella ____________________________________________ 127
Capítulo Veintitrés - Edward _________________________________________ 133
Capítulo Veinticuatro - Stella _________________________________________ 139
Capítulo Veinticinco - El Hacedor de Ángeles __________________________ 143
Capítulo Veintiséis - Stella ___________________________________________ 147
Capítulo Veintisiete - Lincoln _________________________________________ 152
Capítulo Veintiocho - Stella___________________________________________ 157
Capítulo Veintinueve - Killian _________________________________________ 159
Cold Dark Souls _____________________________________________________ 164
Acerca de la Autora _________________________________________________ 165

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Cruel Black Hearts

libro uno
Sinopsis
Un Romance Oscuro “Por Qué Elegir”

Me llamo Stella y estoy vacía. Estoy rota. No soy nada.


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LO ÚNICO QUE DISFRUTO DE MI VIDA ES MI TRABAJO EN EL
TRIBUNE. Tanto mi editorial como mis escritos PERSONALES se centran en asesinos
en serie. Ni siquiera mi mejor amiga entiende mi obsesión con ellos. Nadie lo
entiende.

Hasta que los conozco.

Hasta que Lincoln y Edward irrumpen en mi vida, PRENDIENDO FUEGO EN


MI INTERIOR Y DESPERTANDO PARTES DE MÍ QUE NO SABÍA QUE
EXISTÍAN. Lujuria, deseo, sumisión total. Juntos, me hacen sentir viva. Casi completa.

Al instante me doy cuenta de que ambos me ocultan algo. Edward y Lincoln no


son quienes pretenden ser: hay una oscuridad en su interior, y es igual que la mía. BESTIAS
ESPERANDO A EMERGER.
Pero su oscuridad no es lo único que acosa mis pensamientos. Hay un asesino
al acecho, QUE HACE QUE SUS VÍCTIMAS RECEN A SUS DIOSES DESPUÉS
DE MATARLAS. Yo lo llamo el Hacedor de Ángeles, y puede que yo sea su próximo
ángel.

Este es un romance oscuro de por qué elegir destinado a lectores mayores de


18 años.
***ADVERTENCIA: Esta es una historia oscura y psicológicamente retorcida
que involucra violencia, acoso y otros temas que algunos lectores podrían encontrar
desencadenantes. Advertencia para mayores de 18 años.
Capítulo Uno - Stella

¿Q ué hace a un asesino?
No me refiero a la piel y los huesos de un hombre, sino a
lo que les dio forma, lo que los llevó por el camino oscuro y
sangriento que tomaron. Somos iguales, universalmente,
9 técnicamente, pero nadie puede negar que existe una marcada diferencia entre
los justos y los malvados. Los asesinos y los salvadores. Los buenos y los malos.
Y, por supuesto, ya me conoces. Este artículo no trata de crímenes
pasionales, porque todos somos capaces de ataques de ira y violencia cuando se
nos lleva al límite.
Cuando digo qué hace a un asesino, lo que realmente quiero decir es qué
hace a un asesino en serie. ¿Qué hace que alguien mate a varias personas de
forma premeditada en varias ocasiones, normalmente de la misma forma
espantosa?
Los asesinos en serie siempre han fascinado a la opinión pública, y yo
misma admitiría libremente ser una de esas personas. Los noticiarios, las vistas
judiciales... estoy obsesionada como la que más. Como una adicta, no tengo
suficiente, y supongo que por eso siempre envío artículos como éste para el
número de los miércoles del Local Tribune.
Pero no importa mucho, porque aquí estás, todavía leyendo. Eso significa
que eres tan esclavo de esto como yo. Es bueno para ti, en realidad, porque voy
a decirte algo que los psicólogos no dirán, algo que los medios de comunicación
nunca se atreverían a emitir en sus canales de noticias. Es una verdad que puede
hacer tambalear tu base imaginativa de asesinos en serie, aunque si eres como
yo, no te sorprenderá.
Esta es la verdad que la mayoría no quiere oír: los asesinos en serie son
como tú y como yo. Ellos son nosotros, y nosotros somos ellos. No podrías elegir
a un asesino en serie de una rueda de reconocimiento, no podrías sentir a un
asesino en serie acechándote por la calle. Tienden a mezclarse, que es en lo que
nosotros, como humanos, somos tan buenos. Evitando el ojo público,
pretendiendo no ser interesantes. Los asesinos en serie son maestros del disfraz,
gurús de su sangriento oficio. Es por eso que algunas de sus juergas duran
décadas.
Claro, algunos de ellos pueden haber tenido una mala infancia. Algunos
han sufrido abusos físicos, mentales o sexuales. Algunos son marginados, el
raro de la clase en el que nunca te fijaste mientras crecías.
Pero les planteo lo siguiente: no todas las malas infancias convierten a los
niños en aspirantes a asesinos en serie, y no todos los niños callados y raros de
tu clase resultaron ser alguien como Jeffrey Dahmer o Ed Gein. Es, casi
aterradoramente, difícil señalar y predecir quién crecerá para convertirse en el
próximo BTK.
Y si de alguna manera puedes, dirígete al FBI. Estoy segura de que les
encantaría tenerte.
Los psicólogos dirían que hay un desequilibrio en sus cerebros, que les
falta un componente clave de la vida humana, de la emoción humana: la
empatía. Y, lógicamente, todos estamos de acuerdo porque tiene sentido.
¿Quién podría acabar con la vida de otra persona, quién podría arrancar la piel
del hueso y hacer pantallas con el cuero seco? Seguramente no alguien que
10 siente empatía por sus víctimas.
Una vez más, voy a hacer de abogado del diablo y decir que, como
sociedad, carecemos de empatía. Nos avergonzamos unos de otros, culpamos a
las víctimas de delitos violentos, decimos a nuestros sin techo que es culpa suya
que vivan en la calle. No nos responsabilizamos de nadie más, y me atrevería a
decir que no nos importa nadie más que nosotros mismos.
¿Me equivoco?
¿Puede demostrarlo?
¿Cómo es un asesino? La investigación y las emisoras de noticias le
harían creer que todo está resuelto, pero estoy aquí para decirle que no es tan
simple. Estoy aquí para decirte la única respuesta real a esa pregunta.
No lo sabemos.

La pantalla del portátil era demasiado brillante para mí, así que pulsé el botón
de brillo varias veces, atenuando la pantalla mientras releía lo que había escrito.
Tomé un sorbo de café solo, sin azúcar ni nata. Su sabor amargo seguía caliente
mientras tragaba.
Me senté en la cafetería en la que siempre me sentaba cuando escribía mis
artículos para el Local Tribune. Una tienda de pueblo con apenas una docena de
mesas y viejas máquinas ruidosas y oxidadas. El nuevo Starbucks que había al final
de la calle casi les había dejado fuera del negocio, pero siempre habría gente como
yo, gente que se negaba a cambiar.
El cambio no siempre es bueno, lo sabía por experiencia.
Tras guardar el documento, mis ojos miraron la hora. Mierda. Tenía
exactamente diez minutos para enviar el artículo por correo electrónico a mi jefe y
correr calle abajo y atravesar el tráfico hasta las oficinas del Tribune. Eso sí que era
esperar hasta el último minuto para entregar el trabajo.
Rápidamente hice lo que tenía que hacer, cerré el portátil y terminé los últimos
sorbos de café. Mientras me afanaba en meter el portátil en la bandolera, sentí que
alguien me miraba.
Levanto la vista y me encuentro con los ojos verde claro de un hombre sentado
a unas mesas de distancia. No parecía mucho mayor que yo; en todo caso, parecía
uno o dos años más joven. Yo solo tenía veinticinco años, una jovencita si nos
ateníamos a los estándares actuales.
Pero bueno, al menos ya no vivía con mis padres; alquilé una casa en la ciudad
con mi mejor amiga del instituto. No estábamos demasiado lejos de nuestro pueblo
natal, pero sí lo suficiente como para no tener que preocuparnos por ver a nadie que
conociéramos del instituto cuando salíamos a hacer la compra. No solía caerle bien a
la gente, por la razón que fuera, y nadie de nuestro pueblo natal se dejaría atrapar en
11 una ciudad como esta.
Demasiado pobre. Demasiado de clase media-baja para ellos.
Pero volvamos al hombre.
No era una supermodelo y llevaba el pelo castaño recogido en un moño
desordenado. No se me veía el escote, pues llevaba una simple camiseta negra que
me llegaba hasta el cuello y me cubría los brazos. Vaqueros y botas. Un atuendo
normal para el clima a veces cálido, a veces frío que teníamos aquí. Mi madre siempre
había dicho que yo era guapa, única, pero yo no pensaba lo mismo. Aparte de la única
característica que me definía, pensaba que era normal en general.
Era mi heterocromía. Mi ojo izquierdo era marrón ámbar cálido, del color del
chocolate con leche. ¿Pero mi ojo derecho? Era de un azul asombrosamente brillante
y luminoso. Cuando la gente me miraba, solían hacer comentarios sobre mi mirada
única y lo bonita que era.
Era ridículo y exasperante lo mucho que un simple ojo azul podía cambiar la
perspectiva que la gente tenía de ti. Pero claro, cuando me conocían, no era solo una
chica guapa con unos ojos raros. Era extraña en todos los sentidos, lo cual funcionaba
bien, porque la mayoría de la gente tampoco me caía bien. Era simpática y amable
con ellos, pero ¿querría salir con ellos? No. Callie era la única amiga que necesitaba.
Miré fijamente al hombre. Era bastante guapo, pero no me llamaba la atención.
Pelo castaño corto, unos tonos más claro que el mío. Parecía bastante delgado, pero
quizá fuera porque estaba sentado.
Una vez que nuestras miradas se encontraron, fue una batalla sin palabras.
¿Quién apartaría primero la mirada?
Yo, porque tenía que ir a una reunión.
Me levanté del asiento, me colgué el bolso al hombro y me dirigí a la puerta.
Tiré la taza de café y empujé la puerta de cristal con la espalda. Era... tan molesto que
la gente me mirara como si fuera un fenómeno de circo porque mis ojos eran
diferentes. De acuerdo, los médicos habían dicho que la diferencia de color era casi
inaudita para alguien con heterocromía, pero para mí no era más que una excusa.
Una excusa médica para que los demás me miren.
No me gustaba que me miraran. La naturaleza intrusiva inherente al hecho de
que me miraran nunca me gustó. Al igual que los asesinos de mis artículos —y los de
la vida real, suponía— yo también quería pasar desapercibida, que nadie se fijara en
mí. No era mucho pedir. Que me dejaran ser un engranaje más de la máquina que era
la sociedad humana.
El sol brillaba en lo alto mientras me apresuraba por la acera, cruzando
imprudentemente una vez que no pasaban coches. La acogedora cafetería estaba al
borde del distrito comercial de la ciudad, y las oficinas del Tribune se encontraban
en el centro, entre los bancos, los restaurantes y los grandes almacenes. Era casi la
una, lo que significaba que tenía que acelerar el ritmo, porque si no llegaría tarde y
Killian no me dejaría de molestar. Mi jefe siempre intentaba exigirme más que a los
12 demás, por alguna razón.
Era molesto.
Apresuré el paso, prácticamente corriendo para cuando el edificio de oficinas
del Tribune apareció a la vista. Un pequeño edificio de una planta, nada
impresionante. En algún momento fue otro banco, pero éste quebró.
Cómo quebró un banco, nunca lo sabré.
Pero, de todos modos, el Tribune lo compró, hizo unas pequeñas obras para
convertir su interior en un espacio diáfano y ¡bum!, el periódico local pasó de ser un
edificio viejo y anticuado a un auténtico establecimiento comercial.
Ocurrió hace como veinte años, así que no estaba muy segura de la historia, ya
que entonces tenía cinco años, pero es lo que Killian me había contado.
Las puertas de entrada a la oficina me ofrecieron poca resistencia cuando entré,
encontrándome con el desordenado interior del edificio. Escritorios, escritorios y
más escritorios, cada uno con su propio ordenador y pilas de papeles, estaban
dispuestos en la zona delantera. Los archivadores se alineaban a ambos lados de las
paredes, y el despacho privado de Killian estaba al fondo. Había una parte separada
del edificio donde se imprimía el periódico, pero nunca volví allí. No me hacía falta.
Me acerqué a mi escritorio, colgué la correa de mi bolso contra el respaldo de
la silla y saqué el portátil mientras una mujer pasaba a mi lado y murmuraba:
—Por poco no lo consigues.
Sandy, creo que se llamaba. Una mujer bastante agradable. De mediana edad,
se había divorciado recientemente, si la banda blanca de piel de su dedo anular
servía de indicio. Desde que se quitó el anillo, había optado por ropa escotada y
ajustada, junto con un maquillaje que ni Callie se habría puesto en el instituto.
Llamando la atención, supongo.
—Ya estoy aquí —murmuré, siguiéndola a ella y a los demás empleados a
tiempo parcial hasta la zona de conferencias de la parte trasera. Básicamente era una
gran mesa redonda con sillas giratorias, justo delante de las paredes de cristal que
rodeaban el despacho de Killian. No era una sala de reuniones privada, eso habría
sido demasiado.
Cada uno se fue a su sitio. Yo conocía la mayoría de sus nombres y ellos me
conocían a mí, pero no solían hablarme. Lo cual estaba bien, porque como dije, no
necesitaba amigos. Los amigos eran sólo personas a las que les dabas la oportunidad
de decepcionarte. Era la triste verdad que había aprendido en mi vida. Callie era más
que suficiente.
Algunos trabajaban con tabletas, otros sólo con blocs de notas. Yo era la única
que llevaba un portátil, que tenía unos cuantos años. Aún no tenía dinero para
cambiarlo, así que esperaba que durara. Ahora mismo, la mayor parte de mi dinero
se iba en el alquiler y las facturas de los servicios públicos. Ni siquiera tenía coche.
No lo necesitaba aquí.
13
Y, obviamente, de ninguna manera me arrastraría hasta mis padres para
pedirles dinero. Los dejé, dejé esa vida, hace mucho tiempo.
Cuando dejé el portátil y levanté la tapa, Killian salió de su despacho. Llevaba
unos elegantes pantalones negros y un chaleco oscuro sobre la camisa abotonada,
con las mangas remangadas como si fuera una especie de gran apostador en Las
Vegas. Era un hombre bastante guapo, principalmente irlandés, si es que su pelo rojo,
sus ojos claros y la inmensa cantidad de pecas que tenía en la cara significaban algo.
—Stella —Killian pronunció mi nombre lentamente, como hacía siempre—, me
alegra ver que te has unido a nosotros.
Cómo odiaba que me llamaran la atención delante de todos. Que me señalaran,
que me sacaran de entre la masa anónima, era lo único que odiaba por encima de
todo. Él lo sabía, pero aun así lo hacía cada vez que nos reuníamos. Era lo único con
lo que podía contar de él, y me incomodaba cada vez.
Me removí en el asiento, muy incómoda, y murmuré:
—Siempre estoy aquí. —Era cierto, nunca me perdía una reunión. Siempre
estaba aquí, justo a tiempo. Nunca llegaba tarde ni temprano.
¿Por qué iba a pasar aquí más tiempo del necesario? Nunca entendí a la gente
que llegaba a su trabajo quince minutos antes. Eran quince minutos enteros que
podían haber utilizado para hacer literalmente cualquier otra cosa.
Killian aún no había terminado conmigo.
—¿Y tu artículo para el periódico de esta semana?
—Lo envié hace diez minutos. —Mi respuesta debió de ser divertida, porque
todos los comensales empezaron a reírse entre dientes y enseguida intentaron
disimular su diversión. Hice todo lo posible por ignorarlos. Mi vida no giraba en torno
a otras personas o a su aprobación, y eso incluía la de Killian.
Lo único que hizo Killian fue asentir con la cabeza, guardándose para sí el por
supuesto que sí. A estas alturas, no debería sorprenderse. Es lo que yo hacía, lo que
he hecho desde el primer día en este trabajo, y era lo que seguiría haciendo hasta
que renunciara o me despidieran: entregar mis artículos en el último segundo
posible.
La reunión se alargaba y yo intentaba tomar notas sobre el objetivo de los
periódicos de la semana siguiente: el Local Tribune publicaba un periódico los
miércoles y otro los domingos, así que nunca me faltaba trabajo. Pero yo sólo
trabajaba a tiempo parcial, como todo el mundo. Una forma que tenía la empresa de
evitar pagar el seguro médico.
Pero a mí no me importaba mucho. No tenía seguro. Si me pasaba algo, sólo
quería morir. No pierdas el tiempo tratando de salvarme, ¿sabes? Yo no era
importante.
Sólo era... yo.
14 Cuando terminó la reunión y todo el mundo estaba recogiendo para marcharse
o volver a sus mesas, Killian me sorprendió.
—Stella, ¿puedes esperar un poco? Hay algo de lo que quiero hablarte. —Entró
en su despacho y me pidió que lo siguiera, sabiendo que tenía que hacerlo porque
era mi jefe, aunque no era mucho mayor que yo.
Nunca tuve problemas con Killian. Era un buen tipo, supongo, pero después de
la fiesta de Navidad del año pasado, cuando se emborrachó tanto que prácticamente
se me tiró encima... y luego vomitó en mis zapatos, bueno. Era difícil mirarlo de la
misma manera después de eso. En ese momento, acababa de superar una ruptura
muy mala, así que lo dejé en paz, no le di mucha importancia. Todo el mundo tiene
derecho a tener su propia crisis mental de vez en cuando. La vida era dura.
No, no sólo dura. La vida era una absoluta mierda.
Cerré el portátil y lo recogí mientras me levantaba. Tuve que esconder la
entrada del blog que había empezado a escribir en lugar de tomar notas durante la
reunión. Por fin estaba recibiendo suficiente tráfico de Internet en mi blog para
empezar a ganar algo de dinero con él, y no estaba dispuesta a dejarlo por un trabajo
a tiempo parcial. Era un blog que empecé en la escuela secundaria, cuando bloguear
se consideraba un poco más genial que ahora.
Aunque estaba segura de que había gente por ahí que nunca lo consideró
genial. Callie estaba entre ellos, pero me apoyaba igualmente. Normalmente.
En cuanto entré en su despacho, cerró la puerta y bajó las persianas. Un poco
raro, y seguramente daría que hablar a los demás, porque ya pensaban que Killian y
yo manteníamos algún tipo de relación secreta, pero no dije nada. Me senté en uno
de los dos sillones de cuero frente a su escritorio, esperando a que diera la vuelta y
se sentara en su gran y caro sillón.
Pero no se sentó en su silla, sino que se interpuso entre el escritorio y yo,
apoyando el culo en él, como si quisiera hacerse el genial o algo así. Si supiera que
sus esfuerzos eran en vano conmigo.
—Stella —empezó Killian, cruzándose de brazos. Brazos que, según noté, eran
un poco más musculosos de lo que me había dado cuenta. Era más fuerte de lo que
parecía. Huh—. Sé que te di permiso para escribir lo que quisieras escribir, pero...
Ah, así que aquí era donde intentaba que escribiera sobre otras cosas. Cosas
además de asesinos en serie y las banalidades de la sociedad humana. Cómo debería
escribir sobre los equipos deportivos locales u otras estupideces.
Lo ignoré de inmediato, porque no me interesaba nada más. Si quería
obligarme a escribir sobre la nueva zona de juegos del parque local o sobre las zonas
en construcción, le esperaba otra cosa. Saldría por esa maldita puerta y no volvería
la vista atrás, a pesar de que me gustaba este trabajo. La vida era demasiado corta
para ser miserable.
15 Quién demonios sabe cuánto tiempo siguió, pero al final se detuvo y preguntó:
—¿Me estás escuchando siquiera?
¿Qué podía hacer? ¿Mentir? No era una mentirosa.
—No —dije, manteniendo la cabeza alta, aunque ocupaba una posición de
inferioridad.
—Sé que tus... artículos han ganado un poco de seguimiento de culto… son
nuestros artículos más visitados en línea, pero... —Killian parecía tener dificultades
para hablar.
No estaba segura de lo que intentaba decir.
—¿Me estás despidiendo? —Era lo último que necesitaba, pero sería capaz de
encontrar un trabajo en otro sitio rápidamente, especialmente si el jefe era un
hombre. Los hombres siempre se enamoraban más de mis ojos, siempre tenían más
problemas para ver más allá de ellos. No dejaba de utilizar mi único rasgo distintivo
en mi favor cuando lo necesitaba.
Odiaba hacerlo, pero lo haría.
—No, no —se apresuró a decir, extendiendo un brazo hacia mí. Pero no me
tocó, porque habría sido inapropiado. Estaba segura de que tenía miedo de volver a
tocarme, después de cómo había actuado en la fiesta de Navidad—. No, no te estoy
despidiendo. Sólo... te pido que intentes encontrar otra cosa sobre la que escribir. Al
menos para el periódico impreso. Puedes seguir escribiendo tus magníficos artículos
para nuestro sitio web, pero nuestros suscriptores impresos son en su mayoría
ancianos. No creo que quieran leer sobre asesinos en serie dos veces por semana.
Tardé en asentir. Supuse que podría intentar pensar en otra cosa sobre la que
escribir, pero no le prometía nada. Apenas había otra cosa que mantuviera mi interés,
y si no me interesaba aquello sobre lo que escribía, mis artículos serían una mierda.
Las palabras no fluirían; mis dedos sólo se cernirían sobre el teclado.
—Está bien. Es todo lo que pido. —Killian suspiró, sus ojos cayeron por debajo
de los míos. No sabía qué miraba. Mis labios, mi pecho, otras partes del cuerpo. No
me importaba dónde estaban sus ojos, sólo que nuestro encuentro había terminado.
No dije nada más mientras me levantaba y me dirigía a la puerta.
Killian tenía algo más que decir, porque estaba detrás de mí de repente,
agarrando la puerta antes de que yo pudiera.
—Sabes... mañana es mi cumpleaños.
Congelada, no estaba segura de lo que debía hacer con esta información.
Estaba muy cerca de mí, a menos de medio metro. Podía oler su aftershave. No
olía mal.
—Sé que estás fuera, pero... los otros y yo vamos a tomar algo. Deberías unirte
a nosotros. —Hubo una pausa, demasiado larga, antes de que abriera la puerta de un
tirón y me dejara escapar.
Mientras me apresuraba a marcharme, sabía que las bebidas eran lo último que
16 me apetecía, sobre todo cuando se trataba de Killian.
¿Otra cosa sobre mí?
No salía con nadie.
Capítulo Dos - Lincoln

L
mi alma.
a sensación del agua caliente sobre mi piel era una de las mejores del
mundo. Estaba a la altura de follar, cazar y matar. Éxtasis puro. Casi
como si el agua pudiera realmente limpiarme, purificar la oscuridad de

17 ¿Tenía alma? Supuse que no importaba mucho, porque si la tenía,


definitivamente no iba a ir al cielo pronto. El cabrón de arriba ni siquiera me miraría
después de las cosas que había hecho y las que aún planeaba hacer, hasta el día en
que me atraparan.
Porque todos los asesinos son atrapados, de una forma u otra. La policía, el FBI,
o incluso la vejez. Tarde o temprano algo me atraparía y no podría escapar. No es un
pensamiento agradable. Debería tener pensamientos felices, aquí en la ducha.
Sí, pensamientos felices, como nuestra última matanza.
Sería el mayor mentiroso del mundo si dijera que no me emocionaba oír los
gritos, el traqueteo de las cadenas cuando nuestra última presa de la noche había
intentado escapar de nuestro sótano de los horrores. En cierto modo era gracioso,
porque ella había estado más que dispuesta a ser atada a nuestra cama, para ser
compartida entre Ed y yo. Las mujeres siempre eran las más fáciles de convencer
para que vinieran con nosotros. Los hombres... los hombres eran más difíciles. A
algunos había que convencerlos más que a otros. Yo prefería a las mujeres, pero a
veces la bestia interior quería lo que quería.
Ed y yo teníamos un sistema. Funcionaba. Durante años había funcionado.
Éramos como hermanos, él y yo, sólo que no de verdad, porque entonces las cosas
habrían sido raras. Pero éramos parecidos en todo lo que contaba. Obteníamos placer
de la misma cosa: infligir dolor a otros.
Recordé ver a Ed penetrarla. Siempre tenía una expresión maníaca en la cara
cuando su polla estaba dentro de alguien, una sonrisa que nunca usaba cuando su
longitud no estaba mojada por un coño. Entonces, por supuesto, mi mente fue a lo que
había sucedido después. Después de saciarnos de la guapa rubia, después de
estrangularla y llevarla al sótano.
Se había portado mal y alguien no quería que volviera a casa.
Ed y yo nunca supimos los detalles en las raras ocasiones en que tuvimos
noticias de la familia. De vez en cuando, nos daban algo que hacer, y hacíamos lo que
teníamos que hacer.
Al menos al principio, yo conseguía la información de contacto y planeábamos
el asesinato, decidíamos si montar un accidente o llevarlos a casa y divertirnos un
poco antes. No éramos asesinos en el sentido genérico, y no era tanto un negocio
familiar como una cortesía familiar, porque mi familia lo sabía todo sobre mis
impulsos... y los de Ed también.
Ellos mataban por negocio, pero nosotros matábamos por diversión. El hombre
a cargo quería mantenernos alimentados, de lo contrario podríamos hacernos un
nombre equivocado y poner a la familia en peligro. El maldito cielo no lo permita. Por
supuesto, no le dijimos al gran hombre que matábamos más de lo que él sabía.
Incluso sin los consejos de quién necesitaba un cuchillo contra la garganta, Ed
y yo seguiríamos encontrando a alguien para saciar nuestras necesidades. De una
forma u otra, mataríamos. No podíamos prescindir de ello.
Maté al primero cuando era joven. Fue antes de que mi familia me metiera
18 oficialmente en el negocio. Fue una matanza desastrosa, sangre por todas partes, y la
limpieza fue una mierda, pero nunca olvidaré la sensación de calma que me invadió
después de la hazaña.
Necesitaba matar, saciar el hambre oscura que llevaba dentro.
Sentí cómo se me endurecía la polla al recordar mi primera vez. La sangre, la
emoción de presionar el cuchillo contra la piel desnuda y suave, viendo cómo el rojo
rezumaba en una línea gruesa. No había nada mejor que tener el control absoluto y,
a la inversa, nada peor que perderlo.
Me agarré la polla con la mano y, antes de darme cuenta, me masturbé en la
ducha. Cerré los ojos y respiré con dificultad. No era lo mismo cuando era yo quien
lo hacía; ¿tener la mano de otra persona, la boca de otra persona alrededor? Lo mejor,
sobre todo si esa persona sabía lo que hacía.
Las caderas empezaron a agitarse, a balancearse con el movimiento de mi
mano, y el placer creció en mi interior. No me molesté en intentar retrasarlo. Sabía
que Ed probablemente estaba en la cocina, a punto de terminar la cena. No quería
hacerlo esperar demasiado.
No habían pasado más de dos minutos cuando me sentí al borde del abismo. La
esperma salió disparada y cayó sobre el azulejo que había encima del grifo,
manchando el mando que controlaba la temperatura. Me eché hacia atrás y me lavé
la mano en el agua antes de cerrarla.
Eh. Limpiaré el semen más tarde.
Salí a trompicones de la bañera, tomé una toalla y me sequé. Mi polla seguía
erecta; probablemente tardaría uno o dos minutos en volver a la normalidad. No me
molesté en ponerme ropa antes de salir del baño, caminando por el pasillo mientras
me frotaba la toalla en la cabeza, secándome el pelo negro.
Me habían dicho en varias ocasiones que mi aspecto era muy atractivo. Medía
más de metro ochenta, más que la mayoría de los hombres. Musculoso porque tenía
que serlo: ¿de qué otra forma podría superar a nuestros elegidos? Yo era,
básicamente, el arquetipo de alto, moreno y guapo.
Dejé caer la toalla en el respaldo del sofá y miré hacia la cocina, donde Ed
estaba preparando un plato complicado que parecía tener un millón de ingredientes
diferentes. Llevaba ropa limpia y un delantal por encima. La carne que había elegido
para cocinar estaba ensangrentada, pues tenía los dedos manchados de rojo.
Ed no era como yo. Era un poco más bajo y tenía el aspecto del estereotipo del
rompecorazones adolescente. Ya sabes, el tipo: rubio, ojos azules, hoyuelos que
hacían desmayarse a chicas y mujeres de todas las edades. Sólo que ahora ambos
teníamos más de treinta años y nuestras habilidades de manipulación no habían
hecho más que crecer.
—¿Te divertiste en la ducha? —preguntó Ed, mirando por encima de la isla,
donde trabajaba para cortar la carne que fuera en finas lonchas. Ni siquiera parpadeó
ante mi desnudez; no era algo nuevo para él. La mayoría de las veces estaba desnudo
19 en esta casa. La ropa me limitaba mucho.
Y otra cosa para quitarse, cuando llegara el momento.
Gruñí afirmativamente, tomé el mando a distancia y subí el volumen. Estaban
dando las noticias de la noche y la guapa presentadora hablaba del tiempo que haría
la semana siguiente, con una pantalla verde muy anticuada a sus espaldas.
Ed se detuvo en su corte, usando el codo para tocar algo en su teléfono, que
estaba a un lado. El maldito hombre realmente se desplazó con el codo. Ni siquiera
podía describir lo estúpido que parecía.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sin que me importara.
—Es martes —dijo, como si eso fuera todo lo que necesitaba. Pero no lo era.
—¿Qué demonios importa si es martes? ¿Tienes algún estúpido programa de
televisión más tarde o algo así? —A decir verdad, Ed era más normal que yo, porque
no había muchas cosas que me gustaran. Ed me mantenía con los pies en la tierra, me
mantenía cuerdo. Sin él, estaría muerto o en la cárcel.
Más bien prisión federal.
—Se publicó otro artículo. —Ed continuó, leyendo directamente de su
teléfono—, ¿Qué hace a un asesino?
Intenté escuchar mientras leía todo el artículo en voz alta, tan envuelto en su
propia imaginación que tuve que poner los ojos en blanco. Ed y su maldita fascinación
por la periodista. Fuera quien fuera, probablemente tenía un ejército de gente como
Ed deseando conocerla... y deseando matarla.
Cuando acabó, le dije:
—Llevas meses acosando sus artículos.
—Lo sé —dijo Ed, encogiéndose de hombros mientras volvía a cocinar—. Creo
que ya es hora.
De acuerdo, ante eso tuve que mirarlo.
—¿Quieres conocerla? Ed, no es una mujer sin nombre en la calle. Ha
publicado y probablemente es muy conocida en su ciudad.
—No dije que quisiera matarla, sólo conocerla. Tal vez escribe sobre gente
como nosotros porque ella es como nosotros —dijo Ed, con una esperanza
desesperada evidente en su tono. El bastardo anhelaba otra persona para este dúo,
porque aparentemente, yo no era suficiente.
Estiré los brazos sobre el cojín del respaldo, levanté las piernas y apoyé los
pies en la mesita. Mi polla estaba completamente flácida ahora.
—¿Y si es decepcionante? —Sabía cuál sería la respuesta incluso antes de hacer
la pregunta. ¿Por qué lo pregunté? No sabría decirlo.
—Entonces se me ocurre una manera de matarla —dijo Ed con sencillez.
Cierto. Porque la gente como Ed, y por extensión la gente como yo, nunca
podría dejar a alguien solo.
20 —Tengo libre mañana. Voy a investigarla. Empieza por el Tribune, a ver si está
allí.
Conocía sus métodos. Ed era un maestro a la hora de encontrar gente, incluso
mejor jugando la carta de la normalidad. Mujeres y hombres por igual acudían a sus
hoyuelos y su encanto, y una vez que se daban cuenta de que estaban en la telaraña,
era demasiado tarde.
—¿Cómo se llama? —le pregunté. Me lo había dicho en múltiples ocasiones, y
en todas esas otras ocasiones, nunca me importó una mierda. Pero ahora sí, porque
ella podría ser nuestra próxima presa.
—Stella Wilson.
Esta Stella Wilson no tenía ni idea de la tormenta de mierda que se le venía
encima. Ed podía parecer lindo, pero en el fondo, era tan psicótico como yo.
A Stella Wilson le esperaba un mundo de dolor.
Capítulo Tres - Stella

E mpecé el día dándome un baño de burbujas. Un momento extraño para


un baño, pero en los días libres apenas se me ocurría nada que hacer.
Probablemente me quedaba en la bañera una hora hasta que me ponía
como una ciruela pasa, y luego me dirigía al sofá, donde encendía la televisión y
trabajaba en mi siguiente entrada para el blog. Estaba escribiendo artículos sobre los
21 asesinos en serie estadounidenses más famosos. El siguiente sería sobre Ted Bundy.
Un golpe en la puerta del baño me sacó de mis pensamientos, y Callie entró,
con medias de rejilla, una falda corta y una camiseta que dejaba ver su vientre, que
era plano, pero aun así. No necesitaba ver nada de eso, dada la posición en la que me
encontraba. No necesitaba saber, por ejemplo, que no llevaba ropa interior bajo la
falda y las medias de rejilla.
Además, estaba desnuda y en la bañera. ¿No había oído hablar de la intimidad?
Menos mal que había hecho suficientes burbujas para cubrir mis partes íntimas, si no,
la habría reprendido por irrumpir.
Aun así, me pareció significativo decirle:
—¿Por qué demonios no llevas ropa interior? —Desvié la mirada mientras ella
se inclinaba sobre el fregadero y se pasaba un tubo de pintalabios rojo por los labios.
Callie era mi mejor amiga, pero a veces podía volverse un poco... extraña.
En cierto modo, estaba celosa de ella. Con su pelo castaño de peluquería,
cortado a capas para enmarcar su rostro en forma de corazón, por no hablar de sus
ojos marrones, mucho más cálidos y acogedores que los míos, era el sueño de
cualquier hombre.
Además, desde la secundaria, cuando ella había florecido y crecido de todas
las formas imaginables, no podía evitar sentirme un poco insegura. Mis tetas no se
parecían en nada a las suyas, aunque, me lo juró más de una vez, a los hombres no les
importaba mientras tuviera tetas en general.
—Hoy tengo una cita —dijo con una sonrisa—. He quedado con John para
comer y luego vamos a ver una película. —Callie frunció los labios en el espejo, como
si estuviera practicando su cara de bésame ahora. La expresión sensual y seductora
le había salido perfecta cuando cumplió quince años. Tal y como iba vestida, pensaba
hacer mucho más que besarse con ese tal John.
Casi sentí que ella había hablado de este John antes, pero tal vez era sólo yo y
mi memoria de mierda. Todas sus citas, todos y cada uno de los chicos con los que
salía... todos se confundían.
—¿John no tiene trabajo? ¿No lo tienes tú? —bromeé. Eso demostraba lo buena
amiga que era. Pista: no lo era, y lo sabía. Callie se merecía algo mejor. Sinceramente,
después de todo este tiempo, no sabía por qué se había quedado tanto tiempo
conmigo. Una parte de mí sentía que le estaba impidiendo ser genial.
—No seas celosa. —Callie guardó el pintalabios rojo, girándose para apoyarse
en la encimera mientras me miraba fijamente en el lío de burbujas—. Hablando de
eso, ¿tienes planes para hoy?
Como buena amiga, siempre preguntaba, y yo siempre le aseguraba que no
me aburriría sin ella. Sabía que la arrastraba, porque no era tan sociable como ella,
no tenía otros amigos como ella. Definitivamente no tenía novios. Me dolía mentirle
constantemente, pero no quería que se preocupara por mí.
22 Los hombres simplemente... nunca me entendieron.
—Killian me invitó a tomar unas copas con los demás. Hoy es su cumpleaños —
dije, sin saber por qué me apetecía compartirlo. No pensaba ir, y ahora que
mencionaba el nombre de Killian, ella siempre encontraba la forma de sacarlo a
colación. Habían pasado tres meses desde la fiesta de Navidad para que dejara de
hablar de él.
Callie sonrió.
—Killian, ¿eh? ¿Por fin le das otra oportunidad al cabrón? —Era una fanática de
las proclamaciones de amor borrachas, así que todo el asunto de venir por mí no
había sido ni de lejos tan intenso e incómodo para ella como lo había sido para mí en
aquel momento.
—No, pero... es algo que hacer, ¿no? —Supuse que podría ir, sólo un rato, si
eso me quitaba a Callie de encima. Al menos tendría una historia o dos que contarle
cuando volviera esta noche. Ya sabes, suponiendo que volviera.
Mi amigo no podía discutir esa lógica.
—De acuerdo, pero recuerda, ten cuidado. Si necesitas condones...
Al instante quise taparme los oídos.
—Gracias, pero creo que voy a pasar.
Callie se encogió de hombros.
—Como quieras. Si cambias de opinión, están en el cajón de arriba de mi
mesita de noche. Hasta luego. No dudes en enviarme mensajes de texto para ponerme
al día; probablemente me quede a dormir en casa de John esta noche, pero siempre
estoy dispuesta a participar en una fiesta de cumpleaños. —Soltó una risita antes de
dejarme sola con mi baño, por fin.
Mierda. No podía creer que le hubiera contado todo a Callie. De alguna
manera, a mi mejor amiga siempre le resultaba muy fácil conseguir que le confesara
cosas así. Lo llevaba todo en la manga cuando se trataba de ella, y a veces deseaba
ser más un libro cerrado. Ahora sentía que tenía que ir esta noche, para no ser una
mentirosa.
Realmente no quería ir. Ugh.
Cuando el agua se enfrió y saltaron las burbujas, salí del baño y me sequé.
Llamé a la oficina y me dieron la dirección del bar y la hora. Estaba totalmente
decidida a ir ya, así que después de sentarme a ver la tele mientras tecleaba mi
próxima entrada en el blog, elegí mi atuendo.
Una camisa negra limpia, sin mangas, junto con unos vaqueros que no
estuvieran rotos ni descoloridos. Me parecieron buenas elecciones, pero ¿qué sabía
yo de moda? Yo era más bien una perezosa a la hora de vestirme para el día. Yo era
la que llevaba pantalones de yoga o leggings todos los días antes y después del
trabajo, incluso mientras hacía recados e iba a comprar comida. La comodidad por
encima de la belleza.
23 Me puse la ropa que había elegido, me maquillé mínimamente y esperé. Sí...
en el fondo era una persona muy aburrida. Aburrida, sin apenas habilidades sociales
y rara. Pero no me importaba, porque había sido así toda mi vida. Mis aficiones e
intereses siempre habían sido vistos como raros por mis padres, otros compañeros
de clase y mis compañeros de trabajo.
Resulta irónico que mis artículos sobre asesinos fueran los mejor clasificados y
los más vistos de la página web del Local Tribune, ¿verdad?
Antes de salir de casa, tomé mi teléfono y mi cartera. Los monederos eran
inútiles. No tenía suficientes trastos que llevar encima, así que siempre que no iba a
trabajar, agarraba la cartera —una cartera de hombre, para que me entrara en el
bolsillo trasero— y el teléfono, que me cabía en el otro. Tener las manos libres no era
algo a lo que quisiera renunciar.
Cerré la puerta principal con la llave y abrí un nuevo mensaje. De mi madre,
preguntándome si estaba libre la semana que viene.
Cierto. ¿Cómo demonios pude olvidarlo? Bree, mi hermana pequeña, se iba a
casar y yo era la dama de honor. Que empiecen los ojos en blanco y los feos montajes
de vestidos. Tenía que reunirme con ellos para la prueba, medirme para que el
vestido de dama de honor me quedara bien. No era lo que yo quería, en absoluto.
Le contesté mientras caminaba por la acera. Tendré que comprobar mi agenda
y volveré a llamarte.
Con un poco de suerte, eso sería todo y mi madre lo dejaría. No sólo me vi
obligada a ir al cumpleaños de Killian, sino que también me vi obligada a pensar en
mi hermana menor y en que ella era todo lo que nuestros padres siempre quisieron.
Yo, por otro lado, sólo era una gran decepción.
No podría inventarlo, porque es verdad. Nuestros padres pusieron todo su
esfuerzo en Bree. En cuanto me mudé, fue como si ya no existiera. Dolió, dolió durante
mucho tiempo, porque hasta entonces, siempre había pensado que mis padres y yo
teníamos una buena relación. Nunca me metía en líos, siempre escuchaba su palabra
como si fuera ley. Sacaba buenas notas y no me drogaba ni me quedé embarazada.
Todos mis logros, todos mis esfuerzos, no significaban nada. Bree tenía
veintidós años, se metió en problemas por beber varias veces antes de cumplir los
dieciocho y, sin embargo, era la niña de oro. Yo no. Nunca yo.
Nadie me eligió nunca.
No es que quisiera ser el centro de su atención constantemente. No era tan
egoísta ni estúpida, pero se suponía que los padres querían a sus hijos por igual, ¿no?
¿Cómo demonios me había tocado una familia así?
No importaba. No debería pensar en ello. No podía cambiarlo, así que no tenía
ningún sentido.
Me metí el teléfono en el bolsillo trasero y me juré que no volvería a mirarlo
hasta la noche, cuando lo enchufara al cargador antes de acostarme. No le daría a mi
24 madre la satisfacción de saber que estaba pendiente de su respuesta o de su atención.
Era mi propia mujer, maldita sea, e iba a empezar a comportarme como tal.
Siendo mi propia mujer y todo, sin ningún sentido del tiempo en absoluto,
llegué... más de una hora antes al bar.
Era tan patética. Tan ridículamente patética.
Me senté en el mostrador, pedí una gaseosa y mordisqueé los frutos secos,
muerta de hambre. Me di cuenta de que hoy no había comido. Debería haberlo hecho.
Era curioso lo a menudo que olvidaba hacer las pequeñas cosas que te mantenían
vivo. Comer, dormir. Estaba demasiado perdida en mi propia cabeza y
preocupaciones, supongo. Es extraño cómo algunas cosas eran necesarias para
sobrevivir pero tan fáciles de olvidar.
La fiesta, o como quiera que la llamaran mis compañeros de trabajo, fue tan
bien como esperaba. Una vez que llegó todo el mundo, todo fueron risas y alcohol,
todos intercambiando historias sobre Killian, que estaba de pie en el centro del
grupo, cerca de la mesa de billar, sonrojado, ya fuera por la bebida fuerte que había
elegido o por las historias que contaban sus empleados. Ahora mismo, estaba claro
que era más un amigo que un jefe.
Me quedé a un lado del grupo, sorbiendo mi gaseosa. Era mi... ¿tercer
refresco? El alcohol no era lo mío. Me gustaba controlar todos mis sentidos y no
necesitaba que me doliera la cabeza o que el mundo diera vueltas. Aun así, el grupo
era demasiado ruidoso. Demasiado bullicioso. A pesar de todo, empezaba a dolerme
la cabeza.
Sandy estaba de pie junto a Killian, con un vestido azul ajustado, mostrando un
poco de pierna. Cada vez que hablaba, se aseguraba de reír, haciendo que su pecho
se sacudiera y que los ojos de todos los hombres se dirigieran a sus pechos
rebotones, incluidos los de Killian. Aunque era difícil no verlos. Le tocaba el brazo
cuando hablaba, se inclinaba demasiado sobre la mesa de billar cuando le tocaba
tirar. Sus payasadas me parecían molestas y desesperadas, pero los demás no debían
pensar lo mismo.
Era una extraña entre todos: familia, amigos, compañeros de trabajo. No tenía
un lugar al que pertenecer.
¿Me molestaba ser una mosca en la pared, incluso en mi propia vida? La verdad
es que no, pero no tenía la energía ni los conocimientos necesarios para valerme por
mí misma. Vivir con Callie, ser periodista y bloguera... era diferente a vivir de verdad.
Lo que yo hacía no era vivir. Pero no importaba, porque nunca pensé que sería
una de esas personas que viven hasta los ochenta o noventa años.
No digo que quisiera morir joven, pero... ¿qué sentido tenía vivir si esto era
todo lo que había?
—Stella —me llamó Sandy, levantando su vaso tras beber un enorme trago de
cerveza de él. ¿O se consideraba una jarra? No conocía la semántica, porque yo no
era bebedora, no como esta gente. ¿Por qué demonios estaba aquí otra vez?—. Estás
muy callada ahí.
25 Dios, cuando la gente se refería a mi diferencia, sentía que se me erizaba la piel
de fastidio.
Me apoyé en la pared detrás de la mesa de billar, obligándome a sonreír ante
sus palabras. No importaba si las había dicho en el sentido en que yo las había
interpretado; estaba enfadada, y no me enfadaba fácilmente.
—Sólo estoy viendo el espectáculo —dije.
Sandy dejó atónito a más de uno cuando le dio una palmada en el culo a Killian
y le dijo:
—Yo también. —Y luego soltó una risita. Definitivamente había bebido
demasiado esta noche. Yo diría que estaba más que achispada.
Killian, que se había inclinado sobre la mesa de billar para alinear un tiro, se
enderezó al instante.
—Sandy, eso es inapropiado. —Sus palabras se arrastraron un poco, y apuesto
a que no lo decía en serio.
—¿Es mi turno de darle una bofetada al jefe? —Clive, el formateador del
periódico impreso y de la página web, levantó la mano en tono interrogativo. Su
sarcástica ocurrencia provocó un ataque de risa en todo el grupo, lo que aproveché
para apartarme.
De todos modos, mi bebida estaba a punto de acabarse. Hora de rellenar.
O tal vez debería irme.
Tras llamar la atención del camarero y deslizarle mi vaso, mientras esperaba a
que me lo rellenaran, me di cuenta de que ya no estaba sola en la barra. Killian me
había seguido después de entregarle el taco de billar a Clive. Dejó su vaso sobre la
barra y me miró fijamente.
Un rato de silencio antes de decir en voz baja:
—No debería haber venido. —Me costaba mirarlo, ya sabía el tipo de
expresión que me estaba poniendo: de lástima.
—No digas eso —dijo—. Me alegro de que estés aquí, de verdad. No hagas
caso de todo lo que dice Sandy; ahora mismo está pasando por una mala racha en su
vida. Estés callada o no, te quiero aquí. —Mientras hablaba, me tendió la mano
tentativamente, rozándome el brazo con la punta de los dedos. A pesar del alcohol,
parecía sincero.
»Tienes buen aspecto —susurró Killian, recorriendo mi cuerpo con la mirada—
. Sin el pelo recogido, apenas te reconozco. —Sus dedos seguían acariciándome, y
cuanto más tiempo permanecía inmóvil, más duras sentía las yemas de sus dedos.
No estaba segura de lo que pensaba, pero esto no era una invitación a venir
sobre mí. Esta no era su segunda oportunidad. No me interesaba Killian así, aunque
fuera guapo. Las apariencias no lo eran todo.
26 —Killian —pronuncié su nombre con delicadeza, pero perdí todo el sentido de
la serenidad cuando añadí rápidamente—: Por favor, no me toques. —Las palabras
salieron apresuradamente, como si no pudiera esperar a pronunciarlas.
Hice una mueca de dolor por lo perra que había sonado. No era así como quería
parecer. Si querías a alguien con la habilidad de hablar con los hombres sin hacer el
ridículo, no acudieras a mí.
Tardó en apartar la mano de mi brazo. Frunció el ceño.
—Cierto. Olvidé que sólo te gustan los asesinos. —Sus palabras fueron una
bofetada amarga, y no era en absoluto lo que esperaba de él.
—Eso no es… —En absoluto lo que quería decir, pero no tuve la oportunidad de
decirlo antes de que se alejara, de vuelta al grupo.
Bueno, eso fue una grosería, borracho o no. Aunque, para ser justos, tampoco
lo rechacé de la forma más amable, pero no debería depender de mí. Un tipo no
debería darle a un interruptor sólo porque tú no lo quisieras de esa manera.
Yo... yo nunca quise a nadie de esa manera. ¿Me pasaba algo? No era la primera
vez que me lo preguntaba.
El camarero volvió con mi gaseosa y le di las gracias sin mirarlo, todavía con la
vista fija en la espalda de Killian. Fui comedida al trasladar mi mirada a mi bebida
carbonatada, perdiéndome en su cálido color marrón. Era un pop marrón oscuro, del
mismo color que mi pelo.
Tomé un sorbo despacio, preguntándome si debía marcharme. Ya había
pagado por la bebida, que venía con recambios ilimitados, a diferencia de todo el
alcohol en el que se ahogaban los demás, así que ¿cuál era el problema?
Quiero decir, vine, vi, hablé un poco. ¿Qué más había? Si me fuera ahora, no
sería una mentirosa con Callie.
Justo cuando estaba a punto de empujarme del taburete y alejarme del
mostrador, una voz suave a mi lado dijo:
—No te lo tomes a mal, pero tu novio parece un cretino.
No esperaba que nadie me hablara, y mucho menos que llamara novio a Killian,
así que tardé demasiado en girar la cabeza y encontrarme con los interrogantes ojos
azules del desconocido que me había hablado. Unos años mayor que yo, tal vez unos
treinta. Una mandíbula cuadrada con hoyuelos que se acentuaban cuando me sonreía,
y su sonrisa era...
Era un tipo de guapo devastador. El tipo de guapo que nunca supe que era
posible. Sin esfuerzo. Tenía el pelo rubio y corto, un aspecto pulcro; no había nada
raro en él.
Era quizás el hombre más guapo que había visto nunca, y no estaba siendo
dramática.
—No es mi novio —dije finalmente, una vez superados los nervios que me
27 infundía el aspecto de este hombre.
—Él se lo pierde, entonces —dijo el hombre, sonriendo. Dientes blancos y
perfectos, rectos, sin una sola astilla o mancha. Una sonrisa impecable, hoyuelos
incluidos.
Giré la cabeza para mirarlo de frente, lo que le permitió verme a los ojos. Me
había dado cuenta de que si no miraba a la gente, no podía ver sus reacciones a mi
mirada única; por eso casi nunca me encontraba con los ojos de los desconocidos.
Pero este hombre, fuera quien fuera, tenía que mirarlo, tenía que ver su reacción a mi
heterocromía.
Mientras que la mayoría se habría limitado a comentar lo bonitos que eran mis
ojos, él apenas pestañeó al decir:
—Tus ojos, nunca he visto nada igual. Apuesto a que te meten en muchos
problemas. —No era la primera vez que los describía como únicos, pero ¿lo de los
problemas? Sí, eso era nuevo.
Ahora estaba ligeramente intrigada por este hombre.
Yo... no estaba muy segura de lo que quería decir con eso. ¿Estaba
coqueteando conmigo, o hizo una observación genuina? Dije la verdad:
—Hago todo lo posible por alejarme de los problemas.
Una leve mueca en la boca, no exactamente una sonrisa, sino una reacción que
no pude adivinar. Lo que daría por poder leer la mente, por saber en qué estaba
pensando en ese momento.
—Oh —dijo lentamente, pasando el dedo por el borde de su vaso—. Entonces
probablemente querrás mantenerte alejada de mí. —Me observó en busca de una
reacción, pero no le di ninguna—. Soy Edward, por cierto. O Ed. El que prefieras.
A pesar de todo, este hombre me intrigaba. Mis pensamientos de abandonar
el bar, mi ira por la acusación de Killian, se desvanecieron en mi mente. Al frente y
en el centro estaba Edward. El extraño a mi lado que de alguna manera me fascinaba
más allá de toda creencia.
Nunca sentí curiosidad por los extraños, no realmente. Pero este hombre...
había algo diferente en él. Podía sentirlo.
Me sentí atraída por ella, por él.
—Stella —dije, sabiendo en ese momento que no podía irme. No antes de saber
más sobre ese hombre, no antes de averiguar por qué me sentía tan atraída por él.
Así que me quedé, e ignoré por completo las ruidosas risas y charlas que
provenían de la zona de la mesa de billar. A medida que la noche caía sobre el mundo,
el bar se llenaba más, las mesas y las cabinas se abarrotaban de gente, lo que sólo
me facilitaba ignorar a Killian y al resto. No sentí ningún mensaje de Callie, y lo tomé
como que estaba pasando una buena noche con John.
—Stella —Ed pronunció mi nombre con cuidado, como si nunca antes hubiera
pronunciado un nombre así—. No pareces el tipo de persona que debe estar con esa
gente.
28 Lo miré bruscamente.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Hay algo en ti que es diferente —dijo—. No es malo, así que por favor no
pienses que te estoy insultando. Simplemente eres... diferente. Es difícil de explicar.
Estudiándolo, me las arreglé para decir:
—Es curioso que digas eso, porque tengo la misma sensación de ti. A mí
también me parece que no eres como los demás. —Era extraño, casi estaba
sonriendo. Este hombre, este extraño, me hizo querer sonreír. Yo nunca sonreía.
Hablamos un rato, pero no pasó mucho tiempo antes de que mis múltiples
repostajes de gaseosa me hicieran necesitar ir al baño. No me gustaba ir al baño,
sobre todo en un bar, pero no me atrevía a marcharme a casa.
Me gustaba este hombre, este Edward. Me gustaba cómo me miraba, diferente,
y no sólo por mis ojos. Tenía que saber más de él antes de que acabara la noche.
—Tengo que ir al baño, disculpadme —dije bajándome del taburete. Edward
se había desplazado al que estaba a mi lado, y desde entonces los demás habían sido
ocupados por otras personas—. ¿Me guardas el sitio?
Edward me dedicó una sonrisa, como si le resultara tan fácil hacerlo.
—Como si quisiera sentarme al lado de alguien más.
Su respuesta me hizo sentir un poco cohibida. ¿Intentaba seducirme? Yo no
sabía esas cosas, porque no trataba mucho con chicos, a pesar de tener veinticinco
años. Callie siempre decía que yo era tardía. No me estaba reservando para el
matrimonio ni nada por el estilo, simplemente... nunca podía conectar con nadie. No
lo suficiente como para querer acostarme con ellos.
Me dirigí al baño del fondo, empujé la puerta de las señoras y entré en el
primer compartimento, cerrándolo tras de mí antes de sentarme en el retrete. Al
menos todo parecía limpio, relativamente. Para ser un bar. No había vómitos ni suelos
pegajosos.
Estaba desenrollando papel higiénico cuando alguien más entró en el baño,
riendo borracho. Pero la mujer no estaba sola, porque cuando pasó por delante de mi
cabina y entró en la de al lado, vi que la seguían otro par de pies.
Tenía que salir de aquí, rápido. No quería escuchar a nadie coger. Me aturdía
pensar que a algunas personas les pareciera un buen momento, especialmente en un
lugar como éste; a mí me parecía asqueroso y repugnante. No la parte del sexo, sino
la del bar del baño.
El sonido de una hebilla desabrochándose me hizo limpiarme a toda prisa y
subirme los pantalones. Estaba a punto de tirar de la cadena y salir corriendo cuando
oí a la mujer hablar, prácticamente ronroneando mientras decía:
—Voy a hacerte sentir muy bien.
29 Era la voz de Sandy, creo.
—No lo sé... —El hombre habló, y al instante sentí que se me apretaba el
estómago. Killian.
¿Killian y Sandy? ¿Qué demonios...? A mi mente le costaba registrarlo. Sandy
tenía casi la edad de mi madre, y Killian... siempre pensé que sentía algo por mí. Lo
que no quería decir que me perteneciera, pero aun así lo sentí como una especie de
traición. Estúpido, lo sé.
—Shh —murmuró Sandy, y la oí ponerse de rodillas.
Oh. Entonces, ella sólo iba a hacerle una mamada. Eso es todo.
No, no podría lidiar con esto. No podía. No podía sentarme aquí y escuchar esa
mierda. Diablos, ni siquiera creía que pudiera tirar de la cadena sin que uno de ellos
se diera cuenta de que era yo. Estúpido, por supuesto, porque probablemente me
habían visto caminar hacia el baño en primer lugar.
Y entonces, estúpida, estúpida de mí, tuve un pensamiento horrible. ¿Y si Sandy
me vio ir al baño y arrastró a Killian hasta aquí a propósito? No es que estuviéramos
saliendo, así que tanto Killian como Sandy eran libres de hacer lo que quisieran con
quien quisieran, pero ¿hacerme escuchar? Diablos, no.
Salí de la cabina tan silenciosamente como pude, prácticamente de puntillas.
No tiré de la cadena ni me lavé las manos. Asqueroso, pero no tanto como escuchar
los sonidos húmedos y los gemidos que empezaban a salir de la segunda cabina.
Salí del baño y me detuve en el pasillo trasero. Aquí había mucha menos luz
que en el bar, y casi podía fingir que estaba en casa, sola, lejos de toda aquella gente.
¿Cómo demonios iba a mirar a Sandy o a Killian a los ojos después de eso?
¿Cómo iba a fingir que no había oído su pequeño intercambio? No estaba hecha para
esto, para estar rodeada de gente. Quería irme.
Y casi lo hice.
Empecé por el pasillo, zigzagueando entre la gente para llegar a la puerta,
pero entonces vi a Edward en el mostrador, y me detuve al instante. A mitad de
camino hacia la salida, estaba a punto de irme a casa, pero entonces le dejaría, y
nunca podría sumergirme en la razón por la que me sentía tan atraída por él.
No. ¿Sabes qué? Que se joda Sandy y que se joda Killian, no literalmente, claro,
sino metafóricamente.
Iba a quedarme.

30
Capítulo Cuatro - Edward

S tella Wilson no era lo que esperaba. Honestamente, no estaba seguro de


qué esperar. Era... guapa. No de una manera prepotente, sino
simplemente bonita. Su pelo castaño oscuro estaba ligeramente
desordenado, un poco encrespado, como si hubiera intentado arreglarse y no lo
hubiera conseguido. Sus labios no eran los más carnosos, pero tenían la forma
31 perfecta, su boca seguía siendo seductora en todos los sentidos.
Y, quién lo hubiera imaginado, sus ojos. Sus ojos eran sorprendentes, únicos y
hermosos. No mentía al decir que probablemente la metían en problemas, y apuesto
a que casi todas las personas que conocía hacían comentarios sobre ellos, razón por
la cual no la halagué demasiado. No es que se creara los ojos ella misma. Había nacido
con ellos. Eran increíblemente seductores, pero no hacían a la mujer que había detrás
de ellos.
Ella también era torpe. Socialmente inepta. Stella era el tipo de persona que
actuaba fría y tranquila, incluso cuando estaba perdida en sus propios pensamientos.
Apenas mostraba expresión en su rostro. No podía leer su mierda.
Me gustaba.
Me gustaba incluso antes de que abriera la boca para hablar, antes de que me
mirara con esos ojos de color loco. Diablos, mentiría si dijera que no me gustaba antes
de conocerla: Lincoln tenía razón. Estaba obsesionado con ella simplemente por sus
artículos y su fascinación por la gente como nosotros.
Pero ponerle por fin cara al nombre, verla intentando encajar con gente que
claramente no la entendía, me hizo desearla mucho más. Stella no era como ninguna
mujer que hubiera conocido antes. Era más parecida a Lincoln y a mí, lo supe por
nuestra conversación antes de que fuera al baño.
Había una oscuridad dentro de ella, y yo quería desatarla.
También quería atarla a mi cama y follármela sin contemplaciones, pero cada
cosa a su tiempo.
Mientras la esperaba, me preguntaba si le caería bien a Lincoln. Compartíamos
todo, quisiéramos o no. Así era como hacíamos las cosas. Nuestras matanzas, nuestras
conquistas, nuestro apetito por la destrucción. Ambos éramos bestias hambrientas y
carnales. ¿Stella sería capaz de manejarnos a los dos?
Hmm. Me estaba adelantando demasiado. Ni siquiera estaba seguro de que yo
le gustara.
Ese sería el primer paso.
La paciencia no era una de mis virtudes, y cada vez me molestaba más todo el
mundo a mi alrededor. Las risas incesantes, el tintineo de los vasos en las mesas, los
hombres que comían frutos secos a mi lado. Había demasiada gente en el mundo.
Lincoln y yo le hacíamos un favor reduciendo su número.
Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, vi salir a Stella del pasillo
del fondo. La observé con interés mientras se dirigía directamente a la puerta, como
si fuera a marcharse. Su cara parecía... angustiada, casi.
Se detuvo a medio camino de la puerta y giró lentamente la cabeza para
mirarme.
No quería que se fuera. Acababa de encontrarla, no se me iba a escapar tan
fácilmente.
32 Justo cuando empezaba a pensar en cómo hacer para que se quedara, si tendría
que seguirla a casa o no —al final averiguaría dónde pasaba las noches sola y
dormida— Stella volvió a mi lado, decidida a no marcharse. Aun así, estaba un poco
dolido, así que mientras se deslizaba en el taburete junto al mío, murmuré:
—No te quedes por mi culpa.
—Lo siento —dijo, no sonaba muy apenada en absoluto—. Yo sólo... —Stella se
interrumpió, mirando por encima del hombro a su grupo de compañeros de trabajo,
que seguían alrededor de la mesa de billar. Me di cuenta de que dos de ellos se
habían ido: el que decía que sólo le gustaban los asesinos y la mujer de mediana edad
que apestaba a desesperación.
¿Por eso parecía inquieta? ¿Los vio enrollarse?
No conocía realmente a la mujer que estaba a mi lado y, sin embargo, me
enfadé por ella. Estaba claro que le inquietaba, y no quería ver su bonita cara afligida,
aunque sólo fuera un poco.
—Oye —hablé en voz baja—, ¿estás bien? ¿Ha pasado algo? —Odiaba hacerme
el tonto. No era uno de mis puntos fuertes. Siempre sabía más de lo que decía, y esta
mujer podía engañar a todos los demás, pero yo me daba cuenta.
Ella ansiaba la oscuridad. La ansiaba sin darse cuenta. Por suerte para ella, yo
estaba aquí y le mostraría lo hermosa e implacable que podía ser la oscuridad.
Stella negó con la cabeza.
—No, estoy bien. No es nada. —Prefería guardarse sus pensamientos y sus
secretos, lo cual estaba bien. No me importaba sacárselos. Planeaba hacerle mucho
más que eso esta noche.
Aunque lo sabía todo sobre ella, me encontré preguntando:
—Y bien, Stella, ¿a qué te dedicas? —No podía decirle exactamente que ya
sabía a qué se dedicaba y que había seguido a sus compañeros de trabajo hasta aquí
después de acechar su lugar de trabajo durante todo el día, con la esperanza de que
estuviera allí. Luego seguí a sus compañeros hasta este bar. Fue pura suerte que
viniera sola.
—Trabajo para el Local Tribune —dijo Stella, recogiendo su vaso, pero no se
lo bebió. ¿Le preocupaba si había puesto algo en él mientras ella no estaba? Las
mujeres eran paranoicas hoy en día, y con razón. Siempre había alguien dispuesto a
aprovecharse de ellas, sobre todo cuando estaban en su punto más débil. Cuando me
llevaba a una mujer a la cama, me aseguraba de que siempre lo deseara.
Matar... bueno, eso era otra historia.
—¿El periódico? —pregunté—. ¿Qué escribes? —Ella escribía sobre asesinos,
también tenía un blog sobre ellos. Había leído todos y cada uno de los artículos que
esta mujer había escrito. Incluso me metí en su archivo de hace años y leí los artículos
del blog que escribió cuando estaba en el instituto.
Esta mujer llevaba mucho tiempo obsesionada con la oscuridad.
33 Pero no podía culparla. A mí también me gustaba la oscuridad. Para mí era más
un hogar que otra cosa, más un padre para mí que mis verdaderos padres. Lincoln y
yo no éramos parientes en el sentido más estricto, pero en ese sentido éramos como
hermanos. Los dos estábamos inconmensurablemente jodidos, y nos deleitábamos en
ello.
Stella se tomó su tiempo para responderme:
—Escribo sobre asesinos. Asesinos en serie, concretamente.
Asentí con la cabeza, fingiendo que acababa de darme cuenta.
—Sabes, creo que en realidad he leído algunas de tus cosas. Los artículos
online. Eres una buena escritora. —No solía hacer cumplidos, pero aquí estaba,
haciéndoselos a esta mujer. Esta mujer bonita y rota que se ponía una máscara cada
vez que estaba en público.
¿Qué aspecto tendría bajo la máscara? ¿Qué pensamientos le rondarían por la
cabeza?
Se encogió de hombros ante mi cumplido, cosa que no habría hecho de haber
sabido lo poco frecuentes que eran.
—Sólo cuando escribo sobre cosas que me interesan. Creo que mi jefe se está
cansando de mis artículos. —Stella se frotó los brazos desnudos, como si tuviera frío—
. Aunque fue él quien dijo que podía escribir lo que quisiera.
—¿Te deja escribir lo que quieras en cada trabajo?
—Al principio, no. Era sólo para la edición de los miércoles. Pero cuando
empezó a ver más tráfico en la web, lo hizo.
No podía dejar de mirarla, de observarla. Cada vez que se movía, era un
movimiento calculado. Era socialmente torpe, pero podía ser una actuación. Yo sabía
estas cosas, porque solía ser como ella, años y años atrás, antes de conocer a Lincoln
y caer en su negocio familiar.
¿Qué ocultaba esta mujer?
—¿Por qué te parecen tan interesantes? —le pregunté mientras observaba
cómo pateaba distraídamente la base de su taburete.
Stella estaba ensimismada en sus pensamientos. Me miró de repente, sus ojos
azules llamaron mi atención.
—¿Qué? —Casi como si no hubiera oído nada de lo que le había dicho.
Sus ojos eran... Dios, eran jodidamente increíbles. El par de ojos más hermosos
que jamás había visto, sin duda alguna. Cuanto más los miraba, más fácil me resultaba
perderme en ellos. Especialmente el azul. Su color era más claro, más puro que el
mío, sin una pizca de marrón. Y su ojo marrón, de un ámbar claro y cálido. Podía
entender que la gente la tachara de especial por sus ojos, pero yo sabía que era
mucho más que su extraña mirada.
—Asesinos en serie —dije—. ¿Qué hay en ellos que te parezca tan interesante?
Tardó en encogerse de hombros, al parecer no tan verbosa o elocuente como
34 sugerirían sus artículos. —No sé. Supongo que todo en ellos me parece interesante.
No creo que haya un solo asesino en serie aburrido por ahí.
—¿Qué te llevó a escribir por primera vez sobre ellos? —Tenía que saber más,
tenía que meterme en su cabeza. Si pudiera abrirla y ver por mí mismo qué la movía,
sin matarla, lo haría sin dudarlo.
Esta mujer... la necesitaba. La necesitaba ahora mismo.
—Recuerdo que cuando crecía oía hablar de ellos. Uno fue capturado a pocas
ciudades de la casa de mis padres, y la cobertura de las noticias fue constante los
meses posteriores, e incluso después del juicio. Me sentí... —Stella se interrumpió y
se pasó una mano por el pelo mientras enderezaba la espalda—. Simplemente lo
supe.
Le pregunté cuánto tiempo llevaba trabajando para el Tribune, si había ido a la
universidad. Lo de siempre. Me enteré de que sus padres le habían pagado la
universidad y que se había licenciado en psicología. Quería saber más sobre la mente
criminal, pero el programa de su universidad se centraba más en la recopilación de
datos que en el sujeto individual. Así que, de alguna manera, acabó aquí, a unas horas
de su ciudad natal y a un par más de su universidad.
Todo lo que le preguntaba, Stella me lo contaba sin vacilar, como si compartir
más de la cuenta con un desconocido no le preocupara. Me pareció refrescante,
porque a la mayoría de las mujeres les gustaba hacerse las tímidas o dar respuestas
indirectas que en realidad no eran respuestas. Stella era única en más de un sentido.
Me enteré de que compartía casa con una compañera de piso, su mejor amiga
del instituto. Callie era su nombre, y Stella hablaba de ella con cariño. Fue la única
vez que se le iluminó la cara y casi sonrió cuando me contó algunas de las travesuras
de su amiga. Parecía que su amiga nunca había superado la fase de locura por los
chicos de su juventud.
Lo que daría por ver a esta mujer sonreír de verdad. Eso, y verla desnuda
debajo de mí. No pude evitar preguntarme qué haría falta para que volviera a casa
conmigo. Lincoln trabajaba en el segundo turno, así que no llegaría a casa hasta
pasada la medianoche. Stella y yo podríamos tener toda la casa para nosotros y
conocernos muy bien...
—Entonces —dije, haciendo lo posible por sonar normal y no demasiado
curioso—, ya que ese cretino no es tu novio... —Me miró fijamente, como si no supiera
a dónde quería llegar con mi pregunta—. ¿Estás soltera, entonces?
Stella bajó la mirada y no pude evitar preguntarme dónde habían ido a parar
sus ojos.
—Lo estoy —susurró, arrastrando las dos palabras durante una eternidad,
como si tuviera miedo de decirlas. Como si supiera, en el fondo, que su respuesta era
todo lo que yo necesitaba para hacerla oficialmente mía.
La verdad era que me importaba una mierda que tuviera novio. Nadie podría
tratarla lo suficientemente bien y nadie podría apreciarla como yo. Adoraría el suelo
que pisaba, la haría sonreír, le haría sentir cosas que nadie le había hecho sentir
35 antes. Abriría sus ojos a las maravillas del mundo y a la belleza de la oscuridad. La
verdadera oscuridad.
Esta mujer... escribía sobre asesinos, pero nunca había mirado a uno a la cara
hasta esta noche.
Cuando sólo la miré, Stella preguntó:
—¿Ahora es cuando dices que tengo suerte, o algo así de cursi? —Sonaba casi
esperanzada. Todo en ella era... casi. Casi, pero no del todo. No estaba completa.
—Estoy buscando algo más que una novia —le dije, acercándome a ella. Ella
no se apartó, lo que me emocionó. Tal vez estaba llegando a ella después de todo, un
paso más cerca de estar realmente dentro de ella. No parecería tan impasible
mientras la machacaba, fíjate lo que te digo.
Entró en mi juego preguntando:
—¿Qué buscas, Edward?
Edward. Le gustaba más mi nombre completo. Me gustaba cómo sonaba en su
lengua.
¿Qué otra cosa podía hacer con esa lengua?
—Necesito una compañera —dije, guardándome para mí el hecho de que ya
tenía un compañero en Lincoln. Una cosa a la vez. No quería asustarla antes de tenerla
desnuda y a solas—. Una compañera en el crimen, una compañera en la cama… —iba
a decir más, pero ella me interrumpió.
Ah, así que la mujer tenía pelotas, sólo que elegía cuándo mostrarlas.
Stella igualó mi postura, inclinándose más hacia mí. Un brillo bailaba en sus
ojos, en ambos, casi como si estuviera ansiosa.
—¿En qué clase de crimen te estás metiendo? —Una sonrisa suave, amable,
casi inexistente se dibujó en sus labios—. ¿Mi próximo artículo debería ser sobre ti?
Oh, vaya. Qué razón tenía, y qué mal me tentó. Quería echármela al hombro y
llevármela a casa en ese instante, o tenerla aquí y ahora, pero me contuve. Me costaba
apartar las manos de ella, y sentí la familiar agitación de algo en mis pantalones: mi
polla, lista para cabalgarla.
—No tienes ni idea de las cosas que podría enseñarte —susurré. Su cara estaba
a centímetros de la mía, y podía oler su jabón. A lavanda. Su piel también parecía
suave. Sin ninguna imperfección. Sin cicatrices de acné, marcas de belleza o lunares.
Sin arrugas. Cuanto más me acercaba a ella, más perfecta parecía.
¿Qué aspecto impecable tendría cuando se abriera de piernas debajo de mí?
¿Qué sonidos haría al retorcerse? Mi mente bailaba. ¿Disfrutaría estando atada o le
gustaría tomar las riendas y ser ella la que me dominara? Mi polla se excitó aún más
al pensarlo. Nunca pensé que yo fuera el tipo de hombre que se somete a nadie, pero
tal vez a Stella ...
Stella no se apartó de mí. Murmuró, tan bajo que era difícil oírla, incluso con
nuestra cercanía:
36 —¿Y qué cosas son esas? —Si quería que fuera más específico, con gusto la
complacería.
—Quizá deberíamos empezar por las cosas que te haría. —Moví una mano,
dibujando un dedo tentativamente a lo largo de su mejilla, observando cómo se
estremecía ante mi contacto. Carajo. Necesitaba a esta mujer, y la necesitaba ahora—
. Lo primero, te llevaría a casa y te obligaría a quitarte la ropa. Luego te ataría y te
abriría de piernas.
Se le cortó la respiración cuando le pasé el dedo por los labios. Pero no se
apartó. Quería más, podía verlo en sus ojos.
—Haría mía cada parte de ti —susurré, impidiéndome inclinarme hacia delante
y tomar sus labios aquí y ahora. No podía, porque si empezaba, no podría parar—.
Reclamarte con mi boca y mis manos, antes de que humedezca ese dulce agujero tuyo
con mi polla… —hablando de mi polla, ahora estaba dura como una roca. Demasiado
para intentar pasar desapercibido en público.
Stella no me dio la oportunidad de decir nada más y yo podría haber seguido.
Tenía una larga lista de cosas que le haría, y podía ponerme extremadamente
detallista. No, la mujer me sorprendió cuando dijo:
—Vamos.
Oh, carajo. Esta mujer no tenía ni idea de lo que le esperaba, pero me
aseguraría de que disfrutara hasta el último momento.
Capítulo Cinco - Stella

M ientras Edward pagaba rápidamente su cuenta y me tomaba de la


mano, sacándome del bar, no pude evitar quedarme estupefacta
conmigo misma. ¿Por qué había dicho eso? Yo no era el tipo de
persona que se iba a casa con un desconocido, y mucho menos una persona que
dejaba que un desconocido me hablara así.
37
Aunque sería una mentirosa si dijera que no me da calor en ciertos sitios. Una
mala mentirosa. Y no pude evitar sentirme conectada a Edward de la forma más
extraña, casi como si lo conociera. Casi como si nos hubiéramos conocido antes, en
otra vida. No es que creyera en la reencarnación, pero... si el destino existía, tenía
que haber influido en nuestro encuentro de esta noche.
Todo estaba bien.
Salimos del bar, y ni siquiera miré para ver si Killian estaba mirando. Me daba
igual. Si él podía divertirse con una de sus empleadas, con Sandy, entonces yo
también podía hacer lo que quisiera. No estábamos saliendo, no estábamos juntos.
Ambos éramos adultos libres de tomar nuestras propias decisiones.
Puede que acabara de tomar la peor decisión de mi vida, yéndome a casa con
un hombre extraño que parecía capaz de doblarme por la mitad y romperme, pero
de repente estaba muy cansada de jugar a la niña buena. Quería ser mala, y quería
ser mala con Edward.
Me llevó a su coche, sin preguntar por el mío. No estaba segura de dónde vivía,
de adónde me llevaba. Supuse que podría ser un asesino en serie o algún otro tipo de
criminal, pues no parecía inmutarse ante mi fascinación por ellos. Tal vez me llevaba
a su casa sólo para convertirme en su próxima víctima.
Yo... volvería a ser un mentirosa si dijera que la posibilidad no me atraía, por
retorcida que fuera.
No es que deseara morir, no quería morir. Sólo sería apropiado, en el gran
esquema de las cosas, si así es como me fuera.
Mientras Edward subía al lado del conductor y arrancaba su coche,
conduciéndonos a Dios sabía dónde, empecé a preguntarme. Si intentaba matarme,
¿me defendería? No sólo era más débil que él, sino también más pequeña. Tenía toda
la ventaja. Además, nunca había tomado clases de defensa personal, a pesar de la
orientación de mis padres. Tienes que aprender a protegerte. Mentira.
Si un asesino me quisiera, podría tomarme. Probablemente no sería la víctima
que quería, o la que esperaba, pero bueno, ¿no?
Decidí preguntarle dónde vivía Edward, si debía enviarle un mensaje de texto
a Callie para informarle de que me había ido a casa con un desconocido, pero me
callé y no saqué el teléfono ni una sola vez. Tendría historias que contarle por la
mañana, suponiendo que sobreviviera a la noche.
Rodé los tobillos mientras veía pasar las manzanas de la ciudad. Por lo que
parecía, nos dirigíamos fuera de la ciudad, a la siguiente. Huh. Tenía que ser cosa del
destino encontrarme con Edward en el bar, teniendo en cuenta que tenía que haber
otros lugares a los que podría haber ido más cerca de casa.
Ninguno de los dos habló mucho durante los treinta minutos que duró el viaje.
Le lanzaba miradas de reojo cada pocos minutos y descubría que estaba ocupado
mirando la carretera. Su rostro concentrado era bonito, un pensamiento extraño para
mí, porque no solía entusiasmarme con el aspecto de los chicos. Por otra parte, nunca
38 antes había querido ser tan libre conmigo misma y con mi cuerpo. Ni siquiera en las
citas dobles que Callie había organizado en numerosas ocasiones para intentar
sacarme de mi caparazón.
Edward nos metió en el garaje de una pintoresca casa de dos plantas. Parecía
relativamente moderna y bien cuidada. Mientras apagaba el coche y salía, cerrando
la puerta del garaje detrás de nosotros, no pude evitar preguntarme si la casa era
suya o alquilada. ¿A qué se dedicaba? Una pregunta que debería haberle hecho antes,
pero estaba demasiado concentrado en mí como para darme la oportunidad de
preguntarle algo sobre él.
Lo seguí al interior de la casa y me encontré con una cocina limpia y moderna.
Montones y montones de azulejos, armarios pintados, todo el tinglado. Era una casa
muy bonita, avergonzaba a la mía.
—El dormitorio está por aquí —dijo Edward, dirigiéndose al vestíbulo y
subiendo las escaleras, pasando por el salón, donde había un sofá de dos plazas y un
sillón reclinable frente a un enorme televisor de al menos setenta pulgadas. Debía de
tomarse muy en serio el entretenimiento.
Lo seguí, con una extraña sensación creciendo en mi interior. ¿Estaba nerviosa?
¿Era eso? No debería estarlo, porque Callie hacía cosas así todo el tiempo, al igual
que casi todas las mujeres de la televisión. Esto era normal, ¿no? No estaba segura.
No lo sabía. No era la mujer más normal del mundo.
Su habitación no era la única del piso de arriba; pasamos por una habitación
bastante oscura y lúgubre antes de llegar a la suya. Por suerte, su compañero de piso
no parecía estar en casa. Edward entró primero en su habitación, encendió la luz y se
hizo a un lado para dejarme pasar.
Giré en círculo, estudiando la decoración. Simple, elegante. Limpia. Colores
claros en todo, incluso en la colcha. El cabecero era lo más oscuro, de un caoba
intenso.
Cuando cerró la puerta, los ojos de Edward me devoraron, más intrusivos de
lo que nunca había sido la mirada de nadie. No se detuvo en mis ojos, lo cual era
agradable. Yo era más que mis bonitos ojos; al menos eso creía.
—Quítate la ropa —dijo, yendo directo al grano. Edward dio un paso adelante,
colocándome entre la base de la cama y él—. Quítatela o te la arrancaré. —No lo dijo
como una amenaza, sino como una promesa que me hizo palpitar el corazón.
¿Estaba loca por encontrar su tono dominante lo más atractivo que había oído
nunca y su expresión seria lo más sexy que había visto jamás?
No podía desobedecerlo, aunque quisiera, y no quería. Cedería a cualquier
exigencia que me hiciera, fuera cual fuera. Aquel hombre me tenía tan atrapada que
me dio un latigazo en el mejor de los sentidos.
Me di la vuelta para darle la espalda, pero me detuvo con una risita. El sonido
me hizo estremecerme. Era casi una risita cruel, fría pero no del todo. Me encantó el
sonido.
39 —Es adorable que pienses que voy a dejar que te la quites sin mirarme —dijo—
. Gírate y mírame, y luego quítatela, lentamente. Mirar es mi segunda parte favorita.
Sin estar segura de lo que quería decir con eso, volví a medirme frente a él,
encontrándome con su mirada azul. Mis dedos juguetearon con el dobladillo inferior
de la camisa y levanté los brazos perezosamente mientras sujetaba la tela. Me subí la
camisa por la cabeza, despeinándome un poco, pero siempre tenía el pelo revuelto.
Un pelo desordenado que iba con mi mente desordenada.
Cuando mi camisa cayó al suelo, Edward asintió una vez.
—Bien —dijo, aunque su tono no era precisamente elogioso—. Ahora tus botas,
y luego tus pantalones.
Me agaché para desabrocharme las botas, deslizándolas una a una, y luego fui
a desabrocharme el botón de los vaqueros. Al cabo de un minuto, mis vaqueros
estaban en el suelo, junto con mi camisa y mis botas, y yo estaba allí en bragas y
sujetador. Nunca llevaba calcetines, ni siquiera en los fríos días de invierno.
Me sentí... una extraña mezcla de excitación y aprensión. La forma en que me
miraba, a mi cuerpo, me hizo sentir caliente por todas partes, pero no podía dejar de
sentir ansiedad, también. ¿Y si era un juego? ¿Y si no le gustaba mi cuerpo ni yo en
absoluto? Si se trataba de una broma enfermiza y cruel, no creía que fuera capaz de
soportarla.
Pero cuando se acercó y una de sus manos se movió para tocarme el costado,
todas mis dudas y preocupaciones se desvanecieron al instante. El agarre de Edward
era firme y fuerte, posesivo de una forma que no debería serlo, teniendo en cuenta
que acabábamos de conocernos. Sin embargo, lo más extraño fue la aceptación que
sentí. Si él iba a ser posesivo, yo también podía serlo.
Nadie me había deseado así antes, al menos nadie con quien yo hubiera estado
de acuerdo.
Edward, bueno, no lo conocía, pero me sentía como si lo conociera. Me sentía
atraída por él de una forma que nunca me había sentido atraída por nadie. Es un cliché
admitirlo, pero ahí estaba, claro como el día, al descubierto.
Podía poseerme, podía mirarme como su preciada posesión todo lo que
quisiera. No era un objeto, pero podía poseerme y utilizarme como le pareciera.
Y entonces, sin más, Edward dio un paso atrás, su mano se deslizó fuera de mí
mientras decía:
—Siguiente. Te dejo la elección a ti. —Qué amable de su parte.
Alargué la mano hacia atrás, sin romper el contacto visual con él, y me
desabroché el sujetador, dejando que las copas negras cayeran al suelo a mi lado.
Mis pulmones inhalaron profundamente, y no necesité mirar para saber que mis
pezones ya estaban duros, ya fuera por el repentino cambio de temperatura o por el
hecho de que estaba excitada. Tal vez ambas cosas.
Deseaba a este hombre más de lo que había deseado nada en toda mi vida.
40 Esta noche ha estado llena de primeras veces.
Mientras su mirada me devoraba, deslicé un dedo entre mi ropa interior y mi
cadera. Pronto la dejé también en el suelo y me quedé desnuda ante Edward, con un
poco de frío y totalmente preparada para lo que viniera a continuación.
Era casi como si alguien se hubiera apoderado de mi cuerpo. No era yo. Nunca
me desnudaría para un desconocido ni iría a su casa sin avisar a alguien de dónde
estaba. ¿Lo haría? Supongo que nunca antes había tenido la oportunidad, ni la
inclinación a hacer nada de eso.
—Túmbate en la cama, boca arriba— fue la siguiente orden de Edward, y yo
hice de buena gana lo que me dijo.
La cama era mullida y cómoda y apoyé la cabeza en el montón de almohadas
que había frente al cabecero. Le estaba mostrando a Edward partes de mí que nunca
le había mostrado a nadie más, y la noche estaba lejos de terminar. Menos mal que
llevaba varios años con la píldora, en gran parte gracias a la insistencia de mi madre.
Edward se arrastró sobre mí, aún vestido, aunque se había quitado los zapatos.
Se inclinó sobre mí, me agarró de la muñeca izquierda y la levantó hasta la esquina
de la cama, donde había una cuerda sin usar, pero esperando. Me ató, muñeca tras
muñeca, con pericia, y no pude evitar preguntarme cuántas veces lo habría hecho
antes.
¿Cuántas mujeres se habían encontrado en la misma situación que yo? Pensar
en Edward con otras mujeres no era... algo en lo que debiera pensar, pero mi mente
divagaba de todos modos, tanto por celos fuera de lugar como por una curiosidad
enfermiza. ¿Habrían venido tan voluntariamente como yo?
No importaba. Las otras mujeres no estaban aquí ahora. Yo estaba, y tenía que
recordar eso. Ahora mismo, sólo estábamos Edward y yo.
Cuando mis dos muñecas estuvieron atadas, Edward acercó su cara a la mía.
—Normalmente me gusta atarte también los tobillos, pero lo dejaremos para la
próxima vez —dijo, mientras sus manos bajaban por mis brazos y me pasaban por la
clavícula.
Sus manos eran un poco más ásperas de lo que esperaba. Hiciera lo que
hiciera, usaba mucho las manos. Me pareció interesante que pensara que habría una
próxima vez... aunque ¿a quién demonios intentaba engañar? Este hombre me tenía
básicamente como su esclava la primera noche. Si me quería de nuevo, vendría
corriendo.
Esto era tan distinto a mí, que era casi ridículo. Nunca pensé que me entregaría
a un completo extraño, nunca pensé que me iría a casa con alguien. Diablos, conocía
a Killian desde hacía unos años, cuando se me insinuó en la fiesta de Navidad, y
aunque lo encontraba decentemente atractivo, no había nada entre nosotros.
Edward era otra historia. Sólo lo había conocido esta noche, y ya me sentía más
unida a él que a nadie antes. Físicamente, mentalmente, sexualmente. Quería que
hiciera todas las cosas sucias que se le ocurrieran esta noche. Una admisión tan
41 extraña, viniendo de mí. Casi como si no fuera yo misma. Como si yo fuera dos
personas separadas, compartiendo un cuerpo.
Como si mi yo bueno y tranquilo hubiera evitado que la Stella mala surgiera
todos estos años, y ahora estuviera aquí, lista para sacudir el mundo y ser sacudida a
cambio.
Ah, sí. Stella la mala estaba aquí, y no iba a dejarla ir a ninguna parte.
Capítulo Seis - Stella

E
averiguaría.
dward bajó la cabeza, apretó los labios contra mi garganta y me besó
con engañosa suavidad. Ese hombre, con cuerdas permanentemente
atadas a los cuatro postes de su cama, sabía que era más salvaje de lo
que sugería su apariencia. ¿Hasta qué punto era salvaje? Pronto lo
42
Sus manos rozaron mi pecho, sus dedos rozaron mis pezones, los pellizcaron y
tiraron de ellos, provocando en mí sonidos que nunca antes había emitido. No quería
que parara, aunque me doliera un poco. Quizá era algo nuevo.
No esperaba que fuera un encuentro de cuento de hadas, así que cuando su
boca bajó en vez de subir hasta mis labios, no gemí ni me quejé. Quería ver lo que su
boca podía hacer.
La boca de Edward se dirigió al pezón más cercano, sus dientes rozaron la
piedrecita levantada y su lengua bailó en remolinos a su alrededor. Me encontré
arqueando la espalda y abriendo las piernas bajo él, una respuesta natural a una
sensación tan excitante.
Quería más, y más tendría.
Su boca abandonó mi pezón.
—Eres una glotona, ¿verdad? —preguntó Edward en un susurro después de
que me abriera de piernas. ¿No me había dicho que las quería abiertas ante él? No
podía evitar lo que hacía mi cuerpo, que a esas alturas me resultaba extraño—. Bien,
porque esta noche me siento generoso.
Mientras hablaba, sus manos recorrieron mi cuerpo, sobre mi vientre plano.
Una de ellas se clavó en mi cadera mientras la otra... mientras la otra iba a un lugar
donde ninguna mano había ido antes. Ni siquiera la mía.
Nunca le había visto sentido a tocarme. La masturbación no era algo que se me
pasara por la cabeza mientras crecía, ni siquiera de adolescente. Nunca sentí
realmente la necesidad o el impulso de tener una liberación. Pero esta noche, esta
noche todo eso cambió, y era algo que deseaba más que nada.
Sus dedos se deslizaron contra mí, curvándose a lo largo de mi cuerpo,
acariciando la parte más sensible de mí. Dejé escapar un gemido; salió de mí antes
de que pudiera detenerlo... y también lo habría detenido, porque no quería que
Edward supiera hasta qué punto me había entregado a él.
Me hacía trabajar con facilidad, como si tocara un instrumento que llevaba años
tocando, algo que dominaba desde hacía mucho tiempo. Edward era mi maestro, mi
violinista y mi amo. Se concentró sobre todo en un nódulo de piel rosada y suave en
mi vértice, observándome mientras me retorcía y gemía. No me sentí cohibida; quizá
debería haberlo hecho. No era algo que hicieran las mujeres normales, no con
desconocidos.
Pero no me importaba. Esta noche, preocuparme por lo que hacían las mujeres
normales era lo último en lo que pensaba. Me rendí.
—Estás tan mojada para mí —murmuró Edward, su mirada azul se dirigió a la
mía—. Te sientes increíble. No puedo esperar a estar dentro de ti, a sentirte a mi
alrededor. —Sus palabras eran sucias y me hicieron desearlo más, algo que ni
siquiera creía posible. Ya era esclava de su voluntad, ¿qué más quería de mí?
Me metió un dedo, sólo uno, que probablemente era más que suficiente, ya que
43 la única otra cosa que había estado dentro de mi vagina era mi ginecólogo en mi
revisión anual. No me dolió, al contrario, apenas lo sentí. Quería más aquí abajo, más
que me hiciera sentir algo.
Como si me hubiera leído el pensamiento, Edward metió otro dedo y bajó la
boca hasta mi vértice. Sacó la lengua mientras sus dedos me acariciaban, moviéndose
a lo largo de mí de la forma adecuada. Mi espalda se arqueó de nuevo. Se me cerraron
los ojos. No podía sentarme y mirar su cara entre mis piernas. Era demasiado.
Me perdí en lo que me hizo. La verdad es que podría haber sacado un cuchillo
en ese momento y yo ni siquiera habría pestañeado. Incluso si mis muñecas no
estuvieran atadas, detenerlo habría sido lo último en mi mente.
Edward me tenía justo donde quería y yo disfrutaba de cada cosquilleo de
placer que recorría mi cuerpo gracias a su lengua y sus dedos.
En realidad, debería dar las gracias a todas las mujeres que habían estado aquí
antes que yo, porque sin ellas, Edward no habría tenido práctica. Llegar a un nivel de
destreza como éste debía de requerir práctica; yo no era tan ingenua como para
pensar lo contrario.
Mi cuerpo empezó a tensarse, los dedos de mis pies se apretaban y mis dedos
se cerraban en puños. Algo crecía en mi interior, crecía y crecía en espiral hasta que
era innegable, hasta que el placer estalló en mi interior y me inundó como un
maremoto de éxtasis. Gemí con fuerza, incapaz de contenerme.
Cuando Edward retiró lentamente sus dedos de mí, me pregunté: ¿habría sido
un orgasmo? ¿Era por eso que aún sentía un pequeño cosquilleo, incluso después de
que la sensación hubiera desaparecido? Sin duda me apetecía otro.
De repente entendí a mi mejor amiga loca por el sexo. Todo este tiempo, Callie
había sabido dónde estaba.
Edward levantó la cabeza y dijo:
—El primero de muchos que pienso darte esta noche. —La forma en que lo dijo,
con tanta naturalidad, me hizo estremecer aún más. El poder que este hombre ejercía
sobre mí era una locura y no tenía sentido, pero ya no podía luchar contra él.
Se levantó de la cama y se colocó a los pies, con la mirada perdida entre mis
piernas, que seguían deseando su tacto y su boca. Más, gritaba mi cuerpo, dame más.
Edward empezó a quitarse la ropa, y rápidamente mi cuerpo sintió el deseo de algo
más.
Su cuerpo era... más impresionante sin ropa. Edward tenía músculos, eso ya lo
sabía, pero no sabía hasta qué punto hasta que vi su cuerpo desnudo. Las venas
abultadas de sus brazos, sus pectorales definidos, el paquete de seis que se asentaba
en su estómago bajo el ombligo y la forma de V que llevaba a su virilidad. Tenía que
considerarse bien dotado. No me sorprendió ver su polla preparada, dura y erecta,
anticipando el siguiente paso.
Iba a perder literalmente mi virginidad con un desconocido, y no me importaba
lo más mínimo.
44
Antes de que pudiera parpadear, estaba otra vez encima de mí, apoyando la
frente contra la mía. Edward no dijo nada, pero sentí que su mano se movía entre
nosotros y colocaba la cabeza de su polla contra mí. Inspiré, conteniendo el aliento
en los pulmones, sin saber qué debía esperar. Su polla era más larga y gruesa que los
dedos que me había metido. ¿Me dolería? ¿No estaba preparada? Estábamos a punto
de cruzar el punto de no retorno.
Debió ver mi inquietud, porque susurró:
—Relájate, Stella. Haré que te sientas bien, lo prometo.
No entendía cómo podía prometerme algo así, pero en realidad no había
margen para discutir. Empujó dentro de mí lentamente, como si tuviera cuidado
conmigo. Supongo que lo agradecí, pero no era como si él supiera que era mi primera
vez, y yo no iba a admitirle que era virgen antes de esto. Qué vergüenza.
Edward soltó el gemido más sexy que un hombre puede proferir cuando estuvo
completamente dentro de mí, su longitud llenándome por completo. Puede que al
principio me doliera un poco, más bien me incomodara, pero a medida que seguía
empujando con las caderas, entrando y saliendo de mí, la incomodidad desapareció
y pude concentrarme en el cálido cuerpo que tenía sobre el mío.
Dios, cuánto deseaba tocarlo. Abrazarlo y sentir su pecho gruñir contra el mío
mientras empujaba dentro de mí. Pero no podía, porque estaba atada y sujeta. Era
casi como si yo fuera una participante involuntaria, y no podía evitar preguntarme si
le ayudaba a excitarse saber que yo estaba sujeta debajo de él. Por supuesto, yo era
la última persona viva con derecho a juzgar a nadie, así que lo dejé pasar.
Lo dejé pasar porque estaba disfrutando de estar atada tanto como a él le
gustaba estar al mando.
Edward mantuvo un ritmo constante, casi como si quisiera alargarlo. De nuevo,
no podía culparlo: yo tampoco quería que aquello acabara. Me sentía demasiado bien
para acabar tan pronto, demasiado bien. El destino había tenido que ver con que nos
conociéramos esta noche, porque yo nunca lo habría hecho con un desconocido
cualquiera.
Edward y yo... éramos parecidos en más de un sentido.
Estaba tan perdida en Edward —y por extensión, él estaba tan perdido en mí—
que no oímos nada más allá del dormitorio.
Desafortunado, porque pronto no estuvimos solos.
Otro hombre irrumpió en la habitación, tratando de desabrocharse el botón
superior de su uniforme oscuro. Tenía el pelo negro y corto a los lados, un poco más
largo en la parte superior, y sus ojos eran de un marrón oscuro, prácticamente negros.
Su mirada se posó en Edward y en mí, y ni siquiera se sorprendió de pillarnos in
fraganti, ni de las cuerdas que me sujetaban los brazos.
Ni siquiera pude golpear a Edward en la espalda, no pude encontrar mi voz
para alertarle de la presencia del otro hombre. El otro hombre, vi rápidamente la
placa en su pecho, era un maldito policía.
45 Si Edward pudiera dejar de empujar dentro de mí, probablemente podría
encontrar mi voz y advertirle que estábamos a punto de ser arrestados o algo así, pero
él no se detendría. No le importaba.
Y me di cuenta de que al policía tampoco. En lugar de reaccionar como
cualquier persona en su sano juicio habría reaccionado al ver a dos personas
practicando sexo, el hombre moreno continuó desabrochándose la camisa,
observando cada aspecto de nuestras posturas.
Yo, atada y debajo de Edward. Edward, aporreándome, los sonidos
resbaladizos de mi coño elevándose en el aire.
Oh, Dios.
El policía ni siquiera estaba aturdido. ¿Era este su compañero de cuarto?
¿Ellos... hacían esto todo el tiempo? No sabía qué pensar. Todo lo relacionado con el
sexo seguía siendo nuevo para mí, por no hablar de la atracción instantánea que había
sentido por Edward. ¿Debería apartarme del policía y mirar en otra dirección?
¿Debería fingir que ni siquiera está ahí? Era lo que hacía Edward.
Como si percibiera mi confusión, Edward susurró:
—Oye, ahora céntrate en mí, Stella. —Apretó su nariz contra mi mejilla y
añadió—: En mí y en lo mojada que estás. Córrete por mí otra vez.
No era como si pudiera tener un orgasmo a la orden.
Quería enseñarle los dientes. Quería decirle que no era una simple muñeca,
pero el fastidio en mi interior se desvaneció casi al instante cuando hice lo que me
ordenó. Me concentré en él, como si fuera la única persona de la habitación. Sentí su
longitud deslizarse dentro y fuera de mí. Sus manos se dirigieron a mi garganta, como
si fuera a estrangularme, y una emoción me recorrió. Con o sin otro hombre en la
habitación... Me gustaba tan duro como a Edward, aparentemente.
La segunda vez que me corrí, lo hice a un público con dedos enroscados
alrededor del cuello.
Capítulo Siete - Lincoln

N o podía creer que la tuviera y no podía creer que ya se la estuviera


follando. Cuando llegué a casa y subí las escaleras, lo último que pensé
que me encontraría fue a Ed con la periodista. Oí los gemidos, así que
sabía que estaría con alguien, pero ¿que fuera la periodista con la que había estado
obsesionado los últimos meses? El hombre trabajaba rápido.
46
Después de irrumpir en su dormitorio, más por curiosidad que por otra cosa,
no pude evitar quedarme mirándola. Atada, con la piel pálida sudorosa y sonrojada,
era un regalo para la vista. Hermosa como lo eran todas las presas cuando estaban
indefensas y bajo el control de Ed y mío.
Stella no podía dejar de mirarme, y no podía culparla por ello. Si Ed no le
hubiera hablado de mí, de nuestras... actividades compartidas, pues claro que se
habría asustado un poco. ¿Quién no lo estaría? Casi todo lo que Ed y yo hacíamos era
considerado tabú por la sociedad. Nuestras conquistas compartidas incluían.
Seguí quitándome el uniforme, incluso después de que Ed le dijera que se
centrara en él, observando cómo le agarraba la garganta. Con la espalda bañada en
sudor, la penetró con una ferocidad repentina; Ed siempre tenía que tener el control
absoluto cuando se corría. Era algo que yo entendía, porque el control no era algo
que se diera fácilmente, especialmente para gente como nosotros.
Desde mi posición, podía decir que era una cosa pequeña. Tal vez un metro y
medio de altura. Ni un gramo de músculo y nada de grasa. En todo caso, estaba más
delgada. Era como si esta mujer apenas comiera. Cuando la obsesión de Ed por ella
muriera —y seguramente lo haría, porque sus obsesiones siempre lo hacían— ella no
opondría resistencia. Un niño de jardín de infantes podría dominarla. Cabello
castaño, cara delgada... era bonita, supongo.
Y entonces, cuando su cuerpo se estremeció de placer —en el mismo instante
en que la espalda de Ed se tensó y soltó un gemido gutural— lo vi. O a ellos, mejor
dicho. La obligó a girar la cabeza, enterrando la cara en su cuello mientras se
desplomaba sobre ella, agotado sólo por el momento, y vi sus ojos.
Uno era de un azul brillante y vibrante, tan profundo y puro que avergonzaba
al color del cielo. El otro era un marrón neutro, frío y cálido al mismo tiempo. Era
como mirar a dos personas distintas, con colores tan diferentes.
No me gustaron. No me gustaron nada.
Me despojé del uniforme trozo a trozo y al final me quedé desnudo, con la polla
dura. No hacía falta mucho para excitarme, y ver cómo Ed se salía con la suya con sus
obsesiones era una de ellas.
La pregunta era: ¿le dijo Ed a su flor más reciente que le gustaba compartir?
Ed y yo lo compartíamos todo. Llevábamos años compartiéndolo todo, y no
creía que fuera a acabar pronto. Ed necesitaba tener el control, el animal que
acechaba en su interior tenía que estar en la cima, pero por otro lado, el animal
también tenía otras ansias. Tenía que mirar, lo cual me parecía bien, porque me
gustaba el público cautivo tanto como al que más. A veces quería que lo hiciéramos
juntos; yo estaba dispuesto a todo.
Por mucho que le gustaran, siempre se aburría de ellos. Mentiría si dijera que
no estaba deseando deshacerme de sus obsesiones. Había algo tan
indescriptiblemente asombroso en ver cómo la vida desocupaba los ojos de alguien
mientras sentías su sangre caliente filtrándose en tus manos. Oh, sí. Había días en que
me gustaba más matar que el sexo.
47
Esta noche, no estaba seguro de cuál sentía más. Los malditos ojos de esta
mujer me estaban poniendo los pelos de punta. Quería arrancárselos del cráneo para
que no pudiera mirarme más. ¿Me detendría Ed si intentara arrancárselos yo mismo?
Probablemente. Aún era brillante y nueva para él, así que esperaría. Pronto, lo
sabía, llegaríamos a matarla de todos modos, ya fuera mañana o dentro de una
semana.
Ed se la sacó, con la polla aún semierecta y chorreando semen. Se levantó y se
pasó una mano por el pelo antes de volverse hacia mí, sonriendo. Parecía un niño
cuando sonreía, con sus malditos hoyuelos y su cara inocente. ¿Quién iba a adivinar
que detrás de esos ojos zafiro se escondía un psicópata a la espera de emerger?
—Así que la tienes —dije, mirando a nuestro lado.
Las piernas de la mujer seguían abiertas; podía ver el semen blanco que
goteaba de su sexo. Un dolor familiar me subió por las pelotas. Aquello no me
desagradaba en absoluto. Me gustaba compartir tanto como a Ed.
—No le hablé de ti —dijo Ed, moviéndose para mirarla.
Contuve una carcajada. Era obvio, por la expresión de su cara cuando entré en
la habitación. Tuve que darle crédito a quien lo merecía: mantenía las piernas
abiertas, a pesar de que Ed no le había atado los tobillos. O no le importaba que la
estuviéramos mirando, o no le importaba que hubiera dos hombres desnudos a
menos de metro y medio de ella, o se esforzaba por no moverse, fingiendo que no
escuchaba nuestra conversación.
—Tal vez deberías —dije—. Porque me voy a vaciar esta noche, de una forma
u otra.
Ed asintió, sin discutir. Volvió a la cama, pero en lugar de subirse encima de
ella, se puso a su lado, pasándole una mano por el pelo, obligándola a mirarlo con
aquellos ojos extraños.
—Me temo que te he ocultado algo —murmuró, con una voz enfermizamente
dulce. Atrapabas más moscas con el azúcar, y toda esa mierda... algo que odiaba.
En lugar de asustarse, en lugar de decir algo remotamente normal, Stella dijo:
—Puedo verlo. —Casi sonaba monótona. Sin aliento, pero monótona.
Pues claro. Con esos malditos ojos, ¿por qué diablos actuaría normal? Esta
mujer... Ni siquiera había estado en la misma habitación con ella más de cinco
minutos, y ya sabía que no era normal, ojos espeluznantes aparte.
—Este es Lincoln —continuó Ed, señalándome. Como si necesitara
presentación, o como si aún no se hubiera fijado en mí—. Lincoln y yo... lo
compartimos todo. —Sus dedos se movieron a lo largo de su mandíbula, subiendo
por su mejilla, una repugnante muestra de afecto. Era algo en lo que sabía que Ed era
bueno, hacer creer a las presas que atrapábamos en la red que no corrían peligro.
Un latido antes de que Stella susurrara:
—Quieres compartirme. —No era una pregunta, más bien una afirmación. Ella
48 sabía que eso era exactamente lo que Ed quería. Ella era inteligente, me di cuenta,
incluso si no se necesita un científico espacial para saber que es hacia donde se
dirigía con esto.
Ed asintió lentamente.
—Sí, y quiero mirar. —Lo dejó así, esperando a que ella dijera algo.
—¿Y si digo que no? —preguntó Stella, a lo que Ed probablemente tenía
preparado un dulce sentimentalismo, pero yo tuve suficiente.
Me acerqué a los pies de la cama, agarrándola con fuerza por los tobillos. La
mujer ni se inmutó, apenas me miró, lo que me enfureció aún más. Si ella quería jugar,
yo estaría más que feliz de señalar su blofeo.
—Si dices que no, te follaré igualmente. Te follaré hasta que digas que sí.
Algo pasó por su ojo azul, nubló su profundidad.
—Estás enfadado. ¿Por qué?
Prácticamente gruñí. Como si a ella le importara.
—Siempre estoy enfadado —murmuré, arrastrándome sobre ella, mis manos
deslizándose por sus piernas. Observé su reacción cuando la toqué, más fuerte de lo
que sabía que Ed la había tocado. De los dos, me gustaba más rudo, un poco más
violento.
La violencia era mi maldito segundo nombre.
Cómo me miraba Stella entonces, el atisbo de aceptación en su extraña mirada,
cómo apenas miraba a Ed, que arrullaba y graznaba a su lado, alisándole el pelo y
mostrándose tierno en general... lo odiaba. La odiaba. ¿Quién demonios era ella para
mirarme así? ¿Para juzgarme? Esa mujer no tenía ni idea de lo mala que podía llegar
a ser.
—Bien —susurró, sonando casi aburrida. Sin emociones. Como si no le
importara—. Entonces adelante. —Resignada.
¿Quería jugar a la zorra fría y distante? Me parecía bien. No necesitaba su
participación; de todos modos, las malditas ataduras siempre me lo impedían. Todo
lo que necesitaba era su dulce coño.
Quería hacer gritar a esta zorra.
Me agarré y puse la punta contra su agujero, que aún rezumaba esperma.
Pronto gotearía del mío. Empujé dentro de ella, gruñendo mientras la llenaba. Era
más largo que Ed, y también un poco más grueso. Hizo todo lo posible por no moverse
mientras la penetraba, pero dejó escapar un suave gemido, casi como si quisiera más.
Así que la zorra distante y fría era todo una actuación, ¿no? No importaba. La
llenaría con mi polla y mi semen, haría que le doliera caminar. Esta mujer no era mi
obsesión; era de Ed. No me importaba en absoluto. Ella era sólo un medio para un fin,
49 una manera de ordeñar mi polla.
Mientras mis caderas empezaban a empujar y yo embestía toda mi longitud
dentro y fuera de ella, Ed dijo:
—Sé suave con ella, Lincoln.
La penetré con fuerza, arrancándole un grito y una mirada fulminante. No me
gustaba que me dijeran lo que tenía que hacer: yo me la follaba como quería y Ed
miraba y se masturbaba como siempre.
Esta Stella no era especial, ni siquiera con sus malditos ojos. Sólo otra puta, y
terminaría como las otras.
—No me digas cómo follármela —gruñí. Sólo por eso, me aseguraría de ser aún
más duro con ella. Si no sangraba, sabría que no había sido tan duro y salvaje como
debería.
Cuando empecé a mover las caderas de nuevo, mientras me arrastraba
salvajemente dentro y fuera de ella, observé su pecho, vi cómo sus tetas rebotaban
con cada embestida, sus pezones con puntas endurecidas. Estaba apretada a mi
alrededor, tan jodidamente apretada, a pesar de que Ed acababa de estar dentro de
ella, y eso no decía nada de lo mojada que estaba. Ed la tenía bien, la tenía lista para
mí.
Me negué a mirarla a los ojos. No quería hacerlo. Sabía que otras personas no
paraban de hablar de sus ojos, pero yo los odiaba con pasión. Era como si su genética
no pudiera elegir uno como el resto de los nuestros. No… Stella, la pequeña
periodista, tenía que ser especial.
Me di cuenta de que Stella estaba ocupada besando a Ed, incluso mientras yo
la penetraba. No, no, eso no funcionaría para mí.
En cuanto vi lo que pasaba, caí encima de ella, apartando a Ed. En cuanto rompí
el contacto labial, le agarré la cara con fuerza, obligándola a mirar en otra dirección,
a mirar la pared, para que sólo pudiera concentrarse en la sensación de mi polla
dentro de ella, llenándola una y otra vez.
Ed no discutió. Se arrodilló junto a ella y se pasó la mano por la polla, que se le
había puesto dura de nuevo.
Seguí sujetándole la cara, negándome a que ninguno de los dos mirara
fijamente aquellos malditos ojos. Si hubiera tenido una venda a mano, la habría usado,
pero con sujetarle la cabeza en un ángulo incómodo me bastaba. Quería que supiera
que no era nada especial para ninguno de los dos. Sólo un coño para follar. Sólo un
coño con el que mojar nuestras pollas. Nada especial en absoluto. Algo para usar y
tirar, como basura.
La primera vez que me corrí, el orgasmo me desgarró y me obligó a arquear la
espalda y tensar las nalgas mientras mi polla se derramaba dentro de ella. Saber que
estaba llena de mi semen y del de Ed siempre me ponía duro. O me la ponía dura.
Como quisieras verlo.
Todavía no había terminado con esta mujer.
50 Reanudé la penetración, ahora un poco más despacio, aunque seguía
sujetándole la cara. En lugar de mirar su pecho rebotando, mis ojos se dirigieron a
Ed, que estaba ensimismado. Una de sus manos recorría su polla mientras la otra le
acariciaba los huevos. Una y otra vez, su mano recorría su longitud, ganando impulso
hasta que eyaculó. Me moví sin dejar de penetrarla, observando cómo su semen salía
disparado por su vientre y sus pechos. Blanco y pegajoso.
Se veía mejor cubierta con su semilla. Me preguntaba cómo se vería con la mía.
Así que eso fue lo que hice: la siguiente vez que sentí que el orgasmo se
apoderaba de mí, la saqué y se lo derramé todo sobre el vientre.
Ed y yo parecíamos animales, como siempre que teníamos a alguien atado a
una de nuestras camas. Pasaron las horas y al final nos cansamos. Stella se había
quedado dormida, incluso con las muñecas atadas y el cuerpo desnudo cubierto de
semen. Gastada, agotada, usada hasta el extremo.
Yo estaba en la ducha y Ed en el lavabo, frotándose la cara con crema de afeitar.
Afeitándose, a pesar de que eran las dos de la mañana. Yo no estaba mejor; mi polla
estaba dura de nuevo, y me estaba masturbando mientras recordaba ver a Ed hacer
lo suyo con Stella. Tenía un cuerpo bonito y pequeño. Tenía que reconocerlo.
¿Pero sus ojos? Todavía odiaba esas malditas cosas.
Sólo porque estaba atada a la cama y desmayada pregunté:
—Entonces, ¿cuándo vamos a matarla? —Lo dije medio en broma y medio en
serio, porque sabía que Ed estaba obsesionado con ella, pero también sabía que su
obsesión no duraría. Nunca lo hacían. Lo más que había durado era un mes, tal vez.
—No vamos a matarla —dijo Ed, sin apenas pestañear ante mi pregunta. Se
pasó la navaja por la mejilla lentamente.
—¿No?
—No. Me gusta de verdad, Lincoln —continuó, limpiando la cuchilla antes de
hacerse otra raya en la cara—. No hablaste con ella.
—Claro que sí —dije, recordando su aceptación. La forma en que me había
dicho que siguiera adelante. No había nada mejor que una mujer que se entregaba
para ser usada—. Hablé mucho con ella. —La mano que bombeaba mi polla empezó
a trabajar con más fuerza, y mis caderas se agitaron mientras mis pelotas se tensaban.
Fuera de la ducha, Ed negó con la cabeza.
—No, no lo viste. No viste lo que yo vi en el bar. Hay algo diferente en ella —
fue literalmente lo que dijo sobre todas sus obsesiones—, algo raro. Creo que ella
podría ser como nosotros, o al menos más como nosotros que todos los demás.
Escribe sobre asesinos en serie, mierda. Si eso no es una señal, no sé lo que es.
Mientras hablaba, sentí que mis rodillas cedían un poco, y unos cuantos chorros
de semen salieron disparados de mi polla, aterrizando en el mismo lugar que lo había
hecho la última vez que estuve en la ducha. Y, como antes, la dejé. Ya la limpiaría más
tarde.
51 Cerré el grifo, abrí la cortina de un tirón y lo fulminé con la mirada.
—Así que, por esa lógica, también deberíamos traer aquí a los reporteros, y a
gran parte del FBI también... —Esta tal Stella no era la única persona en América
obsesionada con los asesinos en serie.
—No me refiero a eso —interrumpió Ed, lanzándome una mirada exasperada.
Bueno, no era el único harto de esta conversación—. ¿Has leído alguno de sus
artículos? Son diferentes a todo lo que he leído antes sobre asesinos en serie. Ella es
diferente, Lincoln, te lo juro.
No estaba muy seguro de lo que podía hacer con sus supuestos juramentos.
Saliendo de la ducha, tomé mi toalla y murmuré:
—Le doy una semana, como mucho.
La mirada de Ed se volvió gélida.
—¿Qué? Te aburrirás, Ed. Te aburrirás. Siempre lo haces; no es que me queje,
porque me gusta lo que viene después, pero tiene los días contados, ahora que nos
ha conocido. No lo niegues. —Siempre me ha gustado decir la verdad, no andarme
con rodeos. El lenguaje florido y los cumplidos sin sentido no eran mi estilo. A la
mierda con eso.
Lo único que dijo Ed antes de terminar de afeitarse fue:
—Esta vez demostraré que te equivocas.
Contuve una carcajada, porque no le creía en absoluto. ¿Si tuviera que
adivinar?
Stella moriría en una semana.
Capítulo Ocho - Stella

D ebí quedarme dormida en algún momento después de que Lincoln


llegara. No recordaba que se hubiera ido, pero sí que era un idiota de
primera, ni de lejos tan agradable como Ed. Lo recordaba empujando
dentro de mí con una polla ante la que mi vagina prácticamente sacudía la cabeza,
desafiándolo sin palabras a que me metiera hasta el último centímetro. Era más
52 grueso y más largo, y cuando había estado dentro, era a la vez doloroso y placentero.
Supongo que podría haber sido más vehemente diciéndole que no, o incluso
pidiéndole que se detuviera, aunque no creía que lo hiciera. Por su postura, por el
veneno de sus palabras, sabía que Lincoln no era el tipo de hombre que escucharía a
alguien como yo, así que me pareció más fácil asentir y aceptar lo que quisiera
hacerme.
Además, ya me habían atado a la cama y me habían excitado. Bien podría ir por
todas, ¿no? Eso es lo que había pensado en ese momento, al menos.
Los hombres eran prácticamente insaciables. No sabía que los hombres
pudieran correrse tan a menudo; creía que tenían límites, o que al menos tenían que
descansar entre eyaculaciones. Su resistencia era... increíble. Legendaria. No había
otras palabras para describirlo.
Y luego, en algún momento de la noche, me quedé dormida, con las muñecas
aún atadas. Probablemente tendría quemaduras por la mañana, pero ya me ocuparía
de ellas cuando llegara el momento. Ahora mismo, era feliz en mi estupor de sexo y
sueño sin sueños.
En toda mi vida, nunca había soñado. O tal vez sí, pero nunca recordaba lo que
había soñado al despertar. Al crecer, había oído que eso era normal. O Callie decía
algo parecido a “Anoche tuve un sueño loco, pero ahora no lo recuerdo.” Mis noches
podían estar llenas de sueños y yo no recordarlos. Pero, de algún modo, tenía la
sensación de que no los tenía en absoluto, porque, después de todo, ¿qué
probabilidades había de que soñara cada noche y los olvidara en cuanto me
despertara?
Cuando me comparaba con otras personas, siempre me sentía rara. Diferente.
Mis padres habían dicho que ser diferente no era necesariamente malo, pero tenían
que decir cosas así; eran padres. Su trabajo era consolar a sus hijos.
Aunque, después de crecer y mudarse, consolarme e incluso formar parte de
mi vida adulta no estaba en su lista de cosas por hacer. Apenas me hablaban y nunca
me llamaban. Sólo cuando se trataba de Bree y de la próxima boda, mi vida era
agraciada con su presencia.
No quería ni pensar en la maldita boda.
Intenté ponerme boca abajo antes de recordar que estaba atada, pero me di
cuenta de que ya no tenía cuerdas en las muñecas, así que pude ponerme de lado y
enterrar la cara en la almohada. No era mi almohada, pero era mullida y cómoda. Olía
a sudor y a piel, y la aspiré profundamente, llenándome los pulmones. Era un olor
agradable, aunque otras mujeres hubieran participado en su creación.
¿Hombres como Edward y Lincoln? Probablemente tenían nuevas mujeres en
sus camas cada noche, ya que eran tan aficionados a compartir. Quiero decir, Edward
tenía cuerdas permanentemente atadas a los postes de su cama, así que la escritura
ya estaba en la pared. Sólo lo estaba leyendo.
Tardé en abrir los ojos, al darme cuenta de que la luz del día inundaba las
53 ventanas. Debía llegar a casa y cambiarme. Tenía que estar en la oficina a mediodía
para un turno de cuatro horas, y tenía que editar una entrada del blog antes de
publicarla. Tenía que levantarme.
Sentada, observé la habitación. Estaba sola en la cama de Edward, con las
muñecas desatadas y la ropa doblada y apilada ordenadamente en la mesilla. Tras
acercarme al borde de la cama, sentí algo duro y crujiente en el estómago y el pecho.
No sabría decir por qué tardé tanto en recordar a los dos hombres eyaculando sobre
mí, pero así fue y, cuando me di cuenta, supe que tenía que ducharme de inmediato.
No podía sentarme en el coche durante treinta minutos sintiéndome así.
Así que me levanté y salí del dormitorio, aún desnuda, y me dirigí al cuarto de
baño que había al otro lado del pasillo. Me duché con el jabón que tenía más cerca y
me enjuagué el semen seco del cuerpo. Era casi como si me estuviera quitando todo
lo que quedaba de Edward y Lincoln, lo que me entristeció extrañamente. No quería
olvidar lo de anoche.
Fue... bueno, fue divertido, incluso cuando estaba Lincoln dentro de mí, incluso
cuando me había agarrado la cara y me había obligado a alejarme de Edward. Callie
se iba a poner muy celosa cuando le dijera que había hecho un trío.
Cuando terminé, salí y tomé la toalla que tenía más cerca para secarme el
cuerpo. Volví al dormitorio, me puse la ropa y miré el móvil antes de guardármelo en
el bolsillo. Un mensaje de mi madre, que no muy amablemente exigía saber cuándo
tenía libre la semana que viene para la maldita prueba del vestido.
Mi teléfono estaba casi muerto, así que le enviaría un mensaje más tarde.
Mientras bajaba las escaleras, me llegó a la nariz el olor a tocino y otros
alimentos matutinos, y de repente me di cuenta de que tenía mucha hambre. ¿Había
cenado anoche? No me acordaba. En el bar, había tomado frutos secos, media docena
de refrescos y luego... una noche llena de sexo. Sin comida de por medio.
Huh. Increíble lo que tu cuerpo puede pasar por estar preocupado por otras
cosas.
Edward estaba en la cocina, trabajando duro sobre los fogones, mientras
Lincoln estaba sentado en el sofá, despatarrado frente al televisor. Eran las primeras
noticias de la mañana, con grandes carteles rojos arriba y abajo que decían NOTICIA.
Pude ver sus hombros desnudos, definidos y anchos como eran, y supe que estaba
sin camiseta.
—Stella, si no tienes dónde estar, toma asiento. Estoy preparando el desayuno.
Te llevaré después. Deberías reponer fuerzas después de lo de anoche. Estás
demasiado delgada —dijo Edward, sonando casi como un padre. Habría sido
reconfortante si Lincoln no hubiera elegido ese preciso momento para fulminarme
con la mirada.
El segundo hombre realmente no me gustaba, pero eso estaba bien. A la
mayoría de la gente no le gustaba, una vez que me conocían. No me molestaba, y
claramente no le había molestado a él cuando se metió entre mis piernas.
Miré el reloj de la cocina y vi que sólo eran las siete. Aún me quedaba bastante
54 tiempo antes de tener que ir a trabajar y, si era sincera, no me importaba pasar más
tiempo con Edward y su gruñón y enojado compañero.
Encogiéndome de hombros, fui al salón y me senté en el sofá cerca de Lincoln.
El hombre no dejaba de mirarme con odio. Hice lo que pude por ignorarlo, pero no
duró mucho: no era el tipo de hombre al que se pudiera ignorar. Demasiado alto,
demasiado grueso y musculoso, demasiado guapo y demasiado malo.
—Odio tus ojos —murmuró Lincoln.
Me quedé mirándolo fijamente, esperando a que me lo explicara. En toda mi
vida, nunca había tenido esa reacción, y sentía curiosidad por saber por qué estaba
tan en contra de ellos.
No es que pudiera cambiarlos, por supuesto. No era algo de mí que pudiera
cambiar, a menos que quisiera lentillas de colores, en cuyo caso la mera idea de
pegarme algo en los globos oculares me daba náuseas.
—Lincoln —dijo Edward desde la cocina—, sé amable.
Lincoln, sin embargo, no sería amable. Se encontró con mi mirada —mi mirada
que él odiaba— y dijo:
—Es como si estuviera mirando a dos personas diferentes, como si estuvieras
ocultando algo y no pudiera decir cuál de los dos está mintiendo.
Eso fue... No sabía cómo responderle.
—¿Qué te hace pensar que estoy ocultando algo? —¿Pensaba que ocultaba
algo sólo por mis ojos de diferente color? La heterocromía no convertía a nadie en
mentiroso por naturaleza.
—Oh —dijo, inclinándose más hacia mí—. Seguro que sí. Estoy seguro de que
actúas como una niña buena durante el día, pero por la noche te gusta duro. Te gusta
que te follen hasta la sumisión. —Sonrió, pero no era como las sonrisas fáciles que
Edward me había regalado. La sonrisa de Lincoln era cruel, sádica, nada feliz.
Era una sonrisa que me gustaba, a mi pesar.
—No puedes hacerte la simpática cuando sé lo traviesa que puedes llegar a ser
—continuó, todavía más cerca. Fue entonces cuando me di cuenta de que sólo llevaba
pantalones cortos deportivos, de los que se compran en las tiendas de deportes, y
nada debajo. Su impresionante polla se estaba poniendo dura.
Me preguntaba cómo diablos no estaba dolorido después de la noche anterior,
porque yo seguro que lo estaba. No es que me quejara, porque había sido divertido
de las formas más extrañas, pero era como si su polla no supiera lo que significaba un
descanso.
Estaba aquí como invitada de Edward. ¿Seguro que Lincoln no me empujaría
hasta aquí y se ensañaría conmigo mientras Edward estaba en la cocina desayunando
como un esclavo? ¿Era eso lo que hacían esos tipos? Al pensarlo, sentí un escalofrío
en la espalda.
¿Qué me había pasado?
55 —No estoy jugando a nada —conseguí susurrar, girando la cabeza hacia el
suelo. La cara de Lincoln estaba a escasos centímetros de la mía, y yo no sabía muy
bien qué hacer, qué era aceptable. No era como si estuviera saliendo con Edward o
algo así, así que si pasaba algo más entre Lincoln y yo, no sería el fin del mundo.
Además, después de anoche, no había más líneas que cruzar.
—¿En serio? —Lincoln no sonaba impresionado o como si me creyera—.
Entonces, ¿si me metiera debajo de esos pantalones, estarías seco como un hueso?
Asentí con la cabeza, sintiéndome peleona.
—No te creo —susurró, inclinándose sobre mí. Mi espalda chocó contra el
brazo del sofá, arqueándome hacia él. Lincoln colocó una mano a mi lado sobre el
duro brazo del sofá, entre mi escape y yo, y utilizó la otra para desabrocharme los
pantalones como un profesional—. Creo que voy a tener que darte una lección.
Mientras me bajaba lentamente la cremallera de los vaqueros, murmuré:
—¿Qué lección es esa?
—Es inútil que me mientas —dijo Lincoln, con sus labios cerca de mi oreja y su
aliento caliente en mi cuello. Su mano se deslizó hacia abajo, entre mi ropa interior y
mi piel, y sentí cómo se curvaba junto con mi cuerpo, hurgando en los pliegues
rosados que sabía que ansiaban cierto tipo de contacto. Un tipo de contacto que
desconocía hasta anoche. Por muy dolorida que estuviera, aún quería más.
Se me cortó la respiración y sus labios me hicieron cosquillas en el cuello
mientras sus dedos se deslizaron a lo largo de mí. Fácilmente, sin esfuerzo, sin
ninguna resistencia. Todo mi cuerpo respondió a su sonrisa cruel y a la mirada fría de
sus ojos oscuros. Parecía casi maníaco, y era una expresión que ansiaba.
—Mojada —susurró Lincoln, sin sorprenderse—. Tan mojada. —Mientras
hablaba, deslizó un dedo dentro de mí y dejé escapar un gemido—. Te gustó que te
usaran anoche, ¿verdad? Porque eso es lo que fue: te utilizamos, te follamos una y otra
vez hasta que deliraste. Dime que me equivoco. Dime que no quieres más ahora
mismo. Dime que esto... —Hizo una pausa mientras me presionaba el clítoris con la
palma de la mano—. No hace que quieras más.
—No soy una mentirosa —dije, contenta de haber podido al menos decir algo,
aunque mi mente estaba prácticamente fuera de mi cuerpo. Él tenía razón. Yo quería
más. Me gustaba que me utilizaran. Tal vez no estaba del todo aquí, tal vez faltaba una
parte de mí, pero estos tipos me hacían olvidarlo todo.
—Entonces, ¿qué quieres? —Quería obligarme a decirlo, y estaba a punto de
hacerlo; tenía la boca abierta y todo, pero las palabras que iba a decir se me atascaron
en la garganta cuando mis ojos se centraron en la pantalla del televisor.
Más concretamente, lo que se reproducía en él.
Lincoln no dejó que mi silencio lo desanimara, y rápidamente sacó su mano de
mis pantalones, tirando de ellos hacia abajo con vigor y avidez. Justo hasta mis
rodillas, lo suficiente para que pudiera acceder a la parte importante. La parte de mí
56 que satisfaría su deseo.
Se bajó los calzoncillos y sacó su dura polla. No dudó en introducirla dentro de
mí. Un poco difícil de hacer, dadas nuestras posiciones, pero como él dijo, yo estaba
casi goteando de humedad. Pero la televisión...
No podía apartar los ojos de ella, ni siquiera cuando Lincoln empezó a empujar,
ni siquiera cuando Edward gritó desde la cocina:
—Date prisa, ¿quieres? El desayuno está casi listo. —Ni siquiera me di cuenta
de que sus palabras significaban que estaba más que de acuerdo con que Lincoln me
tuviera cuando quisiera. Estaba claro que mi cuerpo también lo deseaba.
Pero la maldita televisión, el noticiario. Las noticias de última hora... era algo
que necesitaba ver, incluso mientras me follaban.
Al hombre que estaba encima de mí no le importó que no le prestara atención.
Sólo necesitaba una parte de mí, y era una parte que podía tener, aunque le dije:
—Sube el volumen. —Le di un manotazo en la espalda, haciendo que dejara de
bombearme con su polla y mirara a su alrededor. Refunfuñó y se quejó en voz baja,
pero tomó el mando a distancia e hizo lo que le pedí.
Jum. Así que tal vez Lincoln no era un idiota total después de todo.
Una locutora, toda arreglada y demasiado despierta y alerta, teniendo en
cuenta que aún no eran las ocho, se ocupaba de describir lo que la policía había
descubierto a altas horas de la noche del día anterior:
—Las autoridades locales del condado de Eastland descubrieron un cadáver
en una casa abandonada que fue condenada por la ciudad y marcada para su
demolición. Los detalles son escasos, pero están llegando más mientras hablo.
En la pantalla apareció la imagen de un sheriff, un segmento pregrabado.
Estaba rodeado de periodistas que clamaban por preguntarle, en lo que supuse que
era la oscuridad de la noche anterior.
—No puedo compartir ningún detalle con ustedes en este momento.
Yo miraba, embelesada, casi olvidando que Lincoln seguía gruñendo sobre mí,
con la polla aún dura dentro de mí. Esto no sería tan nuevo si fuera sólo un cuerpo.
Había algo más, tenía que haberlo.
—¿Ha sido una sobredosis? ¿Otra muerte de la crisis de opioides aquí en
Estados Unidos? —preguntó una reportera, empujando su micrófono hacia el sheriff.
—No fue una sobredosis. Es todo lo que puedo decir. —Y entonces el sheriff se
marchó, y la imagen volvió a la periodista.
—Ese era el sheriff anoche —dijo la periodista—. Pero esta mañana, nos
enteramos de nueva información sobre lo que ahora se está llamando un asesinato
calculado. Hay numerosos informes no confirmados de que el cuerpo fue exhibido de
una manera casi performativa. Las manos de la víctima estaban atadas, casi como si
57 estuvieran rezando.
Lincoln se tensó sobre mí, soltando un gemido bajo mientras se retiraba
lentamente, con la polla mojada por mis jugos y su semen. Se apartó, sentándose
como si nada hubiera pasado, como si mis pantalones y mi ropa interior no siguieran
bajados. No estaba tan absorto en el noticiario como yo.
No estaba segura de lo que eso decía de él... ni de lo que decía de mí.
Ni siquiera lo miré mientras me subía los pantalones. Ya me cambiaría al llegar
a casa. Pero esto, el tema de las noticias de la mañana, era muy interesante. Un asesino
que exhibía a su víctima era un asesino que lo había pensado, un crimen premeditado.
Un crimen pasional nunca resultaba en una víctima exhibida, aunque se limpiara el
crimen pasional.
No, la mayoría de los criminales, la mayoría de los asesinos, dejaban los
cuerpos de sus víctimas tal como estaban o intentaban ocultarlos. Esto no lo hacía
cualquiera.
Por el frenesí de los medios de comunicación, por la forma en que la locutora
hablaba de ello, sabía que había algo más que ella no estaba compartiendo. ¿El
asesino le había hecho algo más al cuerpo? ¿Cómo mantuvo el cuerpo erguido? Los
cadáveres no se sentaban por sí solos. No tenían músculos para hacerlo, la gravedad
tiraba de ellos hacia abajo.
Lo que daría por ser una mosca en la pared de la casa donde se encontró el
cadáver.
Mi mente nadaba, incluso mientras Edward me daba un plato de desayuno
abundante: huevos con tocino y salchichas. También un vaso de zumo de naranja. Sólo
podía pensar en el cadáver, en el aspecto pálido del sheriff, como si hubiera visto
algo horrible.
Tenía que haber algo más. Había algo que no estaban diciendo, algo que no se
les permitía decir, de lo contrario podría causar un pánico en todo el condado.
¿Tenía el condado de Easton su propio asesino en serie en ciernes?
Capítulo Nueve - Stella

L e pedí a Edward que me dejara de nuevo en el bar, sabiendo que


probablemente no era bueno dejar que un desconocido —aunque me
había acostado con él y con su compañero de piso más de una vez—
supiera dónde vivo. De camino a casa sonó mi teléfono y lo contesté, viendo que era
Callie.
58
—¿Dónde demonios estás? —Callie prácticamente gritó en la otra línea—.
¿Estás bien? Te he estado mandando mensajes a diestro y siniestro, chica. ¿Has visto
las noticias? Claro que sí. Probablemente lo supiste en cuanto ocurrió, con tu sentido
enfermizo para los asesinos en serie...
Ni siquiera recibí un saludo, aunque no lo esperaba.
—No tengo un sentido sobre ellos, sólo me parecen interesantes. Y sí, he visto
las noticias. Me dirijo a casa muy rápido para cambiarme, y luego puede que vaya a
trabajar temprano. Sé que probablemente ya haya bastante cobertura al respecto,
pero si a alguien le toca escribir sobre ello, es a mí —dije.
—Eres una perra loca, pero sabes que te amo. Ahora te lo voy a preguntar otra
vez, porque no me has contestado: ¿dónde estás? ¿No volviste a casa anoche? —Hubo
una pausa al otro lado mientras Callie exhalaba un gran suspiro—. Dime que no fuiste
a casa con Killian. Dime que no te follaste a tu jefe. —Por su tono, quería que admitiera
que lo había hecho.
—No, Killian tenía otra compañía anoche —dije, pensando en él y Sandy en el
baño de mujeres del bar—. Yo... puede que me fuera a casa con alguien que conocí
en el bar.
Callie guardó silencio durante un rato.
—Mierda. Necesito detalles. Ya estoy en casa, pero tengo que irme. Esta noche.
Será mejor que me cuentes detalles jugosos esta noche.
Me reí y dije:
—Lo haré. —Después de colgar, caminé por las calles de nuestra ciudad, en
dirección al distrito comercial. El bar no estaba demasiado lejos de mi casa, pero con
el tráfico de la hora punta matutina, tardaba más en cruzar las calles y esperar a los
semáforos en rojo.
Cuando llegué a casa, Callie ya se había ido. Entré por la puerta principal,
cerrándola tras de mí. Me cambié a toda prisa y tomé mi bolso, con mi portátil de
confianza y unos cuantos cuadernos dentro. Mi teléfono estaba casi muerto, así que
Tomé también el cargador. Con suerte podría conseguir un asiento en la cafetería
cerca de un enchufe, para poder cargarlo mientras escribía.
Porque había mucho sobre lo que escribir, incluso sin ver la escena.
En menos de una hora estaba en la oficina del Tribune, atravesando su puerta
principal con entusiasmo. Casi sonreía, casi. Mi presencia sorprendió a mis
compañeros, al menos a los que estaban allí. Algunos no habían ido a trabajar,
probablemente por la resaca. El alcohol había corrido anoche como una cascada.
Me colgué la bolsa de los hombros y jugueteé con la correa mientras caminaba
por el desordenado espacio. Al fondo, vi a Killian sentado en su despacho, tomándose
un café y frotándose la frente. Seguro que tenía una migraña de muerte. Una parte
oscura de mí esperaba que le doliera.
59 Golpeé una vez el cristal de su despacho antes de entrar y sentarme en la silla
frente a él.
Prácticamente se levantó de un salto, casi derramando su taza de café por todo
el escritorio. Por suerte, sólo la sacudió un poco, pero toda su atención estaba puesta
en mí, extrañamente.
—Stella —dijo—, estaba preocupado por ti. Anoche te fuiste sin más. No te
despediste de nadie, así que pensé...
¿Qué pensó? ¿Que me había pasado algo malo? Algo malo me pasó, aunque no
fue estrictamente malo, sino más bien travieso. En cualquier caso, no necesitaba
saberlo.
Dejé que el silencio se prolongara un rato.
—¿Pensaste qué?
—Bueno —dijo Killian, frotándose la nuca en un gesto nervioso—, te vi
hablando con un tipo en el bar, y pensé... —Incluso así, no pudo decirlo.
—¿Qué pensaste? —Volví a presionar, esta vez poniendo énfasis en la primera
palabra.
—Me pareció verte salir con él. —Apretó los ojos mientras bebía un poco de su
café—. Todo está un poco borroso. Bebí demasiado…
—Estoy segura de que no todo está borroso. —No estaba segura de por qué lo
había dicho. No tenía ningún motivo para estar celosa de lo que hacían Killian y Sandy,
esta última que aún no había llegado, me había dado cuenta. Era algo que no debería
haber dicho, porque sin duda pensaría que estaba celosa.
Tal vez lo había estado, anoche mientras escuchaba el comienzo de una
mamada. Pero después de todo lo que pasó anoche, y técnicamente esta mañana, no
lo estaba.
O no debería.
—¿Qué...? —Killian se interrumpió en el momento en que sus ojos verdes se
encontraron con los míos. El reconocimiento brilló en sus profundidades, y no tardó
en adquirir un cierto tono rosado que apuesto a que adquirió anoche, cuando la boca
de Sandy le rodeó la polla. Sabía que yo lo sabía, y por eso dijo—: Stella, yo...
De nuevo, lo corté:
—No importa. —Sus excusas eran innecesarias—. No he venido aquí para
hablar de con quién estás. —Fue un buen desvío para que no volviera a mencionar a
Edward.
Pasó un rato antes de que Killian echara un vistazo a su ordenador.
—No empiezas a trabajar hasta dentro de unas horas. ¿Por qué estás aquí tan
temprano? —Acababa de darse cuenta. Mi jefe no era la herramienta más afilada del
cobertizo.

60 —Quiero escribir sobre el cuerpo que encontraron.


Parpadeó, dejando que mis palabras calaran.
—¿Encontraron un cuerpo? ¿Dónde?
—¿No has oído las noticias? —El corazón me latía en el pecho, tan fuerte que
amenazaba con estallar. ¿Cómo es posible que no se haya enterado?
Killian levantó un dedo, se inclinó hacia el teclado y empezó a escribir algo.
Sus ojos recorrieron la pantalla y vi cómo el sudor se acumulaba en su frente. Tenía
los ojos inyectados en sangre y parecía cansado. ¿Sandy le había tenido despierto
toda la noche?
—Eso es... a quince minutos de aquí —dijo lentamente, mirándome cuando
terminó, observando cómo asimilaba la noticia. ¿A quince minutos de aquí? Así que
teníamos una dirección—. ¿Qué más se puede escribir? Las principales cadenas de
noticias están en ello.
—Mis artículos son sobre todo especulaciones. Además, los lectores esperarán
que escriba sobre ello. Si mis artículos ya eran los más visitados de nuestra web,
imagínate el tráfico cuando empiece a escribir sobre esto.
—Estás asumiendo que este incidente no va a ser aislado. Estás esperando más.
Asentí con la cabeza.
—Lo estoy, y no sólo porque esté obsesionada con los asesinos.
Killian se estremeció ante mis palabras.
—Mira, si esto es por lo que dije anoche, lo siento. No debería haberlo dicho.
Fue grosero e improcedente, y no lo dije en serio. —Hoy parecía sincero con sus
palabras, pero era estúpido si pensaba que esto era por lo de anoche.
—Esto no tiene nada que ver con lo de anoche —juré—. Nada de nada. Voy a
escribir sobre esto, Killian, me des o no tu visto bueno. Creo que sería bueno para el
Tribune.
Suspiró.
—¿Qué vas a hacer? ¿Cuántos artículos vas a escribir sobre esto?
—Depende de cómo vayan las cosas a partir de aquí —respondí con
sinceridad—. Y quiero ir a la casa.
—Sigue siendo una escena del crimen.
—Entonces me dejarán caminar alrededor de la cinta amarilla.
Killian soltó un gemido y volvió a frotarse el cuello. Más que un tic nervioso, era
algo que hacía cuando estaba ansioso. Era algo lindo.
—Bien, pero cada vez que investigues para estos artículos, iré contigo,
¿entiendes? Esto no es algo con lo que debas jugar.
¿Acaso no me conocía? No era el tipo de persona que jugaba, hiciera lo que
hiciera, sobre todo cuando se trataba de mis artículos.
61 Me di cuenta de que estaba esperando a que aceptara, así que dije a
regañadientes:
—Bien. —Y entonces, lo más extraño fue que noté preocupación en su mirada
y no pude evitar preguntarme si estaba preocupado por mí. Por mi seguridad. Por mi
vida.
Parecía una tontería preocuparse cuando la vida era tan efímera.
Antes de dejar que se relajara del todo, añadí:
—Quiero irme ya.
Killian dejó escapar otro largo suspiro, no sorprendido por mi repentina
necesidad de ir a la escena del crimen.
—De acuerdo. Déjame poner esto en una taza de viaje, primero.
Una vez que la diva varonil estuvo lista, subimos a su coche y nos fuimos. Puso
la dirección en el GPS de su coche y, como dijo, estaba a menos de quince minutos
en coche de las oficinas del Tribune, al otro lado de la ciudad desde mi casa. La policía
seguía en la zona, peinando la casa y el patio en busca de pistas. Killian aparcó el
coche junto al bordillo de la calle y, mientras él salía y hablaba con la policía sobre
quiénes éramos y por qué estábamos aquí, yo salí lentamente del coche y estudié las
casas que nos rodeaban.
Esta era quizás la parte más antigua de la ciudad. Las casas de aquí se habían
construido hacía décadas, antes de que este pueblo tuviera su propia tienda de
comestibles. Con setenta años o más, la mayoría estaban destartaladas. Los
revestimientos estaban desconchados y los porches podridos. Ninguna de ellas
estaba tan mal como la casa en la que se había cometido el crimen: la casa en la que
se había encontrado el cadáver estaba más que decrépita.
Y me refiero a decrépito en el peor sentido: ventanas rotas, puerta principal
colgando de sus goznes. Parecía que sus cimientos estaban agrietados y se caían a
pedazos. Un camino de grava cubierto de maleza y hierba muerta. El tejado de la casa
estaba destrozado y algunas de las tejas colgaban del lateral de la casa de dos plantas.
Parecía una mierda. No es de extrañar que la ciudad condenó esta dirección.
Ningún banco podría vender una casa como esta, ni siquiera a volteadores. Esto era
irreparable. Mejor derribarla y empezar de nuevo.
Con mi bolsa de mensajero al hombro, me encontré con Killian en la acera.
Killian estaba ocupado guardando su cartera, sosteniendo su café en la otra mano.
—Dijeron que podíamos echar un vistazo, pero que no tocáramos nada —dijo—
. Y, obviamente, no cruzar la cinta amarilla.
Tomé la delantera, acercándome a la casa, deslizándome por su lateral,
abrazando la cinta amarilla de precaución a medida que avanzaba. Killian estaba
pegado a mi espalda y fingí no sentir sus ojos observándome. El hombre nunca sabía
cuándo tomarse un calmante.
62 —El cuerpo fue encontrado en el sótano —dijo.
—¿El sótano? —repetí, mirándolo. Eso no sonaba bien.
—Dijo que los forenses van a estar aquí un tiempo, porque fue... desordenado.
Mis pies se detuvieron mientras miraba fijamente una ventana cuadrada rota
en la pared inferior de la casa, la ventana que daba al sótano. Si estaba desordenada,
significaba que tenía que haber sangre, ¿no? Quería verla.
—El sótano gotea como una perra, así que tienen que conseguir todas las
pruebas que puedan antes de la próxima tormenta.
—Que es...
Killian respondió:
—En uno o dos días, creo.
Archivé esto en mi cabeza. Nunca se me había ocurrido entrar en la escena de
un crimen, pero quizá tuviera que hacerlo, una vez que la policía se hubiera ido.
Este barrio... no era el tipo de barrio donde todo el mundo se sentaba fuera y
hacía barbacoas y hablaba con los demás. Esta calle era el tipo de calle donde sólo
prestabas atención a ti mismo.
Cuando Killian tuvo arcadas por detrás, me detuve, inspirando profundamente
por la nariz. El aire era rancio en el espacio entre la casa condenada y su vecina, más
cerca de donde estaba la ventana del sótano. Era el peor hedor que había olido en mi
vida. Podrido y putrefacto. Tenía ganas de vomitar.
Con una mano tapándome la nariz y la boca, supe todo lo que necesitaba para
escribir mi primer artículo al respecto. Pasé junto a Killian y él me siguió de buena
gana hasta la acera, donde el aire era limpio.
—¿Eso es todo? —preguntó, sorprendido—. ¿Vinimos aquí a dar una vuelta?
—Salimos —dije, volviendo al coche. Fui la primera en entrar.
¿Qué esperaba Killian? ¿Que sacara una lupa y jugara a los detectives? No, no
necesitaba pasar más tiempo aquí. Sabía lo suficiente. Sabía más que suficiente. Lo
único que no sabía era la información de identificación de la víctima.
—¿Sabemos quién era la víctima? ¿Hombre, mujer? ¿Viejo, joven? —le
pregunté mientras subía al coche.
—El policía dijo que la víctima era una mujer, pero en cuanto a la edad, no se
me ocurrió preguntar, ya que es tu historia y no la mía —comentó Killian secamente
mientras dejaba el café en el portavasos y se marchaba. Sus ojos verdes me miraron—
. Ni siquiera tomaste notas.
—No hacía falta.
Killian suspiró, lo hacía mucho cuando estaba cerca de mí. Debo volverlo loco.
—Necesito más café.
—Conozco el sitio perfecto —dije, asintiendo con la cabeza, sabiendo que
63 quería un Starbucks, como la mayoría de la gente. Pero, ¿por qué un Starbucks
cuando se puede ir a una cafetería acogedora, hogareña, de pueblo, que cuesta
menos de la mitad?
Con un poco de suerte, Killian no se quedaría. Tomaría su café y se iría,
dejándome redactar mi próximo artículo en paz. Después de ver la casa, tuve muchos
pensamientos, y todos giraban en torno a la posibilidad de que hubiera un asesino
ahí fuera empezando a aprender su oficio.
Capítulo Diez - Edward

T rabajaba como jefe de cocina en un restaurante de categoría que estaba


a unos cuarenta minutos en coche de nuestra casa. Pasaba la mayor
parte del día solo, aunque los otros cocineros siempre intentaban hablar
conmigo. Me reía y sonreía cuando era necesario, pero en realidad no quería hablar
con ellos. A veces, hablar con la gente no era más que una tarea.
64
Lincoln siempre decía que yo era el más normal de los dos, pero tenía mis días.
Sí, algunos días quería estrangular a cada persona que me encontraba,
independientemente de si me hablaban o no, o incluso de si me miraban. El mundo
ya estaba demasiado lleno; le estaría haciendo un favor.
Y luego había días como hoy, en los que mi mente estaba tan absorta en otra
persona que parecía que no podía hacer bien ninguno de mis platos. Demasiado
salado, demasiada cayena. Demasiado cocido, poco cocido. Crudo. Mi mente estaba
tan perdida pensando en lo de anoche que mi trabajo se resintió, y la comida era una
de las cosas buenas de la vida. No podía estropear la comida de nadie. Mi orgullo no
me lo permitiría. Lo que significaba que tenía que volver a cocinar más de una docena
de comidas antes de las doce, pero era lo que había.
Por mucho que intentaba que Stella no dominara mi mente, fracasaba, así que
al final me rendí. Pensé mucho en ella a medida que avanzaba el día y pasaban las
horas. El trabajo nunca se me hacía pesado, porque disfrutaba sinceramente con lo
que hacía, pero hoy… hoy, lo único que quería era irme e ir a ver a Stella,
dondequiera que estuviera. Sabía dónde trabajaba, porque me había dedicado a
acosarla, pero no había visto dónde vivía. Había conseguido una dirección de Google,
sin embargo.
Eso tendría que cambiar pronto.
Tenía sentido que tuviera una compañera de piso; Stella no parecía el tipo de
mujer que se las arreglaría bien viviendo sola. Había algo en ella que era...
indescriptible. Algo oculto bajo la superficie, algo que me rogaba que averiguara más
sobre ella.
Me sentía atraído por ella de la forma más extraña y natural. La deseaba más
de lo que jamás había deseado a nadie, y eso ya era mucho decir. Lincoln siempre
decía que me obsesionaba con las cosas, y supongo que hasta cierto punto tenía
razón, pero juraría que mis sentimientos por Stella no se parecían a nada que hubiera
sentido antes. Tenía que saber más sobre ella.
Tenía que volver a verla, tenía que volver a atarla a mi cama. Esta vez, le ataría
los tobillos pálidos y finos con tanta fuerza que saldría de allí con quemaduras de
cuerda. Quería saborearla, hacer que se retorciera y gritara mi nombre.
Carajo. Me estaba excitando sólo de pensar en lo que le haría, en lo que
ansiaba hacerle a ese cuerpo. El trabajo no era un buen lugar para tener una erección.
Si hubiera podido detenerla lo habría hecho, pero no pude, así que pasé los
siguientes minutos abrazado a la encimera, donde me dediqué a cortar pollo. El
aroma de la cocina no era suficiente para sacarme de mis pensamientos, y yo estaba
demasiado débil para luchar contra los pensamientos de Stella nadando a través de
mí.
Débil.
65 Era curioso, porque yo era cualquier cosa menos débil. Era fuerte, física y
mentalmente, y sabía lo que quería en la vida. Sólo disfrutaba de unas pocas cosas, y
sabía que Lincoln pensaba lo mismo; en ese sentido, no éramos normales. Sin
embargo, por mucho que lo intentáramos, si alguien alguna vez investigara nuestras
vidas y nuestras, llamémoslas, aficiones, no encontraría ninguna prueba de lo que
habíamos hecho. Ninguna prueba.
Una de las ventajas de ser policía, me aseguró Lincoln, además de venir de una
familia que se ganaba la vida con ese tipo de cosas. Sabía cómo lidiar con los cuerpos,
sabía cómo limpiar la sangre más rápido. Su familia también me había enseñado.
Teníamos un sistema, y ese sistema funcionaba.
Le estaba agradecido a él y a los escoceses por encontrarme y enseñarme a
vivir esta vida sin llamar la atención de todo el mundo. Años atrás, cuando no era más
que un niño raro de trece años, empezaba a aficionarme a las muertes de animales.
Más concretamente, el perro de mi vecino. Aquel maldito bicho no paraba de ladrar
y, si he de ser sincero, fue mi primera víctima porque sabía que su silencio alegraría
al vecindario.
Tengo que saciar mis ganas de matar y tranquilizar al vecindario. ¿Qué no era
bueno?
Por supuesto, fue después de la desaparición del tercer perro del vecino
cuando empezaron a fijarse en mí. Los vecinos habían asaltado la valla que separaba
nuestros patios y se habían fijado en la tierra recién cavada. Mis padres no eran de
los que se preocupaban por lo que yo hacía, y el césped era mi responsabilidad, así
que era el escondite perfecto... o eso había pensado mi pequeña mente de trece años.
Cuando mis padres se enteraron de lo que había hecho, cuando los vecinos les
obligaron a hacerme desenterrar a sus perros muertos, no se pusieron contentos.
¿Qué padres normales estarían encantados ante la perspectiva de que su único hijo
atrapara y mutilara a los perros del vecino?
No pasó mucho tiempo antes de que mis padres intentaran internarme en un
hospital para que me vigilaran. Los había oído hablar y decidí que ya era suficiente.
Si no me querían cerca, no me quedaría. Así que me fui. Hice una sola maleta y salí
por la ventana de mi habitación antes de que alguien pudiera venir a llevarme, antes
de que mis padres pudieran meterme en el coche y llevarme allí. Como fuera.
Llevaba un tiempo sin hogar, mendigando por las calles, evitando cualquier
lugar que pudieran frecuentar mis padres. Me había dejado crecer el pelo y, con la
suciedad y la grasa de no tener hogar y, por tanto, de no poder ducharme, tenía un
aspecto muy diferente.
Había sido una noche oscura cuando vi a Lincoln por primera vez. Había estado
durmiendo en un callejón, fuera de las calles, cerca de otro vagabundo. Carl, le
llamaba, aunque nunca estuve seguro de si era realmente su nombre o no. Le faltaban
demasiados dientes para que pudiera entenderle el habla.
Lincoln era unos años mayor que yo, pero en aquel primer momento había
66 sabido lo que era, lo que pretendía ser. Era igual que yo, incluso cuando señaló al
vagabundo que dormía a mi lado. Miré a través de los párpados rasgados, viendo
cómo otro hombre asentía y agarraba al vagabundo, diciendo algo sobre darle a Carl
una comida caliente gratis. Para atraerlo a un segundo lugar.
Resultó que la ubicación secundaria era un almacén abandonado que había
sido requisado con otro fin. Los seguí; no fue demasiado difícil, teniendo en cuenta
que su lujoso BMW negro destacaba como un pulgar dolorido en la zona de la ciudad
en la que nos encontrábamos. Supe al instante que Lincoln tenía dinero, pero no fue
hasta que me encorvé en la oscuridad, entre las sombras del almacén, y observé
cómo se desarrollaba la escena que supe de dónde procedía su dinero.
Muerte.
El vagabundo tenía la boca amordazada y estaba atado a una viga. Intentó
forcejear, pero fue inútil. El hombre mayor había hablado con Lincoln como si le diera
instrucciones, como si le enseñara lo que tenía que hacer.
Mientras escuchaba, me di cuenta de que la muerte no siempre era sangrienta.
La muerte no siempre implicaba desmembramiento. La muerte podía ser accidental;
podía ser tan simple como caerse por las escaleras o ponerse delante de un coche.
Aprendí entonces que cuando la familia de Lincoln estaba involucrada, la muerte
tendía a ocurrir más a menudo.
A mí me seguía gustando llamarlos asesinos, pero Lincoln y su familia siempre
fueron vehementes en contra del término. Demasiado llamativo, y demasiado ilegal.
El vagabundo que se habían llevado, mi amigo Carl, servía de instrucción:
dónde estaban los órganos vitales en un cuerpo desnutrido, dónde cortar para que se
desangrara en cuestión de minutos. Antes de que el vagabundo encontrara la muerte,
Lincoln giró la cabeza y miró fijamente a las sombras en las que yo estaba agazapado.
Había sabido que yo estaba allí todo el tiempo.
En lugar de matarme, como pensé que iban a hacer cuando el hombre mayor
me sacó a rastras y me tiró al suelo ante Lincoln y el vagabundo inmovilizado, Lincoln
me estudió, golpeando el cuchillo que sostenía contra la palma de la mano.
Y luego me había dado el cuchillo, sin decir una palabra. Resultó que ese
almacén era una anomalía. No lo utilizaban a menudo. Preferían matar en su propia
propiedad, pero a veces había trabajos en el mundo, y cuando aparecían, había que
saber cómo desenvolverse y evitar sospechas.
A partir de ahí todo fue historia, sobre todo historia sangrienta. Estaba
agradecido a Lincoln y a su familia por acogerme, y aún más agradecido por
enseñarme a satisfacer mis impulsos teniendo cuidado, sabiendo qué hacer para que
no me pillaran. No solían dejarme tomar marcas —que era como llamaban a sus
objetivos— pero me dejaban cazar y utilizar sus recursos cuando lo necesitaba.
Porque eso es lo que era: una necesidad. Un impulso, un deseo. Necesitaba
matar para vivir, por mucho que fuera un oxímoron. Necesitaba ver a alguien exhalar
su último aliento mientras yo seguía viviendo, tenía que ser el que diera el golpe final.
La sensación de poder que me producía acabar con la vida de alguien era una belleza
que la mayoría de la gente nunca conocería, porque estaban demasiado atrapados en
67 la estricta moralidad de la sociedad.
Ser irrestricto y sin restricciones en lo que respecta a la moral se sentía tan
bien; me sorprendía que no lo probara más gente.
Bueno, algunos lo hicieron y fueron detenidos inmediatamente. No me gustaba
pensar en esa gente, porque me creía mejor que ellos. Yo estaba en un nivel
completamente diferente.
Fue en mi primer descanso cuando entré en la trastienda y saqué el móvil
después de lavarme las manos. Sabía que no debía llamarla, pero tenía que oír la voz
de Stella. Tenía que sentirme cerca de ella, aunque hubiera ciudades entre nosotros.
Así que la llamé.
No contestó al primer timbrazo. Probablemente se quedó mirando el
identificador de llamadas, con las cejas ligeramente juntas y cara de confusión.
Probablemente Stella se preguntaba qué demonios hacía mi nombre parpadeando en
su pantalla. No le había dado directamente mi número.
Stella tardó en contestar, respondiendo tímidamente:
—¿Edward?
Oh, el timbre de su voz podría calmarme algo feroz. Su voz podía sacarme del
borde de la locura. No sabía mucho sobre esta mujer, pero me juré a mí mismo que
eso cambiaría. Descubriría todo sobre ella, y aun así no sería suficiente.
—Soy yo —dije con una sonrisa, como si ella pudiera verla. Stella apenas
sonreía, pero sabía que era capaz de hacerlo. Ella era... tan diferente a cualquiera que
hubiera conocido—. ¿Cómo estás?
Stella no me contestó de inmediato, sino que me preguntó:
—¿Cómo has conseguido mi número? ¿Y por qué estás en mi teléfono? No me
acuerdo...
Mis ojos recorrieron la sala de descanso. Estaba solo y la puerta estaba
cerrada, así que hablé con sinceridad:
—Mientras estabas desnuda y desmayada en mi cama, encontré tu teléfono.
Sabía que tendría que tener más de ti, Stella.
¿Disfrutaba del sonido de mi voz como yo de la suya?
Entonces tuve un pensamiento horrible. ¿Y si no quería volver a verme? ¿Y si
lo de anoche fue sólo una noche? No podía permitirme pensar así. Todavía no.
—Edward —volvió a decir mi nombre, y era todo lo que necesitaba oír. No
estaba enfadada.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy planeando un artículo. —Su respuesta fue sencilla y sincera, y supe que
el artículo era sobre lo que había salido antes en las noticias. Había estado tan absorta
en las noticias que apenas pestañeó cuando Lincoln le metió la polla.
—¿Otro sobre asesinos en serie? —Si al menos supiera con quién hablaba, si al
68 menos supiera lo que yo era, entonces no dudaría.
—Sí —susurró.
Oí el sonido de las campanas y esperé un momento antes de preguntar:
—¿Dónde estás? —Tenía que imaginármela, tenía que imaginarme dónde
estaba, aunque era difícil hacer nada de eso cuando no podía quitarme de la cabeza
la imagen de ella, desnuda y sujeta en mi cama.
—Estoy en una cafetería. Es donde más escribo —dice.
Me la imaginaba sentada sola ante una mesa, con un portátil o una tableta
abierta frente a ella y una mirada concentrada en su bello rostro. Esos ojos —esos
ojos maravillosamente extraños— yendo y viniendo mientras releían y revisaban lo
que había escrito hasta entonces.
A Lincoln no le gustaban sus ojos, pero a mí sí. Me encantaban.
—Necesito volver a verte —dije, con evidente urgencia. La verdad era que
necesitaba verla ahora, pero eso era imposible por varias razones, dejando a un lado
la distancia. No podía dejar mi trabajo cuando quisiera.
Pasó un minuto antes de que preguntara:
—¿Cuándo? —Stella no preguntó por qué, porque lo sabía. Sólo un tonto
ignorante no sabría por qué necesitaba verla.
Si dijera esta noche, ¿pensaría que estoy necesitado? ¿Sería demasiado pronto?
No quería asustarla. Aunque la necesitaba en ese instante, dije:
—Mañana por la noche. —No como una pregunta, sino como una afirmación.
Stella no podía negarme mi liberación aunque quisiera.
Y no lo hizo.
No la presioné cuando me dijo:
—Nos vemos en el bar a las siete. —Y luego colgó, aparentemente no le
gustaban las conversaciones triviales. Pero no me importó. Tenía un lugar y una hora,
y me moría de ganas de verla, por no hablar de investigar más sobre ella en Internet
esta noche.
El día no podía pasar lo bastante rápido.

69
Capítulo Once - Killian

C uando volví con dos cafés, encontré a Stella guardando su teléfono.


Había fingido no escuchar mientras esperaba en la cola, pero era difícil
no hacerlo, porque este lugar era pequeño y todo lo contrario a
abarrotado y ruidoso. Era un lugar pintoresco y tranquilo, y pude entender por qué
le gustaba venir aquí a escribir sus artículos.
70
Además, no estaba demasiado lejos del Tribune, así que cuando se pasaba de
los plazos —algo que hacía muy a menudo— no tenía que correr demasiado, ya que
no tenía coche.
En parte culpa del Tribune, supuse. No se me permitía contratarla como
periodista a tiempo completo porque la contratación no era decisión mía. Yo no era
el dueña del periódico, pero tenía que escuchar a sus propietarios cuando se trataba
de la dotación de personal y la asignación de horas.
Para empezar, los propietarios ni siquiera querían que contratara a Stella.
Había sido una lucha, pero era alguien por quien volvería a luchar con mucho gusto.
Desde el primer momento que la conocí supe que era especial.
Y no, no por su mirada única y seductora.
Incluso cuando estaba con Julie, sabía que Stella era especial, que había más
en ella de lo que la mayoría de la gente veía. No me consideraba una persona
altanera, pero tampoco me creía el típico tipo medio.
Ojalá no me hubiera emborrachado y no me hubiera insinuado en la fiesta de
Navidad del año pasado, y daría cualquier cosa por retractarme de lo que dije anoche.
El alcohol me afectaba y no era una buena persona bajo sus efectos. Probablemente
debería dejar de beber y esforzarme más con Stella.
Porque, incluso estando borracho, incluso después de alejarme de ella y casi
recibir una mamada de otra mujer, seguía sin salir de mi cabeza.
Dejé su café junto al portátil y me senté en la silla de enfrente. A mi pesar, a
pesar de intentar actuar con calma y serenidad, pregunté:
—¿Quién era? —La observé tomar tranquilamente un sorbo de su café, negro,
sin azúcar y totalmente asqueroso. No sabía cómo podía bebérselo así.
—Mi madre quiere saber cuándo tengo libre la semana que viene para que me
mida el vestido de dama de honor —dijo Stella, con los ojos fijos en mí, pero por la
mirada que me dirigió mientras hablaba por teléfono supe que no era su madre. No
respondió exactamente a mi pregunta, pero si quería ocultarme cosas, no podía
culparla. Tenía todo el derecho a no confiarme ciertos detalles de su vida, porque yo
sólo era su jefe.
Sólo su maldito jefe.
Dios, realmente deseaba poder cambiar eso. No quería ser sólo su jefe. Yo
quería más. Había querido más de ella desde que la conocí, incluso cuando estaba
con Julie. Nunca lo admitiría en voz alta, a menos que fuera en confianza, algo que no
tenía con Stella, después de la forma en que había actuado con ella.
Fui un maldito imbécil.
—Descansa cuando lo necesites —dije, rezumando una generosidad que nunca
mostraría a nadie más—. Te dejaré recuperar las horas. —Estúpido, porque nunca
dejaba que nadie recuperara su tiempo, pero por Stella, estaba dispuesto a romper
71 todas las reglas.
—Gracias. Se lo diré y luego te diré qué día no estaré.
Después de beber otro sorbo de la taza, los dedos de Stella empezaron a
escribir furiosamente en su teclado, y yo la observé un rato en silencio, asombrado
de lo diferente que parecía cuando se concentraba en algo.
¿Quién diablos era yo para impedirle que escribiera sobre lo que le gustaba?
Le había dado el visto bueno para escribir sobre lo que quisiera, y dio la casualidad
de que le gustaba escribir sobre asesinos. Asesinos en serie. Un poco raro, nada
normal, pero un hobby era un hobby. Era una gran conocedora de ellos y sus artículos
online eran los más visitados, era cierto.
—Entonces, ¿qué aprendiste de nuestra pequeña excursión a la escena del
crimen? —pregunté, curioso. No habíamos estado allí mucho tiempo y no estaba
seguro de qué demonios podría haber sacado en claro. ¿Tan buena era? ¿Con sólo
echar un vistazo ya lo sabía, o al menos pensaba que lo sabía?
Porque, en realidad, nadie podía saberlo. Nadie sabía lo que pasaba por la
cabeza de alguien. A veces una persona no sabía lo que pasaba dentro de su propia
cabeza. Los engranajes giraban, las ruedas se movían; a veces una persona estaba
tan perdida en sus propios delirios que no podía ver lo que era real y lo que no.
Las mentes eran... cosas fascinantes.
Quizá por eso me gustaba tanto Stella: sabía que su mente ocultaba algo. Sólo
con mirarla sabía que había una parte de ella que ocultaba al mundo. Probablemente
nunca ocurriría, pero yo quería ser el catalizador, la chispa que liberara lo que fuera.
La deseaba.
—Me dijo mucho, en realidad —dijo, mirándome. No importaba cuántas veces
me mirara con esos ojos, nunca podría superar lo diferentes que eran el uno del otro.
Normalmente, la heterocromía era una ligera diferencia, ¿no? ¿Cuántas personas
tenían un ojo azul brillante y otro marrón cálido? Sin toques de verde por ninguna
parte, sin marrón que diluyera su azul.
Sabía que Stella odiaba cuando la gente hacía comentarios sobre sus ojos,
cuando actuaban como si fuera diferente sólo porque sus ojos eran únicos. La había
oído quejarse de ello antes, y por eso nunca le decía un cumplido en voz alta, y hacía
lo posible por no detenerme demasiado en un ojo.
Sin embargo, ese maldito azul siempre me llamaba la atención. Era difícil
ignorar su profundidad zafiro.
—¿Qué te dijo? —pregunté, paseando la mirada por la tienda. Sólo había otra
persona, un hombre que jugueteaba con su teléfono en una esquina. Estaba aquí antes
de que llegáramos, y parecía que el hombre seguiría aquí mucho después de que nos
fuéramos. Nunca sabré cómo alguien puede pasar todo su tiempo libre en una
cafetería y disfrutar de su vida.
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Stella, pero sólo por un
momento.
72 —Tendrás que esperar y leer el artículo como todo el mundo. —Casi se burlaba
de mí. Su tono algo petulante me hizo sonreír.
Esta siempre me sorprende. Creo que la amaba, dejando de lado todas mis
estúpidas decisiones.
Cuando el silencio se apoderó de nosotros, cuando no pude oír nada más que
el golpeteo de sus dedos contra el teclado, enderecé la espalda. Sabía que no podía
quedarme aquí mucho más tiempo: cada vez que me ausentaba en horas de trabajo,
algo parecía ir mal en el Tribune. Sinceramente, no me sorprendería que se
incendiara todo el edificio.
Pero no podía irme todavía. No antes de aclarar las cosas.
—Stella —dije, esperando hasta que sus dedos se detuvieron y ella levantó su
mirada hacia mí—. Siento mucho lo que dije anoche. No debería haberlo dicho. No te
lo merecías. Fue una estupidez.
Asintió sin decir nada. Tenía que estar de acuerdo con todo lo que yo decía, de
lo contrario seguramente habría dicho algo.
—Y en cuanto a todo el asunto con Sandy…
En eso, ella tenía que comentar.
—No me importa con quién estés, Killian. —Sus labios se afinaron, una mirada
pensativa cruzó su rostro—. ¿Pero Sandy? Ella es... bastante agradable, supongo,
¿pero para ti? Te mereces a alguien mejor.
Maldita sea, me merecía a alguien mejor. Me merecía a alguien como Stella.
Antes de emborracharme y dejar que Sandy me arrastrara al baño de mujeres, no
había tenido la boca de ninguna mujer en ninguna parte de mí durante meses. Desde
que finalmente rompí con Julie. Horrible como algunos podrían pensar, había sido
célibe desde la ruptura. Con un poco de suerte, mi perseverancia daría sus frutos.
Porque quería a Stella.
Amaba a Stella.
Tenía razón, por supuesto. Nunca debí dejar que Sandy me tomara de la mano
y, sin duda, debí detenerla mucho antes de que me la chupara. Estaba borracho y
débil, y juré que nunca más dejaría que el alcohol se apoderara de mí.
—Quiero decir, me gusta Sandy, pero... —Stella se encogió de hombros—. A
veces puede ser mala. No sé si es por su divorcio o qué, pero siempre encuentra la
manera de burlarse de mí. —Ella frotó sus brazos, pareciendo demasiado delgada a
través de mí. Debía de pesar sólo unos cincuenta kilos.
Demasiado delgada. Necesitaba más carne en esos huesos.
Pero sus palabras me tocaron la fibra sensible. ¿Sandy era mala con ella? No
me había dado cuenta de nada de eso, pero tal vez fuera porque yo estaba muy
ocupado en la oficina, y las horas de trabajo de Sandy y Stella rara vez se cruzaban.
73 Si lo que decía Stella era cierto, y yo no lo dudaba ni un ápice, Sandy y yo teníamos
que hablar. No habría discusiones en el trabajo, sobre todo cuando se trataba de
Stella.
Stella era una mujer, pero con su aspecto, lo pequeña que era tanto en altura
como en peso, parecía una niña. Indefensa, en cierto modo. Quería protegerla del
mundo, aunque sabía que me juraría que no necesitaba protección ni ayuda. Pero era
algo que todo el mundo aprendía con el tiempo: incluso los mejores de nosotros
necesitábamos ayuda a veces. Ella no era una excepción.
—Sé que soy la última persona que debería preguntarte esto, pero... —Dios,
soné como un bobo. Como alguien que nunca había invitado a alguien a salir. Me
interrumpí, inseguro. Tal vez no debería. Quizá debería esperar.
Pero tal vez si esperaba, uno de los dos estaría muerto en una semana. Nunca
se sabe. Pasaban cosas.
—¿Pero qué? —preguntó Stella.
—Me gustaría verte —rompí mi silencio, encontrándome con sus ojos
interrogantes—. Fuera del trabajo, quiero decir. Quiero invitarte a cenar. —Horrible,
incluso para mis oídos. No podía imaginar lo mal que sonaba para los suyos.
Ladeó la cabeza y parte de su pelo castaño le cayó sobre la cara. Hoy lo llevaba
suelto, no recogido en su habitual moño desordenado. Parpadeó y dijo lentamente:
—¿Me estás invitando a salir? ¿Puede un jefe invitar a salir a una de sus
empleadas?
—Eso depende. ¿Vas a venir por mí con una demanda? Te advierto que puedo
parecer bien vestido, pero no tengo mucho en mi cuenta bancaria.
De nuevo, una pequeña sonrisa. Vivía para esas malditas cosas.
—Tengo cosas que escribir, no tengo tiempo para pleitos —dijo Stella—. Pero...
tal vez tenga tiempo para una cita contigo. ¿Cuándo?
Bien, ahora era cuando debía dejarlo pasar, pero no podía. Yo no era de los
que dejaban pasar las cosas. Mis padres no me habían criado así. Así que le dije:
—¿Qué tal mañana a las siete? —Mientras lo decía, observé su reacción,
esperando a que me confesara que había quedado, lo que sonaba como, otra cita
mañana con alguien.
¿Ese extraño del bar con el que creí haberla visto irse?
No. No lo pensaría.
—Mañana no puedo. ¿Qué tal el viernes? —Ofreció la sugerencia con tanta
facilidad que me costó sentirme desairado por la oportunidad perdida de mañana.
—Trabajas los viernes, ¿verdad? —Una pregunta estúpida, porque sabía que
trabajaba. Yo hacía el maldito horario—. Podemos ir justo después del trabajo, ¿a
menos que quieras ir a casa y cambiarte? —Sabía dónde vivía, pero nunca había
estado allí. Parecía una gran línea a cruzar, y una vez cruzada, no había vuelta atrás,
74 no más pretensiones.
A los humanos se nos daba bien fingir.
—El viernes después del trabajo —dijo Stella, reafirmándome.
Estaba tan contento de tener una cita con Stella, tan lleno de posibilidades que
no me di cuenta de que el hombre de la esquina de la tienda nos miraba fijamente.
O, más concretamente, a ella.
Capítulo Doce - Stella

L a prueba del vestido era el martes. No podía olvidarlo, así que hice una
nota en la nevera al día siguiente. Mientras lo escribía, Callie salió del
vestíbulo con un traje de negocios y unos tacones que hacían clic en la
baldosa. Llevaba el pelo castaño alisado con mechones que le enmarcaban la cara.
Sus ojos castaños oscuros estaban enmarcados con sombra de ojos ahumada y rubor
75 en las mejillas. Con la ropa ceñida a sus curvas, tenía buen aspecto. Sexy y profesional
al mismo tiempo.
Ni que decir, quería todos los detalles de mi noche con Edward y Lincoln. No
podía creer que me hubiera acostado con dos hombres la misma noche. De una
manera extraña, creo que estaba orgullosa de mí.
—Así que —dijo Callie, tomando su bolso—, ¿emocionada por tu cita de esta
noche con los tipos buenos? —Dos hombres a la vez era su sueño, había bromeado.
Todo lo que había tenido antes era un chico y otra mujer, de a tres.
Esto fue antes de John, sin embargo. Ahora era estrictamente monógama.
—Bueno, la hice con Edward, así que no sé si veré a Lincoln esta noche. —
Mientras lo decía, secretamente esperaba ver a ambos. Eran dos hombres diferentes,
y llenaban diferentes partes de mí. ¿Quién sabía que me gustaba lo rudo? ¿Quién
sabía que me gustaba un hombre que no temía tomar lo que quería?
Cuando Killian había intentado ligar conmigo el año pasado, estaba borracho.
Nunca me gustaron los borrachos. Olían mal y su comportamiento era muy deficiente.
Killian no había sido diferente.
Esperaba que nuestra cita de mañana fuera diferente. Diablos, todavía no
estaba segura de por qué le había dicho que sí.
—Oh, ¿con cómo los describiste? Apuesto a que nunca tienen a sus mujeres uno
a uno. Siempre compartiendo. Súper celosa ahora mismo, cosa que ya sabes. —Callie
esperó un momento antes de añadir—: Y una cita con Killian mañana. Tienes más
acción que yo, Stella. No podré ver a John hasta dentro de unos días. Está fuera de la
ciudad en viaje de negocios. —Hizo un ruido de fastidio.
Más acción. No es que quisiera mucha acción, pero no podía negar el hecho de
que parecía que iba a tropezar con penes en los próximos dos días. Por supuesto, no
planeaba acostarme con Killian… ¿Pero Edward y Lincoln? Sería una mentirosa si
dijera que no esperaba estar con ellos, o al menos con Edward.
Qué raro, porque hace unos días era virgen en todos los sentidos de la palabra.
Ahora era como si surgiera la zorra que llevo dentro y se sintiera bien saliendo y
recibiendo un poco. ¿Quién era yo para negarle a mi cuerpo el placer básico de la
vida, es decir, el sexo?
—Mi cita con Killian es sólo una cita —dije, moviéndome para apoyarme en la
isla frente a ella—. Y no tengo grandes esperanzas en ella, después de todo lo que
pasó con él en el pasado.
—Sabes que podría acabar mal, ¿verdad? Podría intentar sacarte algo otra vez,
y tú se lo niegas, y entonces ¡pum! te despiden. Sé que te encanta tu trabajo en el
Tribune —dijo Callie—, y no quiero que te hagan daño. —Rodeó el mostrador y me
abrazó—. Espero que sepas lo que haces... —El abrazo terminó y ella sonrió al
soltarme—. Y que tengas cuidado. Sigues tomando la píldora, ¿verdad? ¿La tomas a
la misma hora todos los días?
76 Puse los ojos en blanco.
—Sí, mamá.
Se rio, tomó su bolso y salió por la puerta en menos de un minuto.
Me pasé el día arreglando mi próxima entrada del blog y trabajando en mi
artículo. Tuve que ir a la oficina unas horas para hacer mi tiempo, pero en cuatro horas
estaba en casa y duchándome. Se acercaba mi cita con Edward y, con suerte, con
Lincoln, y quería cada centímetro de mí limpio.
¿Me atarían de nuevo? ¿Me harían otra cosa, algo más? ¿O no tendrían tanto
interés en mí, puesto que ya me tenían? No parecían el tipo de hombres que se
quedan mucho tiempo con una sola mujer, y supuse que no podía culparlos. Los
hombres siempre fueron tan arrogantes con el sexo y las relaciones, porque no eran
ellos los que podían quedarse embarazados.
No dejaría que mi pesimismo restara importancia a lo que sentía hacia ellos.
Sentimientos que no podía explicar. Estaba, sorprendentemente, emocionada por
volver a verlos. Quería verlos, pasar más tiempo con ellos. Quería que me follaran.
Sólo... ¿Qué alienígena loco tomó el mando de mi cerebro cuando no estaba
mirando? Nunca había tenido pensamientos como esos, nunca había querido que un
chico, y mucho menos más de uno, me follara. No estaba actuando como yo misma.
Y me sentí genial. Me sentí feliz.
Me vestí con leggings y una camiseta más larga, incluso me maquillé un poco.
Algo que nunca hacía, porque me parecía inútil, algo que inevitablemente se correría
o se lavaría, pero quería estar guapa. Me di cuenta de que quería impresionar a
Edward y a Lincoln. Quería que me desearan más de una vez.
Una droga.
Lo que yo quería ser para ellos era una droga. Quería que se volvieran adictos
a mí, igual que yo me había vuelto adicta a ellos tras una sola noche. Las tornas debían
cambiar para ellos, era justo. Debían desearme tanto como yo los deseaba a ellos, y
si no me deseaban al final de la noche, tal vez no estaba destinado a ser.
Después de estar con ellos, lo supe.
Sólo sabía que tenía que estar con alguien que supiera que me necesitaba.
Alguien que pudiera demostrarlo con sus acciones, porque cuando se trataba de
palabras... bueno, las palabras a menudo eran mentiras, al menos cuando me las
decían a mí. Las acciones no mentían.
No me veía como alguien que necesitara tener novio para sobrevivir. Había
vivido tanto tiempo sola y podía seguir. Pero la cosa era que no quería. Ya no. No
después de estar con Edward y Lincoln.
Aquellos tipos me habían hecho adicta a ellos tras una sola noche. Si a cambio
no me convertía en la droga que ellos necesitaban para sobrevivir... no sabía lo que
haría. Algo no bonito, probablemente.
Cuando estuve lista para mi cita, me di cuenta de que aún me quedaba algo de
77 tiempo, así que me senté y saqué el portátil, releyendo mi artículo. No tenía que
entregarlo hasta mañana al final de la jornada laboral para el periódico del domingo,
pero por una vez estaría bien no tener que apresurarme a enviárselo por correo
electrónico a Killian para que lo revisara.
Fue... perfecto.

Querido lector, sabes que vengo a decirte sólo verdades. Jamás te


mentiría, mientras que otros medios de comunicación se empeñan en seguir
haciéndote tragar mentiras y noticiarios mal gestionados. A estas alturas, sin
duda habrás oído hablar del cadáver.
Sí, el cadáver.
No hace falta que describa qué aspecto tenía el cadáver ni dónde se
encontró, porque si estás leyendo esto, ya lo sabes. Para cuando este artículo
llegue a las estanterías y al sitio web, ya lo habrás oído todo en la televisión, en
la radio, en la cháchara en la que tú y tus compañeros de trabajo participan cada
mañana antes de llegar al trabajo.
Ya sabes que se ha encontrado un cadáver en una casa en ruinas de una de
las calles más antiguas de nuestra ciudad. Ya habrás oído que se trata de una
mujer joven, cuya identidad aún no se ha hecho pública por respeto a la familia.
Tal vez eso cambie cuando esto se publique, pero estoy divagando.
Tú, lector, podrías pensar que estoy aquí para hablar de lo que le pasó, y
en cierto modo, tendrías razón. Pero en otro sentido, te equivocas. Lo que me
interesa no es la víctima, sino el autor. ¿A quién se le ocurre asesinar a una joven
en el sótano de una casa abandonada y embargada y sujetarle las manos para
que parezca que está rezando?
Un asesino, obviamente.
De acuerdo, puede que tengamos un nuevo asesino en la ciudad, a lo que
estarás pensando: no está mal. Hay un asesino en cada ciudad. Las tasas de
asesinatos en Chicago son mucho más altas que en nuestro estado. Estaremos
bien.
Te escribo esto para pedirte —no, para decirte— que esto es sólo el
principio. Este ha sido el primero, pero te prometo que no será el último cadáver
que encuentre la policía. ¿Cómo lo sé? Por deducción.
La mujer fue llevada a la casa desde otro lugar, lo que sugiere cierto grado
de premeditación. No es que esté sugiriendo que un asesino sea un asesino
común y corriente, pero no creo que el primer pensamiento de alguien después
de asesinar a alguien sea exhibir el cuerpo.
Voy a hacer una pausa aquí y dejar que pienses en esto tú mismo. Si
alguien planeó un asesinato, si alguien quería que el cuerpo se exhibiera y
colocó a la víctima en posición de oración, ¿qué significa eso? La policía te diría
que sólo se trata de un individuo enfermo que necesita un poco de justicia
despiadada, pero yo te diría que es porque nuestro asesino tenía la esperanza de
78 que alguien encontrara a la víctima.
No expones algo si no quieres que los demás lo vean. Los humanos somos
muy curiosos por naturaleza. Esta víctima, la pobre chica, no era diferente de
un trofeo...
...pero no era un trofeo, y eso no es todo el rompecabezas.
¿Por qué elegiría nuestro asesino una casa abandonada, una propiedad en
la que se supone que nadie debería estar, para exhibir su crimen? ¿Por qué la
dejaría allí para que se pudriera? Eligió el lugar por privacidad, y yo estuve allí
—el aire aún olía a moscas y piel podrida, uno de los peores olores que jamás
había tenido el disgusto de respirar— pero exhibir a su víctima en el sótano y
dejarla allí, me sugiere algo más.
Nuestro asesino estaba tanteando el terreno. Este no era su final o incluso
su gran apertura. Esta fue su prueba de práctica, su simulacro. Era el
instrumentista tocando su violín en un escenario sin gente.
Resumiendo, creo que nuestro asesino no ha hecho más que empezar.
Creo que esto es sólo el comienzo del caos sangriento que nos traerá. La próxima
vez que mate, será mejor. Mejor y mejor hasta que piense que es lo
suficientemente bueno para revelar sus víctimas al público.
No se equivoquen, la única razón por la que la policía descubrió este
cuerpo fue porque el olor era tan fuerte que se podía oler incluso cuando no se
estaba en la propiedad. El olor fue la única razón por la que se llamó a la policía
para investigar, porque las casas de al lado siguen ocupadas. ¿Quién quiere
respirar y oler el hedor y la putrefacción de la carne humana? Yo no, y espero
que tú tampoco.
Por supuesto, esto significa que nuestro asesino podría estar activo ahí
fuera, en algún lugar. Puede que ya haya vuelto a matar, pero hasta que no se
cometan más crímenes, hasta que no se acumulen más víctimas de forma
similar, sigue siendo sólo un asesino. Apostaría todo el dinero que tengo —que
no es mucho, por desgracia para mí— a que vuelve a matar, y a que lo hace
pronto. Apostaría mi vida a que a finales de mes tendremos un asesino en serie
oficial entre manos.
Sin embargo, las preguntas persisten: ¿quién es nuestro misterioso
asesino y por qué quiere que sus víctimas recen?
¿Debería salvarlos Dios? ¿Deben hacerlo los ángeles?
¿O piensa nuestro asesino que los está enviando a la gran extensión del
cielo, al cielo? ¿Cree que está haciendo más ángeles para el llamado ejército de
la justicia de Dios? Sólo el tiempo lo dirá.

Me senté, mirando fijamente el último párrafo. El artículo era perfecto, pero


79 aún no tenía título. Hasta ahora, la policía y las cadenas de noticias sólo habían
llamado autor al asesino. Todavía no lo llamaban asesino en serie, porque sólo se
había encontrado un cadáver. No era para decir que sólo había matado una vez, pero
a los ojos del público, sólo era un asesino.
En algún lugar, en el fondo, sabía que era más que un asesino. Sabía más allá
de toda duda que era un asesino en serie, que volvería a matar. Lo sentía en mis
huesos, una promesa enfermiza y retorcida de sangre y caos.
Necesitaba la sangre y el caos, porque me hacían sentir viva.
No, este artículo tenía que tener un buen título, y el asesino tenía que tener un
buen nombre.
Volví a leer el último párrafo y entonces, como por arte de magia, se me
ocurrió.
El Creador de Ángeles.
Capítulo Trece - Lincoln

N o podía creer que Ed quisiera volver a verla tan pronto. Estaba


obsesionado, tenía que estarlo. No había otra explicación. Sí, su coño
estaba apretado, pero un bonito coño no era todo lo que ella era. Esos
malditos ojos. Esos ojos me daban ganas de arrancarme los míos para no tener que
mirarlos. Todavía odiaba sus ojos, y no entendía la fascinación de Ed por ella.
80
Se le pasaría. Tenía que pasar. Si no... no quería pensar en lo que significaría.
Bajo su psicosis oculta, Ed era un romántico de corazón. Había algo en él que
me parecía ridículo y a la vez simpático —de un modo más irónico que simpático— y
hacía tiempo que había aprendido que no era algo que pudiera cambiar en él.
Nunca se sintió pleno, nunca estuvo completo, y se apropió indebidamente de
ese sentimiento con la necesidad de alguien más estable en su vida. La verdad era
que estaba tan mal de la cabeza como yo, y no importaba quién entrara en su vida,
nunca estaría completo. Estaba agrietado y roto, unido por una cinta adhesiva barata
de una tienda de dólar. Ningún coño o polla podría arreglarlo, incluido el de Stella.
Intenté que se diera cuenta de esto durante el último día y medio. Durante todo
el trabajo, le envié mensajes de texto, tratando de ser la razonable, tratando de
disuadirlo. Invitar de nuevo a Stella a nuestra casa, sobre todo tan poco tiempo
después de tenerla por primera vez, no acabaría bien.
De hecho, cuando Ed se adelantaba un poco, los objetos de sus obsesiones
siempre acababan muertos.
Hmm. Tal vez eso sería algo bueno. Stella muerta... me gustaba la idea. Al
menos así no tendría que preocuparme por ella ni por su poder sobre Ed, y nadie
tendría que volver a mirarla a los ojos.
Sí, simplemente no podía pasar de esos malditos ojos.
Ed no se dejaría disuadir, y así fue como acabamos en el bar en el que la había
acosado el otro día. Tenía la sensación de que si Stella se enteraba de lo mucho que
él sabía de ella, no querría que ninguno de nosotros volviera a acercarse a ella. La
había acosado cibernéticamente durante las últimas veinticuatro horas.
Si se daba cuenta de lo mucho que él sabía, bien podría ser otra buena forma
de deshacerse de ella. Lo archivé en mi mente, sabiendo que el asesinato no siempre
era la mejor solución. Era divertido, pero a veces matar a alguien llamaría demasiado
la atención sobre Ed y sobre mí. Teníamos que tener cuidado.
Llegamos temprano, antes que Stella, y mientras Ed pedía una copa, miré
alrededor del bar. Era jueves por la noche y estaba lleno. No se llamaba Jueves
Sediento sin motivo, supuse.
Había algunos objetivos principales esta noche, también. Fue bueno que
condujera por separado. Vigilaría a Ed un rato, pero no me ocuparía de toda la noche.
A Ed le gustaba mirar, pero esta noche podía tener a su chica de ojos raros para él
solo.
Me fijé en unas cuantas mujeres que se agolpaban a un lado del bar, donde
estaban las cabinas. Entre veinte y treinta años. Todas llevaban ropa ajustada y la
mayoría tenían unas tetas de morirse. Las oía reír en todo el bar. Con gusto me llevaría
a algunas a casa, pero sabía que era más difícil separar a un grupo.
81 Además, si la que se separaba del grupo no volvía a casa, lo sabrían. Se
acordarían de mí.
Lo más probable era que me recordaran, aunque no me llevara a nadie a casa
esta noche, porque tenía ese tipo de cara. Insoportablemente guapo, frío en la forma
que hacía que todas las mujeres se volvieran locas por mí. Pero si llevaba a un solitario
a casa... bueno, haz las cuentas.
Se acordarían de mí, pero no de ella. Ella sería sólo una cara sin nombre en el
bar.
Mis ojos escudriñaron todo el lugar, y casi al instante divisé un objetivo
principal. Una mujer, con lágrimas en los ojos, ahogaba su pena con media docena
de cervezas. Extraña elección para una joven tan elegante como ella; no tendría más
de veintiún años. Apenas legal. Una universitaria sin suerte. ¿Tal vez había roto con
su novio?
Independientemente de lo que la trajo aquí, ella estaba aquí. Estaba triste. Y,
lo más importante, estaba sola.
Y era guapa.
Rubia, con el pelo largo y liso. Ojos y tetas grandes. Delgada, pero con curvas.
Oh, mierda. Era perfecta.
—Creo que veo a alguien a quien me gustaría conocer mejor —le dije a Ed,
mirándola—. Parece que le vendría bien un estimulante. —Tardé en sonreír. Era una
sonrisa calculada y fría, pero solía engañar a la mayoría de la gente.
La gente era tan idiota.
—Me da igual lo que hagas, Lincoln —dijo Ed, fulminándome con la mirada—.
Sólo quiero que no interfieras con Stella. Sé que piensas que estoy obsesionado, pero
ella es diferente a todos los demás, puedo sentirlo.
Contuve un gemido. No era la primera vez que Ed hacía una declaración así, y
no sería la última. Pasaba de una obsesión a otra con una facilidad alarmante.
—De acuerdo —dije finalmente—. Te dejo con ello. —Pedí una cerveza y me
aparté del mostrador, dirigiéndome con confianza hacia la chica que trataba de
ocultar sus lágrimas en un rincón del bar poco iluminado.
La chica me miró con los ojos llenos de maquillaje negro y, por un instante, su
mirada me recordó a la de Stella. No porque esta chica tuviera los ojos de dos colores
diferentes. Los suyos eran de un azul intenso, pero era el mismo azul del ojo derecho
de Stella.
Maldita sea. Estaba enfadado conmigo mismo por saber eso.
—¿Hay alguien sentado aquí? —pregunté suavemente, adoptando mi voz
amable y cálida. El tipo de voz que enamoraba a la gente, por la que las mujeres se
desmayaban. Esta chica podría montar un espectáculo ahora mismo, pero se
enamoraría de mí como todas.
Sacudió la cabeza, enjugándose los ojos después de encontrarse con mi
mirada. Probablemente pensando oh, mierda. Está bueno.
82 Y no podía culparla, porque lo estaba, y sabía cómo utilizar mi aspecto en mi
beneficio, igual que sabía hacer muchas otras cosas.
—¿Te importa si te acompaño? —le pregunté, esperando a que asintiera antes
de sentarme frente a ella. Se había sentado en la esquina más alejada. Desde donde
estaba sentada, podía ver perfectamente el mostrador del bar, lo cual era bueno,
porque aunque quería tener suerte, tenía que vigilar relativamente a Ed. Al paso que
iba, le propondría matrimonio a Stella antes de que terminara la semana, y había un
millón de razones por las que no podía permitir que eso sucediera.
Volví toda mi atención a la chica que lloraba, que ya no lloraba exactamente.
Probablemente se preguntaba por qué demonios estaba aquí, sentada con ella,
cuando podría tener literalmente a cualquier otra persona alrededor, hombres
incluidos.
¿Qué podía decir? Mi aspecto era universalmente atractivo.
—¿Cómo te llamas? —pregunté, viendo sus dedos largos y finos trazar la tapa
redonda de su vaso. Unas manos así se veían muy bien envueltas alrededor de mi
polla.
—Jessica —susurró, con la voz entrecortada.
Jessica. No es un mal nombre, pero tampoco es único.
Mierda. No es que quisiera singularidad. No quería. Ahora mismo, sólo quería
un buen polvo, uno fácil. Mientras Ed se pavoneaba con su nuevo juguete, yo quería
estar hasta las pelotas de Jessica, follándomela tan salvajemente que me olvidara por
completo de lo que tanto me molestaba de los ojos de Stella.
—Jessica —repetí su nombre en voz baja—, ¿por qué una chica tan guapa como
tú está sentada sola en un bar como éste, llorando?
Sabía cómo se jugaba y sabía qué conseguiría que Jessica viniera a casa
conmigo. Le ofrecería alejar su mente de su ex novio por una noche, que era todo lo
que quería de todos modos, ya que había venido aquí y había decidido beber mucho
sola.
En diez minutos, tenía a Jessica riendo y sonrojada, y el sonido de su risa era
casi suficiente para distraerme de la mujer que entraba en el bar a las siete en punto,
como una especie de maldito estúpido cronometrador.
Stella.
A pesar de que no era mi obsesión, mis ojos abandonaron los de Jessica por un
momento, observando cómo se dirigía a la barra, donde Ed estaba sentado,
esperándola. Llevaba unos leggings que le ceñían el cuerpo, sin dejar nada a la
imaginación, cosa que no me importaba. Si había algún fan de los leggings, ése era
yo. Llevaba el pelo suelto y un poco rizado, y no pude evitar imaginarme pasándole
las manos, echándoselo hacia atrás y...
No. Ahora estaba con Jessica. Si iba a haber algún tirón de pelo, se haría con
83 mechones amarillos decolorados y no con el castaño oscuro de Stella.
En la barra, Ed me señaló y Stella giró ligeramente la cabeza, con sus ojos
desiguales clavados en mí, incluso desde el otro lado de la barra. Su rostro no
delataba nada, como si no pudiera importarle que yo estuviera con otra persona, lo
cual me parecía más que bien, porque no quería estar con Stella. No era como si
estuviera comprometido con ella. Ella sólo había sido un polvo, y uno sorprendente.
Y odioso.
Esos malditos ojos...
Volví a centrarme en Jessica, recordándome que no debía dejarme atrapar por
lo que Ed estuviera haciendo. Haría que la chica que tenía enfrente se sintiera como
una reina durante una noche, y luego no volvería a verla.
Bien, eso era mentira. Me haría sentir como un rey, no viceversa. Yo era el
importante aquí, no Jessica. Que se joda Jessica.
Que se joda Jessica, y que se joda Stella. Que se joda Ed también, por hacerme
pasar por esto una y otra vez.
Resultó que Jessica lo estaba dando gratis o ya se había tomado demasiados.
Yo apostaba por las dos cosas, porque enseguida dio la vuelta a la mesa y se sentó a
mi lado, empujándome aún más. Ahora estaba metido entre la pared del bar y una
chica ágil y bien dotada que parecía querer que me la follara hasta dejarla
inconsciente.
Era algo que sin duda podía hacer.
En cuanto se colocó en mi lado de la cabina, se me echó encima. Su pierna más
cercana se extendía sobre la mía, una de sus manos agarraba mi brazo, apretándome.
La oí inhalar al sentir lo musculoso que era. Por alguna razón, a las mujeres siempre
les han gustado los músculos. Tal vez eso hacía que estar sujeto fuera aún mejor.
—Eres tan grande —dijo Jessica con una risita, acariciándome el brazo como si
aún no hubiera tenido suficiente de mi bíceps. Su otra mano se coló entre mis piernas,
frotándome la polla por encima de los pantalones; ya se me estaba poniendo duro,
sólo por tenerla tan cerca y saber que iba a llevarla a casa. Su contacto me la
endureció aún más y solté un largo suspiro.
No es que no fuera exhibicionista; me gustaba actuar ante el público tanto como
a cualquiera, pero era un lugar público donde podían llamar a la policía. Aunque yo
era policía, cualquier situación era mejor sin uniformes.
—Eres grande por todas partes —dijo, arrastrando un poco las palabras
después de frotarme la entrepierna. Jessica no esperó ni un segundo más para
preguntar—: ¿Quieres salir de aquí? Ya no lloro más por ese idiota. Eres justo la
distracción que necesito. —Soltó una risita, fingiendo sonar inocente, como si su única
mano aún no hubiera acariciado mi dura polla a través de los vaqueros.
Oh, Jessica no tenía ni idea del problema en el que se estaba metiendo esta
noche.
A pesar de saber que tenía que concentrarme en Jessica si quería que mi
84 cordura sobreviviera intacta a la noche, me encontré mirando a Ed y Stella. Parecían...
cercanos. Ella estaba sentada a su lado, a menos de medio metro de él, sorbiendo
algo mientras él se inclinaba más cerca, hablando con una sonrisa juvenil y llena de
hoyuelos.
Que se jodan.
No los necesitaba.
Sonriendo a Jessica, le dije:
—Podemos ir a mi casa, a menos que tengas pensado otro sitio. —Había
descubierto que siempre era mejor ofrecerse; así las mujeres pensaban que eran
ellas las que mandaban, cuando en realidad era todo lo contrario.
Ella era muy fácil de complacer, a juzgar por su brillante sonrisa blanca.
—Tu lugar.
Supuse que era lo que ella elegiría, porque con toda probabilidad, su casa le
recordaba a su ex. Que la follaran mientras miraba fotos de su ex no era su idea de
pasárselo bien. Pronto le mostraría cuál era mi idea de diversión. Jessica no tenía ni
idea de lo que le esperaba.
Ella salió primero de la cabina y, cuando me puse en pie, tuve que ajustarme,
agradecido de que las luces fueran tenues en este rincón. Mi erección no sería obvia,
y una vez que saliéramos y llegáramos a mi coche, no importaría en absoluto.
En cuestión de minutos, estábamos en la carretera, Jessica totalmente ajena a
dónde nos dirigíamos. Ni siquiera la vi tomar el teléfono una vez, lo que significaba
que nadie sabía dónde estaba, adónde iba y adónde iba. La candidata perfecta para
el sótano, pero no la quería encadenada abajo.
La quería desnuda y en mi cama, y quería bloquear todos los pensamientos
sobre Stella.
Cuando llegamos a la casa, aparqué el coche en el garaje y prácticamente
arrastré a Jessica al interior. Todo el tiempo se reía, dejándome arrastrarla de la mano
como si fuera una niña a la que fuera a castigar. En cierto modo, sería castigada, pero
lo disfrutaría. Lo disfrutaría casi tanto como yo la disfrutaría a ella.
Subimos las escaleras y fuimos directamente a mi habitación. Jessica estaba
más que dispuesta a quitarse toda la ropa y arrodillarse ante mí, trabajando en mis
vaqueros con una mirada ansiosa en sus ojos. Su cuerpo era firme y joven, impecable
y pálido. El tipo de cuerpo que la mayoría de las mujeres de hoy en día desearían
tener, dejando a un lado el tono de piel. Y sus pechos rebotaban y se redondeaban,
sus pezones son rosados y puntiagudos. Tenía un cuerpo para morirse, y yo estaba
deseando follarla a fondo.
Me sacó la polla y su mirada perdió la inocencia en cuanto vio mi grueso
miembro. Y entonces se puso manos a la obra, muy ansiosa por complacerme,
utilizando la lengua y las manos de una forma que me decía que ya lo había hecho
muchas veces.
La práctica hace al maestro, ¿verdad? Eso valía para todo: dar mamadas, ser
85 follado, incluso matar. Sí, había cosas que sólo podían mejorar con la práctica.
Aunque Jessica sabía cómo manejarme, yo necesitaba tener el control, así que
le agarré el pelo y moví las caderas, metiéndole la polla más dentro de la boca. Oh
sí, ella había hecho esto muchas veces antes; ella no se atragantó en absoluto. Ella
tomaría todo lo que le diera, y estaría agradecida por ello. Saldría de esta casa
agradecida por la oportunidad de estar conmigo, aunque sólo fuera por una noche.
Una noche.
No tenía relaciones, por razones obvias.
Yo marcaba el ritmo mientras le follaba la boca, prácticamente tirándole del
pelo cada vez que empujaba mis caderas. Jessica se lo tomaba como una buena chica,
y era recompensada; no solía atarlas a la cama como le gustaba a Ed. A veces incluso
les dejaba estar encima.
Jessica ... era claramente un fondo.
Mis músculos se tensaron y lo sentí venir, pero no me detuve. Seguí empujando
más profundo en la boca de Jessica, empujando mi polla dura en su garganta mientras
mis bolas se tensaban. Un semen blanco y pegajoso salió disparado hacia su boca, y
ella tuvo una arcada, pero sólo porque se había estado acumulando desde el bar.
Cuanto más se retrasaba mi liberación, mayor era la carga.
Cuando mi polla se gastó, di un paso atrás y la saqué de la boca. Tenía los labios
rojos y le goteaba saliva por las comisuras. Jessica no dijo nada, y la vi tragar hasta la
última gota que había rociado. Era una zorrita codiciosa. Esta noche le daría más de
lo que podía soportar.
La tomé por los hombros, la ayudé a levantarse y la empujé hacia la cama. Se
arrastró sobre las sábanas con impaciencia y la vi abrirse de piernas mientras yo me
desnudaba rápidamente. Pude ver la resbaladiza entre sus piernas y supe que estaba
lista para mí.
Una vez me hube liberado de todas las telas que me limitaban, me arrastré
sobre ella, manteniéndome encima de ella. Sus grandes ojos azules me miraban,
miraban mi cuerpo, y arrastraban sus manos a lo largo de mí, asimilándome. Siempre
se obsesionaban con los músculos, casi como si yo fuera un espécimen varonil que
nunca pensaron que verían en la vida real. No podía culparlas. Yo era divino.
Acerqué mi boca a la suya, mordisqueando su labio y haciéndola gemir
mientras una de mis manos viajaba entre sus piernas. Oh, mierda. Jessica estaba
goteando para mí. Tan húmeda. No pude mantenerme alejado de ella mucho tiempo.
Moviendo la boca hacia abajo, tomé un pezón, chupándolo y haciéndole cosquillas
con la lengua, midiendo las reacciones de su cuerpo a mis movimientos. Era una
molesta costumbre mía.
Incluso durante el sexo, siempre estaba calculando. Siempre pensando. Nunca
podía apagar mi mente.
Sin previo aviso, me separé de su pezón y me introduje en su interior. Mi polla
86 no necesitó ninguna posición, ninguna ayuda para encontrar su entrada; su coño
estaba resbaladizo y listo para mí, y ella se sentía bien a su alrededor. La vi arquear
la espalda mientras la penetraba, la oí inhalar con fuerza, como si la llenara como
ningún hombre la había llenado antes.
Me la follé.
Era difícil decir cuánto tiempo me la follé —podría haber estado un buen rato,
ya que me dejó la polla seca— así que podrían haber pasado minutos o una hora
cuando oí pasos en la casa.
Debajo de mí, toda enrojecida y sudorosa, Jessica susurró:
—¿Compañero de piso?
La miré a los ojos y apenas pude murmurar:
—Sí.
Cuando Jessica se rio e hizo la broma de pedirle a mi compañera de piso que
se uniera a nosotros, tanto si era un chico como una chica, mi empuje se ralentizó.
Stella estaba con él, lo sabía. La obsesión de Ed. Se la follaba al otro lado del pasillo
mientras yo me follaba a Jessica.
¿Por qué no podía ser suficiente para mí?
¿Por qué, de repente, me molestó el color azulado de los ojos de Jessica?
¿Por qué, por un jodido instante, imaginé que era Stella la que estaba debajo
de mí?
Una especie de gruñido salió de mis pulmones y miré a Jessica con desprecio,
apartando la mirada de sus ojos y dirigiéndola a sus labios. A los labios que habían
estado alrededor de mi polla no hacía mucho, pero con el estado actual de mi mente,
era difícil recordarlo.
—Cierra los ojos —susurré con dureza, necesitando no ver un par de ojos
azules debajo de mí. Al parecer, mi mente asociaba ahora el azul con Stella, y no
quería pensar en esa zorra mientras me follaba a Jessica. No quería pensar en Stella
en absoluto.
Ella no era mi obsesión.
Jessica soltó una risita que yo estaba seguro de que le parecía adorable y de
niña.
—¿Qué? —Parpadeó, esos malditos ojos azules se negaban a apartar la mirada
de mí. Aunque no los estaba mirando, podía sentirlos.
Podía sentirlos como si me llegaran al alma, como si supieran lo jodido que
estaba. Como si el color de sus ojos lo supiera todo.
Stella lo sabía todo.
La rabia se apoderó de mí y me dejé cegar por ella. Apenas sabía lo que hacía
cuando llevé las manos al cuello de Jessica, enroscando los dedos alrededor de su
garganta. Ella se rio al principio, pensando que sólo quería ponerme un poco duro,
pero cuando seguí apretando, cuando me negué a soltarla, incluso cuando sus brazos
87 empezaron a agitarse y a golpearme, supo entonces que había cometido un error al
volver a casa conmigo.
Todo lo que quería era un buen polvo. Todo lo que había querido era un buen
coño para olvidarme de Stella, todo lo que había salido de la boca de Ed en los últimos
dos días había sido nada menos que una biografía de Stella. Stella esto, Stella aquello.
Estaba harto de Stella, y estaba cansado de imaginar la rareza de sus ojos,
especialmente su maldito azul.
¿Por qué Jessica no cerró los malditos ojos?
Su piel empezó a enrojecerse y luego su cara se puso morada. Mi agarre era
tan fuerte que bloqueó el flujo de sangre a su cerebro. Sus piernas y brazos se
ralentizaron y vi cómo sus ojos se desorbitaban mientras sus miembros caían sobre
la cama, inmóviles. Aquellos malditos ojos azules no parecían tan vivos cuando
estaban dentro del cráneo de una chica muerta.
Desvié la mirada hacia un lado y retiré lentamente las manos de su cuello. Mi
polla seguía dentro de ella, y seguía dura, dolorida por la necesidad de ser liberada
de nuevo. No podía seguir follándome a Jessica. No era necrófilo, así que la saqué y
susurré una sola palabra mientras miraba a la chica muerta en mi cama.
—Carajo.
Capítulo Catorce - Stella

S uponía que Edward podría haberme recogido en casa, pero aún no


estaba segura de querer que supiera dónde vivía. Había algo raro en él,
bajo las sonrisas con hoyuelos y la facilidad con la que me trataba. Sabía
que ocultaba algo y deseaba desesperadamente saber qué.
88 Supongo que me atraían los raros.
Me encontré con Edward en el bar justo a las siete, y al instante sentí también
la presencia de Lincoln. No tardé mucho en ver que estaba sentado en un reservado
con otra mujer, una universitaria por su aspecto. Pero estaba bien. Me daba igual.
Creo que Lincoln no me gustaba tanto como Edward.
Mis sentimientos eran difíciles de diferenciar, porque nunca antes había tenido
sentimientos como ellos.
Así que durante el poco tiempo que Edward y yo permanecimos en el bar, me
centré en el hombre que estaba a mi lado, ignorando por completo al que estaba con
la otra chica. Definitivamente ignoré a Lincoln cuando él y la chica salieron del bar,
escabulléndose en el oscuro aire nocturno sin siquiera dirigirle una palabra a
Edward.
—Me sorprendió que quisieras volver a verme —se entretuvo en decir Edward,
con la mirada fija en mí, esperando mi reacción. Como era habitual, dos hoyuelos se
posaban en sus mejillas, un arma que probablemente utilizaba para desarmar a sus
conquistas.
Me di cuenta de que yo era una muesca más en su cama. ¿Por qué me molestaba
tanto esa idea?
—¿Por qué? —pregunté, sorbiendo mi gaseosa.
—A veces me paso un poco —dijo Edward con una sonrisa brillante y
deslumbrante. Era un hombre guapo, y su aspecto haría que a cualquiera se le
revolviera el estómago. Incluso el mío—. Me preocupaba haberte asustado.
—Hace falta mucho para asustarme —dije, con los ojos clavados en el
mostrador del bar, en la madera astillada y sucia—. No me asusto fácilmente. —La
verdad.
Seguimos así unos minutos más: Edward intentaba husmear en mi mente y
averiguar por qué era tan dura cuando mi cuerpo era prácticamente del tamaño de
un niño de octavo curso. Sabía que probablemente pensaba que yo debía asustar
fácilmente, teniendo en cuenta mi tamaño y el hecho de que era una mujer en la época
actual, en la que las violaciones y los asesinatos ocurrían todo el tiempo y se emitían
constantemente, sin importar la emisora. Las buenas noticias eran cosa del pasado.
Edward no podía darse cuenta de cuánto no temía a la muerte o al dolor. El
dolor era... casi evasivo para mí. Apenas lo sentía. ¿Y la muerte? La muerte nos
llegaría a todos en algún momento; ¿por qué molestarse en temerla cuando llegaría
de todos modos?
¿Y por qué iba a temerla alguien tan fascinado por la muerte y lo macabro? Yo
era de los pocos que la recibía con agrado, y eso se notaba en mis escritos. Si me
pusiera a llorar por esas cosas, mis artículos serían rebuscados e iguales al resto de
las noticias.
Por mucho que mis padres me regañaran por ello, daría la bienvenida a la
89 muerte con los brazos abiertos si me llegara.
Edward no tardó mucho en sugerir que dejáramos el bar y volviéramos a su
casa para pasar un rato tranquilo. Sabía que no se refería exactamente a un rato de
tranquilidad en el sentido estricto de la palabra, pero le di la razón. Por eso quería
volver a verle: me había hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Me hizo
sentir viva, como si no estuviera viviendo una mentira.
Nos quedamos en silencio mientras subíamos a su coche y nos alejábamos.
Mientras Edward conducía, apoyé la cabeza en la ventanilla, observando el paisaje.
No podía evitar preguntarme si mi asesino estaría ahí fuera, tomando a su próxima
víctima, mutilando su cuerpo y obligándola a rezar a cualquier Dios en el que creyera.
Mi asesino.
Probablemente no debería referirme a él así, pero me pareció correcto. Si no
era mi asesino, ¿de quién era? Ninguna de las cadenas de noticias le haría la misma
justicia que yo en mis escritos. Ninguno de ellos lo entendería.
Deseaba... deseaba saber quién era. No para poder delatarlo a la policía, sino
para poder ver su evolución, indagar en su pasado. Así podría aprender más sobre
mi Creador de Ángeles.
Pronto llegamos a la casa de Edward, y me di cuenta de que el coche de Lincoln
ya estaba en el garaje cuando llegamos, lo que significaba que él y su compañera
estaban en la casa, ensuciándose el uno al otro. Los celos no eran algo que sintiera
normalmente, y tampoco los sentía ahora.
Pero estaba un poco enojada. Un poco enfadada.
Me resultaría difícil fingir que no lo estaba, pero es lo que intenté hacer
mientras seguía a Edward al interior y subía tras él por las escaleras. No eché un
vistazo a la puerta cerrada del otro lado del pasillo, sabiendo que Lincoln y la chica
estaban detrás. Hice todo lo posible por no concentrarme en los gemidos femeninos
que provenían de la habitación.
Debería dejar ir mi ira, porque no estaba aquí por Lincoln. Estaba aquí por
Edward.
Mientras Edward cerraba la puerta tras de sí, dijo:
—Esta noche sólo estaremos tú y yo, Stella. —Como si me estuviera avisando
de que Lincoln estaba ocupado. Quise replicarle algo, algo sarcástico, pero lo único
que pude hacer fue encogerme de hombros cuando sus ojos de zafiro volvieron a
mirarme.
Era el mismo juego de antes: Edward me daba órdenes y yo tenía que
obedecerle o me castigaría. Sentía curiosidad por saber cuáles serían sus castigos,
pero seguía estando dispuesta a escuchar y a seguirle la corriente en todo lo que
dijera. Al parecer, ser servil estaba en mi naturaleza; Edward lo sacaba a relucir en
mí.
Esta vez fue un poco diferente, porque Edward me hizo quitarle su ropa
primero. Y luego me hizo tocarlo, me dijo dónde tenía que presionar mis labios. Su
pecho, su estómago, sus muslos y luego, justo cuando pensaba que me iba a obligar
90 a hacer algo que nunca había pensado hacer antes, una mamada, me ordenó que me
levantara y me quitara todo lo que tenía por debajo de la cintura.
De momento me quedaría con la camiseta y el sujetador puestos, lo cual estaba
bien. Fuera cual fuera el juego al que Edward quisiera jugar, yo estaba más que
dispuesta a tomar el tablero.
Me estremecí cuando Edward empezó a atarme, mi cuerpo ansiaba cosas que
no sabía que deseaba. Quería a Edward dentro de mí, que me tocara, que me
necesitara. Quería todo eso y más, cosas que nunca podría expresar con palabras.
—¿Qué quieres? —preguntó Edward, arrodillado sobre mí, entre mis piernas
abiertas. Su polla estaba dura y preparada, sobresaliendo, con las venas palpitantes
a los lados. Era todo lo que podía ver y, en ese momento, era todo lo que necesitaba.
Su cuerpo no era del todo impecable; tenía cicatrices aquí y allá, algunas de
ellas largas y blancas y levantadas contra la carne que las rodeaba. Casi como si le
hubieran cortado. Las cicatrices eran demasiado limpias y rectas para ser otra cosa.
No me había fijado en ellas la primera noche que estuvimos juntos, demasiado absorta
en mí misma y en el hecho de que estaba a punto de perder la virginidad con un
desconocido. Debería haber sabido que había algo más en él.
Edward tenía una oscuridad a su alrededor. Su oscuridad simplemente llevaba
una máscara mejor que la mayoría.
Más allá de las cicatrices de su cuerpo, era alto, grueso y varonil. Me había
dicho que trabajaba de chef en un restaurante de lujo bastante lejos de allí, y no pude
evitar preguntarme cómo conseguía un chef un cuerpo así. Ni todo el sexo riguroso
del mundo le daría un cuerpo así, lo que significaba que tenía que hacer ejercicio. No
podía culparlo por ello, porque sus músculos tenían buen aspecto.
Cuando no dije nada, casi muda al verlo encima de mí, bajó, agarrándome la
cara con una pasión que no hizo sino endurecer aún más su ya erecta polla. Sabía que
le gustaba tener el poder, y apenas parpadeé cuando gruñó:
—Te he preguntado qué quieres, Stella. Dime lo que quieres.
Susurró la última parte con fervor y, por un segundo, cerré los ojos y dejé que
su voz masculina y ronca me bañara, me permití disfrutar de la sensación de su mano
agarrando mis mejillas y mi barbilla con una intensidad que seguramente me dejaría
un moratón.
¿Qué quería yo? Oh, había tantas cosas, tantas cosas que sabía que no le
interesarían.
Quería ser normal, no sentir que iba por la vida como un zombi. Quería sentir.
Mi vida era como una película que me sentaba a ver; era una pasajera. Quería ser la
piloto. Quería más, mucho más de esta vida.
Pero me conformé con decir lo que sabía que quería oír:
—A ti. —Sus dedos no se aflojaron en mis mejillas; en todo caso, se apretaron
aún más. Tal vez mi respuesta no fue lo bastante buena.

91 —¿Qué quieres que haga? —susurró Edward, mientras su otra mano subía por
mi camisa, por debajo del sujetador, desafiándome sin palabras a reaccionar.
No lo hice, ni siquiera mientras sus dedos me pellizcaban el pezón una y otra
vez. Sólo dije:
—Quiero que me folles. Quiero sentirte dentro de mí. Quiero que me folles tan
fuerte que olvide mi propio nombre. —Bien, en cierto modo era un reto, pero sabía
que Edward estaría a la altura.
Un hombre como él no dejaría pasar palabras como esas. Tomaría al toro por
los cuernos y lo montaría.
O, más concretamente, me montaría.
Edward no dijo nada antes de empujar dentro, y yo contuve un grito ahogado,
casi había olvidado la sensación de ser una con él. Es extraño sentirse tan llena. Más
extraño aún, querer estar más llena. Deseando más como una drogadicta a la heroína.
Mientras Edward me penetraba, no pude evitar preguntarme por qué no usaba
los grilletes. Los vi en las esquinas de su cama y supe que los usaba. Si no, no las
tendría. ¿Por qué no las usó conmigo? ¿Me consideraba demasiado frágil, demasiado
débil para soportarlas? La otra noche había dicho que iba despacio conmigo, ¿cuántas
veces pensaba tenerme aquí?
Los sonidos del sexo bloqueaban mis pensamientos. Húmedo y resbaladizo,
Edward pudo bombear dentro de mí una y otra vez, y yo lo acepté. Aún tenía la camisa
y el sujetador puestos, lo que significaba que él no tenía nada que mirar más que mi
cara mientras me follaba, nada más que mi expresión.
Qué tonto tan adorable. Yo era la maestra en contener mis expresiones.
Pero no quería parecer fría, así que de vez en cuando dejaba escapar un
gemido, un gemido de garganta profunda que le decía que quizás disfrutaba más que
él. No se estaba follando a un cadáver. Yo tenía que participar al menos un poco.
—Estás muy tensa —murmuró Edward, con los ojos brillantes de lujuria y deseo
y el cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. Me di cuenta de que mi cuerpo estaba
igual. Tenía calor, en parte gracias a que aún llevaba puesta la mitad de la ropa—.
¿Por qué te sientes tan bien, Stella? Es como si tu coño estuviera hecho para mí.
No tenía ni idea de cómo responderle, o si siquiera quería una respuesta, sobre
todo porque yo sentía lo mismo. Mi cuerpo era suyo; podía usarlo como quisiera. Yo
estaba más que dispuesta a dárselo como y cuando lo necesitara.
El torso de Edward se dobló y finalmente me soltó la cara, moviendo la mano
junto a mi cabeza mientras apretaba su nariz contra la mía. Al estar tan cerca de él,
tuve que cerrar los ojos y me concentré en el calor de su cuerpo contra el mío, aunque
tuviera una capa de ropa entre nuestros pechos.
—Ahora eres mía —susurró con urgencia, desesperadamente.
Mía. Como si me hubieran reclamado.
Como si pudiera reclamarme.

92 En cierto modo, supongo que así era, tanto con sus palabras como con su polla.
Y tal vez fue porque sus embestidas se hicieron más rápidas, o tal vez fue el tono de
sus palabras susurradas, pero algo caliente creció dentro de mí. Placer en su forma
más cruda, surgiendo hacia mí en una ola que no podía negar.
Mi cuerpo se sacudió con el orgasmo y dejé escapar un gemido agudo, un
instinto natural, al igual que mis dedos de manos y pies. La tensión que se había
acumulado en mi cuerpo se desvanecía lentamente, el orgasmo se alejaba mientras
la polla de Edward palpitaba en mi interior. Sabía que él también iba a correrse, y
prácticamente podía sentir cómo mi sexo lo ordeñaba por todo lo que valía.
Cuando los temblores de Edward cesaron, susurró:
—Voy a follarte toda la noche, Stella. Voy a reclamar cada uno de tus agujeros
como míos y cubrirte con mi semen. Quiero hacerte gritar mi nombre antes de que
salga el sol.
Sus palabras me provocaron escalofríos y sólo pude asentir. Mañana tenía
trabajo, por no hablar de una extraña cita con Killian, pero sin duda estaba dispuesta
a tener más orgasmos y más de Edward.
Tal vez todo lo que necesitaba era una mano firme y una polla dura. O las
palabras de Edward. Tal vez, después de todo este tiempo, por fin había encontrado
donde debía estar.
Capítulo Quince - Edward

D ios, no podría describir cuánto adoraba a la mujer que tenía debajo.


Sabía que era perfecta para mí, sabía que encajaría bien con Lincoln;
el imbécil estaba demasiado ocupado negándolo mientras se follaba a
otra. Muy pronto Lincoln vería lo que yo sabía antes de conocerla.
93 Stella era perfecta para nosotros. Tenía que serlo.
Había algo extraño en ella que me atraía. Mi bestia, mi oscuridad, mi animal,
cada parte de mí la deseaba, y ni una sola parte de mí quería matarla. Eso era sin
duda una victoria, una ventaja.
Sabía que Lincoln probablemente pensaba que estaba obsesionado con Stella,
y lo estaba, pero no de la forma en que me había obsesionado con la gente antes.
Mientras que las obsesiones anteriores no eran saludables, esta era buena. Stella era
necesaria. Aunque no sabía nada de su vida personal, sabía que ella me completaba.
Con suerte, Lincoln también le daría la oportunidad de completarlo, de lo
contrario las cosas no serían tan divertidas en esta casa.
Sonreí perversamente a la mujer que tenía debajo y vi cómo abría lentamente
los ojos. Qué ojos tan bonitos, pero sólo eran una parte de la imagen. Una parte de
Stella. Tenía que saber más de ella. Tenía que averiguar más.
Estaba a punto de preguntarle qué quería que le hiciera a continuación, y la
verdad es que ya tenía bastantes ideas, pero la puerta de mi habitación se abrió y se
cerró de golpe, y me detuve, girando la cabeza para ver a Lincoln, desnudo y
excitado.
Y muy, muy furioso.
Fruncí el ceño y no me aparté de Stella antes de preguntar:
—¿Qué pasa con...?
Lincoln me cortó, la furia en su cara evidente.
—Cierra la puta boca.
Sabía que si no dejaba que Lincoln se liberara, se volvería loco. No estaba
seguro de si la chica que se había llevado a casa se había ido, o si simplemente no lo
había hecho por él, pero me aparté lentamente de Stella de todos modos, mirándola.
Estaba ocupada mirando a Lincoln mientras intentaba no parecer obvia. Sabía que
había visto que su polla estaba dura y cubierta de los jugos de otra mujer, pero no
puso objeciones.
Quería golpear la cabeza de Lincoln contra la pared y decir ¿Ves? Ella es
perfecta para nosotros.
Por difícil que fuera, me contuve mientras me arrastraba fuera de la cama y le
dejaba espacio. Vi cómo agarraba las correas que sujetaban los brazos de Stella y las
desataba con urgencia.
¿Por qué estaba...? ¿Qué demonios pasó con la otra chica?
Una vez desatada, Lincoln puso a Stella boca abajo, la agarró por las caderas y
le levantó el culo mientras se colocaba detrás de ella. Su camisa cayó hasta su cuello,
revelando su sujetador negro. Estaba de manos y rodillas ante él en mi cama, a punto
de ser follada al estilo perrito mientras él se colocaba detrás de su culo, y yo estaba
demasiado preocupado por lo que había hecho que Lincoln se pusiera así como para
94 recordarle que tuviera cuidado con ella. No podíamos dañarla tan temprano en la
noche, no cuando le había prometido una noche llena de sexo y desenfreno.
Soltando un profundo gruñido, Lincoln empujó dentro de ella, metiéndole todo
su grueso miembro de un solo empujón. Stella emitió un sonido bajo y ahogado, pero
no le pidió que se detuviera. Probablemente sabía que si lo hacía, él no la
complacería. Lincoln no era el tipo de hombre que se detiene antes de tener lo que
quiere.
—Lincoln —dije, con la voz ronca—, intenta ser amable con ella, por favor. No
está acostumbrada a tu animal. —Ella tampoco estaba acostumbrada al mío, pero una
cosa a la vez. Al final lo conseguiríamos.
—Me la follaré como quiera follármela —gruñó Lincoln, lanzándome una
expresión enfurecida mientras bombeaba dentro y fuera de ella con vigor y facilidad,
el tipo de follada que alguien sólo tiene cuando está enfadado y necesita
desahogarse—. Cualquier cosa en esta casa es tan mía como tuya.
Me di cuenta de que, al oír sus palabras, Stella arqueó la espalda, dejándose
penetrar más por él. Ella jugó bien este juego; ella quería ser follada por él tanto como
Lincoln aparentemente quería follarla a ella.
Hmm. Tal vez convencer a Lincoln de su importancia no sería tan difícil después
de todo.
Tardé un poco, pero pronto estaba tan absorto en el momento como Lincoln,
subiendo y bajando el puño por mi polla, que se había puesto dura como una piedra
al ver cómo la tomaba por detrás. Quería tomarla juntos, pero esta noche claramente
no era la noche para ello. Algo le rondaba por la cabeza a Lincoln, y en cuanto los
pensamientos delirantes y enloquecidos por el sexo abandonaran mi cerebro,
averiguaría el qué.
Los dedos de Lincoln apretaron las caderas de ella justo antes de soltar un
fuerte gemido, empujando tan profundo como podía dentro de Stella mientras su
espalda baja se tensaba. La penetró con fuerza, murmurando:
—Vas a tomarme, ¿entiendes? —Le soltó las caderas, sólo para agarrarle la
nuca y echársela hacia atrás, mostrando su cara sonrojada. Aunque su orgasmo había
pasado y su semilla cubría sus paredes internas, él seguía dentro de ella.
Sabía que era porque se sentía bien para él, igual que se había sentido bien
para mí. Quería que su polla estuviera dentro de ella el mayor tiempo posible, igual
que yo, pero Lincoln nunca lo admitiría en voz alta. Nunca muestres ningún tipo de
debilidad, porque alguien siempre se aprovechará de ti.
Stella apenas pudo asentir con el agarre que Lincoln tenía sobre su cabeza, y
cuando lo hizo la dejó ir, deslizándose fuera de ella. El semen blanco rezumaba de su
agujero, pero a juzgar por la mirada de Lincoln, aún no había terminado.
Se bajó de la cama, arrastró a Stella con él y la obligó a arrodillarse a los pies
de la cama, con la espalda apoyada en el marco de madera. Lincoln la miró fijamente,
con las manos apretadas en puños a los lados. Tenía la polla delante de la cara.
—Límpiame como una buena chica, y tal vez termine contigo y te entregue de
95 nuevo a Ed.
De espaldas a mí, apenas podía ver a Stella entre él, y antes de que pudiera
moverme para presenciarlo, oí a Lincoln gemir, lo que sólo significaba una cosa:
Stella lo había escuchado.
Carajo. Esto era algo que definitivamente tenía que ver. Mis bolas ya estaban a
punto de estallar de nuevo. Me moví hasta que tuve una buena vista, deteniéndome
en el momento en que vi a Stella arrastrando su lengua a lo largo de Lincoln,
limpiándolo. Los jugos de todos estaban en esa polla: los míos, los de Stella, el propio
semen de Lincoln, por no hablar de la chica que había traído a casa, dondequiera que
estuviese. Esa polla había sido ordeñada y usada esta noche por más de una mujer, y
Stella no actuaba como si le importara.
¿Cómo diablos podía Lincoln tratar de negarla después de esto? Si esto no
probaba que era perfecta para nosotros, no sabía qué lo haría. Las otras cosas que
Lincoln y yo hacíamos cuando nos invadía la necesidad... esas cosas podríamos
presentárselas lentamente. Matar era un arte, y con sus artículos, sabía que Stella
sentía lo mismo.
Ahora no era el momento de preocuparse por eso. Ahora era el momento de
ver a Stella a merced de Lincoln.
Dejó escapar una mueca de desprecio mientras decía:
—Cierra esos malditos ojos tuyos. No quiero verlos. Sólo quiero tu boca. —Y
entonces, suficientemente limpio por la lengua de ella, Lincoln le agarró la nuca y se
metió a la fuerza en su boca, provocándole arcadas—. Será mejor que me aceptes,
Stella —se detuvo su voz mientras respiraba entrecortadamente, demasiado excitado
por dominar a Stella para hablar mucho—, o esto va a ser doloroso para ti.
Sabía que debía intervenir, decirle a Lincoln que se calmara, pero la visión era
demasiado excitante. Mirar era mi segundo pasatiempo favorito por una razón: me
excitaba de una forma que el sexo no podía, me hacía sentir cosas en lo más profundo
de mis entrañas que no sentía cuando follaba con alguien. Moví la mano a lo largo de
mi cuerpo con más fuerza y rapidez, sabiendo que no duraría mucho mientras los
miraba.
No era lo que esperaba de la noche, pero lo aceptaría.
Lincoln le folló la boca como un animal, y yo sólo pude mirar un minuto antes
de que mi cuerpo buscara su liberación. Me dolía la polla mientras el semen blanco
salía disparado, aterrizando en el suelo, con el cuerpo enrojecido por el orgasmo.
Quería estar dentro de esa boca, pero sabía que después de esto, debíamos
dejarla descansar. Por un rato.
No pasó mucho tiempo antes de que Lincoln se estremeciera, bombeando su
miembro en la boca de la mujer con breves y rápidas embestidas, mientras el
orgasmo se apoderaba de él. Por la comisura de los labios le salían gotas blancas y,
con los ojos cerrados, Stella apenas reaccionó al probar su semilla.
Lincoln se retiró, diciendo:
—Será mejor que no vea nada de eso gotear al suelo.
96 Stella respondió pasándole la lengua por los labios, recogiéndola y
llevándosela de nuevo a la boca, con los ojos aún cerrados.
Lanzándome una expresión de enfado, Lincoln dijo:
—Tengo que hablar contigo. —Se dirigió a la puerta, abriéndola de golpe antes
de salir furioso de la habitación.
Antes de seguirlo, me arrodillé ante Stella y le puse una mano en el brazo. Sus
hermosos ojos se abrieron y le dediqué una suave sonrisa.
—Tómatelo con calma un rato. Ahora vuelvo con agua.
Lo único que hizo fue asentir y mirarme mientras me iba, cerrando la puerta
tras de mí.
La puerta de la habitación de Lincoln estaba entreabierta sólo un palmo, e
intenté asomarme, pero Lincoln me arrastró hasta el hueco de la escalera, bajando
unos escalones hasta que el pasillo con nuestras habitaciones quedó fuera de mi vista.
Apoyado en la barandilla, Lincoln se cruzó de brazos y su polla se puso flácida.
—Tenemos un problema —murmuró.
—Por favor, dime que no tiene que ver con la que te llevaste a casa. Por favor,
dime que no está ahí arriba, muerta, al otro lado del pasillo de Stella —susurré, más
que nada bromeando, midiéndolo. No estaba arrepentido en absoluto, aunque no
esperaba que lo estuviera. No sería la primera vez que mataba a alguien sin planearlo,
pero no me alegraba que se hubiera metido en el dormitorio con Stella.
—Me conoces demasiado bien —dijo Lincoln.
Quería empujarlo por encima de la barandilla. No lo mataría, pero le haría
entrar en razón.
—¿En qué estabas pensando? —dije, dando un paso adelante. Los dos
seguíamos desnudos, pero a ninguno de los dos le importaba mucho, no después de
compartirlo todo y con todos.
—Estaba pensando que sus ojos eran jodidamente azules como los de Stella.
Ahora quería estrangularlo. ¿Mató a la chica porque sus ojos azules le
recordaban al solitario orbe azul de Stella? ¿Qué sentido tenía eso? Ninguno. Ninguno
en absoluto.
—Este es el final, ¿verdad? No vas a volver a ver a Stella —afirmó Lincoln,
esperando que le siguiera la corriente. El hombre aún no sabía cuánto la necesitaba,
así que tuve que informarle.
—Voy a volver a verla, porque quiero. La necesito. Y tú también la necesitas,
sólo que eres demasiado estúpido para darte cuenta.
—Está claro que no es saludable para nosotros.
—Ella no es saludable para ti sólo porque estás luchando contra ella. Deja de
hacer eso. —Prácticamente le estaba susurrando ahora, porque aparentemente era
97 algo real que la gente hacía en el impulso del momento, al igual que el asesinato.
—Yo... —Lincoln iba a decir algo más, pero el ruido de una puerta al abrirse lo
detuvo—. Ella... —Subió un escalón, pero le agarré del brazo y tiré de él hacia abajo—
. ¿Qué haces? —siseó, mirándome con ojos tan crueles y negros como su corazón. Mi
corazón era muy parecido, sólo que yo lo ocultaba mejor.
—Estoy dejando que las piezas caigan donde puedan —dije. Stella no era
normal, ahora era el momento de ponerla a prueba. Ahora era el momento de ver lo
jodida que estaba realmente bajo esa mirada única.
Lincoln soltó un suspiro de fastidio y yo tardé en soltarlo, subiendo los
escalones con calma y sin hacer ruido. Casi de inmediato, vi que la puerta de Lincoln
había sido empujada y me acerqué de puntillas, espiando desde el pasillo. Lo que
vi... me hizo feliz de la forma más peculiar.
Cuando me volví hacia Lincoln, que tenía el ceño fruncido detrás de mí, sólo
pude sonreír. La sonrisa permaneció en mi rostro mientras lo arrastraba a mi
habitación.
Stella era...
Era perfecta.
Capítulo Dieciséis - Stella

N o podía quedarme allí sentada, mientras los chicos estaban haciendo


quién sabía qué. Tenía ganas de orinar. Ser usada era... algo a lo que
no estaba acostumbrada, pero me gustaba. Era como si mi cuerpo
deseara algo que nunca antes había deseado, algo instintivo cuando se trataba de
Edward y Lincoln.
98
Esperé un momento en el suelo, limpiándome la boca. Aún podía saborear los
restos del semen de Lincoln y me pregunté si le habría hecho lo mismo a la chica que
se había llevado a casa. Había oído sus suspiros a través de la puerta, así que sabía
que había estado allí. También había visto la humedad en su polla antes de que me
desatara y me tuviera como a un perro.
Mi mente se agitó. ¿Dónde estaba ella? ¿Dormida en su cama? ¿No era
suficiente para su apetito? ¿Su resistencia no había durado lo suficiente y él había
necesitado más para saciarse? No me quejaría de que Lincoln me siguiera, pero tenía
más que un poco de curiosidad por la chica.
Tenía que saber si seguía aquí.
Me levanté y me bajé la camisa para cubrirme el culo desnudo. Mis dedos se
enroscaron en el picaporte y tiré lentamente de la puerta para abrirla. Oí los sonidos
apagados de los chicos discutiendo escaleras abajo, pero no me interesaba lo que
estuvieran diciendo. Tenía la mente en una sola dirección.
Crucé el pasillo y me detuve ante la puerta que sabía que conducía a la
habitación de Lincoln. Recordaba haber echado un vistazo la primera noche que vine
aquí con Edward, y recordaba que era oscura y lúgubre. Entré, silenciosa como un
ratón.
Lo que no recordaba era a la chica en la cama de Lincoln.
Las sábanas estaban revueltas y pegajosas de sudor, señal reveladora de que
había estado con ella momentos antes de venir a verme. Su cabeza estaba girada
hacia un lado, lejos de mí, y cuando me acerqué, vi las marcas alrededor de su cuello,
noté la forma en que sus ojos permanecían abiertos. Una expresión de cristal
congelada en su rostro. Lo supe incluso antes de estar a su lado, mirándola desde los
pies de la cama.
Estaba muerta.
Incliné la cabeza y la estudié. Quería tocarla, sentir si aún estaba caliente o si
ya se había enfriado, pero sabía que probablemente mis huellas dactilares no debían
tocar su cuerpo. Su cadáver.
Era una chica guapa, más que yo. Su pelo era de un amarillo dorado,
decolorado, si es que sus raíces oscuras tenían algo que revelar. Su cuerpo no era tan
delgado como el mío, ni tan huesudo, y su pecho era grande y amplio. Era curvilínea
y hermosa de una forma que yo nunca sería, y sin embargo ella estaba aquí, muerta,
y yo de pie, aún viva, incluso después de mi encuentro con Lincoln.
Cuando dirigí mi mirada hacia su rostro, más allá de los oscuros moratones de
su cuello, no pude evitar preguntarme por qué. ¿Por qué ella había encontrado su
final aquí y yo no? ¿Qué nos hacía tan diferentes? La miré a los ojos vidriosos y me di
cuenta de que su color estaba a un par de tonos del mío.
¿Así que Lincoln se había llevado a esta chica a casa, se la había follado, la
había consumido y luego la había matado? ¿O la había matado mientras la usaba?
Sabía que ambas opciones eran malas, y no estaba segura de cuál era peor. También
99 sabía que probablemente debería huir de esta casa y llamar a la policía, pero Lincoln
era policía, así que debía saber cómo ocultar un cadáver. Y a juzgar por cómo había
sido capaz de follarme tan poco después... lo sabía.
Ya había matado antes.
Estaba en la casa de un asesino.
Hmm. Tal vez debería estar más preocupada.
Necesité todas mis fuerzas para apartarme del cuerpo de la chica e, incluso
después de salir de la habitación, no pude evitar que mi mente divagara. Miles de
pensamientos se agolpaban en mi cabeza y era incapaz de detenerlos.
Lincoln podría haberla matado después del sexo y luego excitarse de nuevo
mientras lo hacía. Sabía que Edward me tenía al otro lado del pasillo para satisfacer
sus necesidades. Debería sentirme sucia, debería sentir algo más que curiosidad y
aceptación —porque no todos los días te enterabas de que los hombres con los que
habías perdido la virginidad estaban montados en el tren de la locura— pero no fue
así. Mi curiosidad era morbosa y mi aceptación definitiva.
Ah, sí. Sabía que Edward tenía que estar en esto hasta cierto punto, de lo
contrario habría habido gritos, si Lincoln le hubiera dicho lo que le había hecho a la
chica.
Fue un giro tan extraño de la noche que me pregunté adónde iría después.
¿Intentarían matarme? ¿Era yo un hilo que había que cortar? No debería
emocionarme la perspectiva, pero teniendo en cuenta mi trabajo y sobre lo que
escribía, encontrar mi final a manos de asesinos me parecía apropiado, aunque no
fueran asesinos en serie.
Lo que más me fastidiaba era que, si salía viva de esta casa, no podría
contárselo a Callie. Se volvería loca y llamaría a la policía; ella era la más normal de
las dos y nunca entendió mi fascinación por todo lo morboso.
Cuando me levanté y entré en el dormitorio de Edward, me encontré con dos
pares de ojos. Uno oscuro y otro claro. Ambos me miraban obstinadamente, y supuse
que mi excusa del baño no serviría de nada, sobre todo si me veían en el dormitorio
de Lincoln con el cadáver, cosa que sin duda hicieron si pasaron por delante en el
pasillo.
Maldita sea. Había estado demasiado embelesada en sus ojos azules sin vida
para darme cuenta, demasiado perdida en mi propia mente.
Iban a matarme.
Lincoln estaba de pie cerca de la ventana, con los brazos cruzados sobre su
pecho fornido y macizo. Edward estaba a su lado, aunque parecía un poco más
relajado. Ambos seguían desnudos, y ahora sólo tenían ojos para mí.
Una persona normal habría intentado huir.
Pero yo no era normal.
100 Permanecí de pie con la espalda recta, mirando a ambos hombres a los ojos. El
ceño de Lincoln se frunció cuando me encontré con su mirada, probablemente
porque odiaba mis ojos. No se lo reprochaba, aunque había sido la primera persona
en decirme que no le gustaban. Le hacían pensar que yo era una mentirosa. No lo era,
en realidad.
—Saben que la vi —dije, mi voz sorprendentemente uniforme, considerando el
hecho de que me enfrentaba a mis propios dos ángeles de la muerte—. Y sé que van
a matarme ahora, así que... no haré demasiadas preguntas. Sólo quiero saber... ¿por
qué ella?
El pecho de Lincoln retumbó con una respiración entrecortada y pesada,
haciendo que Edward lo mirara bruscamente. Fue Lincoln quien me contestó, porque
fue Lincoln quien la había matado mientras Edward y yo habíamos estado ocupados
aquí.
—La maté porque no cerraba los malditos ojos, por muchas veces que se lo
dijera.
Así que la mató porque ella no quiso escuchar. La mató para tener el control.
Sin embargo, la pregunta persistía: ¿por qué necesitaba cerrarle los ojos? ¿Fue
porque el color de sus ojos le recordaban a los míos?
Yo... no estaba segura de si debía sentirme halagada o no. Como que lo estaba.
Hice la única otra pregunta que podía:
—¿Por qué yo?
Esta vez fue Edward.
—Porque sabía que serías perfecta para nosotros, Stella. Al leer tus artículos
me di cuenta de que nos completarías. —Me dedicó una sonrisa con hoyuelos, y aun
así, aunque sabía que iba a morir esta noche, su sonrisa me daba mariposas. Quería
devolverle la sonrisa, pero no lo hice—. Y después de esta noche, lo sé sin lugar a
dudas. Estás destinada a ser nuestra.
Suya.
¿Suya y de Lincoln? ¿Lincoln, el hombre que mató a una chica porque sus ojos
le recordaban a mí? Yo estaba... extrañamente bien con eso, aunque sabía que no
debería estarlo.
Vi cómo Edward se apartaba de la pared y se acercaba lentamente a mí. Me
rodeó la espalda con un brazo, atrayéndome hacia él.
—¿Cómo podríamos matar lo que fue hecho perfectamente para nosotros?
Como ser humano, sabía que no estaba hecha para nadie, pero no podía
discutir, porque yo sentía lo mismo. Esos dos, por muy psicópatas que fueran, eran
míos tanto como yo era suya.
Mierda.

101 Edward sintió que algo no iba bien.


—¿Qué ocurre? ¿Te preocupa el cadáver? No te preocupes. Lincoln se ocupará
de ello… —Al oír su nombre, Lincoln soltó un gemido, interrumpiendo lo que iba a
decir a continuación.
Pero no era eso.
—No —hablé, los ojos subiendo por el pecho cincelado de Edward, elevándose
hasta su apuesto rostro—. Es que... tengo una cita mañana. —Mis palabras los atrapó
a ambos desprevenidos. Edward parecía sorprendido mientras Lincoln se enfureció.
—¿Qué demonios quieres decir con una cita? —Lincoln escupió.
—¿Con quién? —preguntó Edward, manteniendo la calma y la serenidad, pero
me di cuenta de que la noticia le afectó.
Me hacía sentir extrañamente contenta saber que podía provocar reacciones
así en ellos. Incluso de Lincoln, que apenas podía mirarme a los ojos. No conocía bien
a esos dos, pero ahora sabía lo suficiente.
No podía alejarme de ellos, ni de la cita que tenía con Killian. Era mi jefe, y
ahora había alguien ahí fuera matando gente y exhibiendo sus cuerpos como si fueran
personas en masa. No podía despedirme.
Y, si decía toda la verdad, me gustaba tener poder sobre Edward y Lincoln. Me
gustaba poder provocarles emociones tan fuertes. Me hacía sentir, por una vez en mi
vida, importante. Aquí, con estos dos, era más de lo que era antes.
—No te preocupes —le dije—, no me iré a casa con él como lo hice contigo. Lo
creas o no, tú fuiste mi primero. —Y ahora eres mi único, pero no podía decirlo sin
sonar como si me hubieran sacado de una película de Disney, desnudez y la chica
muerta aparte.
Las cejas de Edward se juntaron.
—¿Tu primero? ¿Tu primer qué?
Cuando sonreí y le dije:
—Todo —me empujó hacia la cama y me pasó la lengua por todo el cuerpo.
Cerré los ojos y me entregué a la oscuridad, a las deliciosas y dulces sensaciones de
un vacío dichoso.
Estos hombres serían mi perdición.

102
Capítulo Diecisiete - Lincoln

E d la llevó a casa cuando empezaba a amanecer por la ventana. Había


dormido como un bebé después de que nos turnáramos con ella unas
cuantas veces. Cuando Stella tenía los ojos cerrados, casi me resultaba
fácil olvidar el cadáver del otro lado del pasillo, olvidar lo que tenía que hacer hoy,
antes de entrar a trabajar. Tenía que deshacerme de ella.
103
Por suerte para nosotros, mi familia tenía contactos. Ya no nos llamaban a
menudo, pero podía utilizar sus contactos en mi beneficio.
Cuando Ed se fue con Stella, yo me dediqué a envolver el cuerpo y meterlo en
el maletero de mi coche. Las maravillas que un hombre podía esconder tras la puerta
cerrada de un garaje. Metí las sábanas en la lavadora y me metí en la ducha.
Había que hacer algo. Algo definitivo. Stella era una plaga en esta casa. Verla
doblegar a Ed a su voluntad anoche fue... No podía creerlo. Diablos, no podía creer
que Ed quisiera retenerla, no podía creer que la pusiera a prueba dejándola ver el
cuerpo de esa chica.
Debí haber matado a Stella anoche, irrumpir junto a Ed y entrar en mi
habitación mientras ella estaba desprevenida, mirando el cadáver con sus dos
estúpidos ojos. Poner mis manos alrededor de su frágil y delgado cuello y apretar con
todas mis fuerzas. Debería haber visto cómo se le salían los ojos de la presión y cómo
se le rompían los vasos sanguíneos bajo la piel. Quería sentir su último aliento debajo
de mí.
Dios, Stella se merecía nada menos que mis manos alrededor de su garganta.
Al paso que iba, tendría a Ed enredado en su meñique antes de que acabara la
semana... y ya era viernes por la mañana.
Carajo.
¿Por qué demonios escuché a Ed? ¿Por qué me quedé atrás y participé anoche
cuando debería haber estado bajando su cuerpo por las escaleras también? Mierda,
mierda, mierda. Quería golpear la baldosa con los puños y gritar mientras el agua me
golpeaba la espalda.
Stella era una serpiente, enroscada en el Jardín del Edén que Ed y yo habíamos
construido, y no iba a dejar que nos lo arruinara. No iba a dejar que me lo arrebatara.
Era mi familia, aunque no fuéramos parientes. Aunque sólo lo hubiera conocido
cuando éramos adolescentes. Era prácticamente todo lo que tenía, y creía que
teníamos un buen sistema: traer a casa nuestras conquistas, compartirlas y
deshacernos de ellas. Traer a casa nuestras presas, compartirlas, deshacernos de
ellas de una forma diferente y metódica. Entonces la Srta. Amo a los Asesinos en Serie
entró y lo jodió todo.
Stella y su maldita obsesión con los asesinos en serie.
Ed y su maldita obsesión con Stella.
Yo y mi maldita obsesión por mantener cuerdo a Ed. Realmente, yo era el único
aquí con una pizca de sentido común. Yo era el único que sabía lo que había que hacer
para arreglar esta situación.
Stella no podía seguir en nuestras vidas. Ella lo estropearía más, y a mí me
gustaban mis desastres tal y como eran, y a diferencia de Ed, no me había enamorado
del todo de sus ojos desparejados y su cara espeluznante y sin emociones. Tenía un
buen coño, pero también lo tenían muchas otras mujeres. No era nada especial. Nada
104 tan especial como para justificar la fascinación de Ed.
Seguía sin entender su obsesión por ella. Sabía que tenía algo que ver con el
punto central de sus artículos, pero más allá de eso, no había nada especial en ella.
¿Y qué si estaba embelesada con los asesinos en serie? Mucha gente lo estaba, sólo
que no lo admitían libremente tan a menudo o tan públicamente. El hecho de que
fuera una amante de los asesinos en serie no significaba que fuera automáticamente
adecuada para nosotros.
¿Y Ed alguna vez me preguntó si me gustaba? No. No, simplemente había
decidido que era buena para nosotros y que nos la quedábamos. Yo no tenía nada
que decir en el asunto, ninguna opinión que significara algo. ¿Por qué carajo asumió
que yo la querría tanto como él? No podía mirarla a los ojos sin querer volarme los
sesos.
Sus ojos eran como el maldito diablo. Uno decía una verdad, el otro una
mentira, y por mucho que se intentara, nadie era capaz de saber qué era qué. Nunca
fui una persona irracional —yo era el más lógico de los dos— pero con unos ojos así...
casi me hacían sentir supersticioso y tonto.
Ed entendería lo que tenía que hacer. Con el tiempo se daría cuenta de que
sólo lo hacía por su bien, por su prosperidad. No podríamos vivir una larga vida si
Stella estaba incluida, lo sabía. Ella nos arrastraría, nos separaría. No podía vivir una
vida sin Ed en ella. Ninguna perra, dulce coño o no, iba a interponerse entre nosotros.
Ed me perdonaría por lo que tenía que hacer.
Como si no hubiera visto ya suficiente acción la noche anterior, la polla me
palpitaba al pensarlo, y me dolían las pelotas mientras se me ponía dura. Sólo de
pensar en todas las posibilidades, en todas las formas diferentes en que podía
hacerlo, me excitaba, en más de un sentido. Más le valía a esa zorra disfrutar de las
últimas horas de su vida, porque iba a matarla.
Tenía que matar a Stella.
Capítulo Dieciocho - Stella

C uando Ed me dejó en el bar, llamé a Callie inmediatamente. Necesitaba


hablar con alguien, aunque supongo que no podía entrar en demasiados
detalles sobre lo ocurrido anoche... y de nuevo esta mañana,
rápidamente antes de irnos. Lincoln seguía mirándome como si me hubieran salido
cuernos, pero esperaba que con el tiempo se soltara.
105
Tal vez se aflojaría cuando se diera cuenta de que no iba a delatarlo a la policía,
aunque debería haberlo hecho.
Callie no contestó. Sabía que probablemente estaba durmiendo, así que dejé
que saltara el buzón de voz antes de colgar. Se lo diría más tarde, cuando la viera.
Quizá se hubiera levantado cuando yo llegara a casa.
No lo estaba.
Seguía dormida, desmayada en su cama, roncando con fuerza. Podía oír los
ronquidos de Callie incluso a través de las paredes, y de hecho sentí que se me
dibujaba una sonrisa en los labios mientras me apresuraba a desayunar. Quería ir a
la cafetería antes de fichar por el Tribune, responder a los últimos comentarios de mi
blog y, por supuesto, enviar por correo electrónico a Killian el artículo para el
periódico del domingo. Saldría en línea esta noche, unos días antes.
Ni siquiera me duché. Tenía prisa, aunque en realidad no la tenía. Lo único que
hice fue cambiarme, echarme desodorante y cepillarme los dientes. Mis dedos fueron
el único peine que pasé por mi pelo, y tomé mi bolso antes de salir por la puerta.
Me sentí... extrañamente a gusto. Extrañamente feliz. Como si, por una vez, mi
vida hubiera tomado el rumbo correcto. Irónico, teniendo en cuenta que ese giro llevó
a un cadáver y dos asesinos, pero fue un buen giro para mí, de todos modos. No
volvería atrás si tuviera la oportunidad. Me quedaría donde estaba, porque Edward y
Lincoln me hicieron sentir cosas que nunca antes había sentido.
Cursi, lo sé, pero cierto.
En menos de media hora, estaba en mi mesa habitual de la cafetería, sorbiendo
una humeante taza de café solo, casi quemándome el paladar. Justo como me gustaba.
Tenía el portátil abierto, sobre la mesa, con el blog abierto. Había dado una pequeña
pista sobre el artículo del domingo, y mis seguidores se estaban volviendo locos.
Les encantaba el Creador de Ángeles. El apodo, no la persona en sí, ya que
nadie sabía aún quién era.
Un crimen sensacionalista como éste, y lo que seguramente vendría después,
sabía que tendrían que atraparlo. Un asesino que exhibía así a sus víctimas ansiaba
ser el centro de atención, y aquellos que salían de la oscuridad y entraban
voluntariamente en la luz eran siempre los que fascinaban a la sociedad. Ted Bundy
vino a mi mente en primer lugar. Alguien que quería ser inmortalizado, alguien que
pensaba que nunca le atraparían, que quería la fama por encima de todo. Un asesino
que se hizo pasar por más de lo que era.
Me preguntaba cuántos asesinos en serie había activos en el mundo, cuántos
habían muerto de viejos o por enfermedad y habían salido impunes de todos sus
asesinatos. ¿De qué servía resolver casos sin resolver cuando aparecían otros nuevos
cada día, prácticamente cada segundo?
La puerta de la cafetería se abrió y aparté los ojos del portátil para ver cómo un
hombre se dirigía al mostrador. Su andar me resultaba familiar, pero no sabría decir
de dónde. Le observé entre comentario y comentario, esperando a que hiciera su
106 pedido y se dirigiera a otra mesa al otro lado del local. Pelo castaño corto, ojos
verdes. Guapo. Quizá sólo unos años más joven que yo.
Me quedé mirándolo quizás demasiado tiempo, porque sus ojos se levantaron
y se encontraron con los míos. En ese momento supe quién era: le había visto antes,
en esta misma cafetería. Teníamos la costumbre de venir todos los días a la misma
hora.
No le gustaba que lo miraran. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, se
levantó bruscamente y salió de la tienda. Lo miré irse, confusa y preguntándome por
qué demonios se sentaría solo cinco segundos antes de marcharse.
A menos... a menos que tuviera algo que ver conmigo. ¿Fui grosera? ¿No
debería haber mirado? No me gustaba que me miraran y estudiaran como si fuera una
exposición científica. Sin embargo, los extraños se miraban todo el tiempo, se
sorprendían mirándose constantemente. Los humanos somos curiosos por naturaleza,
así que era algo a lo que todos deberíamos estar acostumbrados.
No podía quitarme a aquel hombre de la cabeza, ni siquiera cuando pasó el
tiempo y recogí mis cosas para dirigirme al Tribune. Aquellos ojos verdes me
resultaban familiares de la forma más extraña. Me asaltó la necesidad de averiguar
de dónde le conocía, pero sabía que nunca tendría el valor de hablar con él si volvía
a verlo. Yo no era el tipo de persona que puede acercarse a un desconocido de
aspecto familiar y entablar una conversación sobre el tiempo. Era torpe.
No, el hombre tendría que seguir siendo un misterio por ahora.
Envié por correo electrónico a Killian mi artículo para que lo aprobara quince
minutos antes de la fecha límite. Llegué pronto a las oficinas, cosa que nunca ocurría.
La mayoría de las veces tenía que enviar mis artículos por correo electrónico cuando
aún estaba en la cafetería y correr al Tribune. Hoy estaba extrañamente fuera de tono,
quizá por lo de anoche.
Por la chica muerta.
¿Qué harían Edward y Lincoln con su cuerpo? Tenían que tener un sistema,
teniendo en cuenta que ninguno de los dos había actuado demasiado preocupado por
el cuerpo desnudo y magullado mientras estaban conmigo la noche anterior. Casi
como si esto sucediera todo el tiempo.
¿Estaba firmando mi sentencia de muerte al querer volver a verlos? ¿Sería yo
la siguiente en encontrar su final en manos de uno de ellos? Probablemente debería
estar asustada, pero no lo estaba. Estaba casi extrañamente tranquila con toda la
situación, y eso debería haber hecho sonar algunas campanas de alarma. Sobre todo
para mí, porque a la gente no debería parecerle bien tropezar con un cadáver,
independientemente del contexto.
Yo... no era normal. Había algo mal en mí. Tenía que ser así. ¿Qué otra
explicación había? ¿Por qué si no me sentía tan vacía pero llena cuando estaba cerca
de Edward y Lincoln? Era casi como si ellos me completaran... ridículo, porque
ninguna persona puede realmente completar a otra. Todos éramos seres completos,
107 sólo que ensamblados de forma diferente.
Quizá yo era demasiado diferente.
Nos reunimos en la parte trasera del Tribune para nuestro encuentro. Hablamos
de las mismas cosas aburridas de siempre. Cuáles eran los objetivos del Tribune para
la semana siguiente, cómo podíamos mejorar las ventas en la comunidad, bla, bla,
bla. A mí no me interesaba nada de eso, pero tenía que prestar atención, porque de
ese trabajo sacaba la mayor parte de mi dinero, aunque fuera a tiempo parcial. Y
ahora que había un posible asesino en serie suelto por la ciudad, no me atrevía a
perder este trabajo. Tenía que escribir sobre él. Tenía que hacerlo.
Cuando terminó la reunión, volví a mi mesa, jugueteando con el cargador del
portátil cerca de la pared. No pude evitar oír a los demás hablar... ¿Sobre Sandy? Uf.
¿Cuándo iba a superar todo el mundo a esa mujer fracasada y desesperada? No tenía
ningún problema personal con las divorciadas y las crisis de mediana edad, pero
desde que la había oído arrastrar a Killian al baño del bar e intentar hacerle una
mamada, estaba bastante desilusionada con ella.
De hecho, si no volviera a ver a Sandy, sería demasiado pronto. Demasiado
pronto.
Así que ignoré a los demás y pegué los ojos a mi portátil. No iba a participar en
los cotilleos de la oficina, porque tenía otras mil cosas en la cabeza. Cosas más
importantes que Sandy y dónde estaba.
Sin embargo, era un poco extraño. Sandy nunca faltaba al trabajo, aunque
tuviera resaca. Siempre se ahogaba en varias tazas de café y se paseaba por la oficina
con gafas de sol. No recordaba si alguna vez se había tomado un día por enfermedad,
y mucho menos dos seguidos. Tal vez estaba avergonzada por cómo se había
comportado en la fiesta de Killian.
Pero no importaba, porque Sandy no me importaba.
Alguien se movió junto a mi mesa, apoyando la cadera en ella, haciendo eso de
sentarse medio de pie contra algo. No necesité levantar la vista para saber quién era.
Killian me miraba con los ojos color avellana y los brazos cruzados. Como de
costumbre, llevaba una camisa abotonada, hoy de color azul oscuro, que quedaba un
poco rara con su pelo pelirrojo. Llevaba las mangas remangadas hasta los codos. Era
un look atractivo, lo admito, pero no me gustaba nada.
Después de Edward y Lincoln, no creí que ningún otro hombre pudiera hacer
algo por mí.
—¿Estás lista para esta noche? —Killian preguntó.
—¿Qué? —Fue cuando me dedicó una cálida sonrisa que recordé: teníamos una
cita. Justo después del trabajo. Mierda. ¿Cómo demonios iba a centrarme en él
cuando no podía dejar de pensar en Edward, Lincoln y la chica muerta en la cama de
Lincoln?
¿Puedo cancelarlo?

108 Probablemente me odiaría si lo cancelara. Tuve que aguantarme y hacerlo, y


luego decirle que estuvo bien, pero que no quería volver a hacerlo. Hacerlo
suavemente, amablemente, para que no me despidiera después.
Intenté dedicarle una sonrisa, pero no estaba segura de que quedara bien, así
que dejé que se me cayera de la cara.
—Sí, claro —dije, intentando parecer entusiasmada. Qué asco. El entusiasmo
era una emoción que tenía pocas veces, normalmente cuando estaba haciendo algo
relacionado con mis artículos, mi blog o investigando a asesinos en serie.
—Bien, porque tengo planeada una larga noche para nosotros. —Killian
empezó una larga lista de cosas que quería hacer conmigo, que incluían una cena,
una película y algo más que ahogué. Killian era un tipo bastante agradable;
simplemente no era para mí.
No era Edward. No era Lincoln. No era lo que yo quería.
¿Qué quería? ¿Qué necesitaba? No estaba segura de poder expresarlo con
palabras. Necesitaba algo más que un hombre normal. Necesitaba a alguien anormal,
alguien que pudiera manejarme tal y como era. Si ese alguien resultaba ser dos,
¿quién era yo para negarlo?
Quería que Killian se fuera, así que le dije:
—Bueno, aún faltan unas horas para el comienzo oficial de nuestra cita, así que
¿me dejas volver al trabajo, jefe? —Esperando sonar divertida y desenfadada,
observé la reacción de Killian.
Se rio, arrugando la nariz.
—Está bien, está bien. Vuelve a ello. —Empezó a alejarse, metiéndose las
manos en los bolsillos del pantalón mientras gritaba por encima del hombro—: Y será
mejor que no te vea en tu blog. —Me guiñó un ojo, y yo estaba segura de que el guiño
debía hacerme sentir mareada por dentro.
No sentí vértigo. Me sentía aburrida. Lo que quería era salir de aquí y volver a
ver a Edward y a Lincoln. Ir a una cita con Killian era lo último que quería hacer. Sin
ofenderlo, pero era la última persona en la tierra con la que quería pasar toda una
tarde y una noche.
Dios, ¿y si pensó que tendría suerte? ¿Y si volvía a intentar lo que hizo en la
fiesta de Navidad, sólo que esta vez yo no podría fingir una risa y librarme de él?
Entonces tuve una idea repentina: Siempre podía decírselo a Edward y a Lincoln, y
ellos se encargarían de él.
Mírame, tan despreocupadamente sugiriendo el asesinato, como si el asesinato
fuera algo en lo que pensara todo el tiempo, cada día y cada segundo de mi vida. No
lo era. Al menos, no asesinatos que provenían de mis propios pensamientos. Los
asesinatos de otras personas, sí. Sí, pensaba mucho en ellos, especialmente en el
cuerpo encontrado en el sótano.
Mientras Killian preguntaba si alguien quería almorzar, que él estaba comiendo
fuera, yo estaba demasiado absorta en mis propios pensamientos. ¿Cuánto tiempo
pasaría hasta que supiéramos quién era, o sería desconocido, incluso décadas
109 después, como el asesino del Zodiaco? Por alguna razón inexplicable, quería saber
quién era. Quería conocerle, mirarle fijamente a los ojos y ver.
A ver si se parecía en algo a mí.
Capítulo Diecinueve - Killian

N o estaba seguro de cómo iría esta cita. Por supuesto, sabía cómo quería
que fuera, pero cómo quería que sucedieran las cosas y cómo sucedían
en realidad eran a menudo dos cosas extremadamente diferentes. Yo
era un planificador —y normalmente se me daba bien planificar— pero
cuando Stella entró en escena, fue como si mi mente saliera volando por la ventana y
110 perdiera todo el sentido. No podía explicarlo.
Stella no se parecía a nadie que hubiera conocido antes. Pasaba desapercibida
para la mayoría de la gente, y lo único que llamaba la atención eran sus ojos, con los
que había nacido y no podía cambiar. Supongo que podría haberse puesto lentillas
de colores o algo así, pero ¿por qué ocultar lo que la naturaleza le había dado? Sus
ojos eran hermosos, el par de ojos más fascinante que jamás había visto.
La conocía lo suficiente como para saber que la había cagado en la fiesta de
Navidad del año pasado. Sabía que el alcohol me afectaba; una vez que empezaba a
beber, sólo dejaba de hacerlo cuando terminaba la noche, así que, en realidad,
debería haberlo sabido. Todos pensaban que estaba trastornado por mi reciente
ruptura con Julie, pero no era así.
El hecho es que al final de nuestra relación, Julie no me importaba en absoluto.
Mucho antes de que terminara, había conocido a Stella. Yo no creía en el amor
a primera vista —más bien en la lujuria a primera vista— pero con Stella lo sentí. En
el fondo, sabía que debía ser mía. Teníamos que estar juntos. Ni siquiera me pregunté
por qué ella no podía darse cuenta, porque sabía que yo no había sido el modelo de
buen comportamiento a su alrededor.
Y luego, en el bar, el día de mi cumpleaños, cuando creía que por fin estaba
progresando, volví a cagarla. ¿Por qué nunca podía tener un respiro? me había
preguntado, lo que me había llevado al baño con Sandy. Pero mientras Sandy se
arrodillaba ante mí y me desabrochaba los pantalones, yo no podía dejar de pensar
en Stella, incluso con la mente embriagada por el alcohol, así que la detuve. Con el
tiempo. Me llevó un tiempo, pero lo hice.
Cuando salí, la había visto hablando con un hombre en el bar. Un extraño.
Como si él pudiera darle lo que yo no podía. Como si fuera diferente a mí. ¿Qué haría
falta para que Stella se diera cuenta de que yo estaba hecho para ella y ella para mí?
Había pensado, deprimido. No era la primera vez que tenía esos pensamientos, pero
esperaba que fuera la última.
Pero la verdad era que sabía lo que tenía que hacer mucho antes de ese
momento.
Tenía que dejar a Stella a solas, lejos de su portátil y sus artículos. Tenía que
pasar tiempo con ella a solas para demostrarle que yo no era un mal tipo. La adoraría
como a una diosa, la trataría como a una princesa. Como una maldita reina. Ningún
otro hombre besaría el suelo que ella pisaba como yo lo haría. Como yo lo hice.
Fue perfecto cuando mencionó que quería ver la escena del crimen. Ni yo
mismo podría haberlo planeado mejor. Ofrecerme a conducir, ir con ella, observar
su rastro alrededor de la casa, abrazada a la cinta amarilla de precaución, había sido
un espectáculo. Era tan hermosa cuando estaba concentrada en cazar a un asesino.
Una pequeña periodista al acecho.
Ir con ella a la cafetería, descubrir dónde pasaba gran parte de su tiempo, no
había tenido precio, aunque no me había hecho demasiada gracia ver a aquel tipo de
ojos verdes observándola. Sabía que mucha gente tenía que mirarla, porque su
111 mirada era muy llamativa, pero me sentía extrañamente protector con ella, como si
ya fuera mía para protegerla.
Pronto. Pronto lo sería. La compensaría, le haría olvidar mis errores. Y juraría
dejar el alcohol, aunque ya era un poco tarde para eso.
Stella no se había arreglado mucho para esta noche, pero no esperaba menos
de ella. Sabía que era el tipo de chica de champú seco, y yo estaba más que bien con
sus moños y sus leggings. Yo no la cambiaría, y la única razón por la que le había
pedido que dejara de escribir sobre asesinos en serie era porque los dueños del
periódico me lo habían pedido.
Ahora, después de ese cadáver, no harían ni pío durante un tiempo. La
popularidad de sus artículos se dispararía, y tal vez incluso podría conseguirle un
puesto a tiempo completo en el Tribune.
Había leído y revisado el artículo que me envió para el periódico del domingo.
Fue... esclarecedor en formas que nunca anticipé. Su mente realmente funcionaba de
manera diferente. Estaba constantemente sorprendido por ella.
¿Y el Creador de Ángeles? Qué nombre tan pegadizo. Sabía que no tardaría en
llegar a los principales medios de comunicación, y por eso subí su artículo a la página
web antes de irnos del Tribune. Si alguien tenía derecho a elegir un apodo, esa era
Stella. Se lo merecía, con todo el trabajo que dedicaba a sus artículos y a su blog.
Sin embargo, nunca admitiría en voz alta que leía su blog. No me parecía
correcto. Su blog era su espacio personal, y hasta que no me diera la bienvenida, no
quería entrometerme. No volvería a cometer el mismo error.
Stella y yo nos sentamos en un reservado oscuro de uno de los restaurantes de
la ciudad. El tema de este en particular era el Lejano Oeste, y tenía fotos de vaqueros
en la pared, junto con espuelas y cabezas de bisonte. No tenía ni idea de si las cabezas
de bisonte eran reales —un poco desconcertante si lo eran— pero las barras de pan
que este lugar daba antes de las comidas eran increíbles.
—Entonces —dijo Stella, pelando la corteza del pan antes de comerse la parte
interior más blanda—, ¿de qué suele hablar la gente cuando tiene una cita?
Sinceramente, podría sentarme allí y verla comer, pero sabía que eso sería
espeluznante. Intentaba por todos los medios no parecer un chico entusiasta y ansioso
cuando se trataba de Stella. No estoy seguro de lo bien que lo logré, si es que lo logré.
Sus palabras fueron calando poco a poco y dije:
—Normalmente se conocen. Supongo que nos hemos adelantado. Espera un
segundo, ¿eso significa que no has tenido muchas citas antes? —La perspectiva de
que nadie saliera con ella me sorprendió y, extrañamente, me tranquilizó.
Me gustaba oírlo. Era como si ya fuera mía, aunque seguía pensando que la
había visto salir del bar con aquel tipo. Sabía que no era ese tipo de chica, así que
quizá se fueron al mismo tiempo. Definitivamente no se habría ido a casa con un
desconocido. Stella era mucho más inteligente que eso.
112 Y, de todos modos, si había alguien con quien debía irse a casa, era conmigo.
—No le gusto a la gente —dice—. Entonces, ¿por qué querría alguien llevarme
a una cita? —Cuando la miré incrédula, Stella añadió—: No me mires como si
estuviera loca. No me lo estoy inventando.
No lo dudé.
—Eso es sorprendente.
Se encogió de hombros en cuanto llegaron nuestras ensaladas. Otra forma en
que este lugar te llenaba antes de que salieran los platos principales, pero estaba
bien. Me moría de hambre.
—¿Por qué? —Su voz era tranquila, insegura. Esta mujer necesitaba una
inyección de confianza, y si tenía que ser yo quien se la diera, lo haría. La colmaría de
cumplidos interminables si fuera necesario, hasta que por fin se diera cuenta de lo
especial que era.
Y si otros no lo vieron, que se jodan.
—Eres increíble, Stella. Eres una escritora increíble. Cualquiera que lea lo que
escribes sabe que pones pasión en tu trabajo. Eres motivada, trabajadora, aunque a
veces te pases con los plazos —dije con una sonrisa—. No te pareces a nadie que haya
conocido antes, y lo digo de la mejor manera posible.
—Sólo soy diferente por mis ojos. —Stella se pasó las manos por los brazos,
parecía deprimida, como si prefiriera estar hablando de cualquier otra cosa, de
cualquier cosa que no fuera ella misma. Era casi como si no se sintiera cómoda en su
propia piel.
Yo lo cambiaría.
—Tus ojos pueden ser una parte de ello —admití—, pero no la única razón. La
forma en que hablas de tus ojos, es como si los odiaras.
Mezcló lentamente su ensalada, eligiendo los picatostes antes de comerse el
resto.
—Sí los odio.
Ahora me tocaba a mí preguntar.
—¿Por qué? —Y de verdad, quería saber por qué. Eran unos ojos preciosos,
aunque fueran diferentes a todos los que había visto antes. Al final de la noche, haría
que Stella se diera cuenta de que diferente no significaba necesariamente malo.
A veces, ser diferente era bueno.
Si todos los miembros de la sociedad fueran iguales, no habría creatividad, ni
películas ni libros. Hay que celebrar nuestras diferencias, no nuestras igualdades.
¿Quién demonios se levantó un día y quiso ser normal, mezclarse con los demás?
¿Quién quería estar en una fila y ser exactamente igual a todas las personas a tu
alrededor? Yo no quería, y desde luego esperaba que Stella tampoco, y si quería, le
haría ver la verdad.
113 —La gente sólo quiere acercarse a mí por mis ojos —murmuró Stella—. Creen
que es genial o algo así. No quieren acercarse a mí por mí.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque una vez que me conocen, se van. —Stella se mordió el labio inferior
antes de llevarse un tenedor de ensalada a la boca—. Sólo tuve una amiga en el
instituto, y sigue siendo mi única amiga.
Asentí, recordando.
—Cierto. Ya la habías mencionado antes. ¿Callie?
—Sí. Callie es la única que se ha quedado.
Aparté la ensaladera y me apoyé en la mesa, queriendo cerrar el espacio que
nos separaba.
—¿Y si otras personas intentaran acercarse a ti, pero tú fueras demasiado
cerrada para dejarlos entrar?
Entonces me miró. Me miró de verdad. Por una fracción de segundo, pensé que
me había visto tal como era, pero luego apartó la mirada y supe que no me había visto.
—Creo que es difícil encontrar a alguien a quien quiera acercarme. Soy... rara,
Killian. Ya lo sabes. Deja de fingir que no lo ves.
—No eres rara, y tus ojos no son lo que te define.
Stella tragó saliva y un pequeño atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro. Era
una sonrisa genuina, diminuta y superficial, pero una sonrisa. Era una sonrisa que
quería guardar para más tarde. Con suerte, esta noche vería más sonrisas, más
grandes.
Nuestros platos llegaron en diez minutos. Yo pedí un filete con patatas fritas,
mientras que Stella se quedó con los palitos de pollo, como una niña de diez años.
Podría haberme burlado de ella por su elección, a lo que me contestó:
—Nunca sabes lo que te va a tocar, pero ¿pollo? Nunca te puedes equivocar
con el pollo. —Hablaba como si fueran palabras de vida o muerte.
Me reí entre dientes, sintiendo la necesidad de pasar por encima de la mesa y
agarrarle la mano. Dios, quería hacerle ver que lo nuestro tenía mucho sentido, que
era lo correcto. ¿Por qué era tan inconsciente? ¿Qué hacía falta para que se diera
cuenta de que el Sr. Perfecto estaba delante de ella todo el tiempo? Sí, había cometido
errores, pero intentaba enmendarlos.
Necesitaba que ella lo viera.
También necesitaba saber si se fue a casa con ese tipo del bar... por razones.
—Todavía no puedo creer que no hayas salido mucho —dije mientras cortaba
mi filete. De reojo, observé su reacción. Apenas pestañeó, como si no tuviera nada
que ocultar, y tal vez no era así. Tal vez todo estaba en mi cabeza.
Quizá necesitaba tomarme un maldito calmante.
114 —¿Eso significa que nunca te han tomado de la mano? —Bromeé—. ¿Nunca te
han besado? —Stella no reaccionó. Hmm. Así que tal vez ella no había ido a casa con
él—. ¿Alguna vez lo has pensado? ¿Has querido?
Lo que debería haber hecho era seguirla hasta la salida del bar y ver si se iba
andando a casa o si se metía en el coche de él. Si Stella se hubiera ido a casa con él...
no estaría contento. Estaría muy, muy molesto. Demasiado molesto para las palabras.
—Es complicado. ¿He querido hacer esas cosas por el mero hecho de hacerlas?
Sí y no. Estuve celosa de Callie en el pasado, pero sólo porque sentía que eso nos
separaba, me hacía aún más diferente. Con la persona adecuada, yo... lo haría todo
con la persona adecuada.
Sus palabras me hicieron feliz, casi me hicieron olvidar al desconocido del bar.
Stella era una buena persona, muy reservada. Las probabilidades de que tirara todo
por la borda y se fuera a casa con un extraño eran mínimas. No encajaba con su
personalidad. Debería dejar de preocuparme por eso y seguir adelante.
La cena pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cuando fui a pagar la cuenta, el
teléfono de Stella zumbó y vi cómo lo cogía y sus ojos pasaban por la pantalla leyendo
lo que aparecía. La expresión de su rostro se transformó en una de asombro, de
conmoción y maravilla.
Sabía lo que era —lo que tenía que ser, porque sólo una cosa hacía tan feliz a
Stella— antes de que dijera:
—Han encontrado otro cadáver. —Lo que no preví que dijera fue—: Tengo que
irme. —Tomó su bolso y se dispuso a salir de la cabina; yo la habría seguido si hubiera
pagado ya, pero el camarero aún no había venido por la libreta negra con mi tarjeta
de débito.
Salió corriendo del restaurante antes de que pudiera alcanzarla. Lo que
debería haber hecho era dejarle la cuenta, pero yo no era el tipo de hombre que cena
y se da a la fuga. El servicio del restaurante había sido bueno; no se merecían eso.
Igual que yo no merecía que me dejaran plantado por un cadáver.
Para cuando recuperé mi tarjeta de débito y garabateé una propina en la copia
del recibo del restaurante, ni siquiera pude verla en el estacionamiento. Stella debe
haber corrido en el momento en que salió.
Carajo.
Me quedé allí un rato, a la luz menguante, viendo pasar los coches de la calle,
sumido en mi rabia. No podía culpar a Stella, porque sabía cómo era con su obsesión.
Se sentía atraída por lo desconocido como una polilla por la llama. Sin embargo, no
era así como yo quería que fuera la noche. En absoluto.
Quería que se diera cuenta de que debía estar conmigo, y nuestra próxima
parada habría sido un paso más hacia ello. Le habría demostrado lo considerado que
podía llegar a ser, pero mi oportunidad fue arrebatada por el protagonismo del
115 Creador de Ángeles y sus víctimas. A los ojos de Stella, sólo había una manera de que
yo pudiera estar en el mismo plano que un asesino, sólo podía hacer una cosa para
hacérselo ver.
Para que me vea, todo yo.
Menos mal que tenía un plan alternativo. No era lo que quería hacer, pero era
mejor que no hacer nada. Me negué a renunciar a Stella, me negué a dejarla ir. Por
todo lo santo y bueno del mundo, le haría ver que el hombre perfecto para ella había
estado delante de ella todo el tiempo.
Stella tendría que ver tarde o temprano que yo no iba a ninguna parte.
Capítulo Veinte - Stella

C orrí lo más rápido que creo que he corrido nunca, a través de la distancia
más lejana jamás recorrida, sólo para llegar a la escena del crimen y ver
las furgonetas de las noticias, las luces intermitentes de la policía y la
multitud de vecinos entrometidos reunidos en la calle. En cuanto recibí la notificación
de la emisora de noticias local, en cuanto vi la foto de la casa, lo supe.
116
Lo sabía porque la casa estaba en una calle a pocas manzanas de la mía. Era
una casa por la que pasaba casi a diario. Y ahora era la segunda escena del crimen
para el Creador de Ángeles.
Mientras me abría paso entre el murmullo de la gente, no pude evitar tener una
esperanza egoísta: el cuerpo estaba dispuesto de la misma manera, las manos atadas
juntas como si rezaran al morir. Si tenía un modus operandi diferente, entonces mi
apodo de Hacedor de Ángeles era inútil.
Pero no tenía por qué preocuparme, me di cuenta cuando me puse al frente de
la multitud, contra la cinta amarilla de la escena del crimen. Pude ver a través de las
ventanas delanteras de la casa, cristales gigantes cuya luz estaba encendida en el
interior. El cuerpo estaba sentado en el sofá del salón, empapado en sangre y rezando
con las manos sobre las rodillas. Cualquiera en la calle podía verlo.
A quince metros de distancia, por lo que me resultaba difícil ver los detalles,
pero era más joven. De unos veinte años. Cabello castaño. Todavía llevaba su ropa,
aunque estaba empapada en sangre, lo que indicaría que este asesino no estaba
matando a estas personas con un propósito sexual. Los estaba matando por otra razón,
pero ¿cuál era?
Estudié la escena, como si las escenas exteriores de espeluznantes asesinatos
fueran lo mío. En cierto modo, suponía que lo eran, pero solo por el cadáver y sus
implicaciones.
Esto se acercaba a casa. ¿Dónde se encontraría el próximo cadáver? ¿Era sólo
una coincidencia que yo viviera no muy lejos de aquí?
La pareja que debía de ser la dueña de la casa estaba ocupada hablando con
la policía. Una pareja de mediana edad, abrazados con fuerza. La mujer sollozaba
mientras el esposo tartamudeaba:
—Volvimos de vacaciones un día antes. Como dije antes, entramos y... la
encontramos. Yo no... nunca la había visto antes…
—¿Entrada forzada? —El policía estaba ocupado garabateando algo en un
pequeño bloc de papel. Evidentemente, no era la primera vez que interrogaban a la
pareja, y dentro de la casa los forenses ya estaban ocupados reuniendo pruebas. Sin
la luz encendida dentro de la casa, el cuerpo no sería visible si la cortina estuviera
corrida, no con la hora del día que era.
Pero la cortina no estaba corrida, lo que significa que el cuerpo debe de haber
sido colocado aquí recientemente, de lo contrario la gente seguramente se habría
dado cuenta antes, ¿no?
—Ninguna que yo haya visto —habló el esposo, con voz temblorosa.
Si no se forzó la entrada, significa que quien lo hizo tenía una llave o podía forzar
una cerradura. Yo apostaría por lo segundo, simplemente porque cualquiera que
tuviera una llave de esta casa sería sospechoso, al menos por un tiempo. Esta pareja
podría demostrar fácilmente que estaban fuera de la ciudad.
Quería quedarme, pero a medida que el sol se ponía y la oscuridad se cernía
117 sobre el mundo, sabía que no podía. Me picaban los dedos; tenía que escribir sobre
esto. Tendría que escribir una entrada no programada en el blog.
Salí de la multitud y me dirigí a casa. Antes de quitarme los zapatos, puse las
noticias locales en la televisión. En la pantalla apareció otro anuncio de última hora y,
cuando dejé la bolsa en el sofá, oí a Callie caminando con tacones detrás de mí.
—¿Qué demonios está pasando ahí fuera? —preguntó, demasiado arreglada
para una noche en casa.
Apenas la miré mientras respondía:
—Han encontrado otro cadáver. —Señalé el televisor y Callie soltó un gemido.
—No quiero pensar en asesinatos ahora mismo, Stella. Voy a salir con las
chicas. Vamos a bailar como si tuviéramos veinte años otra vez. —Callie soltó una
risita, aunque yo no le veía la gracia, porque sólo teníamos veinticinco. Además,
¿cómo iba a querer ir a bailar ahora? Se movió alrededor del sofá, dándome una
palmada en la rodilla—. ¿Quieres venir? Te vendría bien aliviar el estrés.
Negué con la cabeza, inclinándome a su lado para ver la televisión.
—Espera. ¿No se suponía que estabas en una cita con Killian? ¿Qué ha pasado?
—La expresión dichosa de Callie se desvaneció en seriedad, y de repente se puso
muy sombría cuando me preguntó—: ¿Quieres que lo cancele? Puedo, si ha pasado
algo y quieres hablar…
—Estoy bien, vete —murmuré. ¿Por qué no se iba ya? Entiende la indirecta y
vete, Callie.
—Siempre puedes soltarte y divertirte conmigo…
—Estaré bien aquí, gracias. —Normalmente ni siquiera me preguntaba si
quería ir con ella, porque sabía que diría que no. ¿Qué hacía esta noche tan diferente?
¿Mi cita con Killian? Ya lo había olvidado.
Callie levantó las manos.
—Bien, bien. Me iré. Pero si me necesitas esta noche, mándame un mensaje.
Mantendré mi teléfono en vibrador.
En cuanto se fue, saqué mi portátil y abrí un documento de Word en blanco. La
inspiración era mía esta noche, y no la soltaría hasta tener un post listo. No debería
estarlo, pero me alegré por el segundo cadáver; significaba que estábamos un paso
más cerca de tener oficialmente nuestro propio asesino en serie. El Creador de
Ángeles de Eastland.
Me perdí en mis palabras.

Otro cuerpo fue encontrado esta noche. No tengo que decirte cómo me
hace sentir. Si has seguido este blog durante mucho tiempo, ya deberías saberlo.
No voy a decir que estoy feliz de que alguien encontró la muerte a manos del
Creador de Ángeles, pero estamos mucho más cerca de tener un verdadero
118 asesino en serie en nuestras manos.
El cuerpo fue encontrado en una casa no muy lejos de la mía. Debería
tener miedo, pero no lo tengo. Puede que sea una de las pocas personas que no
teme a la muerte ni a lo que venga después. No soy religiosa, así que la idea de
una vida después de la muerte no me reconforta en absoluto.
Lo que me interesa.
Lo que tengo es curiosidad.
Lo que soy es... tantas cosas diferentes que las palabras no alcanzan a
describir.
¿Quién es el Creador de Ángeles? ¿Por qué dispone los cadáveres de tal
manera que da pie a que se rece por ellos? Las dos víctimas fueron descubiertas
casi una tras otra, pero la primera llevaba mucho tiempo muerta, encerrada y
olvidada en una casa en ruinas. Ésta había sido apoyada en un sofá en un barrio
animado, a la vista de todos. La segunda víctima era más reciente.
Esto significa que nuestro Creador de Ángeles está evolucionando. No
puedo aventurarme a adivinar cómo será su próxima víctima, pero sé de corazón
que será un espectáculo sangriento y glorioso. Será...

Mi atención se desvió del portátil cuando oí algo. ¿Qué demonios es eso? me


pregunté, dejando el portátil a un lado y esperando a ver si volvía a oírlo. Unos
instantes después, se repitió, esta vez más fuerte.
Un momento, ¿había alguien llamando a mi puerta?
Tardé en levantarme, mirando la hora. Era demasiado tarde para que
aparecieran extraños, demasiado tarde para que vinieran niñas exploradoras a
vender galletas. Callie no volvería hasta dentro de unas horas, por lo menos.
¿Quién demonios podría ser?
A medida que aumentaban los golpes, me alejé lentamente del sofá, hacia la
puerta principal. Dentro de mi pecho, mi corazón latía rápidamente, pues estaba en
medio de la redacción de un artículo para el blog sobre el Creador de Ángeles, y
acababa de ver el cadáver de primera mano. Estaba un poco fuera de mí.
Miré por la mirilla sólo un segundo antes de abrir la puerta y dejar pasar a la
aldaba. Lincoln, vestido de negro, pero con buen aspecto, entró a empujones,
cerrando la puerta con el pie y echando el pestillo mientras sus ojos oscuros me
devoraban, con odio en sus profundidades.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, dando por reflejo un paso atrás al recordar a
la chica en su cama. Su cuerpo. La razón por la que la había matado, o eso había dicho,
era porque sus ojos le recordaban demasiado a los míos. Edward era quien mantenía
a Lincoln a raya, y parecía que Lincoln estaba solo.
Entonces, ¿por qué estaba aquí? Se me ocurrían varias razones.
119 Cuando Lincoln permaneció en silencio, le pregunté:
—¿Cómo sabes dónde vivo? —En ese momento debería asustarme e intentar
huir, pero Lincoln era alto, medía más de dos metros. Me alcanzaría fácilmente, así
que ¿para qué?
—Ed me lo dijo —murmuró en voz baja, mirando a su alrededor. Desde su
posición, podía ver el salón y la cocina—. Ed sabe mucho de ti, Stella. Demasiado,
carajo. —Me empujó y se dirigió al pasillo del fondo, donde estaban los dormitorios
y el cuarto de baño. Comprobó cada habitación, asegurándose de que estábamos
solos—. Ed te mintió, lo sabes.
¿Sus palabras pretendían herirme? Ya había sospechado que mentía. Difícil no
hacerlo cuando te encontrabas con un cadáver y ninguno de los dos se mostraba
sorprendido o preocupado.
Mis pasos fueron lentos y medidos mientras volvía al salón, observando a
Lincoln comprobar el baño en último lugar. Le sentaba bien el negro; hacía juego con
su pelo y sus ojos, le hacía parecer más sombrío, más austero. Más intimidante. Pero,
como había dicho antes, yo no me sentía intimidada.
Quería que viniera hacia mí, que me rodeara con sus brazos y me estrechara
contra su pecho. Quería sentir sus labios sobre los míos, algo que no había hecho
antes. Parecía que quería muchas cosas que probablemente nunca conseguiría.
—Estaba obsesionado contigo incluso antes de conocerte. Seguía tu maldito
blog y leía tus malditos artículos como si fuera un maldito fan. —Lincoln se detuvo al
final del pasillo, con un aspecto bastante dominante y amenazador mientras sus
hombros subían y bajaban con un suspiro—. Siguió a tus compañeros de trabajo aquel
día hasta el bar, pero aunque no lo hubiera hecho, al final te habría encontrado.
Eso fue... interesante. Estaba secretamente contenta de merecer un acosador,
pero realmente no era tan importante.
—Eso explica a Edward. ¿Qué hay de ti?
—No soy como Ed. No me gustas en absoluto, por eso estoy aquí. Tengo que
acabar con esto ahora, por el bien de Ed —dijo Lincoln, con el ceño fruncido. Eso no
le quitaba atractivo. Quizá sólo me atraían los tipos peligrosos. Los que podían
matarte... los que lo intentarían.
Yo estaba jodida como ellos, lo sabía, porque mientras hablaba, mientras me
daba cuenta de lo que quería decir, el corazón me dio un vuelco en el pecho. No el
tipo de aleteo que me asusta y me obliga a salir corriendo, sino más bien un aleteo de
Dios, por qué está tan bueno.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña navaja. La hoja estaba metida
en un mango negro, pero con un movimiento de muñeca de Lincoln, el metal plateado
salió deslizándose, un presagio de lo que había venido a hacer. Fue entonces cuando
me di cuenta de que llevaba guantes de cuero hasta la muñeca.
Lincoln quería matarme, para salvar a Edward de mí. No quería hacerlo porque
120 yo hubiera visto el cadáver de la chica, no porque me hubieran repartido entre ellos
como si fuera un juguete, sino porque Edward se había preocupado por mí a su
manera incluso antes de conocerme. Yo era una amenaza para la normalidad a la que
Lincoln estaba acostumbrado; pensó que le haría daño a Edward.
Nunca le haría daño a Edward, y aunque Lincoln podía ser un poco imbécil,
tampoco le haría daño a él. No lastimaría a ninguno de ellos, sin importar lo asesinos
que fueran. Eran lo que necesitaba, las únicas personas que podían completarme.
Nunca podría luchar contra ellos, y ahora no sería diferente.
Si Lincoln tenía que ponerle fin, si Edward realmente estaría mejor sin mí,
entonces supuse que no debía interponerme en el camino de esa felicidad. No era
como si yo fuera tan feliz con mi vida, así que no tenía mucho por lo que luchar, de
todos modos. ¿Qué tenía que esperar? ¿Una prueba de vestido con mi madre y mi
hermana? Prefería morir.
Lincoln dio un paso medido fuera del pasillo hacia mí, y me di cuenta por lo
tenso que estaba de que pensaba que iba a salir corriendo.
Yo no lo haría.
Inhalé lentamente, cerrando los ojos. Aun así, después de tanto tiempo, no tenía
miedo a la muerte.
Capítulo Veintiuno - Lincoln

N o estaba seguro de lo que esperaba cuando le dije a Stella que estaba


aquí para matarla, pero definitivamente no fue lo que hizo. No
esperaba que relajara la postura, cerrara los putos ojos e inspirara
como si estuviera meditando o preparándose para lo inevitable.
121 Y no pensé que susurraría un manso:
—De acuerdo. —Como si estuviera de acuerdo conmigo, como si fuera a dejar
que la matara.
¿Qué clase de bicho raro era?
En unas cuantas zancadas largas, estaba delante de ella, sobresaliendo por
encima de ella. Incluso ante mi cercanía, ella no se movió, no volvió a abrir los ojos.
Stella realmente iba a dejar que la matara sin luchar, lo que me pareció peculiar y
exasperante.
Quería que gritara. Quería que luchara, que corriera, que hiciera algo.
Disfrutaba matando tanto como el siguiente psicópata asesino, ¿pero cuando no
luchaban? Le quitaba la mayor parte de la diversión.
Sin embargo, no había previsto que fuera un acontecimiento divertido. Sabía
que a Ed le gustaba mucho, pero estaba demasiado enamorado para darse cuenta de
que era peligrosa para él y para nosotros. Esta mujer no era nuestro eslabón perdido;
no teníamos un eslabón perdido, porque no nos faltaba nada. Estábamos tan
completos como nunca lo estaríamos.
Stella... Quería matar a Stella por Ed, quería acabar con su obsesión, pero
incluso ahora, sabía que era demasiado tarde cuando se trataba del tipo. La obsesión
ya había echado raíces. Cuando fuera a Ed y le dijera que Stella había muerto, me
odiaría durante un tiempo.
Su odio pasaría. Con el tiempo, entendería que sólo hice esto por él. Por
nosotros.
Supuse que podría mantenerlo en secreto, pero Ed me conocía demasiado
bien. Sabría al instante que yo era quien estaba detrás de la repentina desaparición
de Stella, porque yo era quien podía ocuparse de los cadáveres, igual que me había
ocupado de la chica esta mañana, antes de entrar a trabajar. Por suerte, el apellido
Scott tenía algunos vínculos con el depósito de chatarra de las afueras de la ciudad,
una parte por la que no se permitía pasear a nadie. No era la forma más respetuosa
de deshacerse de un cadáver, pero era todo lo que tenía a mi alcance sin un montón
de dinero. Dinero que mi familia sólo me pagaba si realizaba ciertos trabajos, de ahí
que tuviera una estúpida profesión propia.
Me estaba despistando. Concéntrate, le dije a mi mente. Mata a Stella, mete su
cuerpo en el coche y vete. Debería ser fácil, especialmente con lo poco que se resistía.
Una pena, en realidad, porque disfrutaba mucho con los gritones.
Mi mano se tensó alrededor del mango de la navaja. Podría acabar con la mujer
de un solo golpe en la garganta, pero sería sangriento. Podía empalarle el cerebro y
acabar con ella así, ahorrándome el lío.
Sí, eso es lo que yo haría.
Stella estaba de pie a menos de un metro delante de mí, parecía... bueno,
pequeña. Era una cosa diminuta, de metro y medio de altura, tal vez. Frágil y delgada,
como si no se cuidara, casi como si no le importara lo suficiente. Su rostro era
demacrado pero suave, sin ningún defecto. Respiraba de manera uniforme, sin
122 miedo. Sus labios se entreabrieron ligeramente y mis ojos se fijaron en su boca,
aunque no debían.
No debería mirarla en absoluto. Debería deslizar la hoja en su cráneo y acabar
con esto de una vez por todas. Definitivamente no debería pensar en su sabor, si sus
labios serían dulces o voraces en los míos.
Ahora mismo, estaba fuera de los límites porque iba a matarla.
Inspiré con fuerza y acerqué la navaja a su cara, presionando la parte plana
contra su mejilla enjuta. Una parte de mí quería hacerle daño antes de matarla, quería
cortar su bonita piel y hacer que se arrepintiera de haber puesto un pie en nuestras
vidas.
Pero entonces... no era realmente su culpa, ¿verdad? Era de Ed.
Cuando exhalé, descubrí que me temblaba la respiración, así que hablé en un
susurro desnudo.
—Voy a matarte. —Pero mi maldita voz también temblaba, casi como si no
quisiera matarla. Lo cual era estúpido, porque sí quería matarla.
Lo hacía. Por Ed. Por nosotros. Por...
Mis pensamientos se interrumpieron cuando abrió los ojos. No del todo, pero
lo suficiente para que pudiera ver la diferencia de color entre ambos bajo sus espesas
pestañas. Su ojo derecho, de un azul intenso y precioso, tan sorprendente contra su
piel pálida. Y el izquierdo: un ámbar seductor y relajante, el color que la mayoría de
los ojos marrones desearían tener.
No esos malditos ojos.
No llegarían a mí esta noche. No se lo permitiría.
Incapaz de mirarlos, le quité la navaja de la cara y la hice girar, pasándole el
brazo por encima del pecho y sujetándole los brazos contra los costados. Con ella de
espaldas a mí, no tendría que mirar a esos malditos ojos mientras acababa con ella.
No más mentiras. No más mujeres con dos caras. No más Stella.
Una vez más, apreté la navaja contra su mejilla. ¿Qué demonios me pasaba? No
vacilaba, no tartamudeaba. Estrangulé a una chica mientras estaba dentro de ella todo
porque sus ojos me habían recordado a los de Stella. Podía matar tan fácilmente como
otras personas podían respirar.
¿Por qué no podía acabar con ella? ¿Por qué no podía voltear la hoja y
clavársela en el cráneo?
Stella apoyó la cabeza en mi pecho, moviéndose contra mi hoja apretada, sin
importarle que un movimiento repentino mío acabara con ella para toda la eternidad.
Apretó con más fuerza la parte baja de su espalda contra mí, y mentiría si dijera que
abrazarla así no me hacía desear tirarla al suelo y tenerla aquí y ahora.
Incliné el cuello hacia abajo, observando su reacción mientras deslizaba la
navaja por su mejilla. El filo era plano, así que no la corté, pero el peligro, la
insinuación de lo que estaba por venir, estaba presente, lo que debería haber sido
123 suficiente. Cualquier otra persona habría gritado, habría luchado contra mí, pero
Stella lo aceptó, y la forma en que se inclinó hacia mí, el suave gemido que escapó de
sus labios entreabiertos cuando acerqué el afilado metal a la base de su garganta, me
hizo preguntarme si ésta estaba más jodida de lo que creía.
Sí, había visto el cuerpo de Jessica y apenas había reaccionado, pero esto
estaba a otro nivel. Si no la conociera mejor, diría que la navaja contra su piel la excitó.
Sólo hay una forma de saberlo con seguridad.
Mi agarre alrededor de su pecho se tensó, y me tomé mi tiempo mientras
bajaba la hoja, arrastrándola contra su piel. Bajé por su clavícula, pasé por su vientre
después de levantarla para que pasara por mis brazos, y sólo me detuve cuando
llegué al vértice de sus piernas, donde tenía la sensación de que su coño estaba
mojado, deseando que le hiciera daño. Pidiéndome sin palabras que hundiera mi
espada en su carne y le infundiera un tipo de dolor que nunca antes había sentido.
Apreté la navaja contra el interior de su muslo, forzándola a abrir las piernas.
No se estremeció, no tembló ni una sola vez, pero se apretó más contra mí,
apretándose contra mí, atrapada entre mi cuerpo y el arma.
Carajo.
Me estaba volviendo loco y me la estaba poniendo dura. Me dolía la polla
dentro de los pantalones y mi mente no necesitaba ayuda para imaginarse follando
con Stella. La mujer estaba loca. Podía ver por qué a Ed le gustaba tanto. A mí... no
me gustaba. No la necesitaba como Ed. No era un romántico desesperado que
pensaba que le faltaba algo en su vida. Ella no era mía.
Pero, en aquel momento, por extraño y ridículo que fuera, quería hacerla mía.
La deseaba exactamente igual que Ed, me di cuenta poco a poco mientras acercaba
la navaja a la zona por encima de su clítoris. Sólo llevaba leggings, así que sabía que
podía sentir el frío de la hoja a través de la fina tela.
Bien. Quería hacerla sufrir un poco, que viera lo mal que me hacía sufrir.
Maldita sea. No podía matarla.
No podía. ¿Cómo iba a matarla si lo único que quería era arrancarle la ropa y
atacarla como a un animal? ¿Cómo podía matarla cuando sabía que ella era la droga
que Ed ansiaba? Algo que podía mirar a un demonio a los ojos y no mostrar miedo no
era una presa. Ella también era una cazadora, pero de otra forma.
Mi voluntad no era tan fuerte como creía, y se derrumbaba cuanto más
mantenía la hoja contra su clítoris, incluso más rápido cuando ella dejó escapar un
gemido entrecortado, demasiado excitada para darse cuenta de lo jodida que estaba
realmente la situación.
No importaba lo jodido que fuera, porque ambos estábamos muy locos. Todos
lo estábamos. Yo, Ed, Stella. Todos estábamos locos de diferentes maneras. Ella era...
bueno, yo no era la clase de tipo que pensaba que alguien podría ser perfecto para
otra persona, pero si había una persona para Ed y para mí, sería Stella.
Maldita Stella.
124 El brazo que utilizaba para sujetar su pecho contra mí se aflojó y mi otra mano
bajó, deslizándose por debajo de sus leggings y tocando su piel desnuda. Stella no
se apartó, no se movió ni un milímetro; tal vez por la navaja que aún sostenía en su
muslo, o tal vez porque quería que la tocara. ¿Quién diablos sabía cuando se trataba
de ella? Era... salvaje e impredecible. Era diferente. Era más.
Y estaba tan mojada.
Mis dedos se deslizaban con facilidad, su clítoris era un nódulo hinchado que
quería más. Introduje un dedo en su interior, disfrutando de su jadeo, como si no
tuviera ni idea de lo que iba a ocurrir. Como si mi dedo la hubiera pillado
desprevenida. Mi mano la recorrió y ella empezó a mover las caderas conmigo, a
pesar de la cuchilla en su muslo. Supuse que podía guardar la navaja, pero ¿dónde
estaba la gracia?
—¿Quieres más? —pregunté, con la voz baja que sólo tenía cuando sabía que
estaba a punto de follarme a alguien. Ella asintió contra mi pecho, lo cual era bueno;
parar ahora sería demasiado difícil.
La mano que sujetaba la navaja volvió a su cara, presionando el filo plano contra
su mejilla, girando la cabeza hacia un lado mientras le metía un dedo en su glorioso
agujero.
—Bien —murmuré—, porque recibirás más. Lo conseguirás todo.
Mis palabras, combinadas con mi dedo, la llevaron al límite. Stella se
estremeció en mis brazos y lanzó un grito de placer. La sostuve, la mantuve en su sitio
con la navaja, mi dedo se deslizó fuera de ella mientras me concentraba en el
pequeño montículo de carne hinchada de su ápice.
Me palpitaba la polla y quería ser egoísta, hacer que me complaciera, pero por
alguna extraña razón, esta noche me sentía generoso. Tal vez porque vine aquí con la
intención de matarla. Qué tonto fui.
No, tenía que demostrarle a esta mujer que estaba arrepentido. Que lo sentía.
Que no lo volvería a hacer. Esta noche, la única persona que se pondría de rodillas
sería yo.
Me separé de ella, apartando ambas manos de su cuerpo antes de arrastrarla
al suelo. El televisor emitía un noticiario sobre un cadáver hallado recientemente, y
supe que le interesaba a Stella por la forma en que giraba la cabeza hacia él, pero
haría todo lo posible para que solo me prestara atención a mí.
Ningún noticiario. Ninguna historia. Ningún cuerpo excepto el nuestro.
Dejé la navaja junto a su cabeza y necesité las dos manos para arrancarle los
leggings. Pronto estuvo desnuda en el suelo, con toda la ropa amontonada. Stella era
demasiado delgada; se le veían las costillas más de lo debido, pero era un espécimen
de mujer impecable, incluso con aquellos malditos ojos.
Pasé mis manos por el interior de sus muslos y su piel tembló ligeramente bajo
mi contacto. La obligué a abrir las piernas y vi su sexo húmedo en todo su esplendor.
125 No perdí más tiempo. Me agaché, mi boca se encontró con sus pliegues húmedos y
rosados, mi lengua se deslizó a lo largo, alrededor, mis dientes rozaron lo suficiente
para estimular.
Y los sonidos que emitía... los sonidos que salían de su garganta eran como
música para mis oídos. Celestiales y armoniosos, me hacían penetrarla con más
fuerza, me obligaban a meterle dos dedos mientras mi boca se concentraba en su
suave y dolorido nódulo. La haría correrse para mí una docena de veces más antes de
ceder.
Esto era tanto un castigo para mí como un placer para ella. Después de todo,
había venido a matarla. No iría tan lejos como para decir que Ed tenía razón en todo
lo que había dicho sobre ella, pero había una conexión entre nosotros, contacto
corporal aparte. Ella era el tipo correcto de psicópata. Del tipo lindo. Del tipo que
encajaba perfectamente en nuestro dúo del caos, así que tenía razón en esa parte.
Me tomé mi tiempo para aprender qué la hacía retorcerse, qué la hacía gritar
y qué la hacía eyacular. Sí, se corría a chorros cuando se la estimulaba de la forma
adecuada. Qué divertido.
Me aprendí los surcos de su cuerpo, prestando atención a cosas que antes no
me importaba mirar, como que sus pechos eran ligeramente desiguales, pero
igualmente hermosos. Aspiré el olor de su sexo, la saboreé, mordisqueé el interior
de sus muslos mucho antes de levantar la cabeza hacia la suya.
El telediario sobre el cadáver encontrado había terminado hacía tiempo. Lo
único que Stella miraba con esos malditos ojos era a mí.
Aún quería arrancarle los ojos, pero me contendría. Por Ed. Por ella.
Por ahora.
Me quité la ropa con deliberada lentitud y la observé. Para ser tan extraña,
tenía una cara sexy y sensual cuando importaba. Mi dura polla se crispó al pensar que
era una cara reservada para Ed y para mí. Era nuestra cara, nuestra expresión, y nadie
más podía tenerla.
Me arrastré sobre ella, a punto de decir algo sobre que estaba preparada para
mi polla, pero Stella volvió a sorprenderme levantando la cabeza del suelo y
encontrándose conmigo, apretando sus labios contra los míos.
Me estaba besando.
Me estaba besando, y ella empezó.
No sabía por qué me parecía tan importante, pero lo era. Sabía que lo era.
Como si me aceptara y aceptara lo jodido que era, mirando directamente a las fauces
del monstruo y dándole la bienvenida.
Mientras le metía la lengua en la boca y le enseñaba cómo jugaban los adultos,
no pude evitar preguntarme si saborearía sus propios jugos en mí. No me limpié
después de penetrar su clítoris y su coño. De cualquier manera, a ella no le importó.
126 Estuvo inepta los primeros momentos, pero pronto su lengua bailó con la mía,
encendiendo un fuego en mi estómago. Un fuego que sólo podía apagarse con su coño
alrededor de mi polla.
No rompí nuestro apretón de labios cuando metí la mano entre nosotros y me
agarré. Apenas tuve que colocar la polla; era como si ya supiera adónde ir, qué
agujero tenía que llenar. Sin embargo, aparté la boca de la suya cuando la penetré,
empujándome tan profundo como pude.
Estaba tan mojada que no opuso resistencia. Su cuerpo me absorbió y sus
párpados se cerraron mientras disfrutaba de la sensación de mi polla penetrándola,
de cómo mis pelotas golpeaban su culo con cada movimiento.
Dios, podría pasarme toda la puta noche con esta mujer, siempre y cuando no
me fijara en el tono de sus ojos. Esas malditas cosas... ni siquiera estaba seguro de
acostumbrarme a ellas, pero lo intentaría.
Stella se retorcía debajo de mí, su pecho se agitaba con cada empujón. Nos
olvidamos del mundo, de la realidad de la situación. Casi me olvido por completo de
la navaja que tenía en la cara y entre las piernas. La única razón por la que recordaba
que estaba allí era porque rodeé su cabeza con mis brazos, bloqueando su cabeza
con mis antebrazos, ahogando todo lo demás excepto a mí.
Tenía que concentrarse en mí, igual que yo tenía que concentrarme en ella. Mi
codo chocó contra la navaja y la aparté, necesitando sentir el suelo plano que nos
rodeaba, para poner los pies en la tierra.
La presión aumentó muy pronto. Demasiado pronto. No quería que ocurriera
tan deprisa, pero me sentí impotente para impedir que el orgasmo se apoderara de
mí, que ordeñara mi polla y que mi pene liberara mi semilla dentro de Stella. Dejé
escapar un gemido antes de poder evitarlo, antes de poder detenerme, y sentí que
sus manos se movían hacia mis costados, sus uñas arrastrándose por mi piel.
Oh, carajo.
Sí.
Capítulo Veintidós - Stella

¿ C uántas veces tuvimos sexo Lincoln y yo? me pregunté, tumbada en el


suelo con él. Me tumbé parcialmente sobre su pecho, grueso y
musculoso como era, que probablemente era lo más cerca que
estaría de acurrucarme con él o con Edward. No parecía que les gustaran las caricias
en general, y no podía culparlos, porque hasta ahora nunca había pensado que me
127 gustaran tanto como a mí.
Como nunca había tenido novio, me empezaban a gustar muchas cosas que
antes no disfrutaba. Mimos, sexo, ser casi asesinada.
Sobre todo la última, la descarga de adrenalina que me recorrió el cuerpo
cuando me di cuenta de por qué Lincoln estaba en mi casa, de lo cerca que había
estado de Callie... No se parecía a nada que hubiera experimentado antes.
Era vigorizante. Como respirar la vida misma. Saber lo fácil que podría
haberme matado y, técnicamente, saber lo fácil que aún podría acabar con mi vida,
fue un subidón indescriptible. Durante todo el acto sexual, sentí un cosquilleo en
todos los lugares en los que probablemente no debería sentirlo mucho después de
que terminara.
Pero tal vez fuera porque lo escuchaba respirar mientras arrastraba la navaja
por la parte baja de mi espalda, tentándome. Provocándome. La hoja era corta, sólo
unos centímetros, pero afilada. Mientras la arrastraba hacia delante y hacia atrás, a
veces en círculos, no podía evitar estremecerme contra él, ansiando más. Mi mejilla
se apoyó en su pecho desnudo. Podía oír los latidos de su corazón.
Sabía que era un deseo enfermizo y retorcido, por no hablar de lo estúpida que
era por querer a un hombre que antes me mataría que admitir que sentía algo de
verdad por mí, pero parecía que no podía contenerme cuando se trataba de Edward
y Lincoln. Eran mi debilidad, esos dos locos asesinos. Me completaban.
¿Qué decía eso de mí?
¿Qué decía eso del estado de mi cerebro?
Siempre me habían fascinado los asesinos en serie y las supuestas lacras de la
sociedad, pero haberme acostado con dos de ellos, entregarme voluntariamente a
ellos una y otra vez, sabiendo lo que hacían, de lo que eran capaces, significaba una
cosa: yo también estaba loca. Estaba tan loca como ellos, sólo que menos asesina.
Menos vengativa. El peligro era como la heroína para mí.
Al final volví a la realidad y exhalé un profundo suspiro. El sudor y el sexo aún
permanecían en el aire, el signo revelador de lo que Lincoln y yo habíamos hecho
durante la última... ¿hora? ¿O dos? No estaba segura; no veía el reloj, así que no podía
saber la hora. Ambos deberíamos levantarnos. Cuanto más tiempo pasábamos así,
más normal se volvía para mí.
¿Y si Callie volviera a casa antes?
Lo último que quería que viera era a Lincoln y a mí desnudos y sudorosos en el
suelo. No sólo porque habría sido vergonzoso, sino también porque, después de todo,
de repente me sentía muy egoísta en lo que se refería a Lincoln. No quería compartirlo
con nadie más, no quería encontrar a ninguna otra mujer en su cama, estuviera viva o
no. No otra vez.
Ahora era mío.
Edward y Lincoln eran míos.

128 Algo parecido debió de pensar Lincoln, porque mientras seguía


recorriéndome la parte baja de la espalda con la navaja, susurró:
—¿Qué tal tu cita? —Prácticamente gruñó la última palabra, como si tuviera
ácido en la lengua, la palabra más difícil que había pronunciado en años. Su voz
seguía siendo rasgada y áspera, igual que durante nuestras intensas y acaloradas
pasiones.
¿Cómo debía responder? Me debatí, pero al final decidí decir la verdad,
porque no era una mentirosa. No me gustaba mentir en general.
—Salimos a cenar, pero eso es todo. Killian probablemente tenía planeada toda
una noche, pero no podía quedarme con él, no después de que me notificaran que
habían encontrado otro cadáver.
Mientras hablaba, sentí que Lincoln se enfurecía y levanté la cabeza unos
centímetros de su pecho para mirarlo fijamente. ¿Por qué se enfadaba tanto? ¿Qué
había dicho de malo? Killian y yo no habíamos hecho nada. No hizo ni un solo
movimiento hacia mí, algo que sinceramente agradecí después del fiasco de la fiesta
de Navidad del año pasado.
—¿Qué pasa? —pregunté cuando Lincoln sólo miraba fijamente al techo, como
si la pared de yeso contuviera todas las respuestas.
—Sé que Ed no le dio mucha importancia antes, pero ahora... digamos que, por
el bien de Killian, será mejor que no vuelvas a sacar el tema delante de él —dijo
finalmente Lincoln—. Ed es una persona muy celosa. Me sorprende que no haya ido
tras Killian cuando lo mencionaste. Por otra parte, hoy tenía trabajo…
Traté de imaginarme a Edward yendo tras Killian con la intención de asesinarlo,
todo por mí. Todo para mantenerme para él. Para él y Lincoln. No podía, y no porque
sintiera algo por Killian; era lo más alejado de la verdad. Es que... no estaba segura
de por qué. Tal vez porque, aunque era un poco imbécil cuando estaba borracho,
Killian me caía bien. Pero no me gustaba así.
—Killian es un buen jefe. Edward no puede matarlo —dije, consciente de que
mi defensa de Killian no era precisamente estelar. Menos mal que Killian no estaba
para oír mi patético intento de defenderlo.
Dejando escapar una breve risita, Lincoln dijo:
—Lo intentaré, pero una vez que se empeña en algo, es difícil convencerlo de
lo contrario. —Aun así, me pasó la navaja por la espalda, esta vez por la columna, y
me estremecí contra él, apoyando la cara en su pecho musculoso.
—Ibas a matarme —dije despacio, pasándole las uñas por el pecho—. Porque
crees que está demasiado obsesionado conmigo.
—Sí. No eres la primera mujer a la que le ha echado el ojo.
No me gustó oír eso y fruncí el ceño contra su piel caliente y sudorosa.
—Nunca acaban bien. O supera su obsesión o le hago darse cuenta de lo
estúpido que está siendo. Pero tú... tú no eres como los otros. Eres diferente. Carajo,
Stella, vine aquí para matarte y acabé follando contigo como un loco. Honestamente
puedo decir que eso nunca me había pasado.
129 Incliné la cabeza y lo miré.
—¿Qué? Hablo en serio —dijo—. Entiendo perfectamente por qué le gustas
tanto a Ed. Hay algo en ti que es diferente a los demás. Eres... diferente.
—Entonces, ¿no vas a intentar matarme otra vez? —El pensamiento era a la vez
aliviador y algo molesto. La emoción no era algo que pudiera comparar con ninguna
otra cosa, y eso era mucho decir.
Lincoln me sonrió.
—No pongas esa cara de decepción. Ed siempre puede cambiar de opinión
sobre ti, y entonces estarás en mi lista de mierda otra vez.
—¿Y qué hay de ti? ¿Sólo te gusto porque le gusto a Edward?
—¿Qué te hace pensar que me gustas?
Sus palabras picaron al principio, pero no le dejaría tener la satisfacción de
hacerme daño. No sólo no me asustaba el dolor físico, sino que también era
increíblemente difícil herirme emocionalmente. Soné perfectamente normal al
responder:
—Sé que el sexo no significa nada para ti, pero si no te gustara al menos un
poco, creo que me habrías clavado esa navaja hace rato, en lugar de tener esta
conversación. ¿Me equivoco?
Mientras lo miraba fijamente, dándome cuenta de que tenía razón, no pude
evitar sentir que me calentaba. Lincoln había hecho todo esto por Edward. Dios,
quería a alguien que hiciera cosas así por mí. No necesariamente asesinar, pero la
intención era lo que contaba, ¿no? No tenía a nadie. Ni siquiera Callie me entendía.
Mi familia nunca lo hizo. Estaba solo incluso cuando estaba rodeado de gente.
Cuando Lincoln se quedó callado, le susurré:
—Ojalá tuviera a alguien como Edward te tiene a ti. Es muy dulce cómo te
preocupas por él. —Me pareció que salía papilla y savia de mi boca, pero era la
verdad.
Parecía que quería decir algo, si reñirme por llamarlo dulce o asegurarme mis
inseguridades, no sabría decirlo, porque un molesto sonido discordante entró en la
habitación. Su teléfono móvil.
Lincoln soltó el brazo que tenía alrededor de mí, la navaja contra mi espalda
baja perdió su presión mientras buscaba su montón de ropa y sacaba su teléfono de
sus pantalones negros. Echó un vistazo al identificador de llamadas y pulsó el círculo
verde, deslizándose hacia un lado y contestando:
—Ed.
Aunque yo no participaba en la llamada, pude oír a Edward prácticamente
gritar en la línea:
—¿Dónde estás?
130 En eso, Lincoln me lanzó una mirada socarrona.
—Estoy en casa de Stella.
No pasó más de un segundo antes de que Edward preguntara:
—¿Por qué? ¿Cómo...?
Lincoln lo desechó:
—Hablas tanto de Stella, ¿cómo no iba a saber dónde vivía? Y sabes por qué
vine aquí. Para matarla. —Con tanta naturalidad. Tan simple, como si mi vida no
significara nada para él.
Estaba claro que significaba algo, pero no creía que significara tanto como yo
quería. Les daría tiempo. Habían tenido años para ganarse la confianza y la lealtad del
otro. Yo había entrado en sus vidas hacía poco, aunque Edward siguiera mis artículos
y mi blog. No había forma de que me metiera en sus vidas tan rápido.
Edward empezó a maldecir por la otra línea y Lincoln sostuvo el teléfono a unos
centímetros de su oreja, lanzándome una mirada molesta. Como si las palabrotas de
su amigo fueran culpa mía. En cierto modo, suponía que lo era, pero ¿qué debería
haber hecho? ¿Ofrecer mi vida en bandeja de plata? Ya lo había hecho, y eso me llevó
a tener el mejor sexo de mi vida.
Por supuesto, no tenía nada con lo que comparar el sexo de Edward y Lincoln,
pero estaba bastante segura de que no eran comparables al común y corriente Joe
que pasea por las calles. Estaban por encima del resto en todos los sentidos.
—¿Y por qué? —Lincoln se hizo eco de la pregunta de Edward—. Sabes muy
bien por qué. —Mientras Edward seguía charlando animadamente por la otra línea,
añadió—: Deja de preocuparte. No está muerta. Yo no la he matado. Está un poco más
agotada que antes de que yo llegara, pero aparte de eso, no está peor. —Sus ojos
oscuros me miraban, centelleantes, mientras decía—: La zorra está loca. Nuestra clase
de loca.
Otras mujeres se enfadarían al oír que el hombre con el que acaban de
acostarse las llama zorra, pero yo no podía evitar sentirme bien por ello. Como si me
estuvieran aceptando en su grupo, su manada, su dúo. No me molestaba en absoluto.
Lincoln soltó una risita baja, suave y arrogante mientras escuchaba lo que
Edward decía.
—De acuerdo. Nos vemos en un rato. —Colgó el teléfono sin dejar de
mirarme—. Edward acaba de llegar del trabajo. Quiere que te traiga, probablemente
para asegurarse de que no mentía al decir que seguías viva.
Hmm. Trabajaba hasta tarde un viernes por la noche, pero yo sabía que los
restaurantes abrían hasta tarde, y su cocina —lo poco que había probado hasta
entonces— estaba de muerte, así que supe que no había mentido cuando me dijo que
era chef.
Callie saldría tarde de todos modos, así que no tenía sentido que dijera que no.
Ni siquiera estaba segura de poder negarme. Lincoln podría llevarme aunque me
131 opusiera, cosa que nunca haría. Lo único que necesitaba era algo de ropa para poder
salir por la puerta principal sin enseñar mi cuerpo a todo el mundo, y estaría lista para
irme.
Le hice un gesto con la cabeza.
—Déjame asearme y escribirle una nota a Callie, luego podemos irnos. —Me
puse en pie y recogí la ropa que Lincoln me había arrancado cuando por fin se dio
cuenta de que no podía matarme.
—Tu compañera de piso —musitó Lincoln, levantándose lentamente y
vistiéndose, sin prisa en todos los sentidos—. ¿Se parece en algo a ti? ¿Dónde está
ahora?
—Está de fiesta. —Contuve una carcajada. Callie, ¿como yo? Ni siquiera un
poco. De verdad, era increíble que siguiéramos siendo amigas después del instituto
y la universidad. Éramos tan diferentes la una de la otra, diferentes tipos de
personalidad y diferentes aficiones. Pero seguíamos siendo mejores amigas, y no la
cambiaría por nada del mundo. Protegía a Callie como Lincoln protegía a Edward,
sólo que era menos asesina con ella—. Y no, ella no se parece en nada a mí. Ella es...
más normal.
Lincoln se detuvo, con los pantalones colgando de las caderas, desabrochados
y sin cremallera.
—A la mierda lo normal —murmuró, subiéndose la cremallera con un tirón del
brazo.
A la mierda con lo normal. Ese era un buen lema, uno que debería adoptar.
Después de vestirme y limpiar rápidamente el desastre que habíamos hecho
con nuestros fluidos corporales en el suelo, fui a la cocina y le escribí una nota a Callie.
También le envié un mensaje diciéndole que me iba; mañana le contaría los detalles.
Al menos, la mayoría.
Llegamos a su casa, a una ciudad de distancia, en un tiempo récord. Al parecer,
Lincoln era un policía con pies de plomo. Apenas pasé la puerta principal cuando me
vi envuelta en los brazos de Edward, un abrazo tan fuerte que me robó el aire de los
pulmones. Dirigió una expresión irritada a Lincoln, que se encogió de hombros.
La noche pasó a ser nuestra, aunque algunos podrían argumentar que nos había
pertenecido desde el principio.

132
Capítulo Veintitrés - Edward

N o podía creer que Lincoln hubiera ido a matarla. Sí, era consciente de
que mis obsesiones a veces se me iban de las manos, pero Stella no se
parecía a nadie que hubiera conocido antes. Lo había sabido antes de
poner mis ojos en ella. Era diferente en el mejor de los sentidos, y por extraño que
parezca, había sido necesario intentar matarla para que Lincoln se diera cuenta.
133
En eso tenía que concentrarme: en el hecho de que no la había matado. Ella lo
había convencido, de algún modo, de que al no temer a la muerte, a su figura que
avanzaba, era una de los nuestros. Además, por lo que había oído, la forma en que se
aplastaba contra él cuando la empuñaba con la navaja era... erótica, como mínimo.
Dios, ojalá hubiera estado allí para presenciarlo. Aunque si hubiera estado allí,
probablemente habría intervenido y lo habría detenido, porque no podía imaginarme
una vida sin ella. Ahora que la conocía, ahora que había sentido cada centímetro de
su cuerpo contra el mío, no había forma posible de que quisiera una vida sin Stella.
Era más que adicto a ella y a su extrañeza; la necesitaba como necesitaba el aire para
respirar.
Cuando Lincoln me la trajo a casa, pasé la siguiente hora con ella en mi cama
después de echarlo. Necesitaba estar a solas con ella, asegurarme de que estaba
bien, de que no le había hecho daño a nada. Si lo hubiera hecho, si hubiera marcado
su pálida y bonita piel, no sabía qué habría hecho.
¿Me habría enfadado? Probablemente. ¿Querría herir algo que le importaba en
igual medida? Oh, definitivamente. El problema con Lincoln era que nunca se
preocupó por nadie más que yo, lo cual me parecía bien. Ayudaba con nuestro estilo
de vida.
Pero cuando se trataba de Stella, tenía que sentir algo, tenía que sentirse cerca
de ella de un modo en que nunca antes se había sentido cerca de otra mujer. De
acuerdo, no era la mujer más normal del mundo, pero no necesitábamos la
normalidad, porque no éramos normales.
Diablos, éramos lo más alejado de la normalidad. Éramos un par de tipos que
vivían el uno con el otro y a los que les gustaba compartir todos los aspectos de
nuestras vidas, incluso la gente que llevábamos a casa para follar. No todo el mundo
era tan relajado con esas cosas, lo sabía. No todo el mundo entendería nuestro estilo
de vida, asesinatos ocasionales aparte.
Stella era perfecta para nosotros. Tampoco era normal. Si había una mujer
hecha para nosotros, era ella. Ella había visto el cuerpo que Lincoln había dejado en
su cama, y apenas reaccionó. Si alguien podía soportar un cadáver así, era perfecta
para nosotros.
Ella era nuestra, y haría que Lincoln se diera cuenta muy pronto.
Al final, después de asegurarme de que estaba bien y de disculparme
profusamente por lo que Lincoln había intentado hacerle —es decir, atarla y
follármela hasta que se le nublaron los ojos por el sexo y los orgasmos— dejé entrar
a Lincoln en la habitación.
Era definitivamente diferente a como era con ella antes. Lo que había sucedido
en su casa lo había cambiado, porque Lincoln no era tan dominante en la cama como
solía ser. No era gentil exactamente, pero a su manera, lo era. Incluso la miraba
mientras la penetraba, directamente a sus ojos de otro color, ojos que había dicho en
134 numerosas ocasiones que no le gustaban. Ojos que supuestamente lo volvían loco.
Tal vez Lincoln estaba empezando a darse cuenta de que volverse loco a veces
era el único camino a seguir. ¿Y volverse loco con Stella? Lo mejor.
Cuando terminamos, el espacio entre las piernas de Stella estaba rosado e
hinchado, agotado y dolorido, pero no se quejó. De hecho, durmió profundamente,
casi roncando en mi cama. Su cara tenía la expresión más pacífica mientras dormía,
tranquila y serena. Era una expresión que nunca tenía cuando estaba despierta; tal
vez por eso no podía dejar de mirarla, observando cómo su pecho desnudo subía y
bajaba con cada respiración.
Mientras la miraba fijamente, no podía evitar preguntarme qué había creado a
esta mujer. Qué la había formado de niña para convertirla en lo que era: alguien que
apenas sonreía ni mostraba emoción alguna. Sabía que tenía emociones en el
corazón, porque había visto destellos de felicidad y satisfacción cuando estaba con
nosotros, así que era casi como si las ocultara al mundo. Escondía sus emociones en
un lugar seguro y sólo las dejaba salir cuando sabía que nadie se burlaría de ella por
ello.
Quizá fuera eso. Tal vez se habían burlado de ella mientras crecía. Su obsesión
por los asesinos en serie no era algo nuevo, y los niños podían ser crueles. Si había
estado tan interesada en asesinos como lo estaba ahora mientras estaba en la escuela,
no dudaba que se burlaran de ella. Años de burlas le harían eso a una persona. Las
personas eran criaturas horribles. Por eso normalmente no me importaba demasiado
cuando las mataba... o ayudaba a su muerte si estaba haciendo un trabajo para la
familia.
Y luego, por supuesto, no pude evitar preguntarme si sus padres la apoyaban.
Apenas tenía contacto con ellos, lo sabía, así que lo dudaba mucho. Sin un sistema de
apoyo, ¿cómo demonios se suponía que Stella iba a crecer y ser normal?
Pero ella nos había encontrado. O, mejor dicho, yo la había encontrado a ella,
así que ya no importaba. Su pasado no importaba; sólo importaba su futuro, porque
me condenaría si la dejaba salir de mi vida ahora que la tenía.
Las horas de la mañana llegaron antes de lo que deseaba y me levanté antes de
que la luz del sol adornara las ventanas. Bajé las escaleras y empecé a desayunar.
Dentro de unas horas tendría que ir a trabajar, pero eso significaba que aún me
quedaba algo de tiempo con Stella. La dejaría en su casa de camino, aunque su casa
estaba en la dirección opuesta. No me importaba. Significaba pasar más tiempo con
ella.
Mientras estaba cerca de la estufa, me preguntaba qué haría falta para que se
mudara con nosotros. Probablemente no estábamos preparados para eso, pero era
algo que me rondaba por la cabeza. La quería aquí con nosotros. Quería llegar a casa
del trabajo y encontrarla tumbada en el sofá, sin más ropa que una camiseta. Quería
tenerla constantemente, veinticuatro horas al día y siete días a la semana.
Quizá me estaba pasando. Tal vez era demasiado y demasiado pronto, pero no
me importaba. Quería lo que quería, y la quería a ella. Quería que Stella se convirtiera
oficialmente en una de nosotros, y vivir con nosotros era el primer paso. Los otros
135 pasos... esos no podían ser apresurados. Llegarían con el tiempo.
Hmm. Quizá Lincoln y yo podríamos enseñarle el sótano pronto, a ver qué le
parecía. Dudaba que huyera. En todo caso, Stella sería curiosa y preguntaría para qué
servía cada instrumento. Su mente era a la vez curiosa y morbosa, y era algo que yo
adoraba de ella.
Oí a Lincoln levantarse y arrastrar los pies hacia la ducha, lo que significaba
que Stella estaba sola en mi habitación, dormida. Le había desatado las muñecas hacía
un rato después de ver quemaduras rojas alrededor de ellas. Anoche nos habíamos
puesto un poco salvajes, pero ella no se había quejado ni una sola vez. No era de las
que se quejaban, lo cual era bueno. Quejarse irritaba a Lincoln como ninguna otra
cosa.
Al cabo de un rato, Lincoln bajó los escalones, apenas seco. Estaba desnudo y
se desplomó en el sofá mientras cogía el mando a distancia y encendía la televisión.
Nunca parecía importarle mucho su desnudez, ni siquiera cuando las ventanas
estaban abiertas de par en par. Aquí no había aceras, así que era muy raro que
alguien le viera.
Cortando fruta para acompañar el desayuno, le lancé una mirada. Más bien una
mirada fulminante, pero apenas me prestaba atención.
—Tienes suerte de haber cambiado de opinión —le dije, negándome a
echarme atrás, incluso cuando me miró fijamente con sus ojos oscuros. A diferencia
del único ojo ámbar de Stella, que contenía calidez y un color claro y almibarado, los
ojos de Lincoln eran tan oscuros que sólo eran un tono más claro que el negro. Si la
parca tuviera una mirada, estaba seguro de que sería parecida.
Pero no le tenía miedo. Quizá durante una fracción de segundo, antes de que
me hiciera presente en aquel almacén abandonado hacía tantos años, pero en
realidad no. No sentía miedo. Simplemente no lo sentía.
Me enfrentaría a la bestia.
Levantó una sola ceja, burlón.
—¿La tengo? —preguntó Lincoln, totalmente indiferente—. ¿Qué habrías hecho
tú, Ed? ¿Intentar matarme por venganza? Ambos sabemos que soy la única persona
en el mundo a la que nunca matarías.
—Tienes razón —murmuré, descontento. Lincoln era la razón por la que todavía
estaba aquí, y nunca lo olvidaría. Éramos hermanos unidos por la sangre.
Pero, dicho esto, me sentía extrañamente protector con Stella, teniendo en
cuenta que sólo la había conocido cara a cara la semana pasada. Era como si ya fuera
parte de la familia. Nuestra disfuncional e improvisada familia de asesinos, tanto en
serie como contratados.
—Pero no estoy por encima de la tortura —añadí.
Lincoln soltó una carcajada, levantando los pies sobre la mesita.
136 —¿Me habrías torturado? ¿Todo por ella? Maldita sea, Ed, sabía que lo llevabas
mal, pero no sabía que ya estábamos a ese nivel.
Ya. Como si Stella fuera sólo una fase. Como si esto hubiera pasado antes.
Sí, puede que haya intentado invitar a mujeres a nuestras vidas en el pasado,
con la esperanza de que fueran nuestro eslabón perdido, pero nunca dieron
resultado. Y esas mujeres no se parecían en nada a Stella.
¿Por qué Lincoln estaba tan en contra de admitir que Stella fue prácticamente
moldeada para nosotros? Era perfecta. Encajaba en nuestras vidas sin problemas y
estaba más que de acuerdo con que la compartiéramos. Apenas reaccionaba ante los
cadáveres. ¿Qué más podíamos pedir? ¿Qué más quería este bastardo?
Sabía que probablemente no quería que nadie se uniera a nosotros, siempre
se opuso rotundamente a tener un tercero. No había eslabón perdido a sus ojos. Si se
salía con la suya, seguiríamos siendo un dúo para siempre. Con suerte, la presencia
de Stella podría hacerle cambiar de opinión.
Con un poco de suerte, no volvería a intentar matarla, porque si lo hacía, si lo
conseguía, sabía que me derrumbaría. Era muy poco lo que me mantenía unido, lo
que mantenía intacta mi cordura. El reino de la locura era mi hogar, carisma y
hoyuelos aparte.
—Tortura, ¿eh? —Lincoln continuó, ajeno a mí en la cocina—. Hacía tiempo que
no teníamos que torturar a nadie por la familia. —Y entonces, justo cuando empecé a
preguntarme si tendría que decir algo más, para proteger a Stella de él, dijo algo que
me dejó atónita—: ¿Crees que ella disfrutaría haciendo algo así?
¿Me... me estaba preguntando si pensaba que Stella disfrutaría torturando a
alguien?
Hacer sangrar a alguien, oír sus gemidos de dolor... no se parecía a nada que
alguien pudiera experimentar, a menos que lo hubiera hecho antes. ¿Pero lo
disfrutaría Stella? No sabría decirlo. Sabía que estaba insensibilizada ante la muerte,
pero ¿llegar tan lejos como para infligir dolor a otra persona y disfrutarlo? No lo sabía.
No estaba seguro, así que mantuve la boca cerrada, ensimismado, mientras
imaginaba a Stella clavando un cuchillo en la piel de alguien, presionando lo
suficiente como para cortar la capa superior y dejar que la sangre brotara en una línea
limpia y fina. ¿Sonreiría mientras infligía dolor o preferiría mirar? Hmm. Quizás era
algo en lo que podía pensar hoy. Algo que podría planear, tal vez.
No quería excederme, pero cuando se trataba de Stella, no conocía la
moderación. Ella me hacía sentirlo todo, y yo quería darle la oportunidad de
experimentar el mundo. Y si eso incluía dolor y muerte, estaría más que feliz de estar
a su lado y guiarla a través de ellos.
—No lo sé —susurré, pero me diste una idea maravillosa.
Antes de que Lincoln pudiera decir nada más, Stella bajó las escaleras dando
tumbos y soltando un bonito bostezo antes de murmurar algo sobre un café. Le dije
que le traería una taza, y ella asintió, pasándose los finos dedos por el pelo revuelto y
137 dirigiéndose al sofá donde estaba sentado Lincoln. O no era consciente de su
desnudez o no le afectaba en absoluto. No sabía qué era más gracioso.
En cuanto le di una taza de café —negro, como a ella le gustaba— Stella
prácticamente lo aspiró. Cuando la taza se había consumido por la mitad, agarró el
mando a distancia y cambió de canal hasta que dio con un telediario temprano. En
ese momento estaban hablando del tiempo, pero la siguiente noticia iba a ser sobre
el cadáver encontrado anoche.
—Lo llamo el Creador de Ángeles —habló en voz baja, a nadie en particular. A
ninguno de nosotros, a los dos. Hice una pausa en el corte de la fruta, observando el
asombro que se formaba en su rostro—. Anoche pude ver el cadáver. Está
evolucionando, cada vez más seguro de sí mismo.
—El primer cadáver se encontró hace sólo unos días —murmuró Lincoln,
frunciendo el ceño. No le entusiasmaba que le hubiera cambiado de emisora, pero no
le importaba lo suficiente como para volver a hacerlo—. Ningún asesino se vuelve tan
confiado tan rápido. O lleva tiempo matando o lo ha planeado. —Habló con
convicción, como si fuera el mismísimo Creador de Ángeles.
Que no lo era. Ninguno de nosotros lo era. Nos gustaba matar, pero no
hacíamos un espectáculo público de ello.
Stella se calló, pensando en las palabras de Lincoln. Tardó en asentir.
—Creo que tienes razón, pero eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué más tiene
planeado? ¿Y quién es su público? ¿A quién quiere como testigo? Dejar el cuerpo en
una casa, cerca de una ventana...
Serví la fruta cortada en tres platos distintos y me centré en las tortillas.
—Atrevido —dije—. Es obvio que quiere que alguien le preste atención.
—¿Pero quién? —preguntó ella—. ¿Quién quiere que preste atención? —Stella
frunció los labios, labios que todavía estaban un poco crudos por las actividades de
la noche anterior—. ¿Y si... y si es a mí a quien quiere? Me encontraron a través de
mis artículos, así que no es tan descabellado. ¿Y si ustedes dos no fueran los únicos
asesinos que leen mis cosas?
Hice una pausa y miré a Lincoln a los ojos. Estaba seguro de que no quería a
nadie más husmeando alrededor de Stella —y eso incluía a su puto jefe y al tipo que
fuera su Creador de Ángeles— y parecía que Lincoln pensaba lo mismo. Un paso más
allá de querer matarla.
Pasó un momento antes de que dijera:
—No está fuera de lo posible. Deberías tener cuidado. No vayas sola a ninguna
parte. —Me habría ofrecido a pasar el día investigando al Creador de Ángeles, pero
tenía trabajo. Además, Lincoln era el policía, no yo.
—Callie siempre está fuera —dijo Stella—. La mayor parte del tiempo estoy
sola en casa.
—Entonces quizá deberías quedarte aquí —le dije.
138 Ella negó con la cabeza.
—No. Si todo esto es por mí, quiero verlo terminado.
La miré fijamente, sabiendo exactamente lo que quería decir. Quería ver qué
más haría por ella, cuántas personas más acabarían en sus manos en su nombre. Stella
podía estar muy equivocada, y tal vez el Creador de Ángeles no se estuviera
centrando en ella; tal vez todo fuera una gran coincidencia, pero era difícil pensar eso
cuando yo la había encontrado de la misma manera. Cosas más raras habían pasado.
¿Y si este Creador de Ángeles quería su atención porque quería que escribiera
sobre él? La mayoría de los asesinos de hoy en día querían fama, ser inmortalizados.
Incluso si su teoría era como agarrarse a un clavo ardiendo, porque hasta donde yo
sabía no había pruebas que apuntaran a su inclusión de Stella, era posible. La policía
se le habría echado encima si hubiera una conexión evidente entre ella y el Creador
de Ángeles.
—Bien, pero sin riesgos innecesarios —dije—. Intenta estar a salvo, y si crees
que está cerca de ti, llámame.
Lincoln se rio en silencio, consiguiendo soltar una risita:
—Menudo héroe.
Stella sonrió un poco.
Sabía que no había nada que pudiera hacer para que Stella se diera cuenta de
que, si iba tras ella, sólo daría unos cuantos pasos antes de ir directamente por ella.
Si su obsesión era como la mía, sólo era cuestión de tiempo que intentara tenerla, sin
importarle lo que ella quisiera. Aunque, con sus extraños procesos de pensamiento,
tal vez ella lo querría igual que nos quería a Lincoln y a mí. Tal vez no éramos
suficientes para ella.
No. Me negué a pensar en ello. No lo haría. Sólo me volvería loco.
Y ahora mismo, teníamos toda la locura que necesitábamos con el Creador de
Ángeles.
Capítulo Veinticuatro - Stella

D emasiado pronto estaba de vuelta en mi casa, prácticamente


desplomándome en el sofá. Estaba agotada después de lo de anoche
y, la verdad, me dolía caminar. Casi como si tuviera un dolor entre las
piernas. Como un sarpullido que desaparecería con el tiempo. Esperaba que los
chicos no quisieran que volviera esta noche; no podría negarme a su petición, pero
139 mi cuerpo necesitaba descansar. Tiempo para recuperarme.
Además, tenía que investigar.
Aunque ya era demasiado tarde para arreglar el artículo que se iba a imprimir
para el periódico de mañana, podía empezar el artículo del miércoles, o incluso una
entrada en el blog.
Tenía muchas cosas en la cabeza. Después de preguntarme si el Creador de
Ángeles se parecía a Edward en la forma en que seguía mis artículos, no podía
quitarme esa idea de la cabeza. Si todo esto era por mí, si lo hacía para que yo
escribiera sobre él, no estaba segura de cómo me sentía.
Sabía lo que debía sentir, lo que la sociedad querría que sintiera: espantada,
asqueada, enfadada. Pero no sentí ninguna de esas emociones. Sólo sentía...
curiosidad.
Tanta que dolía.
Yo era sólo yo, después de todo. No era importante. En el gran esquema de las
cosas, en el gran mundo, yo era un don nadie. Poco importante en todos los sentidos,
anodina incluso con mi interés por los asesinos en serie. Había otras personas a las
que les interesaban tanto como a mí; no era la única, como tampoco era la única que
escribía sobre ellos. Las noticias cubrían los crímenes y los juicios, y se publicaban
documentales sobre ellos a un ritmo casi alarmante.
No, el mundo entero estaba obsesionado con los asesinos en serie tanto como
yo.
Lo que sólo me hizo preguntarme si yo era realmente el foco del Creador de
Ángeles, o si todo estaba en mi cabeza. Si estaba conectando puntos donde no debía.
No sería la primera vez que exagero.
Callie vino arrastrando los pies desde el pasillo y la oí buscar algo en la nevera.
Al cabo de un minuto, se asomó por el sofá y vio mi cuerpo desplomado.
—Esta noche me quedo en casa —dijo, gimiendo de inmediato y agarrándose
la cabeza. En la otra mano tenía una botella de agua y algunos analgésicos—.
¿Quieres hacer una noche de cine, como solíamos hacer en la escuela?
No estaba segura de por qué quería rememorar nuestra infancia, pero asentí
con la cabeza contra la almohada, lo que pareció apaciguarla. De todos modos, estaba
demasiado cansada para ir a casa de Edward y Lincoln esta noche, y si me lo pedían,
ésta sería la excusa perfecta.
Además, hacía años que Callie no quería pasar la noche conmigo.
No podía dejarme dormir todo el día, así que después de un poco más de
pereza, me levanté y me duché. Callie estaba en su habitación, probablemente
durmiendo su resaca, lo que significaba que tenía unas horas de tranquilidad en la
casa. Unas horas de silencio eran todo lo que necesitaba para preparar mi próxima
entrada en el blog.
Decidí que el siguiente sería un post de llamada. Pronto sabría si el Creador de
140 Ángeles estaba centrado en mí o no.
Después de ducharme y cambiarme, tomé mi portátil y me puse a ello. Mis
dedos teclearon furiosamente; escribiendo sobre él, prácticamente escribiéndole, y
fue más fácil de lo que pensaba. Las palabras fluyeron de mí a un ritmo impresionante
y, antes de que Callie se levantara, mi siguiente entrada del blog estaba terminada.
Corregida y todo.
La leí una última vez antes de darle a publicar, y seguí los comentarios todo el
día hasta que Callie se levantó.
La dejé elegir las películas y escoger la comida. Pizza. Ella quería pizza.
Mientras yo jugueteaba con el horno para meter una de esas pizzas congeladas
baratas que se pueden comprar en el supermercado, ella puso la primera película.
Íbamos a hacer un maratón de Disney, supongo. Disney era algo que parecía
gustar a todo el mundo, y aunque a mí me gustaba la animación, nunca conseguía
engancharme. Algo en que los buenos siempre ganaban me parecía falso.
La verdad era que los buenos no siempre ganaban. En la vida real, los buenos
perdían tanto como los malos. Los malos hacían lo que fuera para ganar, algo que yo
siempre había respetado. Mientras que los héroes tenían límites que no cruzaban, los
villanos no.
Los villanos eran mi tipo de personajes, y en las películas de Disney, siempre
perdían.
Necesitaba una película en la que ganara el villano. Necesitaba ver algo en lo
que los héroes luchasen valientemente y aun así perdiesen en un sangriento y
sangriento despliegue. Necesitaba más de lo que estas películas infantiles podían
ofrecer.
Pero estuvo bien. Yo no me centraba en las películas, y Callie tampoco, a
menos que se tratara de uno de los muchos números musicales de la película, que ella
tenía que cantar mientras se reía. Pasamos la mayor parte de la tarde y la noche
hablando como solíamos hacerlo. Me hacía una pregunta tras otra sobre Edward y
Lincoln, todavía sorprendida de que hubiera vuelto a su casa.
Por supuesto, no le conté cómo había acabado en su casa, sólo que Lincoln y
Edward querían verme. Callie nunca entendería cómo me sentí cuando Lincoln
anunció que había estado allí para matarme. Había sido... una sensación
indescriptible, que ninguna persona cuerda podría comprender.
—Entonces —empezó Callie, metiéndose un trozo de pizza fría en la boca—,
¿significa eso que ahora son como un trío?
Parpadeé.
—¿Un trío?
—Sí, ya sabes. Una pareja, pero con tres personas en vez de dos.
Pensando en esto, dije lentamente:
141 —No he visto a Lincoln y Edward juntos así, si te refieres a eso. —Si sólo estaban
conmigo y no entre ellos, ¿en qué nos convertía eso? Ni siquiera estaba segura de que
ponerle una etiqueta fuera algo bueno, teniendo en cuenta que aún no habíamos
hablado de lo que éramos.
Sin embargo, Edward me había hablado durante el viaje de vuelta sobre
Killian. No quería que lo volviera a ver, en ninguna capacidad no profesional. No más
citas con mi jefe. Podía manejarlo, ya que no era como si quisiera salir con Killian, de
todos modos. Ni siquiera estaba segura de por qué había dicho que sí para empezar.
Killian... No me gustaban los tipos como él. Demasiado esnob. Demasiado normal.
Demasiado común y corriente.
Callie soltó una carcajada.
—¿Entonces sólo eres la carne del sándwich de hombres? Dios, Stella, estoy
tan celosa de ti. No le digas a John que he dicho eso.
—No lo haré —dije, intentando sonreír. Nunca conocí a John, así que era muy
poco probable que alguna vez hablara con él de algo que Callie dijera—. ¿Cuándo
vuelve John a la ciudad? —No sabía mucho de él, sólo que trabajaba como hombre de
negocios o algo así para alguna empresa que requería viajar mucho. Parecía estar
más tiempo fuera de la ciudad que aquí. Tenía que ser difícil para su relación, ¿no?
—No estoy segura. Por lo que parece, el trato no va demasiado bien —Callie
habló, comprobando su teléfono para ver si John le había enviado un mensaje. No lo
hizo, así que lo bajó rápidamente—. Esperaba que estuviera en casa el lunes, pero
ahora puede que no sea hasta el viernes. —Ella gimió—. La larga distancia es dura,
pero el dinero es bueno.
El dinero. El dinero era algo por lo que la familia de Callie no tenía que
preocuparse. Estaban llenos de ello.
El tiempo pasó borroso. El mundo se hizo de noche y todo estaba tranquilo en
el frente de Edward y Lincoln. Me preguntaba qué estarían haciendo, si no verían a
otras mujeres, ya que Edward claramente no quería que viera a ningún otro hombre.
Era lo justo, ¿no? Si estábamos comprometidos el uno con el otro, no habría
nadie más para ninguno de nosotros. Pero, extrañamente, esa idea no me preocupaba
demasiado. De algún modo, sabía que me querían de un modo muy distinto al de los
demás que habían traído a casa en el pasado.
Puse la siguiente película y volví al sofá, metiéndome debajo de la manta que
compartíamos y metiendo las piernas bajo el trasero. Los dedos de mis pies rozaron
la pierna de Callie, que incluso bajo la manta tenía frío.
Le pregunté:
—¿Quieres que te traiga otra manta? Te estás congelando.
Callie se encogió de hombros.
—No, estoy bien. Siempre tengo frío. Ya lo sabes.
Asintiendo, supe que era cierto. Era algo a lo que me había acostumbrado con
142 los años.
La atención de ambos se centró en la pantalla del televisor que teníamos
enfrente. Callie no se dio cuenta de que Lincoln y yo habíamos tenido sexo en el suelo,
justo delante de donde estábamos sentadas en el sofá. Debí de limpiarlo mejor de lo
que pensaba, porque había muchos fluidos corporales.
Lincoln era muy bueno con la lengua y los dedos, cuando no los usaba para
insultarme o intentar matarme.
No me había pasado desapercibido que Lincoln estaba más amable anoche que
nunca. Si eso significaba o no que por fin se había dado cuenta de que yo pertenecía
a ellos, era algo discutible. Lincoln parecía un tipo testarudo, así que apuesto a que
necesitaría más convencimiento.
Aunque, sinceramente, no estaba segura de qué más podía hacer para
convencerle. Había encontrado a una chica muerta en su cama y no había huido de
él, gritando. Había intentado matarme, y me había acostado con él media docena de
veces.
¿Qué más podía hacer? ¿Qué más había que hacer? Tal vez sólo necesitaba
tiempo. Tenía que acostumbrarse a su vida con él y Edward. Tenía que ser un animal
de costumbres. Mi repentina aparición en su vida no había sido bien recibida; sabía
que Edward era quien seguía mis artículos, no él. Lincoln no tenía motivos para estar
tan obsesionado conmigo como lo estaba Edward.
Tiempo. Yo le daría tiempo. ¿Cuánto tiempo? No sabría decirlo, pero intentaría
ser paciente, porque no podía renunciar a ninguno de los dos. Una pareja, lo que
demonios fuéramos, lo quería. Quería estar con ellos.
Los quería más que a nada, más que a la vida misma.
Capítulo Veinticinco - El
Hacedor de Ángeles

143
S é que no es mi hora habitual de publicación, pero me parece que no
puedo guardarme mis pensamientos. Sé que todos están
acostumbrados a mis pensamientos incoherentes —a veces doy
rienda suelta a mis entradas en el blog, soy más libre con mis palabras aquí de
lo que nunca lo soy con los artículos que publico en el periódico local— pero esta
entrada... va a ser diferente a las demás.
Porque, aunque normalmente divago sobre mis pensamientos o te doy
datos poco conocidos sobre los muchos asesinos en serie de la historia, el post
de hoy no tratará de eso. Esto es diferente a cualquier otro post que he hecho.
Es un post de llamada. Este post está destinado a los ojos de una sola
persona, aunque sé que más de un conjunto lo verá. Mi blog ha sido y será
siempre público, y quizá por eso mi alcance es tan amplio. Estás acostumbrado
a que te diga la verdad en mis otros artículos si me sigues allí, así que voy a ser
franca.
Esto es para ti. Sabes quién eres. No tienes ninguna duda de que esto no es
para ti, lo cual es bueno, porque nunca esperaría que alguien como tú tuviera
dudas de sí mismo. ¿Cómo podrías, con todo lo que has hecho y todo lo que
planeas hacer?
Ambos sabemos que aún no has terminado. Ambos sabemos que habrá
más por venir. Más muerte, más sangre, más preguntas. No finjamos lo
contrario, tú y yo. Ambos somos más listos que eso.
Vayamos al grano: este artículo es para ti, simplemente porque quiero
hacerte algunas preguntas. ¿Por qué ellas? ¿Te importaban sus vidas o
simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado?
Aunque supongo que para ti sería lo contrario: estaban en el lugar adecuado en
el momento adecuado para convertirse en una de tus víctimas. Pero estoy
divagando.
¿Por qué rezan? ¿Es la salvación lo que buscan, incluso después de la
muerte? ¿O es a ti a quien rezan, a su dios de sangre y muerte, a su salvador del
caos del mundo? Después de todo, ¿qué podría darles Dios que tú no pudieras?
¿Cuánto tiempo has planeado esto? ¿Cuántos años llevas con estas ideas
en la cabeza, formulándose en tu mente hasta que tienes algo concreto?
¿Has matado antes? Apuesto a que sí. Apuesto a que el asesinato no es
nada nuevo para ti, lo que plantea otra pregunta.
¿Por qué hacer esto ahora? ¿Qué hubo en esta semana que te hizo decidir
que era la semana para desatarte sobre el mundo, un azote sobre la humanidad?
Dímelo, porque me muero por saberlo.
La verdad es que quiero saber más de ti. Necesito saber más. Si estás
leyendo esto, y tengo la fuerte sensación de que es así, cuéntame más. Quiero
saber más de ti, qué te hizo, qué pensamientos pasan por tu cabeza mientras
descuartizas a tus víctimas y dispones sus manos hacia el cielo.
¿Por qué hacerles rezar cuando ya están muertos? ¿Qué sentido tiene todo
esto?
144 ¿Eres un hombre religioso? ¿Crees en Dios? ¿En una vida después de la
muerte? Por favor, dime, quiero saber todo lo que hay que saber sobre ti, porque
no puedo evitar sentir que yo te traje aquí. No es que yo te haya hecho, per se;
no es que te haya hecho de la piedra y te haya soltado por el mundo. Pero he
tenido algo que ver, como todos los que adoran leer sobre gente como tú.
Nosotros te hicimos. Nosotros te creamos. La sociedad te ha fallado, y
ahora quieres hacerla pagar y que nosotros miremos y nos preguntemos.
Pero no te tengo miedo, a diferencia de los demás. No te tengo miedo ni a
lo que puedas hacer.
Ahora es cuando puede que te estés haciendo tus propias preguntas. ¿Por
qué no tengo miedo? ¿Por qué no te tengo miedo como el resto de la población?
Después de todo, en teoría podrías atacar en cualquier momento. Podrías ser
cualquiera, llevar cualquier cara, y nadie lo sabría. ¿Por qué soy tan atrevida
como para decirte libremente que no tengo miedo?
Porque no lo tengo. Porque, como tú, soy diferente a los demás. Porque
soy curiosa y soy lógica. No hay nada que temer en esta vida. Nada en absoluto.
El miedo es una construcción hecha por el hombre. El miedo no es real.
No te tengo miedo, y si alguna vez te conociera, te lo diría a la cara. Puede
que creas que tienes el poder, puede que creas que eres imparable, pero no eres
más que un hombre. En el fondo, no eres tan diferente a mí. Nos parecemos en
más cosas de las que crees.
Cuéntame más sobre ti. De dónde vienes. Cuéntamelo todo sobre ti, y te
prometo que te haré justicia de una forma que las cadenas de noticias nunca,
nunca podrían. No te psicoanalizaré; sólo diré lo que es. Lo que será. Te daré el
respeto que mereces, porque estás por encima de los demás. Eres sólo un
hombre, y sin embargo eres mucho más.
Eres más que tu piel y tus huesos juntos. Eres tu mente, y me muero por
ahondar en ella y sentir lo que tú sientes.
A estas alturas, aunque no seas tú a quien me dirijo, probablemente ya
habrás adivinado a quién va dirigida esta entrada del blog. Incluso puede que
estés pensando en comentar y hacerte pasar por él. En ese caso, sabré que no lo
eres, porque la persona con la que estoy hablando nunca haría algo tan estúpido,
así que déjalo estar, y deja que venga a mí sin tu interferencia.
Sí, todo esto es para ti, Creador de Ángeles. Quiero respuestas.
Estaré esperando tu próxima revelación con la respiración contenida. No
me hagas esperar demasiado.

No podía creer que se atreviera a escribir una entrada entera dedicada a mí.
Casi como si fuera sólo para mis ojos. Ella sabía que hice todo esto por ella. Lo sabía,
y aun así estaba tan ciega. Nunca dejaba de sorprenderme lo ciega que puede ser la
gente.
145 Hasta que los hice ver. Hasta que los obligué a arrodillarse y a rezar a cualquier
Dios en el que creyeran. ¿Su Dios respondió alguna vez? No, porque no había Dios.
No había ningún ser supremo en el cielo que pudiera salvarlos de su dolor. No había
nada allá arriba que pudiera salvarlos de mí.
No es que me creyera un ser todopoderoso. Como ella había dicho, no era más
que un hombre. Sin embargo, era un hombre que sabía de lo que era capaz. Todos
los demás nunca estaban a la altura de su potencial. Yo los ayudaba.
Eso parecía no ser algo que ella entendiera.
Decía ser como yo, casi decía conocerme, y sin embargo era tan ajena a todo
lo que yo hacía. No me conocía. Recientemente me había dado cuenta de que si quería
llamar su atención, tendría que ser algo grande.
¿Qué mejor manera que llamar a su animal interior? ¿Qué mejor manera que
excitar a la bestia que lleva dentro? Si era como yo, necesitaba una llamada de
atención. Stella Wilson recibiría una, y yo esperaba que fuera lo que ella quería.
¿Quería sangre? ¿Quería muerte y destrucción? Entonces la tendría.
Estaba harto de pasar desapercibido, de ser invisible para los demás. Quería
que todos me vieran como era, no como fingía ser. Quería ser el centro de atención y
quería que ella estuviera conmigo.
Ella debería estar conmigo. Yo le haría ver la luz, ver la verdad del asunto. Ella
era mía, sólo que no lo sabía.
Me pareció irónico que publicara este post hoy. Irónico porque tenía a otra
persona, lista para irse. Ella todavía estaba viva, pero no lo estaría por mucho tiempo.
Tenía un lugar preparado, y antes de leer esta entrada de blog, en realidad tenía un
plan que involucraba a Stella. Todo tendría que moverse en mi línea de tiempo, pero
yo podría hacer que funcione. Tenía que hacerlo.
¿Cuántas veces me había visto? ¿Cuántas veces habíamos estado en el mismo
maldito sitio y no tenía ni idea de a quién estaba mirando? Estaba cansado de ser un
extraño en mi propia piel. Esta no era la vida que quería vivir. Necesitaba un cambio,
y esta noche lo conseguiría. Muy pronto, ella lo vería.
Esta noche, todo cambiaría.
Esta noche, Stella se daría cuenta de que siempre había sido mía.

146
Capítulo Veintiséis - Stella

C allie y yo nos fuimos a la cama sobre las dos de la madrugada. Tarde,


teniendo en cuenta lo que habíamos hecho la noche anterior. La arrastré
hasta su cama antes de meterme en la mía, demasiado cansada para
meterme debajo de las sábanas y acurrucarme. Sólo quería la dulce liberación de un
sueño sin sueños.
147
Y casi lo consigo también. Me dormí durante quince minutos antes de oír algo
en la parte delantera de la casa.
¿Se levantó Callie? No había bebido alcohol esta noche, así que era imposible
que estuviera borracha, pero tenía que asegurarme de que no volviera a intentar
hornear galletas de chocolate a cuatrocientos cincuenta grados... durante una hora.
Sí, nuestro primer mes de alquiler de esta casa había sido superdivertido, ya
que Callie seguía atrapada en la mentalidad fiestera de su época universitaria.
Para asegurarme —porque no me apetecía volver a pagar los desperfectos al
casero— me levanté de la cama y bajé arrastrando los pies por el pasillo. Me asomé
por la rendija de la puerta de Callie y vi que seguía dormida en su cama.
Hmm. Tal vez no había oído nada después de todo.
Aun así, para asegurarme, seguí adelante para comprobarlo. Mis pies me
llevaron a la sala de estar, donde inmediatamente vi que algo no estaba bien. La
puerta principal. Estaba abierta de par en par, invitando a entrar a cualquier extraño.
Se me juntaron las cejas y, cuando fui a cerrarla, no pude evitar pensar que algo
iba mal. Sabía que la puerta había estado cerrada cuando nos acostamos hacía menos
de quince minutos, y las puertas no se abrían solas. Siempre necesitaban la ayuda de
alguien, sobre todo cuando estaban cerradas.
Con la mano apoyada en la puerta, estaba a punto de cerrarla del todo cuando
un brazo me rodeó el cuello, apretándome con fuerza la garganta y separándome de
la puerta. Un intruso, y ya era demasiado tarde para defenderme. No lo había visto, y
ahora que sabía que estaba aquí, era demasiado tarde. Al instante me tenía en una
posición comprometida.
Más fuerte que yo, más alto que yo también, aunque ni de lejos tan alto como
Edward y Lincoln, así que sabía que no eran ellos. Sabía que Lincoln no había
cambiado de opinión sobre mí. Era otra persona.
Tenía la respiración entrecortada, en parte porque me sujetaban con un brazo
que me levantaba de los pies y no me dejaba respirar, y en parte porque estaba
conmocionada. Aturdida. Sorprendida.
¿Era este hombre el Creador de Ángeles? ¿Estaba aquí por mí? Mi artículo tenía
que haber hecho esto.
Espera. ¿Qué pasa con Callie?
Si tenía algo con lo que comparar la lealtad de Lincoln hacia Edward, era la mía
hacia Callie. Callie no merecía morir a manos del Creador de Ángeles. Estaba
destinada a mucho más. Era mi única amiga.
Así que luché.
Luché y forcejeé y estiré las piernas, pero no podía tocarle, no podía apartar
su brazo de mi cuello. Empecé a ver borroso y, antes de darme cuenta de lo que
pasaba, la inconsciencia se apoderó de mí y me sumió en un sueño doloroso y
ennegrecido.
148 No sabría decir si estaba viva o muerta, ni cuánto tiempo había pasado. Sí sabía
que aún estaba oscuro cuando recuperé lentamente la conciencia, luchando por abrir
los ojos. Tenía los párpados de piedra y el cuerpo débil, cansado. Lo que te hace ser
estrangulada, aparentemente.
Debajo de mí había algo duro y áspero, frío. El viento soplaba contra mi
espalda, alertándome de que estaba fuera, en algún lugar, tal vez sobre cemento. Por
la temperatura de mi piel, diría que aún era de noche, lo que significaba que no había
perdido mucho tiempo. Aun así, cualquier tiempo perdido era demasiado.
Callie.
Mis manos estaban desatadas, al igual que mis piernas, y luché por levantarme,
por abrir los ojos. Todo mi cuerpo no quería escuchar. Quería caer rendida y dormir
toda la noche. Cada vez que tragaba, me dolía la garganta y apostaba lo que fuera a
que mi voz era áspera.
Tenía una cosa en mente: Callie. Tenía que asegurarme de que estaba bien,
tenía que asegurarme de que él no iba por ella también.
¿Qué haría si perdiera a Callie? ¿Si me despertara y encontrara a mi única
amiga muerta delante de mí? ¿Sobreviviría mi mente a algo así? Nunca volvería a estar
completa, no es que estuviera demasiado completa como estaba ahora mismo. Puede
que estuviera rota, puede que fuera rara, pero al menos no estaba sola.
Cuando me incorporé y abrí los ojos, descubrí que estaba sola, en medio del
estacionamiento de unos grandes almacenes, sin nada más que la luna brillando
sobre mí. Me puse en pie y miré la distancia que me separaba de la puerta de los
grandes almacenes. Unos treinta metros, quizá.
Era algo surrealista, estar en un estacionamiento gigantesco tan tarde, sin
coches cerca. Sentía el cuerpo de acero, rígido, las rodillas que no querían cooperar.
Era casi como si no estuviera dentro de mi propio cuerpo, como si observara desde
lejos lo que le ocurría a otra persona.
Si ése era el Creador de Ángeles, ¿por qué seguía viva? ¿Por qué estaba aquí,
sola? ¿Qué piezas del rompecabezas no estaba viendo?
Entonces el viento me acarició la espalda y, casi de improviso, se encendieron
unas luces detrás de mí, alimentadas por pequeños generadores. Tan brillantes que,
antes de darme la vuelta, supe lo que eran: focos. Lo que significaba, por supuesto,
que no estaba sola, y eso significaba que había algo detrás de mí que él quería que
viera.
Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. No podía ser Callie. No podía
ser. Tenía que ser otra persona.
Repitiéndome este mantra, me di la vuelta lentamente. Me sentía casi desnuda
con mis pantalones cortos y mi camiseta holgada, mi ropa de noche. Mi pijama. Tenía
el pelo alborotado y suelto, azotándome la cara con el viento cuando me giraba, con
los mechones metiéndose en mi boca. Pero no me los saqué, porque estaba
demasiado asombrada por la escena que tenía ante mí.
149
Lo primero que pensó mi mente: no es Callie.
Lo segundo: es otra persona que conozco.
Frente a mí, con las manos juntas, estaba Sandy. Su cuerpo estaba libre de toda
ropa, lo que me permitía ver las arrugas y la celulitis propias de la mediana edad.
Tenía las manos atadas con una cremallera manchada y los dedos apuntando al cielo.
Tenía la cabeza inclinada hacia atrás y la boca ligeramente abierta.
Tenía los ojos abiertos y vidriosos, vidriosos con una expresión que sólo
llevaría una mujer muerta. Con los focos a su lado, pude ver las moscas zumbando
alrededor de su cadáver, pero aún no olía.
Lo que significa que estaba fresca.
Sandy se mantenía en pie gracias a unos postes improvisados que le
atravesaban la carne. Dos le atravesaban las rodillas y uno el pecho. Todos ellos se
apoyaban en el hormigón del estacionamiento, manteniéndola erguida y en posición
de rezo. Su espalda era inquietantemente negra, casi como si ninguna luz la iluminara
a propósito.
Tampoco vi sangre en su cuerpo, lo que significaba que el Creador de Ángeles
se estaba adaptando, volviéndose más limpio en sus asesinatos. Los únicos trozos de
sangre que vi estaban alrededor de los postes que sobresalían de su piel, e incluso
eso apenas era suficiente para notarlo. Sandy había muerto antes de que los postes
atravesaran su cuerpo, su corazón ya se había detenido. Una vez que el corazón se
detenía, no sangrabas tanto, porque no había nada bombeando a través de ti.
Me acerqué un paso más a ella y contemplé su rostro congelado. No era una
gran admiradora de Sandy, pero no era como si la quisiera muerta. Podía quitarme a
Killian de encima. Ahora tenía a Edward y a Lincoln. Y entonces me di cuenta.
No se presentó a trabajar ni el jueves ni el viernes. A todos nos había parecido
raro, porque nunca se iba, ni siquiera cuando tenía mucha resaca o estaba enferma.
Aquí había sido capturada por el Creador de Ángeles, mantenida cautiva hasta
que su cuerpo pudiera ser útil.
Sabía que si la hubieran matado el viernes o incluso el jueves por la noche,
habría un sabor mucho más rancio en el aire, más cobrizo. Esto era fresco. Esto había
pasado hoy... ¿por mi artículo?
¿Era ésta la respuesta del Creador de Ángeles a mis preguntas?
Me sentí atraída por su cuerpo, como una polilla por la llama. No miré a mi
alrededor, no oí el ulular de las sirenas a lo lejos. Me acerqué un paso más. Debí de
tropezar con algo, un cable diminuto y fino, tan pequeño que los ojos no alcanzaban
a ver, porque de repente el cuerpo de Sandy se sacudió hacia delante.
O, debería decir, su espalda se sacudió.
Nuevas luces se encendieron, luces situadas detrás de ella, iluminando una
pieza del rompecabezas que antes no podía ver en la oscuridad.
150 Tropecé y caí de rodillas ante ella. Era... era hermosa. Nunca había visto nada
igual. Era tan perfecta que me lastimaba los ojos, los focos cegadoramente brillantes
a un lado.
Sandy no sólo estaba sostenida por postes dentro de su cuerpo. No sólo rezaba
al cielo, con los ojos muy abiertos. Tenía la espalda cortada, la piel cuidadosamente
serrada y sujeta a finos alambres. Dos postes estaban detrás de su cuerpo, no
empalándola, sino arrancándole la piel de la espalda y manteniéndola allí.
Carne fina y endeble, podía ver a través de la capa que le habían arrancado,
aunque partes de ella parecían estar todavía unidas a su espalda en la parte superior
de la columna... casi como alas. Como alas sangrientas y carnosas hechas de materia
de pesadilla. Sabía que su espalda era un desastre rojo, con la piel arrancada de esa
manera. Pelada como un plátano, sólo que más roja y sangrienta, separada por los
postes y los finos alambres.
Sandy era un verdadero ángel. Sandy había encontrado el final que las demás
deberían haber encontrado.
De esto se trataba el Creador de Ángeles. Esto es lo que quería que todos
vieran.
Y quería que yo fuera la primera en verlo.
Las sirenas se acercaban y yo seguía sin poder apartarme del cuerpo. Me
arrodillé a menos de metro y medio de ella y, sin embargo, me sentía mundos por
debajo, mundos menos que ella. ¿Cómo podría yo alcanzar semejante perfección?
Esto era... era un recuerdo que se grabaría a fuego en mi cabeza, vívido y
brillante, asaltante y violento, hasta el día de mi muerte. Nunca lo olvidaría. Soñaría
con esto, aunque nunca lo hubiera soñado antes.
Varios coches de policía entraron en el gran estacionamiento, dando vueltas
alrededor de Sandy y de mí, con sus luces asaltando mis sentidos y sus sirenas
demasiado altas. Me daban dolor de cabeza. Apenas podía oírlos cuando salieron de
sus coches, abrieron de par en par las puertas y me apuntaron con sus armas,
indicándome que levantara lentamente las manos, las colocara en la nuca y me
tumbara boca abajo.
¿Creían que yo era la culpable? ¿Creían que fui yo quien mató a Sandy y la
convirtió en un ángel con sus propias alas de carne?
Una ambulancia también estaba en camino y, aunque Sandy exigía mi atención,
yo tenía lo suficiente de mí misma para darme cuenta de que tenía que escuchar las
órdenes de la policía o recibir un disparo, posiblemente la muerte. Dejé escapar un
suspiro mientras levantaba perezosamente las manos y entrelazaba los dedos,
colocándolos en la nuca.
Si Lincoln estuviera aquí. No me dispararía. Tal vez me dejaría mirarla un rato
más...
Me puse boca abajo, con la cabeza inclinada en un ángulo casi antinatural para
poder vigilar a Sandy. Esto era más de lo que había pedido con mi entrada en el blog.
151 Era a la vez demasiado e insuficiente.
Ahora que había probado lo que el Creador de Ángeles podía hacer, no era
suficiente. Esto no era suficiente.
Necesitaba más.
Me perdí en un aturdimiento cuando uno de los policías se acercó a mí,
poniendo una rodilla en mi espalda mientras me esposaba las manos. Apenas podía
sentirlo, demasiado concentrada en Sandy y sus gloriosas alas carnosas.
El policía me arrastró hasta ponerme en pie, llevándome al asiento trasero de
su coche mientras los demás policías se acercaban con mesura a Sandy. Algunos
parecían a punto de vomitar; otros tenían el ceño fruncido, como si les repugnara la
violencia, la muerte. No podía entenderlos: ¿por qué no estaban tan asombrados
como yo? ¿Por qué no veían lo perfecta que era?
Sandy fue la primera víctima real del Creador de Ángeles. Las otras habían sido
un espectáculo, para llamar mi atención. Sandy fue la primera... y yo había estado
aquí para verlo.
Sentí que mis labios se curvaban en una sonrisa cuando el policía me cerró la
puerta en las narices. No me leyó mis derechos, así que no sabía si me iban a detener
o no. Me daba igual. Tenía la frente pegada a la ventanilla y los ojos clavados en el
cuerpo de Sandy, en sus pálidas y carnosas alas.
Este fue el comienzo de un nuevo capítulo.
Un nuevo comienzo.
Capítulo Veintisiete - Lincoln

E d me había sorprendido antes, cuando me había contado su plan, y yo


sería el primero en admitirlo, todavía no estaba seguro de si Stella
debía ser incluida en nuestro pequeño dúo. Pero ella era rara, y había
algo en ella que me atraía, igual que atraía a Ed. Ella era nuestra marca de locura.
Sólo que no estaba seguro si su locura encajaría permanentemente con la nuestra.
152
Invitar a alguien a nuestras vidas, un puesto permanente a nuestro lado, no era
algo fácil ni sencillo. No es que fuéramos por ahí diciéndole a todo el mundo «Vengan,
vengan a divertirse. Hay orgías, buena comida y asesinatos. ¿Qué es lo que no te gusta?
Sí, podríamos atraer al público equivocado con una línea como esa.
Ed me había llamado durante su primer descanso con una idea de la que yo
dudaba. Estaba tan entusiasmado con Stella que, después de lo de anoche, no tenía
sentido negar que yo también sentía algo por ella.
Podría prometerte que el número de veces que fui a matar a alguien y en
realidad no lo maté... bueno, podría contarlas con una mano. Con un solo dedo. Stella
era así de especial, supongo.
Yo no sería quien le dijera a Ed que no, no otra vez, no tan pronto después de
mi intento de asesinato de Stella, así que le dije que me encargaría de ello. Para
cuando llegara a casa, lo tendría todo listo, y lo único que nos faltaría sería la propia
Stella.
Después de esto, sabríamos si era o no de los nuestros. Sabríamos sin lugar a
dudas si estaba destinada a estar con nosotros o sólo era alguien a quien habíamos
invitado para divertirnos.
Conduje por las partes malas de la ciudad, sabiendo exactamente dónde
estaban porque a menudo me llamaban allí cuando se producían tiroteos, cuando
había sobredosis. Debido a mi frecuentación de la zona, sabía dónde había cámaras
y por qué esquinas pasar en busca de alguien que despertara mi interés.
Por suerte para Ed, y por desgracia para ella, ya tenía a alguien en mente.
Alguien que había estado en la comisaría por prostitución más de una vez, y por
drogas bastantes veces entre medias. Su proxeneta siempre tenía el dinero para
sacarla, y ella nunca lo delató, nunca se chivó.
Oh, sí. El destino se encontraría con su destino esta noche. O tal vez mañana.
Cuando Ed decidiera llevar a Stella a casa y enseñarle el sótano.
El sótano no era una zona de nuestra casa en la que dejáramos entrar a nadie,
a menos que fuera a encontrar la muerte poco después. Nuestro sótano era nuestro
lugar secreto, con cadenas y paredes estériles, un olor constante a lejía. También
estaba insonorizado; nos habíamos asegurado de ello. Era nuestro, a falta de una
palabra mejor, cuarto de juegos. Donde Ed y yo dábamos rienda suelta a nuestros
psicópatas interiores.
¿Stella pensó que yo estaba loco por estrangular a una chica en mi cama?
¿Pensó que Ed era un poco brusco durante el sexo? No tenía ni idea de la crueldad de
la que éramos capaces. Con corazones tan crueles y tan negros como los nuestros, no
había límite a lo que podíamos hacer. A lo que haríamos.
La noche era oscura cuando me detuve en la esquina de la calle donde había
dos mujeres, con la ropa más pequeña y endeble que podían, pero cubriendo todas
las partes importantes. Eran dos mujeres preciosas, con curvas y tetas a juego. Una
pelirroja y una rubia. Fue la rubia la que me llamó la atención.
153
Por desgracia, fue la pelirroja la que se acercó a mi ventana abierta,
inclinándose con una sonrisa flexible en la cara. Me miró, probablemente
preguntándose qué hacía aquí un tipo como yo. ¿No podía echar un polvo como
cualquier otro chico guapo? La había visto antes, pero nunca la habían traído a la
comisaría.
Y yo tenía un aspecto muy diferente sin el uniforme, así que no la culpé por no
reconocerme.
—Hola, cielo. ¿Qué hay en el menú de esta noche? —preguntó la pelirroja,
acercando los brazos a sus tetas, haciendo que éstas resaltaran más. Eran bonitos,
pero no para lo que estaba aquí.
Le dediqué una sonrisa encantadora, algo que detestaba hacer. Yo no era el
encantador. Ed lo era.
—En realidad esperaba conseguir a Destiny esta noche. Dile que le pagaré el
doble de su tarifa habitual. —Mi cartera estaba en el portavasos del coche, metí la
mano y saqué un billete de cincuenta, entregándoselo en cuanto vi su cara de
fastidio—. Por hacerte ilusiones.
Tomó el dinero y se marchó, llamando a gritos a Destiny.
Destiny ni siquiera miró antes de entrar en el coche. Se ajustó la falda,
mostrando los hilos del tanga, antes de mirarme. Cuando sus ojos se cruzaron con los
míos, yo ya había recorrido la carretera y cerrado la puerta.
—Tú... —Ella balbuceó, el reconocimiento en su rostro. Hubiera sido bonito, si
no estuviera tan maquillada que no se pudiera saber qué aspecto tenía debajo. Había
visto su ficha policial. Sabía cómo era debajo de todo ese polvo. No estaba nada mal—
. Qué demonios, yo no...
Le dediqué una sonrisa.
—No te arrestaré esta noche, Destiny.
Se relajó un poco.
—Oh. —Me estudió—. Realmente viniste a recogerme para... —Para ser una
mujer que trabajaba como prostituta, se le daba muy bien hacerse la tímida. Lástima
que no estaba de humor para ser tímido. No estaba de humor para mucho, teniendo
en cuenta que había una mujer a medio vestir en mi coche que estaba bastante seguro
de que era más que hábil con la lengua.
—Estoy dando una fiesta, y los chicos votaron el entretenimiento. —Le lancé
una mirada—. No te preocupes, Destiny. Pagaré lo justo por cada uno de ellos.
Destiny tardó en sonreír.
—No me digas que tu fiesta implica a otros chicos de azul. No estoy segura de
que mi pobre corazoncito pueda soportar todo eso.
—El único policía que estará allí soy yo —dije—. Y no estoy de servicio. —Mis
ojos se desviaron hacia ella mientras conducía hacia la casa. Había venido conmigo
por el dinero. Normalmente no se alejaban demasiado de su territorio, y tenían un
154 motel elegido donde ocurrían la mayoría de sus negocios. Aun así, sentí que
dudaba—. Siempre me he preguntado lo buena que eres con esa boca. —Coquetear
no era una de las cosas que mejor se me daban, pero había descubierto que a la
mayoría de las mujeres les gustaban los hombres que no temían decir lo que querían,
decir la verdad.
Aunque, Destiny no estaba recibiendo toda la verdad, y para cuando se diera
cuenta, sería demasiado tarde. No habría escapatoria para ella. No escaparía del
destino que Ed y yo habíamos planeado para ella.
Destiny dejó escapar una media sonrisa.
—De alguna manera eso no me sorprende nada. Siempre supe que había algo
raro en ti. Sólo que no sabía qué.
El resto del viaje, ella se divirtió, y yo la dejé pensar que no podía conseguir
mujeres por mi cuenta. La verdad era que podía conseguir a quien quisiera, hombre
o mujer. Podía con ellos, y no serían capaces de luchar contra mí. Era demasiado
fuerte para la mayoría, demasiado intimidante para otros.
Decir que yo era como los demás me haría un flaco favor, porque era mucho
más. Era una bestia, un animal, y a veces matar no me saciaba. A veces necesitaba
más. Hasta ahora, Ed era la única otra persona que me conocía de verdad por mí
misma, que sabía quién y qué era yo detrás de la máscara que llevaba en mi vida
cotidiana.
¿Se convertiría Stella en la segunda persona en hacerlo? ¿Querría hacerlo?
¿Estaría de acuerdo con esto de buena gana, o Ed había sobrestimado enormemente
su locura? Debo admitir que no creía que nos dijera que no, porque no creía que Stella
fuera el tipo de mujer que apartara la mirada de la sangre y el gore.
No, ella era el tipo de persona que miraba las cosas de frente. El tipo de
persona que mira al toro a los ojos antes de coger los cuernos. Pronto descubriríamos
si no estaba lo suficientemente loca para nosotros, o si estaba en lo cierto.
Cuando entré en el garaje, Destiny hizo ademán de mirar a su alrededor.
—No vi muchos coches en la calle —dijo, probablemente porque no vivíamos
en una comunidad residencial acogedora. Vivíamos en una calle por la que a la gente
le encantaba pasar a toda velocidad, sin prestar atención a las casas que había en ella.
Apagué el coche y pulsé el botón del mando para cerrar la puerta del garaje.
—No quiero que mis vecinos piensen que soy un juerguista —dije. El coche de
Ed ya estaba aquí, así que estaba en algún lugar dentro de la casa. Maldita sea. Quería
tenerlo todo listo para cuando llegara a casa.
Pero, supuse, era bueno que estuviera aquí. No es que pensara que esta mujer
sacaría lo mejor de mí, pero por si acaso.
No se podía ser demasiado cuidadoso. A veces la gente te sorprendía.

155 A veces no.


Destiny asintió, como si mi endeble excusa tuviera sentido. Tanto como su
atuendo, que era chillón, feo y ridículamente revelador. Una falda diminuta que
mostraba la mayor parte de su culo, junto con un top de tubo que parecía
enormemente incómodo. Sinceramente, ni siquiera estaba segura de cómo le cabían
las tetas.
Esperé a que diera la vuelta al coche con sus tacones de saldo y la cogí de la
mano mientras la conducía al interior de la casa. Vio el salón y la cocina vacíos, e
inmediatamente dijo:
—¿Dónde demonios es la fiesta? ¿Qué...?
Fue todo lo que tuvo ocasión de decir, antes de que me volviera hacia ella y le
dedicara una sonrisa escalofriante. Esta sonrisa era más parecida a cómo me sentía
por dentro. Esta sonrisa en particular estaba cien por cien muerta por dentro, y ella
lo sabía, porque su expresión confusa se transformó en una de miedo, y murmuró una
retahíla de palabrotas mientras intentaba apartar su mano de la mía.
No tenía fuerza suficiente para escapar de mi agarre, y pronto se dio cuenta de
ello cuando empecé a arrastrarla por la cocina hasta la puerta que daba a la escalera.
Con la mano que le quedaba libre, se llevó la mano al costado y sacó un botecito rosa
de spray de pimienta. Antes de que pudiera dispararme, la agarré de la muñeca y la
estampé contra la pared de debajo de la escalera. Mi pulgar aumentó la presión sobre
su muñeca hasta casi rompérsela, y la zorra se aferró al bote de plástico rosa hasta el
último segundo.
—Carajo —gimoteó, dejando caer el spray al suelo—. Sabía que estabas
jodido. Lo supe desde el primer momento en que te vi...
Le dirigí una mirada poco impresionada antes de soltar la mano que había
estado a punto de rociarme y darle un revés en la cara. Ni siquiera pestañeé al
hacerlo, pero Destiny... oh, lo sintió, y su piel se puso roja al instante. Abrí de golpe
la puerta del sótano y tiré de ella.
Gemía, lloraba, gritaba. Forcejeó y trató de alejarse de mí, pero yo tenía su
otro brazo agarrado con fuerza y nadie huía de mí. Y menos ésta. Las calles no la
echarían de menos, y mi comisaría tampoco.
En el momento en que salimos de las escaleras y Destiny vio nuestro sótano en
todo su esplendor, se quedó helada.
—¿Qué demonios? —susurró, y yo me limité a sonreír mientras la acercaba a
la pared donde colgaban las cadenas, encontrándome con sus ojos interrogantes
mientras la encerraba. Muñecas y tobillos.
Una vez que estuvo completamente sujeta, di un paso atrás, estudiando mi obra.
Tenía buen aspecto, encadenada a la pared, incluso con el maquillaje corrido por las
lágrimas que se derramaban por las comisuras de sus ojos.
Mi polla dolía en mis pantalones cuando pensé en Stella cortándola. Ella lo
disfrutaría, ¿verdad?
Antes de dejar a Destiny en la oscuridad, le dije:
156 —Estoy deseando verte sangrar, zorra. —Cuando empezó a gritar, cuando
empezó a sacudir las cadenas y a hacerlas sonar contra la pared, giré y salí del sótano,
cerrando la puerta tras de mí, tapando sus gritos.
Me agaché para coger su botecito de spray de pimienta en el mismo momento
en que Ed bajaba las escaleras pasándose una toalla por la cabeza. Sólo llevaba
pantalones, con el botón y la cremallera desabrochados.
—¿La tienes? —preguntó.
Asentí, balanceando su lata rosa de spray de pimienta alrededor de mi dedo
índice.
—Sí. La zorra casi me rocía con spray de pimienta.
—Pero no lo hizo. —Ed exhaló un gran suspiro—. Y ahora la tenemos. Sólo
queda traer a Stella. —La mano que movía la toalla sobre su pelo cayó a su lado
mientras pensaba—. Démosla esta noche. Mañana, todo su mundo cambiará. —Sus
ojos azules se desviaron hacia abajo, notando el bulto en mis pantalones—. Deberías
ocuparte de eso.
Quería darle un puñetazo. Obviamente, tenía que ocuparme de ello, y como
Stella no estaba aquí para relevarme —y la zorra de abajo estaba fuera de los límites—
fue mi mano. Mi puta mano no era ni de lejos tan divertida como obligar a otra persona
a hacerlo, pero después de esta noche, con suerte sería la última vez. Con un poco de
suerte, Stella estaría por aquí para ocuparse de estas cosas por mí en el futuro.
¿Porque esa zorra del sótano? Destiny no iba a ser nuestra presa; iba a ser la de
Stella.
Capítulo Veintiocho - Stella

M e tuvieron sola mucho tiempo, encadenada a una mesa. No estaba en


la cárcel, ni en una celda, pero bien podría haberlo estado. La
habitación era aburrida y sencilla, blanca y azul, salvo por el espejo
unidireccional de la pared y la pequeña cámara de la esquina superior. Miré fijamente
a la cámara, a su luz roja parpadeante, preguntándome qué verían los que me
157 observaban.
¿Creían que yo era la culpable? ¿Creían que yo era el Creador de Ángeles?
Absurdo y estúpido. No era ni de lejos tan musculosa como habría que ser para
empalar a alguien con tuberías y arrastrar su cuerpo hasta un estacionamiento sin
forcejear un montón y que me atraparan. No, si esos polis pensaban que yo era su
sospechosa, les esperaba otra cosa.
Yo no era el Creador de Ángeles. No podía serlo. Y mientras me mantuvieran
aquí, era muy probable que él estuviera ahí fuera, continuando su juerga.
Por supuesto, ahora que lo pensaba, era oficial. El condado de Eastland tenía
su propio asesino en serie. Teníamos el nuestro, y él era el mío.
No pretendía haberlo creado, pero lo apodé el Creador de Ángeles. Le escribí
en mi blog y él vino a verme esa misma noche. Teníamos una relación especial, él y
yo. No tenía ni idea de quién era ni de por qué yo era tan importante para él.
Importante. Tenía que ser importante para él, si no, ¿por qué me habría dejado
conservar mi vida? ¿Qué era otra vida para un gran asesino en serie? Yo no debería
haber significado nada para él, y sin embargo claramente significaba más.
Estos policías... Esperaba que no me retuvieran aquí para siempre, porque
tenía que encontrarme con alguien, un rastro que seguir. Necesitaba saber quién era
el Creador de Ángeles, no para entregarlo a las autoridades, sino para saberlo.
Tenía que saberlo.
Tenía que saberlo, porque sentía un extraño parentesco con él. Es cierto que
nunca le había cortado la piel a nadie ni le había arrancado las alas de la espalda,
pero nos parecíamos en muchas otras cosas. Los marginados de la sociedad. La gente
a la que nadie miraba dos veces.
Seamos serios. Si no tuviera heterocromía, nadie me miraría. Nadie se fijaría en
mí. Pasaría desapercibida. No era tan hermosa. No era única en nada, aparte de mis
ojos. Me sentía tan marginada de la sociedad como el Creador de Ángeles. Éramos
más parecidos de lo que él creía.
O quizás sí lo sabía. Tal vez sabía que éramos iguales, y por eso estaba
haciendo todo esto por mí.
Porque era para mí. Sabía que todo era por mí. Esas personas —incluida
Sandy— habían muerto por mí y, en lugar de conmocionarme y horrorizarme, me
sentía agradecida. Ya no me sentía muerta por dentro, y se lo debía al Creador de
Ángeles.
Saldría de aquí y me reuniría con él.
Le daría las gracias.

158
Capítulo Veintinueve - Killian

N o fue así como pensé que sería. No era para nada como había planeado
que fuera nuestro fin de semana. Si Stella no hubiera huido de mí, todo
podría haber ido según lo previsto. Pero no, aquí estaba yo, en las
primeras horas del amanecer, aparcando mi coche a pocas casas de la suya, saliendo
con el ceño fruncido.
159
Llevaba guantes de cuero, y me picaban mientras me dirigía a la acera y subía
por su entrada. Después de echar un vistazo a mi espalda para asegurarme de que no
había nadie mirando, me metí la mano en el bolsillo y saqué mi equipo. En un minuto
entré por la puerta principal y la cerré tras de mí.
La casa no era suya. Era alquilada, la misma casa en la que había estado los
últimos años, desde que se graduó en la universidad y se mudó aquí con su amiga.
Callie.
Tras esperar un momento y no oír nada, me puse a investigar a mi querida
Stella. Encontré un desorden en el salón, un plato de pizza a medio comer y una sola
lata de gaseosa. Una manta colgaba sobre el sofá, usada. Pasé la mano enfundada en
cuero por encima, enrosqué lentamente los dedos alrededor de ella y me la llevé a la
cara, inhalando.
Como la lavanda. Como Stella. Un aroma calmante.
Dejé la manta en el suelo y salí al pasillo. Parecía que no había nadie en casa,
lo cual era bueno, porque ahora mismo necesitaba tiempo para pensar. Sabía que
Stella se había ido a casa con aquel rubio del bar. En el fondo, en mis entrañas, lo
sabía y lo odiaba.
Así que hice un poco de acecho. Era algo que se me daba extraordinariamente
bien.
Imagina mi sorpresa cuando descubrí que no sólo estaba con un hombre, sino
con dos. Dos hombres, pero ella ni siquiera podía mirarme durante más de un minuto
sin que el asco cruzara su rostro. Esos tipos no sabían quién era. No la conocían como
yo. La conocía desde hacía años. Había roto con Julie por ella. Terminé las cosas para
nosotros, porque sabía que Stella se suponía que era mía.
No la entregaría a dos extraños.
Eché un vistazo rápido al cuarto de baño, mirándome en el espejo antes de
abrir el botiquín y mirar dentro de los cajones del tocador. Lo dejé todo como lo
encontré y estaba a punto de cerrar el último cajón cuando algo redondo y naranja
llamó mi atención. Vacilante, lo saqué del cajón y lo giré para ver el nombre de la
receta y la fecha.
Tenía un año y seguía lleno.
No reconocí el nombre del medicamento, pero lo archivé en mi cabeza
mientras devolvía el pastillero al cajón y lo cerraba lentamente.
La habitación de Stella estaba justo al lado del cuarto de baño, y fui
directamente allí, examinando el espacio. No era una habitación enorme, pero estaba
llena de su olor. Su ropa y sus pertenencias. Nunca me había sentido tan cerca de ella
como ahora, cuando estaba en su habitación, sin conocerla. Aquí era donde dormía,
cuando no estaba atrapada por esos dos imbéciles.
Aquí era donde haría mía a Stella.
Porque ella sería mía; sólo que aún no lo sabía.

160 Pasé los siguientes minutos registrando su habitación. No estaba seguro de lo


que encontraría. Quizá no buscaba nada. Quizá lo único que quería era que entrara
por la puerta, me viera y se diera cuenta de lo que se había estado perdiendo. Quería
que comprendiera su error y que hiciera todo lo posible por remediarlo, por
arreglarlo. Quería que viniera a mí, me llevara a la cama y me conociera como nunca
antes nos habíamos conocido.
Había sido el mayor idiota del mundo por dejar que Sandy me llevara al baño.
Por dejar que me bajara los pantalones y me rodeara con su boca. Había sido débil,
pero me juré a mí mismo que nunca volvería a serlo. Sería fuerte, por Stella.
Todo era por Stella.
En unos minutos, salí de la habitación de Stella y crucé el pasillo hacia la de
Callie. En todo el tiempo que la conocía, sólo la había visto enviarle mensajes de
texto. En realidad, nunca había visto a Callie, ni siquiera cuando intenté que Stella la
trajera a la fiesta de Navidad el año pasado. Si Callie era un aspecto tan importante
de su vida, quería saber de ella. Necesitaba saber todo lo que hubiera que saber
sobre Stella, y Callie habría sido la forma más fácil.
Pero quizá fuera mejor así. Me gustaban los retos tanto como a cualquiera; eso
haría que mi victoria fuera mucho más dulce.
Cuando entré en la habitación de Callie, vi una cama hecha. Nada estaba fuera
de lugar en su habitación. Todo estaba tan... limpio y ordenado. Lo cual, a juzgar por
lo que Stella contaba de ella, no era lo que yo esperaba.
A lo largo de la pared había un escritorio. Me giré para estudiarlo y me fijé en
el portátil que había encima, enchufado y cargado por lo que parecía. Encima del
portátil había un teléfono, también enchufado y cargado, si es que su lucecita verde
significaba algo.
Algo iba mal aquí.
Si el teléfono de Callie estaba aquí, ¿dónde estaba Callie?
Le di a la pantalla del teléfono, y la pantalla se iluminó, mostrándome docenas
de llamadas perdidas y más de cien mensajes de texto, de varias personas. De
alguien llamado John, de alguien etiquetado como mamá, e incluso algunos de Stella.
Esto... esto no estaba bien. Nadie dejaba su teléfono en cualquier lugar hoy en
día, y mucho menos dejar tantos textos y llamadas sin respuesta.
Pasé un dedo por la madera del escritorio y lentamente me di cuenta de que
todo —portátil incluido— estaba cubierto de una gruesa capa de polvo, como si no se
hubiera tocado en mucho tiempo.
Raro.
Frotándome los dedos, estudié la habitación bajo una nueva luz. Toda la
habitación estaba como si alguien la hubiera limpiado y luego se hubiera olvidado de
ella, no la hubiera vuelto a pisar. Incluso el aire del interior estaba viciado.
Me acerqué a la ventana, a punto de abrirla, pero mis ojos vieron algo extraño
al contemplar el patio trasero. Un simple cuadrado de césped verde, rodeado por una
161 valla de madera... excepto por el solitario parterre que había justo al lado de la
ventana. Completamente fuera de lugar, como si alguien lo hubiera puesto allí a
última hora.
Mi energía se renovó cuando salí de la habitación de Callie, volviendo al baño,
observando cosas que no había visto antes. Cosas que mis ojos vidriaron en mi primer
viaje aquí. Un cepillo de dientes. Un champú en la ducha. Una toalla en el toallero.
Sólo uno de todo.
De repente, lo supe.
Atravesé la casa y me dirigí a la puerta que daba al garaje anexo. Encendí la
luz, iluminando el oscuro espacio. Un garaje impecable sin ningún coche en su
interior. Las herramientas de jardinería estaban dispuestas en las paredes, y me moví
ante la herramienta que necesitaba. En mi interior, ya lo sabía, pero tenía que
asegurarme.
Stella definitivamente me estaba lanzando una bola curva aquí.
Después de tomar la pala, salí por la puerta de hombre lateral del garaje y me
dirigí al patio trasero, deteniéndome sólo cuando me paré ante el parterre. Me quedé
mirándolo demasiado tiempo, dejé que mi mente divagara demasiado antes de
ponerme manos a la obra. Las flores eran fuertes y sanas, sus tallos gruesos y
robustos. Este parterre llevaba aquí al menos una temporada entera.
Empecé a cavar.
Era lo bastante temprano como para que no hubiera nadie más fuera, antes de
que el sol se alzara en el cielo y empezara a calentar el mundo. Tenía paz y
tranquilidad mientras removía el parterre. Estaba a unos treinta centímetros de
profundidad, y lo supe en cuanto la punta de la pala golpeó algo duro. El sonido del
metal crujiendo contra el hueso rebotó en el aire, e inmediatamente solté la pala y caí
de rodillas, metiendo la mano en el agujero, apartando la suciedad hasta que lo vi.
O, tal vez debería decir, hasta que la vi.
Hasta que vi un cuello podrido, carne que hacía tiempo que no veía la luz del
día.
Callie.
Casi se me para el corazón. No pensé... quiero decir, ni una sola vez sospeché
que Stella fuera capaz de algo así. Realmente, no era de extrañar por qué me sentí tan
atraído por ella desde el principio.
Dios, amaba a esa maldita mujer, y haría cualquier cosa para que se diera
cuenta de que también me amaba.
Cuando empecé a devolver la tierra a su agujero, me llamó la atención el
sonido de un portazo de coche. Mi espalda se puso recta. Qué raro. Hubiera jurado
que procedía de la parte delantera de la casa, lo cual era imposible, porque no había
nadie. Al menos, no debería haber nadie hasta dentro de un rato, ahora que sabía que
Callie estaba a dos metros bajo tierra, metafóricamente hablando.
162 Más bien medio metro, pero aun así.
Agarré la pala con fuerza, moviéndome lentamente alrededor de la casa. Había
un coche aparcado en la entrada y, con el corazón encogido, supe que quienquiera
que fuese ya estaba dentro de la casa. Entré por el lateral del garaje, sin dejar de
agarrar la pala con fuerza. El tonto de mí había dejado la puerta abierta.
Un hombre estaba en la cocina, gritando:
—¿Callie? Callie, ¿estás aquí? —Un hombre alto y delgado. Pelo castaño. Sin
pretensiones, al menos desde atrás.
Todavía con la pala en la mano, rompí mi silencio:
—¿Quién eres?
El hombre se dio la vuelta y sus brillantes ojos verdes se posaron en mí. Sabía
que lo había visto antes; fueron sus ojos los que le delataron. El hombre de la
cafetería. El que no dejaba de mirar a Stella.
—¿Quién demonios eres? —preguntó, sin tener el sentido común de asustarse.
Le dediqué mi sonrisa más encantadora y cautivadora. Era una sonrisa que
engañaba a casi todo el mundo que conocía, y no me gustaría que fuera de otra
manera.
—Soy Killian, el jefe de Stella. —Mis dedos agarraron la pala con más fuerza,
apretando mi guante de cuero.
—Sólo busco a mi hermana, ya que nadie responde a mis malditos mensajes —
dijo.
—Oh, ¿eres el hermano de Callie? —Me hice el inocente, el tímido. Lancé un
pulgar por encima del hombro, señalando la puerta que conducía al garaje. Esta casa
era pequeña; no tenía puerta trasera, por suerte. Y el garaje era el lugar perfecto para
acabar con esto—. Está atrás. Ven, vamos. Seguro que se alegrará de verte. —Giré y
me puse en marcha, y el hombre, que no debía de tener más de veintidós años, me
siguió a regañadientes.
Cuando entró en el garaje, dijo:
—¿Qué demonios haces aquí tan temprano un domingo? No me digas que te
acuestas con mi hermana. Eres un poco mayor para ella…
Me interpuse entre él y la puerta que daba al patio trasero. Cuando dijo eso,
dejé de caminar bruscamente, lo que provocó que me embistiera por la espalda y me
maldijera. Me volví hacia él, observando cómo negaba con la cabeza y volvía a
maldecir.
Este... tenía una boca. Y me había llamado viejo. Yo no era mucho mayor que
Stella. No pude evitar que me cayera mal.
—¿Qué demonios? —preguntó, dando un paso atrás cuando se dio cuenta de
la intensidad con la que agarraba la pala. No le di la oportunidad de decir nada más.
Me moví con rapidez, sin vacilar, tan rápido como podía moverse un hombre.
163 Sólo tardé dos segundos en levantar la pala y golpear el metal contra su sien, tan
rápido y tan fuerte que oí el familiar crujido del hueso contra el acero reverberando
en el aire.
El hombre se desplomó, su cuerpo tembló y sus ojos parpadearon un par de
veces antes de dejar de moverse por completo. Nervios. A veces ocurría. Lo que
realmente me gustaría ver era si una cabeza seguía siendo capaz de parpadear
incluso después de haber sido cortada. Había oído historias de gallinas que corrían
sin cabeza.
Creo que sería divertido verlo.
Ahora tenía una larga lista de cosas que hacer: retirar su coche, ocuparme de
su cuerpo, ocuparme del cadáver del parterre... por no hablar de limpiar el garaje
después de todo. Pero me di tiempo para arrodillarme a su lado y meterle la mano en
el bolsillo. Al sacar su cartera, vi que se llamaba John Woods. No mentía sobre ser el
hermano de Callie.
Mis ojos se desviaron hacia su forma sangrante.
—Bueno, John Woods —hice una pausa, colocando su cartera en mi bolsillo
trasero, cerca de la mía—, parece que has tenido un poco de mala suerte. Pero no te
preocupes. Cuidaré bien de ti. —En efecto, lo haría. Tenía que hacerlo, si quería
proteger a Stella.
Había encontrado a mi próximo ángel.
Cold Dark Souls

164

Me llamo Stella y, tras veinticinco años de vida, por fin empiezo a comprender
lo que significa estar viva.
Edward y Lincoln han tomado mi vida y la han convertido en un torbellino de
sexo, dolor y sangre. Me han enseñado cosas que nunca habría imaginado, me han
hecho sentir emociones reales y genuinas por primera vez en mi vida. Se lo debo
todo.
Hay una oscuridad dentro de mí, una que no sabía que existía hasta Edward y
Lincoln, y juntos nuestras bestias chocan y hacen algo verdaderamente nuevo y
aterrador. Nos parecemos en más de un sentido.
Pero el Hacedor de Ángeles se acerca cada día que pasa. Cuando se revele
ante mí, cuando finalmente se despoje de su máscara y salga a la luz... ¿qué haré?
¿Qué puedo hacer? Me siento atraída por él igual que me siento atraída por mis dos
psicópatas.
Pase lo que pase, sabes que va a ser sangriento.
Este es un romance oscuro, por qué elegir, destinado a lectores mayores de 18
años.
Acerca de la Autora

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Hola, chicos. Soy escritora, oficinista, esposa, madre de dos perros y dos gatos,
y la mitad de una extraña pareja de jóvenes adultos que cambian las casas en las que
viven con el objetivo de no tener hipoteca (¡para poder centrarme finalmente en mi
carrera de escritora!). Ni que decir tiene que estoy ocupada.
Aun así, encuentro tiempo para escribir, leer y disfrutar de la vida. Ojalá tuviera
más horas al día.
Si estás activo en Goodreads y tienes intereses similares, hazte amigo mío. No
muerdo. O si prefieres seguir mis reseñas, también puedes hacerlo.

¡Feliz lectura!
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