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Sesión 6
BARRY LYNDON-SINOPSIS
https://www.el-parnasillo.com/barrylyndon.htm
Stanley Kubrick-1975
Enero 20 de 2022
Villa Feijoa, Bogota
Barry Lyndon, crítica de la película de Stanley Kubrick: resumen,
sinopsis y reparto completo
En el mundo del cine, cuando se piensa en aquellos proyectos acariciados durante largo
tiempo que nunca llegaron a tomar cuerpo de película, se hace obligado detenerse en
‘Napoleón’, la que tenía visos de convertirse en la opera magna de Stanley Kubrick.
Después del arrollador éxito obtenido a todos los niveles con ‘2001: Una odisea del
espacio’, título que le catapultó a la categoría de genio, el visionario cineasta neoyorquino
se planteó un tour de force sólo apto para mentes ambiciosas y atrevidas: llevar al cine la
vida de Napoleón Bonaparte, amo y señor de Europa durante los quince primeros años del
siglo XIX. Kubrick siempre había sido un acérrimo admirador del estratega corso, cuya
personalidad tanto se parecía a la suya. Su devoción por él llegaba al extremo de reproducir
algunas de sus costumbres, como comer el postre en mitad de los platos. Dentro de sus
respectivos campos, ambos destacaron por un ansia desmedida de poder y por un control
absoluto de todas y cada una de las facetas de las actividades que emprendían. Asimismo,
compartían una visión antropocéntrica y pesimista del mundo, una avidez insaciable de
información y un carácter netamente competitivo que les granjeó tanta envidia como
animadversión entre sus coetáneos. Aun habiendo nacido en diferentes épocas, ambos
fueron hijos del Siglo de las Luces y del Despotismo Ilustrado. Por si esto fuera poco, a los
dos les encantaba el ajedrez, juego en el que alcanzaron la distinción de maestros, y del que
han quedado para la posteridad partidas inolvidables como aquélla que enfrentó al
Emperador con el Turco, un autómata diseñado por el ingeniero húngaro Wolfgang von
Kempelen bajo cuya maquinaria se escondía el célebre campeón austriaco Johann Allgaier.
En aquella mítica exhibición celebrada en 1809 en el palacio de Schönbrunn, se cuenta que,
al ser derrotado tres veces consecutivas, un iracundo Napoleón arrojó el tablero al suelo de
un manotazo. Que los ganadores natos no
saben perder es un hecho demostrado.
‘Barry Lyndon’, título que finalmente adoptó la película, narra el ascenso y la caída de
un joven irlandés de origen humilde, durante cuyas andanzas vemos cómo renuncia al
espíritu romántico e idealista de sus años de juventud en pro del cinismo despiadado del
adulto que quiere medrar en sociedad aun a costa de perder sus valores en el intento. La
película está dividida en dos capítulos con epígrafes harto significativos: “De cómo
Redmond Barry adquirió el renombre y título de Barry Lyndon” y “Donde se narran los
infortunios y desastres que acaecieron a Barry Lyndon”. Además hay un intermedio y
un epílogo, donde se lee: “Fue durante el reinado de Jorge III que los personajes
mencionados vivieron y altercaron. Buenos o malos, hermosos o feos, ricos o pobres,
todos son ahora iguales”. Este rótulo final se apresta al lenguaje del cine mudo, con el
que, como explicaré más adelante, ‘Barry Lyndon’ tiene un lazo de parentesco. También es
un epitafio que refleja la visión pesimista y desencantada que Kubrick tenía de la condición
humana, aunque la posdata fuera extraída de la novela. Quizás el detalle más revelador
sobre su inconsolable pesimismo fuera la carroza tirada por ovejas en la que Bryan salta y
juega durante la celebración de su octavo cumpleaños, y que días más tarde transporta su
cuerpo rígido y yerto durante su sepelio. Con esto nos da a entender lo poco que separa la
alegría del llanto, la vida de la muerte, el brocado de la mortaja.
Varias son las diferencias que presenta la
película con relación a la novela. El cambio más
visible que introdujo el director de ‘Senderos de
gloria’ fue la sustitución de la primera persona
en que está narrado el libro por la tercera. Esto
obedecía a que en el cine es difícil contar
hechos reales deformados por la subjetividad
del protagonista sin caer en la comedia, algo
que quería evitar a toda costa. A tal fin recurrió a un narrador extradiegético y omnisciente
que se compadece de los personajes con un acento marcadamente socarrón, y que muestra
las pequeñas ruindades de todos los seres que desfilan como en una mascarada por ese
vasto tableau vivant que es ‘Barry Lyndon’.
La voz neutra, desprovista de todo conato de sentimentalismo hacia los personajes que
deambulan por la historia, consigue que el espectador se distancie, si bien es ineluctable
establecer un lazo de simpatía con el protagonista, tanto por su ingenuidad inicial como por
su flaqueza posterior. Es el mismo mecanismo de identificación-distanciamiento que ya
empleó el director en ‘La naranja mecánica’ con Alex De Large, víctima y verdugo de sus
propias fechorías. En la copia estrenada en España la voz del narrador era la de José Luis
López Vázquez, el actor de doblaje elegido por Carlos Saura a petición del mismo Kubrick,
que, como bien es sabido, controlaba detalles en principio irrelevantes como el doblaje y la
exhibición de sus películas.
Puede que al decir esto pensara en ‘Tom Jones’, la adaptación de la novela homónima
de Henry Fielding filmada en 1963 por la punta de lanza del free cinema, Tony Richardson,
una película tan galardonada como sobrevalorada.
Puesto que en el cine no se usaban objetivos lo bastante sensibles como para rodar en
estas condiciones de escasa iluminación, pidió a la NASA una lente Zeiss 50mm, F0.7, que
había sobrado de un partida destinada al Programa Apolo. La buena relación que mantenía
el cineasta del Bronx con la Agencia Espacial es de sobra conocida; tanto que hay quien
especula que si la llegada del hombre a la Luna fue un montaje, Kubrick fue su autor. Sin
embargo, esta hipótesis parece poco probable teniendo en cuenta lo meticuloso que era y lo
inexplicable que en tal caso resultarían gazapos como el de la bandera que se ondea y las
sombras proyectadas sobre el suelo selenita. Sea como fuere, este objetivo Zeiss de gran
apertura del diafragma lo acopló a la cámara Mitchell que había adquirido durante el rodaje
de ‘La naranja mecánica’, tardando tres meses en ponerla a punto. Aun así, la espera
mereció la pena y el resultado fue de una belleza incomparable: la luz natural envolvía a los
personajes en un halo celestial, muy parecido al que consiguió Murnau en ‘Fausto’. La
contrapartida de esta lente era que reducía la profundidad de campo, motivo por el cual los
actores estaban limitados en sus movimientos. No obstante, este hieratismo, que podría ser
una rémora en cualquier otra circunstancia, tuvo el efecto benéfico e inesperado de
acrecentar la sensación de indolencia y hastío que el director quería reflejar. Para las
escenas de día y los exteriores usó la Arriflex,
su cámara de toda la vida.
Aunque en ‘Barry Lyndon’ el zoom cobró una importancia inusitada, Kubrick ya lo había
usado antes, también con excelentes
resultados, en ‘La naranja mecánica’.
No obstante, las influencias pictóricas de ‘Barry Lyndon’ van mucho más lejos. Se puede
citar a sir Joshua Reynolds, con retratos como el de ‘Miss Elizabeth Ingram’; Joseph Wright
of Derby, un apasionado de los efectos luminosos que luego recogería la cámara de
Kubrick; Antoine Watteau, por la elegancia de sus pinceladas; Stubbs, por el vestuario de
caza; Chadowiecki, pintor polaco por el que tanto Kubrick como Kem Adam (el director
artístico) tenían predilección; Hogarth; y muchos otros. Asimismo, para la iluminación de los
planos interiores se basó en los cuadros barrocos de los maestros holandeses: Jan Vermeer
para la luz y Rembrandt para el claroscuro.
Que Lady Lyndon se enamore de la persona equivocada también tiene que ver con
el fatum que atraviesa toda la historia. Ella, como muchas otras mujeres, se siente
embelesada por un hombre al que sabe dominante y egoísta, en el error de que puede
hacer que aflore en él toda su sensibilidad. El narrador no tarda en señalarnos, cuando aún
tañen las campanas del desposorio, el cruel destino que le aguarda: “Estaría destinada a
ocupar un lugar en la vida de Barry no mucho más importante que los elegantes
tapices y cuadros que serían el telón de fondo de su existencia”. Por si no quedaba
suficientemente claro, acto seguido Barry le echa una bocanada de humo en la cara cuando
ella hace gestos de que le molesta que fume en
pipa dentro de la calesa.
El tercer tema musical que copa buena parte de la atención es la exquisita canción
tradicional irlandesa ‘Women of Ireland’, interpretada por The Chieftains. Esta nostálgica
melodía se imbrica en el corazón de Redmond cuando aún es joven e inexperto. Se puede
oír durante su iniciación en el amor de la mano de su prima Nora, que se divierte con su
ingenuidad cuando le hace buscar la prenda que se ha escondido en el escote, así como
durante su breve idilio con la campesina alemana, Lischen. A partir de ese momento no
vuelve a sonar, dando a entender que el candor ha abandonado su alma para no volver. El
arpa y la flauta tocadas por Sean O’Riada y Paddy Moloney hacen de esta melodía una
delicia para el oído. Asimismo, la primera parte de la película es fecunda en otras canciones
tradicionales irlandesas como ‘Tin Whistles’, ‘The Sea-Maiden’ o ‘Pipper’s Maggot Jig’.
Además de las citadas piezas, en ‘Barry Lyndon’ se engarzan otros valiosos diamantes.
La música de cámara está presente con el ‘Concierto para violonchelo’ de Vivaldi y el adagio
del ‘Concierto para dos claves y orquesta’ de Bach, que, aunque habían sido creadas antes
de la época en que se desarrollada la película, es difícil que fueran interpretadas en las
Cortes de Europa. Esta última partitura se ejecuta en el propio filme en una sublime
secuencia en la que la cámara, mediante una suave panorámica, va mostrando a los
componentes de la orquesta, a Lady Lyndon tocando el piano y al reverendo Runt de pie
haciendo sonar la flauta.
El papel de Redmond Barry recayó en Ryan O’Neal después de que Robert Redford lo
rechazara. O’Neal era en aquellos años uno de los galanes más solicitados de Hollywood
merced a su participación en ‘Love Story’, drama lacrimógeno dirigido por Arthur Hill en
1970, cuya cantinela en forma de álbum de fotos musical nos persigue a muchos desde la
comunión. Se rumoreó que la preferencia de Kubrick era Malcolm McDowell, con quien ya
había trabajado en ‘La naranja mecánica’, pero que los ejecutivos de la Warner se lo
impusieron a causa de su tirón comercial, especialmente entre el público femenino. Aun
cuando se alzaron muchas voces en contra de su interpretación, lo cierto es que O’Neal está
soberbio tanto en su faceta de mozalbete tierno y apasionado como de aristócrata bon
vivant. Era difícil encontrar un actor que pudiera evocar esa inocencia de los primeros años,
y Ryan O’Neal, aun teniendo más edad de la requerida, consiguió transmitirla.
Es curioso observar cómo su personaje, el arribista Redmond Barry, a pesar de atesorar
numerosos defectos, cae, con todo, más simpático que los oponentes que se cruzan en su
camino. Incluso cuando se entrega a una vida disipada orientada a la obtención de un título
nobiliario, aún conserva sentimientos elevados como el amor que profesa a su hijo Bryan, al
que quiere más que a su propia vida. No es casual que los rasgos físicos de sus
adversarios, como contraposición a su armónica apostura, fueran asimétricos y casi se
podría decir que hasta ridículos.
Lord Bullindgon, por su parte, a pesar de que padece en sus propias carnes los castigos
de Barry, al crecer se transforma en un ser vengativo y rencoroso, además de pusilánime.
Cuando yerra el disparo en el duelo trata de repetirlo aduciendo que la pistola estaba
defectuosa. Luego vomita de puro terror a ser alcanzado por una bala. No se da por
satisfecho cuando Barry dispara al suelo y le perdona la vida, sino que, antes al contrario, lo
siente como un nuevo agravio. Al impactar sobre su padrastro, la alegría se desborda sobre
su faz en una mueca cruel a la par que infame. Barry, por el contrario, le ofrece su cuerpo de
perfil para que haga puntería con gran temple, quizá conociendo el destino que le espera.
Al madurar, Lord Bullingdon pierde la nobleza y la valentía que tenía durante su niñez,
aunque aún guarda un arresto de orgullo que le impele a exigir satisfacción a su odiado
padrastro. De niño sentía un amor incondicional por Lady Lyndon, y fruto de él es esa tierna
secuencia del paseo por el campo en que, a través de un plano detalle, vemos cómo coge y
aprieta la mano de su madre al presenciar ésta la infidelidad de su marido con una de sus
criadas.
Leon Vitali se metió en la piel de Lord Bullingdon, cuando ya está crecidito. Durante el
rodaje trabó una gran amistad con Kubrick, hecho que le valió el puesto de asistente de
producción en sus posteriores filmes. Prefirió abandonar su apenas estrenada carrera de
actor por trabajar detrás de las cámaras a las órdenes de un cineasta irrepetible.
La prima de Redmond, Nora Brady, es Gay Hamilton, una actriz que dos años más tarde
haría un pequeño papel en ‘Los duelistas’, de Ridley Scott, película que tanto debe a ‘Barry
Lyndon’.
Una mención especial merece el actor Hardy Kruger por su sobria interpretación del
capitán Potzdorf, el oficial del Ejército Prusiano que obliga a Redmond a alistarse en sus
filas bajo la amenaza de ser encarcelado por desertor. Ese momento marca un punto de
inflexión en la vida del gallardo irlandés, pues es
allí, entre rufianes y maleantes con la espalda
curtida a golpe de baqueta, pero vestidos con
uniforme militar, donde adquiere los malos
hábitos que luego habrían de propiciar su ruina.
Kubrick tenía la costumbre de trabajar sin un guion cerrado, por lo que su principal
referencia la constituía la propia novela. Este método, que tenía la virtud de proporcionar un
gran margen de improvisación a los actores –aunque luego les hiciera repetir cincuenta
veces la misma toma–, contaba, sin embargo, con el inconveniente de retrasar ad
infinitum el rodaje. Gracias a su sólido prestigio, el contrato firmado con la Warner le
daba carte blanche para organizar su plan de trabajo, pero el rodaje se demoró tanto –
hicieron falta 300 días, lo que la convirtió en el rodaje más largo de la Historia del Cine– que
los productores llegaron a temer por el resultado. Para convencerles de que era una buena
inversión, Kubrick les prometió que cuando ‘Barry Lyndon’ ganase el Oscar “se haría tan
famosa que saldría por el tejado”. Sin embargo, sus predicciones no se cumplieron, y se
tuvo que conformar con la estatuilla en las categorías menores de Mejor Fotografía, Mejor
Dirección Artística/Decorados, Mejor Diseño de Vestuario y Mejor Banda Sonora (adaptada).
En aquella edición, el Oscar a la Mejor Película se lo llevó Milos Forman con ‘Alguien voló
sobre el nido del cuco’.
Concluyo este artículo con el convencimiento de que ‘Barry Lyndon’ es, no ya sólo
el punctum saliens de la filmografía de su director, sino también la película más bella en la
corta historia de este noble arte. Después de todo, como dijo Kubrick al hilo del estreno: