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ESO

¿Qué es lo que he perdido? El interés, quizá. El deseo, el ánimo, mis principios


básicos que creía innegables e inamovibles. Se han ido. Apagan las luces y dan la
espalda, no hay más. Se agita una bandera a cuadros. No se trata de un delirio
motivado por alguna eventualidad perniciosa, provocada, a su vez, por rarezas aún
más enigmáticas. No, todo en mí se ha borrado de veras y amenaza con arraigarse
allá, quién sabe dónde, muy lejos. ¿Qué voy a hacer sin eso? Aquellos a los que eso
se les ha escapado de sus cuerpos así como así, ¿qué hacen de ellos mismos? ¿cómo
sobrellevar la misma existencia? Mejor aún: sin eso, ¿cómo confrontar cara a cara a
la muerte, en el más puro final?
Bernardino Muñoz, el tipo al que todos creen que le chifla el moño, el mismo que
afirma haber muerto por más de tres minutos tras un accidente de construcción, dijo
una vez, en una entrevista, que «de principio, se está solo. Pero no una soledad
acompañada, como cuando uno se aplana en las bancas del parque y cierra los ojos,
escuchando el jadeo de la ciudad. Nada de eso. Es una soledad tajante, total,
definitiva, que hiere. A pesar de saberse solo, no se está a salvo. Lo único capaz de
extraer tal vorágine de aislamiento son las ilusiones y ambiciones que aún se tengan
en el otro mundo, en el vivo. Si no se cuenta con eso, puede darse uno por perdido.»
Estoy aterrado. Eso mío se ubica ahora remotamente lejano. Allá, allí, acullá, en
todas partes, pero fuera de mi alcance. Sólo queda esperar y confiar a que eso sea
más rápido que la muerte. Aunque, planteándolo bien… No, habrá que esperar.

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