Está en la página 1de 5

¿Solidaricracia o meritocracia?

Actualmente es de sentido común pensar que si cada uno hace lo que tiene que hacer,
si cada uno cumple su función cada vez con mayor experticia dentro de una
organización minuciosamente estratificada se está colaborando al progreso, en
primera medida, de uno mismos y de la organización en la que se está, y luego el del
conjunto de la sociedad. Sin duda que esto ha traído una optimización en el
rendimiento empresarial, por ejemplo, maximizando las ganancias y la producción.
Pero cabe la pregunta de si esta manera de pensar y de operar debe ser válida
universalmente, ¿qué tipo de mundo estamos construyendo; es decir, no es ese un
mundo aristocrático, meritocrático, para las elites, exclusivo, un mundo para pocos?
¿No es ese un mundo darwinista en el que sólo se benefician los más aptos? ¿Y qué
pasa con la declaración de los DD.HH.? ¿Qué pasa con los Objetivos de Desarrollo
Sostenible de Naciones Unidas para el 2030 en los cuales el primer objetivo es el fin
de la pobreza y el segundo es el de hambre cero?

La cuestión, el problema a analizar está en los móviles o motivaciones, los cuales


parecen ser irrenunciables, son sagrados. Antes que todo, antes que cualquier vida
particular está el sistema, y un sistema intrínsecamente injusto, salvaje, egoísta.
Estas motivaciones son: aumentar la producción, para aumentar el consumo, y así
aumentar la rentabilidad, para aumentar la riqueza, para aumentar la inversión… y
ahí volvemos al principio: inversión para aumentar la producción, etc., etc., se cierra
el círculo vicioso, la bola de nieve que no para de crecer y que en algún momento
arrasa y destruye todo. De hecho, está arrasando con el planeta, de ahí el objetivo
número trece de la ONU. No podemos sostener esto por mucho tiempo más sin tener
gravísimas consecuencias. No se puede ya seguir de este modo.

El modelo de desarrollo y crecimiento económico actual está basado en la ambición,


ambición de los que más tienen y de los que menos tienen también, de todos en
mayor o menor medida. El motor de esa ambición es el dinero, la plata, ese papel con
el que si contás con muchos ejemplares tenés muchos derechos, muchos servicios,
mucho confort, mucho de todo. Eso nos atrae, es la carnada que logra hacernos
morder el anzuelo. El colosal aparato publicitario para el consumo nos disuade, nos
convence, nos sugestiona y condiciona para que anhelemos todo lo que el mercado, a
través de la industria, produce.
Existe un extraño mito en el que parece que las cosas no pueden ser de otra manera.
Nos han engañado, y muy bien, los falsos profetas de las actualidad (los economistas)
y sus falsos sacerdotes (los empresarios), que han fundado una magnífica alianza.
Han complejizado de tal manera la disciplina económica que es comparable a aquella
teología escolástica medieval tan intrincada que uno termina por rendirse ante tal
entramado de conceptos oscuros y difíciles de definir. Intimida tanta
indescifrabilidad, y uno comienza a creer que es cierto, que no puede ser de otra
manera el funcionamiento de la economía nacional o mundial.

Pareciera que una distribución justa de las riquezas hiciera peligrar la “estabilidad”
del sistema, corriendo el riesgo de la extinción de la raza humana; o por lo menos
una vuelta a las cavernas, ya que las lógicas y el orden actuales son las sagradas
razones por las que el mundo se mantiene funcionando. Pero, ¿para qué queremos
que funcione de este modo y no de otro? ¿Quién quiere que sea de este modo? ¿A
quién le conviene?.

Homo economicus y homo reciprocans

Detrás del orden vigente parece haber una concepción muy particular de lo que
somos como hombres. Existen aquellos que promueven y sostienen que estamos en
la era del homo economicus, un tipo de humanidad interesada principalmente en la
autocomplacencia, y preocupado únicamente por los resultados. Todas sus formas de
cooperación con los demás son autointerezadas, generando una reciprocidad débil,
por ejemplo el intercambio de mercado, que si bien implican un costo al que lo
realiza, suponen la expectativa de una ganancia que supere la pérdida inicial. Esta
manera de concebir a la humanidad está sostenida por la inmensa mayoría de las
teorías económicas y de mercado dominantes en la actualidad, en el marco de un
mundo hiper competitivo e individualista. Lo vemos en las fuertes campañas
publicitarias de las grandes compañías transnacionales. Sin embargo, nuestro
comportamiento individualista y consumista, para que se mantenga estable, requiere
constantes y millonarias campañas publicitarias. Casi podríamos decir que el ser
humano no nace egoísta, pero puede ser inducido a tal comportamiento con relativa
facilidad.
Por eso, existen algunos que piensan que nuestra naturaleza está más bien inclinada
a comportarse de tal manera, que no sería el término homo economicus el que mejor
nos describe, sino que lo haría de modo más correcto el término homo reciprocans,
al cual le preocupa “el bienestar de los otros, así como los procesos que determinan
los resultados”1. Un ejemplo de los que piensan de esta manera son Bowles y Gistis.
Ellos sostienen que este último modo de ser se habría dado como legado de una
historia humana con cien mil años de solidaridad. A partir de esto, argumentan que
la gente, en realidad, “es más generosa de lo que afirman los textos sobre
economía”2, predominando en cada sujeto, cualidades costosas individualmente pero
favorables socialmente, por ejemplo el altruismo. Citando a Knauft sostienen que:

“en todas las sociedades etnográficamente sencillas que conocemos, la práctica de


compartir las provisiones de un modo cooperativo se encuentra extendida entre los
compañeros, la prole y muchos otros dentro del grupo… La evidencia arqueológica
sugiere que, desde los comienzos del período paleolítico, han existido redes
orientadas a facilitar un amplio acceso a -y una transferencia de- recursos e
información. La fuerte internalización de una ética del compartir es, en muchos
sentidos, el sine qua non de la cultura en estas sociedades”.3

La herencia cien mil años de solidaridad

Agregan que no se trata de un momento aislado de las primeras comunidades


humanas, sino que es una práctica que se sostiene desde hace cien mil años hasta el
surgimiento y extensión de la agricultura, hace alrededor de dos mil año, abarcando
tal vez el 90% del tiempo que llevamos viviendo en este planeta.

Esta experiencia tan extensa en la historia humana ha configurado tanto nuestra


biología como las diversas culturas que han existido, y ha sido transmitida en los
genes y las producciones culturales de distintas épocas.

Estas predisposiciones pueden verse a flor de piel, es decir, de forma evidente, en los
innumerables casos de colaboración asistencial inmediata y casi autoconvocada
(como una especie de acto reflejo social) en los momentos de desastre natural o
1
Gargarella, Ovejero, Razones para el Socialismo, Capítulos 6: ¿Ha pasado de moda la Igualdad? El homo
reciprocans y el futuro de las políticas igualitarias (Bowles y Gintis), Paidós, Barcelona, 2001, p.4.
2
Ídem, p. 5
3
Ídem.
catástrofe que afecta a familias enteras. Esto es un ejemplo de generosidad de la
necesidades básicas que caracteriza al homo reciprocans.

Al homo reciprocans, no solo lo mueve la solidaridad de las necesidades básicas


(seguridad, salud, techo, abrigo, comida, etc.). Otro elemento motivacional
constitutivo es el de la reciprocidad fuerte, entendida como “una propensión a
cooperar y compartir con aquellos que tienen una disposición similar y una
voluntad de castigar a aquellos que violan la cooperación y otras normas sociales,
aún cuando el hecho de compartir y el castigo conlleven costos personales”.4

Las sociedades del futuro, sociedades solidarias

Si queremos tener un futuro próspero para todos y no solo para algunos, deberemos
ir soltando aquella imagen pesimista y negativa de la raza humana, deberemos dejar
de sostener el mito propuesto por Hobbes que sostenía lo siguiente: “Homo homini
lupus (el hombre es un lobo para el hombre)”. Sobre esta afirmación, sin ningún
sustento empírico sólido, se han ido estructurando las teorías políticas y económicas
que dan vigencias al actual modo de vida que se fomenta en este mundo globalizado,
a contrapelo de lo que naturalmente hemos venido siendo la mayor parte del tiempo
de nuestra existencia en este mundo.

Si bien la naturaleza humana no es fija, diversos estudios sociológicos sostienen que


poseemos determinadas predisposiciones morales más acordes al homo reciprocans
que al homo economicus. La permanencia de los principios morales a los que tiende
el homo reciprocans “se debe a que los individuos y los grupos sociales que han
desplegado tales principios morales han prevalecido, mientras que otros que no lo
han hecho han perecido, o han sido asimilados”5.

Esto quiere decir que, si queremos abandonar un mundo que solo premia a los
poderosos y perjudica a los débiles, un mundo en el que “el 1% más rico de la
población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del
planeta”6, afectando al bienestar de miles de millones en beneficio de unos cientos,
deberemos ir abandonando esta forma de vida individualista, de consumo y descarte,
4
Ídem, p. 4
5
Ídem, p. 14
6
https://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/bp210-economy-one-percent-tax-havens-
180116-es_0.pdf
de reciprocidades débiles guiadas por el autointerés egoísta, para ir fomentando una
vida comunitaria, solidaria, que conciba a los demás como un fin en sí mismo y no
como un medio para lograr mis propias metas individuales, construyendo
reciprocidades fuertes que me impulsen a un costo individual con tal de ganar un
beneficio social, descartando un modelo económico deshumanizado que busca solo el
rendimiento para dar lugar a otras propuestas que vienen desarrollándose con
mucho éxito, a paso lento pero firme, como la economía de comunión7

Ver puntos 55 y 56 de Evengelii Gaudium.

7
http://www.edc-online.org/es/quienes-somos/que-es-la-edc.html

También podría gustarte