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Cuando las ranas croan

Borrador – Erika Aguerri

En la pequeña ciudad de Alhucemas, anclada entre colinas y acariciada por el


suave oleaje del Mar Mediterráneo, la tranquila vida se veía interrumpida por una serie
de misteriosos asesinatos. Cuatro jóvenes excursionistas, todos miembros de la misma
hermandad local, habían sido hallados muertos en extrañas circunstancias. El rumor de
que un asesino en serie estaba entre ellos se esparció como un veneno que
impregnaba cada rincón de la apacible comunidad.

La ciudad, con sus calles adoquinadas y sus edificios de estilo antiguo,


guardaba secretos bajo su aparente tranquilidad. Las luces tenues de las farolas
apenas rompían la oscuridad de las noches de luna llena, y el croar de las ranas
resonaba en los rincones más recónditos. Era en esas noches cuando el asesino
actuaba, sumiendo a la ciudad en una atmósfera de miedo y desconfianza.

El detective privado Robert Lockhart, recién llegado a Alhucemas, era un


hombre de rostro afilado y mirada penetrante. Su devoción por las novelas de
detectives clásicas lo había llevado a adoptar una forma de trabajar que era una
amalgama de los métodos de Sherlock Holmes y Hércules Poirot. Se presentó en la
comisaría local, dispuesto a resolver el enigma que envolvía a la ciudad en un manto
de misterio.

La investigación comenzó con la recopilación de testimonios y la revisión de los


expedientes médicos de las víctimas. Lockhart, con su mente analítica y su habilidad
deductiva, pronto notó un patrón: todas las víctimas compartían un historial médico de
diagnósticos erróneos de depresión y tratamientos farmacológicos mal administrados.

Siguiendo la pista de esta conexión, Lockhart se adentró en la psique de los


jóvenes. Descubrió que todos ellos habían sido pacientes del mismo médico, el Dr.
Javier Serrano, cuya clínica estaba al borde de la ciudad. Una visita a la clínica reveló
un entramado de negligencia médica y desatención hacia los pacientes, lo que llevó a
Lockhart a considerar la posibilidad de que el asesino pudiera ser una de las propias
víctimas.

La siguiente noche de luna llena, Lockhart decidió hacer guardia cerca de la


cabaña abandonada, el lugar donde las últimas víctimas habían sido encontradas. La
brisa marina llevaba consigo el susurro de las olas mientras el detective se sumía en
sus pensamientos. Fue entonces cuando escuchó un sonido sutil, el crujir de una rama
bajo un paso cauteloso.

Con la destreza de un felino, Lockhart se deslizó entre las sombras hasta avistar
una figura encapuchada que manipulaba algo en sus manos. Se acercó con sigilo y, en
un rápido movimiento, reveló al individuo.

Ante él estaba Marta Sánchez, una joven de dieciocho años, con los ojos
desorbitados y un semblante desencajado. En sus manos sostenía a una rana dorada
venenosa, y en su mirada, Lockhart encontró una mezcla de locura y desesperación.

— ¿Marta, por qué estás haciendo esto? —preguntó Lockhart, manteniendo la


calma.

—¡No entienden! —gritó Marta, lágrimas en los ojos—. El doctor nos destrozó la
mente. Solo quiero que encuentren la paz.

Marta, como si estuviera atrapada en una pesadilla, comenzó a relatar su


historia. Había sido diagnosticada erróneamente con depresión y sometida a un
tratamiento farmacológico que la sumió en una espiral de oscuridad dejando
secuelas irreparables en su mente, y creía sinceramente que liberar a sus
compañeros de la hermandad de la opresión de los tratamientos médicos era
un acto de misericordia.

Lockhart, consiguió disuadir a Marta de que había otras formas de enfrentar el


dolor y buscar justicia. Marta, con lágrimas en los ojos, finalmente cedió, entregando la
rana dorada y confesando sus crímenes.

A medida que la historia de Marta se develaba, Lockhart se dio cuenta de que la


verdadera raíz del mal estaba en la negligencia médica y en un sistema de salud que
había fallado a sus ciudadanos. Decidió llevar a cabo una investigación exhaustiva
sobre el Dr. Javier Serrano y la clínica, buscando justicia para las víctimas y reformas
en el sistema de salud local.
La noticia de la captura de Marta y la revelación de la negligencia médica
sacudieron la pequeña ciudad de Alhucemas. El asesino, aunque condenado, no fue
visto como un monstruo despiadado, sino como una víctima más de un sistema
quebrantado. El detective Robert Lockhart se ganó el respeto de la comunidad al
exponer la verdad y abogar por el cambio.

La cabaña abandonada, testigo de secretos oscuros, se convirtió en el símbolo


de una ciudad que enfrentaba sus demonios internos. El croar de las ranas, antes
portador de temor, se transformó en una melodía que recordaba a todos la importancia
de la empatía y la justicia. En las noches de luna llena, la ciudad de Alhucemas
buscaba sanar las heridas del pasado y construir un futuro más luminoso.

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