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Hace poco llegamos a este extraño lugar.

Perdí la cuenta de los días que duramos en marcha, lo


que sí tengo claro, es que nunca cambiamos de rumbo y el tren siempre se dirigió hacia el sur.

Mi padre murió hace unos pocos días calculo yo. El vagón era extremadamente pequeño y
veníamos con demasiadas incomodidades, el pobre no aguantó y murió de súbito. Pudo ser
hambre, sed o locura, el punto es que su corazón se detuvo y el nuestro se quebró. Tuvimos que
viajar el resto del tiempo viéndolo descomponerse. Solo al llegar a nuestro destino, esos guardias
lo arrojaron a una pila de cadáveres nauseabundos que comenzaba a hacerse voluminosa.

Mi madre y mi hermana pequeña fueron llevadas a las duchas, quise acompañarlas, pero un
guardia prácticamente halándome del cabello me arrojó a la parte trasera de un rústico camión
con otras chicas. Por el aspecto nacarado del cielo, son aproximadamente las 4 de la tarde.

Espero verlas pronto.

-Bueno perras judías, verán lo misericordiosos que somos, incluso podemos darle un uso digno a
basura tan deshonrosa como ustedes. ¡Bajen y formen al frente! - Exclamó uno de los guardias
apenas el pequeño y camión que nos llevaba llegó al punto fijado.

Yo no sentí miedo, a decir verdad, cuando vi los claros ojos de mi padre mientras la vida
abandonaba su maltratado cuerpo, sentí que por designio divino mi propia vida se iba con él. Sí,
luego de eso lloré y aún me mantengo preocupada por mi madre y mi hermana, pero han de ser
cosas inevitables de los instintos y las emociones más primarias, de verdad ya no me hallo capaz
de pensar o procesar sensaciones.

Formamos frente a unos edificios que tenían un aspecto sombrío, parecían dormitorios y a la vez
calabozos. Eran demasiado horribles y nunca había visto nada parecido, el terror que me producía
mirarlos podía interpretarse de un modo premonitorio, una advertencia al horror que tal vez
vendría.

Yo no pertenezco a ninguna clase burguesa ni algo parecido, sin embargo, siempre tuve la fortuna
de suplir mis necesidades básicas de forma decente, digna y constante. Dormía en una cama
elaborada con la más tradicional madera de abeto polaco y mis sábanas y franelas eran delicadas y
acariciaban mi cuerpo mientras dormía de tal modo, que sentía el abrazo infinito de una blanca
nube primaveral. El desayuno era una bendición matinal diaria, tostadas o pan de centeno,
huevos, algunas veces jamón que nos traía mi tío Edward y el dulce kawa. Almorzar era otra
maravillosa bendición que solo podía compararse con la grata cena, algo tan típico pero que hasta
hoy, no glorificaba en mis visiones y recuerdos ya que, sin certeza alguna, presentía que jamás
disfrutaría eso de nuevo.

Un soldado alemán nos escupía e insultaba mientras sus compañeros aplaudían sus vilezas.

-¿Por qué no las enviaron a las duchas con los demás? Ya se ven famélicas, no creo que nos sean
útiles en ningún sentido, o por lo menos estando sobrios. -Exclamó el soldado mientras él y sus
compañeros estallaban en carcajadas.

Conmigo en el camión venían alrededor de 20 señoritas, pero llegaron en total 8 camiones más y
formaron a sus ocupantes detrás de nosotras. Somos mayormente mujeres, por ende, el miedo y
la incertidumbre de lo que pueda ocurrir con nosotras es inconmensurable.
Llegó una camioneta con varios soldados, se estacionó y posando sus pies con firmeza sobre la gris
tierra del lugar descendió un oficial con un uniforme vistoso, elegante y limpio.

Dio un par de pasos y se situó sobre una pequeña tarima.

-Soy el capitán de las SS Klaus Hoffman y… -interrumpió de súbito su presentación y nos gritó
enardecido. –¡No se atrevan a mirarme a los ojos maldita escoria! -Y posterior a ello le disparó en
la frente a una chica que estaba en la tercera columna, segunda fila, a menos de dos metros de
distancia de mí.

Un pánico silencioso nos invadió a todos, ver frente a frente un paseo impúdico de la muerte que
de seguro no sería el primero me hizo revivir algo de las emociones que perdí al ver morir a mi
padre. Cuestiono el proceder del destino ¿revivir las emociones para luego acribillarlas peor?

Sin embargo, sentí algo no que puedo acreditarle con certeza al miedo o a la locura aún. Lo poco
que alcancé a ver en la briosa mirada del capitán Hoffman me provocó una sensación que solo
pudo compararse con la que tuve luego de escuchar su voz retumbar como un trueno. Me sentí
encendida como si el fuego de Prometeo me estuviera consumiendo. Una vivacidad frenética llenó
mi pecho y sentía como miles de enredaderas crecían en mi interior tratando de salir por donde
fuera. No entiendo si se trata de una peligrosa mezcla entre adrenalina y dopamina, solo puedo
asegurar que no es comparable con nada que haya sentido en esta tierra.

El capitán continuó su presentación luego de asegurarse de haber sembrado el terror más abyecto
en los corazones de sus miserables oyentes.

-Como les estaba diciendo, soy el capitán Klaus Hoffman, vengo de Dachau y tengo la honorable
tarea de replicar acá los resultados de nuestra excelentísima doctrina allá. En pocas palabras,
vengo con el único propósito de enseñarle a estos gloriosos hijos de Alemania a tratar con ratas
como ustedes y sus familias. Ustedes, sin embargo, están acá porque su miserable existencia aún
puede reflejar un destello de suerte. Se encargarán de trabajos especiales para los cuales, sus
penosas humanidades pueden prestar un insignificante apoyo.

Dijo más cosas y profirió más insultos contra nosotros, pero siendo honesta, no presté atención a
nada. Me encontraba absorta en mis pensamientos. A medida que la explosión química en mi
interior iba aplacándose un poco, veía claramente el efecto de la misma como si se tratase del
resultado de la explosión de una estrella. Me sentía brutalmente atraída por el capitán Hoffman.

-Cabo Höme, lleve a estas cucarachas a las duchas reales, asegúrese de que se bañen y se pongan
los uniformes designados. Conduzca a la mitad con el teniente Hercsh en la zona administrativa
para que limpien todo, bien sea con su lengua o con su vida y lleve a los demás parásitos a las
bodegas del ala A cerca de Birkenau. Allá yo personalmente les otorgaré el honor de recibir sus
tareas directamente de mi voluntad.

-De inmediato capitán.

Por suerte para mí, formé parte de la primera mitad de desdichados; la que se dirigía a un destino
en apariencia menos horroroso que el otro. La zona administrativa no parece algo tan sucio e
incierto como las bodegas cerca de Birkenau. Sin embargo, dicha suerte poseía las dos caras de la
moneda ya que me encontraba en una encrucijada que, en mi contexto, era estúpida y
masoquista. El primer polo fue sentir la pesadumbre de saber que a donde me dirigía, no podría
contemplar el temple seductor e inquietante del capitán Hoffman ni ver el destello diamantino de
sus ojos grises. El segundo era el juicio al que yo misma me estaba sometiendo. ¿Cómo era posible
el permitirme despertar emociones de esa índole por quien se comportaba como un monstruo?
Sencillamente era absolutamente factible adjudicar esta conducta a mi instinto. El indomable
instinto que no pocas veces ignora a la razón, ese infame que en su salvajismo rebaja a quien lo
escucha a la condición de un animal. Por eso sabía que era amor, ambos hacen lo mismo. El
instinto y el amor copulan cada noche desde el inicio de los días.

Mientras mi mente se debatía sola, yo aproveché la confusión del momento y me colé en el grupo
que se sometería al capitán Hoffman. Lo que más deseaba era justamente eso.

Recorrimos a paso ligero en medio de insultos y golpes alrededor de 1 kilómetro hacia el este. En
el camino, una chica de unos 26 años aproximadamente quien tenía una leve cojera en su pie
izquierdo, tropezó y cayó al suelo. Al instante, un guardia gritó -¡Vamos!, sabemos bien que son
una raza inferior, pero no poder siquiera recorrer tan corta distancia, te hace inferior entre los
inferiores.

Luego de tan terrible frase, sacó su pistola y le disparó en la cabeza mientras ella seguía en el frío
suelo. ¿En qué momento había llegado yo a este cruel infierno donde algo tan preciado como la
vida era insignificante? Nadie volteó su mirada debido a que los guardias amenazaron con
matarnos si alguien lo hacía. Yo era una presa indefensa del pánico, la tristeza y el dolor. En medio
de esa pavorosa marcha fue inevitable para mí contener las lágrimas. Estaba aterrorizada pero
más que eso consternada. ¿Qué había hecho yo para merecer tan punitivo destino?, ¿qué clase de
crimen atroz cometieron mis compañeros recién conocidos en este breve, pero crudo cautiverio?

Al ver que de mis cansados ojos no dejaban de brotar las lágrimas, los guardias empezaron a
burlarse de mí suplicio y me arrojaron piedras y cuanto objeto encontraban, pero eso sí, la marcha
forzada no debía detenerse. En medio de lo desorientada, asustada y extenuada que estaba, no
podía permitirme el más mínimo tropiezo ya que algo tan simple como eso podría costarme la vida
en un suspiro tan fugaz como la mera existencia humana.

En medio de esa tortura psicológica, llegamos a la bodega del ala A donde ya nos esperaba el
capitán Hoffman. De modo injustificable, me reconfortó ver la silueta del capitán iluminada por los
tenues rayos del sol de poniente. Empezaba a identificar algo enfermizo en mi conducta que poco
a poco me arrebataba el raciocinio.

Justo en ese momento, ocurrió algo de forma intempestiva que me hizo sentir el viento frío con
mayor tacto sobre mi piel y generó una chispa en mi pecho. De algún modo, en medio de lo
aparentemente adusto que pudo ser, significó para mí rozar la frontera entre el temor y la
emoción en virtud de la pasión y el más acalorado episodio premonitorio de amor. El mismo amor
que me atrevía a mencionar sin comprenderlo porque no era más que una chica imprudente de
impulsos danzantes en medio de la muerte.

Con la voz imperiosa que caracteriza a los alemanes, el capitán posó su fulgurante mirada en mí y
exclamó -¡Soldado Müller! ¿Por qué está ramera no para de llorar? ¿Le han introducido algo o es
que acaso el llanto es porque no lo hicieron?
Mientras todos los soldados reían, yo no pude evitar sentir un regocijo enorme e incomprensible.
¡El capitán Hoffman había fijado su atención en mí y mientras nuestros ojos se sostenían en un
eufórico ritual, también había decidido en su caballeresco temple dedicarme unas palabras! Me
importaba poco lo que hubieran sido, el valor para mí estaba en el hecho no en los detalles.

-Lleven a todos estos miserables a la primera planta de la bodega y háganlos trabajar, necesito
limpio ese lugar en menos de media hora. -Ordenó el capitán Hoffmarn.

-¡Sí señor!- respondió con reverencia un joven soldado.

-Espere teniente. -Dijo el capitán- Considero que debo inspirar a las nuevas generaciones, necesito
hacer que ustedes en medio de la máxima devoción a nuestra sagrada causa, ideen las mejores
formas posibles para humillar a nuestros enemigos y ensalzar nuestros preceptos. Bien me dijeron
en Dachau que acá faltaba algo de acero en las botas y plomo en la sangre. Si ustedes, honorables
guardias de las SS y la Wehrmacht irán caminando al sitio designado ¿qué les hace pensar que
estas ratas asquerosas deben ir del mismo modo? No tolero ver a un solo insecto de estos erguido
y ustedes tampoco lo harán. Entiendan por favor camaradas, que esta escoria es solo una plaga y
como eso que son, merecen ser tratados.

-¿Qué debo hacer entonces capitán? –Replicó el teniente.

-¡Diablos! ¿qué les enseñan en la escuela de cadetes ahora?

El capitán dirigió una implacable mirada a nuestro grupo, desenfundó su arma y luego de disparar
dos veces lanzó un grito que llenó de terror todos los corazones menos el mío.

-¡Al suelo cucarachas, vuelvan al cubil repugnante de donde salieron y ni siquiera se atrevan a
alzar la mirada!

Instintivamente todos nos lanzamos al suelo y clavamos nuestros ojos en la tierra.

-Luego ordenó que avanzáramos a gatas hacia el frente sin dejar de mirar al suelo.

-Teniente –continuó- guíelos y asegúrese de no molestarme mientras estoy en mi despacho. Leeré


el diario y para deleitarme en la lectura, necesito escuchar el rugido de alguna Luger cada 5
minutos, usted decide hacia dónde apuntar. Solo no olvide que al quinto estallido bajaré y el lugar
debe encontrarse impecable como mi uniforme.

-¡Como ordene señor!

El teniente nos comenzó a espolear para que avanzáramos por medio de golpes e insultos. Cuando
transcurrieron los primeros 5 minutos, disparó a una joven que se encontraba frente a mí. No me
enteré que fue ella sino hasta que, mientras seguía mi camino, tropecé con su cuerpo y me
manché con la sangre caliente que vertía de su cadáver. El horror me hizo seguir avanzando sin
pausa como un caballo desbocado, pero de forma inusitada, una tensa serenidad volvía a mí.

–Espero que ninguno de los próximos 4 disparos me dé a mí, debo ver de nuevo al capitán
Hoffman. -Pensé.

Llegamos a la bodega y la expectativa realmente es algo que va más allá de nuestra imaginación.
Mientras limpiábamos el suelo ennegrecido producto del movimiento constante de muchos
vehículos en el interior de la bodega, no dejaba de pensar en la esbelta silueta del capitán y lo
mucho que deseaba contemplarla de nuevo. Sonó el segundo disparo. En esta ocasión no impactó
a nadie salvo a nuestra ya quebrantada cordura. El brío del capitán, su insolencia y el respeto que
imponía en sus tropas era como un abrigo de fuego vivo para mí, no podía dejar de soñar lo que
implicaría estar entre sus brazos, escuchando su voz y sintiendo que nada alrededor sería tan
significativo como para arrancarle mi atención de su ser al cual me entregaría con todo gusto en
cuerpo y alma, en vida y muerte. Entré en un espiral frenético mientras frotaba con fuerza un
cepillo de cerdas gruesas contra el suelo, bajo esa acción repetitiva podría tratar de escaparme del
paso de los minutos y comprender mis propios pensamientos. No entendía lo que sentía y ni
siquiera era capaz de desconectarlo del miedo más atroz a la vez que lo vinculaba con el
sentimiento más diáfano y desinteresado que podía experimentar. Es decir, estaba deseando con
el alma a una figura, a un hombre por encima de sus actos. ¿No es acaso esto lo más noble y
transparente? Me quitaba el pretencioso vicio del juicio en nombre del amor. En efecto estaba
dando rienda suelta a lo más primitivo que se puede ostentar, pero así mismo a lo más puro. Si tal
candidez no era el amor, entonces no sabía qué lo era y, sin embargo, tampoco quería aceptar
otra definición.

El tercer disparo me arrancó del trance.

Seguí limpiando el suelo con la mente totalmente en blanco, como si la dispusiera en forma de
lienzo para que así el capitán pintara en ella lo que quisiera cuando re apareciera.

El cuarto disparo se posó con precisión en el pecho de un joven que a unos 10 metros de mí había
derramado un balde con agua sobre la zona que ya estaba lista para entregar. La sangre comenzó
a regarse a cántaros sobre la zona donde ya se había limpiado.

-Ni modo, de igual manera después de que este torpe regara el balde debían limpiar de nuevo.
Esto debe quedar limpio en minutos o juro que pagarán muy caro. –Exclamó el teniente con vivaz
cólera. –Llévense el cuerpo- Ordenó a dos de los pocos hombres que se hallaban en nuestro
grupo.

Mi mente parecía una habitación llena de espejos donde nada puede discernirse con certeza
alguna. Pasaba del odio al miedo en un instante y de la ansiedad al estupor en segundos. Justo en
ese momento sentía una aversión abrasadora por aquel infame asesino. De haber tenido la
oportunidad, juro que lo hubiera matado con mis propias manos, aunque eso me costara la vida
que ya a estas alturas, no tenía valor alguno y más bien se dibujaba como una horrenda condena
que podría acabar en un minuto o en 30 años. Solo la voluntad de los alemanes decidía a su antojo
cuándo cruzábamos las fronteras del reino de los muertos.

De repente se escuchó el quinto disparo, sin embargo, no fue el teniente quien lo ejecutó ya que
tenía su arma en la funda y ninguno de los soldados fue según vi. Dirigimos la mirada al este y en la
entrada vimos al capitán Hoffman. Su mano apuntaba al cielo, el cañón de su pistola estaba
humeando y sus ojos ardían como si tuviera el sol en cada uno de ellos.

-Y bien teniente Ablasser, ¿cómo estuvo la limpieza? -dijo el capitán Hoffman.


-Ca..capitán, todo está terminado a excepción de esa parte que ve con la gran mancha de sangre. -
Respondió el teniente Ablasser ansioso y temeroso de recibir una reprimenda.

-Oh teniente, son solo nimiedades no se preocupe, para mí ya se encuentra limpio el lugar. Esa
mancha roja que usted causó, será el tapiz escogido para los suelos y paredes de este lugar. De
hecho, tengo la misión de que ustedes mismos se deleiten decorando estas instalaciones de ese
modo. Verán, cuando la sangre es tan impura que no fue hecha para una vida digna, puede ser
utilizada como pintura y ustedes mis amigos, serán los artistas.

Las palabras del capitán tenían un matiz diferente a todo lo que ya había dicho antes, su expresión
era un poco más atemorizante pero sinuosa y mostraba una astucia tenebrosa pero emocionante.
Producía una catarata de sensaciones en mí que no podía controlar de ningún modo, tal como
sucedió en ocasiones anteriores y por lo tanto ya únicamente podía optar por contemplar lo que
vendría.

La persona más cercana a esa mancha de sangre era yo, el capitán Hoffman en un evidente estado
de exaltación se aproximó a toda prisa y me propinó un puntapié que me arrojó directamente al
suelo. Una vez allí, me tomó con tal pasión violenta del cuello que yo lo único que pude hacer fue
ofrecerle mi sumisión producto del éxtasis en el que me encontraba, me estrelló contra el suelo y
tuve el placer honroso de que me dirigiera de nuevo la palabra.

-No esperarás que algún trapo alemán seque esa sangre sucia, vamos cerda, saca la lengua y
limpia eso.

Me encontraba sumida en un estado de estupefacción absolutamente incontrolable, de hecho,


podría afirmar que estaba danzando con la euforia. El sudor recorría mi cuerpo, era frío, pero
paradójicamente sentía un ardor infinito y más aún en mi cuello. La fuerza con la que el capitán
me apretó solo era comparable con la intensidad de aquella verdad tan fausta que estaba
entendiendo yo en ese momento. Ya no bastó para él buscar el contacto verbal conmigo ¡ahora
quiso tocarme también! Hallar, o más que eso, generar aquella esquiva oportunidad de sentir mi
piel sin comprometerse en alguna situación que pudiera perjudicarlo frente a sus tropas. Él sabía
que nuestra comunicación ya era un asunto químico y espiritual, habíamos trascendido toda
banalidad.

Prendió un cigarrillo y ordenó a todo el mundo que abandonaran la bodega, cuando yo intenté
seguir su orden, me dio un golpe tan fuerte en la cara con su mano que terminé de nuevo tendida
de bruces en el piso.

-¿A dónde vas tú? Aún veo esa sangre húmeda y solo toleraré que sea así, si es la tuya que
mientras vas limpiando, se va derramando. Arrodíllate y continúa.

Mi alegría al ver que los sublimes gestos anteriores se tornaban ahora más continuos fue
incontenible, estoy segura de que mi rostro lo reflejaba.

Un par de minutos después de que el capitán terminara su cigarrillo, sacó un estuche plateado. Se
inclinó un poco y no pude ver nada de lo que hacía debido a que me daba la espalda, hizo un
movimiento estrepitoso y después de un parpadeo continuo me miró y dijo –Bien, ceder
ocasionalmente a la voluntad del animal que hay en nosotros no me convierte en uno, al
contrario, es menester del hombre decoroso y civilizado dejar que su instinto se entretenga un
poco para aplacar este brío.

Nunca hubiera imaginado que tras esa confusa declaración ocurriría lo que para mí fue el evento
más emocionante que pude experimentar y desde el cual resolví que así la muerte deseara
arrebatarme de este mundo, sería imposible para mi lograr algo que me diera más felicidad que
aquello.

Como si fuera un bronco salvaje, el capitán Hoffman me levantó del suelo y en medio de sus
explosivos movimientos me postró contra la pared más cercana, rasgó mi falda y un solo segundo
le tomó soltarse la correa y desabrochar su bragueta. En ese instante tomó mi virtud.

Para mí fue un episodio único, mucho más mágico de cómo lo intentaba imaginar con los pocos
indicios que tenía. En lo que duró el espectacular momento, mi piel desarrolló una agudeza
incomparable en cada poro haciendo que hasta la respiración se alineara con los movimientos
bruscos que ambos hacíamos en lo que parecía una lucha por el dominio pasional. Mi cuerpo pese
a que parecía resistirse, le daba una cálida y estrecha bienvenida al capitán. Estoy segura de que
mis gritos parecieron de dolor para no dañar aquella atmósfera donde mi principal tarea era
luchar levemente en medio del drama por un control que luego terminaría entregando en cada
movimiento, en cada entrada y salida. Mi mente fraguó ese fogoso juego donde sabía que sin
delatar placer sería más exquisito aún. Era mi dolor lo que encendía al capitán, era su posición de
dominio y el rol de verdugo lo que aceleraba su respiración y provocaba temblores en todo su
cuerpo. Esas señales de placer me entregaban la valiosa tarea de perpetuarlas en consonancia con
mis sensaciones y emociones. La fusión no podía terminar en otra cosa que placer, dolor y mi
dependencia a esa correlación. Era eso el amor.

Al culminar el acto de amor, el panorama era un bello cuadro de vida y muerte. El capitán
languideció un poco, al reincorporarse arregló sus ropas y salió del lugar sin decir una sola palabra,
su despedida fue un escupitajo en mi ajetreado y sudado rostro. Yo me encontraba tirada en el
suelo, tenía marcas por todas partes y estaba sangrando abundantemente. El suelo era más rojo
que gris, toda la vida que ya se había derramado incluso desde antes del encuentro había fundido
el suelo en un color escarlata tan intenso que no pude contener las lágrimas al ver todo. Por
primera vez sentía que me encontraba viva, conocí un amor crudo y real y más importante aún me
batí en un sangriento duelo para consumarlo. Acomodé mis ropas como pude y salí de ese lugar,
no veía a nadie cerca y caminé un poco haca el oeste. Un guardia me recriminó con violencia
porque no estaba con los demás prisioneros y tomándome del brazo con mucha fuerza, me llevó a
unas barracas donde todos estaban amontonados de formas extremadamente incómodas e
infrahumanas. Ese sería mi nuevo dormitorio por un tiempo.

Nadie habló porque un guardia nos amenazó con quemarnos vivos a todos si alguien profería
palabra alguna, igualmente, no tenía intención de hacerlo. Luego de un día tan intenso, mis
palabras habían escapado entre el viento con el deseo de no volver.

Era incapaz de procesar todo lo sucedido, sin embargo, mis cavilaciones no daban tregua. Es
increíble que solo pocas horas después de un evento tan magnánimo para mí como lo fue estar
con el capitán Hoffman me sintiera tan vacía, no había dolor, felicidad, ira, miedo o emoción
humana alguna. En contraste a como fue mi temperatura casi dos horas antes, me encontraba
helada como la misma muerte. Tan absorta estaba que poco o nada me interesaba que el brazo de
donde me tomó el soldado para llevarme a las barracas estuviera prácticamente inmóvil y
amenazándome con un punzante e intenso dolor.

No soy capaz de conciliar el sueño pese a saber lo mucho que lo necesito, sin embargo, mañana
veré de nuevo al capitán y así serán mis días en adelante. Necesito mi juicio y energías
completamente conectadas porque no sé qué se encuentra dispuesto en mi camino. Un amor tan
explosivo y fulminante puede agotar tu cuerpo mientras tu alma se consume en vigorosas llamas,
la muerte es un estado neutro pero lo que más me aterra es que mi capitán Klauss Hoffman ya no
me ame en la mañana.

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