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Nicolás Copérnico

(Torun, actual Polonia, 1473 - Frauenburg, id., 1543) Astrónomo polaco.


La importancia de Copérnico no se reduce a su condición de primer
formulador de una teoría heliocéntrica coherente: Copérnico fue, ante
todo, el iniciador de la revolución científica que acompañó al Renacimiento
europeo y que, pasando por Galileo, llevaría un siglo después, por obra
de Newton, a la sistematización de la física y a un profundo cambio en las
convicciones filosóficas y religiosas. Con toda justicia, pues, se ha
llamado revolución copernicana a esta ruptura, de tanta trascendencia que
alcanzó más allá del ámbito de la astronomía y la ciencia para marcar un
hito en la historia de las ideas y de la cultura.
Biografía

Nacido en el seno de una rica familia de comerciantes, Nicolás Copérnico


quedó huérfano a los diez años y se hizo cargo de él su tío materno,
canónigo de la catedral de Frauenburg y luego obispo de Warmia. En 1491
Copérnico ingresó en la Universidad de Cracovia, siguiendo las
indicaciones de su tío y tutor. En 1496 pasó a Italia para completar su
formación en Bolonia, donde cursó derecho canónico y recibió la influencia
del humanismo italiano; el estudio de los clásicos, revivido por este
movimiento cultural, resultó más tarde decisivo en la elaboración de la
obra astronómica de Copérnico.

Nicolás Copérnico

No hay constancia, sin embargo, de que por entonces se sintiera


especialmente interesado por la astronomía; de hecho, tras estudiar
medicina en Padua, Nicolás Copérnico se doctoró en derecho canónico por
la Universidad de Ferrara en 1503. Ese mismo año regresó a su país,
donde se le había concedido entre tanto una canonjía por influencia de su
tío, y se incorporó a la corte episcopal de éste en el castillo de Lidzbark,
en calidad de su consejero de confianza.

Fallecido el obispo en 1512, Copérnico fijó su residencia en Frauenburg y


se dedicó a la administración de los bienes del cabildo durante el resto de
sus días; mantuvo siempre el empleo eclesiástico de canónigo, pero sin
recibir las órdenes sagradas. Se interesó por la teoría económica,
ocupándose en particular de la reforma monetaria, tema sobre el que
publicó un tratado en 1528. Practicó asimismo la medicina y cultivó sus
intereses humanistas.

Hacia 1507, Copérnico elaboró su primera exposición de un sistema


astronómico heliocéntrico en el cual la Tierra orbitaba en torno al Sol, en
oposición con el tradicional sistema tolemaico, en el que los movimientos
de todos los cuerpos celestes tenían como centro nuestro planeta. Una
serie limitada de copias manuscritas del esquema circuló entre los
estudiosos de la astronomía, y a raíz de ello Copérnico empezó a ser
considerado como un astrónomo notable; con todo, sus investigaciones
se basaron principalmente en el estudio de los textos y de los datos
establecidos por sus predecesores, ya que apenas superan el medio
centenar las observaciones de que se tiene constancia que realizó a lo
largo de su vida.

En 1513 Copérnico fue invitado a participar en la reforma del calendario


juliano, y en 1533 sus enseñanzas fueron expuestas al papa Clemente
VII por su secretario; en 1536, el cardenal Schönberg escribió a Copérnico
desde Roma urgiéndole a que hiciera públicos sus descubrimientos. Por
entonces Copérnico había ya completado la redacción de su gran
obra, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, un tratado astronómico que
defendía la hipótesis heliocéntrica.
El texto se articulaba de acuerdo con el modelo formal del Almagesto de
Tolomeo, del que conservó la idea tradicional de un universo finito y
esférico, así como el principio de que los movimientos circulares eran los
únicos adecuados a la naturaleza de los cuerpos celestes; pero contenía
una serie de tesis que entraban en contradicción con la antigua concepción
del universo, cuyo centro, para Copérnico, dejaba de ser coincidente con
el de la Tierra, así como tampoco existía, en su sistema, un único centro
común a todos los movimientos celestes.
Consciente de la novedad de sus ideas y temeroso de las críticas que
podían suscitar al hacerse públicas, Copérnico no llegó a dar la obra a la
imprenta. Su publicación se produjo gracias a la intervención de un
astrónomo protestante, Georg Joachim von Lauchen, conocido
como Rheticus, quien visitó a Copérnico de 1539 a 1541 y lo convenció de
la necesidad de imprimir el tratado, de lo cual se ocupó él mismo. La obra
apareció pocas semanas antes del fallecimiento de su autor; iba precedida
de un prefacio anónimo, obra del teólogo protestante y editor Andreas
Osiander, en el que el sistema copernicano se presentaba como una
hipótesis, a título de medida precautoria y en contra de lo que fue el
convencimiento de Copérnico.
La teoría heliocéntrica
El modelo heliocéntrico de Nicolás Copérnico fue una aportación decisiva
a la ciencia del Renacimiento. La concepción geocéntrica del universo,
teorizada por Tolomeo, había imperado durante catorce siglos:
el Almagesto de Tolomeo era un desarrollo detallado y sistemático de los
métodos de la astronomía griega, que establecía un cosmos geocéntrico
con la Luna, el Sol y los planetas fijos en esferas girando alrededor de la
Tierra. Con Copérnico, el Sol se convertía en el centro inmóvil del
universo, y la Tierra quedaba sometida a dos movimientos: el de rotación
sobre sí misma y el de traslación alrededor del Sol. No obstante, el
universo copernicano seguía siendo finito y limitado por la esfera de las
estrellas fijas de la astronomía tradicional.

Ilustración del modelo heliocéntrico en Sobre las revoluciones de los orbes celestes (1543)

Si bien le cabe a Copérnico el mérito de iniciar la obra de destrucción de


la astronomía tolemaica, en realidad su objetivo fue muy limitado y tendía
sólo a una simplificación del sistema tradicional, que había llegado ya a
un estado de insoportable complejidad. En la evolución del sistema
tolemaico, el progreso de las observaciones había hecho necesarios unos
ochenta círculos (epiciclos, excéntricos y ecuantes) para explicar el
movimiento de siete planetas errantes, sin aportar, pese a ello,
previsiones lo suficientemente exactas. Dada esta situación, Copérnico
intuyó que la hipótesis heliocéntrica eliminaría muchas dificultades y haría
más económico el sistema; bastaba con sustituir la Tierra por el Sol como
centro del universo, manteniendo intacto el resto del esquema.

No todo era original en la obra de Copérnico. En la Antigüedad, seguidores


de la escuela de Pitágoras como Aristarco de Samos habían realizado sobre
bases metafísicas una primera formulación heliocéntrica. A lo largo del
siglo XIV, Nicolás de Oresme (1325-1382), Jean Buridan (muerto en 1366)
o Alberto de Sajonia (1316-1390) plantearon la posibilidad de que la
Tierra se moviera. En cualquier caso, Copérnico elaboró por primera vez
un sistema heliocéntrico de forma coherente, aunque su teoría fue menos
el resultado de la observación de datos empíricos que la formulación de
nuevas hipótesis a partir de una cosmovisión previa que tenía un
fundamento metafísico.
Este componente metafísico se manifiesta en al menos tres aspectos. En
primer lugar, Copérnico conectó con la tradición neoplatónica de raíz
pitagórica, tan querida por la escuela de Marsilio Ficino, al otorgar al Sol
una posición inmóvil en el centro del cosmos. Éste era el lugar que
realmente le correspondía por su naturaleza e importancia como fuente
suprema de luz y vida.

En segundo lugar, el movimiento copernicano de planetas se asentaba


sobre un imperativo geométrico. Copérnico seguía pensando que los
planetas, al moverse alrededor del Sol, describían órbitas circulares
uniformes. Este movimiento circular resultaba naturalmente de la
esfericidad de los planetas, pues la forma geométrica más simple y
perfecta era en sí misma causa suficiente para engendrarlo.

Por último, el paradigma metafísico copernicano se basaba en la íntima


convicción de que la verdad ontológica de su sistema expresaba a la
perfección la verdadera armonía del universo. Es notable que Copérnico
justificase su revolucionario heliocentrismo con la necesidad de
salvaguardar la perfección divina (y la belleza) del movimiento de los
astros. Por ningún otro camino, afirmó, "he podido encontrar una simetría
tan admirable, una unión armoniosa entre los cuerpos celestes". En el
centro del cosmos, en el exacto punto medio de las esferas cristalinas
(cuya existencia jamás puso en duda Copérnico), debe encontrarse
necesariamente el Sol, porque él es la lucerna mundi, la fuente de luz que
gobierna e ilumina a toda la gran familia de los astros. Y así como una
lámpara debe colocarse en el centro de una habitación, "en este
espléndido templo, el universo, no se podría haber colocado esa lámpara
[el Sol] en un punto mejor ni mas indicado".
La revolución copernicana
Después de Copérnico, el danés Tycho Brahe (1546-1601) propuso una
tercera vía que combinaba los sistemas de Tolomeo y Copérnico: hizo girar
los planetas alrededor del Sol y éste alrededor de la Tierra, con lo que
ésta seguía ocupando el centro del universo. Aunque Brahe no adoptó una
cosmología heliocéntrica, legó sus datos observacionales a Johannes
Kepler (1571-1630), un astrónomo alemán entregado por entero a la
creencia de que el sistema cosmológico copernicano revelaba la
simplicidad y armonía del universo.
Kepler, que expuso sus teorías en su libro La nueva astronomía (1609),
concebía la estructura y las relaciones de las órbitas planetarias en
términos de relaciones matemáticas y armonías musicales. Asimismo,
calculó que el movimiento planetario no era circular sino elíptico, y que su
velocidad variaba en relación con su proximidad al Sol.
Paralelamente, las observaciones telescópicas de Galileo (1564-1642)
conducían al descubrimiento de las fases de Venus, que confirmaban que
este planeta giraba alrededor del sol; la defensa del sistema copernicano
llevaría a Galileo ante el Santo Oficio. Y antes de terminar el siglo, Isaac
Newton (1642-1727) publicaba los Principios matemáticos de la filosofía
natural (1687), con sus tres «axiomas o leyes del movimiento» (las Leyes de
Newton) y la ley de la gravitación universal: el heliocentrismo copernicano
había llevado a la fundación de la física clásica, que daba cumplida
explicación de los fenómenos terrestres y celestes.

Pero la importancia de la aportación de Copérnico no se agota en una


contribución más o menos acertada a la ciencia astronómica. La estructura
del cosmos propuesta por Copérnico, al homologar la Tierra con el resto
de los planetas en movimiento alrededor del Sol, chocaba frontalmente
con los postulados escolásticos y filosóficos de la época, que defendían la
tradicional oposición entre un mundo celeste inmutable y un mundo
sublunar sujeto al cambio y al movimiento. De este modo, las tesis de
Copérnico fueron el primer paso en la secularización progresiva de las
concepciones renacentistas, que empezaron a buscar una interpretación
natural y racional de las relaciones entre el universo, la Tierra y el hombre.
Se abría la primera brecha entre ciencia y magia, astronomía y astrología,
matemática y mística de los números.

Las profundas implicaciones del nuevo sistema alcanzaban así a la


metodología científica en su conjunto, y también a la mentalidad y a las
convicciones religiosas y filosóficas de toda una época. Tal y como lo
resume el moderno historiador de la ciencia Thomas Kuhn (La revolución
copernicana, 1957), al final de este proceso, los hombres, "convencidos de
que su residencia terrestre no era más que un planeta girando ciegamente
alrededor de una entre miles de millones de estrellas, valoraban su
posición en el esquema cósmico de manera muy diferente a la de sus
predecesores, quienes en cambio consideraban a la Tierra como el único
centro focal de la creación divina". De ahí que, cinco siglos después, la
lengua siga reteniendo la expresión giro copernicano para designar un
cambio de magnitudes drásticas en una situación o modo de pensar.

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