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LAS CIUDADES DESCONOCIDAS

I parte
El estado de los ojos grises
Si bien nos conocíamos desde hace ocho años nuestras miradas aun eran
inquietas, con inquietas me refiero a orgullosas, a una timidez casi arrogante.
Definitivamente no era mi alma gemela, aunque la verdad ¿creó en almas
gemelas? no, no puedo hacerlo, ya sé que es un atentado al romanticismo pero
es más creer y creer en lo absurdo. El paisaje que nos rodeaba era un infinito
bosquejo de materia colorida, un puente separaba nuestras casas y un bosque
de arrayanes, notros, colihues y tineo se alimentaba de la tierra que pisábamos
juntos. Nuestras palabras eran pocas, siempre fueron así. Incluso cuando todo
se podía contar, callábamos. Y la verdad que era triste como si mi lengua
esperara el momento indicado, pero este nunca llegaba, entonces, ¿nunca hubo
momentos indicados? Tal vez muchos, pero definitivamente nosotros no
éramos indicados juntos. Así que caminábamos en silencio y no indicados el
uno al otro, sonreíamos en ocasiones, por ejemplo, cuando nuestras miradas se
cruzaban torpes o cuando alguno inmortalizaba un momento del pasado.
Recuerdo cruzar muchas veces el puente solo para llegar al portón de su casa y
regresar, volvía con rabia y pisaba la madera del puente fuertemente
imaginándome en su mesa contando lo que quería o lo que había pasado.
Nunca advertí de mis sentimientos, lo que bien sabia era que necesitaba un
amigo y la verdad que siempre estaba sola. Les juro que no sabía como
hacerlos, mucho menos conjurar palabras a mi favor. Lo único que mantenía
en calma mi mente era disfrutar las caminatas sobre las hojas mojadas en el
invierno.
Mis pasos caían despacio al suelo, luego sentaba y dibujaba las hojas
anaranjadas en un papel blanco. Muchas veces pensé en darle mis dibujos,
pero me veía corriendo después de eso calle abajo de pura vergüenza, pero eso
fue hace años, años atesorados en mis hojas con borrones. Aun así, los
hoyuelos de su cara dibujan fácilmente ¿será por qué sigo sola? Es una
probabilidad. Mi nombre es Mariana y vivo en una ciudad desconocida, nadie
puede entrar, tampoco verla. Solo los que estamos adentro de ella. Agustín se
fue hace seis años, Agustín era mi mejor amigo, claro, si se puede llamar así a
un joven que camina contigo todos los días del colegio a la casa sin decir
palabras. Agustín era moreno, de pelo negro, tenía hoyuelos y usaba ropa
oscura. Él a diferencia de mi tenía amigos, muchos amigos los cuales todos se
mantenían en la ciudad desconocida, muchas veces he intentado ir donde
alguno y preguntar por él, aunque después arrepiento y desclavo las
ocurrencias.
El otro día fui donde Juanco amigo de Agustín que tiene un pequeño almacén.
Al entrar ya estaba con cara sonrosada, como si predijera las burlas de un
joven que no conocía ante mi tonta pregunta. Caminé por los tres pasillos
tomando con indecisión una bolsa de papas fritas y al pagar quedé mirando mi
objetivo por un extenso rato en el cual mi sudor corroía mi cuerpo bajo mis
anchas ropas. Hasta que chispeo los dedos frente a mis ojos, todo termino en
ese instante, sonrojé completa e intensamente y corrí sin pagar las papas. Lo
peor que cuando di cuenta a mis acciones llevaba la bolsa de papas conmigo,
definitivamente fue la comida más culpable de mi vida, comí camino a casa.
Fue así como no supe de Agustín.
Vivo en una casa sola y alejada de la ciudad. Es una casa negra, los marcos de
las ventanas están pintadas purpuras, es de tejas y tiene un banco viejo.
Muchos van y le sacan fotos, como si tuviera una especie de atractivo, yo la
veo y parece normal, pero ya ven que la normalidad no es para todos lo
mismo. Para Agustín mi casa era poderosa, eso dijo una vez.
-Tu casa es como si tuviera poder sobre la naturaleza que la rodea-
Desde ese día estuve de acuerdo y me parecía menos normal, aunque por
dentro no era así, mi mamá se encontraba postrada hace años, papá trabajaba
todo el día, era pescador y tenía un bote que llamaba “Lago de otros”. Era hija
única, sin embargo, a veces soñaba que mis hermanos corrían por las
escaleras, hasta llegaba a sentir esos pequeños pasitos pasando por mi lado,
sacudía mi cabeza en desaprobación a mi imaginación.
Aun después que fallecieran mis padres seguía sintiendo aquellas presencias
creadas por mí, incluso tornaron como una escena real. Sobre todo, por las
tardes cuando llegaba de mis paseos de horas por el bosque. Preguntaran ¿Qué
hago? Pues muy poco, mis padres de buena situación económica me dejaron
todo, claro soy la única hija, no tenían opción, aunque tampoco creo que
estuvieran en contra, si a veces preguntaban qué haría, me quedaba en
silencio, pensando ¿Qué hare? Les juro que lloraba, hoy igual es así ¿qué
hare? Ojalá fuera como mis hermanos imaginarios, jugaría todo el día sin
preocupaciones ¿o preocuparan que yo no los imagine más? Puede que hasta
ellos tengan preguntas inquietantes.

Historia:
Una ciudad desconocida, mujer le escribe a su enamorado que está en una
cárcel de otra ciudad. están en un momento de guerra entonces ella tiene que
correr todas las tardes al bunker de la ciudad desconocida. Ahí conoce a Ale,
un adolescente soñador que se enamora de ella. Después de saber que su
enamorado esta muerto, decide levantar un batallón femenino de resistencia
para poder salir de la ciudad desconocida. Cuando lo logran se da cuenta que
su enamorado está vivo y que tiene una familia.

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