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Análisis a la inteligencia del genio Steve Jobs, creador de Apple

Por: WALTER ISAACSON* THE NEW YORK TIMES | 11:05 p.m. | 10 de Noviembre del 2011

Steve Jobs, fundador de Apple.


Foto: Tomada de: apple.com
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Relato de Walter Isaacson, autor de la biografía que acaba de aparecer en español (Debate).
Una de las preguntas con las que luché al escribir sobre Steve Jobs era qué tan inteligente era. En la
superficie, esto no debería haber sido un problema. Uno asumiría que la respuesta obvia es: él era muy,
muy inteligente. De pronto, incluso con tres o cuatro "muys". Después de todo, fue el líder de negocios
más innovador y exitoso de nuestra era y encarnó el sueño de Silicon Valley por excelencia: empezó su
compañía desde cero en el garaje de sus padres y la convirtió en la más valiosa del mundo.

Pero recuerdo haber cenado con él hace unos meses en la mesa de su cocina, como lo hacía casi todas
las noches con su esposa y sus hijos. Alguien mencionó uno de esos acertijos que involucran a un mico
que debe cargar un racimo de bananos a través del desierto, con una serie de restricciones sobre qué tan
lejos y cuántos puede llevar a la vez, y uno debía descifrar cuánto tiempo le tomaría. El señor Jobs arrojó
unas cuantas respuestas intuitivas, pero no mostró interés alguno en tratar de resolver el problema
rigurosamente. Pensé cómo Bill Gates hubiera hecho clic-clic-clic y, lógicamente, hubiera dado con la
respuesta en 15 segundos, y también cómo el señor Gates devoraba libros de ciencia como un placer
vacacional. Pero entonces algo más se me ocurrió: el señor Gates nunca hizo el iPod. En cambio, hizo el
Zune.

Entonces, ¿era el señor Jobs inteligente? No convencionalmente.


En cambio, era un genio. Eso puede parecer un tonto juego de palabras, pero, de hecho, su éxito
dramatiza una distinción interesante entre la inteligencia y el genio. Sus saltos imaginativos eran
instintivos, inesperados y en ocasiones mágicos. Eran desatados por la intuición, no el rigor analítico.
Entrenado en el budismo zen, el señor Jobs llegó a valorar la sabiduría experiencial por encima del
análisis empírico. No estudiaba datos o hacía cálculos, sino, como un rastreador, podía oler los vientos y
sentir qué se encontraba adelante.

Me dijo que empezó a apreciar el poder de la intuición, en contraste con lo que él llamaba el "pensamiento
racional occidental", cuando deambuló por la India después de abandonar la universidad. "La gente en la
India rural no usa su intelecto como lo hacemos nosotros", dijo. "En cambio, usa su intuición... La intuición
es una cosa muy poderosa, más poderosa que el intelecto, en mi opinión. Eso ha tenido un gran impacto
en mi trabajo".

La intuición del señor Jobs se basaba, no en el aprendizaje convencional, sino en la sabiduría


experiencial. También tenía mucha imaginación y sabía cómo aplicarla. Como dijo Einstein, "la
imaginación es más importante que el conocimiento".

Einstein es, por supuesto, el verdadero ejemplar de genio. Tenía contemporáneos que probablemente
podían igualarlo en capacidad intelectual pura cuando se trataba de procesamiento matemático y
analítico. Henri Poincaré, por ejemplo, descifró primero algunos de los componentes de la relatividad
especial y David Hilbert logró resolver ecuaciones para la relatividad general casi al mismo tiempo que
Einstein. Pero ninguno de los dos tuvo el genio imaginativo para dar el salto creativo completo que estaba
en el centro de sus teorías, a saber, que no existe algo así como el tiempo absoluto y que la gravedad es
una urdimbre del tejido del espacio-tiempo. (Está bien, no es tan simple, pero por eso él era Einstein y
nosotros no.)
Einstein tenía las cualidades elusivas de genio, que incluían esa intuición e imaginación que le permitieron
pensar diferente (o, como decían los anuncios del señor Jobs, Pensar Diferente). Aunque no era
particularmente religioso, Einstein describía este genio intuitivo como la habilidad de leer la mente de
Dios. Al evaluar una teoría, se preguntaba: ¿es esta la forma como Dios diseñaría el universo? Y
expresaba su incomodidad con la mecánica cuántica, basada en la idea de que la probabilidad juega un
papel gobernante en el universo, declarando que no podía creer que Dios juegue a los dados. (En una
conferencia de física, Niels Bohr fue convencido para exhortar a Einstein a parar de decirle a Dios qué
hacer.)

Tanto Einstein como el señor Jobs eran pensadores muy visuales. El camino a la relatividad empezó
cuando el adolescente Einstein insistía en tratar de imaginar cómo sería viajar junto a un rayo de luz. El
señor Jobs pasaba tiempo casi todas las tardes caminando alrededor del estudio de su brillante jefe
diseñador Jony Ive y tocando modelos en espuma de los productos que estaban desarrollando.

El genio del señor Jobs no estaba, como incluso sus fanáticos admiten, en la misma órbita cuántica que
Einstein. Así que probablemente es mejor bajarle un poco a la retórica y llamarlo ingenio. Bill Gates es
súper inteligente, pero Steve Jobs era súper ingenioso. La distinción principal, creo, es la habilidad de
aplicar la creatividad y la sensibilidad estética a un reto.

En el mundo de la invención y la innovación, eso significa combinar una apreciación de las humanidades
con una comprensión de la ciencia -conectar el arte a la tecnología, a la poesía a los procesadores-. Esta
era la especialidad del señor Jobs. "De niño, siempre me pensé como alguien de las humanidades, pero
me gustaba la electrónica", dijo. "Luego leí algo que uno de mis héroes, Edwin Land de Polaroid, dijo
sobre la importancia de la gente que podía pararse en la intersección entre las humanidades y las
ciencias, y decidí que eso era lo que quería hacer."

La habilidad de fusionar creatividad con tecnología depende de la habilidad personal para estar
emocionalmente en sintonía con otros. El señor Jobs podía ser petulante y poco amable al tratar con otra
gente, lo cual llevaba a algunos a pensar que carecía de conciencia emocional básica.

En realidad, era lo contrario. Podía formarse una opinión sobre la gente, entender sus pensamientos
internos, convencerla con halagos, intimidarla, apuntar a sus más profundas vulnerabilidades y deleitarla
a su antojo. Sabía, intuitivamente, cómo crear productos que complacían, interfaces que eran amigables,
y mensajes de mercadeo que eran atractivos.

En los anales de la ingeniosidad, nuevas ideas son solo parte de la ecuación. El genio requiere de
ejecución. Cuando otros producían computadores cuadrados con interfaces intimidantes que
confrontaban a los usuarios con antipáticos mensajes verdes que decían cosas como "C:\>,", el señor
Jobs vio que había un mercado para una interfaz como un cuarto de juegos soleado. De ahí el Macintosh.
Claro, Xerox se inventó la metáfora del ordenador de mesa gráfico, pero el computador personal que
construyó fue un fracaso y no desató la revolución del computador personal. Entre la concepción y la
creación, observó T. S. Eliot, cae una sombra.

En algunas formas, la ingeniosidad del señor Jobs me recuerda a la de Benjamin Franklin, uno de mis
otros sujetos biográficos. Entre los fundadores, Franklin no fue el más profundo pensador -esa distinción
va para Jefferson o Madison o Hamilton-. Pero era ingenioso.

Esto dependía, en parte, de su habilidad para intuir las relaciones entre cosas diferentes. Cuando inventó
la batería, experimentó con ella para producir chispas que él y sus amigos usaron al matar un pavo para
su banquete de final de temporada.

En su diario, registró todas las similitudes entre esas chispas y los rayos durante una tormenta eléctrica,
luego declaró: "Que se haga el experimento". Así, voló una cometa en la lluvia, extrajo la electricidad de
los cielos y terminó inventando el pararrayos. Como el señor Jobs, Franklin disfrutaba el concepto de
creatividad aplicada -tomando ideas ingeniosas y diseños inteligentes y aplicándolos a artefactos útiles-.
China y la India probablemente producirán muchos pensadores analíticos rigurosos y tecnólogos
conocedores. Pero la gente inteligente y educada no siempre engendra innovación. La ventaja de
América, si continúa teniendo una, será que puede producir gente que también es más creativa e
imaginativa, aquellos que saben cómo pararse en la intersección entre las humanidades y las ciencias.
Esa es la fórmula para la verdadera innovación, como lo demostró la carrera de Steve Jobs.

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